"Ahora que se va"

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Ahora que se va, lo recuerda todo, como si fuera una obligación hacerlo. Sentada en la parte trasera del último asiento de un autocar con regreso, no mira por las ventanas que tiene a cada lado de su cuerpo. No quiere perderse ni un ápice de lo único que va a esperar su vuelta, así que, con la espalda apoyada en el respaldo del asiento delantero; las piernas, flexionadas, sobre el suyo y las manos aferradas debajo de la silla, me descubre nueva, distinta, en esencia, a cuando era suya aquellas noches que la observaba volver a casa sola. Los edificios que dibujaban formas humanas amándose, reflejos quizás de su interior, se vuelven fachadas con grietas infectadas de humedad; mis calles, místicas copias de mi amiga extranjera, “La ciudad sin sueño”, plasmadas en películas de los 80, son ahora carreteras y aceras asquerosamente cubiertas de manchas pegajosas y mugrientos restos de desechos; los letreros que anunciaban mis comercios con frases inspiradoras de astutos versos, la decepcionan al leerlos; las fuentes que manaban nieblas tenebrosas son ante sus ojos presentes miles de gotas oxigenadas sin misterio alguno; las libres lucecitas incorpóreas que chiribiteaban por todo mi ser, piensa que las vería encarceladas en asfixiantes recintos de vidrio; y mis ciudadanos, para ella cada día renovados en la lejanía y cercanos en la proximidad, pierden su enigmático interés al verlos pasar. Sin embargo, me prefiere así mientras me abandona: le duele menos pensar que se aleja de lo que nunca conoció. De repente, le viene a la memoria uno de los muchos jueves por la tarde que pasaba en el piso de un amigo, en una calle de mi ombligo. Estaban los dos amantes descansando, tumbados el uno al lado del otro, muy cerca. Él con los ojos cerrados. Y ella mirándolo. Después de estar un buen rato en silencio, ella se acercó a su cara. Tenía curiosidad por saber que veía cuando

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Institut Manuel de Montsuar - Lleida - Castellano 2º Bachillerato. Curs 2010-11

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Ahora que se va, lo recuerda todo, como si fuera una obligación hacerlo. Sentada en la parte trasera del último asiento de un autocar con regreso, no mira por las ventanas que tiene a cada lado de su cuerpo. No quiere perderse ni un ápice de lo único que va a esperar su vuelta, así que, con la espalda apoyada en el respaldo del asiento delantero; las piernas, flexionadas, sobre el suyo y las

manos aferradas debajo de la silla, me descubre nueva, distinta, en esencia, a cuando era suya aquellas noches que la observaba volver a casa sola. Los edificios que dibujaban formas humanas amándose, reflejos quizás de su interior, se vuelven fachadas con grietas infectadas de humedad; mis calles, místicas copias de mi amiga extranjera, “La ciudad sin sueño”, plasmadas en películas de los 80, son ahora carreteras y aceras asquerosamente cubiertas de manchas pegajosas y mugrientos restos de desechos; los letreros que anunciaban mis comercios con frases inspiradoras de astutos versos, la decepcionan al leerlos; las fuentes que manaban nieblas tenebrosas son ante sus ojos presentes miles de gotas oxigenadas sin misterio alguno; las libres lucecitas incorpóreas que chiribiteaban por todo mi ser, piensa que las vería encarceladas en asfixiantes recintos de vidrio; y mis ciudadanos, para ella cada día renovados en la lejanía y cercanos en la proximidad, pierden su enigmático interés al verlos pasar. Sin embargo, me prefiere así mientras me abandona: le duele menos pensar que se aleja de lo que nunca conoció.

De repente, le viene a la memoria uno de los muchos jueves por la tarde que pasaba en el piso de un amigo, en una calle de mi ombligo. Estaban los dos amantes descansando, tumbados el uno al lado del otro, muy cerca. Él con los ojos cerrados. Y ella mirándolo. Después de estar un buen rato en silencio, ella se acercó a su cara. Tenía curiosidad por saber que veía cuando la miraba. Cogió un espejo y miró su reflejo como nunca lo había hecho antes: a través de aquellos cristales que creaban la realidad de Él. Por un momento, se sintió compartiendo cama con un extraño. Este abrió los ojos. La miró. Dejó todos los cristales encima de la mesilla de noche y le dijo que la quería sin apenas verla.

Mi emigrante vuelve al presente con la frenada del autocar que le sacude todo el cuerpo haciendo que la lágrima que empezaba a resbalar por la mejilla derecha, continúe su trayectoria por el cristal de enfrente. Se coloca bien los cristales para observarla caer lentamente y la siente también, aunque esta vez en la mejilla izquierda. Acerca sus ojos al cristal y mira a través del camino que deja su agua. Su realidad.

Cristina Nolla Fontana, 2on Batx. B Lengua y literatura castellana: expresión escrita.