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AL CÉSAR LO Q ES DEL CÉSAR: ALONSO DE ZORITA Y LOS ESTUDIOS SOBRE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL DEL CENTRO DE MÉXICO' José Luis de Rojas UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

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AL CÉSAR LO Q ES DEL CÉSAR:

ALONSO DE ZORITA Y LOS ESTUDIOS SOBRE LA

O R G A N IZ A C IÓ N POLÍTICA Y SOCIAL DEL CENTRO DE MÉXICO'

J o s é L u i s d e R o j a sU N I V E R S I D A D C O MP L U T E N S E DE MA D R I D

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oco podía sospechar el oidor Alonso de Zorita cuando, desde el aislamiento de su sordera, escribía a Felipe n su parecer sobre lo que habría de hacerse con los tribu­tos de los nuevos reinos, que esa tranquila actividad le proporcionaría la vida de la fama que sus desvelos y

avatares en Santo Domingo, Nueva Granada, Guatemala, Nueva Espa­ña y la fallida expedición al norte, no le habían brindado.

Con la pluma y no con la espada conquistó el oidor la posteridad que la interpretación de sus escritos le proporciona. Buena o mala fama, según los diferentes investigadores y sus intereses. Zorita pasa a ser, como ocurre con algunos de sus contemporáneos (i;g. Bernal Díaz del Castillo y Francisco López de Gomara), héroe o villano en función de los distintos temas de investigación y de las diferentes lecturas que se ha­cen de los textos de nuestro oidor.

La frase que encabeza estas líneas aclara nuestra intención: valorar los textos de Zorita y precisar su utilización en algunos puntos concretos.

Z o r it a e s c r it o r

Como hombre de pluma, don Alonso escribió mucho. Nos ha llegado un puñado de cartas, dirigidas en su mayoría a Su Majestad, un parecer, una información de méritos y servicios, y dos obras de diferente éxito y trascendencia, amén de numerosos documentos en los que aparece la vida y obra de nuestro personaje.

En ellos, como señaló Serrano y Sanz (1909) se ve un Zorita codi­cioso. Cierto es que continuamente aparece la mención de sus servicios y la petición de su remuneración, pero hay otras maneras de interpretar las cosas. Si damos crédito a su relación de la misión en la Nueva Gra-

1 Esta investigación se llevó a cabo dentro del Proyecto Antropología, Margina- lidad y Situación Colonial en la América Hispana: textos y contextos históricos, dirigido por el Dr. Fermín del Pino Díaz en el Departamento de Historia de América del Centro de Estudios Históricos del Consejo Superior de Investigaciones

Científicas, en Madrid. Agradezco al centro y al director el apoyo espiritual y ma­terial.

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nada y las calamidades sufridas en ella, no parece tan descabellada su petición. Otras veces, como en el intento de combatir a los chichimecas, la desmesura es obvia y el resultado consecuente (véase carta vil en Se­rrano y Sanz, 1909). Zorita tenía una idea clara de su propia importan­cia y trataba de sacar partido de ella, tal como lo hacía la inmensa ma­yoría de sus coetáneos en América. Esta idea es claramente perceptible en sus escritos, en los que se proclama buen conocedor de la tierra y defiende la oportunidad de sus consejos.

Sobre las dos obras más extensas de Zorita, y dada nuestra inten­ción, seguiremos la tónica imperante: primaremos la más breve frente a la más extensa. Realmente la Historia de la N ueva España de Alonso de Zorita es un libro gafado. Nunca ha sido editado por completo y la con­sulta en el Palacio Real de Madrid no es cómoda, de ahí que su trascen­dencia, ante los escasos lectores, sea casi nula. Además, Zorita -como hombre de su época- disponía ampliamente de las obras de los demás, de manera que incorporó extensos pasajes de Hernán Cortés, Motolinía, fray Francisco de las Navas y otros, además de repetirse a sí mismo con frecuencia. Prueba del poco éxito es la escasez de citas de la parte publi­cada, pese a su extensión (Zorita, 1909). A ello pudo ayudar el parecer del propio editor, quien sin embargo no pudo culminar su propósito:

Al mismo tiempo que tales Discursos, escribió Zorita una obra histórica

donde puso cuanto sabía de Nueva España, y es la que en este volumen co­

menzamos á publicar. En ella recapituló cuanto había en sus demás escritos

referentes a México, y sin escrúpulo alguno, copió todo lo que quiso de

fuentes ajenas; de donde se sigue un gravísimo defecto: la poca originali­

dad; Alonso de Zorita, por su formación intelectual de jurista, lo mismo que

el P. Las Casas por sus orígenes teológicos, no logró el espíritu de observa­

ción y de investigación y la crítica indispensables para sacar el grano de la

mies abundante que los pueblos de nuestras colonias americanas ofrecían

al historiador á poco de la conquista, cuando aún flotaban en la atmósfera

las tradiciones nacionales y las religiosas; quedaban libros, pinturas y mo­

numentos; permanecían casi intactas las costumbres jurídicas, y más toda­

vía, las sociales; los idiomas indígenas, ricos panteones arqueológicos de las

instituciones primitivas, estaban aún lejos de desaparecer ó de corromper­

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se. Nada de tan rico acervo supo estudiar Zorita, y contentóse con espigar

en sembrado ajeno, copiando servilmente los Memoriales de Fray Toribio

Motolinia; la Historia General de las Indias de López de Gomara, y la análo­

ga de Gonzalo Fernández de Oviedo. Sin embargo, no hemos creído que

esta obra de Zorita deba ser condenada á morir inédita, y la publicamos ín­

tegra, porque al fin y al cabo se halla inspirada en muchas fuentes que han

perdido, como son algunos escritos de Juan Cano, de Gonzalo de las Casas,

de D. Pablo Nazareo, de Fray Andrés de Olmos y de otros autores que ex­

presamente alega Zorita (Serrano y Sanz, 1909: CVlll-Cix).

Poco más de una cuarta parte publicó Serrano (165 ff. de un total de 633) y no han prosperado aún los intentos posteriores de completar la obra. La segunda parte (ff. 166-260) es en su mayor parte una reproduc­ción de la Breve y Sumaria Relación de los Señores de la N ueva España (Se­rrano 1909:cix) que es la obra que ha trascendido y de la que nos vamos a ocupar aquí.

Varias son las ediciones existentes, a partir de la que hizo Joaquín García Icazbalceta en 1891 en su N ueva Colección de D ocum entos para la Historia de M éxico, en cuyo tomo m apareció, dando lugar a un curioso error que se ha perpetuado desde entonces, sobre todo entre autores de habla inglesa: en la portadilla del libro se lee: "tomo tercero. Pomar y Zurita" y aunque al comienzo de la parte correspondiente se atribuya al doctor Alonso de £orita, en las bibliografías aparece a menudo la grafía con u en vez de con o, por supuesto, siempre con Z. Para la historia del manuscrito y ediciones anteriores en otras lenguas, remitimos a García Icazbalceta (1891: xvi-xvii), pero ahora vamos a recoger dos opiniones, no del todo concordantes, de dos editores de Zorita, ambas referidas a los Señores de la N ueva España.

Acaso es la mejor obra de Zorita, por la buena información que hay en ella

y por no contener aquellas impertinentes divagaciones eruditas que emba­

razan el curso de la narración en su Historia de la Nueva España. Un capital

defecto encierra, y es la falsa pintura que de la sociedad mexicana bosque­

ja Zorita; aquellos indios tan cultos, tan honrados, tan piadosos y aun tan

filósofos en sus pláticas y consejos; aquella intachable administración de

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justicia; aquel paternal gobierno de reyes y señores; aquel suave reparto de

las cargas públicas; todo es tan amanerado y tan convencional como lo que

Garcilaso de la Vega nos dijo de los quichuas y de sus Incas en los Comen­

tarios Reales, ó como las fantasías del P. Las Casas en su Apologética Historia de las Indias. Zorita no echó de ver que la nación mexicana, al pasar de una

organización rudimentaria y casi infantil á otra más progresiva y más culta,

había de pasar una crisis profunda, marcada por la ruina de las antiguas

instituciones y la fundación de otras nuevas (Serrano, 1909: xcv-xcvn).

Duro en sus afirmaciones, tras haber concedido mérito. Si la segun­da parte del párrafo es la buena, todo el posible mérito de Zorita se pier­de, al menos para el historiador, pues la fuente se le envenena en sus propias manos. En esa segunda parte se percibe el etnocentrismo de la época: hoy día casi podríamos suscribir las últimas líneas, suprimiendo la calificación de infantil a la sociedad prehispánica y de progresiva y culta a la posterior. Quedan los problemas de la adaptación, que ocupan y preocupan a gran número de estudiosos, pues es precisamente el co­nocimiento del grado de cambio el que nos permite reconstruir las so­ciedades prehispánicas a partir de textos coloniales.

Pertenece tanto á la historia antigua como á la de los primeros años de la

colonización: á aquella por lo que se refiere acerca de la organización políti­

ca y económica de los pueblos indígenas: a ésta por lo mucho que trata de

los nuevos sistemas de tributos y de la condición de los indios en la época

en que escribía. Además de lo que por sí mismo observó en sus largas pere­

grinaciones, se aprovechó de los informes verbales y de los escritos de los

misioneros, en particular de los Memoriales de Fr. Toribio de Motolinia.

Muestra siempre el Oidor la rectitud y buen corazón que le granjearon el

afecto, así de los indios como de los Religiosos: dudo sin embargo, de que

le quisiera igualmente bien el común de los españoles, á quienes acusa du­

ramente, hasta ser á veces injusto con ellos. La compasión que le causan los

padecimientos de los indios no le deja advertir que podia haber exagera­

ción en el cuadro de la antigua felicidad pintado por ellos mismos, ni que

en el gran trastorno producido por la colonización eran inevitables muchos

errores arriba y muchos excesos abajo. La descripción misma que él hace

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del antiguo modo de vivir de los macehuales ó proletarios, de lo poco y mal

que trabajaban, y de la delicadeza de su constitución (pp. 171,172), confir­

mado todo por los relatos de los misioneros, puede servir para probar que

cuando sobrevino una nueva raza que forzosamente había de desarrollar

los elementos de riqueza ya conocidos y crear otros en que los indígenas no

soñaron, era inevitable compelerlos al trabajo que rehuían, agravado sin

duda con exceso, y acaso sin necesidad, por la codicia y duro carácter de

aquellos españoles. No es fácil comprender á primera vista de qué manera

un pueblo tan enérgico, robusto, altivo y valiente como se nos pinta el az­

teca, pudo en el brevísimo espacio de una generación, convertirse en otro

tan cuitado, tan débil, tan abyecto y cobarde, como el de Zurita y los misio­

neros. Un individuo puede envilecerse en breves días: una raza no se hun­

de en un siglo. Mas esa contradicción es sólo aparente. El pueblo bajo fué

siempre el mismo. Las clases privilegiadas, nobles, sacerdotes, guerreros, le

oprimieron y embrutecieron siempre: los macehuales de Moctezuma y

Cuauhtemoc eran iguales á los de Zurita y Mendieta. Algo de aquellas cla­

ses privilegiadas se mezcló con los españoles, y de los demás, unos se dedi­

caron á aprovecharse de los macehuales al par de los españoles, con quie­

nes hicieron causa común, y otros bajaron á confundirse con el pueblo, por

la decadencia de familias y linajes que en todas partes se observa. Al mismo

tiempo algunos macehuales, más listos que otros, lograron sobreponerse á

sus iguales, y aun á los señores mismos (García Icazbalceta, 1891: xix-xx).

No se trata de estudiar el pensamiento de D. Joaquín a un siglo vista, pero las últimas frases anticipan lo que aprendemos en algunos estu­dios recientes (vg. Martínez, 1984; Haskett, 1991; Gosner, 1984). García Icazbalceta vio claro algo que a muchos estudiosos posteriores parece habérseles pasado por alto: en las sociedades de clase (o en las de esta­mento), los de arriba oprimen a los de abajo. Ya veremos de cuales se preocupaba Zorita. En nuestra cita, el oidor se gana la inquina de los es­pañoles por su defensa de los indios, pero no de todos. Ese partido se refleja en el escrito y debe ser una advertencia para los que quieran beber en él. Zorita lleva intención, y la intencionalidad sesga las afir­maciones. Aún así, Zorita se informó, como mandaba la Cédula a la que estaba respondiendo. Va siendo hora ya de dejarle tomar la palabra.

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Los S e ñ o r e s d e l a N u e v a E s p a ñ a

Con ese título se conoce, de forma abreviada, el escrito que el oidor Alonso de Zorita dirigió a Felipe II, a la sazón rey de los diversos reinos que componían las Españas y ostentador de algunos títulos más, bajo el encabezamiento de Breve y Sumaria Relación de los señores y maneras y d i­ferencias que habia de ellos en la Nueva España, y en otras provincias sus comarcanas, y de sus leyes, usos y costumbres, y de la form a que tenían en les tributar sus vasallos en tiempo de su gentilidad, y la que después de conquista­dos se ha tenido y tiene en los tributos que pagan a S .M . y a otros en su real nombre, y en el imponerlos y repartirlos, y de la orden que se podría tener para cumplir con el precepto de los diezmos, sin que lo tengan por nueva imposición y carga los naturales de aquellas partes.

García Icazbalceta (1891 :xix) la fecha hacia 1564-1565, desde luego en España, y el propio Zorita nos explica el porqué de la tardanza en responder a la cédula sobre tributos de 1553, pues de éso se trata núes- ) tro texto. Se encontraba en ese momento en el trance de viajar de Gua­temala a México, destinado a la Audiencia de esta ciudad, de manera que cuando llegó a ella ya se habían diligenciado las respuestas, mien­tras que las de Guatemala se enviaron tras salir él. Manifiesta Zorita que contesta a la cédula que llegó a la Audiencia de los Confines porque "contiene algo más que la que se envió a México" (Zorita, 1891: 78), lo cual es cierto (compárense las preguntas insertas en la obra de Zorita y Puga, 1563.140v-141v).

Ahora bien, pudo haber más motivaciones, pues la década de los 1560 fue muy importante en lo tocante a los tributos y a la política, con la "conspiración" del segundo Marqués del Valle. La intencionalidad del escrito de Zorita queda bien de manifiesto en el orden en que res­ponde a las preguntas, que no es el de la Cédula, y en la extensión de cada respuesta. Remitimos a la obra de Zorita para el texto de las pre­guntas y damos aquí su ordenación y extensión:

ix: pp. 78-155 iv: pp. 155-159 i: pp. 160-163 II: p. 163 III: p. 164

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v: pp. 164-166

vi: pp. 166-167

vil: pp. 167-168

vm: pp. 168-169

x: pp. 169-185

xi: pp. 185-193

xn: pp. 193-194

xm: pp. 194-195

xiv: pp. 195-196

xv: p. 196

xvi: pp. 196-216

xvn: p. 217

xvm: pp. 217-227

La mayor parte está, pues, destinada a contestar la pregunta ix, refe­rente a los señores y su poder. La x trata de los tributos de los españoles y la xvi sobre si el tributo había de ser fijo o no.

Menciona Zorita sus fuentes: "3 religiosos de san Francisco sin otros de otras órdenes" (1891: 77) entre los que descubrimos a fray Francisco de las Navas (1891: 82) y a "uno de los doce" (1891:217) que resulta ser Motolinia. También se informa de "indios ancianos" (1891:78) y utiliza las Cartas de Hernando Cortés (1891:133). Cumple los dictados de la orden real en ello. En lo tocante a los "indios ancianos" aparecen ya cuestiones interesantes:

E ansimismo me informé de indios antiguos y principales, de quien se po­

día creer que dirían verdad, aunque es cierto que en esto ni en otra cosa que

sea de su gobernación y costumbres no se puede poner ni dar regla gene­

ral, porque casi en cada provincia hay gran diferencia en todo, é aun en mu­

chos pueblos hay dos y tres lenguas diferentes, y casi no se tratan ni cono­

cen; y esto es general en todas las Indias, según he oído, y de lo que yo he

visto é andado en ellas, que ha sido mucho, puedo afirmar ser ansí verdad.

Si algo se averiguare contra lo que aquí se dijere, será la causa la diversidad

que he dicho que hay en todo en cada provincia, y no porque haya faltado

diligencia para saber la verdad. Y no es de maravillar que entre los indios

se halle agora alguna variación en las relaciones que dan, porque demás de

estar la falta las más veces en los intérpretes, como carecían de letras y es­

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critura, y todas sus antigüedades las tenían en pinturas, é destas las más se

han perdido y estragado, y la memoria es deleznable, y faltan los más de

los viejos que lo podían saber, hay diversas relaciones en todo, y también es

la causa la poca cuenta que se ha tenido y tiene en saberlo, como sea cosa

de que se saca poco ó ningún interés (Zorita, 1891: 76-77)

Quedémonos con la copla de la diversidad y comparemos con el colofón de la obra:

No curo de alargarme más en esto porque sería proceder en infinito tratar

particularmente y por extenso lo de cada provincia, pues basta haber dado

relación á V.M. de lo de la Nueva España, y todo lo demás comarcano dife­

ría poco de ello, así en la sucesión como en el modo y manera de gobierno

(Zorita, 1891: 227)

Según qué párrafo elijamos, los datos de Zorita serán o no extrapo­labas. Y autores ha habido proclives a ambas cosas, como tendremos ocasión de ver tras repasar algunos pormenores de la obra del oidor.

Vayamos primero al partidismo de Zorita. Es interesante destacar cómo considera necesario describir de qué manera eran las cosas antes, para explicar lo que sucedía en su época. Los problemas generales son los señores, el trato a los indios y la forma de los tributos. Los ataques a la actuación de los españoles y el mal trato a los indios son frecuentes.

Están injustamente infamadas aquellas gentes de faltos de razón y desagra­

decidos, y cuando hay alguna muestra de esto en ellos, es cuando el miedo

los tiene asombrados, por las crueldades que con ellos se han hecho y ha­

cen [...] (Zorita, 1891: 90)

Nos describe con fuerza algunas de esas crueldades:

Las cosas de los españoles fueron á los principios, y aun ahora lo son en al­

gunas partes tan exorbitantes y demasiadas, y tan fuera de toda razón, que si

se hubiese de responder á todo lo que este capítulo contiene, sería hacer muy

largo proceso; pero acortando todo lo posible se responderá a él con toda

brevedad, respecto de lo infinito que habría que decir (Zorita, 1891:169-170).

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Pero no todos los españoles son así. Defiende a los religiosos qui­tando hierro a sus actuaciones, como la construcción de monasterios e iglesias:

[...] y de esta manera han hecho las iglesias y monasterios de sus pueblos

con mucha alegría y regocijo y facilidad, y no han sido tan suntuosos como

algunos dicen, sino lo que basta y es necesario, muy moderado en todo (Zo­

rita, 1891:171).

Curiosa opinión para quien se confiesa conocedor de Michoacán, por lo que no podía dejar de conocer conventos como el de Cuitzeo de la Laguna, cuya edificación comenzó antes de su llegada como oidor y otros, como Yuriria, que hacen dudar a quien los ha visto de la menta­da "moderación". Los ejemplos podrían multiplicarse fácilmente.

El gobierno antiguo era mejor:

El provecho que les viene era muy grande, y lo sería agora si se hiciese

como solía, porque los Señores lo tenían todo en concierto y policía a su

modo, como queda dicho, que para ellos era muy bueno, y no había la con­

fusión que hay después que esto ha faltado, y todo se hacía con menos ve­

jación, y tenían cuenta con los tributos é con hacer labrar las sementeras y

usar los oficios, y con recoger la gente que se repartía para servir a los es­

pañoles, y se excusaban los robos y vejaciones que ahora hay en todo, é te­

nían cuenta con que acudiesen a la doctrina é al sermón y á misa, y en illes

á la mano en sus vicios y borracheras, y todo ha cesado é anda confuso, sin

orden y sin concierto, é algunos Señores hacen lo mismo: é de antes, ya que

en algo se descuidaban, procuraban que no los viese la gente común, por

evitar el mal ejemplo: y para que esto se entienda mejor, se porná la orden

que tenían en el gobierno é administración de justicia, que les duró algunos

años después de ganada la tierra, y yo lo he así oído a Religiosos que lo vie­

ron (Zorita, 1891:107-108).

Zorita no está defendiendo el orden prehispánico, sino el de los pri­meros tiempos de la Colonia, con los Señores naturales, y no con los en­cumbrados por las nuevas oportunidades, para los que tiene palabras muy duras. Para él, el orden antiguo era el bueno y las reformas intro­

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ducidas por los españoles son causa de muchos males (Zorita, 1891: 99-102).

Los macehuales, engañados, atentan contra el orden. Zorita trata de presentarnos como novedad algo que por otras vías sabemos que era anterior: la lucha por el poder entre personas o poblaciones. Los estu­dios de Reyes (1977) en Cuauhtinchan o de Martínez (1984) en Tepeaca nos ilustran sobre estos pleitos antes de la llegada de los españoles. De hecho, el imperio azteca era una expresión de esa lucha, a otro nivel. Parece querer mostramos también Zorita la conveniencia de la sumi­sión para los de abajo, quienes no están capacitados para ejercer el po­der. Los recién llegados cometen errores y, con más frecuencia, abusos, lo que en ocasiones "contagia" a los señores tradicionales:

También ha sido gran parte para deshacer los Señores, haberles dado nom­

bres de gobernadores de las provincias y pueblos de que eran Señores, y

como tenían tantos émulos de los suyos, y españoles y mestizos que les ayu­

daban, acusábanlos que no gobernaban bien, y les levantaban y probaban

lo que querían y les convenía para conseguir su intento, y así les quitaban

por Audiencia la gobernación, que era quitarles el señorío, é se ponían en

su lugar sus súbditos y émulos, haciendo á los Señores súbditos de sus súb­

ditos: é lo mesmo se hace agora en todo lo dicho, é así anda todo al revés,

y se han perdido y deshecho los Señores y levantádose los que no lo eran.

Muchos de los Señores, viendo lo que podían y subían los revoltosos,

hacíanse con ellos para no caer, y se levantaban con una parte de sus pro­

pios pueblos, y en lo demás dejaban hacer á los revoltosos lo que querían,

y los unos y los otros roban y acuden á pedir provisiones de gobernadores

y alcaldes y regidores para mejor robar: é andan los Señores al gusto del co­

mún y de los revoltosos y de los que imponen é incitan, y todos roban y se

sustentan con el sudor de los pobres macehuales; y como todo anda confu­

so, á pocas vueltas alcanzan lo que quieren; y así no hay lustre en la tierra

ni aquella majestad de provincias que solía haber con sus Señores y buena

gobernación que entre ellos tenían, sin que hubiese entre ellos alcaldes ni

regidores ni alguaciles ni gobernadores, porque los Señores lo mandaban y

gobernaban todo, y eran muy obedecidos, y todos hacían lo que se les man­

daba y era á su cargo, y para ello tenían personas puestas para los solicitar

con menos vejación que la que agora tienen con tantas varas y ministros de

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justicia; y estaban las provincias y pueblos enteros y pacíficos, y los Señores

obedecidos y estimados, y todo ha caído por haberlos deshecho y abatido,

y por les haber quitado su autoridad y mando y su modo de gobierno.

De lo dicho han tomado ocasión los españoles para decir que los Seño­

res roban á los macehuales, y han sido ellos la causa, por los haber impuesto

algunos en ello, como se ha dicho, y por los haber quitado sus señoríos y

sus vasallos y tributos y sus renteros y mayecjue, que son los que estaban

en sus tierras, y estos se les han alzado con ellas, y los que no se han alza­

do dan á sus Señores lo que quieren, y no les osan hablar porque no los pon­

gan á pleito y se levanten contra ellos; y no hay razón para decir general­

mente que los Señores roban, porque ya que algunos lo hagan, son los que

se ha dicho que se han juntado con los revoltosos, por poder vivir como

ellos viven, y los que se han levantado y hecho Señores por los modos di­

chos, y estos son robadores públicos y perjudicialísimos, porque como se

ven levantados y puestos en lo que no es suyo ni heredaron, y teman que

algún día se levantarán otros contra ellos y los derribarán como ellos hi­

cieron á sus Señores naturales, entretanto que les dura el mando roban

cuanto pueden sin miedo ni vergüenza, porque ya que caigan será para tor­

nar á lo que eran primero, porque este es propio oficio de tiranos, y como

los españoles impropiamente llamaron caciques y Señores y principales á

estos, aunque no lo son, sino intrusos, dicen generalmente que los Señores

roban (Zorita, 1891:105-106).

Continúa ensalzando las virtudes de los auténticos señores. La rea­lidad fue más complicada como nos demuestran estudios recientes ya citados (Gosner, 1984; Haskett, 1991) y otros aún no mencionados (Tay- lor, 1972, Rojas en prensa a, 1996). En ellos podemos ver como esos "Se­ñores naturales" defendieron sus privilegios antiguos, tomando casi por asalto los nuevos cargos "electivos" y monopolizándolos pese a las ba­rreras que la no reelección ponía. La explotación tenía múltiples caras, salvo en los explotados, que generalmente son los mismos. Zorita nos da un muestrario de los abusos más adelante (Zorita, 1891:151-154).

La preocupación por los señores se manifiesta al hablar del tributo. Los señores desposeídos sufren y se ven reducidos a la condición de tri­butarios (Zorita, 1891:169) y se insiste en los tributos que debían recibir (Zorita, 1891:209). Curiosa es la atención que tienen con sus encomenderos:

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[...] y había grandes engaños, porque muchos caciques y principales por te­

mor ó por hacer placer á sus encomenderos, decían que podían dar lo que

daban, y aun se alargaban más, impuestos para ello, porque ya que les qui­

tasen algo, quedase la tasación en lo que antes les daban. (Zorita, 1891:186).

No investiga más este problema, ni nos dice ahora si se trata de Se­ñores antiguos o de recién llegados. Y en la página 192 dice que los señores escondían tributarios para que no fueran contados. ¿En benefi­cio de quién?

L a o r g a n i z a c i ó n s o c i a l y p o l ít ic a

Aunque en la exposición del tributo aparece algo, es en la respuesta a la pregunta ix, realizada en primer lugar donde aparecen explícitamente reseñadas las maneras de señores que había.

En primer lugar describe los señores principales y su sistema de he­rencia (Zorita, 1891:79 y ss). Al principio unifica la trasmisión del poder en México, Texcoco, Tlacopan y Tlaxcala (Zorita, 1891: 79-80) afirmando que heredaba el hijo mayor habido en la mujer más principal, que en los casos de los citados en segundo lugar suponía ser la de México. Conti­núa con la línea sucesoria y afirma luego que en Michoacán era similar. En este sistema se ve la importancia de las alianzas matrimoniales. Como en otras ocasiones, Zorita no es claro aquí y se presta a malin- terpretaciones, pues la reclamación que salta de inmediato es que entre los mexicas sucedían antes los hermanos y no necesariamente de mayor a menor. En seguida se aclara este asunto, pues especifica el oidor (Zorita, 1891: 81) que en algunas partes " y en especial en el señorío de México", sucedían los hermanos aunque hubiese hijos. Por lo que cono­cemos de la historia indígena, ésta es la buena versión, pero encon­tramos que Zorita nos ha dado las dos.

A partir de la página 91, describe Zorita los tipos de señores, comen­zando por los tlahtocjue, continuando con los tetecuhtin, a los que siguen los calpuilec y terminando con los pipiltin. Es la parte más citada por los diferentes autores y, antes de discutir el sistema que Zorita presenta, vamos a hacer un repaso por el uso que se ha hecho de él. Las citas van a ser abundantes, pero el ejercicio es provechoso.

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Manuel Moreno, un pionero de los estudios de organización social, al hablar de la tenencia de la tierra distingue varias clases, siendo la de los calpulli comunal. Cita abundantemente a Zorita (Moreno, 1962) y afirma, apoyado en nuestro autor pero sin cita textual, que quien deja­ba de labrar las tierras por dos años "por su culpa y negligencia" era desposeído de ellas y las perdía en favor de su comunidad.

Monzón (1983:61) insiste en que se les quitaban si las dejaban de la­brar dos años, y refiere a Zorita esta afirmación.

Carrasco (1977:208; 1978:32-33) también se deja llevar por la inercia y dice que si dejaba un campesino de labrar la tierra dos años la perdía.

Berdan (1982: 51-61), al describir la dinámica social, cita abundante­mente a Zorita pero también varía su clasificación, colocando los pipiltin antes de los calpullec y hablando de estos junto a los macehualtin, dentro de una estructura comunal. Finaliza con los mayeque, a los que habrá que dedicar unas palabras. Convierte, como se ha hecho costumbre, a los que para Zorita eran señores, en miembros de una comunidad elegi­dos por sus compañeros. Incurre también en un error reiterado (Berdan, 1982:56) al señalar que si un macehualli dejaba de cultivar sus tierras dos años consecutivos, la tierra revertía al calpulli. Lo mismo ocurría si se iba a vivir a otro calpulli o cometía un crimen. El texto de Zorita es ligera­mente diferente:

El que tenía algunas tierras de su calpulli, si no las labraba dos años por cul­

pa y negligencia suya, y no habiendo causa justa, como por ser menor,

huérfano, ó muy viejo, ó enfermo, que no podía trabajar, le apercibían que

las labrase á otro año, y si no, que se darían a otro, é así se hacía (Zorita,

1891: 95).

Esto lleva a Castillo (1984: 77) a decir que podían dejar de labrar la tierra un período máximo de tres años, sin referencia a las causas ni al apercibimiento.

Como se ve, tanto las causas "justas" como el apercibimiento han desaparecido en las citas contemporáneas. Se presenta la pérdida de tie­rras como algo automático.

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El c a l p u l l i

Uno de los elementos más discutidos de la organización social del Mé­xico antiguo es el calpulli. Su significado preciso no es conocido, pro­

bablemente porque no existe. La palabra designa tanto unidades de parentesco como grupos territoriales, e incluso subdivisiones de ellos, además de poder presentar variantes regionales. Zorita, nuevamente, es una de las fuentes más utilizadas para su definición y precisaremos qué es lo que nos dice y qué uso se ha hecho de ello.

Monzón (1983: 43-44) al hablar de la división de labores, coloca con los pipiltin a los señores de los calpulli. Insiste en considerar al calpulli como un clan ambilateral pese a párrafos como el que sigue:

Resulta de lo anterior que el heredero legal del jefe del calpulli era en estos

casos pariente del anterior, aunque no necesariamente su hijo: posible­

mente se puede decir que los parientes del jefe de calpulli eran principales,

que estaban en posibilidades de ser tributados como jefes si llegaban a ser

de esta categoría y que no todos lo lograban. Sin embargo, existe la certeza

de que gozaban de los tributos el jefe del calpulli sus esposas e hijos (Mon­

zón, 1983:47).

Parece que la idea de Monzón es que los principales no forman parte del calpulli y por eso no se rompe su carácter comunal por la presencia de dirigentes (véase Monzón, 1983: 60-63; 69-70).

Katz (1966:123 y ss.) cambia también el significado de los señores de los calpulli. Para empezar, los llama el "cuarto grupo de la nobleza a que alude Zorita" (p. 138). Y son el tercero en una enumeración que parece encerrar un orden jerárquico. Tras ponerlos al final, opina de ellos.

Apenas puede designárseles como nobles, eran la antigua aristocracia tri­

bal, en cuyas manos estuvo originalmente el mando de la tribu y que fue re­

legada por la naciente nobleza guerrera, quedando sus atribuciones muy li­

mitadas (p. 138).

Al contrario de la nobleza, su poder no se apoyaba en el señor sino en

las viejas tradiciones del calpulli (p. 138).

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R _E ^ A ___C I____ O N ___E____S_________7 O

Junto a los calpulleque había otros nobles, los tecuhtles, nombrados por

el gobernante para cada calpulli como representantes del Estado y a quienes

se les asignaban las siguientes obligaciones: "enviar a los trabajadores a las

sementeras o a otros trabajos que se hagan en común, como por ejemplo,

para la preparación de las fiestas y otros servicios del señor. Y para este

objeto estaban repartidas las sementeras y los barrios entre los nobles

(p. 138-139).

En el capítulo que dedica al calpulli (pp. 117-121) tergiversa la infor­mación de Zorita para aceptar la tesis de Bandelier de que eran clanes patrilineales, aunque cuestiona el carácter exogámico que aquél les da. La discusión de la tenencia de la tierra sigue los mismos derroteros. Niega la propiedad privada y llega a identificar la tierra de los calpulli con las pillalli, idea que pudo tomar de Monzón.

Castillo (1984: 73) especifica, basándose en Zorita, las características de los calpulli pero no hace referencia a que tuvieran un señor.

Una opinión diferente tiene González Torres (1981: 73):

Creemos que se puede decir con bastante certeza que cuando llegaron los

españoles al Valle de México, la mayoría de los habitantes de éste, o sea los

macehuales, súbditos o trabajadores directos, pertenecían a unidades eco­

nómico-administrativas llamadas calpulli. Consideramos al calpulli como

una unidad económico-administrativa, ya que no se ha podido comprobar

que fuese ninguna otra cosa. Estaba formado por un número determinado

de familias, aparentemente nucleares, y un jefe administrativo.

Suponemos que la unidad territorial calpulli era otorgada a un grupo de

jefes de familia que podía tener o no afinidad étnica o de otro tipo, y al fren­

te de la cual estaba el tecuhtli (Zurita 1941:86; Torquemada: II, 544) o el repre­

sentante del calpulli, a quien Zurita (Ibid) llama calpullec o chinancallec: "La

tercera manera de señores se llamaba o llaman calpúllec o chinancallec en

plural, y quiere decir, cabezas o parientes mayores que vienen de muy anti­

guo". Pero estos términos usados por Zurita se prestan a confusiones, pues

el mismo nombre se da a los miembros del calpulli y a su representante.

Es probable que a veces coincidieran el tecuhtli y el representante del

calpulli, pero la diferencia entre ellos estriba en que el primero era designa­

do por el señor y el segundo por los miembros del calpulli.

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Aparecen aquí ya los tetecuhtin encabezando los calpulli pero no inte­grados en ellos. Continúa la tendencia a considerar que la mayoría de la población era de este tipo, sin aportar pruebas ni reflexionar cómo de­bían ser las cosas en una región sometida a diferentes conquistas, en la que pretendemos que se conserve la organización que consideramos originaria.

En cambio, tenemos testimonios de lo contrario, a los que hacemos mucho menos caso:

otras tierras que son las del tercer genero que eran tierras llamadas callpu-

llalli que parescia tener Alguna particularidad y son las tierras de dentro de

los pueblos y varrios por la Mayor parte sucedían los hijos y no se las qui-

tauan sino por delito y esto no porque ellos tuuiesen propiedad en las tier­

ras porque como los señores eran tiranos dauan todas las tierras y vasallos

y quitauanlas y a ellos A su voluntad y asi no eran propiciamente señores o

dueños de las tierras sino terrazgueros o solariegos de los señores de mane­

ra que se podra dezir que todas las tierras Montes y campos todo estaua a

Voluntad de los señores y era suyo porque lo tenían todo tiranizado y asi

biuian A biua quien ven^e y lo que ganauan todo lo Repartían los señores

entre si (ag í Patronato 20, no. 5, ramo 22: 266r).2

Para el desconocido autor de esta relación, los calpulli son las subdi­visiones de los pueblos, lo que ciertamente está comprobado, pero las tierras están en manos de señores que las reparten a individuos. No hay ninguna mención de comunidad.

Berdan (1982: 59-63) también rompe el modelo de Zorita citándolo como fuente. Habla de tlahtoque, tetecuhtin , pipiltin nobleza provincial, macehualtin y organización del calpulli y es en este último apartado donde habla del calpullec, tras haber mencionado la asociación entre tete­cuhtin y calpulli.

From among its members each calpulli elected a calpullec, or calpulli head-

man. This office had to be occupied by a principal who was an "eider", but

2 Reproducimos el documento completo en el Apéndice.

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no necessary of noble descent. Although the calpullec was elected, it was

considered prefereable for the position to stay in the same family over ge-

nerations. In his role as protector of the calpulli, the calpullec was asisted

by a council of elders. (Berdan, 1982: 58).

Sigue la interpretación "tradicional" -y errónea en términos de Zo- rita- sin citar, comentar o aprovechar las ideas de Carrasco (1978) que veremos a continuación, expuestas en un seminario impartido en 1976, en el que ella estuvo presente.

Pedro Carrasco es autor de un considerable número de estudios so­bre la organización social indígena. En ellos ha discutido el significado del término calpulli (Carrasco, 1971: 363-364) y su papel como unidad político-territorial. También se ha ocupado de los diferentes casos en que se usa el término y como en ocasiones se identifican los calpulli con casas nobles (Carrasco, 1976:32). De hecho, él ha publicado parte de un documento donde ocurre precisamente éso: Un tecuhtli aparece como cabeza de un calpulli que no constituye un linaje o clan, sino una enti­dad territorial en la que vive gente procedente de diversos lugares que tributan a su señor (Carrasco, 1972). Veamos ahora qué dice en referen­cia a la información de Zorita:

Fundándose en la obra del oidor Zorita, se ha generalizado en casi todos los

estudios de la sociedad prehispánica el concepto de calpulli como comuni­

dad campesina igualitaria con base en el parentesco; incluso se ha pensado

que el calpulli fuera un clan. Desde el punto de vista económico el calpulli habría sido una corporación en posesión comunal de la tierra distribuida

igualitariamente entre sus miembros para el uso familiar. Aunque la

descripción de Zorita contiene rasgos de este tipo, preciso es reconocer que

las interpretaciones modernas han estado influenciadas por los conceptos

que surgieron en la antropología del siglo xix, que interpretaron a las comu­

nidades campesinas como restos de un supuesto comunismo primitivo, y

que consideraron al clan característica universal de todas las sociedades

primitivas, ambas ideas hoy día insostenibles.

Los estudios más recientes demuestran que hay que corregir ese cuadro

y que, sin desechar los datos de Zorita, hay que buscar interpretaciones

algo distintas a las que han prevalecido hasta ahora (Carrasco, 1978: 37).

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R E L A C I O N E S 7 O

Continúa Carrasco comentando los significados de la palabra, para volver a comentar las palabras de nuestro oidor:

Los informes de Zorita no explican claramente de qué tipo de unidad social

se trata aunque, como las funciones que describe atañen a la tenencia de la

tierra y el tributo, se ha pensado siempre que describían comunidades cam­

pesinas. A este respecto los estudios recientes sugieren un mayor control de

la división de la tierra dentro de las aldeas por parte de las autoridades po­

líticas de lo que se había pensado, y que tanto Zorita como los autores mo­

dernos crearon un cuadro idealizado que oscurece el control efectivo de la

distribución de la tierra desde niveles superiores de la sociedad y el uso de

la organización local del calpulli como órgano local de la administración

para la recolección del tributo y el reclutamiento de trabajadores. Hay otras

fuentes que insisten más que Zorita en el fuerte control de los campesinos

ejercido por sus señores (Carrasco, 1978: 38).

Concluye Carrasco con un largo párrafo de Hernán Cortés (1538: 540-541) sobre la organización de los barrios, y remata afirmando que los barrios, calpulli, o como queramos llamarlos, son "una unidad cor­porativa con administración comunal de la tierra y responsabilidad colectiva por el pago de tributos; se ve, sin embargo que se trata de una unidad loca.l administrada desde arriba, más que de una comunidad democrática de tipo 'tribar" (Carrasco, 1978: 39).

Hay un problema de "baile de datos", aplicando las afirmaciones de las fuentes a unos sitios u otros, sin verificar su procedencia y su exten­sión. Un ejemplo de discusión de estos problemas y de análisis de un término conflictivo que procede de Zorita -m a yeq u e - es el estudio que Carrasco (1989) dedicó a estos trabajadores. De hecho, el problema ya fue señalado por García Icazbalceta en la introducción al volumen en que aparece el texto de Zorita, pero referido al de Juan Bautista Pomar (1891: x-xi):

Es un trabajo concienzudo sobre un señorío particular, de los que tanta falta

hacen para esclarecer algo nuestra historia antigua, muy embrollada y con­

fundida, sobre todo en punto á instituciones, por aplicar á una tribu lo que

corresponde exclusivamente a otra vecina. (Este breve juicio acerca de Po-

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mar no es mío, sino de persona tan competente como el P. Aquiles Gerste,

quien, cuando residía en Puebla, me lo comunicó en carta particular).

Hora es ya de ocuparse directamente de lo que dijo Zorita, en las pá­ginas 93 a 98 de la edición de 1891, a las que remitimos al lector para de­dicarnos aquí a comentarlo.

En primer lugar, en la edición de García Icazbalceta, que nosotros se­guimos, aparece repetidas veces calpullec y chinancallec como plurales. Las demás ediciones, que derivan de ésta, ofrecen la misma grafía. En cambio, en la copia que existe en la Academia de la Historia de Madrid (Colección Muñoz 26) dice claramente calpulles y chinancalles, por lo que comentarios sobre la confusión que supone el que Zorita llame lo mis­mo a los señores que a los grupos, no proceden, por tratarse de una erra­ta de imprenta.

En el texto de Zorita hay muchas alusiones a "comunidad" que han sido aprovechadas, como hemos visto, para destacar el papel de los gru­pos de parentesco en el México Antiguo. Pero también hay entreveradas con ellas muchas noticias sobre los señores y sus actividades.

Al comienzo, tras haber precisado la existencia de estos "barrios o li­najes", nos dice Zorita (1891: 93) que los calpulli se podían dar a los "se­gundos señores". Pensamos que se refiere a la segunda manera de seño­res, es decir, a los tetecuhtin, lo que cuadraría con los documentos que tenemos de Morelos. Esto no quiere decir que haya que identificar la casa de un tecuhtli con los calpulli o viceversa, pero sí que podían coin­cidir. Esto nos obliga a reflexionar sobre el carácter de los señores y sus diferencias de rango o categoría. También existían éstas en los linajes, como destaca Zorita al hablar de las tierras que poseían. En el mismo párrafo se dice que las tierras no eran en particular de cada uno del ba­rrio, sino del común. Cuando quedan vacantes por alguna razón, revier­ten a ese común, pero las reparte de nuevo el señor o "pariente mayor". La autoridad reside, pues, en una persona, que distribuye las tierras comunes en lotes particulares.

Confuso es el párrafo sobre la distribución de las tierras (Zorita, 1891: 94) donde después de decir que "jamás" se daban las tierras del calpulli a quien no fuera del barrio, procede a mostrar como se rentaban a los de otro barrio, continuando por afirmar que no se permitía que los

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de un barrio labren las tierras de otro, para evitar que se mezclen. Las razones para que se produjera la renta de tierras son las condiciones en que se producían. Para complicar aún más las cosas, el párrafo siguiente habla de cuando un vecino de un barrio se iba a vivir a otro. No queda claro cuál es el carácter del calpulli. De las palabras de Zorita se puede deducir que había gente en los barrios que tenían asignadas tierras, pero no de manera igualitaria ni con repartos periódicos, sino que trasmitían sus derechos de padres a hijos. Había también gente que tenía tierras en diversos barrios, por haberlas rentado, pero se supone que sólo pertene­cían a uno. Por último había forasteros asentados cuya pertenencia al calpulli no está definida. En realidad, Zorita habla de la salida del calpu­lli, pero no de la llegada a otro o de la reconversión a terrazguero, maye, etc. En la misma página podemos extraer textos sobre la exclusividad y sobre la movilidad del barrio, linaje o calpulli. Más adelante (Zorita, 1891:165) vuelve a afirmar que no se iban de un pueblo a otro.

Hay alguna confusión sobre los señores. Habla de que el principal no puede quitar las tierras, si no median las causas que hemos comen­tado más arriba. En cambio, es el encargado de distribuirlas, aunque aquí aparecen de pronto unos "viejos" de los que antes no se había ha­blado, y que pueden ser el origen de los "consejos de ancianos" que al­gunos autores mencionan. Zorita (1891: 95) dice que el pariente mayor obraba "con parecer de otros" y que no hacía cosa alguna sin él, pero más adelante (1891: 97) vemos cómo se realizaban las "juntas": en su casa y a su costa, con generosidad de comida y bebida porque "es nece­sario para los tener contentos é quietos". Más parece un "consejo de fa­milia" donde manda il padrone.

Zorita nos descubre al final de la página 95 su interés por especificar los tipos de tierras: los españoles se entran en ellas y esto ocurre por no entender que los calpulli las tienen en común.

Retoma a continuación la narración sobre los señores y nos habla de los que rigen los calpulli. Encontramos que ha de ser del barrio y no forastero y principal. Habla de que "lo eligen" pero no creemos que deba ser entendido como índice de democracia, pues no menciona quiénes eran los electores. De nuevo, en la sucesión, se puede partir el párrafo que la describe en dos que afirman cosas casi contrarias (Zorita,

1891: 97):

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[...] y no por sucesión, sino muerto uno eligen á otro, el más honrado, sabio

y hábil á su modo, y viejo, el que mejor les parece para ello.

Indicación "democrática". Pero veamos la continuación:

Si queda algún hijo del difunto suficiente, lo eligen, y siempre eligen pa­

riente del difunto, como lo haya y sea para ello.

Bastante diferente el panorama: la tendencia es a una herencia no por primogenitura, pero sí dentro de la familia, extremo que está confir­mado en los lugares donde tenemos listas de sucesiones y en diversos testamentos de la época colonial.

Lo que recibían como pago, regalo o tributo estos señores era simi­lar a lo de los tecuhtli (véase Zorita, 1891:155-156).

El hecho de que muchas veces se llame a este principal "pariente mayor" puede haber conducido a la teoría del clan. De hecho, en el cal­pulli de Molotecatl tecuhtli (Carrasco, 1972) hay parientes próximos del señor, parientes lejanos y gente que no tiene relación de sangre con él, algunos de ellos inmigrantes recientes, con obligaciones distintas en cada caso. Si comparamos los derechos y obligaciones, así como la suce­sión de los tecuhtli y los calpullec encontramos que son casi idénticas, aunque Zorita se explaya mucho más en las segundas. La insistencia en la elección del más apto puede ser una influencia franciscana, pues esta orden trabajó activamente para colocar como señores de los pueblos a los muchachos criados en los monasterios, como destaca entre otros do­cumentos, la Información de 1554, que también es una respuesta al cues­tionario de 1553.

El último párrafo destinado a los calpulli es muy sabroso. Los que claman por las tierras que los españoles, mestizos y mulatos están ocu­pando son los principales. El problema parece ser que "aquellos á quie­nes se adjudican las venden y enajenan en perjuicio del calpulli" (Zorita, 1891: 98). De nuevo parece estar el oidor muy preocupado por los se­ñores. Para los compartamientos de los distintos grupos sobre las com­pras, ventas y otras transacciones de tierras es muy interesante el traba­jo de Prem (1988).

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Uno de los problemas principales para el investigador es poder de­terminar los porcentajes de cada tipo, para poder caracterizar la socie­dad. Zorita (1891:155) dice que había muchos calpulles pero también ha­bía muchos señores, como se ve en el documento que transcribimos en el Apéndice. Seguramente había variantes regionales, pero aún estamos lejos de poder precisar las cosas. También nos da problemas el que haya calpulli con tecuhtli. ¿Cómo podemos diferenciar unos de otros? Las pos­turas están encontradas, pues para algunos no hay por qué hacer ape­nas diferencias y para otros son muy importantes.

Aún habla Zorita tras el calpullec de una cuarta manera de señores (1891: 98), lo que nos inclina a sostener que él tenía muy claro cuál era el régimen de los calpulli y en dónde residía su autoridad. La localiza­ción dentro del texto, y la agrupación de todos para aclarar el poder y jurisdicción que tenían, así lo indica.

Y como uno debe ser fiel a sus principios y hemos comenzado por la intención de dar al César lo que le pertenece, veamos una larga cita de un autor que comprendió y siguió el modelo que le ofrecían:

El calpulli era simplemente una subdivisión de la ciudad azteca, entendida

esta palabra en el sentido de "polis"; era una mera unidad de la organiza­

ción social, de los mexica, que, como tal, reflejaba la constitución política,

jurídica, económica, religiosa, etc., del todo de que formaba parte integran­

te, es decir, de la sociedad mexica.

Muy lejos estaba la organización interior del calpulli de tener un ca­

rácter democrático; pues si bien es cierto que el calpullec o chinancallec era

nombrado por elección, también lo es que la elección no podía recaer en

cualquiera persona, sino que, según Zurita, que constituye la principal

autoridad sobre este punto, "había de ser muy principal y hábil". Al hablar

del calpullec este mismo autor, no dice que fuese un simple oficial del Con­

cejo de huehues, sino que lo considera parte constitutiva de la tercera clase de señores.m

El candidato a calpullec, a más de ser vecino del calpulli, tenía que ser

escogido entre los principales, es decir, entre las clases privilegiadas; era

88 Pomar y Zurita, ob. cit., p. 93.

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además el cargo vitalicio e indirectamente hereditario, supuesto que a su

muerte elegían a su hijo si era apto y solamente que no tuviese pariente

nombraban a un extraño.1"'

En cuanto al Concejo de huehues de que nos habla Bandelier, muy lejos

estaba de tener para la organización social de México la trascendencia que

él supone. Dada la ninguna significación que desde el punto de vista del

significado meramente político tenía el calpulli para la marcha y desenvol­

vimiento integral de la sociedad mexicana, dicho Concejo debe ser conside­

rado como una simple junta vecinal, revestida de una autoridad muy limi­

tada y sin más atribuciones que las relativas al aseguramiento del orden y

la buena inteligencia entre los miembros del calpulli. De ninguna manera

podemos ver con Mr. Bandelier en el Concejo de huehues el órgano de go­

bierno de una agrupación autónoma e independiente, pues ya veremos más

adelante cómo todos los habitantes de la ciudad de México estaban subor­

dinados directa y priumordialmente a la autoridad central, encabezada por

el tlacatecuhtli, que ejercía su poder sobre toda la nación (Moreno, 1962:

87-88)

Con la salvedad de aceptar la descripción del calpulli como poseedor de tierras para Tenochtitlan, el resto se adecúa a lo que el oidor contó. Y el problema de la tierra en Tenochtitlan no fue puesto de manifiesto hasta unos 40 años después de la aparición del libro de Moreno.

El t r i b u t o

La información que Zorita nos proporciona sobre los tributos presenta también algunos puntos dudosos. En primer lugar, describe los tribu­tarios y mezcla los elementos clasificadores. Cuatro son las maneras de tributar: los teccallec, que lo hacen a los tetecuhtin ("segundos señores"), los calpulles que lo hacen al señor supremo, labrando una sementera a su principal, los mercaderes y oficiales y los tlalmactes o mayeques (Zori­ta, 1891:155-156). La tercera forma resulta entreverada con las dos pri­meras:

w Ibidem. pp. 74 y 79.

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[...] y estos andaban también con los calpullec y con los teccallec, porque de

todo género de gentes había en cada barrio. (Zorita, 1891:156).

Lo mismo le ocurre algo más adelante al mencionar las transforma­ciones:

Las dos maneras de tributarios primeras, que son teccallec y calpullec, que es

todo el común, como está dicho, y los mercaderes y oficiales que entre ellos

hay y son de estos barrios y calpullec, se han convertido en tributarios de

V.M. y de encomenderos particulares (Zorita, 1891:157-158).

Nos quedan los mayeque. Su existencia aparece en casi todas las obras sobre organización social, y la fuente es Zorita. Es conveniente repasar primero lo que él dice y comentar algunos puntos a la luz de otros documentos.

Otra y cuarta manera había de tributarios que llaman tlalmactes ó mayeques, que quiere decir labradores que están en tierras ajenas, porque las otras dos

maneras de tributarios todos tienen tierras en particular ó en común en su

barrio-ó calpulli, como queda declarado; y estos no las tienen, sino ajenas;

porque á los principios cuando repartieron la tierra los que la ganaron,

como se ha dicho, no les cupo á estos parte, como sucedió cuando la ganaron

los cristianos, que á unos cupo tierras é indios, y á otros ni lo uno ni lo otro.

No se podían ir estos mayeque de unas tierras á otras, ni se vió que se

fuesen ni dejasen las que labraban, ni que tal intentasen, porque no había

quien osase ir contra lo que era obligado; y en estas tierras sucedían los hi­

jos y herederos del Señor dellas, y pasaban á ellos con los mayeque que en

ellas había, y con la carga y obligación del servicio y renta que pagaban por

ellas, como lo habían pagado sus predecesores, sin haber en ello novedad

ni mudanza; y la renta era parte de lo que cogían, ó labraban una suerte de

tierra al Señor, como era la gente y el concierto, y así era el servicio que da­

ban de leña y agua y para casa.

Estos no tributaban al Señor supremo ni á otro, si no era al Señor de las

tierras, como se ha dicho, ni acudían á las sementeras que se hacían de co­

mún, porque en lugar del tributo que al Señor debían, daban al señor de las

tierras que labraban lo que está dicho, y las tenían y nombraban por suyas,

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porque tenían el dominio útil, y los dueños el directo; y esto de tiempo

inmemorial y de consentimiento de los Señores supremos, y á estos acudían

á servir solamente en tiempo de guerra, porque entonces ninguno había ex­

cusado, y tenían sobre ellos la jurisdicción civil y criminal.

Cuando el Señor muere y deja hijos, está en su mano repartir sus tierras

patrimoniales y dejar á cada uno de ellos los mayeques y tierras que les pa­

reciere, porque no son de mayorazgo, y lo mesmo los demás que tenían tie­

rras y mayeques (Zorita, 1891:156-157).

Primero dice que no tenían tierra y después que tienen el "dominio útil" y "las tenían y nombraban como suyas". Si comparamos la des­cripción de estos mayeque con la de los teccallec nos encontramos con un parecido enorme. Y los teccallec tributaban a los tetecuhtin. Podemos cer­rar el círculo recordando que algunos tetecuhtin eran señores de un calpulli. ¿Qué nos queda, entonces, de la clasificación de Zorita? Una de las cosas que él no comenta pero que se puede deducir de su descrip­ción del calpulli y de sus repartos de las tierras, es que podía haber situa­ciones mixtas. Hemos comentado esa posibilidad en otro lugar (Rojas, 1986: 117-120) y a él remitimos al lector interesado. Sí comentaremos aquí el problema de la movilidad. Hemos de recordar que Zorita afirma que no la tenía ninguno y también nos da pruebas de lo contrario. Hicks (1979) ha discutido el problema y en Carrasco (1972) encontramos tam­bién gente que cambia de lugar. Por último, Zorita (1891: 158) no dice que estos mayeque eran los únicos que habían quedado en manos de los señores y estaban en sus tierras patrimoniales para acotar en seguida esa afirmación: "pero ya todos están desposeídos de ellos, como adelante se dirá". Y lo que se dice (Zorita, 1891:162) es prácticamente lo mismo.

Por si fuera poco, más adelante aparece una categoría nueva, los renteros:

Los renteros que están en tierras ajenas pagan por ellas renta al señor de

ellas, como se conciertan, y son diferentes de los mayeques, porque toman á

renta las tierras por un año ó dos ó más, y no dan otra cosa al señor de ellas,

porque al Señor universal ó supremo acuden con el servicio que los demás,

y ayudan á las sementeras que para ellos se hacen, que es el tributo. (Zorita,

1891:167).

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Un resumen de su clasificación se ve en la respuesta al capítulo vil (Zorita, 1891:167-168). Recomendamos ver Carrasco (1989) para una dis­cusión pormenorizada de los distintos tipos de trabajadores agrícolas.

Al describir los exentos, nos aclara que lo que tributan los labrado­res es, precisamente, labrar las milpas de su principal o del señor supre­mo, y dar el servicio de agua y leña (Zorita, 1891: 159). Nos debemos preguntar en este momento cuál era entonces la diferencia de los com­ponentes del barrio que "sólo" hacían una sementera para su principal y los demás.

Un párrafo en la respuesta a la primera pregunta y que corresponde a un tema de capital importancia, entra en flagrante contradicción con las Relaciones Geográficas y con las tasaciones de muchos pueblos:

En lo que los súbditos tributaban había orden y concierto, y cada provincia

y pueblo tributaba según su calidad y gente é tierras que tenían, porque

cada pueblo ó provincia tributaba de lo que en ella se cogía y labraba, sin

que fuese necesario salir á lo buscar fuera de su natural, ni de tierra caliente

á fría, ni de fría a caliente (Zorita, 1891:160).

Algunos textos, como Sahagún (1975: 470) apoyan esta afirmación, pero los documentos ya mencionados y otros, como el Códice M endoza o la M atrícula de Tributos dejan claro que sí se pagaban productos de otras regiones. Un caso evidente es el de las mantas de algodón. La mayoría de las provincias las pagaba y casi ninguna producía la materia prima. De hecho, una vez más, el oidor se contradice en la página siguiente al comentar, precisamente, el caso del algodón. Otro problema relaciona­do es el de los mercaderes. ¿Cómo debemos contabilizar los productos de su oficio?

La cuantía del tributo es poca, sobre todo el gravamen sobre cada uno. En la p. 160 dice que no se repartía el tributo por cabezas, reitera (p.161) que se siembran las sementeras, pero en la 163 valora lo que daba cada tributario: "de tres a cuatro reales". No explica cómo ha lle­gado a esa conclusión ni qué pasaba cuando se perdía una cosecha.

Insiste mucho en el no reparto por cabezas, pese a la existencia de mercaderes y oficiales, y la "renta" que pagan mayeque y renteros. La ra­zón es lo pernicioso que es para la tierra:

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R E ^ A C L_ O _ N E S _ J7____0

No se pagaba el tributo por cabezas, ni tal se usó entre ellos, como está di­

cho, é así la cuenta que de pocos años á esta parte se hace para repartir el

tributo por cabezas ha causado gran desasosiego y escándalo, como adelan­

te se dirá más largo (Zorita, 1891:167).

El tributo ha sido motivo de abuso por parte de los españoles y esto ha sido de mucho menoscabo para los indios, pero la culpa es de los avariciosos novohispanos, no de la monarquía, pues las leyes son obe­decidas y no cumplidas:

Qué de provisiones, qué de cédulas, qué de cartas envió el Emperador,

nuestro señor, que está en gloria, y cuántas y cuán necesarias envía cada día

V.M. y cuán poco les vale y aprovecha todo, antes cuantas más leyes y pro­

visiones van, tanto peor es para ellos, por los falsos y cavilosos entendi­

mientos que les dan, trayéndolos por fuerza a su propósito. Cierto me pare­

ce que cuadra muy bien lo que un filósofo solía decir, que así como donde

hay muchos médicos y medicinas hay falta de salud, ansí donde hay mu­

chas leyes y jueces, hay falta de justicia. Leyes abundan, jueces sobran, Vi­

rreyes, Gobernadores, Presidentes, Oidores, Corregidores, Alcaldes mayo­

res y un millón de tenientes y otro de alguaciles; pero no es esto lo que los

indios han menester ni lo que ha de remediar su miseria, antes cuantos más

son más contrarios tienen [...] (Zorita, 1891:184).

Y aparece poco después la queja personal:

[...] y si es amigo de favorecer los indios y los Religiosos, que son correla­

tivos y lo uno depende de lo otro, sólo esto basta para ser á todos odioso y

aborrecido, porque solamente se pretende el provecho de los españoles, y á

su parecer va poco en que los tristes y miserables indios mueran é se

acaben, dependiendo como dependen de ellos todo el ser y sustento de la

tierra (Zorita, 1891:185).

A continuación idealiza la sociedad prehispánica.De nuevo encontramos las inexactitudes de Zorita en la manera de

hacer las tasaciones de los indios. Continúa con su partidismo, sin en­trar en consideración de lo que indican sus propias palabras. Así, encon­

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tramos que los encomenderos consiguen que las tasaciones sean hechas por quien ellos quieren, para que los indios paguen más tributo

[...] y para ello notifican primero la provisión al gobernador, alcaldes y regi­

dores, que están ya hablados por el encomendero, sobornados y cohecha­dos las más veces (Zorita, 1891:186).

Aunque ya dijo antes que son los "recién llegados" los que más ve­ces actúan en contra de sus comunidades, arrastrando a algunos señores al mismo proceder, seguimos teniendo evidencia de la "falta de soli­daridad" de estos indígenas. Hay que analizar con quiénes se identifi­caban los grupos de poder, si con sus vasallos o con los nuevos señores. Los caciques tenían un comportamiento variado. Sin salir del tributo encontramos distintos procederes:

[...] y había grandes engaños, porque muchos caciques y principales por te­mor ó por hacer placer á sus encomenderos, decían que podían dar lo que daban, y aun se alargaban más [...] (Zorita, 1891:186).

Todo el párrafo que contiene esta frase está tomado de otros autores: aparece textualmente en el Parecer de M otolinía y Olarte (1975:231). Más adelante, en cambio, se esconde la gente para hacer la cuenta para la tasación:

Demás de los inconvenientes dichos que resultan de la cuenta, y de otros que se pudieron decir y que cada día se descubren, es uno no menor que los demás, y es que los que van á contar hacen exhibir ante sí los padrones que tienen los gobernadores, alcaldes y regidores, y tequitlatos, que son los que tienen cuenta con los barrios, y reciben de ellos juramento si están ciertos y verdaderos é que no encubrirán tributarios, y júranlo así. Acabada la cuen­ta, toman á tomarles juramento, y casi siempre se perjuran y piensan que les es lícito esconder algunos, ó para ellos ó para suplir las faltas de los tri­butos, y porque dicen que son sus tributarios; y aunque muchas veces cons­ta del perjurio, no se trata de ello, como no se pretende más que buscar tri­butarios; y también hay grandes perjurios en la posibilidad y calidad de la

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tierra, y sobre la gente que hay, en las informaciones que para ello se hacen

por el encomendero y por parte de los indios (Zorita, 1891:192).

Nuevamente Zorita no nos aclara cuál era la costumbre y en benefi­cio de quién. Tampoco dice nada de las cuantías. En algunos documen­tos tenemos información al respecto, que no debe ser tomada como pa­radigma, sino como muestra. En la Real Academia de la Historia de Ma­drid hay varios documentos relacionados con la cuenta de Cuernavaca (Oidores de México 1531, 1533, Presidente e Oidores de México 1532, Declaración de Pinturas 1533). En ellos aparece que los señores natu­rales encubren la verdad y no se encuentra una quinta parte de los vasallos que se cree que hay (Oidores de México 1531:32r). Las diferen­cias son muy notables:

Para inquirir los vasallos del Marqués en Coadnaguaca i los otros 4 p[uebl]‘K

del valle, embiamos indios de aqui secret[amen],e so color de mercaderes; i

trugeron por pintura que hai en Coadnaguaca i Guastepeque e Acapistla e

los otros pu[ebl],,s de aquel valle casi 20 000 casas, i dicen q[ue] en las mas

viven 2,3,4, i 5 casados con sus mugieres] e hijos: i q[ue] sola Cuadnaguaca

tiene 82 estancias, quando aun los no amigos del Marques ponen solo 17 i

lo q[ue] mas 30. El Visitador q[ue] en Coadnaguaca hai 60 casas, i los indios

traen pintadas 2180 i a esse respecto (Presidente e Oidores de México 1532:

115v-116r).

La recomendación fue no variar lo establecido en defensa de males mayores:

Lo de numerar sus vasallos tiene tantos inconvlenien]*5 q[ue] por ahora

mejor es q[ue] goze de lo q[ue] tiene, q[ue] exponerse a notable daño con la

cuenta (Oidores de México 1533:314r).

Pedro de Feria (1987:489-491) describe un pleito en Chiapas por 200 tributarios "escondidos" denunciados por un indio que fue nombrado alcalde. Sus paisanos alegan no existir tales tributarios, sino haber sido una cuenta que incluyó a los exentos de tributo.

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Zorita opina que establecer el tributo por cabezas es un gran error y agravia mucho a los indios. Entre los males están los gastos de los plei­tos que engendran las reclamaciones, cubiertos mediante derramas (Zo­rita, 1891: 188). Algunos viven a costa de los pueblos, pero son "mace- huales que se han hecho mandoncillos, alcaldes ó regidores ó alguaciles, y no son Señores naturales" (Zorita, 1891:188).

Una de las razones para estar en contra de la capitación es la injus­ticia de que paguen lo mismo ricos que pobres (Zorita, 1891: 197), aunque precisa que la diferencia de peculio es pequeña entre unos y otros. No sabemos en qué piensa Zorita. Poco antes se ha quejado de que conviertan a los principales en tributarios y ahora afirma que la di­ferencia de hacienda es pequeña. Estudios como el de Martínez (1984) para Tepeaca, donde hay señores con más de 8 000 hectáreas de tierra nos demuestran que las diferencias podían ser grandes. Este de la igual­dad puede ser otro de los mitos de la sociedad indígena antes y después de la llegada de los españoles.

En seguida hace Zorita una reflexión atinada que nos obliga a plan­tearnos varias interrogantes:

Antes que se pase adelante referiré algo de lo que V.M. tiene proveído en

este caso, y es que V. M. manda que á los caciques y Señores naturales se les

den los tributos y servicios que en tiempo de su infidelidad solían llevar,

con que no sean excesivos ni tiránicamente impuestos; y si lo fueren que se

los tasen y moderen; y por otra parte manda V.M. que á los encomenderos

se les tasen los tributos, como buenamente se puedan sustentar sin per­

juicio y vejación de los indios, guardando en esto lo que en su favor está

proveído y mandado: y por otra parte tiene V.M. asimismo mandado que

los tributos sean moderados, y menos que pagaban en tiempo de su infi­

delidad, para que conozcan la voluntad que V.M. tiene de les hacer merced;

y esto parece que implica contradicción, porque pagando á los caciques y

Señores lo que se les debe, y al encomendero los tributos que se tasaren,

cómo puede ser menos que lo que daban en su infidelidad á sus caciques y

Señores, sino más que doblado (Zorita, 1891:197-198).

No aparece aquí el tributo al Señor Universal. Uno de los problemas que ha sido tratado pocas veces es el de la sustitución del tributo pre-

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hispánico por el colonial. No sabemos aún con precisión cómo se pro­dujo el cambio y a qué tributo suplantó el español, si lo hizo con alguno. En otro lugar (Rojas, 1993) hemos discutido algunas ideas sobre ésto, que necesita un estudio más profundo.

Otro problema en el que Zorita tercia es en el tipo de tributo. Opina que debe ser de lo que se coge en el pueblo y que es "grandísimo agravio" que tributen en dinero (Zorita, 1891:200-201), pues salvo en las zonas próximas a los españoles, obliga a los indios a salir a buscarlos fuera de sus casas. Y algunos no vuelven "de desesperados o porque se amanceban y andan viciosos" (Zorita, 1891: 201). Y los que se quedan han de responder de todo el tributo.

Zorita hace propuestas concretas que es necesario considerar. Hay que preguntarse quiénes son los beneficiados en esa propuesta. Parece que los indios de abajo no. En primer lugar, se les trata de obligar a be­neficiar la tierra en vez de dedicarse a otras granjerias, de mayor prove­cho, como se deduce del propio Zorita (1891:210). Claro que hay que es­timular la producción. En otros documentos se ve la misma queja y las noticias del encarecimiento son claras. Un documento de Sevilla (AGI Patronato 181, ramo 20) nos presenta una información hecha en 1551, a pedimento de Luis de Velasco, es decir, poco antes de la llegada de Zorita que trata de ello. Dado su interés por los dineros, no es de extrañar que se muestre preocupado por este asunto. También encon­tramos que van a pagar tributo a la comunidad, a sus señores y al en­comendero. Por lo menos, se libran de la Iglesia, cuya parte será descon­tada del monto total. Los señores, en cambio, cobrarán el salario de los cargos que ocupen, verán cultivadas sus sementeras, y se repartirán la mitad de los nueve décimos del tributo. Lo que no explica Zorita es cómo se procederá en los pueblos donde haya mercaderes y agricul­tores, por ejemplo. Su imagen es simplista y descubrimos la sibilina introducción del diezmo a los indios, pues los señores lo pagarían aunque en forma indirecta, y la supervisión de los religiosos: una vuelta al pasado, con los señores como guarda de la tierra y los religiosos como supervisores. Y con la novedad de conservar esos títulos como go­bernador, alcalde, etc., que tanto daño habían hecho según el propio oidor.

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C o n c l u s i o n e s

Conocido y repetido en muchas ocasiones es el carácter tendencioso de la obra de Zorita. Además de los editores, otros autores lo han destaca­do, como Carrasco o como Broda, cuyas palabras reproducimos (Broda, 1979:63):

Pero hay que analizar las afirmaciones de Zorita críticamente, tomando en cuenta el ambiente intelectual de su época. Parece que el oidor fue influido por corrientes utópicas de su tiempo, e idealizaba en cierto modo las condi­ciones prehispánicas, motivado por su profundo deseo de contribuir a cam­biar las condiciones injustas de la sociedad colonial. En este contexto hay que entender su apología de una sociedad prehispánica justa en la que con­vivían armoniosamente señores y vasallos.

Parte de esa idealización es culpa nuestra. La armonía de señores y vasallos y la condición "justa" de su existencia ha sido aceptada por muchos, así como el interés en destacar el carácter común del calpulli. No hay palabras, sin embargo, para comentar una ausencia significati­va del texto del oidor: los esclavos o los miembros de la sociedad meso- americana que fueron identificados con ellos, los tlatlacohtin.

Creemos haber dejado claro el interés de Zorita por los indígenas, pero sobre todo por los Señores. El consideraba normal su existencia y creía firmemente que una parte considerable de los males llevados por los españoles consistía en la elevación de gente del común a cargos de responsabilidad. Ni él ni los autores contemporáneos parecen pensar que para quienes elevaron su condición social y económica durante la Colonia, la situación no debía parecerles "injusta". Y que precisamente en los comportamientos de muchas de esas personas podemos encon­trar algunas claves para el establecimiento y prosperidad del régimen colonial. De un régimen colonial distinto del que querían los fran­ciscanos y gente próxima a ellos, como don Alonso de Zorita.

Hemos aprovechado también para destacar el mal uso que se ha he­cho de Zorita, sacando frases de contexto y utilizando retazos de su mo­delo explicativo para construir otros completamente distintos. Cierto es

que el oidor no es nada claro en sus explicaciones, en las que se con­

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tradice a menudo, pero éso no debe constituirse en patente de corso para elegir por las buenas uno de los extremos y desechar el otro. Elegir sí, pero con fundamento, con apoyos en otras fuentes y con las mayores garantías posibles. Una cosa es Alonso de Zorita persona, con defectos y virtudes, intereses y pasiones, que escribió con intención y otra "el Zorita", mina de datos para los estudiosos del pasado, cuya obligación es entender al autor, verificar sus aseveraciones y comprobar si se pueden disgregar los elementos del sistema que el oidor relató.

A p é n d ic e

L a o r d e n q u e t e n í a n l o s y n d io s e n s u c e d e r e n l a s t ie r r a s y v a l d io s

El documento no tiene fecha. Aparecen anotaciones de otra letra que dicen:

- Arriba a la izquierda: "De los papeles de la uisita de los despachos del virrey"

- Arriba, al centro: "Cespedes"-Arriba, a la derecha, bajo la numeración: "Na españa"Hemos mantenido la ortografía y los atisbos de puntuación tal como

se presentan. Abundan las mayúsculas fuera de lugar y las hemos deja­do como estaban. El documento parece ser una copia, por las malas gra­fías en náhuatl y las dudas, como en la palabra achcacauhtin, que primero aparece claramente como "achcacaulitin" y después aparece correctamente escrita.

/f.266r/ Es de sauer q[ue] avia tres Maneras de tierras unas se llamauan

yaoclali que quiere dezir tierras de señorío y otras se llamavan calpulali que

quiere dezir tierras Particulares de pueblo o Varrio. Las tierras de guerra

que ordinariamente estauan en los mojones ni eran de nadie ni sucedía na­

die en ellas porque las ocupaua el señor q[ue] mantenía la guerra / quanto

A las tierras a las tierras del señorío no ay dificultad porque el señor las

daua y quitaua como le parescia y diuidia entre hijos y parientes / otras tie­

rras que son las del tercer Genero que eran tierras llamadas callpulali que

parescia tener Alguna particularidad y son las tierras de dentro de los pue-

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blos y varrios por la Mayor parte sucedían los hijos y no se las quitauan

sino por delito / y esto no porque ellos tuuiesen propiedad en las tierras

porque como los señores eran tiranos dauan todas las tierras y vasallos y

quitauanlas y a ellos A su voluntad y asi no eran propiamente señores o

dueños de las tierras sino terrazgueros o solariegos de los señores de mane­

ra que se podra dezir que todas las tierras Montes y campos todo estaua a

Voluntad de los señores y era suyo porque lo tenian todo tiranizado y asi

biuian A biua quien vence y lo que ganauan todo lo Repartían los señores

entre si

quanto Al modo que tenian En su jurisdi^ion y Elegion de Alcaldes y

Regidores que Elegían por los varrios unos /f.266v/ Particulares Principa­

les Cuyos nombres eran achcacaulitin que es nombre de offi^io como agora

lo son los aguaciles y estos tenian su aguacil Mayor en la cabecera El oficio

destos era prender a los delinquentes y traer A la carmel y cepos que los ten­

ian para los Manuales y común porque a los Principales hombres quando

delinquian enterrauanlos en sus casas y alli los sentengauan conforme Al

delito no avia ninguna otra Ele^ion porque para las cosas de la guerra y

Gouer[naci]on el señor nombraua siempre A los mas Viejos Principales y

esprimentados y tanbien Al aguacil mayor y este a los Menores de manera

que se podra dezir que los oficios se dauan por nombramiento y se qui­

tauan a voluntad de los señores Cuyo era todo.

y los castigos que hazian por la Mayor parte era matar o hazer esclauos

castigauanse sin misericordia adulterios hurtos traygion contra el señor y

omi^idios y las espias que cogían Los generos de muerte que dauan eran

diferentes porq[ue] A los comunes Ahorcauan despues de averíos tenido en

los cepos algunos dias y despues publicamente los matauan A los Principa­

les Matauan ordinariamente en sus casas a Vnos quebrauan las caberas y a

otros se las Cortauan tenian un genero de Castigo Rigurosso para en los

delitos Mayores Como Era conspiraron contra el señor porque a Estos des-

pedazauan biuos /f.267r/ Comentando de los dedos de miembro A miem­

bro las manos y pies y bracos y codos y lo mismo por adulterio con muger

del señor y derribauanles las casas como en tezcuco se muestran oy Algu­

nas de Hombres que eran Muy principales porque el s[eño]r de alli penúl­

timo que murió quatro Años antes que los españoles viniesen Mando matar

en un dia quatro^ientos Principales entre Hombres y mugeres que se ha­

llaron culpados en el Adulterio q[ue] cometio su muger Principal hija del

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señor de mexico llamado auicotzin predecesor de motenquma y los de me-

xico vinieron a matar A ella entre estos Muertos huuo personas Muy prenqi-

pales Cuyas casas y percas parece oy derriuadas y todos sus bienes y vasal­

los se aplicaron Al señorio no tenia nadie Autoridad de sentenciar A Muerte

sino era el señor porque los oficiales o aguaciles no seruian sino de pren­

der en las otras cosas que Requeria menor pena castigauan estos llamados

achcacauhtin porque para esto seruian de Alcaldes y por Muy pequeño

hurto Ahorcauan un hombre que es por majorcas de mayz A cuya causa

avia tanta seguridad, en esto que en todo lo descubierto desta tierra ni en

los tesoros de los señores jamas ubo llaue sino solamente Guardas no avia

otros oficiales de justicia aunque el Regimi[ent]o era de otra Manera,

que para las cosas de Gouierno, tenian los de sus Consejos que eran

personas Principales y tecuclis que en su modo eran Principales y caualle-

ros que nosotros llamamos y siempre eran viejos A los quales los señores

tenian en mucha beneracion y honrrauan y Respetauan como A padres con

estos comunicauan las cosas, /f.267v/ Arduas y de ymportancia y estos

nombrauan los propios señores Para las cosas de menor ymportancia como

son las cosas comunes de la República tenian otros a modo de Regidores

Mayores q[ue] llamauan calpixq[ue]s los quales Regian las cosas concer­

nientes A los tributos y que tocauan a los varrios de donde eran calpix-

q[ue]s que en N[ues]ra lengua quiere dezir Guarda de aquello que le esta

encomendado como son los Mayordomos Estos tenian cada uno en su va-

rrio otros Regidores Menores llamados macuyltepanpixq[ue] que quiere

dezir Centuriones porque tenia A cargo cient hombres o casas que le obe-

descian y acudian A su llamamiento y estos centuriones tenian debaxo de

su jurisdicion cada uno cinco menores Regidores llamados centespamp-

isq[ue]s que quiere dezir v in a r io s porque cada uno tenia cargo de Veynte

casas de manera que cuando avia necesidad de alguna obra publica o cosa

de República o seruicio del señor yuan Mandando de mayor A menor de

los Gouernadores o consejeros A los calpixq[ue]s que Era[n] Reg[idor]es

Mayores y estos A los menores que eran centuriones y estos A los breñar-

ios y con este orden y concierto se juntaua todo el pueblo si hera menester

y este orden Guardan oy en dia y a los Mayordomos o Regidores mayores

Elegían i nombrauan los los señores y despues Ellos nobrauan A los

Menores Era tan buen concierto El que en esto tenian que en una ora se jun-

tauan todo el pueblo / otros oficios avia Muchos en la República que todos

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eran por nombramiento pero no Eran de ymportanga y para concluyrlo

todo con brebedad todos desde El Mayor hasta El menor Eran criados del

señor y se seruia dellos en su casa y palacio Los señores de las Prnuin^ias

de asistir en su palacio y estos seruian A el los otros señores Menores y

tecluclis A estos y los principales A estos y los Mancebos, /f.268r/ q[ue] te­

nían oficios por si A todos y todos Al señor, cuyo era y nadie tenia juris-

dicion sino solo el señor supremo y cada Prouincia de las sujetas tenían su

offigio en la cauegera y palacio del señor hasta carboneros como lo eran los

de tullanizinco q[ue] Venían A hazerlo o con ello a esta ciudad / otros de

las casas principales / otros de los varrios / otros de las casas de plazer /

otros de traer pescados / otros frutas / otros mantas / otros algodon final­

mente lo que en su s pueblos avia y ninguno escapa de dar algún tributo

desde El Mayor señor hasta el mas pobre labrador porque todos recon-

Ciesen subjecion y vasallaje que prosupuesta la tirania cierto tenían bien

ordenada su República

(AGI Patronato 20 no 5, ramo 22: ff. 266r-268r).

B i b l io g r a f ía

Abreviaturas:

AGI: Archivo General de Indias, Sevilla.

csic: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

ECAUDY: Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán.

ra h m : Real Academia de la Historia, Madrid.

ag í Patronato, 20, no. 5, ramo 22:266r-268r. La orden que tenían los indios en el

tiempo de Moctezuma en la sucesión de valdios y asimismo en la jurisdic­

ción que solían tener.

ag í Patronato, 181, ramo 201551. Ynformacion hecha en México de orden del Vi-

rey don Luis de Velasco sobre la carestía de bastimentos y de ortas cosas ne­

cesarias a la vida se experimentaba en aquella provincia quatro años habia.

B e rd a n , Francés F., The A ltees o f Central México. A n Imperial Society. CBS College

Publishing & Holt, Rinehart and Winston, New York, 1982.

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B ro d a , Johanna, Las comunidades indígenas y las formas de extracción del ex­

cedente: época prehispánica y colonial. Ensayos sobre el desarrollo económico de México y América Latina: 54-92, E. Florescano, FCE, México, 1979.

C a r r a s c o , Pedro, Social Organization of Ancient México, h m a i 1 0 :3 4 9 -375 ,1971 .

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Los linajes nobles del México Antiguo. En Carrasco y Broda, 1976, pp. 19-36.

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