Al Filo Del Agua - Agustin Yanez

7/25/2019 Al Filo Del Agua - Agustin Yanez

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Altamente confirmada como auténticaobra maestra de la literatura mexicanadel XX, Al filo del agua retrata de

forma minuciosa la conciencia, lascoordenadas mentales de un puebloanónimo que se halla en una oscilaciónconstante entre temor y deseo. El ritmode estos impulsos nunca realizados, demortificaciones constantes, estáentretejido con gran maestría,

registrados en crescendo losdesasosiegos de esta tradiciónarraigada, anquilosada, que empieza aresquebrajarse. Dejando traslucir un

nefable amor por la música, laestructura de la obra está determinadapor el contrapunto magistral de tramas ypersonajes, donde no hay un único



miembro, sino un microcosmos coralque entrelaza polifónicamentemultiplicidad de destinos, canicas

mezcladas que el párroco no puedeerminar de controlar.

De mentalidad profundamente

religiosa, lo espiritual se alza comoúnica guía del pueblo y la políticabrilla prácticamente por s

ausencia, ya que toda influenciaexterna se considera nociva para etranquilo discurrir del pueblo. Usubtítulo de la obra podría se

"crónica del encierro"particularmente duro para las almaóvenes, anhelantes, que se

marchitan y languidecen entre la



sombras.Por ello se puede decir queos personajes viven en sconciencia, donde se gestan sudeseos, siempre puertas adentropero por fuera eternamenteenlutados, melancólicos, sin habe

vivido realmente, habiéndoseimitado a cumplir lo que debían.

Con un lenguaje innovador que

tiene en su base la fórmula, el usodel latín ligado a lo moral aliteraciones que van calando de

forma progresiva, Yáñez aporta uhondo sentido estético y unarespiración propia a la obrarecreando una atmósfera asfixiante



clautrofóbica y opresiva.



Agustín Yáñez

Al filo del agua

ePub r1.0Primo y Murasaki 02.10.15



Título original: Al filo del aguaAgustín Yáñez, 1947

Editor digital: Primo y MurasakiePub base r1.2



agua es una expresión campesina quemomento de iniciarse la lluvia, y —en

rado, muy común— la inminencia o el principio de un suceso.

eran, pueden intitular este libro En un

rzobispado, El antiguo régimen, o deodo semejante. Sus páginas no tienenprevio; se trata de vidas —canicas lase los protagonistas— que ruedan, que

s rodar en estrecho límite de tiempo yn lugar de Arzobispado, cuyo nombre

no importa recordar.



ACTOPREPARATORIO

ueblo de mujeres enlutadas. Aquallá, en la noche, al trajín deamanecer, en todo el santo rio de lmañana, bajo la lumbre del sol alto, as luces de la tarde —fuertes, claras

desvaídas, agónicas—; viejecitasmujeres maduras, muchachas dozanía, párvulas; en los atrios d

glesias, en la soledad callejera, en lonteriores de tiendas y de algunacasas —cuán pocas— furtivamentabiertas.



Gentes y calles absortas. Regulareas hiladas de muros, a grandes lienzo

vacíos. Puertas y ventanas de auster

cantería, cerradas con tablonemacizos, de nobles, rancias maderasdesnudas de barnices y vidrios, toda

como trabajadas por uno y el mismartífice rudo y exacto. Pátina deiempo, del sol, de las lluvias, de la

manos consuetudinarias, en loortones, en los dinteles y sobre loumbrales. Casas de las que no escaparumores, risas, gritos, llantos; pero

o alto, la fragancia de finos leñoconsumidos en hornos y cocinasenvuelta para regalo del cielo con tela

de humo.



En el corazón y en los aledaños egual hermetismo. Casas de las orillasunto al río, junto al cerro, al salir d

os caminos, con la nobleza de scantería, que sella dignidad a lomuros de adobe.

Y cruces al remate de la fachadmás humilde, coronas de las esquinasen las paredes interminables; cruces d

iedra, de cal y canto, de madera, dalma; unas, anchas, otras, altas; yequeñas, y frágiles, y perfectas, yoscas.

Pueblo sin fiestas, que no la danzdiaria del sol con su ejército dvibraciones. Pueblo sin otras música

que cuando clamorean las campanas



ropicias a doblar por angustias, ycuando en las iglesias la opresión sdesata en melodías plañideras, e

coros atiplados y roncos. Tertuliasnunca. Horror sagrado al baile: ni po

ensamiento: nunca, nunca. La

amilias entre sí se visitan sólo en casde pésame o enfermedad, quizácuando ha llegado un ausente much

iempo esperado. Pueblo seco, sin árboles ni huertosntrada y cementerio sin árboleslaza de matas regadas. El río enjut

or los mayores meses; río de grandeosas brillantes al sol. Aridos lomeríoor paisaje, cuyas líneas escuetas va

superponiendo iguales horizontes



omeríos. Lomeríos. Pueblo sin alameda. Pueblo de sol

reseco, brillante. Pilones de cantera

consumidos, en las plazas, en laesquinas. Pueblo cerrado. Pueblo dmujeres enlutadas. Pueblo solemne.

La limpieza pone una nota de vidaien barridas las calles. Enjalbegada

as casas y ninguna, ni en las orillas

ruinosa. Afeitados los varones, viejode cara cenceña, muchachochapeteados, muchachos pálidos, dimpias camisas, de limpio

antalones; limpios los catrinesimpios los charros, limpios loornaleros de calzón blanco. Limpia

as mujeres pálidas, enlutadas, pálida



enlutadas, que son el alma de loatrios, de las calles ensolecidas, de laalcobas furtivamente abiertas. Nota d

vida y de frescura, las calles biebarridas bajo el sol y al cabo del díaentre la noche. Mujeres enlutadas

madrugadoras, riegan limpieza desdsecretos pozos.

En cada casa un brocal, oculto

as miradas forasteras, como laerbas florecidas en macetas quueblan los secretos patios, lo

adentrados corredores, olientes

rescura y a paz. Muy más adentro la cocina, dond

ambién se come y es el centro de

claustro familiar. Allí las mujere



vestidas de luto, pero destocadasisamente peinadas.

Luego las recámaras. Imágenes

mágenes. Lámparas. Una petaquillcerrada con llave. Algún armario

opas colgadas, como ahorcado

antasmas. Canastas con cerealeslgunas sillas. Todo pegado a laaredes. La cama, las cama

arrinconadas (debajo: canastas coropa blanca). Y en medio de las piezasrandes, vacíos espacios.

Salas que lo son por sus mucha

sillas y algún canapé. No falta uncama. La cama del señor. En larinconeras, las imágenes principale

del pueblo y del hogar, con flores d



El deseo, los deseos disimulan srespiración. Y hay que pararse un poc

ara oírla, para entenderla tras de la

uertas atrancadas, en el rastro de lamujeres con luto, de los hombre

raves, de los muchachos colorados y

de los muchachillos pálidos. Hay quoírla en los rezos y cantos eclesiásticoa donde se refugia. Respiració

rofunda, respiración de fiebre uerzas contenida. Los chiquillos nueden menos que gritar, a veces

Trepidan las calles. ¡Cantaran la

mujeres! No, nunca, sino en la iglesios viejos coros de generación eeneración aprendidos. El cura y su

ministros pasan con trajes talares y lo



hombres van descubriéndose; lahombres y las mujeres enlutadas, loniños, les besan la mano. Cuand

levan el Santísimo, revestidos, uacólito —revestido— va tocando lcampanilla y el pueblo se postra; e

as calles, en la plaza. Cuando lacampanas anuncian la elevación y lbendición, el pueblo se postra, en la

calles y en la plaza. Cuando campanadas lentas, lentísimas, tocaas doce, las tres y la oración, se quita

el sombrero los hombres, en las calles y

en la plaza. Cuando la Campanayor, pesada, lentísimamente, toca e

alba, en oscuras alcobas hay toses d

ancianidad y nicotina, toses leves y



viriles, con rezos largos, profundos, dsonoras cuerdas a medio apagarviejecitos de nuca seca, mujeres y

campesinos madrugadores arrodilladoen oscuros lechos, vistiéndose, rayandósforos, tal vez bostezando, entr

alabras de oración, mientras lCampana ronca da el alba con solemnentitud, pesadamente.

Los matrimonios son en larimeras misas. A oscuras. O cuandraya la claridad, todavía indecisaComo si hubiera un cierto género d

vergüenza. Misteriosa. Lomatrimonios nunca tienen lsolemnidad de los entierros, de la

misas de cuerpo presente, cuando s



desgranan todas las campanas elañidos prolongados, extendiéndosor el cielo como humo; cuando lo

res padres y los cuatro monagovienen por el atrio, por las calles, acementerio, ricamente ataviados d

negro, entre cien cirios, al son dcantos y campanas.

Hay toques de agonía que piden

odo el pueblo, sobre los patios, en lorincones de la plaza, de las calles, das recámaras, que piden oraciones po

un moribundo. Los vecinos rezan el Sa

alma cristiana, de este mundo... y loración de la Sábana Santa.

Cuando la vida se consume, la

campanas mudan ritmo y los vecino



ienen cuenta de que un alma estrindiendo severísimo Juicio. Corre uncomún angustia por las calles, por la

iendas, entre las casas. Algunas genteque han entrado a ayudar a bien morirse retiran; otras, de mayor confianza

se quedan a ayudar a vestir al difuntocuando sea pasado un rato de respetomientras acaba el Juicio, pero antes d

que el cuerpo se enfríe. Las campanas repican los domingo fiestas de guardar. También los jueve

en la noche. Sólo son alegres cuand

repican a horas de sol. El sol es lalegría del pueblo, una casi incógnitalegría, una disimulada alegría, com

os afectos, como los deseos, como lo



nstintos.Como los afectos, como los deseos

como los instintos, el miedo, los miedo

asoman, agitan sus manos invisiblescomo de cadáveres, en ventanas y

uertas herméticas, en los ojos de la

mujeres conlutadas y en sus pasorecipitados por la calle y en su boca

contraídas, en la gravedad masculina y

en el silencio de los niños. Los deseos, los ávidos deseos, lodeseos pálidos y el miedo, los miedosrechinan en las cerraduras de la

uertas, en los goznes resecos de laventanas; y hay un olor suyonconfundible, olor sudoroso, sabo

salino, en los rincones de lo



confesonarios, en las capillaoscurecidas, en la pila bautismal, eas pilas del agua bendita, en lo

atardeceres, en las calles a toda hordel día, en la honda pausa demediodía, por todo el pueblo, a toda

horas, un sabor a sal, un olor humedad, una invisible presencierrosa, angustiosa, que nunca estalla

que nunca mata, que oprime larganta del forastero y sea quizlacer del vecindario, como placer denitencia.

En las noches de luna escapamiedos y deseos, a la carrera; puedeoírse sus pasos, el vuelo fatigoso y

violento, al ras de la calle, sobre la



aredes, arriba de las azoteas. Camisade fuerza batidas por el airecontorsionados los puños y las faldas

olpeando las casas y el silencio evuelos de pájaro ciego, negro, con alade vampiro, de tecolote o gavilán; co

alas de paloma, sí, de paloma torperecién escapada, que luego volverábarrotes adentro. Los deseos vuela

siempre con ventaja, en las noches duna; los miedos corren detrásamenazándolos, imprecando esperachillando: vientos con voz aguda

naudible. Saltan los deseos de la luz a sombra, de la sombra a la luz, y e

vano los miedos repiten el salto. Dur

a vieja danza media, noche. Pasa e



cansancio. Y ala madrugada, cuandhay luna, cuando la campana toca ealba, recomienza el brincar de lo

deseos jugando con los miedos. Lmañana impone la victoria de loúltimos, que ya por todo el día será

os primeros en rondar el atrio, lacalles, la plaza, mientras los deseoacen tendidos en las mejillas, en lo

abios, en los párpados, en las frentesen las manos, tendidos en los surcos das caras o metidos en oscuras alcobasranspirando sudor que impregna e

aire del pueblo. En las noches de luna, en casas d

a orilla, quién sabe si en lo hondo d

alguna casa céntrica, rasguea



uitarras en sordina, preñadas dmelancolía, lenguas de los deseos. Eas noches de luna, cantan en la

cantinas vergonzantes una canciórofana, canción de los terrores, jinete

de los deseos. En las noches de lun

hay dulce tristeza en los piloneexangües de la plaza, cuyas piedrareverberan melancolía por un ausent

ensamiento nazareno y una emociósamaritana, también ausente. Nuncestas pilas, ni en las noches de lunaquién sabe si ni en las más negra

noches, han oído un diálogo de amornunca vienen a sentarse más qudeseos en soledad; nunca sobre su

bordes una pareja estrechó las mano



con resortes de fiebre. Secas pilaulidas por el tiempo.

En las tardes cargadas de lluvia, e

as horas torrenciales, en las tardecuando ha llovido y queda el olor das paredes, maderas y calles mojadas

en las noches eléctricas cuandamenaza tormenta, en las mañananubladas, en los días de llovizn

nterminable y cuando aprieta eagobio veraniego, en las noches dntenso frío cuando la transparenci

del invierno, salen también los deseos y

se les oye andar a ritmo bailarín, se leoye cantar en cuerda de gemido uncanción profana, invisibles demonio

que a vueltas emborrachan las cruce



de las fachadas, de los muros, de laesquinas, de las garitas, y la gran cruen el dintel del camposanto. Lo

miedos alguaciles, loqueros, habrán dsujetarlos con camisas negras yblancas, con cadenas de fierro, a

conjuro de las campanas y ala sombrde los trajes talares.

Pueblo de perpetua cuaresma

rimavera y verano atemperados pouna lluvia de ceniza. Oleo del Dies Iranexhausto para las orejas. Agua desperges para las frentes. Púas de

iserere para las espaldas. Canon deemento, homo, para los ojos. Sal de

équiem aeternam para la memoria

os cuatro jinetes de las Postrimerías



endarmes municipales, rondan sidescanso las calles, las casas y laconciencias. De profundis para lengua

gargantas. Y en los lagrimales, lcuenca de vigilia tenaz, con dársenaen las frentes y en las mejillas.

Pueblo de ánimas. Las calles souentes de necesidad. Para ir a lglesia. Para desahogar estricto

menesteres. Las mujeres enlutadalevan rítmica prisa, el rosario y edevocionario en las manos, embrazadas las canastas de lo

mandados. Hieráticas. Brevescortantes los saludos de obligación

caso en el atrio se detengan un poco

bisbisear, muy poco, cual temerosas



(Pero habrá que fijarse bien, muchoara ver cómo algunas veces llegan as puertas, lentamente, y se diría qu

no tienen ganas de que se les abran, yentran con gesto de prisioneras qudejan sobre la banqueta tod

esperanza. Habrá que fijarse bienQuizá suspiran cuando la puerta vuelva cerrarse.) Hay, sí, hombres en la

esquinas, en las afueras de locomercios, en las bancas de la plazason pocos, y parcos de palabra

arecen meditantes y no brilla en su

mpilas el esplendor de la curiosidaque acusara el gozo de la calle por lcalle. A la noche habrá paso

obsesionados y sombras embozada



bajo las oscilaciones de los farolemunicipales; y ala media noche o muyde madrugada podrían oírse bisbíseo

unto a las cerraduras de las puertas entre las resquebrajaduras de laventanas.¡Ah! es el gran misterio

riunfante sobre los cuatro jinetes; lvida que rompe compuertas; pero entrsombras, con neja discreción, corno l

exige y lo permite— la costumbre deueblo. Mientras duermen lacampanas. Y es mejor, márecomendable, más honesto, el lenguaj

escrito: guardan las tiendas cocautela de mercancía vergonzantciertos pliegos ya escritos, capaces d

reducirse a toda circunstancia; per



ambién hay hombres y mujereemboscados que pueden redactamisivas especiales, para casos difícile

o perdidos. No se ven, pero se sienten lo

cintarazos de los cuatro jinetes en la

mesnadas de los instintos, al oscurecera las altas horas de la noche. Rechinaos huesos, las lenguas enjutas y

sedientas. Jinetes misteriosos de carne ysangre transitan en horas avanzadasrumbo a las afueras, por los camino

aledaños. El pueblo amanecconsternado, como si un coyote, comsi un lobo dejara huellas de sangre po

odas las banquetas, muros, puertas y



ventanas; como si todos los vecinos ssintieran cómplices del rapto. Allengéndranse, con futuras vidas, futura

venganzas y muertes. No hay dolencien el pueblo como la del honomancillado: preferibles todas la

agonías, todas las miserias y cualquieotro género de tormentos. ¡Cuán difíciaceptar los hechos consumados! En la

máquinas paternas ha sido parsiempre rota la cuerda más sensible, yaunque de los males el menos, ya e

róximo matrimonio, ya los próximo

nietos habrán de ser frutos parsiempre amargos, arrancados a luerza. Y no es frecuente ta

resignación, antes la venganza si



cuartel o el desconocimiento de povida, inflexible, hacia la hija frágihacia el yerno execrado, hacia lo

extraños nietos, que ni quien los mientsi se quiere guardar la amistad deofendido.

Aun las pretensiones en forma, larelaciones cautelosas y bajo todos lorespetos y disimulos, aun lo

edimentos por boca del cura yapadrinados por vecinos de influenciacaen como centellas devastadorashienden el ánimo paterno, hacen llora

a las familias, ponen luto en las casasojeriza en los hermanos, cuarenten

ara el responsable, por ventajosos qu

arezcan, por esperados que haya



sido. La novia es una yerbbamboleante y mal tratada; pararrayde desprecios e invectivas; ¡qué glori

amiliar si cediera y a tiempo sarrepintiese! Cuando se obstina, qu

álida llega a la parroquia en e

orzoso amanecer de la ceremoninupcial y cómo no se atreve a mirar quien le da las arras y le ciñe el anillo

Qué vergüenza los primeros días. Nquiere salir con el marido ni a lglesia. Cuán externa vergüenza d

sentirse madre, brújula de miradas

íntimos comentarios. Qué calvario dematrimonio bajo la hostil, cerradextrañeza colectiva, tradiciona

También los hombres se siente



señalados, marcados por invisiblemanos, por miradas capciosas, poreticencias, en los primeros mese

matrimoniales, y evaden hablar de suoces, de sus problemas, de su mujer

como si fueran ladrones prófugos

iemblan las púberes cuando los vevenir, porque han oído vagaconversaciones que les ponen espanto

vagas conversaciones que los haceodiosos, temibles, aunque allá muy eel fondo del terror bullan informenquietudes ávidas, como las de lo

adolescentes varones que quisierahablar con los recién casados, y lvergüenza los contiene, los aleja d

quienes fueron compañeros d



andanzas y juegos. Pueblo de templadas voces. Puebl

sin estridencias. Excepto los domingo

en la mañana, sólo hasta medio día. Urío de sangre, río de voces y colorenunda los caminos, las calles, y

refluye su hervor en el atrio de larroquia y en la plaza, tiñe las fondasos mesones y los comercios; rí

colorado cuyas aguas no se confundeo impregnan el estanque gris; pasada misa mayor comprados los avíos da semana, los hombres de fuerte

andares y gritos, las enaguas dcolores chillantes —anaranjadas, colode rosa, solferinas, moradas—

crujientes de almidón, los zapato



rechinadores, los muchachitos lloronesas cabalgaduras trepidantes, toman e

rumbo de sus ranchos y dejan al puebl

con su tarde silenciosa, con sumujeres enlutadas, con sus monótonocampaneos, y lleno de basuras, que lo

diligentes vecinos barrerán presurososYa toda la semana fondas y mesonebostezarán.

Fondas y mesones vacíos dordinario. El pueblo no está en rutarecuentadas. De tarde en tarde lleg

un agente de comercio, un emplead

iscal, o pernocta un «propio» que traalgún recado, algún encargo, parvecinos de categoría. No hay hoteles

alojamientos de comodidad. L



comodidad es un concepto extraño. Lvida no merece regalos.

La comida es bien sencilla

Ordinariamente, caldo de res, sopa dasta o de arroz, cocido y frijoles, a

medio día; en la mañana y en la tarde

chocolate, pan y leche. El pan es muybueno; su olor sahúma las tardes.

Las gentes viven de la agricultura

Se cultiva mucho maíz. Hay una solcosecha en el año. Carece la comarcde presas y regadíos. Una constantozobra por malos temporales deja s

huella en el espíritu de las gentesanaderos, carpinteros, unos cuanto

herreros y curtidores, varios canteros

cuatro zapateros, un obrajero, tre



alabarteros, dos sastres, muchocurande-ros, algunos huizacheroscinco peluqueros, completan el cuadr

de la economía. Pero no se olviden lamanos de los usureros; hay muchos y

arecen sepulcros blanqueados.

Los más pobres vecinos vaasándola bien, aunque con agobiosadie se ha muerto de hambre po

estas tierras. Los ricos miserables yestoicos, estoicos los pobres, igualaun parejo vivir. La conformidad es lmejor virtud en estas gentes que, por l

eneral, no ambicionan más que iviviendo, mientras llega la hora de unbuena muerte. Entienden la existenci

como un puente transitorio, a cuy



cabo todo se deja. Esto y la naturaresequedad cubren de vejez al pueblo, sus casas y gentes; flota un aire d

desencanto, un sutil aire seco, al moddel paisaje, de las canterarechupadas, de las palabras tajantes

Uno y mismo el paisaje y las almasoscura luminosa, como de prolongad

atardecer, como de rescold

nacabable. Así en los ojos, así en labocas, en las canterías, en las maderade puertas y ventanas, en la dura tierr

arda. Pardo el mirar y pardos lo

ademanes. Tardo el resolver, el andarel negociar, el hablar. Tardo, percategórico.

—Toda la noche lo he pensado...



—Hablaremos mañana codespacio... El año que entra...

—Para las secas... Para las aguas

ios mediante... —Si para entonces no no

morimos...

Pueblo seco. Sin árboles, hortalizani jardines. Seco hasta para dolersesin lágrimas en el llorar. Si

mendicantes o pedigüeños gemebundosl pobre habla al rico lleno de udecoro, de una dignidad, que poco falt

ara ser altanería. Los cuatro jinete

gualan cualesquier condiciones. Vivcada cual a su modo, para sentirsibre, no sujeto a necesidades

dependencias. Este no me quiere d



mediero, con otro lo conseguiré. —Aquél me despreció, aquí l

cortaremos.

—Guárdese su dinero y yo mi gusto —Más vale paz que riqueza. Pueblo seco. Pero para las grande

iestas —Jueves Santo, Jueves dCorpus, Mes de María, Fiesta de l

sunción, Domingo del Buen Pastor

Ocho y Doce de Diciembre—, las florerompen su clausura de patios y salen a calle, hacia la iglesia; flores finas y

humildes: magnolias, granduques

azucenas, geranios, nardos, alcatracesmargaritas, malvas, claveles, violetasocultamente cultivadas, fatigosament

regadas con agua de profundos pozos



nunca otros días aparecerán en públicestos domésticos, recónditos tesorosalhajas de disimulada ternura

istanciamiento y adustez también srompen cuando llegan las horas gravede la miseria humana: enfermedades

muertes, tristezas, reveses; brazos ymanos mueven sus gozneshumedécense las palabras y los ojos

as casas se abren, las gentes svisitan. Y transcurrido el motivo, lamanos y las almas vuelven a cerrarsempasiblemente.

Muchas congregaciones encauzaas piadosas actividades de grandes y

chicos, hombres y mujeres. Pero so

dos las más importantes, a saber, la d



a Buena Muerte y la de las Hijas daría; en mucho y casi decisivamente

a última conforma el carácter de

ueblo, imponiendo rígida disciplinamuy rígida disciplina, en el vestir, en eandar, en el hablar, en el pensar y en e

sentir de las doncellas, traídas a unespecie de vida conventual, que hacdel pueblo un monasterio. Y es muy ma

visto que una muchacha llegada a loquince años no pertenezca a lsociación del traje negro, la cint

azul y la medalla de plata; del traj

negro con cuello alto, mangas largas yalda hasta el tobillo; a la Asociació

en donde unas a otras queda

vigilándose con celo en competencia, y



de la que ser expulsadas constituyravísima, escandalosa mancha, co

resonancia en todos los ámbitos de l

vida. La separación de sexos es rigurosa

n la iglesia, el lado del Evangeli

queda reservado exclusivamente paros hombres, y el de la Epístola para e

devoto femenino sexo. Aun entr

arientes no es bien visto que hombre ymujer se detengan a charlar en lcalle, en la puerta, ni siquiera cobrevedad. Lo seco del saludo deb

extremarse cuando hay un encuentro desta naturaleza, y más aún si el hombro la mujer van a solas; cosa n

recuente y menos tratándose d



solteras, que siempre saleacompañadas de otra persona.

Caras de ayuno y manos d

abstinencia. Caras sin afeites. Labioconsumidos. Pálidos cutis. Mas lovarones tostados, consumidos por e

sol. Manos rudas, de las mujeres, qusacan agua de los pozos; de lovarones, que trabajan la tierra, laza

reses, atan el rastrojo, desgranan maízacarrean piedras para las cercasmanejan caballos, cabrestean novillosordeñan, hacen adobes, acarrean agua

astura, granos. Entre mujeres enlutadas pasa l

vida. Llega la muerte. O el amor. E

amor, que es la más extraña, la má



extrema forma de morir; la máeligrosa y temida forma de vivir e

morir.



AQUELLA

NOCHE

1

AQUELLA noche don Timoteo Limóhabía cenado ni más ni menos que toda

as noches y a la primera campanada dqueda, como todas las noches, a solas yen su cuarto, había comenzado a rezar erosario de su devoción por el Alma de



purgatorio más necesitada u olvidadacuando llegó al tercer misterio, loaullidos del Orión, el perro veterano

quisieron distraerlo; pero un esfuerzo da conciencia redujo a los pensamiento

en fuga y el piadoso ejercicio continuó

sin parar mientes en que Orión siguieradrando con sombríos acentos d

maleficio.

Le pareció raro a don Timoteo nbostezar en la letanía y llegar al Benditsin que se le cerraran de sueño lopárpados, como todas las noches.

No, no era noche de luna, ni soplabviento. Quiso cerciorarse, y abrió epostigo que cae al patio. No habí

ningún ruido en la casa ni en el pueblo



El perro había dejado de aullar; perahora recordaba que los aullidoastimeros duraron hasta que terminaro

el rosario y sus devociones personales a Sábana Santa, a la Santísim

Trinidad, a las Cinco Llagas, a lo

Santos Varones Arimatea y Nicodemo, Señor San José patrono de la BuenMuerte, a San Miguel Arcángel,

uestra Señora del Carmen, a San Jorgabogado contra los animaleponzoñosos, a San Pascual Bailón quanuncia a sus devotos la hora de l

muerte, a San Isidro labrador, a SaJerónimo y al Ángel de la GuardaFueron unos aullidos temerosos

exactamente iguales a los que prorrump



Orión, el viejo perro, cuando va acontecer o está aconteciendo algundesgracia. Doctos eclesiásticos le ha

dicho que se trata de una supersticióque debe rechazar si no quierransgredir el Primer Mandamiento de l

Ley de Dios. Alucinaciones coincidencias, no más. Pero la carne eflaca y el corazón miedoso; en el fond

del corazón y en la flor de la carndespierta el terror, por más que lnteligencia ceñida a los mandamientos la voz, y la risa, traten de disimularlo

Ahora mismo, ¿no fue por terror comosin quererlo, se le olvidaron laoraciones a San Judas Tadeo, a Sant

Rita de Casia y a la Sombra del Seño



San Pedro? Ni recuerda si rezó antes da letanía la oración Por Esto

isterios Santos de Que hace el Alm

recuerdo, en la que quedaencomendados los gentiles y herejes«ellos y los pecadores», los caminantes

os náufragos, los moribundos... Pero ecambio recuerda que mientras rezabfueron apareciendo quién sabe cómo

quién sabe dónde (pues no cree habersdistraído), fueron apareciendmaginaciones de cosas pasadas y d

cosas no sucedidas: allí, entre palabra

devotas, anduvo el rostro del difuntAnacleto, el penoso rostro que hacveinticinco años apenas lo deja en pa

algunos breves minutos de algunos días



hasta en sueños lo persigue; no, nuncse le ha aparecido el difunto, pero erostro no se le ha podido borrar; crey

al principio que se le borraría y pareso voluntariamente se entregó a laautoridades; lo absolvieron, juzgand

egítima la defensa; desde entonces, rasmano, favorece a los dolientes de

difunto; no hay año que no le mand

decir su misa; pero el rostro contraídoleno de sangre, la boca espumosa, lodientes terrosos, las manos agarrotadasos mechones revueltos, los ojos fijos

pelados, no lo dejan en paz, ni nunca earrepentimiento queda satisfecho. EOrión padre, que lo acompañaba es

fatídica noche del siete de agosto de mi



ochocientos ochenta y cuatro, le anuncia desgracia con fatídicos aullidos.

como cuando se murió a los catorc

años (hace ya quince) su hija Rosalía.Será mejor no ir a la feria dAguascalientes, como estaba decidido

no sea que... Ya el trato de los animalecon don Cesáreo Islas está cerradoquién sabe si por este lado amenac

alguna epizootia; pero no es tal clase ddesgracias las que anuncian los gemidodel Orión. Acaso le habrá pasado algo Damián; ya va para tres meses que no s

iene ninguna razón de él; cierto que lacartas se entretienen y más viniendo dan lejos; ¡algo le habrá sucedido!...

Le asaltó el pensamiento de Damiá



precisamente cuando debía rezar Po stos Misterios Santos; par

olvidársele la oración, cuál no sería s

nstintivo terror.Ahora que ya estaba acostado

apagada la luz, los peligros de Damiá

eran el motivo agudo de lpreocupación.Damián, el primogénito, quien nada faltaba en casa, cuyos brazo

fornidos eran la esperanza de mayoacrecentamiento de la hacienda y esueño de vejez venturosa, muchachhermoso, maduro, emprendedor, si

vicios, entero en trabajos y fatigashabía caído en la tentación de conocer e

orte y allá se fue con otros paisano

lusionados en tentar fortuna, fortuna qu



a Damián no le hacía falta, porquaunque no es cierto, como chismean lagentes, que su padre es el hombre má

rico de la comarca, bendito sea Dioque frijoles, tortilla y hasta lechitdiaria no faltan en casa, bendito se

Dios; pero las loqueras de lomuchachos, que les gusta probarabajos lejos de sus padres; y allá and

el pobre, ya va para cinco años, entrpeligros y malpasadas, de una parte otra, de uno en otro trabajo; sabrá Dioentre qué gentes, con qué amigos, co

qué peligros de alma y cuerpo; a Dioestá encomendado, que sobre todas lacosas no pierda la fe y lo cubra l

Sombra del Señor San Pedro, el Mant



de la Virgen lo saque con bien de malacompañías, de mujeres malasentrañas; no le caiga un alambre de la luz, no l

machuque una máquina o un tren, algúgringo no lo provoque a pleito, no tengque ver con las autoridades de allá qu

dicen que son terribles, por cualquiecosa. Dios lo libre de tantos peligros euna tierra extraña. No, ni lo quiera Dio

que pase hambres, o esté malo, y le haysucedido algo. Aunque para undesgracia nada se necesita. ¡Cuántos nhan vuelto del maldito Norte!¡Cuánto

han vuelto enfermos y sin un centavpartido por la mitad! El hijo de doñEufrasia quedó en la silla eléctric

porque no quiso dejarse de un gring



abusivo; Román López tiene quince añoen la cárcel y está sentenciado a noventaños. ¡Noventa años, gringos chistosos

Y los que han muerto machucados iros, los que han envenenado en lo

hospitales, los que han caído de obra

altas y tantos de quienes no ha vuelto hsaberse nada! Y este Damián que nquiere volver hasta venir millonario

Algo le habrá sucedido. Algo le habrsucedido a estas meritas horas, cuandaulló el Orión. ¡Qué penitencia tan durpor la muerte del difunto Anacleto

Primero la pérdida de las cosechas ecuatro años seguidos, luego la muerte dRosalía, la parálisis de la cónyuge qu

leva diez años tullida, el viaje d



Damián que ha sido agonía diaria... odo lo que Dios tenga dispuestoCastigo de la Providencia! Ya Damiá

se hubiera casado y tendría familiaestaría establecido, no le faltaríquehacer; la que dicen que era su novi

se casó y no es mala mujer; habríestado bien para nuera: limpiecitaemerosa de Dios, trabajadora, callada

amante de su casa; con lo trabajoso quva siendo hallar buenas mujeres qusepan cuidar lo que uno tiene y no andecon cuentos...

Con que no le haya pasado nadaMuchas veces son preocupacionesAúlla el Orión y nada sucede. Hay qu

dormir. Mañana es día de trabaja



fuerte. Después de la primera misa, Diomediante, hay que ir al rancho y pasarsa la Estancia de San Tobías por ver s

Lorenzo sale de su deuda; no es ququiera extorsionarlo; pero conque el meque viene o luego que venda el maicito

a droga se va haciendo vieja y hanecesidad de esos centavos para moveas siembras o ir comprando maíz a

iempo; no habrá más remedio que haceefectiva la hipoteca de su casa; la esperha sido muy razonable y hastperjudicial para él mismo, por lo

ntereses, tan moderados como lpermite la Santa Madre Iglesia; pero ymuy crecidos precisamente por l

morosidad en el pago, que se le va



acumulando. Me quedaré con la casa hasta le saldrá bien, pues se quitará dfatigas con otros acreedores y con e

empleado en rentas; quién sabe si ysalga perdiendo; pero más vale algo qunada, y al mal paso darle prisa. E

hombre bueno y no creo que quiermeterme en enredos. Todo es posiblcon ese leguleyo, plaga inmunda, qu

nos ha caído de por el lado de loCañones y tiene cambiadas a tantagentes. ¡Cómo están los tiempos! Hacunos cuantos años los muchachos de

uzgado nada tenían que hacer en estpueblo; todo se arreglaba por la buena a la conciencia; ¡benditos tiempos

había palabra y temor de Dios: Jesús m



ampare desde que cayeron los leguleyo sembraron discordias; ya va siendiempo de hacer que el director polític

ponga remedio contra tanta injusticia meta en cintura a este alborotador, mápeijuicioso que los otros; hay qu

desterrarlo, como hemos desterrado os anteriores. Mañana también l

hablaré al director político. Y ahora e

iempo de dormir. ¡Ah! mañana mismengo que ir a la Barranca, por buscamedieros que quieran sembrarme locuamiles de los Gavilanes, no se no

vayan a venir encima las aguas y noencuentren desprevenidos.

Este año no podré entrar a lo

Ejercicios de encierro. No es que lo



negocios de la tierra me importan máque los del alma. Pero no tengo de quiévalerme y ha sido tarde la cuaresma

este año. Ya estamos a mediados dmarzo y apenas la semana que viene serde Lázaro. Hasta el once de abril ca

ahora la Pascua Florida. Claro que voa confesarme para entonces; pero loEjercicios... habrá que explicarle a

señor cura y que no lo tome a maCómo voy a dejar a la pobre tullidacon lo que se le recrudecieron sudolencias en el tiempo de fríos! Creí qu

se me moría. ¿No serán por este lado loaugurios de Orión? La pobre ha quedadmuy delicada. El médico que pasó en lo

días de la Candelaria —qué bárbar



para cobrar—, me dijo que fallaba ecorazón y estuviéramos prevenidos. Lpobre sólo le pide a Dios que l

conceda ver a Damián por última vezDe nada ha servido el platal que hgastado en médicos y medicinas. En lo

diez años que lleva de tullida hemos idres veces a la capital. Puras esperanzas

De mal en peor. ¡Qué martirio!

Don Timoteo se revolvió en la camaUna, muchas veces, con crecientdesesperación. Se tapó la cara con lsábana. Se santiguó siete veces. D

nuevo el Enemigo allí estaba hincandbanderillas de lumbre, toreando cocapas de colores. Horrible. ¿Delicioso

Aborrecible! Quería que don Timote



deseara la muerte de la esposa tullidaeran muchos diez años de martirioentonces podría casarse con muchach

ozana todavía; el diablo... ¡epensamiento uxoricida!... no, era ediablo, traía las figuras de cien mujere

apetitosas: María, Ursula, Teresa, PaulaDomitila, Rosa, Epifanía, TrinidadVentura, Felicitas, Agueda, Cecilia

Cecilia jovencita y chapeteada, Martinde ojos capulineros y trenzas brillantecomo seda, Remigia, Victoria, EusebiaMarta, Marta llena de vida, Marta por l

que se mataron dos peones de lEstancia, y Lucía, Lucía primorosa, dpiel blanca, de ojos azules,

Consolación, y Marina, y Rosario,



Gertrudis, y Margarita... Centelleo dojos, danza de caderas, río de brazoscosecha de mejillas. Brama la sangre

crujen las arterias esclerosas. ¡AvMaría Purísima! Cuando pasaran seimeses de sepultada sería tiempo... ¿n

don Eustacio contrajo nupcias por cuartvez a los dos meses de que murió doñEngracita?... ¡después de diez años e

usto!... ¿y si se disgustara Damián hubiera pleitos en familia? Damiápuede haberse muerto también...

Don Timoteo saltó de la cama

buscó la botella del Agua Bendita; rociel colchón, el cuarto, las sábanas, lalmohada, volvió a santiguarse tre

veces; puso el rostro en el suelo. ¿Hast



dónde, Señor, era pecado que se locurrieran estos pensamientos? ¡Querea muerte de la vieja y del muchacho

Mañana se confesaría. Si fuera posiblse levantara a estas horas y buscara aseñor cura o alguno de los ministros

Labios y dientes del difunto Anacletvolvían con la eterna sonrisa, con lmueca burlesca. ¡Llamaran ya a l

primera misa! Se levantaría. Sevantara cuan presto escuche lacampanadas. Una vez, al pasar el arroyde las Trancas, estaban bañándos

Gertrudis y Margarita: ¡qué gloria dcuerpos contemplados sin que nadie lestorbara, sin ser visto por nadie

iserere mei... En castigo no iré a l



feria de San Marcos, que ahora cae poPascua Florida. Dicen que los torerovan a ser de lo mejor y es una de la

pocas diversiones que me cuadran y haan pocas corridas por estos rumbos

allá cada uno o dos años, que puedo ir

ochistlán, a Teocaltiche, Aguascalientes; creo que es justo; yo, nbaraja, no vino, ni mujeres; y éstas n

porque no me gusten: buenas tentacioneengo con ellas en las ferias, y que no shacen mucho del rogar las cantadorasas fonderas, las cantineras, las.

Comenzó a rebramar la sangre otra vez volvió el diablo con imágenes impuras.

No, don Timoteo no iría a la feria d

San Marcos. Entraría a los Ejercicios d



encierro. Apenas hoy tocaran a misprimera se levantaría para confesarseSu pobre alma estaba en pecado, con e

más feo de los pecados ¡y a su edad! Enfierno...

El infierno, la muerte, el juicio, l

gloria, su mujer, Damián, el difuntAnacleto, las formas de garridamuchachas, el huizachero de Juchipila

sus deudores. Las siembras, las lluviasa sequía, los ladridos de Orión le dabavueltas en remolino; la cabeza le dabvueltas, que era una desesperación, tod

a santa noche, la eterna noche, y scuerpo nomás daba vueltas de un lado otro de la cama, sin conciliar el sueño

sin oír las esperanzas de los gallos, si



sentir señales de vida, ladridopresagiosos, relinchos, mugidos, pasoscampanadas. Dijéramos que hubier

omado cajeo fumado más de cuatrcigarritos; pero ni eso. Ido el sueño, se iba la cabeza vacia, no, Vena d

aqueca y de malos pensamientomolientes que le hacían daño físico, y eesfuerzo por desecharlos y consegui

dormirse lo extenuaba más que unfiebre, durante las horas interminablesel pecado de superstición era eculpable: si no hubiera consentido la

abusiones por el aullar del Orión, eEnemigo no viniera con tantoembelecos. Parecía quedarse quieto, e

sueños, y un sobresalto pasaba otra ve



odos los filos de la rueda sobre lcabeza: se habrá muerto Damián, si yenviudara, me robarán lo que tengo

sufriremos larga sequía, las cantadorade la feria, me voy a morir...: picudofilos de la rueda implacable, cada ve

más grotescos, más audaces pecaminosos; más débil cada vez lresistencia, en la noche sin fin.

2

ESE día Leonardo Tovar habíenido que ir a conseguir unos bueye

hasta el Río Verde y había vuelto d



noche, muy cansado; apenas cenó, sacostó; apenas acostado, se queddormido; apenas se durmió, l

despertaron los gemidos de su mujerLeonardo tenía el sueño pesado, y máaquella noche, después de andar nuev

eguas casi sin respiro; pero loamentos de su mujer eran má

poderosos y le derrumbaron el sueño

aunque no, de pronto, la modorra y emal humor. Pedrito había despertado coos quejidos y chillaba. Otra noche mal

en que como tantas, desde Nochebuena

Leonardo no probaría el sueño. Más menos para la Candelaria esperaban uniño; la mujer había tenido mucho

rastornos y, para Nochebuena, ¡lástim



de dolores!, arrojó unos desechos comracimos de uvas, que diz que eraumores y otros decían que un fenómeno

pero ni modo de decir que hubierhabido eclipse o que tuviermalquerientes que la hubiera

embrujado. Desde entonces no contabdía bueno: que jaquecas, que vómitosque hemorragias, que falta de apetito

debilidad; luego ese dolor en el vientrecomo de lumbre, cada vez más fuerte seguido, que no la dejaba hacequehacer, ni los había dejado dormir e

muchas noches. Leonardo la llevó coodos los curanderos del pueblo y de lo

alrededores; hasta con los hechiceros

Medicinas, remedios y abusiones e



balde. Ultimamente, la otra semana, sechó más drogas para ir a Teocalticheque la viera el doctor y fue para que lo

descorazonara; diz que necesitaboperación y luego luego, antes de que nuviera remedio; pero quería tresciento

pesos adelantados, ¡ni de dónde! Mávalía volver a las yerbitas y lo que Dioquisiera. Ni vendiendo al tiempo el maí

de tres años ajustaría trescientos pesosni había quien se los prestara sobre laderritas, que ya están empeñadas a doTimoteo Limón, en ochenta pesos. ¡H

sido un trastorno esta enfermedad!Los clamores de la muje

raspasaban la noche y el alma. Viniero

algunas buenas vecinas para hacerl



uchas: que unos sinapismos, que unaventosas, que unciones de manteca, qua Oración del Justo Juez, que humazo

con pelos de coyote. La mujer sretorcía con los ojos arrasados, lamanos crispadas. Los aspavientos d

unas vecinas, el hieratismo de otras, locuchicheos, los rezos en alta voz, eentrar y salir de las gentes aumentaba

el llanto de Pedrito, espantado sobre lcama, los ojos desmesuradamentabiertos. Leonardo iba de un lado a otrsin saber qué hacer; salía al patio; l

ronaban en los oídos los pronósticodel médico de Teocaltiche; sentía quuna ola de insumisión, amarga, l

golpeaba sienes y garganta; le tronaba e



cerebro. Vino don Jesusito Gómez y lofreció un trago de aguardiente:

—«Compadre, será bueno traer a

señor cura; que Concha se lleve al niña la casa para ver si lo duerme.»

Allí llevan a Pedrito desmorecido

Allí la madre aúlla como leona que larrancaran la cría:

— «¡No sean malos, no sean crueles

al cabo me voy a morir; déjenmsiquiera ese consuelo!»A Leonardo se le salen las lágrimas

a las mujeres ni se diga.

—«¡Vayan por el Padre!¡Vayan por don Refugio e

remediero: a mi tía la volvió de la

últimas boqueadas!



¡Vayan por doña Remigia que tabien sabe rezar a los moribundos!»

—«¡Qué va a querer venir do

Refugio a estas horas!» Y sobre todos los rumores, sobr

odos los cuchicheos, los rezos, lo

adridos de perros, los cantos de logallos, el interminable grito:

—«¡Me muero! ¡me muero!»

—Cómo se ha entretenido Leonardoa poco ni la alcanza. —Mientras se vista el Padre y vay

por los óleos a la parroquia.

—Otro debía haber ido por el PadreEstá llena la calle de sombras, d

pasos. Los vecinos esperan la llegada d

a muerte.



—Allí viene ya el Padre.Los ojos de Leonardo adelantan un

pregunta no formulada por los labios.

—¡Está viva! ¡ Sigue muy mala!Hombres y mujeres se salen al patio

a la calle, mientras la enferma s

confiesa. Cesan los gritos. Comienzotra vez el sordo, maquinal relato dLeonardo:

—«Me acosté muy cansado dvuelta del Río Verde a donde había ido conseguir unos bueyes, cuando de pronte empezó el dolor, más fuerte que otro

días... que siente como lumbre... querírescientos pesos por operarla... le tuv

mucho miedo... y yo de dónde iba

sacar tanto dinero en donde nadie m



conoce, y ni aquí mismo.»Las tremendas ceremonias de

Viático y de los Santos Oleos. Cuando e

Padre se va, ladran los perros por todel camino. Algunas gentes también smarchan; otras comienzan a quedars

dormidas; parece que Martinita se hquedado más tranquila con loSacramentos; no será la primer

moribunda que vuelva a la vida con loSantos Oleos.Leonardo vuelve a salir al patio

escruta el cielo, desesperado. ¿A qu

horas amaneceré? ¡Qué larga noche! Ypiensa en aquélla, cuando nació PedritoCuán distinta! Entonces también l

despertaron los quejidos de su mujer



ambién vinieron los vecinos y doñGenoveva, que estaba prevenida. ¡Cuádistintos los gemidos! Casi lo llenaba

de alegría. Eran tan fuertes como ahorapero tenían una esperanza; no lpreocupaban muy mucho; al contrario, l

hacían sentir un gozo secreto; ndurarían mucho; cuando acabaran, lfelicidad sería completa, como e

verdad lo fue al oír el llanto de niñonunca Leonardo se sintió más dichoso encontró nuevo cariño a la vida, a lierra, a los trabajos del campo. Per

ahora, eran gemidos sin esperanza ni fingemidos estériles; nada esperaba. Sesperaban lo siniestro, lo peor. ¡U

milagro! Se le caían los párpados d



cansancio y no tenía fuerzas ni paresperar un milagro, ni para decir uPadre Nuestro. Le ahogaban las sombra

funestas, el vago misterio tormentoso. ¡Aqué horas amanecerá! Y de pronto, cooda fuerza, otra vez el plañid

desgarrador: —«¡Me muero! ¡Me muero

Leonardo, Pedrito, me muero!...»

Ya cantan los gallos. Ya suena lcampana de la parroquia. Ya comienza esclarecer.

—El Angel del Señor anunció

María...

3



MERCEDITAS TOLEDO, celadora de l

Doctrina e Hija de María reciérecibida, no supo cómo llegó a sumanos la carta. Cuando se dio cuenta do que se trataba, hizo intento d

romperla; con los dedos temblorosos lestrujó, y como sonaran pasos en lrecámara inmediata, como el llamado

cenar fuera perentorio, apenas tuviempo de meterla en el seno, con lntención de que, acabada la cena, iría a

excusado, la rasgaría en muchopedacitos y se conjuraría todo peligrde que alguien diese con algún rastro demaldito papel, o de que pudier



conservarlo y leerlo ¡¡Ave María!! Scomo ella lo encontró junto a su camadiscretamente caído, al volver de

rosario, hubiera sido su mamá, suhermanas ¡horror! su papá o suhermanos, ¿qué hubiera sucedido? ¡N

pensarlo! Que la encontrara Chema shermano, tan celoso e iracundo, ¡avMaría! ¿Quién la puso allí? Una de la

criadas —¿cuál?— andaría en eenredo, porque no era posible que si lhubieran aventado de la calle quedaran bien colocada, ni era de pensar qu

de modo tan imprudente lcomprometiera Julián... El nombre lquemó la cabeza y todo el cuerpo. L

carta, en el seno, era como una brasa. L



echarían de ver. Un sudor se le iba otro se le venía, y la cena no terminabnunca. Quiso disimular, contando la

deas que las muchachas tenían paradornar el Monumento del Jueves Santoa voz le temblaba; toda ella temblaba

como si la estuviera viendo Julián coesas miradas de lumbre, tan extrañasque no la dejan salir a ninguna parte si

que se le claven como alfilereardiendo, esas miradas que la persiguedesde hace algunas semanas y que, sihaber dado motivo, cada día son má

erribles, como carbones encendidos; lprimera vez que se dio cuenta de ellas lcorrió un escalofrío tan raro, que po

poco se desmaya; era como si l



hubieran sorprendido desnuda, como sa desvistieran a fuerza; qué asco, qundignación contra el impertinente, qu

deseo de acusarlo con el señor cura, coodo el pueblo, para ver si dejaba d

mirarla; pero también qué horror a

escándalo y cuánta fortaleza para salio menos posible y sólo para lndispensable; qué tormento, no halla

con quién quejarse, ni a quién pediauxilio, sino a la propia virtud y aenojo contra el atrevido. ¡Haber llegadhasta a escribirle y conseguir que l

carta estuviera en sus manos, en su senoAhora sí se quejaría de tamaño cinismopara el que no dio ningún lugar...

—Estás muy irritada de la cara



parece que tienes calentura...Estaba descubierta y era tiempo d

desahogarse. Ignorado impulso desvi

rápidamente las palabras: —Quién sabe, mamá, si haya sid

una corriente de aire, que al salir de

rosario sentí muy frío. —Cuántas veces tengo que decirt

que te enfríes antes de salir de la iglesia

Vete a acostar y allá te llevo dentro dun rato una buena canela, bien calientepara que sudes, a ver cómo amaneces.

Antes iría al excusado y rompería l

carta, en añicos; la maldita carta comumbre, algunas de cuyas palabras tení

pegadas en el cerebro, punzadoras

«amor» —«tristeza» —«deseo



—«poder hablar» —«comprendernos—«toda la vida». Era, sin dudaenguaje del demonio. Ella estab

consagrada a Dios y a su SantísimMadre. ¡Tentaciones! pero cuán risiblesojalá fueran así todas las tentaciones

Ahorita mismo vería el demonio cocuánta rabia y decisión aniquilaría enmundo papel; desde mañana, Juliá

vería la indiferencia más absoluta sería víctima de los mayores despreciospara que desistiera de su locura. Si lamiradas la habían trastornado y si e

nombre del impertinente le sacaba locolores de la cara, fue por coraje asentir semejante audacia; pero ya er

iempo de demostrar cuán por encima d



as tentaciones quería ser fiel a la Virgenmaculada...

¿Por qué, para muestra de s

desprecio, para conocer hasta dóndlegaba la osadía y miseria de lo

hombres, y como ejercicio de voluntad

por qué no había de leer el papel antede romperlo? Con esa prueba resistirínuevos embates. Verse asaltada po

entaciones y luchar con ellas no erpecado. Leería, leyó la cartaEstremecióse. De indignación —pensaba. ¡Qué cinismo! La rasgó

Titubeó antes de arrojarla en lsuciedad: allí estaba su sitio; pero ¿nera un deber entregársela al Padr

director para que se diera cuenta de la



asechanzas del demonio contra lapobrecitas Hijas de María InmaculadaMejor se grabaría algunas palabras y la

diría en confesión. Leyó los pedazoshizo luego una bola con ellos y loarrojó a la inmundicia de dond

procedían.Fue a recogerse. Con una

capsulitas, le llevó su mamá una taza d

canela muy caliente. Ya se sentía mejorPero mientras platicaban, comenzó sentirse muy desgraciada. ¿Por qué uhombre se atrevía a mirarla y

escribirle? Ella no había dado lugarQuiso echarse al cuello de su madrelorando. Hubiera querido que no se l

separara en toda la noche. Como si fues



chiquita sentía miedo. Pidió lbendición, como si fuera a morirseRezaron juntas.

—Estás muy nerviosa. —Será el efecto de la medicina.Cuando se fue su madre, Mercedita

roció el cuarto con Agua Bendita, spersignó tres veces, metióse a la cama no se animó a apagar la lámpara.

Transcurrió una hora de angustia ydesde la pieza inmediata, resonó la vomaterna:

—¿Por qué no has apagado la luz

¿Te sigues sintiendo mala? —Estoy rezando. —Apaga la luz. Procura dormirl

bien abrigada, porque si sudando le d



el aire, corres riesgo de una pulmonía.Sí, apagó a luz. Sí, sudaba. No, n

pudo conciliar el sueño. Le parecía oí

pasos persistentes y sigilosos, en lbanqueta; una respiración jadeantecerca de su ventana; chiflidos en l

calle, chiflidos de imploraciódesesperada.

—¡Han de ser los nervios! —

pensaba.Y la memoria le respondía con unapalabras de la carta:

—«Yo he sufrido mucho con es

orgullo, y tanteo no resistir esufrimiento, que es injusto, porque mintenciones han sido buenas, y n

merezco ese desprecio.»



—¡Mentiras: ni sufre! —¿Y acaso, de veras, l

desesperación lo obliga a hacer alg

desastroso? —¡Yo no seré responsable! ¿Po

qué?

—Tú serás responsable, tú, porque fin de cuentas es natural cuanto tpropone...

— ¡Natural no! Yo soy Hija dMaría Inmaculada. — ¿Y te has fijado en qué quier

decir cuando dice que no resistirá e

sufrimiento? —¿Qué me importa? —Puede querer decir que s

enfermará, que se expondrá a mucho



peligros, que tal vez morirá por tculpa... —¡Por culpa de su locura y dsu audacia!

—... Pero puede también queredecir que no responde de sus accionesmovidas por el despecho y l

desesperación, como las crecientes dos ríos que nada respetan, y tumba

casas, árboles y cerros, arrastran huerta

ganados, ahogan cristianos, dejan poodas partes la desolación. —No entiendo. —Como los caballos desbocado

que arrastran al jinete, lo matan, y vaatropellando cuanto encuentran.

—¿Qué quieres decir?

—A buen entendedor...



—Sí, que se desborde la rabia, y lsucederá lo que a los perros del mal.

— Pueden matarlo, eso quieres deci

estás deseando la muerte del prójimoo que no es muy cristiano; si así fuera

piensa que antes pudo morderte ¿

entonces? —¡No me dejaré! —En tu resolución hay un ciert

emblor como de gozo por el peligro. —Tal vez. —Sí, es un placer luchar con e

demonio y tú quieres convertir e

demonio a un hombre. —Ya ese hombre para mí es e

demonio.

—Pues yo soy ese hombre y ya esto



dentro de ti, lucho dentro de ti, ganerreno en ti, desde que tú piensas en mí

—No eres más que un pensamient

ransitorio excitado por la contrariedade su audacia y por la medicina que mprovoca el insomnio.

— Yo soy el insomnio. Mi carta, msilbido, mi respiración entre lahendeduras de tu ventana. ¡Cuán frági

valladar me separa de tu lecho y de tnquietud: unas maderas apolilladas una fingida resistencia de tu cabezfrente a los impulsos de tu sangre, que a

fin vencerán, por ser más poderosos¿No he de llegar a ti, si he podido haceque mi carta se abrigue junto a t

corazón? ¡He de llegar a ti, hoy



mañana, tarde o temprano, y tú mismdesearás —¿deseas ya?— mi llegadaDesearás que nunca nos apartemos! ¡M

separación y mi ausencia serán tu mayoormento! Ya lo pide la sangre

brincándote a lo largo del cuerpo, y e

nútil toda resistencia de las pobres, laemerosas, las débiles ideas que quiere

defenderte. ¿Oyes mis pasos? Va

acercándose a tu lecho como ladrones quienes el gozo espera y cuentan en sfavor la insurrección de prisioneronocentes: tus deseos de mujer...

El sigiloso crujir de una puerta, lopasos cautelosos, aquí, dentro, cerca y ientas. La doncella se incorpor

violentamente y prorrumpió en u



aullido inarticulado. —Yo soy, hijita, cálmate. Toda l

noche te he oído dar vueltas en la cama

¿Sigues mala? ¡Tienes mucha calenturaVoy a la cocina a prepararte otra tomde canela, mientras amanece a ver qu

remedio te mandan de la botica.Tiembla la doncella con extraños

ndomeñables, recios estremecimientos

Ahora sí estará enferma, con semejantderrame de bilis. Un calosfrío malignoY quién sabe si allá en el fondo, muy afondo, monstruoso, inconfesable, bull

un sentimiento de desilusión, disfrazadde vergüenza por haberse adelantado asustarse con el pensamiento de u

peligro imposible, que confundió lo



amorosos pasos maternos y en unosegundos la hizo vivir años dsensaciones tremendas, donde horror

delicia chocaban, cayendo a plomo lexistencia, muriendo, resucitandoagotando en un minuto los anhelos

placeres, dolores de una y muchas vidasFue primero como aquella vez, en lafiestas de Teocaltiche, cuando se di

unos toques eléctricos que eran la mayocuriosidad y sorpresa de la feria; comcosquillas internas y hormigueo de lonervios; luego un súbit

desvanecimiento, como cuando se sueñcaer en abismos sin fondo; luego unfatiga como debilidad, un reposo d

aniquilamiento; y otra vez el temblor



ahora de la conciencia víctima dpecado, mancillada, dispuesta —en uminuto— a las penas del infierno.

(—Si en estos momentos la muertme sorprendiera...)

—¡¡Confesión, madre, por caridad!!

—¡Deliras, hija, cálmate! —¡¡Por amor de Dios, mamacita, u

Padre!!

—Voy a hablarles a los muchachosque se levanten. ¿Qué sientes? ¿qué tduele? Que vayan por el señor cura por don Refugio.

—No, no les hable a los muchachosDeje que amanezca. Voy a tratar ddormir. Quédese aquí, conmigo. ¡No, n

es hable! Vamos rezando el rosario,



ver si me viene el sueño.Ya estuvo más tranquila el resto d

a noche, junto a su madre, aunque n

ogró dormir, ni disipar la tristeza dsaberse acreedora a la condenacióeterna, y débil para nuevas acometida

del demonio.(—Si nos fuéramos lejos de aquí —

pensaba.)

Y como eco de truenos remotos, lvoz impertinente reponía: —¿Lejos? ¿A dónde que no m

leves, puesto que yo soy tú? Yo soy t

naturaleza de mujer.(—No volveré a leer un libr

profano; estos pensamientos allí se m

han ocurrido, quizás —continuab



pensando. Mañana, cuando saliera a lglesia, los ojos de Julián querrá

devorarla y no podrá evitar el encuentro

el pavoroso encuentro.)¿No podrá siquiera conciliar e

sueño un breve rato, el escaso que falt

para el alba? Considérase la únicdesgraciada, desconsolada, náufraga eel océano de la noche. ¡Dichoso

quienes duermen! ¿Y quiénes puededejar de dormir en el pueblo, tranquilaas conciencias?

(—Julián...)

Otra vez el odioso recuerdo, Señor.(—Y si padeciere insomnio...)Señor, aparta de mí, ya, este cáliz.

(—Menos amargo, ya...)



Este cáliz más amargonsoportablemente amargo.

(—¿Ni una noche puede

acompañarme en el insomnio?...) Nunca podré acompañarlo.(—Hoy me has acompañado y bie

sabes que no será la última vez...) —Hija, ¿no te has podido dormir?Cuando sintió que su madr

despertaba, la insomne fingió qudormía. Y otra vez vino a envidiar cada uno de sus coterráneos, juzgandque todos, libres de preocupaciones

dormirían en paz.La obsesión de dormir ahuyentab

as esperanzas del sueño. Ella sola, po

su pecado, era la única que sufría e



martirio de no pegar los ojos en toda lnoche. ¡Horrible pecado dpensamiento, de sentimiento, d

consentimiento! ¡Haber vivido en uminuto, en el orgasmo de un instanteoda una existencia pecaminosa! ¿Cóm

salir ya nunca a la calle, participar eos actos piadosos y asambleas de l

Asociación, enseñar la Doctrina

nocentes? El pueblo, a una, leería eos ojos, en la frente de la desdichadao leerían, con tristeza, los viejos y lo

niños; con burla, los muchachos; co

ástima, las almas devotas; con acritudsus consocias; ¿y él?

Él nunca la vería más. Costare l

que costare. La conciencia encandeciós



al recuerdo de tantos heroicos ejemplode santas que vencieron al demonio; lamitaría, ora vistiéndose de mendiga

ora cortándose los cabellos desfigurándose el rostro; si era precisocegaría, tomando al pie de la letra e

consejo de San Pablo. Una vida drigurosísima penitencia borraría de suojos y frente los estigmas de la cart

eída y del criminal minuto en que lestremeció el sentimiento de seabrazada por un intruso aborrecibleQué vergüenza, Dios mío! Pero desd

mañana, o mejor dicho desde hoy mism—cuán poco faltará para que amanezc—, renunciaré al mundo y pronto, en u

claustro, sí, cómo no lo había pensado



en el claustro, mi alma se verá libre dmiserias, gozosa, fuerte contra el mundoel demonio y la carne.

Vencida por el cansancio, la cuitadno escuchó el toque del alba. El sueñoal fin, daba reposo a la carne.

La carne se rindió al sueño en el fildel alba.

4

Pasos de caballos y voces sordaquebrantaron la paz de la noche, desda entrada, por la cuesta de las tenerías

en el barrio de Abajo, tomando la call



del Fresno, hasta San Antonio, estrujaron el sueño y la curiosidad dalgunos vecinos, tentados a abrir e

postigo para ver qué tropel era ése.Los Rodríguez volvían de México

de Guadalajara. Se les había hecho tard

no quisieron pasar otra noche fuera dsu casa, por más que llegaron deshoras.

Ya ni los esperaban. Tuvieron quocar mucho a fin de que les abrieran ezaguán, pues Juanita y los criados ya shabían acostado.

—Los estuvimos esperando hasta laonce y pensamos que se habríaquedado a dormir en la Jarrilla o en l

Labor de San Ignacio.



—Caray, va a dar la una —dijo donocencio a vistas del reloj que sacó de

bolsillo, mientras el mozo le quitaba la

esquelas.A la altura de la cabeza, las criada

alzaban los faroles encendidos, y e

patio era un mar de sombras que iban venían.

—Traigan unos equípales a

corredor; no conviene que entremoagitados a las piezas —ordenó el amo. —Estoy cayéndome de cansancio

de sueño, papá; me sigue atroz l

aqueca y voy a acostarme luego, luego. —Ah, muchacha ésta; si hubier

sabido, no te habría llevado.

—Pero ¿qué es lo que te pasa? —



preguntó la tía Juanita, y sin esperacontestación añadió—: ¿Acostarte sicenar? En un momento estará e

chocolate y les tenemos preparado upollo sabrosísimo y unas enchiladacomo seguro no probarían en México.

Micaela comenzó a llorar. —Ah, qué muchachita, qu

muchachita.

—Siquiera un vaso de lecheempinado. —Yo no sé en qué iremos a parar —

decía doña Lola.

—Ya estás grande y sabes a lo que texpones. ¡Una pulmonía, un hervor dsangre! Anda pues, acuéstate, porfiada

Si hubiera sabido, no te habría llevad



—repetía don Inocencio.Tía Juanita fue a destender la cam

de Micaela y quiso ayudar a la lloros

para que se desvistiera. —Voy a dormir vestida —dijo co

aspereza. —Pero ¿qué es lo que tienes?

—Se te hace poco volver a estpueblo rascuache.

— ¡Jesús, María y José!

—Volver a vivir en este camposanto — ¡Ave María Purísima! —Haber nomás ido a saber lo que e

de veras vivir. —Pero criatura...

—Y ahora, que se pudran lovestidos, que se apolillen lasombrillas, porque no será bien vist

que ande como la gente, ni que m



polvée, ni que use corsé, vestidoclaros, medias caladas, ni que me pongunas gotitas de perfume, porque m

criticarán hombres y mujeres. ¡Vivir dhipocresías! No, no es posible, yo npodré, no podrán obligarme, ayúdame

ía Juanita, para que me manden dnterna a un colegio, siquiera e

Guadalajara —y rompió a llorar co

fuerza.Juanita estaba aterrada; con el menopretexto salió de la recámara y fue reunirse con su hermano y cuñada, qu

habían pasado al comedor. —Pero qué ¿se ha vuelto loc

Micaela?

—Imagínate.



—Desde que salimos dGuadalajara ha sido un continuo llorar.

—No sabemos qué hacer.

—Hemos querido hasta pegarle.Hemos llorado.Le hemos ofrecido volver pronto.

Ha sido todo inútil. —Hasta la vimos con impulsos d

volverse sola.

—Al entrar al pueblo casi se nodesmayó y si yo no me hubiera puestenérgico...

Los mozos paseaban la

cabalgaduras por el patio, antes ddesensillar; iban y venían con ritmseco, monótono.

Doña Lola vino a ver si su hija s



había calmado, si algo se le ofrecía, squería esta taza de manzanilla. El cuartse hallaba a oscuras. Apenas la señor

puso el pie en el quicio de la puertasollozó Micaela:

— Déjenme sola. Quiero dormir.

—Tómate siquiera esta manzanillpara tu jaqueca.

—Déjenme sola, por favor. N

quiero nada. —¿Ya te persignaste siquiera? —Mamá, por Dios, qué fastidio. —Parece que has perdido el juicio

Parece que no tienes temor de DiosReflexiona, Micaela.

Tosió don Inocencio y fue

reunírsele doña Lola.



—Déjala mejor; el capricho tienque pasársele y no hay que darle contrasolo le pasará. Tiró de la leontina.

—Caray, son las dos y media de lmañana. Vámonos a acostar.

—¿Con esta mortificación?

—Ni me han dicho si cumplieron mencargo para la Virgen y si me trajeroagua del Pocito.

—Ni cabeza hemos tenido pardecírtelo. ¡Cómo se nos iba a olvidarMañana verás lo que trajimos. Es unsorpresa.

—¿Y los rosarios? —Vienen también y están tocados a

Ayate. Mañana verás todo, Juanita. Y

ambién tengo mucho que preguntarte



Pero con esta mortificación. —Acuéstense pues. Las camas está

istas. Que pasen buenas noches.

—Nomás dime si Crescencio trajel dinero y cuánto les diste a lomedieros de Pastores.

—Por más recados que le mandé, nvino Crescencio; puras dilaciones pretextos. Mañana te enseño los apunte

del dinero.Don Inocencio se chupó los dientecomo signo de contrariedad.

—Buenas noches.

—Buenas noches.Qué iban a dormir. Juanita, pensand

en el mal ejemplo y aun en el escándal

que las ideas de Micaela producirían e



el pueblo, principalmente entre lamuchachas, y más, si se encaprichaba eponerse las modas que traía; pero lo qu

quitó por completo el sueño a la buenmujer fue la sospecha de que popensamiento, palabra u obra —eso

eatros y cines, esos bailes, esos trenes coches, esas tantas ocasiones y peligrode las capitales, que se le representaba

confusa, diabólicamente—, su sobrinpudiese haber manchado la gracia dealma. (No sé dónde tuvo mi hermano lcabeza para exponer a su hija en tanto

riesgos; esas costumbres de laciudades, esos modos de tratarse lagentes, sin temor de Dios; esas modas...

Doña Lola estaba sorprendida del geni



de su hija y no podía salir deaturdimiento; imaginaba lo que diríaas gentes y lo que se imaginarían po

ese viaje de un mes, cuyos recuerdocomenzaron a desfilar en la oscurecidrecámara; de pronto venía la memori

de los ojos desmesuradamente abiertos del salvaje alboroto con que Micaelgozó las novedades de aquel mundo: l

primera vez que anduvieron por ecentro viendo aparadores; cuandentraron a «Las Fábricas de Francia»; e«Salón Rojo», de México; aquel jove

an educado que les anduvo enseñandel Museo y luego se les ofreció parlevarlos a Chapultepec, a Xochimilco

al Desierto de los Leones, y el día qu



se vinieron trajo a la estación unoramos de violetas y una caja dchocolates finos; Micaela le daba mied

con esos ojos, como de loca; Micaelera desgraciada desde que vio lrremediable de volver al pueblo; y n

había modo de conformarla; orita mismloraría, sin poder dormir.(Doña Lola sevantó con intenciones de ir al cuart

de su hija. —Será peor, será peor. —Yse contuvo.) A Inocencio no le cayerobien las finezas del joven Estrada; sobrodo el día del Desierto; la cara se caí

de vergüenza viendo tanto desaire; perDavid, o no lo notó, o tuvo la fineza ddisimular; cuán distinto de lo

muchachos de por acá, sin trato, si



porvenir, sin sentimientos delicados; poesa parte, a doña Lola le gustaría vivien México, aunque a nadie pued

decirlo, porque se la comerían vivaMicaela, es evidente, no tiene vocaciópara religiosa y sus arrebatos le haría

peligrosa soltera; debe casarse (DoñLola se atrevió a formular epensamiento, por primera vez, aquell

noche), debe casarse; pero en el puebl¿con quién? Es un problema. Es uproblema. Lo mismo que pensaba donocencio a esas mismas horas

revolviéndose en la cama. Es uproblema, ¡y con la madre taconsentidora! Resultan de balde la

energías, los corajes, los consejos



mándase una cosa y es para que no lobedezcan, y para que a espaldas de unse haga otra cosa, se permita l

prohibido, se relaje la autoridapaterna; habrá que fajarse bien lopantalones y tomar medidas radicales

caray, la educación de los hijos, y máscomo es el caso, la de una hija únicacriada sin que nada le falte, a la que n

se le puede regañar sin que arme ualboroto en la familia, dejemos todos dcomer y nos dure varios días el masabor de boca; el viajecito ha sid

contraproducente, ¡lástima de dinergastado! Bien me lo anunció el señocura y no le hice caso; creía que eran su

escrúpulos de siempre; yo no sé en qu



vaya a parar; pero cuésteme lo que mcueste, hasta encerrarla en un conventoa he de meter en cintura, y aquí s

acabaron los chiqueos, y los cuentos, os lloridos; al entrar al pueblo, po

poco le pego de cuartazos; me dolió e

alma, me duele, pero no me arrepiento, si no hay otro remedio que la dureza, macordaré de mis buenos tiempos, cuand

enía fama de buen amansador; sacabaron las contemplaciones... La furide don Inocencio iba creciendo efuerza del desvelo; ¿le pasaría pronto

como siempre que se propuso irle a lmano a Micaela? Micaela estaba comsi la hubieran enterrado en vida; ¡qu

ba a acordarse de ella David Estrada



si había tantas muchachas bonitaselegantes e inteligentes a su alrededorY a Micaela le daría pena que cumplies

su promesa de venir a este pueblo taarrumbado, tan triste, tan falto dcomodidades y diversiones; peor qu

convento, como camposanto. ¡Quesperanzas de volver, ni en sueños; ni dgozar su conversación, paseando e

Chapultepec, en la Alameda, en la callde San Francisco! Cuando RupertLedesma sepa que ha vuelto, no ldejará a sol ni a sombra: ¿cómo le habí

dado esperanzas de corresponderle? Tagrosero, tan petulante. ¡Muchachnfeliz, qué chasco va a pegarse! ¿Y la

Hijas de María? Juana, desde hac



iempo, anda con que Micaela tome lcinta. ¡Viejas quedadas! Cómo spondrán cuando la vean a la moda

polveada, pintadas las ojeras, los trajebien ceñidos, y la oigan contar lo quvio y oyó, lo que paseó y sintió, lo qu

nventará para escandalizarlas despertarles envidia. Le harán el vacíoa pondrán en cuarentena para que nadie

absolutamente nadie se le acerqueMejor! así para ella y para sus padreresultará imposible la vida y más prontsaldrán del pueblo. ¿Y si diera en vola

a todos los mejores muchachos y lequitara los pretendientes a lapudibundas? Bonita travesura, pero ¡qu

flojera, con lo pelmazos que son esto



ipos! Desgraciadamente no le quedarotra diversión y, por otra parte, será emedio de hacerse más odiosa, má

criticada, para que su padre se resuelva sacarla de esta cárcel. En agudomomentos del insomnio quisier

evantarse y huir, o que no amanezcnunca, para no verles las caras a lagentes, para no cerciorarse de que s

vuelta no es una pesadilla. Pero ¿everdad que fue a México y conoció David Estrada, o sólo es un sueñdentro del presidio? ¡Cómo se burlará e

empleado de correos cuando en el postrestante busque inútilmente las cartaque Micaela espera! No, David no l

defraudará. Es infame querer tenerl



encerrada en esta tumba y que smarchite su juventud, sin libertad parsoñar, ya no digamos para ver, hablar

salir. ¡Qué chasco van a pegarse, screen que es la misma muchachngenua, temerosa del «qué dirán»

sumisa a las mezquindades que rigen evivir pueblerino! Han de verlo desdmañana. Pero mejor fuera que n

amaneciese nunca, nunca, por terribleque sean la oscuridad y el sufrimiento dno alcanzar descanso entre las sábanas.

Inexorable tañe la campana del alba

nexorables despiertan las voces de lovecinos. Inexorable vuelve la rutina dedía, sobre el pueblo.



EJERCICIOS

DEENCIERRO

1

LOS caídos, ahogados en las arenas densomnio, cuyos ojos —a estas horas—

parecerán — padecerán— llenos dahuates, y los que viviendo en pecad

duermen la muerte del remordimiento



como vírgenes necias; los que sueñaconcupiscencias; los que al despertavolverán a manos de angustias

entaciones y trabajos; el que algúriesgo tenga sobre la cabeza, encima dealma; los enfermos crónicos y lo

repentinos, los desahuciados, los reciémuertos, las ánimas olvidadas dsufragios, que hace años esperan el cab

de su purificación; los hombres qulevan pistola y malas entrañas, los quguardan agravios y no quieren perdonaros casados mal avenidos, las viudas

as solteras, las doncellas, los niñoséste, aquél, aquellos adolescenteansiosos de burlar las miradas qu

guardan la cuesta del río; y los viejos



enfermos de satiriasis, los pecadoreempecinados, los que resisten laasechanzas del demonio y los que ho

habrán de sucumbir; los que hoy sevantarán sin el pan de cada día, el ric

que hoy cometerá injusticia, los pobre

que serán maltratados, el deudovencido y perseguido, los que darán os que recibirán malos ejemplos; quie

se lance hoy a largos caminos o rabajos peligrosos; el sentenciado sufrir males, los fieles tibios, lorabajosos e indóciles... tempran

asaltan la vigilia del señor cura doDionisio María Martínez.

Temprano. Antes de las cuatro de l

mañana. Muchas veces a las tres. Aun



as dos.La turba reclama los primero

pensamientos, la zozobra primera, la

primeras, prolijas oraciones. Ave Maríurísima del Refugio, sin pecad

original concebida. En el Nombre de

adre, y del Hijo, y del Espíritu SantoLargos los brazos y largo el ademán coque se santigua. Echase al suelo, y

arrodillado, lo besa. Peccavi, Dominemiserere mei; peccavi, Dominemiserere mei; peccavi, Dominemiserere mei; poenitet me pecasse

cupio emendare quod feci. Descarga ldisciplina sobre las espaldas, reo émismo y reo por su pueblo; en el piso l

frente, al himno Veni Creator suceden e



ctiones nostras quaesumus, Domine os Salmos penitenciales, reanudando l

flagelación, mientras los termina

Fulano, zutano, mengano... cada uno dsus fieles, con cada una de sunecesidades van pasando por l

memoria, luego ensanchada con loímites del mundo: los periodistampíos, los gobernantes anticatólicos

os maestros ateos, los infieles... lopecadores de Mesina cuyo tremendcastigo tiene azorada a la humanidados blasfemos que, injuriando a l

Santísima Virgen, han llenado dndignación a Guadalajara y a l

Arquidiócesis... el desenfreno de la

costumbres, la descristianización de



universo, la total amenaza cernida sobreste pobre, inerme rebaño, que se le hencomendado.

Llega la hora de vestirse cuandcomienza el rosario de quince misteriosEn la carne, al cinto, queda ceñida l

disciplina. El buen varón enciende luz, pónese la ropa, finalmente la sotana se encamina a la sacristía, donde

arrodillado, termina el rosario, hace lmeditación y reza maitines.Él celebra siempre la primera misa

Es a las cinco, tanto en tiempo de frío

como de calores. Entre la primera y lsegunda llamada, se sienta en econfesonario. A la última, se levanta.

Escrupulosamente lenta es l



celebración. Lento el revestirse. Muchmás lento el consagrar y el consumirProlongada, la acción de gracias

cubierta con las manos la cara, sobre ereclinatorio. A seguida reza laudes vuelve al confesonario, durante una, dos

res horas. En tanto, desde que amanechasta la hora del desayuno, con nadihabla, nadie se atreve a turbar s

recogimiento. Algunas ocasiones, antedel desayuno, lleva la comunión o eviático a los enfermos; pero es reacio visitar las casas ni con este motivo

cuando lo hace, llevado por urgenciadel ministerio, principalmente si ha dratar con ricos o mujeres, acentúa e

aire adusto. Jamás ha aceptado convite



ni regalos. Veinte años de vivir en epueblo no han sido suficientes para quenga familiaridad en alguna casa, co

algún vecino, por afable que sea parodos. Gusta despachar sus asuntos en e

curato, precisamente, abierto a l

feligresía con austera llaneza, siimitación de horas ni condicionesunca recibe a solas a las mujeres

Hombre de conciencia estricta, humilderetraído, enérgico, celosísimo de sresponsabilidad y autoridad, no larredran obstáculos ni trabajos; com

muy escasamente, ayuna dos veces a lsemana, la cuaresma entera y los días dprecepto; viste con modestia y limpieza

es amigo de pocas y buenas palabras



enemigo de tertulias y chismesndiferente a cuanto no sea cumplir su

deberes apostólicos. Enjuto, alto

grandes las manos, pobladas las cejasralo y encanecido el cabello, el gestsevero, sin llegar a la acritud más que e

casos extremos, la fisonomía denuncio recio del carácter y el temple de la

virtudes, mayor entre las cuales emerg

a caridad, hecha compasión, bien quno siendo de genio expansivo, laejercite ocultándose, y asuman formade rudeza cuando hay riesgo d

ostentación.En Arandas nació, el año de 1850

Hizo sus estudios en el Seminario d

Guadalajara y recibió las órdenes d



presbítero en 1876, el día de SaLorenzo. Su primera ampolleta fue parSan Cristóbal de la Barranca, com

ministro, y a los tres años destinóselvicario de Apozol, para luego recibir lparroquia de Moyahua, que sirvi

durante nueve años. Los climas cálidoo envejecieron; pero conserva la vivez

de los ojos azules y el color encendid

de las mejillas, típicos del alteñoodavía monta con garbo a caballo resiste jomadas de nueve y diez horaspara hacer confesiones en lugare

apartados de la parroquia.El confesonario es el centro de su

actividades, el punto desde donde dirig

a vida —las vidas— de la comarca



Penitentes primerizos o empedernidosfíeles de comunión diaria o reaciosodo caso le merece atención especial

a ninguno despacha con ligereza; veintaños de tratar cuestiones semejantesreinta y dos años de ministerio, no ha

mecanizado el oficio de oír confesionesni en días de aglomeración —ocho más horas de no levantarse del Tribuna

ornadas de veinte horas con ligerntervalo— siente prisa o cansancio; nes confesor de fórmulas hechas parcasos idénticos, y en esto radica s

fuerza de compunción. Habitualmenthumilde, allí se transfigura, severo solemne, aunque sepa descender —y d

ordinario desciende— a compartir la



miserias de los confesandos, a llorar y excitar la confianza en la InfinitMisericordia.

Severo y solemne también cuandpredica sus sencillos discursos. Sever solemne, sin énfasis alguno. Con l

majestad del que se sabe instrumento deVerbo Eterno. Severo y solemnenflamado, airado algunas veces; otras

loroso, tierno; siempre conmovedorTampoco en sus sermones hay rutinasino la vena de renovado sentimiento a certera elocuencia del que vive lo qu

dice, aun lo menos importante.Severo y solemne cuando dirige un

anda de ejercicios. Implacable cuand

predica las meditaciones del pecado, l



muerte, el juicio y el infierno: entonceruge su voz, críspansele las manos, loojos van a salírsele por el espanto,

odo el cuerpo vibra, comunicanderror, y nunca repite circunstancias

ejemplos, consideraciones que pueda

menguar la impresión de año en año.Desde que llegó al pueblo diose a l

area de construir un gran edificio que a

mismo tiempo fuera hospital y casa dejercicios espirituales. En Moyahuntentó empresa semejante. Co

ambiente más propicio, acá, tres mese

después de hacerse cargo de lparroquia, colocaba la primera piedra ymediante faenas populares a las qu

concurrían cientos de personas, hombre



mujeres, ancianos, adultos y niñosposeídos de fervor cuidadosamentfomentado, al finar la cuaresma de 189

estaba hecha la obra de cimentación; aaño siguiente, todavía sin acabar lfábrica, se dieron allí los primero

ejercicios y el Domingo del Buen Pastofue recibido el primer enfermo.

La Casa quedó totalmente acabad

en escasos tres años. Los planos y ldirección fueron obra personal del curaEl edificio es recio, amplio e imponenteresume, a la vez, el carácter del puebl

del párroco; está emplazado sobre lcolina que limita el caserío hacia el surfrontera a la colina norte donde se hall

el Camposanto; por cada uno de su



cuatro lados los muros miden trescientavaras de largo, ocho de altura y una despesor; no tienen ventanas a la calle; l

comisa corrida, las esquinas, locontrafuertes y las puertas son dcantera; lo es también la Capilla de

Santo Cristo, en forma de cruz griegaque ocupa la mitad de la fachada y ecentro del edificio; a la izquierda está l

puerta del Hospital y a la derecha la da Casa de Ejercicios: ambas son ancha rematadas con cruces de grande

proporciones; dos patios corresponde

al Hospital y otros tantos a la Casa, cosendos pozos en el centro, de cantera lobrocales; al fondo del ala izquierda est

el departamento de las religiosas, u



pequeño oratorio y la cocina; tienebuena luz las estancias del Hospitalpero las de la Casa son sombrías y s

comunican por ambulatorios estrechosresonantes, llenos éstos y aquéllas coeyendas que a cada paso recuerdan la

postrimerías del hombre; al fondo deala derecha está el refectorio para loejercitantes, muy espacioso, presidid

por un gran crucifijo y un púlpito, acentro del techo un tragaluz; los pisos dadrillo de barro y, en las pieza

destinadas a dormitorios, el suelo h

sido mareado con cruces del tamaño dos cristianos que allí han de reposar

como si fuera la parcelación de u

cementerio.



La puerta de la Casa de Ejerciciosólo se abre la tarde que éstocomienzan y la mañana en que acaban;

a entrada, los ejercitantes hallan en ezaguán un túmulo con cuatro cirios y, eo alto, una cruz negra y una amarillent

calavera, que, a la salida, deja el sitio aaltar del Buen Pastor, cubierto de floresa imagen con los brazos abiertos.

Los Ejercicios duran siete días, ddomingo a sábado, excepto los dadolescentes varones, que comienzan eMiércoles de Ceniza y terminan e

domingo inmediato, primero dCuaresma. Esta tarde comienzan los das Hijas de María; la semana siguient

son los de las señoras, luego los d



varones mayores de dieciséis años quno han contraído matrimonio, finalmentos de hombres casados, cuya tand

concluye la víspera del Domingo dPasión.

Los ejercitantes pueden llevar de s

casa, petate, sábana, cobija y almohadasólo en casos muy restringidos, y nuncpor distinción, menos aún atendiendo

categoría de personas, se les admite quleven colchón, que les introduzcaalimentos especiales o que tengacomunicación entre sí, ni con el exterior

El silencio más riguroso es la primerexigencia dentro de la Casa, silencique se rompe a la hora del desayuno, l

mañana en que los Ejercicios acaban



son admitidas las viandas con que sufamiliares agasajan a los ejercitantesMuchos, ricos y pobres, prefiere

dormir las seis noches a raíz del suelosobre las cruces negras. Muchoscontritos, rehúsan charlar en el desayun

final y ofrecen a otros los manjares qude su casa les han mandado.

Fuera de la Cuaresma, se dan tres

cuatro tandas de Ejercicios pardistintas cofradías o grupos piadosoque las solicitan. De pueblos a lredonda vienen cientos de ejercitantes

algunos años es la afluencia tal, qusiendo imposible alojar a cuantos lpiden, hay que hacer nuevas tandas e

as semanas siguientes.



El acto postrero de los Ejerciciopara hombres adultos es el juramento demperancia, mediante el cual s

comprometen los asistentes —la diestrsobre los Evangelios— a no tomar unsola copa de vino, por lo menos en u

año.

2

Este mediodía del veintiuno d

marzo, el señor cura Martínez anda llende regocijo. Toda la semana trabajó econvencer a varios remisos qu

alegaban pretextos para no entrar a lo



ejercicios que hoy comienzan. DoAmbrosio Pérez no tenía con quién dejaa tienda, don Inocencio Rodrígue

acababa de llegar y sus negociorequerían un empujoncito macizoPancho López andaba con el celo de su

hijas, muy asediadas por unos fulanos os que no podía ver ni en pintura

cuanto más perderlos de vista y que s

aprovecharan de algún descuido parengatusar a las inocentes... et sic dcoeteris. Pero estas victorias no son lcausa mayor del gozo: tibios, apegado

a los menesteres de la tierra, estohombres, al fin y al cabo, son ovejas deredil y no tienen malas ideas; lo buen

es haber conseguido que vengan a lo



Ejercicios... parece increíble... DoRomán Capistrán, el director políticodon Refugio Díaz, el práctico e

medicina y farmacia; don Pascual dPérez y León, el práctico en Litis: todores con fama de liberales; herejes par

algunos; anatematizados por otros commasones; el primero, sanguinario; esegundo, brujo; el tercero ladrón, segú

el decir público. —¡Bendito sea Dios! —el cura nsiente otras palabras.

—Yo no tengo esas dudas de usted

Padre, y mire si estoy desconfiado —dice el párroco a su ministro, epresbítero Abundio Reyes.

—Pues yo peco de confianzudo



pero en esto, como Santo Tomás: vepara creer.

—Se olvida usted de l

Misericordia Divina y de los caminode la Gracia.

—Eso está bien; pero desconfío, po

a marrullería de estos señores a los quconozco más que a mis manos. ¿Cuántiempo llevo de buscarles el modo po

odos lados? ¿Cuántas acusaciones a lSagrada Mitra me ha valido andar coellos? No hay día que los timoratos nanden con chismes: que si me han oíd

celebrar sus cuentos y chistes, qufomento su liviandad, que no les voy a lmano en sus abusos.

—Esos trabajos han alcanzado fruto



— Así lo quiera Dios; pero sogallos duros de pelar. Don Pascuasobre todo. ¿Y los respetos humanos d

don Román? —Ya lo verá. Desde luego hemo

convenido en que entrarán hasta en l

noche, a la hora de la primerdistribución. Claro que no me gustmucho esto, ni el haber aceptado, e

principio, que pudieran salir si habínecesidad; pero hay que allanar ecamino a las ovejas descarriadas. Loca a usted vencer las dificultades qu

puedan presentarse a última hora. Désmaña para resolverlas.

—No me les separaré desde est

momento. Y como la condición de lo



otros ha sido que don Román se decidaré a comer en casa de don Román; éstos mandará llamar; los tres marrullero

nventarán nuevas disculpas. DoñCenobia me ayudará en la tarea.

—Ande con Dios, padre, y no s

olvide: la Fe transporta las montañas. —Espero transportárselas hoy a l

Casa de Ejercicios.

3

CON dedicatoria especial para estpueblo de espectros y para este rígid

cura, vino hace ocho años el Padr



Reyes, mandado por la Sagrada MitraEn el Seminario, Abundio gozó fama derrible; no se le podía sustituir e

orneos de agudeza y travesuras, menoaún en la organización de festividades«gaudeamus», excursiones, conciertos

mprovisaba discursos para cualquiecircunstancia, recitaba, cantabaenderezaba toda conversación; sin é

sus compañeros eran incapaces dntentar algo: felicitar al rector el día dsu onomástico, solicitar de losuperiores tal cual granjeria, consuma

bromas de índole varia, proveerse dcigarros y golosinas, ingeniar disculpaen casos apurados, componer copla

humorísticas, preparar exámenes d



seguro éxito, allanar las voluntadeausteras y poner buen humor en la rutinde la vida claustral. Asunto en que s

advirtiera la mano de Reyes, asunto quos superiores trataban con cautela, poemor a chascos o a exagerada

benevolencias. Rigurosas fueron lapruebas a que se le sujetó antes dconferírsele órdenes; las de presbíter

fueron diferidas un año; se le temípropenso a la infición liberal y disipaciones profanas; por otra parte, sabrigaban halagüeñas esperanzas en s

don de gentes y en sus aptitudes dorganizador. Hubiérasele querido mápiadoso, más reconcentrado, meno

nquieto y bromista.



Zapotlán el Grande fue su primedestino, una vez recibido epresbiterado. En la pequeña ciudad —

bien poblada, de intensa vida social, dcostumbres abiertas, industriosa, ricacon fáciles comunicaciones

Guadalajara y con hegemonía sobrvasta comarca—, el flamante sacerdotvio propicio campo para realizar su

sueños de grandes organizaciones empresas apostólicas: catecismos parniños y adultos con sentido dinámico eos que rutina y enfado quedara

proscritos; escuelas inspiradas en lométodes más modernos; difusión de lbuena prensa; sociedades de jóvenes d

uno y otro sexo, de damas, de obreros



patronos, encaminadas a la acción, comas que florecían en algunos países d

Europa. Rápidamente se relacionó co

as familias más distinguidas e inspirconfianza a los hombres tachados diberales, despertando suspicacias, l

del párroco en primer término, a quieparecieron «modernistas» y peligrosoos planes de trabajo propuestos por s

nuevo ministro; no había que hacenovación en la vida de la feligresía, nhacerse ilusiones con procedimientoextraños al ritmo religioso tradiciona

en la Arquidiócesis; tampoco estmuchacho inexperto, efusivo, debíexponerse a los riesgos de la vid

social, en una población de preferencia



profanas. El párroco fue apartándolo derato civil, encomendábale actividade

rurales y le quitó la ocasión de llevar

a práctica el más pequeño de suproyectos, la idea de renovar lométodos catequísticos. Al cabo, el Padr

Reyes tuvo sobre sí la predisposiciófranca del párroco, y el resultado fuque antes del año, en pésima situació

económica, recibiera oficio dransladarse a un pueblo des-conocidoen rumbo diametralmente opuesto de lArquidiócesis, con difícil acceso po

caminos de herradura, punto menos quntransibles en ese tiempo de lluvias e

que se le comunicó el cambio. Al pas

por Guadalajara, con un abatimiento qu



nfundió temores a quienes conocían snalterable humor, acabaron d

deprimirlo las noticias relativas al cur

bajo cuyas órdenes trabajaría: exigenteviolento, escrupuloso, maníaco, quizá ypuesto en prevención contra el carácte

del ministro que le mandaban e iba ecierto modo castigado a ese pueblo sicategoría, de extraño nombre y si

referencia en los mapas de la RepúblicaCliente de arrieros humildes que omo de burro lo llevaron por tierra

fragosas, bajo toda inclemencia, en día

luviosos, parando en hospedajemíseros, atravesando regiones villorrios desolados, el viaje hall

érmino a la cuarta jornada, e



anocheciendo. ¡Qué oscuro pueblo dsombras escabullidas, de puertacerradas, de olor y aire misteriosos

Pueblo de oscuridad y silencio, quaplastaba el ánimo del recién llegadoCampanadas de monotonía le golpearo

as sienes. Jaqueca cruel. Ganas dlorar. Un arriero le ofrece su casa par

guardar los avíos mientras el señor cur

ordene otra cosa. Miserable casoscurecida, tirada. Mujer, niñoharapientos que lloriquean. Gruñen poallí los cerdos. Cacarean somnolienta

gallinas. El aire irrespirable. Amenazormenta. Quién sabe si ni lleguen a

curato antes de que comience a llover

Relámpagos ininterrumpidos. Vient



desatado. Será una «culebra»Goterones. Carreras. El oscurecidcurato... En presencia del señor cur

Martínez reaccionó el abatimiento dePadre Reyes, que hizo propósito dsobreponerse a todo para ganar l

prueba y el ánimo del envejeciderarca, en cuyas pupilas azules adivina luz de secreta cordialidad. E

recibimiento fue inesperado: el cura ne ocultó los informes desfavorables coque lo habían prevenido; pero con secelocuencia paternal consiguió infundirl

calma, confianza y bríos; le suplicaceptar hospedaje mientras llegaba nstalarse completamente «a gusto»

precipitó la hora de la cena y en ell



extremó actitudes de obsequio; mandrecoger el equipaje; acortó la charla dispuso pequeños menesteres para qu

el joven descansara lo antes posible. Uanto brusco, el comportamiento del cur

no daba lugar a sospechas de doblez

resplandecía la lealtad comprensiva deque ha sufrido iguales amarguras y loaños le han enseñado a restarle

mportancia. Nunca —en los días, en los mesesen los años siguientes— el curmanifestó desconfianza al ministro

cualesquiera hayan sido las cautelas coque lo observara, y debieron semuchas, principalmente durante lo

primeros tiempos de su convivencia



Franqueza y tacto, con un cierto dejo dcamaradería que guarda límites y srecata, normaron el estilo de su

relaciones. El Padre Abundio, por sparte, se mantuvo fiel al propósito de nomar iniciativa alguna y estudiar e

carácter de don Dionisio, con la minucidel que revisa un mecanismo que lo hhecho fracasar; pronto aprendió lo

gustos del buen hombre, lo aparencial dsu rudeza, los resortes de sus pasionesa energía de sus virtudes, el esquema d

su temperamento recio y blando a la vez

El clima de la derrota le fue propicipara entender con claridad el complejde los párrocos y el modus vivend

relativo a quienes han de sometérsele



sobrellevarlo.El estado de pasividad tan contra s

naturaleza, lo mecánico de su

ocupaciones, alguna insuperablresequedad espiritual, pero sobre todel ambiente del pueblo y el carácte

arisco del vecindario, ponían al PadrReyes en trance de desesperaciódurante los primeros meses de habe

venido a radicarse. Hubo momentos eque temió volverse loco; por lo menomisántropo sin remedio, ante ldificultad de concertar el cautelos

abstencionismo y los impulsos de su ndomeñada inquietud, que hallaban riesgno sólo en la experiencia reciente, sin

más aún en lo enigmático de la



costumbres, y obstáculo en lo herméticde las casas, los ojos, los corazones. Nquería, pero también juzgaba no pode

legar a relacionarse con aquellafamilias cuyos miembros entre sí, fuerde su casa, disimulan afectos

parentesco. Era un mundo extraño a soptimismo y preferencias, en que nadio entendería; ni sintió la más remot

curiosidad por explorarlo.El transcurso del tiempo, lanecesidades del ministerio y sobre todsu temperamento extravertido fuero

minando la voluntad aislacionista dePadre. A ello lo indujo el propipárroco; atento al carácter y conducta d

su ministro, en cuyo don de gentes —qu



en vano trataba de ocultarse— aquédescubrió fuerzas que le faltabanprimero le dio amplias facultades par

que reorganizara el catecismo dnfantes, luego lo asoció a la obra de lo

Ejercicios; y como los resultados fuero

sorprendentes en una y otra labor, lconfianza del Cura y el campo de acciópara el entusiasmo renaciente de

ministro se ampliaron. Fue la vopersuasiva que con timbres de simpatíocó el ánimo de los remisos. Gustabaos jóvenes la campechana franqueza de

Padre Abundio, cada vez más populardentro de lo posible, en la vida depueblo. Con sus sermones despertab

nuevos sentimientos devotos: era



sermones de circunstancia, llenos dfuego, que contrastaban con el vigorágico, inflexible, de los predicado

por el cura. La influencia del joveabarcó puntos a donde no llegaba la deanciano. El carácter del pueblo, a s

vez, impuso nuevos cauces a lafacultades y preferencias del sacerdoteno le pasó por la cabeza organiza

veladas literarias musicalesrepresentaciones dramáticas, quermesespaseos, a que tan aficionado era en eSeminario y que le acarrearon e

Zapotlán el disgusto del párroco y lacríticas de muchos fieles graves.

Se ha concretado a formar un cor

de hombres y muchachos para servicio



estrictos de la iglesia; trata lo menoposible a las mujeres; cuando entra a lacasas y a los comercios, va siempre co

misión estricta, de acuerdo con el cura si parece distraerse charland

sabrosamente —lo que no deja de serl

criticado, en especial cuando habla copersonas como el director político, eboticario, el huizachero y otro

sospechosos a la ortodoxia y purezmoral comunes—, es que algunoasuntos requieren rodeos y hay remedioque necesitan jarabe.

Así el Padre Abundio lleva ya ochaños en el pueblo; sólo dos veces fue a capital de Estado y sed

archiepiscopal, en viaje de negocios



nútilmente sus amistados de Zapotlán lnvitan a que vaya en vacaciones, quampoco ha querido disfrutar. Hace tre

años recibió cambio a Lagos; con sanuencia, el señor cura Martínez y otrovecinos transladáronse a Guadalajara

ograron la anulación de las órdenes—«No sabemos qué bebedizo te hayadado en esos andurriales» — dícenl

amigos interesados por sacarlo de aqumejorándolo. Últimamente supo que srataba de conseguirle una capellaní

dentro de la capital y escribió para qu

cesasen las gestiones.De cuando en cuando, a solas

recuerda poemas aprendidos en otra

épocas.



Más precia el ruiseñor su pobre nidode pluma y leves pajas, más sus quejas

en el bosque repuesto y escondido,

que halagar lisonjero las orejasde algún príncipe insigne, aprisionado

en el metal de las doradas rejas.

4

AL advertir que tenía cerca de sí —no supo desde cuándo—, casi hombr

con hombro, al rey del enredo, al másinvergüenza y aborrecido de lohombres, al perturbador de su calma

negocios — era él, sí, no lo engañó e



rabillo del ojo en su primer testimoni—, al sentirse junto del miserablhuizachero, don Timoteo Limón tembló

Pero fue nada su temblor comparado ade Porfirio Llamas, cuando el ruido dunos pasos lo hizo voltear y se topó d

manos a boca con don Román Capistránque vino a pararse detrasito; como dadrede, don Refugio Díaz, el curandero

se puso junto a Melesio Islas, quien lachaca la muerte de su hijo. Porfiriestuvo sintiendo toda la hora del sermóque don Román le ponía la pistola en l

espalda.(— ¿Qué espera que no lo hace?.

nimas, que no me conozca...)

Don Timoteo y Melesio, primer



sintieron, como Porfirio, que la sangrse les iba a los talones; hasta el resuellse les cortó; pero luego la sangr

comenzó a hervirles en la cabeza y eas manos, con ganas de echarse sobr

sus desprevenidos enemigos, ahora qu

os tenían de modo. El estertor de lmuerte, los ojos en blanco, la convulsiódesesperada, los gritos de «¡¡mamá!

¡papá!!» implorando alivio vanamenteos detalles completos de la agonía para que fueron inútiles los remediajos de

curandero, asaltaron la memoria de

comerciante Melesio, que hubiera dada don Refugio la vida si salvara la de shijo, de su hijo que se abrazaba ora a l

madre, ora al padre, queriendo escapa



de la muerte, cuando había perdido ehabla y el terror le desmesuraba loojos, horriblemente, inolvidablemente.

y ese don Refugio, éste, éste de aquunto, con su criminal calma de siempre¡Asesino!! ¡Bandido! ¡Bandido que l

ha robado para siempre la felicidad!A pesar del sermón y del exigid

silencio, fue un reguero de pólvora l

noticia, y en todos cundió el malestardejándolos sin cabeza para seguir laconsideraciones acerca del principio fin del hombre. Terminado el ejercici

de la noche, vecina la hora derefectorio, la ansiedad, el aire dconspiración, la rebeldía común era

evidentes. ¿Cómo iban a sentarse junto



«ésos» en una misma mesa? ¿Cómo umismo techo iba a cobijarlos? Fue unsublevación de recuerdos, u

relampagueo fulminante de «agravios»as multas injustificadas, los amagos d

fuerza, la cárcel oprobiosa, el remedi

estéril, el engaño judiciario. Casi nhabía alguno que no tuviera qué sentir daquellos individuos.

—Las reses que me quitaron. —La tierrita que me remataron. —La libranza que me hiz

erdediza.

—Los veinte pesos que me sacó sicurarme.

—Aquel día que me mandó llama

ara regañarme y amenazarme co



onerme preso y mandarme en cuerda. —El rato amargo que me tuvo co

a pistola en el pecho.

—La cara de palo con que acabor decirme que el crup no tien

remedio y veía que la niña se m

ahogaba, sin hacerle ninguna lucha... —Quien sabe si nomás haya

venido al sermón...

—Dios quiera que se hayan ido... —Ánimas, que no sea cierto que svan a quedar...

—Dios nos favorezca...

En el refectorio ya no les cupo dudaEra visible la resistencia de muchopara quedar cerca del director, de

curandero y del leguleyo; mas la polític



nsinuante del Padre Reyes compuso lacosas: don Román Capistrán quedó entramigos: don Timoteo Limón a l

zquierda, don Ceferino Toledo a lderecha, don Rómulo Varela enfrentedon Refugio Díaz fue acomodado entr

hombres rebosantes de salud y doPascual de Pérez y León entre vecinocuya pobreza ni los ha expuesto ni lo

expondrá a líos de juzgado.Son ciento veinticuatro ejercitanteque cenan en silencio. Sus corazones —alterados todavía—, en silencio irá

serenándose. Sus miradas, en silenciohallarán mutua confianza, fundidas en ecomún afán de salvación. En silencio, e

extraño silencio, fantasmagóricos



acabada la cena, vuelven a la capillpor ambulatorios tenebrosos y, medihora más tarde, buscan el sitio que par

dormir se les ha destinado. ¡Cuántos, apasar por el patio, alzan los ojos acielo, miran las estrellas y piensan en l

familia, en los negocios, en lopendientes que dejaron!

—Que la mujer, que los hijos, qu

os animales, que las siembras, que ladeudas... en fin, al demonio no lfaltarán mañas para quitaros la atenciódel principal asunto a que os ha traído l

Misericordia Divina; principalmente laprimeras horas, la primera noche, no sdará punto de reposo para turbar e

recogimiento de esta santa Casa co



mágenes torpes, con rencillas, cocuidados mundanos. Pensad que habéimuerto y que de nada sirve preocupars

por lo que se deja. Si no es ahora, sermañana. La embestida del demonio sererrible, lo es ya en estos momentos

Acostaos como en una tumba. Estprimera noche... —las palabras deseñor cura en la última distribución era

cortantes; parecían leer lopensamientos conturbados, en el silenci tinieblas de aquella casa llena de ecos

donde se tiene la impresión de habe

sido transportado a otro mundremotísimo del que nunca se saldrá y eel que no hay tiempo ni espacio.



5

ABAJO, a unos cuantos metros de lCasa sorda —tan sorda que no puedeoírse siquiera los ladridos de los perrosacaso ni el tañer de las campanasmenos el confuso rumor de la villa—, eas cocinas, en los corredores y patio

mal alumbrados, en salas y recámarasa tristeza o el miedo, el miedo y lristeza llenan el alma de las mujeres.

—«¿Por qué te afliges si sabes questá con Dios Nuestro Señor, entregadal negocio que más nos importa?» —dicen la suegra a la nuera joven, la



cuñadas a la esposa, las hermanas, laamigas de la recién casada, por primervez sola en la noche. Pero las viejas d

bodas de oro y bodas de plata, lamujeres con descendencia numerosaambién hoy sienten la casa vacía. E

gusto de saber que marido e hijos, padr hermanos... pretendiente, están co

Dios, no quita la tristeza de las mujeres

no alivia el vago anhelo quexperimentan y ha de ser tentación dedemonio, tan opresiva, en muchas tadesesperada, que quisieran salir a l

calle, gritar, o sumirse —llorando— ea oscuridad. Esta noche, estas noches

días, revélaseles la fuerza y el misteri

de la compañía de los hombres, qu



durante todo el año pretenden aparentan olvidar, que disimulan epúblico, siempre vergonzosas d

confesarlo.En privado y en público, ahora, n

ienen otro tema de conversación qu

Pedro, Juan o Francisco; lo que hasufrido y gozado juntos; lo que juntoesperan.

Y en privado, pero sin límites, ahorque fulano, zutano y mengano, absortoen las meditaciones no han de pensar eempresas mundanas, las doncellas qu

han cruzado miradas, cartas o palabravivas con aquéllos, pueden abandonarsa recuerdos y esperanzas, lícitos, puest

que se refieren a varones entregados



ejercicios de santificación. (El demonisuele ciertamente desmandarse; poejemplo, a Merceditas Toledo inspira e

pensamiento de que Julián ocupe en edormitorio el mismo sitio que a ella locó hace quince días.) Si al salir d

Ejercicios persisten en su inclinaciónseñal es que Dios lo tiene determinado podrán corresponderles, aunque ante

harán los Siete Domingos al CastísimPatriarca Señor San José, como últimnstancia de lo que más convenga. (Mu

en secreto temen algunas, durante l

semana, que al cabo de los Ejerciciosfulano salga con ánimo distinto, tras larigurosas cuentas a solas en cuestión d

omar estado.)



Las doncellas envidian lfamiliaridad con que las casadas puedehablar del ausente y lo hacen ahora en l

calle, a la salida de la iglesia, en ecomercio; mañana, tarde y noche; pardarse mutua compañía y ver qué se le

ofrece, ahora —como en trances dduelo y necesidad— se visitan; el temde las pláticas no es otro: Pedro

Pablo, Andrés, Jaime, Juan, TomásSantiago, Felipe, Bartolomé, MateoSimón y Tadeo: Lino, Cleto, ClementeSixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo

Crisógono, Juan y Pablo, Cosme Damián. (El nombre de la inquietud sólpuede ser pensado en lo profundo de

alma célibe; nombre con enigma, si



sonido, sin esperanza de confiarse a loabios, a las orejas, al viento y a l

calle; nombre guardado en lo más hond

de la vergüenza, mientras las casadaproclaman el suyo en charlnterminable.)

—Jesús es tan bueno, que no sresolvía a entrar a los Ejecicios en vistde que mi comadre Martinita, la muje

de mi compadre Leonardo, sigue tagrave, que diario se nos figura que namanece. ¡Un tumor maligno en evientre! ¡Cáncer! figúrese, Paulita. Uno

dolores atroces que no la dejan. Comcera sin asolear se ha puesto la pobre...

—¿Y Pancho? ¡Tan cuidadoso d

nosotras! Por nada del mundo querí



dejamos solas. Ni ha de tener calmaencerrado, pensando qué nos puedsuceder...

—Si hubiera sabido que esndividuo entraba en los Ejercicios —¿

quién se le iba a ocurrir? —, yo n

habría puesto tanto empeño por quPorfirio se apuntara. Con el pendientanoche no pude ni dormir. Usted sab

cómo lo trae de ojeriza, corecriminaciones y llamadas al juzgadono hace un año lo quiso matar en ecamino a Teocaltiche, que por rebelde,

ahora anda con que es reyista: Porfirioque con nadie se mete y es más pacífic bueno que un San Francisco...

— Bueno, doña Nicolasita, ¿y cóm



e hizo para que don Refugio sdecidiera a entrar? —El pobre nquería, por el pendiente de tanto

enfermos. Ya ve cómo le tienen fe y lbuscan, hasta gentes de Juchipila, pomás que no falten malagradecidos qu

hablen de él, como si un hombre pudiercurar como Dios. El caso es que ePadre Reyes lo fue convenciendo, y y

por mi parte; cuando el señor doRomán y el licenciado Péreconsintieron, Refugio se decidióBendito sea Dios! No es malo com

dicen los envidiosos; al contrario; lgusta hacer caridades, pero que nadie lsepa; y es más el trabajo que regala

Como confesarse, lo hace cada año. E



que dicen que nunca se ha confesado edon Pascual.

—Ave María. Y a don Román ¿cóm

o convencerían? —Pues mire, yo creo, yo creo... Per

es mejor no meterse en vidas ajenas...

—Ya se habrán ido esas mujeres¿Te acuerdas del año que las echamos fuerzas?

—Diz que anoche salió la última. Lsupe por una conversación de los peoneque trajeron rastrojo. Dios quiera qununca volvieran. El mejor día nos atrae

con su mal vivir un castigo del cielo por sus pecados no quede piedra sobrpiedra.

—Cuando uno menos las espera v



sabiéndose que andan por allí de vueltaYo creo que ahora don Román, que laha consentido, ya no las dejará volver

como otros años, después de lCuaresma...

—Timoteo tan bueno, tan prudente

que ha sido un padre conmigo, vieja nútil, más desde que estoy tullida. E

casi un santo mi viejo. Y tan buena gent

para todos; no puede ver una necesidaque no remedie: dinero, consejos, maízDicen que de cuando en cuando va a esbarrio; falsos testimonios: es mu

emeroso de Dios; pero ya ves que nfaltan malas lenguas...

— ¡Qué falta me ha hecho Melesio

Parece como si ya nunca lo volviera



ver. ¡Es tan cumplido! Yo creo que nhay uno como él de apegado a suobligaciones...

Las recién casadas son las quhablan menos; pero cómo quisieran quvolaran los días en un suspiro, en uno d

os suspiros que dicen su cuita tímidamás fuerte cuanto represada.

6

El lunes, lodo el día, meditaron en epecado; el martes, en la muerte; emiércoles, en el juicio; el jueves, en e

nfierno; el viernes, en la pasión d



uestro Señor y en la parábola del hijpródigo, que fue objeto —ésta— de lúltima distribución de la noche.

Se levantaban a las cinco y media da mañana; entraban a capilla, para l

meditación, a los tres cuartos para la

seis, y seguía la misa, entre la cual y eoque de refectorio, a las siete

mediaban escasos quince minutos libres

pero en silencio, que después dedesayuno se prolongaban hasta las och media, hora de la primera parte de

rosario y primer sermón del día, a carg

del señor cura; luego, tiempo libre, hastas diez: Via-Crucis, plática del Padr

Reyes y examen de conciencia; toqu

para comer, a las doce; tiempo libr



hasta las dos: rosario (misteriodolorosos) y puntos de meditacióniempo libre; a las cuatro, lectur

espiritual y sermón; a las seis, últimparte del rosario, plática moral, sermó tiempo de disciplina; todavía despué

de cenar, hacia las ocho y mediacongregábanse a hacer examen dconciencia relativamente a ese día, qu

erminaba con el Miserere; a las nuevodos deberían estar ya recogidos.Los espacios libres entre capilla

capilla son para repasar a solas lo

emas de sermones, pláticas y lecturaspara suscitar ideas propias en orden aarrepentimiento y enmienda de la vid

pasada, a la consecución de la Gracia



perseverancia. Se puede transitar poos patios y ambulatorios, permanece

en la capilla o en los dormitorios, per

en silencio rigurosísimo, apartados lounos de los otros, bajo pena dexpulsión, que muy pocas veces h

habido necesidad de aplicar.A dondequiera volteasen los ojos —

en la capilla, en los corredores, en lo

ambulatorios, en el refectorio, en lodormitorios—, las paredes hállanscubiertas de imágenes e inscripcionesque fuerzan la vista y el entendimiento

prolongar la meditación. Textos clásico versos populares de metro y rim

pegajosos; cuadros de tremend

realismo: el Viacrucis trágico, d



dimensiones enormes, cubre los murode la capilla, sobre cuyo altar sevantan las esculturas de la crucifixión

ntensamente dramáticas, y al fondo upaisaje de terror: nubes cárdenas negras, rayos, campos desolados, u

caserío de tono rojizo, que representa a malaventurada Jerusalén; alegorías dos novísimos distribuidas en lo

ambulatorios, entre las leyendapersistentes, casi sin dejar espaciovacíos, con tétrico abigarramiento; aqua muerte del pecador, allí el infierno d

os lujuriosos, de los avarientos, de losoberbios, de los asesinos, de loadrones; más allá un cuerpo putrefact

donde se complació el pintor con l



presencia de gusanos que parecen vivosadheridos a la tela, entregados a sfúnebre tarea; en el repartidor centra

frente a la puerta de la capilla, un Dídel Juicio, pavoroso aun para quienes lhayan contemplado muchas veces; e

ormento del rico Epulón y las miseriadel Pródigo que toma envidia de lo qucomen los puercos a su cuidado, son lo

emas de dos grandes lienzos puestos eel refectorio...Los ojos, el almsobrecogida, pasan de las terriblenscripciones hechas con grande

caracteres, a los terribles cuadrosviniendo de las terribles palabras quresonaron en la capilla: muerte, juicio

nfierno y gloria, sin hallar punto d



reposo en la batida contra lconcupiscencia y el pecado, ni esueños, porque aun allí las impresione

de la vigilia bullen dislocadas.La fórmula del ayuno es obligatori

general durante la semana. Lo

enfermos, imposibilitados o dispensadoendrán Ejercicios especiales en otriempo para no hacer excepciones d

régimen durante las comidas.Antes de oírlos en confesión, eseñor cura y los ministros se reparten os ejercitantes, como aconseja Sa

gnacio: «no queriendo pedir ni sabeos propios pensamientos ni pecados»

mas para informarse fielmente «de la

varias agitaciones y pensamientos.



porque según el mayor o menoprovecho le pueden dar algunoespirituales Ejercicios convenientes

conformes a la necesidad de la tal ánimasí agitada». En los tiempos libres, evoz baja y apartados, traba

conversaciones, que individualmentafianzan la obra común, realizada eclímax ascendente.

La primera noche no hay lugar para disciplina; pero desde la segunda —os ejercitantes han recibid

recordatorio en la distribución de l

arde para que a la siguiente traigan enstrumento que su piedad les hay

hecho prevenir—, tras el anatema contr

el pecado, vibrantes todavía la



exclamaciones de horror, excitados lopresentes a la flagelación contra ecuerpo, contra la carne que nos ha hech

caer, se apagan las luces, comienza ecanto de Perdón ¡oh Dios mío! Perdón ndulgencia... y suena un ruido seco

espeso, rítmico, escalofriante; algunosen las tinieblas, quítanse hasta la camispara azotarse con rigor. Un cuarto d

hora, un eterno cuarto de hora, parmuchos brevísimo. Suspendida lflagelación por la enérgica voz depárroco, todavía las luces tardan e

prenderse para dar tiempo, entrsilencio y sollozos ahogados, a lcompostura de los semblantes.

Esa misma noche, antes d



acostarse, los ejercitantes reciben lopuntos principales de la meditaciósobre la muerte, y, cuando ya está

dormidos, a las doce, a la una de lmañana, la sorpresa impresionante... Hsido este año el tránsito, por lo

dormitorios, de un ataúd, seguido dplañidos y el coro que cantaba Réquiemaeternam. Otros años fue un desfile d

fantasmas que simulaban esqueletoportando lívidas lámparas de alcoholitiriteo de calaveras pendidas del techo

gemidos lúgubres en tomo a la

ventanas.Pasada la reacción de pavor, do

Román Capistrán, ya bien despierto, s

sintió colmado. Una mano enérgica



oportuna: la del Padre Reyes, lo contuv dio tiempo a la reflexión. Deb

decirse que don Román había venido

os Ejercicios por congraciarse con epueblo; llevaba seis años de residir eél e inútilmente había esperado que s

amigo, el gobernador Ahumada, lcambiase a otro sitio, ascendiéndole lcategoría. No siempre con limpieza fu

adquiriendo tierras, ganados, casas; fuacostumbrándose al vivir de la comarcaa gente sufrida, buena, trabajadora

económica; el campo noble, responde a

esfuerzo humano; las costumbres, siexigencias; por otra partepresentábasele cada vez más incierto e

porvenir político; era tiempo d



sacudirse la burocracia y pensar eestablecerse por acá definitivamentedando mayor atención a sus negocios

ncrementándolos con un comercio, tavez con alguna industria bien planeada

o se le escapaba el poco afecto y lo

muchos agravios que le volvían el rostrde los vecinos; cuando dejara de seautoridad, el fingido comedimiento qu

se le dispensaba y era producto deemor se trocaría en absoluto vacíoquién sabe si en represalias. El trato dePadre Reyes fue un áncora, y l

nvitación a los Ejercicios —resistidmitad sincera, mitad calculadamente—un camino para ganar la confianz

pública. Estuvo a punto de desistir



aplazando el propósito. Ya dentro de lCasa, varias veces intentó desertar: lprimera, cuando en el refectorio se l

hizo blanco de la extrañeza generacuando descubrió entre los ejercitantes os hermanos Maclas, prófugos desd

hace dos años, por unas muertes quhicieron en La Cañada, y a Porfirio, y antos sospechosos de abigeato, a tanto

contraventores de la ley, a tantoresponsables de faltas a la autoridadera evidente que le rehuían, que lomolestaba su presencia y desconfiaban

El régimen y ambiente de la Casa lexasperaba. Nunca fue incrédulo; perel deseo de lograr buenos puestos en e

gobierno fomentó su indiferencia



cuando vino de director se permitíchanzas irreverentes que le granjearodesafecto; al darse cuenta de que no l

aprovechaban los «méritos» dacobino, antes le creaban problemas

declinó su actitud; comenzó a ir a mis

os domingos; el Jueves de Corpupasado aceptó llevar el varipalio en lprocesión y se hizo de la vista gord

para que se practicasen actos de cultexterno; dejó quitar al Padre Reyes eretrato de Juárez que había en lPresidencia. En los Ejercicios

finalmente, soportó las acometidas derespeto humano, las repugnancias de laprimeras horas, la estridenci

compulsiva que fue mellando el ánimo



o forzó a meditar en los temas eternos acabó rindiéndolo, de veras, no más alldel tercer día.

En cambio, no hubo fuerza qucontuviera a don Pascual tras lsorpresa del macabro desfile. Temprano

al día siguiente, salió no sólo de lCasa, sino del pueblo, sigilosamente.

Y don Refugio...

—«Don Refugio —comentabadespués los lenguaraces— abrió un ojomiró el cajón de muerto y siguidurmiendo más a gusto, arrullado po

os gemidos y los cantos de réquiem.» —«Quién sabe —decían otros—, s

entre sueños pensara que llevaban

enterrar a alguno que él hubier



despachado y por eso pudo dormir máa sus anchas.»

—«¿Qué tal don Inocencio, que de

susto hasta se le soltaron ladeposiciones?» —«No nomás a él.»

«Muerte, cuán amarga es t

memoria.» Cuán aflictivo ese dímartes, principalmente a los que cargaen su conciencia el recuerdo de vida

que troncharon: los dientes terrosos, lamanos agarrotadas del difunto Anacletoas convulsiones de los maritatero

muertos en la fiesta de la Cañada, v

para dos años; los ojos abiertos, quninguna lucha bastó a cerrar, y los puñoen vano amenazantes de Pedro Ibarra.

El quinto mandamiento fue l



materia de la plática moral y del examede conciencia, ese día. («Quién, qué, edónde, a quién, cuántas veces, por qué

de qué manera, cuándo.») —«Era un dídomingo —piensa, examinándoseFrancisco Legaspi—; serían como la

res de la tarde, hora de volver arancho, cuando Pedrito Ruiz, el arrieronos encontró, que venía de como po

San Antonio y nos dijo que mejodiéramos un rodeo por la calle darriba, porque acá, en la esquina dePabellón Nacional estaba Gumersind

borracho, muy impertinente, moneandcon una pistola, que nadie había dpasar por allí; más que por todo, por l

curiosidad, no le hice caso a Pedrito



seguí mis pasos, calles arriba; no tarden oír los cantos y los gritodesentonados del borracho; en l

esquina y en algunas puertas y ventanaestaban algunos hombres y mujeres, a lcuriosidad, con el Jesús en la boca; per

quién se los mandaba estar allí. Segucaminando, porque por qué me había dvolver frente a un borracho que nud

enía que ver conmigo y al que yo nunce había hecho nada; si me volvierasería peor; más se envalentonaría eescandaloso, luego se burlarían todos d

mí, sin que nada pudiera quitarme lfama de miedoso, teniéndome podejado me cargarían la mano, ya nunc

me dejarían en paz y tantearían abusa



de mi paciencia. Gumersindo estabsentado en el batiente de la banquetacon una botella al lado, que se caía d

borracho, canta y canta, entre malarazones; cuando me vio me hablónvitándome a echarme un trago; no l

hice caso y seguí mi camino. —¿No me oyes, jijo de tal, que po

aquí no me pasa nadie, porque no se m

antoja y a ley de mis calzones, jijo de lésta y la otra? —me grita. Ni quien le contestara nada; nomá

pelo el cuete, y sigo caminando, si

perderlo de vista; en esto apunta pardonde yo voy, y suelta un plomazo, qupor mérito que me pega, nomás retachó

a altura de mi cabeza; me hago fuert



unto a la puerta de los Loera, questaba cerrada, viendo a ver si se lpasaba la demencia; pero que se m

viene encima furioso, echandmaldiciones y provocando; era muy bueirador, hasta cuando estaba bie

borracho; le grité que no se me acercarapero él seguía caminando en dirección donde yo estaba. Nadie se atrevía

arrimársele para detenerlo. —Si das un paso más acá de lsombra, te disparo —le grito; por todcontestación me soltó otro plomazo,

entonces...» —También se peca contra est

mandamiento por riñas, por injurias a

prójimo, por rencillas, por mala



voluntades, por cualquier especie dagravio, en pensamiento, palabraobra... Qué, contra quién, cuántas veces

por qué, de qué manera, cuándo.Y a las palabras del ministro salía

mil recuerdos con paisaje y toda clas

de detalles, muchos ocultos, que lconciencia registraba escrupulosamente

—Había una luna preciosa es

noche... — Era el tiempo en que todavía nse desterraba el vicio de la borrachera esa tarde yo traía mis copas; n

estaba en mis cinco sentidos... —Siempre que lo veo, dos o tre

veces al día, hace tres años, sient

mpulsos de golpearlo, de que se l



levara el diablo... —Han de haber sido cuatr

uñaladas, o cinco; de lo que m

acuerdo es de cómo gritaba, parecíaos gruñidos de un puerco, en e

rastro...

—El día que acabé golpeándolacerca del río, traía un vestido azumarino, con adornos negros, y lo

cachetes pintados, que me daban ascpobre mujer!Los rastros de sangre fueron má

abundantes que la otra noche, cuando a

erminar la disciplina se prendieron lauces de la capilla; el ambienterrespirable por la criolina y el formo

que regaron para que los sentidos co



más fuerza vinieran a la meditación da muerte.

Los terrores del juicio universa

pintados con lúgubres palabras por eseñor cura, los gritos estentóreos d«¡Apartaos, malditos de mi Padre: id a

fuego eterno!», prorrumpidos al fin desermón, la noche del miércoles, repetidos a la hora de la disciplina po

una voz que no parecía de este mundoentre batir de hojas de lata, el estridentoque de una trompeta, y otros ruidoerroríficos, derrumbaron la

resistencias de Don Román Capistránsaltó la vena del llanto y esta noche fuuno de los que se quitaron la camis

para la flagelación.



Coincidieron la plática y el examesobre materias del sexto mandamientocon la meditación del Infierno. Allá u

pueblo subterráneo de pensamientoconsentidos, deseo, actos ocultosvergüenzas solitarias, conversaciones

palabras, fue tendiendo sus redenvisibles; sin los colores del deleite

porque luego debíase «ver con la vist

de la imaginación los grandes fuegos, as ánimas como en cuerpos ígneos; oícon las orejas llantos, alaridos, vocesblasfemias contra Cristo Nuestro Seño

contra todos sus santos; oler con eolfato humo, piedra azufre, sentina cosas pútridas; gustar con el gusto cosa

amargas, así como lágrimas, tristeza y e



verme de la conciencia; tocar con eacto, es a saber, como los fuegos toca abrasan las ánimas». Ya desde l

víspera se había dado como primepreámbulo de la composición de lugar«ver con la vista de la imaginación l

ongura, anchura y profundidad denfierno». La especialidad del seño

cura es la execración del vici

ujurioso, para que cada uno de loejercitantes mire su retrato y miseriarresistible también es la manera co

que predica sobre las penas del infierno

ayudándose con azufre y brea, cuyhedor llena la capilla esa noche; a lhora de la disciplina —que suele ser l

más rigurosa, la más sangrienta—, lo



monacillos arrastran en el coro cadena los cantores prorrumpen alarido

espantosos. (Ahora fue don Refugio e

ocado por la Gracia: se quitó la camispara flagelarse, hizo propósito de nvolver más al barrio maldito.)

En punto de la media noche lcampana convocó a la capilla para hacea meditación de las Dos Banderas

uego el principio de los ejercicios de lPasión, a los que fueron consagradas ladistribuciones del viernes, día en que nhubo desayuno sino para el que l

pidiese (y nadie lo hizo); las ventanaquedaron cubiertas con velos negros: eViacrucis y la procesión de las Tre

Caídas fueron de rodillas; muchos



rehusándose a probar alimentos a medidía. prefirieron permanecer hincados, ememoria de las tres horas que Nuestr

Señor estuvo en la santa cruz. Cuáoportuno, al final de los pasodolorosos, el sermón del hijo pródigo

calculadamente predicado por el PadrReyes, con la dramática escena de todoos años: al oír las palabras: «M

evantaré e iré a mi Padre», uno de loejercitantes, el de peor fama (este añfue Donato, reincidente en el vicio de lborrachera), se levanta de la puerta d

a capilla, donde todos lo han visto aentrar, bajo unas ramas de encino, entrbellotas, vestido con harapos y u

sombrero desgarrado; avanz



entamente, sube al presbiterio, y cuandel orador, conmovido, llega al pasaje«Todavía lejos avistóle su Padre,

entemeciéronsele las entrañas, corriendo a su encuentro le echó lobrazos al cuello», el sacristán mueve lo

goznes de los brazos de Jesús Nazarenoque revestido con capa pluvial está juntal altar, y los deja caer sobre lo

hombros del pecador, mientras lorquesta, en el coro, rompe a tocardesatando el llanto de los presentesApáganse las luces, comienza l

disciplina, y la música continúa, continúan los lloros.

El señor cura Martínez, el Padr

Reyes y los otros cinco sacerdotes de l



urisdicción pasaron la nochconfesando; casi todos los ejercitantefueron movidos a hacer confesió

general. (—«Qué, por qué, de qumanera, cuándo, cuántas veces.») Allestaba el pueblo subterráneo, que podrí

estallar si los Ejercicios no lrefrenaran.

Los pecados en desfile se parecía

unos a otros y la experiencia de loconfesores no se sorprendía. Pero estnoche las orejas eclesiásticaescucharon cosas extrañas, alarmantes:

— «Acúsome de recibir y propagaperiódicos que hablan mal de Dio

uestro Señor, de la Virgen, del Sant

Padre y del clero; también novelas qu



hablan de amores, que se las he prestada una prima...»

El padre que oyó esto remitió e

caso al señor cura. Otro se acusó dhaber traído al pueblo una colección dfotografías inmorales, que habí

enseñado a algunos amigos. Otro dijque cuando la última vez fue Guadalajara estuvo en una reunión d

masones, que trajo unos libros dmasonería y que aquí, en el pueblohabía platicado algunas dudas que tiensobre religión, dejando pensativos

muchos. Casi todos los padres supieronpor distintos penitentes, que la otrsemana hubo una reunión de espiritistas

que hizo en el pueblo un agente viajero



os había dejado sorprendidos. Tambiéera evidente la infición liberal socialista; uno, en el Norte, había estad

en una huelga; dos o tres confesarorencores contra los ricos; aquémanifestó su connivencia con gentes d

Teocaltiche para venir a fundar un clubuarista, y el otro declaró esta

comprometido en una conjura par

evantarse en armas, «caso que doPorfirio se reeligiera», y que acabaríacon los ricos.

El sesgo de tamaños peligros que s

agitaban subterráneamente dejpreocupadísimo al señor cura, en gradde enfermarlo semanas después. Un

sombra cubrió su frente y sus ojos en e



úbilo de la mañana siguiente; con algúpretexto dejó de asistir al desayunocuando se rompió la consigna de

silencio y el refectorio se llenó dvoces; con un dejo de amargura despidia los ejercitantes y puso en el fervorí

de la Gloria, de la indulgencia plenari del juramento de Temperancia, un ton

agrio, no habitual en semejant

momento. —«El pueblo está rodeado dpeligros, en estado de sitio, y dentro hagentes del Enemigo. ¡Ay de aquél po

quien nos venga la desgracia! Más lvaliera atarse al cuello una piedra dmolino y echarse a las profundidade

del océano...»



Extrañamente parecía predicar losermones de la muerte, el juicio y enfierno. Ni quiso que la música d

aliento, como todos los años, tocara a lpuerta de la Casa cuando salieran loejercitantes, ni que hubiera cohetes.

—«Nos esperan días tristes, días dcalamidad, y nada puede regocijamos—explicaba.

7

Las puertas de las casas estáabiertas y adornadas para recibir a

ejercitante, con altares en los zaguanes



en los corredores o en las salas. Hadispuesta comida para la parentela. Shabla con alta voz en calles y umbrales

ovedades del pueblo en los díapasados. ¡Con qué vergüenza, con qurecóndito placer vuelven a encontrars

os recién casados! Es un profundo díde fiesta, capaz de abrir las puertas y locorazones. Atisbos de pupilas mozas

que se aprovechan del barullo, penetraen las casas, pueden sin peligro fijarsdentro de las pupilas perseguidas, largrato, largo rato feliz. Y aún hay tiemp

para deslizar, mano sobre mano, eplieguecillo de las confidencias. ¿Quiépodrá reparar en el rubor de los rostros

en la conturbación de los semblantes



cuando hay espectáculos taextraordinarios como el abrazo dvecinos que guardaban agravios entre s

otros ejemplos conmovedores? Aquépide perdón público a su familia, el otrrestituye un dinero y ninguno quiere se

menos en dar pruebas de su reformespiritual. Regresan de un país lejanoque linda con la muerte, y no quiere

perder sus experiencias. El calor de lacosas amadas y la dulce oscilación de lvida recobrada los estremece. Algunoescrupulosos tienen miedo con el ruid

del mundo, de su mundo; los deslumbra luz y quisieran resistirse a la

palabras de sus mujeres. («¿Hubo algú

rapto estos días?» «¿Quién se murió?



«¿No hubo alguna novedad en la casa?»Vuelven las viejas preocupaciones y locuentos viejos. Pero de nuevo hay qu

don Román Capistrán invitó a comer esu casa a Porfirio Llamas y no dio trazade aprehender a los Macías.

Con las puertas vueltas a cerrarpoco después de medio día, se restaurel silencio. Es la tarde que ocupan lo

sacristanes para ir cubriendo altares mágenes con velos moradosacontecimiento grave de todos los añoen el vivir del pueblo. Comienzan lo

grandes días, los crepúsculonemorosos, entre dulces y tristes, cozumbidos de fiesta y de congojas. Ha

vuelto los varones a sus casas. Ha



vuelto.Esta noche ¿quién será concebido

Abel o Caín, un sacerdote o un forajido

el salvador del pueblo, sescandalizador y verdugo, la gloria o eoprobio, quién sabe si sólo vida

nútiles. (Veintisiete de marzo.) Estnoche que, como todas, no rinde con scansancio al señor cura, quien despué

de cenar vuelve al confesonario, termincon los demandantes, reza la últimparte del oficio y del rosario, viene a scuarto, se postra, se disciplina (hoy, co

nmediatos agobios, que el éxito de loEjercicios no es parte a mitigar), y hacoración por las necesidades remotas

próximas, por todos los hombres de



mundo y por sus feligreses, de modespecial por fulano, zutano, mengano perengano, por los que estén en peligr

de tentación y los que hayan de pecar epensamientos, palabras y obras; por lamujeres, los adolescentes y los niños

por sus ministros, para que se conservepuros y celosos: el Padre Reyes (con lopeligros de su juventud y carácter), e

Padre Islas (con sus escrúpulos), ePadre Vidriales (con sus arrebatos), ePadre Meza (con sus rutinas), el PadrRosas (con su poca diligencia), el Padr

Ortega (con su timidez). La propiflaqueza e ineptitud es el motivo final da meditación y ruegos del párroco.

Esta noche no ha juzgado necesari



dar una vuelta por el pueblo, a la horen que se halle recogido, como casodas las noches. Ya son las once cuand

apaga la luz y trata de conciliar esueño, que tarda en venir, ocupado poos peligros inminentes de la grey

iberalismo, libertinaje de costumbresmasonería, espiritismo, socialismoecturas impías, ¡revolución!

—«Es necesario hacer esto, lo otroo de más allá... La hija de donocencio tuvo la osadía de venir a

rosario escotada, distraída y siend

causa de distracción... ¿Dónde, Diomío, sería la junta de los espiritistas?.Hoy he comenzado a trabajar en e

descubrimiento de esas novelas; per



mañana mismo hay que hacer esto y lotro... Ese muchacho de don Alfredo nanda bien, no anda bien... El correo, a

Padre Reyes... Las novelas, al Padrslas... ¿Podré vencer las asechanzas de

mal?... Me da mala espina la fuga de

interillo... Esas maquinaciones de lode Teocaltiche, ese odio creciente y eparte justo contra los ricos... La viud

de Lucas González no anda bien... Ealarmante la desenvoltura de algunamuchachas; pero sobre todo las ideaque se infiltran, las ideas, las ideas.

Más prensa buena, más suscripciones La Chispa... El sermón de mañana.Tristis est anima mea usque a

mortem... Que el Padre Reyes organic



una liga especial con los norteñosmañana mismo... Mañana... Pero ya debser hoy, Domingo de Pasión...»

¿Quién ha sido concebido estnoche? ¿Quién será concebido estmadrugada? Ya es hoy Domingo d

Pasión. Comienzan días memorables.



MARTA Y

MARÍA

1

HUÉRFANAS, desde muy chicas larecogió su tío don Dionisio, cuand

estaba destinado en Moyahua. La madrde las niñas era hermana deeclesiástico; el quebranto de la viudez el clima del cañón la mataron en breve



aquéllas quedaron al amparo de labuela, que tampoco les duró muchopues al venir al pueblo el asma de l

anciana se recrudeció y la condujo asepulcro. Fue grave crisis para doDionisio el de su personal orfandad —

siempre se sintió niño junto a su madr—, agravada con el problema daquellas muchachitas, no sólo incapace

para hacerle casa, sino urgidas dcuidados especiales, de educación y dernura. Sólo Dios sabe cómo ha id

saliendo de tal apuro, los esfuerzos d

delicadeza y rigor, el equilibrio dcircunspección y asistencia en todos loórdenes.

Marta tiene ahora veintisiete años



María veintiuno. El alma de Marta estocada de penumbra; la de María e

radiante, sin que la común inhibición l

haya opacado en modo alguno. Marta epálida, esbelta, la cara ovalada, lacejas nutridas, grandes las pestañas, lo

ojos hondos, la boca exangüe, la nariafilada, sin relieve los pechos, el andasilencioso y lenta la voz; María e

morena, la cara redonda y sanguínea, lboca carnosa y coronada de ligerísimbozo, los ojos grandes y glaucos, drápidos movimientos, el timbre de l

voz grave y juguetón. Enérgicas una otra, serena es la mayor, impaciente lpequeña. Nunca han salido del pueblo

pero la secreta, cada vez más íntima



mposible ambición de María econocer siquiera Teocaltiche; antegozaba —todavía, sí, recónditamente

muy a solas, todavía, sin que nadie lsepa ni lo imagine—, goza figurándoscómo será una ciudad: León

Aguascalientes, Guadalajara, LoÁngeles (donde vivió su padre), SaFrancisco (donde murió), Madrid

Barcelona, París, Nápoles, RomaConstantinopla; le gusta leer: casi sabde memoria el Itinerario a Tierra Santa a novela Staurófila; como no acierta

conocer lo que disguste a su tío, y hasido frecuentes, duras, las reprimendapor ese vicio, lee a hurtadillas; tení

pasión por los libros de geografía, per



anto la exaltaban y con tantas preguntacolmaba la paciencia de don Dionisio, quien importunaba para que la llevara

alguna de las peregrinaciones, que éstacabó por quitárselos y prohibírseloscuando llegan cartas, anuncios

periódicos destinados a su tío, se le vaos ojos tras de los sellos postales qu

dicen claramente: Guadalajara, México

Barcelona, París; en los calendarios quanuncian vinos de consagrar, velasartículos religiosos, etc., no se cansa deer las direcciones: Madrid, call

fulana, número tantos; y los periódicosquién sabe si por ella su tío no recibmás que revistas religiosas y La Chispa

dejó la suscripción de El País, que traí



bonitos figurines y noticias interesantesel Padre Reyes todavía la recibe y lpresta algunos números al señor cura

que María lee a la descuidadaúltimamente estaba leyendo Los tremosqueteros; pero ya no ha podido ir

casa de Micaela Rodríguez, que trajo eibro, de México. Micaela era su íntim

amiga; desde chicas congeniaron; ahor

que volvió de México no hallaba dóndponerla para que le platicara todo, todo que había visto; ¡qué admiración

hasta envidia! ¡qué vestidos! Volvi

medio cambiada, medio chocanteorgullosa y media; todo se le podípasar por haber estado donde estuvo

haber conocido tantísimas cosas d



milagro: el cine, los teatros, lorestaurantes, el tren, los tranvías; persucedió que a don Dionisio no l

parecieron bien ciertas pláticas dMicaela y menos sus modas diz qundecentes, prohibió a María qu

siquiera la saludara y amenazó codespedir a la amiga si volvía a poner epie en el curato. En general no le gusta

su tío que tengan amistad con nadiecada día es más retraído con ellasapenas les habla lo indispensable, se da entender con los ojos, con la actitud

cualquiera diría que no les tiene ningúafecto, a no ser por algunos detalleelocuentes: el año pasado, por ejemplo

María estuvo gravemente postrada co



una fiebre intestinal y don Dionisianduvo como loco, más que si fuera spadre.

María y Marta son, en efecto, lacuerdas sensibles del viejo cura: lviolencia con que trata de disimular e

cariño que les profesa es el mejoestimonio de la profundidad con que la

quiere. En lo íntimo, la predilecta e

María, que vino a su amparo pequeñitade unos cuantos meses, a quien enseñó hablar, a rezar, a leer (qué íntima ternurcuando lo recuerda); quizá también po

su genio difícil que tan frecuentedolores de cabeza le proporciona. Martes la sobrina de las confianzas: lleva la

cuentas de la casa y de la parroquia



guarda y distribuye el dinero, es el amdel hogar. ¿Qué haría humanamente si lfaltaran aquellos retoños de su sangre

casi criaturas suyas, qué haría sin ellael anciano?

2

AHORA sí parece que no saldrá el día lpobre mujer de Leonardo Tovar. Diceque el cáncer le comió el vientre y lo

senos; que ya le estaba apareciendo eel rostro. En caridad de Dios es mejoque se muera y deje de sufrir com

pocas mujeres han sufrido en el puebl



esa cruel agonía, sin remedio que valgaDos meses de estar en vivo grito, ni se mitigaba el dolor, ni le llegaba l

hora. Desde ayer perdió el habla y econocimiento. Vinieron a hablarle aseñor cura, con urgencia, porque estab

a moribunda en las últimas boqueadasEl señor cura se ha ido, de prisa, y holvidado en el comedor unos ejemplare

de El País que le trajo el Padre ReyesEn un escondite, María se apresura eerlos. El primer número que desplieg

es del 27 de marzo, que trae con letra

grandes la noticia siguiente:«OTRO MATADOR DE MUJERE

SENTENCIADO A MUERTE.

—Eran dos niños: ella tenía quinc



años; él no llegaba a los veinte. —Se vieron y quedaron interesado

sus corazones, sintiendo esa pasajera

falsa felicidad, que tantas desgraciaproduce en este mundo.

—Faltaba la experiencia de la vida

no habían sido educados en la escuelmoral religiosa, que enseña a dominaas pasiones humanas... y dominados po

as engañosas ideas modernas, sentregaron por completo a un ensueñocuyo despertar costó la existencia duno y la perdición de otro.

— Efímeros y trágicos. —Así fueron los amores de Antoni

López y de María Luisa Boyer. Esta

muy joven y bastante hermosa, se cans



pronto del cariño que inspirara a Lópezen cuyo corazón el amor, convertido ecapricho y en deseo, enraizó demasiad

profundamente para conformarse con uabandono, al que se hubiera sometidhaciendo el esfuerzo supremo

ndispensable en casos semejantes, shubiere existido en su pecho algúsentimiento religioso.

— Desgraciadamente no fue así Antonio López, que había sentido lohalagos del cariño de la Boyer, no sconformó al verse desairado e

semejantes circunstancias. —Las relaciones entre la Boyer

López fueron muy efímeras, y s

rápidamente llegaron a entenderse, hast



el hecho de vivir juntos, con iguarapidez acabaron por separarse.

— En pos de la orgía.

—En efecto, María Luisa Boyehuyó de la casa de Antonio López y fuen busca de aventuras y de orgías, qu

no nos ocuparemos en relatar. —Para tomar tal determinación l

Boyer daba por disculpa una, que no e

aceptable, porque la carrera por ellemprendida, demostraba una perversiónnata.

— Loco empeño del enamorado.

—Como sucede casi siempre eestos casos, Antonio López no tuvo lenergía suficiente para olvidar a l

Boyer, y al abandonarlo no se imagin



ampoco las fatales consecuencias a quse exponía en un plazo cercano.

—Buscóla López con necio afán,

cuando supo en dónde se hallaba lBoyer, fue allá y trató de sacarla daquella casa nada decente.

—Le tenía miedo. —Logró Antonio López acercarse

a Boyer, no obstante que ésta procur

evitar la entrevista, porque le tenímiedo y sospechaba que procuraríejercer alguna terrible venganza.

—En la plática que tuvieron en l

misma casa, López propuso a la Boyeque volviera a su lado y ella accedió eaquel momento, pero al parecer, lo hiz

mpulsada por el miedo de se



maltratada. —Quedaron que saldrían al dí

siguiente para la ciudad de Toluca, per

a Boyer no concurrió a la cita y estpuso furioso a López, que desde aquemomento juró tomar sangrient

venganza. .. Se presentó en la casa eque se hallaba la Boyer, que corrió esconderse al notar su presencia, per

López volvió a repetirle su proposicióde que lo siguiera, a lo que ella se negerminantemente, y entonces é

decepcionado, salió en busca de un

pistola, con la que regresó al pociempo.

—En la sala encontró Antonio Lópe

a María Luisa Boyer, y ya sin má



explicaciones, le disparó dos tirosdejándola moribunda, y a continuacióvolvió el arma en su contra, y se dio u

balazo en la boca, pero el proyectil sdesvió porque uno de los testigos tratde arrebatarle el revólver homicida... L

Boyer murió a los pocos días de lragedia, y López ingresó a la cárcel d

Belén, acusado de homicidio y robo...»

Hasta el escondite fueron cayendoques de agonía; pero enfrascada en lectura, la sobrina de don Dionisio n

prestó atención; más bien pensó en la

múltiples hipótesis que se hicieron hacalgunos meses, muy en secreto, cuandel cuerpo de una mujer fue hallado co

diecisiete puñaladas en el arroyo de



Cahuixtle; oyó decir que un hombre lhabía matado, pero nunca dieron coquién.

Otro periódico, el del 30 de marzorae un letrero más llamativo:

EL PRIMER GENERAL ACUSADO

DE HOMICIDIO ANTE EL JURADOPOPULAR, y en el curso de lnformación despiertan el interés de l

oven estos detalles:«El señor Maass se aprovechó de lausencia de los señores Olivares parenamorar a su hermana, pero éstos, a

saber lo que pasaba en su casaprocedieron con energía y honradez...

—El general Maass, no obstante qu

había dado su palabra de honor de qu



no seguiría molestando a Felisa, sentendía con ésta por medio de cartas hablando por la ventana, sin que l

supiera la familia.»Con avidez, María busca el númer

siguiente. Aquí está:

EL GENERAL BRIGADIERGUSTAVO A. MAASS ESENTENCIADO A MUERTE.

— La señora Virginia de la Piedrviuda de Olivares asiste a la Audiencia —Es el segundo genera

sentenciado a muerte por homicidio.

—El veredicto fue condenatorio yunánime en todas sus partes.

—El general Maass fue sentenciad

a pagar una pensión a los hijos de l



víctima y a cubrir los gastos de lounerales.

—Ingresa a Belén el reo.

Los toques de agonía se haconvertido en dobles de muertonstintivamente reza la muchacha. S

escondite ha ido poco a máoscureciéndose. La sobrecoge uaburrimiento, una tristeza, una zozobr

en ella frecuentes. El recuerdo de que sío haya vuelto y procure los periódicoapenas la mueve. Todavía, ojeando otronúmeros, halla encabezados que l

obligan a detenerse:UN DIVORCIO SENSACIONAL

EN ALEMANIA—TERMINÓ LA

BODAS EN BELÉN.



—EL MARIDO LA SOMETE AHORRIBLES TORTURAS, y abajo, ea misma página, con el rubro de ¿NO

ES ESTO EL COLMO DE LANMORALIDAD?, una notici

procedente de Tonayón, Ver., que si e

eída por su tío, determinará lrecomendación al Padre Reyes para quse abstenga de recibir El País, pue

aquél no concibe cómo un periódiccatólico pueda ofrecer informaciones taescandalosas, ni a título de promover eremedio; ya se imagina lo que le dirá:

—¿Leyó usted esto? («...en dichpueblo han sentado plaza unamujerzuelas de mala vida... ya tienen un

casa con cantina y no lejos del centr



del pequeño pueblo... en una de lacasas que tienen más crédito... varioóvenes... comenzaron a tomar hasta e

exceso y así pasaron la mayor parte da noche... se les ocurrió salir a la call

en traje paradisíaco, tanto los hombre

como las mujeres... y salieron del braz así anduvieron por la calle...») ¿S

cayera esto en manos de algú

muchacho, de alguna muchacha que aquni se imagina tales indecencias? No sóldeje usted la suscripción, sino escriba Sánchez Santos una carta muy enérgica.

María se arrepiente de haber leídoToma prisa por dejar los periódicos edonde los cogió; pero allí le sorprend

el anuncio de la peregrinación de l



Arquidiócesis a la Villa; el periódicranscribe una circular del seño

arzobispo «a los señores párrocos

demás sacerdotes», que los exhorta parque con el mayor número de fieles vayaa México: «los boletos se comenzarán

vender desde el lunes de Pascua.eniendo los peregrinos un privilegio d

veinte días para hacer el viaje con tod

comodidad... recomendando estcomisión a los señores sacerdotes eHotel Colón, calle de San José del Rea el de Londres, situado en la 3a Orde

de San Agustín... todos los sacerdoteque encabecen un grupo de peregrinoienen concedido un pase libre de ida

vuelta...»



¡Ay, éste, como otros años, el tío sguardará la circular! Una vez el PadrReyes quiso que se organizara l

peregrinación y estuvieron a punto ddisgustarse.

—«Aquí haremos la fiesta a Nuestr

Santísima Madre, como lo recomienda circular para los que no puedan ir» —

dice invariablemente don Dionisio a lo

que se interesan por ir. —«El viajecito tiene muchopeligros para el alma y el cuerpomuchas incomodidades» —añade; y a

comodino, le pinta las malas comidas as camas usadas de los hoteles; aacaño, le hace una cuenta de gastos; a

imorato, le execra las costumbres



malos ejemplos de la capital; a María lcorta el alboroto con un «ya veremosque no tiene resolución y con la visibl

molestia que recibe cuando le ha pedidsalir del pueblo.

—Al fin se murió Martinita; la pobr

descansó al fin. —Se sorprende Marícon las voces de Marta que la vuelven a oscuridad de la noche, dentro de

pueblo.

3

E N la hora de la cena, Marta extern

su lástima —tres, cuatro veces— por e



pequeño niño de Martina. —«¿Qué irá a ser de él, ta

chiquito?»

En breve: —«Dicen que fue la pena mayor d

a pobre, no saber qué sería de su hijo.»

A la tercera: —«¿Quién lo recogerá? Ni Martina

ni Lorenzo tienen parientes cercanos

una mujer que se haga cargo demuchachito».Cuando nuevamente prorrumpe su

conmiseraciones, el señor cura levant

os ojos y se la queda viendo entrcurioso, extrañado y severo, mientraMaría, salida de su ensimismamiento

estalla en tono vecino al sarcasmo:



—«Parece que tienes ganas de que to dieran.»

El tío vuelve los ojos con rapide

para clavarlos con severidad en lmpertinente, que no resiste la mirada

Repuesta en un momento, dice Marta:

—«Yo no; pero me gustaría haceobra de caridad buscando quien lcuidara; ya está en edad de i

aprendiendo el temor de Dios. Y me dástima: huérfano tan chiquito, cuandmás falta le hará su madre».

Enrostrándose al tío, añade:

—«¿No sería posible que lrecogieran las Madres del Hospital?».

Don Dionisio guarda silencio; a

cabo responde:



—«No es fácil. Ya veremos quhacer. A ver lo que piensa Leonardo.»

«¿Por qué no había de ser posibl

que yo lo recogiera?» —piensa Martpara sí, aflorándole los instintomaternos, crónicos y fallidos. Mart

guarda todavía sus muñecas, todavía lehace vestidos, todavía —muy a lsecreto, con vaga inquietud— goz

contemplándolas. Cuando María lsorprende, le hace burla: —«Mejor tuvieras niños. Tú tiene

vocación de mamá.»

Otras veces le dice: —«Si no llegas a casarte, debe

hacerte monja de esas que cuidan lo

orfanatorios.»



Marta se ruboriza. Es cierto que loniños le atraen. Son su ilusión. ¿Qué otrcosa sino madre ha sido para María? L

ocó abrazarla, cuidarla, mimarla, desdmuy chica. Tampoco puede negar que hpensado en un hijo propio. Su inocenci

no alcanza a comprender el misterio da maternidad; pero sospecha que ha

algo vedado aún a la indagación.

—«Los casados pueden tener ienen hijos; he oído decir que algunamujeres también los tienen sin casarsepero luego las ven como si fuera

azarinas. Será que... mejor es que nande metiéndome en honduras que no mnteresan.»

Y sin embargo, el ansia confusa lat



dentro del corazón.¿Qué cosa más dulce para Mart

como acariciar el rostro de los niños

¿Qué tarea más placentera que la decatecismo? Marta es la encargada de lopárvulos que vienen a la Doctrina; nunc

ha querido cambiarlos, y habrá de verscómo los contempla, la ternura con ques habla, la melancolía con que lo

despide.A pesar de ser Hija de María, lamágenes de la Virgen con el Niño lnspiran más tierna devoción, como e

a letanía las invocaciones a NuestrSeñora, Madre de la Divina GraciaMadre Purísima, Madre Admirable...

Con un precioso Niño de agraciad



rostro, María Auxiliadora está en lcabecera de la cama. Dos cuadrosambién a colores, uno del Nacimiento

donde la Virgen abraza al Reciéacido (la gran alegría de Marta, todo

os años, para Nochebuena, es compone

el Nacimiento de la parroquia y el suypropio, diminuto, con que llena la saldel curato); el otro, un Angel de l

Guarda que vigila los pasos del rubinfante, completan la decoración decuarto en que duerme la doncella: Martveneranda, Marta fiel, Marta laudable

Marta espiritual, Marta de verdaderdevoción, Marta mística, Marta dmarfil, Marta de la alianza, Marta de

cielo, Marta de los enfermos, Marta d



os afligidos, Marta del buen consejoMarta entristecida por confusnquietud.



LOS DÍAS

SANTOS

1

LAS fiestas —fiestas en el sentido depueblo: se aflojan el aislacionismo

otras costumbres, deja de trabajarsecocínanse viandas especialesranscurren los días dentro de la iglesi

o en las procesiones, llegan forasteros



hay puestos frente al atrio y en laesquinas— , las fiestas de la SemanSanta propiamente comienzan el Vierne

de Dolores. En algunas casas, más biede los barrios, hay incendios: motivpara que los familiares, vecino

nmediatos y amigos íntimos hagavisita, como si se tratara de veloriosillas en el zaguán, en los corredores, e

os patios, en la sala; pero en vez dcafé se reparte agua fresca y en lugar dloros se escuchan cantos de paloma

puestas en el altar de la Dolorosa. La

casas del centro que ponen incendios nabren sus ventanas ni sus puertas; las dbarrio sí, ocasión para que las gentes —

una vez al año— salgan de romerí



nocturna para visitar o sólo para ver loaltares: ascuas de cirios y velas, ddonde les viene el nombre de incendios

¡Lástima que no abran la ventana nfranqueen a todos la puerta en la casa dos Toledo, que tienen un Calvario d

bulto, tamaño natural, muy perfecto, para ese día levantan un monte —árboles traídos de la sierra, macetas co

palmas, flores finas, jardineras cocebada tierna, naranjas y banderillas doro, esferas enormes de distintocolores, palomas, clarines, canarios

zentzontles que parecen amaestradosgrandes candeleros de bronce bruñidque sostienen docenas de cirios—, u

ncendio que todos los años repercut



mucho tiempo después en las lenguas dquienes lo vieron y de quienes a los quse los ponderaron: un orgullo legítim

del pueblo! Rivalizan con el de loToledo, los incendios de las Delgadill de Luis Gonzaga Pérez. Aquélla

ienen Oratorio en forma, con privilegide público, en el que la Patrona es lVirgen de la Soledad, una image

hermosa, traída de Guatemala por eabuelo de las Delgadillo actuales, diceque hace más de setenta años; para eViernes de Dolores la visten con mant

miriñaque de finísimo terciopelo cobordados de oro, en las manos lcolocan un paño de batista co

filigranas, donde residen corona



clavos. —«¿Puede haber en el mundo un

uestra Señora de la Soledad tan bonita

con una cara tan perfecta, que sólo lfalta hacer oír sus gemidos?»

—preguntan orgullosamente la

Delgadillo y, a coro, todo el pueblresponde:

—«No, no hay en el mundo un

Virgen de la Soledad como ésta.»(En 1879 el bachiller CrescencianGálvez, Capellán fijo que fue deOratorio, publicó en volumen nutrido l

Historia y milagros de la V. imagen duestra Señora de la Soledad, que s

venera en el Oratorio de la famili

Delgadillo en esta población; valga l



que valiere la autenticidad de los hechorelatados en el libro, ya muy raro, esentido popular de lo maravilloso los h

do reelaborando en versioneextremadas que corren de boca en bocaun Viernes Santo la imagen sudó sangre

para un quince de septiembre se la vilorar y se la oyó gemir; cuand

fusilaron a Maximiliano empapó co

ágrimas el pañuelo que tenía en lamanos. Los ex-votos cubren las parededel Oratorio: corazones, brazos, piernasefigies de oro y plata; retablos

mármoles con leyendas. Aquí uno, dosres muertos que dicen haber resucitado

aquí, allá, representaciones d

accidentes, de lechos, de riñas; u



fusilamiento cuya víctima escapó covida; diez, doce láminas de diligenciaasaltadas, de ladrones embozados a l

mitad de un monte, de chusmas que traefusiles en la mano y rodean un caserío.El pueblo tiene acceso al incendio de

Oratorio: es imponente y sencillo: afondo, cubriendo el altar, una cortina derciopelo negro, con franjas de oro

sobre la cual resalta la blancura derostro y de las manos, los bordados devestido y la profusión de azucenas; de lpeaña —dicen que es plata maciza—

bajan siete hileras de lamparillas colode sangre, hasta el suelo; seis blandone—también dicen que de pura plata—

sostienen gruesos cirios.



(—«Bonito antes, cuando vivía doFortunato, hace como veinte años, quraía orquesta y voces de Guadalajar

para el Stabat Mater , los Viernes dDolores, y repartía dinero a los pobresesa noche.»)

Luis Gonzaga Pérez fue seminarist ahora con sus extravagancias da much

que hablar y reír. Es el hijo único

mimado, de don Alfredo Pérez y ddoña Carmen Esparza Garagarza. Lalegórico subyuga a Luis Gonzaga; sncendio es de fantasía; el Padre Reye

iene que intervenir todos los años parque la imaginación del muchacho no sdesmande; un mundo de figuras, desd

Adán hasta don Porfirio Díaz, pasand



por Maximiliano y Juárez, componen encendio; Luis mismo las ha pintado, eamaño natural, sobre cartones qu

recorta y arma en madera. El otro añobajo el plano del Calvario, simuló eSeno de Abraham y el Infierno: ac

estaban Juárez, Lutero, Enrique VIIIerón, Pilatos, etc... Don Porfirio

Maximiliano, Hidalgo, Hernán Cortés

Carlos V, Godofredo, a uno y otro laddel Gólgota, peleaban contra judíos egionarios romanos. Cada Viernes d

Dolores hay expectación por la

ocurrencias de Pérez.De cuenta del señor cura no habrí

ncendios, que «son motivo d

profanidad»; los tolera, pero h



conseguido desterrar los mayoreelementos de disipación. Claro qunadie lo ha hecho visitar este día lo

altares domésticos y a duras penapermite que Marta y María vayan a lcasa de los Toledo, un rato pequeño

Marta es amiga íntima de Merceditas: nguardan secreto entre sí; es a los ruegode ésta como don Dionisio accede a qu

salgan Marta y María.(—«¿Qué forasteros vendrán estaño a sembrar inquietudes durante lodías santos?» —el señor cura s

derrumba en esta preocupación, sobre lque desfila el recuerdo de otros años de los trabajos que le cuesta —en mese

— podar la cizaña de unos días.)



Con cualquier pretexto, Mercedes Marta se retiran a una pieza sola:

¿No has sabido las loqueras d

Micaela? Dicen que ahora la trae coJulián. ¿Tú sabes?

Deben ser cuentos —respond

Marta, la dulce—. Julián es muchachserio. ¿No ha seguido procurándote?

—¡Ay! No te lo puedo ocultar

necesitaba verte para platicarte: desdque supe lo que hace Micaela, y su faltde delicadeza, mis propósitos de npensar siquiera en Julián se ha

debilitado. Ha sido una lucha terribleHe llegado hasta arrepentirme de tantodesaires que le he hecho. Ya no siento l

repugnancia de antes cuando me viene



a imaginación la impertinencia con qume persigue, ni me parece ya tan maldetenerme en pensar en él. La mer

verdad, Marta, nunca me ha disgustadseriamente que se fijara en mí. Tú erea única a la que puedo hablar de esto

Ahora lo noto resfriado y siento lo qununca creí poder sentir. ¿Qué crees qudeba hacer? Si antes no podía dormi

pensando cómo dejar de verlo, ahora lcontrario. Y lo peor, lo peor es que ya nsiento remordimientos. ¡Una Hija dMaría! Te aseguro que ahorita ha d

andar tras él o él tras ella; deben estaen casa de los Pérez, o en el Oratorio, quién sabe si anden visitando lo

ncendios de las orillas: ¡Dichosa tú qu



no sabes de estas cosas: es usufrimiento atroz! Y por más ququisiera, no puedo dejar de sentir est

como envidia, ganas de llorar, de pelearde morirme, casi como odio, y hastganas de ser igual que Micaela. ¡No

eso no, ¡Dios no lo permita! Marta, ¿poqué habrá mujeres así?

Los ojos negros, hondos, de Marta

con-padecen. (Hace dos años Luis Péreuvo la ocurrencia de hacer su incendicon figuras vivas, inspirado por la car los ojos de Marta: —«Una Doloros

deal»— prorrumpía en todas partes eextravagante. Rara vez ha hecho uenojo semejante don Dionisio, como e

día que Pérez le solicitó permiso par



levar a cabo el proyecto.)Marta la piadosa, la prudente

acaricia las manos de su amiga:

—Debes tener calma y esperar. Ycreo que es muy humano lo que sientespero que nadie vislumbre tu

sentimientos, y menos Julián. Ahora sí taconsejo que te muestres hastorgullosa.

—Mi papá, mis hermanos estápropuestos a hacerme sufrir, contandocomo sin intención de que los oigacuanto hacen Micaela y Julián; lo qu

os critican. Con eso creen hacérmelaborrecible y ha sido todo lo contrario.

Marta escucha —benigna

compadecida— las cuitas de Mercedes



a veces la interrumpe: — «Debes semuy prudente... Que nadie conozca tpena, tus deseos... Yo creo que no e

malo desear lo que no es contrario a lLey de Dios...»

(Marta del buen consejo, ¿dónde ha

aprendido la sabiduría de la vida? ¿cuáfue la escuela de tu prudencia, Martsagaz, doncella zahorí?)

Luego hablan del niño edesamparo. —«De buena gana yo lo recogería

—dice Marta.

Con ser de su agrado este motivo dconversación, la doncella prudente lnterrumpe y propone que vuelvan a l

sala, no sea que ya las busquen.



—«A poner buena cara y esperar eDios. No te dejes dominar por lristeza, que es cosa del diablo» —

finalmente fortalece a su amiga.(Y tú, Marta ¿por qué tienes los ojo

ristes, la cara en penumbra, madr

nviolada?)La casa huele a sierra, huele a pinos

raídos de cuajo.

—«Los cortaron hoy en lmadrugada y para traerlos fue menestediez muías macizas, que tuvieron quandar toda la mañana, cosa de siet

eguas, desde Balcones.» —«¡Qué bien se le dio a Sarita l

cebada, este año!»

—«Nomás trébol no fue posibl



conseguir. Juan Díaz tiene allá en srancho; pero es para el Jueves Santo, liene comprometido para la parroquia

el santuario.» —«Y esas esferas que encanta

¿cuántos años tendrán?»

María no ha podido reprimirseCuando llega el Padre Reyes, fingiendgnorancia y pasado el rigor de lo

saludos y las alabanzas al incendiopregunta: —¿Qué van a hacer este año los qu

vayan a la peregrinación de la Colegiat

si el doce casi se junta con la SemanSanta?

—La peregrinación ha sid

ransferida para el 21 de abril.



Entonces ¿por qué no convence a mío para que vayan de aquí peregrinos

Usted es el único capaz d

entusiasmarlo.María, no se te quita lo novelera

Otra vez quieres sacar la castaña con l

mano del gato. —A poco a usted también ya l

parecen malos los viajes.

—Mira, antes de acostarte, lee estopensamientos que aquí tengo escritoscreo que el primero es de un francés qusabía mucho mundo. No dejes d

eerlos.Viene acá Sarita con unos vasos d

cebada y de jamaica.

—Padre ¿ya estuvo en el incendi



de los Pérez? ¿Con qué salió ahorLuisito?

—Ahora puso la Cena. San Pedr

iene cara de Maximiliano. Estuvdudando si ponerle a Judas la cara ddon Porfirio; su papá, don Román y y

o disuadimos. Ya recordarán que el otraño quiso ponerlo en el infierno.

—Yo creo que va a acabar e

anarquista. —Judas es la cara de Juárez.¿Y hay mucha gente? —pregunt

Mercedes, con disimulada inquietud.

—Ya saben que a doña Carmen no lgusta la mucha gente.

—¿A quiénes vio, Padre?

—Allí estaban don Refugio e



boticario... —Muy cambiado desde lo

Ejercicios ¿no? —dice Sarita.

—¡Bendito sea Dios! Tambiéestaba don Timoteo; por cierto que sviaje a la feria de Aguascalientes s

frustró, porque ha recibido carta dDamián, que viene en camino.

—¡Dolores de cabeza los que l

esperan! ¡Y al pueblo! —dice doAnselmo—. De los norteños ¡líbranosSeñor!

—Al Oratorio ni se podrá entrar.

—Como todos los años. —¿Y usted cree en todos lo

milagros que le cuelgan a esa imagen?

—Habría que estudiar cada caso.



(Don Anselmo quisiera insistir, perel Padre cambia rápidamente lconversación, dirigiéndose a Mercede

a Marta:) —Espero que se luzcan este año e

el Monumento.

—Ruéguele a Dios. —Y en los incendios de las orilla

¿no hay escándalo? ¿Anda mucha gente

—pregunta Sarita.(En la esquina de «El Pabellón»

más acá de la luna, en la sombra, junto

a casa de los Loera, recatados de loranseúntes que van a ver los incendio

del Barrio Alto, unos adolescente

platican con voces sordas, secas:



—...la vi cuando iba entrando aOratorio.

—También yo: como de adrede m

empujaba en la apretura. —¿Y qué? —Primero sin querer, después, un

es hombre.

—¿Te gustó? —Uno es hombre. —A mí se me quedó viendo, a

pasar. —Después yo, de intento, segureempujándola.

—¿Te le rejuntabas?

—Uno es hombre. —¿Y no se mosqueó? —No dijo nada. Como que se reía.

—Diz que así es en los bailes.



—?La seguiste? —Se metió con don Alfredo. —Allí le estaba dando carita

Julián. —Yo que tú le entraba. —Parece de las otras.

—Mejor. —Los vestidos untados. —Cualquiera no se alebresta.

—También a Luis le da cara. —¿No te digo que hasta a mí? —Va con su madre, con su tía,

como si nada.

—¡Ay! Micaela Rodríguez...El diálogo camina entrecortado, co

subterráneas violencias, a rastras d

sordos, contenidos impulsos. La luna e



fúlgida.)

María no ha podido encontrar

Micaela. María, de regreso, más povicio que por interés, lee lopensamientos que le dio el Padre Reyes

«Algunos acaban de corrompersmediante largos viajes y pierden la pocreligión que les quedaba; ven de un día otro nuevo culto, diversas costumbresdiversas ceremonias. —La Bruyere.»

No quiere seguir leyendo y Martrecoge el manuscrito:

«Permanecer; evitar todo cambioque amenazaría destruir un equilibrimilagroso: éste es el deseo de la eda

clásica. Son peligrosas las curiosidade



que solicitan a un alma inquieta.»(Marta lee en voz alta. María l

nterrumpe:

—«A ti no te cansan los sermones.»Marta continúa, sin inmutarse):«peligrosas y locas, puesto que e

viajero que corre hasta el fin del mundno encuentra nunca más de lo que llevasu condición humana. Y aun cuand

encontrara otra cosa, no por eso habrídesmenuzado menos su alma. Que lconcentre, al contrario, para aplicarla os problemas eternos, que no s

resuelven disipándose. Séneca lo hdicho: el primer indicio de un espíritordenado es poder detenerse

permanecer consigo mismo; y Pascal h



descubierto que toda la infelicidad dos hombres viene de una sola cosa, qu

es no saber permanecer quietos en un

habitación. — También es de autorofano.»

—¿Quién será ese autor?

—No dice. —Parece cosa de mi tío o de t

santo director espiritual. —Sin dar luga

a la réplica de Marta, María continúa: —Y pasando a otra cosaseguramente que el recién viudo, padrde tu huerfanito, no andaría en lo

ncendios. —¿Por qué dices eso? —Por nada.

¡María! Cada vez me das más miedo



A veces pareces malvada. —¡Marta! —Vamos rezando nuestra

devociones. Perdóname.

(María, esa noche, vuelve a tene

pesadillas, que revuelven lampresiones de lo leído en el periódic los incidentes locales: Micaela y ell

salen riéndose por las calles, lapersiguen unos muchachos, les ofreceel brazo, les quieren quitar los vestidoslevar al río, pero unos gendarme

levan a Marta y a Leonardo, el generaMaass dispara contra el tío Dionisio, lcárcel de Belén es horrible, allí está e

que se casó esta misma mañana y l



presta Los tres mosqueteros, a Micaele dieron un balazo, ¿quién se lo dio? e

señor cura...)/

—¡María! ¡María! despierta, no tpersignarías con devoción.

2

A NOCHE más de alguno me soñaría —piensa Micaela, cuando despierta en lmañana del sábado—. ¡Lástima qu

Ruperto Ledesma no quiera venir de srancho! Es mejor, ahora quaprovechando los días santos vendr

David, como me tiene ofrecido en su



dos últimas. Pero Ruperto tampocdejará de venir para esos días y es tacarrascaloso, ¡Jesús me ampare! Cóm

se ponen estos pollos de pueblo cuandven a una mujer. Anoche queríacomerme. ¿Y las mujeres? Echaba

chispas. Los muchachos por poco mfaltan al respeto. ¡Es divertidoInocentes! ¡Lo que van a sufrir cuand

venga David! Para que aprendan lo qudebe ser un muchacho elegante. ¿Y ebuenazo de Julián que picó ya manzuelo? ¿No estaba tan enamorado d

santa Merceditas? Me lo hacía sufrimucho la altiva...

— Micaela, qué, ¿no te vas

evantar para irte a confesar? Ya diero



a primera llamada de misa de ocho. Nvayas a dejar la confesión para últimhora en que hay tanta gente, que martes

miércoles será imposible. Nomás estáallí despierta, sin levantarte, que ésa ea mejor hora del diablo para infundi

malos pensamientos. —¡Ay! tía, por favor, déjame en paz

Yo sé cuáles son mis deberes. Mi mam

ni tú se cansan de sermonearme.

3

DESDE que vino del Colegio, Lui

Gonzaga se propuso ceñir a un horari



sus ocupaciones, para que rindiera máel tiempo y alcanzaran a cuajar tantoproyectos como traía. Levantarse a la

seis y media. Lavarse la cara y lobrazos. Ir a la iglesia sin distraer lmirada en cosa alguna. Meditar en u

sitio apartado. A las siete, oír misaVolver a casa con sumo recogimientoDesayuno a las ocho. Tiempo libre hast

as nueve. De nueve a diez, estudio dfilosofía. De diez a once, lenguas latin castellana, lectura de clásicos

ejercitaciones literarias: Pensum d

poetas selectos. Descanso. A las once cuarto, un día dibujo, y otro, estudio dmúsica. A las doce, estudio alternado d

geografía e historia. A la una, comida



iempo libre, que aprovecharé ecambiar ideas con algún sacerdote sabi virtuoso, respecto a mis estudios, vid

nterior y demás actividades; a las tresbreve siesta; a las cuatro, estudio dmatemáticas, alternando con el de física

cosmología y astronomía; a las cincorealización de proyectos académicos artísticos; a las seis y media, merienda

iempo libre; a las siete y media, lecturdel Año cristiano y otros libropiadosos; a las ocho, rezo del santrosario; a las ocho y media, cena

iempo libre; a las nueve y cuartooración mental, devocioneacostumbradas, examen de conciencia

escribir el Diario y recogers



nmediatamente. Hasta donde seposible haré las comidas en silencio viviré apartado de mi familia. N

visitaré sino a algunos de los mejoresacerdotes. Elegiré director espirituaDudaba entre el Padre Reyes y el Padr

slas. Finalmente se decidió por estúltimo.) Desviare con energía la vista doda mujer. Haré un recuento de pecado

defectos particulares, para ibatiéndolos uno a uno, por semanas meses. Ojo: ¡robustecer la voluntadJueves y domingos haré paseos a

campo, solo absolutamente...¡Ay! cada hora, cada día, cad

semana, el edificante plan resultab

desajustado, incumplido. En diciembre



el diciembre siguiente a su salida deSeminario, debería saber de memoria Ecriterio y las dos Filosofías de Balmes

Han transcurrido cuatro años y no pasdel primer libro. Lo absorbió literatura (leyó todas las novelas d

Fernán Caballero, del Padre Coloma de Pereda), después el dibujo y lpintura (su afición dominante); luego, l

música; más tarde, la arquitecturaproyectos de iglesias y altares; comenza escribir un Tratado contra las Leyes dReforma y una comedia contra l

escuela laica y la prensa impíaúltimamente, cada semana, envícolaboraciones de crítica contra e

iberalismo, de apologética y alguno



versos místicos a La Chispa y a ERegional de Guadalajara, que hastahora no le han hecho el honor de l

publicación. Compuso unos misteriosque fueron cantados por las Hijas dMaría el Ocho de Diciembre pasado,

está componiendo una Misa SolemneQuiere fundar la Congregación Marianen la Parroquia. Nadie podrá quitarle d

a cabeza que los mejores hombres hasido autodidactas; por eso dejó loestudios en el Colegio y cada díformula propósitos —hace cuatro año

— de apegarse con rigor a su plan drabajo. ¿Quién sabe mejor que él tant

de historia universal y patria, y con u

criterio tan original? Pasada est



Semana Santa piensa ponerse a escribiuna nueva teoría cosmológica que hvenido madurando meses atrás; cuand

en junio vaya a Guadalajara será parpublicar un tomo con sus poesías, y parque don Amando de Alba le corrija l

Oda al Centenario, que piensa mandar El País el año que entra, después de unminuciosa labor de pulimento, con qu

ogrará perenne renombre. Luego pondrmano en su proyecto cumbre: Mi juicide la Historia Patria y remedios para lsalvación y prosperidad del país.

Ayer, Domingo de Ramos compusuna poesía inspirada en la procesión das palmas; quedó muy satisfecho; tanto

que hoy se ha levantado con gra



agilidad espiritual, dispuesto a sujetarsen todo a su horario. La mañana eclara; el placer del agua en el rostro

os brazos ha sido extremo, casdesconocido: siete veces ha puesto lcabeza dentro del aguamanil rebosante

Ya en la iglesia, le fue fácil entregarse a meditación del Evangelio propuest

para este día: Jésus en Betania, en l

casa de Lázaro; la composición de lugafue tan perfecta, que ha pensado hacehoy mismo un cuadro con ellaCiertamente durante la meditación y l

misa lo asaltaron perturbaciones: esdesenvuelta Micaela, que viene tratandde disiparlo, y el viernes pasado, en s

casa, estuvo de veras inconveniente; ¿as



sería la Magdalena cuando pecadoraTambién el Evangelio habla de Marta.Marta, la sobrina del señor cura...; per

enérgicamente ha rechazado talepensamientos y su alma se levanta coigereza, con el júbilo de esta seguridad

«Hoy es Lunes Santo y la mañana debser igual a aquella en que Jesús visitó lcasa de Lázaro, en Betania.» Desde lo

años de Seminario, quizá desde antes, llegada de la Semana Santa le producun regocijo interior difícil de describirquisiera componer armonías, pinta

grandes cuadros murales, realizar upoema de proporciones o brevísimoversos que fueran joyas de la literatur

universal. Es otro muchacho leve



alegre, sin los escrúpulos, temoresdecaimientos, orgullos, insatisfaccionede todos los días. —«Ya es hoy Lune

Santo. Martes y Miércoles de lprofunda espera. Luego, el Juevenefable, con su mañana llena d

repiques, y su tarde solemne, y su nochemisterios: Jueves que no deberíranscurrir, sino fijarse como el Sol d

Josué.»Luis Gonzaga, dichoso, regresa casa y —rarezas de loco— vsaludando a los transeúntes co

afabilidad. —«Mañana de Lunes Santes hoy»— les dice.

—Y mañana es martes —le contest

el zumbón don Refugio.



—Y luego el Miércoles y el Jueveel Jueves Santo! —exclama Pérez

remontado a la estratosfera de s

alegría.

4

MARTA de la mañana, madrugadora. E

señor cura, con tanto confesonario, a lacuatro vino a recostarse un momentoMarta ya estaba en pie, solícita para e

arreglo de los últimos menesteres en egran día (en que, como dice todos loaños el Calendario de Rodríguez, «l

nmaculada Esposa del Cordero no



hace oír esta tiernísima narración deDiscípulo amado: "Sabiendo Jesús quhabía llegado su hora de pasar de est

mundo al de su Padre, habiendo amado os suyos que estaban en el mundo, lo

amó hasta el fin"»); Marta se acost

anoche a las doce, cuando acabaron dcomponer el Monumento (va a ser unsorpresa: —«Se lucieron» —les dirá

hoy cuantos lo vean); afanó toda lsemana en el arreglo de la composturadesvelándose: algunas noches tuvo ququedarse a dormir aquí, con ella

Merceditas Toledo (cabeceandomuriéndose de sueño, platicaban sdiario).

Pero ¿qué gente no trabaja en e



pueblo, intensamente, Lunes, Martes Miércoles Santos? Trabajan con tesópara no dejar pendientes, porque nadie

nadie trabajará sino hasta el Lunes dPascua: si a las doce de la noche demiércoles al sastre no le ajustó e

iempo, las mujeres no acabaron, ezapatero quedó mal, no hay más remedique renunciar al estreno, aplazarlo

Hasta los pobres, los peones, loenfermos del hospital estrenan eJueves: una camisa, unos calzoneshuaraches, y, en escala social, zapatos

vestidos, chales, corbatas, gorrasbombines. Cuando la luz del día se va ocan lentas campanas, todo trabajo s

suspende —Lunes, Martes y Miércole



— para ir al Ejercicio: rosario, tridudel Señor del Aposentillo, disciplinpública y procesión del Viacrucis: l

magen de Jesús Nazareno con la Cruz cuestas; a la salida, cerca de las nuevese hace la colación de la noche

continúa el trabajo: los confesores no sdan abasto, los penitentes exprimen ecacumen; los dos sastres, los cuatr

zapateros de número y residencia fijamás otros aleatorios que vienen dCuquío, de Mexticacán, de Yahualica, d

ochistlán, y las costureras de cad

casa, se dan prisa por acabar; se daprisa las amas en sus cocinasadelantando el quehacer (— «Bonit

antes —dicen éstas, ésas, aquella



mujeres—, bonito antes cuando de verahabía costumbres cristianas y temor dDios: desde el Miércoles hasta e

Sábado no se prendía lumbre en lacasas y todo era dedicarse a la iglesia»)en algunas familias subsiste la costum

estos días ni siquiera comida para ndisipar el espíritu: se consume lo quhaya, listo el Miércoles: fruta, pan

eche hervida; pero ya es poco eextremado celo: ha cundido la moda dos bocaditos, de las buenas comidas d

vigilia, el Jueves Santo, que llega com

claro paréntesis. Hoy. Sin quien haydejado de esperarlo: enlutadas y niñosenfermos, tristes, pobres, viejos

muchachos ricos de sangre, ranchero



garridos y hombres que usarán bombítal en otras partes — aquí no—, l

espera, por los niños, de los Reye

Magos). Nada concreto espera Marta —n

muchos—; pero el júbilo común y l

perspectiva de trajinar en grande lpusieron en pie antes de las cuatroSiente unas ansias! mas nadie se la

notaría. Expectación de formas vagas úbilo. Tristeza y júbilo. ¿Será un afectsagrado? ¿un afecto profanoncontenible, sube a la torre, para ver e

nacimiento de la luz, de las luces, dedía sacrosanto. A las cinco cuarenta dos sale el sol hoy, según el Calendari

de Rodríguez. Todavía es plena noch



por los cuatro rumbos del pueblo; nochplena de luna; mas la estrella ae lmañana fija el indicio del orto. Hay u

silencio de muerte. Ni ladridos. Y quieestá por nacer es día de gran luz músicas. Conviene la oscuridad y e

cerrado silencio —misteriosos— de sadvenimiento. ¿Es luz de luna o claridade alborada ésa del oriente? Claridad e

enta lucha, claridad en dulce confusiónSobre la plata oxidada que las iguala, uvigor creciente, azul, amarillo, verdeuego ligeramente rosado hac

anguidecer los campos de la luna; vanflamándose las nubes, y la lentitud de

misterio estalla en colores, violet

rápidamente rojo escarlata, solemne



pabellones de Monumento colosal, parel sol cuya procesión avanza covanguardia de oros y fuegos. Éxtasis d

a liturgia sidérea, Marta quiere agotaos milésimos de segundo, los cambionfinitesimales de sombras y luces, qu

se le van de los ojos como un torrentmás rápido mientras más maravillosoYa salió el sol del Jueves Santo. Ya e

a plena mañana de los misterios. Ecielo, palio recamado. Marta escuchmúsicas invisibles, huele aromas no deste mundo. Extasis que acendra e

silencio de la mañana en el puebloextraordinario silencio en pueblo tamañanero, silencio de un día, de do

días al año, silencio de expectación e



as orejas madrugadoras, porque hoparecen sonar a nuevo, sí, suenan nuevo —de tan viejo («memoria

perpetuo de los tormentos de su Pasión prenda segura de la eterna gloria» —dice el Calendario de Rodríguez)—,

nuevo, viejísimo, desconocidamentsuenan las campanas en el sagradsilencio, prendidos los repiques en e

esplendor de la mañana, como gritoscomo cantos, como pregones, ningún dícomo hoy, sin timbre lúgubre, sin ritmode rutina, desconocidamente, como e

ninguna otra fiesta, ni Corpus —a lprocesión—, Quince de Agosto n

avidad. A las siete y media rompe l

mañana el primer repique de los Oficio



qué palabra ésta —oficios—, llena dmisterio, desusada si no es en los díasantos, grave y solemne, compendio d

iturgia mayor, para ser dicha —comos vecinos la repiten hoy— gravemente

solemnemente, con arcaica reverencia).

Salen los estrenos y llenan lacalles, los ojos, la parroquia; y saleambién las viejas prendas que sólo s

usan éste y algún otro contadísimo díaHoy no está mal visto que las mujeres svistan de color, ni causa risa que vayade levita, bombín y guantes los qu

carguen el palio y las arandelas de platani que saquen gorras y corbata lomuchachos, ni que traigan moda

estrambóticas los que vienen de fuera.



Todo parece nuevo, por ser contra lcostumbre; nuevo y de una clarsolemnidad, en contraste con la

solemnidades lúgubres: el altar, abajdel presbiterio; la Cruz —las cruces—cubiertas con velos blancos; el cierre d

a gloria —qué alegres, cuámelancólicos alegres repiques (para yno más tocar las campanas), com

cantos de cisnes, en la calma clara depueblo desierto, de los campodesiertos, del día poblado de nubencandescentes, de la primavera e

paisaje sin árboles— , el cierre de lvoz de las campanas, de la voz tan pocaveces alegre, que se calla cuando romp

a cantar en esta mañana de los misterios



a no será igual el Sábado de Gloria, nel Domingo de Resurrección; la misprosigue con canto llano; al Sanctus, l

matraca, y a la Elevación: prestigiosruido de maderas en que la liturgia y epueblo hallan otra voz, amable po

extraordinaria: sorda voz de consejasque mueve a nueva devoción: católicvoz, ecuménica voz de la liturgia rota,

del pasado: un pretérito perfecto dradiciones y fervor; magnífica voznconfundible, de los mayores días de

año: Jueves y Viernes de la Seman

Santa. (¡Nunca sonaran ya las campanasvoz de rutina, y así nos conserváramoen el hechizo del pasado y en el present

de los solemnes días!)



La congregación —pueblo ranchos, vecinos y forasteros—comienza a agitarse gradualment

cuando va llegándose la hora de la graprocesión. Estandartes en vaivén, sigobierno, múltiples, ricos y finos

rústicos y pintorescos, bordados pintados, primorosos y toscos: dcofradías desconocidas, extinguidas; d

rancherías despobladas, remotasEscapularios, cordones y cintasdistintivos de toda clase, sobre todos lopechos: la que no es Hija de María, e

Madre Cristiana; el que no es deApostolado, es de la Conferencia de SaVicente, y —chicos, grandes, mujeres

hombres— de la Buena Muerte. Cuello



pechos de cuatro, siete, más insigniasVan haciendo grupos, filas, de mano emano candelas. El sacristán y su

ayudantes encienden el Monumento, traa cortina que lo cubre —nebulos

constelación parpadeante—, y lo

conspicuos —pecheras, corbatasevitas, guantes, botines, adust

continente— quedan a mano de

varipalio, solemnes más que príncipedel pueblo; entre ellos, Luis GonzagPérez. A él llega un enviado del señocura:

—Que ni se acomida a cargar epalio porque no lo dejará y que nquiere avergonzarlo en público...

—¿Qué? ¿Por qué?



—Vaya pregúnteselo si quiere. Ynomás cumplo trayéndole el recado.

Rabioso, con la cara de pan de cera

Luis Gonzaga se arrima al Padre Reyes. —¿No asististe a la junta de lo

espiritistas? Entonces qué preguntas. Y

no te le pongas remolón porque ya lconoces.

Le rechinaban los ojos a Lui

Gonzaga. Hubiera querido que la tierrse lo tragara, o mejor, que tragara acura, a los ministros, a los fieles, a labeatas, a los chismosos:

—«Pueblo imbécil. Avergonzarme mí, hacerme menos a mí, a mí. Curgnorante, fanático, intolerante. Poners

contra mí, que puedo acusarlo a l



Sagrada Mitra. Ofenderme así, a mí, mí, que soy la única gente de razón, lúnica gente de letras. A un artista com

o, y un cura como ése. No, no eposible. Me la pagará. Sí, para srudeza todo es posible. No tiene brizn

de educación. Me la pagará. Es ecolmo...»

Cien, mil ideas agolpábanse sobre l

furia del arbitrista: —«Lo acusaré. Publicaré upanfleto, varios panfletos terribles quo ridiculizarán, lo pondrán al desnudo

con todas sus manías, con su criteriestrecho, con su fanatismo cerril, con sojeriza por todo lo que signific

progreso. Podría vengarme también... sí



con alguna de sus sobrinas ¡esto lo harévaya si lo haré! Y agitaré al pueblo e

su contra. ¡Basta de tiranía clerical

Basta de oscurantismo! Me convertiren apóstol de las Luces; fomentaré lectura; organizaré un club de libr

discusión; se acabará el aislamiento das familias por medio de fiestecitas

días de campos, representacione

dramáticas. Ya me lo ha propuestMicaela y nada nos detendrá. Uescándalo. Diariamente un escándalohasta que el pueblo se acostumbre

rompa sus prejuicios... Es verdad qufui a la junta de los espiritistas, ¿tienalgo que ver mi afán por cerciorarme d

cuanto interesa a la humanidad? Si s



rata de errores o engañifas, parcombatirlos. De cuenta del señor curnadie leería nada, nadie se preocuparí

por aprender, por cultivarse. ¡Lo que mha molestado! Se acabó la prudencia vas a saber quién soy como enemigo.»

Echando chispas, Luis Gonzaga salide la parroquia y se fue al campoCalles y campo vacíos, abandonados

a severa soledad, radiante silencio da mañana eucarística, sin transeúntes ncampanas, en el solo blando rumor deviento en primavera y el discurrir de la

nubes forjadas en plata, ligerísimasFrescura. Intensa, excitante frescura da mañana.



La devoción sigue su ritmo fieCuando el Santísimo vuelv

procesionalmente del atrio al compás da matraca, de los suspiros hondos, dos rezos como colmenares y del Pang

ingua, que canta con gravedacatedralicia el coro del Padre Reyes, evelo del altar mayor se descorre aparece — cuán general admiración—a maravilla del Monumento, qu

alegoriza la Fiesta de los Tabernáculoséstos distribuidos como chozas d

ramajes en flor, y al centro, el graTabernáculo del Nuevo y EternTestamento. —«Qué aplicación tan fin

del tema bíblico, qué buen gusto, qu



alegoría tan bien lograda» —el dictamede alguno, de algunos de los vecinoconocedores iba pasando de boca e

boca, con inflexiones de asombro, y lrepetían aun los que nunca supieron habían olvidado la profética festivida

sraelita. —Qué hubiera dado Luis Pérez, ta

aficionado a las alegorías, porque se l

ocurriera esta idea... ¿se dice genial? —¿Luis? Iba bien prevenidito parcargar el palio, cuán presto salió comenergúmeno, hablando solo. Le falta u

Jueves. —Yo creo que esta vez le faltó l

semana entera y no por su culpa. ¿Qu

quieres apostar que en su salida violent



ntervino el señor cura? —No es difícil. —Lo bueno es saber la causa

pronto la sabré, así como supe lo que lemandó decir a los Rodríguez.

—Ni me has contado.

— Que si la famosa Micaela iba a lglesia con sus vestidos a la moda, l

correría públicamente.

—Pues no la vi. — No debe haber ido. Veremos ssale a la visita de los Monumentos, aLavatorio, al Prendimiento.

Tras la pausa del desayuno, ldevoción sigue fiel a su ritmo. Ya vana vienen —como hilo de hormiguita

negras—, de iglesia en iglesia, los má



devotos: mujeres enlutadarremisiblemente, viejos adustos

muchachos campesinos, párvulos d

ojos asombrados; mientras manodiligentes mueven las cocinas por marede sabores y olores, hasta tocar el gusto

un día del año, éste, que permite placeen la satisfacción de la necesidad, máel doble placer —también sólo este dí

— de quebrantar la clausura, mandandbocaditos, de casa en casa, roto eaustero programa del comer cotidiano aceptado —no más hoy— el gozo d

surtidas golosinas: empanaditas y otraclases de pasteles, capirotada y turcochongos, ensaladas, frutas, conservas

placer de chicos y grandes, chicos



grandes que suelen suspirar por lvigilia del Jueves Santo, excepcionaconvivialidad interdoméstica, de famili

en familia, de cocina en cocina.(¿Dónde está la sala en que he d

celebrar la Pascua con mis discípulos

Y él os mostrará un cenáculo grandealfombrado, y allí preparad la cena.Con gran deseo he querido comer est

ascua con vosotros antes de masión, pues os aseguro que no he dvolver a comerla... Amaos los unos os otros... En esto conocerán que soi

mis discípulos.)En aquel tiempo, al principio de l

clara tarde silenciosa, continúa su ritm

a devoción, cayendo sobre patios



aceras, quizá en los postres, rodandpor el pueblo las señales de la matracacomo rumor de carros que se despeñan

—quién sabe—, dicen que como tumbode olas, los que conocen el mar.

—Ya están llamando al Lavatorio.

—Ya están llamando al Lavatorio. —Ya están llamando al Lavatorio

Date prisa.

—Date prisa, para alcanzar lugar. —Va a haber mucha apretura. —Ya estarán saliendo los ApóstolesYa están saliendo los Apóstoles

entre curiosos apiñados a la puerta —hoy franca—, de con los Tiscareñosdonde fue la comida para los Doce

Doce pobres, convalecientes de



Hospital.) Mortificados por las miradasvan con la frente baja, revestidos coúnicas blancas y ceñidores morados

Marta quería que hubiesen sidmuchachitos de la Doctrina, comalgunos años; muchachitos taciturnos, d

buen aprovechamiento, pobres de lamás pobres familias.) Los golpes de lmatraca dan la segunda. (Marta le

hubiera hecho los vestidos, la comida, eprevio aseo de los pies.) Ya no cabe lgente dentro de la parroquia, cuando logolpes de maderas dan la última. Lo

devotos se apeñuscan alrededor de labancas de los Apóstoles. El señor curcomo hubiese amado a los suyos, qu

vivían en el mundo, los amó hasta e



in), después de lavar los pies besarlos, todavía la toalla ceñida sobrel alba, sube al púlpito y predica e

exto: Et vos mundi estis, sed noomnes. Sciebat enim quisnam esset quraderet eum: propterea dixit: Non esti

mundi omnes.A la gente ya le iba calando qu

desde el Domingo de Pasión el seño

cura no más predicara sobre la traicióde Judas pero este sermón del lavatorino les dejó ya duda sobre la intencióocal del tema; fue un sermón violento

como los de los Novísimos, y tan claren alusiones, que la gente comenzó pensar los nombres del judas, de lo

udas parroquiales.



—¿Será Luis Gonzaga Pérez?» —«Parece referirse a alguna mujer

ha de ser Micaela Rodríguez.»

—«Yo creo que se refiere ahuizachero.»

—«¿No será más bien al directo

político?» —«Apuesto a que se trata de lo

espiritistas.»

—¿Pero será cierto que hay aquespiritistas? No lo puedo creer. —¡Y tan cierto! Como que tambié

hay liberales y hasta masones. Por all

se dice que alguien comió ahora carnde res y que han matado un puerco parcomer mañana chicharrones.

—¡Jesús mil veces!



—¿Quiénes? Allí anda el run-runYo no me atrevería a nombrarlos.

—Va a llover fuego sobre est

pueblo. —Y todas las plagas, como e

Egipto.

—¡Hasta masones! Los nombrequisiera yo tener, para cortarles aunqusea una oreja.

(¿No hay, entre los que sescandalizan, quien se muerda la lengu no pueda tirar la primera piedra?

Esplendor de la tarde (los campo

vacíos). Las calles pobladas, comhilerillas de asquiles (María piensa eas visitas a los Monumentos, en la

calles de Guadalajara, de México, d



Puebla, de Madrid y París, a estahoras). El sereno esplendor de la tardea novedad de caras y trajes nuevos, e

poder conversar entre estación estación, disipan las sombras de loespíritus. Ritmo de pasos y luz d

rostros distintos al ritmo y la luhabituales: pasos y rostrorejuvenecidos, llenos de animación

Grupos que van rezando por la callepero entre quienes algunas miradabrincan como chisperos, como braseroal viento.

Estas son algunas caras —nuevas apueblo—: la más sensacional —pastmayor de la curiosidad— ,1a de un

dama...



—«¡Qué peinado tan extravagante!»«¡Qué cara tan extraña!» —«Pero ¡qué bonita!»

—«¿Y los ojos?» —«Yo creo que se los pinta » —«Bonitos zapatos, relucientes

como pintados.» —«Así han de ser las artistas d

eatro.»

—«Tienes razón, ha de ser artista, de ópera, que son las más elegantes.» —«Pero las artistas de ópera dice

que no hablan como nostros.»

—«También tienes razón; creo quson italianas o francesas, no estoseguro.»

—«Profesora no ha de ser, con eso



ujos.» —«No, claro. ¿Y te ha tocado pasa

unto de ella? Me tocó tenerla muy cerc

en la visita del Oratorio: ¡cómo huelemás bonito que las flores más raras.»

—«¿Como los perfumes de Micael

Rodríguez?» —«Qué va: ni comparación.» —«Y hasta en los vestidos, qu

diferencia con los de Micaela.» —«Como de lo vivo a lo pintado.» —«Y anda como deben andar la

reinas.»

—«Ha de ser de la alta sociedadcomo dicen los de Gualdalajara.»

—«Pero también dicen que la

mujeres malas de por allá se viste



como ricas.» — «¿Tú crees que si fuera de ésas l

hubieran convidado los Pérez?»

—«No, claro; es nomás un decir.» —«Yo creo que nunca habíamo

visto en el pueblo una mujer así, d

veras elegante.» — «Pues a mí esos modos no m

caen bien; esas mujeres que se llama

elegantes parecen payasas, con razócuando vienen gentes de Guadalajara lomuchachos se burlan de ellas.»

— «Independientemente de lo

vestidos, no me negarás que la cara, loojos, todo el tipo, el modo de ver, emodo de mover las manos, de andar, e

cosa fina, muy fina, de gente de pomada



como dicen los tapatíos» ...una damque se hospeda en la casa de los Pérez a quien doña Carmen colma d

atenciones... —«Dicen que llegó anoche, cuand

a ni la esperaban.»

—«Que se llama Victoria... no macuerdo del apellido, muy raro.»

—«A la hora de los Oficios, con l

apretura, casi nadie se fijó en ella, comba tapada con el chal y con un vestidsencillito; pero ahora en el Lavatorio en la visita de las Siete Casas, parec

que se la quieren comer con los ojoshombres y mujeres, hasta lochiquillos.»

—También vinieron unas primas d



as Rubalcava. Son de Ixtlahuacán. Lmás grande diz que es casada y vive eGuadalajara.

—La más chica, que anda coMercedes Toledo, es muy sangre liviana

—¿La picadita de viruelas? —Es

mero. ¿No te parece?En casa de los Loera se hospeda un

familia de Aguascalientes. Los Cornejo

de Mexticacán, que vienen todos loaños, llegaron a la casa de don ComeliRuiz. Hay gentes de Cuquío, dJuchipila, de Moyahua, de Yahualica, d

ochistlán, de Teocaltiche. Las casaestán llenas de huéspedes. Y lomesones. Como todos los años, la

«insignias» atraen forasteros. Todaví



hoy en la noche y mañana tempranlegarán caras desconocidas. Entre la

nuevas muchachas de los ranchos ha

caras agraciadas: jóvenes de doce, dcatorce años, casi unas muchachitaspero ya con el rubor en las mejillas y l

nquietud en los ojos temerosos.Han venido estudiantes y otro

conterráneos establecidos en diverso

ugares: —Esteban ha crecido mucho y se hpuesto buen mozo, ¡tan encanijado quera!

—Eulalio Rubio tiene ya hijoformales.

—Las dos hijas de Matilde Góme

son mujeres hechas y derechas.



—Pedrito Robles vino con toda lfamilia. Cómo será, que ya no conocía mi ahijado.

—Por Luis Cordero no pasan loaños; está como el día que se fue radicar a Guadalajara.

—En cambio, Ponciano Plasenciestá inconocible de tan avejentado. Nson para menos las penas que ha tenido

Supe que a uno de sus hijos, que ermasón, los mismos masones lmandaron matar, porque quería salirsde la logia.

—Es cierto. Y murió sin confesión. —Lo envenenaron. —A mí me habían contado que

puñaladas. —Es un misterio.



Aquella cara es la misma cara dFlorentina, la de don Macario, como ques la cara de una hija de Luisita, l

menor de las Ruesga: —«Esta sobrina no conocía e

pueblo; su mamá me hizo el favor d

mandármela con los Aguirre, para qupasara con nosotros los días santos; creque el mismo lunes se la quieren llevar

aunque yo quiero que se quede siquierun mes, para que le costée el viaje; a nser que se aburra.»

Este, ése, aquél, son unos estudiante

de Guadalajara —¡pretenciosos!— quvinieron con Darío, el de don PánfiloMiradas desdeñosas, léxico pedante

vestidos ajustados.



Caras transeúntes de curiosos quienes nadie conoce, viven en el mesó andan como perros en barrio ajeno.

Quien todavía espera, ya un pocdesesperada, es Micaela Rodríguez. Lahoras pasan y David no llega. E

domingo le escribió desde Guadalajaradiciéndole que venía en camino. ¡Qué lhabrá pasado! ¿No conseguiría quién l

rajera? ¡Con esto de vivir hasta el fidel mundo, en un pueblo sicomunicaciones!

Micaela visita los Monumentos, e

compañía de sus papás, casi sin llamaa atención, indiferente al interés qu

despierta el garbo de la dama hospedad

por los Pérez, indiferente a lo



desplantes de los jovenzuelos venidode Guadalajara, indiferente al asedio dJulián y a la presencia de Rupert

Ledesma, que casi llora cuando la mira.Los pasos, las voces, las miradas —

como aves en libertad reciente, com

escolares cuando el maestro se ausentacomo internos en asueto—, tejen redesaladran muros, persiguen sombras e

campo de oro, en paños de oro: el gracampo, los grandes paños de la tardbrocada de sol: un sol —corazón de lhistoria—; sol, como fragua del mundo

este sol misericordioso, Padre dfamilias, buen pastor que conduce lfiesta por vericuetos de misterio. Y hac

brillar las caras, los estrenos, l



nsinuación de los deseos. —¿No han ido al santuario? Est

precioso.

—Venimos de San Antonio. El PadrVidríales se ha lucido con el adorno deMonumento.

—Allá vamos. No dejen de ir a SaMiguel.

(—«Paganismo de la sensualida

que busca el adorno de los altares» —reprocha el señor cura.)Muchos, más por placer que po

devoción, repiten las visitas. De l

parroquia al Calvario, del Calvario San Antonio, de San Antonio al SagradCorazón, del Sagrado Corazón a

Oratorio, luego a la capillita de l



Magdalena y —casi a extramuros— asantuario del Señor San Miguel.

Primero como una broma, despué

como una puñalada, va corriendo erumor de que vienen tropas del gobierna vigilar el cumplimiento de las Leye

de Reforma e impedir las procesionesEl pueblo se excita, quisiera oponerse mano armada.

— Desgraciadamente parece que ecierto. Acabo de recibir noticias de quel pelotón sesteó en el Potrerillo, cuatro leguas de aquí. Los liberales d

Teocaltiche movieron el asuntonstigados por don Pascual Pérez; qu

Dios lo perdone. ¿Y cuántos de aqu

estarán de acuerdo? (Protestas unánime



en contra.) Desde la otra semana tuvnoticias de esto; pero no quise darlecrédito, ni propalarlas. Esperaba e

Dios que cambiara los designios impíosAhora, no hay más que ponemos en SuManos y resignarnos con Su Santísim

Voluntad... Envainen sus espadas y nexpongan al pueblo... No, no, yo leaseguro que don Román es ajeno po

completo y tiene más pena que yo; nvayan a molestarlo, porque sobre senjusto, complicaría la situación; déjenl

en paz... El Padre Reyes, valerosamente

va a salir al encuentro de las fuerzas pueden acompañarlo quienes gustenpero que sean pocos y serenos... Lo

otros de ustedes tranquilicen al pueblo



como si nada temiéramos, continuemoen orden el programa estrictamentreligioso; ¿los actos públicos? y

veremos, conforme a las circunstanciasPor un servicio personal a su párrocoque se lo pide, absténganse de molesta

a nadie... Confío en ustedes. El castigde los malvados dejémoslo a Dios.

El pueblo se sobrecoge por l

certidumbre. Algunos vecinos —de loque menos se esperaba— pusieropretextos para no ir con el Padre Reyespero hubo suficientes ofrecidos entr

quienes elegir una comisión de cuatro.Las sombras de la angustia públic

coinciden con las de la noche

Vanamente don Dionisio se echa a l



calle y fuerza su reserva por alentar serenar a las familias. Han disminuidos transeúntes. Han comenzado

cerrarse puertas y ventanas, como lootros días que no son Jueves de lnstitución. Van quedándose sola

glesias y capillas. Torvos, algunohombres conspiran en los atrios. Ya nhay miradas para el dulce crepúsculo, s

no es la dulce mirada de MartaCrepúsculo color de nomeolvides, coestrías de fuego.

Mermada la parroquia en e

ejercicio y sermón de la Institución (doDionisio insiste en predicar los textoque se refieren al traidor, y son ahora la

palabras: En verdad el Hijo del hombr



se va, como está escrito; mas ay dehombre por quien será entregadomejor le fuera no haber nacido), e

pueblo reacciona y, cuando sale la lunacuando resuena la matraca y tocan poas calles tristísimas chirimías, la

gentes, en tropel, resueltas, como si shubieran puesto de acuerdo, sin temoos padres, las madres por sus hijos, lo

maridos por sus mujeres, vienen a lceremonia, procesión y sermones dePrendimiento, patéticos como nuncaesta noche de vigilia en que cada uno s

siente presunta víctima de los enemigode Cristo.

—Dicen que se van a llevar preso

odo el pueblo, sin respetar mujeres n



niños; que no va a quedar piedra sobrpiedra, como en Jerusalén.

—Que hagan lo que quieran, al cab

es por Nuestro Señor y por NuestrSanta Religión. —

Sufriremos con gusto, como lo

mártires. —Nada nos arredrará en l

confesión de la Fe.

Sube la temperatura del fervor alcanza la cima de las alucinacionesLuego, sin saber cómo, noche y silencise rasgan con el unánime clamor de

iserere, por las calles en el atrio, en lparroquia.

Por el camino de Nochistlán sube l

una teñida de sangre, luna llena d



sangre y con lento fulgor, que hace máétrica la noche, más temeroso el canto os hondos sentimientos, más apretado e

nudo en algunas gargantas. Quién hestado oyendo y oye a cada momento eropel de soldados, quién escucha lo

alaridos de la soldadesca sedienta dsaqueo y depredaciones, quién adviertsombras de caballerías que bajan a

pueblo por todas las entradas. No máfalta que tañan las campanarágicamente.

— Del Padre Reyes ni sus luces

Quién sabe qué les pueda haber pasadoada bueno a la segura.

—Cómo estará su hermana, y la

mujeres de los que fueron con él.



—Esa luna es de mal agüero. A mnadie me lo quita de la cabeza. No fallamis corazonadas.

—Luna de Juicio Final. Yo creo qua llega el fin del mundo.

Ya llegan la cohorte y los ministro

de los pontífices y fariseos, que vienen prender a Jesús Nazareno; traeinternas, hachas y armas; hombres de l

Hermandad del Huerto, según eradición, tienen a su cargo est«insignia», vestidos de soldadoromanos y de judíos; como lo rehúye

por feo en sí y por la mala suerte qurae, rifan el papel de Judas; este año

quieras que no, le ha tocado a u

mediero de don Inocencio Rodríguez



que se llama Emilio Iñiguez y tiemblcomo si lo fueran a matar.

Mientras termina el sermón de l

Agonía en el huerto (al fondo del atriestán el púlpito y el altar del Señor, éstpostrado frente a un ángel que le ofrec

un cáliz, a la luz de la luna y de ochcirios gruesos, entre once de loApóstoles que fingen dormir al pie de

altar), la chusma espera en la esquina da plaza.El pueblo, altas, plañideras la

voces, reza los Desagravios. Comienz

el sermón del Prendimiento. Avanza lchusma, con Judas por capitán. Logoznes de Jesús Nazareno funcionan.

El señor cura:



—«Dormid ya, y descansad. Bastalegó la hora: he aquí que el Hijo de

hombre será entregado en manos de lo

ecadores. Levantaos, marchemos; haquí que el que ha de entregarmecerca está.

—¿A quién buscáis? A Jesúazareno.

—Yo soy.

Retrocede la chusma y caen poierra. La voz del señor cura: —¿A quién buscáis? —A Jesús Nazareno.

—Ya os he dicho que Yo soy; ahorbien, si me buscáis a Mí, dejad a éstos.

Judas se adelanta y con vo

emblorosa, que apenas oyen los que s



hallan cerca, dice: — Salve, Maestro, y besa la mejill

de la escultura.

—¡Oh, amigo! ¿a qué has venidoudas, ¿con un beso vendes al Hijo de

hombre?

Los judíos bajan la imagen del altare atan las manos, llora la gente, vuelve

a tocar las chirimías, la procesión de

Divino Preso se organiza... —Sí, sí, por las calles, comsiempre —clama el pueblo. Y entrrezos y lloros tuerce la plaza, toma l

calle Derecha, pasa frente al Oratoriovuelve a la parroquia, y el Divino Presqueda depositado en el aposentillo de

bautisterio.



Pero la gente no quiere irse a sucasas, inquieta por la llegada de loverdaderos enemigos de la Religión

más aún por la tardanza del Padre Reye los que con él fueron.

Con sordas voces acuden recuerdos

eyendas, terrores, abusiones: —Quién sabe cuántos años hace d

o de Riestra, un visitador de rentas qu

exigió carne de res y de puerco a ldueña de la fonda el Jueves y VierneSantos; todo hubiera sucedido, menoque para cumplirle el capricho matara

esos días; entonces obligó a la fonderque le preparara una cecina y chorizo; so exigió pistola en mano; el pueblo s

alebrestó, y si no haya sido por el seño



cura, el mentado Riestra no hubiercontado el cuento; los vecinos tuvieroque contentarse con quemar un judas e

figura del visitador; encorajinadomandó decir que el pueblo se iba pronunciar, mandaron tropas, pusiero

presos a muchos vecinos y se los evaroa Guadalajara unos y otros hastMéxico, donde tuvieron que pagarle

relevos en el ejército a fin de que lodejaran salir. Por poco los mandan a SaJuan de Ulúa. El difunto Gregorio Yépea resultas de esto se volvió loco...

—El año del cólera hubo una luncomo ésta de ahora...

— Les dicen que se vayan y cuand

creen que los van a dejar ir, pum, pum



os dejan secos a tiros. Esto es la Leyuga.

—Allí está el caso de García de l

Cadena, que lo agarraron a traición... Yel de Ramón Corona, que lo mandmatar don Porfirio para quitárselo d

delante... Y a los que fusilaron eVeracruz con la orden famosa d«mátalos en caliente». No, si les dig

que es terrible... —Yo creo que los agarraron de levai a los padres perdonan esto

iberales. ¡A cuántos han fusilado co

sotana y todo! — Como en tiempos de Rojas y lo

chinacos; me contaba mi padre qu

cuando pasaban por un pueblo, s



diversión era aventar niños al aire apararlos con la punta de las lanzas.

En este clima de angustia, María, l

del curato, quizá no sea la única que, sidecirlo a nadie, acepte la novelería duna irrupción violenta de hombre

desconocidos y tenga placer emaginarla.

Pero el sueño va rindiendo a lo

hombres. No más los tumos deApostolado que deben velar aSantísimo toda la noche, don Dionisioa hermana del Padre Reyes y la

mujeres de quienes lo acompañaronresisten al cansancio e impetran coenacidad un milagro.



5

VIERNES SANTO. Al levantarse, LuiGonzaga se arrodilla cinco veces, ememoria de las Cinco Llagas. En esestá, cuando por boca de su madre llega la versión del «milagro» que tra

conmovido al pueblo:

—Dale gracias a Dios, mi hijito. ¿Lgnoras aún? Como es natural. El Padr

Abundio y los que lo acompañaron ha

vuelto sanos y salvos. El gobierno se hretirado. Fue un milagro patentefigúrate: sin saber cómo, de pronto earroyo de los Ocotillos crece como e



iempos de agua y detiene a losoldados; unos que a fuerzas, pomandado del que hacía cabeza, y e

desdichado huizachero que locusileaba, pretendieron cruzar lcreciente, fueron arrastrados y s

ahogaron. A los otros les entró tamiedo, que se volvieron a TeocalticheLos vecinos que fueron y el mism

Padre Reyes vieron el arroyo todavímuy crecido y no se explican cómo fueambién se informaron con los de po

allí de las intenciones que traía la gent

la prisa que se dieron por tomar ecamino de vuelta. ¿Tú crees que ante umilagro tan patente quieran otra ve

entar a Dios?



—Puede que sí. —Ay, hijito. Yo nomás le pido

uestro Señor que pasen las fiestas.

—Para podernos divertir a gusto. —Cómo eres, Luis. No, para que n

nos interrumpan nuestras devociones.

—Las mojigangas de los indios. Yno sé cómo este cura tan celoso no hacabado con ellas.

—Y dale. De veras la traes casadcon el señor Martínez. Yo no te diré... —No me digas nada, mamacita. N

me lo mientes.

—Pero si eres tú el que lo hametido en la plática. Mira cómo eres

o, si cuando te digo que a nada buen

conduce que leas a tus anchas la Sagrad



Biblia, como protestante. —¿Ya vas a comenzar? —No, no, vamos cambiando d

conversación. ¿Qué se te hace e«milagro»?

—Ps... Llovería en la sierra, sería u

«borrego» que venían federales. —Tienes manía de criticar todo

Pareces hereje. Si los vieron que venía

las gentes de los Ocotillos les oyerodecir que iban a llevarse preso al señocura.

— ¡Hombre! No habría estado malo

—Cállate, por Dios, que puede oírtVictoria. ¿Qué diría? Ya anda levantadaY a propósito, no has estado atento co

ella, que digamos. Ayer no quisist



acompañarla a los Monumentos. Por lmenos irás con ella a ver laprocesiones, que es lo que la ha hech

decidirse a venir. Los Rubalcava nohan ofrecido que vayamos a su azoteadesde donde se oye tan bien el sermó

del Encuentro y, en la noche, el deSanto Entierro.

—Es por demás que me lo digas. Y

dije que nada me hará presenciar esamojigangas de las «insignias», que ecosa de indios. ¡Claro! nos vienen a vecomo si fuéramos títeres. Vergüenz

había de tener el pueblo en admitir esacostumbres primitivas.

—Pero si me decía Victoria que e

Alemania...



—Qué Alemania ni qué Alemaniao voy y no voy. Me marcho al campo

como todos los Viernes Santos. Ahor

no iré ni a los Oficios. —Dios no te vaya a castigar.El grueso de la tormenta desatad

por el desaire de ayer iba pasando en ealma veraniega — veleidosa— de Luis

o será siempre apóstata; pero n

hablará ya nunca más con el señor cura ratará de que lo quiten del puebloTodavía retumban los truenos del genicaprichoso, como de hijo único, mimad

admirado, al que nada, nadie, ni supadres, pueden contradecirle, y cuandéstos quieren hacerlo, parece que l

hacen de inferiores a superior.



Le gustaría ir a los Oficios; pero ndará su brazo a torcer. Y se contenta coeer e imaginar la Misa d

Presantificados. Flectamus genua. Qusobre todas las otras ambicionabcelebrar —quizá por su rit

extraordinario—, cuando pretendió esacerdocio. Levate. Y aún lo hacpensar en pretenderlo. Las vela

amarillas, apagadas; el altar, desnudolectamus genua. El sacerdote con loministros, profundamente postrados

evate. En el silencio fúnebre, un cant

sordo, sin título, sin respuestalectamus genua. Levate. Y el diálog

de ministros y coro: Passio Domin

ostri Iesu Christi secundum loannem



mitando las voces, Luis canta: — Quemquaeritis? —Responderunt ei. —Iesum

azarenum...

— Ecce Rex vester. —lili autemclamabant: Tolle, tolle, crucifige eum..

— Erat autem scriptum: le su

azarenus, Rex Iudaeorum... — Quodscripsi, scripsi... — Et inclinato capite tradidi

spiritum. (El pueblo, el mundo, lageneraciones caen de rodillas, en hondpausa.)

Cuando en tono ritual — Flectamu

enua — leía Luis — Levate — laoraciones pro Ecclesia, pro beatissim

apa nostro, pro ómnibus Episcopis

resbyteris, Diaconibus



Subdiaconibus, Acolytis, Exorcisíisectoribus, Ostiariis, Confessoribus

Virginibus, Viduis... oyó la ris

evemente irónica de Victoria, lhuésped:

—Luisito, al fin ¿me acompañarás?

Cruzó la rabia por los ojos demuchacho. Se contuvo. Ni volteó.

—Pareces un Padre, en toda forma.

Siguió cantando las preceslectamus genua. Levate. —Cuando te ordenes, me gustar

confesarme contigo, tan serio. Salt

sobre la dama intrusa, impertinente, unmirada colérica.

—Tienes el genio de t

cura,muchacho.



Entonces, inmutado, cerró el misaQuiso desahogarse con palabraviolentas. La dama no estaba ya frente

él. Se sintió ridículo y orgullosogrosero y tímido, ineducado y cobardeBuscó Los Nombres de Cristo y, po

calles apartadas, entró al campo. Flectamus genua. Vacíos lo

caminos, las veredas, los horizontes, e

alma de Luis fue llenándose otra vez coas esencias del día, y a la vista de lgigantesca Cruz de la Misión quseñorea al pueblo, compensó l

nostalgia de los Oficios en uno de lomomentos culminantes, el de ladoración del Santo Ligno, rompiendo

cantar:



— Exce lignum Crucis, in quo salumundi pependit , y arrodillándose:

— Venite, adoremus.

A medida que ascendía por el montba repitiendo:

— Ecce lignum Crucis...

postrándose con la cara en el suelo: — Venite, adoremus.Resonaban en la memoria lo

versículos de los improperios: —«Pueblo mío, ¿qué te hice o equé te contristé? Respóndeme.

—Porque te saqué de la tierra d

Egipto preparaste la Cruz a tu Salvador. — Agios o Theos. Sanctus Deus

gios ischyros. Sanctus fortis. Agio

athanatos, eleison imas. Sanctu



mmortalis, miserere nobis. —¿Qué más debí hacer que no hay

hecho? Te planté, viña mía hermosísima

tú te has hecho para mí sobradamarga: apagaste con vinagre mi sed abriste con una lanza el costado a t

Salvador...»El paisaje —terroso, calcinado, si

árboles— halla en éste su día de días.

—«Yo, por ti, azoté a Egipto con suprimogénitos: y tú me entregaste parser azotado. Popule meus...»

Paisaje de Viernes Santo. Sin refugi

de sombra, de fuente, de verdes. —«Yo, delante de ti, abrí el mar:

ú abriste con la lanza mi costado

opule meus...»



Tierras ocres, pardas. Océanreseco. El sol fulgente, como sobrbronce.

—«Yo te precedí en columna dnube: y tú me llevaste al pretorio dPilatos. Popule meus...»

Paisaje acotado por líneas —finísimas a distancia— de cercas surcos, en ritmo asimétrico. Tant

reverbera el sol, que lo pardo se hacranslúcido y el ocre profundo cobronos de sangre.

—«Yo te sustenté con maná por e

desierto: y tú me heriste con bofetadas azotes. Popule meus...»

El pueblo, de piedra. Sus campana

en silencio como de muerte.



—«Yo te di a beber agua saludablde la peña: y tú me diste hiel y vinagre

opule meus...»

Pueblo ufano de la semejanza coJerusalén, que le asignó un misionervenido de Tierra Santa. Por el paisaj

desolado. Por el aire de lamentaciónPueblo de Cruces.

—Yo, por ti, herí a los reyes de lo

cananeos: y tú heriste con la caña mcabeza... Yo te di real cetro: y tú diste mi cabeza corona de espinas... Yo tevanté a gran poderío: y tú m

evantaste en el patíbulo de la Cruz.opule meus, quid feci tibí? aut in qu

contristavi te? responde mihi.»

Aquí, la Cruz.



— Venite, adoremus.Desde la Cruz, el puebl

panorámico, hacia la Cruz abierto

calles, patios, corrales, azoteas: botóque revienta hacia la Cruz del montePor las calles, una, otras, más mujere

enlutadas rigurosamente, camino de lglesia. Flectamus genua.

El atrio, compacto, a mancha

blancas de camisas jornaleras que sahogan en el universal negro de lamujeres, en el luto de los catrines. ¿Qumujer puede atreverse hoy a salir sin l

cabeza cubierta? Ni quien lo piense. Yel varón que tiene traje negro ¿parcuándo lo quiere? Luto riguroso desde l

madrugada hasta la noche honda. Levate



En la Cruz, Luis Gonzagalectamus genua. Desde la Cruz, e

caserío. Levate. Las arcadas de lo

portales vacíos, linderos de la plazdesierta, con sus pilones de piedrexhaustos, brillantes al sol. Rótulos d

as tiendas, herméticamente cerradascomo las puertas, como las ventanasVacíos los patios. Flectamus genua

Está en la iglesia toda la gente, si no soas fonderas que han venido de otrapartes al negocio de los forasteros, quienes aguardan en las inmediacione

del mercado, inmóviles junto a las ollasimpios platos, vasos, tazas y mantele

en el puesto transeúnte. Levate. Allí e

os corrales, echados, corderos y vacas



venados y cerdos; allí, los gallos mudosas lentas gallinas y sus polluelos. Únic

nota de movimiento y gracia, lo

palomos que revolotean en este y aqueejado, mas la rúbrica negra, tupida, das golondrinas, tacha los giros blancos

en juego pueril, extraño a la gravedadel día. Flectamus genua. El panoramdistrae a Luis miradas y recuerdos

aquéllas clavan signos en distintougares, y la memoria emprende vueloblancos y negros, como de palomas golondrinas, como de mariposas

murciélagos. Levate. —Pueblo mío, amargo y sordo

ngrato. Incomprensivo. Te quiero y m

desprecias. Quiero tu gloria y m



humillas. Lucho por tu esplendor y mcombates. Mi esfuerzo es por trenombre y te burlas de mí. Me desvel

u prosperidad y haces ludibrio de miaspiraciones. Mi sacrificio te sirve dmofa. Mis disciplinas te hacen reír

Conviertes en escarnio mis obras y nhay empresa mía que no hagas pasto dridículo. En verdad te compararon co

Jerusalén. Día llegará en que tu durezse convierta en asombro, tu desamor eblandura. Cuando escuches llegar mnombre por trompetas de fama. Entonce

e arrepentirás de las vergüenzas que mdiste y querrás atraerme a tu regazoahora hosco, pueblo mío hermético.

En el cielo, ni una nube. Ni l



frescura del más ligero viento. Ardientmañana de la Parasceve.

—Tratarás de reconstruir mi

mágenes y será tu gozo recordar migestos, pasos y aficiones. Todos en tdisputarán haberme visto nacer, mecid

en sus brazos, enseñado las primerapalabras, descubierto señales dngenio. Perseguirás tus rincones que m

fueron amables. Fijarás lugares de meyenda e historia. Preguntarás a lagentes que me conocieron y tsorprenderás de no haber sentido m

presencia, leído mi futuro, entendido mvoz.

El sol con su lumbre a cuestas. Ni e

velo de un celaje. Las horas, impasibles



—Desde aquí leo tu historia secretos; me conmueven tu pequeñez miserias. En lo alto, libre de ti, m

pareces teatrito de jugarrera, donde a mantojo mueva los títeres: primero los daquella caja en que reposan tipos d

conseja: cómo estarán revueltos justocon pecadores, en el olvido de los añosen el azar de las sepulturas; ¿qué se h

hecho la tumba de Benito Zamora, terrode la región allá por el sesenta, héroiberal, aprehendido e infragant

fusilado a espaldas de la parroquia, un

mañana en que audazmente quisrecuperar la plaza? Lo enterraron junto muchas de sus víctimas, quizá junto a m

abuelo, a quien mató y cuyo cadáve



hizo arrastrar con música y cohetes pono haberle juntado en dos horas más qucuatro mil pesos, de los cinco mi

exigidos en préstamo forzoso: ¿a mabuelo le gustaba la música y habífundado la banda del pueblo? pues all

e daba gusto, hasta el camposantodonde lo sepultaron sin cajón. Ahorquiero que resuciten todos y bajen con l

raza que les plazca. ¿Volverían separarse los hombres de las mujeresunidos entre los muros del cementerioAllí viene mi tatarabuelo conquistador

el donjuán de la comarca, montado euno de sus famosos caballos, que tantafechorías con mujeres le atestiguaron,

se dirige a la casa en busca de Victoria



es inútil que lo siga mi tío el presbíteronútil que le grite mi celosa tatarabuelanútil que lo estorbe su progeni

egítima. Pero el pueblo es otro. Es epueblo sin pianos en donde llora mmadre su luna de miel, pierde l

maravilla de su voz que conmoviera Guadalajara y cruza las calles desiertacomo extraña; la veo atravesar la plaz

en dirección a la iglesia; es una guapmoza de dieciocho años; ¡ay! cómo ma cambiaron las mujeres enlutadas y e

aire confinado. En ese portal, allí baj

el primer arco, frente a la tienda de doRefugio, cayó muerto don CiprianValdés, a manos del Padre Soto, ¡qu

drama imborrable! un sábado de gloria



¿quién pudo atreverse a detener amatador, si llevaba puesta la sotana y ea mano la pistola? ¿ni quién pudo nunc

dar con su paradero? Pueblo mío, llende crímenes y tristezas. Bajo ese technací; bajo aquel otro, mi padre; all

murió mi abuela y por esta calle arriba llevamos a enterrar: es mi prime

recuerdo. Llorando, junto a esa cerca

me despidió mi madre la mañana qusalí al Seminario. Hoy, todo estdesierto. No hay muchachos quueguen, hombres que miren hacia el río

Allá, cerrada la Casa de Ejerciciosétrica, en competencia con la soleda

del cementerio, frente a frente. Puebl

mío, hecho de piedra y de reseca



maderas. Victoria... ¿por qué mpersigue? ¿por qué me interrumpicuando rezaba por las vírgenes, por la

viudas, precisamente por las viudasPueblo mío, yo venceré tu obstinacióno venceré la obstinación de tu cura y t

ceguera. He nacido para salvarte y tuescarnios me exaltarán. Victoria, tieneojos de tentación y eres viuda; per

estoy muy alto, desde donde ni siquierpodría distinguir tu garbo; acá vendré lmañana que te marches, ojalá prontoojalá llevaras contigo a Micaela,

María, a Mercedes, a Marta, Gertrudis, a Isabel. ¿Por qué pienso eustedes hoy?

Abajo, las manchas negras y blanca



agitan el atrio. Será la procesión de loOficios. Luego suben, distintas, lavoces del coro, que canta:

Vexilla Regis prodeunt: Fulget Crucismysterium... Arbor decora etfulgida,

Ornata Regis purpura...

Como histérico, en arranqu

dramático de los que son habituales eél, conmovido por el solemne himnoLuis Gonzaga sube los peldaños de lCruz y, de rodillas, abrázase al Maderogritando:

— Líbrame de mis pensamientos.El coro:



Oua vita mortem pertulit, Et morte vitam protulit...

Luis: —Líbrame de mis asechanzas.El coro:

Beata, cujus brachiis Pretiumpependit saeculi...

Luis: —Líbrame de todo ma

presente, pasado y venidero.El coro:

Ut nos lavar et sor dibus,

Manavit et sanguine unda

Luis: —Líbrame de pecado este día

El coro y Luis:



O Crux, ave, spes única, Hoc Passionis tempore Piis adauge gratiam,

Reisque dele crimina...

En el hervor de su exaltación, Luiresuelve bajar al pueblo y hacer públic

acto de penitencia, retractarse ante spárroco y besarle los pies, yéndosuego a un convento, en el que pedirá l

admitan de simple lego. Con el vivdeseo de la vida claustral, acude a smemoria otro himno que aprendiera eel Seminario y lo canta en alta voz:

Crux fidelis, Ínter omnes Arbor una nobilis:

Nulla silva talem profert,



Fronde, flore, germine. Dulce lignum, dulces clavos,

Dulce pondus sustinet.

De pronto pensó: —Si alguien, desde abajo, ve mi

ransportes, puede juzgar que soalardes y presunciones.

Dio un salto y corrió por el campoen dirección opuesta al pueblo. D

cuando en cuando — Flectamus genu—, se volvía hacia la Cruz y echado asuelo prorrumpía: —«Adorárnoste

Cristo, y bendecírnoste: que por vuestrSanta Cruz redimiste al mundo y a mpecador; amén.» Levate.

Las palabras en la boca, lo



pensamientos sublimados en el almacorría por el campo. Flectamus genuaCerca de unas peñas, al rayo vivo de

sol, abrió Los Nombres de Cristo procedió a leer donde dice Monte

evate. Comenzó a embriagarlo la pros

recordó la opinión del Padre Reyes: —«Luis, tú eres un católico a l

Chateaubriand; de la religión te gusta l

externo, que halague los sentidosApuesto que aspirabas al sacerdocio poucir los ornamentos, porque te besaraa mano, etc. Hiciste bien destripando.»

No, no, Abundio no tiene razón. Sen sus lecturas espirituales buscambién calidad literaria, de una piedr

se matan dos pájaros. Hoy, est



expresión resulta irreverente. Cierto qualgunas veces los sentidos se van tras eencanto literario.

—Pero que no me gusta lo aparatosdel culto es evidente con haber venido esta soledad no más por no estar en e

mitote de las «insignias», que atrae antos curiosos de fuera y al que nadi

del pueblo falta. Me choca es

costumbre de indios paganos. Lo que ye decía al cura Martínez: — «Cómo es que permite esa

costumbres» —y le contaba esto que o

el Viernes Santo pasado, en la procesióde los Cristos, que hacen lamayordomías de los ranchos antes de

Ejercicio de las Siete Palabras: los de



Zapotillo, que tienen y llevan uCrucifijo pequeño, estorbaban el paso os de la Jarrilla, que siempre van a l

cabeza del desfile con su Cristgigantesco; el mayordomo de éstos ledice a aquéllos:

—«Sáquense con su mirruña» —es responden:

—«Ya lo ven, pero es má

milagriento que su lagartón» —y epoco estuvo que llegaran a las manosLa chusma de rancheros, a esta horaandará dragoneando a caballo y a pie

vestidos de sayones, fariseos y soldadoromanos; por allí andará Pilatoscualquier pelado de Manalisco, d

Huentitán o de Las Huertas, como Simó



Cirineo, como el Centurión, comBarrabás, Gestas, Dimas, los SantoVarones... ¡ufl Y el pueblo embobado

Menos mal, o peor, por la profanación revoltura, que Nuestro Señor y la Virgeson imágenes. Y aquellas peloteras d

gente, que ni se oyen los sermones media plaza. Y esa Pasión representaden todos sus pasos por gente grosera. Y

Victoria, que presume de exquisitadivirtiéndose... ¡No! ni un pensamientmás por este lado. Que se diviertan ean sagrado día. Por desagravi

— flectamus genua —, mi pecadorpenitencia.

Y anduvo de rodillas, entre la

piedras, besando el suelo a trechos.



—Considera, alma, cómo es el lugadonde a Nuestro Amado Jesús lpusieron en sus lastimados hombros e

peso de la Cruz...Cerca del penitente, veloz, pasó un

víbora y Luis tuvo impulsos de matarla

odo un mundo de supersticioneagolpóse a la memoria: supersticionede Semana Santa, en particular de est

uctuoso Viernes: lo que le sucede al qumata hoy una serpiente, al que se bañhoy en un río, al que coma la yerblamada del iscariote; allí está el cerrit

de la Mina, donde han sacado ídolos cuentan que la mañana del Jueves y lnoche del Viernes Santo se oye tocar un

campana de veras argentina; consejas d



os hogares oídas desde los dos añosmpresionantes, milagrosas; los del Vía

Crucis, que se quedaron convertidos e

peñascos por distraerse viendo unagolondrinas; el Judío Errante, que llegal pueblo hace muchos años y hub

eclipse de sol; niños que salefenómenos cuando les toca nacer en estdía.

—Ahora mismo estarán platicándosales y otras mil simplezas en el puebloDa vergüenza que se crean estas cosas

Pero... ¿por qué no maté a la víbora? S

me fue, por andar pensando tonterías.Quiso volver a Los Nombres d

Cristo; mas el temor de caer en vanidad

e hizo preferir la meditació



— flectamus genua — del camino aCalvario, hecho bajo este mismo sol, esta misma hora candente, hoy hace mi

ochocientos setenta y seis años.Ante su exactitud cronológica, e

demonio de la ironía se le acercó

extendiendo sus canillas de crítica duda, peludas.

—¡Credo! ¡Credo! ¡Credo! —

gritaba el ex seminarista, sintiéndosdébil y propenso a caer en tentación. — Et ne nos inducas in tentationem

— imploraba.

— Dignare die isto sine peccato nocustodire —añadía extenuadovolviendo los ojos a la ya lejana Cru

de la Misión.



—Hoy no quiero meterme ehonduras críticas. Credo. Credo«Padeció bajo el poder de Ponci

Pilatos, fue crucificado, muerto sepultado.»

El sol iba llegando al cénit. Lo

horizontes bailaban como flamas dhoguera. El cielo y la tierra, sin amparde sombras, implacables. Lumbre caí

de lo alto, lumbre salía de las entrañadel mundo, lumbre acumulaban todos lorumbos, en solemne silencio.

—A esta hora, sí, debieron llegar a

Calvario, sí, a esta hora, sí, debierodespojarlo de sus vestiduras, sí, a esthora, con este sol, sí, le dieron a bebe

vino con hiel, sí, a esta hora, debi



sonar, retumbar en el tétrico silenciodesde el monte por todos los rumbos, eprimer martillazo, sí, sobre la mano, sí

de Dios. Flectamus genua. «Bendito separa siempre tan gran Señor y sSantísima Madre, que padeció tan gra

dolor.» Levate. Flectamus genua. A esta hor

debieron izar la Cruz. Deben ser la

doce del día. Flectamus genua. Desdaquí hasta las tres, la hora terrible eque debió acabarse el mundo con edeicidio, voy a permanecer en cruz, d

rodillas y sin moverme. Flectamuenua. Esto debía hacer el señor cura eugar de andar con mojiganga

rreverentes. ¡Ay! no, pensar esto e



gravísimo pecado de soberbia...Y se golpeaba el pecho, recordand

una y mil oraciones en latín y e

castellano. —«Señor, pequé... pecamos y no

pesa... habed misericordia...»

El rapto místico iba en aumento. Umpulso mágico lo hacía contraer la car

en gesticulaciones grotescas par

ahuyentar los malos pensamientos; cogual propósito retorcía los brazos y lodedos en cruces y muecas de conjurosentía que el triste cuerpo era morad

sucesiva de Dios y del demonio; a lprimero, volvía los ojos en blanco quedaba en espera de levitación; lueg

o poseía la más horrible desesperanza



dándose por condenado en vida. Fuerdel torbellino espiritual, fuera, en lboca, ya las palabras sólo era

mecanismos incongruentes, a los qufueron mezclándose resonanciaprofanas: De parentis protoplasti. Ea

pues, Señora. Se engaña en Ti la vistael tacto, el gusto. Ars ut artem falleretConsidera, alma. Por tu limpi

Concepción. Terra, pontus, astramundus. En este valle de lágrimas. Quavantur flumine. Nuestros deudores

Cuando contemplo el cielo. Estos

Fabio. Flecte ramos arbor altaHonrarás. Flecte ramos arbor altaensa laxa viscera. Hombres necios

Canta, oh musa. Pange lingua. De pie



veloces. Cum subit illius tristissimnoctis imago. Defiéndenos en la lucha

abitur exoculis nunc quoque gutt

meis. Por ser vos quien sois. Cuando mmuerte llegare. Venit post multos unserena dies. La enmienda de nunca má

pecar. Pero en fin, Diótima, dime qué esLos medianos y más chicos, por igualesDebemos un gallo a Asclepio...

Mediaba largo tiempo y angustiaentre frases y palabras, o fluíavertiginosamente unas sobre otras. Esol martilleaba sobre las sienes y e

pensamiento ni la devoción podíaconcentrarse en las Siete Palabras. Ldébil carne temblaba, se flexionaban la

rodillas queriendo derrumbar al cuerp



los brazos no podían sostenerse másUn resto de conciencia, guiado por lsombra del penitente, testimoniaba qu

no eran a lo sumo sino las doce y mediaodavía —¡y cuánto!— faltaba para lares.

—Resistiremos la flaqueza podremos velar dos horas la Agonía deSeñor.

Cada vez el zumbido en las orejaera más terrible.Mucho antes de la una, el cuerpo, si

sentido, se derrumbó.

Abajo, por las veredas, por locaminos, habían dejado de pasar lorancheros que iban al pueblo co

retraso. Los que volvieran, lo haría



cuando hubiesen oído las carreracontritas del Centurión; pero el mayonúmero, volvería con la luna, despué

del Santo Entierro y del sermón dePésame.

Riguroso el ayuno general —hoy la

cocinas quedan sin lumbre—, las gentemuestran blancos los labios, resecos, el negro de los vestidos extrema e

calor. Casi no hay tiempo para estabajo la sombra. Y es justo este sacrificien comparación de los que sufrió eSalvador en parejas horas de sol. La

casas, los corredores, los patios vacíosLas procesiones y Ejercicios se sucedeninterrumpidamente. Gentes extenuada

sudorosas resisten con placer el dí



remendo. Las Siete Palabras acaban as tres y cuarto. A las cuatro es e

sermón de la Lanzada. A las seis, e

Ejercicio del Descendimiento; actocontinuos, la procesión del SantEntierro, el sermón del Pésame —

dentro del recinto de la plaza—, edepósito de la urna con la imagen deSeñor muerto en la ermita extra-muros

a procesión —entre gemidos— de lSoledad, cuya imagen vuelve a lparroquia en compañía de las imágenede San Juan, la Magdalena y los Santo

Varones. A las nueve, a las diez, lagentes comen un pedazo de pan frío, unortilla con sal, beben un poco de agua

rinden la jornada.



EL VIEJO

LUCASMACÍAS

1

O es el más viejo —abundan longevoen el pueblo—; pero entre los viejos eel de mejor memoria y más vivo ingenioRegistro civil y público de personas

familias, cosas y contratos. Algo zahor



«no por diablo —como él dice—, sinpor viejo». Un poco leguleyo y —pogual— médico: desinteresadamente. N

sabe leer; se perece, sin embargoporque alguien le lea cuantos librosrevistas y periódicos caen en sus mano

se ingenia en conseguir, empeñoso. Suviera recursos, lo primero, tomaría uector a su servicio, que fuer

ncansable. Ha ido acuñando así sfilosofía o, más bien, destilándola eexperiencia y lecturas, para que luego nfalte al recordar una fecha, u

antecedente, al aconsejar un remedio, urecurso legal o cuando pronostica«Filósofo de velorio» suelen llamarl

burlándosele, pues que no falta



ninguno y allí rompe la vena de suconsideraciones y máximas. Cronistfiel, carece de historia personal: en l

vida sólo ha sido espectador y notaride acaecimientos ajenos; de sí no sabni la edad, más que por aproximación

seguramente pasa de los ochenta, porqua se acuerda bien de cuando su padre

que era soldado, fue a la guerra de Teja

también a la de los Pasteles, donde lcortaron la pata a don Antonio, tafamiliar en boca de Lucas Macías, comos otros nombres de contemporáneo

destacados: Bravo, Pachito García, doValentín Álvarez, Comonfort, Zuloagadon Benito, don Miguel, don Tomás

Osollo, Maximiliano, Carlota, Gonzále



Ortega, Rojas, Lozada, EscobedoVallaría, don Porfirio; a ningunconoció, porque Lucas no ha salid

nunca del pueblo; pero de todos da sant seña, como si los hubiera tratadntimamente: sabe sus manías, su

modos de vestir, sus expansionedomésticas, que le han contado genteallegadas a tales personajes. Con igua

profusión describe sitios en los qununca estuvo; calles, plazas, pueblos ciudades que nunca visitó: «la piezdonde murió don Benito, que da a l

calle de la Moneda, a la otra cuadra dCatedral, como quien va a lSantísima...»

—«Pero si nunca has ido a México



Lucas.» —«Y eso ¿qué le hace? Con l

maginación basta y sobra; para mí qu

es mejor imaginar que ver; así las cosadan todo su ancho y no tiene uno por quachicarlas, ni curiosidad de verlas.» E

olfato y la vista son los resortes de lmemoria en el viejo Lucas: su gusto eapostar con los muchachos quié

distingue las cosas desde más lejosquién identifica más pronto a los qubajan de la Cruz o vienen por locaminos de las lomas fronteras, quién —

desde el camposanto— conoce a los quandan en el Calvario; y el viejo resultcasi siempre ganancioso. El presente

o inmediato no hallan eco, sino po



semejanza con el pasado y por indicide futuro; Lucas parece insensible a lactual; pero cuando lo actual fragua l

histórico, las imágenes volverán cofuerza viva en el fluir de lconversación.

Lo actual en el pueblo es hoy lenigmática Victoria, de cuypermanencia Lucas no da muestra d

haberse enterado. Son otros los temas dactualidad: la llegada de Damián Limó—tanto, que la impresión recibida causa muerte súbita de doña Anastasia, s

madre, y esto congrega nutridísimvelorio—; la enfermedad del señor cur el accidente de Luis Gonzaga Pérez

En pretérito, como suele hacerlo, e



viejo Maclas comenta y vaticina: —Yo era muchacho cuando una ve

vino un circo muy famoso por todo

estos rumbos; pero dónde que aquí lefue mal y tuvieron que salir destampida, pues no sacaban ni par

comer y por nada del mundo les queríafiar en las tiendas; para colmo de lmala suerte, le pega pulmonía doble

una de las cirqueras y entre que la deja entre que se la llevan, un dominghacen la última lucha y sacan convitpara llevar gente a la función d

despedida; pero dónde se le ocurre apayaso echar pullas (que si tacaños, qusi agrios, que qué esperanzas lo

nochistlecos que saben apreciar l



bueno), y el pueblo que se prende, algunos vecinos que andan como lumbre que acaban con el convite a pedradas

que van en bola como fieras al mesó quieren sacar a todos los de l

compañía, unos dicen que par

rasquilarlos, otros que para bañarlos eel río; era un día del juicio y cada vemenos entendían de razones lo

alborotados; ya echaban abajo lapuertas del mesón, que a tiempo habícerrado el huésped; llega en eso doLadislao Antón, que en paz descanse,

ese año era la autoridad, se abre pasentre la pelotera arremolinada, qumuchos ni habían oído al payaso y era

os más enojados, y dónde le jincan u



itomatazo en las narices a don Ladislaose pone furioso, arremete a golpes sion ni son, grita que vengan lo

gendarmes, y si a esa hora no hayvenido el señor cura, que con otrovecinos compadecidos andab

brincando a los cirqueros a las casas dal lado, quién sabe dónde hubierparado el cuento; total, que les diero

res horas para salir de la población; esera como a las tres de la tarde, y ya paras cinco allí van que no les cabía e

alma en el cuerpo, escoltados por e

mismo señor cura y dos de los ministrosmás don Pablo Casillas, don AnicetFlores y don Crescencio Robles, que e

paz descanse, y eran comerciantes d



mucha consideración; acompañaron os cirqueros por el camino d

Teocaltiche hasta pasarlos de Mascua

pero lo principal que yo quería contarleera que la cirquera, casi en las últimapor la pulmonía y por el susto, fu

recogida en casa de una familia (y aquvale aquello de que se dice el pecadomenos el pecador, no porque haya sid

falta, sino caridad muy grande la quhicieron con aquella pobre; pero por lque sucedió, y todavía quedan sujetos deudos a quienes toca la historia); par

no alargar el asunto, la enferma salivió, y cuando ya estabcompletamente buena, dijo que no querí

rse del pueblo, que tenía ganas d



ranquilidad y de pagar el beneficio que habían hecho, aunque fuera sirviend

de criada con aquella familia, y si est

no era posible, que le hicieran lcaridad de buscarle algún trabajo, qusabía coser, bordar y pintar sobr

ienzo; hubo sus dudas y contrariedadespor aquello de la desconfianza eadmitir como de la familia a una muje

como ésta, que por otra parte smostraba humildosa y muy servicial, erbien agraciada y sangre liviana, le naciuna devoción que ni quien la sacara d

a iglesia; en fin: se dio tanta maña, quse quedó a vivir aquí, a pesar del feque le hacían muchas gentes; pero co

que a fulanita le bordó unos paños y n



e cobró, a menganita le pintó unocojines en las mismas condiciones y eestandarte de la Vela Perpetua con es

borreguito que ustedes conocen y al quno le hace falta más que hablar, y odos los vecinos saludaba con much

comedimiento, fue granjeándose apueblo y hasta comenzó a tener fama dvirtuosa, y a correr la idea de un

conversión milagrosa; diario andaba dnegro y bien tapada, que ninguno podícreer que fuera la misma bailarinmedio encuerada que a tanto

escandalizó cuando la vieron hacepiruetas en el trapecio, bailar retorcerse como víbora, cosa que

muchos hombres no se les quitaba de l



cabeza y andaban espiándola, por shallaban coyuntura para requerirla eratos chuecos; pero ella se daba s

ugar, pareciendo más arisca qucualquiera otra mujer del pueblo; nadiha llegado a saber (y yo creo que sólo e

día del Juicio se podrá decir lo quhubo de cierto), si fue una redomadhipócrita o si a pesar suyo cayó e

entación, el caso es que un buen día sdesayunó la gente con el escándalo dque la cirquera se había huido con ehijo mayor de la familia que la recogió

muchacho que siendo ya minorista habívenido a vacaciones y que seguro desdantes tuvo sus dares y tomares co

aquélla; total, colgó los hábitos, luego s



supo que andaban de cómicos en medide mucha miseria, que al fin ella labandonó, borracho perdido y jugador

medio loco (también llegaron a decique le había dado bebedizo y que en epueblo disimuladamente trabaj

hechicerías todo el tiempo que acestuvo) y total, que acabó en emanicomio aquel pobre al que todo

ponían por las espumas, del que tododecían que no había talento como el dél, que asombraba en las discusiones actos públicos, que no bajaba de las tre

eses en todas sus calificaciones. Murioco de remate. ¿Sus buenas mercede

saben que casi todos los que cuelgan lo

hábitos acaban locos y más si ha sid



por culpa de alguna mujer? Yo no hvisto uno que haya levantado cabeza.

—Pero Luis Gonzaga no habí

recibido ningunas órdenes —objeta undel corro.

Lucas no hace caso del presente

donde quiere traerlo la interrupciónsino continúa computando las malafortunas no sólo de tonsurados, tambié

de simples destripados, que dejaron eSeminario por alguna pasión.

2

—YA

no fui a la feria de San Marcos



Ya se me cebó la ida —por milésimvez la obsesión asalta el pensamiento ddon Timoteo, que apenas habla, inmóvi

sentado al fondo del corredor. — ¿No se irá a poner trabajoso m

padre para entregarme lo que me toca d

a herencia de mi madre? —cavilDamián, en tanto sus palabras ora diceextremo dolor, ora cuenta

orgullosamente las maravillas del Norteque le son familiares y que compara coas cosas de este país «tan atrasado».

—¿Qué intenciones traerá Damián

—zozobra Juan Robles, marido de lque fue novia del recién llegado.

—¿No se le ablandará el ánimo co

esto a don Timoteo para perdonarme l



deudita? —piensa aquel y aquelloacreedores.

—Toda la vida escogería yo mejo

al padre, ahora que queda viudo, que ahijo —muy en lo íntimo de la zona edonde todavía no hay deseos, afirma e

alma anónima ae una mujer. — ¿Qué iría a pasar con do

Timoteo? ¿Se casará de vuelta? —

nterrogan mujeres y hombres; entraquéllas no faltan quienes, sin decirloconvienen en que «todavía está fuerte».

—Será capaz de enterrar todaví

otra mujer y ¡vaya que la difunta se laferró, se le aferró! — imagina doñDolores, la planchadora de ajeno.

— ¡Qué fea se ha puesto mi tía! Po



nada del mundo me le arrimaría —piensa una de las muchachitas, parientepobres, lejanas, recogidas y en realida

sirvientes de aquella casa; y otra dellas: —Dicen que está dormida, pero nresuella, ni la dejan sola; pero tampoc

se le arriman, como si hasta tío Timote tío Damián le tuvieran miedo, y s

comadre Gabriela que dice que tanto l

quería, y doña Pepa que la granjeabcomo granjean los perros. — ¿Qué le haría tío Damián, que a

legar se murió? —piensa la primer

muchachita. —Ahora sí yo creo que ya no no

regañará por todo a Justina y a mí, n

nos jalará los cabellos; era mu



corajuda —piensa la muchachitsegunda.

— Era miserable. Ni para la iglesi

e gustaba dar —memora doña Rita, lcosturera.

—Ni tiempo tuvo el Padre Reye

para haberle podido sacar qué le dejara la iglesia. Dicen que cuando vino yestaba muerta y nomás la absolvi

condicionalmente y la santolió fría —reflexiona para sí don Ponciano RetesEl rumor es general, tremendo: «dice

que no alcanzó confesión; mayor culp

de Damián.») —Yo creo que por ella se hizo má

agarrado Timoteo —conjetura Petra, l

viuda de Julio Trujillo.



—A sus años, la pobre, quién sabsi por tullida, era un martirio de celosano consentía que a don Timoteo l

hablara ninguna mujer...Estos y cuántos más ocultos

variadísimos pensamientos, recuerdos

ntenciones, vejámenes, malevolenciasocurrían al velorio de doña Anastasiarevoloteando invisibles, huyendo de la

palabras, disfrazados en conversacionede inversa dirección: así el que piensque la muerta pudo condenarse por faltde auxilios, dice a grandes voces qu

había de envidiársela porque siemprestuvo lista para el supremo trancequien recuerda en su interior lo

defectos de la difunta, se desata e



elogios de las virtudes que ldistinguieron: «tan piadosa, tacaritativa, tan mujer de su casa, ta

paciente, tan conforme con lapenalidades que le mandó NuestrSeñor...»

Ha venido casi todo el pueblo.Son las once de la noche. Comienza

a retirarse los dolientes. La sala dond

han tendido a la señora está ya casvacía: sólo quedan allí un grupo dmujeres a quienes da conversación doñRemigia, la encomendadora d

moribundos: —«Ya cuando me hablaron estab

bien muerta; pero por si acaso, le grit

al oído las oraciones; una vez, cuand



ambién la muerte repentina del difuntPráxedis, recuerdo que al oírme smovió, como aceptando repetir con l

ntención las palabras que le ibdiciendo...»

Luego platica otros chismes: no h

venido ni seguro vendrá la forasteraentraban con el desmayado LuiGonzaga por una calle y por otra ib

entrando el señor Damián; por atencióa los deudos de doña Tacha, no hubudas; luego se reanuda el plañido:

—«Ya cuando me hablaron estab

bien muerta...»Todavía están llenos el corredor y e

patio: aquí se habla de los toros e

Aguascalientes, allá de cómo fu



hallado exánime Luis Gonzaga Pérezalguien está a punto de reír; muchoparecen olvidar el motivo que lo

congrega; pero no faltan oportunos quenderecen la reunión por senderofúnebres o inviten a rezar otro rosari

de Ánimas.A las once y media llegan de Jalp

Clementina —la hija mayor de do

Timoteo— y su marido, esperados desdal anochecer, pues muy temprano lehabían mandado avisar con un propioEscena de llantos y desesperación, qu

ermina con el monótono relato, eabios de Prudencia, la única soltera da familia (a quien desde hac

veinticuatro horas un solo pensamient



martillea: Damián la mató, Damián lmató, Damián la mató...).

—«Ya estábamos acostados cuand

ocaron la puerta y mi padre se levantó ver quién era, tan a deshoras de lnoche; como no se oyeron más ruidos

o estaba cansada, pues fui a todos loejercicios y anduve en todas laprocesiones, comencé a dormirme d

vuelta, creyendo que mi madre no shabía despertado; pero oigo que mhabla:

— «¿No sales a ver quién fue? se m

hace que llegó Damián.» —«Pero si no se oye ningún ruid

—le dije—, ya mi padre se volvió

acostar.»



—«Sal a ver quién es, por amor dDios» —me dijo.

— «Pero madre, si no se oye ningú

ruido.» —«Entonces —me contestó medi

violenta—, yo me voy a levantar, aunqu

sea con trabajos: claramente oí la voz dDamián.»

Por no contrariarla y que se enojar

estaba muy irritable), comencé vestirme. —«Andale pronto» —me decía

salgo y hallo en la cocina que no s

había engañado: allí estaban mi padre Damián.

—«¿Qué andas haciendo?» — m

dijo mi padre; les conté lo inquieta qu



estaba mi madre, y se pusieron mápreocupados de lo que estaban.

—«Hay que evitarle una sorpresa

—dijo mi padre. —«Si yo voy a convencerla —le

dije—, no servirá de nada; es mejor qu

usted vaya.»Entramos mi padre y yo: —«Qué ocurrencias tienes —le dij

—, acuéstate y no estés pensando cosaque te hacen daño.»Se puso colérica: — «Ustedes tratan de engañarme

claramente oí la voz de Damián y quierverlo; el corazón me avisa que aquí estmi hijo. »

Media hora estuvimos tratando d



convencerla de que se durmiera; mpadre estaba seguro de que no habíahablado al entrar y de que no pudo oírs

desde la calle la voz de Damián, a quieuego que vio le mandó callar, y habí

hecho que no entrara el caballo, sino qu

se lo llevaran muy despacito al mesónpara que mi madre no se diera cuentaella me mandó que le arrimara su

rapos para vestirse; la energía de mpadre sólo sirvió para disgustarla másentonces él dijo:

—«Por darte gusto voy a ver s

alguno que haya llegado de Guadalajarme da razón de cuándo venga Damián.»

— «Si fue que no quisiste admitirl

en tu casa, tráetelo ahorita mismo, si n



quieres que vaya yo.» Me quedpreparándola, para que la sorpresa nfuera tanta; le hice agüita de azahar, le d

a oler alcohol; pero cuando llegaron —hacía rato que habían dado las doce—lorando trató de levantarse de l

cama,le vinieron las convulsiones aabrazarlo y por fin el ataque (renovadlanto de los interlocutores); ya estaba

evantadas las muchachas, y mientrasalían los hombres a buscar al Padre y don Refugio, seguimos haciéndole miuchas: friegas de alcohol, paños co

éter; por nada del mundo hicimos quvolviera; yo sentía que se le acababa ealiento, y nada que parecían mi padre n

Damián; nos pusimos a rezar, sin dejarl



de hacer la lucha; mandé a Justina qubuscara a mi padre en el curato y que lhablara a doña Remigia; pero apena

acababa de salir, mi madre dio doboqueadas y no más.»

(El llanto a gritos se reanuda po

parte de Clementina.)El resto de la narración queda

cuenta de doña Remigia:

—«Los Padres y don Refugio nestaban en sus casas; se habían ido a lde los Pérez porque a Luis Gonzaga lhabían traído como muerto uno

hombres que lo hallaron tirado en ecampo; luego luego que los encontró doTimoteo vinieron el Padre Reyes y do

Refugio; pero ya no era tiempo.»



Se alza de nuevo el llanto ealaridos de Clementina:

—¿Luego no alcanzó confesión m

madre de mi alma? —Sí, le dio la absolución el Padr

Reyes y la santolió todavía calientita;

ella estaba siempre preparada: nadmenos el Jueves Santo le trajo el señocura a Nuestro Amo, por comunión, qu

ambién había pedido para mañandomingo; así nos cogiera a todos lmuerte («¡No, no —dice la íntimconciencia empavorecida de los qu

oyen y aun de la que habla—, que no nocoja sin confesar!»), ni por el purgatoriha de haber pasado, porque antes se l

mandó Nuestro Señor con veinte años d



sufrimientos, y a todos edificaba sresignación con tantas otras penas ququiso darle Dios, desde la muerte d

Rosalía. —¿Le avisaron también a Pancho m

hermano?

— Desde temprano salió un propio esperamos que Pancho llegue antes deentierro, que por eso va a ser hasta la

diez...A las doce de la noche llegan con eataúd. (En el pueblo no hay tiendafunerarias; cuando a uno se le llega l

hora, don Manuel o don Gregorio sponen a hacer la caja el mismo día y a lmedida del finado. Muchos tienen l

devoción de estar tan prevenidos para l



muerte, que en vida se mandan hacer eféretro y labrar los cirios con que han dser velados, y esto les sirve de tem

para sus meditaciones y espirituaaprovechamiento; hay quienes guardasu cajón, ceras y mortajas desde quinc

o veinte años, y algunos en lugaostensible de sus casas, aun en surecámaras. Don Timoteo siempre s

opuso a esta piadosa prevención de sparalítica cónyuge y por ello no faltarodesavenencias. Los ataúdes —por lcomún— son bien humildes, teñidos d

humo de ocote o barnizados, valen ddos a cinco pesos, según la madera y eacabado, y en dos o tres horas está

istos; por excepción, la vanidad d



algunos requiere lujos hasta en estomadera fina, tapizada de paño, de sedao bien maqueada, con buenas bisagras

abullonada por dentro, con un costo dsesenta u ochenta pesos, que «mejoestuviera gastarlos en misas», dice l

gente. Damián se empeñó en quhicieran una caja estilo americano hubo necesidad de encargar

Teocaltiche un cristal, unas aplicacione un Crucifijo niquelados; tantexigencia, que ya don Gregorio, el mejode los carpinteros, no quería hacer e

rabajo, porque también pensaba —mupara sí— que de un momento a otro lencargarían la caja de Luis Gonzag

Pérez y no se daría abasto. Como e



costumbre, la calle donde tiene su talledon Gregorio se vio todo el día muasistida de curiosos, que iban viend

cómo adelantaba el macabro quehacer, hasta el maestro tuvo que amenazar a lomuchachos que invadían la carpintería

—«Váyanse con don Manuel, quambién está haciendo un cajón par

Manalisco.»

Don Manuel tenía sus curiosos, quban y venían de un taller al otro; pero emayor público lo retuvo don Gregoriopor la novedad del cajón «estil

gringo». —«¿A qué horas vendrán con lo d

Teocaltiche?», «¿a qué horas irá

acabar, don Goyo?», «¿cuánto le van



sonar por trabajo tan fino?». Lo hartaroa preguntas; a unos, a los vecinoconsiderables, a los amigos, le

contestaba; pero a los arrapiezosamenazándolos con el serrucho, lgarlopa o el martillo, los mandaba

ondear gatos de la cola, sin conseguiquitárselos de encima. (Tuvo que velahasta las doce, siempre asistido d

curiosos.) Revuelo en la casa, con llegada del féretro. (—«Quedó mubonito»... —«Lástima de lujos para lierra»... — eran los comentarios, por l

calle.)Se desatan los clamores del llanto

Prudencia y Clementina están a punto d

desmayarse. Don Timoteo se pone d



pie y tomadas las contradictoriaopiniones (en el pueblo se prefierponer a los muertos en el cajón hast

que se llega la hora de llevarlos a lglesia y sólo antes cuando comienzan

descomponerse), resuelve proceder a l

penosa tarea.Clementina suplica que la deje

rezar siquiera un rosario a su madr

mientras todavía esté tendida en el catreAsí se hace. Cuando el sufragio terminaas mujeres rodean a la muerta.

—«Qué bien se le cerraron lo

ojos.» —«Es que luego, luego, cuand

pensamos que había ya pasado el Juicio

antes de comenzar a vestirla, les pus



sal y mucho rato le detuve los párpadocon los dedos.»

(—«Hasta los tiene hundidos, com

una calavera; la voy a soñar» —piensasin decirlo, doña Dolores lplanchadora.)

—«¿Le desamarraremos el paño das quijadas?»

—«No sea que se vaya a desencajar

mejor no.»(Tiene la boca enjuta, los pómulocasi pelones, como una calavera; lamanos huesudas, amarradas; el vestid

negro, almidonado, bien planchado; lcabeza tocada con un chal; el cuerpcubierto de imágenes y escapularios.

Prudencia ( Damián la mató)



Clementina no quieren dejar de verlapara que por siempre se les queden biegrabados los rasgos de la que les dio l

vida; otra vez el pensamiento de que afin va a descansar de las violencias molestias que durante años l

ocasionaron la enfermedad y el genirritable de su madre, hiere a Prudencia

que se revuelve como si cometier

pecado y fuera cómplice gustoso de lmuerte, y grita entonces: — «¡Pobrecita, tanto que sufrió!»

pero Prudencia misma, y las do

muchachas recogidas, y don Timoteoabrigan el mal pensamiento: «¡tanto qunos hizo sufrir; al fin descansaremos d

ella!», y cuanto esta idea es más fuerte



más estruendosos resuenan los llantosAquí los varones apartan a las mujeres ponen el cuerpo en el ataúd.

—«Hay que resignarse con lvoluntad de Dios», «nomás es ventajque nos lleva, porque a todos ha d

sucedemos lo mismo», «hay quofrecerle a Dios este trago tan gordo—van diciendo los extraños, entr

quienes el más elocuente y locuaz es eviejo Macías, que narra muchoejemplos de admirable resignación:

—«Allí para no ir tan lejo

acuérdense de Cayetano Castañedacuando le mataron a los dos hijos, y qume dicen de la misma doña Tacha

cuando se le murió Rosalía: ejemplo no



puso de conformidad con lo que Diodispone...»

Quieren convencer a don Timote

para que se acueste a reposar un ratoo les hace caso; ya ni siquiera s

sienta; pasea, paseará toda la noche

nquieto, por el corredor. Al verlodavía tan fuerte, se le viene

Prudencia ( Damián la mató) u

pensamiento más venenoso que el otr—como si le hubiera picado una víbor—:

«Si mi padre se casara de vuelta»,

horrorizada se tapa la cara y reanuda elanto.

—¿Por qué le habrán echado tant

formol y cal antes de cerrar la caja



Todavía nos lloran a todos los ojos, coo fuerte del formol.

Ya sólo se han quedado lo

parientes, los medieros, los deudores os pobres que de algún modo se hallaigados por obligaciones con do

Timoteo. Velarán toda la noche, aunquno les han ofrecido de cenar y las tazade café negro y de canela han sid

avaramente distribuidas. (Estacrecentará la fama de tacaño que tiendon Timoteo; recordarán las gentes parsiempre: «cuando se murió su mujer n

siquiera dieron café».) La conversacióanguidece; pero se hace más familiar

expansiva. Los pensamientos avivan s

doble fondo:



—«La finada tenía buena ropitaque me tocara algo! ¡quién sabe!» —

discurre doña Dolores.

—«Si viendo lo que me ha podido lmuerte de doña Tacha, y que no me hseparado en todo el día, ni me iré hast

que la entierren, el amo quisiera darme partido unas tierritas mejores, poejemplo el plano del Agua Colorada» —

sueña Ponciano Romo. —«¿No me habilitará una yuntnueva de bueyes? Pero Dios sabe ladeas que traiga el señor Damián, par

más amolamos» —reflexiona PablPeña.

—Siquiera está bonita la caja y mu

a su medida —dice Clementina.



— ¡Ya para qué, si al cabo no siente—responde Prudencia. ( Damián la mat

si quisiera casarse de vuelta.)

— Pero siempre es un consuelo.( Por qué le habrán echado tant

cal y formol .)

—Todo el santo día estuve oyendo eserrucho y los martillazos de doGregorio —con lo cerca que lo tengo—

era como si me cortaran las sienes me diera cada golpe en el corazónpensando no más en la pobrecita de smamá, tan buena que fue siempr

conmigo, y tanto que me socorría —dice la costurera, mientras piensa:

—«¿Ustedes no me irán a dar alg

que sirva, y no nomás desperdicios



gamitas, como los que de cuando ecuando me regalaba la difunta?»

— Oye —pregunta Clementina—

qué ¿no vinieron los Rodríguez? —Mejor ni hubieran venido, con es

oca de Micaela, que está como muje

de la calle. ¿Lo crees que todo el ratnomás estuvo coqueteando con Julián, nquien les parara la plática y hasta s

reían? Me dieron ganas de comerla, coesa falta de respeto al, cuerpo tendidde mi madre; se veía que todas lagentes estaban contrariadas; pero ell

como si nada, la muy sinvergüenza —dice Prudencia con tono airadísimo. (Squisiera casarse de vuelta —la mat

amián.)



— De veras, qué barbaridad, apenapuede creerse —clama doña Rita.

—Es una cosa increíble —añade l

planchadora, con enojo de competencia —Ya verán, si vuelve mañana o

os rosarios —amenaza Clementina

contagiada de furor—, yo no ando cocontemplaciones.

—Si hasta dicen que la loca ésa —

figúrense— anda provocando un pleitentre Julián y Ruperto —anuncia lcosturera.

—Se están viendo unas cosas en e

pueblo... — Esa señora Victoria...Don Timoteo pasea sin descansar

sin atender los amagos de conversació



que le dirigen sus deudores y medierosMás presente que nunca siente la cara dAnacleto, cuya mueca inerte parec

burlarse, vengarse; cuando quierrehuirle, se topa con el pesar —pecaminoso— de la feria frustrada, d

o bueno que irán a estar los toros eAguascalientes, de lo insufrible qudoña Tacha era: ¡no logra escapar de ta

abominables pensamientos! Y sobrodos sus pesares, la contrariedad quha tenido en la iglesia y por lo que nhalla qué hacer.

— ¿Y Orión? —preguntClementina.

—Se lo llevaron al rancho en l

mañana, porque no se aguantaban su



aullidos. No quería quitarse de debajdel catre donde tendieron a mi madreTuvieron que lazarlo, para vida d

levárselo. ¡Daba una compasión!Damián está ya tan bebido (ya corr

por el pueblo el escándalo de s

ntemperancia), que no hay quien laguante sus necedades; y no es lo mássino que quiere que todos tomen. Inúti

ha sido el gesto de su padre. Lo únicque hizo fue salirse a la puerta de lcalle.

Son las dos de la mañana.

—Todo el día estuve oyendo eserrucho y los martillazos de doGregorio, como si fueran sobre m

cabeza...



Ni el señor cura, ni ninguno de lopadres han querido ceder a las razonede don Timoteo, que tampoco quiere qu

se sepa el asunto. La dificultad le golpeel ánimo más que ninguna otra de lamalas ideas que lo asedian. ¡Es terrible

— ¿Por qué le habrán echado tantcal y formol? (Por eso, por la enérgicdecisión del señor cura y de lo

ministros.)Don Timoteo estalla por fin con eescándalo de Damián, y de las palabra«no tuvo más remedio») pasó a lo

golpes para quitarle la botellaestrellarla en el suelo y encerrar aborracho.

(— «Hacía mucho tiempo que no s



bebía tan sin recato en el pueblo.») —Ha sido terrible. (—«Tenía qu

ser un norteño, sin temor de Dios.»)

El velorio se ha quedado econsternación. Hasta Lucas Macíaguarda silencio. Las mujeres llora

quedito.(— Damián la mató.)Don Timoteo pasea sin descanso po

el corredor y su trágico silencio infundmiedo a los concurrentes.(—¿Qué haré si se casa de vuelta?)Don Timoteo se dirige a la sala

corta violentamente las pavesas de locirios.

—Todo el día estuvo resonando e

serrucho de don Gregorio...



—Siquiera no clavaron la tapa. Eun consuelo que no más la cerrarosuavecito y con llave, como un

petaquilla. Me hubiera muerto con lomartillazos —dice Clementina entrsollozos; con ligera transición añade—:

—¡Lo que ha sucedido es horrible! —Sin mi madre todo será cada dí

más horrible. Siquiera tú estás lejos, co

u mundo aparte — gime Prudencia. (Sse casa de vuelta —Damián la mató.) — ¿Pero qué tiene mi padre? — No sé. Mira... —Prudencia

Clementina se levantan de las sillitabajas en que permanecían, retrayéndose de que las escuchen

aquélla continúa—: dos veces h



hablado con el Padre Reyes en el día; lsegunda vez también vino el Padre Isla estuvieron una hora encerrados; m

padre salió con una cara de contrariedaque no le conocía y es mucho decir, coel carácter que tiene; luego fue a l

calle, yo creo que al curato —dicen quel señor cura tiene una calentura dcuarenta grados y no lo dejan ver —

cuando volvió mi padre, venía con él ePadre Vidríales y no sé cuánto alegabaen la esquina del corral, sin dejar qunadie se les arrimara. Yo ya ni quiero n

pensar lo que sea. No pudieron dar lodobles, porque la gloria estaba cerradapero bien que repicaron al abrirla, quié

sabe si sea pecado: pero me dolieron e



el alma los repiques, y lo mismo eché dver en mi padre.

— Eso será.

—No, yo creo que es algo máremendo, que ni quiero pensar.

—¡Cómo vino a morirse en Sábad

de Gloria!Vuelven las dos mujeres a su

sillitas, con el corazón apachurrado

Damián la mató.) Sólo se oye —nfatigable, monótono— el murmullo dLucas Maclas. Don Timoteo ndescansa, de un lado a otro. ( Para qu

anta cal y formol .) Van en aumento, coa madrugada, las toses. ( El serruchodo el día.) Inesperadamente, com

balde de agua helada, cae sobre e



velorio el inexorable primer repiqupara la Misa de Resurrección. Un rictude sorpresa dolorosa y contrariedad s

dibuja en los rostros. («Qué crueles sopara el dolor ajeno» —piensan siquerer, don Timoteo, Clementina

Prudencia, el tío Cesáreo, hermano ddoña Tacha; luego abominan depensamiento, que juzgan pecaminoso.

El féretro impasible. Impasible lmortecina luz de los cirios y de loaparatos de petróleo. Vuelven a lloraas mujeres.

— ¡Nuestro Señor ha resucitado! —exclama Lucas Maclas.

Don Timoteo sigue paseando si

descanso, en lucha con su



pensamientos. Justina despierta: estabsoñando que su tía Tacha le dabcoscorrones y le jalaba los cabellos

dirige los ojos al cajón. Es la medipara las cuatro. Se preparan los oídodolientes para la tortura del segundo

último repiques de la Misa pascual. —Todo el santo día retumbaron lo

golpes en el taller de don Gregorio.

Nuestro Señor ha resucitado.

3

¿CÓMO adivina las cosas Luca

Macías? Es el único que malicia e



remendo problema que aflige a doTimoteo; éste y los padres, para evitachismes anticipados, habían logrado qu

no trascendiera la dificultad; pero LucaMacías, parabólicamente, demuestrconocer el asunto.

—...no valieron ruegos ni amenazas¿cómo podían valer contra lo que tienmandado Nuestra Santa Madre Iglesia?

e ofrecían al señor cura lo que quisieraporque como ellos decían, ¿cómo iban enterrar como perro a don Celestino, silevarlo a la iglesia, sin que le dijera

su buena misa y sus responsos? ¡ni quhubiera sido hereje! don Celestino, quhabía sido tan piadoso y de veras ta

caritativo. Sería una mancha para l



familia, que pasaría de generación egeneración, y por nada del mundultrajarían la memoria de un hombre ta

cristiano, que no había tenido más culpsino que Dios quiso llamarlo a su reinel día de Noche Buena. Inútilmente le

explicaba el señor cura que no ervergüenza ni mucho menos aplazar lahonras fúnebres un día, porque no pued

haber misa de cuerpo presente, ni spueden llevar los muertos a las iglesiasni rezar responsos, en días com

avidad; que eso estaba mandado hací

muchísimo tiempo y en todas partes; quno era mala querencia, ni mucho menosal contrario; pero los Cornejo —qu

siempre han sido muy trabajosos— n



querían entender: que sí, que sí, qufuera el día que fuera —porque ellos nnadie habían tenido la culpa de que do

Celestino se muriera en tal fecha—, llevarían a la parroquia y harían que le

dijeran una misa como las mejores d

difuntos que hubiera, que por eso teníaanto dinero y eran tan católicos...

(Don Timoteo está, contra su gusto

haciendo las cuentas de los gastos que lmuerte de su mujer le ocasionará.) —... la cosa comenzó a ponerse fea

donde se le subieron las copas y e

orgullo a Pascual Cornejo, hijo dedifunto don Celestino; este Pascual ermuy abusivo; había andado con la

ropas del general Márquez y se gloriab



de haber fusilado a unos chinacos, dique médicos, en la población dTacubaya; cuando ganó Juárez, vino

esconderse en el rancho y nadie lo vihasta cuando comenzó el gobierno ddon Sebastián; pues este Pascual, co

as copas y el orgullo, perdió lpaciencia y fue al curato pistola emano, tratando de asustar al señor cura

que entonces era un viejito muy buenoel señor cura Robles, José AsuncióRobles, que luego lo hicieron canónigo allá murió en Guadalajara; este seño

fue el que me dio la primera comuniónporque aquí duró muchísimo tiempo, o me acuerdo de lo platicador que era

visitaba a las familias y estando aquí l



ocó ir a Tierra Santa, de donde trajmuchas reliquias, que repartió a lovecinos; yo tenía un rosario tocado e

os Lugares Santos, que no sé ni cuándse me perdió; con sus resabios dmilitar, fue pistola en mano; pero s

estrelló en la firmeza del señor curRobles; y además luego se juntaromuchos vecinos que trataron d

desarmar al abusivo y por poco hay unmortandad, si no haya sido por lprudencia del párroco. Eso sí, no pudhaber misa, y los Cornejo tuvieron qu

velar al muerto una noche más, y comno habían tenido precauciones, el cuerpse descompuso y era una pestilencia qu

nadie soportaba; por cierto que l



segunda noche de velorio —yo estuvallí— se vio muy desairada, porquhasta los parientes estaban desvelados

el cajón lo cargaron unos peones, que spusieron en la boca unos paños coalcohol, y la iglesia quedó apestand

hasta que la tuvieron que desinfectar; se hubieran echado cal y formol antes d

clavar la caja...

(Don Timoteo siente vergüenza, para siempre la sentirá, por habérselocurrido las imágenes de su mujer en lnoche de bodas y en el nacimiento d

Damián, ahora que vestían el cadáver después, al verla tendida y cuando lagarró por los muslos para echarla a

cajón.)



—...el señor cura Robles era de loque no creen que los muertos saparezcan, ni cuando dejan mandas si

pagar o dinero enterrado, menos todavícuando dejan de llevarlos a la iglesiapero yo he conocido a tantísima gent

que no podía echar mentiras cuanddecían que les hablaban los difuntosniñitos que no los conocieron y daba

sus señas completas, hombres que con esusto se ponían malos de fríos, mujereque se desmayaban; la verdad yo nunche visto ningún espanto y he vivido e

casas donde decían que asustaban; unnoche, me acuerdo, viviendo en la casque fue del difunto Margarito Pérez, or

abuelo de Luis Gonzaga, tuve que ir a



corral y vi una sombra blanca que mhacía señas para que fuera; de pronto memblaron las corvas, no sabía si corre

o hablarle:«En nombre de Dios te pido si ere

de este mundo o del otro»; ¡qué caray

—dije—, yo no voy a correr, yo voy salir de dudas, y haciendo de tripacorazón le hablaré, quién quite se trat

de un tesoro; que me arrimo, y vuela ungallina que sobre una ropa tendida spicaba debajo de las alas y parecía lcabeza de la sombra, llamándome...

(Don Timoteo, paseando, mueve lboca como si estuviera rezando pedazosno más pedazos de oraciones, mientra

parece pensar cosas muy distintas



distantes de lo que masculla, de lo qumasca.)

—...volviendo a lo que querían lo

Cornejo, cómo iban a quebrantarse laeyes de Nuestra Santa Madre la Iglesi

no más por sus exigencias; tuvieron qu

esperarse un día con su muerto...Don Timoteo, con visibles muestra

de irritación viene hacia Lucas Macías:

— Es bueno que te vayas a misa —e dice.Humilladamente se incorpora e

viejo; humilladamente pregunta:

—¿Y a qué horas es el entierro, parvolver?

La mirada de don Timote

relampaguea; frunce la boca y gruñe:



—No sé... depende de la hora quvenga Francisco.

Pero bien que ha oído el relat

ndirecto de Lucas, a quien quisierdesbaratar, porque ya de lengua eengua se publicará el chisme: «Como e

día de Resurrección, a doña Tacha no llevarán a la iglesia, sólo que se espere

hasta pasado mañana; ¿qué hará Damiá

cuando se lo digan, con las pulgas quiene? Ahí sigue y da vuelta, tendrán quesperarse o llevarla al camposantcomo si no fuera cristiana, sin qu

siquiera puedan doblar las campanas eeste día...»



PASCUA

1

QUÉ consuelo la claridad, los ruidos da mañana, qué alegría de los rayos de

sol y las campanas, tras el quebranto d

a desvelada. —Le bajó la calentura y está má

ranquilo —dice Marta. Dice doñ

Carmen Esparza Garagarza de Pérez.



—Trabajo nos costó conseguir quno se levantara a celebrar —dice la una

—Todavía parece que delira —dic

a otra.

2

— A L amanecer me hubiera muerto

Hace que le acerquen el misal con quugaba a decir misa.

— «Te hace daño fijar la vista» —

dice doña Carmen.Porfía el delirante. Lo complacen

como siempre. Al amanecer, cuand

renden el fuego nuevo. Recuerda la



mañanas de Sábado Santo. Siendacólito ayudaba, en las puertas de lparroquia, todavía a oscuras —

oscuras, con especial encanto dmisterio antiguo—, ayudaba a encendecon pedernal y yesca, no más co

pedernal y yesca, el fuego nuevo, y ssentía trasladado a épocas remotas, aprincipio del mundo y del tiempo, a

imbo de los años proféticos. Hubiernacido, como la luz. Me hubieraencendido el alma, como a las brasadel incensario, como a las velas, co

uz bendita, con lumbre, nueva, como as tres — misteriosas— velas de l

caña, una a una encendidas, e

rocesión por la iglesia, mientras l



voz canta Lumen Christi , resonante voz nueva, en una iglesia, en un mundnuevos, y el alma se arrodillaría a

entrar, en medio, al llegarencendiéndose, nueva.

«Antes de encenderse, el ciri

pascual es la imagen de Cristo en esepulcro; encendido, figura al Salvadoluminando al mundo con lo

resplandores de su resurrección, coma columna de fuego que iluminó lmarcha...»

—«No leas, te hace daño.»

—«Déjenme solo, sálganse.» No han querido contrariarlo nunca

ncrustada el alma con cinco estrella

como el cirio... tuba insonet salutaris.



como el cirio con los cinco granos dncienso... totius orbis se sentia

amisisse caliginem... en cruz griega

sobre mi pecho... sancti luminiclaritatem... las estrellas... haec noest... como las llagas de Sa

rancisco... columnae illuminationpurgavit... y las de Nuestro Señor ... vere beata nox... bienaventurada noch

en que debí morir para resplandececomo un meteoro, con sangre de mártircuando el cirio se enciende con lauces de la caña bendita, y me hallar

uminoso el lucero de la mañana, quno tiene ocaso, y volviendo de los senonferiores amanece sereno sobre lo

hombres. Moisés... flectamus genua.



saías, Baruc, Ezequiel, Jonás, Danielodos los Santos Patriarcas yrofetas... levate... profetizad . M

amado se ha hecho una viña en una lommuy fértil... y construyó en ella un lagar

ubiera entrado a la muerte con cap

morada, y cruz, y ciriales, y cirio, ycaña e incensario... como ciervsediento... como entran a la pil

bautismal y bendicen las aguasdividiéndolas... como ciervo sediento.como dicen que huya lejos de aquí todespíritu inmundo y esta criatura, el agua

quede libre y bendita por el Dios vivopor el Dios verdadero, por el Diosanto, que en el principio, con una sol

palabra, te separó de la tierra y cuy



Espíritu sobre ti flotaba... como cuandel sacerdote remueve las aguas en l

ila hacia los cuatro vientos

acordándose de que Dios las dividió ecuatro ríos para regar el mundo, y lequitó amargura, y les dio suavidad, y

as hizo brotar de una peña, con unvara, y las convirtió en vino, y anduvsobre ellas; como cuando sopla tre

veces en el agua y le imbuye el ciriencendido, también tres veces, luegrocía al pueblo y le reparte agubendita, para la hora de la muerte, y

echa crisma y óleo a la pila dbautizar, donde me bautizaron... Habemuerto para luego nacer chispa, lu

rina, cirio, agua, el Sábado solemne



al compás de una liturgia eterna, poos mundos de los mundos. Jehova

saldría revestido con capa pluvial y

barbas de Pontífice antiguo. OmneSancti et Sanctae Dei. No hubieradoblado las campanas: repicaran, co

úbilo, al rasgarse los velos de la carnmorada y el coro de los ángelecantase, ¡aleluya! Cuando volvieron

entrar doña Carmen y Victoria, lencontraron en el suelo, bocabajocantando la Letanía de los Santosdesfallecidamente, con esfuerzo que

veces explotaba en gritos desentonados«Santa María Magdalena, Santa InésSanta Cecilia, Santa Agueda, Sant

Anastasia, todas las santas Vírgenes



Viudas»... Cuando sintió que habípenetrado Victoria en la pieza, estalló lvoz, complicada con gruñidos, como s

as palabras se arrastraramposibilitadas:

—«... Vírgenes y Viudas... ¡me voy

condenar por su causa, por usted, lo veclaro, puesto que Dios no quisconcederme morir como mártir, com

monje, como eremita, y subir al cielcomo fuego nuevo la madrugada deSábado, a la hora en que, como lucerose enciende el cirio incrustado d

ncienso, y brillan en las tiniebla— lumen Christi — las tres velamisteriosas de la caña misteriosa,

bendicen el agua de bautizar! ¡váyanse



retírense de un condenado! ¡siento qucomienzo a quemarme por dentro y suyes la culpa, suya y del señor cura

Victoria, que se vaya! libera nosomine, te rogamus, audi nos, ab omn

malo, ab omni peccato,

morteperpetua, in die iudicii, unobisparcas, ut nos exaudiré digneris.Y volvía a empezar: «San Miguel, Sa

Gabriel, San Rafael... San SilvestrJehovah como San Silvestre... ¡perdidestoy! ¡no me lo concedió!)... vere beatnox... ¡Condenado en vida! ¡váyanse!

nfundía horror el paroxismo. DoñCarmen se desvaneció. El pobre de doAlfredo —que siempre fue un pobr

pusilámine— daba lástima con su car



de cera, transparente. Por la impresión por contagio, Victoria se había puestívida y temblaba; sin embargo se l

ocurrió proponer que trajeran a algunde los padres que lo sosegara.

—«Sí, sí —decía como en sueño

don Alfredo, pero el Padre Islas noporque con sus escrúpulos es eresponsable de esto; al Padre Reyes

menos, con verlo se pondría peor; aPadre Vidríales tampoco...» y, en findon Alfredo no acertaba a moversepálido como la cera, mientras los grito

destemplados continuaban: «Estocondenado, por culpa de la forasterapor culpa del cura, de nada me vali

querer huir, querer morir el Sábado en l



madrugada, para resucitar en la pilbendita, en el cirio consagrado, en lares luces de la caña, no quis

concedérmelo y estoy condenado, se mqueman las entrañas, y las manos, y lcabeza, ni se me arrimen...»

3

El martes, alarma. Llegó un piquete dgendarmería. Las calles, tétricas, com

nunca. Los comercios cerradosComenzó a saberse poco a poco que lropa venía con el nuevo directo

político. Don Román Capistrán habí



recibido su destitución. ¡Volver empezar con otra gente, de quién sabqué ideas, mandado, recomendad

seguramente por los liberales dTeocaltiche!

4

EL jueves —día de correo—, a pesadel nuevo director, el Padre Reyes fue cumplir el encargo parroquial d

verificar el movimiento en la Agenciaprincipalmente de periódicos qulegaran a manos de vecinos. Venía u

paquete dirigido a la flamante autorida



esto hizo al Padre Reyes tomaprecauciones para vigilar la posibldistribución de aquellos papeles. Apart

os que de algún modo comen degobierno, sólo Damián Limón se huntado con el nuevo director. Parec

que le gusta el trago. El control postano arroja luces acerca defuncionamiento secreto de centro

iberales y espiritistas; pero hay que veque los arrieros mueven muchcorrespondencia privada y con lo zonzque se hacen resulta difícil saber lo qu

levan y traen; el pretexto de sus viajespor otra parte, les sirve parescabullirse; ni frecuentan lo

sacramentos, ni hay modo de llevarlos



os Ejercicios, ni es llano exigirlecolaboración en beneficio espiritual depueblo; ellos introducen licores, ello

ransportan mujeres indeseables (diz qupor lo menos dos de ellas han vuelto abarrio maldito, y apenas es jueves d

Pascua), ellos portan recados ocultos cumplen oficios vergonzantes, mantienerelaciones peligrosas e inquietantes qu

amenazan la tranquilidad lugareña; soos vehículos de infección comunicadocon otros pueblos, con la capital, con eMundo, enemigo del alma.

Hubo carta para Micaela, en postrestante. («Unas personas influyentes dMéxico con quienes no podía negarme

hicieron que las acompañara a Chapal



como por lo demás tuve dificultadepara encontrar medios de transporte, copena he tenido que prescindir de l

lusión de alcanzar el fin de mi viaje.Cómo me hubiera gustado estar co

usted en Chapala, maravilloso paraíso

sin comparación con otros sitios de lRepública que conozco; me tocaron unanoches de luna espléndidas

crepúsculos de ensueño!... Forzosamentdebo regresar hoy, contra todo mi gustoa la capital...»)

5



U NO a uno, los recientes huérfanos hado pensando, principalmente a la hor

de los rosarios por la difunta, si

atreverse a la mutua comunicación de socurrencia con efectos distintos, aunqusimilares, han ido pensando si se l

ocurriera casarse de vuelta y ha sidcomo si otra vez, de pronto, a su edadperdieran la inocencia.

El lunes despertó el pueblo y vivioda la mañana con los dobleransferidos, multiplicados por todos lo

campanarios, como si el Papa o e

Arzobispo fueran los muertos. Yhabiéndose algunos olvidado ya de lfinada tres días antes, preguntaba

¿quién? ¿quién? ¿a quién le tocó? N



faltarían los que pensaran si al señocura le había llegado la hora. No fueropocos los que se rieron, con ciert

discreción de tantos dobles a plazvencido.

Con la llegada de los gendarmes y e

nuevo director daban ganas de repetios dobles de ayer; pero hasta lo

campaneros parecían haberse muerto.

6

EL sábado hubo asamblea reglamentaride las Hijas de María. Y catecismo. L

primero llamó la atención porque e



oda la semana no hubo conferencias; emartes no llamaron a la de larefugianas, ni el miércoles a la de Sa

Vicente de Paúl, ni el jueves a la deApostolado, ni el viernes a la de lBuena Muerte. No hubo ensayos de

coro. Días más aburridos que todos lodías, por el cansancio, por el contrastequizá por la nostalgia del movimient

que acaba de pasar. Pascua gris. Eruido del trabajo, lento, con flojera. Auel cantar de los gallos, el mugir de lareses, los ladridos de los perros

parecen lentos, aflojeradosamodorrados. Y las campanas.

No habían ido a los rosarios de doñ

Tacha, los Rodríguez. Fueron el sábad



los desairaron. Micaela se prendió descubrió en Damián el instrumento dsu venganza; fue raro que antes no s

hubiera fijado en él; buena firma.El nuevo director político dicen qu

se llama Heliodoro Fernández, dice

qué le gusta el trago, dicen que hechado bravatas.



LOS

NORTEÑOS

1

VIENTOS que traen cizaña, cizaña ellomismos, más perniciosa que la de lo

arrieros. (Ya no digamos la sangría eas familias, en los campos. No se sab

qué sea peor; la ausencia o el regreso.) —«Peor es que vuelvan» —dice l



mayoría de las gentes. —«Ni les luce lque ganaron.»

—«Y aunque les luzca, ya no s

hallan a gusto en su tierra » —«Muchoa no quieren trabajar, todo se les va e

presumir, en alegar, en criticar.»

—«En dar mal ejemplo, burlándosde la religión, de la patria, de lacostumbres.»

—«En sembrar la duda, en hacer quse pierda el amor a la tierra, ealborotar a otros para que dejen lpatria miserable y cochina.»

—«Estos son los que han traído ladeas de masonería, de socialismo, d

espiritismo.»

—«Y la falta de respeto a la mujer »



—«Son desobligados.» —«Viciosos.» —«Pendencieros »

—«Eso, eso principalmentependencieros.»

—«Faltos de temor de Dios ¿par

qué decir más?» —«Y mientras más son, más s

crecen, a nadie ya dejan vivir en paz:

os ricos por ricos, a los pobres popobres; no quieren que nadie se leponga por delante.»

—«Pobre pueblo, pobre país.»

—«Los más sabios son ellos, lomás valientes, por unas palabras raraque revuelven con lengua de cristianos

aunque no sepan leer, como cuando s



fueron.» —«Y porque traen dientes de oro

que andan pelando a toda hora».

—«Porque vienen de zapatorompudos, con sombreros de fieltro

con pantalones de globito y camisas d

puño, con mancuernillas relumbrantes.» —«Se hacen el pelo, como catrines

rasurados de atrás, melenudos.»

—«Ni el bigote les gusta.» —«Son unos facetos.» —«Sí, facetos ¡con que al entenad

de don Pedro Rubio, el pobre, se l

había olvidado el nombre del atole!» —«Pero no el meneadito » —«¡Facetos!»

—«A mí lo que más me repatea es e



modito con que se ríen y escupen por ecolmillo »

—«¿Y dónde dejas el modo d

hablar, que parece que se les olvidó edioma que sus padres les enseñaron?»

—«Para que acabemos pronto, so

unos traidores, que yo no sé si de adredo por tarugos, el caso es que les sirven os gringos como avanzadas par

robarse lo que nos queda de tierra, lque no se pudieron robar la otra vez.» —«Lo que no me explico es cóm

as mujeres se vuelan con ellos »

2



—NO, padrecito, dispénsemmucho: lo que sucede es que al volvenos damos cuenta de las injusticias

mala vida que acá sufre la gente. ¿Poqué un cristiano ha de sudar todo el dípara que le den unos cuantos cobres?,

ni eso, que los ricos se la barajan bien bonito, le hacen las cuentas alegres, lcontentan con maíz y frijol para que n

se muera de hambre, y «allí veremosallí veremos, para las cosechas, para eotro año»; después de mucho batallar lvan saliendo con unos metros de manta

otros de percal, y las deudas nunca sacaban, y pasan de padres a hijos, nunca se llega a tener una casa, una

ierritas propias, o si las tenían la



malbaratan, las pierden con réditoscrecen los hijos, vive la familia echiqueros, no tienen qué vestirse, y a

cabo ni en qué caerse muertos. Yo ldigo a usted, padrecito, que esto npuede seguir así; tarde o temprano lo

pobres se han de aburrir y a bien o fuerzas las cosas tienen que cambiarHablando con franqueza, sí, sí e

preferible que los gringos vengan y nohagan vivir otra vida como la suya y nésta, que no es vida; ¿quién la gozadígame usted; los pobres no, los rico

ampoco, que ni saben para lo que sirvel dinero; las mujeres, todo el tiemprabajando, como esclavas, teniend

familia, siempre vestidas de negro



siempre aterrorizadas. ¿Qué plapeleamos? ¿La otra vida? Está bienpero yo creo que también ésta podíamo

pasarla mejor, siquiera como gentes¿Por qué no hemos de comer hastlenarnos y a gusto, beber uno que otr

rago, divertir las penas de la vidacantar, visitarse las familias, sefrancos, hablar por derecho a la

mujeres, vestir buenos trapos, que nocuadren, obrar con libertad, como logringos, que no andan con hipocresías

o que aquí toda la vida tristeando

suspirando sin saber siquiera por quéprivándonos hasta de respirar a nuestraanchas y gustándonos hacernos sufrir

nosotros mismos. No es vida, padrecito



usted me perdona mucho; los que hemovisto lo que es gozar la vida, ya npodemos avenirnos con estos modos

o, padrecito, yo creo que el mal esten el abuso y hay más peligro cuandodo se hace a escondidas, co

hipocresía; porque no me vaya a decique los hombres dejan de ser hombres de sentir que les corre la sangre, no má

porque de fuera se hacen los moscamuertas; ni menos todavía las hembrasel que de santo resbala hasta demonio npara, como dice el dicho, con perdón d

usted; todo puede hacerse en su puntopero es peor el disimulo y obrar fuerzas; cuando se rompe la reata, todo

son traspiés; aquí tiene tantas mujere



huidas, infelices, que otra suerte lehubiera cantado si hubieran podidobrar conforme a sus sentimientos, si

andarse escondiendo. No más porqunosotros vemos claro, es por lo que nocritican; y porque somos francos. Est

situación, se lo repito, no puede durarConvengo que aquí nadie se muere dhambre; pero no me negará que apena

viven y usted bien sabe con cuántaangustias, no más alcanzando parmedio pasarla; pero vaya usted poCuemavaca, por Puebla, por Chihuahua

donde yo trabajé; y verá un infierno, eas haciendas azucareras, en loatifundios interminables; peor qu

esclavos viven las gentes; al que habla



se lo escabechan y cuando bien le va ldejan medio muerto a cintarazos; yo vormentos, que ni los de los mártires de

Año cristiano. Acá no se dan cuenta do que sucede en otras partes de l

República; cuando estalle la bola no

agarrará desprevenidos. México no enomás nuestro pueblo, y ustedes lopadres, con perdón sea dicho, no debía

aparles los ojos a las gentes. Yo no voa negarle que se pasan muchos trabajoen los Estados Unidos; pero también svive con comodidades y con libertad

o, tampoco voy a negarle que a lomexicanos, en algunas partes, peor eTejas y en California, nos ven com

animales; pero es que allí hay much



cuña del mismo palo y tienen lomismos defectos que nosotros; pervaya más al norte y verá qué distinto

además, que en Tejas y en Californidepende del lugar que uno se dé; yo allpude vivir a mis anchas. Dicen qu

ganamos dinero salado; lo que pasa eque llevamos en la sangre la costumbrde tirarlo todo y no sabemos hacer qu

nos luzca nada; el que menos, gana poallá cuatro veces más que lo que pudierganar aquí, no en cuentas alegres, sinen dólares efectivos. Y cuando uno s

vuelve, no más llega a la frontera, ve ldistinto que lo tratan los mismopaisanos, y se desilusiona. Esta es l

causa de que muchos ya no quiera



hacer nada y estén soñando en irse otrvez. Será lo que usted quierasocialismo, liberalismo; pero es l

verdad; yo creo que la religión no estpeleada con lo que el hombre tiene dhumano y ha de haber tiempo no nomá

para una cosa. Usted me da la razónTampoco me negará que de tanto estiraa soga, se rompe. ¿Luego?

(—Nuestro buen inquisidor postacomenta el Padre Vidríales con eadre Meza, refiriéndose al Padreyes—, nuestro buen inquisidor est

racasando en su empresa de fundauna liga piadosa y social con lonorteños; por allí and

consecuentándolos, como es s



costumbre; se dejan ellos querer; peral dar el tirón, se le sacan; lo mismuera querer acarrear agua e

canastas; ¿no le parece a usted? — Tiempo perdido —contesta e

adre Meza.

—Sin embargo, yo creo que eurgente hacer algo, aunque no por escamino. Es urgente; los que no viene

hechos al protestantismo, arma de lenetración gringa, por lo menovienen con indiferencia religiosa¿Usted qué haría?

— Con lo cansado y enfermo questoy, no me he puesto a pensar en esacosas, que no son ya de mi tiempo

éjenme con mi misita y m



confesionario. Yo ya soy de la peleasada; en mi época...

— Yo de plano les negaría l

entrada a la iglesia, como a pecadoreúblicos; no les administraría ningú

sacramento, ni a ellos ni a sus familias

a no ser en artículo de muerte. — Cuando el párroco, que con tod

todo es más violento que usted, no l

ha hecho, sus bemoles tendrá la ideaor lo visto a usted le gustaría queyitos fracase.

—A mí como a usted me molesta es

aire de suficiencia que los muchachooman en sus empresas, com

diciéndonos a los más viejos: «vean l

que ustedes deberían hacer».



—Pues a mí, la verdad, no mmolestan ya esas cosas; que me dejeen paz y que cada quien obre d

acuerdo con sus fuerzas y con sconciencia. Le doy gracias a Dios qununca me mandó mayore

responsabilidades; yo nunca le suspira ningún curato, a ninguna capellaníndependiente, ni me dieron celos lo

rogresos de mis compañeros. Aqudon Dionisio al principio quisexigirme más de lo que yo podía; luegme ha ido dejando en paz; yo n

entiendo tantas obras que ahora semprenden y que en mi tiempo...

—¡Ay, qué Padre Meza!, de cuand

en cuando envidio su cachaza.



—Los años, Vidrialitos, los años.no ande haciendo corajes por esonorteños, por ese joven inquisidor, po

ese buen Dionisio tan exigente, por esadre Islas y su ronda de neurasténica neurasténicos; no le vaya a pasar l

que al angelical Gonzaga del pueblo. — ¡Con qué ganas pediría m

cambio! Y si fuera cura, ¡qué cosa

vería el mundo! Lo primeroreexpediría a los norteños; lo segundo¿qué haría con el Padre Reyes?

—Todavía le quedan fuerzas par

bromearse, Padre Meza. —No, hombre, no. Haya paz y

concordia entre los príncipe

cristianos. Y si Reyitos fracasa en lo d



os norteños ¿piensa usted entrar dercero en el asunto?

—No. Yo no soy más que ministro d

confesiones a los ranchos y de rutinitaocales. Pero el fracaso de nuestrnquisidor, délo usted por seguro; h

sabido que le han dicho unas frescaesos sombrerudos...)

—No, padrecito, yo no sé qu

ensará usted; pero a mí no se mocurre otro modo para lo que ustequiere, que organizar uno como esoclubs de carácter mutualista, que h

visto por allá, con sus reuniones, suiestecitas y hasta... con perdón d

usted sea dicho... sus bailecitos. ¿Qu

iene de particular, si allá en el Norte



en iglesias católicas, después deservicio, los mismos locales sconvierten en cines, hay jamaicas y

unciones de teatro? Porque si drimas a primeras usted quiere poner

rezar a todos los compañeros, y meno

si les propone la confesada o si disponhacer juntas como las de las Hijas d

aría, o paseos de hombres solos

desde luego le digo que nadie va hacerle caso. Déle por el lado denterés, de socorros en caso d

enfermedad, de habilitaciones para e

rabajo, de seguro de vida, y con soco de holgorio, una orquestita, u

orfeón para cantar bonitas canciones

un cuadro dramático, así, así, por es



ado verá cómo cuaja el negocio; dotro modo —¿para qué andar covueltas?— ni yo mismo le entraría a

asunto.

3

AUNQUE no había visto nada, Bartol

Jiménez, el marido de Bruna, la que funovia de Damián, sospechaba que éstandaba tratando de inquietarla. Y era

sus temores como una rueda de zopiloteen su cabeza, que no lo dejaban a sol na sombra, despierto ni dormido.

Se le ponía que todos le hablaba



con reticencia y lo miraban con lástimo con burla. Si nunca se atrevió a fijaos ojos en los de su mujer —por un

especie de timidez o más bien de pudore parecería sorprenderla desnuda—

menos era capaz ahora de sostener l

mirada que le descubriera señales parpasto de su infelicidad; no habíahablado y parecía que rehuían el dars

por enterados del temido regresodesviando la vista y con voz hueca, unnoche, la del Sábado de Gloria, Bartoldijo que venía del velorio de doñ

Tacha; pero no añadió más, y Bruna scontentó con decir en tondespreocupado, «en paz descanse»; un

otro parecieron sortear lo



comentarios de la muerte repentina, siconfesión, y tantos otros que ocupabael interés público, la inquietud vigilant

de Bartolo y, sin duda, el ánimo de lmujer. Cuando se supieron en el pueblas impertinencias de Damián porque n

podían llevar el cadáver a la iglesia eDomingo de Pascua; y el incidentviolento entre don Timoteo y su hijo;

a escandalosa borrachera de cuatro díaen que tantas imprudencias dijo edesbozalado norteño; y la vergonzospugna por la herencia; cuando comenz

a decirse que doña Tacha se aparecía ni por ésas don Timoteo ni sus hijodaban traza de cumplir las mandas de l

difunta, no se cruzó tampoco palabr



relativa entre Bartolo y su cónyuge.Era cierto. El mismo día en qu

doña Tacha estaba tendida, Bruna se di

cuenta de que Damián la buscaba; lmisma noche del Sábado Santo escuchóamañita, las voces borrachas de

norteño, que anduvo frente a la casa uvo en agonía a la pobre mujer, con e

azoro de que llegara Bartolo y s

hicieran de palabras; después, a lsalida de la iglesia, en la plaza, en ecamino de los diarios menesteres, lpersecución se hizo manifiesta; per

siempre había tenido modo de que lamiradas de Damián, por ella rehuidasno pasaran a más, y se ingenió para n

salir, buscó que no le faltara compañía



que Bartolo asistiera en casa el mayoiempo.

Los desmanes de los norteño

agolpaban historias y rumores en lcabeza de Bartolo. ¿Quién pudo ser, sinun repatriado, el que mató de diecisiet

puñaladas a la infeliz que hallaron hechpicadillo en el arroyo del CahuixtleTenía metida en la boca una mascada d

as que traen aquéllos y también la dagera gringa. ¿Y quiénes habían sido máque norteños los que habían robadmuchachas a últimas fechas? (Bartol

emblaba con la ocurrencia de poder seel primero a quien le quitaran la mujer.

o por santo el hijo de doña Eufrosin

fue quemado en la silla eléctrica y



Román López le echaron noventa añode cárcel. Ni quien quiera fiarles. Allestá Baudelio Bravo, que sólo en l

peluquería debe más de cincuenta pesos Florentino Barrios, cuando los de «L

Paz» le cobran los trescientos pesos qu

es debe desde el año de la hebra, saca pistola y les dice malas razones. A

poco y dejan el comercio por puertas

Don Juventino el sastre no halla lsalida con tamaños drogueros; embusteros, que no parece que hayan ida los Estados Unidos más que

aprender a ser labiosos para engañar medio mundo; ¿no al mismo doJuventino, ahora en los días santos, e

Barrenado le pidió un vestido qu



estaba terminando para Julián Soto, dique no más por un ratito, que lo queríver su tío don Arcadio, que estab

resolviéndose a mandarle hacer otrgual o mejor, y es fecha que el pobr

sastre no halla cómo responderle

Julián? El diablo ha de ser el que lopone al comente de negocios ajenospara aprovecharse; va para dos mese

que una mañana se le presenta JuaMéndez a don Zacarías Tovar y le dicque mandaba decir don InocenciRodríguez, que en prenda de esto y l

otro que anoche habían hablado, y dque aquí le mandaba el pagaré, lentregara los quinientos pesos, que él n

podía venir por ellos porque había



salido al rancho de toda prisa, ¿y quiéha vuelto a ver a Juan? ¿quién ha vuelta ver a Tereso Vallejo después que l

birló bonitamente a don CayetanGarcía el mejor de sus caballos? Unaveces con engaños, otras con amenaza

o llorándose muertos de hambre, a éste sacan mercancía, al otro préstamo e

efectivo, al de más allá frijol y maíz

matan o roban ganado, son peores qucoyotes al sacarse de las casas lagallinas; no hay huerta que no pelen, nítere que dejen con cabeza. Y para todo

a pistola bien amartillada...De naturaleza pacífica, Bartol

decidió comprar un revólver, y aunqu

nunca en su vida manejó armas, hoy s



aleja del pueblo todos los días para tiraal blanco.

—Yo te veo muy preocupado desd

hace días, Bartolo —le dice una nochSalomé Torres. Aquél titubea encuentra un pretexto cualquiera:

—Las deudas... y que uno no sabcómo venga el año, si habrá sequícomo dice el calendario...

— Hombre, ¿y cómo no consultas lgüija que Néstor Plasencia trajo deorte? ¿no sabes? Todos los que hemo

do nos hemos quedado asombrados

Adivinó la muerte de doña Tacha, reveldónde estaba enterrado el dinero dSaturnina Rueda, con el que se hizo ric

Margarito Lizarde, ¡y fíjate cuánt



iempo tiene de muerta la usurera, y nquien supiera lo del entierritoPronostica el tiempo y la suerte de cad

cristiano; a Néstor Plasencia le dijo quse cuidara de montar en caballoalazanes, a mí que no saliera cuand

hubiera truenos, a Damián Limón qupor una hembra lo pondrían preso, Lucas Ruano que no se casara con l

pretensa que tenía; también avisó lo dehijo de don Alfredo. Parecen mentiraspero no hay nada oculto, ni lantenciones, ni el porvenir, que n

adivine la güija. ¿De dónde crees tú quéstor ha sacado sus buenos pesos

Bien sabes que volvió sin un centavo

ahora tiene casa y rancho. Pero un



cosa: tienes que jurarme el secretoahora mismo; porque si los padrelegan a saber esto, que no más uno

cuantos de confianza conocen, ya tmaginas el mitote que se arma. De otr

modo, si no juras y das tu palabra d

hombre, ni el mismo Néstor te darrazón de nada.

Vaciló Bartolo, temiendo se

engaratusado; mas veía el cielo abiertpara explicarse las argucias y fortuna dos norteños.

—«Tú puedes hablar con el muert

que quieras y te responderá su espíritua te convencerás de que no hay n

puede haber en eso ninguna trampa» —

e había repetido Salomé.



—«Esos, pues, son los espiritistas—reflexionaba el marido de Bruna. Lasaltaron escrúpulos de fiel cristiano

como si los adivinara, le dijo Salomé: —Tú has oído hablar de muertes qu

nadie se explica. Si no quieres que t

suceda, pico de cera, ya te resuelvas consultar la güija o no; ni a tu sombrdebes decirle lo que te confié con ánim

de sacarte de apuros. Pico de cera.Bartolo se vio forzado a exclamar: — ¿No me crees hombre? —Por eso te hice confianza; pero n

está de más que sepas lo que te pudiersuceder si la lengua se te soltara.

¿Podría comunicarse con su tí

bisabuelo, el difunto don Baltasar, qu



nadie supo dónde guardó tanto dinercomo tenía y dejó en la miseria a lfamilia?

— Fíjate, la otra noche, una señora.me callo su nombre) muy aficionada eer el libro de los Doce Pares d

Francia, pudo platicar con el espíritu dCarlomagno, que le contó más cosas das que el libro trae, y ni modo de deci

que Néstor supiera nada, pues ni sabeer.Pero lo primero era lo primero

saber las intenciones de Damián y aun

aun las de su propia mujer, ¿le guardarírecuerdos al hijo de don Timoteo? ¿lgustaría volver a hablarle? Como clavo

ardientes recordaba las palabras d



Salomé, que por una hembra pondríapreso a Damián, ¡por una hembra!

—Después del juramento y l

palabra de honor, iremos a ver a Néstocobra cinco pesos de ingreso al club)

para que fije sitio y hora; yo le hablar

antes, con reserva; si quieres que nadivaya ese día, tienes que pagar otros diepesos, por la exclusiva.

Entre que sí, que no, Bartolo sresuelve, buscan a Néstor, da loprimeros cinco pesos y con grandemisterios, más otros juramentos

amenazas, fijan la noche próxima, en lesquina del Camposanto, a las diez, parlevarlo a la casa en que será la sesión

endrá que admitir andar vendado hast



a pieza de la güija; no llevar pistola aflojar por anticipo los diez pesos de lexclusiva. (—«Con razón —piensa—

nadie ha podido dar con el club. ») Estes bastante a explicarle tantos misteriosPagará los diez pesos por estar segur

de no hallarse allí con Damián. DamiánDamián, siempre Damián.

En el día de la junta escabulle má

que de costumbre la presencia palabras con su mujer. ¿Y si todo fueruna tanteada de los norteños? ¡ Si seruna treta para tenerlo seguro

determinada hora y que Damián asalte scasa! —«Sí, sí, qué tarugo soy; no habípensado; y ¿los cinco pesos que ya le

di? Te lo tienes merecido por tarugo



pero si una me llevó el coyote, dos noah! qué atarantado; por poco y caig

redondito, peor que Juventino, peor qu

Cayetano García, peor que don ZacaríaTovar. Norteños jijos de la guayaba¿cómo me la pagarán? Pero si toda

fueran figuraciones mías... no, lo que eahora nadie me saca de mi casa...»

Y el buen Bartolo se pone a aceita

su pistola y a esperar la noche.«Que a Damián Limón, por unhembra, lo pondrían preso...»



CANICAS

1

LO mandaron a que fundara un clubreeleccionista y corralista. El nuevdirector político no quería publicar sencargo y propósitos hasta que hablar

por derecho con el cura, y a éste lntrigaba la insistencia con que aqué

solicitaba venir a saludarlo.

La santa cólera, las preocupacione



la fatiga cuaresmal habían tumbado ecama el celo del párroco. Estabdesesperado; reñía con quiene

afectuosa, pero enérgicamente, lmpedían reanudar sus tareas. —«N

van a ser ustedes los que respondan po

mí en el terrible día de las cuentas» —es decía, pero más que la oposición dos allegados, la del cuerpo era la que l

mpedía obrar conforme a sus ansiasdos, tres veces alcanzó a vestirse coesfuerzo, decidido a celebrar misa y confesar; mas no pudo tenerse en pie

ampoco soportaba conversacionesuego lo mareaban, y le habían sid

prohibidas por el médico d

Teocaltiche, que don Alfredo Pérez traj



para su hijo. — «Reposo absolutoevitar cualquier impresión; es un casde agotamiento, complicado con un

afección hepática, que puede teneconsecuencias muy serias. »

Y sin embargo, don Dionisio no hac

sino preguntar qué pasa en el puebloquiénes llegan, quiénes salen, quiéneestán enfermos, quiénes alborotan

quiénes dejan de comulgar. Procurocultársele todo aquello que agudiccuidados, los que no necesitan materiapues a toda hora el anciano va y vien

con el recuerdo de cada feligrés. ¿Equé irán a parar los devaneos de la hijde don Inocencio? ¿y las inquietudes d

a viuda de Lucas González? ¿y la



rarezas del pobre Luis Pérez? ¿quharán don Timoteo Limón y su hijo? ¿shabrán marchado todos los forasteros

en primer lugar esa señora hospedada ecasa de don Alfredo, cuya presencidebió alterar las imaginaciones de tanto

hombres? ¡sabría su daño si pudierconfesarlos! ¿qué les tendrá Dioreservado a Marta y a María? ¡María

an bulliciosa! ¿qué fin tendrán loesfuerzos de los enemigos confabuladocontra este pueblo que puso el Señor emis manos? ¿qué fin tendrá la rencilla d

fulano contra zutano, la inclinación dmengano hacia perengana, las deudas dPedro, los trabajos de Juan, la

vacilaciones de Francisco?



El destino —en marcha— de sufeligreses le parecía el rodar de canicaen aquellos juegos de feria donde u

mpulso imperceptible modifica laderivaciones por caminos diferentesembargando la expectación de jugadore

curiosos. La parroquia es un graplano inclinado en el que van rodandcientos de vidas, con la intervención de

albedrío; pero sobre del cuacircunstancias providenciales reparteel acabamiento de la existencia, cuandmenos es esperado. Algunas vece

quisiera don Dionisio saber el fin déste y el otro, quisiera conocer poanticipado el desenlace de conflicto

que lo preocupan, la resolución d



pasiones, la fortuna de virtudesprecipitar el rodado de las canicasnstantáneamente abjura de est

emeridad, contra la Providencia; le tocsólo a él influir en el ejercicio dealbedrío. ¡Canicas! Dolient

pensamiento en estas horas dpostración.

El domingo del Buen Pastor —

veinticinco de abril, fiesta de SaMarcos, «ahora es la mera fiesta en lferia ( pecados) de Aguascalientes»—nada valieron las resistencias de Marta

de María, del Padre Reyes, del Padrslas. Don Dionisio se levantó, dij

misa; pero no pudo cumplir el deseo d

levar la comunión, por el pueblo,



odos los enfermos; casi se habídesvanecido al fin del Sacrificiouvieron que ayudarle a despojarse lo

paramentos y llevarlo en peso a salcoba, lo que no fue obstáculo a sempeño de hablar ese mismo día con e

director político, entrevista que dipábulo a comentarios.

—No, es que quiso hablar claro

poner las peras a veinticinco, deseandque luego no fueran a venir ladificultades. Trae órdenes terminantes pretenderá cumplirlas por la buena.

— ¡Cómo! ¿desde un principio vienrendido? ¿y los que decían que era uacobino tragacuras?

Hubo quien llegara a suponer que s



había enamorado de Marta y querícongraciarse con el tío; otros asegurabaque fue a pedir dinero; aquéllos, que

ntimarle salir del pueblo, a tomarldeclaraciones por la constante violacióde las Leyes de Reforma o a reclamarl

que no pusiera en movimiento al pueblahora que don Román Capistrán y ePadre Reyes iban a ser presos.

2

MIENTRAS ruedan lentamente laoscuras canicas de la parroquia, s

precipita la vida del país. Ya pasaro



dos años y no se apagan los ecos dfusilerías contra los obreros de Canane de Río Blanco; es público que gente

movidas por los Flores Magón atacarovarias poblaciones fronterizas; el dídos de este mes fueron proclamados e

general Díaz y don Ramón Corracandidatos a la presidencia vicepresidencia de la República

—«¿No diz que don Porfirio le dijo a uperiodiquero gringo, no hace mucho, ququisieran o no quisieran sus amigodejaría de ser Presidente? ¡Ah, qué l

política, bendito sea Dios! ¡Una bola dgusto!»

—¡Bolas! ¡Bolas!



3

AQUÍ esta caniquita va a chocar con estotra; y aquélla se aleja definitivamentpara esperar a la de allá, que no acabde caer. Luego una más viene desprenderse con fuerza por alcanzar eágata detenida en un cruce de alambres

el ágata que todos quisieran perseguir.Coge Damián el anzuelo que le h

irado Micaela. Julián se aparta po

completo al servicio de Mercedes, quieal fin señala plazo para corresponderleRuperto queda entre Micaela y Damián—«Ya estoy hasta el copete con su



desprecios. Me la robaré a fuerzas. Yme cansé de hacer papeles tristes. Me lrobaré, tope en lo que topare.») Damiá

ha cogido con fuerza el anzuelo de lcoqueta.

— ¿Quién es el ágata?

— ¡Victoria!El pensamiento en Victoria, l

sombra de Victoria invade la

conciencias de viejos, hombres maduro mancebos, pegajosamente, que ni econfesonario, donde se revela, logrdesarraigarla siquiera en los casados

Es una epidemia con manifestacionemúltiples, comúnmente secretas, que aual Padre Rosas, tan despreocupado, l

iene lleno de alarma; en las mujere



asume formas de tristeza, recelodesamor, envidia, cólera; no hay ánimde varón que no haya sucumbido por l

menos en especie levísima; pero hacasos graves de viejos, casados adolescentes, cuyos pensamientos

maginaciones y deseos no sólconsienten, sino se recreaplacenteramente con la sombra maligna

—«Nunca fue más efímero el esfuerzcuaresmal, nunca más pasajeras laconquistas del Santo Tiempo» —a unreflexionan los eclesiásticos —: «d

poderse asomar al fondo de laconciencias, trastornadas en tan pocodías, el señor cura recaería tal vez par

no levantarse; quizá sea mejor, quizá se



peor que se haya enfermado.»Al general agobio en que zozobra l

ranquilidad lugareña no escapa doñ

Carmen Esparza y Garagarza de Pérezprincipalmente porque tiene a Victoripor culpable de la perturbación de Lui

Gonzaga: —«No hallo qué hacer. La teng

nvitada por un mes. Pero result

ntolerable. No hallo cómo despedirlaLe propuse que fuera a la feria dAguascalientes. Le propongo que pasunos días en el rancho. Le pondero la

ncomodidades de la casa y del puebloextrañará la luz eléctrica, los tranvíasos espectáculos. Retardo la comida, l

ropa limpia, el arreglo de su recámara



nútilmente. Más no puedo hacer, ni meducación me lo permite, sobre que miene obligada con las atenciones que m

dispensa cuando llego a su casa, eGuadalajara. Ya es mucho lo que le hdicho Luis; pero a ella le inspira lástim

no molestia. Las gentes que no mdespegan la vista. Los padres me dicendirectas. No hallo qué hacer, ni

quién platicarle lo que siento; menos mi marido. Es insoportable. Tengo quaguantarme yo misma. Callarme. Yesperar. Y esperar en la Divin

Providencia. Es intolerable. ¿Dónduve la cabeza cuando la invité tanto

¿Quién iba a pensar lo que sucedería

o hallo qué hacer.»



¡Si don Alfredo mismo ha sidvíctima de malos pensamientos!

— «Las coqueterías de Micaela —

dice consigo el Padre Vidriales—, lacoqueterías de Micaela son tortas y papintado, en comparación del malefici

que ha desatado esta mujer. Y de segursin proponérselo.»

—¿Quién es la nueva canica que s

arroja contra el ágata? — Una canica oscura: Gabrielcampanero de la parroquia y familiadel párroco.

Las gentes vuelven de la feria dAguascalientes:

—«Hubo, imagínense, unas carrera

de automóviles a San Luis Potos



ambién iba a haber un encuentro de boxcomo en Estados Unidos, pero a últimhora lo suspendieron.» Los feriante

acarrean leña sobre la hoguera de lcuriosidad pueblerina.

Sensacional noticia: se quemó e

Teatro Degollado, de Guadalajara.

4

—PUES mire, señor, en primer luga

e quedo muy reconocido por satención de venir a saludarme, y yo, demismo modo, quedo a las órdenes d

usted; si no fuera por mis males, habrí



sido yo quien como más antiguresidente en el pueblo me adelantara darle la bienvenida; los dos tenemos un

misión que se complementa, lejos dnterferirse como piensan lo

modernistas, y en esto fundo las razone

que voy a decirle relativamente al temque ha venido a tratarme: la políticmilitante queda fuera de mi ministerio

nada me autorizaría para convertirme epropagandista, y menos ecoorganizador de un partido electoracosa que por el contrario menoscabarí

mi autoridad en asuntos que mcompeten y de cuyos límites la Iglesia ean celosa; tan inaceptable resulta que e

gobierno civil quisiera legislar, po



ejemplo, la administración dsacramentos, como que un cura de almao hiciera en cuestiones temporales qu

no se relacionen con la fe o lacostumbres; piense usted cuál sería sopinión si apareciera otro partido y y

omara parte en sus trabajos; o acontrario, piense cuál será la actitud dmis feligreses que no estén de acuerd

con las ideas que se propone difundir, sme vieran inmiscuido en estas filas. Locatólicos quedan en libertad, siemprque el programa político que apoye

ofrezca el respeto a los derechos de lglesia. Me gusta producirme co

franqueza desde el principio. Ha d

saber, por otra parte, que la lejanía de



pueblo, su difícil comunicación y otracircunstancias que usted irá conociend que han formado en los vecinos un

segunda naturaleza, los han hechapáticos y por completo despreocupadoen esta clase de asuntos, lo que l

anticipo para evitar malas inteligenciasprincipalmente la muy socorrida datribuir a nuestros consejos el ningú

entusiasmo del pueblo, cuando se lhabla de elecciones o cosa semejantePor otra parte, yo nunca he entendido nme gustan estos negocios; tenga l

certeza de que yo, ni los ministros de lparroquia, estaremos de un lado ni dotro; el que se trate de un partido d

orden, de progreso nacional, d



olerancia religiosa, etc., sorazonamientos que debían hacerse valeante los superiores de quienes recibimo

as normas de nuestras actividades...El club reeleccionista corralista fu

fundado con manifiesta frialdad po

parte del vecindario.

5

CUANDO sucedió la desgracia d

Damián, cambió la vida de BartolJiménez.

Antes, cuando éste supo que aqué

era de los enhechizados por la foraster



Victoria y en andarla siguiendo no hacícaso ni del pleito con su padre por lherencia materna; pero sobre tod

cuando se dio cuenta —porque fudescarada— de la pesca micaelunsobre su rival, cuando se convenció d

que no era pasatiempo a fácil costo, sinque Limón andaba en efecto de cabezpor las zalamerías de la coqueta

Bartolo sintió que se le abría el cieloTampoco entonces cruzaron palabras é su mujer, ni se animó a semblantearla

ni dejó de ejercitar el tiro al blanco.

Pero el día de la desgracia, y antede que se supiera la prisión demonstruoso criminal, llegó tembland

Bartolo a presencia de su mujer



emblando de cólera y de pánico por lnaudito de los hechos, mas alborozad

en el fondo al sentirse libre de cuidados

egoístamente, ufanándose por mostraqué clase de bestia era ese hombre. Anarrar, con detalles prolijos, l

acaecido, no reprimió el impulso dmedir la impresión que reflejara erostro de la cónyuge. Ni cuand

casados, ni cuando novios habíasatrevido a verla fijamente. Lo qudescubrió —ese día veinticuatro dagosto de mil novecientos nueve—, fu

peor que si Damián le hubiera pegadsiete tiros en el corazón.



6

MARÍA está terminando de leer Los tremosqueteros, tan a escondidas, que n

Marta se ha dado cuenta. («Por qué yno serán aquellos tiempos que pinta lnovela. 0 quién sabe si lejos, en algú

sitio de la tierra, todavía sea igual.») Lhan dicho de otro libro: Los misterios dParís, que es precioso; ¡cómo no va serlo si ya sólo el título saca de quicio

María! («¿Quién podrá tenerlo en epueblo, que quiera prestarlo, ahora quel Padre Islas anda registrando lo

ibros de todas las casas? El otro dí



quemó un montón, en el que estaban Lomiserables, El judío errante

esurrección, El conde de Montecristo

Dicen que este Conde es también mubonito.»)

7

— USTEDES saben —dice LucaMaclas— que las piedras del antiguemplo y convento de Santo Doming

estaba donde ahora San José; perabarcaba muchas manzanas más) fueroas que sirvieron para edificar el Teatr

Degollado (también se llamó un tiemp



Teatro Alarcón; pero le cambiaron enombre para honrar a don Santos, egeneral que se remendaba su ropa

antas veces lo derrotaban, tantas eraas que formaba un ejército de la noch

a la mañana: ¡buena gente! ¡muy buen

gente don Santos! nada malaentraña; poel contrario, caritativo; murió más pobrque lo que yo pueda quedar: figúrense

odo su dinero lo repartía); pues comba diciéndoles, las piedras de SantDomingo sirvieron para el mentadTeatro, y desde tal punto y ahora estab

pronosticado que había de tener mal finaunque yo no creo que sea esta vecuando se cumpla la profecía o más bie

revelación que tuvo una monjita de



Carmen, porque dicen que ha dderrumbarse cuando esté más lleno dgente, y ahora no ha sucedido así; po

cierto que si yo algún día fuera Guadalajara, ni que me pagaran entraría ese teatro; de ir a alguno, escogería e

Apolo, donde se hacen las pastorelasaunque como mejor, como mejor, eDegollado; ni en México hay uno que s

e ponga enfrente; tiene pintadas en lcúpula unas figuras como de iglesia; eel foro pueden caber hasta cuatro altarecomo el de la parroquia; todo lleno d

cortinas de terciopelo y espejos.Bueno, si esta vez no se cumplió lprofecía, o como digo, la revelación d

a carmelita, es un anuncio de Dios.



— Quién sabe —sigue diciendLucas— qué clase de trastornos estásucediendo en el mundo: se quemó e

Degollado, se quemó el teatro Flores dAcapulco, el Juárez (tenía que ser) dMonterrey, la Cámara de Diputados

emblores cada rato en distintas partesnundaciones; revoluciones como esa d

España, con quema de iglesias

conventos en Barcelona; y aquí yo no squé cosa extraña noto, como si el mundse fuera ya a acabar; en las nochescuando estoy pensando lo que sucede

se me olvida lo que sucedió, que anteme gustaba más, le pido a Dios que sacuerde de mí; siento miedo de segui

viviendo y alcanzar el fin del mundo



Quién sabe si ustedes vayan a reírsepero se me figura que ya nació eAnticristo, sí, no puede ser otra cosa. E

Oaxaca hubo un robo sacrilego. Y ereyismo, el reyismo, ¿saben ustedes lque es el reyismo? Pues como la

huelgas. En fin, le pido a Dios qupronto se acuerde de mí, en buena hora.

— Oye, Lucas, ¿y tú crees que s

muera don Porfirio?

8

EL artículo de fondo que publica El Paí

en su edición del jueves Io

de julio s



ntitula « Polvos y lodos». «Ya lo hemodicho —dice el articulista—: lo qumpropiamente se está llamand

"despertar político" del país, no es máque un arranque de exasperación.

—Una de las llagas a la par que má

pestilentes, más profundas de nuestrsituación actual encuéntrase en la faltde justicia, de la justicia que es una d

as bases primitivas sobre que, comsobre la autoridad, como sobre laeyes, descansan las sociedade

humanas. No es posible la verdader

vida social sin la justicia; no es posibleLa justicia es para el organismo sociacomo la salud para el organism

humano; y la sociedad a quien aquéll



falta es una sociedad enferma, amagadde disolución. —Así se encuentra lsociedad mexicana desde el uno hasta e

otro confín de la República. La justicino existe; desde el centro hasta lperiferia se echa de menos el brill

consolador de esa Hija del Cielo. Oíese clamor que por todas partes sevanta...»

Y en el número correspondiente asábado 24 del mismo mes, bajo el rubr«Reyismo y corralismo»: «El reyismocomo hecho popular, no es un fenómen

político, sino social. — Mil veces en lapáginas de este periódico hemoexhibido el caciquismo servil que cas

desde iniciada la paz reina en toda l



República... Mil veces hemoexclamado: ¡la nación sufre! Laespaldas del pueblo están desgarrada

por el látigo de caciques brutales que slaman Jefes Políticos. Los pueblo

están exasperados bajo el imperio d

estos tres caciquismos: el demonopolio, el judicial y eadministrativo... Si como se gritó

"¡General Reyes!" se hubiera gritadcualquier otro nombre capaz de sefuerte, capaz de ser una bandera dedolor exasperado contra el verdug

ensoberbecido, ese nombre sería eaclamado. En el fondo, el reyismo empersonal porque es una reacción, u

ansia, un espasmo social...»



(Un día después, el 25 de julio, sregistraron en Guadalajara logravísimos escándalos a que dio lugar l

visita de los propagandistas dereeleccionismo, entre quienes figurabaos licenciados José María Lozano

emesio García Naranjo e HipólitOlea, escándalos cuya noticia llegó apueblo con alarmantes adulteraciones

combates en las calles, muertosheridos: una revolución en forma, ¡lbola que se venía! De propia iniciativo por instrucciones recibidas, el directo

político hizo nueva representación antel cura para que interviniera en favodel enclenque club corralista; e

eclesiástico mantuvo su actitu



primitiva. Comenzó entonces una era dcoacciones y amagos contra los remisosextremadamente contra los sospechoso

de animadversión al corralismo y dsimpatía para el reyismo: multanfundadas, arrestos inconmutables

rabajos municipales forzosos, arregladministrativo de asuntos judicialesfacilidades injustas para acreedores qu

se adhirieran a la causa, atracos derechos de rebeldes, maniobraominosas en el catastro y en el registrpúblico de la propiedad. Los pobre

levaban la peor parte.)Aquellos editoriales y estos hechos

más el hallarse convicto de fracaso en l

pretendida organización de lo



repatriados (a cada uno de los cualemarcará de infamia el crimen dDamián), despertaron en el Padre Reye

a idea de un ministerio ajustado a lvida contemporánea. Y sin recordaexperiencias ni propósitos, fue con do

Dionisio y le planteó la urgencia de unorganización sobre bases económicaspor ejemplo, una caja refaccionaria par

agricultores y aun para artesanos, uncooperativa de producción y consumoun seguro de vida. Tendrían éxito porquatacarían a la usura, el mayor mal socia

de la comarca. —«¡Cómo ha crecido el número d

os que pierden sus tierras, de los que n

pueden trabajarlas por falta d



elementos, de los medieros que nreciben un centavo en efectivo porque shallan endrogados con el propietari

que les ministra comestibleshaciéndoles cuentas enredadas nterminables; la diferencia del preci

en que se ha vendido el maíz con lo qupagaron al comprarlo al tiempo es uabuso irritante. La gente es sufrida; per

a paciencia se está acabando!»

9

—NO es la miseria económica, n

siquiera el peligro de las idea



rreligiosas lo que amenaza de muerte a vida espiritual del pueblo. Es l

sensualidad creciente —y cínica ya e

algunos casos— lo que debemocombatir sin cuartel...

Alarmado por la proyección d

Victoria en la conciencia de varones hembras, el Padre Islas no había podidresistir al escrúpulo de dar cuenta a

señor cura, pese que le hiciera dañconocer las proporciones del mal. —Ponga usted que personalment

esta mujer no tenga la culpa de habe

despertado tantos apetitos; de todamaneras es un síntoma de la corrupciómoral que invade al pueblo, y est

precisamente cuando acaba de pasar e



iempo de penitencia y por de fuerodos parecían contritos: pur

hipocresía, como las enfermedade

disimuladas, que son las peores¿Cuándo habíamos visto lo que estsucediendo? Allí tiene usted el caso d

Mercedes Toledo, una de las Hijas dMaría que se podía poner por ejemplo as demás, y cuyo noviazgo con Julián e

público y ostentoso: ya sólo les falta quanden juntos en la calle, como dicen quse acostumbra en las ciudades. ¿Parqué mancharnos con el recuerdo de la

ocuras de la hija de don Inocencio, das indecencias de los norteños, de

aumento de libros y estampas crapuloso

que corren de mano en mano



Sensualidad enmascarada de amoríosallí está el flanco por donde hace sentrada la impiedad, no le demos vuelta

usted sabe cómo se apartan de losacramentos aquellos que pecan contrel sexto y noveno mandamientos. El cas

de la forastera es gravísimo y debo econciencia manifestarlo a usted.

Por primera vez el párroco no pud

ver con claridad y rápidamente lamedidas que debía tomar. Más qudebilitamiento físico sintió la derrota dsus esfuerzos: ejercicios, confesonario

sermones, dejaban de obrar con eficacien el dañado espíritu. ¿Por ventura Diono quería ya servirse del ministr

pecador y envejecido?



A la mañana siguiente —marteveintisiete de abril— no hubo podehumano que lo contuviera para madruga

sentarse en el confesonario.

10

LOS planes de Micaela («el hombr

propone y Dios dispone») se dirigían humillar las fachas de Damián parvengarse del desaire que Prudencia

Clementina le habían inferido; perambién se vengaría de la

murmuraciones y desdenes colectivos

principalmente todos verían quién podí



más: ella, o esa mujer aventurera, qupretendía conquistar, entre otros, Damián. El menosprecio de Davi

Estrada y más todavía el de JuliáLedesma —que había logrado secorrespondido por Mercedes Toled

cuando Micaela creía tenerlo seguro—raían a ésta «como enyerbada», segú

el decir común. Haría que Damián l

pidiera y entonces, o en vísperas dematrimonio, arregladas todas las cosashechos todos los gastos, lo dejaríplantado. Sus agravios la llevaban

peores proyectos: insinuarse a doTimoteo, despertarle con fuerza unpasión senil, favorecerlo co

esperanzas, provocar un choque entr



padre e hijo: era rumor general que doTimoteo no le guardaría respeto a smujer difunta más de seis meses y que s

casaría tal vez antes.Los planes de Micaela

nfaustamente, horriblemente, habían d

acabar como los de la lechera qulevaba el cántaro al mercado.

Nefasto día ese dos de mayo en cuy

noche Micaela Rodríguez inicirelaciones formales con Damián LimónDesgraciada noche!

11



SE comentaba la entrevista de doPorfirio Díaz y del presidentnorteamericano. Lucas Maclas, com

era su costumbre, pareció desviar lconversación, haciéndola recaer en lofusilamientos de Veracruz, el año d

1879. —«Ese famoso general Mier y Terá

del mátalos en caliente era de la

gentes que dondequiera ven moros corinchete y todos le echaban en cara seexagerativo; yo creo que tenía herencide loco, porque ustedes saben que er

hijo de aquel otro general que se matsobre la tumba del emperador Iturbiden un arranque meramente de loco. Pue

volviendo al que fue gobernador d



Veracruz, era un criollo bien dado, quno se le caían de la boca las palabracristiano, cristianito. para llamar a la

gentes; don Porfirio era el cristiangrande: creo que su compadre, no estoseguro, pero sí muy amigos, amigos d

muchos años; tanto, que cuando se lvino el mundo encima a Mier poaquello de los fusilamientos (la verda

era que todos acusaban a don Porfiriopero nadie se animaba a ponérselenfrente), cuando se le vino el mundencima, como iba diciendo, don Porfiri

o convidó a unas fiestas, creo que eTehuacán, y lo colmó de atencionescomo para decirle a todo el mundo

"ándenle, éntrenle": pero como arrib



está El que reparte, Mier se volvió local cabo de los años y de nada lvalieron sus amigos para curarlo. L

Divina Providencia es muy justa y nadise le escapa.»

El director político fue un día con e

señor cura, llevándole la edición de EPaís, cuyo artículo de fondo comenzabdiciendo: «Es ya una cosa evidente

fuera de toda duda, que el reyismo hsido en México el paso del jacobinismal anarquismo.»

—Esto lo dice nada menos que u

periódico católico. ¿Y todavía usted nse decide a ayudar resueltamente apartido del orden y salvar al país y, l

que es lo mismo: a la Religión, de



peligro más espantoso, que es eanarquismo? Allí tiene usted los hechode Barcelona y la revolución que trat

de levantarse por el fusilamiento deanarquista Ferrer. ¡El anarquismo!

12

LAS canicas van rodando a su finadestino, lentas o rápidas, contenidas ealgún cruce de caminos, indecisas, lueg

violentamente precipitadas. Como en louegos de feria, en tablas policromas

con rutas acotadas por clavos. V

rodando la bola.



VICTORIA

YGABRIEL

1

TEMPRANO, al filo de las cuatro, y pocantes en los meses de abril a septiembreGabriel madruga todos los días. En lomeses de abril a septiembre ha de dar e

oque de alba en punto de las cuatro. Y



as cuatro y media —todo el año—comienza a llamar para la primera misaProvidencia de aquellos a los que se le

ha ido el sueño y esfuerzan —esperando, desesperando— el llegar aamanecer. Pesadilla de los que han d

evantarse y quisieran seguir durmiendode los que apenas lograron conciliar esueño, de los que sufren tijeretazo en e

mejor trance de sus fantasmagoríasAnhelos y temores concitados en lmano madrugadora del campaneroprotagonista del vivir lugareño

principalmente a ese tiempo —grave—del nacimiento cotidiano. La imagen, enombre de Gabriel, presidiendo el dí

de muchos hombres y de mucha



mujeres, encabezando angustias ambiciones, echando a caminar lomolinos de la rutina, tocando dianas

obligaciones, cansancio y aburrimientoGabriel, cuya mano hace funcionar, aalba, los goznes de la convivencia si

esperanza de sorpresas, vueltos clausurar oficialmente por los toques dqueda, en invierno a las nueve de l

noche y en verano a las diez. Gabrierector de gozos, agonías y duelos; lengucomún, que ha sabido arrancar a loimbres de las campanas el acento, lo

acentos con que habla el pueblo dmujeres enlutadas, el pueblo secoGabriel, nuncio y péndulo.

Nadie sabe —no lo sabe ni Luca



Macías— cómo y en qué fecha Gabrieapareció en el curato, muchachito dcinco años, muy moreno, de cuti

delicado, de ojos y continente tristesajeno a juegos y amigos, vergonzosohuraño, arisco. Para encontrarlo se l

había de buscar en la torre. Cuando tuvnueve años quiso el señor cura qusirviera de acólito. No sólo el prime

día y la primera semana, sino los doargos meses de la prueba no supo quhacer apenas revestido: se meneaba ea hopa y caía, se quemaba con e

ncensario, no mantenía erguido ecirial, tiraba el agua bendita; y estaorpezas llegaban al extremo cuando

como si se tratara de un patíbulo, subí



al presbiterio: le parecía que todos loojos estaban clavados en él, trataba desconderse, de no dar la cara a los fíele

no acertaba nunca los movimientoustos, el sitio exacto que debía ocupa

en misas y rosarios, los oficios que l

correspondían y el tiempo dcumplirlos; así cambiar el misal, servias vinajeras, recoger el paño del cáliz

acercar la tercerilla, cargar los cirialesponer incienso en el turíbulo, ayudar arevestimiento de los sacerdotes; unnoche rompió una lámpara con el cirial

otro día resbaló y quebró un tibor, euna misa de madrugada faltó poco parque al acercar la tercerilla prendier

fuego al altar; el atolondramiento se hiz



más agudo con las sistemáticareprimendas del cura, los ministros y esacristán, con las burlas y desmanes d

os otros acólitos, de los muchachos decoro y de la turba de pilletes que se leuntaban; víctima suya, mansa, fu

Gabriel, a quien denostaban y pegabampunemente: nadie le oyó una queja

nadie lo vio llorar, porque lo hací

consigo mismo; ni a Marta le fió sdesventura; pero Martacomprendiéndola, compadeciéndolaogró que don Dionisio dejara en paz a

muchacho, por otra parte cumplidísimen las humildes tareas de barreracarrear agua, cortar leña y hace

mandados.



El origen de Gabriel es un misterioA Lucas Macías le han fallado arguciapara investigarlo. El señor cura lo alud

lamándolo sobrino, pero con vagueda en contadas ocasiones. Poco afecto

charlar sobre cosas personales, do

Dionisio desvía el tema que pueddirigirse a esclarecer quiénes fueron lopadres del niño, cuya reserva tampoc

excita mayores curiosidades. Marta María, cuando pequeñas, inquirieron sparentesco hacia Gabriel; no recuerdao que su tío les contestó; pero debi

responderles tan inteligentemente quas dejó satisfechas, cuidando dnculcarles un cariño respetuoso

distante para el recién llegado; a medid



que pasan los años, es más vivo secreto el cuidado del señor cura pomantener y acrecentar aquella distancia

sin que despierten las malicias de susobrinas y de Gabriel.

El pueblo da como cosa hecha, que

nadie llama la atención, el matrimonientre Gabriel y María. Ni siquiera shabla de esto. Negocio convenido

ógico. Al grado de que los aludidognoran la especie, tanto más quGabriel vive en las nubes, naturalizaden las campanas, él mismo sintiéndos

alma sonora de bronce; y María residejos, en el tiempo de las novelas, en e

espacio de las ciudades remotas: París

Viena, Constantinopla. Quienes —meno



con el pensamiento que con esentimiento sin palabras— los hadesposado, tienen la convicción de qu

un día se hallarán y se sorprenderán dhaber vivido juntos, tan alejados. Martparticipa de esta inconsciente opinión

nconsciente, pues ni siquiera se apoyen el conocimiento de las afinidades quigan a María y a Gabriel; afinidade

que de ser conocidas por los oficiosospropalarían la inminencia del connubioGabriel es imaginativo y caprichoscomo María, sólo que sus ficciones, po

vagas, por sutiles, no parecen estar en emundo, ni hallarse al fin de un caminoe gustaría viajar, aunque de anteman

comprende que nada busca ni encontrar



en la tierra; sus anhelos, no por informe subconscientes menos profundos

menos angustiosos, desconocen lo

puertos a la realidad; quizá lovislumbra en el rumbo del sonidoprimeramente junto a las campanas

uego en el armonium, en los cantos, eos ruidos, en el silencio; en el silencio

a cuyo través oye Gabriel una com

melodía de campanas eternas, fundidano para las orejas del barro, en el homde la noche, con liga de astros, poministerio de Tronos y Dominaciones

para los oídos del cristal; melodía cuyoregistros quisiera reproducir en lconjugación de tañidos —despertadore

de las almas— a sus manos confiados



añidos de campanas temporales; y estanhelo esperanza lo hace sentirsarcángel, patrono de los aires: arcánge

patrono, cautivo en la torre, sin alapara seguir el rumbo de la melodía aprehenderla; burlado por la resistencia

por la obstinada rebeldía del bronce, dos bronces, del sordo son que nraspasa el aire todo hasta llegar a l

más alta esfera, y oye allí otro modo dno perecedera música, que es de todaa primera. (¿Cuándo será que puedaibre de esta prisión volar al cielo?)

Pero su cárcel de la torre paréceldeliciosa; y deliciosa la paciencia diaride buscar —en variados impulsos de s

mano sobre las campanas— el acento d



aquella lengua que le habla desde lhondura del infinito... quién sabe sdesde más acá, desde las raíces de

Camposanto, desde los cimientos de lCasa de Ejercicios, desde la fuerza coque cierra el pueblo sus ventanas

puertas, desde las junturas de las crucesdesde bajo las piedras del río enjutodesde las calles nocturnas privadas d

oda luz, desde los nervios que paralizael rostro de los vecinos, desde lovestidos y chales negros de las mujeresdesde la veta que surte —

subterráneamente— la angustia devivir, aquí y ahora.

—¿No te gustaría ser campanero d

Roma o de Sevilla? —le preguntó un



vez María. —¡Para qué! No es lo mismo. N

podría.

Quiso decir: yo soy ajeno a esopueblos y no podría hacer hablar sucampanas; las campanas de cada luga

han de ser como la lengua de cadndividuo: éste habla ronco y aqué

atiplado; uno tartamudea y otro e

aravilla, sin que lo quieran, sin que lhayan aprendido: por naturaleza respondiendo a los más pequeños modode su ser, a sus virtudes y a su

debilidades. Gabriel tiene lexperiencia de esto que siente: hace doaños don Dionisio, queriendo explorarl

a vocación, inducirlo al estudio y, si er



posible, al estado eclesiástico, lo mandal Seminario de San Juan de los Lagosas inclinaciones del muchacho l

levaron a las torres del santuariodonde pasaba la mayor parte del día; usábado, la primera vez que l

permitieron tocar las campanas parlamar a la Salve, sembró consternació

en el Cabildo y el vecindario («¿por qu

lamaban a muerto?») porque no suphacerlas tañer de otro modo que a las dsu pueblo y respondía su mano a usecreto impulso que no estaba en s

voluntad modificar: era como si éhablase, como si en él su pueblhablase: su pueblo, que él mismo era

cuyo carácter traía infundido: médul



ntransferible. Nunca, más tarde, logrque las campanas de San Juan tocaran esus manos como tocaban en las mano

del campanero titular, y es que nuncconsiguió transferir el carácter —nostalgia y quebrantamiento— de

pueblo, que le hablaba en cada golpe dsangre, que lo reclamaba en cadrecuerdo, que se hacía presente a tod

hora. Nunca pudo imitar el estilo ajenocuando lo intentaba, le producívergüenza, como si fuese a prorrumpien mentiras. Nunca sintió el ritmo de l

villa extraña, ni ésta le infundió amorarde se le hacía para volver a s

campanario, vigilado por el Cementerio

hacia un rumbo, y por la Casa d



Ejercicios, al opuesto. Tampoco lacampanas de San Juan le fueron sumisasrebelábanse sus timbres contra e

sentimiento del forastero, que nuncsupo hallarles voz propicia al desahogosi no contentó a los oyentes, menos a s

mismo pudo satisfacerse.Cuando la contemplación del ciel

cambiante, del paisaje inmutable y d

sus campanas le dejan tiempo —escas—, Gabriel gusta leer; no es esto vorazcomo María, sino concentrado y morosomás que las novelas, plácenle lo

versos: le sugieren acordes dcampanas; retiene muchos en la memori aun sin comprenderlos cabalmente lo

recita frente al cielo, frente a la noche



frente al pueblo y junto a las campanasAfición que nadie conoce; una verecitaba —sin ademanes, como siempr

—, al tiempo que Marta irrumpía en lorre: Gabriel, temeroso de haber sid

escuchado, hubiera querido que la tierr

o tragase; quizá no experimentó antesni ha vuelto a experimentar unvergüenza igual; ciertamente Marta n

pudo descubrir la inclinación poética dsu allegado, quien desde entonceexagera precauciones para entregarse adulce placer. La lectura de novelas l

cuesta mayor trabajo y éste más lento; heído algunas: El final de Norma l

quitó el sueño varias noches y aú

piensa con fruición en la Hija del Cielo



como en cosa irreal; el desenlacnaturalista le disgustó; hubiera preferidque Serafín quedara con la image

fugitiva, sin transmutarla en mujer dcarne y sangre, con el prosaico fimatrimonial; aquellos días pretendi

Gabriel que la esquila menor tuviessonidos de violín. Ahora lee Lomiserables. Y es un misterio cómo h

conseguido estos libros.Una y otro, la bulliciosa María, esilencioso Gabriel, desconocen suafinidades y aun se sienten habitantes d

opuestos polos.

2



DESDE la mañana del Jueves Santo, l

mañana del Lunes de Pascua culminó eVictoria la sorpresa por el tañidprodigioso de las campanas. Emociónédita. Revolución profunda del ánimo

Como si en el mismo concierto —riunfal y macabro— la elevasen al ciel la sepultasen bajo tierra, en e

purgatorio, en el infierno, en leternidad. Eternidad celeste y trágica¿Quién lograba sacar de pobres bronce

aquellas voces inauditas? Cada toquepor insignificante o rutinario que fueseposeía vibraciones punzantes, quconturbaban, cada vez más hondamente



as entrañas de la dama. ¿No era éste esecreto de su afición al pueblo? Gozo ortura. Nuevos. Profundísimos. Co

signo contrario, placenteros: gozo de lortura, tortura del gozo, inextricables.

Fue la mañana —aquella mañana—

del Lunes de Pascua. Toda la historia da dama se derrumbó. Vino a dar eierra su gentil arrogancia. Fue aquell

mañana cuando se le quebrantó el almaSe le desataron las fuentes de la ternuraEra como si le renacieran los dolorevividos en ésta y en muchas anteriore

existencias; o más exactamente, como sen su temblor vibraran los dolores dsus ancestros, hasta el más remoto

Sarmientos infinitos, desconocidos



emblando sus revividas angustias, bajcapas de siglos; reviviendangustiosamente sus alegrías; viviend

en un corazón — este corazón exquisit— miles de mujeres, miles de hombrescuyas arterias volvían a estremecerse

comunicadas a través de los siglos, ravés de la muerte. Y tan terriblemente

que la carga de sangre renacida era u

errible gozo. Profundísimo. A través da muerte. Inefable placer no imaginadoA través de la muerte. No imaginadsiquiera en sueños o en los mucho

placeres del espíritu y de la carneviajes, fiestas, relaciones, intimidadesno, nunca imaginado deleite. Y dolor

Dolor capaz de matar en un instante, d



hacer venir por tierra la fortaleznsigne. Dolor de vacío. A través de l

muerte. Como si al golpe de la

campanas fúnebres, musicaleshubiérase comenzado a caer, a caer, caer sin término, en el doloroso vacío.

ravés de la muerte. Solemnes campanasComo un órgano —a través de la muert— tocado por los vientos vacíos, po

os vientos grávidos de la eternidad. Uórgano tocado por la muerte misma. Vono imaginada: presente aquella mañanen el interminable doblar de la

campanas lugareñas, tocadas por lmuerte, desde la eternidad. Campanaeternas. Eterno caer, derrumbado por l

macabra música de bronce. A través d



a muerte. ¿Quién era el ministro, eartista ministro, que ayer, nomás, antier, cantaba el himno del mundo a l

Resurrección, y ahora, ministro de lmuerte, a través de la muertedesahuciaba las alegrías del mundo

ervios ultraterrenos habría: manos corazón de arcángel. De los arcángelefunestos. Nervios terribles. Como e

arcángel de la expulsión paradisíacaComo el exterminaaor de loprimogénitos egipcios. Como la teoríde los arcángeles apocalípticos. Com

os cuatro jinetes arcangélicos qupurificaran el mundo antes del finMañana del terrible juicio esa mañan

de Pascua en que las campanas n



cesaron de tocar a muerto.) Rica eexperiencia, ninguna emoción —lenta súbita— en la historia de la dama, e

sus viajes por las capitales del mundoen los santuarios de mitos y leyenda, eas decisivas radas de la vida, ningun

emoción había tenido el ímpetdevastador del concierto —ayeglorioso en la liturgia de la vida; lueg

en la aniquilación suma de la muerte—ocado en las campanas de un villorriopor nervios desconocidos. Embeleso —felicidad extraña— del climax trágico

adie, sino el arcángel de la muertpulsara los bronces, transfigurando emúsica el sonido, elevando a l

eternidad lo transitorio, a l



universalidad lo comarcano, y mudandel horror en deleite: catártico.

¿Quién era el arcángel o el hombr

capaz de convertir unas tristes campanaen instrumento de música inauditaVictoria —derrotada— lo imaginab

ranslúcido, hierá-tico, las manos dsepulturero, las manos de mujer, lamanos de cristal, sin ojos ni pies, puro

brazos en cruz: al centro, lengua dfuego; las manos de tísico, traspasadasozono la cabeza, como un soplejanísimo, casi no visible; los brazo

atados por una lengua de fósforo, por uresorte de alas incesantes. ¡Quisierconocerlo! Como antes buscara conoce

grandes pianistas, actores de fama



gentes de consagración. ¡Quisierconocerlo! Como nunca buscara conocea quien la desposaría.

¿Y si fuese la muerte misma?¡Quisiera conocerlo!

3

LA muerte misma —¡qué angustiosa!—que angustiosa disloca el esqueleto dos días, minuto a minuto, a segundo

descoyuntados, como dicen que lo hacambién el amor. Así las angustia

cuando se ignora el mal que tien

postrado al paciente, transcurren la



hipótesis de los médicos, el daño sagrava, se frustran todos los recursos, eenfermo es llevado a ciegas y a locas

desesperadamente. Dicen que el amor eambién como la muerte. ¿Será ésta o e

otro quien descoyunta el pulso d

Gabriel? ¿ésta o el otro hace florecer lfiebre? ¿Amor o muerte marchita eánimo? Dicen que amor es género d

muerte. ¡Cuán extraño latido el alteradatir de las campanas, cada día másensible: alucinadas en rebato sin tinopresas luego de mortal decaimiento

Campanas de aleluya en toques dánimas. Campanas que languidecen iempo de repicar.

—Gabriel está jugando con la



campanas— dicen las gentes en eencierro de patios y recámaras.

Pero ya son muchos días. Eso n

puede ser diversión. Entonces dicen lagentes, al encontrarse por las calles:

— ¿Qué le sucede a Gabriel?

El desconcierto de las campanacomienza a ser intolerable.

— Gabriel —dicen las gentes en l

plaza— está burlándose del pueblo.Al llamar una tarde para lconferencia de las Hijas de María, lacampanas doblan. Desvanecido e

equívoco, revienta la indignación: —Gabriel está burlándose d

nuestras tradiciones.

Otro día el toque de las ocho de l



noche parece repique de posadas. — Gabriel está burlándose d

nuestros muertos.

O se ahogaban las esquilas por lprisa con que se las volteaba, y lacampanas por el frenesí de los badajos

o sonaban tan desabridamente, con taexasperante, desacordada lentitud drelojes a los que les falta cuerda.

—Qué: ¿Gabriel también se hvuelto loco? Fueron ocho, doce díadesasosegados.

— ¡Esto es inaudito!

Descompuesto el ritmo de lacampanas, todo el pueblo marchaba maPensamientos, comunes pasos alterados

General inquietud.



— ¡Es el colmo!Ya no se podía trabajar y, menos

rezar. Ya no se podía estar a solas. S

dejaba sentir la gravedad del encierroSe reparaba en la tristeza, en los anhelocontenidos, a la manera como se repar

en la propia respiración, en la sístole diástole del propio corazón.

—Esto no puede seguir así.

Fueron doce días desajustados. Eseñor cura se rindió al clamor generanacido en la clausura de casas conciencias; hubo de rendirse a l

propia evidencia, y relevó a Gabriel.¡Qué vulgares, qué sordas tocaro

as campanas en manos filisteas! L

prefirió la mayoría, rencorosa



nolvidando el desacato. La minoría srebelaba: era preferible oír gritos dvesania, con acentos de vida, que n

muertos tañidos, mecánicos. La minoríos rechazaba. Eran insoportables a la

orejas de cristal. Fueron insoportable

para Victoria, tan insoportables, que lexpulsaron del pueblo antes de lo que ldama proyectara: Y nadie supo la caus

de su repentina retirada, sólo entrevistpor algunos que tuvieron la malicia dconciliar la marcha de la señora con easalto inesperado de la torre, por obr

de Gabriel, quien dobló las campanaan tremendamente, que muchos lloraro

como en calamidad pública, como s

vivieran el día del juicio, que no de otr



manera, entonces, gemirán, sdesbaratarán, se quebrarán los broncedel mundo.

4

VICTORIA y Gabriel se vieron sólcuatro veces. Fugacísimas. Cambiaro

precarias palabras: unas frases de ldama; unos monosílabos deadolescente. Precarias palabras

henchidas de silencios. Grávidosilencios, a luz de miradas. FurtivasCapaces de volver el revés reservado

Fueron sólo cuatro veces y unas cuanta



palabras.Cuatro veces. La una, Victori

sorprendió al muchacho abstraído e

conjugar los clamores de unas agoníasera la primera hora de la tarde; todavíos tenderos no habían vuelto de comer

permanecía cerrado el comercio; looques habían caído en el desasosieg

de Victoria como chispas en polvorín

había salido la dama, como sin rumbfijo, en recta dirección a la parroquiapor las calles de mediodía, desiertascruzó el atrio, desierto; y en aquell

soledad fueron sus ojos asaltados por lpuertecilla —como fauces— abierta, decaracol que lleva al campanario

nstintivamente volvió miradas a todo



ados, para cerciorarse de que nadie lveía. ¡Cómo iba a entrar! Mas lpuertecilla estrechaba el amago, y de l

orre, inflamadas, bajaban las voces dagonía, espasmódicas. ¡Cómo iba entrar! Pero ya la serpiente de piedr

bruñida por manos de años la ceñía sidejarle luz, la empujaba escalonearriba, en la oscuridad. ¡Si alguien l

viera! ¡si alguien supiera satrevimiento! ¡venir a solas! ¡hallarse solas en el oscuro laberinto! ¡a solasestremecida por las caliente

campanadas, ¡si alguien la sorprendieren las tinieblas, en el regazo decaracol! retrocedería. Cuand

desembocó en la luz, parecí



envejecida: los labios exangüesconvulsos; consumida la carne bajo lopómulos; temblorosas las manos

enflaquecidas; contra la palidez, las olacrecientes del rubor, en el rostro; y loojos de fiebre, brillantes, inflamado

con la vibración de las campanas cuyaondas allá se hacían relámpago. El airalto estremeció las finas veletas de l

nariz, el fino pabellón de las orejasManos, boca, orejas, nariz convulsas.Un relámpago, una descarga de

cielo a los pies de Gabriel no hubiera

sido como aquella presencia. ¿Desdcuándo allí estaba? Victoria permanecisilenciosa fuera del campanario, atent

—primero— a las manos que tiraban la



cuerdas de los badajos con ritmpreciso, tal el pastor que conduce lonvisibles hilos de una orquesta, o lo

alados dedos que juegan saltando sobras arpas, los alados dedos brincand

músicas en las teclas del piano, en lo

registros del órgano; manos dcelebrante, ágiles y graves. ¡Las besaríaLuego quedó atenta en el perfil de

añedor ¡extraño! suave y bruscoVictoria no encontraba punto de apoypara fijar la construcción; se le volabaos rasgos contradictorios y borrosos; e

veces aparecían labios y naridelicadamente dibujados, luego la bocse hinchaba groseramente con ímpetu d

sensualidad repulsiva, para prest



volver al éxtasis, con sienes, pómulosfrente y cejas; no se le veían los ojospero se los adivinaba, caído su fulgor e

un pozo; la cabeza, los movimientos, econtinente todo tenía mucho de arcánge mucho de demonio: levedad y pesadez

monstruosidad; y un cierto encanto dabandono, de ausencia. Estaba sobrunas vigas, a horcajadas, indolentement

a medio recargar en el muro, abultada lespalda, contorsionadas ae feo modo lapiernas, el cabello en descuido, suciocuando prorrumpía el acorde metálico

un sacudimiento anulaba la negligencia nfundía belleza en los miembros, ahor

vivos, luego mecánicos, excepto e

constante rigor de las manos, móvile



como espíritus. La contemplación dVictoria se prolongaba, fuerte parresistir los embates de repugnancia

para enfrentarse al desencanto (— serun jovenzuelo sin madurez, todavía sique se definan siquiera sus rasgos

chocante, insignificante, con la fealdaísica y moral de los muchachos e

crisis —); pero impotente para irrumpi

en el abismal misterio de aquella vidaLas campanas habían dejado de resonaen los oídos de la dama erguida, ladescargas de cuya emoción debieron se

an poderosas, que despertaron aabsorto. Una centella, la bestia máemible no lo hubieran hecho saltar co

a pávida violencia con que saltó, com



si dispusiera echarse sobre la intrusao fue tal ademán, sino la mirada fero

del sorprendido lo que despertó a l

absorta, en cuyas orejas habían dejadde resonar las campanas y de cuymemoria se perdía cuanto no era e

hombre que hacia el cielo, como desdas nubes, como del sol, tiraba de una

cuerdas, rítmicamente, como sacerdot

que oficia, como genio consagrado qusiembra las manos, entre reflectoresdentro de la religiosa penumbra deeatro pletórico de contenida

respiraciones. Ya estaban despiertos enfrente Victoria y Gabriel. Despiertoras un sueño, tras una espera de años.

Gabriel sintió —sentía— como si u



viento venido de lejanísimas regionesun viento de la noche, descuajarmontañas, poblaciones, ríos; y l

golpeara la cara, físicamente; y se lfiltrara punzocortante por entre la pieen los bronquios, en los oídos, ahogand

sesos y corazón, reventando arteriascercenando las alambradas de lonervios.

No la conocía, no se había enteradde su estancia en el pueblo. No sabía lque era una alucinación: lo comprendisúbitamente. No, no podía ser carne

hueso, ni escultura, ni pintura... no erreal una imagen así, aquí, a estas horasen el pueblo, en este pueblo de mujere

enlutadas y muerte, una image



silenciosa que habría venido volando¿de dónde? ¿a qué? ¡comenzará uno, asa volverse loco! viendo visiones dice

que comenzó Luis Gonzaga, el ae doAlfredo; pero no serían como ésta, quo pusieron furioso; ésta, descendida de

paraíso, le hubiera hecho manso humilde; porque de dónde, sino decielo, pudo bajar, si es que ha bajado

imaginaciones! en el cielo, no puedevestirse así, aunque la cara, los ojos, econtorno, el aire no pueden proceder dotra parte; ¿o de las novelas? ¿o de l

ocura? De la locura, sí, así; tambiénquizá, sea la locura un a modo de cieloa veces plácido, a veces tormentoso; l

ocura por las campanas, el sonido d



as campanas, las campanas mismacambiadas en una imagen... de... ¡mujer¿Será una tentación como las que sale

en el Año cristiano? Así, aquí, a estahoras no puede ser más que unentación: el demonio en figura de ánge

con vestido de mujer. ¡Así sería lcantadora de El final de Norma! Eviento descuajante cambiab

momentáneamente las miradas ferocesdulces, miedosas de Gabriel. (Cuandaños más tarde conociera la Victoria dSamotracia, ninguna sorpresa l

ofreciera, sino la violenta emoción drecordarle aquel minuto terrible de svida en que sintió cómo la Victoria d

carne y hueso adelantaba el paso —



cabeza, brazos magníficos, muslovivientes, muslos inolvidables al recatferoz, instintivo— y hablaba con lengu

de mar, de viento, de campanas; coengua de noche constelada; con lengu

de silencio, íntegros los brazos, l

cabeza imperial, el momento terrible.Crecida la furia del aire, le zumbabaas orejas y creyó desmayarse. ¿Pues n

era sólo figuración? Vendría del mar¿Cómo? ¿Por qué? ¿A qué? ¡Se retiraramposible rehuirla, sino tirándose de lorre. Imposible darle la espalda

perderse de verla, fascinante. Imposiblhablar, preguntar, porque había estallada vergüenza congénita, la vergüenza d

oda la vida, vergüenza de siglos



acumulada en cien herencias, surgiendvirulenta, en millones de gérmenes, ecada glóbulo de la sangre. Ya no era e

muchacho demacrado hacía tres minutosRojo el rostro, estaba por sudar sangre.

Victoria sintió compasión. El horro

primitivo que le causara la faz en criside adolescencia, faz que parecía sudosagrasosa, faz manchada con jiotes y ta

cual espinilla, terrosa, pálida, de rasgonformes, en proceso de conformaciónde madurez; el vello ralo e intensdonde será la barba, dio sitio a

vasallaje de lo imprevisto, de lmposible, bajo el aire gentil, d

arcángel; bajo las miradas que n

podían ser de este mundo; bajo e



mperio categórico de la mandíbula, y eceño de la frente, y el adivinado suavcutis, y la tez de canela, y l

reciedumbre del continente. Vasallajeadoración, ansias de imposibladoración; pero lástima también

mpulso materno, irresistible afán dacudir al asco y remediar la inválidmiseria del recién nacido, a punto d

lorar: niño, arcángel o demonio, reciévenido, nacido, despertado, por gracia desgracia de mujer.

Esto es la inocencia en varón

esconocido e inverosímil espectáculovasallador —podía pensar Victoria.

— Esto es haber, en fin, conocido e

remendo misterio, sospechado apenas



de la mujer —podía pensar el mozo. De siempre me hablaron la

campanas por él .

Ya la oía, esperándola, en el tañidque nunca pude arrancar a lacampanas.

— Es lo imposible —podía gemir ldama.

Y Gabriel: Es la muerte, la muert

que llega.Victoria —mujer, diosa y estatua—Gabriel —arcángel—; permanecíanmóviles en el centro de su

orbellinos; temerosos, a una, sipensarlo, de rozarse y fundir en uno lodos vértigos, el nacimiento de do

néditas emociones, inverosímiles hast



esa hora.Gabriel no pudo ya retrocede

cuando Victoria —imperial— dio nuev

paso adelante (con el ademán victorios—muslo, pecho, brazos, cabeza— de lestatua, invisibles las alas). Gabriel n

pudo sino cerrar los ojos. Luego sdesplomó. Daba lástima; semejante a uarcángel abatido, las alas maltrechas, e

rostro sucio; como un pájaro que lormenta derribara en el fango, inútileas alas. El rubor había cubierto lerroso del rostro. Era un cadáver, lo

ojos brillantes. Daba lástima. Victorino pudo contenerse. Inclinó el bustoendió el brazo, le brillaban los ojos.

Le brillaban los ojos (como si la lu



hiriese prismas de lágrimas), lemblaba la mano cuando hizo ademá

de ayudar a Gabriel para que s

ncorporase, mientras le preguntaba: — ¿Usted está enfermo?Pero las alas marchitas cobraro

vigor; se irguieron, inflamándose; anteque lo tocara, el arcángel dio un saltoagitando los brazos, alas prepotentes

mientras repetía la lengua, seca: —¡No! ¡No!Fue un salto como a impulso de ala

más fuertes que las alas de la Victori

helena. Era un arcángel airadoMagnífico. Bellamente magnífico. Dojos y puños terribles. Gabrie

amenazante. No el dulce nuncio de



misterio, la azucena en la mano; el astrsereno en la frente. Arcángel de fuego a puerta del paraíso.

— ¡No! ¡No!Tan enérgico, que la bella muje

depuso su actitud compasiva y, com

avergonzada, llena de confusión, bajó ecaracol. Era Eva el día que lexpulsaron del paraíso.

La segunda vez que Victoria Gabriel se vieron fue una noche. Quiésabe si por acaso había permanecido ldama en la iglesia mucho tiemp

después de acabado el rosario; sólo laámparas del Santísimo quedaba

encendidas; con ruido de llaves y u

farol en la mano venía Gabriel a cerra



as puertas; distinguiendo el bulto de lrezagada, hizo mayor estruendo; la mujese levantó entre sombras y siguió lo

pasos del muchacho, a quien alcanzras del cancel, y cuando parecía salir

se volvió, irguió la figura y dio la

buenas noches. — Cómo soy tan brusco y fui ta

rosero que ni siquiera le contesté, n

siquiera le pregunté cómo sigue LuisPero qué me importa, qué me importaqué me importa! —pensabsilenciosamente Gabriel cuando s

repuso de la impresión; y toda la nocheque fue su primera noche de insomnio.

A la otra mañana el desafinamient

de las campanas ya fue sensible. Subi



—como la calentura— el jueves, y eviernes, y el sábado. Corazón a rebatoel domingo. Corazón loco del pueblo. Y

el azoro común.Miércoles, jueves, viernes, sábado

domingo, el gusanillo:

— ¿Por qué no le contesté esaludo? Y el vano, maquinal —¡qué mmporta! qué me import

quémeimporta, quémeimporta...Domingo. Tarde pueblerina. Despuédel rosario. Recogida la plaza. Idas lagentes de los ranchos. Cerradas la

iendas. Encerradas las familiasCalladas las campanas. Las calleabandonadas. La angustia exasperada

Sin tener a dónde ir, hacia dónde salir



Todavía el sol alto. La tarde claranútil. Sordos golpes de sangre, qu

quiere reventar. Tedio de las hora

muertas. El más pesado tiempo en estconfín, en este confinamiento. Sin poderabajar, sin poder ir de visitas, ausent

cualquier diversión, despachado eejercicio vespertino, lejanos todavícena y lecho. Conversaciones aburridas

Dentro de las casas. Bostezos. Lástimde tarde bonita. De vez en vez, pasos dhombre. Dentro de las casas puedealgunos leer, dormir; pero los más, no

Domingo, finado el ejerciciempranero.

Así fue la tercera vez que se viero

Gabriel y Victoria. El hastío y e



sobresalto, apoderados del mancebo, lanzaban al campo como sonámbulo

aquella tarde, Domingo del Buen Pastor

Podía después haber jurado que contrsu voluntad entró a la calle donde está lcasa de los Pérez. Dos días pud

reprimir las instancias del deseo. Esarde iba como delincuente. Habí

salido del curato como si fuera

cometer un crimen. ( No, si nomás pasoa prisa, ¿por qué no? es el camino, acabo todo está cerrado.) En la esquinde La Camelia lo encuentra don Alfredo

—«Qué milagro que andas en lcalle» —Gabriel tiembla como ladróen descubierto—. «Sales como anillo a

dedo: dime qué tan cierto es que ahorit



está con el señor cura el nuevo directopolítico. Me dijeron... ¿pero por quiemblas así? ¿hay alguna mala noticia?»

—«No, don Alfredo, es que venícorriendo. Con su permiso.»

Lo dejó con las palabras en la boca:

— «Oye, pero dime eso del señocura»...

Y ya consigo mismo: —¡Qué puebl

éste de locos! (Gabriel, consigo mismoaterrado: Me leería en la frenteSeguro, No, si yo voy al campo. Y e

rueba, no me importa irme por otr

calle. Rodearé por el mesón. A mí qume importa pasar por esa casa. ¡Qume importa!...)

Realmente no sabe cómo luego s



halló caminando por aquella banquetaJura que había torcido por el rumbo demesón. Se le ocurriría que para qu

devolverse si al cabo nadie sasomaría, menos... cuando vientreabierta una ventana y, como si e

diablo tuviera las cosas arregladas (ynomás iba al campo), un bulto, uncara se asomaba, unas manos le hacía

una señita (iba y no iba, porque lmera verdad yo tanteaba una cosaero salía... no, no, sí, en el fondensaba una cosa y quería otra, par

qué es más que la verdad, a mí nuncme han gustado las mentiras; pero yo que pensaba era ir al campo y m

resistí a pasar: pero a la hora de l



hora; de veras, yo no hubiera querido yhasta estaba seguro de que no estarínadie; ha de haber sido el demoni

¿quién más?; pero ya antes el demoniestaba adentro de mí: que ándele, ququé tiene que ver, que al cabo no l

verás, que no seas miedoso, que ya neres un chiquito, que el otro día fuistmedio grosero dejándola con el saludo

que es una persona fina: ¡una denredos! y cuando ya no hubo máremedio que allí estaba, y casi me di dmanos a boca ¿por qué no se me pued

olvidar? ¿por qué no me tragó lierra?)

— Dispénseme, usted pued

nformamos qué haya de verdad en qu



el director político ha ido a visitar aseñor cura...

(— Aunque quise, no pude volverme

echar a correr. Si ni siquiera me dabcuenta cabal de cómo había llegadallí. Pensaba ir al campo.)

—...no crea que es curiosidad míano lo molestara; pero aquí se ha armaduna revolución...

(— Qué ¿de veras me llamaba parreguntarme lo del director? Porque dronto la que comenzaba a hacérsem

una beata preguntona, comenzó

encandilarme.) —...no se mortifique: alabo s

discreción...

(Y de pronto ¡purrum!)



— ¿Usted no ha estado nunca eGuadalajara?

(— ¡Purrum! ¡purrum! tupidas

como granizada, las preguntas.) — ¿No le gustaría estudiar all

música?

—¿No le gustaría dirigir unorquesta?

— ¿No le gustaría ir a Europa?

(Yo ni le entendía lo que decía.) —Usted tiene mucha disposición.( Le brillaban los ojos. Me dab

miedo.)

—Me gustaría poder ayudarlo.( Le maliciaba el miedo —pero qu

modo: también el gusto— de qu

alguien nos viera. Le brillaban los ojo



de gato... ¡ay, pensamiento sihechura!)

—Me vuelve loca su modo de toca

esas campanas. —¿Yo? —Las toca terriblemente.

—Yo.. — Perdone la detención. —¿Yo?

(— Ni le oí lo que dijo de más. Perqué ¿de veras me dijo eso o son puraiguraciones? ¡Se me ha de habeigurado todo, hasta el ma

ensamiento de los ojos de gato! ¿Ddónde han dado en ocurrírseme tantacosas y hasta palabras? ¿Le dirí

siquiera «ya vuelvo»? No, no m



despedí. Pero ni es verdad que la vque me habló. ¡Figuraciones! ¿Cómno se me quitan de la cabeza? Y ¡eso

ojos! que si no me habló, me decían lque me figuro...)

El martes, el miércoles, ya er

mposible oír el campaneo loco. Adomingo siguiente Gabriel no era ycampanero.

Lunes tres de mayo, día de la SantCruz. Victoria y Gabriel se vieron, shablaron por cuarta y última vez.



EL DÍA DE

LA SANTACRUZ

1

DÍA de ira, de furor, aquel día, esa nochde divina venganza, en que fuconcebida la abominación y previno eSupremo Juez un gran castigo para e

pueblo. Pero nadie advirtió en el ciel



presagios. Era domingo. Domingo dode mayo. A las tres de la tarde se nuble hizo calor sofocante, sin que soplara e

viento. Resonó un trueno; pero nrelincharon los caballos y en estampoco vieron presagio las gentes

Como globos de plomo, pesaban sobrel pueblo las nubes, hidrópicas, ngrávidas. Vientres atumorados

nfecundos. No corría ninguna fragancianingún anticipo de tierra húmeda. Entrcuatro y cinco, el nublado comenzó omar tintes cárdenos. Resplando

siniestro bañaba las cruces y lohorizontes a las seis. Fue oscureciendsiniestramente.

— ¡Siempre no llovió!



—Yo creía que ya eran las primeraaguas.

—¿No lloverá siempre?

¡Qué había de llover! Era cielcargado de augurios; pero nadie lreconoció. La noche fu

nsoportablemente calurosa. Dabaganas de salir a las puertas, de abrir laventanas, de subir a las azoteas, de tira

as ropas. — ¡Nunca había hecho tanto calor! —Nos vamos a asar.Era como si pasara un ejército d

izones ardiendo, invisible, sin que lainieblas de la noche alcanzaran

refrescar las huellas encendidas.

El calor sofocante atizaba l



desesperación de Damián, propuesto que no pasara ese día sin obtener unrespuesta de Micaela.

(«O ¿qué?, ¿no más me anda dandcarita para volarme y montarme epuercos pintos?, ¡ah qué caramba: n

más eso faltaba! Si aunque no fuera máque cuestión de orgullo eso no puedquedarse así. Más trabajosas las h

visto, como aquellas gringas mañosascuantimás una catrincita de mi tierraPues ahora me cumple, sin que se pasa noche, o armo un escándalo…»).

También Micaela estaba fuera de smuy lejos de conformarse con lsepultura en días monótonos, exacerbad

su creciente, insatisfecha sensualidad



pero con un vago temor.(«¿Lo podré mantener a raya, com

o quiera? Más vale no darle ocasión

Pero es insoportable seguir encerradcomo todos estos días por miedo hablarle. ¿Miedo a un ranchero? ¿Y s

ambién éste se me va, como yo sighaciéndome la remolona? No, enecesario darme a ver. Le pondré u

plazo largo; pero con los ojos le harentender un interés que no siento. Ssiento interés de vengarme. 0 yo no soMicaela, o dejarán de cumplirse mi

anteadas. ¿Miedo?, ¿por qué? Ni qufuera yo Hija de María. Y tambiénambién, aunque sea con éste ¿cómo vo

a pasármela sin sentir el rodeo de u



hombre? Después de todo no es upelmazo cualquiera. Ni comparaciócon Ruperto Ledesma. ¡Y hay que darl

en la cabeza a la intrusa Victoria! ¡Quiédijo miedo! Por andar cavilando voy quedarme sin miel ni jícara. ¡Teng

ganas de verlo! Sí, la verdad. Yo no ssi por este calor; pero hasta me gustaríque me robara. ¡La verdad! ¿Para qu

hacerse una de la boca chiquita? Ahormismo voy a darle ocasión de que mencuentre. ¡Qué calor! Dan ganas dsalir desnuda y tirarse a dormir e

campo raso…»).¿Quién podría conciliar el sueño co

este calor, en aquellas alcoba

sofocadas?



Las familias tenían pretexto parsalir: ponerse de acuerdo para lreunión de mañana en la madrugada

Efectivamente: hasta las nueve de lnoche hubo desfile de fantasmas y vocepor las calles oscuras; travesías d

faroles y voces.En las puertas, en las aceras

resonaban convenciones:

—Nos vamos a juntar en el atrioantes de4as cinco; de allí, como todoos años, nos iremos por la calle del río

—Bueno. De todos modos lo

alcanzaremos. —Nosotras, con doña Tomasita

vamos a salir lueguito que se acabe l

primera misa.



—Quedamos de ir con las Islas. Vaa salir del Oratorio.

Cada frase, como si fuera marcad

con hierros encendidos, se rompía en lexclamación: ¡qué calor!

— ¡Qué calor!

— ¡Qué calor! — ¡Qué insoportable calor!Chicoteaban las palabras en la

paredes ennegrecidas.Dos de mayo. Domingo. Víspera da Santa Cruz.

—Queremos ser de los primeros e

legar y en volver, para estar a la miscantada.

—Nosotros también queremos esta

de vuelta antes de las siete.



Tinieblas y calor envolvían laCruces —ahora desnudas—, quamanecerían enfloradas.

Damián se puso en acecho, escondidas, desde al atardecer.

¿Cómo? ¡Quién sabe! Lo cierto e

que Micaela, sin ser vista, supdescubrirlo. Maligno resplandor iluminas pupilas de la muchacha. —«Qu

sufra»— dijo casi en alta voz, mientraextremaba precauciones para gozar a suanchas el rostro y los movimientos deacechante, sin peligro de se

descubierta. ¡Qué intenso placer el de idescubriendo signos de impaciencia eos gestos y en las posturas del violent

galán!, ¡el saberse la causa de aquell



espera por parte de un hombre con famde dominador y bien corrido!, ¡quplacentera zozobra la de advertir en l

cara del varón las coloraciones terribledel crepúsculo: cara tumefacta, como dahorcado; lívida, como de ahogado

errosa, como de cadáver insepultointensa sensación de verdugo qu

ahorca, ahoga, niega sepultura, se recre

en las convulsiones de la víctima, vcómo las sombras de la muerte invadeos músculos, distienden la fisonomía

cubren los rasgos de la vida y arrebata

el pulso! Todo acaba. En la noche, lofrecuentes fogonazos de cerillos y lumbre temblorosa de los cigarro

delatan la nerviosidad en creciente



Damián ha salido del escondite, pasea lcalle cada vez con menos cautela, sacerca, esta aquí, se le siente respirar

gruñir, maldecir entre dientes. Vuelve retirarse.

—«Si se cansara y se fuera para n

volver»— piensa Micaela; y está punto de ir en busca del hombre; por lmenos quiere hablarle; las palabras s

contienen ya en la lengua; Micaela ssobrepone; con sangre fría de jugador eriesgo extremo se retira y va a tendersen el rincón más oscuro del patio. Ciel

siniestro, sin estrellas. Pasan las horas.Damián fragua violencias, má

desesperadas a medida que transcurre e

iempo. Ha salido Juanita y ha vuelto



Llegan las Martínez. Cuando salen, laacompañan doña Lola y Juanita. Saldon Inocencio. Sale otra vez Juanita. N

uces de Micaela. Regresan donocencio y Juanita; ésta sale de vuelt

con doña Lola. Don Inocencio se qued

en la puerta; por fin la cierrestrepitosamente. Llega un mozo con docabalgaduras. Vuelven doña Lola

Juanita. Se oye que cierran con llave lpuerta. Ni luces de Micaela. —«Ni duda que me está tanteando

qué milagro: ¡tan encerradita! Vas

saber de lo que soy capaz. ¿Qué tfigurabas?» —masculla Damián.

Micaela siente ruido en la azotea

Piensa con toda calma: —«Es él»—



sigue tendida en la oscuridad. No lo vepero tiene la sensación de ser vistaGozosa sensación de hormigueo. —«Y

es hora»— dice, y se incorporcalmadamente, va a la cocina, enciendun ocote, abre la puerta del corral y

unto a los macheros, se pone a esperacon increíble tranquilidad. Damián repta barda.

—¿Quién es? —pregunta Micaelcon voz calculada. —Yo soy, Damián, óyeme, no t

asustes.

—¿Por qué habría de asustarme? — Óyeme. —Lo oigo; pero si hace intento d

bajarse, grito.



El tono duro, inesperado, con quMicaela respondía, disipó las maladeas de Damián. Micaela lograb

disimular el miedo que la cogió aadvertir el tono jadeante, de súplicviolenta, de amenaza, que tenían la

palabras de Damián. Ahora era como sél fuese a saltar sobre ella parestrangularla; como si ya sintiese lo

dedos rudos, convulsos, coléricosrozando el cuello, y pronto apretarancomo si le arrojara en el rostro lrespiración sudorosa; como si los ojo

en los ojos le comunicaran lumbreodios, deseos. ¿Deseos? A Micaela lcastañeteaban los dientes; anudábasel

a lengua; con inaudito esfuerzo lograb



firmeza de voz. —¿Qué quiere? —Que… que por qué no me has…

por qué no me ha contestado mi carta…Al advertir el titubeo de Damián

Micaela experimentó una salvaj

alegría, e inmediatamente un desencantpor el fácil triunfo. El deseo de qubajara el hombre se deshizo. L

muchacha recobró la sangre fría. —Porque no me gusta ser juguete dnadie, ni plato de segunda mano. ¿Hcreído usted que yo soy como las otra

que se le rinden con verlo nomás¿Quién me garantiza sus buenantenciones?

—Te lo juro. Se lo juro, que no má



por usted he sentido ser capaz de todcon tal que me quisiera. Déjeme bajar se convencerá.

—Si da traza de bajar, gritaré. — Micaela, Micaelita, déjame qu

e hable de tú, como antes

Correspóndeme. —¡Sería fácil! ¡Para que mañan

ande presumiendo con otra conquista!

—Ponme las pruebas que quierasPero no me desprecies, porque… — Mejor será que me deje en paz. — Micaela, Micaela, por Dios, n

me haga perder la paciencia.¿Por qué un rayo, en esos momentos

no abatió a cualquiera de los do

desgraciados? ¿Por qué a esa hora no s



abrió la tierra y se tragó a Damián? Lnoche aciaga hubiese abortado. Lvergüenza no hubiera manchado par

siempre al pueblo. ¿Quién vendó Micaela los ojos para dejar de veantos augurios funestos? ¿Cóm

pudieron estar dormidos hasta los perrode la casa cuando fue concebida labominación de la comarca? ¿Quié

ofuscó la videncia de Lucas Maclas y ecelo de don Dionisio, que a ese tiempdebieron recorrer las callesprorrumpiendo alaridos, como profeta

de lengua inflamada? Un silencio dmuerte llenaba el hocico de lobo, quera la noche. Micaela, instrumento de l

venganza contra los pecados ocultos



de la admonición para la corruptela ecreciente, abrió la puerta a las Furias.

— Bueno; acepto darle un plaz

para que me pruebe ser sincero en sdeclaración.

— ¿Para qué es eso de los plazos

Tú no eres Hija de María.Saltó Damián. Micaela no gritó.

2

DÍA de la Santa Cruz.En la negra dimensión de la mañan

se llenaron las calles. Había perfume

vegetales, faroles en travesías



conversaciones aligeradas.Al llegar al enjuto cauce del río, d

donde arranca el camino a la Cruz de l

Misión, los grupos se hacían compacto empezaba el ejercicio de las cie

persignadas.

En coro, los coros de cada grupo: Por la señal de la Santa Cruz…Y con pausas de canto, un canto d

sabor funerario, rezaban las gentes, evoz alta, grave, lenta:

Morirás. Morirás. Por el Valle de Josafat pasarás.Con el Demonio te encontrarás.

Y de esta manera le dirás:

A retro vade, Satanás;



Parte en mí no la tendrás, Porque el Día de la Santa Cruz Cien

Avemarías recé

Y otras tantas me persigné.

Las palabras tenían una convicció

fervorosa de profecía un tantplacentera, un tanto nostálgica:

Morirás. Morirás.

Resonaban las cortantes palabrascon un gozo como si la cuesta fuese ya e

valle de Josafat, viniera el Enemigo y aconjuro de las énergicas palabrahubiera de retirarse con la cola entre la

piernas, fácil, ridiculamente; ta



fácilmente como el fervor con qudecían los romeros:

Parte en mí no la tendrás…

diez, veinte, treinta, cuarenta

cincuenta, sesenta, setenta, ochentanoventa y nueve, cien veces, con otraantas Avemarias y persignadas: Por l

señal de la Santa Cruz, de nuestroenemigos, líbranos, Señor… Nparecían voces de madrugada, emodorra; tenían la claridad de la plen

vigilia, el optimismo del alma ecombate, firmes los pulsos y la vistacontra Satanás.

Tuvo el amanecer livide



cadavérica.Cuando llegaban a la cumbre de

monte, casi ninguno de los grupos habí

concluido de persignarse cien vecescaminaban por la cima, en tomo a lCruz de la Misión, hasta dar fin a

ejercicio; entonces, prosternados, hacíael ofrecimiento:

Adórote, santa Cruz, Puesta en el Monte Calvario.

En ti murió mi Jesús Para darme eterna Luz

Y librarme del Contrario.

Prolongaban el ejercicio otra



oraciones, más o menos abundantessegún la devoción de quien guiaba a logrupos. Con recogimiento se hacía e

regreso, a fin de que la charla dquienes bajaban no interrumpiera lorezos de los que subían.

En peñas y concavidadecontinuaban resonandninterrumpidamente las aguda

consonancias:

ás

ásásás…



Monótonamente. Morirás, pasarásencontrarás, dirás, Satanás… Y el vigo

ndomable cuando parte en mí no lendrás… Y el uniforme brío del Por l

señal… Y la plañidera cadencia de

Dios te salve María… Para volver aconvencido, alucinante MoriréisMorirás.

ásás

ás…

Cuesta arriba. Puños de mujere

enlutadas. Hombres de mentó



comprimido. Muchachitos de ojodesmesurados.

Ya se ven las cosas. Ya se apaga

os faroles. Ya es pleno día.Y muchos escrupulosos ¡cuántos

emiendo haberse distraído una

cincuenta, noventa y nueve vecesrepiten, repiten, repiten hasta el doble el triple, para asegurar la victoria en e

valle de Josafat. Y parece que nacabarán jamás, porque se los impideas asechanzas del Contrario.

Lentos los humos de las casas, la

campanadas lentísimas —¡quchabacano campanear sin vida el de lParroquia!— suben los humos azules

el clamoreo de las campanas, como s



ambién fueran rezando en la ascensiónor el valle de Josafat pasarás —co

el Demonio te encontrarás— y de est

manera le dirás…Sol como de sangre y agua

desteñido. (—«¿Qué sucedió anoche?»)

Sol sanguinolento. (—«Algo ha de habesucedido anoche»). Cielo manchado.

—Seguirá el calor.

— Sí, va a ser un día insoportable. — ¡Esas nubes!Desde la Cruz —enflorada—, desd

a cuesta se divisan los toques de color

verde, blanco, morado, azul, entre lacruces, por sobre los muros lisosColores de papel de china, en tiritas, e

rosetones. Colores de hojarasca tierna



en guías, y de bugambilias, dmargaritas, de tulipanes, de obeliscosde yedras. No hay una Cruz qu

amanezca sin adorno en las casas dpiedra, en las de adobe, a la entrada dos caminos, en los sitios de muerte

Banderolas y flecos de papel, manojode flores recién cortadas, ramas verderaídas en el fresco de la mañana. Qued

en suspenso la austeridad de las callesde los muros. Desde la media noche safanaron las manos de sombra para quretoñaran las cruces de palo y las d

cantera, las de cal y canto y las de palmseca.

En los rostros quiere aflorar l

sonrisa y hasta parece que los dedos



cuando hacen la Cruz, tienen luces dcolores.

3

GABRIEL no se ha distinguido nunca posu devoción externa; pero las gentes nextrañan su indiferencia, ni siquier

ratan de recordar cuándo lo han visto ealgún acto piadoso. Tácitamente haconvenido en que su sitio es la torre

Allá lo han dejado en paz. De tarde earde acompaña al señor cura en lleva

el Viático; ni entonces, ni las raras vece

que se le mira en la iglesia, da muestra



de piedad; cumple mecánicamente sumenesteres, retraído, como si le fuesajeno cuanto le rodea. Vanamente crey

Victoria encontrarlo en la romería a lCruz de la Misión.

Desde que le han arrebatado su

campanas no sale de su cuarto, si no emuy temprano a cumplir faenadomésticas; ni para mandados lo han y

ocupado. Le ha cogido un a modo de made sueño. Se sorprendió al principio pono experimentar mayor sufrimiento averse lejos de sus bronces. L

nsensibilidad ha ido creciendo. Marta don Dionisio lo vigiladisimuladamente. Se alarmaron co

aquella calma. Ni había protestado, n



daba señales de enfado cuando comsiempre bajaba a sacar agua del pozo, partir leña, a barrer y regar la parroquia

as capillas, el atrio, el curato, la calleCome con igual apetito, aunque siemprfue desganado en el comer. Lo único qu

denuncia su tristeza es que le hablan no entiende; se le van las ideas y andcomo narcotizado, como sobr

algodones; los ojos de desvelado y muacentuadas las ojeras. Para evitapláticas o preguntas importunas, antes das cinco tiene barridos el templo, e

atrio y la calle, a las seis termina suquehaceres y se pierde en el corral o esu cuarto, esquivando aun a Marta y

María. Invencible sueño lo acomete ya



as ocho, a las nueve de la mañanadespierta a las once, a las doce; llaman a comer y vuelta a dormir; per

cuando comienza a oscurecer, el sueñse espanta hasta la media noche o lmadrugada.

Comienzan a dolerle los toques das campanas. No en los primeros días

En los primeros días era sólo un

sensación de hallarse lejos, en un cielo pueblo remotísimos, bajo el gobierno dcampanas inclementes. (Lo mismsentían Victoria, y Marta, y María, y —

entre delirios— Luis Gonzaga, y LucaMacías, y el Padre Reyes. Esentimiento —para algunos más claro

para otros confuso— fue invadiendo a



vecindario). Cuando llegan al pueblo laresonancias de los rezos en la mañande la Santa Cruz y tocan a misa la

campanas, Gabriel siente los tañidocomo punzadas en el corazón; un ansie llena la garganta; por primera vez l

hormiguean las manos al impulso drescatar con violencia el campanaripara desahogar el pecho.

Y son tan fuertes las punzadas, eansia y el hormigueo, que sin desayunani avisar se sale del curato, elige calledesiertas y huye a donde no lo persiga e

extraño campaneo ni la salmodia de lromería. Una súbita idea trata dcontenerlo y desviarlo: la forastera qu

parece una escultura —la forastera qu



ha sido su narcótico— andará en emonte (¿por qué no se me puedolvidar?), y tal vez haya modo de volve

a oírla, de poder hablarle (¿ por qué nse me olvida?); tal vez a ella no ldisgustaría encontrarlo (¡qué m

mporta!), y a él se le ocurriríapalabras que decirle (¿qué podídecirle, dado caso de que la viera?),

e preguntaría…Gabriel se detiene, da unos pasoatrás, vuelve la vista con dirección amonte, cavila, baja los ojos al suelo

camina sin acierto de un lado para otrocuan presto retrocede, avanza; pero ugolpe de viento hace perceptible l

salmodia en «ás». ( Morirás. Morirás)



Llega el grito de la campana mayor¡Qué feo se siente! Así ha de se

cuando después de muerto un marid

escuchara la voz de la que fue su mujerhablando con otro hombre: ¡qué fe

ensamiento!, ¿cómo se me ocurrió? S

como si otro hombre pudiera hacehablar las mismas cosas íntimas a lque uno conoció doncella; y si

ransición: dicen que la escultura eviuda). Entonces Gabriel apresura epaso hasta perder la vista del monte del pueblo; hasta perder el oído de l

salmodia, del campaneo, de los ruidovecinales; pero no pierde el tacto contacto de absurdos pensamientos.

(— Estoy pareciéndome a Lui



érez, dicen que por ella, se volvioco, pero no es cierto, ya antes estaba

¿por qué me quitarían de campanero?

no había pensado en esto, quién sabe salguien oyó lo que me dijo la mujer, y

or eso, ¡dale con la mujer!, ¿dirigi

una orquesta?, es de dar risa, qucosas se les ocurren a las gentes¿cuándo se irá para que me deje e

az?, de todos modos en el valle dosafat, ¿si a mí me pusieran a tocar lrompeta?, sí, yo creo que me conocerí se me arrimaría, pero el marido no l

erdería de vista, ¿qué oficio tendría emarido?, ¿por qué se le murió?, ¿lvolvería loco?, más vale hacer aquí la

cien persignadas para ver si se va



odas estas ocurrencias, Por la señaserá bueno ya no volver al pueblo, Dnuestros enemigos, pero por aquí no s

va a ninguna parte, Líbranos, Señor, della, Dios te salve, Victoria se llama

ve María, Llena eres de Gracia, si ha

de seguir ocurriéndoseme revolturas emejor ya no rezar, entre todas lamujeres, mejor ya no rezo, el fruto de t

vientre, Ave María, a ver si ahoraorirás, morirás, ella también, Parten mí no la tendrás, Victoria, Porque e

ía de la Santa Cruz, ¿no la veré?…)

Cortó el ejercicio a las tres persignada se tendió junto a unas peñas. No tard

en dormirse.



4

AQUELLA noche entre el dos y el tres dmayo — Dies irae, dies illa — doDionisio — Quantus tremor est futuru— tuvo un sueño penoso — Quidquiatet apparebit — en el que habiend

vivido largos años y temore

— Ingemisco, tanquam reus — sintique se le agotaban los jugos de la vid— Mors stupebit et natura — y qu

amanecía sensiblemente más viej— Culpa rubet vultus meus —, más trist— Cor contritum quasi cinis — desvalido — ludicanti responsura, cas



un cadáver— Per sepulchra regionum—. ¡Se le desconocía! Era un resucitadde entre los muertos.

Lacrimosa dies illa,Qua resurget ex favilla,

Iudicandus homo reus.

Al despertar sólo sintió un tremendabrumamiento, un miedo terrible perbrumoso, una ansia de rezar, de clamar

Rex tremendae majestatis,Qui salvandos salvas gratis,

Salva me, jons pietatis.



Como un descoyuntamiento en epotro, acudieron los recuerdos de

sueño, y las orejas le zumbaron

Tuba mirum spargens sonum

Per sepulchra regionum,Coget omnes ante thronum.

Acudieron los restos desperdigado cobraron vida

Quid sum miser tune dicturus?Quem patronum rogaturusCum vix justus sit securus?



Sombras lívidas de aquel amanecercomo dentro de una tumba por la qudesfilan horas consumadas, consumidaen la hoguera del tiempo que acabó

Dies irae, dies illa,Solvet saeclum in favilla:Teste David cum Sibylla.

Sí, todo esto: el curato en sombrasal anochecer, y la sorpresa de un hombrque se recata y espera escondido tras e

arco del corredor, junto a la cocina, podonde aparece un bulto de mujer —¿eMaría?, ¿es Marta?—; el hombre l

habla con débil susurro, ella trata d



huir, él consigue retenerla. —«No, no—gime la mujer. En la voz, es Marta. Eos movimientos, María. —«No, no

pueden vemos, puede venir mi tío, quvergüenza» —la voz ahora es de Marí—; «ya te he dicho que no volvieras, n

quiero, por favor, por María Santísima»El hombre no dice nada; jadeante loprime. Don Dionisio se ha quedad

nmóvil, tremendamente cargado de irampotente para descargarla, los labios a lengua paralíticos. ¿Qué hace Micael

en el curato a estas horas? ¿No tien

prohibido María el verla y más aún erecibirla en esta casa? Porque Micaeles. No cabe duda. Suya es la voz y suyo

os ademanes. ¿El hombre? ¡El hombre



Dios mío!, ¿quién es? Al fin logrdesasirse… María… suyos son lopasos y los gemidos que la lleva

corriendo, cayéndose, hacia su cuarto—«¡Miserable!». También el hombre spierde, jadeante. No se ve nada. Do

Dionisio camina a tientas, encontrandapoyos familiares: éste es el segundpilar, frente al comedor; ésta es l

ventana que da a la sacristía; ésta es lmaceta del granduque; aquí está la mescon el aguamanil y luego la destiladeracon su eterno ruidito, en la oscura noche

don Dionisio alza instintivamente el pipara no tropezar en el batiente de lpuerta de su cuarto; una man

emblorosa le tira la sotana y una voz d



ajusticiado le habla: —«Soy un miserable, quier

confesarme con usted, señor cura».

Don Dionisio quisiera negarse. Va decir: —«Conmigo no»; pero enmudeceLa mano convulsa sigue aferrada a l

sotana. Ésta es la cabecera del catreaquí está una silla, éste el borde de lmesa y éstos los libros: a tienta

reconoce Las glorias de María, quahora le sirve para preparar sus pláticadel mes de mayo. Aquí estaba —¿dóndestá el aparato de petróleo?, ¿y la caj

de cerillos? A tientas los busca por lmesa, en el buró, sobre la silla. Lmano, la boca convulsas insisten en l

mploración. Pero ¿quién escondería e



aparato y los cerillos? En la absolutiniebla suena secamente el ruido de la

rodillas con que se desploma e

penitente y comienza la confesión: —«Merezco el infierno y que ante

me quemen vivo. Soy un miserable

Usted había de matarme, señor cura: habusado de su hospitalidad y de scariño paternal, he pisoteado sus canas

escarnecido las mayores finezas de scorazón. Judas fue un ángel ecomparación conmigo. Máteme usted»El cura siente morirse y que le rebrinc

a sangre como cuando era muchacho os amigos lo provocaban con injurias

Está a punto de gritar:

— «¿Eres tú, Gabriel? Ya me l



maginaba». Sobre los instintos heridoviene a imponerse rápidamente lmemoria de que allí está como Juez y h

de renunciar a ser parte, por imposiblque la renunciación le parezca; pomposible que resulte olvidar el nombr

del pecador y las delicadezapersonales afectadas por aquel pecadoDon Dionisio ahoga el grit

angustiosísimo: — «¡Mis sobrinas!», ha de musitar impasible: —«Continúahijo». Doblemente hijo: en el espíritu en la consanguinidad; con esto

doblemente traidor. Qué trabajcontener las manos que quieren alzarscontra el monstruo; y la voz que quier

gemir: «¿tú, Gabriel?», para dar sitio



a reiteración: —«Sigue, hijo mío». Lmaldecida voz continúa: —«Y lo peoes que yo no quiero a María, sino

Marta; y queriéndola, he ido en pos dMicaela, engañando a Marta y a María»De nuevo se levanta la trémula mano de

confesor para descargar la irritación dodos los siglos y los mundos; en lo alt

se deshace en caricia. No, ésta no es l

cabeza, ni éste el cutis de Gabriel. ¡NoEs… es… ¿de quién? Quizá seDamián. Súbito pavor contrae los dedoparroquiales y desusadamente el ancian

experimenta náuseas ante aqueconfesando; luego su espíritu sconturba por esos humanos sentimientos

por ese asco, inadmisible en un cura d



almas, para el que nada deben significaos apetitos ni las vanidades, lontereses y afectos personales. Deb

olvidar el recuerdo, el nombrndividual del feligrés. Deb

sobreponerse a la repugnancia que l

nspira esa oveja, y acariciarlevangélicamente. Debe llenar sus oídocon los miasmas que desprende:

—«Mi pecado es mayor, porqudeseo a todas las mujeres del pueblosin distinción de estado. No puedo ver alguna, sin desearla. Hijas de María

casadas. Pero no nomás. Tampoco puedpensar en cualquier mujer, aunque no lconozca, sin concebir torpe

concupiscencias. Mujeres que vivan



muchas leguas, en París, en AlemaniaMujeres de la historia. Todas, todas mnspiran malos deseos». Don Dionisi

no puede ahora reprimirse y oprime coviolencia el hombro del penitente—«Usted tiene la culpa, señor cura

Primero, porque nunca me ha queridrevelar quién es mi madre. Padezco unsed implacable de ternura, de ternur

femenina. Después, usted ha impedidastutamente que yo me acerque coranquila confianza a María y a Marta

como un hermano que se entrega

impios afectos. Finalmente, usted tiena culpa por haberme quitado el únic

cariño que poseía: mis campanas, en la

que cifraba y con las que compensab



mi sed inmensa: yo las había enseñado hablar como quisiera que me hablarauna y todas las mujeres de la tierra; y

as acariciaba, como hubiera acariciada una esposa, como acariciara a Marta susted no me separase de ella. Líbrem

de Micaela, que me acarreará todo maSi usted no me libra en este mismmomento, yo me entregaré a Micaela

haré a Micaela víctima de mi furorMicaela y yo seremos la vergüenza depueblo. Micaela me atrae fatalmente voy a sucumbir en esta oscura noche, e

esta maldecida noche»… No podía ser sino sangre lo qu

sudaba don Dionisio en aquello

momentos. Y en el sueño mismo l



acometía la duda de soñar. ¿Era víctimde infernal pesadilla? No, ésta es lmesa y ésta la silla de su alcoba. S

restriega los ojos y los siente abiertosPalpa a la derecha y encuentra lcerradura del librero. Se toca el pecho

podría contar los botones de la sotana, encuentra el botón quebrado que no henido tiempo de cambiar. Alza el pie,

oye que rechinan los zapatos. Busca lcabeza del hombre penitente y lencuentra, y encuentra los cabelloduros, revueltos, llenos de sudor. Dio

mío, ¿quién es? ¿Gabriel? ¿Damián?, ¿eDemonio? De pronto un fogonazlumina su conciencia:

—«¡Es el Demonio! ¡Retírate



Satanás, pues quedó escrito que no hade tener parte en mí, ni lograráperturbarme!»…

El sacerdote hace la señal de la Cru prorrumpe en un exorcismo. A esiempo resuenan gritos de naturalez

amás oída en los ámbitos de la casparroquial. Primero parecían maullidode gata en brama. Son gritos de mujer

a que ha llegado su hora de ser madreLa gimiente se arrastra hasta los pies ddon Dionisio. Sin saber cómo, éste shalla revestido con alba y casulla roja

como si se dispusiese a celebrar misa ehonor de algún mártir. ¿Quién lo hraído al presbiterio? ¿Quién ha dejad

legar a la mujer hasta este siti



sagrado? Ya no son los muros decurato, sino las bóvedas del templo laque se estremecen con los clamore

femeninos. Tiembla la lámpara roja eel altar; pero se le distingue el rostro a mujer. Don Dionisio la mira com

Cristo a los mercaderes venidos aemplo. Era tal aquella mirada, que l

mujer, entre gritos, articuló esta

palabras: —«¡Lo quise! ¡Lo quiero todavíaYo soy la culpable. ¡Fue por mi gusto!».

Enloquecido, sin control, do

Dionisio lanza puntapiés a la pecadora. —«Nuestro Señor no trató así

María Magdalena, ni siquiera a la muje

adúltera». El párroco no logr



dominarse; contra su íntima voluntasigue lanzando puntapiés.

—«Al vientre no» —implora l

cuitada—, «¡no, en el vientre no: es tasagrado como un altar!».

El pataleo se eterniza.

—«¿Ni siquiera porque soy tsobrina? ¿No me conoces? Me llamMaría Magdalena».

—«¡Yo no tengo sobrinas!». —«Soy Marta. Tened piedad de mí» —«¡Lejos, lejos de aquí

miserable!».

—«Yo no tuve la culpa. Damián mforzó. Por favor, que no lo sepa nadieseñor cura, ¿no me conoce?, soy l

pobre Micaela y estoy a punto d



condenarme». —«Dios es el que debía ignorarlo

miserable».

Y en efecto, aquél era uno de lovestidos escandalosos que Micaela trajde México; el mismo que lució el Jueve

Santo. No se veía el rostro, ni sreconocía la voz, distorsionada por logritos. Como nada lograron lo

puntapiés, el cura pidió al cielo umilagro: que alguien sacara a la mujedel sagrado recinto. Y el milagro fuhecho. Ahora estaban en la recámara d

Marta, presidida por María Auxiliadora —«Usted tiene la culpa, usted qu

nos dejó solas, distraído por su

rabajos y preocupaciones. Quis



gnorar que éramos mujeres y, commujeres, flacas, dispuestas a caerencerradas en la oscuridad, ansiosas d

uz, torturadas de deseos. ¡Yo queríener un hijo!»…

—«Y el Diablo te dio gusto».

—«No, no fue el diablo»… —«¿Quién, entonces?». —«Mi deseo».

—«Fue el Diablo. ¡Te digo que fuel Diablo!». —«De todos modos, usted tuvo l

culpa».

De nuevo prorrumpió don Dionisien un ¡no!, furioso, al tiempo que sanzaba a ahogar a… ¿a quién?… ¿

Marta?, ¿a María?



— consiguió despertar — solvesaeclum infavilla —, mas despiert— teste David cum Sibylla — dud

— Quantus tremor est futuras —sahora estaba dormido — uando judex esventurus — o muerto — cuneta strict

discussurus — y si todo lo soñado era lrealidad mortal.

Sin aclarar la duda, se arrojó a

suelo con mayor presteza que otros día comenzó a fustigarse sin misericordiaEl sudor frío se convirtió en hilillocalientes de sangre. Pero crecía la pena

sin consolación. Muerto, don Dionisiasistía a su propio funeral, llorando ehimno:



Huic ergo parce, Deus: Pie Jesu Domine,

Dona eis réquiem. Amen.

5

O pudo saber Gabriel qué hora ercuando despertó. El nublado impedívislumbrar el sitio del sol. Sensacionede cabal euforia retuvieron tendido amancebo; placentera distensión de lo

párpados, de los músculos. El sueñhabía extirpado los nerviecillos de lnquietud.

— Estoy como nuevo. Quiso estrena



su flexibilidad y echó a correr sirumbo; gozaba trepando las pendientede los lomeríos; libre de propósitos

con el solo sentimiento de su bienesta—un bienestar de bestia joven—, arriba la Cruz de la Misión; pensó volverse

a soledad estimuló el deseo de ver apueblo desde la cumbre; avanzó cocautela de ciervo sagaz.

— Ya no hay nadie. A estas horaa no puede haber nadie.Allá el pueblo, sin gentes las calles

vacío y sordo, abajo, como si se vier

desde una torre celestial. ¿Cómo verldesde más alto? ¡Subir, subir más altocontra esas nubes percudidas, contra es

cielo raso: muro de cárcel! ¡Volar alto



más alto, con los brazos tendidosbrincando sobre los nervios de lapiernas!

—¡Gabriel!Y caer de los cielos altos, caer de

olvido al calabozo que creyó burlar. Er

como si él mismo se hablara y de prontextrañase su voz.

O como si regidas otra vez por su

manos hubiera vuelto a oír lacampanas, y éstas alcanzaran el acentque nunca pudo arrancarles.

—Qué sorpresa.

Tardaban las palabras en bajar afondo del calabozo.

— ¡Cómo lo he sentido!

—Ya no es posible vivir así.



¿Cuándo caerá otra? — ¿Y usted? ¡Ya me imagino!Melodioso monólogo, a pausas.

No, no es la propia voz —esta rudvoz, imposible de brotar—, ni es acordde campanas.

—Por qué no vino en la mañanaPregunta sin interrogación.

Sin contestación.

—Creí que lo encontraría.¿Por qué tardan tanto en descendeas palabras?

—Quería verlo.

Las palabras retumban sin eco, acaer en pozo.

— ¿Qué piensa hacer?

Sin pausa:



—Si yo pudiera…¿De qué le están hablando? Sí, ya l

sabe: de sus campanas.

—Lo que menos esperaba erencontrarlo.

Ahora, de nuevo, la paus

desesperante. —Muchas veces pensé venir un

arde.

¿No es él mismo quien retarda lapalabras en los ajenos labios? —Imaginaba el placer de oírlo tocar

desde aquí, las campanas.

Sí, Gabriel es el que retarda lavoces del monólogo, hasta imprimirleun ritmo de eternidad en el fondo de

corazón.



—Ver la torre y el caserío llenos dsol, a esta hora.

Como cuando tocaba sus campana

con lento compás. —No se me concedió.Brevísima pausa.

—¿No se me concederá?En el fondo, muy en el fondo, un

palabra quiere brotar para interrumpir e

monólogo. —Ya es hora de volver.Adelanta la estatua el musl

derecho. Se le desprende una frase fatal

— ¿Quiere usted acompañarme?Gabriel siente que lo intiman par

salir al paredón.

Si al principio no pudo retroceder



ahora no puede resistirse.Han cesado las voces, cuesta abajo.El camino escabroso.

La diosa no puede avanzar cofacilidad.

Y aquí —el cielo, el mundo s

voltean de revés—, aquí la dama sapoya en el brazo del muchacho.

Rápidamente.

Mano, brazo de mármol tibio.Silencio tenebroso.Siniestras penumbras bajo las rocasY otra vez el apoyo.

Y otra, y otra vez. —¿Por qué no habla?Silencio de siglos, hasta terminar l

cuesta. Dos pensamientos angustioso



extorsionan el cuello y el pecho dGabriel:

¿Querrá que entremos juntos a

ueblo?, ¿si hubiera llovido en lsierra y el río está crecido, cóm

odremos pasar en toda la noche?

—¿Qué tiene? ¿Por qué tiembla? Yme lo imaginaba: usted está enfermo.

El río seco.

—Yo me iré sola desde aquíMuchas gracias, Gabriel.¿Por qué no brota la palabra? —Adiós, Gabriel.

¿Por qué no quiere brotar lpalabra?

—Deme su mano. Adiós.

—¿Seño…? (No, no era ésta l



palabra que quería brotar). —Me llamo Victoria.

6

Cómo dieron guerra los gatoanoche. No dejaron dormir.



EL PADRE

DIRECTOR

1

NUESTRO Padre director —clamaas Hijas de María, entre temerosas

extáticas. Muchos hacen burla deratamiento y del aludido; éste concit

múltiples animadversiones; en cambino faltan quienes por él dieran la vida.



Se trata del presbítero don JosMaría Islas, ministro de la parroquia director de la Asociación de las Hija

de María Inmaculada; este cargo lconfiere la poderosa influencia que lhace respetable y temible aun a su

malquerientes. Le basta una miradrápida o un ademán para que todas cada una de las Hijas de María l

entiendan y obedezcan. Con una palabres capaz de transportar las almas sumos deliquios o sumirlas en infernadesdicha.

La simple vista no descubre lfuerza del eclesiástico, quien deja unprimera impresión deplorable, d

enfermo que padece neuralgia constant



a cada momento puede desmayarse. Liemblan los párpados y los labiosemblor que crece antes y después d

romper a hablar: penosa operación en lque toman parte el entrecejo contraídoel exaltamiento de una vena en mitad d

a frente, las aletas de la nariz —finísima— y los tremolantes pabellonede las orejas. Al permanecer callad

mueve internamente las quijadasFisonomía y modales hechos de aristasnerviosos, privados de cordialidad. Svoz es chillona y de volumen escaso

pero las devotas le han encontradencantos sobrehumanos.

Para las Hijas de María y par

buena parte del vecindario es cuestió



ndisputable la santidad del Padre Islasel menor asomo de duda les provocenojos. Abundan consejas maravillosas

que son artículos de fe para no pocos orgullo regional aun para los incréduloscasos pasmosos de profecía y d

curaciones, de ubicuidad y dpenetrabilidad, de levitación y darrobos, de multiplicación de alimento

socorros para necesitados, de arregloen asuntos que parecían imposibles, dhallazgos de cosas perdidas, de lecturde conciencias y de sorprendente

consejos.A riesgo de indignaciones y de qu

se le crea envidioso, el señor cur

Martínez da la cara contra la fáci



credulidad; lo hace con energía, percon prudencia, tomando las cosas eerreno abstracto, recordando la cautel

de la Iglesia para dar asentimiento a lsantidad y a los milagros familiares, qucasi siempre resultan creaciones de l

maginación popular exaltada.En su fuero interno, don Dionisi

iene al Padre Islas por sacerdot

virtuoso; pero víctima del escrúpulo, en esto le va a la mano suavementeaunque con pocos resultados. «Despuéde todo — piensa para sí don Dionisi

—, el escrúpulo acrisola la vidparroquial y es un perpetuo toque dalarma, que hasta ahora nos ha sido útil

con que no agoste la virtud de l



esperanza!» Con efecto, don Dionisiiene por confesor al Padre Islas, lo qu

se añade como testimonio de santidad e

pro del ministro.Mucho más íntimamente, do

Dionisio desearía que destellase l

caridad en el alma de su colega; cofrecuencia el párroco se sientresponsable de la rigidez excesiva de

Padre Chemita, como lo llama econfianza, y cuyos estados dmisantropía espiritual suelen alarmarlo.

El Padre Islas es hermético aun co

su propio párroco y amigo. Hay días eque absolutamente deja de hablar parece dominado por una cólera sorda

entonces aumenta el interno bullir de la



quijadas y, recluido en su casa, se niega todo el que lo procura.

De un año en otro, don Dionisio h

venido difiriendo el propósito dconsultar con la Superioridad el caso dsu ministro. «Mientras as cosas no vaya

a más» —calcula; y así han transcurriddos lustros.

«Hay una semejanza de caracteres

propensiones entre el señor cura y ePadre Islas» —juzga el Padre Reyespara quien es cosa clara por qué aquése confiesa con el segundo: para busca

escrupulosos estímulos y limitaciones eel ministerio, previniéndose contra ucriterio de manga ancha.

Desde su llegada al pueblo



mediante el confesonario, el PadrReyes midió con exactitud la influencidel Padre Director , con cuyos exceso

no estuvo de acuerdo; pero fiel a snorma de discreción, se cuidó de haceobservaciones. Cuando estuvo seguro d

a confianza del párroco, decidineutralizar indirectamente aquellnfluencia, que en forma de idea

obsesionantes hacía su aparición aun ehombres maduros, atormentados povanos temores; en primer lugar sacercó a los niños, luego a los jóvenes

con quienes formó el coro parroquiadespués proyecta airear un poco el almde las mujeres. Tiene que proceder co

suma lentitud y con exterma cautela, po



as afinidades evidentes —aunque comuy sensibles diferencias— que haentre el superior y el compañero. ¡Qu

diera por desatar en risas la tristeza depoblado y romper las costumbres daislamiento y proponer a la religiosida

un ritmo alegre! Tampoco él hescapado al escrúpulo y frecuentemente asalta la duda sobre si no tendrá razó

el Padre Islas en garantizar la pureza da vida con esa rígida sobrevigilancique ha llegado a imponer a laconciencias; razonamiento que lo cohíb

para proseguir con buen pulso sus tarearenovadoras, y antes lo ha orillado aceptar funciones de inquisidor, en l

empresa de mantener un rígido contro



sobre los apetitos de la malicia regionaUn caso de nefasto exceso en l

nfluencia del Padre Islas, el caso d

Luis Gonzaga Pérez, ha exacerbado lnconformidad del Padre Reyes y lienta a plantear drásticamente l

cuestión ante el párroco, pues lo crecaso de conciencia y no le cabe dudcuando relaciona los extremos a qu

legó el ex seminarista —manías, fobiasics—, con la dirección espiritual a quse sujetó en manos del Padre Islas.

«¿Pero cómo se compadece l

nfluencia del escrupuloso sacerdote coa sospecha vehementísima (para e

señor cura es cosa evidente) de que Lui

Gonzaga concurrió a una reunión d



espiritistas? ¿Cómo, tampoco, puedatribuirse a la influencia del Padre JosMaría la manifiesta animadversión y la

críticas de Pérez hacia el señor cura?—cavila el Padre Reyes.

«No obsta. Como no ha obstado par

desenlaces funestos en tantas doncellaatormentadas por los escrúpulos quienes en un momento d

desesperación se dejan caer del peomodo» —se responde a sí mismo epresbítero.

En los días que siguieron a

accidente de Luis Gonzaga, el PadrReyes asistió a la cabecera del jovencuyos raptos de locura mística

desesperación vinieron a confirmar la



presunciones de que un imprudente celhabía orillado y quién sabe si sumido eocura definitiva al hijo de doñ

Carmen.«Resueltamente no —pensaba e

Padre Reyes—, no es mejor la rigide

como método de dirección espiritual, nmenos para temperamentos débilescomo el de este muchacho, como el d

antas muchachas a quienes el PadrJosé María inspira un sentido sombríde la existencia. ¿Para qué? ¿Para que aprimer choque con la realidad fracasen

¿Para que los lazos que los unan coDios sean lazos de temor y no de amorPrecaria y falsa piedad la que s

asienta en terreno cenagoso! ¡Pantano d



angustias, propicio al desarrollo dodos los morbos, concupiscencias

hipocresías!»

El estado de excitación delirante eque se hallaba Luis Gonzaga y, por otrparte, la enfermedad del señor cura

primero, después la rareza de ánimo coque se levantó, ahuyentando laocasiones de confidencias, impidiero

al Padre Reyes tocar el problema. Luegvino el desastrado caso de Damián Micaela, que robusteció la temerosautoridad del Padre Islas.

2



¿CÓMO no había de robustecerla, si todel pueblo tuvo en él un evidente caso dprofecía? No una: muchas veces, y no e

privado, sino públicamente, el Padrdirector aseguró que Damián era lvergüenza del pueblo y de que por é

vendría la abominación, se lloraríaágrimas de sangre y nadie detendría l

cólera divina. En cuanto a Micaela, ¡co

qué solicitud buscó inducirla al camindel bien y cuán amargamente deploró efracaso de sus esfuerzos múltiples! Nvalieron consejos, insinuacione

amables, llamados enérgicos, avisos namenazas.

"No sólo labrarás tu ruina, sino la d

u familia y la perdición de mucha



almas...Ay de aquel por quien venga eescándalo...No puedes esperar más quuna muerte violenta, que llene de terro

a las gentes" -le dijo una y muchaveces.

Y el pronóstico se cumplió al pie d

a letra, por la obcecación de la infeliz.

3

EL caso de Damián y Micaela com

cumplimiento de predicción, trajo a lmemoria de los vecinos muchos otrosucesos en los que fue fatal desoír lo

avisos del Padre director. También s



recordaron ejemplos de vidaedificantes orientadas venturosamentpor el «santito» del pueblo. Las Hijas d

María hicieron historia de la Asociacióbajo el régimen del «sabio y virtuosPadre». El raudal de añoranzas

comentarios fue parte a desahogar eagobio común.

En la crónica que pudiera escribirs

con este material —y son muchos loque reiteradamente se lo proponen aPadre Islas— vendría en el primecapítulo la ya legendaria existencia d

Teo Parga, celosísima fundadora primera presidenta de la Asociaciónmujer de vida tibia y entregada a la

comodidades de una excelente situació



económica, en vísperas de contraematrimonio con acaudalado vecino dJuchipila, oía en vano la

amonestaciones públicas y privadas derecién venido Padre Islas, anheloso dfundar en la parroquia la Asociación d

Hijas de María: —«Hay gentes que se obstinan e

ser llamadas personalmente por l

Divina Providencia, sin fijarse en questos llamados suelen ser rudos...» — «Usted será llamada con dureza

si se obstina en no escoger de grado e

camino que Dios Nuestro Señor ldepara...»

—«Teófila, ¿por qué abjura de s

nombre, que quiere decir amante d



ios, y prefiere el vano y pasajero amode un mortal?...»

Pasaban los días, llegaban las donas

fue fijada la fecha del matrimonio, enovio se puso en camino con lcompañía de parientes, amigos

músicos; pero el hombre propone y Diodispone: fuera de tiempo, una tormentse abatió sobre la caravana y un ray

mató al prometido de Teófila Pargaésta, convicta, herida en lo más vivo dealma, trocó la tibieza en fervor, lriqueza en rigor; se quedó con l

ndispensable para el sostenimiento dun asilo de muchachas huérfanas, qudesde entonces fue su casa, repartió e

resto de su fortuna, se consagró a l



fundación de las Hijas de Maríaextremó la ejemplaridad de su vida y fupremiada por Dios con un don que pus

espanto a la comarca: predecía lmuerte de las gentes; y ello, con máfrecuencia, por revelación en sueños

una mañana se levantaba con el anunciohoy en la madrugada, entre las dos y lares, murió fulano. Fulano vivía lejos,

muchos días de camino, hasta en EstadoUnidos; venida indefectiblemente lnoticia del fallecimiento, coincidía lhora dicha por Teo.

—«Encomienden a zutano —decíotras veces—, porque no saldrá lnoche.»

Y en alguna ocasión zutano se habí



acostado en perfecta salud. El crujir dmaderas —un armario, una petaquillauna rinconera— le servía también d

presagio; no era raro que leyese lproximidad de la muerte en esemblante:

—«Mengano morirá este año... Seríbueno que perengano se fuerpreparando: no puede vivir much

iempo, quién sabe si no salga el mes»..Teo no podía resistir vida taextremada y, como es presumible, tuva gracia de conocer anticipadamente l

hora de su muerte: —«Yo no saldré estaño »

— «Hermanas —decía en la

asambleas—, encomiéndenme a l



Santísima Virgen: ya se acercdiciembre.»

—«Pero si estás para dar y presta

salud»— le respondían. —«Yo sé la caridad que les pido

Encomiéndenme a Nuestra Madre

Señora.»El cuarto día de la Novena de l

nmaculada llegó al asilo con resfrío

Todavía se levantó a misa la mañansiguiente. Por obediencia le mandó ePadre Islas que se recogiera.

— «Recomiende a las hermanas qu

pidan porque no cambie la fecha: el díde nuestra fiesta.»

—«No diga cosas, no diga cosas: e

un catarro que le pasará con cuidarse.»



Por no contrariarla —pues no habígravedad alguna— le administraron loúltimos sacramentos el día seis; el dí

siete amaneció sin calenturacomenzaban las chungas de lopropensos al liberalismo; en la tarde, l

enferma comenzó a agonizar hasta la unde la mañana en que murió y fudifundiéndose por el pueblo un olor d

azucenas.Como signo adverso, no menoedificante es el caso de MacloviLedesma, que habiendo ingresado, d

as primeras, a la Asociación, habiéndose distinguido en los principiopor su celo, resultó un día con qu

dejaba la cinta azul y la medalla de plat



porque iba a casarse, como en efectsucedió; los reveses no se hicieroesperar: el marido perdió tres cosecha

año por año, una epizootia acabó coodo su ganado, se frustraron do

embarazos, y esto no fue nada, e

comparación con la locura qusobrevino a Maclovia; desde reciécasada fue víctima de una tristez

mortal, que nada ni nadie podídisiparle; tras la primera frustración dien sentirse perseguida, ya por suparientes políticos, luego por su marido

finalmente por el diablo en persona, qual cabo identificó con el Padre Islas, entonces comenzó a decirse que ella er

a poseída por el demonio, quien poní



en la confusión de su mente tan sacrilegdespropósito; víctima del delirio, srehusó a probar alimento cuando estuv

grávida por segunda vez; entonces paso que ahora de sólo recordarlo hacemblar a las gentes: un domingo, a l

hora del mercado, Maclovia se echó a lcalle, a medio vestir, gritando cosahorribles: —«¡Ay de ti que dejaste

Dios por un hombre!¡ ¡Condenada estás!!»... —«Mírenme todos cómo estoy, as

me puso el Padre Islas, que es un disfra

del diablo»... —«¡Cómo que no matan a ese perr

del Padre Islas, que no es más que e

demonio en figura de padre!»...



—«Todos son unos cobardes comel marica de mi marido»...

Excitado, el pueblo comenzó

anzarle piedras, y Maclovia, en medide la plaza, dio gritos inarticulados, lsacudieron convulsiones tan fuertes qu

res hombres robustos no la podíacontener; se le puso morado el rostro, smordía la lengua y echaba espumarajo

por la boca; los circunstantesconvencidos de que estabendemoniada, no hallaban si rematarla pedradas, o huir del espectáculo

prevaleciera la primera opinión a nnterponerse con energía el señor cura

no hubo tiempo de conducirla a su casa

fue allí donde se malogró el nuevo frut



de sus entrañas, y si pudo salvar la vidras la hemorragia que sobrevino, ya n

dio más señales de razón: idiotizad

anguideció año y medio, gruñía parpedir alimentos y no guardaba diferencicon las bestias para desahogar su

necesidades; menos aún daba señales dreconocer a quienes la rodeaban; unmañana la encontraron muerta, en medi

de la mayor inmundicia. No, esta historia no cabría, con ssiniestra ejemplaridad, en el eucologide la Asociación, plantel de ta

fragantes rosas, como aquellbienaventurada Elvira Domínguez, quconsumió su plenitud en el Hospital: ell

curaba a los enfermos, ella les hacía



es daba de comer, ella salía por acalles a pedir lo necesario para esostenimiento de la casa; nadie l

ayudaba en las faenas de aseo, en ecuidado del huerto, en sacar del pozoda el agua indispensable para l

pulcra limpieza de corredores y salonesni le arredraba el acompañamiento dmoribundos y muertos en las noche

eternas; ayudaba serena y devotamente bien morir, amortajaba los cuerposhilaba rosarios por el alma difunta ycuando amanecía, bajaba al pueblo par

disponer el entierro; tísicos, leprosospalúdicos, hasta locos, hasta enfermode rabia, sin dolientes y por todo

desamparados, recibían asilo; pero l



prueba mayor a que se sometió la virtude la bienaventurada Elvira fue sseparación del Hospital, cuand

vinieran las religiosas a hacerse cargde la casa; sin quejas ni protestas, lbienaventurada entró a servir en casa d

don Leonardo Chávez, aunque quisDios que no por mucho tiempo, puepresto la llamó con muerte plácida.

Lugar no menos insigne ha de ocupaa memoria de Maximina Vallejo, quan heroicamente soportó la irrisió

pública, pues llegaron a tenerla po

mujer demente; su celo la inducía construir capillas y ermitas en los mápequeños poblados de la jurisdicció

parroquial; visitaba obstinadamente



odas las familias para que destinaran oratorio una de sus habitaciones; lodomingos salía por las calles y entraba

os comercios pidiendo limosna parproseguir las obras que teníemprendidas: la capilla del ranch

fulano, la ermita en el cruce de talecaminos, la reparación de aquel y aqueemplo, la compra de una custodia, d

unos ornamentos, de una imagen con es el otro destino; ella en personaparejaba su burrito y salía sola podistintos rumbos, localizando sitio

apartados en que debían erigirse lacasas de Dios. Nadie sabe cómdesapareció en uno de esos viaje

remotos. La versión popular asegura qu



fue arrebatada al cielo, aunque codisgusto de las devotas Hermanas hayquien diga que un arroyo crecido l

arrastró cerca del Río Grande, que va dar a la mar.

Cosa difícil será decidir l

preferencia que obtengan tantas vidas duna virtud heroica, todas dignas deprimer lugar. Con Teo, Elvira

Maximina, Jovita Soto —bellezegendaria—, quien para librarse dasedios amorosos buscó en el hospital econtagio de la viruela, que vino

desfigurarla horrorosamente; pero lpermitió vivir en plenitud la vida de lAsociación, a salvo de impertinencias

Y Filomena Manzo, animosa para habla



con los difuntos, no con otro interés quel de cumplir las obligaciones que lempedían salir del purgatorio. Y Clar

Galaviz, tantas veces levantada pomuerta en la iglesia, caída en raptos ddivina contemplación. Y Crucita Mora

que supo resistir durante muchos años edolor y la vanidad de un estigmmilagroso que reventó en su pecho, n

revelado sino por obedienciconfesional, para edificación de laHermanas, en el momento dadministrarle los últimos auxilios.

¡Historial gloriosísimo que con senmediato suena de modo arcaico y au

se olvida en el tráfago cotidiano; per

calladamente se prolonga en muchas d



estas mujeres vestidas de negro, cuycinta azul y cuya medalla de plata ni lmuerte arrancará del pecho! Baluarte

contra las quimeras de los hombresrehenes divinos frente a la corrupcióamenazante, pararrayos que guardan a

pueblo de la cólera celestial. Hoy comayer florecen las Teos y las Elviras en eplantel de la Asociación. ¿Qué sería de

pueblo sin ellas? La ola de fango lhubiera sepultado mil y mil vecesAunque no se vanaglorien, muchas hasido socorridas por aparicione

prodigiosas, otras escuchan vocesobrenaturales y no faltarán quienealgún día sean reverenciadas en lo

altares. (Estas ideas han sido tomada



del repertorio habitual que usa en sualocuciones el Padre Islas.) Y el pueblo sabe: alguien es el conductor de l

«excelsa pléyade», alguien es ehortelano del «mirífico vergel», alguieha hecho que prendan las «deífica

rosas», cuyo perfume «satura a lcomarca y sube al cielo en holocausto».

4

LA vida privada del Padre director empenetrable. Nadie, sin excepción, e

recibido en el domicilio del sacerdote

adie puede decir cómo es el interio



de la casa. Nadie ha visto entreabiertaa puerta o las ventanas. Parece una cas

deshabitada. El Padre Islas no gusta d

que lo busquen allí; pero en casos muapurados, cuando se le ha de dar urecado urgente del curato, cuando se l

requiere para alguna confesión, lagentes tocan a la ventana de junto azaguán, y sin que se abra, responden po

dentro, se transmite el mensaje y sobtiene la respuesta. El eclesiásticrehuye saludar en la calle y que ldetengan o traten de acompañarlo

cuando esto es inevitable, don JosMaría no abre la puerta sino hasta quse ha marchado el impertinente. Por l

calle va de prisa, con pasos alterados



como de fugitivo, la vista en el suelorígidos los brazos. Entre su casa y lparroquia median tres cuadras, que sól

recorre las veces indispensables: unaen la mañana, para celebrar misa; luegocuando vuelve para el desayuno, dos

res horas después; en la tarde, hacia lares o las cuatro regresa a la parroquia

allí permanece hasta las ocho o la

nueve; si ha de permanecer más tiempdebido a alguna ocupacióextraordinaria, principalmente en lamañanas, por ejemplo, para acompaña

alguna misa de función, se hace llevaos alimentos, evitándose salir a l

calle. Siempre se le ve entrar por l

glesia y nunca por el curato. No acept



nunca sentarse a la mesa del párrocoAsiste por lo regular en la pequeñsacristía de la capilla de las Hijas d

María, que ha tomado por despachoSemejante al señor cura; pero máradical, sólo va a las casas par

administrar los sacramentos ecircunstancias extremas y siempre quse trate de alguna hija de confesión

Jamás habla con una mujer a solas; eratándose de cuestiones reservadas, bien las remite al confesonario (y nuncconfiesa mujeres si no hay luz del día)

bien sitúa un testigo a prudentdistancia. Todo interlocutor —del sexoedad o condición que sea— deb

colocarse mesa de por medio par



hablar con el escrupuloso ministroquien durante las horas que permanecen su despacho casi nunca se halla solo.

¿Pero qué hace durante las horas eque se encierra dentro de su casa? Qureza, que medita, que se sumerge e

éxtasis y en ellos departe familiarmentcon Dios y con los Santos, que se laparecen con suplicaciones las Anima

del Purgatorio, que escribe libromísticos con los cuales la posteridaendrá una sorpresa, que se mete en u

cajón de muerto (alguien vio el ataú

entrar en la casa, pero nadie lo ha vistsalir) y allí reza, medita y duerme; otroafirman que cultiva un huerto, que part

eña, que condimenta sus alimentos, qu



cose y remienda su propia ropaRumores, rumores de la fantasícolectiva. Lo único que parece cierto e

que don José María no come clasalguna de carnes, descuida todo lo qual cuerpo se refiera, principalmente e

materia de aseo y de comodidad, ldisgusta tener que alumbrarse con luartificial y detesta conservar animale

en su casa; los gatos le crispan lonervios y es una de sus mayorecontrariedades oír maullidos en loejados vecinos.

Dos tías viejecitas, ambarematadamente sordas, le hacen casa; scabe, son más reservadas que e

presbítero; salen a la primera misa



compran sus menesteres muy temprano nadie vuelve a verlas en el resto del día

El Padre Islas no se confiesa co

ninguno de los sacerdotes de lparroquia; cada quince días o cada mehace viaje al convento franciscano d

Clamores —doce leguas distante—cuyo guardián es su confesor.

A excepción del párroco, el Padr

slas apenas si saluda a sus compañerode ministerio y extrema la distancia coel «tolerante» y «modernista» PadrReyes y con el Padre Rosas, más atent

éste a sus negocios que a la salvación das almas.

En la agencia de correos no ha

memoria de que el Padre director hay



depositado alguna pieza, y es muy rarque las reciba. Cuando casi siempre esolicitud de consejos espirituale

alguien le escribe (generalmente Hijade María que se han ausentado), dice a presidenta o a la tesorera qu

contesten esto y aquello. No recibe dádivas. En los primero

meses de su estancia, el vecindario l

colmaba de obsequios y bocaditos, qunvariablemente se devolvían con lomismos portadores. Para el día de SaJosé y para el Jueves Santo, durante lo

dos primeros años de residencia en epueblo, se le trató de agasajar como eradición; las devotas bordaro

pañuelitos, juegos de servilletas, toalla



de mano, un sobrepelliz de sorprendentcarrujado, mientras los comerciantehabían hecho comprar un Breviari

flamante, con pastas de piel y cantodorados; la exquisitez culinaria —excepcional— del Jueves de la Cena

ocó a las herméticas puertas. Los gastoquedaron hechos. No hubo manera dque aceptara el más insignificant

regalo. Sólo la evidente virtud pudsosegar el arrebato de cóleras que sprodujo. Pese a la lección, las Hijas dMaría continúan bordando cada añ

algunos objetos religiosos con lesperanza de que al fin el Padre directoos acepte, lo que no han conseguido

Tampoco faltan quienes al tiempo de la



cosechas manden al Padre unas cargade maíz y frijol, un bote de manteca o dmiel, una arroba de piloncillo, sin logra

que sus ofrendas traspongan las puertadel enérgico varón.

Más miserables no podían ser la

compras que las tías del Padre Islahacen: medio kilo de arroz para toda lsemana, igual cantidad de fideo, azúcar

piloncillo y manteca; cinco centavos dsal, cada tercer día; un real de pan, doitros de leche, cuartilla de camotes y u

huevo, diariamente; cada veintidós día

o cada mes, el Padre compra medihectolitro de maíz, un kilo de sagú y uncarga de leña, más algunos litros d

frijol; el sacristán le lleva diariament



un costalito de fruta, que don José Marípaga por anticipado.

El desayuno, que algunas veces tom

en la sacristía, consiste en té de hojas dnaranjo, una taza de sagú o de atole, uvaso de leche y tres piezas de pa

blanco.Este género de existencia contribuy

poderosamente a la exaltación de

presbítero en la fantasía popular; pero lque a las gentes impresiona más es ldea obsesionante del Padre Islas controdo lo sexual, que raya en ojeriz

contra el mismo matrimonio, lo que hvigorizado una vieja prevención, un celancestral por las doncellas, y ha valid

al rígido varón la solicitud entusiasta d



os llamados a guardar la honra de lafamilias.

5

CUÁNTOS esponsales ha impedido; cuántos otros ha llevado dudas remordimientos. Nada podr

convencerlo de que la virginidad no eel estado perfecto. Invariablementhabla de «la Santísima Virgen», de «l

siempre Inmaculada y sin mancilla»nunca la llama «Nuestra Señora» «Nuestra Madre»; de su cuenta sólo s

a representaría con las manos juntas, l



vista baja y quebrantando con laplantas a la inmunda serpiente. Verdad malevolencia, el Padre Rosas —qu

antas bromas hace a costillas de scolega— dice que San Chemita, virgen ymártir , ha llegado a proponer l

separación de las imágenes de NuestrSeñora y de Señor San José. Cierto eque nunca el Padre Islas ha celebrad

misa en la capilla de la SagradFamilia; su poca devoción al Patriarces manifiesta, no lo menciona en susermones y se le han escapad

expresiones desdeñosas para el rezo dos Siete Domingos con que suel

pedirse a San José lo que mejo

convenga en cuestiones de proyecto



matrimoniales; desdén extensivo ostensible para el ejercicio de posadas singularmente para la procesión con lo

Peregrinos. —«Esto huele a profanidad—dicen que ha dicho en asambleas de lAsociación. Visible disgusto extern

cuando alguien se atreve a invitarlo parque vea un Nacimiento, en los días d

oche Buena, costumbre que ha id

desterrándose del pueblo, en buena partpor agencias del Padre. San Antonio eambién objeto de sus antipatías: notori

consecuencia, la escasez creciente d

fieles que hacen los martes al santo dPadua, y el poco brillo de su novena fiesta.

Desde que la influencia del Padr



director se hizo palpable, fuacentuándose el carácter clandestino dos matrimonios, y fuera de los rancho

no se sabe jamás de comidas y fiestas dboda. La menor ocasión es aprovechadpor el Padre Rosas para molestar a

Padre Islas en esta materia; cuando liene a tiro, aquél prorrumpe: —«Qu

buena pareja hacen fulano y zutana, vo

a encomendar su negocio al CastísimPatriarca Señor San José y amilagrosísimo San Antonio; por mi partno escatimaré recursos hasta verlo

conchabados: yo mismo les impartiré lbendición nupcial, haré que traigan unbuena orquesta de Teocaltiche o d

Guadalajara, zutanita se vestirá d



Purísima como Dios manda, la bodserá a las diez o a las once de lmañana, en el atrio, tocará una músic

de viento, luego seguirá un gracomelitón y a los ocho días habrornaboda, como Dios manda.» La

supuestas novias son escogidas por ebromista entre las Hijas de María mádistinguidas; y añade a gritos: —«La

mujeres han de ser mujeres. Hay que dahijos, muchos hijos, a Dios y a lPatria.»

La obsesión del Padre Islas ha id

propagándose. Son muchas las mujere—y no faltan varones— a quienes si ses quiere ver sufrir o enojarse, no ha

más que hacerlos pasar por donde u



viento impertinente junte ropafemeninas y masculinas puestas a secaen tendederos. El más leve indici

sexual y aun la sospecha de que algo lsimbolice —llegándose a escrúpuloabsurdos— causa desasosiegos trágicos

Los oídos de los confesores llénansdiariamente de nimias turbacioneoriginadas en motivos triviales. Aquéll

duda si al meter la llave dentro de lcerradura o al ensartar una agujconsintió pensamientos inmundos. Éstno sabe si bañándose pecó contra l

pureza. Otra no concilio el sueñcreyéndose condenada por habeescuchado tras de la ventana un

conversación de hombres cuy



significado no comprende ciertamentepero imagina deshonesto.

Doña Simona Cervantes ha dejad

de ir a su rancho para evitar laocasiones de ser involuntaria testigo dcómo los animales satisfacen su

nstintos. Otras señoras han hecho qusus maridos vendan el ganado. Es rarque en los establos familiares admitan l

presencia de toros, y aun hay quieneextreman el rigor desterrando a logallos.

Venga o no a cuento, en todo sermón

en toda plática, el Padre Islas desahogsu celo contra los pecados de impureza esto que al tocar el tema su voz s

hace dificultosa, como si atravesar



procelosos mares y temiera caer edemasías o en insuficiencias; los ticvuélvense mortificantes para e

auditorio, y esa corriente de sufrimientocargada por el tartamudeo del Padreredunda en eficacia predicativa.

Los niños van adquiriendo uso drazón en este clima de penumbranhibitorio. Sus pasos y risas tropieza

en mitad de silencios. Hallan que toden la vida es un misterio. Escuchafrecuentemente la idea de que mejohubiera sido que no vinieran al mundo

Flota en la atmósfera una difuscertidumbre de que han venido pocaminos de tristeza. Presienten que tra

el rostro de sus padres y tras l



apariencia de las cosas, un esfuerzo levpondrá en descubierto algo terriblecuyo nombre tratan de ocultarles lo

mayores. Y así en los corazonerecientes germina la raíz del miedo y da curiosidad; germina con pausa

mortales; germina.

6

HUBO un momento en que Micaela di

muestras de atender los llamados de lProvidencia; pero no la movían laveras de su corazón, sino el temor qu

os ímpetus de Damián le produjeron



el sentimiento de sucumbir a una pasiómorbosa que anulara sus propósitos duego y de venganza. Esto precipitó l

ruina de la desgraciada.Todavía en el ángulo de la frialda

calculadora, dijo a Damián que daba po

erminadas sus relaciones en virtud dhaber decidido ingresar a la Asociacióde Hijas de María, deseosa de servir

Dios, renunciando al mundo. Damián lomó a broma. Micaela insistió en quera resolución definitiva, que luegprocuró hacer pública, comunicándola

su tía, a sus padres, a sus amigas, eprimer lugar a María, con el objeto dque pronto lo supiera el señor cura; s

vistió de negro; buscó hablar con e



Padre Islas en circunstancias de qumuchas personas lo supieranpropagaran la noticia y llegara a oído

de Damián, quien ciertamente no habípodido ver a Micaela desde la noche eque le comunicó la resolución d

erminar.El Padre Islas dio muestras d

alegrarse; pero aconsejó que el pas

fuera meditado severamente pardiscernir el origen de la inspiración demostrar la firmeza del propósito; «lAsociación es una carroza que llev

directamente las almas al cielo; mas costa de una vida dura y llena dmortificaciones, de renuncias; la qu

viene por frívola curiosidad, po



vanagloria o por cualquier otra causmundana, es despeñada en los peoreprecipicios, y más le valdría no habe

pretendido nunca el glorioso título dHija de María».

Micaela soñaba con que ese mism

día, con solemnes regocijos, iba a sedeclarada «aspirante», y semanadespués se la recibiría por soci

ejemplar, saludada con uno de los mábonitos sermones del Padre director, eque se augurara la «santidad heroica», l«edificante virtud», el «premio sublim

a la renunciación de las vanidades» y e«triunfo de la más alta pureza».



7

HA venido germinando y ramificándos—como un tumor canceroso— en e

alma del Padre Islas — desdseminarista, desde púber— el miedo dsucumbir a pecados de impureza, l

desconfianza en sus fuerzas paroponerse al espíritu inmundo, la casseguridad de hallarse un día manchadcon las peores culpas y, por ellas

condenado, impenitente. Tal es el filagudo en el drama de sus escrúpulosÉsa es la sombra que vela su semblant

su vida. Por eso busca la soledad.



Como estos niños solitarios qucrecen entre mujeres enlutadasemerosos de cuanto los rodea

emerosos —y cuántos ansiosos— de lapalabras y ademanes mayores qupuedan revelarles el misterio de l

risteza.Presbítero solitario que a cada pas

siente amagos de un demonio, tal vez y

dentro de él y contra el cual se retuerc no se harta de clamar.

8

DAMIÁN

proyectó hablar con el seño



cura, con el Padre Rosas, con el PadrReyes y hasta con el Padre Islas. ¿Cocuál sería mejor? En esto conoció qu

estaba enamorado. A pesar suyo. Eruna fuerza superior a su afán ddespreocupación y capaz de lanzars

contra los montes. No, ya no era orgulloo conocía en la necesidad de implorar

necesidad nueva e imperiosa, co

principio de llanto, impulso ridículo ncontrolable.¿Para qué andarse por las ramas

Decidió hablar con el Padre Islas.

—Vengo a hablarle de hombre hombre.

— Yo no puedo hablar sino com

quien soy: ministro de Dios, aunqu



ndigno. (La cara del Padre parecía dpalo.)

— Ya lo sé, ya lo sé; pero usted m

entiende; quiero que se ponga de modde entender a un hombre como yo.

— ¿Viene a confesarse?

— Ahorita, ahorita no. Vengo, venga pedirle un favor.

— ¿Un favor a mí? ¿A mí?

— Usted es el único que puedhacérmelo. Usted, padrecito. —No me llame usted padrecito

Padre, a secas.

— Bueno, Padre. Usted ya smaginará de lo que se trata.

—No; dígamelo.

—Sí, de Micaela, de Micael



Rodríguez, que vino a verlo. — ¿Qué tiene usted que ver? — ¿Sabe? Micaela y yo somos.

bueno; éramos, éramos novios. Yo.¿sabe? Yo...

— ¿Cuál es el favor que quiere d

mí? —Diz que quiere hacerse Hija d

María y yo, yo no creo...

— ¿Usted sabe cuán grave pecado eel mezclarse en asuntos de conciencisin estar autorizado para ello?

—No quiero alegar cosas de iglesia

Sencillamente le digo: Micaela me hizconsentir en que me quería (no quierdecir más, como hombre, y porque n

viene al caso), y creo que tengo derech



a que me cumpla. — El demonio habla por boca d

usted. Cállese, por amor de Dios.

— Oiga con calma, padrecitoPadre! Yo a nadie le había pedido u

favor y sepa que no soy malagradecido

Vamos hablando con calma. Le confiesque comencé haciéndole la rueda Micaela, no más por no dejar; pero poc

a poco me fui sintiendo distinto y ahorhe tomado las cosas en serio; usted no lha de creer, por lo que dicen de mí lagentes: pero tengo buenos propósitos

pienso ya ponerme enjuicio. Verdad dDios. (Hizo un garabato de cruz sobre lboca.)

—No peque contra el segund



mandamiento. Yo no puedo oírlo, si nes en confesión. De otro modo no tengqué ver en el asunto.

—No más deje acabar. Mire que so estoy rogando y yo... No, no. No má

esto: dicen que usted es un santo y podr

ver... (Bruscamente se levantó el Padrslas y dio la espalda a Damián.)

— Ha de perdonarme si no le habl

políticamente. Soy hombre de trabajo, sincero. El favor que le pido es que nadmita a Micaela en las Hijas...

— ¡Cállese usted! Lo conjuro en e

nombre de Dios Todopoderoso. — Ya que se pone así, está bueno

Padre; su deber era no nomás n

admitirla, sino aconsejarla que volvier



a nuestras relaciones. (El Padreemblando, se tapó los oídos y mascull

palabras ininteligibles; luego s

desplomó en una silla y rezexorcismos.)

Esto fue a fines de junio.



ASCENSIÓN

1

DOBLAN las campanas taremendamente, que muchos han lloradcomo en calamidad pública, como svivieran el día del Juicio, que no de otr

manera, entonces, gemirán, sdesbaratarán, se quebrarán los broncedel mundo.

— ¡Gabriel!



— ¡No puede ser sino Gabriel! — ¡Gabriel ha vuelto de campaneroEn todos los labios, en todos lo

rincones, al conjuro de las campanas, lmisma palabra: ¡Gabriel! ¡GabrielGabriel! ¡Gabriel!

Ha vuelto Gabriel. InesperadamenteAudazmente.

— ¿Quién se murió?

No había enfermos graves, que ssupiera. — ¿Por quién doblan?Cuando comenzaron a oírse la

campanas algunos pensaron que se lehabía olvidado que ya era Jueves de lAscensión y comenzaban a llamar por e

solemne ejercicio de las doce del día.



—Sí, exactamente, son las once media.

Persistía el engaño cuando comenz

a distinguirse lo fúnebre del tañido. —Gabriel sigue haciendo de la

suyas. Gabriel está loco. ¡Llamar a

ejercicio de la Ascensión, llamar a usolemnísimo Tedeum con dobles ddifuntos! ¿Dónde se había visto? ¡Jesú

nos ampare! No era Jueves de la AscensiónFaltaban dos semanas. Era jueves seide mayo. El señor cura andaba en l

Casa de Ejercicios viendo unos trabajode reparación; le tomaron de sorpresos toques y más el adivinar el pulso d

Gabriel, que tenía prohibido subir a l



orre; don Dionisio mandó a ver de quse trataba; como no volvían pronto coa respuesta y las campanas proseguía

el concierto fúnebre, don Dionisidecidió venir a informarse por sí mismoen el camino encontró a Pascual, e

sacristán: —«Ay nomás que Gabriel se trepó

a torre, se encerró por dentro y ni quie

o saque, a no ser que usted mande quse echen abajo las puertas; yo no squién le haya dado la orden de qudoble, y así, como si el Papa se hubier

muerto; yo creo que nadie le dijo.»Por puertas y ventanas entreabierta

asomaban rostros inquietos; lo

comerciantes salían de sus tiendas



había vecinos en las esquinas; al pasdel señor cura estallaban las preguntas:

— ¿Qué sucede, señor cura?

— ¿Quién se murió tan de repente? — ¿Qué pasa? — ¿Es alguna calamidad?

— ¿Se está quemando algo? —¿Hubo temblor? — ¿Ya comenzó la revolución?

— ¿Se descubrió a los espiritistas?Pascual era también blanco de lpública impaciencia; pero se encogía dhombros, remitiendo las interrogacione

al párroco, quien contestabndistintamente «no sé» o «ha de ser un

diablura de Gabriel que va a costarl

cara».



2

CON laxitud de siervo, Gabriel veníesa mañana cargando un viaje de agu

zarca, de la que usan en el curato parbeber, cuando a tres cuadras divisó unacabalgaduras frente a la casa de do

Alfredo Pérez y movimientos qundicaban viaje; unos mozos cargabaequipaje sobre una muía; otro probabuna sombrilla; estaba un caball

aparejado con albardón, y era el propidon Alfredo, vestido de catrín, el qudirigía las maniobras.

Gabriel tuvo una corazonada. L



retumbaba en la frente pensar que sólhabía un caballo con albardón de mujerGabriel descansó en la banqueta lo

cántaros de agua y se puso a observarpálido como la cera. Los ojos le decíaque sí. El corazón le gritaba que no.

—¡Sí! ¡Sí! —¡No! ¡No!Salió doña Carmen vestida com

odos los días, descubierta la cabeza. Yen traje de camino, cubierta con uncapa blanca y con sombrero de alaanchas, Gabriel vio que salía la señor

Victoria.Rendido, el corazón gritaba qu

sería un viaje por allí cerca, para volve

ese día o al siguiente. Los ojos n



respondieron a tan peregrina ilusiónGabriel tomó rápidamente su cargacorrió al curato, trepó a la torre y s

puso a ver la calle por donde, corumbo al camino de Guadalajaracomenzaba a moverse la caravana

Victoria, adelante; dos mozos detrás.Retumbaban en las sienes de Gabrie

os golpes de las pezuñas sobre e

empedrado de la calle. Una ola extrañse abatió contra el muchacho. Nuncsabrá explicar cómo tuvo el arranque dapoderarse de las campanas

frenéticamente, para conseguir la voque necesitaba y desahogar el piélagamargo que lo invadía. Ni llegó a sabe

o que tocaba; eran palabras que acudía



a su boca y brotaban de los nerviosirando de los badajos —lenguas d

fuego y eternidad—; era la satisfacció

de llorar con un canto nuevo y arcaicosobrehumano, como si concertara lavoces de todos los mundos y de todo

os tiempos: presentes, pasados futuros; todas las agonías y todas laesperanzas de los que sufrieron, de lo

que sufren, de los que sufrirán. Si lafuerzas de la tierra se confabularapresto, no. no, no detendrían al torrentemovido por los invictos poderes de

amor y la muerte.Gabriel pudo ver cómo en e

callejón que baja al río, la viajera —ta

que si un dardo le hubiese atravesado e



pecho— erguía el busto, levantaba lcabeza, detenía la cabalgadura y volvíel rostro hacia la torre. La campanita d

as señas prorrumpió en unos toquegraves, pausados, extraños, a los qusiguió una especie de repique con la

esquilas sopranos, que sublimaban lamodulaciones con que llaman a la Salveos sábados en la tarde, acentos lueg

mezclados con el tañido ronco de lcampana mayor, cuya terrible vibraciódominó en seguida y acalló los timbrede las esquilas, al tiempo que la dam

evantaba una mano y, como llevada pocontraria fuerza, volvía la espalda proseguía la marcha, perdiéndose en e

hondón del río. Tocaron a rebato la



campanas, y cuando apareció la dama ea opuesta orilla, los bronces clamaro

un rápido acorde triunfal, qu

bruscamente se tomó en algarabífuneraria, como si torre y pueblo sderrumbaran, y un supremo conjuro s

propusiese paralizar la catástrofe.Más atrás, ahora cada vez más atrá

de los mozos, cada vez con mayo

entitud, cual si resistiera opuestovientos violentísimos, ascendía lviajera por la cuesta de las teneríasnclinada la cabeza, de vez en má

empequeñeciendo la figura y perdiendrasgos. Habían ya desaparecido lomozos y el caballo blanco ae la señor

ba ya alcanzando lo alto de la cuesta



donde el camino deja de verse. Lodobles cobraban desesperacióncelerantes; pero en su angusti

conseguían hacer oír un mego —cifra dfinal esperanza—. un grito de ternurelocuente, que la dama escuch

volviendo bridas, deteniéndose, alzanda diestra y agitando un velo verde. S

desató la ternura de las campanas en un

confusa mezcla de llanto y risaresponso e himno, vacante y repiqugeneral. Cinco, diez minutos quparecieron siglos. Cuando la viajera s

perdió a los ojos, predominaron loacentos lúgubres con creciente vigorEra el día del Juicio. Se desbaratarían

se quebrarían las campanas. En e



sobrehumano hallazgo de aquella músicsucumbirían.

Bruscamente dejaron de tocar. A

recoger el horizonte vacío sus miradasGabriel vio en las calles, en las puertasen las ventanas, en las azoteas, el azor

público. Escuchó fuertes golpes en lpuerta del caracol. Volvió a la realida ésta le ofreció nutridísima colecció

de imágenes plenas de mínimos detallesa cara de risa que tendría LucaMacías. el puño de manos y la frentplegada de Marta, las cejas del seño

cura como nubes de tormenta, el baile das facciones en el rostro del Padrslas, el chiflidito nervioso de Lui

Gonzaga, el meneo de cabeza de do



Timoteo Limón, los ademanes enérgicodel Padre Reyes, los ojos abiertos dos muchachos acólitos que se pone

como mensos, el arroyito de lágrimas eos cachetes de la presidenta de la

Hijas de María, el parado de garza d

os norteños en las esquinas, la sarta dpalabras en boca de doña CarmeEsparza... Todas las caras, todas la

posturas específicas de los vecinos srepresentaron con asombrosa claridadGabriel permaneció inerte, idiotizadoSeguían los golpes en la puerta

pareció que comenzaban a tirarla. Oyas voces de Pascual, del señor cura

del notario, que lo llamaban

Sonámbulo, Gabriel fue a abrir.



El señor cura contuvo por un hombrel arrebato de Pascual y fulminó miradacontra el autor de aquel escándalo si

precedente. — ¿Por qué has hecho esto? —N

había cólera en su voz; habí

compasión. Gabriel permaneció mudocon los ojos cerrados.

— Baja y enciérrate en tu cuarto

allá iré para que hablemos.En el corredor, de pie, Marta María lloraban. Marta no separó derostro las palmas de la mano. María sí

clavó a través de lágrimas una miradprofunda en Gabriel, a quien causviolentísimo choque: se le revelaba e

an críticos momentos otro mundo qu



nstantáneamente le pareció absurdo uego de una llaneza natural: el amor d

María. Creyó volverse loco.

Por loco lo tenían el señor cura y epueblo entero. Esta certidumbre fue lque despertó en María el sentimient

dado a luz en aquella mirada.

3

SIN éxito había tratado don Dionisio d

sobreponerse a las perplejidades en qupenosamente lo sumió el sueño de cuatrnoches antes y que no lo dejaban libr

un solo momento. Había hecho e



propósito de no buscar significados a lrepresentación onírica, que juzgasechanza de Satanás; pero a cada pas

o asediaban en chusma los enigmas¿por qué Marta, María y Micaela sconfundían en una y la misma? ¿qu

quiere significar esa insurrección dGabriel, tan ausente, tan despreocupaden la vida real? ¿y lo más extraño: s

absurda identidad con Damián el de doTimoteo? ¿y esa horrible imagen de lmaternidad y de la común condenación

t ne nos inducas in tentationem, se

ibera nos a malo.Si los interrogantes le espantaban e

sueño hacía cuatro noches, desde la hor

punto en que la pesadilla s



desvaneció, ¿qué será hoy en que sacuesta más lleno de preocupacionesmpresionado por la actitud de Gabriel

participando del aniquilamientnervioso en que ha quedado el puebldespués del insensato campaneo? ¿cuá

es la evidente relación que hay entre spesadilla y el sucedido inexplicable desta mañana? Libera nos a malo.

Inmóvil en el lecho, ahora vrepasando los sucesos del día especialmente la entrevista con GabriePrimero había sido la zozobra del qu

advierte algo anormal en su propia casaLa sospecha de una trastada por parte dGabriel provocó un acceso de cólera

emperado por la fascinante maestría de



concierto; quizá no fuera Gabriemposible que manos de hombr

pudieran tocar así las campanas

Espíritus! ¡Angeles! ¡Prodigiapocalíptico! A su paso por las callesviniendo de la Casa de Ejercicios, l

alarma de los feligreses amagcontagiarlo. Alguien le dijo qunopinadamente acababa de irse la viud

que vivía en casa de los Pérez; mas ndio muestras de que la noticia lnteresara o al menos de queda

enterado; la frase: «Gabriel se ha vuelt

oco», repetida de boca en boca, labsorbía; sí, sólo un loco puede tocaasí; no podía menos de parar en eso l

decisión de quitarle las campanas



estuvo temiéndolo; y el sueño, el idiomdel sueño, la rebeldía en el sueño, ¿nera esto mismo parte del sueño? ¿est

umulto, estas muecas descompuestas devecindario? ¿este absurdo tañenaudito? Si está loco Gabriel, do

Dionisio se juzga culpable. Se imponínueva vez, con la majestad, la hermosurde aquella música: puestos en suspenso

os ojos esperaban ver salir de la torralados caballos negros, o toros con alade fuego, águilas de nieve, leonesarcángeles. El vasallaje al poder, a

misterio y a la belleza del corescuchado predominó sobre los otrosentimientos del párroco; si Gabrie

resultaba el autor del prodigio, do



Dionisio se prosternaría para besarle lamanos. Esta idea, y el ver que gentvenida de los barrios a informar l

sucedido hacía grupos en la plaza y sapeñuscaba en la puerta del curato, lomaron el disgusto contra la causa de

escándalo. Al abrirse paso escuchpreguntas, hipótesis, amenazas: «que lode Nochistlán vinieron a burlarse

asaltaron el campanario», «que uemblor acabó con Guadalajara», «qua bola comenzó en México», «que lo

espiritistas eran los que llamaban»

«échenoslos fuera y verán»; algunos dos circunstantes traían piedras en la

manos; don Dionisio impuso la calm

ofreciendo una satisfacción genera



ebitoribus nostris.¡Qué cara, de ángel o demonio, tení

Gabriel! Ne nos inducas.

Vino el Padre Reyes: —«¿Ya lo sabusted? Alabado sea Dios, que se fue lalborotadora de prójimos.» Estuvo

punto de ocurrírsele al señor cura undea; se le fue; quién sabe de lo que srataría. No hubo modo de comer. La

muchachas llorosas irritaban a doDionisio. ¿Por qué tanto lamentar uncosa que podía no tener importancia? Sel muchacho estaba loco, ya se curaría

Llegó el Padre Islas: —«¡Bendito seDios que nos ha quitado la fuente dantos pensamientos y deseos impuros

o creo que una mano del cielo movi



as campanas para llorar los infinitomales que deja esa mujer y paralegrarse con su ida!» —«Pudiera ser

—dijo en su interior el párrocoalegrándose de hallar cauce a scavilación. Por fin decidió verse con e

muchacho. Libera nos.Estaba sentado al borde de la cama

a cara en los brazos y éstos apoyado

en las rodillas. No se levantó. No dijuna palabra. Comenzó a ser interrogadcon dulzura y energía; mas el recuerddel sueño inmutó a don Dionisio; iba

encolerizarse y optó por salir, pese acaprichoso silencio de Gabriel; éste lalcanzó cerca de la puerta, se tiró d

bruces, implorante:



—«¡Quiero irme de aquí! ¡Déjemrme!»

Tras unos minutos que duró e

reponerse de la sorpresa, don Dionisipidió explicaciones; el otromecánicamente reponía:

— «¡Quiero irme! ¡Ni un día máquiero estar aquí!»

—«¿Tanto te ha podido el dejar la

campanas?» —«No por eso, no por eso.» —«Reconozco que no te hemo

ratado como debíamos.»

—«Al contrario; pero no es esono.»

—«Explícate, pues »

—«No me pregunte nada; quier



rme, yo sé lo que le digo.» —«¿A dónde quieres irte? ¿a qué?» —«Lejos, lejos, a trabajar.»

—«¿A Guadalajara?» —«¡No, no, no! Al fin del mundo. A

donde no vuelva a saberse de mí.»

Ne nos inducas in tentationem.¡El sueño! ¡Como en el sueño!«¿Eres tú, Gabriel? ¡Qué ha

hecho!»Y Gabriel, asustado: — «¡Yo no he hecho nada! No

nada! No me llevaré nada, ni los trapo

puestos, si usted no quiere »Parecía loco. Estaba loco. —«¿Quieres hacerme un favor, par

u bien? Yo no te digo que no te vayas



Pero te pido que antes hagas unoEjercicios. Hoy mismo te vas y tencierras en la Casa. Yo te dirigiré un

anda para ti solo; si quieres, otro Padro hará. Dios te ha de iluminar lo qu

más te convenga.»

—«Bueno,» Adveniat regnum tuum.Confesó toda la tarde, hasta l

extrema fatiga. Reduplicó el martirio d

flagelación antes de acostarse. Quisdormir. Le daban vueltas los detalles dedía, resonaban las campanas, vencíaas torpes representaciones del sueño

as hipótesis. Vino a persistir un sucesen el que aparentemente no se habínteresado: la súbita partida de l

señora hospedada en casa de do



Alfredo; se le presentaba en estomomentos la idea que muchas vecequiso en el día conciliar; se incorpor

en la cama; pero entonces por quGabriel quería tomar un rumbo distintoa sangre humana se serenó; era es

mujer y no alguna de sus sobrinas; era lpureza del muchacho, en rebeldíamuchacho sano ¿cómo el sueño l

mezclaba con Damián Limón? Seibera nos a malo.Don Dionisio se quedó dormido.

4



GABRIEL no pudo dormir. Seguíauchando en él ambos fantasmas. Emprevisto, el de María, lograb

superponerse y era el rechazado comayor vehemencia, con la máquinmperturbable del pensamient

persistente: «a estas horas ¿en dóndrá? irá cruzando el Río Colorado; y

pasaría el Llano Grande; sesteará en Sa

gnacio...» Y ahora: «¿se habrá quedaden Cuquío? ¿iría a dormir hastxtlahuacán?» Y siempre: «¿qué ir

pensando? ¿qué estará haciendo? ¿e

qué estará pensando?» Victoria. MaríaEl nombre de María le quemaba como lmemoria de horrendo pecado. «Ante

me iré. Yo no sabía nada. Lejos. No,



Guadalajara no, no. ¡Me muriera! Ni udía, ni una noche más en el curato. Pera Guadalajara, no. ¡Me voy a volveoco! Las campanas ya nunca, nunca. S

consintiera en quedarme allá una nochmás, merecería que me gargajearan l

cara, por abuso de confianza; si es parmí como una hermana, intocable; corazón el señor cura, en la Semana Santa

no dejaba de hablar de un traidor; qume truenen, aunque yo no haya tenido lculpa; yo no sabía; mejor que mmachuque un tren, lejos, para que se m

mueran las dos tentaciones»...En una celda de la Casa d

Ejercicios. Toda la santa noche. Si

pegar los ojos y sin que la rueda de do



filos parara. Sin que ruido alguno, sique sombra de espanto en el caseróvacío lo distrajeran. Toda la sant

noche. Hasta que por la claraboya, cercdel techo, comenzó a entrar claridad, se hizo legible, sobre la pared, u

etrero que decía:

Mira que te mira Dios,

mira que te está mirando;mira que te has de morir,

mira que no sabes cuándo.

Pero ya el pensamiento de Gabrieandaba lejos, en las imaginaciones de

sitio por donde Victoria caminara



«quién sabe si haya madrugado y estbajando la barranca; ¿y si se quedó eCuquío? entonces apenas irá por la

represas o quién sabe si vaya llegandal cerrito de tierra»... Maquinalmentos ojos volvían a la pared:

mira que no sabes cuándo.

5

AL tercer día, contra la costumbre dmantener aislado al ejercitante y ncomunicarle ninguna noticia, el Padr



Reyes, después de la misa, comenzó platicar con Gabriel y quién sabe coqué intenciones, de sopetón, le dijo

—«No tienes más novedad que LuiGonzaga se huyó de su casa, eseguimiento de la señora que estuvo all

hospedada en días pasados; cuandodos creían que estaba muy malo,

apenas se dio cuenta de que la muje

creo que se llama Victoria) se habído, se dio maña para escapar de lcasa, conseguir remuda y salir destampida, el mismo jueves en la tarde

no faltó quien dijera a don Alfredo erumbo que llevaba el fugitivo, y esnoche salió a seguirlo. Ni quie

maginara el motivo que tuvo Luis par



rse tan de repente y sin avisar; los qumenos lo imaginaban eran don Alfredo doña Carmen, para quienes la rápid

resolución de la señora en volverse Guadalajara no podía tener otra causque los desaires y majaderías que Lui

e cometía constantemente, pues parecque no podía verla ni en pintura, comse dice.»

La plática era interrumpida popausas de silencio durante las cuales ePadre acentuaba lo inquisitivo de sumiradas. Gabriel no pudo disimular l

congestión de sentimientos; apretó loabios y fijó los ojos en el suelo, coerquedad.

— «Ahora vamos a la capilla par



darte los puntos de meditación acerca da muerte» —añadió el Padre, tras uargo silencio.

En la tarde vino el señor cura y halla Gabriel con fiebre muy alta.

—Vámonos a la casa.

— ¡No, señor, por lo que usted máquiera!

— Si amaneces mañana si

calentura, mañana mismo te vuelvepara continuar los Santos Ejercicios. — ¡Por lo que usted más quiera, s

es necesario, déjeme en el Hospital!

Llegó a decir que ni muerto volveríal curato.

Se presentaron vómitos alarmantes.

Gabriel quedó en el Hospital. Y



como no tardaran en venir Marta María, el enfermo, fuera de sí, comenza gritar su amor por Victoria. Do

Dionisio sacó violentamente del cuarto as muchachas. Entonces Gabriel llor

con desesperación e imploró qu

volviera el señor cura para decirle lverdad, toda la verdad.

6

JUEVES de la Ascensión, a las once media de la mañana dieron el primerepique para el Ejercicio. Unos de lo

arrieros que traen fruta d



Aguascalientes iban saliendo del mesó llevaban un burro aparejado, vacío; e

vez de tomar la calle que conduce a

camino de Teocaltiche, subieron por erumbo de la Casa de Ejercicios, dondos esperaban el señor cura y Gabrie

éste se arrodilló para recibir lbendición; luego, el anciano y el jovese abrazaron; don Dionisio bajó a

pueblo; Gabriel siguió a los arrierosfustigadas sus espaldas por el segundrepique.

— Cuán desabrido tocan la

campanas; ni parece Jueves dAscensión —comentaban las familias erance de salir a la iglesia.

— Diz que a Gabriel siempre se l



van a llevar al manicomio. —Yo supe lo contrario: que nomá

eran fríos biliosos y que ahora que s

alivie lo va a mandar el señor cura León o a México, para que estudie coos salesianos.

— Pues en el curato como si shubiera muerto. Para nada lo mientan. —Peor. Como si no lo hubieran conocid

nunca.Gabriel va subiendo la Loma de loConejos. ¡Qué le importan las tristecampanas! Ahora es como si nunca l

hubieran gustado. ¡Qué le importa irssin saber cómo descubrieron los Péreque Luis huía por Victoria! ¡Cuá

extraño le suena este nombre, como s



sólo en un mal sueño lo hubierconocido!

El caminante no puede reprimir e

mpulso de mirar por última vez apueblo. En eso escucha, cercanasclarísimas, unas llamadas hechas con l

campana de señas; le corre un calosfrí se detiene, como si le hablara la vo

de María. ¡Es la voz de María!

Gabriel quiere volverse. Hacntentos de retroceder.¡María! ¡La voz de María!¡Cuántas veces le habló con eso

oques! Y entonces no sabía lo que unmirada le dijo hace hoy quince días.

El repique ahoga los ecos de l

campana mínima.



Hoy hace quince días. Nproponiéndoselo, no queriéndolo, lanzGabriel sus ojos al opuesto camino e

que hace dos semanas miró un velverde y una figura esbelta, lejana. Demomentáneo deleite que resucita, vuelv

al rencor: por el adiós a esa mujer sufriMaría; tanto, que los celos hicieroaflorar en la mirada el contenid

sentimiento de la doncella.(—«Pero la hermosura de Victorino tiene comparación.» —«¿Y Luis?—«¿Ves? Te mueven los celos.

—«¡María!» — «¿Así pagas lhospitalidad?»...)

Era el mismo implacable torcedor

Victoria, María. Ninguna. Perdidas la



dos.Empujado por el repique, cuand

Gabriel vuelve la vista ya el pueblo n

se ve.Pero se ve todavía el camino d

Guadalajara.

Gabriel cierra los ojos y luego trepen el burro que ha de llevarlo lejos.

Es la hora en que María, hinchado e

rostro de tanto llorar, niégase a salir dsu cuarto, hasta donde llega la música da Nona. Seguirá el sermón. (Predicar

el Padre Islas acerca del text

consignado en los Hechos de loApóstoles: «Una nube le sustrajo a suojos, y como estuviesen con la vist

clavada en el cielo, mientras El se iba



he aquí que dos varones se les pusierodelante con vestiduras blancas, locuales les dijeron: ¿qué estáis mirand

al cielo? Este Jesús que de vosotros hsido recogido, vendrá de la mismmanera que le habéis contemplado.»

Cuando canten el Tedeum solemnísimo echen de nuevo a vuelo las campanasMaría todavía estará llorando.

¿Hasta cuándo dejará de lloraMaría?En la tarde hubo amagos de lluvia

nfecundos. Era jueves veinte de mayo

Jueves de Ascensión.



LA

DESGRACIADE

DAMIÁNLIMÓN

1

A MEDIADOS de julio —mes dedicado



a Preciosísima Sangre— comenzó decirse que don Timoteo Limón Micaela Rodríguez iban a casarse

Quienes menos lo creían eran los qumás propalaban el rumor.

(—«Bueno; pero si lo están casand

desde el día en que se murió doñTacha.» —«Dicen que ahora sí va dveras, que no pasará agosto » —«Per

¿y de dónde han sacado que coMicaela?» —«Así son las cosas; peorehe visto yo.» —«Sí, es cierto.» —«Yesa Micaelita es capaz de hallarle tre

pies al gato » —«Lo célebre sería qude veras don Timoteo me la pusiera epaz » —«Y que ella pusiera en paz a l

familia » —«Cállese la boca: ya sé po



dónde va usted. ¡Jesús mil veces!»)A medida que agosto se acercaba e

rumor crecía.

(—«¿Qué habrá de cierto?» —«Yno lo he podido creer.» —«Si parecmposible » —«Yo creo que n

viéndolo, lo podré creer.» — «Aunquvoy a decirle: los viejos a esa edad socapaces de todo; ni quien los deteng

cuando les llega la ventolera del nuevcasorio » —«Sí; pero ¿y la muchachai que estuviera tan dejada de la man

de Dios » —«¡Esas muchachas, esa

muchachas que no tienen temor dDios!» —«Sí. es cierto; hasta que dan efrentazo.» —«Muchachas de la moda

sin principios.») Iba llegando el mes d



agosto.

2

AGOSTO es mes de muerte y ddesgracias. El cuchillo de la canícula smueve a diestra y siniestra. DoGregorio, el cajamuertero, se prepar

con tiempo; desde mayo, desde juniocompra los materiales que pueda inecesitando y sin que nadie los encargu

hace dos o tres ataúdes para que no se lome desprevenido y allí ande co

carreras a la hora de la hora. ¡Pobres d

os enfermos crónicos! ¡Ay de los niños



Esa mala luna siniestra. Y los ganadosque sufren diezma. Mes de sequía, dcalores malignos, de calma en el regaz

de las nubes.La calma que frustra las siembras

Los enfermos, las madres, lo

agricultores pasan el mes — hasta el díde San Bartolomé —, pasan el mes coel alma en vilo. ¡Con qué flojera ve do

Refugio que agosto va llegando: que lhablan de aquí, de allá, que un viaje este y aquel rancho, que fulano está eas últimas, que a perengano de nada l

han servido las medicinas, que usteuvo la culpa de que zutano haya muerto

Y como si no fueran bastantes la

muertes naturales —¿qué tendrá la lun



hermosa de agosto? ¿qué tendrá el sol, el cielo de fuego, y el aire seco?—vienen las muertes violentas, po

accidentes inexplicables o en pleitorepentinos.

Agosto es mes funesto.

3

ALGUNOS comerciantes y otros vecinoa quienes les gusta el mitote prepara

viaje a la fiesta de Jalos, el quince. Casson los mismos que han ido a la feria dAguascalientes y luego seguirán d

fandango en fandango: de la fiesta d



San Nicolás en Mexticacán, a la de SaMiguel en Yahualica; a Toyahua y

ochistlán, en octubre; a Teocaltiche

legado noviembre.Malas cabezas, por lo genera

gentes dadas a los gallos y a la partida

gente sin provecho, sin oficio nbeneficio; pocos, a Dios gracias. ¡Qubueno que se quedaran por allá y n

volvieran a querer inficionar con sunovelerías! Linos están haciendo lucha para que vaya con ellos Damiá

Limón, que anda indeciso entr

desaburrirse del pueblo y apartarse parque pinte bien su asunto, salga lo qusaliere, o quedarse a jugar el todo por e

odo.



— Ya que no pudiste ir Aguascalientes, vamos a Jalos; ya veque allí se compra ganado d

proporción, y podremos hacer un buerato con el maíz de este año —propon

don Anselmo Toledo a don Timote

Limón. — A donde me voy a ir es al otr

patio —contesta el invitado.

—Quítate eso de la cabeza. Soonterías y quién sabe si hasta pecadopor aquello de adelantarte a los JustoJuicios de Dios.

— Mi San Pascual no falla —doTimoteo menea la cabeza coabatimiento—, no falla.

— Precisísimamente para que t



distraigas debemos ir a Jalos. Ya verácuán bien te aprueba la vueltecita. Parque te dejen los nervios. Has tenid

antas contrariedades. Vamos, ándale. — ¿Para qué vamos a tentar a Dio

de paciencia? Yo no quiero quedar e

ierra ajena — don Timoteo levanta lcabeza con tranquilidad—; que lmuerte me agarre bien prevenido.

— Si no te disgustaras, me daríarisa tus nervios. —Yo no salgo de agosto. Mi Sa

Pascual no falla, y por si fuera poco, lo

avisos de Orión, todas las noches, ndejan lugar a duda.

(«Entonces —piensa ya consig

mismo don Anselmo; y esto piensa



muchos otros que han sabido la fúnebrconvicción de Don Timoteo—, ¿ddónde ha salido el chisme de

matrimonio con Micaela?»)Ha salido de Micaela. Decaído e

mpulso de un aparatoso ingreso a l

Asociación de Hijas de María, repuesta del temor que le produjeron lompetus de Damián, volvió a s

primitivo proyecto: prender fuego a lodeseos seniles de don Timoteo, hacerlconcebir perspectivas de logrnmediato, vengarse de toda la raza d

Limones. Dio los primeros pasos. Tuvdiscretas amabilidades con el viejo. Satrevió a decirle frases de compasió

por el abandono en que lo tenían lo



hijos. No contaba con el aviso de Sa

Pascual.

No contaba con el destino.

6

LUCAS Macías gusta repasar por est

iempo su registro de quienes han muert de las desgracias acaecidas en agosto

por lo menos desde los años de cuarent

ocho y de cincuenta, que caen dentrde su memoria personal, aunque sueldilatarlos hacia atrás con testimonio

ajenos. Dice, por ejemplo: —«Contab



mi padre que la inundación grande quse llevó todo el barrio de las teneríafue meritamente la noche que hizo lun

lena en agosto del veinticinco, mismaño en que dio el sarampión comnunca, y mi padre daba gracias a Dio

de que yo entonces todavía no viniera amundo porque no hubo familia simuertito. todos diz que decían que l

culpa era del gobernador, el primegobernador, don Prisciliano Sánchezque fue de los primeros liberalotedeclarados, y en su tiempo vino l

masonería, y se hizo guerra a NuestrSanta Madre; pero no tanto como ereinta y tres, con don Valentín, qu

quiso robarse los bienes de la Iglesia,



allí que se suelta el cólera; nomás eGuadalajara y nomás en agosto murieromás de dos mil cristianos, y hubo día

de doscientos y de doscientos cincuentfallecidos; aquí el pueblo quedó hechcementerio, de no haber ni quie

enterrara a los muertos, pues el cólerno perdonó ni al cura ni a los ministrosque ya para el doce de agosto se había

do todos al otro mundo: el día qumurió el señor cura, que dicen que fue ecuatro de ese mes, murieron treinta res gentes, no más de aquí de l

ocalidad, y luego dicen que Dios ncastiga en esta vida; váyanle haciendo lcuenta de los que murieron ese año e

odo el país, si nomás en Guadalajar



pasaron de cuatro mil, y aquí en epueblo no bajaron de quinientos, porqufue de las partes en que pegó más fuerte

o me acuerdo que ya estaba grande as gentes se medio morían no más d

acordarse de ese año, y más de ese me

de agosto del treinta y tres.» — ¿Y en agosto de qué año te ha

echado más velorios, Lucas?

—El noventa y nueve. Ora va hacer diez años. Ustedes se han dacordar del difunto Celedonio Ramírezque lo mataron en bola los Legaspi di

que porque andaba pretendiendo a shermana Patricia; no pasaron ocho díasin que cayera Juan Legaspi a manos d

Apolonio Ramírez, que vengó a su tí



Cele; luego fue la madre de los Legaspa los dos días, unos dicen que decorazón, otros que de un derrame d

bilis. El quince cayó de la torre y lrecogieron muerto, el difunto JacobPartida, muy buen albañil y hombre mu

de su casa: dejó nueve de familia, con lviuda, doña Chole, que ora viven allá eCañadas. El día de San Bartolomé ¡ah

qué día! ustedes se acuerdan, murierodon Victoriano Rábago, ése sí dderrame de bilis porque en lo que ibdel mes la peste no le había dejado ya n

una cabeza de ganado: el día que murie habían llevado la noticia de que lo

dos últimos bueyes habían azotado com

de rayo; también murió ese día, cas



repentinamente, doña Celsa Toledo, lhermana de don Anselmo, dicen que ddisgustos con su cuñada; el terce

muerto fue un hijo de Mauricio Reyesque lo mató un caballo; todavía nenterraban a ninguno de los tres, cuand

rajeron el cuerpo de Alberto, que ldecían por mal nombre la Cartuchera, o mató un rayo, yendo para el rancho d

Pastores. Ese año murieron de viejoscasi sin enfermedad, casi sin guardacama, por unas deposicioncillas, doChencho Gutiérrez, don Pascasi

Aguirre, doña Candidita Soto y dosidro Cortés. Hubo sus angelitos: u

hijo de don Secundino Torres, otr

recién nacido de Valente Mercado y un



muchachita del difunto Zacarías eMocho. El último día fue cuando muride pulmonía el Padre don Arcadi

Prieto: ése sí fue velorio, con lo que epueblo lo quería, que aun decían quban a pedirlo de cura, ¿y el entierro

Ustedes se acuerdan. Yo no he visto otran en grande.

— ¿Ni siquiera el entierro de lo

Medina? ¿Cuándo fue cuando lomataron? — En agosto del setenta y siete. U

unes. Don Lino Villegas había entrad

de autoridad al principio de año, cuandel triunfo de don Porfirio, que volvió poner de gobernador a don Jesú

Camarena; don Lino había andad



evantado por el rumbo de Mexticacándonde se juntó el año de setenta y seicon las tropas que traía don Rosend

Márquez; pues a los Medina leevantaban el falso de haber sid

espiones del general Martínez y de

general Sánchez Rivera, que derrotaroa la gente de Donato Guerra y dMárquez en el punto de Tabasco, e

cuatro de marzo; desde entonces loraían de encargo y les decían lerdistasbuscándoles pretexto para echárselosos Medina, como no tenían qué deber

siguieron bajando al pueblo, donde loquerían por ser tan parejos y tacaritativos; en el fondo, decían la

gentes, que era miedo y envidia que le



enía don Lino; en eso que se viene lbola de las elecciones: que si doFermín Riestra, o que si el general do

Pedro Galván; don Lino se hizriestrista; un domingo aparecieron los da gendarmería, ya casi en la noche,

como a las ocho cayeron en la casdonde estaban los Medina; ibaencabezados por don Lino, que pidió

don Trinidad que se diera preso con sudos hijos; Medina contestó que elloeran hombres de paz y que no habímotivo para que los apresaran; don Lin

es contestó que ya sabía el gobiernque querían levantarse en armas por egeneral Galván; protestó don Trinida

que era falso y mentiroso, que fuer



hombre para no buscar pretextosqueriéndolos perjudicar, que si tenímotivos personales le hablara en l

cortito y a solas, que todo lo que desdhacía tiempo les andaba levantando erpura calumnia, y que ultimadamente n

se entregaban a las buenas y menos a éque era un cobarde; don Lino azuzó a lgente para echar abajo las puertas

comenzaron los tiros, las gentes durarooda la noche medio muriéndose, con lbalacera, que duró hasta la madrugadaporque a los Medina se les acabó e

parque; los soldados mataron a boca darro a don Trinidad y a sus hijos do

Justo y Policarpio; dicen que don Lin

ambién les disparó sobre caídos,



uego, enfurecido contra la gente que sarremolinaba llorando, queriendo veos cuerpos, diciendo que los Medin

eran inocentes, trató de dispersarlenfocándoles las carabinas; fue un dímuy triste, nublado; parece que s

hubiera muerto el padre del pueblo; lopobres que habían recibido beneficiode don Trinidad y de sus hijos no s

apartaron de los cuerpos que estabaendidos en unas cruces de ceniza; fumucha gente al entierro, a pesar de laamenazas de don Lino, pero yo digo qu

el entierro del Padre Prieto fue mejorporque en el otro, la rabia y el miedo das gentes, digo yo, como que l

quitaban solemnidad, y en cambio el de



Padre parecía una procesión en grandemuy solemne. Pero los dos entierros, esu tanto, son de los que no se olvidan.

Yo no acabaría nunca de contarleas desgracias que ha traído agosto

Familias hay —ustedes lo saben mu

bien— que no pasa un año sin que se lemuera algún deudo, en agosto, y a vecemás...

5

POR el Padre Islas no quedó. Viendo quMicaela dejaba el propósito de hacers

Hija de María, procuró verla y animarl



para que ingresara en la Asociaciónallanándole dificultades, exhortándolcariñosamente.

—«Es cosa de pensarse muchocomo usted me dijo» —respondía comaña la joven, vuelta por otra parte

sus coqueterías. De allí no la sacó ePadre, ni las presuntas Hermanasescogidas entre las más celosas para e

convencimiento de la reacia. —¡Ay! cómo me duele por ti, por tpobre familia, por todo el pueblo, ldureza de tu corazón. Quiera Dio

desviar el tremendo castigo que te tiendestinado. ¡Labrarás tu ruina y la dotros! — dijo el Padre Islas a Micael

en una de sus últimas entrevistas.



6

COMO a pesar de todo le corría sangrlena de apetitos, don Timoteo no fu

nsensible a las perturbaciones dMicaela, cuyas primeras leves muestrao disgustaron porque le pareció que l

muchacha quería granjearlo tratando dconquistar a Damián; se le agolparon loprejuicios comunes formados en tornde la coqueta y le chocó ta

profundamente la idea de tener por nuera la hija de don Inocencio, que hubierhablado con Damián del asunto, si su

relaciones no amenazaran rompers



definitivamente al menor choque, y emuchacho cada día estaba más irascible—«Dicen que es una mujer deshonesta.

o se le apartaba este pensamiento, qulegó a ser obsesión. —«¡Deshonesta!

Quizá por la familiaridad con que l

dea se le representaba, o porque lademostraciones de Micaela comenzaroa ser directas y reiteradas, el término fu

perdiendo el carácter repulsivo develando un mundo de atraccioneoscuras. —«¡Deshonesta!» El viejo ssumergía en imaginaciones que lo hacía

emblar de curiosidad y de miedontimidades imaginadas al desgajarse l

palabra como fruta caída de mod

mprevisto, luego robada con sigilos



escondida por un avaro, en cuyosolitarios recreos la cáscara del vocabldesapareció e hizo sitio a la figur

mentada, imaginada, desenvuelta aferrada; inútilmente trataban dahuyentarla los hábitos de oración y, co

más fuerza, pero tan inútilmente, loúgubres ecos de la campanita de Sa

Pascual Bailón que, según don Timoteo

escuchó la madrugada del diez y siete dmayo, fiesta del Santo, quien anuncia dese modo a sus devotos la proximidade la muerte.

No había sido sueño. Del sueño larrancó la campana. Bien despierto lescuchó perderse por los aires de l

madrugada. Tampoco fue aprensión



Eran los golpes claros de una campanno fundirla por manos de hombresgolpes rectos al corazón, punzantes

nequívocos. Día lunes, diez y siete dmayo, en la madrugada.

Podría ser ese día, esa semana, es

mes, o el que entra, o el siguientepodría ser en agosto; para fines de año principios del otro; pero siempre ante

de la próxima fiesta de San Pascual, qua veces anuncia exactamente con un añde anticipación. Podría ser ese díaPodría ser en agosto. (El que a hierr

mata, a hierro muere.) Más muerto quvivo se levantó aprisa y casi volandlegó a la parroquia. Desde esa mañan

comenzó a prepararse, meditando en l



nminencia del fin y en la magnitud dsus culpas. (El siete de agosto que viense ajustarán veinticinco años de l

muerte de Anacleto, a manos de doTimoteo, en cuyo recuerdo se hace cadvez más viva y amenazante la mueca de

difunto.) No salía de la iglesiaDiariamente se confesaba. Dio trazas dhacer testamento, de perdonar a su

deudores, de arreglar tantas cuentas renunciar a todos los bienes de la tierraMas ¡oh indómito poder de la carne

Unas miradas de mujer, unas palabras

unos movimientos encendieron la sangr fueron apagando los ecos de l

campana misteriosa, fueron adueñándos

del tiempo y principalmente de esa



horas en que las mil preocupaciones da vigilia luchan contra el sueño.

Las fantasías del viejo hallaba

pasto, rumiando los detalles de algunoencuentros con Micaela, el sentido qupudieran tener sus palabras y la

nflexiones de su voz. El primerastorno serio lo experimentó

mediados de julio, en la noche, al sali

del rosario; iba por la banqueta deatrio, resbaló en una cáscara y dio en esuelo con todo el cuerpo, sin podersevantar por la fuerza del golpe, que l

produjo sofocación y vértigo; unamanos, unos brazos tibios, apretados dcarne, olorosos a perfume —¡nunca

nunca tuvo sensaciones iguales



gratísimas!—, las manos y los brazos dMicaela lo ayudaron a levantar, sintió econtacto con el cuerpo garrido puesto e

el esfuerzo, un pañuelo pasó por erostro quitándole la tierra —¡jamáhabía imaginado que hubiera suavidade

como ésa!— y el cariño de una vocatrina le hizo estremecer:

—«Cómo lo deploro, don Timoteo

¿se ha hecho daño? ¿quiere que le ayuda llegar a su casa? ¿no está lastimado?Después:

— «¿Por qué no hay quien le hag

compañía?» Después: —«Una personan excelente como usted » Finalmente

—«Cómo me gustaría poder llevarl

hasta su casa y curarlo si es necesario



Ay! qué hijos tan malos, tadespegados. A usted le hace falta ubuen cariño. Cómo me gustaría servirl

de algo.»En tantos años, en las obstinada

figuraciones nocturnas de tantos años, n

había pensado en una mujer como éstaTímidamente apareció la lucecilla de lesperanza: ¿por qué no había de se

posible casarse con una joven catrina¿Por qué? ¿Por qué?Al día siguiente, Micaela fue a s

encuentro, le tendió las manos co

sencilla naturalidad y le preguntó cómestaba, si se había lastimado, si habíado por el componedor. —«Toda l

noche estuve pensando en usted, si l



habrían dejado solo, si alguna almcaritativa lo atendería, siquiera parlevarle una taza de canela caliente,

abrigarlo bien.» No sería el primer caso de u

matrimonio así. No. No sería.

En las visitas del Jubilecarmelitano se encontraron varias veces aún pudo el viejo rozar el traje de l

muchacha, que le sonreía zalamera; euno de los encuentros le dijo: — «No me olvido de su

necesidades. Acuérdese usted tambié

de mí.»¡Cuántos matrimonios así son mu

felices! ¿Para qué sirve tener dinero s

no se tiene felicidad? ¡No haber sid



nunca feliz!La fama pública que censuraba

Micaela volvió a asaltarlo, si

producirle ni el horror primitivo, ni lodeseos posteriores, sino indignaciócontra la maledicencia pueblerin

cebada contra un ángel.¿Y a su padre, a don Inocencio

cómo le caerá el asunto, caso d

formalizarse? ¿qué podría decir?Las hijas de don Timotecomenzaron a hacer muy mala cara a spadre y a dirigirle pullas inequívocas

dieron en acompañarlo a la iglesia y epretender que no saliera solocontribuyendo a que la tensió

aumentara en el «viejo volado», como l



lamaban dentro de la intimidad.¡Efímera ilusión! Llegó agosto y e

a madrugada del día primero Sa

Pascual repitió con mayor insistencia claridad el anuncio de los lúgubrecampanillazos, flotantes en el aire co

extraño sonar. Por si no fuera suficienteconcurrieron los aullidos de Orióndesde cuando anochecía. — «¡Este mes

no saldré de agosto!» Los aullidos dOrión toda la noche y la madrugada dedía siete se hicieron tan insoportablesque Damián se levantó y mató al perr

con certero balazo.Hacía veinticinco años, justamente

que don Timoteo era perseguido por la

muecas del difunto Anacleto.



La muerte de Orión abrió nuevoabismos entre Damián y su padre.

Al salir del Quincenario la noch

del día trece, Micaela estrechó coefusión las manos del viejo, cuya sangrno reaccionó ya. —«Déjame en paz» —

dijo con voz cavernosa y echó a andaprecipitadamente, frío como muerto.

A los oídos de Micaela llegó l

demencia de don Timoteo y no pudcontener la risa. —«Viejos maniáticosi que fuera un santo para que l

avisaran cuándo se va a morir. ¡Viej

chocho!»

7



DICEN que Damián había resuelt

volverse a Estados Unidos y sólesperaba el anunciado testamento de spadre y la entrega de los bienes que lcorrespondieran. Dicen que se habíenfriado su pasión por Micaela y qusólo el desprecio público de que lo hizvíctima la muchacha fue la causa de

funesto desenlace.Las palabras de Micaela en e

momento supremo: — No le hagan nada

suéltenlo! él no es culpable, yo fui lque quise, porque lo quiero y a nadicomo a él he querido, ¡suéltenlodaban lugar a los más encontrado



comentarios, que subían desde lndignación por el cinismo (a pesar de

precio pagado y de que ya era cos

uzgada por Dios), hasta hipótesingenuas que no faltaban, tratando d

exculpar a la infeliz.

Había otros motivos dcomplejidad. Espontáneamente donocencio declaró que su hija, desde qu

volvieron de México, en marzo de estaño, no tenía otra idea que salir depueblo, sin que ningún día dejara ddarle guerra por eso, y muchas veces e

forma violenta, otras dejando de comerponiéndose imposible de triste, lorando; la noche del quince de est

mes volvió a su tema con fuerza y se l



salieron estas palabras, a las que donocencio no prestó mayor importancia:

—«Bueno, si no nos vamos o a

menos me mandas a mí sola fuera daquí, tú serás el culpable de lo qusuceda.»

¡Tantas veces había tratado dconminarlo con frases parecidas! Lvíspera de los hechos —declaraba e

padre—, la encontré doblando ropa suy antes de que yo le preguntara nada, mdijo:

—«No habrá de faltar quien quier

sacarme de este infierno, ya que tú nquieres», a lo que siguió un altercad«en que sí, lo confieso

desgraciadamente le puse la mano, fuer



de mí.»¿Entonces —cavilan los curiosos—

por qué Micaela, con peligro de vida, s

resistió a seguir a Damián, y cuando ésthizo lo que hizo, aquélla confespúblicamente que a nadie había querid

como al malhechor?Por otra parte, a gritos, los deudo

de don Timoteo habían dicho y seguía

diciendo que Micaela fue la que azuzó Damián contra su padre, y a RupertLedesma contra Damián, que muchaveces habían estado a punto de llegar

as manos estos últimos, como latestiguaban muchos hombres del pueblque intervinieron para ponerlos en paz.

Por lo menos los «picones» qu



Micaela había dado a Damián, coRuperto, el día quince, saliendo de lmisa cantada, fueron públicos

notorios; horchata que le corriera poas venas, el norteño se hubier

enfurecido. Sucedió que Damián estab

en la puerta del atrio que da a la CallDerecha, y Ruperto, con otros amigosen la esquina de «La Flor de Mayo»

Micaela salía en unión de las Lópecuando se juntaban eran temibles posus tijeras y burlas); al distinguir Damián, Micaela soltó una carcajad

mientras decía cosas que aquél nescuchó, pero que propagaron lhilaridad no sólo entre las acompañante

de Micaela, sino entre otras persona



que iban cerca.(Después se supo que lo dicho habí

sido: — «¿Qué les parecen lo

pantalones de globito y los zapatoneamarillos de perro chato? ¡ Se los pasa ver si se mueren, como dicen que otra

se han muerto de puro oír hablar inglés oler a peluquería barata!» —o bobadapor el estilo.)

Dejó a Damián con el saludo, sdirigió hacia donde Ruperto estaba, lhizo una sonrisa y cayeron de intentunos nardos que la coqueta llevaba en e

pecho; Ruperto los cogió y se puso esperar a Damián, quien sin detenerspasó y dijo: —«Ay te dejo plato d

segunda o tercera mano»; los amigos d



Ruperto contuvieron a éste cuando sanzaba tras de Damián; alguno

aseguran que esa tarde o al otro día

Limón mandó decir a Ledesma que sconvenciera de que dos hombres ndeben pelearse por una hembra si

vergüenza.¿Qué quiso decir Damián —

cavilaban y cavilan los curiosos— co

eso de «plato de segunda o tercermano»?Todavía el lunes dieciséis, Damiá

declaró en la tienda de Pancho Pére

que se iba del pueblo porque no queríemporcarse las manos. Nadie volvió verlo en la semana; se supo que estab

en el rancho.



Ahora se ha conjeturado que sería éun jinete que se oía pasar por la calle dos Rodríguez, ya muy noche o en l

madrugada, esos días entre el diecisiet el veinticuatro de agosto.

Doña Rita, la que cose ajeno, dic

que una mañana, sí, fue el miércoledieciocho, halló un sobre de lino, comde carta de novio, arrugado, en l

esquina de la casa de los Rodríguelástima que lo echó al fogón!Y en «La Flor de Mayo» cuentan qu

uno de los mozos de don Inocencio lleg

el martes a comprar un pliego y un sobrfinos, y en broma preguntaron si serípara Damián o para Ruperto, quién sab

si para don Timoteo. El mozo



Crescendo, ha confesado quciertamente la difunta lo mandó ese díade todo secreto, a comprar papel

sobre; que no sabe más y que puedurar que nunca llevó ninguna carta

nadie.

La víspera del tremendo día de SaBartolomé, Prudencia recibió un recadde Damián; quería saber si su padr

había decidido ya la partición de lherencia, porque (pieria irse California esa misma semana, dejandarreglado el asunto.

Llegó así el veinticuatro de agosto.

8



SALVADO de la ira popular, seguro en l

cárcel, Damián Limón se encerró emutismo casi absoluto—«¡Remátenme!» —decía comsonámbulo. Le chorreaba sangre de lcara, pollos golpes de la multitud.

— ¿Por qué has hecho esto? — ¡Remátenme!

— Es mejor para ti que digas toda lverdad, pronto.

— ¡Remátenme!

Algunas veces añadímaquinalmente, sin convicción—«Ustedes son cobardes; préstenme lpistola para acabar pronto conmigo



o tenía trazas de borracho, como llega pensar el director político.

— ¡Remátenme! No merezco otr

cosa.Fuera se oía el furor de l

muchedumbre:

— ¡ ¡Maten al asesino!! ¡ ¡Van dejar ir al parricida porque es masón!!

Hubo necesidad de que intervinier

el señor cura para conjurar el asedio da cárcel; pero ésta fue rondada toda lnoche y las siguientes por algunocelosos de la justicia y desconfiados d

os enjuagues gobiernistas.¿Quién pudo dormir esa noche? E

que más o el que menos, en todos latía l

ragedia. Los no venidos al uso de l



razón experimentaban el pulso anormade la vida: golpes de puerta, pláticaalternadas, velas encendidas, ir y veni

por las calles, y de una habitación otra, precipitadamente; muchos niñoasociaban las detonaciones, las carreras

os gritos, los llantos, el plañir de lacampanas; otros infantes habíapresenciado la conducción del reo

chorreando sangre, rodeado dcarabinas, entre puños crispados, entrcaer de piedras, entre imprecaciones loros, entre la oscuridad creciente de l

arde, y algunas frases resonabamisteriosamente dentro de su inocencia—«Es un monstruo.» «Mató a su padre

«Mató a una mujer.» «Por poco mata a



Santo del pueblo.» «Es un monstruo.»Y el eco: «mató a una mujer mató

una mujer a una mujer una mujer muje

mujer», en el miedo de las conciencianiñas y adolescentes.

¡Mató a una mujer!

¡Mató a su padre!¡Por poco y mata al Padre Islas! ¡A

Padre Islas, al Santo!

Predomina en muchas bocas lpregunta: —«¿Cómo fue lo del Padre Islas?»«¿Cómo fue lo de nuestro Padr

director?»La versión de Pascual, el sacristán

que acompañó al Padre Chemita —

como le llama—, es la siguiente



despojada de interjecciones comentarios:

—«A las tiros, con la curiosidad

salí al atrio y a poco vi que venícorriendo Juanita Rodríguez, como locadando de gritos: "¡la mataron! ¡l

mataron! ¡un padre! ¡un padre!"; yo sabíque no estaba el señor cura, ni el PadrVidríales; por eso corrí a la capilla,

avisar al Padre Chemita, sin esperar saber bien a bien de lo que se trataba, contagiado por las ansias de Juanita; ePadre, apenas le dije que no había má

que él en la parroquia y al oír los gritodentro del templo, se levantó.

—"¡Ay, Nuestro Padre, qu

desgracia, mataron a Micaela, véngase



ver si la alcanzamos, véngase a vervamos corriendo!" —decía Juanita cogritos que resonaban en las bóvedas

olvidándose del sitio en que se hallabavolamos los tres en medio de lconfusión de gentes que corrían de aqu

para allá, preguntando qué sucedía; eesto vemos que Damián, montado caballo, salía por la bocacalle de lo

aranjos a galope tendido, y que lseguían muchos hombres al grito d"¡agárrenlo!"; cuando el asesindistinguió al Padre Chemita, dio e

rayón al caballo, levantó la pistola hizo dos disparos a boca de jarrodiciendo entre espumarajos de la boca:

— "Usted es al que buscaba, padr



ijodiuna, usted tiene la culpa de todo, el cura, que se los va a llevar... etc "La Providencia! Los dos tiros no

rozaron el sombrero; el caballo resbal cayó, derribando al jinete, cuando ést

hizo nuevo disparo que retachó en e

suelo; Crescencio, Juan Lomas, eChampurrado, Tío Cejas y no recuerdquiénes otros, nos echamos sobr

Damián y lo sujetamos; en esto supe quambién había matado a su padre, como si me diera un rayo, lo solté yoleno de horror, igual que si fuera u

alacrán; creo que sí, le solté una patadque debe haberle dado en las costillasporque se sofocó y se le cortaron la

palabras de "¡montoneros! ¡cobardes!"



como si se le cortara la respiración; macordé del Padre Chemita y sireponerme del coraje y del susto, segu

hasta la casa de don Inocencio, me abrpaso y llegué hasta la puerta de lrecámara a donde habían llevado a l

moribunda; estuve allí hasta que salió ePadre con dos lagrimones en locachetes; nunca lo había visto llorar.

—"¿Alcanzó a confesarse?" —lpregunté, le preguntamos los questábamos allí. No contestó nada. Tiesosin hacer caso de nadie, salió a la calle

hizo señas de que me fuera a lparroquia y tomó el rumbo de su casadicen que fueron a tocarle muchas vece

nadie dio señales de vida; muy d



madrugada le mandó un recado al señocura, diciéndole que se iba a Clamores ardaría una semana, pues piensa hace

allá sus Ejercicios Espirituales.» —«Fue trabajoso agarrarlo —cuent

Tío Cejas entre un gentío que invade "L

Flor de Mayo"—; nos trajo corriendpor medio pueblo y hubo un momento eque se nos iba a ir por el camino d

Teocaltiche, que a toda costa queríomar; al principio ninguno traíamoarmas ni caballos; esperábamos a qudiera vuelta en las esquinas por miedo

un plomazo; a puros gritos íbamosiguiéndolo; yo fui de los primerosvenía de Las Trojes, quitado de la pena

cuando frente a la casa de los Ramíre



oigo los gritos de "¡agárrenlo!" quvenía dando Crescencio, por la calle darriba, mientras no sé quién otro gritab

de más abajo, al tiempo que daba vueltDamián; unos que estaban en el tendejóde doña Celsa, salieron; Damián nos vi

a todos y se echó atrás; Crescencio y yo seguimos, luego fuéronse juntand

más hombres, y ay andamos de aquí par

allá, sacándole a los plomazos que dcuando en cuando nos tiraba; lo buenfue que por el camino de Teocaltichvenían Juan Lomas y otros individuos

caballo, sacaron sus pistolas y no sarriesgó Damián a jugarse el todo por eodo, sino que saltó la acequia

volvimos a encajonarlo en la cerca d



don Matías, que fue el que hizo eprimer disparo con una carabina viejaque no debe aventar los tiros a más d

dos metros, pues lo tuvo a boca de jarr le erró; quién sabe quién gritó: "ha

que agarrarlo vivo, no le disparen", y d

vuelta lo traemos por toda la calle dos Naranjos. A todo esto ni luces de l

autoridad, que se presentó con su policí

cuando ya lo teníamos desarmado, bieagarrado y como santocristo; de lo únicque sirvió el director fue para salvarla vida; si no, allí la gente hubier

rematado a Damián.»"Con una cara que nadie le conocía

lega el señor cura a «La Flor de Mayo

pide con voz apagada: —«Es mejo



que se vayan a sus casas a rezar poanta aflicción. Váyanse. No es buen

que se haga más escándalo.»

Hace mucho que no salía el pueblde sus hábitos reservados. El cura vdispersando las chorchitas callejeras, v

haciendo que se cierren —como siempr— las puertas, las ventanas y las tiendaen que la curiosidad encontró asilo.

¡Pobre pastor! Andaba en las obrade la Casa de Ejercicios cuando escuchas detonaciones, bajó corriendo y l

encontraron las tristes noticias. Quis

partirse en cuantos curas fuera necesari acudir a las distintas partes que l

reclamaban; mandó recados a su

ministros para que acudieran a la cas



de don Inocencio y al sitio en que shallara Damián, en tanto, cogiéndolcerca, se dirigió a la casa de do

Timoteo. ¡El desorden que halló por ecamino, y en la cuadra y en el zaguán da casa! Inútiles los ruegos d

dispersión: a gritos iban contándolcientos de bocas lo acaecido: mandcerrar la puerta y entró — como e

glesia repleta— a la recámara demuerto; el Padre Reyes acababa dsantoliar el cadáver, al que anteadministró una condicional absolución

—«Ya no hay sino callarse y rezarrezar» —dijo con voz fuerte, sobre lmarea de llantos y murmullos

encarándose a los asistentes; impuso l



salida de los que no fueran deudos; y afin se apartó con Prudencia que lo teníabrazado desde que lo vio entrar en l

pieza. Más por dar desahogo a lcuitada, que por interés de conocer lodetalles, le preguntó con tierna solicitu

cómo había sido aquello. Frasenconexas, lagunas de llanto, fugas d

respiración, improperios. Don Dionisi

pudo saber que Damián llegó a mediarde, con aparente calma, y dijo ququería hablar con su padre.

— «Por lo que más quieras —habí

dicho Prudencia—, no le vayas a tratanada de testamento ni de cosa que laltere »

—«No tengas pendiente» —habí



respondido Damián, por primera vedespojado de la brusquedad con quhablaba en su casa.

«Quién quite y el sentimiento qurae mi padre haya hecho cambiar a m

hermano» —pensó entre sí Prudencia

Todavía estuvo escuchando que los dohombres platicaban tranquilamente.

—«Yo no sé cómo se te ha puest

eso de irte, si aquí tienes modo drabajar a tus anchas, en cosas propias, ganar el dinero que quieras» —oyó qudecía don Timoteo, con tono paterna

muy reposado. Prudencia tuvo sosiegpara volver a sus quehaceres. En la casno había nadie. Don Timoteo salió a

patio:



—«Prudencia, óyeme, anda allí comi compadre Zenón Placencia, y dilque me mande las cuentas del maí

comprado al tiempo; lo esperas hastque tú misma traigas eso, que necesito »

¿Qué podía tardar? Don Zenó

andaba en la huerta; pero de todomodos en menos de un cuarto de horvolvió Prudencia y halló la puerta de

zaguán abierta; en el patio, anda vete: nestaba el caballo de Damián; pero viregados unos pesos fuertes; Prudenciuvo una corazonada, comenzó a llama

a su padre, a Damián; todo silenciocorrió a la pieza ¡y bien muerto!

El señor cura se esfuerza en infundi

resignación a la muchacha, le asegur



que su padre se hallaba bien preparadpara la muerte, le inculca fortaleza parhacer frente a la prueba con que Dios l

somete, le dice que debe perdonar y qudesde luego debe hacerse cargo de lcasa, cuidar el amortajamiento de

difunto, sobreponerse a todo cocristiana entereza.

Lo antes posible don Dionisio corr

a la casa de los Rodríguez; cuando llegasalen el director político y don Refugiohan ido a dar fe de las heridas.

— Un balazo que le atravesó lo

pulmones. Crimen vulgar, de los qulaman pasionales — adelantóse a deci

el director, y añadió—: Ya ve uste

cómo está cundiendo el desorden; y



debía decidirse a ayudarnos en lformación del partido de la gente dorden.

¡Crimen vulgar uno de estmagnitud! ¡Crimen vulgar el parricidioque los anales de la comarca, e

cincuenta leguas a la redonda, no habíaregistrado nunca! ¡Tomar las cosas coese despego y, a más, quere

capitalizarlas en intereses políticos! Acura se le encendió la sangre; pero supcontener la lengua, despedir al directo entrar a padecer con aquello

feligreses en desgracia.Le repugnaba el conocimiento de la

circunstancias de este otro crimen

mucho más que en el caso de do



Timoteo; pero por la combinada versióde muchas bocas, que entre sí sarrebataban las palabras, hubo de sabe

que volvía Micaela de casa de las Lópea donde había dado en ir casi todas laardes, cuando la alcanzó Damián. Dice

que doña Rita, la que cose ajenoescuchó que le decía:

—«Orita mismo ha de ser y aprisa

si quieres, porque ya te dije que msucedió una desgracia muy grande» —que no abrió la ventana porque le dimiedo el tono con que hablaba e

hombre.(Más tarde, y hasta cansar, doña Rit

va y viene confirmando y adornando la

palabras que oyó detrás de la ventana



cuando cosía.) Crescencio vio qucuando Micaela iba a dar vuelta en lesquina de su casa, Damián quis

evantarla en peso, a fuerza; venciendel susto, Crescencio corrió en auxilio da muchacha, en tiempo que ésta lograb

correr, y Damián le disparabaqueriendo todavía subirla en la sillapero al ver que llegaba Crescencio

echó a correr; Micaela dio algunopasos, antes de caer, y cuando lrecogieron don Jacinto Buenrostro, smujer y sus hijas, fue cuando dijo:

—«No le hagan nada, ¡suéltenlo!, éno es culpable, yo fui la que quiseporque lo quiero y a nadie como a él h

querido; ¡suéltenlo!» En eso llegaro



doña Lola y Juanita (don Inocenciandaba en el centro: le avisaron dsopetón en la tienda de do

Hermenegildo Quezada), y aún Micaelpudo decir con trabajo:

—«Ya las voy a quitar de sufrir.»

Dicen que fue lo último que hablópero todavía daba señales de vidcuando llegó el Padre Islas.

Al ver al señor cura, doña Lolprorrumpe con acento desgarrador: —«¿Cree usted que se hay

condenado? ¡ay, no, Dios mío! ¡dígam

usted que no!»El señor cura trata de serenarla, d

consolarla. Como si nada escuchara

doña Lola vuelve de pronto a gritar



como loca: —«¿Qué le hemos hecho a Dios par

que nos trate así? ¡Es injusto!»

Y como las blasfemias no se le caede la boca, los que primero comenzaroapándose los oídos, luego decide

abandonar la casa. Don Dionisipermanece allí hasta conjurar la criside la pobre mujer. Don Inocencio

encerrado en un cuarto, no quierdejarse ver de nadie.El señor cura se dirige a la cárce

«Un crimen vulgar —va pensando—

un crimen vulgar! cuando hace ya casdiez años que no se registraba uhomicidio dentro del pueblo; la hora d

Satanás pone a prueba el trabajo d



mucho tiempo; mis pecados, miomisiones concurran tal vez derribarla; ¡pobre de ti, pastor lleno d

flaquezas, pobre de ti, pobre de tpueblo!») Ha ordenado que doblen lacampanas, en miserere colectivo

excitando al sufragio por los muertos, a rogación por los vivos y a

remordimiento del malhechor, quien a

verse frente al párroco, tuerce las mano lanza un gruñido seco: — ¡Ni crea que voy a confesarme!Y otro, cortante:

— ¡Déjeme! —Vengo a ver si puedo servirte d

algo; no a otra cosa —repone co

mansedumbre don Dionisio, y a su



palabras contesta el mutismo del reomutismo sobre el que caenacusadoramente, los dobles de todas la

campanas. — ¿Por qué no hace que se calle

esos toquidos?

— ¿Y cómo haremos para que scalle Dios?

— ¡Me van a volver loco!

—Es porque no quieres oír lo que tdicen; sólo haces caso de lo que trecuerdan.

— ¡Mande que se callen!

— ¿Y cómo haríamos para que scallara ese ladradero de perros qulena la noche por todos lados?

— Dice bien. Son preferibles la



campanas que los ladridos.Otro largo silencio en el cuchitri

siniestramente alumbrado por una raj

de ocote.-¿De veras quiere hacerme un favor —Ya te dije que a eso vine.

—Dígales que no me dejen a oscuraen la noche.

— Voy a mandarte un aparato d

petróleo. — Usted dirá que tengo miedo. —A Dios debías tener miedo. — ¿Quiere que le diga la verdad

Yo, francamente, no creo en Dios. — Entonces, ¿por qué no quieres oí

que ladren los perros, ni quedarte

oscuras? ¿Tienes miedo de que t



maten? — Usted sabe bien que me quisier

morir y que si yo supiera que usted er

capaz de hacerlo, le pediría de favoque me matara.

—Tú eras el que querías matarme.

— Sí, ¿por qué voy a negárseloVáyase, pues.

—No, si no vengo a molestarte co

reproches; tú tendrías tus motivos; yengo los míos para querer darte buencompañía y tratar de animarte.

—No, váyase, su presencia me hac

daño. Y en cuanto a mis motivos... —No quiero saberlos. — Déjeme: a usted le echo la culp

de este aire imposible de respirar qu



hay en el pueblo; a usted, perprincipalmente a ese Padre Islas.

— Un aire que quiere impedir lo

ibertinajes fuera de la Ley de Dios. — Usted comprende que yo no esto

para discusiones.

—Tampoco yo quiero discutir ahoraDescansa. Y cuando quieras reflexionarno te niegues a las voces de l

oscuridad, o de los perros, o de lacampanas. ¿Quieres algo de comer¿Quieres agua? -No.

—Te mandaré un cántaro de agua

Que pases buenas noches. Si algo se tofrece, voy a hacer que me avisen. Yo svoy a pedirte una cosa, una cosa fáci

Cuando ahora o mañana o más tarde t



acuerdes de alguna oración, rézala, nvayas a desecharla. Dila con los labiosaunque no la sientas. Yo sé lo que t

digo, te aliviará. Por ejemplo, si tmolesta el aullido de los perros, procurrezar y poco a poco se te olvidarán.

— Hay cosas que no se puedeolvidar.

—Pero esas cosas pueden servi

para tu alma, que es lo principal.El señor cura se encamina a lpuerta. Las campanas han cesado docar. Los ladridos cobran intensidad.

— Oiga —gime Damián— ¿cómvoy a creer en el alma?

— No te preocupen tus dudas. N

quieras discutir las ideas que se t



ocurran. Escúchalas, no más. — Yo, yo no quisiera quedarm

solo, y no es por miedo.

—Si te abandonas, ya verás que ne quedas solo.

— ¿En verdad no se alegra usted d

o que me ha sucedido? — ¿Cómo piensas eso? Yo quier

ser ahora tu padre; lo quise ser contra t

voluntad, por designio de Dios, y si haalguien que sienta lo ocurrido, ten poseguro que si se pudiera, yo cambiarías cosas.

— Eso no es posible. No es posibleA veces sí creo que es todo un masueño.

— Lo que sí es posible, créemelo



es la salvación de tu alma. — Váyase ya, ni crea que voy

confesarme.

— La confesión es cosa libre ninguna cárcel puede privarte de esibertad. Adiós, Damián, que Nuestr

Señor te abra los ojos.Todavía en la puerta se volvió par

decir:

—Tú, yo, todos somos pecadorespero también a todos nos iguala lMisericordia de Dios.

En la calle había una lun

resplandeciente: la luna de la calma, luna de las abusiones de agosto, la de l

gota serena.

El soliloquio se reanuda: «Pobre d



i, pastor lleno de flaquezas, pobre de tias ovejas que se te confiaron va

descarriadas; los lobos aúllan por toda

partes; una sola que se te pierda —cuántas ya se te habrán perdido! —

¿qué cuentas vas a darle al Señor

Micaela...» Pero el caprichospensamiento va a retachar en la memoride su sobrina María. «¿No es mejor qu

se hubiera muerto de chiquita? ¿No pudser hoy, no puede ser mañana víctima da epidemia que invade a las almas?» E

egoísmo de la consanguinidad, l

rebeldía humana se encabrita, y epárroco necesita gran esfuerzo parsobreponerse: «Lo mismo y más debe

sentir y cuidar a todos tus feligreses



ibre de preferencias y lazofamiliares.» El pensamiento sobcecaba. «¡María! ¡María! ¿Qué irá

ser de ti?» Otro pensamiento acudecomo espina: «¡Gabriel!»

Llegado al curato, Marta le rueg

con la cena, sin que pruebe bocadocomo tampoco, vuelto de los veloriospodrá probar el sueño.

Contra la costumbre, como misererdel pueblo, como excitación a lopecadores, cada hora, toda la noche daquel infando día, y en la madrugada,

en la mañana, cada hora doblaron lacampanas.

— ¡Qué distinto de como tocab

Gabriel! —dicen voces temerosas en l



escondido de las alcobas, en ensomnio de patios y corredores.

— Como si también las campanas s

hubieran muerto desde aquel día en quas tocó Gabriel por último.

9

SORPRESA no fue; dolor tampoco, ndesvío ni añoranza simples, ni simpldesamor, lo que Bartolo Jiméne

descubrió en los ojos de su cónyuge —que había sido novia de Damián—cuando temblando de cólera, de pánico

de satisfacción vino a contarle lo qu



acababa de suceder, y al contárselo satrevió a mirarla, curioso de ver losentimientos que reflejara. Mejor no l

hubiera hecho. Fue una fiereza contenidde muchos años que de pronto estallabamirando a Bartolo con rencor

resentimiento, como a viejo enemigocomo a ladrón que inicua, injustamenta poseyera, como a verdugo, como

causante de la desgracia caída sobrDamián. Peor que si éste lo hubiesdejado seco, abatiéndolo con siete tiroen el corazón. Una sola palabra n

medió entre marido y mujer. Siembargo, los dos comprendieron que lvida cambiaba para ellos en es

momento. Bartolo, sintiéndos



humillado en su condición, resolvió allmismo irse al Norte; cuanto antes, mejor

10

EL entierro de los cuerpos se precipitpor temor a que mandaran dTeocaltiche un médico que quisier

practicarles autopsia: «tasajearlos comreses —opinaban las gentes—, diz que pretexto de alegatos en el juzgado; todo

menos eso: ¿para qué si estaban biemuertos y no los habían de resucitar coaveriguaciones?» La prisa qu

arrebataba los cadáveres al cult



familiar antes de tiempo fue uno de lodetalles más dolorosos en la tragedia.

El pueblo mostró su oscura justici

concurriendo a la misa de cuerppresente y sepelio de don Timoteoabsteniéndose de hacerlo en el caso d

Micaela: sólo el señor cura, gentes de lmayor intimidad u obligadaeconómicamente con los Rodrígue

fueron los asistentes.La hostilidad popular se hizo ysentir en el velorio de la difunta, escas fríamente concurrido. (Lucas Macla

estuvo en la primera parte de la noche como no hubo quien le picara nmantuviera la plática, se marchó a cas

de los Limón antes de la hora en qu



pensaba hacerlo. Su frustrado tema ecasa de los Ramírez comenzó a ser el da Ley fuga en los tiempos del genera

Tolentino, allá por el ochenta y tres y eochenta y cuatro. Instalado en el veloride don Timoteo y con ambient

propicio, inició sus historias con la duna cirquera malabarista que jugaba comuchos tizones ardiendo y cuchillos

«pero dónde, una vez, allí en las fiestade Nochistlán, se le entrambulicaron lapitas, uno de los cuchillos le dio en emérito corazón, le cayeron encima lo

mechones ardiendo, y cuando trataron dapagarla, ella misma era un tizósangrante, que ni lucha le hicieron».

Era, claro, la historia de Micaela



ranspuesta en lejanías de tiempoespacio y condición.) A la una de lmañana ya no quedaban en casa de lo

Rodríguez más que peones y medierolenos de sueño, sin iniciativa par

reanudar los rezos por la muerta; e

cambio, los rosarios se sucedieron sinterrupción, cada media hora, en tomo

don Timoteo, cuya casa se vio pletóric

hasta la hora del entierro. Hubo críticapara el señor cura por haber mandadde cenar al asesino. Hubo sarcasmopara la caja blanca de Micaela. Lo

Limón anunciaron que no llevarían a lparroquia el cuerpo de su padre si lhabrían de poner en el catafalco qu

hubiera ocupado el cadáver de l



causante de todo, y al fin consiguieroque las honras fúnebres de don Timotefueran primero que las otras. — «¿Cóm

van a admitir en la iglesia el cuerpo duna...?» —cuchicheaban los adictos os Limón. — «¡Ni se confesó!» —

añadían.Cuando el mermado cortejo d

Micaela pasó de su casa a la parroquia

de allí al camposanto, ni una ventana, nuna puerta cedieron la hostilidad, y hastos hombres rehuyeron en las calles e

encuentro.

—Ruperto —se comentó después—uvo la desvergüenza de ir al entierro.

— Mayor desvergüenza fue que l

admitieran.



— Y anduvo diciendo que Damiáno saldría con vida del pueblo; que éba a arreglarle cuentas.

— Antes fue cuando debió haberlaarreglado, si hubiera tenido pantalones.

En el camposanto, Lucas Macla

anduvo señalando las tumbas de muertopor la Ley-fuga.

—Si Damián fuera reyista... porqu

ahora nomás a los políticos se laaplican —comenta uno del corro.

11

AHORA

sí ya nos podemos i



componiendo con Prudencia, Clementin Juan —dicen los que dejaron algú

compromiso pendiente con don Timote

—; lo que es los hijos, hasta el pellejnos van a quitar.

12

LLEGA el piquete de gendarmería quviene por Damián. Se sabe que no llevarán a Teocaltiche, sino

Guadalajara. El párroco se apersona coel director político, en demanda dseguridades legales para el reo.

—Yo no sé nada. Ordenes so



órdenes. Allí el cabo de la escolta es eque sabe si puede alguien acompañar areo. ¡Si aquí fueran corralistas, algo s

podría hacer! Además, el reo se hnegado a hacer declaracionepreventivas. Esto le perjudica.

Sólo el señor cura se interesa por lsuerte del criminal. Día con día lvisita. El tono de sus amonestacione

cada vez más enérgico, no ablanda ldureza del prisionero, que tampocquiere admitir la compañía de ningúeclesiástico en su viaje a la capital... o

a muerte.Sí, entonces, cuando sacan

Damián, en la madrugada del treinta

uno, día de San Ramón, ventanas



puertas abren su curiosidad. — ¡No quiso al fin confesarse! —No lo llevaban amarrado.

—No llegará ni a la Labor. —No le hace que vaya con él e

Padre Reyes.

—No quiso declarar nada. — ¡No quiso confesarse por nada d

este mundo!

— ¿Y Ruperto? —Bien, gracias. — ¿No le salió al camino? ¿N

ntentó hacerle algún disparo?

De Ruperto, ni sus luces. — Ha de haber estado metid

debajo de la cama.

— Vestido de mujer.



Cuando la conducta del preso paspor la Labor de San Ramón, tocaban lambora y las chirimías; restallaba

cámaras y cohetes, lo que dio motivpara llevar al pueblo la noticia ddescargas contra Damián Limón

udibrio de la comarca.



ESTUDIANTES

YAUSENTES

1

MUY en los primeros días de septiembrcomenzaron a llegar los estudiantes, quvenían a vacaciones, y de pronto eduelo del pueblo pudo sofocar su

ocuras y hacerlos partícipes de



sentimiento común. Poco a poco, lacosas volvieron de revés y la chispa dos estudiantes fue consumiendo l

risteza, el malestar de las gentes.La mayoría son estudiantes de

Seminario Conciliar. El pueblo s

halaga con que lo llamen levítico. De éhan salido y salen ministros del Señoresparcidos por toda la Arquidiócesis

Raro es el año en que van menos ddoce muchachitos a iniciar su latinidadpor lo común sobrepasan ese númeroRaro es el año en que no haya por l

menos un cantamisa de algún hijo de lparroquia.

El tiempo de vacaciones constituy

para el señor cura un período lleno d



cuidados y riesgos. ¡Cuántos muchachoa filósofos y aun teólogos, cuy

vocación parecía firme, han destripad

en estos meses de libertad, al arrimo dviejos y nuevos afectos! Lo máfrecuente: seminaristas que por vanida

o por pasatiempo se hacen de noviaregresan a sus estudios con un principide disipación, del que difícilmente s

ibran, y aunque al transcurso del año nformalicen relaciones, divagarán comas chuparrosas, engreídos del mundo

aquí tocarán la guitarra y cantará

onadas profanas, allá los aplaudiráporque declaman poesías románticasugarán a la baraja, se harán célebre

por sus cuentos atrevidos



escandalizarán por su poco espíritu drecogimiento, pondrán señuelos a otras a otras muchachas, y el día meno

pensado ahorcarán los hábitos o sharán malos sacerdotes.

No es el solo daño de la

vocaciones que se frustran, sino eprofundo y permanente de laconciencias de mujer que queda

sobresaltadas —exaltadas—, inquietasperdidas en ilusiones y temoresCuántas —Lina, Magdalena, Gertrudi

— llevan años de esperar y desesperar

Cuántas en la vana esperanza shicieron viejas! Este año ¿cuántacomenzarán la incierta espera, cuya

espinas agudiza el remordimiento d



ugar contra Dios, escamoteándole uoperario de su viña? Remordimiento dno dormir en todo el año, en mucho

años. Angustias de recibir y de nrecibir cartas del ausente.

¡Cuántos vendrán con la resolució

de cortar la carrera y echarán sal dágrimas en la esperanza del Cura, en la

esperanzas del padre, y de la madre,

de la parentela, que soñaron ennoblecea estirpe con un ministro del AltísimoCuántos otros echarán este año l

primera simiente de su desahucio! Mult

siint vocati etpauca electi.¿Cuántos? ¿Cuántas? Como si a

pobre cura le faltaran motivos d

desvelo.



2

LA inquietud externa y las tiniebladisfrazadas de luz, la inquietud de

mundo, las múltiples inquietudes de lhora llegan con los estudiantes, cuyparloteo prolonga los ecos del tráfago

conturba el silencio de las almas, en epueblo.Se apresura Lucas Macías a cambia

historias viejas por novedade

calientitas. No es que les haga completfe; pero «atando cabitos se saca eovillo».

—¿Qué hay de política? —¿S



queda don Porfi? —¿Hay siempre bola—¿Qué se dice del Centenario?

Y como Lucas, todos los novelero

del pueblo, a cual más, tiran la lengua dos estudiantes, facilísima empresa, pueos recién llegados «piden de eso s

imosna», ganosos de lucir snformación, su perspicacia, el aplom

de sus juicios y pronósticos, igual que s

en sus manos trajeran los hilos deuniverso y el destino de las gentes.Los muchachos vienen mentando

un Francisco Madero, que anda por e

orte diciendo discursoantirreeleccionistas; unos dicen que estoco: nada menos quiere figurar com

vicepresidente al lado de don Porfirio



otros, que es espiritista y masón, qulegado el tiempo contará con la ayud

de los gringos; otros, que carece de tod

mportancia, cuando ni el general Reyeha podido con la situación; éste sí qunos llevaría al anarquismo; pero no ha

caso: no es general, ni siquiericenciado: un ranchero de Coahuila

¿cuándo han venido del Norte la

revoluciones? —«¿Ya lo ven? Pueustedes han de acordarse de mí —dicPascual Aguilera, estudiante de quien srumora que no volverá ya este año a

Seminario—; ¿por qué Madero estmetiendo tanto ruido, y se hace oír eodas partes, y en todas partes funda e

partido antirreeleccionista, y siendo é



rico lo siguen los pobres? Ascomienzan los apóstoles. Que se andecon cuidado los científicos y s

acuerden de la historia de David Goliat. Ustedes han de acordarse dmí.» Pero nadie comparte la opinión d

Aguilera.En lo que los estudiantes halla

acuerdo es en la opinión de que Reye

no dará la pelea y las cosas continuarácomo hace treinta años.Lucas Macías procura grabarse la

señas: —«Un blanco, chaparro él, d

barba, nervioso y simpaticón.» Lucas nsabría explicar por qué desde uprincipio asoció el nombre y la figura d

Madero, con la más sensacional notici



raída por los estudiantes: la vuelta decometa Halley, noticia que para ecomún de los vecinos empalideció lo

emas de política, y sembró gérmenes dzozobra.

— Ni duda cabe que habrá ya n

digo revolución, sino guerras, hambre peste —profetiza Lucas enfáticamentepor todos lados; acogiendo la

opiniones de Pascual, añade—: Cuandsalen los apóstoles, el mundo los llamocos, les avientan piedras lo

muchachos, las autoridades los pone

presos; pero nadie los puede callarnadie los podrá detener.



3

— ¿Y LUIS Gonzaga? — Rematado, en el manicomio d

Zapopan —responde la voz autorizadde Fermín García, que ha venido estaño con las Ordenes Menores, e inclin

maniáticamente la cabeza para que todoe admiren la flamante tonsura, grande escrupulosamente rasurada—; hube dvisitarlo la víspera de mi salida

entiendo que durante los primeros díade su permanencia en aquella casa, fumenester aplicarle la camisa de fuerza

o lo encontré atravesando por u



período de relativa calma; su demencies ahora encarnar al dios que lopaganos llamaban Apolo Musageta,

sea, según se lee en los clásicos griego latinos, el dios que dirige y conduce as musas. Ya no sólo la graveda

eclesiástica sino el más elementadecoro impídeme recordar las torpemaginaciones de nuestro infortunad

paisano; básteme decirles que somujeres conocidas por muchos dnosotros las que Luis, en su insaniapretende convertir en musas. —E

remilgado hablar que ha traído eminorista Fermín sume en éxtasis a sufamiliares.

No es por cierto novedad para e



pueblo el desenlace que ha tenido LuiGonzaga. Sobre haberlo anunciadLucas Macías con historias viejas

personas venidas de Guadalajara sencargan de poner al día cuanto lsucede a Luis.

Por los Ruesga, que fueron testigospudieron conocerse al día siguiente da fuga los detalles del encuentro entr

Gonzaga y su padre. Don Alfredo dialcance a su hijo, la misma noche deseis de mayo, en el mesón de Confiadonde cenaba, dispuesto a seguir e

camino, terco ante las insinuaciones dos Ruesga, que allí pernoctaban

diversos pasajeros le habían dad

rastros de la señora en cuyo seguimient



ba; sin descansar en la noche, contabcon alcanzarla en inmediaciones dxtlahuacán. Los Ruesga trataban d

disuadirlo y aun de hacerlo volver coellos al pueblo, cuando apareció doAlfredo en la puerta de la fonda, y si

darle tiempo de hablar, como si lesperara, Luis Gonzaga se le encarresueltamente, gritándole:

—«¡Dónde no habría de ser ustedpadre! ¡Dónde no habría de quereestorbarme! Pero sépalo de una veznadie me podrá detener!»

Su repentina furia crecía, sin motivo —«Y ya sabrá, ya le habrán dicho

dónde voy: ¡a casarme con Victoria o

matarme si no consigo que me quiera



No trate de ponérseme delante!» —Al decir esto levantó la mano ta

resueltamente contra el autor de su

días, que los presentes, a unantervinieron para contenerlo. Do

Alfredo se había quedado como estatua.

—«¡Déjenme ir!» — gritaba Luisforcejeando; logró desasirse copotente, rápido impulso, y se desplom

en una silla, gimiendo: —«Ustedes tuvieron la culpanvitándola. Me chocaba, la odiaba

Pero a poco tiempo el diablo me l

metió por todas partes, a todas horas, ni en sueños me dejaba: ora su perfumse metía por las narices, luego su vo

por las orejas, y su cuerpo estab



siempre dentro de mis ojos, aunququisiera cerrarlos, y mi boca, y mi tacto mi lengua, y mis pasos. Es horrible

pero yo no puedo vivir lejos de ella; sbien que si no consiente, me mato, y sconsiente, será ella la que me mate; per

o no puedo vivir ya»...Crecían los gemidos, que luego s

hicieron convulsiones; hasta lo

escépticos arrieros que allí estabancomenzaron a alarmarse. No, no erfarsa, no era cosa de risa el tembloruego los retorcimientos del muchacho

quien de pronto se irguió, y con una gravoz, dijo:

— «¡Victoria es mi condenación

no me podré ya escapar!» —todaví



masculló palabras ininteligibles y dicontra el suelo, rígido, como difuntoVolvió en sí hasta la madrugada, e

emple cambiado: —«Padre ¿dóndestamos?... yo no me acuerdo habesalido de la casa... ¿dónde está m

mamá?... Lléveme con Victoria.Victoria... Victoria... me dijeron que shabía ido... háblele... Yo voy a dond

usted quiera, padre.» Se quedranquilamente dormido. Llegó dCuquío un práctico en medicina, quaconsejó llevar al joven a Guadalajara

o antes posible. Don Alfredo mandraer a doña Carmen. Luis pasó el dí

como idiotizado. A la mañana siguiente

os Pérez marcharon a la capital.



Otras noticias fueron llegando apueblo: temerosos de un encuentro coa culpable de todo, los Pérez han ido

México; Luis está mejor, aunque de veen cuando le llega la demencia de lviuda; Luis dice haber tenido un

revelación que le ordenó ingresar dnuevo al Seminario; los Pérez van volver al pueblo, ahora Luis est

empeñado en hacerse jesuita.En julio se supo que parecía uhecho la entrada de Luis en el noviciadde la Compañía. En agosto, quizá d

regreso al pueblo, llegaron los Pérez Guadalajara. Luis tuvo nuevo ataque docura. Luis está en el manicomio d

Zapopan.



Cada una de estas noticias ibsonando a cosa más y más remota, dsegundo plano. El crimen de Damián la

postergó en absoluto.

4

ESTO lo saben sólo tres personas: desd

fines de mayo comenzaron a recibirsunas cartas de sobre fino, perfumadasdirigidas —por aristocrática letra d

mujer— a nombre de Gabriel MartínezLa primera fue devuelta, pasados quincdías, con las notas de «no conocido

—«no reclamada». La siguiente traí



como dirección al curato. Se la llevaroa don Dionisio; comprendió lprocedencia; caviló; decidió que s

deber era incinerarla; igual suertcorrieron las cuatro consecutivas; doDionisio logró la reserva del agent

postal, exponiéndosela como caso dconciencia, por los daños que aquellacartas podían acarrear. La pieza qu

rajo el correo del diecinueve de agostvenía con acuse de recibo; no hubmanera de eludir la información: «edestinatario no se encuentra en l

población y se ignora su domiciliactual». Esto lo saben sólo el señocura, el Padre Reyes —vigilante de

movimiento postal— y el agente d



correos. Mas los seminaristas han traída versión de que una dama mu

distinguida estuvo inquiriendo cuále

eran de acá, y entre las cosas que lepreguntó fue si sabían a dónde se habído Gabriel Martínez, el campanero; po

supuesto, aparentando que no le dabmportancia; envolviendo el tema e

cuestiones relativas a otras mucha

personas. El pueblo no sabe a ciencicierta el paradero de Gabriel. —«Se fue como vino» —dice Luca

Macías. Misteriosamente.

5



O estando en su mano desautorizarlospero mal de su grado, el señor currecibe los avisos de los estudiantes, qu

van a pasar en otros lugares parte de suvacaciones; le molesta principalmentque vayan a las fiestas comarcanas d

Mexticacán, de Yahualica, de Toyahuade Nochistlán, que se celebran durantos meses de septiembre y octubre.

—«No vuelven iguales.» —«¿De qué sirve que aquí no hayocasiones de disipación: días de campomeriendas, chorchitas, juegos d

estrado, y menos otras cosas peoresbailes, por ejemplo, si allá pueden darsvuelo?»

Lo peor es que traen casi siempr



algún condiscípulo, algún amigo de esorumbos, y por quedar bien con elloponen al pueblo en un vilo, se hace

facetos, presumen de libertinosconsiguen guitarras, cantan, alborotan, el vecindario no sólo les tolera, sino qu

es celebra sus calaveradas. Loextraños vienen con aire dconquistadores: no hay muchacha d

buen ver que dejen en paz. El añpasado se hizo necesaria toda la energíparroquial para impedir fiestecillas qurataban de organizarse a iniciativa d

os forasteros.

6



EFEMÉRIDES: el tres de septiembr

volvió el Padre Reyes de Teocaltiche, donde fue acompañando a DamiáLimón. (Siguen unos juzgando mal estocuidados para el parricida y matamujeres; otros defienden el celeclesiástico por no dejar perder ualma, y tachan de faltos de caridad a lo

murmuradores.) El cinco estuvo dvuelta el Padre Islas, v hubexpectación. Pero ambos ministro

contrariaron con su silencio la avidedel pueblo. Únicamente se supo que nhabía habido Ley fuga para el criminalpredominó la desilusión.



Quizá traído por un estudiantecomenzó a circular de mano en manodesde el día nueve, un recorte d

periódico, procedente de Guadalajaraen que aparecían con letras de molde enombre del pueblo y el relato de

sensacional crimen, adornado codetalles que los vecinos ignoraban, que con ser tal vez producto de l

maginación gacetillera, fueroaceptados como verdades fuera ddiscusión, por venir impresas; hubquien aprendiera de memoria el texto

que si en apariencia despertaba enojpor el vergonzoso motivo que hacísonar el nombre del pueblo, en el fond

es halagaba ver que la prensa s



ocupara de un asunto regional. —«¿Ya vieron lo que dice l

rensa?» Con énfasis respetuoso er

pronunciada la solemne palabra. Sformaban corrillos. Los analfabetodesvivíanse por conseguir y hacerse lee

el recorte. Los ánimos ibaacalorándose con las discusioneprovocadas, que comenzaban po

aquello de «¡Qué pueblecito ni qupueblecito: villa debía decir, y mucristiana!»; seguían con lo de « Norteñdebía decir y no acomodado agricultor

¿cuándo ese vago tomó un arado, nsembró una semilla?», y terminaban coexclamaciones al llegar a estos pasaje

del reportazgo:



—«Parece ser que la iracundimagnífica que se posesionó del galánencendió en súbito y febril amor a l

muchacha, cuyas últimas palabras fuerouna confesión del morboso afecto; la qumomentos antes rehusó seguir a

amartelado pretendiente, ahora pedícon delirio que nada le hicieran, pueella se declaraba culpable absoluta d

os hechos. Falta que el criminal quiervalerse de esto en su defensa: ¡se vecasos de cinismo!»...

«No precisamente fue el robo e

móvil del parricidio, pues sólo unacuantas monedas tomó el demoníacengendro al consumar la negra acción

más bien se cree que la violencia s



apoderó del mal hijo, cuando su padre lnegó al mismo tiempo el consentimientdel viaje que premeditaba y la parte d

a herencia que le correspondía; bieque no falten calenturientas hipótesis eel sentido de que los celos armaron a

parricida, pues llégase a afirmar que emuerto también pretendía a la novia deoven Limón.» Estallaban chispazo

filosóficos: —«El cáncer de las costumbrenvade ya sectores inviolados, y eiempo de que la sociedad se ve

protegida por una justicia rápidaejemplar y convincente»... «La opiniópública queda en espera de lo

procedimientos del Juez Letrado d



Teocaltiche, a donde ha sido conducidel reo, por pertenecer a esa jurisdicciócriminal»...

«Que pronto el paredón sea el puntfinal y el debido escarmiento de estdrama, sin que valgan triquiñuelas e

favor de esta hiena, cuyos hechos halenado de espanto a la pacífica

risueña región en que se desarrollaron,

que sin duda producirán horror en eresto del Estado y de la República.»Una legión de gratuito

corresponsales apareció en el pueblo

rectificando y ampliando esnformación; Pedro, Juan y Francisco —

cuántos más— se sintieron periodistas

mandaron extensos comunicados a L



Chispa, El Regional, El País, y aun aMensajero del Sagrado Corazónpublicaciones que distintos vecino

reciben, las que no dieron cabida a loescritos, ni dijeron una sola palabra desuceso.

A fines del mes, unos estudiantes quhabían ido a Teocaltiche trajeron erumor de que posiblemente Damiá

saldría bien librado, primero, porque nhabían hecho que soltara prenda en sudeclaraciones; y después, porque sdecía que faltaba la autopsia de lo

cadáveres para precisar lresponsabilidad del acusadindignación popular); que la fe dad

por un lego en medicina y por la



autoridades que levantaron las primeraactas y describieron las heridaresultaba insuficiente; que por ejemplo

el cuerpo de Timoteo Limón sólpresentaba contusiones, que pudhaberse causado al caer; Damián insistí

en declarar que no golpeó a su padre, bien puede ser que la muerte socasionara por un ataque del corazó

—«triquiñuelas, ¡triquiñuelas!, comdice la prensa»); por eso el Juez Letradpedía la exhumación de los cadáverepara que se les practicara en debid

forma la autopsia. — ¡Horror! Primero que lo de

ibre, que al cabo Dios lo habrá d

castigar, pues Dios no necesita d



averiguaciones para hacer Justiciaprimero eso, antes que permitir lprofanación de cuerpos que han recibid

sepultura.La espeluznante amenaza —

pesadilla general— impuso l

determinación colectiva de oponersecon las armas en la mano si era precisoa que fuera profanado el cementerio

nquietados los cuerpos que allreposaban. Turbas de chiquillos, copiedras en las manos,vigilaban lasalidas para Teocaltiche. Ojos d

hombres y mujeres atisbaban, listas lamanos para obrar en ofrecido caso.

Un golpe al corazón —inesperado—

distrajo la espera vigilante del párroco



una carta que se le dirigía en estoérminos: —«Respetable señor cura

Una de las mayores impresiones qu

hayan conmovido mi alma, elevándolhacia Dios, me fue concedida en espueblo, al escuchar los toques de la

campanas, que según mi sentirconcurren muy eficazmente a mantener eespíritu de devoción que allí reina; tuv

oportunidad de conocer al humildoven que con tanta destreza logra quas campanas hablen a los corazones,

desde entonces me ha obsesionado l

dea de cooperar para que llegue a seese muchacho un gran maestro, y con efavor divino, ¿por qué no?, un gra

compositor de música sagrada. Con est



dea he explorado aquí y en la ciudad dMéxico las posibilidades de que iniciales estudios, que luego podrí

continuar en algún centro europeo. Emaestro don Félix Peredo se hbrindado a impartirle las primera

enseñanzas; por mi cuenta correrá esostenimiento del joven, a quien con espropósito he escrito varias veces, si

obtener contestación; últimamente se mnformó que ha salido fuera de ese lugar como usted sabrá dónde reside y si

duda se interesará por su porvenir

decidí comunicarle mi proyectosometerlo a su consideración y pedirlque lo dé a conocer al interesado, quie

desde luego puede dar providencias d



rasladarse a esta ciudad, avisándompara situarle los fondos necesarios.Firmaba: Victoria E. Viuda de Cortina

la carta estaba fechada eGuadalajara, el 29 de septiembre.

La rompió don Dionisio co

violencia irreprimible. —«¡Arterías de Satanás!» —«¡Concupiscente atrevimiento!»

—«Cínica»Todo esto le contestaría. —No, daría la callada po

respuesta. Sí, le contestarí

disuadiéndola de inquietar al pobrmuchacho. ¿Y si el propósito fuersinceramente honesto? ¿Tenía derecho

decidir el destino de Gabriel? Decidió



en fin, consultar el caso... no, con ePadre Islas no... con el Padre Reyes.

7

ORO y tibieza de las tardes, tempransombra, largas las noches, próximo efin de las vacaciones. Cae octubre. Ca

sobre los campos amarillos. De la tarda la noche crecen desasosiegos deseos. Medrosas muchachas enlutadas

que no podrán dormir, a las que leduele posponer más el atrevimiento dacercarse a la cerradura de las puerta

para sufrir el vértigo de las palabra



emidas, deseadas. Esperanza y temor dos novatos que han logrado entregar un

carta, que pasan el día devanando l

significación de un gesto, de una mirada a la noche consiguen escapar de su

casas, profanar el recato de las nueve

de las diez, de las once ¡y aun de ladoce! sorteando miradas y oídosescamoteando la vigilancia del cura y d

sus agentes, afrontando la sorpresa qupuedan darles el padre, los hermanosos primos, los parientes de la rondada

espiando el acabamiento de los ruidos

de las luces que las rendijas filtranacercándose, acercándose, ganando lbanqueta, y el muro, y las aristas d

ventanas y puertas, descubriendo



ientas hendiduras y cerradurasespoleando el ojo entre las tinieblasuntando el oído, atreviéndose

producir leves ruidos que pueden atraefelicidad o desgracia, una, otra, muchanoches, desesperadamente, sin logr

venturoso,bajo estrellas impasiblesAlgunos prefieren celar el sueño dmadrugada, dejan los lechos a las tres,

as cuatro, se deslizan por las calles, eacto los conduce a la casa, ventanapuerta, reprimida la respiración para nahuyentar los tímidos roces qu

anuncien, tras las maderas como tras unvida, la deseada presencia. Compájaros locos, puestos en últim

desesperación, a ciegas, como pájaro



perdidos, los deseos van a estrellarscontra las cruces, contra la cantera das portadas, contra los muros

correteados por los cuatro jinetes de lapostrimerías, fantasmas ubicuos que lmismo salen a la calle, que no se aparta

de los cuatro lados de la cama donde ldoncella desvela sus deseos y sumiedos; este año los guardiane

mplacables de las mujeres enlutadaienen la misma sangrienta máscara qurecuerda el rostro, que presenta lmemoria de Micaela:

—«¿No te acuerdas de mí?» —dica muerte;

—«¿No te acuerdas de mí?» —e

uicio dice;



—«¿No te acuerdas de mí?» —hablel infierno;

dice la gloria: —«¿No te acuerda

de mí?»Muerte, juicio, infierno y glori

oman la forma de Micaela, cuya voz d

ultratumba clama con fría dolenciarepetida, repetida:

—«¿No te acuerdas de mí?»

Parálisis de terror, ¿cómo podrávencerte los deseos en las noches largasen el agobio de las madrugadas?

8



EL CURA don Dionisio María Martínecontestó lacónicamente a la señorviuda de Cortina, y son éstos los pasaje

principales de la respuesta: «El joven aque usted se refiere declinó en los díade su partida mi sugestión de que s

dedicara a la música; y eso con unespecie de horror que juzgo derivado da impresión funesta que por esos día

recibió. Me siento, de todas maneras, eel deber de comunicarle la oportunidaque se le brinda; para eso es necesariopor cuestiones de conciencia que m

reservo, la constitución anónima defondo, producto de su caridad, en laoficinas de la Sagrada Mitra, que será l

encargada de ministrárselos como si ell



fuese la que otorgara la beca; elustrísimo Señor Arzobispo decidirá sos estudios pueden hacerse e

Guadalajara o en alguna otra parte.»

9

COMO casi todas las muchachas de

pueblo y principalmente las qusostenían relaciones amorosasMercedes Toledo vio en la muerte d

Micaela un aviso exclusivo de Dios.Como muchos otros novios, Juliá

dio providencias de formalizar e

matrimonio, estimando que la recient



ección ablandaría el ánimo de spresunto suegro y de sus presuntocuñados. Logró comunicárselo

Mercedes, cuya respuesta fue dar poerminadas las relaciones, decisión qu

no hizo sino aumentar el mutu

enamoramiento; pero más el de la propiMercedes, quien quedó sumida en sordristeza.

—«Lo quería, lo quería; ¿y por estba a desoír el aviso de Dios?»Recordaba nostálgica su primitiv

asco por pensar en las trovas de Julián

el sufrimiento cuando recibió la primercarta; el doloroso, lento y firme procesde su interés, de sus ilusiones, de s

cariño fomentado en el agridulc



clandestinaje de las costumbreugareñas. Marta era su confident

única: ella le infundía valor, ella s

opuso a la decisón de terminar, ellrecibía sus cuitas y trataba dconsolarla; pero ambas compartían e

miedo sembrado por la muerte dMicaela; ¿qué muchacha dejó de soñaerriblemente a la difunta? Cualquie

sacrificio con tal de escapar a taremendo fin. — Y si Julián, exasperado, hicier

contigo lo mismo —le dijo el insomni

una noche. —Tú tendrías la culpa —terció l

vieja voz íntima—, nadie más que tú

por no haber mantenido el ánimo d



repulsa que tuviste al principio. — Desde el principio sentí cariñ

—balbucea el pensamiento d

Mercedes. —Pero ya entonces te sentist

culpable; como ahora, más ahora qu

antes, más, mucho más, ¡réprobaréproba, que consientes con cierto gust

el pensamiento de que Julián quier

raptarte! ¡lo estás consintiendo, estágozando en imaginar la gallardía dJulián disparándote la pistola, estágozando como la otra, como la otra qu

quiere tu compañía en el infierno! — Yo no puedo dejar de querer

Julián; ahora lo quiero más —desearí

gritar Mercedes. Maquinalmente dic



con los labios: —No, no, se acabó, suceda lo qu

suceda.

¿Quién podrá sostenerla coautoridad eterna? ¿Quién conjurará sumiedos? ¡Hubiera quien se los tornar

en alegre confianza! ¿En quién hallará lque no encuentra bajo el severo techo dsu casa, ni en la inflexible norma de

Padre director, ni siquiera en el celcaritativo del señor cura pero tampocen la piedad consoladora de Marta? Lootros eclesiásticos, las otras personas d

respeto, las demás amigas, no pasan poa imaginación. ¿A dónde volver lo

ojos? Cuando reza, siente árida el alma

mpermeable al rocío, impermeable



as lluvias.

10

PASADAS las fiestas patrias —nuncestuvieron tan desairadas—, el directopolítico hizo viaje a Teocaltiche y Guadalajara. Volvió entre halagüeño

entre amenazante, diciendo que no había peligro de que fueran exhumados lo

cuerpos de don Timoteo y de Micaela

o había todo arreglado, y que nmolestaran a los vecinos llamándolos declarar y aun haciéndolos ir

Teocaltiche; pero con la condición d



que se prestaran a empujar el partido deorden, «que sostiene la candidatura deglorioso patricio don Porfirio Díaz y de

señor Corral»; traía instrucciones dobrar distintamente si el pueblcontinuaba mostrándose apático; es más

aplicaría las Leyes de Reforma con toddureza, sin hacerse ya de la vista gorda«las autoridades —informaba— está

enteradas perfectamente de lo que aqupasa; yo seguiré haciéndome disimuladcosa peligrosa: ya ven lo que sucedió

mi antecesor); pero ustedes ayúdenme

pararme el cuello con un gramovimiento cívico; se dejan dmolestias, y sirven a la patria; yo m

uego mi empleo, como ustedes lo ha



visto; alguna recompensa me han ddar.»

11

O todos los deseos fueron derrotadosLa intrepidez —ávida— de algunamujeres, venció a las legiones de

espanto. María —¿por qué tambiéMaría, la sobrina del párroco? ¡Maríaque como ninguna jamás logra desasirs

del espectro y la voz de su amigMicaela! ¿fue despecho? ¿fudesesperación por el comportamiento d

Gabriel?— María se contó entre las qu



rompieron el cerco de temores. La dejatónita el brusco vacío de Gabriel, cuyparadero ignoraba; la tragedia d

Micaela no le sirvió de lección: antes lexasperó, sintió frenéticos impulsos dhuir o de ser muerta como su amiga

creyóse capaz de lo peor; en umomento la tocó el vértigo de lvenganza no sobre Damián, sino sobr

odo el pueblo, al que quisiera quemarpulverizar, sepultar en el olvido de lageneraciones por venir; deseó covehemencia no pasajera visitar al preso

reclamarle que la matara, y besarle lamanos asesinas, y mordérselas, arañarle la cara, y bendecirlo,

maldecirlo, llena de admiración por é



de odio, y de menosprecio, y dástima; gustosa se hubiera ofrecido

ser la que llevara del curato lo

alimentos que su tío mandó a Damiáesos días de su prisión en el pueblo; fude las que se levantaron a ver la partid

del reo en la madrugada del treinta uno; si hubiera tenido una pistola lhabría matado, para luego gritar vivas a

héroe; cuando éste pasó, a María se lanudó la garganta y se le soltaron lafuentes de las lágrimas: ¡qué impulso dseguirlo para darle tormento

consolación! ¡tal vez, primeramente, podejar al pueblo para siempre y jugar lprobabilidad, en el camino, de recibi

un tiro por la espalda! Negro



resentimientos afluyen al corazón y a lcabeza de María, desde la sima dealma, por los vericuetos del cuerpo

rascible, insufrible cada vez más. Dícon día más amargada.

—«¡Estoy de arrancar!» —siente

dice. ¡Arrancar! Un soplo, unsignificante soplo la levantaría. Unsignificante, quizá el má

nsignificante de los muchachos evacación, logra sin esfuerzo ser atendidpor la sobrina del cura. Espíritu rudo lapodan sus condiscípulos; es hijo d

Cirilo Ibarra, el panadero; se llamJacobo: el enconchado suelen tambiéapodarlo, retratándolo con menosprecio

podrían asimismo decirle trompas o e



rompudo, rasgo saliente de sfisonomía; es de baja estatura, de nariroma, de ojos redondos muy negros, d

cejas pobladas, de pómulos angulosoirando al cuadrado; el ánimo torpe, maleno de obcecación, introvertido

caprichoso, pasional; nadie le concedsimpatía, ni en su casa; tampoco éparece hacer caso a nadie. Lucas Macla

es el único que ha opinado: —«Ese hijo del panadero navegcon bandera de tontos; es de los dmúsica encerrada.» ¡Ocurrencias d

Lucas: es un pobre muchacho que nacipara destripaterrones o arriero! ¡Lástim risa da verlo vestido con prenda

nadecuadas: «gallitos», desechos de la



guardarropías con que los ricos dGuadalajara reclaman a los seminaristael título de benefactores! Jacobo es ta

nsignificante que no repara en laburlas y conmiseraciones que provocaSi no se hace presente, nadie l

recuerda; y presente, todos lo hacemenos. Como quiera que sea, este añerminó y aprobó el tercero de su

estudios. La impresión general es que nha pasado del primer curso, ni pasaráJacobo no anda con preámbulos en sucosas (si las piensa, no exterioriza s

previa reflexión). Jacobo no anduvo copreámbulos para hablarle a María, eas penumbras del curato, a la hora e

que cenaba el párroco:



—«Usted me simpatiza y quisierque fuéramos novios» —y ella, cosuma naturalidad:

—«Voy a pensarlo; no dé a malicia»

La reserva del insignificante llam

a atención de María en los días qusiguieron. — «Cómo me choca» —decíconsigo misma; era el antípoda de su

novelerías. Muy zongo, el hijo depanadero se quedaba en la sacristídespués del rosario, comidiéndose sacudir, a barrer, a cerrar la parroquia,

apagar las lámparas, menesteres que lpermitían entrar y salir al curatoespiando cuidadosamente la ocasión d

que nadie lo viera; dejaba que se fuera



os otros seminaristas, engañabfácilmente al sacristán, pasaba cohumildad frente a don Dionisio, apagab

cuantas luces podía. ¡Era tansignificante, por lo demás, que ningú

recelo despertaba! Pasaron cuatro día

de la primera entrevista. La noche deveintinueve ae septiembre se acercó María y le dijo bruscamente:

—«¿Qué me resuelve de lo que ldije?» —«Que sí» fue la fría, seca

mperturbable respuesta, mientras decí

consigo mismo su autora: —«Qué vulgar, cuánto me choca.»Era una sorda y auténtic

repugnancia, que le provocab



rritación; pero mientras ésta crecíamayor placer le daba contrariarla, y tagozo le compensaba la falta de otro

estímulos comunes: cariño, miedolusión, desesperanza. No quería, nad

esperaba; el acercamiento del estudiant

no la hacía temblar; sólo se daba gusten irritarse y en romper el cerco puesta las mujeres del pueblo.

—«Eso ya lo hizo Micaela» —solíocurrírsele, sin hacerle mella la falta doriginalidad.

—«Micaela y yo fuimos com

hermanas; no voy a dejar su empresa drebeldía; Micaela y Damián somártires.»

Por otra parte, veía en Jacobo u



compañero de menosprecio: ella y sulusiones habían sido siempr

menospreciadas, vistas con lástima

sujetas a constante anulación. Jacobo ella desdeñaban la hostil circunstancide sus vidas. Él no podía ser má

ridículo. Por eso también lo desdeñaba con desdeñarlo, a sí propia s

desdeñaba y él acabaría desdeñándola

Si Jacobo la exasperaba, ella no lmanifestaría: una templada frialdareguló sus encuentros. El espíritu rudfue inflamándose de amor; pretendi

nútilmente ocultarlo a María, cuyrritación caminaba en sentido inverso

acentuando matices de frialdad.

—«Ya es tiempo de hablarnos de tú



—propuso él, a mediados de octubre. —«Como usted quiera» —respondi

María.

Y al día siguiente: —«Tú no me quieres» — dij

Jacobo.

—«Ya sé por qué lo dice: por lfacilidad con que le he correspondido me he prestado a hablar con usted.»

—«¡Hablame de tú! Oye ¿seríacapaz de darme una entrevista larga?» — «¿Para qué? A nada conduce qu

nos veamos.»

—«Tengo tanto que decirte y no hpodido. Pero ya veo que no me quieres.

— «¿Por qué no?» — María no pus

ninguna convicción en sus palabras que



como todas las noches, fueron cortadapor un ruido inoportuno. Vulgaresrápidos encuentros. Aburrida, María s

aferró a no darles fin. Tenía ciertencanto fingir que jugaban a laescondidas, en la penumbra del curato

Tenía cierto encanto sentirse pilampasible ante aquel torpe jovenzuel

cuyas pasiones despertaban, ineficace

para el contagio. ¡Cuán lejos estaba dos héroes que la entusiasmaban en lanovelas y de los criminales cuyohechos registraban los periódicos

Cualquier noche lo abofetearía como un lacayo. En las horas interminables da mañana y en el desabrimiento de

anochecer quisiera salir corriendo po



as calles al grito de «¡Jacobo Ibarra emi novio!» Cuando acaba el rosarisiente unas ganas locas de traicionar a

estudiante, delatando sus marrullerías aseñor cura y al sacristán. En el momentpreciso contribuye a facilitar e

encuentro entre sombras, a sabiendas dque será un encuentro soso, de que nendrán que decirse nada, de que lograr

sólo irritarse y acrecentar su melancolíde mala ley. Nadie menos que Jacobcarece de nociones y de aficiones po

cosas geográficas, es grosero en l

relativo a música y a lecturas dmaginación, lo tiene sin cuidado e

gusto de viajar), nadie menos qu

Jacobo (sin dinero y sin porvenir) es e



que pudiera satisfacerle su gran ilusióde conocer el mundo: Jacobo, que en emejor de los casos llegará a se

empleado, cuando no un «periquillo» sioficio ni beneficio. Entonces ¿por qué hdesechado María, con altivez irritante

as demostraciones insistentes que lconsagra un muchacho de Teocaltichevenido al pueblo en compañía de lo

Aguirre? Dicen que cursa los últimoaños de Medicina (durante su estancien el pueblo ha dado magníficas pruebade sus conocimientos y altruismo

curando sin cobrar a los pobres aliviando casos viejos v difíciles)guapo, de agradable palabra, dicen qu

es rico y de buenas costumbres. A Marí



e hace la corte casi desde su llegada, eos primeros días de octubre, y es asunt

público, bien visto —cosa rara— po

irios y troyanos, que se han declaradpadrinos y aliados del forastero sangreiviana; mujeres oficiosas, entre ella

algunas Hijas de María, soplan alientoen las orejas de la muchacha, y aun lraen palabras dichas aquí y allí por e

doctor. El señor cura no ha cerrado lapuertas del curato al estudiante, con ecual depara, ostensiblemente agradado ha hecho excepción en sus hábitos

nvitándolo a comer varias vecesPúblico ha sido el repudio de María. Egaleno en cierne persevera sumisamente

no haciendo caso de las descortesía



que le corre la zahareña; los proyectode viaje a Europa que tienformalizados el pretendiente par

cuando se reciba, las crónicas de supaseos por las principales entidades depaís, las impresiones de los libros qu

ha leído, dejan impasible a María, quse ha negado a escucharlo, le hdevuelto sin abrir las cartas que l

manda, ni se digna mirarlo. ¡Cómaparentó indignarse y cómo lcomplació que Jacobo le dijera unnoche:

—«Yo comprendo que ese partidno tiene comparación con el mío, y nquiero estorbarte: quedas en libertad

María»! Experimentar el temblor co



que fueron dichas estas últimapalabras, casi fue una emoción dulcpara la joven amargada. —«Yo no so

mercancía» —repuso con sorda voz con airado gesto. Marta misma insinuel agrado con que miraba la

demostraciones del teocaltichense, cuyasueto en el pueblo llegó a su términsin haber conseguido más que penoso

desprecios. La noche del día en que smarchó el desdeñado, Jacobo vino María con lágrimas en los ojos: —«Nmás a ti me animo a decírtelo: yo n

engo duda ninguna de que triunfaréaunque nadie lo crea, ni tú misma; tengodo arreglado para entrar al Liceo est

año, y dentro de cuatro, antes m



cortarán el pescuezo, que dejar de sengeniero; ya este año me sostendré si

ayuda de otros ¿me crees?» —le tom

con fuerza una de las manos y se la besóMaría, sorprendida, sí: esta veemocionada, lo arañó fieramente, cas

amorosamente. Durante las nochenmediatas, impidió los encuentros co

Jacobo; pero éste se dio maña par

hablarle con secreto en la iglesiadurante la misa del domingo último doctubre y para que nadie reparase (odos parecía tan insignificante, que la

gentes pensaron que le daba un recadde su tío).

—«Mañana me voy temprano. Yo n

e recomiendo, ni te pido nada. Ere



ibre. Pero mi compromiso será firmsiempre. Si no quieres, tampoco noveremos en la noche.»

En la noche pudieron verse: —«Creí que ibas a dejar lo

estudios para que luego nos casáramos

—dijo María con seca indiferencia. — «Eso si me quisieras; per

ampoco sin dejar los estudios.»

—«Es verdad: no te quiero, nunca tpodré querer.» —«Te agradezco la franqueza. Y

siempre me sentiré comprometido y ser

eal como perro. Ya lo verás.» No tuvieron tiempo para decirs

adiós.



12

— ¡TODOS fueran como el joven taeducado.,que vino a casa de los AguirreEse, que no se sabe dónde tuvo lcabeza María para no hacerle caso.

Como todos los años vinieroestudiantes fuereños, invitados por lo

de aquí a pasar una parte de suvacaciones, y profanaron e hicieroolvidar el luto del pueblo con su

algaradas, travesuras y amoríosRetachaban en las aceras de puertas ventanas herméticas los gritos, lapláticas resonantes, las jactancias, lo



apodos, los chiflidos, las canciones aun los rasgueos de guitarras, que hacíaestremecer las cruces, las piedras, lo

muros recoletos; la profanidad saltabsobre las azoteas y conturbaba esagrado de patios, alcobas y oídos d

mujeres y niños, como una tolvanera qucuela polvillo y basura por los menoreresquicios. Bromazos y agudezas era

comentados en lo íntimo de las casascon sonrisas o con escándalos.Todos fueran como el espíritu rudo

el enconchado, cuyas relaciones nadi

sospechó; de cuyos labios, pasos miradas no escapó la menondiscreción.

Como todos los años hubo alarde



que pusieron en picota la fama daquella, esa y esta mujer; donjuanepresumidos -a la cabeza los fuereños

espantaron el avispero de las hablillasde las murmuraciones y de la francdifamación.

Como todos los años, octubre vino ser una pesadilla para los deudos ddoncellas; hubo moquetes en las calle

para ahuyentar sospechosos, aunque nse registraron hechos de sangre, ladurmió su sueño completo, sin dejar devantarse al horas de la noche

Comenzaron a respirar cuando loestudiantes dieron traza de irse; mas loúltimos días eran los más peligrosos

redobladas cautelas del veinte al treint



de octubre: cuando deseos y nostalgiabaten sus esfuerzos postreros: cuando cuestas de melancolías va llegand

noviembre: cuando los que van a partir han esperado semanas, rondando evano las calles tenebrosas, las puertas

apias, los días, las noches y lamadrugadas, empeñan sus juvenilebríos por alcanzar unas palabras, una

manos, quizá unos labios, y siguen dejos, camino de la iglesia, los bultosas voces, los pasos, entre los que va l

figura, la voz, el paso de la mujer qu

van a dejar por largos meses, tal vepara siempre, y quien acaso ni siquierreparó en la devoción a punto de queda

nédita. Cuando mañana es la partida, y



no quieren ver ni hablar: se contentacon ser oídos, con ser sentidos, golpean los pasos y silban tonadas e

as aceras resonantes. Pero los que hacosechado frutos, no se resignan a irssin lograr uno más, que será su viático,

amás quieren que el último sea epostrero: ¿han hablado alguna noche poa cerradura? pues ahora su fantasía le

demanda estrechar la mano, y si estconsiguieron, desean acariciar el brazoaspirar el ambiente de la mujer qudejan, regatear hasta lo último s

presencia. ¿Y las enlutadas que haresistido semanas y semanas? Scorazón es un reloj que desmoron

entamente los días y las horas que falta



para el tiempo de ausencia, cuando epueblo parezca más vacío, cerrado riste; cuando por las calles no se oiga

ácaras, pasos de fiebre, silbidomplorantes, durante las noches y en la

madrugadas; cuando sea inúti

arrepentirse de haber dejado escapar lolamados de la sangre. Así es com

muchas, en estas postrimerías d

octubre, rompen el cerco de temores salen al encuentro de una felicidaefímera, que mañana, nomás, caerá en lpenumbra de lo azaroso, trocada en pa

cotidiano de aflicción y remordimientopan de castigo quizá perpetuo. Lodeseos de las pálidas mujeres vencen l

riple valla de temores: los del olvido



os de la difamación y los de la pérdideterna del alma.

Fue así, por esto, y por la

ndiscreciones de mozalbeteactanciosos, y por el celo de la

«hermanas» inspectoras y del Padr

director, como fueron expulsadavergonzosamente de la Asociación dHijas de María, en asamblea plenaria

Soledad Sánchez, Margarita GonzálezRebeca Saldaña, y amonestadas treotras «hermanas». (—«¿Cuántas se lescaparían al buen Chemita?» —

murmuran, socarrones, los Padres Mez Vidríales; mientras las lenguas va

señalando nombres de atrevidas

muchachas locas que dieron oídos a



mentir de los estudiantes y por arte dBelcebú escaparon a la sanción dePadre Islas, aunque no a la condenació

del vecindario.) Las expulsas y laamonestadas cargarán por muchiempo, tal vez para siempre, s

vergüenza; el pueblo será hostil parellas, habrán de renunciar a suamistades, les negarán el saludo en l

calle, les harán el vacío en la iglesiacomo a leprosas.

13

CUNDIÓ

la especie de que Julián, el e



novio de Merceditas Toledo, se casabviolentamente con una muchacha dTeocaltiche que había conocido en la

fiestas de Nochistlán, a donde fue podistraerse de las «calabazas» quMercedes le dio.

Julián, vuelto al pueblo, anduvufanándose de su próximo matrimonio de las prendas morales y físicas de s

futura esposa.

14

LOS estudiantes nuevos y los antiguo

cuentan las horas que les quedan d



estar en el pueblo, mientras por lgarganta les va subiendo el nudo delanto. Quisieran acarrear con lo

sentidos la traza de las calles, econtorno de los muros, la silueta de lacruces, los olores de las puertas, de lo

patios, de las alcobas, el timbre de lacampanas y de las voces familiares, esabor de los manjares caseros, e

regusto del aire y de las luceprovinciales, la fragancia del humo, deste humo nostálgico de yerba secconsumida por el fuego en la

postrimerías del otoño; por eso andan daquí para allá con ojos, narices, oídosabios, manos y corazón penetrantes

visitan las casas de parientes y amigos



clavan miradas en los accidentegeográficos que rodean al pueblorecorren una y muchas veces las calles

engolosinándose con el eco de los pasoen las aceras; no quieren poner fin a lapláticas con los que se quedan. Mañana

cuán lejos todo esto entrañableLlegado el momento, salen cabizbajosno se resignan a dejar de ver el caserío

a torre, los perfiles comarcanos, cual snunca hubieran de tomar.

15

Como ante diagnóstico imprevisto



fatal, se sublevó Mercedes contra lntima convicción de su soltería.

El pueblo se ha quedado solo, co

sus campanas de Animas. Loestudiantes irán imaginando lo que aqupasa: el jubileo por las benditas alma

del purgatorio, el entrar y salir de genteque lucran indulgencias por los fieledifuntos en cada estación, la misa d

réquiem cantada por el coro del PadrReyes, el tañido de las campanas.El tañido de las campanas revive l

memoria de Gabriel, en el pueblo. ¡Qu

distinto suenan!Las pláticas reviven memorias d

muertos. Los que yacen aquí desd

muchos años o desde pocos días, lo



que acabaron en olor de santidad y lode fin trágico. También los que murieroejos. Inagotables cómputos de Luca

Macías, que como todos los años va dumba en tumba, este dos de noviembr

de mil novecientos nueve, día de mu

espléndida tarde.Lucas interrumpe sus recuerdos

clava la vista en el cielo y dice:

— Creo que si Luis Gonzaga pudiercomponer su incendio este año, pondríel retrato de Madero, quitando el de doPorfirio —y como para él solo, Macla

añade: —Un blanco, chaparro él, dpiocha, nervioso y simpaticen, dicen quoco y espiritista.

Pronto vuelve a los temas d



difuntos: — ¡Caray, cómo es la vida! Quié

había de decirle al famoso Espiridió

Ramos, compañero de Antonio Rojas, eque hizo temblar la tierra cuando lofranceses, quién había de decirle que l

desenterrarían para que en el mismagujero en que se pudrió, sepultaran don Timoteo Limón, que como ustede

han de saber, fue hijo de don Arcadiomismo a quien Espiridión, después dmatarlo, quería que no lo enterraran, porfió hasta que el cuerpo apestaba,

os vecinos tuvieron que ofrecer dineral chinaco (dos mil pesos contantes sonantes) a fin de que diera el permis

para el entierro; ¿quién puede saber or



cuáles son los huesos que quedaron deguerrillero mala entraña? Y luego acámiren ustedes, quedaron pies con pie

Micaela y la dichosa Teo Parga, que dique hace milagros. ¡Qué cosas tiene lvida!

Nuevamente lo interrumpen: — Oye, Lucas, cuéntanos algo de lo

cometas.

— ¡Huy! Es historia larga. Locometas...



PEDRITO

1

E NTRE tantas dolientes —junto a Maríaunto a Mercedes, entre las mismahoras que Micaela, y Soledad, Margarita, y Rebeca, y Lina,

Magdalena, y Gertrudis; respirando emismo aire seco— Marta conlleva spropia pena, de tan distinta especie qu

as otras, punzante como estigm



nvisible. La juzgarán pueril, se reiríasi la confiara en sus términos llanospero éstos no expresan el mal incógnit

que adolece Marta. En la superficie flotel avizorar quién pueda ser madrastra dPedrito, el no hallar candidato a gusto

el rechazar la idea de que sea el niñentenado de nadie por mejor qupareciere; atribuir a esto el desasosieg

de Marta es andar por las ramas; no: salgo le choca es meterse en vidaajenas; el pendiente por el huérfano ede acrisolada pureza, libre de sombras

Tampoco se trata —más a fondo— dcompasión, celo ni caridad abstractoque hallasen motivo de práctica en e

caso del niño; éste es el que despierta l



compasión, el celo y la caridad, vibrantuna muy humana cuerda, que Martpudiera expresar por el deseo de se

verdadera madre o por lo menomadrina del huérfano; ansia de un lazreal que fundara su dominio y la hicier

rectora de aquella vida, sin riesgo dque más tarde vinieran a disputárselaLe regalaran al niño, para siempre, si

condiciones! ¡Pudiera el niño ser objetde regalo! ¡Pudiera comprarlo, como scompra un objeto codiciado! Lohorribles dolores que sufrió la madre d

Pedrito hasta morir; la tristeza precoznvencible, que dejaron en el pequeñestigo; el rodar del huérfano entr

vecinos compadecidos



comprometidos, que luego se cansan dser generosos, para Marta son otraantas causas que originaron y fomenta

su limpia obsesión mortificante. Aquampoco está la raíz que chupa e

contento a la doncella. Como el d

María, como el de Mercedes, como ede casi todas estas mujeres enlutadasencerradas en el árido contorno de

pueblo, el de Marta es un mal imprecisode oscura procedencia, huidizo cuandse lo trata de fijar; parece miedo apecado, parece sombra de pecado

desesperanza por el pecado, por epecado contra el Paráclito, cuya materies la falta contra la verde virtud teologa

de la Esperanza. En Marta no e



desesperanza divina, sino humana. ¿Quserá del huérfano en la vida? ¿qué torpemanos vacías de caridad lo inducirán

¿a dónde lo inducirán? ¿y qué lmporta? ¿quién le ha dado jurisdicció

en ese destino? ¿Serán argucias de

demonio? ¿surte su interés de dañadfuente? ¿por qué —si no— esvehemencia, esa inquietud, esa tristeza

esos arrebatos, ese dolor que no la dejrespirar, y le roe lentamente loplanteles de su antigua fortaleza, y lcarcome los retoños de sus alegrías?

2



—YO no sé por qué algunas genteofrecidas (por no llamarlas de otrmodo) han hecho alharaca porqu

María, la sobrina del señor cura, no lhizo caso al joven ese de Teocaltichecomo si Gabriel se hubiera muerto

como si María fuera mujer de las dahora, que por una babiecada de buenfigura o de «vénganos tu reino» se echa

de cabeza, renegando de todo. ¡Habíade aprender! ¡Y miren que el estudiante hizo la lucha por todos lados! ¿Qu

más puede ser sino que María le tien

ey a su ausente? Y a propósito: hsabido que el señor cura lo mandó estudiar, no para padre, a una escuela d

León: a lo mejor vuelve de licenciado



de médico, ¡quién sabe de qué! Lo quo digo es que para qué tanto misterio: o bueno el señor cura se opone a que s

casen, aconsejado por el Padre Islascomo si lo que sucedió con Micaela nes hubiera enseñado que es mejor hace

as cosas por el derecho.

3

U NA no declarada competencia se h

entablado durante los últimos años entros Padres Reyes e Islas, y su

parcialidades, con ocasión de las fiesta

de la Purísima y de Nuestra Señora d



Guadalupe; ya el año pasado surgieropequeños incidentes por el celo de damás lucimiento a cada una de las do

funciones, y en discutiendo el éxito de luna y de la otra: —«Que la orquesta fumejor la del día ocho», «que no: que qu

esperanzas», «que cómo se puedcomparar el sermón de la Inmaculadcon el de la Guadalupana», «que lo

castillos no tuvieron chiste», «que dóndas Hijas de María pudieran sacar uconvite como el que sacó el PadrReyes», «que ustedes no compusiero

bien el altar», «que para el once hubhasta maitines», «que qué mal gusto eel adorno de la iglesia», «que qu

miseria de flores y cera»...



Después de los cultos de SemanSanta, los del Ocho de Diciembre, sidisputa, eran los de más arraigo

esplendor. Venido el Padre Reyesprocuró impulsar la devoción a lVirgen de Guadalupe y dio gra

solemnidad a las fiestas del Doce dDiciembre, cada vez más rumbosas —«profanas»— comentan lo

radicionalistas, fundados en lonúmeros de adornar las calles, imprimiprogramas y repartirlos mediantconvite con música, cohetes y desfile d

niños vestidos de ángeles, dmisioneros, de indios y dconquistadores; el año pasado hub

fuegos artificiales y para éste s



proyecta una gran procesión que harcuatro paradas en otros tantos altarepúblicos en que se representarán la

cuatro apariciones, con retablos vivos.Las fiestas de la Purísima comienza

el treinta de noviembre, mezclados lo

primeros repiques con los últimoplañidos de las campanas en el mes dos Fieles Difuntos. El treinta d

noviembre da principio la Novena, esfamosa Novena cuyo texto ha formado egusto literario de varias generaciones eel pueblo, si mal —también— e

demonio la usurpa con arterías pardespertar la sensualidad en algunoespíritus débiles y propensos. Lui

Gonzaga Pérez la sabe de memoria



Micaela se deleitaba oyéndolaParafraséanla no pocas de las cartas damor que circulan ocultamente, pues l

nutre con su savia el Cántico de loCánticos.

Emuladas por el coro del Padr

Reyes, cuya cooperación han declinadoas Hijas de María forzaron al Padrslas para que accediera a traer músico

de Guadalajara —instrumentistas voces—, amén del Canónigo Silvapredicador famosísimo.

La condición del señor cura y de

Padre Islas —conocedores de lurbulentos que son los filarmónicos—

fue la restringida permanencia de lo

huéspedes, que han de llegar la mañan



del siete, y marcharse al terminar lmisa de función, el mismo día ocho, siagasajarlos de ningún modo

nstalándolos, no en casas particularecomo se proyectaba, sino en la Casa dEjercicios.

— ¿Qué irá a hacer el Padre Reye—pregunta el pueblo— para nquedarse atrás?

— ¿Qué vamos a hacer —preguntaos más ansiosos al Padre Reyes— parno salir con una y un pedazo? Por dinerno se pare —añaden los parciales de la

fiestas guadalupanas. — Ya veremos, ya veremos. N

coman ansias —responde don Abundi

con su cachaza.



4

ASISTIENDO a su amiga Mercedes en erance de haber llegado Julián con s

flamante desposada en los primeros díade diciembre, Marta creyó descubrir lcausa de su propia pesadumbre bajo l

falsa resignación de su soltería, lo qua espantó, pues pensaba no haber jamádado importancia al matrimonio, napetecido novio, ni necesitad

conformarse por algo de que se sentíibre.

— ¡Tendrán hijos que pudieron se

míos! —La cuita más persistente d



Mercedes —todavía rebelde contra udestino que por otra parte juzgabrreparable—, fue un fogonazo a fond

en la subconsciencia de Marta. Rápidasno por esto menos intensas, tan intensaque velozmente le quemaron la memoria

surgieron —con significaciones nueva— mil y una imágenes, ya de la vidrivial, ya del seno del olvido, cuy

nédita impronta ofrecía fulgores dcategórica evidencia; ¡tener un hijoenvidiar un hijo! ¡no aceptar —si

saberlo— la soltería que la condenaba

a precaria posesión de infantes ajenosniños de la doctrina, problemáticentrega de Pedrito, deseos de fundar u

orfanatorio, una sala para pequeños e



el hospital, una escuela de párvulomenesterosos! ¿No es rebeldía lristeza —como envidia del bien extrañ

— que últimamente le ocasiona la vist trato de los niños? ¿la tristeza —com

miedo de morir o de pecar— que desd

abril, desde que Pedrito quedó huérfanoviene asaltándola? ¿el rehuir con tristeza indagación —excitante, deleitable

emerosa— del misterio materno, hechpatronato en María Auxiliadora, lVirgen del Niño en brazos? ¿No ha sidsentimiento adverso a la soltería

complicado con cariño de madre, lesperanza de que su hermana se case enga hijos? ¿el cariño con que vio

Gabriel y la decepción que le causó s



conducta contra María? ¿el interés quuvo porque se formalizaran la

relaciones con el joven teocaltichense

De las mil y una imágenes ha surgiduna voz, que ahora le parece tremenda— «Soltera, ¡soltera para siempre!» N

a incita a rebelarse pero la mueve lorar. Otras revelaciones han sid

puestas en claro por el duelo d

Mercedes: el vasallaje que ldespertaba la vista de Damián Limónantes del crimen; la piedad que poDamián sintió, después del crimen; e

compasivo recuerdo que ahora le causa suerte del asesino, cuando todos l

execran y muchos comienzan

olvidarlo; para ella sigue siendo tipo d



varón; mas al iluminárselo de tal moda crisis de Mercedes, Marta sient

horror por Damián y por ella misma; s

arrepiente de las veces que sin sabecómo, detuvo la mirada en Damián y eotros hombres, de quienes vagament

pensó cómo pudieran ser sus hijosquiénes pudieran llegar a ser sumujeres, casi sin darse cuenta sino hast

hoy, a la lívida luz proyectada por ldesolación de Mercedes. De Mercedesque se revuelve contra la sentencia dsoledad perpetua: —«Yo no podr

conformarme nunca, ¡nunca!, ni cuandel pueblo se fije ya en que los encuentr ella trate de saludarme como a otr

vecina cualquiera, creyendo qu



podemos llegar a ser amigas. ¿Cómpueden algunas aguantar este sufrimient echarle tierra? ¡Tener que vivir par

siempre junto a ellos, tener quhabituarse a encontrarlos a toda hora, ea iglesia, en la calle; ver que so

felices, que tienen hijos, que creceéstos, que a todos se les olvida que hauna alma en pena, quemándose d

envidia, tal vez de cariño siempre vivoCada año más vieja, más achacosa, máabandonada y desesperada! ¡Es horribleYo no sé dónde tiene mi padre los ojos

el corazón para no ver, para ncomprender, y que me sacara del pueblsiquiera unos días. Yo ¿cómo voy

decírselo? Ni a mi madre. Dirán que so



ridiculeces, que qué tiene que ver. Serípeor. Acabaría por odiarlos, comsiento ganas de odiar a todo el mundo

de arañar a los que me miran, a loparientes que vienen a semblantearme, mortificarme con indirectas. ¡Almas d

perro!» Los nervios de Martreproducen las quejas de Mercedes, taapegadamente, que la hacen desfallecer

así la sorprende, por primera vez, eespectro de Micaela, que le dice—«¿No te acuerdas de mí?»

5



EL gozo al pozo, con todo y presumidasLlegaron los músicos más muertos quvivos, de tan cansados. Y tardísimo

casi a las cinco de la tarde. Cuandbajaron de las remudas no podíaenerse en pie. Casi ninguno habí

montado a caballo, y menos parecharse tres jornadas, barranca de pomedio. Las vísperas tuvieron qu

retrasarse hasta las ocho y ¡quplancha!: hubo gallitos: ¿no había dhaber desafinaciones, entradas fuera diempo, manifiesto desgano? Por poco

hay bostezos. Las dignatarias de lAsociación, que habían sido las deempeño y no hablaban de otra cosa esto

días, quedaron consternadas. Ya parec



que hasta los rancheros venían decirles: —«¿Para esto tanto cuento?» Aa salida vieron que se morían de risos cantores del Padre Reyes. El qu

nunca hubiera oído música podría darscuenta del desastre. Apenas mejoró l

cosa en la Misa de función. Lofilarmónicos amanecieron furiosos poel hospedaje: no habían podid

descansar; fueron con el Padre Islaresueltos a en seguida irse; los habíaengañado; si el frío en los ambulatoriode la Casa de Ejercicios er

nsoportable, no más benignas eran lacamas puestas, ni la clase de alimentoque les daban; el Padre les echó en car

o mal que anoche quedaron: creció e



enojo de los músicos, hubo de interveniel Padre Reyes, para mayor humillación en tales circunstancias, refunfuñando

sin ensayar, subieron al coro y tiraron salir del paso, con ira de las unas y mofde los otros. Lo habrían hecho mejor lo

niños de la Doctrina y la orquesta de urancho cualquiera. Pero no acabó allí ecuento. Los filarmónicos se negaron

partir esa misma tarde, como estabconvenido, alegando la necesidad ddescansar; exigieron mejoría en ealojamiento y, como si hubieran quedad

an bien, se plantaron en la plaza hicieron de las suyas, trabaron amistacon algunos vecinos, por artes de magi

consiguieron licores, acabaro



embriagándose y, con la complicidad anuencia del director político (quiésabe si a instancias del propifuncionario), tuvieron la audacia dorganizar un «gallo» que anduvo poodo el pueblo, y entonces, sí, tocaron

cantaron divinamente.A la mañana del día nueve apareci

un pasquín en la casa de la presidenta d

as Hijas de María: La soberbia desechad,niñas, en toda ocasión,

que al humilde Dios lo premiaY le da su bendición.



6

CUÁNTAS heridas abiertas por erebullicio de los músicos, por las nunc

oídas melodías —amor, ensueñoristeza dulce, íntimo júbilo, hallazgo d

buscadas expresiones— que desvelaro

al pueblo y revelaron a los adolescenteun mundo, un lenguaje nuevos, en lnoche del ocho al nueve de diciembremundo y lenguaje presentidos muy cerca

mas inasibles; llenos de celestialeencantos, y al mismo tiemphumanísimos; mundo y lenguaje de lo

deseos cotidianos, hasta entonce



oscuros, de pronto iluminados comagnificencia por el concierto dnstrumentos y voces, por las voces qu

hacían volar palabras de amor y dmelancolía, palabras corrientes qualcanzaban en el vuelo la expresión d

o inefable, transfiguradas, como cohetede luces; mundo y lenguaje de lodeseos, liberados por primera vez en l

noche del pueblo, en la nochgratamente sobrecogida, transverberadcon saetas vibrantes, luego hechaarrullos en los ámbitos de soledad

estremecidos; estremecidos como eahora deleitable desvelo de viejos adolescentes, que nunca oyeron músic

gual, distinta de la consuetudinari



música eclesiástica; transfixión dedesvelo por los venablos melodiososque atraviesan los muros más espesos

aciertan al pecho, clavan su dulcponzoña; venablo metálico devioloncello, venablos vegetales de lo

violines, quebradizos, disparados sobras azoteas; venablos de aire, frágiles da flauta, con escalas para trepar haci

as cruces y caer sobre los corazonesvenablos punzantes, en plétora explosiv— tenores, barítonos y bajos—venablos de las palabras cantadas, qu

ni una quieren perder los oídos en lnoche sonora. Es como si volvieran lopretendientes idos para siempre, com

si hubieran vuelto los estudiantes de est



de otras generaciones, como sregresaran los que hace mucho tiempdieron escándalos de amor, los que co

su presencia perturbaron almas ahora yenvejecidas o en el menguante deolvido; como si anticiparan su llegad

mujeres y galanes que habrán dcautivar a estos y aquellos ánimos eexpectación. La herida de Victori

vuelve a abrirse, y la de otras bellaranseúntes, en los corazones de quieneas desearon; vuelven a abrirse lanquietudes por mujeres mal casadas

de sospechosa facilidad; estallan lafístulas de solteras viejas, arrecia edolor sordo de inminentes «quedadas»

as heridas recientes que causaron lo



estudiantes vuelven a sangrar; el llantempapa muchas almohadas; pero nquisiera dejarse de oír esta música

rasunto de felicidades imposiblesambién promesa dichosa para los qu

no han empeñado el corazón y esperan

odavía sin rasguños de desilusiones. Nquisieran dejar de oír esta música ni loviejos, que con ella deshacen su edad, n

os jóvenes y adolescentes para quieneevanta castillos, ni los que sufreporque al renovarles los doloreambién les inyecta una drog

placentera, ni los que desean en vanporque les finge logros, ni los que vivefelices porque les confirma su felicidad

o quiere dejar de oírla María, que h



encontrado la voz viva de las ciudades para quien cuando calle la música epueblo parecerá más estrecho, má

aborrecible. No quiere dejar de oírlMercedes, a quien promete lreparación del daño que sufre; ni Marta

ibrada de su pena, recobrado soptimismo; ni Soledad; ni Margarita, nRebeca, vindicadas de su vergüenza po

esta música, que les trae mensajes de umundo cuya lengua comenzaron aprender en las torpezas de loestudiantes; ni Lina, Magdalena

Gertrudis, cuyas lámparas de paciencise avivan. Lucas Macías no quiere dejade oír, que nunca supo de modo ta

directo y natural el estilo y costumbre



de sus héroes remotos: esto es lo que susa en las fiestas de palacios y barriosesto es lo que se oye tocar en las calles

o que silban las gentes al pasar, lo qumueve los corazones a la hora de ahoren Guadalajara, y en México, y e

Querétaro, y en Puebla, y en Guanajuato en San Luis: idioma de la músicorpemente imitado por la algazara d

os estudiantes. Nadie quiere dejar doír, si no es el Padre director y el señocura, temerosos de la sensuasublevación y de los males mayores qu

pudieran originarse si trataran dacallarla. Se cimbra el virtuoso castillde las «hermanas» dignatarias qu

rajeron a estos músicos, a esto



ndecentes mercenarios, que necesitaestar borrachos y tocar profanidadepara estar inspirados; a ese chelista,

ese violinista, a ese tenor, que siendos más borrachos y cuando más l

están, como ahora, son los mejores.

Acústica del silencio —en lperfecta noche clara— por donde tiendsus redes el embrujo —en la noch

ransparente de diciembre, traspasadpor flechas melodiosas, encendidas— vuelan los deseos vestidos de lucesriunfantes —en la noche serena, que h

ogrado callar en sus confines a loaulladores—, y las penas, y lazozobras, y el remordimiento, y la

postrimerías quedan momentáneament



atrapados, paralizados, en la mallmusical, durante la inesperada nochdiáfana del ocho al nueve de diciembre.

Con esta experiencia, María puedformular y formula categóricamente santes confusa idea — hecha ho

convicción— de que nadie, nunca, eeste pueblo ha sentido pasión de amo—embeleso y locura, entrega si

reservas dolorosa y dichosa, controdos los miedos y al impulso de todoos riesgos—; el amor heroico qunflama las páginas de los libros po

ella consumirlos, consumida por elloso, nadie, ni Micaela su amiga, trivia

coqueta; ni Luis Gonzaga, simulado

neurasténico; ni las raptadas en oscura



noches, vencidas por la curiosidafatalista; ni las que se casan contrviento y marea, para luego caer en l

rutina de las costumbres maritales; nMercedes, víctima de un vulgar amopropio; ni Damián, fuerza bruta que sól

rompe obstáculos por orgullo; ni laheroínas fabulosas de LucaMacías,mediocres vividoras; n

Soledad, ni Margarita, ni Rebeca, nLina, ni Magdalena, ni Gertrudis, nEustolia, sólo ávidas de sensacionedesconocidas y ansiosas de casarse po

mero instinto, sin el profundodesinteresado e irresistible querer de lpasión de amor. Nadie, no, ni ell

misma, triste mujer amargada, fracasada



desesperanzada, incapaz de ser tocadpor el alto deseo, entrevisto esta noche ravés de las bajas bandadas de lo

deseos populares; ¡cuán distinto uno otros! ¡cuán lejos aquél de lo sórdidode lo mezquino, de lo transitorio! ¡aque

deseo desencarnado: esencial centellaSi Gabriel (¿por qué María, toda estnoche, ha pensado en Gabriel?), s

Gabriel escuchara esta músicaresolviera sus cavilaciones, a oscuraexploradas en el metal de las campanasGabriel sólo encontró la escala de l

muerte, colindante del puerto del amormas no pudo penetrar en las dulzurafinales o no supo comunicarlas a María

sino por aproximación, mezcladas co



sabores amargos. (Ignora María quunos oídos de mujer, los oídos de lforastera funesta, sí escucharon la vo

de amor en las campanas de Gabriel.Alcanza María la precisión de su ideael amor no es instinto, no es convivenci

rutinaria, no puede hacerse costumbreno es pasajero deleite del sentido, no euego caprichoso; el amor es identida

de dos almas, y todo lo demásañadidura; posesión de dos espíritus, odo lo demás, tropiezo y escoria; e

sufrimiento del amor nace del choqu

contra lo deleznable; los miedos junto aamor son los obstáculos de la carne; lheroico del amor es la victoria sobre la

barreras que impiden aquella identidad



aquella posesión espirituales, cofrecuencia frustradas por el uso y por lvulgaridad de la vida. Sin duda Gabrie

entreveía esto, que asemeja la memoride sus tañidos con la belleza de lmúsica. —«Pero ¿porqué —vuelve

preguntarse María— estoy pensandanto en Gabriel?»

A la mañana siguiente, María, la

mujeres enlutadas, los muchachopálidos, que no han querido perder unnota de la serenata, si se animaran expresar su sentimiento, sólo podría

decir: —«¡Qué bonito!..., ¡anoche!»Unos más, otros menos, los rostro

amanecen con semblantes desconocidos



Las bocas enmudecen. Cuando algunadeciden hablar, denuestan el escándalocritican la embriaguez del chelista, de

violinista, del tenor; el fiasco de qufueron víctimas las dignatarias de lAsociación.

— ¡Buena la hizo nuestro excelentChemita! —comenta la socarronería dos Padres Meza y Vidriales.

María, que siente todo lo quentrevió, sólo sabe decir a Marta: — ¡Qué bonito, anoche!Quizá tampoco a Gabriel pudier

decirle más.

7



LAS cosechas fueron malas. El ciel

cebó su castigo sobre aquella región quhabía dado a luz un criminal comDaminán, de cuya maldad hablabahasta los periódicos. Pocas lluviasAguda sequía que desde agosto se siguia septiembre, cosa nunca vista, que hizpalpable la cólera de Dios, no satisfech

con tantas y tantas rogativas, con tantamandas, con tantos desagravios. Lpeste asoló el ganado. Los animale

perjuiciosos que destruyen las siembraabundaron como hace muchos años no sveía.

Leonardo Tovar no sacó ni lo de l



habilitación. Había trabajado de oquisAñádanle las deudas por la enfermeda muerte de su mujer, más las otras qu

enía con don Timoteo.Llegado el tiempo de hacer cuentas

resultó que sólo a los herederos de

finado Timoteo Limón debía trescientopesos; aparte, a don Eladio García, lrenta de dos yuntas de bueyes; a do

Tereso Robles, por distintas mercancíapara vestir y comer, dieciocho pesosvarios piquillos a otros vecinos, y essin contar la asistencia de Pedrito, qu

andaba de una casa en otra, fiado a lcaridad pública, inconstante.

Los hijos de don Timoteo —¡dejara

de ser hermanos de Damián!— so



mplacables con sus deudores. ALeonardo no sólo le quitaron las tierritaque tenía empeñadas y que valuaron e

ciento veinte pesos —ni modo doponerse a su injusticia—, sino tambiéo que le quedaba de algún valor: una

monturas, dos rejas de arado, un azadóna petaquilla, por poco hasta la cama da difunta Martina, y todavía les sal

debiendo ciento cincuenta pesos, por loque quieren hacerle firmar un papel que se queden él como peón y Pedrito dmozo al servicio de Prudencia o d

Juan. —«Mejor muertos» —dice para sLeonardo. No le queda más que irse a

orte; pero ¿y Pedrito? ni modo d

levárselo, ni modo de dejarlo que and



rodando entre malas caras como hastahora, desde que murió Martina Leonardo no ha visto la suya. Sólo a

señor cura lo confiaría, si la señoritMarta quisiera encargarse demuchacho, al que parece tener buen

voluntad; o que quisieran cuidarlo lamonjitas del hospital. Por fin se anima r con don Dionisio, aunque no

proponerle que Pedrito se quedrecogido en el curato. —Ay el muchacho está ya en edad d

hacerles sus mandaditos a las monjitas

puede servir de monacillo, puedsacarles agua del pozo y yo creo quhasta partirles la leña; es manso; no d

guerra, y bien agradecido.



Marta, que supo las pretensiones dos Limón, se atreve a intervenir:

—¿Y por qué no había de quedars

aquí? Buena falta que hace quien ayuda los mandados, desde que se fuGabriel.

Marta y Leonardo clavan suesperanzas en el párroco, por cuyfrente pasó una sombra cuando s

sobrina recordó a Gabriel.

8

EL Padre Reyes ha logrado que sea

precisamente los norteños lo



participantes más entusiastas en lafiestas guadalupanas, brecha patrióticpor donde ha ido insinuándoseles poco

poco, tras el fracaso de organizados euna sociedad religiosa de beneficencimutua.

Nada hubo necesidad de hacer estaño para que nadie discutiera el éxito das fiestas del Doce sobre las del Ocho

La música de viento —famosa— dMexticacán vino al reparto de laDécimas el día once y se marchó siescándalos esa misma tarde, acabado e

vistoso desfile. Como era de fiar, ecoro del Padre Reyes —en los maitine en la Misa de función— se lució

superándose. La sorpresa: el desfil



cívico religioso, que impresionprofundamente y con el cual quedabnaugurada la Liga de Nuestra Señora d

Guadalupe, constituida principalmentpor los norteños, quienes lanzandgritos de «¡Viva México!»,«¡Viv

uestra Señora de Guadalupe!»portando faroles tricolores, abrían lmarcha; los dignatarios cargaban la

andas del retablo en que se representaba aparición de la Virgen a Juan Diegoen el Tepeyac; la seriedad, lnmovilidad a lo largo del trayecto y l

buena caracterización del niño que hacíde Juan Diego, maravillaron al puebloel niño era Pedrito, arreglado por Mart

María; en cuatro esquinas de rumbo



distintos hizo paradas el desfile; sendaniñas recitaron poesías alusivas; epueblo cantó el himno guadalupano

fueron subiendo de tono los patrióticogritos. El castillo final fue de primerahecho por unos coheteros traídos d

Yahualica. La torre de la parroquia fuluminada con candilejas.

Nadie quedó tan satisfecha com

Marta.Los Padres Vidríales y Meza shacen esta pregunta:

—«¿Cómo le habrá hecho est

águila de Reyitos para ganarse por fin os norteños?»



9

LA expresión y cauterización de unherida que había cerrado en falso e

comparable a las dolencias de Marta ea crisis de su tristeza. Puesto el dedo ea llaga, cicatrizó firme y rápidamente

Volvió el apetito de alegría, con epresentimiento de una ventura qupronto realizaron la instancia dLeonardo y el favorable acuerdo de do

Dionisio. Pedrito vino a vivir al curatosobre la condición de que su padre nendría derecho a reclamarlo hasta qu

a conciencia del chico estuviera e



aptitud para decidir su destino. ¿Qumás podía querer Marta? Suya, cassuya, es esa vida que se le da a labrar

como se labra la cera del SantísimoCarga sabrosa de una responsabilidaapetecida. Juegos de proyectos, qu

saltan de uno a otro minuto, llenando lahoras de la muchacha.

Y cuando se abrigaban temores po

a acrimonia de María, ésta sumó sgusto al de Marta, quiso juntar cuidadode niña que juega con un muñeco y hallen Pedrito un escape para las hieles qu

a envenenaban. Ayudó al arreglo deJuandieguito, le hizo varios vestidos, lpeinaba todos los días, tuvo decisió

para proponer al señor cura que hubier



este año posadas, con el propósito dsacar al huérfano de pastor; fue ahora lde la iniciativa para componer e

acimiento con una semana danticipación; y si no logró que hubierposadas en la parroquia, consigui

permiso para instalar el Nacimiento ea sala del curato.

Secretamente conjurada con Marta

previnieron juguetes y prendas de vestipara que, contra toda costumbre locallegara el Niño Dios la Nochebuena

dejara sus dones en los nuarachitos de

recogido, gozándose con la sorpresa dechico, la mañana de Navidad.

María inventaba cuentos d

maravilla, que echaban a volar l



maginación del niño.Marta gozaba con el aniñamiento

úbilo de su hermana, y se hacía l

lusión de cuidar dos hijos, cuyporvenir se le confiara.



EL

COMETAHALLEY

1

EL 1º de enero de 1910 llegó al pueblcomo cualquiera otro día. Navidad Año Nuevo son aquí fiestas de guardamuy secundarias; menos aún qu

domingos, pues les falta el alboroto de



mercado. Familias e individuos nacostumbran cambiarse regalos nsaludos. Navidad siquiera tiene l

extraordinaria liturgia de las tres misapor un mismo celebrante, como en lconmemoración de los fieles difuntos

aunque no todos los años haya misa dgallo, y cuando la hay es una simplmisa cantada, sin boato ni ruido

especiales. Un vapor de tristeza que hdo formándose tras de las fiestas deOcho y del Doce de diciembre comienz—por Navidad— a ser sensible; se hac

más denso a medida que se acerca el fidel año; y estalla en las lentacampanadas que llaman a los ejercicio

de acción de gracias y desagravios, e



reinta y uno de diciembre; campanadaque suben desde la tarde al seno de lnoche, agravándose, haciéndos

úgubres, tocando agonías, en rebatocomo si el mundo y la vida estuvieseacabando inexorablemente, para jamá

resucitar; vapor de recuerdos, dremordimientos, de tesoros que spierden, y de fracasos, de horizontes qu

no se alcanzaron, que no se alcanzarán ver; vapor de impotencia; tristeza dfuga irreparable a pesar de las manocontraídas en codicioso ademán, tristez

de lo perecedero, de las cosas que ayeeran vivas y hoy son polvo, de lo quhoy vive y a poco, no se sabe cuándo

habrá que sepultar o tirar al viento: e



pariente o la ilusión, el afecto, enegocio, quizá la propia vida con floreshojas y raíces; tristeza pesimista de l

ncierto por venir, de la rutina, de lorabajos, de las penas, de los afane

recomenzados; tristeza de los exámene

de conciencia, de las íntimacondenaciones, de los propósitos faltode convicción y entusiasmo, de lo

problemas que no puede resolver eiempo; tristeza del amor inencontrableristeza de la muerte segura e incógnita

Los rostros amanecen con huellas d

mortal cansancio, la mañana del díprimero. Es como la pereza del forzadoal llegar la nueva luz; pereza frente a un

area inútil cuanto abrumadora. Suena



por eso a burla los «feliz año nuevoque a veces traen bocas forasterasconvencionalismo hueco, repugnante, n

proferido ni en la intimidad ni en lcortesía del vecindario; fórmula extrañen las costumbres del pueblo. En cambi

se oye decir: — «¿Qué calamidades traerá est

año?»;

—«¡A cuántos se nos llegará nuestrdía!»; —«¡Quién había de decirle

zutanito y a menganita, que para este añ

nuevo estarían bajo tierra! ¡tan llenos dvida el año pasado!»;

—«Si el año es tan malo como e

otro, yo no sé ni qué haré».



Del púlpito, de los confesonarioparten las voces de admonición:

—«¿Desaprovecharás esta prórrog

de la Providencia? ¿Será otro añperdido para el negocio de tu salvaciónel único negocio que debe interesarte

Mira que puede ser el último año de texistencia!»

Quejas y avisos íntimos. En l

superficie de los encuentros y de lvida, el primero del año es un día comcualquiera otro: ni abrazos, ni buenoaugurios, ni sonrisas de inteligencia; l

más, la tristeza que sale a flote por loojos, por los pasos que rehuyen loencuentros de amigos en este día, por l

soledad acentuada de las calles.



Ajeno a esta otra rareza del puebloel director político anduvo repartiendenhorabuenas, abrazos y apretones d

manos; la frialdad y el espanto en tomoo hicieron desistir. Malhumorado

acabó por encerrarse dentro de su casa

siguiendo el uso común.El 1º de enero de 1910 no hubo má

novedad.

2

E N esos primeros días del año vino doAlfredo Pérez a quitar su casa y

malbaratar los bienes que le quedaban



Llegó precisamente la noche cuando e«La Flor de Mayo» estrenaron lprimera lámpara de gasolina que hub

en el pueblo y fue una admiración.(—«¡Cómo encandila!» —«Parec

uz del día.» —«Nomás que las caras s

ven como de muerto.» —«Y eszumbido.» —«Dicen que revientan y hhabido quemazones y muertos.» —«Má

vale nuestro aparatito de petróleo nuestras velas de parafina.»)Se juntaron muchos hombres en l

ienda convocados por la novedos

claridad y no faltó Lucas Maclas; veníde saludar a don Alfredo; la plática, yen grande, creció con la facundia d

Lucas.



—Cuando diz que se prendió lmecha allá a fines del cincuenta y sietfue cuando aquí en la tienda que tenía e

difunto Ciriaco Ruelas dejaron dalumbrarse con candilejas de sebo estrenaron las arañas de bombilla

dieron los vecinos en hacer chorchitaodas las noches para animarse o par

desanimarse con los runrunes qu

legaban o que se inventaban; por alldesde el cincuenta y dos o el cincuenta res, cuando el famoso Amito, el que fu

fusilado en Lagos... déjenm

acordarme... sí, un cinco de septiembrecuatro meses después del mentado asalta ese pueblo; desde entonces, como ib

diciendo, había habido paz en el rumbo



pero comenzaron los díceres: que svenía la bola, que había que tomar laarmas contra los enemigos de la Iglesia

que un Juárez era ya presidente, que uMiramón le venía a dar en la torre, quhabía habido levantamientos e

ochistlán y en varios puntos de loAltos, que no habían de tardar en venios chinacos de Teocaltiche; ¡bueno

odas las noches había de qué hablaraunque nadie hubiera venido de fuercon mitotes; el arriero del difuntCiriaco trajo una Constitución, que er

el motivo del rebumbio, y para qué lecuento los alegatos que se armaronhabía un don Casimiro Torres, abajeñ

él, con fama de hereje, que por poco l



matan; por cierto que desapareció unnoche y después se supo que andaba codon Santos Degollado y que quería veni

a prenderle fuego al pueblo, diz quporque era una guarida de mochoscuando se supo el triunfo de Miramón e

Salamanca y el levantamiento decoronel Landa en Guadalajara, y hastlegó a decirse que Juárez y su

ministros habían sido muertos —esto erpor marzo del cincuenta y ocho—, lienda del difunto Ciriaco fue surtiend

gentes entusiasmadas en la chorcha par

entrarle a la bola, bien a bien ni sabíapor qué; después se supo que unoandaban con los liberales y otros con lo

conservadores; no yendo tan lejos, habí



unos hermanos que les decían loMonacillos y que se fueron diz que untarse con Osollo: el caso es que un

apareció en San Juan de los Lagocuando Miguel Blanco robó a NuestrSeñora cien mil pesos recogidos e

chiquihuites, y contaban que mató a smismo hermano en la toma de SantDomingo; quién sabe si por esto —y

creo que por lo del robo en San Juan—quedó parálisis y luego se hizo lazarinoo alcancé a conocerlo allá por e

setenta, que vivía en el rancho d

Pastores. Hasta el mismo Ciriaco se fua la bola y por poco lo fusilan eQuerétaro; pero alcanzó a huirse

andando de noche pudo volver a



pueblo; allí en el Oratorio de laDelgadillo está el retablo del milagrque le hizo entonces la Virgen de l

Soledad. Por cierto que en toda su vidno dejó de arrepentirse de que su tiendhubiera sido la causa de que muchos n

volvieran de la guerra... —Bueno, bueno, ¿y qué te contó do

Alfredo?

— ¡Huy! si les digo que me pongo esu lugar y casi me vuelvo loco. ¡Dejar epueblo sin esperanzas de volverMalbaratar lo poco que le queda' ¡Vers

con tantos recuerdos de otros tiempos ener que alzar los triques del pobr

muchacho! Ése sí que es trago par

hombres: ¡vayan ustedes! ¡no más vayan



porque lo que es él ¡qué ha de venircada encuentro de conocidos es como se abrieran la herida. ¡Y menos con est

uz: qué ha de venir! ¡con esta luz que ecomo si a uno lo encueraran!

— O lo mandaran a la revolución

¿no, Lucas? —Por ay... por ay, ¿saben lo que m

dijo don Alfredo? El susto que tiene

por todas partes con eso de lo decometa; por algo les estoy diciendo todel santo día, que no sólo guerra, sinpeste y hambre vamos a tener, y creo qu

ni yo mismo, tan viejo, puedescaparme; ya lo verán qué pronto.

Fascinación de la ignota luz, venía

más hombres y la chorcha se prolong



muy después de las diez —oh nuevescándalo—, sin que los augurios dLucas minaran en los concurrentes e

descubierto placer de reunirse y hablasin sentir el paso del tiempo ni looques de ánimas y de queda, casi ni e

recuerdo de la familia qunusitadamente se desvela, casi ni e

peso de los párpados desacostumbrado

a trasnochar: placer de viejo hábitdifícil de combatir. Mañana volverían, pasado mañana, y el jueves, el viernesel sábado, el domingo. ¿Cómo a nadie s

e había ocurrido juntarse noche a nochpara desaburrirse del encierro?

Apagada la lámpara maravillosa

fueron más densas las tinieblas de la



calles, más escabroso el tránsito sobras banquetas irregulares, más mortecin

el resplandor de los aparatos d

petróleo colgados a largos trechos poel municipio.

Sin embargo, perduraba el placer d

a reunión y el tumulto de las palabradichas u oídas.

(—¿Cuánto costará una lámpara d

gasolina?)

3

— ¡EL cometa! ¡el cometa! ¡e

cometa! —y las gentes salían a la



calles, subían a las azoteas; la plaza slenó, la torre se coronó de curiosos

comenzaron a hincarse, la vista en e

cielo; comenzaron a rezar en voz altahubo quien quisiera gritar, plañirdesmayarse.

Nadie supo quién, el primero, lanza mirada y el grito hacia el astr

resplandeciente, cuando comenzaba

oscurecer ese día tres de enero: mirad grito propagados en tiempo fulminanta los rincones de las casas, al secreto dcapillas y confesonarios, al corazón d

niños, viejos y enfermos.Avivaba el astro su luz com

acercándose veloz contra la tierra, y la

gentes hacían impulso de cerrar los ojo



en espera del temido choque. Cincuentmanos —peleando— se apoderaron das campanas y tocaron tumultuosamente

Mujeres y hombres corrieron a laglesias, congestionaron las entradas

hubo contusos. Proseguía la ilusión d

que la estrella, creciendo, avanzabaCerrándose los ojos en ese minutpostrero del mundo, desfilaban por l

conciencia de los cuitados las alegrías os remordimientos de toda la vidagrandes y mínimos recuerdos, escenabanales, actos escabrosos, ilusione

fallidas, rezos en confusión.Cuán débil e impotente la voz de

Padre Reyes comenzó a establecer l

calma; cuán poco a poco logró halla



eco y contagio: —Es la estrella de la tarde, fíjense

¿no ven que es el lucero de la oración

¿Dónde ven la cauda? No es el cometano tiene cola, fíjense. Vean: es el lucerosiempre por este tiempo resplandece así

El pánico se obcecaba frente a ldesilusión de no atestiguar uncatástrofe que los siglos esperan. La

gentes no se resignaban a deponer sdramática tesitura.

4

DON

Alfredo Pérez (—«¡Ah, qué bue



hombre ha sido siempre don Alfredo!»erminó sus asuntos y mañana se vuelv

para Guadalajara. Mañana es diecioch

de enero. —¡Qué amargos quince días: lo

peores de mi vida, se lo aseguro

compadre! ¿Se le hace pocdesprenderse, como quien dice, de lvida? Cuando recién casado yo veí

sufrir a Carmen que no se hacía el ánima vivir en el pueblo y ella me hacía lucha para que nos fuéramos a Guanatos

Se me hacía imposible nomás pensa

que algún día pudiera desprenderme da tierra. Cuando el negocio me hací

dar mis vueltecitas a la capital, se m

hacían eternos los días y no hallaba m



sitio ni la hora de volverme. Todavícuando la desgracia del muchacho, dejodas las cosas con ánimo de volver

os ocho días. Mi impaciencia con lomédicos, casi casi era más por ependiente de venirme. Yo no sé qu

gusto le hallan a vivir entre aquel ruid aquellas prisas. Ni de paseo

compadre. Allí me tiene usted todas la

noches, casi casi sin faltar ni unasoñándome aquí; y al despertar, no smagina: es como si allá me tuviera

preso; y nomás a toda hora pensando e

el pueblo: que cómo estará fulano, que esta hora pasa siempre zutano y nosaludamos, que a esta hora estará

lamando a la Conferencia de Sa



Vicente, que a esta otra llaman para est aquello. Y al despertar y al acostarme

nomás me digo: ¡un día más y si

esperanza de irme! No, compadre, quvoy a acostumbrarme; por nada demundo: si en cualquier cosa brinca l

diferencia: que si las gentes, todaextrañas, hasta los paisanos, hasta loparientes; no hay confianza; todo es pur

hipocresía y caravanas y dobleces; qusi la comida, mala y cara; no me ha dcreer: la carne, la leche, los huevos, laortillas, el pan, hasta los frijoles, tod

sabe distinto, ya no digamos la mantecael chocolate, los chicharrones. Aquél eun mundo al revés. Y de México ni qu

decirle. Ahí andan muchos alborotados



r para el Cementerio; si yo fuera ¡cómba a dejar mi tranquilidad, mis comida

a mis horas y a mi gusto, mi camita, po

r a pasar trabajos e incomodidades! ¡ECentenario! Ni me hable usted de esocompadre. A mí nadie me quita que és

fue la causa y el principio de lo demuchacho: ¡querer hacer una poesía parque lo trajeran en letras de molde y qu

diz que lo habían de coronar como amejor poeta de México! ¡Y aquellmujer infame lo voló! ¡No hablemos dcosas desgraciadas! Bastante tengo co

estos quince días de andar malbaratand quitando casa. Todavía cuando m

decidí a venir y cuando llegué, alentab

a esperanza de que una casualida



cambiara las cosas y yo pudierquedarme y mandar traer a Carmen seguir viviendo en paz; era como l

esperanza de los que llevan a fusilarpero esperanza, al fin. Estuve dos díasin hacer nada. Nunca me había gustad

el pueblo tanto, a pesar de los amargorecuerdos que a cada paso se mrevivían. Pero no hubo remedio

comencé a tratar lo del traspaso, lventa de las tierritas, el cobro ddeudas, el ver a éste y al otro, el teneque repetir a todos la triste historia

cada cosa que se arreglaba era como sme fueran cortando aquí una mano, luegun brazo, luego una pierna. Para lo qu

sí no tuve valor fue para vender la casa



esta casa que hizo mi tatarabueloacarreando piedra desde Yahualica rayendo canteros de Guadalajara

Hubiera sido como si yo mismo mcortara la cabeza. No. Allí nacieron mbisabuelo, mi abuelo, mi padre. All

nacimos yo y mi pobre hijo. Allí... ¡sepor Dios! No, si me gusta sufripensando en todo esto: hace dos día

que no salgo de estas paredes, nomáhaciéndoles cariños, besando lapuertas, echándome junto al brocal depozo, mirando al cielo bocarriba en e

patio, podando las yerbitas de Carmen¿Se imagina usted la noche que voy pasar? ¡La última noche aquí en est

pieza donde pensé que habían d



velarme, sin que nada pudiermpedirlo! No, ya no tengo ninguna

esperanzas de volver. Ya estoy viejo y l

ciudad amarra macizo. Guadalajara niene entrañas para los pobres que vive

de trabajar. Lo poco que yo tenía se l

han llevado los médicos, los boticariosos hospitales y los viajes. En Méxic

hubo un doctor que me cobró veint

pesos por consulta. Estoendrogadísimo. Quise girarla por mcuenta como corredor y todo fueropérdidas. He tenido que conseguir u

empleo en la ferretería La Palma. No, sno me asusta ser dependiente. ¡Ah! pervivir allá, lejos de mi tierra. Luego qu

acabé de empacar las cosas que me vo



a llevar... entre lágrimas lo hice, ¿parqué lo voy a negar, compadre? me fui acamposanto a ver las tumbas de mi

padres y de mis parientes; ¡dichosoellos, que no les quitaron su tierra! Ypensaba volver ahora en la tarde

decirles adiós. No sé si no tuve valor si no pude separarme y dejar de gozaestas paredes todo el rato que pudiera

Es duro, compadre. Que aquplaticábamos Carmen y yo echandanteadas cuando el muchacho iba

nacer, que aquí dio los primeros pasos

que allí nos sacó un susto cuando lprimera vez que se cayó, que aquí le diCarmen la bendición cuando se fue a

Seminario la primera vez, que éstos so



sus libros y papeles, que aquéllos sudibujos y pinturas, que allí nos echabatinajos... gracias, compadre, gracias

o, si estoy resignado. Sea por Diospero es duro.

Poco después de media noche do

Alfredo abandonó el pueblo al quciertamente no habrá de volver.

5

FUE a principios de febrero cuando epaso misterioso de unos hombres dimucho que hablar y sembró un vago, u

pesado temor. Eran siete hombres d



catadura indiscernible que venían a pieas maletas al hombro, estirando u

caballejo cargado, y pidieron posada e

el mesón a eso de las siete de la nocheuno salió a comprar pan de agua y doatas de sardinas con tío Ladislao, qu

es el único que vende «esos pescadoan apestosos»; con el muchacho de

mesón encargaron cervezas.

Nadie supo qué camino traían y qurumbo llevaban. Otro día salieron mude madrugada. ¿Quién puede afirmar quos vio bien a bien? Se dijo después qu

muchos vecinos habían oído voces pasos extraños durante toda la nocheque los forasteros hicieron pregunta

capciosas a ése y aquél; pero la



versiones de lo preguntado eracontradictorias: ¿habían querido sabeel número de sacerdotes o de policía

que hay en el pueblo, la frecuencia coque vienen tropas armadas o médicoforáneos, el disgusto por los abusos d

as autoridades o el grado dreligiosidad que prevalece aquí, locaminos más fáciles que conectan a

pueblo, los puntos inaccesibles de lcomarca o las mayores necesidades quagobian a los habitantes? ¿Eraprotestantes o agentes revolucionarios

¿Iban al Norte o volvían de allá?Una cosa pareció cierta: s

desconocimiento de la región; hasta e

nombre, hasta la existencia del puebl



gnoraban de seguro. ¡Comían sardinas bebían cerveza! Luego no podían ser destos rumbos. Hubo datos para pensa

que fueran ingenieros: traían teodolitospero ¿cómo es que andaban a pie? Sconjeturó que fuesen aventureros e

busca de minas o tesoros ocultos, cosapor las que algunos afirmaron qupreguntaban.

El director político juzgó que debíomar cartas en el asunto, pues el estadde alarma colectiva se exasperaba pomomentos y el pueblo había quedado e

espera de acontecimientos funestocomo consecuencia de aquella extrañvisita; por otra parte, al director no l

cabía duda: eran espías al servicio d



fuerzas disolventes que pretendeacabar con el régimen pacifista progresista de la República. Una cosa l

detuvo para dar inmediata cuenta a lsuperioridad: el juzgarse culpable de nhaber aprehendido a los sospechosos

mas en verdad, él fue de los últimos esaber la noticia, ya entrada la mañanaÉse y los días siguientes fuero

nterrogados estrechamente cuantoentraron al pueblo, cualquiera fuese lparte de donde venían; se hizo pesquisentre los vecinos de ranchería

apostadas junto a los lugares de tránsitoresultó inútil: nadie daba razón de habevisto a aquellos hombres. Ello exaltó l

efervescencia popular.



¿Qué relación había para el comúdel pueblo entre aquellos viajeros, efabuloso anuncio de un cometa, lo

rumores de sismos, calamidadesrevoluciones y peligros en lugares qupodían ser muy remotos o próximos

uevo motivo para que se manifestara lcreciente zozobra colectiva que ahora smezcla, sin confundirse, con el crónic

emor de las postrimerías. Miedo nuevpor algo terreno que sucederá. Miedo dvísperas diferidas. Miedo al hombre, a naturaleza y a la cólera de Dios. Co

a vieja, una nueva zozobra sensible.El ritmo del tiempo se impone, si

embargo. Pronto comienzan las tanda

de Ejercicios de encierro y el piados



crescendo cuaresmal en cuyo rigocolabora el novísimo sentimiento dpeligro.

6

EL recuerdo de Luis Gonzaga Pérecon ocasión de los incendios, el Vierne

de Dolores, fue para muchos una cosremota y algunos lo olvidaron pocompleto. ¿Dónde habrán quedado lo

elementos con que componía el eseminarista sus fabulosos altaresngenuamente, don Alfredo regaló a

señor cura «los triques del muchacho»



Piadosamente don Dionisio no loquemó: los arrinconó entre los desechode la parroquia.

Desde el despertar, es el señor curquien más recuerda este día a LuiGonzaga. El señor cura fue uno de lo

pocos a quienes don Alfredo quiscontar el estado del joven, y por modan patético que no recató crudezas. H

aquí el resumen del síndrome. A loaccesos de furia sucedió un graabatimiento, del que fue recobrándosepero sin sobrevenir la lucidez alcanzad

otras veces, cuando pasaban las crisifrenéticas. Todo pareció habérselolvidado, y aunque prevalecía e

sentimiento de culpabilidad, no era



claros los objetos de su arrepentimientoni se daba cuenta de lo que decíaampoco daba señales de reconocer

nadie, ni a sus padres. Cuando se lnterrogaba o platicaba, o no respondí

o era disparatada la respuesta. E

Seminario, los libros, el dibujo, epueblo, los nombres de mujereconocidas —que antes lo alucinaban—

perdieron significación en sconciencia. No pensaba más que ecomer; su apetito rayó en guldesenfrenada. Luego le dio por l

humildad y la cortesía extremas: doAlfredo y doña Carmen, al igual que lonfimos del manicomio, los padre

encargados del establecimiento, lo



médicos, los visitantes y los otroalienados eran objeto de ceremoniosrato; el muchacho se deshacía e

caravanas y frases remilgadas, carentede sentido; por otra parte, a nada oponíresistencia; la humildad llegó a linda

con la humillación: de súbito spostraba frente al más ruin sirvientmplorándole perdón y que lo dejas

besarle los pies; mas obedecía copresteza si aquél se lo mandaba. Loescombros de la vida pretérita srevelaban en inciertas alusiones

postrándose ante un loquero le llamseñor cura; y aun lego, tomándolo poarzobispo, le pidió que lo admitiera, si

acertar en dónde; yendo de visita u



clérigo joven se le arrodilló parsuplicar que revisara sus versos. Prontse hizo sensible que la presencia d

mujeres lo inquietaba por modextraordinario, sin exceptuar la visita dsu madre; frente a ellas comenzó a se

procaz. Lo obsceno se convirtió en idefija, mediante la cual pudo coordinaotras representaciones. Lo

caricaturescos modales de cortesía scombinaron extrañamente con palabrasademanes y visajes lúbricos. Fue unexplosión devastadora, inextinguible

pero sin arrebatos frenéticos. Obedecísi se le mandaba que callase o estuviesquieto, para luego recomenzar, como un

osferina de ataques incesantes



Afirmaba, primero, que venían visitarlo; después, que vivían con émujeres bajadas del cielo, desnudas

entre las que iba a escoger nueve paresposas y esclavas; el problema erreconocer entre tantas a las qu

ocultaban el nimbo de musas, destinadaa ser sus discípulas y, más tarderectoras del mundo por el imperio de l

belleza. Luis adoptó una risiblarrogancia; no se dejaba tocar por nadie¿Cómo podían dejar de reconocer en éal Dios Apolo, hijo de Júpiter, maestr

del Parnaso, dueño y conductor de laMusas? Estas eran; sólo que algunaveces Urania era llamada Victoria, co

quien Apolo ejercitaba sevicias d



palabra y obra por arrancarle cantos ddolor:

—«Micaela, digo, Terpsícore: pont

a bailar, así, así, mira» —y el Musagetdaba saltos de fauno desvergonzado;

— «Tú no te llamas como te dicen

Marta: eres Euteipe; y tú, María, eres lragedia, no te dejes quitar el papel po

Micaela; tú, tú eres Melpómene

Micaela es la comedia, nomás, lcomedia, Talía».Otras veces, irritado, salía por lo

corredores:

—«Me faltan Clío, y Polimnia, Calíope».

En las noches rompía el silencio d

a casa:



—«¡Calíope! ¡Calíope! ¿Por qué tfuiste? Calíope, te voy a excomulgar.»

Apolo Musageta representab

ciertos días el vulgar papel dempresario que propone a las Musas eespectáculo.

—«Voy a llevarlas a México, para eCentenario, a ver si don Maximiliano dHabsburgo no quiere birlarme alguna

si a doña Carlota no se le antojquedarse con otras para damas dcompañía. Va a ser un golpe: cantobaile, comedia, tragedia, todo junto.»

Comenzaron a racionarle la comid hubo conatos de ataques furiosos. L

secuestraron los libros con imágenes d

mujer, porque se descubrió que allí s



alimentaban sus desatinadas fantasíasPor lo escandaloso de sus palabras ademanes fue recluido en u

departamento especial en que nadipudiera oírlo ni verlo. La obsesióasciva nada respetaba. Dio en anda

desnudo y a brincos, cual conviene a udios en levitación perpetua. Un dírehusó abrir la puerta de su cuarto

alegando que lo asediaban miles dmujeres en solicitud de sitio dentro decoro; cuando al tercer día de reclusióhubieron de ser forzadas las cerraduras

Apolo se lanzó terrible contra suenemigos y no hubo más remedio quaplicarle otra vez la camisa de fuerza

as paredes del cuarto estaban cubierta



con grandes dibujos de mujeres eactitudes indescriptibles, que llenarode consternación a los padres juaninos

no habían registrado antes un caso ddesbordamiento libidinoso tapersistente y tan irrefrenable. La paus

desastrada era todavía desconocida podon Alfredo: Luis, aprovechando un ratde libertad, se había mutilado,

comenzaban los intentos de suicidio. —Ay, señor cura, yo le encomienda usted mi intención: que Dios sacuerde en una buena hora de mi pobr

muchacho, si no ha de tener ya remedio¿Hago mal en desearle la muerteFigúrese cómo será la cosa para que y

ande pensando en eso. ¡Qué má



quisiera un padre! ¡Tantas ilusiones queníamos con el hijo único que Dios no

dio! ¿O no era muy inteligente? Usted l

sabe bien. Para mí no había otro, y nera que me cegara el amor de padre¿Quién hablaba como él? Usted recuerd

os primeros años en el Seminariocómo lo pusieron por las nubesTambién allá tuvieron esperanzas de qu

fuera otro San Agustín o Santo TomásEstaban orgullosos: acto público mención de honor en todas las materias Si yo pudiera dar mil vidas mía

porque se aliviara! Pero así, así, ¡mejoque se muera! A riesgo de que Dios mcastigue. No ¿qué más castigo? A vece

pienso que no es mi muchacho, sino e



mismo diablo. Me da vergüenza decirloPero es atroz. Lo viera. Dios quiera quno lo vea, que nadie pudiera verlo así

¿No es mejor que se muera? ¿Usted sabo que se necesita para que un padr

quiera la muerte del hijo y del hijo únic

que podía haber sido yo no sé qué dgrande? ¡Con ese talento! señor cur¿qué le ofreceré a Dios para que me l

alivie? La vida mía y la de Carmen ycasi se la hemos dado. ¡Si usted viera mi pobre mujer no la conocería! Es unanciana que da lástima. En seis mese

parece haber vivido cien años. ¿Mibienes? Ya todos los perdí. Ahorpierdo hasta mi pueblo. ¿Qué más pued

dar?



Y por enésima vez insinuó que locura de Luis Gonzaga sea efecto de

cometa y brilló la esperanza de qu

pasado el efecto ceda el mal.Don Dionisio no tuvo ánimo par

nterrumpir el escabroso relato que l

producía náuseas; tal era el dolor de doAlfredo y la conmiseración que suágrimas despertaban en el párroco

quien tampoco pudo dejar de oír otradesagradables confidencias del cuitadfeligrés.

— ¿Cree usted, señor cura, qu

aquella mujer tuvo la desfachatez dbuscarnos y de querer llevarnos a scasa? ¡Malvada! Carmen tuvo qu

decirle su precio, y todavía se hizo l



sorprendida y la enojada, que ha hecho posible por perjudicamos

poniéndonos en mal con todo el mundo

haciendo que se nos cierren lapuertas, hasta con los parientes dCarmen. Hemos tenido que explicarle

a verdad para poner las cosas en spunto. Por cierto que usted ha de sabeque la víbora diz que anda indagando e

paradero de Gabriel, porque diz ququiere favorecerlo; ¿qué a poco tambiée habría echado el ojo par

perjudicarlo? ¡Mal haya la hora en que

Carmen se le ocurrió convidarla a quviniera a pasar Semana Santa a esta casque nomás vino a destruir! Yo no s

cómo en Guadalajara tiene fama d



virtuosa; si es su casa, diario está llende visitas de la mejor pomada; diz quhasta el señor arzobispo acepta su

nvitaciones; no hay Asociación ni fiesten que no ande metida como presidento tesorera. ¡ Si supieran la clase d

mujer que es! —Yo no sé si seré chismoso; per

se ven tantas cosas! y como lueg

dicen, más vale prevenir que lamentarPor allí he oído decir entre loestudiantes de por acá que uno que anddestripando es Jacobo, el hijo de

panadero, que por mal nombre loestudiantes le dicen el Espíritu rudo; lde la destripada no era lo de extrañar; l

que sí tengo que decirle, yo no sé si hag



bien, es que dicen (yo no lo creo) quJacobo se hizo novio de su sobrinMariquita en las últimas vacaciones

que por esa causa va a dejar los estudiopara ponerse a trabajar; no ha sido unel que me lo ha dicho, sino muchos

francamente le digo que yo no lo creo¿cómo ha de ser posible? Pero esprincipio de chisme han tenido mucha

cosas y de todos modos es bueno quusted sepa lo que se dice. — En Guanatos he oído decir que

Damián Limón le viene la pena d

muerte, por más luchas que le hagan. Dcasualidad me tocó conocer eEscobedo el patio de los laureles, dond

se hacen los fusilamientos, y no sé po



qué se me vino a la cabeza epensamiento de usted, señor cura; yconsidero lo que usted ha de habe

sufrido con esas desgracias de agostoha de ser duro para un párroco; ¡hicieroallá un escándalo los periódicos! Y y

nomás considerándolo a usted, casi casmás que a nadie. Y luego supe que lmuchacha de don Inocencio Rodrígue

quiso alguna vez enredar a Luis. ¡Uno nsabe los males que a cada paso norodean, como dice la oración!

— ¿Usted no cree que tanta

calamidades sean efecto del cometa?La conmiseración fue freno qu

contuvo a don Dionisio para n

nterrumpir ni desviar las confidencia



de don Alfredo; pero también lo fueroel escrúpulo y la curiosidaparalizantes: el escrúpulo de juzga

hasta dónde le cabe culpa en lo acaecida Luis Gonzaga, bien sea por extremadcelo, bien por negligencia e

aconsejarlo, bien por ignorancia demétodo con que debió dirigirlrectamente; porque de una cosa est

seguro: la vesania del joven estalló causa de una mala dirección espirituaque rompió los diques de la cordura; eesto da la razón al Padre Reyes, y no e

el caso discernir ahora laresponsabilidades de otros. El patéticrelato —se parte, de verdad, el alma co

ver llorar a un hombre fuerte y bonachó



como don Alfredo—, plantea de nueva conveniencia de temperar el rigor ea guía de almas, limitar la jurisdicció

del Padre Islas, hacer que participe máel Padre Reyes en el gobierno de lparroquia y ponga en práctica sus idea

nnovadoras. El anciano ha venidrindiéndose a la evidencia de que hay ucambio al que no escapará su feligresía

es casi una sensación, como la deviento caliente y terroso que anuncia lcuaresma, como el olor de humo en eiempo de cosechas, como el aire frí

que una mañana o una tarde anuncia envierno. Antes infatigable, don Dionisi

ha comenzado a sentir cansancio

deseos de morir. Se siente inconform



consigo mismo y extrañado de notar esí también algunos cambios lamentablespor ejemplo, esta curiosidad repugnant

que lo hace prestar oídos y sobresaltarspor los cuentos del mundo; estconfusión entre su carácter de párroco

de tío, este abatimiento frente a loamagos terrenos y quizá una falta dconfianza, de aquella serena y cieg

confianza que tenía en la ProvidenciaSiente cada vez mayor necesidad dcharlar con el Padre Reyes, explayarse, y confiársele.

Despedido aquel día don Alfredo, ecura buscó al joven ministro, y aunquno le confió las anécdotas de s

urbación sino por medios mu



ndirectos, experimentó el gusto dedesahogo y el consuelo del viejo quhalla el sostén de un mozo.

—Este año quiero que usted dirijde todo a todo las tandas de Ejercicios.

Aunque al principio receló el Padr

Reyes, tuvo al fin seguridad pardecidirse a imponer una serie dreformas principalmente atañederas

óvenes y mujeres. No se menoscabó eespíritu ignaciano; pero se suprimieroos toques lúgubres y la

representaciones al vivo, teatrales

como el desfile con el ataúd la noche da muerte, los gritos y toques drompeta la noche del juicio, los olore

de azufre y el arrastrar de cadenas l



noche del infierno; se suprimió eiempo de tinieblas para la disciplin

colectiva, encomendándola al fervo

ndividual y privado, susceptible dcambiarse por otro género dmortificación.

Abundaron las críticas. (—«Al pasque comenzamos, para el otro año todoraerán sus camas y sus buenas comidas

se podrá platicar y chupar a toda horaquién sabe si hasta salir cuando unquiera; éstos no son Ejercicios ni nada.—«Menos ruido y más nueces» —decí

el Padre Reyes.) Así fue como estuvo punto de producirse un escándalo graveno en absoluto resuelto: el Padre Isla

no podía sancionar la «blandur



modernista», ni compartir lresponsabilidad en actos que srelacionaran con su Asociación. Hub

argas disputas que no dejaron dranslucir en público, sembrand

desasosiego. El Padre director se alej

del pueblo a mediados de la cuaresmaentre conjeturas del vecindario.

Con esta carga de cuidados habí

legado el Viernes de Dolores para eanciano cura, sabedor, hacia entoncesdel mal sesgo que continuaba teniendo lvesania de Luis Gonzaga. Otr

preocupación se recrudecía en epárroco: la inminencia de una traicióesperada mes tras mes, desde el añ

pasado. ¿Los espiritistas? ¿Lo



norteños? ¿Algún familiar? Contra svoluntad, el tema de Judas incidía epláticas y sermones. Ni lo sosegaba e

pensar que la traición esperada pudo seel comportamiento de Victoria Gabriel, o el crimen de Damián, o la

nfiltraciones de mundanidad entre sfeligresía. Golpes más rudos le faltabanpuñalada más artera lo desvelaba, po

otra parte, sabiendo que su temor era ugénero de tentación contra la Fe, lEsperanza y la Caridad, lo qucentuplicaba sus angustias.

7



EL sábado nueve de abril, al amparo da lámpara de gasolina, la tertulia d

«La Flor de Mayo» — que habí

decrecido como efecto de la Cuaresma de los Ejercicios— volvió a verse muconcurrida. Se comentaba una notici

publicada en El País del dominganterior, según la cual había peligro dque la tierra chocara con la cauda de

cometa Halley, el 19 de mayo; y sescapa, subsistirá el amago catastróficde que nuestro planeta estalle, a no seque le hagan un hoyo ancho

profundísimo en el polo norte; pero auasí se correrá el riesgo de que salgamode la órbita solar y el globo terráqueo s

convierta en un astro errante, segú



pronósticos de Flammarion. — Lo que quieren es que de todo

modos nos cuerne el toro —pero nadi

omó a chacota estas palabras de LucaMaclas.

8

BREVE fue la tregua en las inquietudede María, la sobrina del cura. Pronto saburrió del muñeco. Pronto la enfadaro

as puerilidades de Pedrito. Prontvolvieron a quitarle calma loespejismos del mundo lejano, la

ecturas clandestinas, los rumores qu



legaban de todas partes acerca dacontecimientos generales.

Unas palabras oídas a don Alfred

Pérez el día que vino éste a visitar a doDionisio, concurrieron a soliviantarla.

— Cuando vaya, desconocerá uste

a Guadalajara: están acabando de tapael río de San Juan de Dios a todo largo, desde el Agua Azul hasta más all

de la Alameda; está bonito. Y luego loranvías, tanto edificio nuevo: en la callde San Francisco hicieron uno de cincpisos, que le dicen el Mósler, estil

americano; automóviles, hay muchosun ruidazo! ¿Usted se acuerda dónd

está la estación de tranvías? Pues mer

enfrentito, sobre la calzada, está



acabando el monumento de lndependencia, que dicen que va a ser e

más bonito que tenga Guadalajara. Ya d

México pues ni le cuento: es un barullque nadie se entiende: allá también emonumento va ya muy alto, muy alto, y

creo que más que catedral: dicen quarriba pondrán un ángel de cinco metroscomo volando, y que se podrá subir po

un caracol, desde donde se dominarodo el valle, desde Chapultepec, y spodrán ver muy bien los volcanesArmazones de fierro por todas partes: e

Palacio Nacional, el PalaciLegislativo; en fin, es una fiebre. Lo qume dejó embobado fue el edificio de

Correo, ¡si viera qué bonito! está po



allí cerca de Minería, frente a lAlameda, por medio el Teatro Nacionaque están haciendo, éste todo d

mármol, que uno por acá ni se imagina.Yo a cada rato me perdía el mes que allestuvimos, y hasta llegó a hacérsem

bonito perderme, porque así conocmejor la ciudad; por el estilo ha dhaber sido Babilonia.

Cuando se despidió en el zaguán decurato, don Alfredo vio a María: — ¡Eh, mire a quién me toc

encontrarme! Yo creía que no la iba

ver, casi no he salido. ¿Cómo le vaTanto que me he acordado! También s

ha de acordar, sí, también se acuerd

Luis... —María sorprendió en el cur



una mirada fulminante que debientender don Alfredo, quien dio prispara despedirse: —¡Ah! señor cura

Dios quiera conservársela buena y pursiempre, siempre —le temblaba la voz se le rasaron los ojos.

9

PRECIPITACIÓN de noticias: lconvención antirreeleccionista reunid

en el Tívoli del Elíseo, en la capital da República, proclama la fórmul

Madero-Vázquez Gómez para contende

en las próximas elecciones; el primer



de mayo, según Flammarion, al chocaa cauda del cometa con Venus, lo

mortales podremos admirar en el ciel

bellísimos juegos de luces, que ningunpirotecnia sueña realizar; don Francisc. Madero entrevistó a don Porfirio; e

23 de mayo habrá eclipse de luna, qual vez nadie vea, pues antes, el 18, l

cauda del cometa tocará la tierra

grandiosa manifestación en honor de doPorfirio, el glorioso Presidente de lPaz; el cometa es visto con sencilloaparatos, al oriente, después de medi

noche.

10



LAS novelerías de su hermana vuelven

quitar el sueño a Marta, el sueño que se va entre las dos y las tres, entre la un las dos, tiempo en que comienza lnmovilidad frente a los malo

pensamientos, junto a las malaobsesiones, y el monólogo de loabsurdos, hasta no poder más,

evantarse mucho antes de las cuatroratar de distraerse, rezar, subir a

campanario en espera del alba, en busc

de la esperanza.Lo notó don Dionisio y la interrogó. — Me levanto tan temprano a ver s

veo el cometa.



Lo creyó el señor cura o aparentcreerlo. Aquí, como en Guadalajaracomo en México, y en Nueva York, y e

Madrid, París, Roma, Berlín, las gentehan dado en madrugar con la esperanzde ver al cometa. ¡Defraudada esperanz

de los simples ojos! Marta no buscabel cometa. En los oídos de Martresonaban palabras de María. En lo

ojos de Marta giraban las miradarencorosas de María. —«¿Tú crees que voy a resignarme

como tú, a ser soltera y a seguir est

vida de pueblo? No, yo no sé qué voy hacer; pero sí te aseguro que no ha ddurar esto, aunque me haya de agarrar

un clavo ardiendo.»



Un clavo ardiendo. Y Marta daba lrazón a su hermana. Un clavo ardiendoBien duro es resignarse. Un clav

ardiendo. Y nunca del todo. Allí estMercedes con sus dolenciarecrudecidas y en punto d

desesperación al ver la gravidez de lesposa de Julián. Un clavo ardiendo. Uclavo ardiendo.

11

DIECIOCHO de mayo. Ni para el JueveSanto se había confesado tanta gente

ingún pez gordo dejó de hacerlo



Levantaron temprano los mayores a lopequeños. Nadie trabajó. Nadie hubierpodido trabajar. A medida de la mañan

fue creciendo el calor. Pasado el medidía se nubló y comenzó a llover. Siguihaciendo calor. El cielo se comenzó

despejar y el crepúsculo fumaravilloso: el polvo se había hecho luvoladora y de las nubes emergían rayo

como pintados. Principió la nocheLlegó el sueño a los niños. Asedió ecansancio a los mayores; el cansancide la inútil espera durante días, durant

as horas de este día en que previno emundo sucesos que no llegan, fenómenoque no se ven, emociones que no s

sienten. Dieron las doce de la noche y l



catástrofe no se produjo, ni se vio, ni ssintió el más leve roce de la cauda, pomuchos imaginada como lluvia d

filosas espadas o de mínimas estrellasHubo quien dominó el sueño hasta eamanecer.

Con reverencial acatamiento fueída de allí a pocos días una carta de

minorista Fermín García, cuyos so

estos pasajes: «En virtud de que losuperiores me hicieron este año lnmerecida distinción de designarm

ayudante en los laboratorios de Física

Astronomía, honra y prez de nuestrquerido Seminario, he podido seguipaso a paso la marcha del Comet

Halley ante las miradas atónitas de lo



hombres y para ello he contado con lasabias indicaciones de dos hombrefamosos no sólo en nuestra glorios

Arquidiócesis, cuna de sabios y dsantos, sino dentro y fuera de lRepública: me refiero a los dos ilustre

maestros presbíteros don José MaríArreola y don Severo Díaz, los primeroa quienes les cupo la honra de descubri

sobre el cielo de Guadalajara eprodigio celeste; no podré olvidarlo: fuel miércoles 20 de abril, aunque no se ldistinguía todavía la cauda: no

prosternamos a dar gracias y entonahimnos de laudanza al Creador, con lsalmista: Coeli anarrant gloriam De

pero donde carezco de palabras par



describir la belleza del fenómeno y lntensa emoción de mi alma, es cuand

recuerdo el doce ae mayo en que se hiz

visible la gran cauda del cometacaptada por el telescopio de nuestrobservatorio poco después de las 4:3

a. m.; en verdad de verdad no hapalabras para describir la magnificencidel astro y me contento con repetir aque

exto de las Sagradas Escrituras:"Quod oculus non vidit, nec auriaudivit, nec in cor hominis ascendiquae praeparavit Deus iis qui diligun

llum..."» —«Ayer, día 20, pudimos ver ya e

el occidente al cometa, poco después d

a puesta del sol: estaba rodeado d



Sirio, Procyon, Castor y Polux, ebellísimo conjunto. Yo creo que arecibo de las presentes líneas ya podrá

haber distinguido a simple vista esanticipo de los goces que en el cielgozaremos por toda una eternidad si...»

—«También al recibo de la presenthabrá pasado el esperado eclipse duna, que será D. M., pasado mañana

me propongo describir mis impresioneobtenidas a través del telescopio, y ésserá el objeto de mi próxima cartaEspero que todos estos acontecimiento

no hayan dado pábulo en el pueblo supersticiones y temores puniblespropios de personas indoctas, a lo

cuales no ha escapado el vulgo de est



capital y aun gentes que se suponelustradas: fue risible ver el pánico y e

alboroto generales del día dieciocho

cuando pasó nuestro planeta por lcauda: las gentes se arremolinaban eas iglesias, plazas y azoteas...»

—«El anuncio del eclipse hsembrado igual pánico.»

El padre del minorista Fermí

García no cabe de orgullo llevando lcarta de aquí para allá, sintiéndossuperior a los ignaros que padecemiedo mortal.

—Pero si usted también anduvo edía del eclipse que no le cabía el almen el cuerpo —le decían algunos amigo

de confianza.



— Se contagia uno del miedoaunque no quiera; pero pronto msobrepuse, ¿no anduve allí ayudándole

ío Cecilio que se le había desmayado lmujer?

— Bueno, ¿y cómo se explica tod

o que sucedió esa noche? El niño dJulián que nació muerto, el ataque dePadre Islas, el aullido de los perros

antas gentes de los ranchos que se haestado muriendo en estos días, aparte lque tengamos que ir sabiendo de otrougares...

El dos de junio, entre nueve y diede la noche, el cometa fue visible en epueblo; también el día ocho escamparo

os nublados y pudo verse a las ocho



media; la última vez que se le vio fue as siete del día dieciséis; pero ya lo

hombres del pueblo estaban ocupado

por otro asunto apasionante: doFrancisco I. Madero fue aprehendido eMonterrey y translaaado a San Lui

Potosí; en la lejana península de Yucatá—región de Valladolid— estallaba upronunciamiento. Los grande

encabezados de El País fermentaban loánimos de la parroquia; los vecinoesperaban con ansia la llegada decorreo y se disputaban los ejemplare

del periódico. Conjeturas y auguriorastornaron la quietud pueblerina. E

veinticinco de junio llegaban

Guadalajara cientos de cadáveres



rozos humanos de los perecidos en lcatástrofe ferroviaria más allá dSayula. Madero escribió a don Porfirio

«Si desgraciadamente se trastorna lpaz, será usted el único responsable antel mundo civilizado y ante la historia.

El siete de julio se registran gravedesórdenes en Puebla. El diez de julise verifican las eleccione

presidenciales. Vuelven a sedeclarados Presidente y Vicepresidentos señores Porfirio Díaz y Ramó

Corral. Se desecha la promoció

maderista para nulificar las eleccionesMadero sigue preso. Viene luego edorado paréntesis del Centenario: llega

os embajadores, hay suntuoso



banquetes, pronúncianse brindis discursos, el Palacio Nacional sconvierte en maravilloso salón de baile

La policía disuelve la manifestación dos clubes independientes, organizada e

honor de los héroes de la Independencia

La prensa no habla ya de Madero. — Un blanco, chaparro él, de barba

nervioso y simpaticón... —Lucas Macía

sabe de memoria lo que dijo Madero acorresponsal de El País en la entrevistcélebre.

12



EL niño de Julián, que nació muerto a lmañana siguiente del eclipse, derrumben fiebre de remordimientos

Mercedes. —«Yo lo maté con mis envidias

pero lo hice sin querer: yo trataba d

dominar esa tristeza del bien ajeno.» Ncome ni duerme ni quiere ver a nadie. Lavergüenza la misma presencia d

Marta, como si al igual de todos viniespor acusarla. Postrada en cama, la criside llanto no encuentra término, ni de díani de noche, alta la temperatura, e

rápida consunción, la cara y las manode cera, los ojos brillantes dalucinaciones.

—«¡Yo lo maté!»



Don Refugio ha recomendado lurgencia de transladarla a Guadalajara.

—«¡Tristeza del bien ajeno!»

Aquellos lejanos días en que Juliáa cortejaba con ojos de lumbre y ella l

desdeñó. Voladero sin fondo de lo

recuerdos. Aquellas miradas envidiosacontra el vientre grávido de la mujer dJulián y aquel rencor contra el air

venturoso de Julián. —«¡Yo lo maté!»Aquella pecadora sensación d

haber sido poseída la noche que recibi

aquella primera carta. —«¡Tristeza del bien ajeno!»Don Anselmo Toledo, sin perde

iempo, y contra la renuencia de su hij



«¡Quiero morirme aquí! ¡No me saquedel pueblo, por caridad!»), la llevó Guadalajara en los primeros días d

unio. Muchas horas, muchas semanas meses los gritos que daba Mercedecuando la sacaron de su casa, cuando s

perdió al otro lado del río, aturdieroas orejas, el alma de Marta; y l

memoria del pueblo. (—«¡Me llevan

matar! ¡Me llevan a matar!») Como uclavo ardiendo, chisporroteante.Pero más sensacional había sido e

ataque del Padre Islas. Mucho má

sensacional. Tanto, que muchos ya npodrán salir en vida del callejón dconjeturas a que los metió el suceso

Suceso de pesadilla, con la



circunstancias más impresionantesAcababa de consumir el cáliz y todavíno daba muestras de extender la man

para que le sirvieran las ablucionescuando prorrumpió en alaridoespantosos, cayó entre convulsiones

fue imposible sujetarlo; se mordía lengua, se le llenó la cara d

espumarajos, se abotagó y sus gemido

parecían cosa del otro mundopavorosos, mientras las manoestremecidas y fuertes trataban de hacedaño; muchos fieles corrieron, otros a

acercarse no pudieron resistir eespectáculo de la lengua remordida, dos ojos en agonía, del espumarajo, ef

os gritos inauditos; perdieron todos l



noción del sitio en que se hallaban, hubo llantos agudos, vocedesmesuradas, tránsito en desorden

Acudió el señor cura y por la primervez pudo vérsele desconcertado, llende miedo inocultable; pronto reaccion

para ordenar que fuera conducido ecuerpo al curato, cosa que lograron siethombres de fuerzas desmedradas por e

pánico que les infundía el estertohorrible y las diabólicas contraccionedel rostro, en contraste con los sagradoparamentos que revestían al caído

Cuántos jamás podrán salir del callejóde conjeturas en que los metió el suceso



13

LOS muertos y la calma de agosto, edeber cívico de celebrar en el pueblo e

centenario de la independencia y egusto de algunos por ir a las fiestas, biea la capital de la República o a la de

Estado, iban relegando a planos dolvido asuntos tan apasionantes como lprisión de don Francisco I. Madero, laesperanzas de volver a ver el cometa

el resultado del juicio contra DamiáLimón.

Entre las víctimas de la canícula

este año, el trece de agosto, día de



Tránsito de Nuestra Señora, muriómpúber, la primogénita de Justin

Pelayo, niña vivaracha y graciosa

regocijo de su casa y del pueblo; estabpor cumplir once años; fue muy sentidaEl párroco asistió al entierro y le atac

por modo desusado el recuerdo de unconfesión de Justino, hacía docuaresmas. Era el relato de la

circunstancias y estado de ánimo en quuna noche, vencido por la tentaciónechó los pasos rumbo al río en busca depecado, escondiéndose de las gentes

de sus propios pensamientos, a punto dvolverse varias veces, hostigado podeseos, vergüenzas y temores; l

perseguía la imagen de una muje



legada esa semana, cuyos encantos placeres circulaban en secretaconversaciones; pero la imagen de s

buena esposa, de sus pequeños hijos, no soltaba: ¿qué harían a esas horas?

Consuelo, la vivaracha, rezaría o s

empeñaría en que la madre le contaruna historia de santos; ¡cuán ajenos losuyos a la acción que perpetraba, cuá

ajenos al ardor que consumía su sangrea la insana curiosidad que lo empujabao empujaba entre la noche! ¡si por s

causa les pasara algo! ¡cómo podrí

volver a ver, a tocar, a su inocente hijaLos deseos fueron más poderosos atropellaron sus sentimientos de padre

esposo. Desfalleciente tocó a la puert



del pecado. ¿Qué harían entonces smujer y sus hijos inocentes? Traidor qupaga placer y compra tristeza. No; más

a certidumbre de que su pecado serfunesto. Estéril deseo de no haber salidde su casa. Angustiosa sensación d

hallarse muy lejos, perdido, condenada no regresar. Eterno tiempo el de podesalir, andar, alcanzar la calle, sentirs

otra vez en el pueblo, dar las buenanoches a un vecino. Embarazo de llegaa la casa, de aceptar la cena, doír^palabras inocentes. ¿Cómo dejaría

de conocerle su traición? Claro: nsospecharían; y era peor. El debíconfesar su aborrecible culpa, debí

confesarse a la esposa y apartarse de su



hijos, no tocar más a la niña mayor. Npudo. Las manos manchadas hubieron dposarse sobre la inocencia.

Todos estos detalles acometieron acura. Por primera vez le sucedía tacosa; siempre tuvo la divina gracia d

olvidar cuanto se le confiaba en esecreto de la confesión; jamás ninguncircunstancia le hizo recordar lo qu

había oído, por escandaloso e inusitadque fuese; y ahora Dios parecía dejarlde la mano y entregarlo a este nuevormento de sentir que violaba el sigil

con sólo recordar la materia de unconfesión que creyó haber olvidado eel momento de absolver al penitente. S

puso rojo; comenzó a sudar; se apartó d



Justino y clavó las miradas en el sueloemeroso de que sus recuerdompertinentes fueran descubiertos.

Y otra vez, con enlace inexplicableo asaltó la memoria de aquel sueño y l

vaga, punzante zozobra por Marta y po

María. ¿Qué torpe negligencia lo hhecho despreocuparse de los síntomaque una y otra revelan? ¡María! S

actual taciturnidad, su irritabilidad aspereza demandan atención. En efectoe ha dicho alguien o ahora imagina que dijeron... es imposible que se l

hayan dicho; ahora imagina que alguiee dijo haber visto una tarde a María.

sí, pudo habérselo dicho algú

confesante impertinente, pudo habérsel



nsinuado el celo de algún escrupulosoquizá el Padre Islas... no, es unentación del demonio... le dijeron

magina que María estuvo viendo haciel barrio maldito desde la torre o quhablaba en el atrio con una de esa

mujeres... ¡tentación de Satanás! ¡Nadipudo decírselo, tampoco insinuarloNo!... y que platica seguido con l

viuda de Lucas González, y que lenovelas prohibidas, y que dicatrevimientos.

Caían las paletadas de tierra en l

umba de la niña y era como golpes eas sienes del cura.

(— «Mejor fuera María»)

Estremecimiento de fibras humanas



paternas, rebeldes al horriblpensamiento.

(—«No. Mi muchachita, mi pobr

muchachita.»)Y un deseo desesperado por verla

por estrecharla como cuando pequeña;

un olvido de cuanto no sea ella y sfelicidad; y un terror de saber qucuando la encuentre no le dirá un

palabra cariñosa ni le dirigirá unsonrisa; él, tan seco, tan culpable dedesamor que padece su predilecta.

(—«La viuda de Lucas Gonzále

anda por malos caminos. Este al menono es un secreto de confesión. Pero emposible que María le hable. ¿Por qu

engo lejos a Gabriel? Si se quisiera



sería preferible que se casaran»...)El anciano siente náuseas e impuls

de vomitar. Le ataja el desbocamient

de sus ideas la voz enronquecida dJustino:

—Lo que más me atormenta e

pensar que yo tuve la culpa. Y que algúdía ya no nos haga falta a nadie, a nadieni a mí. Que la olvidemos.

Y tras una crisis de llanto: —Lo único que me consuela es quDios se la llevó antes de que hubierpeligro y mi castigo hubiera sido peor

peor.«Antes de que hubiera peligro

Peligro. ¡Peligro!» El señor cura baj

del camposanto sin otra idea que busca



a María, encontrarla y hablarle comimo paterno, alegrarla y arrancarle unsonrisa, una de aquellas deliciosas risa

de niña, olvidadas tanto tiempo.Pero María no está en el curat

cuando él llega.

14

SEPTIEMBRE. Volvieron los estudiantesmpusieron de nuevo en pláticas

preocupaciones el tema del cometaprestaron animación a los lánguidoproyectos de la Junta Patriótica de

Centenario, improvisaron un remedo d



desfile histórico que no estaba en eprograma, perpetraron discursos poesías, renovaron y abriero

nquietudes en almas de mujer. Nunca después pudo aclararse si e

el mismo septiembre comenzaron la

untas en que algunos estudiantedesempeñaron funciones directivascomo luego se supo; llama la atención e

sigilo que supieron mantener lomuchachos conspiradores; hay quieneafirman que las juntas veníacelebrándose con anterioridad y que lo

comprometidos estaban en antigurelación con los Estrada de Moyahua con otras gentes de los Cañones; par

otros, en cambio, la conjura se formaliz



a fines de octubre o principios dnoviembre, tomando como indicio quos estudiantes inodados habían hech

preparativos para volver a sus cursos, hubo algunos —Chencho MartínezPatricio Ledesma— que hicieron e

viaje a Guadalajara, se matricularon desaparecieron para sumarse amovimiento. Prevalece la convicción d

que Pascual Aguilera, Pedro Cervantes Dimas Gómez fueron los organizadorede las juntas, ayudados por los norteñoa quienes el Padre Reyes no pud

sosegar, que luego fueron cabecillafamosos. Lo cierto es que nadisospechó nada. Nadie. Ni el señor cura

el más afectado por los sucesos.



Las gentes volvieron a entretenerscon el asunto del cometa.

15

SI alguien hubiera ido atando cabos!Muchos días enfurruñada, María s

evantó de buenas una mañana, estuv

ugando con Pedrito a las guerras Marta le oyó decir:

—«¡Lástima que no estés má

grande!» Por temor a disgustarse nquiso entrar en explicaciones con shermana.

Otra vez María dijo a Marta:



—«¿No te gustaría que Pedrito fuerun hombre del que se hablara mucho, uhombre que hiciera famoso al pueblo

Ya es tiempo que de aquí salga una gentque no deje títere con cabeza.»

Marta pensaba cosa parecida; per

e chocó la última expresión de Maríasin saber por qué.

Dimas Gómez fue de los qu

hablaron en la velada del quince dseptiembre y mentó muchas veces ldemocracia. El director político prefirino entrar en dificultades y se hizo e

desentendido, tanto más que nadipareció fijarse en el tufillo sedicioso deestudiante.

Pascual Aguilera se ausentó do



veces del pueblo y hubo empeño de sparte afirmando que había ido ranchear.

Aparentemente fue una coincidencique don Román Capistrán y un grupo dnorteños hicieran juntos el viaje

Guadalajara y México para los días deCentenario, y volvieran con unoseñores de Moyahua y Juchipila, qu

permanecieron varios días en el pueblantes de continuar su camino.¿Por qué a nadie sorprendieron la

frecuentes visitas, diz que d

comerciantes, venidos de Mexticacán de Nochistlán, de Jalpa y dTlaltenango, con pretexto de comprar

vender maíz, ganado, lana? Un Enriqu



Estrada, de Moyahua. Un Pánfilo Natera — Cuando el río suena, agua lleva

—Lucas Macías no sabía decir más e

su estilo sibilino, tal vez porque nalcanzaba el secreto de la ominoscautela. Muchas fueron sus mañas par

reanudar con Aguilera suconversaciones del otro año; parecíahabérsele olvidado a Pascual, o no tene

a interés en el asunto. — ¿Qué dice el señor Madero? —Lucas disparó a quemarropa la pregunta—No te hagas; tú estuviste en San Luis

de allí vienes; para que veas que soy aconfianza, ni nunca te volveré preguntar, ni nunca oirás que ande co

ndirectas que metan en sospechas a l



gente. —Pascual insistió en echar broma las ocurrencias del viejo; peréste cumplió su palabra, dejó de aludi

al río que suena y divagó sus pláticapor cauces muy distintos: travesuraestudiantiles de otros tiempos, rapto

famosos de muchachas lugareñashistorias de tesoros escondidos.

A nadie más se le ocurrió pensar qu

Pascual hubiera estado en San Luis, coMadero.

16

DON

Román Capistrán fue a despedirs



del señor cura la víspera de salir México. El dos de septiembre, parmayor precisión. María salió

recibirlo, porque don Dionisio estabocupado.

— Ándele, Mariquita, váyas

conmigo a México; nos daremos la grapaseada. De usted depende. Lo que sí laseguro es que no se arrepentirá.

Campechanería o mala intención, a muchacha le cogió de sorpresa edesplante; ni había tratado al ex directopolítico —desde que lo cesaron vení

pocas veces al pueblo—, ni recordabo que pudiera decirse sobre su carácte modales. (Don Román había dejado d

ser figura en el repertorio pueblerino.



Herida, desconcertada, confusa, Maríechó a correr, hirviéndole la sangrprincipalmente porque no se le ocurri

contestar; pero también con el daño das palabras: ándele... váyase conmig

a México, que pudieron ser brom

pueril; y esto la irritaba más: ¿era unchiquilla babosa para que la trataraasí? ¿o quién le había contado al viej

sus rabiosos deseos de escapar? y en tacaso ¿por qué se lo proponía como a uncualquiera, con desvergüenza insultante¿en qué concepto la tenía el pueblo y s

manifestaba en la procacidad senil deCapistrán? ¿la tendrían infamada como a pobre Micaela?

El coraje se le recrecí



furiosamente. — ¿Cómo no le dije srecio al viejo mentecato? ¿por qué l

di el gusto de salir humillada

Recrecía el oleaje de proyectovengativos, primero contra el autor deagravio, después contra todo el pueblo

contra todos y cada uno de lonaguantables vecinos, de las odiosa

vecinas; contra los muros, contra e

horizonte, contra el cielo sofocantecontra todo lo que la tenía presa en estaborrecible rincón del mundo.

Ir a México. Pasear. No arrepentirse

Las palabras también crecíanensanchábanse con significaciones ntenciones nuevas:

— Andele, nos despintaremos par



siempre de este agujero... Andelequítese esos trapos negros que lenvejentan... Andele, es muy muchach

ara que la tengan sepultada en vidasin que sepa lo que es gozar ...

Estos trajes negros.

— ¡ Andele!La vida entre una Casa de Ejercicio

un Camposanto.

El chal siempre sobre la cabezaViuda virgen. Luto de las mangas hastas manos, del cuello invisible, de la

enaguas que cubren las opresoras bota

altas, negras; las medias de popotillorudas, negras. Los fondos largos, rudos.

¿Quién le vengaría el insulto, d

hombre a hombre? ¡No cuenta con nadie



¿Para qué decírselo a su tío? Su tío nquiere comprenderla.

Uno a uno desfilan por su exaltació

os recuerdos de algunos varonesGabriel, Damián, Jacobo, Luis Gonzagael estudiante de Teocaltiche... Gabrie

no: ni siquiera sabía su paraderoDamián, tampoco: nunca se fijó en ella fue necesario su crimen para que s

fijara ella en él; Jacobo ¡pobre! no habíenido ninguna noticia suya en todo eaño ni la entusiasmaba pensar quvendría en vacaciones: tampoco ella l

había recordado en el año, ni pocuriosidad; el estudiante de Teocaltichchocante!... decididamente no cuent

con alguien que pudiera vengarla



decididamente ningún hombre le hnteresado, ninguno tampoco se hnteresado por ella, triste muje

enlutada, desgraciada mujensatisfecha, envidiosa, insumisa.

Entonces volvía el desfile de lo

héroes novelescos, de los héroeperiodísticos, que le cautivaron suprimeras ensoñaciones; desfil

bruscamente interrumpido por la mánconcebible ocurrencia: don RomáCapistrán en verdad no es tiprepugnante, nada tiene de ridículo... a

contrario; es atractivo, vigorosodesenfadado; la buena salud, la buensangre le asoman por los colores

ersura del cutis; barba poblada, ojo



claros, nariz fina, cejas nobles, peldócil, boca franca, dentadura luciente canas que le dan majestad patriarca

hombre fuerte, habituado al trato de lagentes, fácil de ademanes, contagiosa srisa, pronta su palabra y bien entonada..

María tuvo miedo de seguir estmagen de su imaginación proterva.

Mas la imagen volvió en sueño

desapacibles, y allí se confundía con lmagen de Damián, parejas eatractivos, en masculinidad, eatropellada fuerza sin respetos. Entr

ambas ahuyentaron a los sueños, desda media noche. Cerca de la camacían, amenazantes, las ropas largas

as ropas negras de ayer y de mañana.



Marta dormía el sosiego de lresignación.

17

CADA llegada de correo con loperiódicos que reseñaban el esplendode las fiestas del Centenario y ponían d

relieve la fuerza del gobierno, dabocasión al sentencioso discurrir deminorista Fermín García, que iba de u

ado para otro cosechando auditorios admiraciones: —«Me causa profunddisgusto hablar de política, cosa reñid

con mi carácter, con mis Ordenes



empero no está por demás repetir lo ques más claro que la luz del día, pardisipar alarmas y temores infundados.

Más claro que la luz del día: ugobierno respetado, como lo acreditaas brillantes representaciones de

mundo entero que han venido a lafiestas; un ejército que puedcompararse con los mejores; un

prosperidad y riqueza nacionales que sdemuestran en cada acto de loprogramas cívicos... El Centenario hvenido a ser el más efectivo golp

contra los descontentos... Ya vimos lque pasó con el reyismo y en lo que hparado ese señor Madero, hazmerreír d

a gente sensata»...



Las réplicas y pullas de PascuaAguilera y de otros estudiantes eraomadas como prurito de molestar a

remilgoso tonsurado.El vecindario, por lo común

encontraba irrebatibles las verdades «d

hecho», que aducía Fermín. Suyambién era este razonamiento:

—«¿Por qué habría de venirse l

revolución? Aquí, por ejemplo, enuestro rumbo: nadie se muere dhambre, todos pueden trabajaibremente, hay seguridad y garantías; e

que unos años sean malos, culpa es deemporal, de las plagas; pero no de

gobierno. Díganme: ¿quién podrí

evantarse por estos rumbos? Toda e



gente buena, que nada tiene que sentir.»Ya en semejantes discursos no er

an general el asentimiento; venían a l

memoria los nombres de personas quienes les acababan de quitar subienes, víctimas de la usura; las queja

de tantos y tantos que no salen de sudeudas por más que trabajan; lopretextos baladíes usados por el directo

Dolítico, domingo a domingo, pararrestar a gentes de rancho, luegobligadas a trabajar en veneficio depropio funcionario; y las arbitraria

resoluciones administrativas en materiudicial; os regalos a fortiori par

dueños de tierra, de dinero, d

nstrumentos de labranza, para e



director y os empleados gubernativos dplanta o transeúntes; los fraudesolapados en la contratación, y co

perjuicio de los más pobres, de los mádesvalidos. El Padre Reyes aconsejó aseminarista que cambiara de temas; per

os éxitos alcanzados eran muhalagüeños.

18

JACOBO Ibarra no vino a vacaciones. Eel pueblo se sabía que desde principiode año estudiaba en el Liceo y al mism

iempo trabajaba en el bufete de u



abogado.Sin saber cómo, recibió María u

recado del Espíritu rudo:

—«Inolvidable María: Si piensapor qué no voy al pueblo, debes tambiépensar que no lo hago, fiel a mi promes

de triunfar y seguro de ti, aunqurespetando tu libertad. J. Ibarra »

La sobrina del señor cura s

sorprendió de haberse conmovido guardó el escrito; pero esto no fue parta impedir que siguierrepresentándosele la figura de do

Román Capistrán, cada vez que oícontar de las fiestas del Centenario:

—«Allí habrá estado»;

—«Le tocaría oír esto»;



—«Debe haber visto eso.»Figuraciones contra su voluntad, qu

legaban a parecerle odiosas; per

mposibles de reprimir.Ciertamente pensó en Jacobo co

más frecuencia, con mayor deleite.

—Gabriel va a venir pronto —anunció una mañana el señor cura coono de alegría. Lo que fue para Mart

un transporte de júbilo, pareció dejampasible a María.

19

A NTICIPÁNDOSE

a los periódicos lleg



a noticia de que don Francisco Maderse había fugado.

Mar de conjeturas: que si escapab

por miedo y para disfrutar de una vidplácida en los Estados Unidos, que si lreaprehenderían y entonces sí quién sab

o que le sucediera por andar jugandcon fuego, que definitivamente sapartaba de aventuras ilusorias viend

o imposible de enfrentársele a ugobierno cuya fuerza quedabdemostrada en la celebración deCentenario, que otra vez quedaba

colgados los ingenuoantirreeleccionistas, que no: que Maderenía todo listo para encabezar l

revolución con la ayuda de los Estado



Unidos, que no: que los Estados Unidoquizá lo aprehendieran si cruzaba lfrontera y más si trataba de violar la

eyes de neutralidad. —Y tú, Lucas, ¿qué dices de esto

Hace mucho que no hablas de es

chaparro, blanco él, nervioso simpaticón.

—¡Eh! yo ya soy más del otro mund

que de éste —y de aquí nadie lo sacabaFue por tales días cuando PascuaAguilera desapareció la segunda vez.

20



DON Dionisio había puesto fin a sucavilaciones resolviendo la vuelta dGabriel. Ésta fue la respuesta de

muchacho a la carta del párroco: —«No voy a negarle que s

resolución me dio mucho gusto; per

engo que hablarle con franqueza parcorresponder lo que tanto ha hecho pomí; de otro modo no tendría cara par

presentármele ni para seguir recibiendsus favores; yo bien sé que usted malicio que me sucede y me ha venid

sucediendo desde antes de salir de

pueblo; pero yo tengo que decírselo todpara que sepa la verdad completa. No scómo, pues quién sabe si le falte a

respeto y le cause una contrariedad qu



o no quisiera darle. Nuestro directome manda que lo haga y dominándome lvergüenza, y más el miedo de ofenderlo

engo que decirle que mientras pasa máel tiempo menos se me borra el recuerdde María, que no se me quita de

pensamiento y que por más que hago nogro sacarme de la cabeza la idea d

que yo pudiera casarme con ella

Perdóneme que tenga que decírselo ascomo lo siento, y quién sabe sfaltándole! Me lo manda el superior, aque le he contado todo y el que sabe qu

son buenas intenciones las que yo tengoél también me dice que va a escribirlpara que considere esto. Pero yo teng

que decirle algo más, y es que la



entaciones de aquella mujer que estuven casa de los Pérez no hicieron más qudescubrirme lo que yo siento por María

fue una locura que yo mismo no acabde explicarme, y ¿para qué sehipócrita? que muchas veces después m

ha intranquilizado días y noches, commal pensamiento; pero eso mismo mhace sentir que necesito casarme com

Dios manda para de una vez verme librde aquella mala sombra. Si le digo quésa es la causa de que aquí en la Escuelde Artes y Oficios de los salesianos,

donde su caridad me mandó, no hayquerido estudiar música, ni formar partde la banda, aunque dicen que teng

mucha disposición, y escogí mejor l



mprenta, recordando que a María lgusta leer libros y que la otra mujer mnducía a la música, usted verá que d

veras tengo el propósito de arrancarmde la memoria para siempre aquerecuerdo que aborrezco sabiendo el ma

que me ha hecho, y entregarme a uafecto bendito. He cumplido cohablarle con franqueza. Usted mandará

o le obedeceré. ¿No cree que serímejor esperar? Voy a abusar más: scree que es debido, si no le parece ma¿puedo escribirle a María? Perdon

anto atrevimiento; pero no vea malntención. Una cosa sí me hace quererme al pueblo: aquí entre lo

muchachos, principalmente entre alguno



del Norte, hay mucha intranquilidad conversaciones sobre levantamientos»..

21

P2OR más que a Lucas Maclas lpicaran el flaco lado de la política, salícon unas distancias como éstas:

—Dónde que los levantados esa veno se llevaron ni una muchacha, por lque la gente, y más las mujeres, dieron

omaron en decir que los revolufios neran hombres, que serían de los otrosJi, ji, ji...

—El año de noventinueve sí qu



hubo muchas juidas, yo creo que pomiedo al fin del mundo y que no lohallara solitos, ji, ji; ¿cuánto

estudiantes vinieron de vacaciones y nvolvieron porque les echaron lcoyunda? Pioquinto Lepe, que de Dio

goce; Gumersindo Parga, que Dios tengen su santo reino... y otros que todavíviven, aparte de los de los ranchos; cas

no había noche que no hubiera pasos dcaballos, ni mañanas que no se supierde muchachas depositadas desaparecidas; entonces en el curat

eran muy rígidos y obligaban a louidos a oír sus amonestaciones d

rodillas, los brazos en cruz, en mer

misa mayor, para que todos los vieran



ése fuera su castigo; por cierto que esuegro de Pioquinto nunca les perdonóni quiso reconocer a sus nietos, lo qu

aquí es pan de todos los días; pero esuegro de Pioquinto, que era muy ricouvo tan malas entrañas, que dejó mori

en la miseria a su hija y a sus nietosdespués que Pioquinto se ahogó sidejarles en qué caerse muertos; bueno ¿

qué me dicen de tantos que han matado sus yernos, ya bien casados, pero nperdonándoles que se llevaran a lamuchachas? La historia de don Pedr

Romo es muy antigua; por eso la cuentoaunque ustedes saben que se repite añcon año: ese don Pedro tuvo cinco hija

tres hijos; lo que las muchachas era



de pretendidas, don Pedro y sus hijoeran de celosos, que no más se vivíabebiéndoles el respiro y cuidándolas

que no hablaran ni vieran a ningúhombre, que no salieran a ninguna partedicen que ni a la iglesia las dejaban i

sino bien escoltadas y que ni lecuadraba que se arrimaran aconfesonario; apenas maliciaban qu

alguno se quería resbalar, le sacabapleito, pistola en mano; si lo volvían ver, llegaba la sangre al río; no más poa mayor hubo dos muertos: un fulan

Quesada, de Teocaltiche, y otro mentadel Pistólo, que decían que don Pedro sus hijos les harían lo que el aire

Juárez, que se casarían con la muchach



por las buenas o por las malas; clarque las dos mayorcitas se quedarosolteras; pero no faltó quien s

arriesgara a brotarle a la menor, dnombre María, y burlando la vigilancientrara en relaciones y consiguiera qu

a pidieran; dicen que los Romo spusieron como energúmenos, que squerían comer al Padre que hizo e

pedimento, que buscaron por cielo ierra al pretendiente, que golpearon a lmuchacha; el novio debía tener metidal diablo, porque consiguió ponerse d

acuerdo con la muchacha para salirseaunque los agarraron camino dGuadalajara; en la balacera qued

muerto el novio y mal heridos don Pedr



su hijo mayor; la muchachdesapareció a los pocos días, mucho sdijo que el mismo don Pedro la habí

matado y todo el mundo creyó que asera...

— Yo alcancé a ver cómo se acab

a familia del difunto Praxedis TorresTambién es historia vieja y muy largacomenzó en el tiempo de Su Altez

Serenísima. Ustedes habrán oído hablaodavía de eso, que fue terrible; lo máerrible de que yo me acuerdo, e

cuestión de muchachas robadas. Sucedi

o de siempre: a Praxedis Torres lpidieron la única hija que tenía; hizo egran sentimiento; trató por todos lo

medios que la muchacha desistiera; fu



nútil; entonces puso plazo de dos años condición de que los novios ni se vierani se escribieran; llegado el término

alargó el plazo por otros dos añosClaro: la muchacha se fue con el fulanoquedó depositada en el curato d

Apozol, se casaron al fin. CuandPraxedis supo el paradero, simportarle lo del matrimonio, se fue

buscarlos y sin más ni más mató a serno, y dejó abandonada a la muchachaésta tuvo en tiempo un hijo. Práxedinunca quiso oír que le hablaran más de

asunto; siempre negó que hubiera teniduna hija; y cuando más no podía llenaba de los peores insultos. Pasaro

os años hasta que se le presentó e



nieto, se hicieron de palabras, Praxedie dijo que su madre era una perdida,

el encuentro acabó como ustedes saben

el nieto mató al abuelo. Así siguió lcadena de muertos entre gentes de lmisma familia: un hijo de Práxedis mat

a su sobrino, y no contento, anduvbuscando a su hermana; ésta se defendi mal hirió a su agresor, que al poc

iempo, a resultas de las heridas, se fual camposanto; un hijo del muerto pusfin a la vida de su tía, tan a traición y tacobardemente, que un primo hermano d

a difunta, que dicen que también lpretendió, tomó a su cargo la venganza así füe enredándose la cosa, entr

parientes, que no había un año sin qu



alguno matara a otro de la misma sangreLa rencilla no acabó hasta el ochenta siete; yo vi los cadáveres de los último

Torres: don Porfirio y don Eustaquioeran primos segundos; los dos quedaromuertos cuando se daban de puñaladas..

— Lo que fue una tristeza grandpara el pueblo fue cuando se huyó coun estudiante la hermana del Padr

Gutiérrez, allá por el noventa y tres; ePadre Gutiérrez era el ministro máantiguo: había durado aquí dieciochaños, había sido muchas veces cur

nterino, todos lo querían pohospitalario y caritativo; era musociable. Su hermana, una buenamoza

seguido estaba de paseo en el pueblo



decían que un novio de Guadalajara lenía entreteniendo hacía ocho años si

dar traza de casorio; en esto que se hac

aquí de relaciones con un TachCasillas, que diz que debía variamuertes — primo, por cierto, del difunt

Timoteo Limón—, y que desaparecen da noche a la mañana, con gra

escándalo. El pobre Padre Gutiérrez n

quiso volver a salir de su casa emuchas semanas, no volvió a visitar nadie y hasta rehuía que lo saludaran; dvergüenza y de pena se fü

enflaqueciendo aprisa; pronto, antes dos seis meses, la vergüenza y la pena l

mataron... Yo no sé cómo pueda

algunas mujeres con hombres que ha



matado...

22

DON Dionisio quedó perplejo con lcarta de Gabriel. Hubo momento en quse vio tentado a mostrarla a María, cuyestado de rareza cada vez era má

alarmante y quizá se curara con laeales palabras del muchacho. Tardó e

contestar, conviniendo al fin en qu

Gabriel aplazase la vuelta, sin aludipara nada al asunto que le habíplanteado.

Cuando regresó don Román, el cur



no dejó de extrañarse por los regaloque les trajo a sus sobrinas, pues nunchabían cultivado amistad que lo

ustificara. Después de todo eran regalodevotos: unos rosarios de la Villa dGuadalupe, cuya cruz, al centro, dejab

ver, en el de Marta, la imagen de lVirgen, y en el de María, el exterior da Colegiata. María, secretamente

recibió un frasco de perfume, qudevolvió en seguida con el rosario. DoRomán comenzó a asediarla en forma:

— ¡Luego sí es un sinvergüenza! —

pensaba enfurecida, mientras la quimerdel varón atractivo se desvanecía.

— ¿Cuándo vuelve Gabriel? —Fu

una pregunta inesperada, que confundi



al anciano tío. — He pensado... quiero que acab

sus estudios... me parece que es l

mejor.¡Cuán sola, cuán desamparada s

sintió María!

23

—¡NOS quedamos huérfanas! ¿Qué irá ser de nosotras sin nuestro padre? ¡S

nos va el Santo! — Las Hijas de Marímás adictas acompañaron la parihuelen que fue transportado, a Guadalajara

el Padre Islas.



Después del ataque había quedadparalítico y rehusaba salir del puebloFue necesario que la Mitra se l

mandase, ofreciendo pagar los gastos dcuración en Guadalajara.

— ¿Qué irá a ser del pueblo sin e

pararrayo del justo?Pocos vecinos fueron a despedirse

Faltaron muchas Hijas de María. E

ataque había matado la fe popular en lsantidad del Padre director. No srecataron expresiones de gusto, miradade satisfacción por la salida de

enfermo. Mas el grupo adicto guardfidelidad. Treinta mujeres enlutadas quplañían fueron a pie junto a la parihuela

cruzaron el río, caminaron media hora



echáronse al suelo para recibir lpostrera bendición y regresarolorosas. La pública indiferencia la

rritaba. — ¡Se nos fue nuestro Padre! ¿Quié

verá por nosotras? ¿Quién nos salvar

de peligros? Unos estudiantes —nadisupo quiénes fueron— se lanzaron esnoche por las calles gritando, aullando:

— Aquí andan los lobos, caperucitanegras, ¡huy!... aquí van los lobos...

24

PROPUESTO

a enriquecerse y liquidad



el problema de las elecciones, edirector político había perdido el celoni atendía ni le importaba sino lo qu

favoreciera sus intereses. Condescendíen todo con los vecinos de relievsocial o económico y con lo

evantiscos que pudieran poner epeligro el sosiego indispensable adesarrollo de sus aspiraciones; lo qu

con éstos era blando y obsequioso, teníde duro con los pobres desvalidos. Eforma turbia se hizo de un pequeñrancho que prosperaba y crecía co

rapidez; antes del año era propietario ddoscientas cabezas de ganado; casacaballerizas, establo, cebadero, camin

cercados eran obra de ranchero



puestos presos cuando los domingovenían a misa y al mercado, ya porquno trajeran pantalones, porque hiciera

basura, porque dejaran en la calle laacémilas, porque les hallaran cualquievasija con vino, porque cumpliera

alguna necesidad en algún rincón depoblado, porque los placerodiscutieran lo que les cobraban po

mpuesto de piso cada vez más gravosohasta porque gritaran fuerte o porquropezaran con alguien.

Para los días de las fiestas patrias

el director político en persona despojde sus armas a Rito Becerra, cuandéste iba de regreso a su rancho; en van

alegó que las llevaba para su segurida



personal y que no las había portaddentro del pueblo; como no le valierarazones, llamó abusivo al director

rató de oponerle resistencia; se lecharon encima los policíasgolpeándolo, y lo hubieran matado si n

ntervinieran algunos vecinos; edirector hablaba de mandarlo en cuerdapor revolucionario; mas como Rito er

mediero y deudor de don AnselmToledo, la cosa paró en un mes drabajos forzados. (Rito Becerra n

podrá olvidar entre los gesto

compasivos que lo rodearon, el dMaría, la sobrina del señor cura, qupasaba esa tarde por el sitio del atraco

fue de las que gritaron que lo soltaran



se acomidió a limpiarle la sangrenteresó a su tío y al Padre Reyes par

que suavizaran el vengativo enojo de

director. Agradecido, Rito Becerra fue darle las gracias cuando quedó libreplaticaron de las injusticias que sufre

os pobres, de la dureza de la vida, dcómo parecía muerto el sentimiento dhacerse respetar y defenders

valientemente. —«¡Por gallinas merecemos eso más!» —había dicho Rito, con amargur—.

«Es necesario que alguien hagpunta ¡y no faltará!»

La muchacha se despidió en l

puerta del curato con un significativ



apretón de manos, y volviéndose Marta le dijo:

—«¡Lástima que Pedrito no esté e

edad!»¡Cómo me gustaría que él fuera e

que hiciera punta, que él viniera

remediar tanta injusticia!»)El director político estaba ciego

¿Cómo pudo no advertir que Pascua

Aguilera, Dimas Gómez, PedrCervantes hablaban con Rito y con todoos que, sin duda, tenían agravios contra autoridad? Pero Pascual Aguilera s

había hecho inseparable de don RomáCapistrán, con quien el director nquería meterse para nada.

Una cosa molestaba e inquietaba lo



planes del funcionario: la oficiosidadel cura y, sobre todo, la del PadrReyes en favor de los pobres.

—«Con usted me arreglo fácilmentepero dígale al Padre que no se andmetiendo en asuntos de gobierno» —

había dicho a don Dionisio.El temor de salir perdiendo

ndisponerse con el sentimiento popula

e aconsejó disimulo. —¡Lástima que yo no sea hombreParece que ya no hay hombres! —fu

otra extraña idea que obsesionó a María

25



LA esperada injusticia. Damián Limófue condenado no más a seis años dcárcel, diz que por no comprobarse e

parricidio y porque mató a Micaelpasionalmente; que no habiéndose hechdiz que la autopsia, el cuerpo de do

Timoteo no tenía más que un ligergolpe de caída según las actaevantadas; que mucho le valieron a

criminal las palabras de Micaelpuestas también, allí, en el acta, y qusiempre salía él con que había estadenamorado de la difunta, que no podí

olvidarla... Compendio del comentaripopular:

—«¡Puras mentiras para quere

disimular la injusticia!»



Y para colmo de la excitaciópública siguió a la noticia de lsentencia la de la fuga del reo, camin

de la capital, a donde lo llevaban purgar su condena.

—«¡Qué casualidad que se les hay

do, si casi no hay día que no se sepa dcristianos a los que les aplican la Leyuga, sin deber ningún delito!»

26

EL temor y el amor lidiaban en lclausura de su desesperación la

vísperas de adioses y ausencias. Entr



odos, los amores vacíos; los amores das doncellas en inútil espera, las qu

soñaron con la llegada de septiembre

as que recordaban o imaginaban rostroque vendrían, ojos que las miraríanpasos que las buscarían, vieron cómo s

omaban amarillos los campos, cómo lanoches iban acortándose sin quvinieran pasos tras de sus sombras, n

en parte alguna, brillara la mirada qusoñaron. Calles del pueblo, rutas de lcasa a la iglesia, de la iglesia a la casavacías para ellas, tristes mujere

enlutadas, tristes mujeres presas. Andaaquí, rebullen, alborotan los estudiantespero es como si aquéllas fuese

nvisibles para éstos, que pasan de larg



unto a los rostros ávidos, a la vera dcorazones en esperanzado rebato. Ya soos días de la cabal desilusión. Ya s

marchan los estudiantes. Viene ya el Díde Difuntos; reanudará la vida su rutinaomarán las noches ahogadas, en que s

debata la estéril rebeldía de las solterasel deseo impotente de haber sidsiquiera engañadas, la convicció

agónica de no haber logrado ni unpiadosa mentira, ni el don de precarinterés. Nadie supo leerles la cara. Y

no es tiempo de que les adivinen s

ansia de amor, su mal disimuladdesfallecimiento de vivir en inútiespera. Cada noche de octubre tronch

a ilusión. Pero algunas mantienen su



ámparas encendidas, con el recuerdo dnesperadas declaraciones, la mism

víspera del viaje y aún la mañana de

regreso.Este año, la lidia del amor con e

emor no halló por obstáculo la sombr

del Padre Islas; mas redoblan suvigilias los deudos de las doncellacortejadas. Y esto es pugnar descuidos

rápidas escapatorias, entregas drecados, visajes de aliento. Y esto ecrecer afanes, convertir en muerte llama cordial, desesperarse, llorar

maginar locuras, chocar contra lomuros de inveterada contenciónCuántas no podrán recibir viáticos par

el año de inmóvil marcha en e



ambulatorio pueblerino! ¡cuántas nconseguirán tender la mano para que lestreche un pulso cálido; ni asomar l

oreja por hendiduras, en busca dadioses y promesas; tal vez ni haceejano ademán de despedida, o siquier

mirar al que parte!¡Vísperas de noviembre

Postrimerías de octubre! Agónic

resonar de cuitas femeninas en el secretde los confesonarios, en el secretsalobre de lágrimas batidas por lmuerte, por el juicio, por el infierno

por la gloria; náufragas de amor y temor

27



HABÍA motivos para esperar nuev

escarnio a la justicia con que Damiáviniese al pueblo y el director político dejara en paz, como a otro

delincuentes y prófugos que comprabasu inmunidad con dineros o amenazas; esolo temor de que tal cosa sucedierrritó los ánimos e hizo que personas d

natural pacífico entraran en compromisde satisfacer lo que la venalidaseguiría burlando. El director se vi

constreñido a declarar: —«Yo me comprometo a que si eshombre se atreve a venir, lo llevarévivo o muerto, a Guadalajara.»



Damián desafió la ira popularDamián tuvo la osadía de venir. Llegó lvíspera de Difuntos. Anduvo rondand

cautelosamente las calles, disfrazado darriero, la barba crecida. Vio de lejos lluminada tertulia de «La Flor d

Mayo»; escuchó las voces del cordirigido por el Padre Reyes, quensayaba la misa de réquiem; una voz d

soprano fue obsesionándoloatrayéndolo, situándolo en la penumbrdel atrio, frente a las rejas del curatoEra voz de muchacho y parecía d

mujer. Lo que venía buscando allestaba: memoria y voces de muerte

équiem aeternam dona eis, Domine

Desafió a sombras y peligros. Pensab



entrar al camposanto, buscar la tumba dMicaela, pasar la noche junto a lmuerta. Lo retenían las voces graves sopranos: Dies irae, dies illa. Unmacilenta luz permitía ver, a través duna pieza, el corredor del curato

Hubiera querido entrar, hablar con eseñor cura. Pronto serían las diez. Unmujer cruzó el corredor y vino a cerra

a ventana. Damián reconoció a María¿No venía buscándola también? Se lhabía olvidado. A María o a MicaelaLibera eos de ore leonis, ne absorbea

eas tartarus, ne cadant in obscurumsed signifer sanctus Michaerepraesentet eas in lucen sanctam.

ibera eas... Damián traía las manos e



as pistolas desde que, al amparo de loscuridad, entró al pueblo. Se acercó a ventana, escuchó los pasos de María

quiso tocar. Micaela, María. Luerpetua luceat eis. Dejó pasar eiempo. ¿Entraría al curato? ¿S

retiraría? Una violenta necesidad dhablar con la inseparable amiga de svíctima fue poseyéndolo. Si tocara l

ventana, no le abrirían. Ensayó silbaánguidamente una canción que Micaelcantaba. Cesaron los pasos. Damiáguardó silencio. Sentía que la muchach

estaba cerca, junto a las maderas. Npudo contenerse Damián, a sabiendadel horror que podría despertar.

— María, yo soy. Damián. Damiá



Limón. Óigame.Inesperadamente se abrió la ventana — ¿No sabe que lo quieren matar?

— Quería saludarla. Es bonitugarse la vida. Óigame lo que le quier

decir: ahora veo que yo nunca supe.

que yo nunca supe... — Que yo fuera la mujer que hubier

matado.

Las palabras de María ldesconcertaron. — ¡Quién sabe! No puedo pensar e

a difunta sin pensar en usted. ¿Le d

miedo? —No le tengo miedo a la muerte. — Usted es igual a Micaela. Son l

misma mujer. La mujer que nadie podr



dominar. — ¿Vino a matarme? — ¡Iguales! ¡No me habí

equivocado! Ahora tengo la certeza. ¿Ne da lástima conmigo? Váyase, n

quiero que alguien sepa que me habló

Parece como si me hubiera estadesperando y supiera lo que me iba decir.

— Pudiera suceder. — ¿Le gusta el peligro? —No sé lo que me gusta. Quién sab

si me gustara gritar para que l

agarraran. — ¿Quién se animaría? — Eso es lo peor. Nadie.

— Fuera de usted.



— Váyase, pues. — ¡María! ¡María! ¿Por qué sucede

as cosas? Déjeme decirle adiós. No

Mis manos no la pueden tocar. Grite qume agarren. Yo no me defenderé.

— Quiero verlo irse. Váyase.

— Usted es más valiente que yoAdiós. Ya volveré, cuando no le infundástima.

— ¿Lástima? Ni lástima, nsorpresa, ya lo ha visto. Pero váyase no vuelva nunca.

— ¿Le da miedo pensar que pued

volver sin ocultarme de nadie? — Ya no puedo tener paciencia d

seguir viéndolo allí. Hágame caso d

que se vaya.



— Está bien. Comprendo. AdiósMaría.

— Váyase lejos, a donde nadie s

acuerde de usted. — Con tal... — ¿Me oyó? Ni una palabra más

Adiós.El hombre obedeció con lento

pasos. La mujer no cerró la ventana sin

mucho tiempo después, atenta a loruidos de la noche. Las campanadoblaron a las diez, en el momento das últimas palabras. Terminó el ensayo

Resonó en las calles la dispersión decoro. Ladraron con furia los perrosPoco a poco la calma fue completa

Todavía esperó la mujer. Convencid



del sosiego, entornó, al fin, las maderascuidadosamente.

28

LÍBRALAS del profundo lago y de lafauces del león... el abismo no se larague, ni caigan en las tinieblas... e

Príncipe San Miguel condúzcalas a lsanta luz...

Desde la oscuridad gimieron la

campanas en el pueblo de muerte, hastcerca del medio día, sucediéndose dres en tres las misas, alternando su

oros las flamas de cirios y velas, lo



ornamentos y el sol, con la negrura dos paños, con la blancura de la

calaveras puestas en los catafalcos

egrura de los vestidos y palidez dmanos y rostros. Brillo de los dientevivos y de las pupilas, en sonrisas

miradas. Animación en la calle por lsolemnidad titular del villorrio. A laocho, vigilia y misa de tres padres, co

responsos. Desde la oscuridad, en lasalas de las casas, de todas las casasarden frente al Santo Cristo las velaque no se apagarán sino hast

consumirse, presidiendo rosariodomésticos en sufragio de los difuntofamiliares. Todo el pueblo es nav

funeraria por el Jubileo de Animas. L



será también el camposanto, cuando as primeras horas de la tarde, bajo e

palio del cielo, como todos los años, l

Cofradía de la Buena Muerte recorra lacalles en pos de las tumbas, y allcelebre su Ejercicio y responsos, entr

nterminable clamor de campanas y ecoro de hombres y mujeres, de anciano niños, que canta por el camino:

—«Salgan, salgan, salgan, Animasde penas; que el Rosario Santo rompas cadenas»...

Desde la oscuridad, en lo

encuentros de la primera misa, comenza correr el rumor de un desconocido quanoche anduvo en las calles, que l

vieron rondar la casa de don Inocenci



seguro de que el prófugo no volverá: —Yo no puedo aprehender sombras

Me lo hubieran dicho a tiempo: no se m

habría escapado.Rendida por el esfuerzo a ell

misma inverosímil, María no pued

soportar el peso de su secreto.A las tres y media recomenzaron lo

dobles de campanas, llamando a l

procesión organizada por la Cofradía da Buena Muerte. Acude todo el puebloVan los Padres revestidos con suntuosoornamentos negros bordados en oro

brillantes al espléndido sol de la tardeBrillan la Cruz alta y los ciriales, emanos de monacillos, que abren e

desfile. A los misterios del rosario



cientos de bocas entonan el plañidercoro:

— Salgan, salgan, salgan, Animas

de penas... mientras en las orejas dMaría resuena una voz infernansistente:

— ¡Ándele! ¡Ándele!Cerca del camposanto se produce l

confusión; hay murmullos profanos, qu

van creciendo, que todos quierealcanzar; los monaguillos detienen epaso y hacen ademán de huir; el PadrReyes, visiblemente agitado, trata d

mponer calma; se demuda también eseñor cura; ya es abierto el rumor:

— ¡Que allí está!

— ¡Que allí está!



— ¡Que a ver si no se escapa poatrás, saltando las tapias!

—¡Que vayan a agarrarlo!

La puerta del camposanto está —dpar en par— a menos de cincuentmetros del sitio a donde llegaron la Cru

los ciriales. Retroceden algunovecinos, algunas mujeres; pero el gruesde la multitud queda galvanizado. Suen

un relincho vibrante. Ya sereno, el señocura se adelanta, y en vano tratan dcontenerlo su sobrina Marta y otrapersonas; mas él mismo queda inmóvi

cuando aparece Damián, en la puertairando a su caballo por la rienda.

El prófugo tiene calma para quitars

el sombrero al ver la procesión



Estupefactos, encolerizados admirados, los vecinos que prometieroaprehenderlo permanecen inmóviles. Y

ven que se dispope a montasosegadamente, valientemente.

(En María, la voz: — «¡Ándele

Ándele!», no es ya la repugnante voz dun viejo procaz; ahora es el imperativque se hace familiar: —«¡Ándale

ándale!») Francisco Limón, al finpistola en mano, se lanza contra shermano; pero más rápida, María (lsobrina del señor cura) se le adelanta

nterponiéndosele, desarmándoloDamián ha montado y, sin sacar lpistola, desaparece por el callejón qu

da al camino de los Cañones. Hay grito



de:«¡Asesino! ¡Agárrenlo! ¡No lo deje

r!»

Carreras extemporáneas y sisentido. Clementina Limón apostrofa su hermano:

— «¡Mátala!»; y ella misma se lanzcontra María, que luego es defendidpor Rito Becerra; se dividen la

opiniones: —Hizo bien. ¿Cómo iba a dejar quse mataran hermano contra hermano?

—Ella fue la culpable de que no l

agarraran. —Hizo bien. Se hubiera desatado l

balacera y hubiera habido mucho

muertos.



—Ella es cómplice del criminal. —Hizo bien en ponerse a favor d

un valiente.

A la controversia, luego se añadira pregunta:

— ¿Por qué lo haría?

Y la maraña de suposiciones: —Por admiración al valor d

Damián.

— Por evitar la balacera. — Por evitar el fratricidio. —Porque ha de estar enamorada de

matón.

—Por malvada. — Siempre he dicho que es un

malvada.

Pero María no quiere contestar ni a



señor cura, ni a Marta, ni al directopolítico, ni al Padre Reyes; a ninguno dos que le preguntan la causa de s

proceder sensacional.Consternación. Indignación. Tardío

proyectos de actuación. Mutuo

reproches y múltiples disculpas. EEjercicio se suspende. Se cierran lapuertas del camposanto.

— ¡Debían ponerla presa! — Es una malvada. — Se necesita un escarmiento. — ¡Haber dejado ir al monstruo, a l

vergüenza de la comarca, al parricidamatón de mujeres!

— Haberse venido a burlar d

odos.



—Y a ella que la pongan presa: euna malvada.

— ¡Es una malvada!

— Y al Rito Becerra, que ldefendió.

—Sí, ése que es un socialista.

— ¡Justicia! ¡Justicia!El mayor triunfo conseguido hast

entonces por el Padre Reyes fue logra

que las gentes se metieran en sus casasemprano, y que no hubiera tertulia e«La Flor de Mayo». Enmudecieron lacampanas a las ocho y a las diez. L

palabra sibilina de Lucas había dichosin rodeos:

—Esto le va a costar la vida a

señor cura.



Y había sido el argumento decisivdel Padre Reyes:

— ¿Quieren matarlo de una vez

Tuvimos que llevarlo en peso a su camaEl pobre!

29

FUE necesario el estado de violencia, eestrujamiento de nervios, la rebeldía qupersistió en la protagonista, para que si

escrúpulos, o venciéndolos fácilmenteabriera una carta de Gabriel dirigida su tío.

La mujer que no tuvo miedo e



no se me quitaba del pensamiento, desdque usted me mandó por acá. Lo primerque se me ocurrió con su silencio, fue ir

de todos modos, y hablarle por lo clara María para saber lo que yo pudieresperar. Me detuvo el miedo de hacerl

a usted traición o de contrariarlo coriesgo de su salud. He batallado muchoAl fin me decidí por no ser un judas co

usted, y aunque reconozco lcontrariedad que le daré, creo que nserá igual a que hubiera conseguido econsentimiento de María contra l

voluntad de usted, manifestada con ssilencio. No le había dicho las muchaveces que la señora Victoria me h

ofrecido ayuda para dedicarme a l



música, primero en Guadalajara o eMéxico, y que después he de ir Europa; que es una lástima qu

desaproveche las buenas disposicioneque tengo. Yo no sé cómo dio conmigome escribió algunas cartas; luego ell

misma vino dos veces. No se lo habídicho porque tenía la firme resolucióde no hacerle caso, y así se lo manifesté

una cosa, no más, tenía que agradecerl es que por ella conocí lo que sientpor María. Para librarme de la tentaciófue por lo que le pedí a usted qu

siquiera me dejara escribirle a ssobrina. Perdidas las esperanzasqueriendo quitarme de la cabeza mi

buenas intenciones que pudiera



convertirme en un judas, he caído en lmala tentación; usted sabe mis luchacontra el demonio de ese ma

pensamiento. Acaba de volver la señor le acepté sus ofrecimientos. He huid

de los salesianos, negándome a que ell

arreglara las cosas, y hoy mismo me ira Veracruz, para embarcarme rumbo España. Es inútil hacerme cambiar. L

único que siento es la pena que le doyque siempre sería menos que conseguique María me correspondiera, contra sgusto de usted. Es malo, ya lo sé

Perdóneme! Y comprenda mintenciones. Pienso que, a pesar de todo

no podré olvidar a María; por eso ech

ierra y mar en medio. ¡Dios le pagu



odo el bien que hizo a este pobrhuérfano, hasta el evitar que por mcausa María no hubiera sido feli

conmigo!»...Traumatismo de muerte. Sí, esto e

probar la muerte o el amor; descubrir e

el momento de un relámpago qunsatisfacciones, acrimonias, audacias

envidias, locuras, deseos, tristezas

curiosidades morbosas, eran sólo estque al ser conocido se deshace, comburbuja que mucho tiempo estuvo cercde nosotros y, al ser vista, se rompe; d

repente probar el dulce sabor cuando no alcanzaremos en más; el dulce sabo

acibarado para siempre, acibarado po

el despecho; despecho, amor y muert



mezclan sus venenos en fulminantnarcótico, que fosiliza las últimas capade blandura. (¡Victoria!) No es que l

pesara ser honrada; quería ser amada¡Gabriel!) ¿Qué puede ya esperar

¿Qué puede importarle que la ponga

presa? Ella misma se entregará. — No, señorita —contestó e

sorprendido director político—, nadi

ha pensado detenerla; no hay causa, pomás que todos los días venga con esdoña Clementina Limón: ahora, que lvoy a decir, no me gustó ni tantito s

comportamiento, y menos cuandntervino ese bandido de Rito Becerra

que buenas cuentas tiene con la justicia

váyase y no vuelva a dar que decir.



— ¿Aunque me vaya a lrevolución?

—Ji, ji, ji...,¿cuál revolución?...

menos por estos rumbos; ¿no supo lo qudecía el minorista don Fermín? Ándeleándele, no ande condesas bromas que n

de chiste le caen a una mujer, ¿lgustaría que se lo contara a su señor tíoÁndele, váyase, y no ande hablando co

ese bandido de Rito Becerra.

30

—EL cometa Halley la trastornó— fu

a feliz fórmula encontrada por e



director político, tras muchacavilaciones, para sosegar a los qusolicitaban la aprehensión de María

para mitigar las tormentosamurmuraciones del pueblo.

Estos fueron los cálculos de

funcionario: —«Si la detengo, será parmultarla o para mandarla a Guadalajaraos mismos que hablan de aprehensió

serán los primeros en poner el grito eel cielo, y lo que menos conviene es uescándalo que llegue a oídos deGobernador; por eso hay que desechar

de plano, también la idea de imponerluna multa al Cura por violación a laLeyes de Reforma; lo que importa e

echarle tierra al asunto, convencer a



Gobierno de que se trata de un hechvulgar, que por más esfuerzos que hicno logré capturar al prófugo, a más qu

engo la seguridad de que el Gobiernprotege al asesino; y eso síaprovechamos la ocasión para barre

hacia dentro y regar nuestra milpita. EsRito Becerra tiene todavía unocaballitos y es muy útil para cercar

cuando no pueda tomarle también otrcarabina tan buena como la que ldecomisé en septiembre. Podemoncriminar a Pascual Aguilera, no má

por lebrón; ¿quién puede sacar la carpor él? ni es gente de agallas para hacelegar chismes al Supremo Gobierno. A

Clementina y a Pancho Limón le



podremos sacar unas resesmanteniéndoles las esperanzas dusticia. ¡Y tantos pobres que anduviero

en la danza! Es fácil enredarlos para vequé les sacamos, aunque sea trabajo efavor del municipio, al que ahora l

nteresa mejorar el camino que pasa pomi ranchito.» El cínico se ríe consigmismo.

Y así se multiplicaron laarbitrariedades contra pobres desvalidos; pero hizo fortuna locurrencia de atribuir al cometa e

extraño comportamiento de María.31

LUCAS Macías no se dio punto d

reposo hasta que consiguió que l



eyeran el Plan de San Luis, algunos dcuyos ejemplares circulabaclandestinamente, con discreció

absoluta. No era posible disimular lpreocupación del viejo. — «Es quambién a mí me ha de haber dañado e

cometa» — respondía a lompertinentes.

— ¿Y por qué ya no cuentas ni l

historia de la hermana del PadrGutiérrez, con aquello de que por qualgunas mujeres podrán enamorarse dhombres que han matado a un prójimo

a una prójima? —Porque como que se me hace má

bonita la historia de Judith o la leyend

del hermano que quiso matar a Caín si



resucitar a Abel. ¿Quieren que se lavaya contando?

El viejo seguía con atención el ir

venir de los sucesos bajo sordserenidad, e iba reuniendo cabos; persus opiniones eran impenetrables. Oía

nterrogaba, metiéndose a todas partesformando corrillos, rehusándose comentar las noticias: que Pascua

Aguilera fue detenido con pretexto de nhaber comunicado que identificó Damián cuando subía por el barrio dabajo, tomaba la calle del Fresno

legaba a San Antonio; que mostrándosbenigno, el director político le habídicho que le perdonaba el delito d

complicidad, commutándole la pena po



quince días de servicios al municipioque Aguilera escapó sin volverse saber de él; que también había

desaparecido Dimas Gómez y RitBecerra; que los policías habían cateada casa de Rito, y enojados por n

hallarlo la saquearon, se trajeron loanimales y pusieron fuego a la casa y lroje; que habían dejado de juntarse lo

que iban algunas noches a la casa de lviuda de Lucas González; que el PadrReyes había conseguido juntar muy pocdinero para las fiestas del Doce d

Diciembre; que muchos vecinos andabacon armas nuevecitas; que locomerciantes de los Cañones había

raído parque...



Por sí, Lucas había visto muchacosas: que la viuda de su tocayGonzález platicaba con María, l

sobrina del señor cura; que los últimodomingos habían venido pocas gentes dos ranchos; que había habido necesida

de golpear a los presos para conseguilevarlos al rancho de la autoridad; qu

fulano, mengano y perengano se negaro

resueltamente a venderle maíz, bueyes ierras...Al principio fue un misterio par

Lucas la actitud de don Romá

Capistrán, sus relaciones con ciertonorteños y con los comerciantes qudieron en venir al pueblo, su presenci

en las juntas con la viuda, sus plática



con Aguilera. ¿Expondría sus bienes¿También se levantaría para vengar sdestitución? ¿0 era un ladino que al ole

a revolufia le prendía una vela adiablo y otra a San Miguel? Esto lpareció la verdad. Y así era.

¿No sucedería otro tanto con edirector político? Era imposible qupudieran escapársele ciertos detalles

por lo menos para ponerlo sobre aviso. Ni el estallido de la tormenta ldespertó. Amortiguados, como llegan apueblo todos los ruidos del mundo

vinieron los reportajes de El País acercdel descubrimiento de un complorevolucionario; las noticias era

cautelosas, daban la impresión d



referirse a un asunto sin importancia; lovecinos las leyeron como si se tratara dun hecho acaecido en China, en Turquía

Lucas comprendió el esfuerzo dalgunos por ensordecer más el climregional, desviando los comentarios a

ncendio del Mercado Corona.Hacia el 23 de noviembr

comenzaron a recibirse los periódico

relativos a los sucesos de Pueblaresistencia de los Serdán y muerte dAquiles.

Luego ¡la revolución en el Norte! ¡l

revolución encabezada por doFrancisco I. Madero!

— Pronto el Supremo Gobierno lo

pondrá en orden. Desde luego por ac



nada tenemos que temer. Todo smantendrá en paz. ¿Qué motivos hay acpara una revolución? —insinúa e

director político, tratando de serenar lncipiente alarma de los que procuraba

hacerse de provisiones, ocultar bienes

ransladarse a la ciudad.Pronto llegaron rumores, noticias d

consternación: levantamientos en lo

Cañones, más acá de Moyahua, partiditas en el rumbo de Cuquío, asaltos en el camino de Nochistlán.

— ¡ Se levantó Rito Becerra!

— ¡Pascual Aguilera se fue con loEstradas de Moyahua!

— ¡Que ahí viene Rito Becerra!

— ¡Que Rito Becerra trae más d



doscientos hombres! — ¡Estamos al filo del agua! — ¡Que viene la gente de Rit

Becerra! — ¡Eh! yo ya soy más del otr

mundo que de éste; mi corazón me avis

que voy a morirme apenas en el filo deagua; pero ésta sí va a ser tormenta, leanuncio.

Fue cierto. Una mañana, Lucamandó pedir confesión; tenía un dolor eel pecho que se le extendía por todo ebrazo izquierdo; apenas lo alcanzó e

señor cura: — ¡Estamos en el filo del agua

Usted cuídese: pase lo que pase, no s

aflija, señor cura, será una buen



ormenta y a usted le darán los primerogranizazos: ¡hágase fuerte! —y luegocomo en sueños, como en delirios—: u

blanco, chaparro él, diz que loco.muchachos y locos dicen verdades.hágase fuerte.

Fueron las últimas palabras dLucas, cortadas por un síncopeAcababa con él un capítulo de l

historia local. Ese día se supo que lomaderistas habían entrado a Moyahua.

32

POR

si las moscas y ante la evidencia d



que se aproximaba la gente de RitBecerra con cientos de peones de lahaciendas de Cuquío que se le había

unido, el director político abandonó epueblo con pretexto de recibinstrucciones y traer refuerzo para da

garantías a la comarca. —«¿Con quelementos podemos ahora hacerlefrente si vienen? Ustedes verán lo qu

hacen, por de pronto, mientras vuelvo.»Esquilmó precipitadamente lo qupudo, y se fue. Ya no pudieroencontrarlo Rito Becerra y sus gentes

que venían tras él ganosos de pagarsagravios.

—Ora sí ai vienen.

Era poco después del medio día



Portazos de las tiendas. Carreras epánico. Unas descargas lejanasPlegarias a grito herido. Silencio.

Un silencio en que se presienten —más que oírse— llantos convulsosfrases incoordinadas de varones, ir

venir por las alcobas, trepidación dcorazones, atragantamiento de bocasecas y preguntas desesperadas:

—«Dónde se habrá metido fulanozutano, perengano»... los deudofaltantes en el más apartado rincón qusirve a la familia de refugio colectivo

Un silencio en que se adivina el ruido dmonedas no escondidas, de monturas rastras que se quiere poner a salvo d

codicias; el relincho de bestias que s



rata de ocultar. —«¿Alcanzaría Pedro a cerrar l

ienda?»

— «¿Agarrarían a Juan en el camindel rancho?»

—«¿Se habrá quedado Francisco e

a casa de los Toledo?»...Algunos valientes que no corrieron

alcanzaron a ver coronadas de gente la

alturas del Camposanto y la Casa dEjercicios. Pronto se oyeron tiros, tropede caballos y gritos estentóreos d«¡Viva Madero!»; pronto bajaron voce

extrañas de la torre parroquial y eseguida un repique desbarajustadocuyos timbres de victori

escandalizaban a los cristianos



azuzaban el miedo. No era tanto el miedo a Rit

Becerra, sino el pavor de creer qu

vendría Damián Limón a cobrarse malavoluntades.

El enclaustrado pánico ascendi

cuando comenzaron los golpazos contras puertas y gritos remotos o cercano

de —«¡Abran o les tumbamos l

puerta!»; golpes de culatazos, dpezuñazos, de machetazos; gritos dúbilo y amenaza, cancione

desenfrenadas.

Los oídos atentos pudieron escuchaen la calle la voz del Padre Reyes; lueg—también— la del señor cura

mediadores entre las demandas de lo



evantados y la renuencia de lopudientes a quienes algo se les exigíacooperación en el préstamo forzoso

devolución de bienes mal habidos, dntereses usurarios cobrados a la fuerza

requisa de armas y caballos, d

monturas y víveres.Llegaban las trémulas noticias a

rincón de las casas: —«Que ya tiene

presos a los Toledos, a los Rodríguez, os Limones, y que no los van a soltahasta que se junte todo el préstamo... qupiden diez mil pesos... que ya está

sacando el maíz del diezmo... que Pedro Torres le quitaron todas las piezade manta que tenía... que no s

conforman con tres mil pesos que ofrec



untarles el señor cura... que anda coellos —¡dónde no!— la viuda de LucaGonzález y otros vecinos que parecía

a mera verdad... que viene con elloPascual Aguilera... que no, que no vienDamián... que Damián se fue derecho

Chihuahua, que anda con PascuaOrozco... no, que anda con lopronunciados de los Cañones... que lo

peones de las haciendas de Cuquío soos más bravos... que piden saquegeneral... que abrieron la tienda dPablo Encarnación y la dejaron vacía.

que las banquetas están regadas dazúcar, de arroz, de frijol, de maíz... quse quieren llevar a don Refugio e

boticario... que quieren que se vaya co



ellos el Padre Reyes... que le abrieron lpanadería a Leónides Islas... que diceque si no hay mujeres... que qué s

hicieron tantas mujeres»...Ya oscurece. Ya están a punto d

desmayo las célibes, en sus precario

escondites. — ¿No se sabe que hayan robad

muchachas? —congoja de madres

mpotente agonía de padres de familique tanto han celado a sus hijas; rabiosexpectación de los hermanos, de lopretendientes, que luchan contra e

pensamiento de la deshonra y el horror a muerte.

—Si estuviera el Padre directo

aquí, no habría por qué asustamos. ¡L



muerte: preferible la muerte que ldeshonra! —se desboca la sangre bajos fríos cuerpos enlutados.

— ¿Respetarán la medalla de lVirgen? Por lo menos la respetaránBajarían San Miguel y sus ángeles par

obligarlos al respeto —inocentearbitrios de las Hijas de Marínmaculada.

Foscura de las casas y del cielo. Yas altas Cruces de las fachadas han sidenvueltas por la sombra. Ya brillan laestrellas. Noche total, espeluznante, si

que cesen gritos, descargas, risotadascanciones, antes en aumento.

— Que ya lograron sacar guitarras

que traen obligados a los que sepa



ocar algún instrumento... que todoandan ya muy borrachos... que lrompieron el violín en la cabeza

Gertrudis Sánchez... que bailaron en lmandolina de Patricio Gutiérrez... que pesar de la prohibición de Rito, anda

borrachos... que traen a muchos vecinoprincipales encendiendo los faroles das esquinas...

— ¿No se ha sabido de algunmuchacha robada? —la preguntobsesionante.

— ¡Qué falta para que comiencen

sacárselas! Andan todos borrachosinguno quiere respetar a Rito ni

Pascual.

— Andará Damián.



— Dicen que no; pero quién sabe. — ¡Qué falta para que comiencen

sacárselas de las casas!

— Damián. — Damián. — ¡Damián Limón!

— Dicen todos que no anda, no, quno vino, que se fue con Pascual Orozco.

— ¿Ya saben que muchas mujere

andan con los maderistas, carabina emano, las cartucheras cruzadas en epecho?

Puertas y ventanas no dejan escapa

ninguna luz. Nadie ha encendido en lacasas ni un cerillo. Salas, corredoresalcobas, cocinas en tinieblas, e

absolutas tinieblas. Lloran los niños



Por modo tan incontenible y crecienteque sus llantos rompen la clausurasuben a las azoteas, caen a la calle

redoblan el espeluzno de la nocheatropellados por carreras, gritoscanciones, músicas desacordadas.

Ya serán las nueve o las doce —quién sabe!—, no se han dormido lo

niños; han despertado los perros, todo

os perros, cuyos ladridos dominan enfernal rumor; los niños quieren panquieren leche, quieren sueño. Aumentaos estampidos de las detonacione

remotas o cercanas. Crece el aullar dperros. A cada tiro —toda la tarde, toda noche— se baja la sangre a lo

alones.



—¿Matarían a alguien?Recomienza el fervor de los rezo

comprimidos en la sofocación de la

alcobas. —No recen tan recio. Que no s

oiga.

—No, no prendas las velas benditasCon la intención basta.

— Belén, tapa bien ese cirio, que n

salga la luz.Rezos interminables en lnterminable tarde, durante lnterminable noche.

— Que ya le sacaron al señor cura cometa del día del juicio que tocan eos Ejercicios...

Que ya completaron el préstamo



cargaron con todas las recuas de lomesones, para llevar los víveres...

— Ahora es el mayor peligro de la

muchachas. —Que ya se van... — Ahora es el peligro mayor...

¿Quién podrá escapar a tacontinuos choques encontrados, excitaciones y sobresaltos que no tiene

fin?Ya se oye una corneta destempladque imita toques militares, tan raramentoídos en el pueblo. Cesan los tiros. Va

cesando en los barrios el paso dcabalgaduras y la gritería.

— Ahí van.

— Ya se fueron. Tomaron el rumb



de Nochistlán. — Allí sí que va a ser el día de

uicio.

— ¿No: y aquí? ¿Se te hizo poco? —No mataron a nadie. No s

levaron a nadie.

Transcurrido el tiempo, la renuentvigilia en azoro tiene su finaestremecimiento:

— ¡ Se llevaron a María, la sobrindel señor cura! — ¡Cómo! — ¡ Sí, que no la hallan por ningur

parte!A los primeros rumores, a la notici

categórica, sigue la ominosa versión

as airadas



— ¿Que se fue por su voluntad! — ¡Sí, que estaba de acuerdo co

os maderistas!

— ¡Que se fueron ella y la viuda dLucas González!

— ¡Cómo!

—Sí, ¡las dos! iban en unos caballoque le robaron a don Anselmo Toledo.

—Yo siempre pensé que en es

pararía. —Yo siempre dije que no era gentbuena, desde que se juntaba tanto coMicaela.

— Yo siempre anuncié que había dacabar en perdida.

—Leía libros prohibidos.

—Era muy rara.



—Tenía un modo de hablar, de ver. — ¡Malvada! — ¡ A fe que su hermana!

— ¿Cómo estará la pobre hermana? — ¿ Y el señor cura? — De ésta sí que no sale.

— ¿Conque con la viuda de LucaGonzález? ¡Par de perdidas!

— Que la vieron salir de esa casa

en las juntas mentadas. — Yo, yo la vi hablar muchas vececon la viuda.

— Yo la vi salir varias noches e

unta con el Rito, con el Pascual, cootros pelados norteños.

— Irá en busca de Damián.

— ¡Cómo ese día del camposanto n



a mandaron en cuerda! ¡Ese mismo día —Lo que yo dije. ¡Malvada! — ¡Qué vergüenza!

— ¡Por quien lo siento es por eseñor cura: de ésta sí que no sale covida!

— ¡Qué afrenta para todo el pueblo — Y Marta ¿qué irá a hacer? L

compadezco.

—No le queda más que irse depueblo. —No asomarse a la calle en los día

de su vida.

—No dar a nadie ni los buenos días — Pero ella qué culpa tiene. — Yo la vi hablar de noche con e

Aguilera, sentados en una pila de l



plaza. — Yo no quise decir antes lo de la

untas por no comprometerme.

— Yo no dije lo de la amistad con lviuda por no escandalizar.

— ¡Qué afrenta para el señor cura

Lo va a matar la pena. — ¡De ésta sí que no sale, tan viejit

enfermo, tan acabado!

— ¡Esa fue la Judas! — Diz que por ella corrieron Gabriel.

— Por ella corrieron a Gabriel

Malvada! — Por ella corrieron a Gabriel

Perdida!

— ¡Yo la desbarataría si cayera e



atrio, en las calles, en los caminos, eas sementeras. Empecinadamente.

— ¡Diz que dañada por el cometa!

— ¡Perdida! — Dicen que anduvo diciendo qu

cómo no era hombre para poner remedi

a las injusticias. — ¡Pretextos de perdida! — Micaela supo hacerlo mejor

prefiriendo que la mataran a dejarsrobar. —Y ésta no se contentó con irse co

uno, sino con una chusma. ¡Dónde s

había visto! — Por su culpa corrieron a Gabriel — Que al irse, también gritab

«¡Viva Madero!» como borracha, y qu



se iba a pelear por la justicia de lopobres; que llevaba cananas y carabinaque se quitó el vestido negro.

— Ya tenían prevenidos, ella y lviuda, unos vestidos de colorSinvergüenzas!

— ¡ Siempre fue chocante voluntariosa! Como que no cabía en epueblo. —La cabra tira al monte. Y

oda la tropa habrá pasado sobre ella.Las bocas de los niños torcíaambién el tema:

— Que la sobrina del señor cura s

fue con muchos hombres.

33



—COMO todos los días —ésta fue l

erminante respuesta que dio el señocura al sacristán, que se atrevió a entrapara preguntarle si celebraría la primermisa, dentro de pocas horas, cuando lnoche —la funesta noche— terminaraEl sacristán pretendió llevar soficiosidad a términos de solicitu

cariñosa para inducirlo al reposo, parpedirle que no se levantara temprano; amenos, preguntarle si algo se le ofrecía

parte, por sincera compasión; parte, pomorbosa curiosidad. Una miradnapelable y el principio de violent

ademán cortaron al impertinente, qu



hubo de retirarse olvidando hasta la«buenas noches».

No. Nadie metería su sadismo en l

laga del ejecutado. Convicto de lnfamia pudo sobreponerse a

aniquilamiento; dio por acabada l

búsqueda delirante y vino a encerrarssin aceptar que ni el Padre Reyes lacompañara; vino como un hombre qu

rae puñales clavados y se esfuerza evencer el vértigo, en acallar los alaridode la carne, la rebeldía del corazónFatigas y zozobras del día, o el tiro fina

en la chapa de sus afectos humanos, no derrumbaron cuando alcanzó el asil

de su cuarto; sólo el desbaratamiento d

pecho y ojos, que no pudieron má



contener sollozos y lágrimas, alteró esosiego un momento, los momentonmediatos al entrar, echarse de rodilla

en el suelo y comenzar los salmos de ldesolación.

Postrado, inmóvil, quedó una hora

De su mortal inercia vino a sacarlo esacristán, para en seguida tomar ahuerto miserando: transfer calicem.

ransfer calicem... verum tomen nomea voluntas... omnia tibí posibilia.ransfer calicem... sed non quod eg

volo... Con la oración luchaban la

mágenes del mundo, las ternuras de lierra, el dolor de la infamia, el porveni

punzante. María pequeñita, Marí

consentida, María precoz, y



mpaciente, preguntona. Quemaban coumbre de infierno los recuerdos d

filiales halagos, caricias y zalamerías

Luego la hosca figura de Gabriezumbido de campanas, Gabriel huido decolegio, robado por aquella mujer. A

ninguno pudo defender. No puddefender a Luis Gonzaga, ni a MercedeToledo, ni a Micaela Rodríguez, ni

Rito Becerra, ni al Padre Islas, ni a lviuda de Lucas, ni a don Timoteo, ni Damián. ¡Miserable pastor que se hdejado robar las ovejas! ¡Miserabl

pastor que ha dejado rodar las canicas no ha podido enderezarles el caminoAño con año se frustran más y má

vocaciones de jóvenes que habrían d



rabajar la viña del Señor. Con máhorrendo escándalo ha ido a lperdición, creciente número d

doncellas. Aquello que más deseóaquello por lo que más trabajó, es lprimero que arrastra la furia adversa

Muchas veces lo halagó pensar qurabajaba bien: Dios castiga su soberbi

con derrota espantosa, hiriéndole la má

vulnerable afección. Por siempre serudibrio de sus fieles: ni a la oveja quraía contra el pecho pudo salvar, antea perdió con mayor escarnio.

Largo rato hace —una, dos horas—que se apagó la luz dentro de lbombilla. Es el reinado de las tinieblas

Toda oración es arrollada por imágene



de amargura: su estéril celo por lpureza, su casa para ejercicioespirituales, los largos años inútiles d

severidad contraproducente. ¡Si hubierdejado que la ternura se le derramaraYa es insoportable la fatiga de su

piernas, le tiemblan las manos, larodillas; debe recostarse. No. NoAunque lo cubra frío sudor. Deb

castigar la inutilidad, el fracaso de svida.La lámpara sin luz trae como e

sueño el recuerdo de Marta, solícita e

mantener viva la flama, otras nochesotros días. Blanda figura olvidada en eegoísmo del martirio. Ella tampoc

dormirá, tampoco ha venido a busca



consolación, a dar consolación, mponer el suave imperio de su

cuidados. No dormirá, entregada a igua

suplicio. Desapareció cuando se impusa realidad brutal. En huerto d

amargura no dormirá. Cómo habría d

venir, aún más salvajemente herida. Ees quien debe buscarla, mimarlareanimarla, confortarla.

Calambres. Irresistibles. Victoriosocontra toda oposición del ánimo. El curse derrumba sin sentido en el pavimento

El romper de la campana l

ncorpora. ¿Qué soñó una vez? Todo hsido pesadilla. Brutal. Realidad brutaMano desfalleciente busca la disciplin

, como todos los días, comienza l



flagelación.¡Justicia! Justicia contra el remiso

Los azotes en las cansadas carnes n

ahuyentan el retorno de las emocionevividas ayer, de las crueles emocionepadecidas, que ya nunca cicatrizarán

Rito Becerra trató de convencerlacerca de la justicia revolucionariaDislates, desatinos le pareciero

aquellos intentos de justificación: ¿cómpueden ser jamás justos el robo, loasesinatos, las depredaciones? Mas émismo ¿no ha predicado que la

calamidades deben aceptarse comazotes de la justicia divina? ¿Por qué nha de ser la revolución el instrumento d

que se sirva la Providencia para realiza



el ideal de justicia y pureza, inútilmentperseguido por este decrépito cura?

Un vivo dolor no causado por e

flagelo hace que cesen los azotes. ¡Cuaduro y difícil aceptar esta desgracia —que pone fin a la vida, que hace inútile

os esfuerzos ¡tantos! de toda una largvida— como gusto de Dios! ¡cuán durpensar, decir: «Bendita seas, María

bendita sea tu perdición!...» La segundlamada salvó de sus propiopensamientos al anciano; como no shabía desvestido en la noche, sali

uego de su cuarto, llegó a la sacristíapero no tuvo fuerzas para ir aconfesonario, como todas las mañanas.

Pese al insomnio, a los terrores, a l



nseguridad, el templo estaba llencomo si fuese domingo ese díaLlegaban a los oídos del cura las toses

el murmullo; era como si lo esperasemil ávidas fauces que prolongarían emartirio, como el rumor de multitu

pagana en el circo. ¡Sus fíeles! ¡Lcuriosidad mortificante de su feligresíaQué vergüenza!

Con aparente calma termina drevestirse casulla y manípulo. Acomenzar la última llamada toma ecáliz con decisión y avanza; sub

rígidamente al presbiteriocalmadamente, mecánicamente coloca ecorporal, se dirige al atril y abre la

hojas del misal, desciende la grad



erguidamente y, con la misma voz dodos los días, prorrumpe: In nominatris, et Filii, et Spiritu Sancti. Amen

Calmadamente, devotamente junta lamanos delante del pecho. Como todoos días.

Introibo adaltare Dei...

Un sollozo ahogado de mujer en eexpectante silencio de la nave. MartaQuizás Marta. El cura domina sureflejos; pero mecánicamente repite la

palabras que acaba de decir el sacristán

Ad Deum qui laetificat juventutemmeam...



¡La alegría de su juventud! Ola damargura baña la garganta del ancianoDesfallece. ¡Su juventud! Alterado e

orden, hay una breve interrupción. Ecelebrante se sobrepone y anuda el hildel oficio. Como todos los días, hac

reinta y cuatro años. Las manocadavéricas temblándole junto al pecho¿Alcanzará a consumir este cáliz d

hoy? ¿podrá vencer el vértigo que lderrumba, la caída que todos esperacon sádico silencio?

Judica me, Deus, et discernecausam meam de gente non sancta: abnomine iniquo et doloso erue me...



Y de nuevo la obsesión de romper eorden para decir las palabras que tantaveces oyó en labios de Gabriel:

Ad Deum qui laetificat juventutemmeam...

San Miguel Chapultepec, 24 de febrero de 1945

Al Filo Del Agua - Agustin Yanez

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