Al llegar la mañana del domingo, algunas mujeres, con María la de Magdala a la cabeza, se dirigen...
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Al llegar la mañana del domingo, algunas mujeres, con
María la de Magdala a la cabeza, se dirigen al sepulcro, pero lo encuentran vacío. En
lugar de alegrarse se entristecieron aún más, pues no podían imaginar que lo predicho
por Jesús se había cumplido. Pensaron, más bien, que
alguien había robado el cuerpo de su Maestro. Los regalos de
Dios nos sorprenden y, a veces, ni caso les hacemos.
La realidad fue bien distinta a la imaginada por las
mujeres. ¡Jesús resucitó! Y resucitó como lo había
anunciado. Con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección abrió
para nosotros la entrada del Reino. Si El no hubiera
resucitado, dice san Pablo, vanas serían nuestra fe y
nuestra esperanza. Pero El resucitó, triunfante, para
darnos Vida Eterna.
María, la pecadora, mereció una aparición especial del Señor. De ella, quizás, fue que dijo Jesús que porque amaba mucho se le perdonaban sus muchos pecados. Y ahora, aquella mujer recibe el privilegio de ser la
primera en ver a Jesús, con lo que se demuestra, una vez más, que donde
abundó el pecado sobreabundó la gracia. Este es el prodigio del amor de
Dios: que nos ama a pesar de nuestros pecados.
Aquellos dos discípulos regresaban tristes a la aldea donde posiblemente vivían. Su fe se había derrumbado.
Antes creían en el triunfo de su Maestro, pero lo vieron escarnecido y clavado en
una cruz. No habían entendido las Escrituras, como les explica Jesús
después de juntarse con ellos. Al igual que nosotros, que tampoco
comprendemos que para llegar a la luz hay que pasar por la oscuridad, y para llegar al triunfo por el sufrimiento y la
muerte.
Así, sin esperarlo, recibieron los apóstoles la visita de su Maestro. No lo podían creer. Sólo unas horas antes lo
habían visto morir en forma ignominiosa. Y ahora estaba allí, vivo,
entre ellos, con el mismo amor y la misma confianza. Sus corazones se llenaron de alegría. Sus almas fueron
presas de un gozo indescriptible. Ahora sí sabían que su Maestro era el
Mesías Salvador.
No todos creyeron, sin embargo, ya que Tomás no se encontraba cuando la primera visita de Jesús, y porfiaba que sólo creería si lo veía con sus propios ojos, y podía tocarlo
con sus manos. Y he aquí que se aparece Jesús de nuevo, e invita al apóstol incrédulo a
acercarse y tocarlo. Allí el pobre Tomás se
derrumbó. Sólo atinó a decir: “Señor mío y Dios mío”.
Días después de las primerasapariciones, Jesús se deja verde sus apóstoles junto al lago
de Genesaret. Allí camina sobrelas aguas, haciéndoles pensar
que era un fantasma, y luego los invita a comer con ellos pan y
pescado. Su presencia los reconforta, pues eran días en losque el gozo de los discípulos se
confundía con la tristeza de saberque su Maestro tenía que partir.
Los días posteriores a la Resurrección fueron una
preparación para la venida delEspíritu. Este será el tema
principal de las conversacionesde Jesús con los suyos. El les
promete que no los dejará solos.Cuando se vaya vendrá Quienlos ayudará, los iluminará, les
dará a entender todo y los llenará de fuerza para que puedan
ser sus testigos hasta en los confines del mundo.
Jesús vino a perdonarnos. Muchas veces, en su vida pública, habló de la
misericordia del Padre. Para que todos pudiéramos disfrutar del perdón
divino, Jesús dejó a su Iglesia el poder de perdonar en nombre de la Santísima Trinidad. Los apóstoles
transmitieron estepoder a sus sucesores. Y hoy
la Iglesia sigue administrando elperdón a todo el que se arrepiente.
La meta es el mundo. Hay que llegar hasta sus últimos confines. Todos deben enterarse de la Buena Noticia. Y esa misión la tenemos todos en la Iglesia. Nuestra tarea es anunciar al mundo que Dios nos ama y que Cristo nos ha salvado. De nosotros depende la salvación de muchos hermanos. No los defraudemos, ni le fallemos a Cristo,que nos ha confiado continuar su obra.
La tarea de Jesús ha quedado cumplida Ahora tiene que irse
junto al Padre. Pero, entretanto, no nos deja solos. Nos envía el
Espíritu Santo, que es el encargado de inspirarnos, ayudarnos, consolarnos,
fortalecernos. También Jesús se hace presente en la Eucaristía, y donde dos o más estén reunidos
en su nombre.¡No tenemos excusas!
El Espíritu Santo vino sobre Maríay los apóstoles reunidos en Pentecostés. Pero ahora siguederramando sus dones, especialemnte por medio de losSacramentos, dándonos la fuerzapara que seamos en el mundo lostestigos de Jesús. Con nuestroejemplo y nuestra palabra tenemosque evangelizar, decir a todos loImportante que es Dios en nuestras vidas, si queremos ser verdaderamente felices.
Con toda alegría los apóstoles salieron a predicar. Se encontraron con muchos obstáculos, persecuciones, incluso el
martirio. Pero su obra, bendecida por el Espíritu Santo, fue creciendo, y el Evangelio
se fue conociendo en muchas partes. La sangre de los mártires regó la semilla, y la labor de los misioneros se tornó fecunda.
Esta obra sólo terminará con el final de los tiempos.
La Iglesia nació del costado abierto de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo.
Así como en el Antiguo Testamento Dios se escogió un Pueblo que preparara la salvación, con Cristo todos los pueblos
de la tierra han sido invitados a formar el Nuevo Pueblo de Dios,
la Iglesia. En ella cabemos todos. Jesús abre sus brazos para acogernos sin distinción de clase alguna. Lo único que necesitamos es abrir nuestros corazones al amor y
a la acción del Espíritu. Y los frutos que recogeremos serán justicia, paz, alegría, bondad, hermandad y, sobre
todo, al final, felicidad eterna en la Casa del Padre.