Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas
-
Upload
alepalacio -
Category
Documents
-
view
65 -
download
1
Transcript of Alessandro Moscarítolo Dualidades filosóficas
UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN
ESCUELA DE FILOSOFÍA
DEPARTAMENTO DE LÓGICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
DUALIDADES FILOSÓFICAS
Referencia y Predicación en P.F. Strawson
Trabajo especial de grado para optar al título de Licenciado en Filosofía
Tutor: Autor:
Prof. Ezra Heymann Alessandro Moscarítolo
Caracas, Mayo de 2008.
2
3
Up to a point, the reliance upon a close examination of the actual use of words is the best, and indeed the only sure, way in philosophy. But the discriminations we can make, and the connexions we can establish, in this way, are not general enough and not far-reaching enough to meet the full metaphysical demand for understanding.
P.F. STRAWSON
Individuals
4
ÍNDICE
Pág. INTRODUCCIÓN………………………………………………………….... 4 CAPÍTULO I STRAWSON Y EL ANÁLISIS FILOSÓFICO…………….. 18
I.1. Análisis y reducción………………………………. 19
I.2. Reduccionismo ontológico y reduccionismo semántico……………………………………..... 29
I.3. Análisis y conexión………………………………... 42 I.4. Análisis y conceptos básicos……………............. 58
II PARTICULAR Y UNIVERSAL.......................................... 68
II.1. Ontología y epistemología................................... 76 II.2. Tres dualidades básicas...................................... 90
III REFERENCIA Y PREDICACIÓN..................................... 103
III.1. Criterio gramatical............................................. 107 III.2. Criterio categorial.............................................. 115 III.3. Criterio de completud…................................... 123
III.4. Análisis último de la noción de particular, o estudio de las condiciones de introducción de particulares en general…………………….. 134 III.5. Ontología sustancial y ontología del acontecimiento………………………………..... 142
IV LÓGICA Y ONTOLOGÍA……………………................... 154
CONCLUSIONES............................................................................... 171
BIBLIOGRAFÍA.................................................................................. 178
5
INTRODUCCIÓN
Ellos [Russell y Johnson] suponen una antítesis fundamental entre sujeto y predicado; suponen que si una proposición consiste de dos términos copulados, los dos términos deben estar funcionando en formas diferentes, uno como sujeto, el otro como predicado. F.P. Ramsey, “Universals”.
Es obvio que las fórmulas del tipo F(x) resultan absolutamente
fundamentales en la notación de la lógica de predicados. Su presencia en el
cálculo es indispensable, sea a través de expresiones en las que la variable
se halla ligada a un cuantificador, como xFx o xFx, sea a través de
expresiones en las que se presenta libre, o simplemente a través de
expresiones en las que su lugar es ocupado por constantes, como Fa.
Respecto de lo que representan, en principio no hay margen para la duda: la
letra F representa a una expresión predicativa, que consiste en, al menos, un
verbo en modo indicativo, en tanto que la variable (o la constante) representa
a una expresión nominal, cuya función es hacer referencia a algo. La fórmula
completa representa, pues, el tipo de proposición más simple que podemos
formar, en la que de un término, el sujeto, se predica algo.
Ahora bien, ¿qué significa ser sujeto, en contraste con ser predicado?
Frege explicaba la diferencia con base en una cierta oposición entre
expresiones completas e incompletas. El sujeto, al que llama “objeto”, sería
completo o saturado, mientras el predicado o función, incompleto o
6
insaturado: “no todas las partes de un pensamiento pueden ser completas; al
menos una debe ser ‘insaturada’ o predicativa; de otro modo, no
ensamblarían”1. Pero hay quienes se preguntan, como F.P. Ramsey2, en qué
sentido uno de los componentes de la proposición sería efectivamente más
“completo” que el otro, por cuanto ninguno es por sí mismo el todo.
Volveremos en un momento sobre esto.
El campeón del carácter canónico de la notación de la lógica de
predicados, W.V. Quine, piensa que la distinción se explica en términos de
accesibilidad a posiciones ocupadas por variables cuantificables. A este
respecto, sentencia que “cuando esquematizamos una oración en la forma
predicativa ‘Fa’ o ‘a es un F’, nuestro reconocimiento de una parte ‘a’ y una
parte ‘F’ depende estrictamente de nuestro uso de variables de
cuantificación; la parte ‘a’ representa una parte de la oración que está donde
podría estar una variable cuantificable y la ‘F’ representa el resto”3. Así, en
una oración como “Einstein es sabio”, será “Einstein” la parte a ser sustituida
por la variable (o la constante), y por tanto el sujeto, en tanto “es sabio”, el
predicado.
1 Frege, G., “Sobre concepto y objeto” en G. Frege, Escritos de semántica y filosofía de la
lógica, Madrid, Tecnos, 1997. (Citado por Alfonso García Suárez, Modos de significar, Madrid, Tecnos, 1997, pág. 117) 2 Cfr. Ramsey, F.P., “Universals” en F. P. Ramsey, The Foundations of Mathematics and
other essays, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1931. Cfr. también P.F. Strawson, Individuals, Londres, Methuen, 1959, págs. 160-163, y Alfonso García Suárez, ob. cit, págs. 115-116 3 Quine, W.V., “Existencia y Cuantificación” en W.V. Quine, La relatividad ontológica y otros
ensayos, Madrid, Tecnos, 1974, pág. 126
7
Al margen de otras objeciones menos generales, hay quienes
argumentan que ambos criterios adolecen de una insuficiencia sustancial,
por cuanto, en el fondo, parecen apelar a diferencias puramente
gramaticales4. Se señala que la metafórica oposición completud/incompletud
bien podría interpretarse como sugiriendo que el predicado (o función) sería
“incompleto” sencillamente porque, al llevar consigo el verbo, sólo podría
completarse de una única manera, a saber, con la formación de una
proposición. Resultaría entonces natural considerar “completo” al sujeto (o al
objeto designado por éste), pues al consistir en una expresión nominal,
puede completarse de cualquier manera (su aparición podría ser parte, por
ejemplo, de meras listas de términos). Por su parte, el origen gramatical de la
propuesta quineana quedaría en evidencia al preguntarnos cuáles
expresiones del lenguaje natural serían equivalentes a los cuantificadores y
variables ligadas. Limitándonos al cuantificador existencial, tendríamos a
este respecto: “hay algo (alguien) que…” y “no hay nada (nadie) que…”. Por
cuanto estas expresiones terminan en un pronombre relativo desprovisto de
la respectiva cláusula subordinada, constituyen simples expresiones
nominales de cara a la formación de la oración completa. En cuanto a las
letras predicativas, ya sabemos que corresponden a expresiones verbales,
como “…se llama Einstein”, “…es sabio”, etc. La diferencia, de nuevo, se
establecería entre una expresión que lleva consigo el verbo y otra de tipo
nominal.
4 Cfr. P. F. Strawson, ob. cit., págs. 142-158.
8
De ser plausibles estas interpretaciones, ¿no despiertan la sospecha
de que las definiciones de Frege y Quine realmente no nos hacen avanzar
mucho desde la definición meramente operativa de la notación, es decir, la
indicación del tipo de expresión representado por las letras “F” y “a”? Habría,
por supuesto, un problema mucho más serio. Si cuando se afirma que una
proposición consta de dos elementos, en realidad se pretende diferenciar
uno del otro atendiendo a cuál de ellos lleva consigo el vínculo proposicional,
el verbo, ¿cómo se nos va a convencer de que la dualidad sujeto-predicado
posee importancia sustantiva en lógica y filosofía? Exactamente éste, y no
otro, es el fundamento del escepticismo de autores como Ramsey, quien al
efecto afirma: “recordemos que la tarea de la que nos ocupamos no es
meramente de gramática inglesa; no somos niños de escuela analizando
oraciones en sujeto, extensión del sujeto, complemento y demás”5.
No sería completamente injusto objetar que el tratamiento brindado
hasta ahora a la distinción fregeana resulta, cuando menos, parcial e
insuficiente. No hemos explotado la metáfora de la completud en toda su
extensión, ni pretendido hacerlo. Pero si aceptamos al menos que la idea de
dividir la proposición en dos componentes distintos, y de formular tal
asimetría en términos de “completud” y de “incompletud”, tiene que ver con
que sólo uno de ellos lleva consigo el vínculo proposicional, hay buenas
razones para dudar de que la distinción sea relevante. Primero, porque nada
obliga a asociar el vínculo proposicional con un componente específico de la
5 Ramsey, F.P., ob.cit, págs. 116-117 (citado en P.F. Strawson, ob.cit., pág. 160.)
9
oración, sea gramatical o funcional. Se ha mostrado con éxito cómo sería
posible que aquél fuera indicado por un recurso distinto tanto al sujeto como
al predicado, o tanto a la expresión referencial como a la expresión
predicativa6. Segundo, porque como el mismo Frege advirtió, podemos
expresar una misma proposición, un mismo “contenido judicable”, con dos
oraciones diferentes, de tal suerte que si el criterio para distinguir un
componente del otro fuera la ubicación del vínculo asertórico, tendríamos
que admitir la fatal consecuencia de intercambiar las designaciones de sujeto
y predicado al pasar de una oración a otra. Se trata de la situación
ejemplificada por Ramsey con las oraciones “Sócrates es sabio” y “la
sabiduría es una característica de Sócrates”: en la primera oración,
“Sócrates” es la expresión completa, el sujeto; en la segunda, pasaría a ser
parte de la expresión incompleta, del predicado.
Con todo, ¿es realmente correcta la conclusión que Ramsey infiere de
estos hechos, en el sentido de que “no hay ninguna diferencia esencial entre
el sujeto de una proposición y su predicado”7? ¿No debería examinarse
primero si hemos formulado las preguntas correctas, y si hemos buscado las
respuestas en el lugar adecuado? Quizás de forma inadvertida, las
perspectivas anteriores confían demasiado en consideraciones
esencialmente lógico-lingüísticas. Y cuando en efecto apelan a
consideraciones de otro orden -ontológico, por ejemplo- éstas se hallan
6 Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., págs. 162-166. En el capítulo III, sección 1 de este trabajo
reseñamos brevemente el argumento en cuestión. 7 F.P. Ramsey, ob.cit, pág. 116.
10
ulteriormente subordinadas a las primeras. Como Ramsey hace notar con
justicia, da la impresión de que quienes parten de la pura dualidad lógica
para asociarle después las nociones de particular y universal, o
análogamente de objeto y concepto, o de término singular y término general,
pretendieran ilegítimamente “tomar por una característica de la realidad lo
que es meramente una característica del lenguaje”8.
De nuevo, puede pensarse que el error de fondo consiste en
preguntarse por el sentido de dos conceptos a todas luces básicos,
indispensables en la teoría de la proposición, sin atender realmente a sus
relaciones con el resto de la estructura conceptual que utilizamos en
nuestros intercambios cognoscitivos, y vitales en general, con el mundo.
Aunque si se trata en verdad de un error, es un error ampliamente difundido,
pues ¿quién ignora la siempre vigorosa popularidad de la idea de que el
cálculo lógico es absolutamente independiente de la manera en que
concebimos la realidad a efectos del conocimiento?
Ideas semejantes revelan, no hay duda, un fuerte talante aislacionista,
heredado seguramente de aquel desprestigiado proyecto general de reducir
conceptos complejos a su mayor simplicidad. Hemos de reconocer, no
obstante, que la creencia de que el análisis filosófico busca aislar un sentido
ulteriormente unívoco de los conceptos que trata, un sentido que guarda
poca o ninguna relación con el sentido de los conceptos de otras áreas,
8 F.P. Ramsey, ob. cit. en A. García Suárez, ob.cit., pág. 116.
11
anima el trabajo de muchos, entre quienes se cuentan algunos de los
representantes de la ortodoxia actual.
Sin embargo, el muy razonable aborrecimiento del Wittgenstein tardío
a la univocidad semántica, en beneficio de la idea de que el significado de los
conceptos se comprende atendiendo a las situaciones en que se emplean,
así como a los espacios lógicos a los cuales pertenecen, por fortuna no ha
sido completamente ignorado. El pensamiento de Sir Peter Frederick
Strawson así lo atestigua con singular claridad.
Strawson piensa que la explicación filosófica de un concepto no
consiste en algo distinto a describir sus usos, sus funciones en la experiencia
vital humana. Piensa además que la idea de análisis como exposición de las
condiciones necesarias y suficientes de la aplicación de un concepto es
mucho menos fecunda que el esfuerzo por poner de relieve las conexiones
de un concepto con otros con los que se halla naturalmente vinculado, las
relaciones de implicación y exclusión que efectivamente se establecen en los
espacios lógicos que ocupan los conceptos.
Aplicada a la pregunta acerca de qué implica ser una expresión usada
para hacer referencia, en contraste con ser una expresión predicativa, es
decir, qué implica ser sujeto por una parte, y ser predicado por la otra, esta
idea pareciera prometer resultados interesantes. Porque sobre semejante
base Strawson podrá insistir en la insuficiencia de todo estudio de esta
dualidad, incuestionablemente fundamental en la estructura de nuestro
discurso acerca de la realidad, que ignore las conexiones lógicas que la
12
relacionan, de facto, con ciertos conceptos indispensables en nuestra
posibilidad de pensar y conocer el mundo. Podrá insistir en que sujeto y
predicado son conceptos cuyo lugar en el estudio de las formas de la
proposición está firmemente asegurado, por cuanto desempeñan una función
clave en la comunicabilidad de la experiencia: transmitir al plano discursivo la
necesaria dualidad entre el caso particular y la clasificación general que está
a la base de la experiencia.
En este trabajo recorreremos, pues, el tratamiento de Strawson a la
pregunta por el sentido de los conceptos de referencia y predicación, o al
menos parte de tal tratamiento. A partir de lo dicho hasta ahora, lo mínimo
que puede esperarse de ese procedimiento son unas definiciones tales que
justifiquen de manera suficiente la importancia lógica y filosófica de la
dualidad en cuestión; unas definiciones que pongan de relieve sus
tradicionalmente defendidas relaciones con la dualidad ontológica
individuo/propiedad, así como con la dualidad epistemológica objeto de
percepción/concepto.
Digamos ahora algo sobre la manera en que se organiza la
investigación. Comenzamos en una clave baja, reflexionando en el capítulo I
sobre las prescripciones metodológicas que Strawson expone especial,
aunque no exclusivamente, en Análisis y Metafísica. Las primeras dos
secciones podrían considerarse una suerte de retrato, ni de lejos detallado,
de los representantes pasados y presentes del espíritu “reduccionista” en la
Filosofía Analítica. En la tercera sección, titulada “Análisis y conexión”,
13
confrontamos especialmente el problema de encontrar un sentido definido
para la metáfora strawsoniana que representa a la filosofía como la
“gramática del pensamiento”. En la sección final, “Análisis y conceptos
básicos”, observamos por qué comprometerse con un análisis funcional no
implica renunciar a la idea de lo conceptualmente último, pero sí implica
admitir el carácter polisémico de las nociones que integran nuestro equipo
conceptual básico.
El objetivo inicial que nos animó a ensamblar lo que hoy constituye el
capítulo II era entender en la práctica en qué consistía el modelo
strawsoniano de análisis filosófico, considerando al efecto un caso
evidentemente notable: la pregunta por cuáles son los recursos conceptuales
fundamentales mediante los que concebimos la realidad, la pregunta por
cuáles son nuestros conceptos ontológicos básicos. En un análisis que
involucra rastrear las conexiones de la ontología con la epistemología y la
lógica, y que evoca a cada paso la doctrina kantiana de la experiencia,
Strawson concluye que los particulares son las entidades principales de
nuestra ontología, porque son los principales sujetos de nuestras
predicaciones, los principales objetos de referencia de nuestras oraciones.
Fue al llegar a este resultado cuando comenzamos a percatarnos, realmente,
de que la teoría del ser y la teoría del conocimiento en verdad informan la
comprensión strawsoniana sobre los conceptos de sujeto y predicado, y que
por lo tanto tener conciencia clara de la ontología y la epistemología de
Strawson sería cuando menos útil, si no indispensable, para entender su
14
posición en torno a nuestro problema. Esto justifica el interés de las
consideraciones desarrolladas en la primera parte del capítulo, titulada
“Ontología y Epistemología”. En la segunda parte, “Tres dualidades básicas”,
regresamos a la idea de que la filosofía articula la “teoría” subyacente a
nuestra práctica conceptual, la “gramática de nuestro pensamiento”,
proponiendo interpretarla a la luz de la recién descubierta unidad profunda de
la epistemología, la lógica y la ontología. Así, proponemos que por cuanto la
distinción entre lo particular y lo general resulta absolutamente necesaria
tanto para la experiencia como para el discurso, al menos parte de la teoría
implícita en nuestro uso de conceptos, si realmente existe tal cosa, consiste
en enfatizar el carácter protagónico de semejante dualidad.
Como era de esperarse, el capítulo III, “Referencia y predicación”, es
el alma del trabajo. Allí ponderamos con Strawson tres perspectivas distintas
para definir nuestra dualidad lógico-lingüística: una que atiende a diferentes
estilos de introducción de términos en la proposición, a diferencias
mayormente gramaticales; otra en la que se subrayan más bien las
diferencias entre tipos de términos introducidos en la proposición, es decir,
asimetrías ontológicas; y una tercera, que constituye una suerte de síntesis
entre las dos primeras. Esta última evoca la propuesta fregeana de explicar
las diferencias en cuestión a través de la dualidad completud/incompletud,
aunque parece conferirle a la metáfora un sentido mucho más profundo,
basado tanto en consideraciones lógico-semánticas como ontológicas. En
contraste con la incompletud de las expresiones que introducen universales,
15
Strawson señala que las expresiones que introducen particulares, que hacen
referencia a ellos, poseerían cierta completud, pues presuponen
proposiciones empíricas. Así, estas últimas constituirían los principales
sujetos lógicos.
Sin embargo, Strawson se da cuenta de que semejante completud
descansa ulteriormente en proposiciones que presentan hechos empíricos
con el solo recurso a ciertos tipos de universales. De esto infiere que la
posibilidad de un discurso con particulares, como el que en efecto tenemos,
descansa en un nivel donde operamos solamente con clasificaciones
generales, en un nivel donde la noción de particular no desempeña ninguna
función. Sobre esta base ofrece razones para cuestionar la primacía absoluta
de nuestra cotidiana ontología sustancial, que gravita en torno a particulares
y sus propiedades. Discutimos estos temas en las dos últimas secciones del
capítulo III. Son las más densas del trabajo, aunque al final compensan con
creces el esfuerzo, pues actualizan ideas muy importantes cuya centralidad
pareciéramos olvidar a veces.
Las protestas de Strawson contra el nominalismo no son infrecuentes.
Justamente por los resultados recién indicados, tampoco parecen
infundadas. Pues si bien comparte con Quine la idea de que existe una
identidad entre ser objeto de referencia, ser sujeto de predicación, y ser
aquello cuya existencia se reconoce, ser una entidad, se resiste a admitir que
los únicos miembros legítimos de nuestra ontología sean los particulares. En
16
el capítulo IV examinamos el realismo strawsoniano y reflexionamos acerca
de sus posibles implicaciones.
El trabajo forma una unidad coherente, cuyas partes, estrechamente
interrelacionadas, fueron presentadas en una secuencia tal que cada una
condujera naturalmente a la otra. Más que un mérito nuestro, es del propio
Strawson, porque en su tratamiento de los temas estudiados aquí siempre
termina manifestándose, en grados variables de explicitud, su convicción de
que el análisis de un concepto supone entender sus conexiones con otros
con los que se halla relacionado. Esto no impide que reconozcamos la
importancia claramente decisiva del capítulo III. Ahora bien, aunque ciertas
secciones de los demás capítulos pudieran parecer demasiado familiares
para algunos, debemos advertir que en medio de recordatorios casi triviales
acechan discusiones que no pueden despacharse tan fácilmente. Así ocurre,
por ejemplo, en el capítulo I, donde tras ilustrar con ciertos casos bien
conocidos en qué consiste el estilo reductivo de análisis filosófico, nos asalta
sorpresivamente la inquietud por la posibilidad de un análisis filosófico
“sistemático”, posibilidad en la que Strawson insiste en diversos lugares.
Aunque confrontamos consistentemente ese asunto a lo largo del trabajo,
aún ahora carecemos de una respuesta definitiva, de manera que las
sugerencias del lector atento serán muy valoradas. Situaciones parecidas
ocurren en los demás capítulos, donde indicaciones familiares son seguidas
intempestivamente por preguntas que nos siguen pareciendo acuciantes.
17
Estas observaciones no son sino una manera de anhelar en voz alta
que quienes han de juzgar este trabajo me honren con una crítica rigurosa y
sin concesiones. Así se expresa, quién lo duda, el más grande halago que
puede concedérsele a un investigador, o a un aspirante a serlo. Confío en
que su bien entrenado ojo crítico no dejará rincón alguno por escudriñar.
Asumiendo plenamente este trabajo como lo que en efecto es, un ejercicio
formativo, sabré agradecer de la manera más viva todas las correcciones y
observaciones, tanto de forma como de fondo. Anticipo la primera: una prosa
con tendencias inflacionarias. Sobre esta deficiencia tuve noticia tras releer
los primeros dos capítulos, y traté, con éxito variable, de corregirla al escribir
las partes restantes, e incluso al revisar las primeras. Sigo con esta otra: una
innecesaria minuciosidad, originada no tanto por pretensiones de
exhaustividad como por mi falta de madurez para discernir lo sustantivo de lo
accesorio. De nuevo, estaré ansioso por recibir sus recomendaciones sobre
éstos y otros asuntos.
Terminemos. No quiero privarme de compartir mi satisfacción tras
pasar estos meses, casi un año, aprendiendo a pensar correctamente de la
mano del profesor Strawson y el profesor Heymann. La pasión docente del
primero, reseñada por él mismo y por otros en varios lugares9, seguramente
explica el estilo singularmente didáctico de muchos de sus escritos, un estilo
9 Cfr. a este respecto Strawson, P.F., 1998, “Intellectual Autobiography” en L.E. Hahn (ed.) ,
The Philosophy of P.F. Strawson, Chicago, Open Court Publishing Company, 1998, págs. 3-21. También cfr. los obituarios con ocasión de su fallecimiento en febrero de 2006, como el siguiente, disponible en la red: http://www.timesonline.co.uk/article/0,,60-2040505,00.html
18
que pareciera haber sido premeditado para decirnos a nosotros, sus
estudiantes de ayer y hoy, algo así como “síganme y aprendamos juntos
cómo se trabaja en filosofía”. No hay duda de que, aparte de mí mismo,
infinidad de estudiantes agradecieron y agradecen su influencia decisiva en
su formación. La pasión docente del segundo y su influencia decisiva en la
formación de muchos de quienes pertenecemos a esta comunidad es historia
conocida. Sin embargo, entre sus enseñanzas hay una en particular que a
todos, me parece, nos conviene tener siempre presente. Se trata de su
énfasis en que nuestro trabajo como investigadores consiste en hacer un
seguimiento cuidadoso de los argumentos, en explorar la obra de un autor
sin prejuicios, sin esquemas preconcebidos que más bien deforman su
pensamiento, en entablar con él un diálogo minucioso y pausado. Sé que,
aparte de mí mismo, hay muchos otros que agradecieron y agradecen este
llamado heymanniano a la rigurosidad, entre quienes se cuentan valiosos
profesores de nuestro pequeño entorno filosófico, que por fortuna multiplican
esta y otras importantes enseñanzas suyas.
19
CAPÍTULO I
STRAWSON Y EL ANÁLISIS FILOSÓFICO
Preguntémonos qué es la explicación de significado de una palabra, pues lo que esto explique será su significado. Ludwig Wittgenstein Cuaderno Azul
“P.F. Strawson: (…) uno de los más destacados e influyentes
‘miembros’ del llamado ‘grupo de Oxford’, es decir, de los cultivadores de la
titulada ‘filosofía del lenguaje corriente’” 10. Así comienza el artículo que una
popular obra de referencia en filosofía le dedica a Sir Peter. Como quiera que
nuestro primer paso en la investigación es entender la concepción del
ejercicio filosófico que anima la obra strawsoniana, nos asimos de inmediato
a esta clasificación historiográfica. Para avanzar más, no obstante,
aprovecharemos las muy oportunas indicaciones a este respecto que el
mismo Strawson hace explícitas en varios escritos. No hay duda de que
Análisis y Metafísica11 destaca por el propósito manifiesto de asumir, y
mostrar, una posición en este tema. Aquí, por tanto, se concentrará nuestra
atención en lo sucesivo. Pero en Análisis… su respuesta no se desarrolla
meramente bajo la forma de una exposición acerca del método; no es, por
así decirlo, una respuesta exclusivamente teórica. Como veremos, una parte
10
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Barcelona, Editorial Ariel, 2001, tomo IV, pág. 3382. 11
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992 (Traducción castellana: Análisis y Metafísica, Barcelona, Paidós, 1997.)
20
esencial del trabajo en la obra en cuestión consiste, para usar una frase
cotidiana, en “enseñar haciendo”: la exposición del método desarrollada en
términos más o menos abstractos durante los primeros capítulos va
adquiriendo una forma más definida a medida que se ilustra su
funcionamiento con el estudio de temas filosóficos particulares, en un terreno
que va desde una respuesta, o esbozo de respuesta, a la pregunta por
cuáles son los tipos básicos de entidades hasta un examen del concepto de
libre albedrío, pasando por problemas centrales en epistemología y filosofía
del lenguaje, como son los conceptos de verdad y significado. Por esto
nuestro estudio en el presente capítulo se extenderá a dichos casos
particulares.
I.1. Análisis y reducción
Partiendo de la clasificación historiográfica del comienzo, admitiremos
que Strawson es un “filósofo analítico”. Si nos preguntamos qué hemos de
entender por “filósofo analítico”, o por “filosofía analítica”, la respuesta
sugerida de forma inmediata por los términos sería “análisis conceptual”12.
Aunque en apariencia escueta, nos ofrece material para trabajar: podemos
evaluar su plausibilidad preguntándonos, junto a Strawson, qué está
implicado en las palabras “análisis” y “conceptual”.
Comencemos por el calificativo “conceptual”. Y aquí tendríamos que
aclarar por qué el nombre “filosofía analítica” sugeriría, si en realidad lo hace,
12
Ibíd., pág. 2.
21
la idea de que su objeto de estudio son los conceptos. Como muestra el
recurso a los usos del concepto de “análisis” en distintas áreas del
conocimiento humano, a éste no es de ninguna forma intrínseco el que su
objeto sean los conceptos: por nombrar sólo un ejemplo, considérese el
análisis químico, cuyo objeto de estudio son las sustancias químicas. La
asociación debe provenir, entonces, de lo que está implicado en el concepto
de “filosofía”. Y, en efecto, la afirmación de que la filosofía se ocupa de
conceptos reverbera en los oídos de algunos de nosotros desde que
tomamos nuestro primer curso en la universidad. Pero no parece estar claro
que el carácter conceptual de la filosofía sea universalmente reconocido. O
mejor: aún cuando sea en principio reconocido, hay razones para sospechar
que en el trabajo de algunos filósofos, entre los que, se dice, pudieran
incluirse algunos de los más ilustres, la conciencia inicial de la naturaleza
conceptual de su empresa pareciera diluirse, de tal suerte que el resultado
final revela, entre otros rasgos, un desvanecimiento más o menos notable de
la frontera entre la investigación propiamente filosófica y la empírica, sea ésta
psicológica, fisiológica, física, lingüística, etc. Si nos guiamos por los
intérpretes y críticos de esos filósofos, seguramente la lista no sería corta.
Pero, para evitar alejarnos demasiado del objetivo central, quizás basten
para ilustrar el punto las denuncias de nuestro propio autor contra las
desviaciones, o al menos la insuficiente firmeza para mantenerse
inequívocamente dentro de los límites de lo conceptual, que distorsionarían
el trabajo de, entre otros, Immanuel Kant y G.E. Moore.
22
En relación con Kant (a quien Strawson profesa, en general, una
profunda admiración, no menor a un frontal e incisivo repudio a ciertas partes
específicas de su obra13), el meollo de la crítica aparece expuesto en el
siguiente pasaje de Los Límites del Sentido, obra en la que Strawson
examina la Crítica de la Razón Pura:
La manera de trabajar del mecanismo perceptivo humano, la manera según la cual nuestra experiencia depende causalmente de tal trabajo, son temas que pertenecen a la investigación empírica y científica, no a la filosófica. Kant era muy consciente de esto; sabía muy bien que dicha investigación empírica tenía un cariz muy distinto de la que él se proponía: estudiar la estructura fundamental de las ideas en aquellos términos en los que únicamente podemos hacer inteligible para nosotros mismos la idea de la experiencia del mundo. No obstante, y a pesar de darse cuenta de ello, concibió esta última investigación en forma de una estrecha analogía con la primera. Allí donde encontrara características generales limitantes o necesarias, manifestaría que su origen estaba en nuestra propia constitución cognitiva; esta teoría, además, la consideró indispensable en cuanto explicación de la posibilidad de conocer la estructura necesaria de la experiencia. No hay duda, no obstante, de que esa teoría es incoherente y que enmascara, en vez de explicar, el carácter real de su investigación.
14
Se ha argumentado contra esta manera de interpretar el recurso
kantiano a la llamada “Psicología Trascendental”, y parece que la justicia de
la acusación de Strawson es dudosa; por lo menos, queda como un asunto
abierto. Pero se trata sólo de mostrar lo que, a los ojos de nuestro autor,
sería un conspicuo ejemplo de que el discurso filosófico no siempre se
desarrolla, en la práctica, como un estudio exclusivamente conceptual
(quizás sin que el autor esté consciente de la desviación).
La confusión de lo conceptual con lo empírico en Moore es mucho
más evidente. Podríamos estar tentados a decir que es tan evidente que el
13
Cfr. P.F. Strawson, “Intellectual autobiography” en Lewis E. Hahn (ed), The Philosophy of P.F. Strawson, Chicago, Open Court Publishing Company, 1998, págs. 20-21 14
P.F. Strawson, Los límites del sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1975, págs. 14-15. Las cursivas son mías.
23
hecho de que haya pasado desapercibida para una respetada personalidad
de la filosofía analítica (cuyo estilo “absolutamente claro” merece un especial
comentario por parte de Strawson15) casi podría parecer más alarmante que
la confusión misma. En efecto, al ofrecer su comprensión general de la
filosofía en su obra Some Main Problems in Philosophy16, Moore afirma: “me
parece que lo más importante e interesante que los filósofos han tratado de
hacer no es sino esto: dar una descripción de la totalidad del Universo,
mencionando todas las clases de cosas más importantes que sabemos que
hay en él, considerando cuan probable sea que haya en él clases
importantes de cosas cuya existencia ignoramos y considerando también las
maneras más importantes en las cuales estas variadas clases de cosas se
relacionan entre sí”17. La tarea de ofrecer tal descripción correspondería al
departamento llamado “Metafísica”, nombre que bien podría considerarse
equivalente a “Ontología”.18
Hay varias cosas que señalar aquí. Algunas de ellas las
desarrollaremos más adelante, cuando exploremos justamente la
comprensión de Strawson acerca de la ontología. Por ahora limitémonos a
registrar el hecho de que, a primera vista, con esta manera de hablar de
Moore parece que él y nosotros estaríamos en dificultades para separar el
discurso específicamente filosófico del de cualquier ciencia empírica. Peor
15
Cfr. P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 29. 16
Citada por Strawson. Cfr.: Ibídem. 17
Ibídem. 18
Ibíd., pág. 30
24
aún: parece que se nos invita a hacer el mismo trabajo que éstas, que
cuentan con herramientas refinadas y especializadas, pero con instrumentos
singularmente toscos. No obstante, en esencia parece que esta curiosa
concepción de la filosofía, y en particular de la ontología, es compatible con
la comprensión “correcta”, a saber: que nos ocupamos, no directamente de
las cosas del mundo, sino de los conceptos altamente generales a través de
los cuales podemos pensarlas y conocerlas. Esto se debe a que, señala
Strawson, “es completamente inconcebible que estos conceptos tengan este
empleo penetrante o universal a no ser que diéramos por sentado que
existen en el mundo cosas a las cuales se aplican dichos conceptos”19.
En todo caso, el objetivo principal de nuestro rápido tránsito por el
pensamiento de Moore y Kant ha consistido en ilustrar, con el recurso a
casos concretos, que no es una trivialidad, una perogrullada, la afirmación
del carácter conceptual de la filosofía. No es, entonces, de ninguna manera
escasa la importancia que debe merecer en nuestra atención el recordatorio
de Strawson de que “al hablar acerca de nuestra estructura conceptual, la
estructura de nuestro pensamiento acerca del mundo, en lugar de, por así
decir, directamente acerca del mundo, poseemos una comprensión más
firme de nuestro propio procedimiento filosófico”20.
Volvamos a la pregunta acerca de qué hemos de entender por
“análisis conceptual”. Al efecto, concentrémonos en las implicaciones del
19
Ibíd., pág. 33 20
Ibídem.
25
término “análisis” por sí solo, acudiendo a la definición lexicográfica como
punto de partida. Según el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, la
primera acepción de análisis es “distinción y separación de las partes de un
todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos”21. Esta acepción
coincide con el uso que se hace del término en la mayoría de las disciplinas
especializadas: en áreas del conocimiento que van desde la química y la
física hasta la lingüística se habla de análisis en este sentido22. Si
proyectáramos esta comprensión al análisis filosófico, diríamos que el filósofo
perseguiría descomponer ideas o conceptos complejos en ideas o conceptos
simples: “el objetivo sería tener una comprensión clara de significados
complejos reduciéndolos, sin residuo, a significados simples”23.
En la historia de la filosofía este impulso en pos de los principios
últimos, absolutamente simples, a partir de los cuales se articula la estructura
conceptual humana, se ha manifestado en diversas formas y con variables
grados de fidelidad al impulso reduccionista24. Parece que Strawson, al
menos en Análisis y Metafísica, considera a Russell y su atomismo lógico
como el principal interlocutor entre los que profesaron las formas “extremas”
de análisis reductivo (posiblemente tenga que ver, en parte, con cierto interés
en mostrar el contraste de su propia propuesta con el empirismo británico en
21
Diccionario de la Lengua Española, Madrid, Real Academia Española, 2001, pág. 145. 22
Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., pág. 17. 23
Ibíd., págs.16-17. 24
Cfr. Ibíd., págs. 18-20, 71-76
26
sus distintas manifestaciones25). De todas maneras, con su caracterización
del reduccionismo logicista queda clara la inclusión de los positivistas lógicos,
pues para los filósofos reduccionistas en general, señala Strawson, se trata
de considerar que “todas las nociones que constituyen la estructura general
de nuestro pensamiento, además de los elementos admitidos como básicos,
son (…) ‘construcciones lógicas’ a partir de esos elementos básicos; es decir,
todas las otras nociones, si son efectivamente admisibles, pudieran en
principio ser definidas en términos de los elementos básicos y de aquellas
relaciones de las que tales elementos fueran intrínsecamente susceptibles”26.
Los “elementos básicos” en cuestión son los datos subjetivos provenientes
de la experiencia sensible.
Un examen minucioso acerca del origen, características y fracasos
del empirismo lógico seguramente no carece de interés, pero su relevancia
en este contexto particular es escasa27. Sólo con el propósito de ilustrar,
siquiera con una imagen aérea, la manifestación posiblemente más radical
de análisis filosófico guiada por el paradigma de la reducción a lo elemental,
tengamos presente el precepto básico del “Círculo” de que los linderos del
discurso significativo estarían estrictamente acotados por dos tipos de
enunciados, definidos de la siguiente forma: los enunciados analíticos, que
comprenden los de la lógica y la matemática, y que “sólo determinan algo
25
Cfr. Ibíd., capítulo 6. 26
Ibíd., pág. 72 27
He estudiado en mayor detalle este tema en el artículo “Sobre la distinción entre el lenguaje teórico y el lenguaje observacional en el positivismo lógico”, UCV, 2007.
27
acerca de la manera como queremos hablar acerca de los objetos”28, pero no
se refieren directamente a ellos, y los enunciados sintéticos, fuente de todo
conocimiento del mundo empírico e indefectiblemente conectados, directa o
indirectamente, con la experiencia sensible. Esta última afirmación es
esencial, porque una parte, al menos, del trabajo de los empiristas lógicos
consistió en explicar en qué consistiría, y cómo sería posible, un “criterio
empirista de significado”: la idea era probar que la condición suficiente de la
atribución de sentido a cualquier concepto, excepto los de la lógica y la
matemática, descansaba en la posibilidad de reducirlo, ulteriormente, a una
proposición conectada sin mediaciones con la base empírica29. Obviamente,
la idea de ausencia de mediaciones implicaba creer en la existencia de un
lenguaje puramente observacional. Sin embargo, esto es imposible, como
demuestra, entre otros, Karl Popper30: no hay tal cosa como un grupo
privilegiado de enunciados, del que dependería la atribución de sentido al
resto de los enunciados del lenguaje, que pudiera formularse con el exclusivo
recurso a la experiencia, o cuyo sentido se reduzca a los datos sensibles.
Porque lo que pasaron por alto los empiristas lógicos es la “trascendencia
inherente a cualquier descripción”, es decir, el hecho de que toda
presentación de las percepciones en formato lingüístico requiere una carga
teórica que, de suyo, es diversa respecto de la experiencia que organiza:
28
Hans Hahn, 1933, “Lógica, Lenguaje y Conocimiento de la Naturaleza” en A.J. Ayer, El positivismo lógico, México, Fondo de Cultura Económica, 1965, pág. 159 29
Cfr. Rudolf Carnap, “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje” en A.J. Ayer, ob. cit., págs. 66-88 30
Cfr. Karl Popper, The logic of scientific discovery, New York, Basic Books, 1959
28
“toda descripción usa nombres universales (o símbolos o ideas); todo
enunciado tiene el carácter de una teoría, de una hipótesis. El enunciado
‘aquí hay un vaso de agua’ no puede verificarse mediante experiencia
observacional alguna. La razón consiste en que el universal que aparece en
ella no puede correlacionarse con una experiencia perceptiva específica”31.
Más adelante volveremos con Strawson sobre este asunto, en el contexto de
una discusión diferente.
Strawson observa que el impulso reduccionista en filosofía ha tratado
de imponerse por otros caminos. Uno de ellos, que algunos filósofos
continúan recorriendo con mayor o menor fidelidad, es el que Strawson llama
“externalismo” o “fisicalismo desenfrenado”32. Hay una notable semejanza
formal entre el externalismo y la postura opuesta, el internalismo, del cual el
atomismo lógico sería una forma extrema: en esencia se trata, también, de
reducir ciertas nociones a otras, consideradas elementales. Sólo que la
reducción se desarrolla desde los conceptos en dirección no a los datos
sensibles, sino a los cuerpos físicos ubicados en el espacio; los cuerpos
físicos, entonces, serían los elementos, los principios básicos en términos de
los cuales explicar todo lo demás. Strawson se concentra en dos de las
áreas en las que los defensores de este fisicalismo reduccionista han creído
conquistar sus mayores éxitos, para ofrecer razones contra tal entusiasmo.
Primeramente, se incurre en un error al creer, como hacen los fisicalistas
31
Ibíd., págs. 93-94 32
Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., págs. 74-77
29
extremos, que por cuanto los cuerpos ubicados en el espacio parecen exhibir
un comportamiento perfectamente definible, la solución a las dificultades
para precisar el concepto de experiencia sensible consistiría en reducir la
explicación a las propiedades de sus objetos, es decir, a los cuerpos
materiales:
Supóngase que estamos examinando, observando, una escena física rica y compleja; contemplando, quizás, una extensión de la campiña. Nótese luego que la experiencia perceptiva de observar, de abarcar la escena, no es menos rica y compleja que la escena física misma como la vemos. Tratar de efectuar una reducción externalista de la experiencia perceptiva no sólo es intrínsecamente absurdo; es contraproducente, porque golpea en el terreno mismo en que el externalismo es atractivo: es decir, la naturaleza satisfactoria y definidamente observable de la escena pública y física. Así, una receta útil para corregir dudas acerca de lo interno es no mirar adentro sino mirar afuera. La descripción plena y rica del mundo físico como es percibido produce casualmente, y a la vez, una descripción plena y rica de la experiencia subjetiva de quien percibe.
33
Otro asunto en el que el fisicalismo está en aprietos tiene que ver con
la articulación de una teoría del significado, y en particular con la explicación
de la tradicional distinción entre enunciados analíticos y enunciados
sintéticos (o necesarios y contingentes). A Strawson le parece una
consecuencia inaceptable que cualquier teoría semántica digna de tal
nombre pretenda erradicar la dualidad en cuestión (o, considerarla un
“dogma”, como diría Quine); una dualidad que es, a su manera de ver,
intrínseca a nuestra capacidad de comprensión lingüística: “como usuarios
del lenguaje, sabemos suficientemente bien lo que queremos expresar con
aquello que decimos y dicen los otros, como para reconocer algunas
inconsistencias y consecuencias, necesidades e imposibilidades, que son
33
Ibíd., págs. 75-76
30
atribuibles solamente a los significados, el sentido, de nuestras palabras”34.
Para el filósofo del lenguaje que estudia este asunto desde la perspectiva
externalista, nociones como las de significado y sentido son peligrosamente
sospechosas, en contraste con el carácter perfectamente observable de, por
ejemplo, ejemplares de oraciones o patrones de aceptación o rechazo de
expresiones lingüísticas. Las primeras son execradas por su tinte
“mentalista”35. Sin embargo, Strawson piensa que “por esa misma razón,
también reconoceremos -a menos que estemos bajo el hechizo del
externalismo- que estos términos son inadecuados para explicar nuestra
propia comprensión del lenguaje (…) Si estas nociones [significado y sentido]
están en verdad ‘infectadas’ con mentalismo -y es plausible el decir que lo
están- entonces una cierta medida de mentalismo es tan inevitable en la
teoría del significado como lo es en la teoría de la percepción”36.
I.2. Reduccionismo ontológico y reduccionismo semántico
Hemos visto dos formas extremas de reduccionismo filosófico, dos
intentos de aplicar, de la manera más consecuente, esa idea de reducción
tan íntimamente asociada al concepto de análisis. Podemos decir que son
propuestas reductivas altamente generales, en el sentido de que serían
susceptibles de aplicación a la totalidad, o a buena parte, de los conceptos
sobre los que reflexiona el discurso filosófico. Así, por ejemplo, en el caso del
34
Ibíd., pág. 77. 35
Cfr. Ibíd., págs. 76-77 36
Ibíd., pág. 77.
31
empirismo lógico, parece que se pretendió haber encontrado una manera, no
de explicar, sino de hacer desaparecer del dominio del discurso significativo,
al menos algunos de los conceptos de los que se ocupa la filosofía (¿no es
esto lo que sugiere Carnap en “La superación de la metafísica mediante el
análisis lógico del lenguaje”37?). Pero cierto ánimo reduccionista sobrevive en
programas menos generales, o podríamos decir también locales, en el
sentido de que proponen, no un método de aplicación más o menos universal
al quehacer filosófico, sino maneras de examinar conceptos o problemas
específicos. Por cierto, uno de estos programas apunta también a la teoría
del significado, o a un problema central en ella. El otro se ocupa, podemos
decir evocando el título del ensayo de W. V. Quine, de reflexionar “acerca de
lo que hay”. Entre ambos se distingue, además, una curiosa coincidencia: el
papel protagónico que ocupa la lógica formal. Sería conveniente no olvidar
esta observación a lo largo de los párrafos inmediatamente siguientes.
Comencemos por el segundo, el llamado “criterio de compromiso
ontológico”, propuesto por Quine para aclarar cuál es la ontología implícita en
nuestro discurso. La celebérrima frase “ser es ser el valor de una variable” 38,
que se nos ofrece como una indicación de en qué consiste el criterio, poco o
nada nos dice si no tenemos presente el trasfondo general en el que se sitúa
Quine. De esto último encontramos un generoso indicio en el título mismo del
libro en que se desarrolla el criterio: Desde un punto de vista lógico. En
37
Cfr. Rudolf Carnap, ob. cit., en A.J. Ayer, ob. cit., págs. 66-88 38
W,V. Quine, “Acerca de lo que hay” en W.V. Quine, Desde un punto de vista lógico, Traducción de Manuel Sacristán. Barcelona, Paidós, 2002.
32
efecto, una de las tareas que asume Quine es la regimentación del lenguaje
natural mediante la lógica de predicados de primer orden, en la cual, como
sabemos, los conceptos básicos involucrados son los de cuantificación,
composición veritativo-funcional, predicación e identidad. Estos conceptos, o
mejor, las formas proposicionales que con ellos pueden obtenerse, se
representan simbólicamente mediante una notación (cuantificadores,
conectivas, variables individuales y letras predicativas, signo de identidad,
paréntesis, etc.), que es llamada por Quine “notación canónica”. ¿Por qué se
le califica así? Porque esta notación “revela o encarna un marco claro y
absolutamente general que es adecuado para todo nuestro pensamiento
proposicional, cualquiera que sea su contenido”39. Pues bien, la
regimentación consiste en la paráfrasis de las oraciones del lenguaje natural
mediante la notación canónica. Así se lograría una comprensión más clara
de nuestro esquema conceptual, en especial el esquema conceptual sobre el
que se construyen las teorías científicas40. ¿Y la conexión de esto con el
criterio de compromiso ontológico? Puede comenzar a apreciarse si
renunciamos al impacto lapidario de la primera formulación, y nos
concentramos en esta otra: “nuestra ontología comprende sólo las cosas que
las variables de cuantificación deben recorrer, o tomar como valores, si
39
P.F. Strawson, ob. cit, pág. 41. 40
Cfr. Liza Skidelski, “Análisis filosófico: Strawson entre Wittgenstein y Quine”, en Revista Dianoia, volumen XLVIII, número 51, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México, noviembre 2003, pág. 48
33
nuestras creencias han de ser verdaderas”41. Recordemos, entonces, que se
había propuesto que la condición necesaria para alcanzar una mejor
comprensión de nuestro esquema conceptual consistía en la paráfrasis de
las oraciones que expresan nuestras creencias sobre la realidad en términos
de la notación canónica. Y, por su parte, una consecuencia evidente de este
procedimiento es la obtención de expresiones en las que se alude a los
objetos de referencia mediante variables bajo el control de un cuantificador.
Así, para una oración del tipo ”algunos reyes son europeos”, obtendríamos la
siguiente expresión: x(Rx Ex)42. Por otro lado, para una oración en la que
se hace una referencia individualizadora, como “El rey de Francia es sabio”43,
su paráfrasis en notación canónica también es muy sencilla: x[y(Ry x =
y) Sx]44, donde la referencia a sólo un individuo queda garantizada por el
uso del signo de identidad.
El sentido de la frase “ser es ser el valor de una variable” se vuelve
más claro: estamos comprometidos con la existencia de aquellas entidades o
clases de entidades comprendidas bajo el dominio de las variables
cuantificadas, porque, de no ser así, nuestras oraciones acerca del mundo
41
P.F. Strawson, ob. cit., pág. 42 42
Donde las letras “R” y “E” representan, respectivamente, los predicados “ser rey” y “ser europeo”. 43
Como se recordará, este es un ejemplo de Strawson (a partir de cierto ejemplo de Russell) al servicio de una discusión diferente, el problema del carácter significativo de aquellas oraciones que carecen de denotación. Al respecto, Strawson argumenta, contra Russell, que el significado de una oración no puede reducirse a su interpretación veritativo-funcional, es decir, a consideraciones meramente formales. Posiblemente este asunto no sea, después de todo, absolutamente ajeno a nuestra investigación. Cfr. P.F. Strawson, 1950, “Sobre el referir”; G. McCulloch, The Game of the Name, New York, Oxford, 2003, págs. 84-95 44
Donde las letras “R” y “S” representan, respectivamente, los predicados “ser rey de Francia” y “ser sabio”
34
no podrían ser verdaderas. Esta idea es intrínseca al concepto mismo de
función proposicional: para que una función “Fx” sea susceptible de tomar
“verdadero” como valor, la condición necesaria es que exista al menos un
individuo que cumpla la propiedad señalada; de lo contrario, como se
acostumbra decir, la función no se saturaría, quedaría “hueca” -F( ), donde el
espacio entre los paréntesis quedaría vacío- y, simplemente, no podría
siquiera ser candidata a verdad45.
Si reflexionamos sobre lo dicho hasta ahora, notaremos que la
aplicación del criterio, exactamente en estos términos, no parece ser de
verdadera utilidad, porque no incorpora un principio de selección entre las
infinitas clases de cosas que las variables de cuantificación pueden tomar
como valores. Podemos emitir una oración del tipo “el sol es una estrella”, de
fácil paráfrasis en notación canónica: x[y (Sy x = y) Ex], la cual sería
verdadera sólo si nos comprometemos con la existencia de los elementos del
rango de x, es decir, sólo si asumimos que existe el sol. Pero también
podemos emitir una oración del tipo “la nada nadifica” (frase de Heidegger en
su artículo “¿Qué es metafísica?”, y que constituye, a los ojos de Carnap en
“La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje”, una
“pseudoproposición”46), expresable en notación canónica con la misma
45
O, ni siquiera, a tomar valor veritativo alguno, ni verdadero ni falso. Esto es lo que parece indicar Frege, Cfr. Gottlob Frege, “Sobre el sentido y la referencia”, y después enfatizar Strawson en “Sobre el referir”. 46
Rudolf Carnap, ob. cit.
35
facilidad: x[y(Ny x = y) Mx]47, y que sería verdadera sólo si nos
comprometemos con la existencia de la nada. El problema que este ejemplo
pone de relieve no consiste en que, al estilo del empirismo lógico, el
comprometerse con la existencia de la nada sea de suyo inaceptable, sino
que si el único criterio que regula la entrada de cosas a nuestra ontología es
la necesidad de garantizar la verdad de las oraciones en que tales cosas son
sujetos gramaticales, nuestra ontología terminaría admitiendo todo aquello a
lo que podemos referirnos mediante sustantivos o frases nominales y cuya
existencia es necesaria para que las oraciones en que aparezcan sean
verdaderas o, al menos, candidatas a serlo.
El problema desaparecería si el criterio inicial se aplicara en
conjunción con otro criterio que limitara, de alguna manera, la extensión de
nuestros compromisos ontológicos; un principio de “economía ontológica”.
Para Quine, entonces, el problema ahora es que “restrinjamos nuestra
ontología al mínimo que sería teóricamente suficiente para la expresión de
nuestras creencias, aún si el precio en conveniencia práctica por respetar tal
restricción fuera inaceptablemente alto”48. Su implementación se apoya en un
tercer criterio, el de la utilización de un vocabulario suficientemente preciso
desde un punto de vista científico. En realidad, podríamos fundir estos dos
preceptos en uno solo, al que llamaríamos “criterio de admisibilidad
ontológica”, el resultado de cuya aplicación se nos ofrece con otra frase
47
Donde “N” representa el predicado “ser nada” y “M” la propiedad “nadificar” 48
P.F. Strawson, ibíd., pág. 45
36
célebre: “no hay entidad sin identidad”49. Lo que se propone es no incluir en
nuestra ontología a aquellas entidades que carecen de principios claros de
identidad, entre las cuales estarían las entidades intensionales, como
propiedades, relaciones, acontecimientos, etc.50. Llegaríamos, pues, a la
conclusión de que nuestra ontología se reduce a los particulares espacio-
temporales, principales objetos de referencia y poseedores, aparentemente,
de un criterio claro de identidad (aunque el que esto último sea así no resulta
completamente claro; en su ensayo “Entidad e identidad”51, Strawson ofrece
razones para albergar tal escepticismo).
¿Podemos afirmar que nos encontramos aquí ante una forma de
análisis reductivo? Presentábamos antes al atomismo lógico de Russell y al
empirismo lógico del Círculo de Viena como paradigmas de la reducción
conceptual. Al hacerlo, apuntamos que el objetivo básico de la reducción era
revelar cómo la fuente última de sentido de todos nuestros conceptos residía
en los datos sensibles. La tesis de Quine difiere, obviamente, en ese alcance
universal: su área de influencia se limita a los conceptos de tipos de
entidades. Difiere también en el objetivo de la reducción: no se plantea el
descomponer conceptos complejos en sus elementos básicos, los datos
sensibles, garantes de la correspondencia de los primeros con el mundo, ni
execrar a todos aquellos en los que esta descomposición sea imposible.
49
Liza Skidelski, ob. cit, pág. 20 50
Cfr. W.V. Quine, 1990, “Comment on Strawson” en Robert Barrett y Roger Gibson, Perspectives on Quine, Oxford, 1990, págs. 319-320 (citado en Liza Skidelski, ibídem) 51
P.F. Strawson, 1976, “Entity and Identity” en Entity and Identity and Other Essays, New York, Oxford, 1997, págs. 21-51.
37
Pero Strawson piensa que hay una cierta “semejanza formal”, pues en la
propuesta de Quine “ciertos tipos de entidades parecerían ser fundamentales
en la estructura de nuestro pensamiento porque la necesidad de referirse a
ellos sobreviviría a la presión de la paráfrasis crítica. Otros desaparecerían
bajo esta presión. Hemos de explicarlos, en realidad explicarlos hasta
hacerlos desaparecer, mostrando que podemos prescindir de ellos, y cómo
podemos hacerlo”52.
Hay otro asunto en la propuesta de Quine que podría sugerir, acaso
oblicuamente, una impulso que merecería ser calificado de reductivo. Tiene
que ver con el recurso exclusivo al discurso científico (en particular, el de la
física), pero, sobre todo, con la premisa inicial de que con el aparato de la
lógica formal se puede reproducir exhaustivamente, y con mayor claridad, el
funcionamiento del lenguaje natural. Nos hallamos aquí a las puertas de un
desacuerdo profundo, sustancial, entre Strawson y Quine (la denominación
“filósofo del lenguaje ordinario” que, como veíamos al principio, acompaña
generalmente al nombre de Strawson, insinúa de qué se trata). Pero de esto
nos ocuparemos más adelante. Lo hemos mencionado porque otra
manifestación local del espíritu reductivo en el análisis filosófico comparte
esta idea de que el recurso más o menos exclusivo a la lógica formal es el
camino a seguir. Se trata de ciertas corrientes en la filosofía del lenguaje
52
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 46. Sin embargo, es importante admitir que nuestras referencias a Quine provienen de la interpretación de Strawson y que, por consiguiente, dejan abierta la cuestión sobre la justicia de esta imagen.
38
para las que los problemas relativos a la teoría del significado, y en particular
a la comprensión lingüística, pueden y deben resolverse así.
Como recuerda Strawson, es un asunto comúnmente aceptado el que
en la comprensión de una oración está involucrado un conocimiento de sus
condiciones de verdad: “entender una oración es saber qué pensamiento
expresa, y saber esto es saber qué estaríamos creyendo si asumiéramos que
ese pensamiento es verdadero”53 Teniendo presente esta idea, veamos una
manera de explicar, por medio de recursos lógicos, cómo poseemos la
capacidad de comprender un número potencialmente infinito de oraciones.
Pártase del supuesto razonable de que el hablante entiende, al menos
implícitamente, el concepto de condiciones de verdad de una oración
atómica, de lo que hace que una oración en la que un concepto se aplica a
un caso particular sea verdadera o falsa. A partir de este caso básico, la
semántica formal (Tarsky) permitiría explicar, mediante algunas reglas
recursivas, cómo las condiciones de verdad de un número ilimitado de
oraciones dependen de las condiciones de verdad de la oración atómica. Si
se asume el supuesto, además, de que existen plenas equivalencias entre
todas los tipos de oraciones semánticamente significativas del lenguaje
natural y las fórmulas disponibles en lógica, y se supone, por último, que el
hablante posee un dominio tácito de dichas equivalencias, se habría
alcanzado una teoría exhaustiva de la comprensión lingüística.54
53
Ibíd., pág. 99. 54
Cfr. Ibíd., págs. 99-100
39
Sin embargo, no está claro que el supuesto de las plenas
equivalencias entre las oraciones del lenguaje natural y las expresiones
obtenidas por paráfrasis en notación canónica sea plausible. Esta idea se
enfrenta con dificultades sustantivas, piensa Strawson. Entre otros, un
ejemplo decisivo lo proporcionarían las oraciones de acciones y eventos,
como “Ana vio a Luis en la universidad” o “Blanca se va de viaje mañana”.
Tenemos aquí ejemplos de oraciones que entendemos perfectamente bien.
Parte de esta comprensión involucra saber, al menos de manera tácita, que
de la oración “Ana vio a Luis en la universidad” puede inferirse de forma
válida que “Ana vio a Luis”, así como de “Blanca se va de viaje mañana”
podemos concluir simplemente que “Blanca se va de viaje”, es decir,
podemos deducir de las oraciones originales otras en las que se prescinde
de las referencias espaciales y/o temporales. El problema reside en que, en
principio, la lógica formal no respaldaría estas inferencias, aun cuando
sabemos de antemano que son válidas, porque son parte de lo implicado en
nuestra comprensión de las oraciones en cuestión. Para resolver el problema
se ha propuesto una paráfrasis en notación canónica tal que se cuantifique
sobre eventos. Así, la oración “Ana vio a Luis en la universidad” se
transforma en “Hubo un evento que fue un ver por parte de Ana a Luis y que
ocurrió en la universidad”, mientras que “Blanca se va de viaje mañana”
quedaría como “Hay un evento que es un viaje por parte de Blanca y que es
mañana”55. A partir de estas oraciones las inferencias de las otras oraciones,
55
En notación canónica, tendríamos, en el primer caso, x(Vx,a,l Ux) y en el segundo,
40
en las que se prescinde de las indicaciones espacio-temporales, se pueden
verificar con la correspondiente prueba formal de validez.56.
Si bien el problema técnico es corregido, hay razones para pensar que
una maniobra de esta naturaleza es poco realista y, sobre todo, innecesaria.
Primeramente, implica suponer que el hablante del lenguaje natural tiene un
dominio, al menos implícito, de nociones lógicas complejas como la lógica de
predicados. Pero no sólo esto. En la medida en que se cuantifica sobre
eventos, hay que introducir nominalizaciones derivadas de los verbos de
acción -en lugar de “Ana vio a Luis”, diríamos “hubo un ver por parte de Ana
a Luis”. Ahora, si se espera que las oraciones del segundo tipo expliquen
nuestra comprensión de las del primer tipo, parece extraño el que, no
obstante, provengan de ellas, Y, sobre todo, parece una operación
innecesaria, porque espacio y tiempo son dos rasgos básicos de nuestra
manera de concebir el mundo: asumimos que las cosas ocurren en un
tiempo y en un lugar, y no, por así decir, en un limbo atemporal. Entonces, la
comprensión de los tipos de oraciones que hemos venido considerando, al
igual que de la posibilidad de aquellas inferencias aparentemente
problemáticas, podría explicarse atribuyendo al hablante el dominio implícito
de la función que poseen las frases adverbiales de tiempo y lugar en la
construcción semántica total, que no es otra sino la de especificar dos datos
x(Vx ,b Mx) 56
Cfr. Ibíd., págs. 99-103
41
intrínsecos a cualquier acontecimiento del mundo57. A quien se mostrara
poco satisfecho por la sencillez de la solución propuesta, Strawson le
respondería que “la idea de que necesitamos más, y en particular de que
necesitamos una solución en los términos considerados, comienza a parecer
un síntoma de un empeño carente de razón por forzar todos (o la mayor
parte posible) de los principios de combinación de la semántica estructural,
para que entren el marco de la lógica estándar”58.
Algunas sugerencias específicas para articular una alternativa a la
semántica formal aplicada al lenguaje natural forman parte de otra obra de
Strawson, Sujeto y Predicado en Lógica y Gramática59. Por ahora sólo nos
interesa retener, digamos, el espíritu general de la propuesta.
Encontraremos que el mismo está impregnado de la sospecha, o el rechazo,
a una creencia muy frecuente en algunas corrientes de la filosofía analítica:
la creencia no sólo de que la lógica, gracias a su independencia de todo
contenido, es algo así como una llave maestra que abre puertas en los más
diversos edificios filosóficos, sino especialmente de que con la sola
excepción de esa llave maestra, esos edificios no tienen nada en común, no
se relacionan entre sí. Porque, como se sugirió hace un momento, para
Strawson hay algo extraño en el propósito de analizar nuestra capacidad
ilimitada de comprensión lingüística de espaldas al contenido de ese
57
Para estudiar con detalle la propuesta de Davidson recién considerada, la crítica completa de Strawson y otras dificultades de la semántica formal, cfr. Strawson, ob. cit, págs. 100-106. 58
Ibíd., pág. 104. 59
P.F. Strawson, Subject and Predicate in Logic and Grammar, London, Methuen, 1974.
42
discurso; un contenido que, necesariamente, ha de estar informado,
modelado, por la estructura conceptual que subyace a nuestro pensamiento
y conocimiento del mundo y, en esta medida, también al discurso, a la
expresión de ese pensar y conocer: “Al reflexionar (…) sobre los rasgos
básicos de la situación del hombre en el mundo -lo cual es, en el fondo, lo
mismo que reflexionar sobre los rasgos básicos de su (nuestro) esquema
conceptual- es posible que nos percatemos fácilmente del hecho de que las
categorías básicas en términos de las cuales piensa acerca de su mundo
tendrán un cierto carácter, el cual se reflejará en los tipos básicos de
elementos semánticos que figurarán en su discurso y en los tipos básicos de
combinación semánticamente significativa de lo que serán susceptibles” 60.
Aparte de su utilidad en relación con el problema particular de la
comprensión lingüística, estas palabras iluminan un horizonte mucho más
amplio. Podemos encontrar aquí una pista para responder a la pregunta
“¿qué entiende Strawson por ‘análisis conceptual’?”. Porque, con este
ejemplo, ¿no nos acaba de sugerir que la explicación filosófica de un
concepto involucra investigar, de alguna forma a aclarar, sus posibles
interrelaciones con otros conceptos fundamentales de nuestro esquema de
ideas?
60
Ibíd., pág. 107.
43
I.3. Análisis y conexión
Las críticas de Strawson a las anteriores propuestas sugieren
fuertemente que su comprensión del análisis filosófico privilegia una actitud
anti-reduccionista. En su “Autobiografía Intelectual”61, un ensayo que posee
singular atractivo no sólo por el valor intrínseco de la mirada retrospectiva,
sino por la franqueza y la lucidez con las que Strawson decanta los
resultados de su trabajo, encontramos una indicación explícita sobre este
asunto. Veamos.
Señala Strawson que la actitud general entre los filósofos del siglo XX
frente al legado de sus antepasados es notablemente distinta al optimismo, o
la vanidad, que animaban a estos últimos a comenzar sus propias reflexiones
desdeñando el camino abierto por sus predecesores, a fin de inaugurar uno
propio, nuevo, con la convicción de estar sentando las bases definitivas,
inexpugnables, sobre las que, tomando las palabras de Kant, se lograría que
la filosofía “tome el camino seguro de la ciencia”. Actualmente habría mayor
modestia, se dice, para reconocer los méritos de quienes recorrieron antes
estos terrenos y tratar de aprovechar al máximo sus enseñanzas. Pero esta
apropiación constituye además un ejercicio crítico: se admite el valor de las
respuestas de nuestros ascendientes y se aprecia la genialidad del esfuerzo,
pero también se separa lo que merece ser retenido, de lo estéril o lo
61
Cfr. P.F. Strawson, “Intellectual Autobiography” en L.E. Hahn, ob. cit, págs. 3-21.
44
abiertamente equivocado62. (El trabajo del mismo Strawson, por cierto, es
ejemplo vivo de esto)
Wittgenstein es una de las grandes figuras que, según reconoce
Strawson, ha tenido la mayor influencia en su pensamiento. Al respecto,
señala:
Comparto hondamente el criterio [de Wittgenstein] de que nuestro trabajo esencial, si no el único, es obtener una visión clara de nuestros conceptos y su lugar en nuestras vidas. Esa depuración de la imagen, liberándola de las ilusiones seductoras de cuya fascinación él mismo estaba vívidamente consciente, fue promovida por Wittgenstein en su trabajo tardío más que por ningún otro. Sin embargo, al mismo tiempo, la fuerza misma de su resistencia a los mitos y ficciones de la teoría parece haber conducido, a mi manera de ver, a una cierta pérdida de equilibrio (…) Los conceptos y categorías más generales del esquema conceptual humano en efecto forman, en sus interconexiones e interdependencias, una estructura articulada que es posible describir sin falsificación; y la desconfianza de Wittgenstein en el teorizar sistemático en general parece guiarlo a descartar esta posibilidad
63.
En esta caracterización del trabajo filosófico destacan al menos dos
aspectos en los que debemos detenernos. El primero tiene que ver con la
afirmación de que el objetivo de la filosofía es “obtener una visión clara de
nuestros conceptos y su lugar en nuestras vidas”. Esta formulación, el hablar
del “lugar” de los conceptos, ¿no indica claramente que de lo que se trata es
de entender para qué sirven, o qué función tienen, los conceptos que están
presentes en los distintos planos de la experiencia vital de cada uno de
nosotros, seres capaces de acción en, y percepción de, un mundo espacio-
temporal? Tendríamos, entonces, la indicación de que el análisis conceptual
que es propio de la filosofía es un análisis funcional. El segundo aspecto
consiste en la idea de que este análisis funcional produce alguna forma de
62
Cfr. P.F. Strawson, “Intellectual Autobiography” en L.E. Hahn, ob. cit, pág. 20. 63
Ibídem.
45
“teoría”. Como Strawson admite, esta posibilidad está expuesta a sospecha,
cuando no a abierto rechazo. De algunas razones que avalan tal
desconfianza nos ocuparemos más adelante. Por ahora, limitémonos a
preguntarle a Strawson qué significa la afirmación de que el análisis filosófico
es una “teoría” que “describe una estructura articulada”.
Una primera aproximación, un primer intento para llenar de contenido
la idea altamente general de análisis funcional, se presenta bajo la forma de
una analogía. A pesar de su natural vaguedad, irónicamente las metáforas
no resultan ajenas a la escuela analítica a la hora de explicar en qué consiste
la filosofía. Gilbert Ryle hablaba de “trazar la geografía conceptual” o de
“elaborar mapas conceptuales”64. Wittgenstein, veremos en un momento, se
refiere al filósofo como “el terapeuta que cura la enfermedad de la
confusión”65. Quine, por su parte, ilustra su tesis acerca de la continuidad
entre la filosofía y la ciencia diciendo: “veo a la filosofía y a la ciencia en un
mismo bote; un bote que, volviendo a la figura de Neurath como a menudo
hago, sólo podemos reconstruir en el mar mientras flotamos en él”66.
Strawson, por su parte, nos propone concebir la filosofía en analogía con la
gramática de un lenguaje natural.
Todo aquel que domina un lenguaje domina también su gramática.
Pero obviamente no tiene que ser, y pocas veces en efecto es, un dominio
explícito: la mayoría de nosotros maneja su lengua nativa con absoluto grado
64
Cfr. Ibíd., pág 65
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, § 255, en Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 38. 66
W.V. Quine, “Natural Kinds” en Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 56.
46
de corrección gramatical, a pesar de que la aprendimos en la práctica y de
que nos costaría mucho, o simplemente no podríamos, formular
sistemáticamente las reglas que seguimos al hablar de forma correcta. Se
trata, como dice Ryle al servicio de una discusión diferente, de la diferencia
entre “saber hacer” y “saber que” (“know how” y “know that”) 67. El dominio de
una práctica no implica el dominio de la teoría subyacente a esa práctica: así,
por ejemplo, está claro que las personas pensaban lógicamente antes de que
Aristóteles formulara la primera teoría lógica de manera explícita; también es
evidente que la absoluta mayoría de quienes, desde entonces hasta nuestros
días, articulan un razonamiento, o son capaces de seguir los razonamientos
de otros, no desarrollan esta habilidad tras asistir a cursos de lógica (muchos
de ellos acaso jamás sepan en sus vidas que existe una disciplina que
estudia las formas correctas de razonar)68. También es fácil representarse el
caso propuesto por Ryle de un talentoso académico, quien tras haber
estudiado exhaustivamente la gramática de una lengua distinta a su lengua
nativa, no la hable tan bien como un niño de cinco años69. Este último, a su
vez, casi con toda seguridad no podría señalar las reglas gramaticales de las
que posee un dominio implícito al hablar correctamente. Y podríamos
extendernos un largo rato en la enumeración de otros tantos ejemplos, pero
confiamos en que el punto esté claro. Se trata de que en estos, y en otros
67
Cfr. Gilbert Ryle, “Saber hacer y saber que” en G. Ryle, El Concepto de lo Mental, Buenos Aires, Paidós. 68
Ibíd., pág. 29. 69
Ibíd., pág. 31.
47
casos similares, “hemos dominado una práctica, pero no podemos formular la
teoría de nuestra práctica. Conocemos las reglas porque las seguimos y, sin
embargo, no las conocemos, porque no podemos decir cuáles son. En
contraste con la facilidad y exactitud que se manifiestan en nuestro uso están
la vacilación y el desatino que caracterizan nuestros primeros intentos por
describir y explicar nuestro uso”70.
Strawson afirma que existe una semejanza formal entre la capacidad
para hablar una lengua y la capacidad para manejar ese núcleo de
conceptos que está presente en las distintas facetas de nuestra relación con
el mundo, ya que en ambos casos el manejo práctico no presupone el
manejo de la teoría correspondiente (Si quisiéramos ser muy precisos,
entonces deberíamos agregar, como sugirió uno de los ejemplos de Ryle,
que el dominio teórico tampoco presupone la habilidad práctica
correspondiente. Por cierto, así ocurre en filosofía, o al menos en el campo
en que convergen la filosofía y la ciencia: es posible que un filósofo de la
ciencia llegue a entender la “teoría” -si existe tal cosa- que subyace al uso de
nociones generales como causa, evento, hecho, demostración, prueba,
hipótesis, entre otras; que llegue a entender, además, cómo se usan en una
disciplina particular. Pero, sin duda, esto no lo convierte en un científico). El
trabajo del filósofo consistiría, pues, en formular lo que metafóricamente
Strawson llama la “gramática de nuestro pensamiento”: “así como el
gramático, y especialmente el gramático modélico moderno, trabaja para
70
Strawson, ob. cit, pág. 7.
48
elaborar una explicación sistemática del sistema de reglas que seguimos sin
ningún esfuerzo cuando hablamos gramaticalmente, el filósofo moderno
trabaja para producir una explicación sistemática de la estructura conceptual
general de la que nuestra práctica muestra que tenemos un dominio tácito e
inconsciente”71. Así, el trabajo del filósofo involucra sacar a la luz la “teoría”
de nuestra práctica conceptual.
Que nuestro dominio ordinario de esos conceptos, de esa estructura -si
existiera, en efecto, una “estructura” de conceptos, un sistema- es
meramente tácito se prueba teniendo presente que, si bien damos y
recibimos enseñanza explícita acerca de los significados de conceptos como
“identidad”, “conocimiento”, “significado”, “explicación” o “existencia”, la
misma es “estrictamente práctica en la intención y en el efecto. Su objetivo es
permitirnos entender y usar expresiones en la práctica. Presupone el dominio
anterior de una estructura conceptual preexistente y usa cualquier técnica a
mano para modificarla”72. Además, aun cuando es cierto que aprendemos a
dominar los conceptos de las disciplinas especializadas a través de
enseñanza teórica explícita, la posibilidad de que efectivamente tengan algún
sentido par nosotros descansa en otros conceptos, de gran generalidad, que
no aprendemos a manejar estudiando primero, por decirlo así, la teoría de su
uso:
Así como nosotros, en nuestras relaciones ordinarias con las cosas, hemos dominado una práctica pre-teórica sin tener necesariamente la capacidad de
71
Ibídem. 72
Ibíd., pág. 8.
49
formular los principios de esa práctica, así el científico especializado pudiera haber adquirido lo que llamaríamos una práctica teórica sin poder formular los principios de uso, dentro de esa práctica, de términos que no son peculiares a la misma, términos que tienen un uso más general. De esta forma, por ejemplo, un historiador podría ofrecer explicaciones históricas brillantes sin poder decir, en general, qué se considera una explicación histórica. Un científico natural podría ser fecundo en hipótesis brillantemente confirmadas, pero estar desorientado a la hora de dar una explicación general acerca de la confirmación de una hipótesis científica, o aún de la naturaleza general de las hipótesis científicas mismas
73.
Un aspecto de la mayor importancia insinuado por la metáfora
gramatical tiene que ver con el papel protagónico que desempeña la práctica
-la manera como efectivamente hablamos una lengua, o usamos los
conceptos- en la formulación de la explicación teórica. El gramático no
“inventa” nada. Su trabajo consiste en describir sistemáticamente lo que
ocurre en la práctica. En un sentido, no agrega ningún conocimiento nuevo,
ya que su estudio, si ha de tener algún valor, debe limitarse a reflejar
fielmente aquellos principios y reglas que los hablantes conocen de
antemano, como se evidencia por el hecho de que su práctica está guiada
por tales reglas y principios. Y, en efecto, el filósofo estaría en una situación
similar. Este es el sentido de la advertencia de Strawson de que “el filósofo
analítico -al menos como yo lo concibo- no promete una visión nueva y
reveladora”74. Apuntábamos hace poco que la preocupación básica de
Strawson, en comunión con la de Wittgenstein, es la de entender la función
de nuestros conceptos. ¿Y de qué otra manera podría entenderse esto sino
estudiando cómo los usamos? A este respecto, al comparar su concepción
con la de Wittgenstein, Strawson observa que “claramente, tienen mucho en
73
Ibíd., págs. 11-12 74
Ibíd., pág. 2.
50
común. Ambas dan gran peso al uso efectivo de los conceptos en las esferas
que son propiamente suyas -bien se trate de los conceptos comunes de la
vida cotidiana, bien de de los que atañen por su profesión a ingenieros,
fisiólogos, historiadores, contadores o matemáticos-. Ambas sugieren que la
verdad salvadora reside ahí, en la utilización real de los conceptos”75. El
filósofo, pues, describe nuestra práctica conceptual, examina cómo usamos
los conceptos acudiendo a los contextos en que tal empleo ocurre.
Hemos visto, entonces, que una primera respuesta a nuestra pregunta
sobre en qué consistiría una “teoría” de los conceptos que estudian los
filósofos, se nos ofrece estableciendo una comparación con el tipo de teoría
encarnado por la gramática de una lengua, la cual se caracteriza
principalmente por ser un tratado sistemático de la materia que trata. Según
esto, el análisis filosófico sería una descripción sistemática de ciertos
conceptos, de la función de ciertos conceptos. Se trata de una descripción
porque el objetivo es retratar la fisonomía de nuestra estructura conceptual.
Ahora, ¿en qué podría consistir el carácter “sistemático” de una descripción
tal? ¿Debe entenderse lo “sistemático” como sinónimo de “sistémico”? De
ser ese el caso, ¿no sería ésta una idea extraña? Porque, bueno, al
preguntarnos por la función de un concepto de nuestro esquema básico de
ideas -por ejemplo, el de libre albedrío, el de causalidad o el de verdad, por
nombrar aleatoriamente algunos- y proceder al análisis respectivo, es obvio
que nos ubicamos en un punto ocasional, contingente, que no tiene por qué
75
Ibíd., págs, 8-9
51
presuponer la existencia de un sistema, ni proponerse ofrecer una
explicación sistemática. Si, teniendo esto presente, observamos el espíritu y
los objetivos de las discusiones contemporáneas acerca de los temas que
indicábamos, y de posiblemente cualquier otro en filosofía, ¿no
concluiríamos que cuesta ver un propósito de sistematización? Así las cosas,
quizá debamos precisar algunos posibles sentidos de “sistema”, para luego
explorar cuál sería el que Strawson tendría en mente.
En su artículo “¿Puede y debe ser sistemática la filosofía analítica?”76,
Michael Dummett distingue dos sentidos en que el análisis filosófico podría
ser sistemático. Uno de ellos es el encarnado en los grandes sistemas
filosóficos, que ofrecen, o intentan ofrecer, una imagen total, o totalizante, de
nuestra forma de concebir y experimentar el mundo77. Es obvio que ni la obra
de Strawson, ni de la mayoría, por no decir la totalidad, de los filósofos
analíticos (o de los filósofos contemporáneos en general) pretende un
objetivo tan ambicioso (tan poco realista, estaríamos tentados a decir),
aunque tan familiar, no obstante, a muchos filósofos de otras épocas
(recuérdense las observaciones de Strawson hace unos instantes acerca de
cómo en el siglo XX hay un rechazo bastante extendido a aquella vieja manía
de los filósofos de comenzar “nuevos caminos”, enviando al basurero todo el
trabajo de los predecesores; caminos que deberían conducir a una imagen
76
Michael Dummett, 1990, “¿Puede y debe ser sistemática la filosofía analítica?” en La verdad y otros enigmas, México, FCE, págs. 334-356 (citado por Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 41) 77
Liza Skidelsy, ob. cit, pág. 41
52
totalmente nueva de nuestra estructura conceptual78) El otro sentido de
“sistematicidad” tiene que ver con la utilización de criterios aceptados de
forma general por la comunidad correspondiente, tanto en el desarrollo de la
investigación como en la valoración de los resultados79. Pero Strawson
tampoco está pensando en esto: no sólo porque, según se señala, rechaza
explícitamente esta comprensión80, sino porque es obvio que la práctica
filosófica no procede así; no hay “criterios aceptados de forma general” por la
comunidad filosófica al modo de cánones para evaluar el trabajo de sus
miembros.
Hay quien señala que la idea de sistema en Strawson tiene que ver
con la “obtención de principios generales que subyacen a la práctica
conceptual”81 . Este es un sentido polémico y bastante difuso, que nos será
útil retomar más adelante. Porque hay un sentido mucho más obvio que, a fin
de reforzar la sospecha inicial descartando otras posibles interpretaciones,
habíamos dejado de lado intencionalmente; un sentido sugerido por aquel
pasaje de la autobiografía intelectual de Strawson en que sitúa su propio
método en comunión parcial con el de Wittgenstein. En particular,
concentremos nuestra atención en estas líneas: “los conceptos y categorías
más generales del esquema conceptual humano en efecto forman, en sus
interconexiones e interdependencias, una estructura articulada que es
78
P.F. Strawson, “Intellectual Autobiography” en Hanh. L, ob. cit., pág. 20 79
Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 41. 80
P.F. Strawson, Skepticism and Naturalism: some varieties, London, Methuen, 1985, pág. 23, en Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 41, nota al pie. 81
Liza Skidelsky, ob. cit, pág. 42
53
posible describir sin falsificación”. ¿No está claro que se afirma que la
explicación es sistemática porque refleja, por así decir, el hecho de que lo
explicado, los conceptos, forman por sí mismos un sistema? Pues, a fin de
cuentas, ¿qué significa el término “sistema”? ¿No alude a la idea de una
“estructura articulada cuyos elementos se relacionan entre sí y son
mutuamente dependientes”?
Advertíamos al comienzo que para entender realmente la concepción
strawsoniana del análisis conceptual hay que prestar atención tanto a su
discurso metafilosófico (sobre qué es la filosofía) como a su discurso
propiamente filosófico (su examen de conceptos y problemas particulares).
En una frase, hay que estudiar, por así decir, tanto su teoría como su
práctica. De la primera, que naturalmente posee un carácter más o menos
abstracto, la formulación más precisa que se ofrece en Análisis y Metafísica
es la siguiente:
Abandonemos la noción de simplicidad perfecta de conceptos; abandonemos incluso la idea de que el análisis debe proceder siempre en la dirección de la mayor simplicidad. En lugar de ello, imaginemos el modelo de una elaborada red, de un sistema, de elementos conectados entre sí, de conceptos, un modelo en el que la función de cada elemento sólo puede entenderse apropiadamente desde el punto de vista filosófico captando sus relaciones con los demás, su lugar en el sistema. Todavía sería mejor sugerir la imagen de un conjunto de sistemas de este tipo formando todo él un dispositivo mayor
82.
Entonces, se afirma que el análisis filosófico es sistemático porque el
objeto del que se ocupa no consiste en una colección de elementos
inconexos, que pueden estudiarse de manera aislada. Ahora, ¿esto es todo
82
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 19 (el énfasis es mío)
54
lo que Strawson quiere decir al hablar del carácter sistemático de la filosofía?
¿En esto consiste su propuesta de que la filosofía puede y debe articular la
“teoría de nuestra práctica conceptual”, la teoría a la que, según ha insistido,
Wittgenstein opuso resistencia? ¿El término “explicación sistemática” debe
entenderse simplemente como sugiriendo que entre distintos conceptos hay
relaciones de dependencia e implicación a ser explicitadas? Tomando en
cuenta que Strawson escoge a Wittgenstein como su principal interlocutor en
esta cuestión, exploremos qué interpretación de este último le ha llevado a
esa postura, con la esperanza de que su comprensión de “teoría de la
práctica conceptual” o de “explicación sistemática” esté definida a partir de tal
interpretación.
El meollo de la polémica con Wittgenstein se podría resumir en una
frase de las Investigaciones Filosóficas: “el filósofo trata una pregunta como
si fuera una enfermedad”83. A los ojos de Strawson la idea detrás de este
lema constituye una fuerza determinante del pensamiento del Wittgenstein
tardío. Por eso afirma, respecto de su concepción de la filosofía, que puede
entenderse en analogía con un ejercicio terapéutico: para Strawson, el
nombre de Wittgenstein ocupa uno de los lados de una identidad en cuyo
otro extremo se ubica la idea de que la filosofía es únicamente una técnica
que cura trastornos intelectuales84. Una identidad estricta, sin matices: “La
función del filósofo analítico es, entonces, la de poner orden en nuestras
83
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, § 255 en P.F. Strawson, ob. cit, pág. 3 84
Cfr. P.F. Strawson, ob. cit, pág. 3.
55
cosas o la de ayudarnos a hacerlo; la de liberarnos de las confusiones
obsesivas, de los falsos modelos que dominan nuestro pensamiento, y
permitirnos ver con claridad lo que tenemos delante de nosotros mismos”85.
Más adelante agrega: “de acuerdo con esta concepción, el filósofo no explica
nada excepto, quizás, la fuente de nuestras confusiones, cómo surgen (…)
Entonces, el problema filosófico es resuelto de la única forma posible:
desapareciendo. Wittgenstein pregunta: ‘¿de dónde obtiene nuestra
investigación su importancia, puesto que parece que sólo destruye todo lo
interesante, es decir, todo lo que es grande e importante?’ Y responde: ‘lo
que estamos destruyendo no son sino castillos de naipes’”86.
En distintos momentos hemos enfatizado la notable afinidad entre
Strawson y Wittgenstein: ambos comparten, como ha señalado Strawson, la
idea de que el objetivo profundo del análisis filosófico es entender la función
de nuestros conceptos, a través del recurso a las maneras en que los
empleamos en la práctica. La divergencia pareciera estar relacionada, más
bien, con la manera de valorar y organizar los resultados obtenidos. Se dice,
aparentemente con razón, que es un asunto meramente de talante o
actitud87. En efecto, así lo sugiere Strawson cuando, al comparar la
formulación de su propuesta en términos de la metáfora gramatical con la de
Wittgenstein en términos de la metáfora terapéutica, señala: “es evidente que
el espíritu y los objetivos de las dos analogías son significativamente
85
Ibídem. 86
Ibíd., pág. 9 87
Cfr. Liza Skidelsky, ob. cit,, págs. 10-12
56
diferentes. En la analogía gramatical hay la sugerencia de un sistema, de
una estructura general subyacente a ser descubierta, incluso de explicación
(…) La analogía terapéutica, por otra parte, parece ser concebida en un
espíritu más negativo. No hemos de construir un sistema, sino ‘compilar
recordatorios’ para un propósito particular. Y ese propósito es el de
liberarnos de las confusiones y perplejidades en las que caemos cuando
nuestros conceptos vagan ociosos en la mente (…)”88
El que esta conclusión se base en la interpretación de Strawson
acerca de Wittgenstein invita a examinar la justicia de la imagen
strawsoniana (hay quienes dudan de que, en efecto, sea justa). Pero para
nuestro objetivo presente podemos asumirla así, pues hemos introducido la
alusión a Wittgenstein con el propósito de aclarar, por vía negativa, qué
entiende Strawson por “explicación sistemática”, al modo de una “gramática
del pensamiento”. Y, según se desprende de lo anterior, tiene en mente la
idea de una explicación que, de una forma todavía no indicada, unifica el
análisis de conceptos particulares. Una explicación que sustituiría el “espíritu
negativo” de quienes se rehúsan a ver en el estudio del sentido de nuestros
conceptos algo más que la disolución de una confusión, por un “espíritu
positivo o constructivo”, una teoría general de la estructura conceptual
mediante la que concebimos el mundo y nos relacionamos con él. A este
respecto, en el siguiente pasaje el mismo Strawson insinúa una definición de
su modelo por contraste con el de Wittgenstein:
88
P.F.Strawson, ob.cit, pág. 9.
57
De las dos analogías, podríamos considerar más atractivo el espíritu positivo y constructivo de la analogía gramatical. Así, ciertamente, lo considero yo. Sin embargo, podríamos pensar que, a este nivel por lo menos, la concepción negativa posee cierta ventaja, siquiera por la aparente modestia de la propuesta (…) Con respecto a las implicaciones o sugerencias positivas de la otra analogía, por otra parte, bien podría haber dudas. ¿Puede haber realmente una cosa tal como una teoría explicativa, o un conjunto de teorías conectadas, de nuestra práctica conceptual? ¿En qué términos, después de todo, debería ser formulada? (…) Quizás se nos invita a asumir una estructura, una posibilidad de teoría, donde en realidad no hay nada sino una colección de usos inconexos. Quizás la razón por la cual no podemos indicar fácilmente la teoría de nuestra práctica aquí es que no hay nada que indicar. Nada que hacer excepto señalar la práctica misma”
89.
¿Qué conclusión sugieren estos comentarios? Al menos la siguiente:
que cuando Strawson caracteriza su modelo como la formulación de la
“teoría de nuestra práctica conceptual”, o la “gramática de nuestro
pensamiento”, está contemplando y rechazando la idea muy familiar,
atribuida a Wittgenstein, según la cual las funciones que desempeñan los
conceptos pertenecientes a una cierta parcela del discurso y la experiencia
vital humana están esencialmente desvinculadas de las funciones de los
conceptos de otra parcela. Que debe estar proponiendo la existencia de
vasos comunicantes entre cada uno de estos contextos, los cuales el análisis
filosófico podría revelar.
Tras esbozar otros rasgos de su modelo, Strawson confronta
nuevamente el escepticismo “terapéutico” a la posibilidad de una teoría
sistemática en filosofía. Parece que apunta, con explícita claridad, en la
dirección que hemos sugerido arriba. Por la importancia que reviste aclarar
este asunto, reproducimos el pasaje en su totalidad:
89
Ibíd., págs. 9-10
58
Evidentemente, se puede esperar que los [seguidores extremos de la analogía de la terapia] vean con sospecha el proyecto de sacar a la luz una estructura conceptual subyacente. Porque el mensaje es: no busque nada subyacente. Observe los conceptos que le causan perplejidad al ser efectivamente usados en los variados quehaceres humanos (‘formas de vida’, en palabras de Wittgenstein) que le dan todo su carácter significativo. Obtenga una imagen clara de eso y será libre. No trate de encontrar una teoría general. Ese es el mensaje. Pero podría decirse: ¿no es esta doctrina, de una forma ligeramente paradójica, una doctrina acerca de lo que es básico desde el punto de vista filosófico, a saber, ‘formas de vida’? En efecto, Wittgenstein mismo dice: ‘lo que tiene que ser aceptado -lo dado- es, podríamos decir, formas de vida’ (Investigaciones Filosóficas, II. xi. 266). Y ahora estaríamos tentados a preguntar: ¿significa esto que no podemos decir nada acerca de las conexiones entre formas de vida? Sería difícil encontrar una buena razón para eso. Por tanto, dejemos de lado esta clase de escepticismo
90
Proponemos tener presentes estas ideas en lo sucesivo, a fin de
verificar si, a medida que bajamos desde estas alturas aéreas hasta el
terreno donde transcurre, por así decir, la cotidianidad filosófica,
Strawson logra darle un sentido claro a la propuesta de construir una
teoría general de nuestra estructura conceptual. De nuevo, un sentido no
sólo en este nivel metafilosófico en que nos ha mantenido hasta ahora,
sino en la práctica filosófica misma. Debemos examinar, entonces, si el
compendio de su pensamiento revela algo que pudiera siquiera
asemejarse a una teoría sistemática. Pero pospondremos
momentáneamente esta tarea para dar cabida a la consideración de
otros rasgos generales del modelo strawsoniano de análisis conectivo.
90
Ibíd., págs. 27-28
59
I.4. Análisis y conceptos básicos
Desde sus orígenes, es común definir la tarea filosófica como
“búsqueda de principios”. En la filosofía británica, o en ciertas vertientes muy
influyentes de ella, se acoge esta idea con una vehemencia especial. El
empirismo, tanto el clásico (Berkeley, Locke y Hume) como el lógico (Russell
y el positivismo lógico) proclama encontrar en los datos sensibles los
elementos básicos a partir de los cuales se constituye la estructura de ideas
con la que concebimos el mundo; los datos sensibles son, pues, básicos
desde el punto de vista conceptual. Todos los demás elementos de esa
estructura conceptual se derivan, de diferentes maneras (según la variante
empirista de que se trate) de tal fundamento último.91
Es obvio que Strawson no concibe el ejercicio filosófico en estos
términos. Su propuesta se formula en oposición a ese empirismo dogmático,
recalcitrante, ulteriormente reduccionista. Pero esto no implica una renuncia
a la idea de lo conceptualmente básico. Decíamos al comienzo que la
filosofía según Strawson consiste en análisis de conceptos. Y ahora
podemos agregar: análisis de conceptos básicos. ¿Cuáles son esos
conceptos básicos? ¿Cuál es el criterio para considerar un concepto como
“básico”? Las respuestas están insinuadas en la metáfora gramatical.
Subrayamos en su momento que la metáfora es plausible prima facie porque
respecto de algunos de los conceptos que manejamos sí es cierto que
91
Cfr. Ibíd., págs. 20, 71-72
60
tenemos un dominio meramente práctico (así como de la gramática de
nuestra lengua), en contraste con otros, como los de las disciplinas teóricas
especializadas, que aprendemos a utilizar tras un proceso de enseñanza
teórica explícita. Los primeros son los conceptos pre-teóricos, del discurso
ordinario. Entonces, tendrían que ser estos los conceptos de los que se
ocuparía la llamada “gramática del pensamiento”.
Pero, ¿por qué reclamar para los conceptos pre-teóricos la condición
de básicos, fundamentales, para nuestra estructura general de ideas? Pues
bien, su prioridad procede del hecho de que la posibilidad de emplear
efectivamente los conceptos teóricos, especializados, presupone la posesión
de los primeros, pero no viceversa. Aprendemos cuáles son las condiciones
de aplicación de los segundos mediante enseñanza explícita. Pero ésta “no
ocurre en un vacío intelectual. Deben establecerse conexiones con el equipo
conceptual que los estudiantes ya poseen. Nuestro dominio de los conceptos
de las disciplinas especializadas debe, de alguna forma, surgir a partir de los
materiales conceptuales que ya dominamos”92.
Según Strawson habría tres criterios para aislar los conceptos básicos
respecto de la infinidad de conceptos que empleamos en el discurso pre-
teórico. Aquellos se caracterizarían por ser altamente generales, no
descomponibles y no contingentes. Conceptos como “cuerpo”, “tiempo”,
“verdad”, “identidad”, “conocimiento”, ejemplifican de forma obvia qué debe
entenderse por la idea de generalidad de un concepto. El carácter no
92
Ibíd., pág. 21
61
descomponible, por su parte, no alude a simplicidad, sino a resistencia a una
definición reductiva. Por ejemplo, conceptos como “carro”, “guitarra”,
“concierto”, “nieve”, “piedra”, “calle”, “gato”, pueden ser definidos, sin
circularidad, en términos de otros conceptos más generales. Con el concepto
de cuerpo, o el de tiempo, o muchos otros conceptos básicos, la situación es
diferente: no pueden ser reducidos a otros conceptos sin que vuelvan a
aparecer en alguna parte de la operación, solapada o manifiestamente. 93
Un sentido fuerte del término “conceptos básicos” involucra
preguntarse si las ideas que consideramos pertenecientes a esa estructura
fundamental no serían más bien el reflejo de meros accidentes históricos,
culturales, fisiológicos; o si, por el contrario, constituyen “la estructura mínima
que podemos considerar inteligible como una estructura posible de la
experiencia”94, es decir, si son nociones sin las que el pensamiento,
conocimiento y discurso sobre el mundo serían imposibles. En este sentido,
nos interrogamos por la necesidad de los conceptos que consideramos
básicos. La filosofía de Kant representa un ejemplo, posiblemente el más
notable, de en qué consistiría preguntarse esto95. Pero el trabajo del mismo
Kant suscita serias dudas acerca de la viabilidad de probar con argumentos
que ciertas nociones, claramente prioritarias en nuestra manera de concebir
y experimentar el mundo, poseen en efecto un tal carácter necesario.
Insinuábamos al comienzo que el sostén de la necesidad atribuida por Kant a
93
Cfr. ibíd., págs. 22-24 94
Ibíd., pág. 26 95
Cfr. Ibídem.
62
ciertas nociones consiste en lo que, a los ojos de Strawson, no es sino una
fatal confusión de los planos conceptual y empírico. A este respecto, el
análisis de Strawson en Los límites del sentido alerta contra el recurso
kantiano a la configuración del equipo cognoscitivo humano para probar que
la experiencia sería imposible sin la convergencia de intuiciones espacio-
temporales y conceptos en los que éstas se subsuman96.
Por estas dificultades, Strawson propone ocuparse “de nuestra
estructura conceptual, como de facto existe, aunque no sea posible
demostrar la necesidad de esos elementos”97. El análisis filosófico se
ocuparía, pues, de los conceptos fundamentales que efectivamente
empleamos en nuestra interacción con el mundo; de describir el uso que
hacemos de ellos, “su función en nuestras vidas”. Esto no implica, advierte
Strawson, una renuncia a la pregunta acerca de cuáles, entre todos ellos,
son imprescindibles en la explicación de cómo acontecen nuestras
transacciones con el mundo98. Es importante no perder de vista esta
observación cuando examinemos la manera en que el método de Strawson
se desarrolla en la práctica, aplicado al análisis de conceptos particulares, ya
que podríamos apreciar un camino para, si no afirmar, al menos sugerir con
cierta fuerza el carácter necesario de algunas nociones de nuestro equipo
básico de ideas. En cualquier caso, la conclusión que debemos retener
96
Cfr. P.F. Strawson, “Espacio y Tiempo” en Los Límites del Sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1975, págs. 43-64 y P.F. Strawson, “Objetividad y Unidad” en ob.cit, págs. 64-104 97
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, New York, Oxford University Press, 1992, pág. 27 98
Cfr. Ibídem
63
consiste en que “si nos encontramos forzados a abandonar la concepción
más fuerte de la estructura fundamental -y no digo que debamos o queramos
hacerlo- podemos optar, sin sentirnos desalentados, por la menos fuerte”99.
Un ejemplo singularmente iluminador de en qué consistiría realizar un
análisis funcional de nuestros conceptos básicos, un examen cuyo objetivo
sería presentar una descripción de los usos que hacemos de ellos en la
práctica, sin la pretensión de probar a ultranza su necesidad, puede
encontrarse en el ensayo de Strawson titulado “Causalidad y Explicación”,
publicado en el libro Essays on Davidson: Actions and Events100 .
Strawson señala ahí que el escepticismo humeano acerca del
concepto de causalidad se origina al ignorar impúdicamente lo que no es
sino “un lugar común en filosofía”: el carácter plenamente disposicional de
nuestros conceptos de objetos sustanciales. Se trata, pues, de que a nuestro
dominio de dichos conceptos es inherente el conocimiento de las
posibilidades de acción y reacción de los objetos correspondientes:
Es posible, por supuesto, que observemos o nos enteremos de la acción o reacción de una cosa sin saber cuál entre un conjunto característico de circunstancias promotoras de acción o reacción operó en un caso particular, o sin saber los detalles de esas circunstancias (…) En todos estos casos se pide una explicación. Se trata de una petición para llenar los vacíos de nuestro conocimiento. Pero los vacíos, se está tentado a decir, son como espacios en blanco en un formulario ya preparado. Sabemos de antemano el campo de posibles respuestas, porque sabemos con qué clase de objeto estamos tratando. No se trata de que primero adquirimos los conceptos de tipos de objeto, y sólo entonces, y sólo por observaciones repetidas de conjunciones similares de eventos y circunstancias, llegamos a formar creencias acerca de qué clases de reacción pudieran esperarse bajo cuáles variedades de
99
Ibídem. 100
Vermazen y Hintikka (eds.), Essays on Davidson: Actions and Events, Oxford, 1985. Aquí citaremos la versión publicada en Análisis y Metafísica.
64
condiciones antecedentes. Más bien, tales creencias son inseparables de nuestros conceptos de las cosas
101.
Sobre esta base Strawson sostiene que la noción de causalidad tiene
un lugar claramente definido en el esquema conceptual que de facto
utilizamos, en el que la idea de particular, y en especial de particular con un
cuerpo físico y una identidad a lo largo del tiempo, capaz de acciones y
reacciones, ocupa un rol estelar. Pero aquí no termina la historia. Como
Strawson nos recuerda de manera muy oportuna, el concepto de causalidad
desempeña una función evidentemente protagónica en las explicaciones
sobre acontecimientos que ofrecemos a nivel ordinario. Además, Strawson
piensa que estos modelos explicativos ordinarios son una suerte de
paradigma para las explicaciones teóricas. Strawson se refiere aquí, sobre
todo, a la centralidad de las acciones de tipo mecánico, al carácter
paradigmático que posee nuestra explicación pre-teórica de estas acciones:
Las acciones mecánicas (…) son fundamentales para nuestras propias intervenciones en el mundo, para que produzcamos los cambios deseados: llevamos los hombros a la rueda, las manos al arado, oprimimos botones, halamos palancas. Al participar nosotros mismos en ellas, encontramos allí el origen de las ideas de poder y fuerza, compulsión y constricción (…) No debe entonces sorprender que tales transacciones ofrezcan un modelo básico para la búsqueda teórica de causas; que busquemos ‘mecanismos’ causales; que, aún cuando es claramente metafórico, el lenguaje del mecanismo impregne el lenguaje de causa en general, como en las frases ‘conexión causal’, ’vínculos causales’ y ‘cadena causal’
102.
Sin embargo, aun cuando las explicaciones teóricas se apoyen de
este modo en nuestras maneras imprecisas de rendir cuenta ordinariamente
de lo que ocurre, Strawson reconoce que la presencia del concepto de
101
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, Oxford, 1992, pág. 121. 102
Ibíd, págs. 118-119.
65
causalidad en el teorizar riguroso tiene límites: “es cierto, no hay duda, de
que en la evolución de la teoría física sofisticada el uso y la utilidad de
nuestros modelos más vulgares disminuyen y finalmente, quizás, se agotan
completamente. En este punto también la noción de causa pierde su rol en la
teoría, como Russell dijo que ocurriría y debería ocurrir”103.
Como sugieren estas esquemáticas consideraciones sobre la función
del concepto de causalidad en distintos niveles de la experiencia y el teorizar
humanos, la fisonomía de nuestro esquema fundamental de ideas no es
estática, así como tampoco es única o universal, idéntica en todos aquellos
niveles. Aquella creencia en la posibilidad de formular una comprensión
definitiva, necesaria, de cuáles son nuestros conceptos básicos, y de qué
función desempeñan, tiende a mostrarse poco plausible. Strawson piensa,
más bien, que esa comprensión está expuesta a modificaciones paralelas al
avance del conocimiento sobre el mundo que logramos a partir de ella: “[la
estructura conceptual básica] puede ser modificada de adentro por el avance
del conocimiento ganado desde adentro. No quiero decir meramente que
ganamos más conocimiento del mundo, aunque desde luego hacemos esto.
Más bien, quiero decir que nuestra concepción misma de la estructura básica
de ideas dentro de la cual se realiza este aumento de conocimiento puede
ser refinada como resultado de tales aumentos”104 (este pasaje evoca, por
cierto, aquella metáfora de Neurath en la que compara a la filosofía con un
103
Ibíd., págs. 116-117 104
Ibíd., pág. 64
66
barco, que también es cara a Quine al hablar de la continuidad entre la
filosofía y la ciencia, y que citamos al comienzo).
Otro ejemplo que ilustraría esta sugerencia tiene que ver con ciertas
posibles modificaciones en nuestra manera de entender el concepto de
realidad objetiva promovidas desde una perspectiva científica. Primero,
observemos que nuestro concepto de experiencia sensible implica que
adquirimos a través de ella una imagen espacial (y temporal) de una realidad
objetiva que es, en sí misma, espacial (y temporal. La razón de por qué esto,
un lugar común en filosofía, efectivamente es así, se mostrará más adelante).
De aquí se sigue que los conceptos empleados en formular juicios acerca de
esa realidad objetiva tendrán que ser, por lo menos, conceptos de modos de
ocupación de espacio. Serán conceptos de relaciones espaciales
(posiciones) y propiedades espaciales (forma y tamaño). Ahora, como hizo
notar Berkeley, estas son nociones relativamente abstractas, que sólo
podemos identificar en la percepción de objetos particulares a través de un
determinado modo sensible (vista, tacto u otro)105. Esto implica que “el rango
relevante de conceptos de cualidades esencialmente visuales o táctiles está
tan íntimamente asociado con aquellos conceptos de objetos espaciales que
participan en nuestros juicios de percepción como lo están los conceptos
espaciales más abstractos. Si digo que he comprado un caballo, usted bien
puede preguntar de qué color es, así como dónde está o cuan alto es”106.
105
Cfr. Ibíd., pág. 96 106
Ibídem.
67
El problema aparece cuando se examinan estas conclusiones desde
la perspectiva de las teorías físicas y fisiológicas. Porque entonces se
señalará que las cualidades sensibles mediante las que percibimos los
objetos espaciales son “subjetivas”; no son intrínsecas a los objetos, sino que
son la consecuencia de nuestra constitución subjetiva y la manera como son
realmente esos objetos107. Esto implicaría que a través de la percepción no
tenemos acceso a la realidad objetiva como tal, a las cosas como son en sí
mismas: “ninguna de las cualidades sensibles, como normalmente las
entendemos, pertenece real o intrínsecamente a las cosas que ocupan el
espacio; estas cosas realmente poseen sólo las propiedades físicas que les
son adscritas por las teorías físicas en términos de las cuales se explican los
mecanismos psico-fisiológicos de la percepción”108 (Filósofos como Locke y
Russell habrían adherido a esta comprensión109).
Tendríamos aquí un concepto que está siendo usado en niveles
diferentes con funciones, sentidos diferentes. Y la idea strawsoniana de que
se trata de describir esas funciones como efectivamente se presentan,
permite zanjar un conflicto aparentemente irreconciliable mostrando que, en
tanto se tenga conciencia de la distinción, no hay incompatibilidad entre
ambas maneras de entender el concepto de realidad objetiva, ya que en
ambos contextos nos referimos a los mismos objetos (pues la asignación de
propiedades espaciales es común a ambos niveles, lo cual garantiza
107
Cfr. Ibídem. 108
Ibíd., págs. 65-66 109
Cfr. P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, pág. 35
68
identidad de referencia). El concepto de cualidades sensibles ocupa un lugar
en nuestro esquema conceptual en la medida en que color o tacto son
indispensables para la experiencia perceptiva de los objetos en el espacio;
no es, sin embargo, imposible que nos formemos una idea de la realidad
objetiva (no de nuestra percepción de ella) en la que tales cualidades estén
ausentes.
En este debate, ni Strawson ni nosotros evaluamos la coherencia de la
idea de que el concepto de realidad objetiva es perfectamente reducible al de
objetos con las cualidades que les adscriben las teorías científicas. En
efecto, es una tesis que, en el contexto de la crítica a la noción kantiana de
“cosa en sí”, Strawson presenta como una alternativa a la intrínseca falta de
inteligibilidad que, a su juicio, empaña la propuesta kantiana; una alternativa
que, si bien es inteligible, tampoco le parece satisfactoria110. El único motivo
para hacer referencia a este asunto es mostrar en qué consistiría una
concepción del análisis filosófico en el que la descripción de los usos, o
posibles usos, de los conceptos sea el objetivo principal.
110
Cfr. P.F. Strawson, Los límites del sentido, págs. 34-35
69
CAPÍTULO II
PARTICULAR Y UNIVERSAL
Para entender en acto su propio objeto, el intelecto debe recurrir a impresiones que le permitan estudiar la naturaleza universal existente en lo particular. Santo Tomás de Aquino Summa Teologica
Buscando indicaciones en Análisis y Metafísica acerca del sentido de
la pregunta ontológica, encontramos que la ontología investiga “cómo
concebimos efectivamente el mundo”111; esclarece nuestras ideas sobre
“aquello que, en el fondo, asumimos que existe”112. Examinar la manera en
que Strawson proporciona contenido a esta fórmula general es muy
importante, no sólo porque la pregunta involucrada resulta, de suyo, de la
mayor relevancia, sino porque la manera como se propone responderla
ilumina los rasgos esenciales de su método con singular intensidad. Veamos.
En la estrategia expositiva de Análisis y Metafísica el recurso a la
concepción metafilosófica de Moore resulta fecundo. Veíamos al comienzo
que Strawson aprovechó la imprecisión, o el error, de aquella manera en que
Moore definía la ontología, como “descripción de las cosas más importantes
que hay en el mundo”, a fin de delimitar el campo de acción del trabajo
filosófico en general, y de la investigación ontológica en particular, en los
linderos de lo conceptual. Se revelaba así lo equivocado de la creencia, nada
111
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, pág. 35 112
Ibíd., pág. 42
70
infrecuente, de que la ontología se ocupa de elaborar un registro de las
cosas del mundo, un “inventario” de lo que hay113. Pero de las indicaciones
de Moore en Some Main Problems in Philosophy hay otras cosas que
aprender, y no sólo, por así decir, por vía negativa. Por ejemplo, de su
registro de las tareas filosóficas principales, y de su clasificación en cuatro
departamentos: Ontología, Epistemología, Lógica y Ética. Sobre en qué
consistiría el trabajo del primero de ellos ya hemos hablado. Por su parte, la
Epistemología comprendería problemas relacionados a los fundamentos del
conocimiento, así como a la Filosofía de la Mente. El departamento llamado
“Lógica” abarcaría no sólo lógica formal, sino temas contemporáneamente
asignados a la Filosofía del Lenguaje. Acerca del objeto de la Ética Moore no
hace alusión alguna, presumiblemente por haber ventilado el asunto en otro
texto, Principia Ethica. En Análisis y Metafísica también se omitirá la
consideración de la Ética (con la excepción del último ensayo del libro, en el
que se examina el concepto de libre albedrío, especialmente en su relación
con la idea de acción moral)114.
Strawson se hace eco plenamente de tal tripartición del trabajo
filosófico. Sobre esta base, sin embargo, propone una hipótesis muy peculiar
acerca de las relaciones entre cada área: “veremos que la teoría general del
113
El título mismo del ensayo clásico de Quine, “Sobre lo que hay” podría avalar, como en efecto ocurre a veces, esta comprensión incorrecta. Sin embargo, es dudoso que Quine cometiera este error. Como la tesis de Strawson en ontología se desarrolla tomando a Quine como principal adversario, en las páginas siguientes algo se insinuará, indirectamente, acerca de por qué su concepción sobre la ontología se mantiene en los límites de lo conceptual 114
Cfr. Ibíd., pág. 31
71
ser (ontología), la teoría del conocimiento (epistemología) y la teoría general
de la proposición, de lo que es verdadero o falso (lógica) no son sino tres
aspectos de una investigación unificada”115. Pero, ¿qué quiere decir esto?
¿En qué consiste tal unidad? A fin de aclarar el asunto, Strawson nos invita a
seguir su respuesta a la pregunta por los tipos de entidades que asumimos
que existen, a la pregunta ontológica.
Al efecto, Strawson propone tomar a la lógica formal como punto de
partida. Se señalan al menos dos razones para justificar esta operación.
Veamos la primera. Comencemos notando que una manera de indicar de
qué se ocupa la lógica sería afirmando, como hace Strawson, que “estudia
las formas generales de la proposición y sus relaciones”116. Por “proposición”
se entiende “el significado lingüístico o sentido de una oración”117; es decir, el
contenido objetivo, susceptible de ser comprendido de la misma forma por
distintos receptores. Ahora bien, las proposiciones pueden utilizarse en la
expresión de distintas “actitudes proposicionales”, es decir, para expresar
juicios, suposiciones, deseos, etc. Pero la lógica, según hemos dicho, hace
abstracción de esas actitudes proposicionales específicas. Sin embargo, esto
no introduce una ruptura entre éstas y la proposición, porque la principal
propiedad de una proposición es la de ser portadora de un valor de verdad,
115
Ibíd., pág. 35 (el énfasis es mío) 116
Ibíd., pág. 36 117
Alfonso García Suárez, Modos de Significar, Madrid, Tecnos, 1997, pág. 152. Éste es uno de los sentidos del término, pero no el único. García Suárez distingue al menos tres: las proposiciones en el sentido “tradicional”; las proposiciones como contenidos de los actos ilocucionarios y las proposiciones como significados de las oraciones (el que hemos adoptado aquí, siguiendo a Strawson)
72
el cual posee en la medida en que es usada para expresar juicios,
suposiciones, deseos, etc. 118
Por otra parte, recuerda Strawson evocando a Kant, el uso de los
conceptos se produce en los juicios, es decir, en el registro de cómo son las
cosas en el mundo. Así, admitiremos que la lógica, el estudio de las formas
generales de la proposición, también nos indicará las formas generales de
los juicios, pues los juicios expresan proposiciones. De esta manera, podría
pensarse que la lógica nos suministraría esos conceptos mediante los que,
como diría Aristóteles, “decimos el ser”. En efecto, si se considera el asunto
apresuradamente, podría pensarse que filósofos como Quine avalan esta
comprensión. Recordemos su propuesta de que la notación en términos de la
cual se simbolizan las formas distinguidas en la lógica proposicional y la
lógica de predicados ofrece una estructura apropiada para todo nuestro
pensamiento proposicional, una notación canónica. Y ahora prestemos
atención a esta afirmación en Word and Object: “La búsqueda de un patrón
de notación canónica lo más simple y claro posible no ha de distinguirse de
una búsqueda de categorías últimas, un retrato de los rasgos más generales
de la realidad”119
Pero para Strawson esa sugerencia no debe pasar de ser “una
exageración”120, tomando en cuenta que la tesis quineana del compromiso
ontológico involucra mucho más que las meras formas representadas por la
118
Cfr. P.F. Strawson, ob. cit, pág. 36. 119
W.V. Quine, Word and Object en P.F. Strawson, ob. cit, pág. 41. 120
Cfr. P.F. Strawson, ob. cit, pág. 41
73
notación canónica. Sin duda, debe ser una exageración, porque la lógica sólo
muestra las formas de la proposición, con independencia del contenido
particular que con esas formas puede expresarse, y no se ve cómo un
estudio meramente formal pueda tener relación con la ontología.121 Por el
contrario, en el carácter abstracto de la lógica hay una buena razón para
buscar los conceptos ontológicos básicos en un lugar diferente
La otra indicación de Strawson para avalar la escogencia de la lógica
como punto de partida seguramente no fue concebida como un argumento
per se, pues de lo contrario deberíamos desecharlo de inmediato como una
obvia falacia de autoridad. Se señala que, a pesar de que la lógica se ocupa
sólo de las formas del pensamiento, algunos de los más ilustres filósofos de
la historia han albergado la idea de su muy estrecha vinculación con la
ontología (Los nombres conspicuos de Aristóteles, Leibniz, Kant, Frege,
Russell, Wittgenstein y Quine destacan en la lista). Se propone, entonces,
recurrir a la lógica considerándola un simple “punto de partida”, a ser
enriquecido con aportes de otras fuentes.122
Antes de considerar qué indicaciones ontológicas podríamos obtener
de la lógica, contemplemos otra posible razón para acudir a ella. Es una
razón que Strawson no señala explícitamente, pero que podríamos proponer
sobre la base de uno de los rasgos generales de su modelo de análisis.
Recordemos la observación de que la filosofía estudia “la función de los
121
Cfr. Ibíd., págs.36-37 122
Cfr. Ibíd., pág. 37
74
conceptos en nuestras vidas”123. A su vez, recordemos que describir la
función de un concepto implica acudir al contexto en el que se usa, el
contexto en que adquiere todo su sentido124. Y ahora, ¿no podríamos pensar
que el recurso a la lógica en la elucidación de los conceptos ontológicos
respondería a esta misma prescripción, es decir, que la función de aquellos
conceptos altamente generales que subyacen a todo discurso sobre la
realidad se verificaría en el estudio de las formas generales de la
proposición? Porque la forma de la proposición más simple que contempla
nuestra lógica, representada simbólicamente como “Fa”, es aquella en la que
de un término sujeto se predica otro, el término predicado. Y esta forma
elemental, atómica, ¿no responde ulteriormente a los conceptos mediante los
que describimos la realidad? ¿No está impregnada por los conceptos
ontológicos? Confiemos en que el curso de la investigación nos suministrará
mayores indicios para avalar o desechar esta interpretación.
Regresemos a la idea de que la lógica nos proporcionaría un punto de
partida en la investigación ontológica (cualquiera sea la razón de esto). Y
ahora notemos que hablar de “la” lógica es sumamente vago, porque al
amparo de ese nombre general coexiste una multiplicidad de sistemas, no
necesariamente afines. Al respecto, y en semejanza con Quine, Strawson
considera que si de lo que se trata es de establecer cuál es nuestra
ontología, basta limitar nuestra comprensión de la lógica a la lógica
123
Cfr. pág. 28 y ss. de este trabajo 124
Cfr. pág. 34 y ss. de este trabajo
75
proposicional y a la lógica de predicados de primer orden. En consecuencia,
los conceptos principales a considerar serían los de composición veritativo-
funcional, cuantificación y predicación.
El primero, en cuanto no se relaciona con la estructura interna de las
proposiciones atómicas involucradas en la composición de proposiciones
moleculares, sino que se ocupa de explicar, justamente, cómo se determinan
los valores de verdad de los compuestos a partir de los valores de verdad de
los elementos, no puede vincularse con la respuesta a la pregunta sobre los
conceptos mediante los cuales pensamos y hablamos sobre la realidad125.
Entonces, la respuesta debería hallarse examinando la estructura
interna de las proposiciones atómicas. La notación que revelaría esa
estructura es, ya se adelantó, del tipo Fa, donde “F” representa un predicado
y “a” una variable individual. El contenido asociado a este esquema
puramente formal comienza a apreciarse sustituyendo las letras por las
expresiones del lenguaje natural a las que representan. “F” representa
expresiones predicativas, como verbos atributivos o relacionales, mientras
que “a” representa sustantivos singulares definidos (nombres propios,
pronombres o descripciones definidas -como “la mesa gris” o “el Rey de
Francia”-). Notemos a continuación que esta dualidad gramatical revelaría, a
su vez, una dualidad funcional, ya que los sustantivos singulares definidos se
usan para hacer referencia a individuos particulares, y los verbos
correspondientes se usan para la predicación de determinada propiedad
125
Cfr. Ibíd., pág. 38
76
respecto de tales individuos. Recordemos ahora que el objetivo de todas
estas consideraciones es encontrar en la forma lógica del discurso alguna
indicación o indicio de cuáles son nuestras categorías ontológicas
fundamentales. Al respecto, la formulación de la dualidad funcional parecería
apuntar a una dualidad ontológica, a una distinción entre tipos de entidades:
una distinción entre individuos por una parte, a los que hacemos referencia
mediante los sustantivos singulares definidos, y propiedades o relaciones,
por la otra, representados por las expresiones predicativas.126
Esta sugerencia de Strawson puede parecer extraña. Sin duda,
genera preguntas. La primera podría provenir de Quine. Porque hasta ahora
Strawson sólo ha dicho que la categoría “individuo” comprende, sin más,
aquello a lo que nos referimos mediante sustantivos singulares definidos; es
decir, comprende a los objetos de referencia o sujetos de predicación. Pero,
como veíamos al comentar el criterio de compromiso ontológico127, una
ontología que abarque todo lo que puede ser objeto de referencia tendría que
admitir la existencia de propiedades, acontecimientos y muchas otras
entidades abstractas. Y, en efecto, esta conclusión parece estar implicada en
la idea strawsoniana de que nuestra ontología está atravesada por la
dualidad entre individuos y propiedades. ¿Es esto aceptable? Nos dimos
cuenta de que para Quine no lo es. Y, como el mismo Strawson reconoce,
este rechazo no es fruto de un capricho: tiene mucho que ver con el temor de
126
Cfr. Ibíd., págs. 38-39. 127
Cfr. págs. 18-20 de este trabajo
77
que, al incorporar entidades abstractas a nuestra ontología, terminemos
tratándolas de una forma peligrosamente análoga a las entidades espacio-
temporales128. Así las cosas, ¿puede encontrarse algún criterio, si no de
exclusión al estilo de Quine, al menos de orden jerárquico del infinito
conjunto de lo que tratamos como objetos de referencia? Y, en relación con
lo anterior, ¿qué quiere decir Strawson al sugerir que nuestra ontología
comprende propiedades? ¿Qué quiere decir al proponer, según parece, el
reconocimiento de su existencia?
II.1. Ontología y epistemología
En efecto, en Análisis y Metafísica, sin mencionar otros trabajos que
recorreremos más adelante, hay al menos dos argumentos que indican el
fundamento de un tal criterio de prioridad o jerarquía ontológica. Seguirlos
con toda atención es de la mayor importancia no sólo porque nos enseñan
las bases sobre las que se construye la ontología de Strawson, sino también
porque ilustran singularmente en qué consiste un examen filosófico del
sentido de nuestros conceptos básicos que atienda a las conexiones entre
ellos. Además, es natural pensar que deberían arrojar luces acerca de
aquella peculiar propuesta de que la filosofía es esencialmente una
investigación unificada, de tal suerte que sus “departamentos” no son sino
perspectivas diferentes para considerar un mismo objeto.
128
Cfr. P.F. Strawson, ob. cit., pág. 58
78
Los dos argumentos en cuestión tienen en común el recurso a ciertos
conceptos centrales de la epistemología. En particular, tienen por objeto
explorar las conexiones entre lo que está implicado en el concepto de
experiencia cognoscitiva y la pregunta por los conceptos ontológicos básicos.
Y aquí, así como acabamos de hacer cuando Strawson apeló a la conexión
con nociones lógicas, debemos preguntarnos qué justifica esta operación.
Porque, ciertamente, se ha planteado que el análisis filosófico no puede
precisar el sentido de los conceptos de los que se ocupa sin atender a las
relaciones del concepto explicado con los demás del “sistema”. Pero, al
menos hasta donde se ha desarrollado la idea, esto no parece implicar nada
acerca de cómo proceder para el rastreo de esas conexiones. Habría que
recordar una vez más la insistencia de Strawson en el sentido de que, por
cuanto se trata de describir la función de los conceptos, es menester acudir
al contexto en el que los usamos. Así, uniendo esta idea con la propuesta de
aclarar los conceptos ontológicos acudiendo a la epistemología, podríamos
pensar que, de manera implícita, se sugiere que los conceptos ontológicos
tienen una función cognoscitiva. Que acudimos al discurso epistemológico
para elucidarlos porque ése es su contexto de uso, el contexto que les da su
sentido. Plantearíamos entonces una nueva conjetura, a ser probada o
desechada en el curso del trabajo, la cual consiste en que la pregunta misma
acerca de cuáles son nuestros conceptos ontológicos surge como resultado
de la pregunta acerca de la naturaleza y las condiciones propias del
conocimiento.
79
Consideremos el primer argumento. Comienza en una clave baja,
recordando ideas muy familiares en filosofía. La primera es la observación de
Kant, ya comentada antes, acerca de que el uso de los conceptos se
produce en los juicios. La segunda consiste en que el objetivo de éstos es
proporcionar creencias verdaderas acerca del mundo. Se trata de destacar,
por una parte, que la actividad judicativa constituye el ejercicio cognoscitivo
básico, mediante el cual estabilizamos nuestras creencias acerca de la
realidad empírica. Por la otra, de propiciar la pregunta por lo que está
implicado en el concepto de “verdad”, en la idea de “creencias verdaderas”.
Observaremos con Strawson que el sentido inmediato de este último es el de
una correspondencia de los juicios respecto de la realidad acerca de la que
versan129.
La noción de verdad como correspondencia saca a la luz el hecho de
que la actividad cognoscitiva se constituye sobre la base de una cierta
dualidad: la dualidad entre, de un lado, la capacidad judicativa de quien
posee los conceptos y los aplica en tales juicios, y del otro, el mundo, la
realidad, objeto de aquellos, y que determina su verdad o falsedad130. Se
trata, en una frase, de “la dualidad del Sujeto que juzga y la Realidad
Objetiva acerca de la cual juzga”131.
Aquí es donde hace su entrada el concepto de experiencia
cognoscitiva, a manera de bisagra, por decirlo así, que articula los dos lados
129
Cfr. ibíd., pág. 51. 130
Cfr. Ibíd., pág. 52 131
Ibíd., pág. 53
80
de la dualidad. Porque a la pregunta acerca de qué hace posible que el
sujeto, mediante el empleo de conceptos, forme creencias verdaderas sobre
el mundo, la respuesta inmediata consistiría en apuntar a la idea de
experiencia, como el puente que concede al sujeto un acceso a cómo son las
cosas en realidad.
Pero la experiencia hace mucho más que eso. Proporciona a los
conceptos no sólo su contenido, el estado particular de cosas al que se
aplican, sino también su sentido. Como señala Strawson, es sobre todo a
Kant a quien debemos nuestra posesión de una clara conciencia acerca de
esto. En Los Límites del Sentido denomina a esta idea “principio kantiano de
significatividad”, y la define en estos términos: “se trata del principio según el
cual no puede haber ningún uso legítimo, ningún uso con sentido, de ideas o
conceptos si no se los pone en relación con las condiciones empíricas, las
condiciones en la experiencia, de su aplicación. Si lo que deseamos es
utilizar un concepto de una cierta manera, pero somos incapaces de
especificar el tipo de situación de experiencia a la que se aplicaría el
concepto, (…) realmente no estamos haciendo ningún empleo legítimo del
concepto en cuestión”132. Ahora, ¿cuáles son, al menos según Kant, las
“condiciones en la experiencia” de la aplicación de un concepto? Esto se
respondería preguntándonos primero cuáles son las condiciones necesarias
de cualquier experiencia perceptiva posible, con independencia del contenido
particular que proporcione la sensación. Al respecto, el propio Kant señala
132
P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, pág. 14.
81
que, en lo que se refiere a nuestro modo de percibir, “el espacio y el tiempo
son sus formas puras; la sensación es su materia. Las primeras, en tanto que
puras, podemos conocerlas sólo a priori, es decir, previamente a toda
percepción efectiva, y por ello se llaman intuiciones puras. A la segunda se
debe, en cambio, lo que en nuestro conocimiento se llama a posteriori, es
decir, intuición empírica. Aquéllas son inherentes, simpliciter, a nuestra
sensibilidad, sean cuales sean nuestras sensaciones, que pueden ser muy
diferentes”133 Entonces, los dos rasgos básicos y necesarios de nuestra
experiencia sensible serían su carácter espacial y temporal. Por lo tanto, las
condiciones mínimas implicadas en el uso efectivo de un concepto en la
experiencia serían que los objetos a los que se aplica estén ubicados en el
espacio y el tiempo.
Retengamos con el mayor celo esta conclusión, mientras
profundizamos en aquella sugerencia de que a la dualidad lógica entre
función referencial y función predicativa podemos asociar una correlativa
dualidad ontológica, entre individuos y términos generales. Al efecto,
recordemos que la distinción funcional sobre la que se articula la proposición
atómica no indica sino el hecho de que un concepto se predica de un caso
particular. Así, puesto que se trata de probar la sugerencia explorando las
conexiones entre estas nociones lógicas y la noción epistemológica de
experiencia, la siguiente pregunta a responder no podría ser distinta a ésta:
133
Immanuel Kant, Crítica de la Razón Pura, B 59-60, A42-43. México, Taurus, 2006, pág. 83
82
“¿qué hemos de entender, en conexión con la noción de emitir un juicio
acerca de una realidad objetiva, por la noción de un caso particular en el que
se aplica un concepto general?”134
Esto nos obliga a precisar la noción de “concepto general”. Lo primero
que está implicado en ella sale a la luz a través del adjetivo “general”: un
concepto es general “si es susceptible, en principio, de ser ejemplificado en
cualquier cantidad de casos particulares”135. Pero, como nos enseñó Kant,
esto no es todo. Para que esos conceptos tengan algún sentido, deben
aplicarse a objetos en la experiencia. Pues bien, si unimos ambas
condiciones, la idea de “concepto general” involucraría “encontrar en la
experiencia diferentes casos particulares y distinguirlos como diferentes,
reconociéndolos a la vez como semejantes en cuanto todos son casos
apropiados para la aplicación del mismo concepto”136. En otras palabras, nos
las vemos aquí con el problema de explicar la posibilidad lógica de las
instancias de un concepto dentro de los límites de la experiencia posible;
dentro de “los límites del sentido”, como diría Strawson.
Sobre cómo es esto posible ya adelantamos bastante al comentar lo
que Kant llama “formas a priori de la sensibilidad”, es decir, las
características necesarias de la experiencia sensible. Nuestra experiencia del
mundo es espacio-temporal: todo lo que percibimos está ubicado en un
determinado punto espacial y temporal (o, al menos, temporal, como
134
P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics., pág. 54. 135
Ibídem. 136
Ibídem (el énfasis es de Strawson)
83
ocurriría, según el ejemplo de Strawson, con las diferentes instancias de un
mismo sonido: tómense por caso las campanadas de un reloj). Así, la
posibilidad lógica de las instancias de un concepto general descansa en el
hecho de que espacio y tiempo constituyen factores de individuación. En
otras palabras, un concepto puede aplicarse a infinidad de casos particulares
diferentes porque la garantía de tales diferencias reside en las distintas
ubicaciones espacio-temporales (o al menos temporales).
Esto nos conduce a una conclusión sumamente importante.
Recordemos que, tomando como guía la distinción lógica entre referencia y
predicación, se propuso que nuestra ontología comprendería individuos
particulares y términos generales predicados de éstos. Al respecto, hicimos
notar la excesiva vaguedad del término “individuos particulares”, en virtud de
la cual todo aquello que tratáramos como sujeto de predicación parecería
caer bajo esa categoría. Pero, apelando a la forma básica del juicio, (aquélla
en la que se reconoce que un objeto encontrado en la experiencia es una
instancia de una clase), la cual no es sino el correlato epistemológico de la
dualidad lógica y de la presunta dualidad ontológica, encontramos que el
particular básico es aquel con una ubicación espacio-temporal. En otras
palabras, entre todos los posibles objetos de referencia que podemos
encontrar en nuestro discurso, los particulares espacio-temporales ocupan
84
un lugar preeminente; son, afirma Strawson, los objetos fundamentales de
referencia (o, lo que es igual, sujetos fundamentales de predicación)137.
A la misma conclusión se llega por otra vía, que también involucra
examinar las relaciones de los planos lógico y ontológico con el
epistemológico. Se trata, en esta ocasión, de analizar con mayor detalle el
concepto de experiencia, de percepción sensible, como fuente de juicios
verdaderos sobre el mundo. Este argumento, el segundo de los prometidos,
también refuerza la idea de “análisis conectivo” en la práctica misma.
Indicábamos, siguiendo a Kant, que nuestra experiencia del mundo es
espacio-temporal. Pero esta afirmación amerita mayor desarrollo. Para
comenzar, atendamos a lo que está implicado en las palabras “aquí” y
“ahora”, aplicadas a nuestra percepción sensible de la realidad. Notaremos
que hacen referencia a un punto particular (espacial o temporal) al interior de
un mundo objetivo que se extiende en el espacio y el tiempo. Pero también
reconoceremos que carecerían de esa capacidad referencial objetiva si no
estuvieran relacionados a la ubicación espacial o temporal de sujetos
particulares. Se trata, entonces, de que el sujeto percibe el mundo objetivo,
que es en sí mismo espacio-temporal, desde un lugar y tiempo particulares,
desde puntos particulares al interior de ese marco objetivo138. En palabras de
Strawson: “la experiencia subjetiva del mundo se concibe tanto como algo
en, al interior del mundo, una parte del mundo y su historia, y también
137
Cfr. Ibíd.. págs. 57-58 138
Cfr. Ibíd., págs. 59-60
85
genuinamente como una experiencia respecto del mundo y, por tanto, la
fuente de juicios objetivos acerca de él”139.
Pero a Strawson le interesa examinar la idea de que la experiencia
sensible está a la base de nuestros juicios verdaderos acerca del mundo.
Esto ya se afirmaba antes, al indicarse que la capacidad judicativa del sujeto
encuentra en la experiencia el medio que le conecta con la realidad objetiva
y, por tanto, le permite formar juicios verdaderos. Sin embargo, de lo dicho
también debe inferirse que la experiencia sensible depende causalmente de,
y se orienta por, cómo son las cosas objetivamente. De no aceptar esta
última implicación, sería imposible explicar por qué nuestros juicios de
percepción son verdaderos, es decir, se corresponden con la realidad. La
correspondencia discurso-mundo sería una mera coincidencia.140
Prosigue Strawson observando que al concepto de experiencia
también es inherente la presencia de contenido conceptual. Que el registro
perceptivo humano respecto del mundo involucra clasificación conceptual de
los estímulos sensibles es un asunto sobre el cual, aparte de Strawson,
también insiste Sellars, por ejemplo141. Al indicar esto, Strawson está
dialogando sobre todo con las corrientes representacionalistas más radicales
en su empirismo, para cuyos miembros la formación de juicios sobre la
139
Ibíd., pág. 59 140
Cfr. Ibíd., págs. 60-61. 141
Se señala que la diferencia entre la respuesta a los estímulos sensibles de quien articula reportes en formato lingüístico de la experiencia, y la respuesta de un animal entrenado o una máquina sensible a su entorno, reside justamente en la clasificación conceptual de la que sólo es capaz el primero. Cfr. Sellars, Wilfrid, “Empiricism and the Philosophy of Mind” en Robert Brandom, Articulating Reasons, Cambridge, Harvard University Press, 2000, págs, 47-49
86
realidad consta de dos etapas independientes: la primera, la experiencia
sensible propiamente dicha, que no consiste sino en la huella o impresión
recibida en los sentidos a partir de los estímulos externos, sin más. Y luego,
sólo después, acaecería la segunda etapa, en la que sí se emplearían
conceptos en la formación de juicios, a partir de los datos obtenidos en
aquella experiencia sensible “desnuda”. Esta comprensión es errada, sugiere
Strawson, porque ambas “etapas” en realidad se entreveran estrechamente.
Aparte de que los conceptos obtienen su sentido en relación con las
condiciones de su aplicación en la experiencia, el “carácter” de esta última es
determinado por los primeros: “el carácter de nuestra experiencia perceptiva
misma, de nuestra experiencia sensible misma, se halla enteramente
condicionado por los juicios acerca del mundo objetivo que estamos
dispuestos a formular cuando tenemos esta experiencia; se halla, por decirlo
así, enteramente impregnado -saturado, podría decirse- por los conceptos
empleados en tales juicios”142. El punto decisivo, pues, radica en que
describimos la experiencia sensible en términos de dichos conceptos143.
Pero al concepto de experiencia es inherente una tercera noción, rica
en consecuencias. Es inherente, además, en una forma muy obvia: la
posibilidad de que nuestros juicios sean verdaderos requiere que los
conceptos empleados en ellos sean conceptos relativos al mundo objetivo,
142
P.F. Strawson, ob. cit, pág. 62 143
Cfr. Ibíd., págs. 62-63
87
es decir, “conceptos de clases de cosas que hay efectivamente en el mundo,
y de propiedades que esas cosas efectivamente tienen”144.
Concentrémonos con Strawson en esta frase: “conceptos del mundo
objetivo”, e inmediatamente recordemos que el sujeto percibe el mundo
desde su particular ubicación espacio-temporal, pero que ese mundo
también es espacio-temporal en un sentido objetivo. Ahora pensemos en qué
implicaciones, relacionadas con los tipos de conceptos que debemos tener
para que nuestros juicios sean verdaderos, podemos extraer del hecho de
que el mundo objetivo se extienda en el espacio. No podremos evitar la
conclusión de que, entre ellos, debemos tener conceptos relativos a
posiciones y propiedades espaciales; en una palabra, conceptos de “modos
de ocupación de espacio”145. Sobre esta base Strawson está autorizado a
afirmar que “nuestros conceptos del mundo objetivo serán, sobre todo,
conceptos de cosas que tienen tanto propiedades como posiciones
espaciales”146.
Pasemos a continuación al aspecto temporal. Como era de esperarse,
la conclusión anterior se aplica también aquí, mutatis mutandis. Si la realidad
es temporal, los conceptos mediante los que emitimos juicios sobre sus
objetos deberán incluir conceptos de ubicación en el tiempo de los mismos.
Pero hay más. Acabamos de reiterar que el sujeto tiene experiencia de los
objetos que se extienden en el espacio desde un cierto punto particular al
144
Cfr. Ibíd., pág. 63 145
Cfr. Ibíd., pág. 64. 146
Ibídem.
88
interior de ese marco. Como es obvio, este punto es de suyo contingente;
puede variar a lo largo del tiempo. Y, precisamente por esto, la idea misma
de distintos puntos de vista, de distintas perspectivas espaciales acerca de
un mundo objetivo, un mundo que es como es con independencia de los
juicios acerca de él, tiene que presuponer el concepto de identidad a lo largo
del tiempo de los objetos percibidos desde esos distintos puntos de vista (o
al menos de algunos de ellos). Por tanto, esta noción tiene que ser inherente
a los conceptos de los objetos acerca de los que versan nuestros juicios de
percepción.147 Así las cosas, y recordando la advertencia acerca de cómo los
conceptos informan, modelan la percepción, podemos entender por qué
Strawson afirma que “percibimos algo o mucho de lo que percibimos como
entidades que ocupan un espacio y son relativamente permanentes,
entidades de tales clases que retienen sus identidades cuando percibimos
diferentes aspectos de ellas desde diferentes puntos de vista o cuando,
como resultado de una u otra clase de cambio, dejan de estar dentro de
nuestro campo perceptivo inmediato”148. Por consiguiente, el concepto de
este tipo de entidades será fundamental en nuestro esquema básico de
ideas:
A lo largo del tiempo cada uno de nosotros construye unan imagen detallada del mundo. Pero todas las imágenes detalladas, construidas a lo largo del tiempo por diferentes sujetos de experiencia, tienen una estructura básica común: son todas imágenes de un mundo en el cual cada uno de nosotros ocupa, en un cierto momento, algún punto de vista perceptivo; y en el cual los individuos que ocupan un espacio, distinguidos o distinguibles como tales bajo los conceptos
147
Cfr. Ibíd., págs. 67-68 148
Ibíd., pág. 68.
89
correspondientes, tienen, como nosotros, historias pasadas, y quizás un futuro
149.
Recordemos la inquietud que nos acompañaba antes de recorrer
estos dos argumentos: que la definición inicial de la categoría ontológica de
individuo, emprendida en forma estrictamente paralela a la noción lógica de
función referencial, implicaba la automática incorporación en la ontología de
todo lo que pudiera ser objeto de referencia. Apuntábamos además que esa
inquietud sería compartida, no digamos ya por Quine, sino por el mismo
Strawson. Y entonces pasamos a preguntarnos en qué podría consistir un
criterio de distinción o prioridad entre todos los objetos de referencia. Tras el
recurso a la perspectiva epistemológica hemos encontrado la cabeza de una
tal jerarquía ontológica: los particulares espacio-temporales. Éstos son, como
se mostró, los principales objetos de nuestros juicios sobre la realidad. Son,
por consiguiente, los principales objetos de referencia, o sujetos de
predicación, de las oraciones de nuestro discurso. Y si nos concentramos
exclusivamente en el lenguaje llegaremos a la misma conclusión: notaremos
que los particulares espacio-temporales son los referentes primarios de
nuestros sustantivos y frases nominales150.
Pero, ¿qué diremos sobre la situación ontológica de todos los demás
objetos de referencia? ¿Qué diremos, para enfocarnos en un caso particular,
acerca de las propiedades que predicamos de los objetos primarios de
referencia, las cuales son, en efecto, objetos de referencia de infinidad de
149
Ibíd., págs. 68-69. 150
Cfr. pág. 69.
90
oraciones? Quine, vimos tiempo atrás, propone excluirlas de nuestra
ontología, negarles existencia, junto con todas las “entidades abstractas” (En
efecto, en Word and Object llega al punto de desarrollar una propuesta de
sustitución de entidades abstractas151). Pero Strawson, como se anticipaba,
se opone a esta reducción. Aunque reconoce que “los atributos o
propiedades son ontológicamente secundarios respecto de los objetos a los
que se les atribuyen, en la medida en que la referencia a las propiedades
presupone referencia a los objetos, pero no viceversa”152, no encuentra en
esta subordinación referencial razones que autoricen a excluir de la ontología
a las propiedades y, en general, a las entidades abstractas. Nos invita más
bien a concebir a los miembros de nuestra ontología dispuestos en una
jerarquía, un orden de prioridad. Se trata, entonces, de contrastar el objetivo
de una máxima economía en nuestros compromisos ontológicos con un
enfoque “menos austero” y “más tolerante”153. Pero la “tolerancia” ontológica
no sería, digamos, una mera preferencia estética o una impostura. La
insistencia de Strawson parece sobre todo alertar acerca del
empobrecimiento de nuestro sistema de creencias que resultaría de creer,
seriamente, en la posibilidad de prescindir de las entidades abstractas, y en
particular de las propiedades, como objetos de referencia154.
151
W.V. Quine, Word and Object, Cambridge, The MIT Press, 1960, capítulo 6, en Liza Skidelski, ob. cit, pag. 20. 152
P.F. Strawson, ob. cit, pág. 46 153
Cfr. Ibídem. 154
Cfr. Ibídem.
91
II.2. Tres dualidades básicas
Repasemos rápidamente el punto al que hemos llegado. Tras
proponer la hipótesis de que los tres “departamentos” de los que consta el
trabajo filosófico (lógica, epistemología y ontología) constituyen sólo
“aspectos diferentes de una investigación unificada”, e indicar que la manera
de probar esta sugerencia consistiría en elucidar los conceptos básicos de
cada área rastreando sus conexiones con los de las demás, Strawson ha
tomado a la lógica, y en particular a las nociones funcionales de “referencia”
y “predicación”, como punto de partida para responder a la pregunta por
cuáles son nuestros conceptos ontológicos fundamentales. Como resultado
de esta operación, se propuso que a tales nociones se asociaran las de
“individuo” y “término general” (o “universal”) como sus correlatos en el plano
ontológico. Por su parte, del análisis de las ideas implicadas en la noción de
experiencia cognoscitiva se concluyó que los particulares espacio-temporales
constituyen los individuos básicos de nuestra ontología cotidiana.
Terminábamos reseñando la advertencia muy general de Strawson contra la
eliminación de los universales del dominio de lo existente, apoyada
aparentemente sobre la base de su condición de objetos de referencia
(aunque secundarios).
Estas conclusiones abren nuevas preguntas. Una de ellas tiene que
ver con la comprensión de los conceptos lógico-semánticos de función
referencial y función predicativa, representados de forma habitual por el
92
sujeto y el predicado, respectivamente; con el desarrollo in extenso de esa
comprensión. Limitándonos a Análisis y Metafísica no parece que
encontraremos ninguna indicación explícita al respecto. Sin embargo, con la
propuesta de postular los candidatos a conceptos ontológicos básicos a
manera de correlatos de aquellas nociones, Strawson debe querer decirnos
algo.
Una advertencia explícita de que en las propuestas anteriores hay
más señales de orden lógico de las que habíamos notado proviene de otra
fuente, un pasaje que inaugura el primer capítulo de Los Límites del Sentido,
en el que se alude a la insistencia fundamental de Kant sobre la necesaria
concurrencia de intuiciones y conceptos con miras a la posibilidad del
conocimiento:
La dualidad de las intuiciones y los conceptos no es, de hecho, más que un aspecto de una dualidad que puede reconocerse en cualquier filosofía que trate seriamente el conocimiento humano, sus objetos o su expresión y comunicación. Son éstas tres direcciones distintas de la tarea filosófica más que tres tareas diferentes. No pueden separarse realmente la teoría del ser, la teoría del conocimiento y la teoría de la proposición; y nuestra dualidad aparece necesariamente en las tres, bajo diferentes formas. En la primera, no podemos evitar la distinción entre los ítems concretos y las clases generales o características que aquellos ejemplifican; en la segunda, debemos reconocer la necesidad tanto de poseer conceptos generales como de conocer las cosas en la experiencia, cosas que no son conceptos, y que se subsumen en ellos; en la tercera, debemos reconocer la necesidad de aquellos recursos lingüísticos, o de otro tipo, que nos permitan tanto clasificar o describir en términos generales y nos indiquen a qué casos particulares se aplican nuestras clasificaciones o descripciones.
155
155
P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1975, pág. 43
93
En su ensayo “La Teoría Metafísica de Strawson de Sujeto y
Predicado”156, Chung Tse señala que nos encontramos aquí frente al “alma”
de la filosofía de Strawson157: la idea de que el pensamiento y conocimiento
humanos, así como su comunicación, descansan sobre la base última,
profundamente enraizada, de una cierta “dualidad”. Una dualidad que, por sí
misma, no recibe ningún nombre, sino sólo a través de sus manifestaciones
en ontología, epistemología y lógica. Notaríamos, entonces, las respectivas
dualidades de particular y universal; objeto de percepción y concepto; y
sujeto y predicado.158
Ahora bien, ¿cómo justifica Strawson su postulación de “la dualidad”?
¿Por qué, refiriéndose a esto, observa que “hay categorías y conceptos que,
en su carácter fundamental, no cambian en absoluto”?159. Según Chung,
Strawson asume la dualidad como un primer principio general (como una
suerte de hipótesis, estaríamos tentados a decir) a partir del cual explicar
coherentemente los conceptos básicos de cada uno de los tres grandes
“departamentos” filosóficos. A la vez, por “explicación coherente” debe
entenderse la exposición de las relaciones íntimas entre esos tres grupos de
conceptos; la revelación de la unidad que conforman la ontología, la lógica y
la epistemología.160
156
Cfr. Chung M. Tse, 1997, “Strawson’s Metaphysical Theory of Subject and Predicate” en Lewis Hahn, ob. cit., págs. 373-382 157
Cfr. Ibíd., pág. 373. 158
Cfr. Ibíd., págs. 375-376 159
P.F. Strawson, Individuals, London, Methuen, 1959, pág. 10 (citado en Chung Tse, ob. cit, pág. 379) 160
Cfr. Ibíd., pág. 376.
94
Parece que se va aclarando aquella afirmación enigmática acerca de
que las tres áreas son aspectos diferentes de una misma investigación: se
trataría de perspectivas distintas, puntos de vista diversos, a partir de los
cuales se considera un mismo objeto, es decir, “La Dualidad”. Pero esto no
es todo. Porque no son modos de estudiar un mismo objeto que, salvo por
ese objeto común, no guardan otra relación entre sí. Se trata, apunta Chung,
de que “las tres formas (o aspectos) están interrelacionadas internamente, en
cuanto cualquiera de ellas conduce a las otras”161. Pensándolo bien, esta
conclusión no debe sorprendernos, porque a ella ya nos guiaba el análisis de
Strawson acerca de los conceptos ontológicos básicos, en el cual se hizo
manifiesta aquella precoz prescripción según la cual examinar
filosóficamente un concepto involucra revelar sus conexiones con otros
conceptos con los que se halla relacionado.
Pero esta conciencia de que reflexionar sobre el sentido de los
conceptos básicos de una de estas áreas acarrea explorar sus relaciones
con los de las otras dos tendría más consecuencias. Para considerar la
primera, recordemos nuestra advertencia previa162 acerca de cierta otra
manera de comprender la insistencia de Strawson en el carácter
“sistemático” del análisis filosófico; una comprensión más “fuerte” de lo que
está implicado en esta idea. Según aquella línea de interpretación, la misma
metáfora gramatical indicaría que el objetivo del análisis de nuestros
161
Ibídem. 162
Cfr. pág. 37 de este trabajo.
95
conceptos básicos consiste en alcanzar una comprensión de los “principios
generales que rigen la práctica conceptual”163. Así, cuando Strawson sugiere
que la filosofía es una “explicación sistemática”, estaría invitándonos a
considerar una imagen construida a semejanza mucho más fiel, mucho
menos metafórica, de la idea de la gramática de una lengua, de lo que
habíamos presumido hasta ahora. Tal interpretación se sirve justamente de
esta indicación strawsoniana sobre la gran Dualidad, sobre la existencia, en
las propias palabras del autor, de “un núcleo macizo del pensamiento
humano que carece de historia”164. La tricéfala dualidad sería, entonces, el
principio, o conjunto de principios, que rige nuestra práctica conceptual.
Tomando en cuenta los análisis de conceptos específicos que hemos
considerado hasta ahora, no parecería irrazonable reconocer cierta
plausibilidad en esta propuesta. Buena parte del trabajo de Strawson parece
involucrar el rastreo de conexiones que, se diría, desembocan tarde o
temprano en los conceptos de alguno de los tres tipos de dualidad. Pero
habría que precisar si efectivamente estos presuntos “principios generales”
son comunes a toda nuestra práctica conceptual y, en consecuencia,
subyacen a toda explicación de esa práctica. Así, entre otras cosas, habría
que mostrar que la señalada necesidad del pensamiento, conocimiento y
discurso humanos de proceder ulteriormente sobre la base de la
discriminación entre lo particular y lo general es intrínseca a la idea de
163
Cfr. Liza Skidelsky, ob.cit, págs. 42-43 164
P.F. Strawson, Individuals, pág. 10. (citado por Chung Tse, ob. cit, pág. 8)
96
estudiar un concepto mostrando sus relaciones de implicación y exclusión
respecto de otros conceptos; mostrando, como dice Robert Brandom en la
misma línea, sus relaciones inferenciales165.
Podemos imaginar al menos dos maneras de dilucidar esto. Una de
ellas consistiría en un estudio exhaustivo, caso por caso, de los análisis de
Strawson sobre aquellos conceptos básicos de los que se ocupó, a fin de
averiguar si, aún donde el concepto involucrado tiene prima facie poco o
nada que ver con las funciones cognoscitivas y discursivas básicas, es
posible aislar su vínculo con estas últimas. Al respecto, un trabajo
especialmente descollante podría ser “Libertad y Resentimiento”166, el
célebre ensayo de Strawson que representa una de sus contadas
incursiones en filosofía moral. Por muy tentador que resulta el plan,
ejecutarlo con la debida seriedad nos desviaría mucho, y por mucho tiempo,
del objetivo central de la investigación. Pero para no desecharlo sin tener
siquiera una vaga idea de lo que podríamos encontrar, prestemos atención a
algunas indicaciones muy generales de Strawson acerca del sentido del
concepto de acción, desarrolladas en el capítulo 6 de Análisis y Metafísica,
bajo el título “Empirismo Clásico. Lo Interno y lo Externo. Acción y
Sociedad”167. Se señala ahí que el concepto tradicional de acción racional,
limitado a la combinación de deseo y creencia, es inadecuado en al menos
165
Cfr. Robert Brandom, ob. cit. 166
Cfr. P.F. Strawson, “Libertad y Resentimiento” en Libertad y Resentimiento y otros ensayos, Barcelona, Paidós, 1982, págs. 37-68. 167
Cfr. P.F. Strawson, Analysis and Metaphysics, págs. 71-81 (Cfr. especialmente págs. 78-81)
97
dos sentidos. Primero, porque no destaca el hecho de que a nuestros
conceptos de los diferentes tipos de cosas que hay en el mundo son
inherentes las posibilidades de acción que las mismas ofrecen:
No aprendemos primero qué hay en nuestro mundo y cómo nos ubicamos en relación con lo que hay en él, así como qué cambios o regularidades han de esperarse, para luego, y de manera independiente, aprender cómo podemos modificar las cosas o nuestra posición perceptiva en relación con ellas de maneras que se ajusten, tanto como sea posible, a nuestras actitudes de preferencia o rechazo. Las dos clases de aprendizaje son, por el contrario, indivisibles. Al conocer la naturaleza de las cosas, conocemos las posibilidades de acción; al conocer las posibilidades de acción, conocemos la naturaleza de las cosas
168.
Segundo, porque la relación entre los conceptos de acción y creencia
también resulta soslayada. Tomando en cuenta el vínculo entre nuestros
conceptos de objetos y sus posibilidades de acción, Strawson hace notar, en
primer lugar, que creer algo “frecuentemente involucrará el darse cuenta de
los posibles modos de actuar para evitar lo que se desea evitar y alcanzar lo
que se desea alcanzar.”169 Pero de inmediato sugiere que la conexión es
mucho más profunda: “En los hombres, o en realidad en cualquier ser
racional, los tres elementos de creencia, valoración (o deseo) y acción
intencional pueden ser diferenciados de los demás; sin embargo, ninguno de
estos tres elementos puede comprenderse apropiadamente, o incluso ser
identificado, excepto en relación con los otros”170.
Estas pistas podrían bastar para dejar abierta la pregunta acerca de si,
al proponer que la filosofía consiste en una “explicación sistemática” de los
conceptos, en una suerte de “gramática del pensamiento”, Strawson está
168
Ibíd., pág. 78 169
Ibíd., pág. 80. 170
Ibídem.
98
realmente pensando que existen “principios generales” sobre los que
descansa todo uso de conceptos que podamos hacer en cualquier esfera de
la vida. Porque, acaso no sin sorpresa, podríamos apreciar que la triple
dualidad estaría a la base incluso de nuestras nociones morales, a través del
concepto de creencia. Pero hablábamos de una segunda forma de ventilar
este asunto. Consistiría en entender qué avala a Strawson cuando afirma
que nuestra manera de concebir, conocer y hablar sobre el mundo se basa
ulteriormente en esa gran distinción entre lo particular y lo general.
Planteando este curso de acción nos percatamos, aquí y ahora, de la
escasa atención que le hemos prestado al otro miembro de la presunta
dualidad ontológica. En la sección anterior notábamos el interés de Strawson
por presentar su ontología en términos que acentuaran el contraste con el
reduccionismo quineano. En este sentido, se insistió mucho en la idea de
una “jerarquía ontológica”, y se expusieron argumentos a favor del carácter
prioritario de los particulares espacio-temporales como principales objetos de
referencia, como entidades básicas de nuestra ontología. Pero también se
pretendía enfatizar que esta conclusión no autoriza la exclusión de
propiedades, relaciones y otras entidades “abstractas” del dominio de lo
existente. Se sugería que la condición de entidad debía reclamarse también
para los universales, en la medida en que constituyen igualmente objetos de
referencia, si bien objetos secundarios de referencia171.
171
Cfr. págs. 77-78 de este trabajo.
99
Sin embargo, esto no puede ser el fin de la historia. Recordemos de
nuevo cómo hizo su primera aparición la idea de que nuestra ontología está
atravesada por la distinción entre particular y universal: considerando la
dualidad de función referencial y función predicativa que se manifiesta en la
forma básica del juicio, donde un concepto se predica de algún caso
particular. Y de inmediato puede apreciarse que, en esta aproximación, la
incorporación de los universales a la ontología no alude a su condición de
objetos de referencia. Alude, en realidad, a cierto tipo de relación con los
particulares. Una relación que pareciera apuntar a nuestra manera de pensar
y conocer los casos individuales.
Esta interpretación adquiere más fuerza recordando que la dualidad
entre particular y universal no sería sino el correlato ontológico de la
distinción básica en teoría del conocimiento, entre objetos de percepción y
conceptos (o, análogamente, entre objetos de percepción y objetos de
pensamiento, entre lo que se percibe de los objetos y lo que se piensa de
ellos). Una distinción cuya necesidad reconocemos especialmente por la
insistencia de Kant172, con quien Strawson coincide plenamente en este
punto, como se señala en Los Límites del Sentido mediante formulaciones de
172
“Nuestro conocimiento surge básicamente de dos fuentes del psiquismo: la primera es la facultad de recibir representaciones (receptividad de las impresiones); la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de tales representaciones (espontaneidad de los conceptos). A través de la primera se nos da un objeto; a través de la segunda, lo pensamos en relación con la representación (como simple determinación del psiquismo). La intuición y los conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro conocimiento, de modo que ni los conceptos pueden suministrar conocimiento prescindiendo de una intuición que les corresponda de alguna forma, ni tampoco puede hacerlo la intuición sin conceptos” (Immanuel Kant, ob. cit, A50-51, B74-75, págs. 92-93)
100
este tipo: “seguramente reconoceremos que no podemos formar concepto
alguno de la experiencia, del conocimiento empírico, que no nos permita
conocer, en la experiencia, ítems particulares que podamos reconocer o
clasificar como casos de tipos o características generales. Debemos tener la
capacidad de hacer tales reconocimientos y clasificaciones, es decir,
debemos tener conceptos generales; y debemos tener ocasiones para
ejercitar y desarrollar esta capacidad, es decir, debemos tener lo que Kant
denomina intuiciones”173.
Proponemos ahora que, para Strawson, esta necesidad cognoscitiva
se refleja en nuestro discurso sobre el objeto de ese conocimiento, en
nuestro discurso ontológico. Se trataría, como dice Chung, de que “si bien el
particular y el universal son claramente diferentes, deben estar conectados a
fin de constituir un hecho”174. Nuestra capacidad de concebir la realidad
requeriría, pues, que uno y otro se relacionen de cierta manera.
Precisar esta manera, que ha de ser nuestra próxima tarea, involucra
encontrar en Strawson muchas más indicaciones acerca de la naturaleza de
los universales de las que hemos comentado hasta ahora. Así que de
rastrear estas indicaciones también debemos ocuparnos en lo sucesivo.
Al comienzo de esta sección advertíamos que nuestra lectura de
Análisis y Metafísica nos dejaba extrañando algunas indicaciones explícitas
acerca de la dualidad lógica entre función referencial y función predicativa, o
173
P.F. Strawson, Los Límites del Sentido, págs. 43-44. 174
Chung Tse, ob. cit, pág. 377.
101
entre sujeto y predicado; indicaciones acerca de la naturaleza de los
términos de esta dualidad. Propusimos entonces incorporar la idea de la
tricéfala dualidad y las mutuas interrelaciones entre sus miembros. Habiendo
sugerido, de una forma muy esquemática, en qué consistirían las relaciones
entre la dualidad ontológica y su correlato epistemológico, podríamos tratar
de hacer algo parecido con la dualidad lógica, es decir, preguntarnos por sus
posibles relaciones con sus homólogas de los otros dos planos.
Y seguramente podríamos predecir la dirección general de la
respuesta con sólo detenernos un instante en el título del artículo de Chung
al que hemos recurrido últimamente: “La teoría metafísica strawsoniana de
sujeto y predicado”. ¿Por qué es “metafísica” u “ontológica”? El mismo
Strawson, en su respuesta al artículo de Chung, lo explica: “si hay un tema, o
grupo de temas, que pueden considerarse centrales a mi pensamiento, es
precisamente el de los fundamentos metafísicos y epistemológicos de la
familiar distinción lógico-gramatical entre referencia y predicación, o sujeto y
predicado. Así pues, como dice el Profesor Chung, he sostenido, sobre
bases metafísicas y epistemológicas generales, que es la distinción
ontológica entre particular y universal la que proporciona el fundamento
subyacente de la distinción lógica estándar”175.
Strawson quiere decir que el esquema formal sujeto-predicado,
representado con la notación “Fa”, es el reflejo de nuestras maneras de
175
P.F. Strawson, “Reply to Chung M. Tse” en Lewis Hahn, ob. Cit, pág. 383 (Énfasis nuestro)
102
concebir y conocer la realidad, respecto de las cuales las distinciones entre
particular y universal, y entre objeto de percepción y concepto general, son
condiciones necesarias. En una línea: nos comunicamos así porque
necesariamente pensamos y conocemos el mundo así. Por tanto, la
distinción entre sujeto y predicado constituiría una condición necesaria de la
significatividad de nuestro discurso sobre la realidad. No sería posible hablar
con sentido sobre el mundo sin la posibilidad lingüística de referirnos a casos
individuales, junto con la posibilidad de predicar de ellos ciertas
características generales. Aquí posiblemente resida la razón profunda detrás
del sostenido rechazo de Strawson a reducir el tratamiento filosófico de
ciertos temas a su consideración desde la lógica, cuando es concebida como
un sistema puramente formal, aséptico, cuya sintaxis y semántica no tienen
nada que ver con cómo es el mundo. Este es un asunto de la mayor
importancia porque, como señala Chung, Strawson quiere recordarnos que
“la lógica, incluso al ser considerada como pura manipulación de símbolos,
todavía es pensamiento humano en términos formales, pues la manipulación
misma es pensamiento en símbolos abstractos (…) Con la teoría de
Strawson, la distinción de sujeto y predicado tiene una suerte de necesidad
metafísica; no es un hecho meramente histórico, contingente, y no puede ser
eliminada ni manipulada arbitrariamente”176.
Tenemos, pues, una indicación altamente general de cómo explicar la
naturaleza lógica de las categorías sujeto y predicado. Pero, obviamente,
176
Chung Tse, ob. cit, pág. 379.
103
necesitamos más. A semejanza de la atención que le estaremos prestando a
la dualidad ontológica (y su relación con la dualidad epistemológica), nos
interesa esbozar un perfil detallado de la dualidad lógica. De esta tarea nos
ocuparemos en el próximo capítulo.
104
CAPÍTULO III
REFERENCIA Y PREDICACIÓN
Los estoicos creen que la lógica debiera ser llamada no sólo un instrumento de la filosofía, sino una parte suya. Dicen que la filosofía misma da lugar a la lógica, y por eso sería una parte suya. Ammonio. Aristot. Anal.
Hemos visto, sobre bases epistemológicas, por qué los particulares
han de ser los principales objetos de referencia de nuestro discurso. Una
conclusión que, recordábamos, se halla firmemente enraizada en la filosofía
al menos desde Kant.
Sin embargo, existe otra perspectiva desde la cual podemos, y
debemos, considerar el asunto. Ella se insinúa concentrándonos en el
sentido del término “objeto de referencia”. Notaremos de inmediato que alude
a, o se define a partir de, una dualidad funcional básica en la articulación del
discurso, una distinción inherente a la estructura de toda proposición: la
dualidad entre expresiones que se emplean para hacer referencia y
expresiones que se emplean para predicar algo de las primeras, o
análogamente entre sujeto y predicado. Alude, pues, al estudio de las formas
de la proposición, es decir, alude a la Lógica.
Y entonces resulta inevitable que reverbere con fuerza aquella
advertencia de nuestro autor, fuente de perplejidad al principio, acerca de la
unidad profunda de las tres direcciones de la investigación filosófica.
105
Apreciamos, aquí y ahora, que el buscar una respuesta exhaustiva, o
siquiera suficientemente adecuada, a la pregunta por el sentido de nuestros
conceptos ontológicos básicos, nos obliga en realidad a rastrear sus
conexiones con las nociones lógicas básicas. En efecto, en las páginas que
siguen acompañaremos a Strawson en un recorrido cuyo término habrá de
ser la consecución de un sentido de los conceptos lógicos de sujeto y
predicado que rinda cuenta del papel preeminente de los particulares, como
los principales sujetos lógicos. Un sentido que, además, justifique el papel
predicativo tradicionalmente reservado a los universales. Un sentido que, por
último, explique satisfactoriamente la objeción reiterada de Strawson contra
el nominalismo reduccionista, recordando al respecto que los universales
también pueden ocupar la posición de sujetos lógicos. En suma, un sentido
de los conceptos de sujeto y predicado ulteriormente inseparable de los
conceptos ontológicos de particular y universal.
Para comenzar, reconozcamos con Strawson que hay varias maneras
de formular la dualidad lógica que nos ocupa. Puede considerarse, primero,
como una distinción entre dos funciones o actividades complementarias
ejecutadas en la articulación de una proposición: así, identificaríamos por
una parte una función referencial, y por la otra una función predicativa.
También puede estudiarse como una diferencia entre expresiones o
componentes lingüísticos, como una diferencia gramatical: el contraste se
106
produciría entonces entre expresiones referenciales y expresiones
predicativas, o entre sujeto y predicado177.
Sin embargo, los términos “sujeto” y “predicado” también son
empleados para marcar la diferencia en una esfera distinta. Se les utiliza
para aludir a objetos no lingüísticos que se combinan para dar como
resultado una proposición: hablamos así de un objeto que predicamos, el
predicado, y otro objeto del que predicamos aquel, el sujeto.
Esta última manera de formular la división tiene el mérito de
acercarnos a un criterio que atienda a diferencias entre tipos de términos178
y, por consiguiente, que atienda ulteriormente a diferencias ontológicas. Pero
adolece de cierta carencia que, al notarla ahora, atrae incidentalmente
nuestra atención hacia un rasgo asociado por tradición a la dualidad
referencia-predicación o sujeto-predicado; un rasgo al que Strawson hará
justicia en la formulación de su propio criterio. Tiene que ver con cierta
exclusividad en las funciones que puede desempeñar cada elemento de la
dualidad. Pues se acepta generalmente que una expresión referencial no
puede convertirse en expresión predicativa (si bien una expresión predicativa
sí podría ocupar el lugar del sujeto lógico de la oración). El problema con la
última división reside, entonces, en que no garantiza esta exclusividad, pues
las señaladas diferencias entre términos son, a fin de cuentas, relativas a
una cierta proposición dada. En una proposición como “Einstein es sabio”,
177
Cfr. P.F. Strawson, Individuals, Londres, Methuen, 1959, págs. 139-140 178
En lo sucesivo seguiremos la prescripción de Strawson de emplear “término” al hablar de objetos no lingüísticos. Cfr. ibíd., pág. 154
107
podemos fácilmente distinguir el término sujeto del término que se predica de
él, pero esta distinción no prejuzga nada sobre el rol que correspondería a
los términos “Einstein” o “ser sabio” en cualquier otra proposición. En efecto,
podemos emplearlos de tal suerte que asuman los roles opuestos, como en
la proposición “Hawkins es un Einstein”, o en la proposición “ser sabio es una
virtud”179.
La distinción propuesta por Frege entre “objeto” y “concepto”
prometería una solución satisfactoria a este problema, ya que, aludiendo
igualmente a términos, objetos no lingüísticos, garantizaría no obstante la
exclusividad funcional que se buscaba, al combinar la división entre términos
y roles en una sola categoría. Así, se obtendría un criterio independiente de
casos particulares: el mismo objeto puede aparecer en distintas
proposiciones, pero no en un papel distinto en cada caso. Se nos ofrecería
aquí, pues, un correlato no lingüístico de la distinción entre tipos de
expresiones que consideramos antes180.
Así las cosas, contamos con indicaciones muy generales acerca de
cómo se concibe tradicionalmente la dualidad que nos interesa. El siguiente
paso consistirá en llenarlas de contenido. Al efecto, seguiremos a Strawson
en la exposición de tres criterios: el criterio “gramatical”, el criterio “categorial”
y el criterio de “completud”.
179
Cfr. Ibíd., págs. 140-141. 180
Cfr. Ibíd., págs. 141-142.
108
III.1. Criterio gramatical
Detengámonos en esta idea de la mutua exclusividad funcional de las
expresiones referenciales y predicativas, y preguntémonos cómo podríamos
utilizarla para nuestros propósitos. Comencemos precisando las maneras en
que se formula comúnmente. Frege, por ejemplo, la presenta en estos
términos: “un nombre propio nunca puede ser una expresión predicativa,
aunque puede ser parte de ella”181. Geach, por su parte, afirma que “el
nombre de un objeto puede (…) usarse como sujeto lógico de una oración
acerca de un objeto (…) No puede ser, sin un cambio radical de sentido, un
predicado lógico”182. Pues bien, incorporemos tan prominente característica
al esbozo de las definiciones buscadas.
Venimos hablando de diferencias funcionales entre los dos tipos de
expresiones, pero ¿no existen semejanzas a tener en cuenta? La respuesta
afirmativa aparece al recordar aquella perspectiva en la que tratamos, no con
expresiones, sino con objetos no lingüísticos, términos. Si la conectamos con
la primera, podremos decir que las expresiones referenciales y las
expresiones predicativas tienen en común el hecho de que ambas introducen
términos. Sus diferencias funcionales serían entonces diferencias en la
manera de introducir sus términos: en un caso se les introduce haciendo
referencia a ellos; en el otro, predicándolos.
181
Frege, G., “On Concept and Object” en P.F. Strawson, ob.cit., págs.142-143. Como aclara Strawson, por “nombre propio” Frege alude a lo que en nuestros términos corresponde a “expresión referencial”. 182
Geach, P.T., “Subject and Predicate”, en ob. cit, pág. 143.
109
Es aquí donde Strawson propone acudir a la gramática, porque “un
libro de gramática de una lengua es, en parte, un tratado sobre los diferentes
estilos de introducción de términos en una expresión mediante locuciones de
esa lengua”183. En particular, Strawson piensa que las diferencias entre los
estilos nominal y verbal de introducción de términos proporcionarían el
criterio buscado, el cual pasa a formular así: “una expresión referencial es
una expresión nominal singular; una expresión predicativa contiene al menos
una forma finita de un verbo en el modo indicativo, la cual, dentro de los
límites de la expresión predicativa, no forma parte de una oración o cláusula
completa. Y un requisito general aplicable a expresiones referenciales y
predicativas consiste en que una expresión de cualquiera de los dos tipos dé
como resultado una oración asertórica al ser combinada con alguna
expresión adecuada del otro tipo”184.
Esta formulación garantiza, como se pretendía, la mutua exclusividad
funcional de ambos tipos de expresiones; así mismo, avala la prescripción
adicional de que una expresión referencial pudiera ser parte de una
expresión predicativa. Sin embargo, se requieren algunos ajustes para que
nos ofrezca condiciones suficientes, y no sólo necesarias. Al efecto,
agregaremos la condición de que ambas expresiones deben introducir
términos, para evitar que sustantivos como “nada” sean admitidos como
sujetos lógicos. Además, tendremos que limitar el sentido de la frase
183
P.F. Strawson, ob.cit., pág. 147 184
Ibídem.
110
“expresión que introduce un término” para que sólo aluda a aquellos casos
en los que éste sea identificado definidamente. Esto asegura la exclusión de
descripciones indefinidas como “un rey”, o sustantivos como “todo” y “algo”,
del campo de candidatos a sujetos lógicos. 185
Consciente de que la naturaleza gramatical del criterio pudiera suscitar
justificadas dudas sobre su importancia filosófica, Strawson nos advierte
sobre la necesidad de encontrar su justificación lógica. Tenemos, pues, que
preguntarnos por las implicaciones profundas de esas diferencias
gramaticales. Comencemos considerando una expresión referencial, como
“Einstein”, y preguntémonos si su uso implica algo acerca del tipo de locución
en la que se introducirá su término. Ciertamente, podemos usarla en
oraciones asertóricas, preguntas o cláusulas condicionales, pero también en
meras listas de términos. Consideremos ahora el caso de una expresión
predicativa, como “es sabio”. ¿No resulta incuestionable que introduce su
término, la cualidad “sabiduría”, en una proposición? A diferencia de una
expresión como “Einstein”, “es sabio” introduce su término en un estilo
definido, el estilo proposicional. Así, el uso de un verbo en modo indicativo,
en una locución que introduce un término, determina el tipo de expresión en
la que se introduce, mientras que una locución nominal sola no ofrece tales
indicaciones: “la expresión ‘es sabio’ no sólo introduce el ser sabio, también
lleva consigo el vínculo asertórico o proposicional; o, en terminología aún
185
Cfr. Ibíd., págs. 158-159
111
más vieja, no sólo introduce su término, también lo copula”186. Este criterio,
del mismo modo que el criterio puramente gramatical, del cual sería una
suerte de justificación o fundamento, garantiza la mutua exclusividad de
ambos tipos de expresiones, así como la posibilidad de que una expresión
referencial sea parte de una expresión predicativa.
Además de la distinción funcional, de la distinción entre tipos de
expresiones y de la distinción entre objetos no lingüísticos, indicábamos que
la comprensión fregeana recurría a los términos “objeto” y “concepto”. Como
en los otros casos, uno y otro son mutuamente exclusivos: un objeto no
puede ser un concepto, ni viceversa. No obstante, Frege explica la diferencia
de una forma extraña: indica que los objetos son “completos”, mientras los
conceptos son “incompletos” o “insaturados”187. Pero gracias al contraste
entre expresiones que introducen su término en el estilo proposicional, a
diferencia de las que no introducen su término en ningún estilo en particular,
podemos precisar el sentido de la metáfora. Las primeras, correlatos de los
conceptos de Frege, serían “incompletas” porque llevan consigo el estilo
particular en que deben completarse, es decir, sólo admiten completarse
para formar una proposición. Por otra parte, notábamos que las expresiones
referenciales, correlatos de los objetos, pueden completarse en cualquier
186
Ibíd., pág. 151. 187
Cfr. Frege, G., ob.cit. en P.F. Strawson, ob.cit., págs. 152-153
112
estilo, pues no introducen su término de ninguna forma definida. Es este el
sentido en que serían “completas”.188
En su artículo, “Universals”189, F. P. Ramsey cuestiona esta distinción.
Se trata, comenta Strawson, de que no se entiende “por qué una parte de la
proposición debiera considerarse más incompleta que otra: cualquiera de las
partes por igual no es la totalidad”190. Pero las objeciones de Ramsey tienen
un origen más profundo. Como acabamos de señalar, la dicotomía fregeana
entre elementos completos e incompletos de una proposición no es sino una
analogía para ilustrar, a fin de cuentas, la distinción gramatical entre estilos
de introducción de términos. Y, en efecto, la crítica de Ramsey apunta en esa
dirección.
Lo primero que nota Ramsey es que la naturaleza gramatical de las
categorías empleadas basta para activar las alarmas: “recordemos que la
tarea de la que nos ocupamos no es meramente una tarea de gramática
inglesa; no somos niños de escuela que vamos a analizar oraciones en
sujeto, extensión del sujeto, complemento y demás”191. Esta primera
sospecha puede conducirnos al núcleo mismo del criterio, a la idea de que la
posesión del vínculo proposicional marca la diferencia entre expresiones
referenciales y expresiones predicativas. Porque, si pudiéramos explicar la
188
Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., pág. 153. 189
Ramsey, F.P., “Universals”, en F.P. Ramsey, Foundations of Mathematics. Citado en P.F. Strawson, ob.cit. 190
P.F. Strawson, ob.cit., pág. 153 191
Ramsey, F.P., ob.cit., págs. 116-117 en P.F. Strawson, ob.cit., pág. 160.
113
introducción de aquél con independencia de cualquiera de estas
expresiones, la distinción entre sujeto y predicado simplemente se disolvería.
Como Strawson expone prolijamente, una explicación tal puede
articularse sin mayores dificultades. Dadas dos expresiones que introducen
términos, la sucesiva introducción del vínculo proposicional se podría explicar
por un recurso ajeno a cualquiera de ellas, como, por ejemplo, un paréntesis
que las abarque a ambas. Así, dadas las expresiones “Einstein” y
“Sabiduría”, representaríamos el resultado como una proposición, en vez de
una mera lista de términos, de la siguiente forma: (Einstein Sabiduría). El
hecho de que desde un punto de vista gramatical se asocie el verbo a una de
estas expresiones no sería sino una mera convención a partir del recurso
general, compatible con él. Equivale a establecer la regla de que el
simbolismo proposicional se represente con un paréntesis que, en lugar de
abarcar ambos términos, abarque sólo a uno. En el ejemplo anterior, la
proposición se indicaría como sigue: (Einstein) Sabiduría, o también Einstein
(Sabiduría).
Así las cosas, si el único aval tras la descomposición de las
proposiciones atómicas en sujeto y predicado es la distinción gramatical,
parece que carecemos de buenas razones para seguir sosteniéndola. Ahora
bien, recordemos qué nos condujo hasta aquí en primer lugar. ¿No fue la
inquietud por investigar la idea de que los particulares son los principales
sujetos de nuestras predicaciones, preguntándonos qué significa ser sujeto,
en contraste con ser predicado? ¿Y a esta idea no se halla asociada esta
114
otra: que los particulares sólo pueden ser sujetos, mientras que los
universales pueden ocupar cualquiera de las dos posiciones? Queríamos
investigar, en resumen, cierta asimetría entre las nociones ontológicas de
particular y universal asociada a cierta asimetría lógica, entre las nociones de
sujeto y predicado. Según Ramsey, al haber disuelto la asimetría lógica, por
extensión se disolvió también la asimetría ontológica: no habría ninguna
diferencia ulterior entre particular y universal192.
¿Pero esta conclusión es correcta? Lo sería si se presupone que la
distinción ontológica se basa en la distinción lógica. Sin embargo, en el
capítulo anterior se hizo evidente el hecho de que el tipo, o los tipos, de
recursos conceptuales de los que disponemos para concebir el mundo -es
decir, los conceptos que integran nuestra ontología- responden
esencialmente a necesidades cognoscitivas. En ningún momento se podía
siquiera vislumbrar la idea de que las necesidades ontológicas respondieran
a necesidades puramente lingüísticas. Y ahora tampoco se ve cómo tal cosa
podría ser el caso.
A pesar de esto, la denuncia de Ramsey es de la mayor importancia.
Aunque, claramente, no nos obliga a renunciar a la distinción particular-
universal, sí nos compromete a buscar el fundamento de la dualidad lógica a
la que se le asocia en otro lugar. Curiosamente, por este motivo terminará
siendo para nosotros un muy feliz acaecimiento, a blessing in disguise, como
dicen los angloparlantes. Porque el hecho de que una manera tan extendida
192
Cfr. P.F. Strawson, ob.cit., pág. 161
115
de comprender el sentido filosófico de los conceptos de sujeto y predicado
adolezca de esas deficiencias estructurales incidentalmente orienta las
candilejas, una vez más, hacia la pregunta por el método de la filosofía. Y
así, es inevitable que regrese a nuestra atención la constante insistencia de
Strawson acerca de la manera más apropiada de elucidar el sentido de
nuestros conceptos básicos: rastreando cuidadosamente las conexiones que
existen entre ellos. El criterio gramatical, atendiendo exclusivamente a
diferencias en estilos de introducción de términos, se formula de espaldas a
los tipos de términos, es decir, a los tipos de entidades introducidas; se
formula de espaldas a una dualidad ontológica básica, entre particular y
universal. Si aquella prescripción abstracta, aérea, que recibimos de
Strawson al comienzo de este trabajo es correcta, la manera adecuada de
explicar la distinción sujeto-predicado consistiría, más bien, en seguir sus
vínculos con otros conceptos con los que se halla relacionada. Y bien, ¿no
se ha advertido también que, a través de la tricéfala dualidad de objetos y
conceptos, particulares y universales y sujeto y predicado, los tres grandes
departamentos de la filosofía forman ulteriormente una unidad? En el
capítulo anterior reconstruimos con Strawson, al menos en parte, el puente
entre la dualidad epistemológica y la dualidad ontológica. Veamos ahora
cómo haríamos algo semejante con la dualidad lógica.
116
III.2. Criterio categorial Strawson observa que “cualquier término, particular o universal, debe
poder vincularse asertóricamente con otro término o términos, a fin de
producir un resultado significativo, una proposición. Un término puede
concebirse como un principio de reunión de otros términos. Puede decirse
que reúne a aquellos términos tales que, cuando se vincula asertóricamente
con cualquiera de ellos, el resultado es no sólo una proposición significativa,
sino también verdadera”193. Ahora bien, ¿no es una forma un poco extraña
de expresarse esa referencia a “reunir términos”? ¿Qué se quiere decir
exactamente? Al menos en parte, Strawson en realidad alude al hecho de
que, como dice en otro lugar, “la idea de individuo es la idea de una instancia
individual de algo general. No hay algo así como un puro particular”194. La
frase “reunir términos” no sería sino una metáfora para explicar la idea de
“subsumir otra entidad, u otras muchas entidades, en un universal”195. Pero,
siendo así las cosas, resulta evidente su origen epistemológico. Resulta
evidente que se trataría de un intento más o menos acertado por traducir a
lenguaje ontológico la necesidad de disponer no sólo de objetos de
percepción, sino también de conceptos, para que sea posible formular juicios
sobre el mundo, es decir, para que sea posible el conocimiento196.
193
Ibíd., pág. 167. 194
Strawson, P.F., 1953, “Particular y General” en P.F. Strawson, Ensayos Lógico-Lingüísticos, Madrid, Tecnos, 1983, pág. 48. 195
Chung Tse, ob.cit., en Lewis Hahn, ob.cit, pág. 377. 196
Cfr. Ibíd., págs. 377-378.
117
Aclarado este asunto, siquiera parcialmente, notemos ahora que
Strawson distingue varios vínculos asertóricos, o principios de reunión de
términos, atendiendo a diferencias en los términos involucrados. Al punto,
comienza indicando que los términos universales se clasifican en dos
grandes categorías: universales de especie y universales caracterizadores.
Los define de este modo: “un universal de especie ofrece un principio para
distinguir y contar los particulares individuales que reúne. No presupone
ningún principio o método anterior de individuación de los particulares que
reúne. Los universales caracterizadores, por otra parte, si bien ofrecen
principios para agrupar e incluso para contar particulares, ofrecen tales
principios sólo para particulares previamente distinguidos, o distinguibles, de
conformidad con algún principio o método anterior”197. Tomemos en cuenta,
para futura consideración, que sin proponérnoslo vamos acopiando algunos
datos para formular la caracterización del otro miembro de la dualidad
ontológica, los universales, acerca del cual admitíamos nuestra ignorancia al
final del capítulo anterior.
Sobre esta base se postulan al menos dos principios de reunión de
términos, que involucran a universales y particulares198 y toman sus nombres
de los primeros. Así, tendremos en primer lugar el vínculo de especie, o de
instanciación. El mismo comprende, por un lado, el caso en que un particular
197
P.F. Strawson, ob.cit., pág. 168. 198
Strawson postula también un tercer principio de reunión de términos, el vínculo atributivo, que asocia dos particulares, en lugar de un particular con un universal. Al respecto, cfr. págs. 168 y 170. Sin embargo, una reseña detallada de este último no resulta demasiado relevante para nuestros propósitos.
118
reúne varios universales de especie: Einstein, por ejemplo, reúne los
universales “físico”, “hombre”, “ser vivo”. Por el otro, el caso en que un
universal de especie reúne varios particulares: el universal “físico” reúne a los
particulares Einstein, Bohr y Heisenberg. Pero, si bien existen obvias
semejanzas, hay que advertir asimetrías entre los principios de reunión en
cada caso: “podríamos indicar esta diferencia empleando, además de la
fórmula simétrica ‘x está vinculado de forma instanciadora con y’ (donde x o y
pueden ser tanto particular como universal, mientras cada una sea de un tipo
diferente), también la fórmula asimétrica, ‘x es una instancia de y’ (donde x
debe ser un particular, mientras que y debe ser un universal)”199.
El segundo principio de reunión de términos se denomina vínculo
caracterizador. Abarca, de igual modo, dos casos. Por una parte, aquél en el
que un particular reúne varios universales caracterizadores: se puede decir
de Einstein que es sabio, perseverante, etc. Por la otra, aquél en el que un
universal reúne diversos particulares: decimos que, por ejemplo, Einstein,
Galileo y Kant son sabios. Análogamente al primer vínculo, no obstante,
también existen asimetrías entre la manera en que particulares y universales
reúnen sus términos:
El principio a partir del cual un particular reúne diferentes universales caracterizadores en momentos diferentes es ofrecido por la identidad continua del particular (…); el principio a partir del cual un universal caracterizador reúne diferentes particulares, al mismo tiempo o en diferentes momentos, involucra una cierta semejanza característica entre dichos particulares en dichos momentos. Podríamos indicar esta diferencia añadiendo a la fórmula simétrica
199
Ibíd., pág. 169.
119
‘x está unida por un vínculo caracterizador a y’, la fórmula asimétrica ‘x está caracterizado por y’ (donde x debe ser un particular, en tanto y un universal)
200.
Repasemos los señalamientos recibidos, y preguntémonos qué podrían
aportar con miras a la articulación de un criterio para distinguir sujeto y
predicado basado en diferencias ontológicas. Pues bien, ¿no resulta obvio
que existe semejanza entre la manera en que los universales de especie y
los universales caracterizadores reúnen a los términos particulares; una
semejanza que, además, se limita exclusivamente a estos casos? Strawson
se percata de esto, y propone una primera aproximación a las definiciones
buscadas como sigue: “el sentido primario de ‘y se predica de x’ es ‘se afirma
que x está vinculado con y bien como una instancia de y o como
caracterizado por y’. En vista de los sentidos que hemos dado a ‘es una
instancia de’ y ‘está caracterizada por’, esto equivale a establecer como regla
que los universales pueden predicarse de los particulares, pero no
viceversa”201.
Pero recordemos que la tesis sobre la presunta asimetría de funciones
lógicas entre particulares y universales postula no sólo que los particulares
son los principales sujetos lógicos, y que únicamente los universales pueden
aparecer en posición predicativa. También postula que estos últimos podrían
aparecer en posición referencial, y admite que los particulares sean parte de
200
Ibíd., págs. 169-170. 201
Ibíd., pag. 171.
120
lo que se predica. Así las cosas, quedaría por ver si el criterio puede
ajustarse para dar cabida a estas condiciones.
En efecto, Strawson muestra cuan fácil es la operación. Tomemos por
caso la siguiente lista de universales de especie, a los que infinidad de
particulares se relacionan como instancias suyas: violín, violoncelo, guitarra,
mandolina. Obviamente, estos a su vez son instancias de otro universal de
especie, como “instrumento musical”. Notamos, entonces, que se manifiesta
una analogía entre la forma en que un particular es reunido por un universal
como instancia suya y la forma en que un universal es reunido por otro
universal como instancia suya. A semejantes resultados llegaremos
considerando el vínculo caracterizador: ser codicioso, envidioso o intrigante
son universales caracterizadores que pueden, por su parte, ser
caracterizados por otros universales. Así, sobre esta base analógica
podemos extender sin peligro el criterio inicial, a fin de reconocer que los
universales sean sujetos de predicación. Finalmente, para admitir que los
particulares sean parte del predicado, basta con ajustar ciertas
prescripciones sobre las fórmulas ‘X es una instancia de Y’ y ‘X es
caracterizado por Y ’. Indicaba Strawson que, en ambos casos, Y debía ser
un universal. Puede afinarse la condición estableciendo que Y debe ser un
universal, si bien puede incluir adicionalmente el nombre de un particular,
como en la oración “Carlos es hijo de Luis”202.
202
Cfr. Ibíd., págs. 171-172.
121
Echemos una mirada panorámica sobre las conclusiones de esta
sección y la precedente. Hemos asistido a la exposición de dos enfoques
para definir los conceptos lógicos de sujeto y predicado: uno que se
concentra en el estilo gramatical de introducción de términos en la
proposición, y otro que va más allá, prestando atención más bien a los tipos
de términos introducidos. Tomando en cuenta las certeras críticas de
Ramsey, así como las prescripciones metodológicas de Strawson, el
segundo se muestra, a todas luces, digno de mayor confianza. Sin embargo,
hemos destacado el hecho de que ambos integran plenamente aquella
advertencia, tan frecuente desde Frege, en el sentido de que las expresiones
referenciales no pueden desempeñar una función predicativa (aunque
pudieran ser parte de una expresión que sí lo haga). Por cierto, no parece
haber razones para suponer que la correspondencia entre uno y otro criterios
no sea plena. En efecto, generalmente lo es. Desde el punto de vista
gramatical, las formas lingüísticas que corresponden a expresiones
predicativas serían, entre otras, las siguientes: un verbo en modo indicativo
(“…estudia”) o una locución verbal compuesta por el verbo “ser” en modo
indicativo y un adjetivo (“…es sabio”) o un sustantivo (“es [un] científico”).
Así, con la expresión referencial “Einstein”, obtendríamos proposiciones
como “Einstein estudia”, “Einstein es sabio” o “Einstein es [un] científico”,
respecto de las cuales la aplicación de ambos criterios ofrece las mismas
formas de marcar la distinción. Y la misma correspondencia se mantendrá en
122
la medida en que los nombres propios de particulares no aparezcan en
dichas locuciones verbales203.
Pero en la práctica los nombres de particulares sí pudieran aparecer
en locuciones verbales que, desde el punto de vista gramatical, constituyen
expresiones predicativas: pueden aparecer bien bajo formas adjetivadas (“…
es einsteniano”, “… es stalinista”, etc.) o directamente en su forma original,
precedida por un artículo (“… es un Einstein”, “…es un Stalin”). ¿Revela esto
un antagonismo profundo entre ambos criterios? Curiosamente, no.
Percatémonos de que al emplear así el nombre de un particular, lo que
introducimos en la proposición no es en realidad un particular, sino un
universal de especie o caracterizador al que el primero ha cedido su nombre.
De todas maneras, esta situación sí atrae nuestra atención hacia un asunto
importante. Para comenzar, nos ayuda a notar que “el lenguaje permite
libremente el uso de nombres propios de particulares en formas predicativas
gramaticales sólo en aquellos casos donde el uso de dichas formas no tiende
a hacernos pensar que estamos predicando el particular, en casos, en
efecto, donde podemos decir que el término introducido por la expresión
predicativa gramatical es un universal”204.
Pero hay más. Podemos ver de qué se trata considerando dos
oraciones que Ramsey emplea para ilustrar su tesis de que no existe
ninguna diferencia última entre sujeto y predicado: (1) “Sócrates es sabio” y
203
Cfr. Ibíd., pág. 173. 204
Ibíd., pág. 174.
123
(2) “La sabiduría es una característica de Sócrates”. Si aplicamos tanto el
criterio gramatical como el criterio categorial a la oración (1), obtendremos el
mismo resultado: Sócrates es el sujeto, del que se predica el término
“sabiduría”. Al considerar la oración (2), notemos primeramente que el
recurso al criterio categorial evita la inaceptable consecuencia, proclamada
por Ramsey, de tener que invertir la distinción lógica que hicimos en la
oración (1): ya que el término particular y el término universal siguen siendo
los mismos, el sujeto y el predicado de la oración siguen siendo los mismos.
Pero, aunque la situación es diferente al aplicar el criterio gramatical,
observemos que el resultado no consiste, propiamente, en invertir la
asignación de las categorías de sujeto y predicado: si bien el sujeto pasa a
ser “sabiduría”, no afirmaremos que “Sócrates”, el particular, es el término
que se predica, sino más bien “ser una característica de Sócrates”. Lo que
ocurre, señala Strawson, es que el lenguaje introduce un “falso universal”
para evitar un choque abierto entre ambos criterios205.
El hecho sustantivo que este caso y el anterior sacan a la luz consiste
en que hay “una suerte de esfuerzo por parte del lenguaje para mantener en
armonía dos criterios aplicables a algo que se predica, o que aparece como
predicado (…) Es como si se sintiera que el que haya correspondencia entre
estos dos criterios, el que produzcan el mismo resultado, es de alguna forma
correcto”206. La siguiente tarea será, pues, estudiar cómo funciona el
205
Cfr. Ibíd., págs. 174.175 206
Ibíd., págs. 178-179
124
lenguaje cuando introducimos términos en proposiciones, a fin de explicar el
origen profundo de una tal correspondencia.
III.3. Criterio de completud.
Sigamos, entonces, las indicaciones de Strawson acerca de las
condiciones que deben satisfacerse para la efectiva introducción de
particulares y universales en una proposición. Al punto, tengamos presente
que “introducir un término” en este contexto implica identificarlo: “la expresión
que introduce un término indica, o se emplea para que indique, qué término
(cuál particular, cuál universal) se introduce a través de ella”207.
Para que un hablante introduzca un particular o, análogamente, para
que se refiera a él208, y un oyente entienda tal referencia, deben satisfacerse
al menos tres condiciones, a saber:
1. Que haya un particular al que el hablante haga referencia.
2. Que haya un particular al que el oyente asuma que el hablante se
refiere.
3. Que el particular al que se refiere el hablante sea idéntico al que
asume el oyente.209
Consideremos la primera. Lo mínimo que implica, obviamente, es que
“haya un particular que responda a la descripción que usa el hablante, o a la
207
Ibíd., pág. 181. 208
Strawson aclara que, al discutir las condiciones para la introducción de un particular, hablará más bien de “hacer referencia” a él, por ser esta última una locución consagrada por el uso, sin que la sustitución acarree modificaciones sustanciales. Por nuestra parte, acogeremos en lo sucesivo esta sugerencia. 209
Cfr. Ibíd., pág. 181.
125
descripción por la que está preparado a sustituir el nombre que usa, si usa
un nombre”210. Pero, en vista de que el hablante se refiere a un solo
particular, y de que, no obstante, pudiera haber más de uno que satisfaga la
descripción que efectivamente usa, la unicidad de referencia se garantizaría
estableciendo que “debe haber alguna descripción que [el hablante] pudiera
ofrecer, aunque no tiene que ser la que efectivamente ofrezca, que se
aplique únicamente a aquel en el que está pensado, y que no incluya la frase
‘aquel en el que estoy pensando’”211. En otras palabras, la introducción de
un particular requiere que el hablante conozca una proposición empírica
verdadera relativa a aquél, que garantice que la descripción que pudiera
ofrecer aluda sólo a ese particular. Podemos decir, para irnos familiarizando
con la jerga de Strawson, que el hacer referencia entraña presuponer un
hecho empírico acerca de su objeto. Por su parte, la segunda condición
simplemente reitera esta necesidad desde la perspectiva del oyente. La
tercera, por último, no implica que las descripciones del hablante y del oyente
sean idénticas, sino que sean aplicables a sólo un particular, el mismo en
ambos casos.212
La situación es distinta en el caso de términos universales. Como
Strawson advierte, para introducir un universal en una proposición no se
requiere conocer una proposición empírica que declare su instanciación. Sólo
se necesita conocer el significado de las palabras que lo identifican. No se
210
Ibídem. 211
Ibíd., pág. 182. 212
Cfr. pág. 183.
126
necesita, pues, conocer el mundo, sólo se necesita conocer el lenguaje.
Ciertamente, es posible que tales palabras, o algunas de ellas, adquirieran
su significado cuando los universales a los que identifican resultaron
ejemplificados en casos particulares. Pero notemos que, tras haber adquirido
su significado, ya no es necesario que sus usuarios conozcan una
proposición empírica que afirme su instanciación: “Los usuarios sabrán o
pensarán esto, en general. Pero el que debieran hacerlo no es una condición
necesaria para que las expresiones en cuestión desempeñen su función
identificadora. Todo lo que se necesita es que los usuarios sepan lo que
significan las expresiones, no que adquirieron su significado en virtud de
alguna proposición empírica”213.
Sin embargo, hay un caso peculiar en el que la introducción
identificadora de términos universales sí presupone una proposición empírica
verdadera. Es aquél en el que se les identifica mediante una descripción: en
lugar de usar el adjetivo “longevo” para introducir el universal “longevidad”,
podríamos emplear una descripción como “la cualidad por la que es famoso
Matusalén”. Así, para que la descripción cumpla su función, debe
presuponerse el hecho empírico de que hay sólo una cualidad por la que es
famoso Matusalén. Veremos de inmediato la importancia de esta
observación, al proyectar los resultados recién obtenidos al estudio de
nuestro tema principal.
213
Ibíd., pág. 185.
127
Recordemos rápidamente cómo llegamos hasta aquí. Seguimos a
Strawson en su interés por proporcionar una explicación firme de los
conceptos de sujeto y predicado, o de referencia y predicación; una
explicación que justificara su tradicional importancia lógica y filosófica contra
el sólido escepticismo al que quedan expuestos cuando se les define desde
una perspectiva mayormente gramatical. El resultado fue un criterio en el que
la distinción lógica aparece como la manifestación de una distinción,
digamos, más profunda; de una distinción ontológica. A continuación,
advertimos la correspondencia, a veces real, a veces un poco forzada, que
se verificaba entre ambos criterios. Finalmente, atendimos a la presunción de
Strawson de que si investigábamos qué condiciones hacen posible la
introducción de particulares y universales en el discurso, explicaríamos tal
correspondencia. Pero ahora es imposible resistirse a la pregunta sobre si,
inadvertidamente, estuvimos reuniendo material para una comprensión
acaso más fina, más depurada, de nuestra dualidad lógica. Una comprensión
que, si bien emergería del terreno ontológico como el criterio categorial,
emergería de una parcela distinta; una parcela que no sólo colinda con el
terreno lógico, sino que se cruza con él. Se trataría, quizá, de una
comprensión que no sólo atendería a las conexiones que existen entre los
conceptos de ambas áreas, como la que obtuvimos en la sección anterior,
sino que afloraría en la intersección misma entre la investigación por los
recursos conceptuales mediante los que organizamos nuestro pensamiento
128
de la realidad y la investigación por las condiciones conceptuales que hacen
posible su comunicación.
Para ensayar esta posibilidad, podríamos traducir la asimetría entre
particulares y universales respecto de las condiciones de su introducción en
la proposición al lenguaje de asimetrías entre tipos de expresiones. Esto nos
permitiría operar en el marco común a los dos criterios anteriores. La
dualidad se plantearía, entonces, entre “expresiones tales que no puede
saberse qué introducen sin saber (o notar a partir de su uso) un hecho
empírico distintivo acerca de lo que introducen, y expresiones tales que
puede saberse muy bien qué introducen sin saber ningún hecho empírico
distintivo acerca de lo que introducen”214.
Ahora percatémonos de que esta manera de plantear la dualidad
enfatiza un contraste en términos de completud. Si bien ambas expresiones
son incompletas, en el sentido de constituyen sólo uno de los dos
componentes de una oración, en otro sentido es evidente que las
expresiones que introducen particulares, y no así las que introducen
universales, poseen cierta completud. Se trata de que las primeras “aunque
no enuncian hechos explícitamente, desempeñan su función sólo porque
presentan o representan hechos, sólo porque presuponen, o encarnan, o
llevan consigo de forma encubierta, proposiciones que no afirman
explícitamente. Necesariamente llevan consigo una carga fáctica al introducir
sus términos. Pero las expresiones [que introducen particulares] no llevan
214
Ibíd., págs. 186-187.
129
consigo una carga fáctica al introducir sus términos. Sólo pueden ayudar a
transmitir un hecho, e incluso esto sólo pueden hacerlo (…) uniéndose con
alguna otra expresión en un enunciado explícito”215.
Cuando acompañamos a Strawson a recorrer la perspectiva
gramatical, la perspectiva que se basa en el criterio de estilos diferentes de
introducción de términos, observamos que una forma de explicar la distinción
aludía a la oposición completud-incompletud. En relación con esto se dijo,
evocando a Frege, que por cuanto las expresiones predicativas introducen su
término llevando consigo el vínculo proposicional, y por consiguiente sólo
pueden completarse formando una proposición, eran incompletas al
comparárselas con las expresiones referenciales, las cuales, al no introducir
su término en ningún estilo en particular, pueden completarse de cualquier
forma. Sin embargo, recordemos que más adelante, al volver la atención
sobre una perspectiva que atendía solamente a diferencias ontológicas, esta
manera de entender el asunto quedó relegada por la oposición entre tipos de
de términos. No obstante, al ubicarnos ahora en una tercera perspectiva que,
según sugerimos, parecer situarse en la convergencia de las otras dos,
encontramos el curioso resultado de que la noción de completud reaparece,
con un sentido que involucra tanto consideraciones ontológicas como
consideraciones lógico-lingüísticas. Así las cosas, ¿no tenemos ya
suficientes elementos para articular un nuevo criterio explicativo de la
distinción sujeto-predicado, un criterio que bien podría rendir cuenta de
215
Ibíd., pág. 187.
130
aquella curiosa correspondencia entre los criterios gramatical y categorial,
porque surge de la fusión de las esferas sobre las que ambos se basan?
En efecto, a partir de estos resultados Strawson propone las
siguientes definiciones de sujeto y predicado: “una expresión sujeto es
aquella que, en un sentido, presenta un hecho por sí misma, y es en esa
medida completa. Una expresión predicativa es aquella que, en ningún
sentido, presenta un hecho por sí misma, y es en esa medida incompleta”216.
Como esperábamos, puede probarse que el nuevo criterio constituye una
suerte de bisagra entre los otros dos, siendo compatible con ambos. Es
compatible de una manera obvia con el criterio gramatical, según el cual la
expresión incompleta, la que lleva el vínculo proposicional requiriendo ser
completada, es la expresión predicativa, ya que, con el nuevo criterio, se ha
postulado que la incompletud de la expresión predicativa es tal que sólo
puede completarse al unirse a otra expresión en una proposición. También
es compatible con el criterio categorial, que señala que los particulares sólo
pueden sujetos, pero no predicados, por cuanto con el nuevo criterio la
completud intrínseca a toda expresión referencial, a toda expresión que
introduce particulares, excluye de antemano el que pudiera desempeñar la
función opuesta.
Pero aún no hemos probado suficientemente la compatibilidad
¿Admite el criterio de la completud el que los universales podrían ocupar no
sólo la posición predicativa, sino en ocasiones la referencial? Sin duda.
216
Ibíd., págs. 187-188.
131
Porque un término universal podría introducirse mediante una descripción
(como en nuestro ejemplo anterior, con el universal “longevidad”) y, en tal
caso, para que la introducción sea efectiva, es necesario que el hablante y el
oyente conozcan cierto hecho empírico relevante. Así, como la expresión que
lo introduce es completa, pues presupone una proposición empírica, la
misma posee efectivamente las condiciones para desempeñar una función
referencial217.
Con todo, quedan algunos asuntos por precisar. Uno de los más
acuciantes es el sentido exacto de “presuposición” de proposiciones
empíricas, en relación con expresiones “completas”. ¿Qué proposiciones
debemos considerar como presupuestas en el uso de los distintos tipos de
expresiones referenciales? Como señala Strawson, no existe una respuesta
única, justamente por esa diversidad. En un caso simple de descripciones
con demostrativos, como “la persona que está allá”, la proposición empírica
presupuesta en la efectiva referencia al particular respectivo sería,
claramente, “existe una y sólo una persona allá, donde estoy señalando”218.
Pero consideremos ahora el caso de los nombres propios. Aquí la situación
se complica. Sería insatisfactorio responder que el uso referencial de
“Einstein” presupone la existencia de una y sólo una persona que posee ese
nombre. Así mismo, sería insatisfactorio pensar que su uso presupone una
única descripción: como indicábamos antes, para que la referencia en
217
Cfr. Ibídem. 218
Cfr. pág. 190.
132
general sea efectiva, se requiere que hablante y oyente conozcan un hecho
empírico sobre el particular introducido, pero no necesariamente el mismo:
en la oración “Einstein es sabio”, el hablante podría presuponer, digamos, la
proposición: “existe una y sólo una persona que propuso la Teoría de la
Relatividad y se llama Einstein”, mientras que el oyente podría presuponer
esta otra: “existe una y sólo una persona que recibió el Premio Nóbel de
Física en 1921 y se llama Einstein”. Y, desde luego, el mismo hablante
pudiera usar el mismo nombre presuponiendo descripciones distintas en
distintos actos de referencia, para no hablar siquiera de la multiplicidad de
descripciones involucradas en el uso de un nombre propio por parte de
distintos hablantes. Así las cosas, Strawson sugiere la idea de un “sistema
de proposiciones presupuestas” en el caso de los nombres propios. ¿Cómo
se configura este sistema? Es evidente que “ni los límites de tal sistema, ni la
pregunta de qué constituye una proporción razonable, o suficiente, de sus
miembros se hallará fijada de manera precisa para ningún nombre propio
candidato a introducir un término. Esta no es una deficiencia en la noción de
un sistema de presuposiciones; es parte de la eficiencia de los nombres
propios”219.
Sin embargo, estos dos casos no agotan ni remotamente las vastas
posibilidades que ofrece el lenguaje para introducir particulares, para hacer
referencia a ellos. Esto se debe, piensa Strawson, a que no es posible
ofrecer una explicación general, única para todos los casos, de la noción de
219
Ibíd., pág. 192
133
presuposición. Pero de inmediato aclara que “no es parte de mi tesis el que
tal explicación pueda ofrecerse”220. La importancia del comentario, y de la
situación que lo genera, trascienden nuestra presente discusión local. Atraen
nuestra atención hacia una característica realmente prominente de la filosofía
de Strawson. Una característica respecto de la cual nunca sobrará la
insistencia, pues se manifiesta de forma vívida en su trabajo, y seguramente
está a la base del ánimo “tolerante” que se reconoce en su pensamiento. El
mismo Strawson alude a ella con exactitud insuperable en la Introducción de
Individuos:
Se admite frecuentemente, en el tratamiento analítico de un concepto relativamente específico, que es menos probable que el deseo de comprensión se satisfaga mediante la búsqueda de una exposición estricta y única de las condiciones necesarias y suficientes de su aplicación, que mediante una consideración de sus aplicaciones –con el asentimiento de Wittgenstein- formando una familia, los miembros de la cual pudieran, quizás, agruparse en torno a un caso central paradigmático y vincularse a este último mediante diverso vínculos directos o indirectos de conexión lógica y analogía
221.
Notamos, pues, que mientras avanzamos en la respuesta a nuestra
inquietud lógico-ontológica, vamos adquiriendo, con la práctica misma, una
conciencia más definida de lo que significa el análisis conectivo
strawsoniano.
Otro asunto que amerita ser aclarado se relaciona con la pregunta de
si las proposiciones empíricas presupuestas en el uso de una expresión
completa, de una expresión que introduce un particular, podrían contener, a
su vez, expresiones que introduzcan particulares. Plausiblemente, Strawson
220
Ibídem. 221
Ibíd., pág. 11.
134
responde que sí. ¿Por qué? Primero, porque el previsible temor a una
regresión infinita resulta infundado: “siempre podemos contar con que
llegaremos, al final, a alguna proposición existencial, la cual bien podría
contener elementos demostrativos, si bien ninguna parte de ella introduce, o
identifica definidamente, a un término particular, aunque puede decirse que
la proposición en conjunto presenta un término particular”222. Pero hay una
segunda razón, que a la vez nos alerta sobre cierta limitación de los
resultados obtenidos hasta ahora. Se trata de que, al hablar de condiciones
de introducción de términos particulares, Strawson ha investigado esas
condiciones en relación con una proposición particular, en relación con una
cierta parcela definida del discurso. En otras palabras, las condiciones
obtenidas no pretenden explicar la introducción de particulares en el discurso
en general, y por esta razón no hay circularidad en el hecho de que las
oraciones presupuestas en la introducción de un particular en una
proposición contengan también expresiones que introducen particulares223.
Con todo, nos queda ahora la inquietud por cuáles podrían ser estas últimas
condiciones.
222
Ibíd., pág. 193. 223
Cfr. Ibíd., págs. 193-194.
135
III.4. Análisis último de la noción de particular, o estudio de las
condiciones de introducción de particulares en general224.
El camino para resolverla aparece casi simultáneamente con aquello
que la estimuló, es decir, con la aclaratoria de que la explicación sobre las
condiciones de introducción de particulares individuales no restringe el tipo
de proposiciones presupuestas a las que no introduzcan a su vez
particulares. En efecto, esto indica que la explicación que buscaremos ahora
no podría presentar la introducción de particulares en general, de clases de
particulares, presuponiendo proposiciones que, a la vez, introduzcan tales
particulares, ni los universales de género de los que aquellos son instancias.
¿Cómo podría articularse una explicación de este tipo? Bueno, en el
caso de ciertas clases de particulares, introducidas en nuestra experiencia
del mundo a través de las disciplinas teóricas especializadas, la solución es
fácil. Porque, como se trata de tipos digamos “sofisticados” de particulares,
podemos admitir que su introducción descansa en proposiciones acerca de
tipos más “primitivos”. Por ejemplo, la posibilidad del discurso en teoría
224
Bajo la forma de un “análisis de la noción de particular”, Strawson examina este mismo problema en un ensayo de 1953 que precede a Individuos, titulado “Particular y General” (Cfr. P.F. Strawson, Ensayos lógico-lingüísticos, Madrid, Tecnos, 1983, págs. 40-66). En nuestro seguimiento del asunto, no obstante, atenderemos más bien a la exposición de Individuos, porque, si bien repite las ideas principales del ensayo, nos ahorra detalles que más bien oscurecen una tesis por sí misma complicada (inusualmente complicada, habría que agregar, en comparación con el estilo llano que distingue el trabajo de Strawson)
136
económica acerca de consumidores presupone, de una forma obvia, el
discurso acerca de hombres, seres humanos225.
Pero a medida que nos acercamos a esas clases básicas, primitivas
de particulares, la situación comienza a complicarse notablemente. Porque,
en el último nivel de este regreso, es obvio que las proposiciones
presupuestas no podrían contener universales de género ni caracterizadores,
pues su uso presupone de suyo la introducción de particulares. ¿Puede
cumplirse este requisito? ¿Cuáles podrían ser estos universales, y estas
proposiciones que los contienen?
Strawson se percata de que la respuesta podría estar en cierto tipo de
universales que llama “universales de rasgo”. Está pensando en nombres de
clases generales de materiales, como petróleo, agua, lluvia o tierra. No es
difícil advertir por qué piensa esto. Los universales en cuestión no son ni
universales de género ni caracterizadores. Pues, por una parte, no
proporcionan criterios de distinción e identidad para particulares, aunque
contienen el fundamento para hacerlo: las palabras “petróleo” o “agua” no
introducen particulares, a diferencia de las descripciones “barril de petróleo”
o “botella de agua”. Por la otra, no introducen propiedades predicables de
225
Cfr.Ibíd, pág. 201. No carece de importancia la aclaratoria de Strawson, en el sentido de que esta idea no es, de ningún modo, equivalente a la desacreditada aspiración de “reducir” ciertos tipos de entidades a otros. Se trata, en realidad, de una jerarquía conceptual, idea que ya notábamos al comentar en qué sentido el modelo conectivo de análisis se ocuparía de conceptos “básicos”. Cfr. págs. 45-46 de este trabajo.
137
particulares (aunque, de nuevo, frases compuestas como “estar lleno de
petróleo” o “estar lleno de agua”, sí lo hagan)226.
Los universales de rasgo serían introducidos por las llamadas
“oraciones localizadoras de rasgos”, como “aquí hay petróleo” o “aquí hay
agua”. En ellas se indica la incidencia de un rasgo mediante la combinación
de las circunstancias de la emisión con elementos demostrativos y
modificaciones en el tiempo del verbo. Sin embargo, resulta claro que no
introducen particulares, ni expresiones que presupongan esa operación. En
este sentido, satisfacen parte de los requisitos exigidos. También satisfacen
la otra parte, a saber, que estén presupuestas en la introducción de clases
de particulares. La introducción de particulares a través de las descripciones
“este barril de petróleo” o “esta botella de agua” presupone los hechos
contenidos en las proposiciones “aquí hay petróleo” o “aquí hay agua”.
Además, como se señaló antes, las oraciones localizadoras de rasgos
suministran la base para los criterios de distinción de instancias particulares.
La posibilidad de localización múltiple de un rasgo, como cuando decimos
“aquí hay petróleo, y aquí y aquí” puede considerarse presupuesta en la
posesión de criterios para distinguir un particular de otro227.
Suponiendo que estas ideas nos resulten plausibles, debemos
reconocer, no obstante, que están lejos de ofrecer una explicación
suficientemente completa. Porque hasta ahora se ha propuesto un análisis
226
Cfr. Ibíd., págs. 202-203. 227
Cfr, Ibíd., págs. 203-204.
138
de la complejidad o la completud únicamente de ciertas clases específicas de
particulares, como “barriles de petróleo”, “botellas de agua” o “lingotes de
oro”. Pero éstas, advierte el mismo Strawson, no constituyen una muestra
representativa de la clase de particulares con una ubicación en el espacio y
una identidad relativamente invariable a lo largo del tiempo, sobre cuya
posición protagónica en nuestra ontología ya hemos insistido228. Una
muestra representativa de estos “particulares básicos”229 la constituirían más
bien los llamados “particulares sustanciales”, instancias de universales de
género como “hombre”, “perro”, “mesa” o “árbol”. Sin embargo, ¿realmente
puede concebirse una explicación de la introducción de estas últimas clases
de particulares con el recurso a los universales de rasgo y a las oraciones
localizadoras de rasgos? En estos casos resulta dudoso, o al menos muy
difícil de concebir, que dispongamos de un universal de rasgo genuinamente
distinto al universal de género correspondiente. Al tratar con particulares
como “barriles de petróleo”, es singularmente fácil aislar el universal de rasgo
presupuesto en la introducción de la clase a la que pertenecen, por cuanto
sus nombres incorporan nombres de clases de materiales, los cuales se
prestan a la perfección para la idea de que podemos formular enunciados
sobre hechos empíricos con un universal que no incluye criterios de
distinción e identidad para instancias particulares. Pero los nombres de
228
Cfr. págs. 63-74 de este trabajo. 229
El término “particulares básicos” se emplea especialmente en la primera parte de Individuos, para aludir a particulares con una ubicación espacial y un cuerpo material (es decir, que mantienen una relativa identidad en el tiempo)
139
particulares sustanciales no pueden separarse en un nombre de material y
una división particularizadora como los primeros230.
Strawson desarrolla un ingenioso argumento para probar la posibilidad
lógica (es decir, el carácter no contradictorio) de la idea de un nivel de
pensamiento sobre el mundo en el que dispusiéramos solamente de
universales de rasgos sustanciales, sin los criterios de distinción y
reidentificación para instancias particulares proporcionados por los
universales de género correspondientes. Consiste en imaginar una actividad
lingüística a la cual, bajo la sombra del concepto de “juego de lenguaje”,
propone llamar “juego del nombrar”. Sobre sus características, señala que
“participar en el juego del nombrar podría compararse con una de las
primeras cosas que hacen los niños con el lenguaje, cuando profieren el
nombre general de una clase de objeto en presencia de un objeto de esa
clase, diciendo ‘pato’ cuando hay un pato, ‘pelota’ cuando hay una pelota,
etc.”231. Pero, ¿estamos seguros de que estas expresiones no presuponen
otras que sí introducen particulares? Porque la expresión “pato” podría
considerarse equivalente a “hay un pato”, y esta última introduce claramente
la idea de instancia particular del universal de género. Strawson admite esto,
pero no lo considera una objeción decisiva:
Alguien para quien estas expresiones tengan este valor no está participando en el juego del nombrar. Es verdad que esta observación me priva del derecho de recurrir al presunto hecho de que el juego del nombrar se desarrolla [efectivamente]. Pero tal recurso no es necesario. Todo lo que se requiere es admitir que el concepto del juego del nombrar es coherente, admitir que la
230
Cfr. Ibíd., págs. 204-205 231
Ibíd., pág. 206.
140
capacidad de efectuar referencias identificadoras a cosas tales como pelotas y patos incluye la capacidad de reconocer los rasgos correspondientes, mientras que es lógicamente posible que se reconozcan los rasgos sin poseer los recursos conceptuales para referirse de forma identificadora a los particulares correspondientes
232.
Esta respuesta invita a regresar, para enfatizarla con el ejemplo, a
nuestra temprana reflexión233 acerca de la naturaleza estrictamente
conceptual de la investigación filosófica y de la fidelidad a esta idea que
caracteriza al trabajo de Strawson. Pues con su propuesta del juego del
nombrar también nos recuerda, ahora en la práctica, en qué consiste el
trabajo del filósofo: se trata de proponer una comprensión no contradictoria
de cómo funcionan los conceptos que debemos suponer involucrados en la
posibilidad de hacer lo que efectivamente hacemos, al conocer, pensar y
hablar acerca del mundo. Por esto último, por cierto, el trabajo del filósofo no
se desarrolla a espaldas de la dimensión fáctica, pues no consiste en meros
sofismas, ejercicios retóricos, sino que estudia ciertas actividades nuestras
en relación con el mundo. Pero no las estudia como el científico, sea
neurólogo, psicólogo o lingüista, cuyas explicaciones serán efectivas en la
medida en que sean susceptibles de verificación en la experiencia. Las
estudia para proponer explicaciones cuya plausibilidad dependerá más bien
de su posibilidad lógica. En efecto, tras la exposición del juego del nombrar,
encontramos esta interesante reflexión de Strawson:
He hablado de la introducción de nociones, de pasos o transiciones conceptuales, como si estuviera hablando de un desarrollo en el tiempo, de pasos que tuvieran un orden temporal. Quizás hay tales niveles en la historia
232
Ibídem. 233
Cfr. págs. 3-7 de este trabajo.
141
del desarrollo conceptual de la persona individual. Quizás no. No lo sé, y no importa. Lo que está bajo discusión no es un orden de desarrollo temporal, sino un orden de explicación; lo que, sobre la base de argumentos, nos parece a nosotros, los usuarios del esquema conceptual, un ordenamiento coherente e inteligible de sus elementos
234.
Suponiendo que consideremos coherente e inteligible la idea de un
nivel de pensamiento y discurso en el que nos conducimos únicamente con
rasgos sustanciales, como el “rasgo hombre”, el “rasgo perro” o el “rasgo
árbol”, todavía no se despeja la duda sobre si éstos son verdaderamente
diferentes de los respectivos universales de género “hombre”, “perro” o
“árbol”. Un procedimiento con el que podríamos obtener una respuesta
definida a esto consistiría en preguntarnos si los presuntos rasgos
sustanciales de Strawson incluyen o no criterios de distinción e identidad
para instancias particulares. Por cuanto estos últimos son
característicamente proporcionados por los universales de género, si
aquéllos los incluyeran la supuesta diferencia sería ilusoria.
Comencemos con los criterios de distinción. A diferencia de los
universales de rasgo de materiales (“petróleo”, “agua”, “oro”), Strawson
admite que los universales de rasgo de géneros sustanciales “deben incluir la
idea de una forma característica, un patrón característico de ocupación del
espacio”235. Esto se debe a que es inherente a un rasgo sustancial, como
“perro”, el no poder dividirse en diferentes formas para dar como resultado
diferentes universales de género, mientras que en el caso de rasgos de
materiales una división tal sí es posible (el rasgo “petróleo”, por ejemplo,
234
P.F. Strawson, ob.cit., pág. 209. 235
Ibíd., pág. 207.
142
puede dividirse en los universales de género: “barriles de petróleo”, “litros de
petróleo”, “gotas de petróleo”, etc.). Pero en esta advertencia debemos ver,
según Strawson, no la conclusión de que los universales de rasgos
sustanciales son indistinguibles de los correspondientes universales de
género, sino sólo que incluyen la base de los criterios de distinción de
instancias particulares, proporcionados por estos últimos de manera explícita
y definida236.
Notemos que el hecho de que el universal de rasgo sustancial incluya
la idea de una forma característica proporciona también la base para los
criterios de reidentificación, porque la idea de un patrón definido de
ocupación del espacio se vincula naturalmente con la idea de una trayectoria
seguida por ese patrón en el tiempo, que es la esencia del concepto de
identidad de particulares espacio-temporales237. Pero, de nuevo, sólo
proporcionaría la base, no los criterios mismos. En el nivel del “juego del
nombrar” no se indica la incidencia de un rasgo en términos de la idea de su
identidad en el tiempo:
Al operar con la idea de gatos particulares reidentificables, distinguimos entre el caso en el cual un gato particular aparece, se marcha y reaparece, y el caso en el cual un gato particular aparece y se marcha y aparece un gato diferente. Pero puede participarse en el juego del nombrar sin hacer esta distinción. Alguien que participe en el juego del nombrar puede decir correctamente ‘más gato’ o ‘gato de nuevo’ en ambos casos, pero alguien que opere con la idea de gatos particulares cometería un error si dijera ‘otro gato’ en el primer caso, o ‘el mismo gato otra vez’ en el segundo”
238.
236
Cfr. Ibíd., págs. 206-207 237
Cfr. Ibíd., pág. 207. 238
Ibídem.
143
Así las cosas, habiendo mostrado que las oraciones que indican
demostrativamente la incidencia de un universal de rasgo están a la base de
la introducción de particulares sustanciales, podemos unirnos a la confianza
de Strawson y esperar que, en el caso de otras clases de particulares
básicos, el análisis de su completud procedería conforme a este modelo239.
III.5. Ontología sustancial y ontología del acontecimiento
Superada la densidad de las últimas dos secciones, conviene delinear
el panorama que se nos presenta tras haberlas recorrido.
Con el fin de encontrar un sentido de los conceptos de sujeto y
predicado que articulara las indicaciones lógico-gramaticales por una parte, y
ontológicas por la otra, proporcionadas por las dos primeras perspectivas
estudiadas junto a Strawson, lo acompañamos en la exploración de una
tercera, a partir de la cual se formularon las definiciones buscadas sobre la
base de la oposición entre completud e incompletud. Este contraste emergió
al atender a las asimetrías entre particulares y universales respecto de las
condiciones para su introducción en la proposición. Así, tras apreciar que las
expresiones que introducen particulares, en contraste con las que introducen
universales, son completas, poseen cierta complejidad pues presuponen
hechos empíricos, se concluye que el sujeto lógico de una proposición está
constituido por una expresión completa, en tanto que el predicado por una
expresión incompleta. Estas definiciones garantizan, entre otras
239
Cfr. Ibíd., pág. 209.
144
consecuencias, el que los particulares sean los objetos de referencia por
antonomasia de nuestro discurso; garantizan también el que las expresiones
que introducen universales sean paradigmas de expresiones predicativas y,
en ciertos casos, (cuando dichas expresiones contienen descripciones)
sujetos de predicación por sí mismas. La notable importancia de este
resultado destaca recordando que se trata, justamente, de la tesis cuya
plausibilidad lógica quisimos probar con el recorrido que nos trajo hasta aquí.
Pero también destaca al percatarnos de cómo lo alcanzamos: siguiendo la
idea de que comprender el sentido de los conceptos básicos de un área de la
investigación filosófica involucra atender a sus conexiones con otros
conceptos con los que se relacionan. En especial, siguiendo la idea de que,
en el nivel último de análisis, nuestra posibilidad tanto de conocer la realidad,
como de pensar y hablar sobre ella, presupone la convergencia de, dicho con
la mayor amplitud, el caso particular y la clasificación general. Dos
prescripciones distintivas de nuestro autor, que presiden este trabajo desde
el comienzo y reaparecen tras cada paso.
Sin embargo, este primer análisis de la complejidad, la completud del
particular resulta insuficiente, por cuanto la clase de proposiciones empíricas
sobre las cuales descansa tal completud incluye proposiciones que, a su vez,
introducen particulares. Un análisis más profundo revela que la base última
de la introducción de particulares en general, de la introducción de clases de
particulares en el discurso, está formada por cierto tipo de proposiciones
empíricas, los enunciados localizadores de rasgos, que no introducen
145
particulares, ni tampoco universales cuya introducción implique
implícitamente tal operación, sino un tipo especial de universales, los
universales de rasgo. Estos serían genuinamente distintos de los universales
de género porque no incluyen criterios de distinción y reidentificación para
instancias individuales, si bien en ciertos casos proporcionan la base para los
mismos.
De ser así las cosas, parece que la posibilidad de disponer de un
discurso como el que efectivamente empleamos para comunicar nuestra
experiencia de la realidad, en el cual la noción de particular desempeña una
función protagónica, se fundamentaría en un nivel puramente conceptual, un
nivel donde aquélla no tiene ninguna función. La propuesta de Strawson
parece sugerir que, al menos en el orden del análisis, este último nivel sería
anterior, básico, respecto al nivel en el que nos referimos a particulares, en la
medida en que el pensar y hablar de particulares presupondría un ámbito en
el cual sea posible enunciar hechos empíricos con el solo recurso a cierto
tipo de conceptos. A su vez, esto implicaría que la dualidad funcional
característica de la proposición atómica, entre una expresión que sirve para
hacer referencia a algo y una expresión que se emplea para predicar algo de
lo primero, no constituye realmente el núcleo conceptual “irreductible” (en el
sentido strawsoniano de esta palabra) de la lógica, del estudio de las formas
generales de la proposición. Aquél se encontraría ahí donde todavía no se
habla de individuos y sus propiedades, sino solamente de acontecimientos.
Dicho de otra forma: la ontología sustancial que se halla implícita en las
146
proposiciones sujeto-predicado se basaría, a fin de cuentas, en lo que
llamaríamos una “ontología del acontecimiento”. Al respecto, apelando al
recuerdo de aquella idea estelar en la filosofía analítica de las primeras
décadas del siglo XX, a saber, la idea de que existirían proposiciones
“atómicas”, absolutamente fundamentales, a partir de las cuales se articularía
todo nuestro pensamiento, conocimiento y discurso de la realidad, Strawson
desliza un comentario que reafirma nuestra interpretación: “si algún hecho
merece, en términos de esta imagen, ser llamado atómico o último, es el
hecho, o los hechos, enunciados por las proposiciones que indican
demostrativamente la incidencia de un rasgo general”240.
Muy bien, pero ¿existe, al menos teóricamente, la posibilidad de un
discurso sobre la realidad empírica, y por consiguiente sobre los particulares
espacio-temporales (que ocupan un lugar protagónico en el esquema
conceptual mediante el que nos relacionamos de facto con ella) que no
involucre llegar a introducir estos últimos, hacer referencia a ellos, gracias al
mero recurso a oraciones localizadoras de rasgos? Si hemos de tomar en
serio la idea de una ontología del acontecimiento, esto es lo mínimo que
debe probarse. Y en efecto, movido por el propósito de examinar qué implica
la posesión de nuestro lenguaje con particulares, Strawson propone que se
responda cómo sería posible un lenguaje sin particulares (o, al menos, sin
particulares que sean instancias de universales de género) que tuviera una
fuerza expresiva muy cercana, si no igual, a la del primero.
240
Ibíd., pág. 212.
147
Strawson se da cuenta de que el principal problema a solucionar es el
de la sustitución de los criterios de distinción e identidad para particulares
individuales (proporcionados por los universales de género correspondientes)
por dispositivos con una función parecida que, sin embargo, no involucren
introducir estos últimos de forma implícita. Pero tenemos una solución a
mano: introducir de forma identificadora, referirnos a términos espaciales y
temporales; distinguir un volumen de espacio, o un período de tiempo, de
otro volumen de espacio o período de tiempo. En las oraciones localizadoras
de rasgos propiamente dichas, si bien hay indicaciones de tiempo y espacio,
los demostrativos usados al efecto no identifican, no delimitan, extensiones
espaciales ni temporales. Actúan como simples señales de la incidencia de
un rasgo241.
Ahora bien, para distinguir extensiones de espacio y tiempo en este
nivel en el que sólo empleamos universales de rasgo, habría que atender
justamente a la incidencia de los segundos en las primeras. Porque, aún
cuando disponemos de universales de cantidad de espacio o cantidad de
tiempo, como “metro” u “hora” (y “es posible que pudiéramos encontrar una
función para éstos”, admite Strawson), el hecho es que el diferenciar
genuinamente una instancia particular de, digamos, el universal “centímetro”,
respecto de otra, exige apelar ulteriormente al rasgo que ocupa esa
extensión de espacio. Así las cosas, surge la pregunta acerca de cómo
entender estos enunciados, en los que se afirmaría que un rasgo está en
241
Cfr. Ibíd., pág. 216.
148
cierto lugar en cierto momento. Una pregunta que, de nuevo, no surgía en el
nivel de localización de rasgos, porque no se pretendía identificar los lugares
y los tiempos242.
La respuesta más obvia sería que “un rasgo está en un lugar en un
tiempo si no hay ni una parte de ese lugar que no esté ocupada por ese
rasgo en ese tiempo”243. Pero esto se presta a más de una interpretación244.
Hay, sin embargo, una en particular que nos permitiría disponer, como
buscamos, de criterios de distinción para lugares individuales, a partir de los
universales de rasgo introducidos. Sería la siguiente: siendo φ una expresión
que introduce un rasgo, en tanto l y t extensiones de lugar y tiempo,
respectivamente, una oración en la que se afirme que un rasgo está en un
lugar en un tiempo implicaría que los límites espaciales marcados por el
rasgo φ son coextensivos con los límites espaciales de l en el tiempo t. Así,
“en la medida en que nos interese meramente distinguir particulares en un
instante o a lo largo de un período durante el cual sus posiciones y límites no
cambien, no nos encontraremos mucho peor hablando de lugares y rasgos
que hablando de los particulares mismos”245.
¿Qué se dirá sobre los sustitutos para los criterios de identidad?
Strawson se percata de que las cosas se complican, ya que con una
242
Cfr. Ibíd., pág. 218. 243
Ibídem. 244
Otra interpretación posible, sobre todo en el caso de rasgos “sustanciales”, rasgos con un patrón definido de ocupación del espacio, sería que los límites espaciales del lugar l meramente forman parte de los límites espaciales marcados por el rasgo φ en el tiempo t, sin implicar que sean coextensivos con ellos. Cfr. Ibíd., pág. 219. 245
Ibíd., pág. 219.
149
operación análoga a la anterior no podemos obtenerlos. Más bien, habría
que “hacer explícitas, en los términos a nuestra disposición, todas aquellas
consideraciones acerca de continuidades y discontinuidades espacio-
temporales que están implícitas en el significado de los universales de
género ordinarios, y que son lógicamente relevantes para la identidad a lo
largo del tiempo de los particulares que están comprendidos en ellos”246. De
los detalles que rellenan este bosquejo general, sin embargo, Strawson no se
ocupa, afirmando que se trata de “un proyecto que dejo a aquel cuyo gusto
por el ejercicio del ingenio por el ingenio mismo sea mayor que el mío”247.
De cualquier manera, con el panorama que tenemos resulta
suficientemente inteligible y admisible la idea de que, por lo menos en el
orden del análisis, un discurso construido sólo mediante cierto tipo de
recursos conceptuales, universales de rasgos, permitiría comunicar nuestra
experiencia de la realidad con un grado de precisión similar al que ofrece el
discurso con referencia a particulares que efectivamente empleamos. Así
pues, la idea de un nivel de pensamiento y lenguaje acerca del mundo que
gravita en torno a acontecimientos aparece como condición de posibilidad de
ese otro nivel ordinario, en el que nuestro pensamiento y lenguaje gravitan
en torno a individuos. Sin embargo, gozando el primero de este carácter
fundamental, básico, ¿por qué hacemos el tránsito hasta el segundo?
246
Ibíd., pág. 221. 247
Ibídem.
150
La pregunta es útil no sólo en relación con el asunto que estamos
tratando ahora, sino también en relación con una inquietud explorada al
comienzo de este trabajo, acerca del sentido en que el análisis filosófico se
ocupa de conceptos “básicos”. Advertíamos entonces248 que la filosofía
estudia ciertas nociones muy generales presupuestas en la posibilidad de
emplear conceptos altamente precisos y refinados, como los que usan las
disciplinas teóricas especializadas. Y ahora, al considerar las condiciones
presupuestas en la posesión de un discurso con referencias identificadoras a
particulares, apreciamos aquella prescripción en pleno funcionamiento. Dicho
con una fórmula no demasiado simplista, apreciamos que lo que hacemos en
filosofía en general, y lo que acabamos de hacer en las páginas precedentes
en particular, es preguntarnos por las condiciones conceptuales cuya
presencia explica lo que de facto hacemos al tener experiencia cognoscitiva
del mundo y, en el último caso, al comunicar tal experiencia. En esto consiste
la importancia de advertir que un discurso sobre acontecimientos está a la
base de nuestro discurso sobre individuos. Pues, así como los conceptos
básicos, si bien prioritarios en el orden del análisis, son no obstante
prescindibles en el orden digamos práctico (es decir, ahí donde se trata de
pensar y conocer la realidad empírica) a favor de conceptos especializados,
también al considerar el contraste entre el discurso sin particulares y el
discurso con particulares nos encontraremos en una situación parecida. De
nuevo, ¿por qué hacemos el tránsito al segundo? Porque, como dice el
248
Cfr. pág. 46 de este trabajo.
151
mismo Strawson, “dada nuestra situación efectiva, y dado el que deseamos
decir cosas con una fuerza aproximada a las cosas que efectivamente
decimos, entonces la recompensa por la introducción de los particulares
concretos ordinarios es enorme, y las ganancias en simplicidad
arrolladoras”249. Siendo lapidarios, porque el orden de explicación conceptual
no prejuzga nada acerca del orden de la acción. Una conclusión ya apuntada
junto al tratamiento de otros asuntos, respecto de la cual el énfasis nunca
podría ser excesivo.
No podríamos terminar estas observaciones finales sin asegurar otro
resultado que se sigue claramente de lo expuesto. Se relaciona con la
punzante pregunta acerca de las razones tras la insistencia de Strawson en
la entificación de los universales. Al final del capítulo anterior protestábamos
contra la respuesta con la que pretendería resolverse el asunto en Análisis y
Metafísica, a saber, con la alusión a su condición de objetos de referencia,
de sujetos lógicos, de muchas de nuestras oraciones. No dudábamos de que
parte de la respuesta estuviera ahí -y efectivamente, de explorar esto nos
ocuparemos en el próximo capítulo- sino sólo de que con ella se agotara la
pregunta. Proponíamos entonces que las razones buscadas aludirían
también a algún tipo de relación con el otro polo de la esfera ontológica, los
particulares; a este respecto, nos concentrábamos en el aspecto cognoscitivo
de dicha relación, en cierta necesidad subyacente a la posibilidad de la
experiencia. Sobre este trasfondo epistemológico seguiremos reflexionando
249
Ibíd., pág. 225.
152
después. Porque lo que se nos ha aparecido en este capítulo es un aspecto
de la relación entre lo particular y lo universal que apunta, más bien, a cierta
necesidad lógica, discursiva: a la necesidad de suponer la anterioridad de lo
conceptual en la posibilidad de comunicar la experiencia, en la posibilidad de
un discurso sobre la realidad objetiva. Pues, ¿no acabamos de aceptar que
la posibilidad de un lenguaje como el que en efecto tenemos, cuyos
enunciados resultan de combinar una expresión que hace referencia a un
término particular con otra expresión que adscribe una propiedad al primero,
presupone un lenguaje con enunciados empíricos en los que sólo
empleamos universales? Y entonces, ¿no hay en esto una razón poderosa
para admitir que nuestra ontología, es decir, el conjunto de recursos
conceptuales mediante los que pensamos y hablamos sobre el mundo,
abarca, además de la noción de particular, también la noción de universal, en
la medida en que sin esta última sería imposible hablar sobre los primeros?
Al sopesar la pregunta anterior, conviene despejar cierta ambigüedad
muy frecuente que ya notábamos al principio, acerca del objeto de la
ontología. El interlocutor con quien más polemiza Strawson en estos temas,
Quine, ofrece en su ensayo “La lógica y la reificación de los universales”250
una formulación sobre el asunto con la que Strawson no podría estar en
desacuerdo. Inmediatamente después de presentar una síntesis de su teoría
250
Quine, W.V, “La lógica y la reificación de los universales” en W.V. Quine, Desde un punto de vista lógico. Traducción de Manuel Sacristán. Barcelona, Paidós, 2002, págs. 157-189
153
del compromiso ontológico, en la que, como reseñamos mucho antes251,
destaca la idea de que hemos de admitir en nuestra ontología sólo aquellas
entidades cuya existencia es imprescindible para que nuestras creencias
sobre el mundo sean verdaderas, Quine afirma: “no estoy sugiriendo con
esto una dependencia del ser respecto del lenguaje. No estamos, en efecto,
considerando la real situación ontológica, sino el compromiso, la implicación
ontológica de un discurso. Lo que hay en el mundo no depende de nuestro
lenguaje, pero sí depende de éste lo que podemos decir que hay”252.
Con la distinción entre la “real situación ontológica” y la “implicación
ontológica de un discurso”, Quine demuestra entender que la pregunta
ontológica involucra no un inventario de lo que hay, sino un inventario de
nuestros modos de concebir lo que hay; involucra, evocando una familiar
respuesta pionera, investigar “de qué maneras se dice el ser”. Si perdemos
esto de vista no entenderemos realmente el meollo de la polémica. Pero, así
las cosas, ¿no resulta paradójico el que Quine afirme esto, y a la vez niegue
que la “implicación ontológica” de nuestro discurso comprenda no sólo a los
particulares, sino también a los universales, sin los cuales la presencia en el
discurso de los primeros sería imposible? Como quiera que un estudio serio
del pensamiento ontológico de Quine trasciende nuestro propósito actual, no
estamos descartando que haya razones dignas de consideración tras su
austeridad ontológica, entre las cuales probablemente esté su interés en
251
Cfr. págs. 15-20 de este trabajo. 252
W.V. Quine, ob.cit., pág. 158.
154
esclarecer la ontología implícita no en nuestro discurso en general, sino
únicamente en el discurso de la ciencia. Pero la pregunta clave es si
aceptamos o no el análisis de Strawson sobre la noción de particular, sobre
las condiciones de su introducción en el discurso. Si lo hacemos, ¿por qué
no habría de quedar zanjado el fondo de la controversia, reconociendo la
función fundamental de los universales en nuestras “maneras de decir el
ser”? ¿Qué debería disuadirnos de que poseen un lugar en nuestra
ontología, un lugar entre las entidades con cuya existencia nos
comprometemos? ¿Quizá el temor a una hiperinflación ontológica, a una
proliferación de entidades demasiado cercana al mito? Entre otras,
consideraremos estas preguntas en el próximo capítulo.
155
CAPÍTULO IV
LÓGICA Y ONTOLOGÍA
Un concepto es una figuración de la mente, que no es algo ni tiene una cualidad, sino que en cierto modo es algo y en cierto modo tiene una cualidad. Diógenes Laercio
Un rasgo común a las perspectivas recién consideradas en torno a los
conceptos de sujeto y predicado, o de función referencial y función
predicativa, consiste en la atención prioritaria al caso llamado “básico”, en el
que la expresión que funge de sujeto lógico introduce un término particular,
en tanto la expresión predicativa introduce un término universal. En efecto, a
partir de este modelo hemos enfatizado repetidamente que los particulares
constituyen “paradigmas de sujeto lógico”. Una conclusión que no nos ha
tomado por sorpresa, pues conocíamos sus fundamentos epistemológicos
desde mucho antes.
Por otro lado, las definiciones de Strawson hacen justicia al hecho de
que también los universales son sujetos de buena parte de nuestras
predicaciones, tanto a nivel ordinario como teórico. Esto es posible porque
su explicación del caso básico es susceptible, en sus propias palabras, de
“generalización trans-categorial”253: como reseñamos antes254, se trata de
que hay una analogía entre el modo en que un particular es subsumido por
253
Cfr. P.F. Strawson, “Reply to Chung M. Tse” en Lewis Hahn, ob. cit, pág. 383. 254
Cfr. pág. 107 de este trabajo.
156
un universal caracterizador o de especie -el caso básico- y el modo en que
ciertos universales son a su vez subsumidos por otros universales. Entonces,
así como formamos el enunciado “Einstein es sabio”, también formamos otro
como “la sabiduría es una virtud”.
Sin embargo, esta extensión del concepto de sujeto lógico no goza de
aceptación unánime. El rechazo es manifiesto sobre todo entre los filósofos
nominalistas. Pero, ¿por qué? Se trata de la cuestión que en “Entity and
Identity” Strawson insinúa así: “narramos la historia cotidiana del mundo,
describimos las posturas cambiantes de sus estados de cosas,
esencialmente a través de predicaciones de las cuales tales objetos [los
particulares] son los sujetos, y no podemos imaginar seriamente ningún
modo alternativo de hacerlo”255. ¿Qué relación hay entre una cosa y la otra?
Se trata de que, por cuanto los particulares son los objetos por antonomasia
de nuestros juicios, los sujetos por excelencia de nuestras oraciones, resulta
natural pensar que han de ser los únicos. Parte de la explicación de este
salto ha sido suficientemente discutida al comentar las condiciones
necesarias para que nuestros conceptos puedan aplicarse en la
experiencia256. Pero hay más. Para entender de qué se trata, basta con
reflexionar sobre el lema quineano “ser es ser el valor de una variable”, el
cual no hace sino comprimir la idea de que admitiremos en nuestra ontología
los valores recorridos por las variables de cuantificación. Pues bien,
255
Strawson, P.F., 1976, “Entity and Identity”, en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, pág. 55. 256
Cfr. págs. 63-75 de este trabajo.
157
considérese una proposición atómica, de la forma Fa, cuya generalización
existencial se expresaría como x Fx. Notaremos que la variable ligada al
cuantificador existencial sustituye al sujeto de la proposición. Ésta es la
cuestión clave, pues justamente los valores que pudiera tomar esa variable
constituyen, según Quine, aquello que es, aquello con cuya existencia
estamos comprometidos, aquello que consideraremos una entidad. Es decir,
nuestra ontología está formada por los posibles sujetos de nuestras
oraciones257. Resulta inevitable concluir que, según esta comprensión, el
término “entidad” es sencillamente idéntico al término “objeto de referencia”.
Muy bien, pero ¿qué tiene esto que ver con la presunta necesidad de
eliminar la referencia a no-particulares?
A lo largo de este capítulo encontraremos, no sin sorpresa, que la
comprensión strawsoniana es afín a la de Quine a este respecto. A decir
verdad, este resultado ya podía entreverse mucho antes, cuando se
reclamaba la inclusión de los universales en la ontología apelando a su
condición de objetos de referencia258. Pero no parece que los motivos de uno
y otro para admitir la señalada identidad sean coincidentes. Veamos.
Frente a la generalización existencial x Fx, Strawson se pregunta de
dónde proviene la convención de interpretarla como una afirmación de la
existencia de los valores de la variable, y no como una afirmación de la
existencia del predicado. En otras palabras, se pregunta por qué leerla como
257
Hablando exactamente (en el caso de Quine), por aquellos sujetos de predicación indispensables para la articulación del discurso, específicamente el discurso científico. 258
Cfr. págs. 76-77 de este trabajo.
158
“Existe algo que F” en vez de “Existe F”. El asunto consiste simplemente en
que cuando afirmamos, tómese por caso, que Einstein es sabio, sería
absurdo afirmar a la vez que no hay hombres sabios. Pero, advierte con
razón Strawson, también sería absurdo afirmar que no hay algo tal como la
sabiduría259 (para ser exactos, que no hay algo tal como la sabiduría en
cuanto ejemplificada en un caso particular).
Así pues, si consideramos las implicaciones de existencia que se
siguen del enunciado completo, no parece haber razones para favorecer una
opción sobre la otra. Pero si consideráramos la cuestión atendiendo a sus
partes, parece que encontraríamos la razón de la preferencia por la
expresión referencial, porque, como se ha insistido, el que ella introduzca
efectivamente su término presupone una proposición acerca de hechos
empíricos, mientras que la función análoga de la expresión predicativa sólo
requiere comprender el significado de las palabras correspondientes. Ahora,
¿por qué esto inclinaría la balanza, en buena lid, para el lado del sujeto?
Strawson se percata de que, en el fondo, lo que está operando aquí es un
prejuicio naturalista: “una fuerte disposición natural a entender por la noción
de existencia lo mismo que existencia en la naturaleza; a pensar que
cualquier cosa que existe efectivamente, existe en la naturaleza, y que
cualesquiera relaciones que se produzcan entre las cosas son relaciones que
259
Cfr. P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, págs. 237-238.
159
se ejemplifican en la naturaleza”260. Es importante aclarar, para futura
referencia, que Strawson nunca deja de reconocer la función protagónica de
esta idea al interior de nuestro esquema conceptual; que, siendo fiel a su
prescripción de atender a las nociones que efectivamente empleamos en las
funciones que de facto desempeñan, está muy lejos de sus propósitos el
preguntarse cuáles, entre ellas, ameritan ser sustituidas o abandonadas.
Este último tipo de reflexión filosófica, al que Strawson llama “metafísica
revisionista”, está en las antípodas de su propio trabajo, que consiste en una
“metafísica descriptiva”261.
Pues bien, comienza a entenderse por qué un filósofo como Quine
equipara la condición de objeto de referencia con la condición de entidad. En
el caso básico de oración sujeto-predicado, el primero es un término
particular, cuya introducción involucra un hecho empírico. Por consiguiente,
si al pensar sobre las “implicaciones ontológicas de un discurso”, sobre qué
entidades admite nuestra ontología, conferimos una importancia prominente
a la máxima naturalista, no podremos evitar la conclusión de que es la parte
de la proposición que entraña un hecho empírico la única candidata
aceptable para el puesto de entidad. Pero además, si nos ubicamos en esta
perspectiva, ¿puede resistirse la desconfianza, o el abierto rechazo, a la
260
Strawson, P.F., 1979, “Universals” en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, pág. 59. 261
La introducción de Individuos, que en su conjunto contiene interesantes indicaciones sobre esta tensión, alude a ella desde su primera línea: “la metafísica frecuentemente ha sido revisionista, y de manera menos frecuente descriptiva. La metafísica descriptiva se da por satisfecha describiendo la estructura efectiva de nuestro pensamiento acerca del mundo, la metafísica revisionista se ocupa de producir una estructura mejor” (P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, pág. 9)
160
posibilidad de que los no-particulares sean objetos de referencia? Sin
embargo, habiendo asegurado la identidad sujeto-entidad en el primer nivel,
¿qué impide su extensión por analogía al nivel en que conceptos,
propiedades, etc., aparecen como sujetos de predicación? El naturalista se
da cuenta claramente de esto. Para no verse obligado a claudicar, afirma la
posibilidad de una paráfrasis de aquellas oraciones en las que no-
particulares aparecen como sujetos en términos de otras en las que sólo se
haga referencia a particulares. Llegamos aquí al núcleo mismo, al motor, de
aquel reduccionismo ontológico que estudiábamos antes como ejemplo del
estilo de análisis filosófico con el que Strawson está en desacuerdo.
Sin embargo, Strawson muestra que la confianza nominalista en la
paráfrasis reductiva está mal fundada. Es verdad que en ciertos casos, como
los de cualidades, relaciones, estados y procesos, la reducción no resultaría
muy forzada. Por ejemplo, respecto de esta máxima de Schopenhauer: “La
cortesía se funda en una convención tácita para no notar unos en otros la
miseria moral e intelectual de la condición humana”262, una paráfrasis como
“las personas convienen tácitamente en ser corteses para no notar unos en
otros la miseria moral e intelectual de la condición humana” preservaría, de
forma obvia, el potencial expresivo de la original. Pero, en otros casos, la
situación es diferente: “la sugerencia de que, por ejemplo, oraciones acerca
de palabras u oraciones deberían parafrasearse como oraciones acerca de
262
Arthur Schopenhauer, Arte del buen vivir y otros ensayos, Madrid, Editorial Edaf, 1998, pág. 241
161
‘rótulos’ no produce, excepto en el seno del nominalista realmente fanático,
otra cosa sino náusea”263. Se trata, piensa Strawson, de que ciertas clases
de no-particulares están mejor “atrincheradas” que otras como sujetos
lógicos. Además de tipos de oraciones y tipos de palabras, otras clases que
no se prestan a la reducción son aquellos no-particulares que podrían
considerarse una suerte de “particulares modelo”, en el sentido de que
constituyen prototipos a partir de los cuales se producen sus ejemplares:
tómense por caso los modelos de equipos mecánicos, eléctricos o
electrónicos en general (como el nuevo modelo de avión Airbus 380, del cual
existen varios ejemplares, si bien el modelo como tal no es un particular).
Están bien atrincherados porque “describir un no-particular de esta clase es
especificar un particular, con un alto grado de precisión y elaboración
interna”264. En general, Strawson considera que hay razones lógicas y
psicológicas por las que el impulso reductivo nunca prosperará en ciertos
casos: bien porque el concepto mismo no es susceptible de la paráfrasis,
bien porque la reducción no parece perentoria.265
Además de la posibilidad de parafrasearlos en términos de
particulares, los nominalistas avalan su pretensión de eliminar los no-
particulares del discurso y de la ontología alegando que las clases a las que
pertenecen carecen de principios claros de identidad. Aluden al criterio que
Quine resume en el lema “no hay entidad sin identidad”, cuyo sentido
263
P.F. Strawson, ob.cit., pág. 231 264
Ibíd., pág. 233. 265
Cfr. Ibíd., pág. 232.
162
consiste en que “nada ha de contar como entidad a menos que haya un claro
principio general de identidad para todas las cosas de su clase”266.
Es fácil darse cuenta de que los particulares lo satisfarán a plenitud.
Como ya estudiamos267, los universales de especie de los que son instancias
proporcionan sus principios de identidad. No ocurre así con los universales y
no-particulares en general, pues, salvo quizás en el caso de las figuras
geométricas, no existen principios de identidad comunes para todos los
universales de una clase: “amarillo”, “verde” o “marrón”, que pertenecen a la
clase de los colores, no comparten un principio común de identidad; lo mismo
se dirá de “sabiduría”, “honestidad” o “nobleza”, pertenecientes a la clase de
cualidades humanas, y así en casi todos los demás casos.268 Sin embargo,
Strawson muestra, para decepción de los nominalistas, que este resultado no
implica de ninguna manera la automática exclusión de tales objetos del
discurso y la ontología. El asunto es éste: a diferencia del particular, el
principio de identidad del universal coincide con el sentido de su nombre. Es
decir, mientras que para distinguir un particular de otro, o para identificarlo
como el mismo a lo largo del tiempo, necesitamos un principio de identidad
común a la especie a la que pertenece, para distinguir un universal de otro
basta con comprender el significado de la palabra que lo designa.
266
Strawson, P.F., 1979, “Universals” en P.F. Strawson, Entity and Identity, and other essays. Oxford, 1997, pág. 55. 267
Cfr. pág. 104 de este trabajo. 268
Para un prolijo examen de este asunto, y en general de la polémica acerca de la relación entre la condición de entidad y la posesión de principios de identidad para la clase correspondiente, cfr. Strawson, P.F., 1976, “Entity and Identity” en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997.
163
Sencillamente, pues, es innecesario que haya un principio de identidad
común para todos los universales de una clase269. El criterio quineano sería
aceptable en tanto su aplicación se restringiera a particulares. Insistir en
aplicarlo a no-particulares “sería fijar arbitrariamente las reglas del juego, de
tal suerte que sólo los particulares espacio-temporales y algunos tipos
favorecidos de objetos abstractos, como conjuntos y números, pudieran
ganarlo”270.
A pesar de estos notables desacuerdos, Strawson comparte con
Quine la idea general de una identidad entre ser sujeto de predicación y ser
un objeto cuya existencia se reconoce, es decir, ser entidad. En efecto,
piensa que la operación que está a la base del criterio de compromiso
ontológico, a saber, la traducción de oraciones del lenguaje natural a
expresiones en notación de lógica de predicados con cuantificador
existencial, es un procedimiento plausible, que responde “a un deseo
altamente respetable de trabajar con un concepto formal y unívoco de
existencia”271. Recordábamos hace poco que tal traducción implica
reemplazar el sujeto lógico por la variable ligada al cuantificador. Así, una
oración como “El ganador del Premio Nobel de Física en 1921 es sabio” se
expresaría como x (Gx Sx)272, de tal suerte que la descripción “El ganador
del Premio Nobel de Física en 1921”, aparecería ahora como predicado.
269
Cfr. Strawson, P.F., “Universals” en P.F. Strawson, ob.cit., págs. 56-57 270
Ibíd., pág. 56 271
P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, pág. 239. 272
O simplemente mediante la expresión sin cuantificación “Se”
164
Pero Strawson tiene razón al insistir en que esta operación no involucra, de
suyo, el que los objetos no-particulares de referencia tengan que ser
eliminados a favor de particulares. Si bien en el caso básico de oración
sujeto-predicado la variable cuantificada reemplaza a una expresión que
hace referencia a un particular, el procedimiento puede extenderse
perfectamente a otros casos en los que, a partir de una analogía con aquél,
el sujeto lógico no sea necesariamente un particular. Al hacerlo, se afirmaría
la existencia de estos sujetos no-particulares273.
Pero debe haber razones sustantivas, y no meramente formales, tras
la defensa de la condición de sujetos lógicos, luego entidades, de los objetos
no particulares de referencia. Una pista muy reveladora a este respecto la
ofrece cierta observación de Strawson que ya apuntábamos en el capítulo
anterior: “la idea de individuo es la idea de una instancia individual de algo
general. No hay algo así como un puro particular”274. Es decir, la
convergencia tanto del caso particular como de la clasificación general es
necesaria para que sea posible pensar, conocer y hablar sobre particulares.
Una idea de nuestro esquema conceptual cuya centralidad ya conocemos.
Por su importancia, Strawson no se cansa de remacharla en pasajes como el
siguiente: “no podemos pensar en, o percibir en un sentido pleno, ninguna
cosa natural, sea objeto o evento, sin pensar en ella, o percibirla, bajo algún
aspecto general; como siendo de esta o aquella forma o una tal o cual cosa;
273
Cfr. Ibíd., págs. 239-242. 274
Cfr. pág. 103 de este trabajo, o también Strawson, P.F., 1953, “Particular y General” en P.F. Strawson, Ensayos Lógico-Lingüísticos, Madrid, Tecnos, 1983, pág. 48
165
como teniendo alguna característica general o siendo de alguna clase
general”275.
Aquí Strawson dirige certeramente nuestra atención hacia la debilidad
profunda del nominalismo. Porque, siendo así las cosas, es inevitable
preguntarse esto: “si el reconocimiento práctico de las cosas particulares
entraña el reconocimiento práctico de las cosas generales, ¿por qué el
reconocimiento teórico, otorgado tan fácilmente a las primeras, habría de ser
concedido con tanta renuencia, si acaso se concede finalmente, a las
últimas?”276. Nos las vemos aquí nuevamente con la constante insistencia
strawsoniana en las estrechas relaciones entre la ontología, la epistemología
y la lógica. En esta formulación volvemos a comprobrar que su ontología
responde a necesidades cognoscitivas, que su respuesta a la pregunta sobre
lo que hay se informa a partir de la manera en que conocemos lo que hay.
No obstante, Strawson admite que la intransigencia del nominalista
tiene un fundamento plausible. Pues, ¿por qué la aceptación de que no
existen “puros particulares”, sino que pensamos y conocemos las cosas del
mundo como necesariamente subsumidas en clases generales, tendría que
implicar la aceptación de la existencia de algo más, aparte de los particulares
mismos? En todo caso, cuando afirmamos, como en efecto hacemos, que
existen clases a las que pertenecen distintos particulares, y propiedades que
distintos particulares comparten, ¿hay razones para ver en esto algo distinto
275
Strawson, P.F., “Universals”, en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, págs. 58-59. 276
Ibíd., pág. 52.
166
a una forma de hablar, a la posibilidad de clasificaciones meramente
lingüísticas para rendir cuenta del hecho de que distintos particulares son de
la misma clase o tienen la misma propiedad?277
Al término del capítulo anterior nos preguntábamos si, tras la
resistencia a reconocer en los universales algo distinto a nombres más o
menos prescindibles, estaría el temor a una proliferación injustificada de
entidades, a un “universo superpoblado”, como se acostumbra a decir. Pero,
¿cuál es el fundamento de ese temor? Seguramente, el riesgo de que
reconocer la “existencia” de no-particulares en general implique concebirlos
en equivocada analogía con los particulares, implique concebir sus
relaciones con estos últimos a errónea semejanza de las relaciones que se
establecen entre las entidades espacio-temporales. En efecto, ¿no ilustra la
teoría platónica de las Formas los peligros de hablar tan libremente de la
existencia de los universales?
Es obvio que cuando Strawson habla de extender a los universales el
reconocimiento de existencia, la condición de entidad, de la que gozan los
particulares, no puede estar pensando que las implicaciones, o el sentido278
277
Cfr. Ibíd., págs. 53-54, 61. 278
Empleamos la alternación para hacer justicia a cierta advertencia del mismo Strawson, incluida en su respuesta al ensayo de Chung: “el profesor Chung advierte correctamente que admito la existencia de dos categorías de entidad, a saber, particular y universal, pero añade la salvedad ‘si bien no en el mismo sentido de existencia’. Tengo ciertas dudas acerca de la salvedad, por cuanto no es de ninguna manera claro que requiera yo un sentido diferente de la palabra ‘existir’ en los dos casos. Desde luego, es posible que el profesor Chung no tenga la intención de sugerir esto. Es posible que no tenga la intención de decir otra cosa sino que la vasta diferencia entre las dos categorías lleva consigo una diferencia similarmente grande en las implicaciones de existencia de cada una de ellas” (Strawson, P.F.,1997, “Reply to Chung” en L. Hahn (ed.), ob.cit., pág. 384.). Aunque dejamos constancia de la aclaratoria,
167
de existencia de unos y otros sean ni remotamente análogos, salvo en la
posesión de una cierta “estabilidad”. Acerca de esto último hablaremos en un
momento. Pero ahora la pregunta acuciante es: ¿qué quiere decir Strawson
con su peregrina insistencia en que “existen los universales”? Su respuesta
es precisa: “la existencia de un particular implica su posesión real de alguna
ubicación espacio-temporal. La existencia de un universal no implica sino la
posibilidad lógica de que posea instancias”279. Sin embargo, suscita una
duda: ¿puede entenderse por “posibilidad lógica de poseer instancias” algo
distinto a que el ser ejemplificado en distintos casos ubicados en espacio y
tiempo no resulte contradictorio con el sentido mismo del universal en
cuestión? Y, de ser así, ¿no implica esto que prácticamente cualquier
concepto pasaría a considerarse una entidad? Por nombrar sólo un
conspicuo ejemplo, ¿no nos obliga lo anterior a aceptar la existencia del
universal “unicornio”, pues el que posea instancias resultaría lógicamente
posible?
Dejemos de lado momentáneamente estas preguntas, a fin de
explorar si la presunta aplicación de la noción de existencia a los universales
acarrea otras implicaciones. A este respecto, quizás conviene evocar una
explicación problemática, como la de Platón, para ver si Strawson contempla
maneras de salvar sus aporías.
dudamos de su pertinencia, pues ¿qué diferencia hay entre “sentidos” e “implicaciones” de existencia? 279
Ibídem (el énfasis es nuestro)
168
Un problema central de la teoría de las Formas consiste en la relación
entre el universal y los particulares que son instancias suyas. ¿Qué solución
propone Strawson? Una que, si bien esquiva los resultados inaceptables de
la solución platónica, no contribuye a disipar las sospechas nominalistas:
Si los universales, en caso de existir, están fuera de la naturaleza, ¿como se relacionan con los objetos naturales que los ejemplifican o instancian? Repetir los términos profesionales ‘ejemplificación’ o ‘instanciación’ pareciera no dar respuesta alguna a esta pregunta. Pero es la única respuesta que el creyente en los universales puede dar con seguridad. Porque la pregunta, la exigencia de una explicación de la relación, realmente incorpora el prejuicio naturalista –si puedo llamarlo así sin prejuicio. De manera que Platón, si bien acertó al ubicar los universales fuera de la naturaleza, se equivocó al buscar en la naturaleza incluso una analogía sugestiva –por ejemplo, copia y original (…)- para la relación de ejemplificación
280.
Comentábamos antes281 que, además de una ubicación espacial,
otro rasgo inherente a los paradigmas de lo existente, los particulares,
consiste en una trayectoria a lo largo del tiempo. ¿Qué diremos a este
respecto de los universales? ¿Habrá una respuesta mejor a que
simplemente no siguen tal recorrido temporal, a que son atemporales? Para
beneplácito del nominalista, no la hay: “los predicados temporales no tienen
aplicación a los objetos abstractos, [los cuales] ni entran en existencia en un
cierto momento ni existen sempiternamente, [pues] no están en el tiempo. Y
aquí el creyente tiene que resistir la presión naturalista en su sentido más
fuerte, el sentido de que cualquier cosa que existe, existe en el tiempo”282
Vistas apenas algunas de las dificultades para ofrecer una explicación
coherente de la presunta existencia de los universales, una explicación
280
Strawson, P.F., “Universals”, en P.F. Strawson, Entity and Identity and other essays, Oxford, 1997, pág. 59. 281
Cfr. págs. 64-75 de este trabajo. 282
Strawson, P.F., ob.cit., págs. 60-61.
169
impermeable a la sospecha de que este realismo no es sino ilusionismo, es
imposible no preguntarse por qué Strawson insiste en este asunto. Para
decirlo llanamente: ¿qué se gana entificando a los sujetos abstractos, no
particulares, de predicación?
Quizás la respuesta se vincule con cierta insinuación previa, en el
sentido de que el reconocimiento de la “existencia” de algo implicaría, por
encima de cualquier otra consideración, conferirle cierta “estabilidad”.
Porque, después de todo, ¿alude el concepto de entidad exclusivamente a
los objetos de experiencia, a los particulares espacio-temporales? ¿Creer
esto no implica confundir lo empírico con lo filosófico, confundir, como
intachablemente recordara el mismo Quine, la “real situación ontológica” con
las “implicaciones ontológicas de un discurso”?
Proponemos que el sentido de “entidad” que maneja Strawson alude,
razonablemente, a objetos de razón, a objetos de pensamiento. Alude a
aquello que, en la medida en que posee estabilidad, en que se resiste a ser
concebido arbitrariamente, constituye objeto de estudio y de predicación. Y
bueno, ¿acaso el sentido de entidad que subyace a la máxima nominalista
“ser es ser el valor de una variable” es distinto a éste?
Puede sostenerse, no sin razón, que en parte lo es. Porque si bien
Quine piensa que la ontología con la que estamos comprometidos
comprende los sujetos de nuestras oraciones sobre el mundo, los objetos de
nuestros juicios, no menos importante es la aclaratoria de que se trata de los
sujetos indispensables de las mismas. Volvemos, pues, a aquella idea de
170
que hay ciertos objetos de referencia que son más bien pseudo-entidades,
que no son sino atajos lingüísticos para hablar de aquello que existe en el
mundo natural, que es lo único cuya existencia podemos aceptar sin
perdernos en desvaríos metafísicos.
¿Puede Strawson contrarrestar este escepticismo respecto de su
sentido más amplio, más “tolerante”, del concepto de entidad?
Ecuánimemente, se da cuenta de que no es posible. Pero no porque el
nominalismo tenga razón. Se trata más bien de ambos tienen parte de razón.
Gracias a su insistencia en que el análisis filosófico se ocupa del conjunto de
nociones que en efecto desempeñan una función en nuestra experiencia,
admite que tanto el realismo como el nominalismo responden a ideas
igualmente fundamentales de ese esquema conceptual básico. Por un lado,
a partir de la idea de que tanto el caso particular como el término general son
condiciones de posibilidad del conocimiento y discurso acerca del mundo, “es
natural que al menos tengamos la impresión de que podemos distinguir, en el
pensamiento, entre los objetos y eventos particulares de la naturaleza y los
tipos y características generales que esos objetos ejemplifican, así como de
que realmente podemos extender nuestro pensamiento para abarcar tipos y
características quizá no ejemplificados por cosas particulares, o complejos de
cosas, en la naturaleza”283. Pero, por otro lado, Strawson reconoce lo que
llama una “predisposición natural” a equiparar existencia con lo que existe en
la naturaleza, lo que tiene una ubicación espacio-temporal. Se trata, además,
283
Ibíd., pág. 59.
171
de una idea tan firmemente asegurada en nuestra visión del mundo como la
primera.
Por cuanto las ideas que están detrás de esta tensión son igualmente
dominantes y, por consiguiente, cualquier respuesta a la pregunta “¿qué tipo
de entidades admite nuestra ontología?”, presupondrá siempre un sesgo
determinado por la perspectiva que se privilegie, Strawson propone ver la
polémica realismo-nominalismo más bien como el resultado de enfatizar
partes distintas de nuestro esquema conceptual, de considerar el asunto
desde puntos de vista diversos, aunque igualmente válidos:
Si tengo razón en esto, entonces la imagen de un desacuerdo metafísico profundo debería ser reemplazada, idealmente, por la de una elección: entre la adopción de una postura naturalista, con una consecuente restricción de la noción de existencia a lo que se encuentra en la naturaleza; y una inclinación contraria a extender la noción a objetos de pensamiento, ejemplificables, pero no localizables, en la naturaleza. Todavía hablando idealmente, no debería importar mayormente cuál opción se elige, pues cualquier grupo de filósofos de creencias opuestas (o, en este asunto, quizás de temperamentos) debería poder apreciar el valor de los ensayos mutuos sobre los problemas menos generales y más sustanciales que los confrontan.
284
No precisamente por casualidad, esta respuesta nos envía de regreso al
punto de partida de este trabajo. Recordamos, ahora en la práctica, la
temprana insistencia de Strawson en que, por cuanto explicar correctamente
el sentido de los conceptos básicos consiste en describir sus distintos usos,
sus distintas funciones en los variados ámbitos de la experiencia vital
humana, la pretensión de imponer una comprensión única y definitiva de
ellos, que desdeñe la complejidad por el ilusorio refugio en lo simple, en lo
claramente definido, está condenada al fracaso.
284
Ibíd., pág. 63.
172
CONCLUSIONES
If metaphysics is the finding of reasons, good, bad or indifferent, for what we believe on instinct, then this has been metaphysics. P.F. Strawson Conclusiones de Individuals
Examinando retrospectivamente su trabajo en un escrito postrero285,
Strawson sentencia lo siguiente: “ciertamente, si algún problema, o grupo de
problemas, puede considerarse central en mi pensamiento, es precisamente
el de los fundamentos metafísicos y epistemológicos de la familiar distinción
lógico-gramatical entre referencia y predicación, o sujeto y predicado”286. En
efecto, se trata de un tema estelar en su filosofía, porque le permite proyectar
hacia el ámbito lógico-lingüístico, foco de sus inquietudes filosóficas, la idea
de una necesaria dualidad entre el caso particular y la clasificación general.
Seguramente heredada de Kant, se trata de una idea cuyo protagonismo en
la teoría del ser y la teoría del conocimiento está bien asegurado en el credo
strawsoniano. Por otra parte, su tratamiento mismo del problema ejemplifica,
de forma notable, la posición que asumió en otros temas recurrentes en su
trayectoria, desde la pregunta por el método de la filosofía hasta su
resistencia frente al nominalismo. A manera de articulación de los resultados
de los capítulos previos, hagamos algunas indicaciones al respecto.
285
Strawson, P.F., 1998, “Reply to Chung Tse” en Lewis Hahn, ob.cit., págs. 383-385 286
Ibíd, pág. 383
173
Se nos decía al comienzo que la filosofía se ocupa de describir las
funciones de ciertos conceptos fundamentales en los distintos ámbitos del
teorizar y actuar humanos. A tal fin, atiende a las conexiones entre ellos, vale
decir, a sus mutuas relaciones de implicación y exclusión, a sus relaciones
inferenciales. Guiado por esta idea, Strawson es capaz de mostrar que la
dualidad sujeto-predicado, característica de la proposición atómica, responde
en el fondo a la necesidad de transmitir al plano del discurso una dualidad
inherente al objeto de éste: la dualidad entre los casos particulares que nos
son dados en la percepción y los conceptos mediante los que los
convertimos en conocimiento nuestro. Así, los conceptos de sujeto y
predicado ocuparán un lugar prominente en nuestro esquema básico de
ideas en tanto su sentido se defina, razonablemente, a partir de la clara
función que desempeñan en la comunicabilidad de la experiencia. Por cierto,
esto probaría nuestra temprana conjetura acerca del papel de la lógica como
contexto significativo de los conceptos ontológicos.
En el capítulo I insinuábamos que, pese a las ostensibles dificultades
para demostrar argumentativamente el carácter necesario de ciertos
conceptos básicos, dificultades que en parte explican la prescripción
strawsoniana de limitarnos a estudiar la estructura conceptual que de facto
tenemos, el análisis funcional podría incidentalmente sugerir que hay ciertas
nociones sin cuya presencia sería imposible el pensamiento, el conocimiento
y el discurso acerca de la realidad. El análisis de Strawson sobre la dualidad
referencia-predicación ejemplifica vívidamente esto. Al proponer una
174
explicación vinculada a necesidades ontológicas (las cuales a su vez
responden a necesidades cognoscitivas) se muestra con claridad el carácter
indispensable de estos conceptos en la posibilidad de hablar sobre el mundo.
La metáfora gramatical con la que Strawson se aproxima a la pregunta
acerca del método de la filosofía sugiere, apuntábamos, la imagen de una
suerte de teoría sistemática de los conceptos básicos. En los capítulos I y II
ya tomábamos nota de varios pasajes en los que parece proponerse tal cosa,
pero bien podemos agregar ahora uno más, proveniente de la Introducción
de Individuos:
Cuando preguntamos cómo usamos esta o aquella expresión, nuestras respuestas, aunque reveladoras a un cierto nivel, son susceptibles de asumir, y no de exponer, aquellos elementos estructurales generales que el metafísico quiere revelar. La estructura que éste busca no se muestra fácilmente en la superficie del lenguaje, sino que yace sumergida. Debe él abandonar su única
guía segura cuando la guía no puede llevarlo tan lejos como desea ir. 287
¿En qué está pensando Strawson cuando habla de “elementos estructurales
generales que el metafísico quiere revelar”? En el capítulo 2 sugeríamos
interpretar esto al modo de una búsqueda de principios generales que
subyacen a la práctica conceptual, de tal suerte que Strawson estaría
refiriéndose, decíamos, a la dualidad general entre lo particular y lo universal
y su presencia en la epistemología, la ontología y la lógica bajo las formas
correspondientes. No obstante, es preciso hacer ahora cierto ajuste.
Siguiendo al mismo Strawson, notemos que el desarrollo efectivo de una
“práctica conceptual” implica dos ideas básicas: por una parte, la idea de que
cada concepto de la red se constituye a partir de sus relaciones de
287
P.F. Strawson, Individuals, Oxford, 1959, pág. 10.
175
implicación y exclusión con los demás; por la otra, la idea de que la legítima
aplicabilidad de los conceptos en la experiencia requiere ciertas condiciones.
La dualidad particular-universal sólo responde a la segunda. Así, si hemos de
postular candidatos a aquellos “principios metafísicos” con cuya consecución
Strawson dice reiteradamente estar comprometido, deberíamos añadir a
aquélla la idea de la naturaleza relacional de los conceptos.
Otro tema constante en las obras de Strawson que hemos estudiado
es su inconformidad con el nominalismo. Strawson sospecha que hay algo
profundamente insatisfactorio en la creencia de que los particulares son los
únicos objetos legítimos de nuestros juicios, los únicos sujetos genuinos de
nuestras predicaciones. Aunque no ahorra esfuerzos para asegurar el papel
protagónico de los particulares en nuestra experiencia y discurso, en tal
preeminencia no encuentra buenas razones que avalen la reducción de
propiedades y relaciones, entre otros objetos abstractos de referencia, a la
condición de simples nombres para aludir a colecciones de casos
particulares. Pues ¿no resulta muy significativo a este respecto precisamente
el que se admita, como sólo muy pocos se negarían a hacerlo, que sin
universalidad no hay experiencia ni discurso sobre particulares?
Reiteramos: la supremacía de los particulares no está en discusión.
Rastreando sus conexiones con los conceptos epistemológicos básicos,
Strawson ya nos recordó por qué son los principales objetos de
conocimiento. Su idea del análisis conectivo también es decisiva para
mostrar por qué son los principales sujetos lógicos. En realidad, es
176
justamente su énfasis en las interrelaciones de los conceptos lo que
garantiza un papel para la noción misma de sujeto lógico, superando así el
razonable escepticismo sobre su importancia filosófica que surge cuando se
la considera sin atender a sus conexiones con necesidades epistemológicas
y ontológicas. Pero con este procedimiento también afloran las dudas en
torno a la legitimidad de la autocracia nominalista. La definición de los
conceptos de sujeto y predicado en el punto de convergencia del plano
lógico-semántico con el ontológico (y, por consiguiente, el epistemológico),
basada en la oposición entre completud e incompletud, terminará
desembocando en la inevitable conclusión de que un discurso sobre
particulares presupone un nivel puramente conceptual, en el que hablamos
sobre el mundo sólo con ciertos universales, los universales de rasgo. De
esto se seguiría el que la ontología sustancial (individuos particulares y sus
propiedades) implícita en las oraciones sujeto-predicado presupone una
ontología de mera ubicación de propiedades y, eventualmente, lo que
podríamos llamar una ontología de acontecimientos.
Siendo así las cosas, ¿no habría que admitir que el tipo de experiencia
y discurso que efectivamente tenemos acerca del mundo, centrados en
objetos con una ubicación en el espacio y una cierta identidad a lo largo del
tiempo, involucra recursos conceptuales, nociones ontológicas, diferentes a
la sola noción de particular?
La muy plausible resistencia de Strawson al nominalismo, o a ciertas
implicaciones inaceptables del nominalismo, parece conducirlo a cierto
177
compromiso realista. En el último capítulo vimos su interés en abogar por la
admisión de los universales en la ontología, en abogar por el reconocimiento
de su “existencia”. Pero también insinuamos que la propuesta era
problemática, por decir lo menos. Las explicaciones de Strawson no dejan
suficientemente claro qué significa afirmar que existen particulares y también
universales. Su distinción entre dos sentidos, o dos implicaciones de
existencia, aunque oportuna y aceptable, plantea preguntas de no poca
importancia, a las que sólo podríamos responder con conjeturas sin respaldo
definido en su filosofía. Con todo, quizás debamos ponderar a partir de tal
omisión la importancia misma que tiene el asunto a los ojos de Strawson.
Proponemos, pues, que la sugerencia strawsoniana de que “existen” objetos
no particulares sea vista, ante todo, como un recurso más o menos acertado
para enfatizar una idea que sí es indiscutiblemente sustantiva en su
pensamiento, una idea en la que Strawson cree ciegamente con toda razón:
que el pensamiento, la experiencia y el discurso acerca de la realidad serían
imposibles sin la concurrencia no sólo de lo particular, sino también de lo
general. Especialmente, como un recurso para enfatizar que en la
delimitación misma de un particular, en su constitución como objeto, está
involucrado un universal. Así, la noción de existencia se aplicaría a
particulares en tanto instancias de universales, o lo que es lo mismo, a
universales ubicados espacio-temporalmente. Y bien, ¿quién puede decir
que recordar esto es llover sobre mojado? ¿Estamos seguros de que en la
178
ortodoxia analítica hay una conciencia siempre vívida respecto de la absoluta
centralidad de tal idea?
Una notable insuficiencia de este trabajo consiste en haber examinado
las críticas de Strawson a dos de sus grandes interlocutores, Wittgenstein y
Quine, abrazando despreocupadamente a tal efecto las interpretaciones del
primero acerca de los segundos. Aunque la gravedad de la falta se mitiga
porque el objetivo expreso de la investigación siempre fue estudiar el
pensamiento de Strawson, o más bien una parcela relativamente pequeña de
él, se admite la necesidad de complementar estos resultados estudiando el
pensamiento de Wittgenstein y Quine en toda su complejidad.
Para terminar donde comenzamos, digamos una última palabra sobre
el talante general encarnado por la filosofía de Strawson. Por cierto, se
acostumbra a resumirlo literalmente con una sola palabra: tolerancia. A estas
alturas una valoración semejante no nos toma por sorpresa, pues si alguna
idea se infiere claramente de las páginas previas, no será distinta a ésta: que
el pensamiento de Strawson descansa en la convicción hecha obra de que
explicar correctamente el sentido de nuestros conceptos básicos equivale a
describir sus distintos usos, sus distintas funciones en los variados planos de
la experiencia vital humana. En esa medida, constituye una vigorosa defensa
del carácter polisémico de los mismos, y por consiguiente una inequívoca
apología de la tolerancia en el análisis, en contraste con la no poco habitual
aspiración a respuestas perfectamente definidas y unívocas para las
179
preguntas filosóficas. Porque, ¿no es tal aspiración, al menos en parte, el
motor de nuestra ciega fe en la lógica? ¿Hemos realmente abandonado la
fantasía de que funciona como una llave maestra que abre cualquier puerta?
180
BIBLIOGRAFÍA
AYER, A.J. (ed.) (1965) El positivismo lógico, México, Fondo de Cultura Económica
BRANDOM, R., (2000), Articulating Reasons, Cambridge Mass., Harvard
University Press. CARNAP, R. (1931) “La superación de la metafísica por medio del análisis
lógico del lenguaje” en AYER (1965) HAHN, H (1933), “Lógica, lenguaje y conocimiento de la naturaleza” en
AYER, (1965) HAHN, L.E. (ed) (1998), The Philosophy of P.F. Strawson, The Library of
Living Philosophers, Vol. 26. Open Court Publishing. HUME, D., (1739), A Treatise of Human Nature, Edimburdgo; ed. L.A. Selby-
Bygge, Oxford University Press, 1958 FREGE, G., (1892) “Sobre el sentido y la denotación” en SIMPSON, T.M.
(ed) (1973) GARCÍA SUÁREZ, A., (1997), Modos de Significar, Madrid, Tecnos KANT, I. (1781), Crítica de la Razón Pura, ed. Pedro Ribas, México,
Santillana, 2006 MELLOR, D.H. y OLIVER, A (1997), Properties, Oxford University Press,
1997 McCULLOCH, G., (1989) The Game of the Name, Oxforfd University Press POPPER, K. (1959), The logic of scientific discovery, New York, Basic Books QUINE, W.V, (1953), Desde un punto de vista lógico, Barcelona, Ariel, 1962. ____ (1974) La relatividad ontológica y otros ensayos, Madrid, Tecnos. RAMSEY, F.P., (1931), “Universals” en MELLOR y OLIVER, (1997) RYLE, G., (1949), The Concept of Mind, The University of Chicago Press.
181
RUSSELL, B., (1905), “Sobre el denotar” en SIMPSON, T.M., (ed) (1973) SIMPSON, T.M., (ed.) (1973), Semántica filosófica: problemas y discusiones,
Buenos Aires, Siglo XXI . SKIDELSKY, L. (2003), “Análisis filosófico: Strawson entre Wittgenstein y
Quine”, en Dianoia, volumen XLVIII, número 51, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México, noviembre 2003.
STRAWSON, P.F., (1950), “Sobre el Referir” en STRAWSON,
(1983). ____ (1953), “Particular y General” en STRAWSON, (1983) ____ (1959) Individuals: an essay in Descriptive Metaphysics, Londres,
Methuen ____ (1970) “Asimetría de Sujetos y Predicados” en STRAWSON, (1983) ____ (1975) Los Límites del Sentido, Madrid, Ediciones de la Revista de
Occidente. ____ (1976) “Entity and Identity” en STRAWSON, (1997) ____ (1979) “Universals” en STRAWSON, (1997) ____ (1982) Libertad y Resentimiento y otros ensayos, Barcelona, Paidós. ____ (1983) Ensayos lógico-lingüísticos, Madrid, Tecnos ____ (1992) Analysis and Metaphysics, Oxford University Press (Traducción
castellana: Análisis y Metafísica, Barcelona, Paidós, 1997.) ____ (1997) Entity and Identity and other essays, Oxford University Press ____ (1998a) “Intellectual autobiography” en HAHN (ed), (1998) ____ (1998b) “Reply to Chung M. Tse” en HAHN (ed), (1998) ____ (1998c) “Reply to Panayot Butcharov” en HAHN (ed), (1998)