Alfonsina Storni. Crepusculares

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1 Tao Lao (Alfonsina Storni); “Las crepusculares”, La Nación, domingo 30 de mayo de 1920, segunda sección. Página 3. Las crepusculares De 17 a 18 de la tarde, a la hora elegante en que la luz huye de las calles de Buenos Aires, y se encienden los focos de las grandes casas, por la calle Florida se mueve una romería de gente. Ellas, las refinadas porteñas crepusculares, caminan por las aceras:. ellos van por la calle. En las esquinas, frente a los negocios, al lado de los escaparates, numerosos grupos de jóvenes miran ondular a las muchachas sobres sus altos tacos. Los pies de aquéllas, son una especie de extendida epidemia en marrón, en azul o en topo: los zapatos se han enfermado de estos tres colores y las medias dóciles se dejan contagiar también por los tonos de modas. Transportan estos zapatos a sus dueñas, dos o tres veces a lo largo de las calle Florida y las depositan frente a las grandes tiendas de vistosos escaparates. Allí están las sonrientes muñecas con las platas rígidas dentro del muerto y frío zapato, vistiendo lujosos kimonos, regias salidas de teatro, severos vestidos talleur, graciosos visos de seda, bordados y espumosos peinetones, etc. Y las muñecas dicen, así, tan tontas como parecen: - Entre usted, señorita paseante. Arriba las hay de carne y hueso y se pasean, y llevan espléndidos vestidos que se pueden apreciar por los cuatro costados. Por la derecha, señorita, tome usted un ascensor, ¿se anima?. Y los zapatos azules, marrones o grises transportan entonces a sus dueñas hasta un ascensor, en el cual pende un cartelito que dice: modelos a tal, tal, y tal hora. El piso codiciado El ascensor, que es inteligente, sabe que de 17 a 18 deberá detenerse muchas veces en un piso especial. Los zapatitos en epidemias lo han golpeado nerviosamente mientras hacia allí los transportaba, y él ha aprendido el lenguaje de sus suelas. Es por eso que, a la menor presión del botón, se para y deposita su preciosa carga en el codiciado lugar de las muñecas de carne y hueso que ofician de modelos. Y a su vez allí, los zapatos vuelven a pasearse de un lado a otro y se detienen, ya frente a un reloj, ya frente a un maniquí, ya delante de una muñeca de porcelana. Entonces se dan cuenta de que en el piso, y aguardando también, hay una gran cantidad de zapatos. Se miran unos a otros en tono de desafío y cada uno arguye su defensa: -Yo tengo una hebilla original; yo mi elegante ribete blanco; yo un taco como para zapato de avispa ... De vez en cuando un tosco zapato negro se mezcla a ellos, pero comprendiendo pronto su democracia zapateril, va a ocultarse humildemente a un rincón de la sala, mientras el desafío de los elegantes continúa. La ola

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Alfonsina Storni. Poesia Argentina. Poesia de mujeres.

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Tao Lao (Alfonsina Storni); “Las crepusculares”, La Nación, domingo 30 de mayo de 1920, segunda sección. Página 3.

Las crepusculares De 17 a 18 de la tarde, a la hora elegante en que la luz huye de las calles de Buenos Aires,

y se encienden los focos de las grandes casas, por la calle Florida se mueve una romería de gente. Ellas, las refinadas porteñas crepusculares, caminan por las aceras:. ellos van por la calle. En las esquinas, frente a los negocios, al lado de los escaparates, numerosos grupos de

jóvenes miran ondular a las muchachas sobres sus altos tacos. Los pies de aquéllas, son una especie de extendida epidemia en marrón, en azul o en topo:

los zapatos se han enfermado de estos tres colores y las medias dóciles se dejan contagiar también por los tonos de modas.

Transportan estos zapatos a sus dueñas, dos o tres veces a lo largo de las calle Florida y las depositan frente a las grandes tiendas de vistosos escaparates.

Allí están las sonrientes muñecas con las platas rígidas dentro del muerto y frío zapato, vistiendo lujosos kimonos, regias salidas de teatro, severos vestidos talleur, graciosos visos de seda, bordados y espumosos peinetones, etc.

Y las muñecas dicen, así, tan tontas como parecen: - Entre usted, señorita paseante. Arriba las hay de carne y hueso y se pasean, y llevan espléndidos vestidos que se pueden

apreciar por los cuatro costados. Por la derecha, señorita, tome usted un ascensor, ¿se anima?. Y los zapatos azules, marrones o grises transportan entonces a sus dueñas hasta un

ascensor, en el cual pende un cartelito que dice: modelos a tal, tal, y tal hora. El piso codiciado El ascensor, que es inteligente, sabe que de 17 a 18 deberá detenerse muchas veces en un

piso especial. Los zapatitos en epidemias lo han golpeado nerviosamente mientras hacia allí los

transportaba, y él ha aprendido el lenguaje de sus suelas. Es por eso que, a la menor presión del botón, se para y deposita su preciosa carga en el

codiciado lugar de las muñecas de carne y hueso que ofician de modelos. Y a su vez allí, los zapatos vuelven a pasearse de un lado a otro y se detienen, ya frente a

un reloj, ya frente a un maniquí, ya delante de una muñeca de porcelana. Entonces se dan cuenta de que en el piso, y aguardando también, hay una gran cantidad

de zapatos. Se miran unos a otros en tono de desafío y cada uno arguye su defensa: -Yo tengo una hebilla original; yo mi elegante ribete blanco; yo un taco como para zapato

de avispa ... De vez en cuando un tosco zapato negro se mezcla a ellos, pero comprendiendo pronto su

democracia zapateril, va a ocultarse humildemente a un rincón de la sala, mientras el desafío de los elegantes continúa.

La ola

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A medida que las manecillas de reloj giraban hacia la hora indicada, en el cartel del ascensor para la aparición de los modelos, va aumentado y agrupándose la cantidad de zapatos, hasta formar una ola compacta que se distribuye en dos corrientes: una a derecha, y otra a izquierda de un camino trazado por dos gruesos cordones que continúan a lo largo del salón, el trayecto de una angosta alfombra.

Cuando las manecillas señalan la esperada hora las miradas se dirigen hacia un cuarto especial cuya puerta debe abrirse.

Ya está. Aparece por fin una mujer, alta, elegante, garbosa y la acoge un murmullo prolongado. Con una mano puesta en la barba y al otra graciosamente aposentada en la cadera, avanza

cadenciosa entre las dos filas de espectadores. Y la ola, como un cuerpo que no tiene voluntad, se mueve con ella, la sigue

contemplándola. Se atropellan los zapatos unos contra otros. Todos quieren ocupar la primera línea. Quieren observar de cerca el peinado, las medias, la tela, el bordado, el laza: todo lo que

la modelo lleva encima, y continúa siguiéndola a lo largo del salón. (Con una modelo no hay necesidad de guardar las buenas formas y no es ya caso de una mala educación recorrerla con la mirada de arriba a abajo).

Y la modelo, como compenetrada de la influencia decisiva que ejerce sobre las damitas crepusculares, se contonea más y parece decir a la ola con una sardónica sonrisa: “Ahora a la izquierda, ahora a la derecha, para atrás, para adelante, damitas crepusculares...”

Y las damitas, no menos dóciles a sus órdenes que los planetas a las del sol, describen la misma órbita que la muñeca de carne y hueso que lleva un vestido a la última moda y después de lucirlo un momento se pierde en el cuartito de donde salió dejando atrás suyo una fuga de zapatos distinguidos hacia el ascensor.

El regreso Luego las crepusculares, saturadas de ideas para el nuevo vestido de la temporada,

atraviesan de nuevo la calle Florida luciendo una vez sus lujos. Se detienen en una confitería de moda a tomar un liviano aperitivo alcoholizado y satisfechas de su excursión se distribuyen en automóviles, tranvías y coches y se vuelven a sus hogares convencidas acaso, de que el paraíso es un lugar con ascensores y muñecas lujosas que caminan ondulando ...