Algo Más Que Un Líder Autoritario Beatriz Sarlo

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Algo más que un líder autoritario Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION 1865333 Hugo Chávez, en Guarico, durante un acto de campaña en 2006. Foto: Archivo Es demasiado sencillo enterrar a Chávez en el catafalco de los líderes autoritarios, como un representante más de América latina en toda su tipicidad. Quedan varias cuentas por hacer antes de dejarlo allí. La primera es la del pasado político venezolano anterior. Chávez no es inmotivado . Tampoco es el primer presidente de Venezuela que despilfarra la renta petrolera; no es el primero que esboza planes suntuosos que quedan a mitad de camino, olvidados, cubiertos por la ocurrencia siguiente. No es el primero que usó esa renta en el corto plazo, discurseando sobre el futuro sin darle bases más sólidas.

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Algo más que un líder autoritarioPor Beatriz Sarlo | Para LA NACIÓN

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Algo ms que un lder autoritarioPorBeatriz Sarlo|ParaLA NACION

1865333Hugo Chvez, en Guarico, durante un acto de campaa en 2006.Foto:ArchivoEs demasiado sencilloenterrar a Chvezen el catafalco de los lderes autoritarios, como un representante ms de Amrica latina en toda su tipicidad. Quedan varias cuentas por hacer antes de dejarlo all.La primera es la del pasado poltico venezolano anterior.Chvez no es inmotivado. Tampoco es el primer presidente de Venezuela que despilfarra la renta petrolera; no es el primero que esboza planes suntuosos que quedan a mitad de camino, olvidados, cubiertos por la ocurrencia siguiente. No es el primero que us esa renta en el corto plazo, discurseando sobre el futuro sin darle bases ms slidas.La segunda cuenta requiere no repetir, en el juicio sobre Chvez, los rasgos sumarios de sus propios pronunciamientos ni la grandilocuencia sin fisuras de sus gestos. Nos ponemos rpidamente de acuerdo: no le interesaba la lgica republicana. Pero Chvez fue algo ms queun militar vuelto lder carismticoque despreci las libertades clsicas. Su historia, desde que conoci, como cadete, al nacionalista peruano Velazco Alvarado, el presidente de la reforma agraria, trae anuncios desde el comienzo. No fue un recin llegado al escenario, que se transforma a medida en que se consolida. Anunci lo que llegara a ser. Chvez fue, adems, un caudillo militar y us al ejrcito no slo como instrumento de un golpe, sino tambin como sostn de su expansiva fuerza territorial. En esto se diferencia de otros lderes de Amrica latina, en primer lugar de Evo Morales, de Correa y deNstor Kirchner, que se sostuvieron con fuerzas de otro origen.Su poder se extendi demasiado, pero su popularidad no result solamente de un vasto parque de artefactos publicitarios y del adoctrinamiento de masas. Su imagen no se construy slo a expensas de la libertad de prensa. No tuvo contemplaciones con esos derechos, pero no lo votaron como consecuencia de que los limit cuantas veces pudo. Como muchos de los actuales presidentes de Amrica latina, us el aparato estatal y el dinero pblico para imponerse. Estos dirigentes han aprendido que el Estado es la mquina que construye su poder. La larga saga del exilio de Pern, esos 18 aos de proscripcin, hoy es inconcebible. La ocupacin del Estado y la incontrolada disposicin de sus recursos son la clave de bveda del poder, la matriz donde se reproduce.El tercer punto a considerar: la hegemona cultural y poltica del chavismo cambi, probablemente para siempre, la relacin de los sectores populares con los gobiernos en Venezuela. En un nivel simblico, Chvez asegur su representacin: se identificaron con el lder como no se haban identificado con los dirigentes anteriores, aunque stos fueran ms respetuosos de las instituciones. Podr decirse, con razn, que uno de los dramas latinoamericanos es la escisin entre la institucionalidad poltica y la experiencia de que esa institucionalidad no es el instrumento que responde ms rpido a necesidades reales. sta es una cuestin abierta; sobre ella, la Argentina escribe tambin un captulo, con su propio estilo. De all al desprecio por las instituciones hay solo un paso.Frente a Chvez, la democracia debe preguntarse una vez ms qu sucede con sus promesas incumplidas. Entender a Chvez no implica justificarlo. Y es tambin una tarea mucho ms difcil que la sencilla identificacin que pasa por alto todo. Exige aceptar y corregir que, en la mayora de los pases sudamericanos, la democracia no ha persuadido de que es un rgimen capaz de superar los lmites que le plantean la pobreza y la injusta distribucin del ingreso, la violencia (que en Venezuela perdur y se agrav durante el chavismo) y la destitucin en la vida cotidiana. stos son los problemas de la democracia que el cesarismo plebiscitario no soluciona, pero pone trgicamente al descubierto. Los seala, los utiliza como bandera de transformacin y como excusa demaggica, les da reconocimiento, los malversa, los desordena, los ataca y, al mismo tiempo, los deja persistir.Hugo Chvez fue, adems, un caudillo de carisma agobiante y arrollador (su simpata, su voz, la munificencia de su oratoria rica en maldiciones, imprecaciones, vocativos de fuego y amenazas). A diferencia de otros lderes populistas, su relacin con la tradicin histrica de Amrica latina fue intensa y peculiarmente ntima. El adjetivo "bolivariano" no era, en su caso, una mencin escolar; mostraba el deseo de inscribirse en la larga duracin histrica. No se trata de medir ahora la versin de Chvez sobre esa historia, sino la fuerza que busc en un linaje que arrancaba en las guerras coloniales y llegaba a hombres que slo l recordaba en la vorgine superficial del discurso poltico: Sandino, Prestes. La relacin de Chvez con estos hombres era vital. Se senta uno de ellos.Esto no mejora su autoritarismo, pero indica que su temple estaba atravesado por vetas autnticas del pasado y rayos de novedad. Fue el ltimo antiimperialista a la vieja usanza. Y el primero de una fila de lderes que practicaron un antiimperialismo que, influido precisamente por un error arcaico, no les permiti distinguir los conflictos planetarios del presente. En Chvez estuvieron esas dos almas. La de la renovacin de un discurso latinoamericanista que agonizaba despus del fracaso autoritario de la revolucin cubana y la de un antiimperialismo viejo y nuevo, que lo llev a sus incursiones diplomticas en Irn.Durante todos los aos que gobern, la oposicin no estuvo a su altura. Esto no convierte a ningn gobierno en aceptable ni justifica sus errores. Pero simplifica la foja de sus responsabilidades, sin eximirlas. Oponerse a un lder carismtico que ocupa sin fisuras todo el Estado vuelve imprescindible un gran potencial poltico que incluya el reconocimiento inteligente de las causas que lo han sostenido all. Por supuesto, tampoco sus herederos tienen una tarea sencilla por delante. Ellos enfrentan el dilema de una repeticin imposible, precisamente por las razones que hicieron de Chvez el hombre que los dirigi hasta ayer. Y que hasta ayer los mantuvo unidos. La herencia puede separarlos.