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Algunas grietas de la Realidad Sobre Jorge Luis Borges y otros artículos 1

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Algunas grietas de la Realidad

Sobre Jorge Luis Borges y otros artículos

Víctor Martínez-Vaquero López

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“Algunas grietas de la Realidad. Sobre Jorge Luis Borges y otros artículos”

Autor: Víctor Martínez-Vaquero López

Editan: EDICIONES TGD

Imprime: Tratamiento Gráfico del Documento S.L.Avda. de los Castros s/nTlfno: 942 201 108 – Fax: 942 201 10839005 Santandere-mail: [email protected]://www.edicionestgd.com

D.L.: SA-575-2005

ISBN: 84-934343-6-1

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Este librito está dedicado a las Magas,

tanto del lado de acá como el de allá

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Dejar de venerar es rebelarse contra el

misterio y proclamar su quiebra, porque el hombre -

un descuido del creador seguramente- con su fiebre

depredadora ha deformado el paisaje, después de

haberse deformado a sí mismo y a sus semejantes,

todavía sigue creyendo que mediante la ciencia y la

técnica conseguirá más poder y más fama. Lo que

no sabe es que se encuentra solo, que a nadie le

interesan sus logros, ni siquiera al Demonio,

hastiado ya, al igual que Dios, de la estulticia

humana.

Emile Michele Cioran

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ÍNDICE P.

Prolegómenos 9

Centenario de Jorge luis Borges: 12

Espadas, espejos, laberintos

Cincuenta años del 50 18

Jaime Gil de Biedma: Diez años después 25

Algunos apuntes sobre Nietzsche 36

E. M. Cioran o La elegancia del no ser 45

Malcon Lowry: Un hermoso fracaso 52

Ulises hoy 59

Felipe Benítez: Vidas improbables 70

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Literatura y cine negro 79

Literatura infantil: El topos del ciervo herido. 87

De la tradición a la modernidad

Epílogo: El libro en el tiempo o 97

La Necesidad de la lectura

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Prolegómenos

Están recopilados en este libro varios artículos,

publicados los más de ellos, pero dispersos, en la

idea de señalar algunos agujeros, algunas hondas y

profundas grietas de lo que en estos tiempos

posmodernos se viene denominando Realidad.

Como ya señaló Foucault, el discurso es un bien

muy preciado y como el resto de las cosas de las

prácticas de este mundo es un objeto de la lucha

por el poder. Alejandro Gándara, por su parte, ya

señaló las tres vergüenzas dignas de reseñar,

vergüenzas no ajenas, como es natural, a esa lucha

por el poder. La primera es la que conoce la

diferencia entre lo bueno y lo mejor -es la del que

sabe la verdad y la esconde-. La segunda, la del

rico en medio de la pobreza, es la del miserable. Y

la tercera, la que canta su verdad, es la del opresor.

Habrá que desenmascararlas en la medida de lo

posible.

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Se trata pues de mostrar aquí y ahora diversos

apuntes sobre distintos autores que nos hacen ver

alguna de esas grietas de la Realidad y también

algunas de esas vergüenzas. Lamento las

referencias tan sólo de pasada, como quien dice, a

Popper, Habermas o García Calvo, pero creo de

momento suficiente esta selección para, al menos,

intentar indagar un poco más en la dicotomía lo

Real / lo aparentemente Real, centrándome en el

ámbito literario para observar desde otra

perspectiva esta “feliz esclavitud”, donde la

“soberanía del sujeto ya sólo la mantienen los

histriones y feriantes” porque se da el hecho de que

intentar indagar en lo Real por medio de la narrativa

de esta época es indagar en el inconsciente

colectivo de los hijos de la transición del capitalismo

de consumo al capitalismo de ficción, y así no nos

extraña que afirme Juan José Millás que se

consumen de igual manera autos o teléfonos

móviles, como se consume tener pareja o hijos.

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El individuo, en fin, ya no está marcado por lo

que es, sino por lo que tiene o aparenta y sólo nos

queda el lenguaje a las víctimas de esta

civilización que estamos sometidos, por consenso,

a la dominación bajo sus diferentes formas y a un

futuro ya impuesto desde el poder. Don Quijotes

frente a Robinsones. Ya lo profetizó Baudelaire:

“El mundo es apariencia”. Una apariencia repleta

de grietas. Borges, Nietzsche, Cioran, entre otros,

ya nos indicaron algunas. Y hay que luchar para

contemplar la Realidad desde otras perspectivas,

lejos de las mentiras impuestas, si queremos que

de veras merezca la pena vivir. Ariadna, por favor,

tu hilo.

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Centenario de Jorge Luis Borges: Espadas,

espejos, laberintos

El punto de arranque de un cuento de Borges

puede ser un párrafo leído en una enciclopedia, o

en un libro de Historia, o en un tratado cabalístico,

incluso se puede tratar de un libro o un país

imaginarios.

Borges nunca elaboró una teoría literaria, pero

una parte importante de su obra consiste en

reflexiones acerca de la literatura. En Otras

Inquisiciones considera no sólo a la literatura sino a

todas las manifestaciones culturales a las que ha

accedido el hombre como “la historia de la diversa

entonación de algunas metáforas. Quizá la historia

universal es la historia de unas pocas metáforas”.

En El Oro de los Tigres especifica cuáles son esos

temas principales, esos esquemas básicos sobre

los que se configurarán, como variantes, otras

tramas: un ciclo guerrero (Troya, por ejemplo), un

regreso (el de Ulises), una búsqueda (como el

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vellocino de oro, el Grial), y el sacrificio de un Dios

(Odín, Cristo).

Esta afirmación no implica, en modo alguno, el

agotamiento de la literatura: “Cuatro son las

historias. Durante el tiempo que nos queda

seguiremos transformándolas”. Borges considera

que, en efecto, todas las afinidades esenciales (río-

vida; muerte–sueño) han sido advertidas y escritas

ya, desde la composición de la Ilíada, aunque “ello

no significa, naturalmente, que se haya agotado el

número de metáforas”. Borges lleva, pues, a la

práctica esta idea de la literatura como relectura de

otros textos. Además de esta visión de una

literatura que retoma constantemente unos cuantos

temas a los que confiere nueva forma, se adscribe a

la creencia de que todos los libros del pasado, del

presente y del porvenir no son sino fragmentos de

un poema infinito (El Libro de Arena es un libro sin

principio ni fin). Un buen ejemplo de esto puede ser

el del que lleva por título Ulrica. Borges es Javier

Otarola y en un momento dice que él es Sigurd. Si

él es Sigurd, Ulrica responde que ella es Brinhild.

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He aquí la historia de un amor elegida de la

Volsungasaga, que es en gran parte la de Sigfrido.

Conociendo la saga, las frases cobran el sentido

debido. Pero está el problema de la identidad

humana, los extraños desdodablamientos de todos

los hombres y la posible identidad, siguiendo a

Shopenhauer, de todos los seres humanos.

¿Somos uno o varios?, ¿Son todos los hombres el

mismo hombre?,¿Somos simples criaturas soñadas

por otro, por Dios tal vez?.Borges es Javier Otarola,

es Sigurd. ¿Acaso somos todos el mismo hombre?

En El Otro, escribe: “Somos Edipo, y de un eterno

modo la larga y triple bestia somos “; en El Oro de

los Tigres: “De Proteo el egipcio no te admires, tú

que eres uno eres muchos hombres”, en El

Hacedor: “Que mi nombre sea Nadie como el de

Ulises“, en Elogio de la Sombra: “He olvidado los

hombres que antes fui “.

Desde este punto de vista cada línea,”cada verso

puede comprenderse cabalmente en el contacto

con sus predecesoras, cada texto es un eje de

innumerables relaciones “.

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Borges introduce de esta manera uno de los

elementos esenciales de su poética, expresado por

medio de uno de sus símbolos más personales y

ricos: el espejo, que sintetiza admirablemente esta

concepción que ve la literatura como un ejercicio

ontológicamente intertextual, tanto en lo que se

refiere a la cooperación del lector como a esa

peculiaridad esencial de la literatura, que se

constituye siempre como reflejo de otros textos. Así

en Ulrica leemos: “La bruñida caoba me recordaba

el espejo de la escritura”, “ya no quedaban muebles

ni espejos”, lo que nos conduce a otro tema

esencial en su obra, el laberinto, los senderos que

se bifurcan: “Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica,

esa tarde, proseguiría el viaje a Londres, yo hacia

Edimburgo”. En La Casa de Asterión el autor

rescribe el viejo mito del minotauro, presentándonos

al hijo de Minos como un ser indefenso y extraviado

en su laberinto, esperando a un redentor. Una y otra

vez recurrirá Borges a esta metáfora para sintetizar

su visión del hombre moderno: la visión de un ser

atormentado, errando solitario por intrincadas

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galerías. Para dar cuerpo a esta visión suya del

hombre y del mundo rescribe una vieja historia: la

del Minotauro encerrado en una casa que en

Cnossos construyó Dédalo para él, por orden del

rey Minos. El universo es un laberinto inexplicable y

el hombre, en su afán por comprenderlo, crea su

propio laberinto: el lenguaje. Sucede entonces que

nos extraviamos en nuestro propio laberinto y

postulamos otro para explicar el anterior. ”Le fue

dada la infamia. Dócilmente estudió los delitos de la

espada, la ruina de Cartago, la apretada batalla

entre Oriente y el Poniente, le fue dado el lenguaje,

esa mentira”.

El universo para Borges es en realidad un texto, y

los textos escritos por los hombres no son más que

reflejos de ese gran texto, pero ¿quién escribió el

texto? o dicho de otro modo: el hombre mueve las

fichas del tablero de ajedrez (¿según qué misterioso

azar?). La vida del hombre no es más que otro

juego desarrollado en otro tablero, pero ¿quién nos

mueve en ese tablero, en ese laberinto? ¿Y quién

mueve al que nos mueve? ¿Somos acaso el

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producto de una deidad menor que nos dejó a

medio hacer? “Somos el río que invocaste,

Heráclito. Somos el tiempo, su intangible curso, los

laberintos de marfil que urden la piezas de ajedrez

en el tablero”.

Quizás estas repeticiones de temas y modo

tengan, en palabras de Savater, “un carácter

netamente ceremonial, de consolidación del cosmos

por su renovación” (Nadie se baña dos veces en el

mismo río). Borges el ceremonioso, el sumo

sacerdote pagano, que en sus fragmentos de un

Evangelio apócrifo afirma :

“Dichosos los que saben que el sufrimiento no es

ninguna corona de gloria. Feliz el que se perdona a

sí mismo, felices los que guardan en su memoria

palabras de Virgilio. Felices los amantes, los

amados y los que pueden prescindir del amor.

Felices los felices”.

En una tumba en Ginebra leemos la siguiente

inscripción: De Ulrica a Javier Otárola. La función

de la literatura, como afirma Millás, es convertirse

en Realidad.

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Cincuenta años del 50

Esto de las generaciones es un asunto bastante

complejo. Mismo ideario, mismos modelos, mismas

fechas de publicación, pero incluso el término lo

emplean aquellos que están en contra de catalogar

a grupos en generaciones por aquello de que no se

puede generalizar, que implica un alejamiento de la

realidad, que es en definitiva, “un falseamiento de

aquello que se quiere aprehender”.

En cuanto a la generación del 50 es un hecho de

sobra conocido que se trata de la amistad trabada,

y no sólo literaria, entre Carlos Barral, Jaime Gil de

Biedma y José Agustín Goytisolo y del crítico José

María Castellet, a quien todavía alguno echa en

cara, por decirlo de algún modo, que no quisiera

publicar una célebre novela de García Márquez,

pero lo que hay que entender es que la idea de

Castellet y el grupo en general era montar ruido,

hacerse oír, que comenzó en la revista Laye,

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dirigida por el también cómplice, M. Sacristán, y que

tomó su punto álgido cuando Carmen Riera reunió

datos e informaciones en la fundamental obra

Escuela de Barcelona, publicada en 1988. Por

razones de ideas políticas, de semejanzas, de

gustos literarios -como el homenaje a Machado en

Collioure, tal que el 27 a Góngora- de amistad y

camaradería se afanaron y consiguieron construir

una generación para instaurarse como la poética

dominante del momento, aunque, claro está, al

margen de todo lo dicho, no se puede discutir la

diversidad estética que observamos en la creación

poética de cada componente, cada uno por su

propio camino, pero también con ciertas

semejanzas. Hay una preocupación muy importante

por el hombre, que enlaza, como señala García

Hortelano, con el “humanismo existencial”, pero

huyendo de todo tratamiento patético. Se muestran

inconformistas frente al mundo en que viven, pero

marcado con un escepticismo que es precisamente

lo que los aparta de la poesía social de Gabriel

Celaya o Blas de Otero: “Luchando, cuerpo a

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cuerpo, con la muerte, / al borde del abismo, estoy

clamando / a Dios. Y su silencio, retumbando, /

ahoga mi voz en el vacío inerte”, o Gabriel Celaya:

“Poesía para el pobre, poesía necesaria/ como el

pan de cada día“. Aunque no hay que olvidar que

hay quien también ha señalado de este grupo

poético o promoción, como Pere Gimferrer, la

existencia de un realismo crítico. Cada miembro

toma sus propios derroteros, pero hay puntos de

unión: evocación de la infancia, el paso del tiempo,

la amistad. Son constantes en sus composiciones y

la manera irónica con que muchas veces son

tratados, el lenguaje sencillo, casi coloquial. Sirva

de ejemplo, entre muchos, aquel conocido verso de

Baudelaire: “Hipócrita lector, mon semblane, mon

frere“, que leemos en Biedma, Valente y Ángel

González, o el “odi et amo” de Catulo, que releemos

en varios de ellos.

Quizá uno de los miembros más interesantes del

grupo es Ángel González. Influido por Cernuda y

Vallejo (“Hay golpes en la vida tan fuertes / yo no sé

(…) / Son pocos pero son. Serán tal vez los potros /

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de bárbaros Atilas; / o los heraldos negros que nos

manda la Muerte”), concibe la poesía como la forma

de expresar la individualidad y el sentimiento de la

colectividad- en lo que se asemeja mucho a

Biedma-, pero en éste la fantasía ocupa un

destacado lugar del mismo modo que la

observación detallista de tipos y actitudes: “Otro

tiempo vendrá distinto a éste / y alguien dirá:

“Hablaste mal. Debiste haber contado otras

historias: / violines estirándose indolentes/ en una

noche densa de perfumes, / bellas palabras

calificativas / para expresar amor ilimitado, / amor al

fin sobre las cosas / todas”. / Pero hoy, cuando es

luz del alba / como la espuma sucia de un día

anticipadamente inútil, / estoy aquí, / insomne,

fatigado, velando mis armas derrotadas, y canto/

todo lo que perdí: porque me muero”.

Por otro lado, José Ángel Valente, muerto

recientemente, ha extraído de su labor de crítica

literaria toda una carga de conocimientos y

actitudes que le ha llevado a una poesía concisa,

lúcida, con un gran contenido y simple en la forma.

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No es ya el “escribo para que me amen” o como

cuentan de Dante que escribió La divina comedia

para acostarse con Beatriz, sino que para Valente la

obra es lo que da vida a un escritor. Su obra es su

biografía. Tal como encabeza una de sus

Antologías: “Yo vivo, yo me dejo vivir para que

Borges pueda tramar su literatura y esa literatura

me justifica”. Y reflexiona “Toco esta mano al fin

que comparte mi vida / y en ella me confirmo / y

tiento cuanto amo, / lo levanto hacia el cielo y

aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza”.

Y Gil de Biedma, poeta de escasa producción,

pero intensa, conocedor desde Catulo y Propercio,

pasando por Garcilaso y Machado hasta Eliot;

Pound, o Auden elabora su material a partir de su

experiencia personal, muchas veces literaria, las

más de las veces desde la autoironía, que es la

forma de superar la tristeza que puede suponer la

pérdida de aquellos años de juventud cuando iba a

“llevarse el mundo por delante”. Y luego “pero uno

llega a comprenderlo demasiado tarde”. “Oh innoble

servidumbre de amar seres humanos / y la más

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innoble de todas / que es amarse a sí mismo”.

Otros muchos son los poetas que pueden entrar

en esto que ha venido llamándose generación de

los 50, tal que Claudio Rodríguez, Caballero

Bonald. F. Brines, C. Sahagún, sin olvidarnos de

José Agustín Goytisolo y sus Palabras para Julia, a

la que puso música Paco Ibáñez: “Un hombre solo, /

una mujer, / así tomados de uno / en uno son como

polvo. / No son nada”.

Llámese generación del 50, grupo poético o

promoción o llámese como se quiera, ahí tenemos

su obra: directa, sencilla, poesía de la experiencia

personal, muestra de que la poesía toma por

aquellos momentos nuevos derroteros y que

escritores de hoy han tomado como modelo válido,

tal que Felipe Benítez, Víctor Botas y tantos otros.

“Escribo desde nuestra memoria. Escribo desde el

patíbulo, ahora y en la hora de nuestra muerte, /

pues de algún modo hemos de ser ejecutados. /

Escribo, hermano mío de un tiempo venidero, /

sobre cuanto estamos a punto de no ser, sobre la fe

sombría que nos lleva. /Escribo sobre el tiempo

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presente. Porque hermoso es caer, tocar el fondo

oscuro. / Hermoso, sí. / Ahora no sé, ahora sólo

espero / saber más tarde lo que he sido”.

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JAIME GIL DE BIEDMA : Diez años después

A partir de 1944 la poesía en España toma nuevos

rumbos. Dámaso Alonso publica Hijos de la Ira,

obra que “preside toda una veta de la creación

poética del momento“. Él mismo la considera poesía

desarraigada: “El mundo nos es un caos y una

angustia, y la poesía una frenética búsqueda de

ordenación y ancla. Sí, otros estamos lejos de toda

armonía y de toda serenidad“ (por esas fechas Cela

publicaba su Pascual): “Oh, Dios, / no me

atormentes más / Dime que significan / estos

espantos que me rodean. / Cercado estoy de

monstruos. No, ninguno tan horrible/ como ese

Dámaso frenético”.

Años después, en 1960, publica Castellet Veinte

años de poesía española, que es un antología de

poetas realistas. Junto a autores como Celaya: “¡Da

miedo ser poeta; da miedo ser un hombre /

consciente del lamento que exhala cuanto existe /

da miedo decir alto lo que el mundo silencia“. da

entrada a la obra de poetas exilados e incluye a una

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serie de ellos más jóvenes, que viene a constituir en

sus propias palabras una “segunda generación de

poetas realistas“. Aquí está Gil de Biedma y junto a

él, Caballero Bonald, Carlos Barral, José Agustín

Goytisolo, Claudio Rodriguez, José Ángel Valente o

Ángel González: “Otro tiempo vendrá distinto a

éste / Y alguien dirá: Hablaste mal. Debiste haber

contado otras historias: / Pero hoy como la espuma

sucia de un día anticipadamente inútil, estoy aquí /

insomne, fatigado, velando mis armas derrotadas / y

canto / todo lo que perdí: porque me muero”.

Pero la poesía de Biedma y en gran parte la de

Barral, representantes de lo que se llamó la Escuela

de Barcelona obedece en parte a otras

motivaciones distintas al resto del grupo de la

compilación.

Jaime Gil de Biedma -gran conocedor de la

poesía anglosajona del siglo XX: T.S Eliot, Pound,

Awden, de la poesía simbolista francesa, así como

de la gran tradición poética desde Catulo y

Propercio hasta Garcilaso y la generación del 27-

no escribe una poesía realista tal y como la habían

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concebido algunos de sus predecesores y

contemporáneos. Es poesía realista en el sentido

en que se elabora a partir de una experiencia

personal que sirve como eje organizativo de todo el

material, cuyo tema central será el paso del tiempo

y con él los instnates de felicidad vividos: “Alguna

vez recuerdo / ciertas noches de junio de aquel año,

/ casi borrosas, de mi adolescencia. Eran las

noches incurables / y la calentura / Las altas horas

de estudiante solo / y el libro intempestivo / junto al

balcón abierto” o en Amistad a lo largo: “Pasan

lentos los días / y muchas veces estuvimos solos /

pero luego hay momentos felices / para dejarse ser

amistad. Mirad / somos nosotros. Pero callad /

quiero deciros algo. / Sólo quiero deciros que

estamos todos juntos. En el recuerdo el júbilo es

igual a la tristeza / Para nosotros el dolor es tierno /

¡ay! el tiempo, ya todo se comprende”.

Pero la experiencia personal desde la que crea

su poesía muchas veces puede ser literaria“ Una

cita de autor clásico, como señala García Montero,

colocada al inicio del poema, se utiliza como parte

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interior y apoyatura de éste, cita directamente a otro

poeta, más en el tono de una conversación entre

amigos que en el de una prosa erudita, se concede

a los versos el carácter de una frase de uso común,

incluye versos enteros conocidos o no de otros

poetas sin aviso previo o se cita a sí mismo. El

mejor ejemplo sea quizá Pandémica y Celeste

donde incluye versos de Catulo, Baudelaire, John

Donne, Eliot e incluso un verso de otro poema suyo:

“Imagínate ahora que tú y yo / muy tarde ya en la

noche / hablemos hombre a hombre, finalmente /

Imagínatelo / en una de esas noches memorables /

de rara comunión, con la botella medio vacía, los

ceniceros sucios, / y después de agotado el tema

de la vida. que te voy a enseñar un corazón, / un

corazón infiel, / desnudo de cintura para abajo /

hipócrita lector -mon semblable - mon frère!“.

porque Biedma convierte la poesía en una

operación de lectura, en esa concepción borgiana

de la literatura como un ejercicio ontológicamente

intertextual, pero siempre con una visión irónica que

precisamente es lo que le caracteriza y distingue:

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“Cuando yo era más joven / (bueno, en realidad

será mejor decir / muy joven / algunos años antes

de conoceros / y recién llegado a la ciudad, / a

menudo pensaba en la vida. / Mi familia era

bastante rica y yo estudiante. / Mi infancia eran

recuerdos de una casa / con escuela y despensa y

llave en el ropero (…). Yo nací (perdonadme) / en la

edad de la pérgola y el tenis”. En otro poema,

parodiando esta vez la Marcha triunfal de Rubén

Darío, que lo titula -no cabe más ironía- Años

Triunfales nos dice: “Media España ocupaba

España entera / con la vulgaridad, con el

desprecio / total de que es capaz, frente al vencido /

un intratable pueblo de cabreros” y en Apología y

petición: “De todas las historias de la Historia / sin

duda la más triste es la de España / porque termina

mal. Nuestra famosa e inmemorial pobreza / cuyo

origen se pierde en las historias / que dicen que no

es culpa del gobierno / sino terrible maldición de

España, / triste precio pagado a los demonios / con

hambre y con trabajo de sus hombres“. En el

poema titulado “En el nombre de hoy” escribe: “Pero

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antes de ir adelante / desde esta página quiero /

enviar un saludo a mis padres / que no me estarán

leyendo” y acaba el poema mandando, en plan

taurino, un saludo “a la afición en general”. Pero tal

vez quiera con esta ironía exorcizar a sus

fantasmas personales. Como señala Muecke en su

Análisis de la ironía el personaje irónico se siente

siempre superior a lo ironizado, aunque sea

autoironía, y porque el decir irónico es un acto de

libertad y, en última instancia un sentimiento de

fortaleza que le permite, al que lo profiere, poder

divertirse con sus defectos. Es una forma de salvar

la identidad propia del vacío en que nos dejó el

pensamiento filosófico desde el siglo XVIII. “En el

caso de la poesía de Biedma -añade Glicksgerg- ya

nada tiene que ver con cierta actitud metafísica y

patética del existencialismo”. Y es que, en palabras

de Batló, la poesía de Biedma está presidida por

“una preocupación por el hombre, pero que huye de

todo tratamiento patético”:

“Nada hay tan dulce como una habitación / para

dos, cuando ya no nos queremos demasiado, /

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fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo / y parejas

dudosas y algún niño con ganglios” y más adelante

”Te llamo para decir que no te digo nada”.

Es un inconformismo vital, cargado de

escepticismo, y un escepticismo muchas veces

irónico, muchas otras, triste: “Definitivamente /

parece confirmarse que este invierno / que viene /

será duro. / Adelantaron/las lluvias y el Gobierno

reunido en consejo de ministros / no sabe si estudia

a estas horas el subsidio de paro / o el derecho al

despido / o si sencillamente, aislado en un océano /

se limita a esperar que la tormenta pase / y llegue el

día, el día, en que, por fin, las cosas dejen de venir

mal dadas”.

En el poema titulado De Vita Beata (esto es,

Sobre la vida feliz ) escribe: “En un viejo país

ineficiente, / algo así como España entre dos

guerras / civiles en un pueblo junto al mar, / poseer

una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No

leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y

vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de

mi inteligencia”.

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La poesía de Biedma, del que este año ha sido el

décimo aniversario de su muerte, es, en fin, una

poesía de la consolidación de la experiencia

personal, muchas veces literaria, de lo cotidiano,

tratada con un lenguaje casi hablado, lejos de todo

retoricismo, pero a la vez personal, rico, cálido,

cordial y con una mirada irónica que le distingue :

“De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de

piso, / dejar atrás un sótano más negro / que mi

reputación -y ya es decir- poner visillos blancos / y

tomar criada / renunciar a la vida de bohemio, / si

vienes luego, tú, pelmazo, embarazoso huésped,

memo vestido con mis trajes, zángano de colmena /

inútil, cacaseno / con tus manos lavadas / a comer

en mi plato y a ensuciar la casa? Podría recordarte

que ya no tienes gracia / que tu estilo casual y que

tu desenfado / resultan truculentos / cuando se

tienen más de treinta años. Si no fueses tan puta / y

si yo no supiese, hace ya tiempo, que tú eres fuerte

cuando yo soy débil. ¡Oh innoble servidumbre de

amar seres humanos, / y la más innoble / que es

amarse a sí mismo!”.

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Pero la poesía de Biedma no se ha quedado sin

continuadores. Después los novísimos que

furibundamente denostaba el propio Biedma, la

poesía actual española, llámese “postnovísimos”,

“generación de los ochenta“ o “de fin de siglo”, han

visto en su obra, junto a la de Manuel Machado,

Brines y Ángel González, entre otros, un modelo

literario válido para cultivar una poesía urbana,

realista, descriptiva, llena de ironía y desencanto.

Pensemos, por ejemplo, en Víctor Botas cuando

nos habla en un poema de sus hijos: “Habráse visto

jeta semejante, / peor educación; venir así, sin

previo / aviso, sin ni siquiera el clásico ¿Podríamos /

pasar? Nada / de nada: cogen / se te plantan en

casa / en plena noche. Y feliz/ como una furcia de

hotel en noche de congreso”, o en José Julio

Cabanillas: “Nada debo / tras de mi puerta una

mujer / dos hijos, / cada vez más recuerdos. / Con

fría claridad me devuelve el espejo / un rostro que

ya empieza a no ser joven. / Al menos he labrado

con trabajo constante / mi fortuna y mi nombre:

nada, nadie” o ya por fin en Javier Salvago, otro de

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los poetas “de fin de siglo” que nos presenta a un

Ulises moderno marchando por la mañana :

“La vida, este inútil trabajo, esta batalla / a muerte

y sin descanso, que le obliga a lanzarse un día más,

sin ganas ni ilusión, a la calle / de este final de siglo

que oculta sus miserias con elegantes trajes y

juguetes de lujo. / El tedio de mentir, el asco de

saberse / cómplice de este burdo rey Midas que

convierte / en mercancía todo lo que tocan sus

manos. / Mas el banco no espera -se cobra lo

prestado, / con usura y con creces. La trampa es

tan grosera / que sueña echarse al monte, pero ya

no es lo que era (...). Ensimismado y lejos de todo,

con su exilio / interior llega a casa cansado. En el

salón lo espera su mujer. Se saludan con frialdad -

su rostro presagia la tormenta; se masca mar de

fondo. Se lanzan mutuos reproches, como dos

enemigos defienden posiciones / encontradas se

dicen lo que tal vez no sienten, sólo por humillarse,

sólo por defenderse. / Sin control la tormenta va

subiendo de tono, / gritan, se desesperan, se

amenazan. Lo que llega es el sueño, como una

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dulce tregua / de libertad, el sueño, la muerte por

entregas (...). Opta por desandar, paseando el

camino / de regreso. La noche lo tienta con sus

brillos. Cruza el centro, rumiando en soledad

ruidosa, lo absurdo de su estado. Pasa pensando

en otra época, en noches de aventura y deseo,

interminables; / sabía allí la vida a lo que ya no

sabe”.

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Algunos apuntes sobre Nietzsche

De Niestzche tenemos noticias de su proverbial

respeto por las normas en su época colegial, que

con seis años recitaba pasajes de la Biblia con un

dramatismo pasmante y aún sin haber leído todavía

la tesis doctoral es nombrado catedrático de griego

a los 24 años en la Universidad de Basilea y se

dedicó luego al estudio de las ciencias de la

naturaleza. Le gustaba el coro del Mesías de

Händel, el Réquiem de Mozart, el Carmen de Bizet

e incluso La Gran Vía de Chueca, pero sobre todo

“la peligrosa fascinación” del Tristán. Shopenhauer

le fascinó y, sobre todo, el cuadro heroico de la

antigua Grecia, medida “de toda auténtica cultura”,

siguiendo el protagórico homo mensura, el hombre

como medida de todas las cosas, de las que son en

cuanto que son y de las que no son en cuanto que

no son. Con las mujeres no tuvo mucha fortuna

(¿quién la tiene?). Jamás estuvo casado y sus

relaciones amorosas eran puramente platónicas.

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Las únicas mujeres que llegó a conocer realmente

fueron su madre y su hermana, mujeres ambas,

como señala Dreymüller, de mente estrecha y

espíritu puritano, limitadas por su provincialismo y

falta de formación, que ejercían un control sobre

Fritz que él no supo dominar. Digamos, para

hacernos una idea, que nunca quiso volver donde

vivía su madre porque empeoraba su estado de

salud psíquica notablemente. Su primer

enamoramiento se dirige ni más ni menos que a la

amante de Wagner, Cosima von Bülow. Se acerca

luego a la escritora Malvida von Meysenburg y a

alguna que otra esposa de amigos suyos. Su punto

álgido lo alcanzó con Lou von Salomé, una mujer a

la que admiraba y respetaba y la trataba de igual a

igual. Lou se sentía atraída por este hombre 17

años mayor que ella, pero más intelectualmente que

otra cosa. Las intrigas familiares que no soportaban

a la brillante e inteligente ”gran dama rusa”

provocaron que la relación estallase, que es cuando

escribe aquello de “incluso la mujer más dulce tiene

un sabor amargo”. Relatan también, por ejemplo,

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que cierto personaje, cuando le preguntaron qué

opinaba sobre Nietzsche, respondió que su apellido

tenía demasiadas letras, o que ya en plena locura,

en la época que escribía a sus amigos firmando

como Dionisos contra el Crucificado, se deleitaba

escuchando fragmentos de Spinoza de labios de su

hermana. La filosofía de Nietzsche es interpretada

desde las más amplias perspectivas. Leo Strauss lo

califica de relativista moral, Voegelin de gnóstico,

incluso en círculos franceses se le ha considerado

como un filósofo francés que escribió en alemán,

por aquello de la Ilustración en el más noble sentido

del término, y su carácter liberador. A partir del

“Nada es verdad, todo está permitido” se le ha

interpretado en análisis heideggeriano como un

filosofo del nihilismo, y a partir de aquí, incluso, hay

quien lo enlaza con Maquiavelo.

Fascistas, anarquistas, futuristas, feministas y

gente de todo tipo (Sofía Mazagatos: “Lo que suelo

leer principalmente es Nietzsche”) eligen tal o cual

fragmento para hacer suyo al filósofo pero, como

apunta Heidelberg, a estos movimientos les interesa

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más por su radicalismo, con “la estrategia de reducir

sus aforismos a consignas”. La filosofía de

Nietzsche, como es sabido, ejerció fuerte influencia

en pensamientos tan dispares como Lenin o

Mussolini, y Hitler visita su archivo allá por el año

1932 como muestra de reconocimiento, pero lo que

se omite es que el filósofo, tras un breve lapsus de

antisemitismo (época de Wagner) pasó a un odio

atroz al antisemitismo. Como señala Hernández

Arias: “La solución es lo que se abandona del

pensamiento de Nietzsche, pues éste se muestra

contrario a la democracia, al socialismo y al

liberalismo por ser agentes del nihilismo, y se

decide por un concepto ontológico del poder,

basado en una legitimación estética de la

existencia” o dándolo la vuelta “dime lo que

necesitas y te proporcionaré una cita de Nietzsche”,

porque, como muy acertadamente enfatizó Bataille,

nadie puede leer a Nietzsche verdaderamente, de

un modo auténtico, sin ser Nietzsche:

“Que mis escritos sean para un lector como yo lo

merezco, que me lean tal como los buenos filólogos

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de antaño leían su Horacio”, y así, en palabras de

Moreno Claros es “ineludible lectura, a pesar de su

nefasta índole personal” la interpretación de

Nietzsche que hace Heidegger, quien exigía a sus

alumnos del Seminario de Metafísica dominar

perfectamente el griego clásico y lo califica como “el

último bastión metafísico de occidente”. Y es que

pocos filósofos hay donde el yo se corresponda con

el yo, a excepción de Montaigne, Agustín de

Hipona, Kierkegaard y alguno que otro. Como

Borges cuando afirma: “yo, desgraciadamente, soy

Jorge Luis Borges” y Nietzsche es yo. Nietzsche

cuando dice yo, se refiere directamente a sí mismo.

Él sabe que es él, su propia mismidad, un yo que se

mece en las aguas del abismo, que dice Gabás. Se

cuenta a sí mismo y como dice a su editor: “del

modo que era necesario hacerlo he narrado mi vida,

tan dueño de mí como siempre. Yo mismo no quiero

ser otra cosa”. Del conócete a ti mismo socrático

llega a “Conozco mi suerte, un día en mi nombre se

apoyará el recuerdo de algo tremendo, de una crisis

como no la hubo en la tierra, de la más terrible

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colisión de conciencia, de una decisión, de un

conjurado contra todo lo que hasta entonces se

había creído y era sagrado”. Los textos de

Nietzsche son textos contundentes donde denuncia

las mentiras reinantes en el ámbito de la cultura y

de la sociedad y así, verbi gratia, en su Genealogía

de la moral remonta, etimológicamente, el complejo

de culpa “esa cosa sombría” a la palabra deuda,

que, como es natural, la atribuye a la tradición

judeocristiana que furibundamente atacó junto al

pangermanismo, (“cuánto sufrimiento ha traído el

cristianismo al mundo”). Para Nietzsche el hombre

vive entre patéticos engaños, torpe tradicionalismo

y su única actividad es el eco. Y del archimanido

“Dios ha muerto”, idea que, por cierto, es ya en su

época bastante usada y mucho antes también, él,

según propia confesión, hubiese preferido escribir

literalmente esta genial frase de Sthendal: “La única

excusa de Dios es que no exista”.

Nietzsche, así pues, trastoca todos los valores

tradicionales, desenmascara las creencias que nos

habían inculcado -y siguen vendiendo, como una y

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otra vez nos enseña García Calvo- haciéndonos

verlas como nocivas y falsas. Propugna nuevos

valores para celebrar la existencia, aceptando el

devenir con jovialidad y fuerza. Es la santificación

del más aquí, que no del más allá, que enlaza con

su teoría de la palingenesia o postulación del eterno

nacimiento de lo mismo, del eterno retorno. “El

hombre que acepte tal cosa se hallará a seis mil

pies más allá de lo humano y otorgaría el mayor sí a

la existencia que jamás hubiese otorgado.

Esperanza en fin de volver a sí mismo en un

continuo e infinito devenir”. El mundo, partiendo de

Heráclito, es un devenir continuo que no

desemboca en un estado de perfección, sino que

permanece bajo el signo de la contradicción, la

lucha y el retorno constante de lo igual en el ser.

Cien años se cumplen ahora de su muerte, pero

su obra, desconcertante y genial, más allá de la

idea de superhombre que los fascistas quisieron

apropiarse de muy mala manera eligiendo lo que se

adecuaba a sus fanáticas ideas, huye de la

exposición sistemática de estilo científico y se

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centra más bien en la concepción de la vida como

voluntad de afirmación del hombre frente a la

sistematización de la razón, oponiendo a ésta, que

identifica en sus primeras obras con el espíritu

apolíneo, el espíritu dionisíaco, que interpreta como

una invitación a sumergirse en la realidad vital

humana, tal como vemos en la tragedia griega,

dentro de una moral que desprecia los valores de la

ética cristiana y burguesa, propia de resentidos, es

decir, de “hombres que al no ser capaces de

realizarse a sí mismos, valoran positivamente la

humildad, la utilidad, cosas sólo propias de esclavos

y no de hombres libres”.

La filosofía de Nietzsche es la afirmación de lo

vital: la fuerza, la voluntad de poder. Lo que busca

esencialmente es desenmascarar las “verdades”

que nos han ido colocando y nos siguen colocando

o por mejor decir, vendiendo. Para Nietzsche eran,

evidentemente, la religión, Dios, el complejo de

culpa, en fin, “torpe tradicionalismo y patéticos

engaños”. Pensadores de la talla de Popper o

Habermas siguen en cierta media su obra, aunque

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les desagraden los postnietzscheanos como Derrida

o Foucault.

Pero, en fin, ahora el asunto se llama tecnocracia

y la intención es contemplar la Realidad desde otro

lado, lejos de esta feliz esclavitud a la que estamos

sometidos, por consenso, lejos del criterio único.

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E. M Cioran o La elegancia del no ser

La obra de Cioran, rumano, pero apátrida que

escribe en francés, ha sido calificada de moralista,

nihilista, pesimista y es fácilmente criticable por

cualquier sistema o por quienes no han

comprendido y leído bien su obra donde, con su

particularísimo estilo, acusa virulenta, e

irónicamente las ideologías, las religiones y las

filosofías que los hombres han inventado para

justificar su existencia y sus actos, pero el hecho

verdadero es que junto a Eliade, Celan e Ionesco es

el rumano que más decisivamente ha marcado la

cultura occidental de estos tiempos, de Octavio Paz

a García Calvo. La lectura de Cioran -en palabras

de Savater- es un correctivo y un estímulo

necesario para quien sueñe con una función

realmente diferente de la sabiduría. Es preciso

evitar el engaño, despertarse.

Cioran, al modo más presocrático, parte de la

razón: “mientras negamos en nombre de algo, de

algo exterior a la negación, la duda, sin prevalerse

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de nada que la supere, se alimenta de sus propios

conflictos, de esa guerra que la razón se declara a

sí misma cuando, extenuada, atenta contra sus

fundamentos y los voltea al revés para, libre al fin,

escapar al ridículo de tener que afirmar o negar lo

que sea”. Nosotros a negar que es lo nuestro -

comenta Savater a G. Calvo- porque no es lo

mismo la afirmación de la negación que la

afirmación de la negación de la afirmación-, pero

Cioran no por esto es un filósofo de escuela, ni un

filósofo al uso, ni tampoco, claro, un filósofo de

masas. Ataca principalmente a Hegel, pero en

contra de lo que se pudiera pensar a primera vista

también lanza sus dardos -menos contra

Shopenhauer y el propio Nietzsche: “Si la falta de

voluntad constituye en sí una enfermedad, la

voluntad en cuanto a tal es peor”.

En realidad tenemos que considerarlo un “esteta

de la desesperación“ y un “cortesano del vacío”, un

humanista que odia a la humanidad; importa tanto

el cómo lo dice que lo que dice con un estilo

profundo e irónico, rebosantes las frases de

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cadencia, de ritmo y de ironía, de “sarcasmo

irreverente”, porque todos los sabios que en el

mundo han sido vienen a decir lo mismo: el mundo

material, el mundo de las sombras es absurdo,

hostil y vano. Duda de cualquier sistema, de

cualquier certeza. Como señala Seligson, “lucidez

del alucinado por la capacidad de burlarse de sí

mismo” y critica las verdades eternas que ya atacó

Nietzsche, añadiendo el progreso y sus beneficios,

la actividad, el trabajo como virtud salvadora y él

mismo se nos presenta como “sepulturero con un

barniz de metafísica”, más allá de la escuela de la

sospecha. No en vano Saint-Jhonson Perse lo

califica como uno de los grandes escritores de la

literatura en lengua francesa después de Valéry. El

propio Cioran lo deja claro: “Sin duda es reprobable

que todavía devoren en ciertas tribus a los ancianos

molestos; sin embargo, no hay que olvidar que el

canibalismo representa, tanto un modelo de

economía cerrada, como una costumbre que, algún

día, seducirá al atestado planeta. Y a pesar de que

se persiga sin piedad a los antropófagos, no me

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conmueve que vivan en el terror y que terminen por

desaparecer, minoría ya de por sí, desprovista de

confianza en sí misma. Distinta en extremo me

parece la situación de los analfabetos, considerable

masa apegada a sus tradiciones y privaciones y a la

que se castiga con una injustificable virulencia.

Pues, a fin de cuentas, ¿es un mal no saber leer o

escribir? Francamente no lo creo”. Lo mismo ocurre

con el hombre: -aspirante taimado a la dignidad de

monstruo-: “Cuando Adán fue expulsado del

paraíso, en lugar de vituperar a su perseguidor se

apresuró a bautizar las cosas: era la única manera

de acomodarse a ellas y de olvidarlas, separado del

Creador y de lo creado, se convirtió en individuo. Su

orgullo creció tanto como su confusión” y Dios:

“Estoy de buen humor: Dios es bueno; estoy tristón,

malo; indiferente es neutro. No sabríamos formar

imagen más cambiante” y que la Historia no tenga

ningún sentido es algo que debería alegrarnos: ¿A

favor de idiotas futuros, exultando sobre nuestras

penas y bailoteando sobre nuestras desgracias? La

visión de un desenlace paradisíaco supera, por su

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absurdo, las peores divagaciones de la esperanza”;

también nos habla de nuestro país, por sus

místicos, “si Dios fuera Cíclope, España le serviría

de ojo” del vivir que es “crear y esperar, mentir y

mentirse” y por eso- comenta- que la imagen más

verídica del hombre sea la de Don Quijote, el

caballero de la triste figura.

En el arte, “sólo el artista dudoso parte del arte; el

artista verdadero saca su materia de otra parte: de

sí mismo. Las faltas innobles en la literatura es por

un solo motivo, por la búsqueda de nuevos

pensamientos, que es por lo que nuestra

generación está más loca y los actos de los

hombres en donde nadie tiene la audacia de gritar:

no quiero hacer nada; se es más indulgente con un

asesino que con un espíritu liberado de sus actos,

en fin, los elementos que han conducido al hombre

al poder y a la catástrofe, a la gloria y a la

abyección, a la santidad y al fracaso como ser

humano” pues el hombre no es más que “un

devastador que acumula fechoría tras fechoría,

rabioso al ver que un insecto obtiene sin dificultad lo

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que él con tantos esfuerzos no sabría adquirir,

inventa y manipula con una destreza de demonio

instrumentos que proclaman la extraña supremacía

de un deficiente”.

“¡Que sea maldita para siempre la estrella bajo la

que nací, que ningún cielo quiera protegerla! Mis

deseos no pueden ya compadecerse con esta

mezcla de vida y muerte. Estoy atormentado por la

intemperancia de no sé qué sed. ¿Hasta cuándo

repetirse a uno mismo, execro esta vida que

idolatro?”. Heráclito en estado puro.

Pero no ofrece respuesta alguna, no hay solución.

“Estamos aquí para debatirnos con la vida y la

muerte y no para esquivarlas, tal como nos invita la

civilización”, pero tampoco es lamento, ni mera

protesta; su tarea es la de un “visionario de la

nada”, que no quiere crear falsos espejismos o,

como sugiere Savater, es un destruirse a sí mismo,

pues así lo quiere, puesto que “el pensamiento es

destrucción en su esencia”, aunque uno al cerrar

cualquiera de sus libros no se puede quedar

tranquilo, sosegado porque llega hasta lo más

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profundo y es inducido, por vía negativa, a pensar,

pues la inteligencia no es sino la honradez con uno

mismo. Cioran ha pensado y ha escrito con su

inconfundible estilo lo que piensa. Piensa. ¿Y qué

es pensar?: “Dejar de venerar, es rebelarse contra

el misterio y proclamar su quiebra, porque el

hombre -un descuido del creador seguramente- con

su fiebre depredadora ha deformado el paisaje,

después de haberse deformado a sí mismo y a sus

semejantes todavía sigue creyendo que mediante la

ciencia y la técnica conseguirá más poder y más

fama: lo que no sabe es que se encuentra solo, que

a nadie le interesan sus logros, ni siquiera al

Demonio, hastiado ya, al igual que Dios, de la

estulticia humana”.

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MALCON LOWRY: Un hermoso fracaso

Desde el otro lado de la Realidad, a Carmen,

porque a toda deconstrucción le sigue una

construcción que deberá ser deconstruida y así

sucesivamente.

(Jacques Derrida)

Malcon Lowry (1909-1957), británico él y que

estudió Filosofía en Cambridge, pero que lo mismo

pudo haber estudiado lenguas clásicas en

Salamanca o Filología semítica en la Universidad

de Túnez, vivió buenas temporadas en países tales

que China, Francia o Estados Unidos, pero se

estableció en Canadá, allá cuando acababa la

Guerra Civil en España. Le gustaba la literatura

griega, el alcohol y los barbitúricos, pero no estaba

completamente seguro del todo de lo que escribía:

“El cónsul se atusó el cabello aturdido por una

insólita sobriedad que sólo la muerte podía haberle

dado, más allá de lo que nunca logró su propia

voluntad. Ni siquiera el amor de Ivonne había

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podido vencer la duermevela de los efluvios

alcohólicos que le habían embargado”.

Su primera novela, Ultramarine (1933), fue un

fracaso literario. Posteriormente, la trilogía infernal

Bajo el Volcán (1947), Piedra infernal (edición

póstuma) y el Lastre hacia el mar blanco, que la

quemó, al modo de amago de Virgilio y su Eneida,

no tuvo tampoco éxito literario alguno. Under

Vulcano, que J. Huston por razones obvias la llevó

al cine en el 1984, lo lanzó en gran medida al gran

público, pero, claro, habían pasado ya casi tres

decenios.

Y la prosa de Lowry tiene una elaboración

cuidadísima, aprovechando todos los recursos

habidos y por haber desde Marcel Proust, Thomas

Mann hasta James Joyce o Faulkner donde, desde

las nuevas teorías filosóficas, nuevas estructuras

sociopolíticas y el progreso científico, el relato

adquiere pasmosas dimensiones internas. Pero

además de la nueva riqueza temática es decisiva la

renovación de los procedimientos novelísticos, de la

técnica novelística: multiperspectivismo, ruptura de

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la secuencia temporal, monólogo interior, técnica

contrapuntística. El él es sustituido por el yo, que

dice Kafka, las impresiones presentes aparecen

iluminadas y se reconstruye todo el tiempo perdido

al modo de Proust o Thomas Mann y su Montaña

mágica, donde distinguimos el tiempo cronométrico

y el psicológico “ese maravilloso desacuerdo del

tiempo del reloj con el tiempo del alma”, que dice

Virginia Woolf “(el cónsul) salió despedido dando

tumbos, sujetándose el pasaporte y la libreta que

setenta años atrás se le habían escurrido de los

bolsillos al girar sobre sí mismo en la rueda de la

fortuna. Sin trenes que circulen, el tiempo parecía

haberse detenido para siempre” y el monólogo

interior en el que Faulkner llega a límites más

complejos aún que el propio Joyce cuando, por

ejemplo, no quiere oler las madreselvas: “No me

volví a mirar. Las ranas arbóreas se

despreocupaban de mí, el vislumbre gris lloviznaba

como musgo en los árboles, pero seguía sin llover.

Seguí allí tumbado, diciéndome que si no movía mi

cara no respiraría profundo ni percibiría aquel olor”

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y Lowry “el cónsul no respondió (a la recepcionista

del hotel). Se limitó a mirarla con asombro,

esperando que todo se desvaneciera a su

alrededor. ¿O quizás era él quien debía

desvanecerse? En la habitación de arriba vivió el

mismísimo Malcom Lowry. Aquí escribió Bajo el

volcán, insistió la recepcionista. Pero aquí -se dijo-

no podría recuperar el pasado”.

Su novela, como la de Joyce, Faulkner o Mann es

un roman flewe, una novela río al modo del río de

Heráclito en la que los protagonistas se mueven,

donde los protagonistas algo tienen también del

mundo de Laoconte kafkiano: “Al despertar,

Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño

intranquilo, encontróse en su cama convertido en un

monstruoso insecto” y el cónsul del Volcán “se

despertó, se restregó los ojos y el silencio y el

abandono se habían convertido en los únicos

dueños del fantasmagórico lugar”.

Y de este modo, la novelística de Malcon Lowry

se constituye como una expresión lírica, pero a la

vez reflexiva que la crítica no ha sabido valorar

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como es debido hasta después de su muerte. Lowry

nunca estuvo seguro ni de él ni de lo que escribía

“en medio del mar, entre dos vientos contrarios” y

siguiendo el camino de los excesos de Willliam

Blake, que le llevó al palacio de la sabiduría, Lowry

se encamina “a la espesa deriva con el lastre

punzante hacia el blanco de la muerte, deteniendo

la angustia con su muerte pletórica de alcohol”,

porque, al igual que Fitzgerald (1934) “no es el

amor quien muere, es uno mismo quien muere”

tema que a no propósito, toma Cernuda poco

después en Donde habita el olvido.

Ahora que el 27 de junio es el aniversario de su

muerte, de la mano experta de Carmen Vigili,

aparece publicada su correspondencia (1926-1957)

bajo el título de El viaje que nunca termina, donde

amén de los tópicos correspondientes al género

epistolar, tipo sucesos ocasionales o bagatelas

sentimentales, llama la atención que pasa por alto

los importantes acontecimientos bélicos de la

época, así como cualquier referencia a la literatura

del momento, que no a la griega, pero donde, por

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ejemplo, en una carta a su editor Jonith Cape lleva

a cabo una defensa de su Under Vulcano, o

interpreta textos desde la cábala “para mitigar el

aislamiento del mundo“.

“Y vio aparcado el viejo y oxidado vagón que debió

haber tomado hace tiempo para huir de sí mismo y

desde arriba observó contemplativo al guerrero

náhuatl, que según la leyenda llora para siempre a

su amante Iztaccíhuatl, ambos convertidos en

volcanes. No se puede vivir sin amar, recordó”.

Como señala J. Carlos Castaño “la obra de Lowry

es autoficción y el epistolario son su prueba”. El él

es yo. Relatos, trozos de relatos, llenos de

neologismos, ambigüedades, libertades lingüísticas,

pero insertados en la línea más innovadora del siglo

XX, que en castellano enlaza con Las

conversaciones en la catedral de Vargas Llosa o El

Jarama de Sánchez Ferlosio, o Carlos Fuentes en,

por ejemplo, La muerte de Artemio Cruz.

La literatura de Lowry es la literatura del yo,

literatura entre alegrías y sollozos, y su Under

Vulcano un libro profético de toda una generación

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“en medio del mar, entre dos vientos contrarios” y

así “El cónsul se dejó caer resbalando por el tronco

de un árbol hasta aterrizar en la hierba. Para

asimilar esto necesitaba un trago”.

Tras una crisis de alcohol y barbitúricos en 1957

dicta el parte médico: “Muerte por desventura” pero

que, al fin y al cabo, es un hermoso fracaso, porque

como reza el encabezamiento que toma del

Antígona de Sófocles: “Wonders are many, and

none is more wonderful that man. Y el cónsul

Geoffrey Firmin, acaso sonriente, afirma: “I won`t

cry”.

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ULISES HOY

“Lo inaudito -dice Pérez de Ayala- de una noticia

en un periódico matutino que nos ha escandalizado

por lo pronto como muestra increíble de la locura de

nuestros tiempos, puede llevarnos luego hacia un

texto clásico donde lo referido en el periódico

muestra su parangón por lo que el texto viejo y

distante, apergaminado se nos hace actual al sufrir

ante nuestros ojos la invasión de una sangre

caliente” y es que, más allá de la famosa Querella

entre antiguos y modernos, el mundo clásico no es

algo muerto ni pieza de museo, sino que perdura y

se reinterpreta acorde con los nuevos

pensamientos. Tampoco es material de relleno ni

prurito de mera erudición sino que sirve de vehículo

idóneo para expresar nuevas ideas con nuevas

formas que alcanza a todas las expresiones

artísticas de tal manera que podemos llegar a

pensar que no hay verdadera creación artística que

no se instaure de una manera u otra en la tradición.

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Los mitos clásicos proporcionan temas profundos

y evocadores, susceptibles de una nueva

interpretación y así el mundo clásico nos ofrece

imágenes donde nos podemos ver reflejados como

prisioneros atados en la cueva platónica

observando únicamente el mundo de las sombras

(tal La Vida es sueño) como Sisifos que arrastran

una piedra hasta lo alto del camino para realizar la

tarea eternamente: “De Tántalos y Sisifos tiene

lleno su pecho. / Respira y respira cuesta arriba,

ascendiendo, / Y en la cima ve luz de su reino

perdido. / pero luego se abisma en lo hondo del

valle. / Y que un día al morir, / puede ser luz o

escoria en cielo o en infierno / o Dédalos. Ariadna,

por favor, tu hilo”, que dice Guillén, perdidos en el

laberinto de Cnossos, laberinto que acaso sea el

lenguaje, o Menelaos delirantes o en Antígonas que

se enfrentan al poder establecido por los hombres:

“Se nos conmueve a todos / el corazón, Antígona /

Frágil, tan joven novia, dispuesta al sacrificio / Que

te inflinge el tirano. / Execrando al tirano / nuestro

adiós te acompaña. / o Medeas crueles vengadoras

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contra el amor perdido. El de Daniela es un mortal

veneno. Las cartas queman. La corroen. Resultan

feroces aguijones. ¡Romperlos, destruirlos sin más,

desprenderse de su venenosa textura!“ -reelabora

R. J. Sender- o Penélopes, que esperan, pacientes,

al esposo, Salomés y Judiths, raras especies de

femineidad, Brihynlds que serán fieles al lecho: “Si

tú eres Brynhild, yo seré Sigurd”, -dice Borges- o

Helenas “Helena, gloriosa y desdichada, inquietante

milagro“. Y así por ejemplo García Calvo vio en la

figura de Ismena, una de las hijas de Edipo, un

modelo válido a raíz de un “tormento sentimental

particularmente devastador” o Manuel Altolaguirre

refiere insistentemente en sus poesías el mito de

Narciso: el río, como un espejo, refleja la imagen

del yo, provocando su hermosura engañosa:

“Narciso, / tu olor / y el fondo del río. / Tú diminuto y

yo grande. / Flor del amor, / Narciso. Narciso mi

dolor / y mi dolor mismo”, o Panero: “ Narciso en el

acorde último de las flautas. Un escritor imaginario

que soñó haber escrito”, o Juan Marsé en Las

muchachas de las bragas de oro utiliza el episodio

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de los lotófagos de la Odisea para representar con

ironía la naturaleza de las “desmemorias” que está

escribiendo un escritor antaño falangista, episodio

que recuerda, como señala García Jurado, al de la

aparición de una flor en un libro o el jabón que se

resbala de la bañera en el Ulises de Joyce o

Goytisolo: “¿Qué, si no, podría explicar la emoción

en forma de palpitaciones, que experimenté al

conocer a Camila, y no precisamente como

transposición femenina de Camil, sino por lo ecos

que la Camila de la Eneida, la intrépida amazona

muerta en combate, despertaba en mí?”.

Pero García Gual ha escrito recientemente que

“de todos los héroes míticos griegos, es, sin duda,

Ulises el más moderno. En parte, por su carácter,

más humano y complejo que el de otros héroes; en

parte, es ya el héroe ilustrado -como señala

también Adorno-, que no aspira a cambiar el

mundo, sino a regresar a su casa tras la guerra” y

añade Gregorio Hinojo “Yo pienso que Ulises es el

mito y modelo paradigmático de una visión

burguesa y personalista, centrada en la

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supervivencia únicamente del propio sujeto, sin

ideas altruistas y generosas, mientras que

Prometeo (quien robó el fuego a los dioses para

entregárselo a los hombres) es el arquetipo de

todos aquéllos que han pretendido y pretenden ser

útiles, cultivar la filantropía, la solidaridad y el

humanismo en el más noble sentido del término”, y

Ulises, en palabras de Joyce es, sin duda, el

paradigma del hombre moderno: “Ulises es el tema

más bello y más amplio. Es más humano que

Hamlet, Don Quijote, Fausto o Werther. Lo abarca

todo”. Y Cunqueiro: “lo humano es el sueño, Ulises

y Bleonte se relatan sus sueños en la amistad del

vino. El rey Arturo, los Tres Mosqueteros, Amadís

de Gaula, Ricardo Corazón de León o el Rey Lear

son parientes de Ulises” o Carnero, que en Ulises y

las sirenas es el poeta noctivago que se deja atraer

por las sirenas en top-less. Y junto a Ulises ahí

tenemos a Penélope, de la que Buero Vallejo pone

en su boca: “En el fondo soy una mujer sencilla. La

reina de Ítaca, sí, pero ¿Qué es Ítaca?. Un país

mísero y desmembrado. Yo ya no soy nadie, ya no

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Page 64: Algunas grietas de la realidad. Sobre Jorges Luis Borges y otros  artículos.doc

reino, ni entre mis esclavas. Helena nos quitó a

nuestros esposos. Por esa puerca las mujeres

honradas nos hemos quedado viudas, condenadas

a hilar. Los hombres decidieron sostener una guerra

de diez años para vengar el honor de un pobre

idiota llamado Menelao“. Y ahí la Helena de Felipe

Benitez: “Bajo la nube espesa de los focos, /

envuelta en humo denso, / Helena de un país hecho

de nieve, / zorra plateada en las noches costeras, /

ofreciendo el veneno en tu copa a los

desconocidos. / Helena arrastrando los últimos años

de tu juventud. / por fiestas aburridas, / con los

tacones enredados de serpentinas sucias. / Helena

de las nieves“.

Y así la tradición literaria que parte de la

aventuras de Odiseo es vastísima: desde Livio

Andrónico que lo tradujo por vez primera al latín,

pasando por Virgilio, que canta las hazañas de

Eneas y el remedo burlesco que llevó a cabo

Petronio en su Satiricón, pasando por Dante

acompañado por Eneas a los infiernos allá por la

bolsa quinta del círculo octavo, llega hasta nuestros

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días tomado como espejo y reflejo de muchos más

autores de los que se podrían pensar a primera

vista. Pensemos, por ejemplo, en el propio Joyce,

en autores como Valle-Inclán con el peregrinaje de

Max en Luces de Bohemia o en Juan Rulfo que nos

relata el regreso a casa de Pedro Páramo. Del

mismo modo, Cela en Oficio de tinieblas 535 (sic):

“te matas a trabajar en todo lo que detestas vas con

la lengua fuera desde un sitio que odias hasta otro

que también aborreces tírate por la ventana ponte

sobre la vía del tren date un tiro en la boca o presta

oídos a la voz sensata que te predica paciencia y

resignación los últimos serán los primeros. Bueno

pero tú escucha la voz de sirena que te aparta de

los que son como tú: hagas lo que hagas la

plusvalía seguirá recebando las arcas ajenas” o en

Álvaro Salvador, (1950) que retoma de nuevo el

episodio del canto de las sirenas: “Pensad en la

cautela de Odiseo / desde el mástil central en que

os halláis sujetos / ya que sus cantos (los cantos de

esas voces) / son vuestros propios cantos contra

vosotros mismos destinados. / Pensad que en

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vuestro lecho desprovisto de nombres y sonidos /

ha de haber siempre una mujer desnuda. / Y así

quizás os baste / habréis de hallar así la fuerza

oculta / de un discurso vacío, ausente de palabras y

de historia”, o G. Ubillos (1943) donde los

protagonistas de su novela, El Llanto de Ulises,

Ping y Pong, están recluídos y la trama se

desarrolla con una suerte de trasposición de la

Odisea: El mundo moderno es una verdadera

Odisea en la que el hombre se siente atraído por

cantos de sirena, representados en la obra como

estímulos comerciales y anuncios, que terminan por

perderlo o Ramón Pérez de Ayala que en La Aldea

Perdida transforma el comienzo de la Ilíada: “la

cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, cólera

funesta que innumerables males a los aqueos

causó”, en lo siguiente: “Canta, oh diosa, conminera

de estos días plebeyos, diosa de la curiosidad

impertinente y del tedio fisgón, que no te gozas si

no es hurgando entre las cenizas del hogar ajeno;

canta te digo, las raras empresas de amor y fortuna

del moderno Odysseus”. En su peregrinaje por

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España, Marco, el protagonista, busca su salvación

en una cátedra de griego, pero, al poco tiempo dice:

“Vine a España creyendo que era el país de la

posibilidades. Ahora se me figura el país de las

imposibilidades. Esto por lo que se refiere a mí,

porque he renunciado al éxito y me declaro un

hombre frustrado”, de manera que el Odiseo de

Ayala, como señala López Ferez, tiene el rasgo

identificador de los Odiseos del siglo XX: es un

antihéroe, un perdedor, pero Marco quiere cambiar,

casarse y engendrar un héroe que libere al mundo:

será Prometeo, pero éste se suicida tras violar a

una joven. o Mújica Laínez, que hace descender a

sus protagonistas al Hades, tal que Ulises, Eneas o

Dante transformando el célebre descenso de esta

irónica y muy crítica forma: “Daba todo él la

impresión de una importante empresa industrial, por

la multitud de hornos encendidos. Pero pronto

debieron aplacar la alada propulsión, pues el

Aqueronte no se cruza por lo alto, sino en barca,

cosa archisabida, y emprendieron el descenso y

aterrizaje, Mammón, el avaro, con más dificultad

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que el resto, por la pésima calidad de sus alas de

algodón zurcido. Hubo allí una corta discusión,

porque el avaro se negaba a pagar el óbolo de la

travesía, hasta que Satanás, temblando de cólera

abonó el boleto“, o así Fernando Savater, que bien

puede resumir esta visión de Ulises como

paradigma del hombre del siglo que ya acaba, en su

Último desembarco, donde escenifica la llegada de

Ulises a Ítaca, su encuentro con una diosa y con los

que ya no le esperan, viniendo a decir que la tarea

propia del hombre es asumir su destino y renunciar

a la inmortalidad.

“Oveja homérica / hace ya tantos siglos que

salvaste a aquel hombre / de manos

ensangrentadas / sacándolo de la negra cueva. /

Han pasado tantos siglos. / resumes lo seguro y

nuestras dudas, / nuestro ser y no ser: / lo abismal,

el amor, el espanto”.

“Y el epílogo que ponemos a nuestra meditación

en el Louvre, ante el busto de Homero -reflexiona

Azorín- es que la gran literatura helénica, siendo

serena, clara, sencilla, ecuánime, encierra en el

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fondo, allá en la entraña más recóndita, un

remanente irreductible de tristeza infinita. Y así es la

vida: Ulises después de viente años de vagar llega

a su casa y le espera Penélope, que teje una tela

que desteje por la noche, pues su promesa es que

al finalizarla se casará con alguno de sus

pretendientes. Ulises ha llegado ya a casa y la

fatalidad acaba con su vida. Un hijo que tuvo con

Circe le mata sin saber que era su padre, tal como

le sucede a Edipo”, y en La Voluntad concluye: “La

vida es dolorosa y triste. El desolador pesimismo

del pueblo griego que creara la tragedia, resurge en

nuestros días”.

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FELIPE BENÍTEZ REYES: Vidas improbables

Reflexiona Machado por medio de Mairena -como

reza el colofón del libro- que un poeta lleva dentro

de sí a más de un poeta. Y Felipe Benítez crea su

poesía mediante poetas imaginarios en libros

imaginarios como Borges nuevos Quijotes, libros de

arena sin principio ni fin, o evangelios apócrifos.

Borges dice que es Edipo, Heráclito el Oscuro, la

Triple Bestia, Javier Otárola o que su nombre es

Nadie como el de Ulises y Felipe Benítez es Paul

Chase, escritor que nace en 1899 (el mismo año

que Borges), vive la Guerra Civil y traduce a

Tennyson. Muere destruido por el alcohol. Por

supuesto, está prácticamente ciego. Escribe entre

otras cosas: “Enredada en las zarzas, / la hoja de

un periódico: / una muchacha anuncia / una mágica

crema contra el vello. La realidad es un algo en el

pasado”. La muchacha real está en la irrealidad del

anuncio, que de una manera mágica se instaura en

el pasado del periódico, que se torna presente.

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Felipe Benítez es también Servando Montes, hijo

único que estudió en Salamanca, “ciudad en la que

imprevisiblemente se le revelaron las ciencias de la

literatura y los amores venales”. Muere el padre y

hereda su negocio y se casa con Rosario Martos,

”señorita del lugar que hubo de compartir poeta con

Dorita Villalba. Como es de imaginar mujer de no

poca prestancia y no mucha decencia,

circunstancias que le conducen a la ruina, a la

amargura, a la lectura de Kierkegaard y al

calaverismo. No acaba ni un solo poema. Publica -

según Felipe Benítez- un adjetivo, dos

preposiciones y un verbo. “¿El oro del licor? Diría yo

ganga”.

Otro alter ego es Ángel Ruiz del Valle, que

trabajaba en un juzgado y era colaborador de

Benítez -eso dice- en una revista literaria y le deja al

morir un legajo con unos quinientos poemas

(¿Pascual Duarte?). Le gusta uno que se titula El

Café (¿La Colmena?): “Me daría lo mismo malvivir

en pensiones / si mis versos gozasen de la estima y

respaldo / de Machado (Manuel) y Lugones. / Pero

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mi tiempo es otro. Malvivo en una casa / de quince

habitaciones, mis versos van de saldo, / y aquellos

personajes son nombres del Espasa“ y en El actor

afirma: “Yo era Hamlet, Don Juan o un noble

caballero / Era hermoso vivir y era tan fácil. Por

dentro, el decorado / se iba ya derrumbando (el arte

lo he pagado más caro que la vida). Y al final no sé

quién soy. Adiós”.

Unas páginas después, Benitez Reyes nos refiere

que ha leído en un libro titulado “Pathological

Literature”, escrito por el sesudo profesor

Buchanan, un comentario sobre el inspector de

colegios y poeta Lucas Villalba, y que, al parecer -

asegura- no es un asesino. Pero hablando con el

director de la hemeroteca de Cuenca resulta que el

tal Lucas Villalba aparece en la escena de cuatro

crímenes ejecutados en otros tantos colegios. Uno

de los mejores poemas que selecciona comienza

así: “Resulta conveniente / marcharse a otra ciudad

cuando has dejado / varios muertos atrás”.

Poco después Benítez se transforma en la poetisa

Amita Lo (¿Mishima y El Marinero que perdió la

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gracia del mar?), cuyo padre era un marino que una

noche bebió cuanto pudo y se encontró con una

enfermera que regresaba de hacer el turno de

noche en un hospital católico. La viola. Se embarca.

Al llegar a China es detenido y se suicida. Nos dice

que queda algún fragmento de esta poetisa nada

despreciable: “En los bares del muelle, / el humo del

tabaco / dibuja corrompidos corazones. / En esta

habitación, mi cigarrillo / se afana en dibujarme tu

figura” o: “Sobre mi copa pon / tus labios fríos. /

otórgale a mi muerte esta medalla” o también:

“Cuando tocas mi cuerpo, / soy la puta afortunada /

a la que pagan con oro”.

Y así Felipe Benítez Reyes va pasando de ser un

poeta a otro. El poeta se desdobla en otros poetas

con libros imaginarios al modo borgiano. Ahora es

el turno de Rogelio Vega, un falsificador nato de

poemas: Keats, Leopardi o T.S. Eliot, ¿Biedma,

José Ángel Valente?: “No sobrevive / la humedad

de la tierra / en la palabra tierra. Se deshace / el

hielo al pronunciarlo. / Si llegásemos a designar un

día lo invisible, se llenarían las ciudades / de

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objetos muy extraños, perplejos de sí mismos”.

Felipe Benítez nos cuenta que “en una librería de

lance” encuentra varias cartas y sobres (como

Cervantes los manuscritos de Cide Hamete

Benengeli) y en uno de ellos, poemas de Gonzalo

de Lerma, poeta que teme haber besado “los labios

de una diosa equivocada” (¿Dulcinea?) y le

pregunta a Dios de una manera bastante diferente a

la de Dámaso Alonso por su amor, Teresa (¿Panza,

quizá?): “Si mis sombras parecen / la de un juego

chino / si hace meses que no sé dónde vive /

Teresa ni con quién / qué hago en este lugar si es

tan amable?”.

Otro poeta es Luis Cebrián (aquí la parodia y la

ironía es evidente), un epigramático que “escribe

catálogos y cartas al director”. “No pasa un día sin

que alguna / institución me premie o me agasaje. /

Los banqueros me sientan a su mesa, / me adulan

los políticos. Y yo daría todo / por ver de nuevo / los

zapatos azules de Marcela Rubial”, y en el poema

que aparece titulado con el número 3: “Cuando todo

acabó / - de qué mala manera- entre nosotros, / no

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tuviste ocurrencia / mejor, ni más airosa, / que

meterte en la cama / de todos mis amigos. Pobre

niña dolida. / nunca sepas que tus artes son vulgar

comentario en vulgares tertulias de café”.

Y Miguel Fonseca, que es un poeta tradicional. Se

mató en un accidente de coche : “ Amaba tanto la

vida, / que la vida me dejó/ como una mala querida”

y añade: “ La niña del joyero/ no se desnuda / si a

traducir a César no se le ayuda”.

Para cerrar el círculo aparece Paul Chase

trastocado en Pau Rinkel, guitarrista, letrista y

cantante de Vaga Tela: “feliz cumpleaños, zorrita /

¿Pensabas que me iba a olvidar? / Diecisiete ¿no?.

Toma, / oro de ley, zorrita” o en El equipaje: “Las

tías que me tiré son como sombras. / Y yo no soy /

coleccionista de sombras y de nada. Yo que sé / de

algunas me acuerdo algunas veces / de otras sólo

conservo / la imagen de unas botas, la cicatriz de

un brazo, el tatuaje / de un cráneo y de unas flores.

Poca cosa”.

Pero inmediatamente antes de este “cantor del

lumpen”, el autor, después de haber mostrado sus

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alter ego de poetas, sus desdoblamientos o, si se

prefiere, los distintos planteamientos de creación

poética, se aparece en la personificación de Pablo

Arana, acaso su más verdadero yo literario o, mejor

dicho, sus fervores de poeta, poeta de la

experiencia literaria donde, en plural, parece que

habla el propio Borges “hemos viajado a

Samarcanda / de la mano de Stevenson y en la Isla

del Tesoro hemos oído / pisadas sigilosas. / Hemos

luchado en Notting Hill / contra los amigos de la

Razón / y con De Quince y hemos vivido / la noche

del asesinato y la noche del opio. / Hemos oído

voces que nos llaman: / la voz solemne -y algo

hueca- de Blake, / y la voz -que es de música de

Wilde”, aunque según él propio Benítez afirma

“ejemplifica como pocos la presión que una

tendencia dominante puede ejercer sobre los

poetas en ciernes”. Sus primeros poemas

representan una corriente innovadora en la poesía,

pero, “a partir de 1992 su poesía dio un giro radical

que no responde a ningún tipo de exigencia

espiritual, sino más bien a razones de política

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literaria: éxito fácil, acceso a casas editoriales y a

revistas afines a la tendencia dominante, prebendas

oficiales, viajes al extranjero, asistencia a

congresos, premios apañados y promiscuidad

sexual. Espejismos con los que los máximos

responsables de esa especie de secta de la

experiencia embaucan a nuestra más renovadora

juventud”. A petición del propio poeta no aparecen

composiciones de su primera época, y de ahí que la

dedicatoria inicial del conjunto se la dedique “a

Abelardo Linares, poeta surrealista y editor suicida”,

e increpa a la poesía: “¿no te reverenciamos?, /

¿No besamos tu anillo estrafalario que contiene un

enigma? / Pero tú no te das por enterada. /

Cualquier día de estos / echaremos al fuego tu alma

enferma. / Aún te somos fieles. Pero ten más

cuidado con nosotros, / porque tú nos has dado /

esa flor venenosa que está en el corazón”.

No son Vidas Paralelas plutarquianas: son Vidas

Improblables, diferentes planteamientos de poesía,

paseos por la galería de poetas en los que se

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desdobla el propio poeta, paseos andados de la

mano de Shopenhauer y el propio Borges.

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Literatura y cine negro

Algunos críticos, como Silver y Ward, hablan de

la “inmaculada concepción” del cine negro, pero el

hecho es que -por situar un momento concreto,

como ocurre con tal o cual movimiento- ya resulta

opinión más o menos aceptada que comenzó a

partir de la novela de Hammet El Halcón Maltés

para luego John Huston llevarla a la pantalla en

1941, año también de Ciudadano Kane, y aunque

no hay que olvidar claros precedentes como

Stenberg y películas como La ley del Hampa o El

enemigo público número 1, parecen claras en

principio las conexiones existentes entre lo que

denominamos novela negra y cine negro. No

obstante, cronológicamente hay una separación

entre la novela negra que se corresponde a los

años 20-30, y el cine de los 40, hecho que

seguramente se debe a las circunstancias

históricas: el New Deal de los años 30 y los

acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra

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Mundial que contribuyeron al éxito inicial de este

género: comienzo de la Guerra fría, el miedo y la

inseguridad surgidos en la industria a la vista de las

investigaciones iniciadas por el Comité de

Actividades Antiamericanas y seguramente también

por el cambio de papel de las mujeres en la

sociedad.

Y si queremos realizar una clasificación, como

siempre, es asunto difícil y arbitrario, incluso hay

quien piensa, como Pere Gimferrer, que es “cosa de

neófitos”. Sea como fuere, este tipo de novelas se

pueden calificar de “novela criminal”, donde el

crimen impone una jerarquía narrativa y estructural,

dependiendo su clasificación de dónde enfatice el

autor el “triángulo criminal” -víctima, delincuente o

investigador-. Lo mismo acontece con el cine negro,

como señala Jesús Ángel González en su Tesis

doctoral sobre Dashiell Hammett, donde afirma que

“debe incluirse dentro del género más amplio (o

archigénero) del cine criminal”, problema que

enlaza con el origen del término. Al principio tuvo

una connotación crítica, pero podía abarcar a otro

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tipo de películas. El concepto estaba asociado a un

estilo visual fuerte y, así, la crítica no sabía si

considerar a este tipo de cine como un género, un

estilo o un movimiento. Una gran parte lo considera

más un estilo que un género, pero el debate

continua y acaso sea una muestra más de su

poderosa seducción.

En realidad podemos decir que el origen del

término “film noir” se aplica a películas

comprendidas entre el 1941 y 1946, aunque en

Estados Unidos no se empieza a tener en cuenta

hasta los años 70. Hay críticos que señalan sus

comienzos en la década de los 30, para otros en la

del 40, donde el punto final del ciclo clásico del cine

negro vendrá por Sed de mal de Orson Wells, pero

también hay quien sostiene que se perpetúa hasta

hoy y, de este modo, el director Valeri Todorovski

califica a su Katia Ismailova (1993) como “una de

las primeras películas negras rusas”. Más diáfana

se nos presenta la relación entre literatura y cine

negro al cotejar las conexiones tanto temáticas

como estilísticas: localización urbana, California las

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más de las veces, misoginia como leemos en

Chandler: “rubia pálida con anemia tipo incurable y

habla como salida de no sé donde y usted no la

puede poner un dedo encima, en primer lugar

porque no la puede poner un dedo encima”,

realismo plasmado sobre todo por las descripciones

y el lenguaje muy dinámico a la vez que

cinematográfico: “me senté en la silla giratoria y

traté de distraerme balanceándome los pies”,

ambigüedad moral, ironía “El mahometismo sentaba

como anillo al dedo a los moros, sobre todo por la

liberalidad con que lo practicaban” (Hammet), y

sobre todo, siguiendo de nuevo a Jesús Ángel

González “la presencia del crimen y el consiguiente

retrato de una sociedad violenta y de una ideología

crítica y pesimista”. Incluso cuando el protagonista

logra sobrevivir, como es el caso de Sam Spade en

El halcón maltés, persiste una sensación de derrota:

Spade tiene que entregar a la policía a la mujer que

ama (o puede ser que ame) ya que está acusada de

asesinato.

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Porque la temática de este tipo de literatura es el

lado oscuro del sueño americano con el

consiguiente pesimismo y presencia inherente del

mal en la sociedad, localizando la ciudad como

reducto del mal, (bares, clubs, tugurios, casinos…),

la aparición del detective (gabardina, cigarillo,

bourbon), muchas veces veterano de guerra, que es

un héroe, pero un héroe trágico: “Ahora estaba

expuesto a que le ocurriera cualquier cosa:

cualquier cosa mala”, al modo del teatro griego ”hay

que soportar y dejar caer la pregunta: ¿Por qué a

mí?”. Supervivencia del hombre tal que Ulises, que

no puede escapar a su destino. “Lo que uno hace

está condenado al fracaso, pero hay que hacerlo”.

“No sabemos lo que ocurre, pero ahí fuera hay algo

malo”; de mujeres fatales, como leemos de nuevo

en Chandler: “la primera vez que posé mis ojos en

Terry Lenux, éste estaba borracho, en un Rolls

Royce Silver Wraith. Junto a él había una

muchacha que casi lograba que el Rolls Royce

fuera un coche cualquiera” y de ahí la la presencia

del sexo, muchas veces tratado de manera

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ambigua, como otros elementos, pero esta

ambigüedad, las más de las veces moral, en cierto

modo se debe a la censura que obligaba a narrar

las historias de tal modo, pero también este

tratamiento consigue efectos muy sugerentes. Es

un mundo -el mundo es lo que sucede de noche-

donde predomina la mentira, el engaño, la

“representación del infierno moderno”, pero también

la “absoluta seducción del crimen” donde todo se

hace al límite. Como observamos en El halcón

maltés es un vistazo al mecanismo de la vida.

¿Cuál es? Nada. El detective se adapta a las

circunstancias. Es una literatura, como dijimos, que

comienza con Hammet, donde la violencia está más

presente y después Chandler -acaso más

sentimental-, quienes comenzaron colaborando en

revistas de segunda para luego participar como

guionistas en algunas películas, pero curiosamente

adaptaron obras de otros autores como es el caso

de Double Indemnity (Perdición), basada en la

novela de Cain con guión del propio Chandler y de

Wilder, también se produce el caso a la inversa

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como Farewell, my lovely (1975), película basada

en una novela de Chandler, que se tradujo como

Adiós, muñeca.

Cinematográficamente esto dicho se corresponde

con el empleo de una iluminación tenebrosa en

claroscuros, escenas nocturnas a veces por calles

de pavimento húmedo y resbaladizo, el uso de

sombras para realzar la psicología de un carácter

con planos de sombra en la cara que sugieren el

lado oscuro no revelado de la personalidad, o la

situación narrativa (por ejemplo, sombras en forma

de reja que producen la sensación de estar

atrapado), el empleo de la profundidad de campo en

vez del plano contra plano, el uso de picados o

contrapicados y grandes angulares para resaltar tal

o cual característica del personaje, características

que provienen en buena parte del expresionismo

alemán en el que habían participado directores de

la talla de Stenberg, Fritz Lang, Preminger o Billy

Wilder con lo que se crea un marco claustrofóbico y

composiciones desequilibradas, siendo estos

efectos especialmente impactantes en blanco y

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negro, aunque si pensamos que el cine negro aún

se cultiva, algunas películas en color como Taxi

driver (1976), o más recientemente L. A.

Confidential, han conseguido alcanzar estos

mismos efectos expresivos gracias a una

iluminación y una escenografía determinantes. En

cuanto a la temática tal vez en la película Seven

(1995) es donde mejor pueda apreciarse esta

relación entre los Estados Unidos ‘normales’ y su

oscuro submundo, rasgo, como ya dijimos, tan

característico del género.

Parece claro, pues, que el denominado cine negro

procede de Hammet, Chandler, Cain, pero sea

género, estilo o movimiento, perdure hasta hoy o

no, parece que una vez más nos habla Edipo: “Oh

Zeus, qué dura es la vida”.

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LITERATURA INFANTIL: El topos del ciervo

herido. De la tradición a la modernidad frente a

la visión de Walt Disney

En la historia de la literatura observamos ciertos

tópicos que se repiten aquí y allá en distintos

autores y épocas y así Curtius señaló

magistralmente algunos de los motivos y tópicos de

gran transcendencia en la literatura europea como

“la invocación a la naturaleza”, “el gran teatro del

mundo”, el “locus amoenus” y otros tantos más que

hunden sus raíces en el mundo griego. Dentro de la

literatura infantil baste recordar, por ejemplo, el mito

del minotauro que da lugar al cuento de La Bella y

la Bestia de Madame Leprince y que luego

resurgirán en Polifemos y Galateas, de Ovidio hasta

Góngora, visto por los psicoanalistas como la

aceptación de la parte más primitiva y elemental de

la persona femenina, la rotura del lazo edípico -

presente en muchos cuentos-, la madurez y la

unidad humana o también el episodio de la Odisea

donde Ulises, tras haber tomado una pócima de

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Circe, cree haber dormido tan sólo unas horas y

han pasado ya cinco años, episodio que enlaza con

el Epeménides de Creta, que entró de niño en una

cueva y durmió cincuenta y siete años y éste nos

lleva a La Bella Durmiente o la narración del anillo

de Giges que aparece en la República II de Platón,

anillo que convierte en invisible al que lo lleva -para

demostrar si el hombre es justo o no-, y luego lo

leemos, entre otros, en Orlando el furioso III, siendo

el portador un tal Brunello.

El tópico del “ciervo herido” aparece ya en los

Mirmidones de Sófocles, aunque en forma de águila

y si nos remontamos un poco más, en las fábulas

esópicas.

Cabe primero preguntarse por qué se eligen como

protagonistas a animales en la literatura infantil y

juvenil. Según Propp, cita Tamés, “el cuento

corresponde a un estadio social que él llama de

“clan”, época de animismo, de familiaridad

panteísta, con animales y cosas”. Y esto sucede en

el mundo infantil: en el niño pervive el pensamiento

animista hasta la pubertad (Piaget). Para el niño -

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continúa- los animales hablan, dan ejemplo de

armoniosa adecuación de instinto y naturaleza, son

plenos en sí mismos, cosa que el hombre no es”.

Además siempre hubo conciencia de que

hombres y animales compartimos un origen común

(Darwin) y para el niño el animal es algo cercano,

es “compañero humilde y sometido como él”, no

compiten, ni disputan como los hombres y en este

sentido las palabras de Tamés toman pleno sentido,

interpretando un cuento como el de Bambi como

nostalgia del paraíso perdido, de la Edad de Oro del

hombre en una sociedad sin contradicciones, de la

unión con la naturaleza.

A todo esto hay que añadir la fácil identificación

con los animales de la conducta psíquica del

hombre y así Zazzo planteó un test de identificación

de niños con animales. “Somos, pues, -nos dice

Tamés- una síntesis de lo que hay de bueno y de

malo en los en las criaturas irracionales. Cada uno

tiene un valor simbólico”.

En el motivo que del “ciervo herido”, la explicación

es clara: un ciervo como símbolo de animal

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indefenso que se corrobora con la época que le

tocó padecer al autor del cuento (Bambi, Eine

Lebensgeschichte aus dem Walde, Berlín, 1924):

finalizada la Primera Guerra Mundial y sólo diez

años después de haberse fijado las fronteras y

haber votado la Constitución de 1920, aparecieron

los nacionalsocialismos austríacos con su

antisemistismo y su deseo de unión con Alemania.

En 1922 la inflación paralizó el comercio, a lo que

se sucedieron los acontecimientos ya conocidos de

la crisis de Wall Street del 29 y la Segunda Guerra

Mundial.

En la rapsoda III de la Ilíada leemos ya como

Homero asocia al ciervo la idea de animal débil e

indefenso: “Menelao, caro a Marte, viole venir con

arrogante paso al frente de la tropa, y como el león

hambriento que ha encontrado un gran cuerpo de

cornígero ciervo o de cabra montesa y voraz lo

devora. Así Menelao se holgó de ver con sus

propios ojos al deiforme Alejandro”. Y en

Anacreonte “el cervatillo asustado, de dulces ojos”.

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En el libro cuarto de la Eneida, donde Virgilio

describe el amor imposible entre Dido y Eneas: “

Arde la desventurada Dido y vaga fuera de sí por

toda la ciudad, cual cierva herida por una flecha, a

la cual, incauta, en los bosques de Creta, atravesó

desde lejos un pastor que la perseguía con sus

dardos y, sin saberlo, le dejó clavado el hierro

volador; ella, en su fuga, recorre los bosques y los

montes dicteos; la letal saeta se funde en su

costado”.

El simil de Virgilio se ha entendido en el sentido

de que el hombre no ha alcanzado la sabiduría y

que en continuo cambio de lugar pretende ir en

vano, idea epicúrea que enlaza con Voltaire, que

viene a decir que la felicidad en nosotros quizá la

podamos alcanzar, en otra parte, imposible; pero ya

digo que la idea de Salten en su Bambi al elegir tal

motivo es, simplemente, identificarse como un ser

indefenso a la vez que como presa, objetivo del

cazador y así se pueden entender también los

hexámetros de Virgilio. Dido es presa del amor

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imposible con Eneas y nada puede hacer. Los

hados así lo han dictado.

Salten, por consiguiente, toma el motivo de tan

vasta e importante tradición, pero lo adapta según

sus necesidades, con todo lo que supone de

identificación como presa de la dramática situación

histórica que le ha tocado vivir y las connotaciones

de debilidad que nos sugiere tal imagen.

Al igual que “el motivo del ruiseñor”, fue Boscán

quien introdujo en la literatura española el del ciervo

herido: “Y así los que necesidad tenían, /como el

ciervo herido busca el agua“, o más adelante:

“Como el ciervo brama por las corrientes de las

aguas, así / clama por ti ¡oh Dios!, el alma mía”.

Este tópico lo vemos repetido en la lírica

gallegoportuguesa medieval, pero acaso por su

carácter un tanto popular la escuela italiana no

recurre a él: “Tal vay o meu amado / madre, con

meu amor, / como cervo ferido“, o posteriormente

en Fray Luis: “Como la cierva brama / por las

corrientes aguas, encendida“, o la Diana

enamorada de Gil Polo: “Visto el ciervo, las ninfas lo

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tomaron en medio. Con gran concierto comenzaron

a tirarle, y él con el mismo orden después de

salidas las flechas de los arcos. Con muy discretos

y graciosos saltos se apartaba”.

En el mismo Petrarca leemos “una candida cerva

sopra l’ erba” o en la Égloga panegírica de Lope: “Y

he visto yo cierva dar en la flecha” o el propio

Góngora en su égloga Amarilis: “Como el herido

ciervo con la flecha“, y Quevedo: “Exento del amor

pisé la hierba / mas ya como la cierva / busco el

remedio por el campo verde”.

Es decir, partiendo del lugar común de la “cierva

herida”, cada autor lo emplea bien para mostrar,

como dijimos, una visión epicúrea de la vida, un

ansia de Dios, como es el caso de Fray Luis, o de

tristeza y amargura ante el paso del tiempo y la

muerte como en Quevedo.

Acercándonos ya a tiempos presentes vemos la

figura de Bambi en, por ejemplo, en Las

bambulísticas historias de Bambulo (ulo no es sino

el sufijo diminutivo latino), libro de Bernardo Atxaga

(1998), y así al perro Bambulo, que recorre las

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calles de Bilbao le dicen: “nos han dicho que

también Bambi es de tu familia“, pero él “no quería

que la gente le hablara tanto de Bambi. Al contrario:

lo detestaba. Al fin y al cabo, ¿qué tenía que ver él

con Bambi? Nada. No tenía que ver nada”. Se

descubre que un antepasado suyo contempló los

fusilamientos del Dos de Mayo, pero Bambulo nos

dice: “cuando puedo sentarme, no me quedo de pie,

y cuando puedo tumbarme no me quedo sentado.

He ahí el secreto” y en la propia entrevista que le

hacen a causa de que ha querido cambiar el título

del cuadro de Goya de los fusilamientos responde

al periodista: “¿Me ha visto alguna vez dando

saltitos? ¡A que no! Entonces, ¿A qué viene esa

pregunta? Me parece muy mal intencionada, la

verdad. ¿No será usted un historiador disfrazado de

periodista? Exijo una respuesta”, o la versión más

que adulterada (conocida por todos) que Walt

Disney llevó a la pantalla y con la que catapultó a

Salten a la fama, pero de la que Sánchez Ferlosio

en su El alma y la verguenza opina (de Walt Disney

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en general) que es “el mayor cáncer cerebral del

siglo XX”.

Porque la historia de Bambi no es sólo la historia

de un cervatillo y de su aprendizaje en un medio

adverso, sino que también refleja la condición del

ser humano en el mundo: su soledad, su incierto

destino, su muerte, un ser-para-la-muerte, que

dijera Heidegger o más recientemente Dario

Jaramilo: “primero está la soledad. Ésta es la única

verdad. La única certeza”, que enlaza con La

historia de las quince liebres, donde su

protagonista, el lebrato Brinco, “pertenecía ahora y

siempre a la raza de los indefensos, de los

perseguidos, la raza de los siempre acosados”.

“Nosotros -leemos- nunca hemos hecho nada a

nadie”.

Para Bambi “el otro” es el hombre, pero también

puede morir, y entonces el viejo ciervo, se da

cuenta de que debe haber “otro por encima de éste,

por encima de todos, de nosotros y de él”. Como

señala el profesor Pascual, esto nos puede llevar a

una visón laberíntica puramente borgiana.

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Page 96: Algunas grietas de la realidad. Sobre Jorges Luis Borges y otros  artículos.doc

Unos años después publicó Salten una segunda

entrega de Bambi con el título de Los hijos de

Bambi, pero es ya más hablador y, sobre todo, más

pedagógico hasta el punto de que un animal llega a

decir el manoseado “O tempora, o mores”

ciceroniano, por lo que esta segunda versión del

cuento es diferente en muchos aspectos de la

primera, mucho más emotiva aquella, más sencilla,

“con más fuerza literaria”, como señala el profesor

E. Pascual.

Y aquí seguimos, cazadores y presas, y es que:

“Hoy los hipermercados distribuyen de todo / para

frenar la rebelión de los sueños, / para que no

despierte la protesta, / para que nadie sepa de las

flores / a nuestro alcance de existir”.

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Epílogo

El libro en el tiempo o La necesidad de la lectura

A Luis Malo Macaya

La relación que se establece entre pensamiento y

lenguaje viene a ser la misma que entre el huevo y

la gallina.No sé sabe qué fue primero.

Desconocemos en gran medida sus orígenes e

incluso alguno queda todavía por descifrar, como el

cretense Lineal A. Tampoco conocemos -sólo hay

teorías- de por qué, por ejemplo, el latín designa

sus árboles en femenino y no en masculino y

tenemos lenguas, como el dálmata, que

desaparecieron a finales del siglo pasado o el hetita

que fue descubierto relativamente hace poco y que

ha aportado buenas noticias para la clasificación de

las lenguas.

Los alfabetos actuales derivan directamente o

indirectamente del fenicio y éste a su vez del

egipcio hierático. Las primeras escrituras eran

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jeroglíficas, esto es, expresiones visibles de un

objeto, o simbólicas, que representaban una idea o

concepto. El uso combinado de éstas dio paso a la

escritura que conocemos como ideografía, que es ni

más ni menos la expresión gráfica de una idea. La

escritura china, verbi gratia, llegó a a tener 50.000

elementos, por lo que se hizo necesario que los

pueblos adoptaran signos complementarios para

expresar el valor fonético. Primero un signo para

cada sílaba (alfabeto sílabico) y posteriormente un

signo para cada vocal y cada consonante hablada.

Así nació la escritura silábica primero y la escritura

alfabética después. En torno al 4000 a.C. el alfabeto

fenicio ya estaba constituido. En la actualidad

disponemos del alfabeto latino, el gótico, el cirílico

usado en Rusia y que se asemeja en gran medida

al griego, el propio griego, el búlgaro, el servio, el

árabe, el sirio, el copto, el hebreo y los diferentes

alfabetos asiáticos.

Podemos atribuir a la rica cultura mesopotámica

(s. IV. a.C.) los primeros libros, que eran, por lo

general, sobre medicina, astronomía, proverbios o

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matemáticas. Un milenio después los egipcios

comienzan a escribir en jeroglífico, esto es, en

escritura sagrada, para pasar después a la escritura

demótica, distinta a la sacerdotal. Y aparece el

papiro: su tallo, de forma triangular era cortado en

tiras finas que se superponían pegadas por los

bordes y así se constituían las hojas y pegando

éstas obtenían los rollos. El más famoso es, sin

duda, El libro de los muertos, que aparece ilustrado

con dibujos que describían las peripecias del viaje

hacia la muerte.

En cuanto al libro hebreo, la mayoría se han

perdido y se conservan los Tanak que forman el

Antiguo Testamento.

Otra cultura diferente en muchos aspectos de las

anteriores, la china, desarrolló en el tercer milenio el

arte de la escritura. Utilizaron para ello pluma de

bambú o pincel de pelo de camello y para la tinta

barniz de árbol o la tinta compuesta de hollín de

pino y cola, esto es, la tinta china, pero hacia el año

105 a.C. a partir de deshechos machacados,

inventarían el papel, lo cual se le atribuye

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tradicionalmente a Tsai Lun. Los griegos,

entendiendo el libro como soporte material,

escribían en papiros o en tablas enceradas,

tomando el papiro egipcio a parir del s. VII a.C.,

escribiendo por una sola cara y en columnas.

La Edad Media fue la difusora del pensamiento

griego: el cristianismo y la civilización árabe.

Mahoma y todos los califas descendientes crearon

una gran cultura mediante el contacto con otros

pueblos. Conquistaron la antigua Mesopotamia e

Israel y el mundo grecolatino. Este mestizaje

cultural produjo consecuencias muy importantes

para la historia del libro, del kitab. Los árabes

conocieron el papel al capturar a unos chinos en

Transxoniana y poco después en Sanmarkanda

fundaron la primera fábrica de papel del Islam.

Ya en la cultura occidental el codex pasó de ser

de madera a pergamino hacia el siglo II o III a.C.

aunque también existieron codex de papiro.

Prevaleció el de pergamino seguramente por su

bajo costo y porque se podía escribir por las dos

caras, cosa que no ocurría con el de papiro y, por

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otra parte, estaba paginado, lo que permitía una

fácil localización en las tareas de investigación y

estos códices de pergamino dieron lugar más tarde

al libro moderno cuando se empezó ya a utilizar

papel. Los primeros cristianos empezaron a escribir

en códices y en ellos se refleja la vida de la Edad

Media. Si hubiesen llegado a escribir en papiro la

humedad habría acabado con muy buena parte del

material y gracias a la existencia del códice surgió

el arte de la encuadernación y de la ornamentación

y así surgen los llamados Beatos.

Tanto en Francia como en Alemania se mostró

gran interés por el libro, en parte gracias a la labor

de Carlomagno, que creo en Aquisgrán una gran

biblioteca, aunque quizá fue en Italia donde se

propagó más la difusión del libro, sobre todo gracias

a la orden benedictina y así la regla de San Benito:

“que el libro nunca se aparte de tus ojos ni de tus

manos”.

Con la creación de las Universidades decae la

copia y la ornamentación de los libros. Se trata

ahora de investigar y se descubre en los libros un

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material de trabajo. El libro es ya considerado como

algo no destinado a la liturgia sino al saber :con la

llegada del Renacimiento y de la imprenta empezó

a interesar más el contenido que el envase. En

1476 imprimió Gutenberg la Gran Biblia Latina con

letra gótica a dos columnas de 42 líneas cada una,

con títulos en rojo, al estilo del libro medieval. De

esta Biblia se conservan 46 ejemplares. La difusión

de la imprenta fue muy rápida. En veinte años se

difundió por toda Alemania. En España se introdujo

hacia 1460 y los primeros impresores se instalaron

en Valencia y Alicante. Se edita la Gramática de

Mates (1468) y la Política de Aristóteles en 1473 y

en Salamanca se edita la edición princeps de la

Gramática de Nebrija.

El libro no tuvo en principio mucha aceptación en

cuanto a objeto comercial, pues el manuscrito

estaba mejor considerado, pero fueron surgiendo

aquí y allá grandes bibliófilos como Petrarca Julio

de Medici que construyó la biblioteca Laurenciana,

o Domenico Malatesta que fundó la primera

biblioteca pública de los tiempos modernos.

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La primera colección vaticana se creó en el

palacio de Letrán en Roma hasta que en 1308 se

trasladan a Avignon y con ellos su biblioteca. La

actual biblioteca vaticana se debe a Nicolás V

(1447-55). Posteriormente, Sixto IV la abrió al

público y la dividió en: latina, griega, secreta y

privada, y ésta sirvió de modelo a la que mandó

fundar Felipe II en el Escorial. La biblioteca vaticana

contiene 700.000 obras impresas, 6.000 incunables

y 60.000 manuscritos.

De las españolas destacan la de Juan II, padre de

Isabel la Católica, la de Enrique de Villena y del

Marqués de Santillana y no hay que olvidar la

importante tarea del Cardenal Cisneros, fundador

de la Universidad de Alcalá, que editó, entre otras,

la Biblia Poliglota Complutense ni tampoco la

Biblioteca Colombina que fue la más importante de

su tiempo, subvencionada por Carlos I.

El siglo XVII no se caracterizó por la importancia

de la impresión y divulgación del libro, a excepción

de Holanda a partir de su independencia de

España. Aquí la cosas no fueron mejores. La

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Inquisición con sus Índices de libros prohibidos

vetaba leer un gran número de libros considerados

heréticos o heterodoxos. Madrid, con todo,

conservó, gracias al importante movimiento cultural,

una cierta importancia, pero hay que destacar

también que comenzaron a surgir publicaciones

periódicas para informar al público de los

acontecimientos más importantes del momento, y

así en Alemania surge el Leipziger Zeitung,

periódico que vivió hasta el año 1921, o en Francia

el “Journal des Savants“, revista dedicada a

novedades literarias o científicas, y en Inglaterra el

“Philosophical Transactions”, que tuvo mucho éxito.

El siglo XVIII trajo cambios en el libro, incluso más

que el XVI, tanto en forma como en contenido.

Nuevas ideologías, nuevas formas políticas. Surge

en Francia la Enciclopedia, inspirada en la de

Chambers y editada por Le Breton y Diderot, reúne

a todo tipo de especialistas para que redactaran

cada artículo. Prohibida por el rey y por la Iglesia

sale a la luz en 35 volúmenes. En Inglaterra durante

este periodo se editan diarios como The Daily

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Courant o Magazines donde se dan a conocer

escritores y pensadores de la talla de Defoe, Adan

Smith, Swift o Hume. En España Carlos III realiza

una tarea muy importante, cuyo impresor, Ibarra,

edita la mejor edición seguramente del Quijote

(1780) y un magnífico Salustio.

Ya en el siglo siguiente la industrialización trajo

consigo notables cambios en la industria del libro y

de las publicaciones periódicas. Se inventa en

Francia la primera máquina para fabricar papel, se

consigue la fabricación de la hoja continua y ya se

emplea la pasta de pulpa para la fabricación del

papel. La primera máquina de imprimir, de vapor, se

debe al alemán Koning (1774), e Hipólito Marinoni

fabrica la primera rotativa con bobinas de papel

continuo (1872). En 1878 Wick en The Times

construye una máquina que podía fabricar 60.000

tipos al día, pero un hombre llamado Ottmar

Mergenthaler crea una máquina para componer

caracteres tipográficos, con teclado para escribir y

que componía y fundía líneas.

Ahora ya se han abandonado los medios

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mecánicos y se incorporan nuevas técnicas:

heliograbado, huecograbado, offset y, cómo no, el

ordenador que ha supuesto un avance enorme en la

técnica de la composición de los libros. Ahora están

al alcance de todo el mundo, a lo que ayuda el muy

importante desarrollo de las bibliotecas. Sólo falta

que el público se anime a leer.

Y es que la necesidad de leer viene al hombre,

como es natural, desde muy lejanos tiempos.

Cicerón manda a un esclavo ex profeso a Grecia

para que le traiga determinado libro. Catulo, en uno

de sus Carmina, pide a una mujer primero por las

malas “furcia asquerosa, devuélveme los escritos” y

luego por las buenas “proba y pudorosa señorita”

que le devuelva sus escritos. La tradición nos

cuenta como Octavia, la mujer de Augusto, se

desmaya de pura emoción cuando le son leídos

ciertos hexámetros del libro sexto de la Eneida. En

la El nombre de la Rosa vemos cómo se cometen

una serie de crímenes por poder acceder a una

parte de la Poética de Aristóteles, en concreto a la

dedicada a la comedia.

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Catón en su lecho de muerte pide que se le

reciten ciertas líneas de Platón donde habla sobre

la inmortalidad del alma, o Nietzsche, ya en sus

últimos días, cuando la locura ya casi se ha

apoderado de su mente, pide a su hermana que le

lea ciertos fragmentos de Spinoza. Hoy, un poeta

”como una catedral”, ante una súbita e irremediable

desgracia lee las Memorias de Leopoldo María

Panero.

Y es que, como señala Muñoz Molina, la literatura

es una ventana y un espejo. Una ventana por la que

podemos asomarnos a mundos acaso

desconocidos, misteriosos, fascinantes, alejados en

el tiempo y en el espacio, pero también es un

espejo en el que podemos vernos reflejados con

nitidez. Como recrea Luis Malo Macaya: “Come tú,

amigo Sancho, ya que no has nacido para soñar”.

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