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AXiCS-triVAS REFLEXIONES

SOBRE HOMEOPATIADEDICADAS AL PUBLICO

TOR KL

DOCTOR IGNACIO MARIA MONTANO,

DE LA FACULTAD DE MÉXICO.

MEXICO.

Imprenta de EL TIEMPO, calle de Leandro Vallenúmero 1.

1891.

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A&OTItfAS XUBFZiBXXQXHaS

SOBRE HOMEOPATIADEDICADAS AL PUBLICO

POR KL

D00T0R IGNACIO MIA MONTANO,

RE LA FACULTAR RE MÉXICO.

MEXICO.

Imprenta re EL TIEMPO, calle re Leanrro Vallenúmero 1.

1891.

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L abrir para el servicio del público un consul-torio según el método de Hahnemann, debo hacerpreliminarmente algunas explicaciones á mis amigos,á mis antiguos compañeros de profesión y al públicoen general. Dirigiéndome éste último, daré á co-nocer sucesivamente la naturaleza, el origen, los prin-cipios y fundamentos de la Homeopatía, así comosu desarrollo y progreso, su influencia sobre los sis-temas de la antigua Escuela y de la rigorosa compa-ración con ellos, sus indisputables y prácticas ventajas.

Educado en el sistema Alopático, á él consagrélos desvelos y los trabajos de mi juventud y las as-piraciones de los años mejores de mi vida. Un títulode Profesor fué el premio de tantos sacrificios, y alcesar desde entónces la obligación de aprender porreglamento, y la necesidad de que tomaran asientode preferencia en la memoria las doctrinas determi-nadas y opiniones de los maestros, vinieron las con-sideraciones de la propia responsabilidad y reflexión.

Estaba yo en posesión de una multitud de me-dicamentos recomendados por distintos autores, conmás ó ménos esperanzas de éxito, para la diversidad

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de enfermedades, y éstas se iban presentando bajoel dominio de mi asistencia y responsabilidad, á me-dida que aumentaba mi crédito para con el público

No tardé en ver que las recomendaciones eranmuy grandes y los resultados pequeños ó nulos. Em-pecé á encontrarme enfrente de circunstancias paralas que me sentía desarmado y cuando á pesar deprolijos cuidados una enfermedad había desenvueltosus períodos amenazando con un fin terrible y des-graciado en medio de la dolorosa ansiedad de unainfeliz familia, entónces, cuando los recursos debieranser más numerosos y eficaces, era más completo elconocimiento de mi impotencia y nulidad. Pero ápesar del desaliento era necesario obrar urgido siquiera por el dolor de una familia, por la reputación,el amor propio ó el buen deseo del corazón. Mas ¿dón-de encontrar el remedio, y cómo navegando sin rumbollegar al puerto deseado? Era preciso confeccionaruna fórmula que más apoyo le daban la fantasía yel buen deseo que la pobrísim i ciencia. Era preciso,en fin, como engañar la ansiedad de una familia, hacerse uno á si mismo una burla de bulto y sentir no sé siremordimiento, rubor ó desesperación.

Algunas veces culpando á mi inexperiencia, á mífalta de habilidad ó de talento, consultaba á mis maestros ó más aventajados compañeros, pero los resulta-dos eran idénticos, y ¡cuántas veces escuché opinioneshijas de un doloroso escepticismo que enfriaron el ca-lor de mis deseos produciéndome un verdadero escán-dalo científico!

Aunque la experiencia cimentaba amargas decep-ciones, nunca pudieron estas desalentar en mí una es-peranza que nunca se cansó y un anhelo infatigablepara buscar un modo más cierto, más seguro de devol-ver la salud á mis enfermos. Libros de diversos países,periódicos, lecturas, reflexiones, nada economicé paraconseguir mi objeto.

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5Habían pasado sucesivamente delante de mis ojos

desde la época en que estudié, los restos del sistemade Broussais del cual se conservaba lo que racional-mente-parecía más aceptable y limpio de exagera-ción, las ilusiones de los nuevos iatro-químicos consus mercuriales y alcalinos para disolver dentro delos tejidos la excesiva fibrina de la sangre; y las ma-nifestaciones desconsoladoras de la Escuela materia-lista y anatómica confesándose impotente para obtenerla regresión de las exudaciones inflamatorias en es-tado de organización.

Los seguros y notables adelantos en la Químicay en la Patología, en el Diagnóstico, en la Fisiologíay en todos los ramos accesorios á la ciencia de curar,mantenían falazmente la esperanza de que un siste-ma apareciera un dia, satisfaciendo las aspiracionesde los médicos y las justas exigencias de la dolientehumanidad.

Viviendo en esa expectación, un dia me llamóla atención una controversia entre homeópatas y aló-patas mexicanos sobre la eterna cuestión de las dosisde la nueva Escuela. Un periódico que en aquellaépoca recibía yo me ponía ai corriente de la discu-sión, séria y moderada por parte de los descendientesde Hahnem mn, burlesca y picante por la de los hijosde Galeno. Sentí un movimiento decisivo para inte-resarme en la cuestión, perú criado en el despreciode la Homeopatía que pasa de maestros á discípulospor todas las generaciones médicas de la Escuelaantigua, me encontraba solo con ese desprecio y comoprimera consecuencia casi con la probabilidad de quelos primeros estuvieran engañados; sin embargo, pensé que sin conocer á fondo sus doctrinas nunca po-dría tener ventaja para combatirlos ni conseguiríallegar á los puntos en donde se ocultaran sus errores.Orgullosa la imaginación me los ponía delante de

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los ojos, y entónces nació en mí la duda y tras ellael vehemente deseo de esclarecerla.

Para conseguirlo, determiné hacer un estudio for-mal de Homeopatía. Pensé en las obras de su fun-dador, pero juzgando como se piensa en Alopatía lascreí anticuadas; sin embargo, nada conocía yo de obrasmodernas, hasta que, provisto de un reducido catá-logo, me encontré con la tercera edición de las lec-ciones de Materia Médica dadas por el Dr. RichardHughes en la Universidad Homeopática de Lóndres.

Como las obras inglesas habían sido desde mu-chos años atrás el objeto de mis lecturas y las con-sultaba yo siempre con entera confianza, me deter-miné con gusto por ella, siendo la primera obra ácuya lectura me dediqué.

Allá me esperaba una série de sorpresas y va-cilaciones, de dudas y desengaños. Nunca olvidaréla impresión que me hicieron sus lecciones sobre Be-lladona Digitalia, Pulsatílla y Azufre. En vez de en-contrar puntos que combatir, ó entrever errores quedemostrar, sentía que un horizonte nuevo y desco-nocido se abría delante de mis ojos.

Mis antiguas creencias estaban conmovidas, misopiniones vacilaban y era preciso emprender un es-tudio sério y comparativo entre lo pasado y lo pre-sente, que daría por resultado el que aquella nuevaluz que empezaba yo á entrever brillara con todo suesplendor, ó se apagara sin dejar después más queun negro desengaño.

No obstante la riqueza de la literatura homeo-pática, tropecé con una grande dificultad: la sumaescasez de obras aquí, y lo dificultoso de conseguirlas.Fué preciso proverme de catálogos, y un amigo mió,ilustrado y amante del adelanto de las cosas verda-deramente útiles y benéficas, me proporcionó las obrasdidácticas y de controversia en Homeopatía, perió

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dicos, monograíías y las grandes obras de Hahnemannvque parece increíble pero que no pude conseguir enMéxico por ningún precio ni diligencia.

Desde entónces rae consagré á una lectura asidua,tranquila y perseverante á la vez que á la reflexióny la comparación de los puntos más difíciles ó quemás chocaban con las ideas que una educación distinta y el tiempo y la costumbre habían arraigadoprofundamente en mi espíritu.

Pero al llegar á las obras del inmortal y vene-rable Hahnemann, el Organon de la Medicina, conaquella lógica severa é inflexible que no deja brechapor donde ser batido, con aquel inmenso caudal deexperiencia á disposición de ¡un talento asombrosoque supo interpretar sus hechos para formar los cá-nones de la nueva medicina. La Materia Médica puramonumento de pacientísima y concienzuda observa-ción; el arsenal riquísimo é inagotable de la recienteEscuela en donde siempre hay armas nuevas y pre-cisas para todos los casos, por raros y difíciles quesean, y finalmente, el Tratado de las EnfermedadesCrónicas, con sus profundos consejos y sus admirablesy preciosas medicinas para combatir victoriosamenteaquella multitud de males que habían sido la roca don-de se despedazaran los esfuerzos de dos mil quinien-tos años, entónces desaparecieron las últimas sombrasde mi mente y con ellas todos los falsos sistemas,todas las vacilaciones y las vanas conjeturas.

Lleno de reconocimiento y entusiasmo, bendijeentónces á Dios que había hecho resplandecer en mialma la vivísima luz de la verdad. Después, sentí lahumillación y la vergüenza de haber querido com-batir lo que desconocieran mi ignorancia y presunción.

Había yo quedado ven:ido y convencido en elterreno de las doctrinas; y sólo faltaba su aplicaciónpara reducirlas á rigorosos hechos en la práctica.

Algunas medicinas experimenté en mi propio in-

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dividuo y tuve la satisfacción de comprobar los sín-tomas morales de los medicamentos, que tanto mesorprendieron y llamaron mi atención en su lectura.

Restaba, finalmente, rectificar, en frente de laenfermedad, las raras y preciosas virtudes de tantasmedicinas y aquí se presentó naturalmente la cues-tión de la dósis. Las dosis elevadas ó infinitesimales,como impropiamente llaman, que no son la Homeo-patía ni tienen que hacer nada con la esencia y ¡anaturaleza de ella, puesto que el mismo Hahnemanncomenzó ó curar con dósis semimateriales, pero queforman el blanco para todos los tiros, todas las bur-las y apreciaciones ridiculas con que en todos tiem-pos ha creído deprimir al método admirable y bien-hechor el orgullo de la ignorancia ó de la envidia.

Las pretendidas virtudes de esas elevadas dósislué uno de los primeros puntos que quise averiguarprácticamente. En aquella época padecía yo un in-somnio penoso, precisamente de los que la Homeo-patía cura con cate crudo á la duodécima dilución.

La experiencia tuvo para mí grande atractivode curiosidad, ya por tratarse de un padecimientopara el que la Escuela antigua no tiene más que elopio y el chloral como paliativos, ya por la clase demedicina, el cafe, y á la elevada dósis con que ibaá combatirlo.

Queriendo tener seguridad perfecta en todos lospormenores, comencé por procurarme el café y preparar con alcohol mi tintura madre siguiendo rigu-rosamente los preceptos de la farmacopea homeopá-tica francesa. Después hice mis diluciones hasta la 12a

,

según los consejos de HaLnemann, obteniendo finalmente un líquido que contenia un cuadrillen de gotade la tintura madre. Tomé mi medicina convenien->temente, y al siguiente dia, cuando al abrir los ojoscreí encontrarme con la oscuridad de la noche, vicon regocijo que el sol entraba en mi aposento, y me

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di cuenta que había dormido ocho horas con un sue-ño tranquilo y reparador.

El siguiente caso que voy á referir no es un pa-decimiento ligero y accesorio como el que antecede.Es una enfermedad profundamente arraigada en lanaturaleza que marcha lenta y dolorosamente paraterminar de una manera desconsoladora y muchasveces fatal.

Un niño pobre de 10 años padecía una coxalgíadel lado izquierdo; tres fístulas en las cercanías dela articulación despedían un pus de mal aspecto con-duciendo á los puntos enfermos del hueso. El enfer-mo estaba enflaquecido y en grande destrucción, puesdataban de un año sus padecimientos. Los autores.homeopáticos de enfermedades de los niños, recomen-daban todos la Siliza, así para el estado actual comopara la escrófula en donde radicaba el mal. SilíceaA la 30:l dilución le fue prescrita tres veces al dia yuna alimentación reparadora.

Al fin del primer rnes las fístulas estaban cerra-das, la articulación deshinchada y sin dolor, y el niñoen tan satisfactorio estado, que pensé, como lo veri-fiqué después, cortar los tendones de la corva parapoder enderezar la pierna, que había quedado con-traída á consecuencia de la flexión permanente en-que la tenía el enfermo, para mitigar un tanto, en¡tal postura, sus dolores.

Di estos hechos palmarios se desprendían rigu-rosamente estas consecuene ; as: las dosis infinitesima-les influyen la naturaleza; las dosis infinitesimales cu-ran, y curan poderosamente.

Multitud de hechos, ó mejor dicho, la prácticade todos los días, confirmaba victoriosamente la per-fecta concordancia entre los principios y su aplicación,centre las doctrinas y los hechos.

Después de esta franca relación y en frente de

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las circuestancias y los hechos que he referido, creo*

que no mereceré ser tachado de ligereza, ni que sediga que al abrazar una doctrina nueva, que prime-ro quise combatir, y que en todo difiere de la queántes profesé, no fué sin maduro exámen, profundareflexión y continuo y penoso trabajar. No, diez añosque llevo de ejercitarla lo comprueban. En ese di-latado período nunca he visto debilidad en sus prin-cipios, ni inseguridad en su aplicación, ni falta derelación en sus resultados. Ellos han sobrepujado al-gunas veces mis esperanzas, y Dios ha querido hacer-me presenciar la curación de algunas enfermedades,,reputadas como incurables en la antigua Escuela. Así,he visto desaparecer un cáncer uterino, cicatrizandoaquella úlcera áspera é infecta que la destructoraenfermedad había formado, con Sepia y Garbo ani-malis.

Una tisis aguda ó galopante en un jóven de 18años, con ácido flourhydrico, Calcárea y Belladona.

La catarata lenticular que había invadido el úni-co ojo de que se servía una costurera, desapareceren veinte dias con Phosphoro.

Una cirrohsis de hígado con enormes hinchazo-nes hidrópicas, en una enferma desahuciada en Ba-cinica y en México por varios médicos, curada en-teramente con China Sepia y Cloruro de potasio.

Finalmente, una enferma, que padecía un dolorintenso en el cuadril derecho que la obligaba á cojear,que databa de 30 años, en cuyo dilatadísimo periodofué vista por multitud de médicos, se curó rápidamen-te, con asombro de la enferma, empleando la millo-nésima parte de una gota de tintura de Coloquintida.

Al referir estos hechos no se crea que trato derealzar un talento y una seguridad práctica que noposeo en verdad; sino de llamar la atención de losespíritus independientes y reflexivos sobre la indis-'

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putable superioridad de la nueva y verdadera tera-''péutica y tomarla como poderoso motivo para hacerconocer al público en subsiguientes reflexiones, lamedicina, no del porvenir, como decía Hahnémann,su venerable descubridor, sino la medicina del pre-sente; que pregona ser la depositaría de la verdad;que lleva noventa años de comprobarlo en todo elmundo; que sin desviarse de la senda que la señalarael génio que la comprendió, atraviesa su camino, peseá la ignorancia y á la envidia, inflexible y serenacomo destello de la verdad Divina, enjugando las lá-grimas, calmando los dolores de la pobre humanidad 1y siempre levantando en alto el victorioso pendón desu divisa: Similia similibus ciirantur.

Después de haber revelado los fundamentos yconvicciones que hicieron en mí un deber de cienciay de conciencia para adoptar la nueva terapéutica,cumpliré con lo que ofrecí al principio de estas re-flexiones, y al dirigirme particularmente al público,procuraré hacerle conocer someramente el origen de'la homeopatía, su principio científico, sus fundamen-tos, la cuestión de las dósis, su desarrallo y marchaactual, su influencia sobre los antiguos errores y, final-'mente, las objeciones.

Para alcanzar este objeto me valgo de la prensaperiodística, porque el público nada conoce de lasdiscusiones que se suscitan en los periódicos médi-cos, m puede ocurrir á ellos para aclarar sus dudas.Generalmente se dirige á los médicos que le asistenen sus enfermedades; personas respetables por su ho-norabilidad, por su talento, tal vez notables en algu-na de las ciencias accesorias á la difícil de curar, ycuando les preguntan qué cosa sea la Homeopatía,en qué consiste, muchísimas ocasiones y no siempredigo, porque entre nosotros hay respetables excep-ciones de buen juicio y de prudencia, la respuesta'

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será una sonrisa de desprecio que realza un chiste,una burla, tal vez una calumnia; respuesta que for-mulan la costumbre, la ligereza, la ignorancia, el or-gullo, mas no el profundo conocimiento, ni la pru-dencia, ni la lealtad á la justicia.

Por otra parte, llevamos noventa años de dispu-tas en que después de mucho hablar y procurar lucirla instrucción, el talento y buen decir ó cayendo al-gunas veces en indigno y nada decoroso lenguaje,cada cual queda con sus mismas pretensiones. Y esque las disputas, sin hacer más que despertar el amorpropio y el orgullo, no ilustraron jamás cuestiónalguna.

La Medicina es una cienc; a práctica, dijo el sa-bio Zimermann, y práctica es también la ciencia decurar. Por eso la Homeopatía presenta hechos quetienen los contrarios que dilucidar en el terreno dela observación y la experiencia. La sana lógica pre-viene clasificar primero las cuestiones y después em-plear los medios convenientes para resolverlas; noquerer tratar las cuestiones prácticas con raciociniosy argumentos. El vulgo mismo ha encerrado la úti-lísima regla en un decir enérgico: “Contra hechos nohay argumentos."

El campo, pues, parala observación y la expe-riencia abierto está desde los tiempos de Hahnemannpara los disidentes de la Escuela antigua. Allí losesperó la pasada generación de homeópatas y allí losespera la presente. ¿Quién de los contrarios ha pi-sado jamás un palmo de ese terreno? y si lo hubieseintentado, le hubiera sucedido lo que á mí. ¿Por queentonces tanto rehusar? ¿Por qué no descender á loshechos y destruir si es tan fácil el charlatanismo ylas aberraciones de 90 años? ¿Se teme acaso la ver-güenza de tener que guardar después el silencio delconvicto? ¡No, responden, la Homeopatía no merecemás que el desprecio!.. .

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Muy bien: la asistencia de las enfermedades po-drá ser entónces para el médico cuestión de sistema,de desprecio, de conveniencia, de especulación, peropara el público es cuestión de vida ó de muerte. Eltiene derecho entónces para saber en dónde está elerror con sus peligros y la certidumbre con sus ven-tajas; y esta es la última razón por que me dirijo áél suplicándole me sea indulgente al decirle algo so-bre el origen de la Homeopatía.

Fue Hipócrates el que con claro talento y repu-tada experiencia levantó en el terreno de la medici-na los fundamentos de la observación verdadera éindependiente para el estudio y curación de las en-fermedades. El desentrañó aquella parte de la Filo-sofía, la Lógica, que enseña el arte de observar, decomparar, hacer juicios y deducir consecuencias ver-daderas, de con los sistemas filosóficos absurdos y lasridiculas cosmogonías que eran un obstáculo para lamarcha de la verdadera medicina, adquiriendo el de-recho de ser llamado el fundador de la verdaderafilosofía médica.

Quiso explicar la esencia de las enfermedadespor la existencia de cuatro humores: la sangre, la pi-tuita, la bilis y la atrábila, y las circunstancias quepresiden la evolución morbosa, por la naturaleza; peroá diferencia de sus descendientes, jamás encadenó loshechos ni la observación á la teoría, ni doblegó elraciocinio ni la experiencia para obligarlos á entraral estrecho cartabón de las suposiciones. Por eso apa-rece unas veces como dogmatista, algunas corno humo-rista y otras como naturalista, creyendo respetablesescritores que la doctrina de Hipócrates fué un eclec-ticismo, es decir, tomar lo útil y verdadero donde seencuentra.

Después de Hipócrates, la gran figura en la me-dicina es Galeno. Médico del Emperador Marco Au~

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..relio, y dotado de gran talento y notable habilidad,fué el primero que fundó arbitrariaménte el humo-rismo. Apasionado por la filosofía de Aristóteles, queadmitía en la naturaleza cuatro elementos: el fuego,el aire, el agua y la tierra, enseñó que el cuerpo estabaformado de cuatro humores como suponía Hipócrates:1a sangre, la pituita, la atrábila y la bilis. Pero su-puso fantásticamente que la naturaleza de estos humo-res era igual á la de los cuatro elementos: la sangre,caliente como el fuego; la pituita, húmeda como elagua; la atrábila, fria como el aire, y la bilis, secacomo la tierra. Supuso también arbitrariamente enesos humores, y para explicar la marcha de las en-fermedades, cuatro períodos también; los dos prime-ros en que estaban al estado crudo, el tercero en esta-do de cocción y el cuarto en vía de eliminación Acé-rrimo defensor de la hipótesis que los contrarios curaná los contrarios, para ponerla en armonía con su sis-tema dividió los medicamentos en calientes, en fríos,en húmedos y secos para oponerlos á sus humores.¡Parece increíble que sistema tan monstruoso comoarbitrario dominara catorce siglos la medicina! Elcélebre Federico Hoffman, médico y profesor de laUniversidad de Halle, dice del sistema y de las obrasde Galeno: "Medicina de nombre, puramente escolás-tica é hija solamente de la fantasía."

En el siglo XVI intenta Paracelso sacudir el yugode tantos errores, y dotado de un espíritu innovadory distinguido talento, se pone enfrente del galenismososteniendo la simplicidad de los medicamentos y en-treviendo la experimentación de las medicinas y laterapéutica específica que dos siglos más tarde desen-volvería tan magníficamente el inmortal Hahnemann.

La revolución que habían producido las doctrinasde Paracelso y los adelantos que la química comenzóá manifestar dieron lugar á creer que aquella cien-

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15-cia serla capaz de explicar la causa de las enferme-dades y curarlas. Entonces vino el sistema iatro-quí-mico y su representante Van Helmont. Este enseñóque los fermentos químicos eran la causa de las en-fermedades y que éstas debían curarse como Paracel-so había dicho, con la quinta esencia de los medica-mentos. Impugnó con talento los cuatro elementos deAristóteles y sostuvo que los cuerpos estaban forma-dos solamente de dos: uno que llamó archéo y lamateria; ésta, pasiva y recibiendo las impresiones deaquel. En cada órgano supuso un fermento ó archeoinferior, sujetos todos á la influencia reguladora delarcheo principal. La salud era, en consecuencia, laobediencia de todos los archeos; lo contrario, la en-fermedad; el método curativo, una quinta esencia quedestruyera al rebelde.

En medio de tamaños desvarios, nulos en resul-tados prácticos, algunos médicos se limitan solamenteá la observación práctica de las enfermedades, des-collando entre ellos el ilustre Sydenham que viviócon la esperanza de que él ú otro descubrirían algu-na vez los específicos para curar las enfermedades.El Colegio Real de médicos de Lóndres no toleró sudisidencia, y arrojó de su seno tal vez al más ilustrede sus miembros, á quien el tiempo ha hecho justiciay admirado la posteridad.

El deseo de conocer la causa de las enfermedadesá fuerza de teorías, crecía con la insuficiencia de ellas,y el siglo XVIII fué pródigo en sistemas. Desde lue-go, Hoffman y Boerhave establecen una doctrina ecléc-tica que es una mezcla de hipocratismo y iatro quí-mica, en que la causa de las enfermedades reside enlos órganos del cuerpo.

Por una parte, Sthal, en 1734 opuso su doctrinadel animismo haciendo depender del alma los fenó-menos de la enfermedad y la salud. Por otra, los vi-

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talistas oponen á los materialistas su principio vital’ó fuerza vital, que cuenta entre sus defensores ilustresfisiologistas hasta en la época actual.

Aquí, Haller y Cullen enseñan que la irritabili-dad y el nervosismo son fuerzas inherentes á la ma-teria misma que presiden las funciones de los órganos. Allá, Brown y Rassori, con su sistema de irri-tabilidad que atiibuye á los órganos la facultad deafectarse por las cosas exteriores ó estimulantes, re-firiendo la salud al equilibrio entre la irritabilidad yel estímulo, y la enfermedad al contrario á la faltade ese equilibrio.

Ya se deja entender que el método curativo va-riaba con cada una de de estas teorías. Miéntras queBrown hacía depender las enfermedades de falta deestímulo y curaba con quina, vino, alcohol, etc., Ras-sori, creyendo que la causa era el exceso de estímu-lo, mandaba dieta, sangrías, purgas, etc., y su terriblemétodo contra estimulan1 e.

Al fin de tan absurdos y encontrados sistemas,algunos médicos observadores y de pensar profundoescudriñan con desalentado mirar el trabajo de 1Ssiglos y no encuentran más que ilusiones, errores,víctimas y desengaños. Durante dos mil años paracurar las enfermedades se había pedido ia intima, cau-sa de ellas á la Filosofía, á la Química, á la Física,á las suposiciones del talento y hasta á los capiichosde la imaginación. Sólo faltaba dirigirse al cuerpomuerto, á los órganos mismos donde quedara impresala huella destructora de la enfermedad.

Habían pasados los tiempos en que las leyes enunas partes prohibían abrir los cadáveres, y en otrasla misma Inquisición perseguía á los infractores. Sehabían erigido en algunas partes anfiteatros públicosy existía la libertad para practicar las inspeccionescadavéricas. La época estaba conforme con la nueva

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17idea y hasta los mismos sistematistas se pusieron ála obra. Entre éstos, sobresalió Morgagni, ilustre ana-tómico italiano, de quien puede decirse fué el funda-dor de la Anatomía Patológica.

Pues esa ciencia que ha ilustrado tanto la Pato-logia, que ha contribuido en alto grado á la perfec-ción del Diagnóstico, que ha levantado á la Cirugíaá una altura de adelanto y seguridad extraordinarios,Y que, aliándose con el microscópio, ha revelado enestos últimos tiempos profundos misterios ocultos has-ta entonces en los primordiales elementos de nuestrosórganos, no ha dicho una palabra en cuanto á la cau-sa íntima de las enfermedades, y ha permanecidomuda y estéril para establecer en ella un método decurar con certidumbre. En vano se interroga á losórganos yertos bajo el dominio de la destrucción yde la muerte; ellos no presentarán jamás sino ios re-sultados de una causa inaccesible, y la materia nopodrá revelar jamás la esencia de la vida. Lo mismoequivaldría preguntar á las ruinas de un monumentodevoradoporlasllamaselnombre del incendiario. . ¡Conrazón los mismos corifeos modernos del orgauismomaterialista, confiiesan desalentados en los presentestiempos ía pobreza de sus recursos terapéuticos. Nopodemos, dicen, imprimir un movimiento regresivo álos productos que engendró la enfermedad.

He anticipado los desengaños que ménos de unsiglo después vinieron á desvanecer las esperanzasde Morgagni y sus contemporáneos en aquellos tiem-pos de cansancio y desengaño para contrastar mejorel descubrimiento de la verdad homeopática precisa-mente cuando el conocimiento de la inutilidad de lossistemas y teorías de dos mil años, hace que los cul-tivadores de la ciencia dirijan sus investigaciones áotro rumbo que tampoco les dará faro ni puerto.

Entónces aparece la extraordinaria figura de Hah-nemann con aquella inteligencia vasta 3' clarísima,

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con aquella penetración profunda y asombrosa eru-dición que abraza dos mil años, con aquel talentoadmirable dirigido por una lógica pura y estricta,y su profundo juicio descansando en la honradez yen la sinceridad. Creo que el público leerá con inte-rés algunos rasgos biográficos del hombre en cuyamano pusiera la Providencia la antorcha para ilumi-nar el camino más tenebroso de la ciencia.

Samuel Cristiano P'ederico Plahnemann nació enMeissen, pequeña ciudad de Sajonia, el 10 de Abrilde 1755. Su padre, Cristiano Godofredo, fué pintoren porcelana de las fábricas de Meissen. El niño Sa-.muel se distinguió por su carácter dulce, juicioso,grave y estudioso.

A los doce años entró á la escuela provincial,donde mostró una inteligencia viva y una ardienteaplicación. Terminados sus estudios elementales quisosu padre que abrazara una profesión industrial, perosu maestro lo disuadió, encargándose gratuitamentede la ulterior instrucción del jóven Samuel. Cuandoconcluyó sus estudios superiores, al elegir una pro-fesión abrazó la medicina.

Partió en 1775 para Leipzic con 20 ducados,único y pequeño capital que pudo ofrecerle la ternurade su pobre padre. Samuel no vaciló en tan difícilposición. Determinó traducir en aleman obras inglesasy francesas esperando de su penosa tarea los recur-sos para su carrera. Para compensar el tiempo quela traducción robaba á sus estudios, resolvió velarcada dos noches prefiriendo con heroicidad, al descan-so preciso y natural, el trabajo doblemente ímprobopara subsistir.

En 1778 el Gobernador de Transilvania le ofre-ció en Hermanstadt una plaza de módico privado ybibliotecario .Aquí fue donde Hahnemann comenzó áadquirir su vasta erudición y formar una reputación,

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19pero la grandeza de sa carácter se disgustó del ejer-cicio por medio de una simple autorización, y en 1779se dirigió á Erlanguen, donde sostuvo públicamentesu tésis para obtener el grado profesional. Estuchoetiológico y terapéutico de las enfermedades cspas-módicas.

En 1785 contrajo matrimonio con Enriqueta Ku-chler, hija de un farmacéutico, fijando su residenciados años después en Dresde, donde encontró amigospoderosos, grandes medios de instrucción y escogiday numerosa clientela.

Desde 1786 hasta 1792 escribió numerosos opúscu-los y tratados en diferentes anales y bibliotecas, so-bre Medicina, Cirujía, Higiene y Química, . á cuyaciencia fué muy dedicado enriqueciéndola con precio-sos y útiles descubrimientos y adelantos. En aquellaép®ca Leipzic y Maguncia lo llamaron al seno desus Academias y Sociedades Científicas.

Después de una permanencia de cuatro años enDresde, aparece de nuevo en Leipzic, donde se leesperaba un porvenir de inmensa reputación por lamerecida fama que le precedía.

En el espacio de doce años siempre había recu-rrido á la experiencia clínica para comprobarlos re-sultados de sus estudios y de sus observaciones, consi-derando ese medio como el único verdadero paraestimar el valor de los métodos terapéuticos; pero estosólo produjo en su alma la convicción de que los me-dicamentos aplicados según las reglas dominantes,eran inútiles siempre en sus resultados, en algunoscasos nocivos, y en todos inciertos.

Con amargo disgusto y desengañado como todoslos grandes talentos médicos, resolvió abandonar lapráctica de esa medicina que no satisfacía sus aspi-raciones ni su conciencia; pero conservando siempre

fé de que los medicamentos poseían fuerzas reales

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que si no se dirigen de una manera cierta y precisapueden convertirse en instrumentos de daño y demuerte.

Con una singular energía de carácter renunciólos honores, la estimación y las comodidades con quele brindaba una posición social dichosa y cimentada,prefiriendo volver á buscar la subsistencia precariade su familia con el antiguo y penoso trabajo de tradu-cir en aleman las obras más notables de otros países.

Pero allí era donde la Providencia le tenía re-servado el galardón á la heróica lealtad de su con-ciencia, y de allí brotaría la fama imperecedera quecubriría el nombre del que prefirió volver á la oscuri-dad y á la pobreza ántes que obrar indignamente con-tra sus convicciones.

Traduciendo la «Materia Médica,» de Cufien, altratar de la Quina llamó fuertemente su atención elpoco fundamento y la contradicción que envolvía laexplicación que el autor daba del modo con que la quKna curaba la fiebre intermitente. Cufien sostenía quela quina curaba la fiebre por su acción tónica so-bre el estómago. Hahnemann pensó que si se juntanlos amargos más fuertes con los tónicos más pode-rosos, se tendría un compuesto de mayor calidad quela quina á ese respecto, pero con el cual jamás seobtendría un efecto curativo igual al de la quina.

El parecer fantástico y erróneo de Cufien fortificó en Hahnemann la idea que entre la fiebre y laquina existía una relación que no había entre aquellay otros vegetales llamados tónicos. Encontrar la na-turaleza de esa relación era la cuestión que debíaresolverse, ¿pero cómo verificarlo? ¿cómo conocer laacción natural de un medicamento sin probarlo enel hombre sano? Es verdad que Haller y Stoercken siglos anteriores habían intentado estudiar así laacción de los medicamentos, pero sus resultados ha-bían sido infructuosos. Sin embargo, Hahnemann no

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se desalentó, y resolvió tomar él mismo cuatro drac-mas de buena corteza de quina dos veces al dia.

Después de algunos dias experimentó los sínto-mas de un estado febril intermitente. Los paroxismosduraban dos ó tres horas y aparecían de nuevo cadavez que repetía la dósis.

Experiencias hechas en otras personas y repe-tidas en él mismo siempre dieron el mismo resultado.¡No había ya duda! la consecuencia rigorosamente lógi-ca de tales experimentos estaba patente: la quina cu-ra la fiebre intermitente, porque la produce en el hom-bre sano. ¿Pero así sucedería con los demás medi-camentos, ó sería un hecho individual y sólo pecu-liar á la quina? Hahnemann se dirige entónces á otrassustancias y experimenta la Belladona, la Digitalia,el Mercurio y por todas partes obtiene los mismosresultados y escucha la misma respuesta. Los medi-camentos curan las enfermedades que producen. Lossemejantes se curan con los semejantes.

La ley que ligara los fenómenos del medicamentocon los fenómenos de la enfermedad, estaba descubier-ta; era el eslabón que venía á unir, al fin, las doscadenas de la Patología y de la Terapéutica, separadashacía tantos siglos.

Hahnemann nada había inventado, nada imaginado, él simplemente había encontrado la ley paiacurar, emanada de Dios y oscurecida después por elorgullo del hombre.

Sin embargo, no fué sino después de seis añosde pacientes y repetidos experimentos sobre sí mismo,cuando publicó en el Diario de Huffeland dirigién-dose á la profesión, un ensayo titulado: "Nuevo prin-cipio para conocer el poder curativo de los medica-mentos."

Durante ese tiempo había vuelto á asumir lastareas de la práctica médica, y confirmaba cada diacon notables curaciones la verdad de su firmísimo

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principio. Pero aquí comenzaron las durísimas prue-bas para el apóstol de la nueva verdad. La envidiade los médicos y la codicia de los boticarios hicie-ron causa común, y no tardaron en hallar un motivoen apariencia fundado para perseguirlo. Hahnemannpreparaba y dispensaba él mismo sus medicinas. Laley prohibía severamente ese proceder en los médi-cos, y Hahnemann sufrió las penas de la ley, la per-secución y el destierro, ántes que comprometer lavei d id de su principio y exponer el crédito y laseguridad de sus medicinas, en manos de boticariosque ignoraban los procedimientos y minuciosidad desu preparación y que además eran hostiles á la doc-trina y al maestro. Hahnemann fué expulsado deGeorgenthal, viviendo sucesivamente en Brunswick*en Kónigslutter, en Hamburgo, en Torgan, siendo entodas partes víctima del ódio y de la envidia, peromereciendo en compensación el aprecio y la consi-deración de sus enfermos.

Después de diez años de persecución y sufrimien-tos, aparece por tercera vez en Leipzic, donde ejerceampliamente la medicina según sus nuevos principies.

Veinte años de minuciosos estudios, de reflexio-nes profundas y rigorosos experimentos le habíanproporcionado un caudal de doctrina que ansiabacomunicar y distribuir á sus hermanos de profesión.Pero para que pudiera enseñar públicamente de unamanera legal, era preciso que obtuviera el grado deDocente Privado sosteniendo una tésis en la Univer-sidad. El trabajo que preparó fué intitulado: El hele-borismo de los antiguos, y lo sostuvo en 12 de Juniode 1812, con tanto brillo, que llamó la atención áunde sus contrarios y fué calificado con expresión deadmiración por el imparcial y digno decano de laUniversidad. “Conozco, dijo, muy pocos médicos queposean tan grande instrucción y ciencia."

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Desde entónces muchos médicos y jóvenes estu-diantes escucharon asiduamente sus lecciones y seofrecieron para acompañarlo en la experimentaciónde los medicamentos en sus propias personas. Estefué el ejemplo de la primera sociedad experimenta-dora que después siguieron en la misma Alemania*y en nuestros dias, en los Estados Unidos del Norte.

En 1805 pubiicó sus primeros experimentos demateria médica formando un conjunto de 26 medica-mentos, bajo el nombre de «Fragmentos sobre las vir-tudes positivas de los medicamentos observados enel cuerpo humano en salud.»

En 1808 dio á la prensa el “Organon del arte decurar," y en 1811 vió la luz el primer volumen de la"Materia Médica pura," déla que el 6o y último apare-ció hasta 1821 con un total de 60 medicamentos. ¡Obrapreciosísima que fué el fruto del admirable trabajode 16 años!

En el espacio de 24 años el "Organon" había tenidocinco ediciones y estaba traducido en todas las len -

guas europeas. La «Materia Médica» y el «Tratadode Enfermedades Crónicas» en ménos tiempo tuvie-ron dos ediciones. ¿Por qué se agotaban los ejempla-res y se leía con tal empeño las obras de un hombreá quien se caliñcaba de visionario y hasta de char-latán?

Trabajos tan notables y hechos brillantísimos enla práctica volvieron á encender contra él las pasio-nes que no estaban extinguidas, pero no pudieronvencer ni la firme nobleza de su alma ni su pacien-cia. Semejante á Harvey el ilustre descubridor de lacirculación de la sangre á quien el Rey Cárlos Iprotegió de las violencias de los médicos de su épo-ca, así aceptó Iiahncmann el asilo que le ofreció enAnhalt-Koethen el Duque Fernando, haciéndole sumédico privado y confiriéndole el distinguido cargode Hofrath ó Consejero Aulico en su palacio.

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Viudo desde 1827, se casó con la Srita. Melaniad’Hervilly que había ido á Koethen para ser curadapor él. Ella lo determinó á que abandonara despuésaquella corte para establecerse en París. Tan prontocomo se supo la resolución de partir, los habitantesamenazaron con detener por la fuerza al ancianomédico á quien ántes habían vejado tanto. Hahne-*mann, sin embargo, partió secretamente de noche, yel 25 de Junio de 1835 llegó á París, donde su doc-trina era ya conocida. Allí ejerció tranquilamente laHomeopatía los últimos años de su penosa vida, ob-teniendo sincera estimación, grande celebridad y al-tísimo renombre por las admirables curaciones queobtuvo.

En principios de 1843, su salud se debilitó noto-riamente: un enfisema pulmonar minaba aquella fuerteconstitución. Su piedad y su fé le acompañaron hastalo último, como lo revelan sus postreras palabras. Alvolver de un acceso de asfixia, su esposa en medio devehemente dolor exclamó: “Habéis aliviado tantosmales, que la Providencia podría, á vos mejor que áotros, haceros gracia de tantos sufrimientos." "¿A mí»respondió él, con voz entrecortada, por qué á mi?En el mundo cada uno obra según las facultades querecibió de lo alto; el más y el ménos sólo se pesa enel tribunal de los hombres, no en el de la Providen-cia. La Providencia no me debe nada; yo soy quienle debo todo." Pocos momentos después, en el cursodel dia 5' de junio, dejaba de existir el ilustre y ve-nerable anciano después de 50 años de provechosostrabajos*, legando á la medicina la ciencia de curar,y el consuelo á la humanidad.

Ocho años más tarde, en 1850, la ciudad de Leip-zic mandaba levantar una magnífica estatua de bron-ce á su memoria.

Hahnemann había dejado una doctrina fpndada

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2 5en un principio sólido y verdadero que la experien-cia únicamente había revelado y confirmado. Hastasu época y por espacio de dos mil años, el arte decurar no descansó más que en hipótesis caprichosasy arbitrarias, con resultados desastrosos. Hahnemannal contrario, reconoció que la “experiencia, como di-ce Hershell, es la fuente de todos los conocimientosde la naturaleza, y el único fundamento de toda in-vestigación tísica,“ y se dirigió á ella. Experimentólos medicamentos en el hombre sano, y á la luz dela experiencia conoció sus multiplicados efectos, yla facultad, que nadie había averiguado ántes, deproducir enfermedades medicinales. Los aplicó des'pues clínicamente según el principio de similaridad, yla experiencia por segunda vez le mostró sus mara-villosas virtudes y la perfecta relación entre la en-fermedad medicinal y la enfermedad natural.

El no apeló á la hipótesis ni á la teoría, sino álos hechos naturales y á la deducción estrictamentelógica de ellos.

Su trabajo no fué el fruto de la ligereza ni dela fantasía; con laboriosa paciencia y aquella obser-vación constante de su penetrante ingenio, trascurrie-ron ¡seis años! ántes que publicara sus primeras con-clusiones, y diez, ántes que comunicara los princi-pios de su método completo á sus compañeros deprofesión.

En una carta dirigida á Huffeland, el sabio mé-dico de la época, le decía: "Pesad mis razones, expe-rimentad mis hechos y cuando hubiereis confirmadosus resultados no me elogiéis á mí, dadle la gloria áDios."

Dirigiéndose á los médicos les decía: "No mecreáis á mí; repetid mis experimentos á mi manera,y cuando hayais obtenido los resultados, entonces osconvencereis. ¡Os conjuro en nombre de la verdad,

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y de los intereses de la humanidad para que expe-rimentéis mi método con sinceridad y sin preocu-pación."

Curar los semejantes con los semejantes fué unaverdad entrevista por Hipócrates dos mil años atrás.En el lio. //., sect. 5 de las epidemias , dice: "Seran los vómitos dando á beber agua caliente que des-pués se hace evacuar por los vómitos." Al ñn de lasección 5.a se lee: “Dése un vaso de vino puro con-tra los males de cabeza causados por la embriaguez."En el lib. VI de sus aforismos, en el 67 dice: "Aque-llos cuyas deposiciones depositan abundantemente durante el reposo, como raspaduras, tienen enfeñnedadgrave. Estos enfermos necesitan ser purgados.

Durante la Edad Media se conservó una ideavaga y confusa de los semejantes. La doctrina lla-mada de las Signaturas consistía en aplicar aquellaspartes de las plantas que por su forma ó color seasemejaban á las partes del cuerpo enfermas; comocuando aplicaban para las enfermedades del hígadoel amaigo y amarillo jugo de la Celidonia, por su se-mejanza con la bilis, y finalmente el uso de las pre-paraciones de órganos de animales para curar lasenfermedades de los mismos órganos en el hombre.

En el siglo XVIII, Stoerk y Sthall anunciaron deuna manera vaga la curación ocasional con medica-mentos que causaban un desórden semejante en elenfermo. Sthall decía que el ácido sulfúrico era parala acidez del estómago superior á todos los alcalinosy absorbentes.

Pero ninguno se acercó tanto á la verdad Comoel grande y profundo Haller. En su Farmacopea El-vética dice: “Se debe intentar el ingerir en el cuer-po sano dosis pequeñas del medicamento sin mezclaalguna; observar las afecciones que desarrolle, y des-pués de los fenómenos en el cuerpo sano, pásese álos experimentos en el cuerpo enfermo."

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27Nadie se aprovechó después de estos avisos que

la huella del tiempo había borrado. Dios en su altaProvidencia había reservado al superior talento yadmirable constancia de Hahnemann, la gloria de re-ducir á rigorosa fórmula el bienhechor principio: Si-milia similibus curantur.

Así quedó la ciencia de la Terapéutica en armo-nía con las demás ciencias naturales; porque excep-tuando las de clasificación como la Zoología, la Bo-tánica, la Geología, todas las demás consisten ele-mentalmente en dos séries de fenómenos distintos en-lazados por una fórmula de relación general. Y asítenemos en Física, por ejemplo:

Ley de atracción.'Los cuerpos seatraen én razóndirecta de la ma- ¡sa, é inversa delcuadrado de ladistancia. y

Fenóménos dela Tierra res-

- pecio á volu-men y densi-dad.

Fenómenos delSol respectoá volúmen ydensidad.

En Química:Ley de afinidad.'

química y de lasproporciones de-

_ finidas.

Propiedades delos álcalis.

Propiedades delos ácidos.

El admirable descubrimiento de Hahnemann vi-no finalmente á colocar á la Terapéutica en el ran-go de las demás ciencias naturales y quedó formu-lada:

'Ley Terapéutica.'Los semejantesse curan con los

. semejantes.

Fenómenos "de>■ la enferme-

dad.Fenómenos

medicamento

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Vamos ahora á ver cómo el llamado principio dela Escuela antigua “Los contrarios se curan con loscontrarios" es una fórmula absurda, contraria á lanaturaleza y que en 20 siglos nunca ha tenido laspruebas de la expeiiencia ni de la sana observación.

Inventado por Hipócrates no para supeditar áé\ la observación y las enseñanzas de la natura-leza, ni como una verdad que la observación y laexperiencia hubieran demostrado, sino como punto departida para poder explicar algunos resultados y apo-yo de ciertas investigaciones; y ya se ha visto cuan-tas veces se apartó de él sin concederle el carácterde principio absoluto y verdadero.

Galeno hizo de él después el fundamento de susistema y obrando en consonancia, ya se sabe conqué arbitrariedad inventó también lo caliente y lofrío para curar el primero con el segundo y vice-versa. Sus desgraciadas teorías que reinaron 14 si-glos, y que aún no acaban, hicieron que el llamadoprincipio pasara por mil generaciones médicas sinque nadie revisara los títulos y los derechos que tu-viera á la verdad, y así sirvió de apoyo á las másextravagantes fantasías.

Si se hubiera seguido la senda de observación yde experiencia libre, marcada por el Padre de la Me-dicina, no habría tardado tanto en descubriise la ver-dad, pero sugetaron la naturaleza y la observación álos sistemas y cayeron en grandísimos errores.

La indicación de los “ contrarios“ dice Sprengel,Hist. de la Med

.,“estaba léjos de ser la regla cura-

tiva hipocrática tan general como se ha querido sos-tener. Siempre quedaba subordinada á la regla prin-cipal: seguid á la naturaleza."

El sistema de los “ contrarios“ se aparta de lanaturaleza, porque cuando ésta produce una enfer-medad para curar otra, en los casos que acontece,

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2 9nunca es una enfermedad heterogénea, sino semejan-te; como cuando la viruela ha curtido antiguas en-fermedades de la piel; como cuando ha desaparecidoun padecimiento crónico de una coyuntura al desa-rrollarse un reumatismo articular agudo, ó comocuando la bronquitis de un sarampión ha curado latos sofocativa.

Tampoco tiene la confirmación de la experien-cia, porque en los casos en que se aplica un con-trario, el resultado es opuesto al que se esperaba; co-mo el vino para curar la debilidad, que de prom»to entona á expensas de las propias fuerzas, perocuando cesa su acción, la debilidad es mayor; comolos purgantes para el estreñimiento del vientre y delos cuales dice Trousseau, clínico y terapeutista dela Escuela antigua “á fuerza de aplicar purgantescontra el estreñimiento llega á hacerse éste inven-cible."

Los contrarios se fundan en una teoría arbitra-ria y no en la naturaleza y la experiencia. La cono-cida teoría de los cuatro elementos y humores lesirvieron de cuna. Pero además de ser absurdo noexiste,, porque ¿cuál es el contrario del reumatismo,de la inflamación, de la locura? ¿El cáustico que semanda para una pulmonía y para una inflamacióndel hígado, es á la vez el mismo contrario para dosenfermedades tan diferentes?.. .. ¿Diez ó veinte gra-nos de creta ó de bismuto que se mandan como ab-sorbentes en un caso de diarrea, puede creerse conseriedad que absorban el producto que millones deglándulas intestinales excitadas por la inflamaciónderraman en el intestino sin cesar?

Los principios verdaderos en las ciencias son in-mutables y firmes para servir de punto de’partída yfundamento á las investigaciones. La indicación delos semejantes tiene esas circunstancias como lo de-

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muestra su invariabilidad y sus fecundos resultadosen 90 años. En oposición, el llamado principio delos contrarios cambia y se sujeta á las nuevas hipó-tesis y teorías.

La Anatomía patólogica no reveló á la Escuelaantigua la íntima causa de las enfermedades comoesperó; pero le manifestó los fenómenos íntimos de loque se llama inflamación; y como el número de las en-fermedades inflamatorias agudas y crónicas es tangrande que casi abraza dos terceras partes de la Pato-logía, se creyá que averiguando la causa íntima delfenómeno inflamación, se curarían casi, todas las enfer-medades. Entónces empezaron á sucederse las teoríasde la inflamación y el principio de los contrarios ácambiar con cada una de ellas.

Se creyó que la mayor afluencia de sangre á laparte inflamada era la causa de la inflamación, y elcontrario fué entónces la mortífera lanceta de BrouS"sais.

Observóse que la fibrina de la sangre aumentabaen las inflamaciones y que el mercurio era disolventede la fibrina, y el contrario fué entónces el mercurio.

Pero enfrente de las enfermedades crónicas cuan"do no se debía sacarle al enfermo su empobrecidasangre ó destruírsela más con sostenidas dosis de mer-curio, se aconsejaba y se aconseja aún, como haciendogala de una riqueza terapéutica, los amargos, los tó-nicos, los alcalinos, los sulfurosos, los fundentes, etc.,etc., ¿pero cuáles son las indicaciones precisas de suaplicación, cuál es su límite? ó ¿cómo se concibe quetodas esas sustancias puedan ser á la vez el contrariopara una misma enfermedad?.. ..

Yo apelo á la sinceridad de los médicos y á losrecuerdos de su práctica. ¿Cuándo lograron curar unaenfermedad verdaderamente crónica? y no hablo deaquellas grandes enfermedades crónicas como la tisis,

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31el cáncer, etc., que se reputan unánimemente incurabies en la anticua Escuela, sino de las inveteradasdispepsias, bronquitis, enfermedades de la cintura ynerviosas con otras muchas que afligen diariamenteá tantos séres humanos que, sujetándose á todos lossistemas, siguiendo todas las opiniones y tomandotodos los medicamentos, su estado igual ó cada vezpeor es un grito de reproche permanente contra laEscuela secular. Y si descendemos después á aque-»los padecimientos oscuros en sus referencias y ra-*

ros en sus que no tienen nombre en-tre las enfermadades, ó en el cuadro nosológico, pe-ro que hacen la amargura y la desgracia de los pa-cientes, veremos que después de dos mil años nohay más método, ni certeza ni regla que la fantasíay la opinión de cada médico. Y miéntras uno, endeterminado caso, cree tratarse de una inflamacióny aplicará con los revulsivos, hasta el fuego, otrocreerá ser de anemia y dará grandes dosis de hierrro,y á un tercero le parecerá nervioso y aplicará todoslos Bromuros juntos ó separados, sin que el enfermoobtenga jamás alivio y persuadiéndose que es incu-rable su mal se resuelva á vivir una vida de tristezay sufrimientos

Estos lamentables resultados se originan de que-rer interpretar los síntomas sistemáticamente, ó des-preciarlos sin darles su valor genuino. En tanto quela homeopatía, procediendo de una manera opuestay los síntomas puros su medicación, mu-chas veces cura maravillosamente esos infortunadoscasos. Pero se dice con suspicacia y falazmente queuna medicación sintomática no es científica; mas su-poniendo que así fuera, si la euracion se sigue á ella,esa curación es un hecho, es una verdad, y nadahay más científico que la verdad misma, puesto quelas ciencias todas sólo se ocupan de conocer la verdad.

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32Basta levantar un poco el velo que cubre esa

región tenebrosa, falsa é insegura de la antiguaterapéutica para comprender con el sólo sentido co-mún la vacilación, la pobreza y el peligro de susrecursos.

En homeopatía, al contrario, no hay más que unsólo semejante para una enfermedad individual, librey sin sujeción á • sistemas ni teorías, es siempre elmismo; no lo indican aquellas ó el capricho, sino lanaturaleza misma, y en un mismo caso individuali-zado, cien homeópatas experimentados aconsejaríansin vacilar la misma medicina.

La Homeopatía enseña racionalmente y fundadaen la experiencia, que no hay enfermedades locales.

Que las enfermedades son el resultado de lostrastornes fuerza vital que domina todos los ele-mentos orgánicos, que dirige todas las funciones, ylucha contra los principios de destrucción. Bichat,el célebre profésor de la Escuela antigua, dice en suAnat. pdg. 10: «Los fenómenos morbíficos se redu-cen todos en último análisis á alteraciones diversasde las fuerzas vitales, y la acción de los remediosdebe evidentemente reducirse también á conducirselas alteracioues de esas fuerzas al orden natural.»

Que como consecuencia de lo que antecede lacausa íntima ó esencial de las enfermedades, es di-námica é inmaterial, y por tanto pertenece á lascausas primitivas cuyo conocimiento está reservadosólo al Creador. Veinticinco siglos lleva la Escuelaantigua de perseguir esa causa con sus pesquisas ysuponerla con sus teorías, y ¿qué ha conseguido sino extraviarse y caer en la contradicción y en elerror?

Que para conocer las fuerzas ó virtudes de losmedicamentos, es preciso observarlos y experimentar-los en el hombre sano, teniendo en cuenta todos lossíntomas que desarrallan desde las esferas emociona-

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33les y de la inteligencia pasando por los síntomassubjetivos, hasta los objetivos; á diferencia de laEscuela antigua que sólo conoce de los medicamen-tos los efectos más groseros y aparentes, fundándo-se en esto solamente para denominarlos: purgantes álos que purgan, vomitivos á los que provocan vó-mito, y amargos á los que amargan.

Que las enfermedades se deben individualizarcuidadosamente observando sus síntomas afectivos,los de la inteligencia, los subjetivos y objetivos, te-niendo en cuenta importante sus causas próximas úocasionales, porque cuando éstas son muy claras,bastan los consejos de una buena higiene en algunoscasos para que el enfermo sea curado.

Que obtenida la imágen fiel de la enfermedad,no se necesita más que buscar el medicamento quetenga en su experimentación los síntomas más se-mejantes de ella. Así evita el error de la Alopatía,que no teniendo en cuenta más que los síntomas ob-j

jetivos ó locales, cura la Pulmonía, por ejemplo, conTártaro, y éste aplica indistintamente en iodos loscasos, pareciendo curar así más bien el nombre dela enfermedad que los individuos.

Que los síntomas valorizados corno se ha dichoy libres de sujeción á ninguna teoría preconcebida,bastan siempre para conocer y curar las enfermeda-des. En efecto,. la enfermedad no se compone másque de síntomas; síntomas acusa el enfermo; de sín-tomas hablan los que le rodean, y síntomas son losque observa el médico. Ellos son, pues, el medio na-tural y único que Dios ha dejado al hombre parapoder curar. Los síntomas son, como decía enérgicamente Broussais, «Los gritos de dolor de la natu-raleza.» Por otra parte, destruir los síntomas es curarla enfermedad; porque cuando han desaparecido to-dos, ¿qué queda de la enfermedad?

He puntualizado tanto este proceder de la Es-

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34cuela Homeopática, porque la Escuela antigua sos"

tiene falsamente que la homeopatía no consiste másque en una medicación sintomática distante de sercientífica, porque no ataca la causa de la enfermedad;pero ya se ha visto que las lesiones de los órganosson el resultado 3 r no la causa de la enfermedad, yque el conocimiento de la causa de las enfermeda-des está reservado sólo á Dios. Al increpar así ánuestro método, olvida el defectuoso modo con queella usa sus tratamientos sintomáticos; porque tam-bién ella los emplea siempre y en la multitud de casosen que el medicamento amoldado á la teoría reinan-te no ha dado resultado.

Suponiendo, pues, una dispepsia, en que el enfermotiene agrios, dolor en el estómago y estreñimiento¿cuáles el contrario de ese estado? No existe en verdad, y en-tonces para cada síntoma es un medicamento diverso:carbonate para el agrio, belladona para el dolor ypurga lenta y sostenida para el estreñimiento. ¿Quéirán á hacer todos esos medicamentos, y cuál seráel resultado que produzcan? No se sabe de antemano,porque se ignora el efecto de los medicamentos simplesy mucho más combinados. Recuerdo á estepropósito loque refiere el Diario Británico de Medicina: un mé-dico recetó unos polvos dentífricos con clorato depotasa y catecú, que hicieron explosión en la bocadel enfermo en el momento de frotarse con ellos losdientes; y una mixtura de percloruro de fierro y gli-cerina hizo también explosión en la bolsa del enfermoque la cargaba.

No, la Homeopatía se sirve de los síntomas so-lamente para individualizar la enfermedad, para for-mar con ellos la unidad morbosa. Entonces buscaotro conjunto de síntomas en un solo medicamentoque se asameja á los que intenta curar y formar launidad medicinal No queda después más que aplicar

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35la unidad medicinal á la unidad morbosa; la poten-cia medicinal á la potencia morbífica.

Ahora se comprenderá fácilmente la sabiduría,la sencillez y la seguridad de la Homeopatía, y cuán-ta vacilación, inseguridad y peligro hay en curar poruna teoría que otra reemplazará mañana; por unateoría que pretende encontrar la verdad, pero queno es la verdad misma, á curar siguiendo libremen-te y sin preocupación los fundamentos y las indica-ciones que sin tener que buscarlas en otra parte nosda la misma naturaleza. "El Observador, dice el sa-bio Zimermann, no debe observar á la naturalezamás que por la naturaleza misma." A lo que puedeañadirse la sentencia de Bacon: "Lo que la natura-leza haga, no se debe fingir, ni escogitar, sino en-contrar."

Si se quieren todavía nuevos fundamentos paraformar un juicio perfecto sobre el valor y la supre-macía del método homeopático respecto de la inse-guridad de los sistemas cambiantes de la Alopatía,la historia del cólera asiático nos ios dará.

En Junio de 183Í aparecía en Rusia, amenazan-do á toda la Europa, el terrible azote. Caracterizadopor una virulencia que después en epidemias poste-riores no ha desplegado, su forma fulminante ano-nadaba bruscamente la vida en dos horas. Los mé-dicos resistieron emplear, y con’ razón, el sistemareinante de sangrías contra una enfermedad que tanmanifiestamente atacaba el vigor vital. Volvieronentonces á suponer con el pasado Brown que erapreciso entonar la fibra débil y emplearon sus tóni-cos y estimulantes con resultados desastrosos. Desa-lentados entonces los científicos secuaces de la Es-cuela secular resuelven emplear, á título de experi-mento, todos los medicamentos de los que esperabanobtener la curación, sujetando, en algunos hospitales,

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36grupos de desgraciadas víctimas al incierto resultadode su remedios.

El número de los atacados crecía horrorosamen-te y el de los muertos en alarmante proporción. Elterror era general, y tomaba mayores proporcionesante la inseguridad y las vacilaciones de los médicosque á nadie se ocultaban y ante las francas confe-siones de algunos de ellos que otros repitieron despuésen todo el mundo: "No conocemos la enfermedad.Ella resiste á todos los esfuerzos de la ciencia."

En medio de esas circunstancias de desespera-ción y de desorden, algunos jóvenes homeópatasconsultan al anciano maestro que vivía en su refugiode Kóethen. El no había visto aún el Chólera, peroante el rigoroso relato de los síntomas que se le hizo,con asombrosa intuición y con aquella penetraciónadmirable de su génio, recomendó los tres gran-des medicamentos para el Chólera: Alcanfor, Helé-boro blanco y Cobre. Con los tres admirables espe-cíficos comenzaron a verificarse multitud de extraor-dinarias curaciones y desde entonces ellos han sidolas armas con que en diversas epidemias y en todoel mundo se ha combatido victoriosamente la terri-ble plaga, con asombro hasta de los imparciales dela contraria Escuela.

Los datos estadísticos vinieron después á confir-mar la supremacía y el'triunfo de la moderna .Escuela.

El honorable Alexis Eustaphieve, cónsul generalde Rusia, da los resultados obtenidos por el trata-miento homeopático en varias partes del imperio. "De1830 á 1831, dice, sobre 1270 enfermos tratados ho-meopáticamente se curaron 1162, y murieron 103,1oque equivale á una mortalidad de llf por ciento.Miéntras que la mortalidad por los ensayos alopáti-cos fué de 50 y 60 por ciento."

El Almirante Mordinaw, entóneos Presidente del

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Consejo Superior, dice en sus informes: “No ocurrióni un solo caso de muerte cuando el tratamiento ho-meopático se estableció desde los primeros síntomasdel Chólera, y se notó que los enfermos curados porla homeopatía en poco tiempo ganaban su antiguafuerza y salud, mientras que los que escapaban porotros tratamientos quedaban débiles y frecuentemen-te esa debilidad terminaba en otra enfermedad fatal.“

Cuando el Chólera invadió á Viena, el Gobier-no designó el hospital de las Hermanas de la Mer-ced, en el arrabal d,e Gumpendorf, para recibir á loscholéricos. El Dr. Fleishman, médico del hospital,convino en recibir á los enfermos, pero á condiciónprecisa de que los trataría homeopáticamente por seréste el único método en que tenía entera confianza.Aunque la homeopatía estaba prohibida entonces enViena, se aceptó la condición nombrando el Gobier-no dos médicos inspectores que . informaran de lanaturateza de los casos y los resultados del trata-miento. El número total fué de 732, de los que 488se salvaron y murieron 244, ó lo que es lo mismo,un 33 por ciento. Los informes hicieron conocer quemiéntras dos tercios de los casos tratados por Fleish-man sanaban, dos tercios de los tratados en otroshospitales por la Alopatía, morían. Y téngase pre-sente que en aquella época el Dr. Fleishman apénasempezaba á hacer su práctica homeopática.

Esta inmensa superioridad del método homeopá-tico sobre los antiguos sistemas, determinó al Gobier-no á remover los obstáculos y á revocar las órdenesque prohibían la líbre práctica de la homeopatía enAustria.

Miéntras Viena dió entónces un ejemplo de ele-vada ilustración y justicia, la conducta de Londresen la epidemia de 1854 era pérfida y odiosa. El Go-bierno había establecido un Consejo Médico para re-coger los relatos del tratamiento y mortalidad del

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38Chólera bajo cualquiera método é hiciera un informedespués al Parlamento. El Consejo Médico nombróinspector de los hospitales de Chólera al Dr. Me.Loughlin, el cual, durante la epidemia, visitó diaria-mente el hospital homeopático de Lóndres.

Con los enfermos de los hospitales metropolita-nos hicieron grupos numerosos que sujetaron al en-sayo de multitud de sustancias, recogiendo al fin porresultado una mortalidad de 59 por ciento, miéntrasque la mortalidad del hospital homeopático fué de un16 por ciento. a

Cuando el Consejo Médico dirigió su informe ála Cámara de los Comunes, cuidó bastante de no enviarlos relatos del hospital homeopático que revelabantan claramente la impotencia y peligros de los erró-neos ensayos de la Alopatía y á la vez inferían pro-funda herida en el amor propio que tan susceptibleexiste entre los cuerpos sabios.

Lord Ebury llamó la atención de la Cámara so-bre aquella omisión del Consejo y á éste se le exi-gieron los relatos que maliciosamente había ocultado.

El Consejo no pudo más que remitir los relatosen informe separado que tituló: "Relación á peticiónde la honorable Cámara de los Comunes sobre co-pias de unas cartas, y copias de unos informes quehan sido rechazados por el Consejo Médico

Me abstengo de hacer la más pequeña reflexión,porque tan indigna conducta no necesita comentarios.

El decoro personal y la honradez acaso obliga-ron después al Dr. Loughlin, inspector general, á di-rigir una carta pública al Dr.' Cammeron, Directordel hospital homeopático, en que le decía: "Testigosois de que me presenté en vuestro hospital muy pre-dispuesto contra la homeopatía; que en vuestro cam-po teníais un enemigo más bien que un amigo. Quevi verdaderos casos de Chólera en todos sus períodos,y que vi muchos curados bajo vuestro tratamiento*

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39que no habría vacilado en decir que se hubieranperdido bajo otro cualquiera.

“Os repito lo que he dicho á todos, que aunquealópata por principio, por educación y por práctica,si la Providencia me quisiera afligir con el Choleraprivándome de la facultad de recetarme yo mismo,me arrojaría mejor en manos de un homeópata quede un recetador alópata."

Finalmente, de la Estadística que el Conde deBonneval ha formado Chólera asiático en todoslos países, resulta: que entre los enfermos tratadosalopáticamente, 51 y medio por ciento murieron;miéntras que la hemeopatía no pierde más que el 8y medio por ciento.

¡Qué mengua, qué baldón para lá Escuela tradi-cional, que después de dos mil años de buscar inú-tilmente la causa de las enfermedades, al presentar-se una que no estaba en la lista de su Nosología seencuentran sorprendidos sus secuaces, desarmadospara la defensa y con el enemigo encima y extra-viados en las tinieblas de sus falsas teorías, confesarque no conocen la enfermedad, que no hay medica-mentó que oponerle!

Lebert dice en la Enciclopedia de Zimssen: “Sila diarrea premonitoria del Chólera ha resistido ánuestros esfuerzos, ó si violentas deposiciones se es-tablecen, ni el Opio, ni el Nitrato de plata, ni otramedicina alguna serán de ningún provecho."

“Se ha recomendado contra el Chólera, dice elsabio profesor Grisolle t. I. pág. 743, casi todos losmedicamentos de la Materia Médica." Y en el Comp.de rned. pract. t. II, pág . 273 hablando del Chólera:“La voz pública nos ha tachado de ignorantes porqueno pudimos triunfar de la enfermedad que diezmabala población. ¿No sucede lo mismo siempre que unaepidemia viene á herir numerosas poblaciones? ¿So-

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mos acaso más hábiles para curar el Tifo, la Fiebreamarilla, la Escarlatina, el Sarampión, que para cu-rar el Cholera? ¡No, seguramente!"

Miéntras que la joven Escuela de Hahnemann,que apenas contaba entónces 20 años de existencia,combate victoriosamente la plaga con los inagotablesrecursos de su maravillosa terapéutica, devolviendoel consuelo á las familias, la serenidad á los ánimosy demostrando matemáticamente al mundo esta ver-dad: el cholera no es horroroso sino por la ignoran-cia de curarlo.

Por segunda vez la Divina Bondad, valiéndosedel humilde cuanto ilustre anciano de Koethen, ilu-minaba la ciencia, y superando la Misericordia á laJusticia, colocaba el remedio al lado del terrible mal.

Si consideramos ahora la pulmonía, esa enferme-dad que por su frecuencia en casi todo el mundo seha prestado ventajosamente para la estadística, ve-remos que el tratamiento ortodoxo por la sangrías,el Calomel y el Tártaro en dó¡¿is fuertes daba unamortalidad de 30, 40 y 50 por ciento y este resulta-do se consideró como la fatalidad normal de la en-fermedad. Cuando el tratamiento homeopático vinoá demostrar una mortalidad de 3 por ciento, se miróese resultado como un bellísimo triunfo de la moder-na medicina. Pero entónces apareció el método deexpectación empleado por Dietl y otros que consisteen no hacer nada, y éste arrojó una mortalidad de19 por ciento demostrando, de una manera clara y

sin réplica, que una proporción muy considerable delnúmero de muertos era debida al tratamiento em-pleado. De manera que todavía hoy, después de 2,500años, un enfermo de pulmonía tiene más probabili-dades de escapar de la muerte acostándose en sucama sin hacerse nada, que sujetándose á cualquie-ra de los tratamientos de la antigua medicina.

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41La escuela austríaca, queriendo conocerla marcha

natural de las enfermedades abandonadas á sí mismas,puso en rigoroso vigor el llamado método expectanteque consiste en no emplear ninguna medicina y limitar-se solamente á observar. De semejantes experienciasresultó el precioso conocimiento que fuera de las en-N

fermedades discrásicas, y crónicas, en todas, aun lasmás mortíferas, muere naturalmente un número fijoé invariable de los atacados, y salva otro tambiénconstante. Y así en el Chólera, abandonado á sí mismo,mueren 50 y salvan 50. En la pulmonía mueren 19 yescapan 81, y así sucesivamente en otias.

Este hecho es el que acredita de pronto y apa-rentemente todos los sistemas, aun los más absurdos;porque comunmente se cree que todo enfermo si nose cura se muere, y cuando entra en el número delos salvados es natural atribuirlo al tratamiento. Peroes preciso convencerse, la alopatía jamás cura sinocuando inconscientemente ó á sabiendas manda unmedicamento que es homeopático por la enfermedad,ó cuando triunfa de ésta la fuerza medicatriz de laNaturaleza.

En cuanto al modo de emplear los medicamen-tos, la homeopatía no aplica más que un solo medi-camento simple, es decir, sin mezcla de otro, en per-fecto estado de pureza y preparado con minuciosoesmero.

Todo medicamento aplicado al hombre, producenaturalmente dos órdenes de efectos: el efecto pri-mario y el efecto secundario. El primero es debidoá la acción físico-química del medicamento sobre losórganos. El segundo, parte del sistema nervioso, yes el resultado de la reacción de la naturaleza con-tra el primero, y es opuesto en su acción.

La mano que se introduce en agua muy calien-te se pone roja y caliente, pero después que se re-tira palidece y se enfría demasiado; por el contrario

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una mano sumergida en agua muy fría, baja de co-lor y se enfría hasta ponerse insensible, pero despuésde retirarla se pone rubicunda y caliente.

En los países cálidos se toma el alcohol pararefrescarse con el enfriamiento que viene después dela excitación. Los que abusan de las bebidaslicas son muy sensibles al frió y se les ve temblaren invierno.

Los efectos primarios y secundarios de los me-dicamentos son muy curiosos y notables por su opo-sición. Así es que el arsénico da como efecto prima-rio una inflamación del estómago; como efecto secun-dario una parálisis espinal. El efecto primario delópio es una excitación; el efecto secundario un entorpe-cimiento. El electo primario de los purgantes es ladiarrea; el secundario es el estreñimiento. El efectoprimario de la quina es antitípico; el secundario, unreumatismo ficticio ó la hipertrofia de las glándulasmesentéricas.

La antigua Escuela, ignorando estos efectos se-cundarios, sólo se atiene á algunos de los primariosque conoce, para la curación de las enfermedades.Con tal objeto, aplica dósis enormes, porque los me-dicamentos no producen sus efectos primarios en pe-queñas cantidades; así es que se ve necesariamenteobligada á las fuertes cantidades, esperando un efectotumultuoso que perturbe la enfermedad, ó administradósis crecientes y sostenidas llegando hasta los pri-meros síntomas de envenenamiento que llama acci-dentes fisiológicos. Y así, administra el Fierro hastala debilidad; la Quina hasta la sordera y la diarrea;la Estricnina hasta las primeras contracciones muscu-lares, y el mercurio hasta la inflamación de la bocay la salivación.

¡Quién no ve el peligro y los irreparables malesque se originan de semejantes tratamientos! porque

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siendo los medicamentos potencias morbíficas, ó que en-ferma por sí mismos, no se pueden dar esas crecidas dó-sis sin inferir gravísimo daño álas funciones digestivas,y á la formación de la sangre, elementos tan impor-tantes para la integridad de las demás funciones ypara conservar el vigor y la resistencia en el indi-viduo enfermo. Y cuando después de esas enormesdósis vienen á desarrollarse necesariamente los efec-tos secundarios, sus síntomas oscurecen entonces ycomplican la enfermedad. Si ésta no se cura, el en-enfermo queda debilitado y sufriendo, además, lossíntomas del medicamento y entonces se dice que laenfermedad ha pasado al estado crónico. Pero si lafuerza de la naturaleza ha logrado vencer los obs-táculos del tratamiento y los ataques de la enferme-dad, quedan los síntomas medicinales en la convale-cencia, y se designan entónces como nueva enferme-dad, complicación, anemia, debilidad.

En confirmación de estos hechos recuerdo el des-consuelo y la franqueza oon que el Dr. Hammond,sabio especialista americano de enfermedades nervio-sas, cuenta en su notable obra la muerte casi súbitade uno de sus enfeimos epilépticos que se encontra-ba como curado después de algunos dias de tomaruna onza diaria de Bromuro de potasio.

Colson, en el hospital de la Piedad en 1824, pusouna lámina de cobre pulida en la sangre de un en-fermo que había tomado mercurio hasta la salivación,y la sacó con una capa blanquecina de mercurio.

Biett, con el uso del baño caliente propagado,hizo trasudar el mercurio de las glándulas axilaresde otro enfermo, y Gmelin y otros lo han recogidoen estado metálico de la saliva de los enfermos mer-curializados.

Por eso la benéfica Homeopatía emplea sus me-dicamentos en dósis pequeñísimas, puesto que obran-do sus medicinas en sentido de la enfermedad, es decir;

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que produce una imágeu de ella, la curación se ve.rifica por la fuerza de reacción de la naturaleza con-tra el medicamento, esto es, por el efecto secunda-rio que es opuesto al primario; y para despertar losefectos secundarios de la naturaleza bastan pequeñí-simas cantidades de cualquiera medicina.

Y así para curar la diarrea manda un medica-mento cuyo efecto primario es purgante para quereaccionando la naturaleza en sentido opuesto vengael estreñimiento y la salud.

Para el delirio maniaco con alucinaciones prescri-be la Belladona, cu3 7o envenenamiento reproduce sín-tomas muy semejantes y al desarrollarse la reacciónde la naturaleza contra el primer efecto de la me>dicina viene el sueño, la calma y la salud del en-fermo. Para obtener tan bellos resultados bastan do-sis asombrosamente pequeñas; y este hecho lo con-firma todos los dias la clínica en la observación ála cabecera de los enfermos y en el terreno de unaexperiencia de 90 años que jamás ha sido desmentida.

La antigua Escuela teórica, no teniendo verda-deros contrarios para el conjunto de una enfermedad,muchas veces se limita á combatir el síntoma másdominante usando una medicación paliativa que es-tá muy distante de producir una verdadera curación.No conociendo de los medicamentos más que el sín-toma primario más común ó notable, á éste confíala enfermedad y la salud del enfermo Pone aquelsíntoma conocido en oposición del que quiere coni'

batir, y emplea una enorme dosis para anonadarlo;lo consigue por de pronto, pero como el medicamen-to es opuesto, cuando la naturaleza reacciona es ensentido del síntoma que vuelve á aparecer entóncesmás formidable. Y así, en una enfermedad con es-treñimiento, combate este síntoma con las purgas, loconsigue al principio, pero después en la reacción el

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estreñimiento es más y más tenaz hasta que no haypurga ni lavativa que baste para hacer evacuar alenfermo.

El insomnio lo combate con opio; al pronto duer-me el enfermo, pero el desvelo aumenta, y la dosisde opio que hizo dormir una noche no bastará paradormir en otra. Es preciso entonces subir la cantildad, ó se dice que se ha establecido la tolerancia,

que la naturaleza se ha acostumbrado al opio, y en-tonces se escoge otra preparación ú otro narcótico.

Un dolor intenso cesa ó se amortigua con una in-yección de morfina, pero cuando concluye el efectoprimario en la reacción se despierta más intenso, ycuántos desgraciados hay que tienen que aumentarpeligrosísimamente el número de inyecciones, viviendouna vida facticia llena de sinsabores y penas, conduci-dos tal vez hasta la muerte en la horrible pasión delmorfinismo.

No pudiendo'Hahnemann explicar satisfactoria-mente de una manera física ó química la acción de losmedicamentos administrados en dosis muy pequeñas,creyó que los efectos secundarios eran causados poruna acción dinámica sobre el sistema nervioso yestas reflexiones lo condujeron á un nuevo descubri-miento: el de las atenuaciones ó diluciones que desig-nó con el nombre de- dinamizacion. Se persuadió quemiéntras más separadas estuvieran las partículas deuna pequeña dosis de medicamento, más fácilmentese pondrían por intermedio de la sangre, en contactocon el sistema nervioso, motor de todas las funciones ysitio de la fuerza orgánica ó vital.

Hahnemarm recomendó el alcohol para dinami-zar los líquidos. Aconsejó poner una gota de la tin-tura medicinal en 99 gotas ó 2 gramos de alcohol,y hacer la íntima incorporación ó división mediantecierto número de fuertes sacudimientos.

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46Para las sustancias insolubles aconsejó mezclar

un grano de ellas en 99 granos ó 5 gramos de azú-car de leche, triturando por partes en un morteropor espacio de una hora. Tomar después otro granode la mezcla é incorporarlo con otros 99 de azúcar,hasta la tercera trituración, después de la cual ad-quieren solubilidad todos los cuerpos, áun los meta-les mismos.

Este precioso descubrimiento da mayores ventajasá la homeopatía sobre la antigua terapéutica; porquemiéntras ésta emplea sustancias insolubles como el fos-fato de cal, el kermes, el bismuto, etc., que fatigan porsu presencia los órganos digestivos, aquella no usamás que sustancias disueltas en altísimo grado quepenetran nuestros tejidos sin lastimarlos.

Es digno de observarse, dice Verwey, que lateoría electro-química, que cada dia se desarrollamás, jio sea extraña para justificar la idea de Hah-nemann sobre la dinamizacion por la atenuación yla trituración. La teoría que nos representa los áto-mos de los cuerpos teniendo dos polos que se atraenó se repelen; ei desarrollo de electricidad y de ca-lor por el frotamiento, la influencia de la electricidaden los fenómenos de la vida; los asombrosos y mate-riales resultados de la electridad no obstante serinvisible é imponderable, tal vez marcaron el rumbo álas adelantadas ideas de Hahnemann.

Pero hemos llegado á una série de notables fe-nómenos, las dósis elevadas ó infinitesimales comoimpropiamente se les llama, que aunque pertenecená la Homeopatía, no son la Homeopatía misma. Estaconsiste solamente en curar los semejantes con lossemejantes; pero las dósis en que éstos se apliquenpueden variar. Hahnemann, al principio, no empleómás que dósis diminutas, pero palpables, de los me-dicamentos, y hoy dia muchos médicos homeópatas

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no usan más que las diluciones bajas. Sin embargo,como las dosis de altísima dinamizacion han sido elpunto más combatido por la ligereza, por la igno-rancia ó por la malicia; como no se han economi-zado sátiras, ni burlas insípidas para hacerlas increí-bles, esto ha impedido que el público haya formadojuicio verdadero sobre ellas, y no sólo, sino que ma-liciosamente ha sido arrastrado por el desprecio delas dósis al desprecio de la homeopatía, lo cual esuna triste y nociva confusión.

Nunca conviene sacrificar la reflexión y el pro-pio juicio á las apreciaciones ajenas. La experienciay la meditación comparativa desentrañan siempre elerror y la ligereza de algunas opiniones. Hay erro-res que á primera vista parecen lo más natural yverdadero.

Se cree generalmente que lo mucho producemucho, y esta es una verdad en sentido restringidopero no absoluto. Con relación á las acciones delhombre miserable condenado al trabajo, es inconcusoque necesite poner mucho para obtener bastante.Muchos años de trabajo y economía para ser rico.Muchos estudios y desvelos para ser sabio. Muchosdesengaños y experiencia para ser prudente. Perono sucede así, muy al contrario, en las acciones dela naturaleza; en ella lo poco produce mucho, y erade rigor, porque las acciones humanas son obra delhombre y los fenómenos de la naturaleza son obrasde Dios. Vamos á ver cómo, reflexionando un poco,la Física, la Química y muchas ciencias naturales,nos revelan todos los dias y nos confirman las gran-dezas maravillosas de lo pequeño.

La Física enseña como uno de sus principios,que la materia es divisible hasta el infinito.... Así,pues, miéntras podamos calificar numéricamente cual-quiera subdivisión, aunque la cifra sea altísima é jn-

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48conmensurable á nuestra simple imaginación, no po-dremos negar racional y científicamente que hay ma-teria, y materia activa, porque la Física para expli-car algunos fenómenos, ha tenido que inventar losátomos, cuya pequeñez y sutileza escapan á la ima-ginación, conviniendo en que ellos son el límite dedivisión, pero que en ellos residen las fuerzas de lamateria, y que cada átomo de una sustancia poseelas mismas potencias y virtudes que la masa entera.

La extensibilidad del oro y de la plata permitehacer de estos metales láminas traslucidas é inmensu-rables sin que pierdan y sí aumenten sus propiedades.

Se sabe que un grano de oro puede dividirse en746 millones de partes visibles y que Bander con unmicroscopio de 500 diámetros ha podido observar eneste mismo grano 3,600 trillones de partes visibles-

El Espectretoscopio revela la 3 millonésima par-te de un miligramo de cloruro de sodio que aparececon su raya amarilla cortando los colores del iris.El mismo instrumento demuestra un cinco billonési-mo de miligramo! de Litio, cantidades que no puedeacusar ningún reactivo químico.

La Química nos enseña que un simple rayo deluz basta para combinar el chloro con el hidrógeno,dos gases que en la oscuridad permanecen en uncontacto inerte.

Una sustancia por su contacto ó simple presen-cia, y sin perder sus cualidades, hace que se com-binen dos cuerpos. El platino muy dividido en pre-sencia del alcohol, convierte á éste en vinagre.

Una pequeñísima cantidad de diástasis productode la cebada germinada, convierte cuarenta mil par-tes de su peso de almidón en azúcar, sin perder na-da de sus cualidades. Para explicar tan maravillo-sos fenómenos se ha inventado una fuerza llamadaCatalytica y al-fenómeno se le ha llamado Cathá-lisis.

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49El Dr. Roberts demostró en la Escuela Real de

Minas de Londres que una partecilla infinitesimal deantimonio, hace que una libra de plomo se oxide enel aire rapidísimamente.

El níquel no podía ser trabajado hasta que elDr. Fleitrnan descubrió que un milésimo de magne-sio bastaba para hacerlo dúctil y maleable.

El oro, según Nyst, con una millonésima y quinien-ta milava parte de silicio se hace tan blando comola cera.

Un químico aleman ha llegado á demostrar conel aparato de Marsh la presencia del arsénico en la30a dilución homeopática, es decir, un decillon degrano.

Si buscamos en la Botánica encontraremos laspreciosas observaciones de Darwin en la yerba delrocío “Drosera rotundifolia." En su obra sobre lasplantas insectívoras dice el sabio observador: “Al es-tudiar la acción digestiva de las glándulas de la Dro-sera, asombra el hecho de que una cantidad d¿ unaveinte millonésima parte de un grano de fosfato deamoniaco produzca tales cambios en una glándula,que determinen la inflexión de los tentáculos y hastaen el tallo de las hojas."

La anatomía describe los elementos orgánicoscomo extraordinariamente pequeños. Las fibrillas queforman las fibras del tejido conectivo tienen un 8 diezmilésimo de milímetro.

Los glóbulos rojos de la sangre tienen 77 diezmilésimos de milímetro.

El orificio de los más pequeños capilares del cuer-po es un millón 210 veces más pequeño que la aber-tura de un tubo capilar de un décimo de pulgada dediámetro.

En Fisiología vemos que en una pulgada cuadra-da de epidérmis hay 700,645 celdillas epidermoides.Que en los bronquios del hombre hay 150 millones

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de pestañas vibrátiles. Que las celdillas de la grasatienen 23 milésimos de milímetro de diámetro, y enuna pulgada cúbica de grasa hay 65 millones deceldillas.

En Patología tenemos las experiencias del Dr.Harrison Blackley con motivo de la causa de la fie-bre que en Inglaterra se llama fiebre de heno. Seorigina en la época de la siega por el pélen de loscampos. Pues la dosis de ese polen que se necesitapara producir los primeros síntomas, es una dosmillo-nésima parte de un grano.

Además, los miasmas, esas entidades que llevanun nombre como la electricidad y el magnetismo, conser como esos fluidos, conocidos sino por sus efec-tos. ¿Cuál es el color, el tamaño, la figura y el pesode esos séres invisibles que diezman poblaciones en-teras, sembrando á su paso la desolación, el terrory la muerte?

¿De qué tamaño, cuál es el peso material de unapalabra que al herir el honor ó lastimar el amor pro-pio, produjo enfermedades materiales en los órganosdeterminando tal vez su destrucción y hasta la mis-ma muerte?

Finalmente, el estudio de los microbios, en elque se emplean inútilmente para la Terapéutica tan-tos talentos, trabajos y tiempo, revela la poderosainfluencia del infinito pequeño.

Pasteur, cultivando en caldo el microbio de lapústula maligna, dice: que cuando el desarrollo delos pequeños séres es completo, si se moja en aquellíquido la punta de una delgadísima aguja, basta me-terla en un litro de caldo simple, para ver al cabode 24 horas millones de séres idénticos reproducirse.

Los sabios que se dedican á la cultura de losmicrobios nos dicen que el Aspergillus niger en elmomento en que está en pleno desarrollo en un líqui-

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do, basta añadir una mil seiscientava paite de unmiligramo de nitrato de plata, para que desaparezcahasta el último vestigio de vegetación. Y esta vegeta-ción, añaden, es imposible obtenerla si se intenta enuna vasija de plata. La química es impotente para re-velar la cantidad de materia del vaso que se disuelveen el líquido de cultivo; pero lo demuestra ostensible-mente la planta al morir.

La fuerza vital es más sensible que las fuerzasfísico-químicas, ha dicho un sabio, y en ese hecho sefunda en Medicina Legal el procedimiento para demos-trar la presencia de ciertos venenos que matan enpequeñísimas dosis. La atropina por ejemplo, se sabeque la millonésima parte de un grano basta para pro-ducir la dilatación de la pupila en ciertos animales.

Pues en un envenenamiento con dósis pequeña quemezclada con los líquidos gastro intestinales no pue-da revelarse per la Química, se hace beber á un ani-mal esos mismos líquidos y el efecto sobre la pupilademostrará vitalmente lo que en vano se le pidió álas fuerzas materiales de la Química.

Todo esto demuestra experimentalmente y de unamanera material, y palmaria la existencia en la natu-raleza del infinito pequeño, y los maravillosos resulta-dos de ese concurso de fuerzas pequeñas y poderosasocultas bajo tan débil disfraz. “Las grandes funcionesde la Naturaleza, dice Valentín, el sabio Fisiologistaaleman, son el resultado de millones de elementos apé-nas perceptibles “

¿Quién podrá ahora, sin temor de ser tachadode inconsecuencia, de ignorancia ó de orgullosa preprevención, negar la presencia de la materia y suprodigiosa acción en las dósis homeopáticas? ¿A cuálde ellas corresponde la cantidad del vaso de plataque se disuelva en el líqúido de cultura para hacerimposible la vida del ásperguillus?. . . .

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Si se cree á la Anatomía, que armada del micros-copio nos demuestra la pequeñez de los elementos denuestro cuerpo. Si se cree á la Fisiología revelándo-nos por el mismo medio las pequeñísimas funcionesde esos elementos. Si se cree á la Patología que ayu-dada del poder del mismo instrumento penetra los ín-timos y moleculares trastornos de nuestros órganos,¿con qué derecho á la sana lógica y á la verdad, sedesprecia á la Terapéutica que ayudada del mismomicroscopio, nos demuestra también la pequeñez y larealidad de materia en las diluciones homeopáticas,y á esa fuerza vital que en rigorosa clínica demues-tra el maravilloso poder de que están dotadas.'' Siexisten una Anatomía, una Fisiología y una Patologíacon el infinito pequeño, existe también una Terapéuti-ca con el infinito pequeño, que después de lo expuestoes imposible negar sin incurrir en absurdo y en con-tradicción.

Y cuando se reflexiona sobre la delicada peque-ñez de nuestros elementos orgánicos, la sutileza desus fuerzas y funciones y su profunda susceptibilidadmorbosa, se siente repugnancia y se ve hasta irra-cional el intento de oponer á la esencia molecular ymicroscópica de una enfermedad, una dósis enormede materia bruta.

¿No es inconsecuente y absurdo, respecto á losmicrobios, demostrar su pequeñez infinita, y cuandose pretende atacar á esos imperceptibles pero formi-dables enemigos, aplicar dósis crecidas como se hizoen la epidemia de fiebre tifoidea de 1884 en París,hasta el grado que uno de los mas distingidos mé-dicos exclamó en plena Academia: “Queriendo matarlos microbios, ¿no habéis ántes matado á los portado-res de esos microbios?

Virchow, el sabio patologista aleman de la an-tigua Escuela, el autor de la patología celular ó mi-croscópica, dice: “Un mínimum de un excitador enér-

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53gico puede producir efectos muy grandes y persis-tentes, puesto que el movimiento catalytico primitivose propaga más y más. Este es uno de los hechos quehace comprender la posibilidad de \a ciencia homeo-pática."

El descubrimiento de la Terapéutica molecularfué una de las grandes glorias del ilustre Hahne"mann. Con su asombrosa intuición y extraordinario ta-lento se adelantó casi un siglo á su época, y los su-yos, no pudiéndolo comprender, lo despreciaron. Apé-nas se comenzaba entonces á hacer aplicación delmicroscopio á la anatomía, y sólo la fuerza vital,el más poderoso de los reactivos, apoyaba en el te-rreno de la experiencia las grandes concepciones deHahnemann.

Pero ha llegado el tiempo en que la invariableconstancia de los hechos, los adelantos de las cienciasy los asombrosos instrumentas de análisis, compruebenunánimemente las adelantadas doctrinas de Hahne-mann; y estando fundadas como están en indestruc-tible verdad, Dios sólo sabe, con el trascurso del tiem-po, de cuánta perfección serán capaces y cuántosútiles y preciosos descubrimientos nacerán de ellas.

Al presente, insistir en negar hechos tan abun-dantemente comprobados, es obligar á exclamar áuno, con Humboldt: Cosmos, 1.1: "Un orgulloso escep-tisismo que rechaza los hechos sin profundizarlos esmás pernicioso que la credulidad más ligera" por-que como dice Eschenmayer: "No querer ni ver, niensayar, es el tétanos racionalista de nuestra época."

Pero no es esto todo, hay que considerar tam-bién las nuevas propiedades que adquiere la materiacuando se lleva á un alto grado de división. SantoTomás, en su Teología natural, dice con todos losp'ísicos que la materia es divisible hasta el infinito:pero agrega con profunda sabiduría que dividida másallá de ciertos límites cambia de propiedades,

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Hahnemann sostuvo con sus admirables dilucio-nes y probó con la experiencia clínica que las sus-tancias medicinales brutas adquirían por la tritura-ción y por la dilución propiedades curativas precio-sas y enérgicas. Y así, el pedernal, que para nadaemplea la antigua Escuela; el carbón, del cual noconociendo más que las propiedades químicas, sola-mente lo usa para observar las infectas emanacionesde ciertas llagas, esas sustancias inertes si se llevanpor la trituración á una alta división, adquieren eluno, preciosas fuerzas curativas en cierta clase deescrófula; y el otro, admirables efectos en los casosde agotamiento vital. Cuando se observa la piel des-colorida, el semblante sin expresión y enflaquecido,la mirada apagada, las extremidades con un frió mor-tal, y el pulso miserable ó insensible, es asombroso-ver después de unas dosis de carbón, volver el co-lor, levantarse el pulso, animarse la fisonomía y vol-ver á la vida una criatura que estaba en el dintelde la agonia. Los enfermos y los deudos que siempreesperan la salud, no miden lo extraordinario de es-tos casos, pero no hay médico homeópata que enfrente de tan maravillosos resultados no se sienta so-brecoger de un religioso asombro.

.Hahnemann no tuvo otra prueba de sus aseve-raciones que la que lé suministró la fuerza vital; in-troducir en la naturaleza enferma cantidades infini-tesimales de medicamento y curar enérgicamente ycon seguridad era la respuesta y la confirmación desus concepciones.

Pero para espíritus que nunca se levantan sobrelo material, que no se persuaden por las fuerzas dela inteligencia, sino por el engañoso testimonio de los.sentidos, la fuerza vital es un velo para encubrir laignorancia; y como no pueden palparla, la desprecian;,mas no pudiendo negar la evidencia de sus resulta-dos, olvidan con arrogancia que la naturaleza siem-v

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55pre se nos da á conocer en sus efectos, pero nuncaen sus causas.

Bastaría para comprender el cambio de propie-dades de la materia dividida en altos límites, recor-dar algunas nociones generales de Písica. En la pá-gina Ia del “Tj atado de Ganot“ que ha servido mu-chísimos años de texto para algunas generacionesmédicas, se lee: “que los cuerpos están compuestosde elementos infinitamente pequeños que no puedendividirse físicamente: que estos elementos están sobre-puestos, sin tocarse y mantenidos á distancias pordos fuerzas, de atracción y repulsión, que se llamanfuerzas moleculares: que la fuerza de repulsión es de-bida al calor y la de atracción sólo se admite comohecho porque no se conoce la causa 1 que esos ele-mentos de los cuerpos se llaman átomos: que en cadauno de ellos residen las fuerzas y propiedades queen toda la masa: que esos átomos reunidos formanlas moléculas, y el conjunto de éstas el cuerpo: quenada se sabe sobre la forma ni volúmen de los áto-mos y moléculas, ni sobre la distancia que las sepa-ra, ni de las leyes de las fuerzas que los rigen. Tam-poco se conoce su número bajo determinado volúmen.Sólo se sabe que sobrepuja extremedamente todo loque se atreviera uno á admitir á priori;" y como con-firmación de esto, dice en una nota: «A. Dupré, ensus importantes investigaciones sobre la desagrega-ción total y las fuerzas de reunión, ha llegado á esteresultado: que en un cubo de agua de un milésimode milímetro de lado entran más de 225,000 millonesde moléculas»....

Pues bien, todo lo que tienda á separar esos áto-mos de sus distancias, producirá mayor libertad enel juego de sus fuerzas, y hará más intensos sus re-sultados. Y como cada átomo tiene las mismas fuer-zas y propiedades de la masa entera, no hay cálculo

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56que valorice ni imaginación que se figure el asom-broso desarrollo de las tuerzas y resultados de ungrupo de átomos separados. Como si diez hombresintentan tirar esgrima en un sitio de tres varas cua-dradas; imposible les será ni un solo movimiento ental sentido, pero en 50 varas podrán atacarse y de-fenderse en ciertas guardias, y en cuatrocientas po-drán desplegar toda su fuerza y habilidad en el asalto.

Una cantidad pequeña de agua, inerte en eseestado, si el calor viene á separar extraordinariamen-te sus moléculas reduciéndola á vapor, se convertiráen un conjunto de fuerzas formidables de cuyos asom-brosos resultados todos los dias nos dan patente tes-timonio las locomotoras de los caminos de fierro yde la industria.

En Homeopatía todas las sustancias medicinalesse someten para su alta división al movimiento pro-longado de la sucusion y la trituración, y siendo unhecho que el frotamiento desarrolla calor, que el ca-lor en diversos estados produce luz, electricidad ómagnetismo, y que la fuerza que separa los átomoses el calor también, resulta en consecuencia que lassustancias medicinales homeopáticas sufren una di-visión profunda, molecular, que desarrolla en ellaspropiedades de que carecían en el estado bruto. Cuan-do en completa oscuridad se practica la trituraciónde una sustancia, se observa una luz azulada queaparece y desaparece en los distintos giros que seimprime al pilón del mortero. Nadie podrá detallarlos cambios que ese desarrollo eléctrico producirá enel estado atómico del medicamento; pero nadie tam-poco se atreverá á negar su influencia.

Pero como si no fueran bastante las pruebas queanteceden para probar suficientemente esa importantepropiedad de la materia, Dios quiso que un nuevo ynotable experimento físico que de pronto algunos sa-

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57bios creyeron que era un fenómeno extraordinario,probára de una manera física y perentoria la verdadde que me ocupo. Me refiero á lo que se llamó: “Ma-teria radiante" y cuyo fenómeno consiste en lo si-guiente:

El hidrógeno es el gas ménos denso, el más su-til que se conoce; el ácido carbónico es, por el con-trario, el más pesado y tiene la propiedad de apagarla combustión de los cuerpos.

Si en un recipiente esférico, de cristal, provistode una llave y lleno de hidrógeno, se introduce unvolumen de ácido carbónico ó de cualquiera otro gas,la mezcla se hará rápidamente. Entonces se hacepasar un volumen de esa mezcla en otro recipienteque contenga también hidrógeno, y repitiendo estaoperación en otros recipientes, se observa que despuésde algunas mezclas el gas se pone luminoso, un vivomovimiento se percibe en su masa, y adquiere pro-piedades de repulsión y atracción sobre los cuerpos.El ácido carbónico, pues, en la división y subdivisiónde sus moléculas ha adquirido propiedades que enel estado bruto no tenía.

Este experimento no es, en rigor, más que lamanera de dinamizar en Homeopatía. Hahnemannaconsejó dinamizar los medicamentos líquidos, en unlíquido: en el alcohol, y los medicamentos sólidos enun sólido, la azúcar de leche. Los gases, pues, podránser dinamizados en otro gas, por ejemplo, el hidrógeno.

Después de todos estos hechos y consideracionesque anteceden, y en el estado actual de la ciencia,nadie podrá negar sin incurrir en absurda y groseracontradicción ó en ignorancia ó maliciosa prevención,la presencia de la materia y su extraordinaria acciónen las diluciones infinitesimales. Decir que las dilu-ciones homeopáticas son agua, es un absurdo físico;y sostener que nada Tiacen, es un disparate de lesanaturaleza.

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58"La ceguedad, la indiferencia y la injusticia, dice

el profesor Hoppe, han rivalizado en esfuerzos paraminar la Homeopatía." Pero nada han podido hacerpara detener su asombroso progreso. Si hubiera sidosólo una teoría, hace mucho tiempo que habría desa-parecido juntamente con tantas de la Escuela antigua.Pero la Homeopatía no ha inventado nada; ella noha hecho más que revelar una ley de la naturaleza,y constituirse sobre eila como una ciencia prácticay apoyada en la sana observación y la experiencia.

Hace 50 años apénas era practicada por el ilus-tre maestro y un reducido grupo de médicos discUpulos. Hoy tiene representantes dignos, llenos de ac-tividad y abnegación, en todas partes del mnndo. Entodas las capitales cuenta con academias y socieda-des que trabajan en su adelanto y desarrollo; perió-dicos en todos los idiomas que propagan los adelantosy nuevas conquistas de su doctrina, poniendo en co-municación los esfuerzos de los que la profesan; hos-pitales en donde se prueba á plena luz y con irre-fragables hechos, la supremacía la seguridad y lasabiduría de la verdadera ciencia de curar; y final-mente, millares de prosélitos en todas las clases dela sociedad, que son vivos testimonios de sus benefLcios y de su verdad.

Voy á pormenorizar ahora algunos de los hechosque anteceden, y comenzando por la altura á que seencuentra la práctica homeopática en algunos países,me referiré al tomo 31 de la "Revista homeopáticamensual," de Londres, correspondiente al año de 1886.

En los Estados Unidos, donde la Homeopatía sepractica libremente y con el a pojo de un ilustrado■Gobierno, es el país que cuenta mayor número demédicos homeópatas, ascienden éstos á 6,000. Ha3T 23hospitales generales, 31 hospitales especiales, 49 dis-pensarios, 15 colegios y 4 escuelas especiales, 19 pe-riódicos y 102 sociedades.

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59En Alemania hay 304 médicos con 14 hospitales

y 4 periódicos.En Austria 208 médicos con 8 hospitales, 2 so

ciedades y 6 periódicos.En Francia 350 médicos, 3 hospitales en París,

8 dispensarios, 2 periódicos y 2 grandes sociedades.En Inglaterra hay sobre 300 médicos, 8 hospita-

les, muchos dispensarios, varias sociedades generalesy 4 periódicos sólo en Lóndres.

No está aquí incluida la práctica homeopáticarepresentada por médicos, hospitales, sociedades yperiódicos en otros países de Europa como España,Italia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Rusia. La su-ma de todas esas cantidades daría un contingente-respetable de hombres y de instituciones.

A la Homeopatía se debe la abolición casi ab-soluta de la mortífera lanceta, la simplicidad y rela-tiva unidad de las recetas de la Escuela antigua, lamoderación en las dósis y el uso de algunos de susvaliosos remedios que han introducido los mismosdetractóles para aparecer como sabios inventores ó.para descansar en algo que no sea el error y la va-cilación.

Y esa influencia de la Homeopatía, lenta pero*constante, se sostiene enérgicamente en medio de la-tenaz persecución de la Escuela que se llama á símisma racional y que viene sosteniendo el ódio y ladureza de sus antepasados: y así como los médicoscontemporáneos de Hahnemann, sin oirlo ni experi-mentar su doctrina, lo arrojaron del seno de su so-'

ciedad, en nuestros dias también otros repiten losmismos atentados de violencia.

La Sociedad Anatómica de París, en su sesiónde 4 de Enero de 1656, excluyó unánimemente desu seno á los Doctores Tessier, Gabalda, Fredault yJousset, como autores de publicaciones homeopáticas.

En Lóndres se exige á los jóvenes médicos un

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compromiso de honor para no entrar nunca en con-sulta con ningún médico homeópata; y cuando elministro Dysraeli estuvo gravemente enfermo y quela reina mandó un médico homeópata para que con-ferenciara con los médicos de cabecera, uno rehusóabiertamente la consulta, y el otro, que por conside-raciones y respeto la aceptó, fué expulsado del RealColegio de médicos sin atención y sin disculpa.

En nuestra Escuela de Medicina también el año•de 1860 fué destituido del cargo de Prosector de laCátedra de Anatomía, que había ganado por oposi-ción, el Dr. Rafael Degollado, por sus conviccioneshomeopáticas.

Sin embargo, como un testimonio de alabanza yde justicia, voy á referir un hecho único y extraor-dinario en el mundo. En 1882, el Dr. Adrián Segu-ra, médico alópata, con un valor y lealtad que hon-ran su memoria, leyó en la Academia de Medicinade México un trabajo en que decía: que habia pre-senciado casos de pulmonía desahuciados, por los aló-patas, curados ventajosamente por la Homeopatía;que siendo el Fósforo el medicamento empleado por losmédicos homeópatas llevaba algunos años de observarsus efectos con los mejores resultados; que dificulta-des farmacéuticas de preparación, respecto al Fósforo,le habían obligado á fijarse en el Fosfuro cls Zinac

,

y concluía con las dosis y una explicación teórica so-'

bre el modo de obrar del Fósforo en la pulmonía.El ilustre y respetable Cuerpo, superior á los

odios de todas las sociedades y de todos los tiempos,sin alusión alguna, y en vez de separar de su senoal digno compañero, publica las observaciones en superiódico y muchos experimentan la práctica delSr. Segura.

Conducta de tan elevada'nobleza, me recuerdatambién un rasgo que dibuja el decoro y buen sentir

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de médicos mexicanos. Algunos compañeros míosalópatas, que conocen mis convicciones, no han des-deñado concurrir conmigo en junta, y me han deja-do en libertad para aplicar los medicamentos de lamoderna Terapéutica.

El desprecio y el odio jamás podrán empañarel brillo de la verdad homeopática ni oscurecer nidestruir ese hecho que todos miran con asombro: unadoctrina que á pesar de ciega oposición, después de90 años, permanece invariable en su naturaleza yposeedora de la verdad de un principio, camina á laperfección con seguridad y certidumbre, acreditandocon hechos extraordinarios y constantes su valía. Deaquí nace el deseo estéril de realizar en el contra-rio campo, esos notables hechos; y por eso no faltande cuando en cuando algunos campeones que salenarmados de los arsenales déla homeopatía, pero sinenseñar la marca de sus armas. En las obras cien-tíficas, en los periódicos, en las Academias, en to-das partes se recomiendan medicinas de la ModernaEscuela para sus propios casos, pero callando envi-diosamente su origen, y esto es tan repetido y fre-cuente que sería imposible enumerarlo.

Concretándome á algo de mi propio país, cuan-do en 1879 el Dr. Liceaga tuvo el grande pensamien-to de invitar á todos los médicos para formar el es-tudio del tifo en toda la República, entre las Memo-rias que se presentaron, hubo una cuyo autor reco-mendaba el Rhus tóxicodendron (Zumaque venenoso)para la curación del tifo: planta, según decía, que ha-bía caído en desuso y con la cual había hecho susobservaciones.. ..

El Rhus tóxicodendron, pues, fué uno de los 60 me-dicamentos cuyos síntomas experimentó Hahnemannmismo ayudado de 8 médicos discípulos, y en la intro.duccion á su estudio dice en la Materia médica pura

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que con el Rhus y la Bryonía en sus respectivas in-dicaciones había curado todos los casos de la terri-ble epidemia de tifo que había asolado la Alemaniael año de 1813! y en una nota agrega que en Leip-zick había curado con Rhus solo, 183 casos sinperder uno solo, cuyo resultado comparado con losde la antigua práctica había llamado la atención enRusia.

Desde esa época, en todas las obras de Materiamédica y en todos los tratados de Medicina domés-tica figura el Rhus al lado del Arsénico, de la Bryo-nía y otros medicamentos entre los recomendadospara el tifo.

Ignorándola Academia, la histtoria que antecede,uno de sus miembros, en la discusión del dictámen,pidió alguna recompensa para el autor, fundándoseentre otras cosas en que había presentado un medi-camento nuevo, y la recompensa fué otorgada.

Más recientemente se ha llamado la atención pú-blica recomendando el arsénico para la profilaxia, ómanera de precaverse del tifo. Pues el Dr. Espaneten su obra "La práctica de la Homeopatía simplifLcada" en su sección de Profiláxia dice: En las enfer-medades epidémicas se aplica de ordinario y conéxito en los sugetos todavía no atacados, un trata-miento preservativo que consiste no sólo en medioshigiénicos, sino también en medicamentos escogidosentre los que constituyen el fondo del tratamientocurativo de la enfermedad de que se quiere preser-var: así, Arsénico y Rhus serán los profilácticos deltiío, Cuprum y Veratrum del Cholera, etc., etc.

Para detalles más completos se podría consultar-la obra del Dr. Despiney: "Del Arsénico considera-do como antídoto de las enfermedades infecciosas, suempleo curativo y preservativo según el método deHahnemann." París.—1871.

Pero la situación más grave de la Escuela An-

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6 3tigua es el estado de división en que se encuentra.

El Profesor Virchow, el ilustre fundador de laPatología celular, en las Trcins. del Cong. med. int.de 1881 dice con su propia autoridad: “que nosotrosal fin sabemos á diferencia de nuestros ignorantesantepasados, que la enfermedad es una cosa real, unente material: una celdilla alterada.

Después, Mr. Pasteur, también bajo su propiaautoridad nos dice que Lt enfermedad es una cosareal, un ente material: un microbio.

¿Cómo será posible concordar opiniones tan dis-tintas? ¿Cuál de los dos sabios tiene razón? Y encuanto á método curativo, que es el punto más im-portante y deliecado, cuál se deberá preferir enciencia, y léjos del propio pareeer y de las elucu-braciones de la ciencia? Ya se ha visto que la Es-cuela de Virchow ó anatómico patológica nada pue-de para curar las enfermedades después que hanrecorrido ciertos periodos, y que su Terapéutica des-cansa también en una teoría y no en un principiofijo y verdadero.

En cuanto al microbismo se debe preguntar á lospanspermistas si los microbios son la causa, ó elproducto de las enfermedades. Se sabe que los mi-crobios necesitan un terreno á propósito para desaxrrollarse; y por otra parte es un hecho que la com-posición de la sangre cambia aumentando ó per-diendo sus principios, en las enfermedades, y con-virtiéndose por decirlo así, en tierra abonada parala vida y multiplicación de los invisibles gérmenesque pululan en el aire. En este caso, la causa queproduce los cambios de composición en la sangresería de un órden superior á los microbios para pro-ducir las enfermedades.

Después de esto, hay una experiencia notablede Onimus, Gas. med. Dic. 30—1882. "Separé, dice,

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por medio de un pergamino la sangre del agua quecontenía las sales que promueven el deserrollo delos proto'organismos. El todo se puso en las condi-ciones que hacen la sangre septicémica. Después dealgún tiempo se encontró en ambos líquidos los mis-mos organismos, los mismos bibriones, las mismasbacterias, los mismos microbios, y sin embargo mién-tras que unas gotas de sangre inyectadas produjeronla muerte, el agua inyectada conteniendo millones deorganismos idénticos en forma, edad etc., no produjoen el organismo perturbación alguna."

Y como si no bastara todo ese caos de contra-dicciones y de dudas, todavía se presenta la Dosime-tría que, á juzgar por su nombre, parecería que notiene otra novedad que sus dósis fijas y medidas.Pero nó, ella se llama á sí misma la medicina científi-ca, é intolerante con todo lo que no es su sistema-rompe con el pasado, y llama vieja ignorante y des,preciable á la secular alopatía y naturalistas del.mundo microscópico que no se ocupan mas que deponer nombre y clasificar séres invisibles á los sabiosque estudian los microbios.

Carece de historia y de estadísticas en qué fun-dar sus pretensiones; y á excepción de Bélgica endonde fué prohijada y algunos médicos de Franciay otras partes que la practican, no es universalmen-te recibida.

Inventada por el Dr. Mandl, médico homeopático,tiene los glóbulos, lós botiquines, los repertorios, lasmedicinas domésticas y toda la apariencia exteriorde la Homeopatía. Usa todos sus medicamentos yaunque todos los químicos y terapeutistas convienenque no son lo mismo los efectos del Opio que losde la morfina y demás alcaloides de él; que hay diferen-cia entre la quina, la quinina, la cinchonina y susotros componentes por lo mismo que la esencia de na-

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65ranja ó el ácido cítrico tomados separadamente nopueden tener el efecto que una naranja; sin embargo,ella sólo emplea los alcaloides ó principios venenososó activos como se dice, de las plantas. Y aun cuandoemplea medios miligramos, miligramos ó centigramoscomo son muy repetidos y de sustancias muy activas,sus dósis son exageradas como en la alopatia, y pe-ligrosas cuando el medicamento que usa es homeopá'tico á la enfermedad que quiere curar, porque comoentónces la medicina obra en sentido de la enferme-dad, quién sabe hasta dónde llegaría la natural agra-vación que produjera en tales casos.

Tiene como los otros sistemas de la Alopatía suteoría para la inflamación. Se sabe que la inflamaciónproduce la dilatación de los vasos capilares sanguí-neos. Se sabe que la Estricnina produce la contrac-ción de las fibras musculares; luego ha de estrecharel calibre de los vasos; luego la Estricnina cura lainflamación. Pero la Ergotina por ejemplo, y otrassustancias también estrechan los capilares y ellas po-drían también emplearse para el mismo objeto, ¿porque pues se prefiere una á las demási*

Se ve pues que la teoría dosímetra adolece deldefecto de todas sus antecesoras de 2,000 años atrás.Es una suposición no es un principio científico Es unasimple inducción que no descansa en la observaciónni la experiencia.

A pesar del deseo de separarse de la Alopatía,conserva la secular lanceta para caso rigorosamentenecesario, y usa un Purgante que por dó quiera em-plea, el Seidlitz Chanteaud, que vale tanto como lospolvos de Seidlitz comunes ó el citrato de magnesiaó cualquiera otro; pero el Dr. Burgraeve, el propa-gador de la dosimetría, dice que lleva 30 años de to-marlo, y asegura él mismo que á él le debe haberllegado á la edad que cuenta.

Carece de confianza en el empleo de una sola

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medicina y sin desprenderse de la red Alopática, man-da en ciertas enfermedades unas medicinas para lossíntomas que se presentan Medicación variante , yotras para la constitución del paciente, Medicaciónconstante.

Asclepiades decía que el oficio del médico eracurar, cito, tuto et jucundé, como rradujo Celsus,pronto, con seguridad, y agradablemente. La homeo-patía blasona de cumplir en sus curaciones el deseodel descendiente deEsculapio. Las estadísticas compa-rativa* demuestran que cura muy pronto. El conoci-miento científico de los medicamentos, su empleosegún una verdad y una ley de la naturaleza, la con-ducen á usarlos con seguridad; y como no debilitalas fuerzas vitales del enfermo con sangrías, purgasni pérdidas de humores, ni maltrata su gusto conbrebajes indigestos y repugnantes que le ocasionennuevos síntomas incómodos, es indudable que tambiéncura agradablemente, cito, tuto et jucunde.

La Dosimetría asegura que ella también desen-vuelve esas cualidades, y en efecto, dice que comosus medicinas ya están preparadas de antemano sepueden obtener, cito, pronto. Que el estar medidasrigurosamente las dósis, da el tuto, la seguridad, ycomo no tienen mal sabor se pueden tomar jucunde,agradablemente. De manera que miéntras la Homeo-patía realiza en el sentido de la salud del enfermo,y en el importante terreno de la curación, tan belloconsejo, la Dosimetría lo realiza en el terreno de labotica. Y todavía, en cuanto á la rigorosa medida delas dósis, un jóven médico de la antigua Escuela,amigo mió y dotado de sincera observación y buenjuicio, me asegura haber hecho el análisis químico dealgunas muestras de glóbulos [Chanteaud] y haber«encontrado muchos que no tienen medicina alguna.

Y al disputarse el terreno de la Terapéutica los

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67panspermistas con sus microbios, los de la Escuelafisiológica con sus células u.termas y además la Do-simetría ¿qué deberá preterirse, en dónde está la ver-dad, puesto que la verdad es una en todas las cosas?

Por eso al contemplar el caos de la medicina ac-tual exclama el Dr. Bonordeun (Gaz. med. prus. 1,862);"En ninguna ép'oca los modos de tratamiento de lasdiversas enfermedades han diferido tanto como ennuestros dias, en ninguna época la Terapéutica tuvotan pocos principios y fué tan dudosa é incierta co-mo hoy."

Y estos pensamientos los repite en Francia elDr. Amadeo Latour cuando dice (en la Union Mé-dica): "La medicina actual se ha desviado de sus víasnaturales; ha perdido de vista su noble objeto, el dealiviar ó curar. La Terapéutica ha sido arrojada alúltimo lugar; y sin terapéutica el médico no es másque un inútil materialista que pasa su vida en reco-nocer, en clasificar y dibujar las enfermedades delhombre. La Terapéutica es la que levanta y ennoble-ce nuestro arte, por ella sólo tiene él objeto y porella sólo este arte puede ser ciencia." Pero esto noes más que el eco del grito de desengaño y desa-liento que en todas las épocas y en todos los sigloshan dejado escapar todos los grandes médicos pen-sadores.

Sydenham, el ilustre médico inglés, en el sigloXVII exclamaba al fin de su vida: "La medicina esel arte de charlar, no de curar."

Boerahve, aquel médico de grande talento y defama universal en el siglo XVIII, mandaba, en sutestamento, quemar todos sus libros á excepción deun volúmen magníficamente empastado, en donde séleyó estas palabras: "Conservad la cabeza fresca, lospiés calientes y el vientre libre, y burlaos de losmédicos."

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Bichat, el ilustre anatomista de la Escuela an-tigua, á principios de nuestro siglo decía hablandode la Terapéutica ( Anat . gen.): "No es una ciencia pa-ra un espíritu metódico: es un conjunto informe deideas inexactas, de medios ilusorios, de fórmulas tanextravagantemente concebidas como fastidiosamenteacumuladas. Se dice que la práctica de la medicinaes repugnante; yo digo más, no puede ser la de unhombre racional cuando se sacan los principios de lamayor parte de las materias médicas."

Magrndie, el célebre fisiologista: "Sabedlo bien, laenfermedad sigue habitualmente su marcha á pesar dela medicación. Si dijera mi pensamiento añadiría queen los hospitales donde la medicina es más activa,la mortalidad es más considerable."

Louis, el hábil clínico francés: "Hace 20 años quehe estudiado en los hospitales todos los métodos cu-rativos á su vez, y he observado que la mayor par-te de ellos ofrecían resultados deplorables; á ellos lesdebo la pérdida de personas muy queridas."

Bouchardat, terapeutista alópata: "La ciencia.noestá hecha, está por edificarse."

Spreugel decía: "El escepticismo en medicinaes el colmo de la ciencia: el partido más sabio con-siste en mirar todas las opiniones con el ojo de laindiferencia sin adoptar ninguna."

En nuestros dias, la Inglaterra repite también elmismo grito de desengaño y desesperación, y susnotables terapeutistas exclaman como el sabio Dr.Wilks, del hospital de Guy, ante la Sociedad médicade Midland en Birmingham: "El médico que haga de-pender el éxito de sus curaciones del uso de los medi-camentos, nunca tendrá una posición más alta quecuando no dé ninguno y mantenga á los amigos delpaciente léjos de las medicinas y confiados solamenteen su alto conocimiento.

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6 9"Todo sistema que comienza con la curación por

medio de drogas, es erróneo, estrecho en principios ycon sabor de charlatanismo puesto que hace una lla-mada directa al sentimientopopular.

"Sería curioso saber cuántas medicinas se danpor el conocimiento de su uso, y cuántas simplementepor seguir el dictámen de nuestro entendimiento. Yocreo que á todos nosotros, cuando escribimos sobre unpedazo de papel el nombre de algún medicamentora curar una enfermedad, nos sería muy diíícil daruna buena razón de nuestro modo de obrar. Lo quetenemos que hacer es tomar ese farragon de Materiamédica y purgarlo de todo lo fantástico é inútil, pro-curando descubrir por directa observación y exactaexperimentación la naturaleza de los medicamentos."

El Dr. Swayer, en el Instituto médico de Bir-mingham, dijo: «¿Por qué doy tal medicina á tal en-fermo? No porque tenga tales ó cuales efectos fisio-lógicos y por eso espere yo que haga bien, sino por-que ántes he visto que es ventajosa en igualescunstancias, y esta experiencia me satisface parausarla miéntras no conozca yo otra mejor."

Pero miéntras unos permanecen envueltos en lastinieblas de su escepticismo, otros vuelven sus mira-das clandestinamente á la despreciable Homeopatíapara pedirle, y no en vano, la luz y la esperanza queles falta.

Sydnei Ringer, el sabio terapeutista del ColegioReal de Médicos, publicó hace 14 años un "Tratadode Terapéutica" que llamó mucho la atención y aKcanzó 4 ediciones. Callando siempre el origen, reco-mendaba algunas medicinas en pequeñísimas dósis ypara los mismos casos que en Homeopatía. Decía,por ejemplo, que muchas veces no se necesitaba paracontener el vómito más que una sola gota de vinode ipecacuana; y algunos párrafos de su obra pare-cen salidos de la pluma del mejor homeópata.

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Pero el acontecimiento más notable y reciente,así como más grave para la antigua medicina, es el«Tratado de Terapéutica,» del Dr. Lauder Brunton,cuyo testimonio y conducta son de gran peso porser catedrático actual de materia médica en la Es-cuela dominante.

Dice «que cualquiera sustancia que en moderadacantidad aumenta la energía de las celdillas orgáni-cas de nuestros tejidos, la destruye cuando es exce-siva —Las cantidades muy pequeñas ó muy grandesproducen efectos semejantes.—La acción opuesta delas dósis grandes y las pequeñas, parece ser el fun-damento de verdad sobre el que se funda la Homeo-patía.—La práctica irregular de las dósis infinitesi-males, nada tiene que hacer con el principio de laHomeopatía: los semejantes curan á los semejantes.Lo que tiene que hacerse es lo que aconsejaba Hipó-crates cuando recomendaba la Mandragora para lamanía: que la dósis sea más pequeña que la que bas-taría para producir en el hombre sano síntomas se-mejantes á la enfermedad.» Este es el mismo lengua-je que usan los bajo dilucionistas homeópatas.

El éxito práctico de las obras de Ringer, Anstiey otros, ha consistido en asimilar á su enseñanza he-chos prácticos de Homeopatía aplicada, y Mr. Brun-ton no se ha quedado atrás de sus compañeros. Cual-quiera se convencerá viendo el Indice clínico de suobra, que ocupa 100 páginas. Así puede verse, porejemplo, en el rubro de Angina [Tonsillitis] 24 agen-tes, de los cuales 13 sen de uso interno y de éstos 9son tomados de la Homeopatía, y son: Acónito, Apis,el veneno de la Abeja que sólo la Homeopatía cono'ce y usa, Arsénico, Belladona, Yodo y ioduros, Mer'curio y Phytolaca.

En el Vómito hay 51 agentes, de los cuales 43 sondrogas y de éstas 15 son homeopáticas, encontj ándo-

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se entre ellas el Tártaro, la Apomorfina, la Ipeca-cuana, etc.

En el chólera menciona el Arsénico, el Alcan-for (15 gotas de tintura fuerte miéntras los síntomassean violentos), el Cobre, casi el mismo tratamientoaconsejado hace 90 años por Hahnemann.

Sin embargo, en el mismo volúmen asegura quela Homeopatía no puede considerarse como una re-gla de práctica universal, porque impide qué los quela siguen busquen un sistema racional de Terapéuti-ca. A lo que se le podía contestar con aquel poetaromano: “Video meliora proboque, deteriora sequor.— Conozco y apruebo lo mejor, y sin embargo sigolo peor."

Y esta obra ha sido acogida con grande aplau-so y traducida al francés y al español, hallándosepor consiguiente entre las manos de los estudiantesy de los médicos.

Hé aquí ya á la despreciable Homeopatía meti-da dentro del corazón de la antigua medicina, cuyosecular edificio ya cruje y comienza á derrumbar-se bajo los embates de los trabajadores de la verdad.“Dos generaciones más, como dice el ilustre Dr. ho-meópata Gallavardin, y con excepción de algunosdisidentes, todos los médicos se habrán agrupado alrededor del principio de Hahnemann "

Ya se acerca el cumplimiento de la predicciónde su ilustre fundador, cuando lleno de fé y con cla-rísima intuición decía: “Nuestro arte no necesita pa-lanca política ni mundanas divisas de honor paraser algo. Entre toda la yerba y la invisible zizañaque vegeta en su derredor, él crece gradualmente,désde pequeña bellota á árbol esbelto, y ya sus altascimas dominan la vegetecion que le rodea. Tenedsólo paciencia, él penetra con sus raíces las profun-didades de la tierra, y con toda certidumbre y á su

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72debido tiempo, será un elevado roble que extiendasus robustos brazos, que la tempestad no podrá rom-per, á todas las regiones de la tierra, y la humani-dad adolorida se refrigerará bajo su bienhechorasombra."

¡Cómo contrasta la vigorosa fé y la esperanzatranquila del ilustre anciano de Kóethen con el amar-go desengaño, la negra duda y la desesperación delos médicos eminentes y pensadores de la vieja Es-cuela en todos los tiempos y en todo el mundo! Ellosbajan al sepulcro sin haber conseguido lo que bus-caron, descreídos y sin esperanza; y Hahnemann, enlos últimos dias de su avanzada vida, escribía en 1833,en la Gaceta Médica General [homeopática]: "El quesiga mi ejemplo, acabará su carrera con la alegríaque yo que estoy al borde de la tumba; como yo,reclinará tranquilo su cabeza en el seno de la tierra,y entregará lleno de confianza su alma á DIOS, cuyaOmnipotencia hace temblar á los malvados."

Voy á ocuparme, por último, de algunas obje-ciones contra la Homeopatía y trataré indistintamen-te las que tienen una procedencia científica ó un ori-gen vulgar. Ninguna de ellas tiene el peso de lafuerza ni de la reflexión; ninguna de ellas se fundaen un conocimiento seguró de la nueva ciencia, pe-ro el público, que no está obligado á analizarlas, pu-diera concederles una importancia que de ningún mo-do merecen.

El profesor Bouchut, al emitir su desventajosa■u-pinion sobre la Homeopatía, dice: "No solamente lasclases pobres é ignorantes de la sociedad son adep-tas de la Homeopatía, sino que sus clientes y suspatronos son precisamente personas ricas, ilustradas,ministros, oficiales superiores, letrados, mujeres ner-viosas del gran mundo, gentes que hacen alarde deincredulidad, espíritus fuertes que no creen en los

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milagros, ni en el sobrenatural, pero que creen en laHomeopatía; y sin embargo, toda esa popularidaddescansa únicamente en la credulidad, en la fé delos que se curan, porque el incrédulo no saca ven-taja de esa medicación..,." Yo, sólo le preguntaréal sabio profesor Bouchut cuál es la fé con que con-tribuyen para su curación los millares de niños quesalva diariamente la Homeopatía, y sobre todo, endónde está la fé de los caballos que cura admirable-mente la Veterinaria homeopática.

Entre nosotros se ha dicho que Hahneman, paraestudiar los efectos puros de los medicamentos en elhombre sano, los repartía entre la multitud de per-sonas sin distinción de criterio, clase ó ilustración;que tenía gente mercenaria que por un jornal se pres-taba á la experimentación. Pues en el "Organon dela Medicina," 4a edición española, en la página 135,después de recomendar Hahnemann en el páirafo143 la observación del rigoroso método que aconsejapara descubrir los efectos morbíficos de los medica-mentos, en la nota 2a

,dice: "En estos últimos tiem-

pos han confiado el cuidado de experimentar los me-dicamentos á personas desconocidas y distantes quese pagaban para cumplir este encargo. Pero este mo-do priva de garantía moral, de certidumbre y detodo valor real á este importante trabajo en el quedeben fundarse las bases de la única verdadera me-dicina." Hahnemann trabajó 15 años, desde 1790 hasta1805 en experimentar en su propia persona más de60 medicamentos, y en medio de aquel admirablecuanto penoso trabajo, decía: "Cuando se trata de unarte cuyo objeto es la salud humana cualquiera omi-sión pára conseguir el fin es un crimen."

En 1842 la Sociedad reexperimentadora dena estableció una série de trabajos que duraron hasta1848, con objeto de revisar los experimentos de Hah-nemann y esas rigorosas reexperimentaciones no hicie-

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74ron más que confirmar la conciencia, el rigor y la ver-dad de las admirables observaciones del m Qstro.

Se dice que las medicinas homeopáticas no ha-cen nada, que se pueden tomar todos los glóbulosjuntos de un botiquín sin sentir cosa alguna. ¿Pero,es preciso envenenar para curar? El alópata que pre-tende curar con los efectos primarios y venenososde los medicamentos necesita para llegar á ellos gran-des dósis. Para que purgue la salcatártica esrio tomar una onza; para que la ipecacuana hagavomitar es preciso mandar 30 ó 40 granos; para queel opio haga dormir es necesario un grano de extrac-to, etc., etc. Pero el homeópata cura con los efectossecundarios de los medicamentos y para obtenerlosbastan pequeñísimas dósis y esto no son razonamientosteóricos, ni opiniones, sino hechos y propiedades dela Naturaleza.

Todos los glóbulos de un frasco tomados en unasola vez, nada harán en estado de salud, convengo,pero tomados en el de enfermedad de una maneracientífica y metódica, 90 años de experiencia y mi-llares de enfermos que atestiguan afirmativamentesus buenos resultados, forman criterio de evidenciacontra la ilógica negativa de unos cuantos.

Los gobiernos, se dice, desdeñan la Homeopatía:las ambulancias de los ejércitos todas están serviadas por la alopatía.

Desde el año de 1829 se hicieron, por mandamien-to del Emperador de Rrusia, ensayos de tratamientohomeopático comparado, por el Dr. Hermann, en elhospital de Infantería de San Petersburgo. Se reci-bieron 409 enfermos.—Se curaron 370.—7 se mejo-raron.—No curaron 4.—Murieron 16.—Quedaron 12:—Mortalidad 3.91 por ciento. Miéntras que la mor-talidad en el hospital de Marina de la misma capi-tal, con servicio alopático, fué de 23.3 por ciento,

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75En la guerra de sesesion de los Estados Unidoá,

por orden del Ministerio de la Guerra, se orga-nizaron ambulancias homeopáticas y alopáticas; y ibmismo se hizo en la guerra Turco-rusa.

Se insiste en que las Academias y sociedades desabios no admiten la Homeopatía. Esta es precisa-mente la lucha, y la historia de las grandes verda-des científicas demuestra que nunca las Academiascompararon los argumentos, experimentaron los he'*chos ni estudiaron á fondo las cuestiones para decidir;ellas en todos tiempos han opuesto una resistenciatenaz á todos los grandes descubrimientos y ésto seconvierte en una prueba de la verdad de la Homeo-patía

Cuando Galileo demostró el movimiento de laTierra, probando la verdad del sistema de Copérnicó,la Inquisición de Italia lo condenó como herético, pe-ro después de haberse fundado en el dictámen de lossabios de aquella época que se reunieron en variasocasiones para refutarlo.

Guillermo Harvey, el descubridor de la circula-ción de la sangre, no encontró en el Colegio Realde Médicos de Lóndres más que incredulidad y opo:

sicion á su descubrimiento y tuvo que Mfrir las bur-las, la persecusion y los disgustos que emanaban delorgullo y la envidia de sus compañeros.

]enner, el descubridor de la vacuna, tuvo queluchar contra la ignorancia, la injusticia y las preo-cupaciones de su época. En Lóndres y en París sedividieron las opiniones de los sabios, y fué necesa-rio el trascurso de muchos años para aceptar uná-nimemente el benéfico descubrimiento.

En 1802 la Academia de París declaró loco áRoberto Fulton, el inventor de los buques de vapor,cuando esperaba realizar en Francia su grandiosopensamiento. Los Estados Unidos lo acogieron con

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entusiasmo y cinco años más tarde el primer buquede vapor surcaba las aguas del Hudson navegandoentre Albany y New York.

Era preciso que la verdad médica, la Homeopa-tía, recorriera también la misma senda de escollos ydificultades con que el orgullo, la ignorancia y laenvidia han querido en insensata alianza estorbar subienhechora marcha. Si los sabios y los grandes lahostilizaron al principio, no hay que extrañarlo, ja-más la verdad entró en el mundo sino venciendo elerror y las pasiones.

En 90 años de rudos trabjos, la Homeopatía ja-más se ha doblegado ante las capciosas opiniones desus contrarios; ha sufrido todas las pruebas, ha contes-tado todas las objeciones y á fuerza de paciencia y dehechos admirables que todoel mundo mira, ha impues-to silencio á la ignorancia, y conquistado los títulos quele dan derecho á ser la verdaderamedicina, no hay quedudarlo, de un porvenir cercano.

A realzar estos hechos ante los ojos del públi-co tiende el conjunto de estas hnmildes reflexiones.Si la salud es el más valioso de los bienes, es precisosaber cómo recobrarlo con éxito cnando se ha perdido,es preciso conocer en dónde están la certidumbre!y la seguridad.

Yo no pretendo convencer á todos; pero sí creoque los innegables hechos que refiero, enlazados ín-timamente con la experiencia y con la Historia, me-recen, por parte de los espíritus sérios y reflexivos,atenta consideración y detenido exámen.

México, Diciembre 12 de 1890.

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