Almas en la sabana

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Almas en la sabana Por: JP Aguirre (Escrita en 2008)

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Dos cachorros, un guepardo y una leona, sobreviven juntos después de quedar huérfanos a manos del hombre. (Nouvelle Escrita en 2008)

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Almas en la sabana

Por: JP Aguirre(Escrita en 2008)

“Eran ojos hermosos, resplandecían tocándome

Hasta lo más íntimo. Ojos cautivadores que

Hacían que la paz no fuese nada comparado

A mi deseo de mirar y admirar tan bella luz”.

Atardecía en las llanuras de la sabana africana, la gran esfera que iluminaba el

cielo y la tierra se marchaba a descansar tras largas horas de trabajo. Eso es lo que creía

el joven y perdido Natzala acerca del día y la noche, o más bien eso era lo que le enseñó

su sabia madre semanas atrás. El Felino de grandes y asustados ojos, no se diferenciaba

de sus ya muertos hermanos a kilómetros atrás, tan pequeños y asesinados sin piedad ni

escrúpulo. Solitario y aterrado por la soledad de la noche, Natzala no tenía idea de que

ya muy pocos quedan como él en este mundo de tan pocas oportunidades, y así es como

la vida de uno de los de su especie vale más que la de millones de hombres y mujeres

que pisan la tierra.

La escasa luz seguía desapareciendo, tal y como caen las arenas de un reloj, el

cachorro solo pensaba en su inevitable muerte, en su indefensa existencia, solo rodeado

de delgados árboles, mezclado y camuflado entre altos pastizales que le tapaban la vista

de la luna llena, no era nada más que un pequeño guepardo, que sin entender nada

había quedado desvalido y huérfano de la compañía de su madre y sus queridos

hermanos.

Sus orejas se levantaron de improviso, y tiritando se giró hacia su lomo; así

creyó sentir por última vez la hierba debajo de las garras de sus patas. Levantó la mirada

ya entregado al destino y por primera vez contempló esos ojos, como una luz suave y al

mismo tiempo potente y excitante, él los miró hipnotizado, como si su vida dependiera

de ello. Aquellos ojos le observaban atentos, y lentamente se le acercaron hasta que los

vio tan cerca como a su propia nariz.

-¿Qué hace un joven guepardo solo y sin su madre? – Le preguntó la voz de

aquella criatura.

El joven Natzala no le respondió a aquella bestia, pensó en mantener el silencio

sin perder de vista en esos ojos que le miraban fijamente. Era raro, algo en ellos le

hipnotizaba.

-¿Me escuchas? – Preguntó aquel ser notoriamente más fuerte y grande que él.

El cachorro se alejó unos pasos hacia atrás, comenzó a reflexionar ágilmente, y

sin quitarle la mirada a la criatura con tal dulce voz, pensó en huir lo más rápido que

podía, como lo hacía siempre su madre, como lo hacen los guepardos cuando sienten

que están en peligro, pero finalmente no lo hizo, acababa de tomar una decisión

extremadamente importante.

-Toda mi familia está muerta – Exclamó despacio, con ansias de huir esperando

cualquier leve movimiento de la criatura.

Aquellos ojos se agrandaron aún más, como dos lunas en medio de la oscuridad

del cielo nocturno - ¿Has sobrevivido a ellos? – Le cuestionó con asombro.

-Eso creo – Confesó Tímidamente, mientras un pequeño suspiro se le escapó de

momento. – Recuerdo correr como nunca lo he hecho, esperaba que mis hermanos me

siguieran, pero ninguno alcanzó a escapar.

-Has sido muy afortunado… Dime, ¿Cómo te llamas? – Preguntó la criatura.

-Mi madre me nombró “Natzala”, significa patas cortas en nuestro idioma. –

Respondió con algo más de tranquilidad.

Esta vez aquellos enormes y radiantes ojos se alejaron unos cuantos metros hacia

atrás, el cuerpo de aquel bello animal se mostró en un claro de luna.

-¡Eres una leona! – Exclamó Natzala temeroso, miedo llevado a su mente por el

instinto de la supervivencia, sus músculos se tensaron otra vez esperando huir lo más

rápido posible.

-Mi madre también ha muerto, creo que toda mi manada lo está, y al igual que

tú, pude escapar.

El guepardo se acercó un paso hacia ella -¿Fueron ellos, los salvajes de dos

patas?

-Sí. –Confirmó bajando la mirada. -Al igual que tu, soy huérfana.

-¿Cómo te llamas? – Preguntó el joven guepardo, ahora mucho más relajado.

-Me llamo Tiane.

-¿Qué significa? – Preguntó interesado.

-Luna – Respondió.

El joven guepardo la contempló por largos minutos, era una leona joven, casi

adulta, sus caninos brillaban en la oscuridad, muy semejante a las garras de sus propias

patas. Natzala solo era solo un “Pre-adolescente”, y bastante pequeño para su edad, a

cambio de aquellos sutiles defectos, poseía músculos fuertes y muy elásticos, por lo que

era muy veloz a pesar de su tamaño.

Después de una larga hora de silencio, ambos animales solo se miraban a unos

cuantos metros de distancia, el guepardo notó que aquellos hermosos ojos aún seguían

puestos en él, Natzala cerró los suyos, solo para pensar y relajarse. En pocos segundos

pudo sentir algo nuevo y diferente, pero que al mismo tiempo era familiar y agradable.

-¿Natzala? – Le llamó la leona tímidamente - ¿Puedo acompañarte esta noche? -

El guepardo no le quitaba la mirada de encima, Y al escuchar tal pregunta volvió a

reflexionar todas las posibilidades, su atmosfera se volvió tensa al imaginar y sentir la

imagen de dos animales de diferente especie caminando juntos en las llanuras de áfrica,

era imposible solo pensarlo.

-Somos dos huérfanos Tiane – Dijo seriamente - Tal vez nuestra compañía nos

ayude a sobrevivir – Terminó diciendo esperanzado.

La delgada leona se le acercó y lo acarició con su cabeza, ronroneando

suavemente.

-Gracias – Le dijo muy contenta.

Los potentes rayos del sol despertaron los ojos del joven Natzala.

Inmediatamente sintió un extraño y envolvente calor, al mismo tiempo un gran peso

junto a él, alguien le hacía compañía. Aún no se encontraba totalmente despierto cuando

miró hacia uno de sus costados, se asustó de golpe al ver a la joven leona reposar a su

lado, Tiane estaba profundamente dormida junto a él.

El guepardo se levantó suavemente, notó que el viento no muy frió de la mañana

le saludaba con caricias en todo el cuerpo. Se estiró bostezando, y decidió subir aun

más por la gruesa rama del mismo árbol en donde habían dormido toda la noche.

Comenzó a contemplar el horizonte, su espectacular vista le permitía ver a largas

distancias, notó una manada de elefantes al norte, caminaban tranquilos en busca de

charcos de agua, pero no pudo divisar ninguna presa posible para sus características

físicas. Intentó recordar a su fuerte madre, sus enseñanzas y consejos.

-¿Qué haces allí? – Le preguntó Tiane de improviso, Natzala se desconcentró y

puso su mirada en los ojos de la leona, contempló inmediatamente su cuerpo, sus

colmillos y cola. Ahora era de día, y pudo verla tal y como era realmente, bastante más

grande comparada a él, pero de una presencia muy fina y delicada.

-Estoy buscando un posible desayuno – Respondió volcando su vista hacia el

horizonte otra vez.

-Comida ¿De eso hablas? – Hubo un largo silencio entre ambos - ¿El almuerzo

es lo buscas desde allá arriba?

-Sí – Exclamó el guepardo algo fastidiado.

-¿Qué quieres atrapar, Pájaros? – Preguntó burlesca.

-¿Por qué no subes y me ayudas? – Respondió desafiante – Verás mucho mejor

desde aquí, y podríamos competir quien tiene mejor vista.

-Apenas pude subir aquí anoche – Dijo molesta – y además ¿Para qué quiero yo

un maldito pájaro? Los leones no necesitamos de la altura para encontrar comida como

tú dices, usamos el olfato, la selección, las estrategias e incluso la mismísima suerte es

una técnica infalible.

-¿Cuánta suerte has encontrado? – Le cuestionó Natzala seriamente - Parece que

no has tenido mucha de ella últimamente.

Tiane bajó dificultosamente del árbol, el guepardo le quedó mirando muy

preocupado, en segundos bajó de un salto siguiendo sus pasos - ¿Dónde vas? – Preguntó

intentado seguir su ritmo.

Tiane mantuvo el silencio, y continuó caminando sin titubear.

-Yo tampoco he tenido mucha – Exclamó - ¡Tiane! Es por eso debemos valernos

por nosotros mismos.

-Ya entenderás porque te lo estoy diciendo – Exclamó ella mientras caminaba

hacia una vasta planicie de la sabana.

Natzala se detuvo y no le siguió el paso. Recordando a su madre, miró hacia el

cielo buscando respuestas, notó que estaba totalmente despejado. Volvió a mirar a

Tiane, la leona continuaba caminando a paso acelerado.

-¡Tiane! – Le gritó desde lejos, mientras aceleraba sus patas para alcanzarla.

-¿Has cazado alguna vez? – Preguntó ella. La leona esperaba su más obvia

respuesta - ¿Lo has hecho? ¿Has cazado?

-Mi madre me traía pequeñas gacelas medio muertas – Dijo llegando por fin a su

lado.

-¿Has cazado alguna vez? – Lo interrumpió.

- Mi madre lo hacía obviamente.

-Entonces yo te enseñaré a cazar – Le ordenó tajante, mientras un débil olor a

jabalí se hizo notar muy evidente en el aire.

Los dos felinos caminaban ágilmente, por pastos secos y largos. Estaban

callados, mantenían el silencio, como si los dos fantasearan en creer que iban en

compañía de sus respectivas madres. Pero cuando finalmente miraban hacia el costado,

volvían a la inevitable y terrible realidad, eran huérfanos.

Cada uno volvió a aquellas enseñanzas y cuentos que les fueron relatados en el

pasado; Natzala recordó, como hace solo unas semanas, un grupo de leonas le robaron

la presa recién cazada a su madre, que con tanto esfuerzo capturó y mató para poder

vivir.

-Mi Mamá de verdad que odiaba a tu especie, no se podía explicar como seres

tan corpulentos, perezosos y tontos aún siguieran existiendo en esta época – Rompió el

silencio.

-¿Perezosos y tontos? Ella no nos conocía Natzala.

-Recuerdo una vez que me senté a ver como un grupo de leones se organizaban

para atacar a un Ñu, lo disfruté realmente no puedo negarlo. Aquella ocasión llegó mi

madre a mi lado, se recostó solo y únicamente para detectar errores de estrategia y de

ejecución. – Tiane le miró algo triste, mientras Natzala comenzaba a recordar a su

madre más profundamente. – Le debo la vida – Confesó – Espero que haya creído en mí

alguna vez, que haya pensando en que llegaría vivo a la adultez, que me convertiría en

un guepardo digno, autosuficiente, alguien como ella.

Se creó un hermoso silencio, suavemente apareció el bello cantar de los

pájaros, mientras el sonido del pisar de sus delgadas patas retumbaba al mismo ritmo en

sus cabezas.

-Perdí a toda mí manada - Dijo Tiane muy afectada. Natzala algo sorprendido

por aquellas palabras comparaba sus pequeñas garras con las enormes patas de su

compañera.

-Si te sigues lamentando así no lograremos sobrevivir – Comentó Natzala.

-Tal vez no quiero sobrevivir.

El felino se detuvo molesto -¿Y faltar al principio básico, a nuestro instinto más

íntimo y propio?

-¿Cuál es el sentido de esto? – Preguntó Furiosa.

-Podrías salvar dos vidas al mismo tiempo, ese es el sentido de todo, vivir, para

eso nacimos, ¿Acaso no lo ves?

Tiane se detuvo impactada por aquellas palabras, miraba ahora al horizonte,

intentaba oler algo a lo lejos, como si se acercara una presa. Finalmente contempló los

ojos de Natzala, y en medio de su admiración surgió una pequeña pregunta, tan intima

y existencialmente propia, que deseó guardarla en los más profundo de su mente y de su

corazón.

-¿Qué dices? ¿Sobrevivamos? – Preguntó el guepardo, sin dejar de mirar los

bellos ojos de la leona.

Tiane asintió suavemente con la cabeza, acompañada de una delicada sonrisa

felina.

Los pocos animales inteligentes, capaces de preguntarse ¿por que un guepardo y

una leona conviven como cualquier familia? Estaban confundidos y curiosos por esta

nueva relación. Ellos no se sentían fuera de lo normal o lo natural, realmente no había

razón alguna para que los leones estuviesen en profunda enemistad con los guepardos,

aunque en un ambiente tan hostil, salvaje y de pocas oportunidades, casi siempre las

especies de la misma cadena alimenticia son obligadas a reaccionar de aquella manera, a

pelear por la supervivencia.

Tiane, la joven y delicada leona, descansaba bajo la sombra de un gran y

hermoso árbol. Estaba atardeciendo y ya llevaba varias horas durmiendo. Natzala se le

acercaba a lo lejos, acabando de llegar de una larga caminata por su nuevo y humilde

territorio. A lejos él la observó dormir, se veía tan inofensiva y dulce que decidió dejarla

descansar tranquila, y a pesar de las ansias por contarle una pequeña anécdota de su

largo viaje, se volteó y la dejó en paz.

El delgado guepardo se acercó a un gran montículo, un nido de termitas

africanas, lo trepó ágilmente, y se sentó a admirar el horizonte. Podía, en aquella

posición, admirar una gran variedad de entes y cosas inertes, animales, nubes lejanas…

Desde ese elevado lugar, podía contemplar a Tiane, podía darse el lujo de cerrar sus

ojos y sentir la brisa que acariciaba su bello y delgado cuerpo. Al abrirlos, su vista

periférica le mostró una silueta que se acercaba aceleradamente, pero él ya conocía el

correr de Tiane.

-¿Sigues buscando pájaros? – Le preguntó la leona, se detuvo y le quedó

mirando – ¿Quién te enseñó a subir a los termiteros?

Natzala siguió contemplando el horizonte – Ella siempre subía estos montículos

para observar. Cuando yo era pequeño siempre la estudiaba, cada movimiento, cada

conducta, escondido por supuesto. A ella no le gustaban las interrupciones cuando

buscaba comida. Pero un día ella me descubrió, me miró extrañada y confundida, allí

ella volvió sus ojos a mis hermanos que jugaban en los pastizales, pero yo no, yo solo le

miraba para aprender algo nuevo. Finalmente ella me dijo que subiera y que le diera un

poco de compañía. Fue la primera y última vez que miramos el horizonte los dos juntos.

Sentí como si hubiésemos nacido para estar en lo alto, admirar las cosas, sentirlas de

esa manera. Ese día aprendí que cada especie nace para algo, no sé, tenemos un sentido

diferente.

Tiane se mantuvo pensativa, frunció el seño y se le acercó para intentar subir.

-¿Por qué no subes de una vez?

-Eso intento.

La joven leona saltó apresurada, pero en un equivoco intento resbaló y cayó al

suelo.

-Eres muy pesada. – Dijo Natzala, mientras Tiane seguía intentando subir.

-¿Por qué no me enseñas algo que te sea propio? Algo que yo nunca podría hacer

– Le pidió el joven guepardo.

Tiane cerró sus ojos, abrió sus fauces y un fuerte y potente rugido hizo caer a

Natzala del montículo intacto al suelo, pero bastante asustado.

-Eso es escalofriante. – Confesó el felino.

-Se siente bien hacerlo, además, acabo de descubrir cómo hacerte bajar de allí

cuando me plazca. – Dijo con una gran sonrisa.

Ambos felinos marchaban lentamente, como todos los días después despertar,

discutían su próxima táctica de caza. Era ya de mediodía, y la sabana estaba muy

callada, incluso exenta del canto de los pájaros.

Tiane hablaba y hablaba sin parar, había despertado muy incentivada, la vida

había retornado a ella otra vez. Aunque el pequeño guepardo solo la podía mirar y sus

palabras rebotaban de sus oídos, contemplaba su caminar, que era como un movimiento

hipnótico y perfecto. Los meses que habían pasado frente a ellos dos le hicieron

entender que no podría quejarse por nada en este mundo, aunque lo había perdido todo

era feliz, aunque él sabía que ella pensaba mucho en él, porque el concepto de dos

felinos de diferente especie conviviendo como familia no era fácil de aceptar para tal

orgulloso animal como lo era un león.

-¿Ves esos elefantes? Se creen reyes, pero no tienen ninguna gracia, solo comen

esos aburridos árboles y caminan muy, pero muy lento, como si creyeran que su

movimiento es bonito. He visto algunos en las lejanías de la sabana ayudando aquellos

salvajes que caminan con solo dos patas. Se dejan montar en sus grandes lomos, y los

dominan como si fuesen mansos y estúpidos.

-¿Elefantes? Nunca me he puesto a estudiarlos, pero tampoco les encuentro

mucha gracia como dices tú.

-¿Te gustaría matar a uno? – Le Preguntó Natzala a Tiane, esperando su ansiada

respuesta.

-Es como un sueño, una meta digna para todo cazador – Comentó La leona.

-Velocidad y garras, contra fuerza bruta, sumada con toneladas y toneladas de

músculo y grasa de elefante… no nos conviene para nada. – Opinó Natzala con otra

gran sonrisa.

-Tú lo has dicho tonto. – Exclamó Tiane empujando a su compañero suavemente

mientras caminaban por la sabana.

-Aun así no tienen gracia – Le dijo él devolviendo el empujón propinado por la

leona.

Tiane estaba recostaba mientras Natzala terminaba de comer de los restos de un

pequeño jabalí asesinado por ellos la noche anterior.

-Sabes Natzala, alguna vez has pensado en…

-¿Qué cosa? – Le interrumpió mientras masticaba los huesos del cerdo.

-Es difícil de preguntar, por que no sé como explicarlo.

Natzala le miró tiernamente poniéndole algo de atención.

-¿Alguna vez has imaginado que eres otro ser?

-¿Otro ser?

-Si, a ver por ejemplo, ¿has imaginado alguna vez que fuiste alguna vez un

león?

-¿Un león? ¿Cuándo? – Preguntó Natzala.

-No lo sé, tal vez antes de ser guepardo.

-Me acordaría si hubiese sido un león. – Respondió muy confundido.

-Digo, en otra vida, mucho antes de haber nacido.

Natzala abrió los ojos como estupefactos y quedó pensando en lo que le

planteaba su fiel amiga.

-¿Cómo es eso? ¡Es extraño! – Dijo el guepardo mientras bostezaba pensativo.

-¿Cómo sabes si alguna vez fuiste un león? Tal vez hace muchos años…

Imagínate esto, antes de que fueras un guepardo, fuiste un gran león, con una bella

melena y con una gran manada a la que tendrías que haber cuidado y protegido de otros

leones forajidos.

-Pero sabría algo de los leones ¿No crees?, sabría algo al nacer, ¿O no? ¿Cómo

es posible olvidar todos esos recuerdos?

-¿Cómo sabes si alguna vez yo fui una guepardo? Con fuertes músculos en mis

piernas, y con los que pude haber corrido a gran velocidad, incluso más veloz

que tu…

-Sabrías algo de mí, me contarías como hubiese sido la experiencia de ser un

guepardo.

-No valdría la pena recordar lo de la otra vida.

-¿Por qué no?

-¿No sería mejor nacer con la mente en blanco? Piénsalo, si algún día tú te

mueres, y naces como otro ser, ya sea un guepardo, un elefante, un salvaje, lo que sea,

¿No te gustaría olvidar aquel trauma? Tú sabes, ver morir a tu madre en frente de tus

ojos, o de saber que todos tus pequeños hermanos están muertos.

-Pero…

-¿Cuál sería la idea de nacer como un guepardo si tienes la mente y los

recuerdos de un león?

-Tienes razón, no tiene ningún sentido…

-Pero la duda es, si es que aquel suceso en hecho o realidad en verdad existe.

-No me lo había planteado nunca, pero hay algo curioso… una vez, me puse a

pensar en que se sentiría ser uno de esos salvajes, ¿Recuerdas? Lentos y débiles

comparado a nosotros… Pero a cambio ellos tienen la capacidad, la cual no me explico,

de matar elefantes, de matar leones, de matar guepardos como yo.

-¿Te gustaría ser como ellos, a pesar de...?

-No estoy diciendo eso, me refiero a que son tan misteriosos, tan fuera de este

mundo.

-Son un mal Natzala, matan sin piedad…

-Lo sé, pero todos somos asesinos en la naturaleza mi amiga.

-Ellos aman destruir la belleza, solo por placer – Exclamó Tiane muy molesta.

Solo el simple hecho de querer sobrevivir, tan simple como terminar el ciclo por

el cual sus madres luchaban. Caminan juntos por los pastizales secos de la sabana,

buscan el camino a la adultez, buscan ser como sus madres querían que ellos fueran.

Con garras afiladas, ojos penetrantes, músculos jóvenes, perfeccionados y

potenciados al límite. Una respiración suave pero profunda a la vez, con la

concentración a su punto de ebullición, y con las ansias de correr con el estimulo más

pequeño.

Natzala despierta exaltado y con miedo en el corazón, su respiración estaba muy

agitada, estaba confundido, las imágenes en su mente comenzaban a tornarse borrosas.

-¿Qué te sucede? – Le preguntó la leona.

-No lo sé, vi algo.

-Tuviste una pesadilla.

-Una muy extraña.

-¿Qué sucedía?

-Recuerdo poco, tengo una sensación de dolor y desesperación, aunque también

de calma. – Natzala se concentró en los ojos de Tiane, comenzó a tranquilizarse con el

paso de los segundos.

-Cuéntamelo. – Le pidió Tiane.

Natzala no respondía, estaba como hipnotizado con los ojos de su amiga.

-¡Natzala! – El guepardo reaccionó al oír su nombre.

-Hay algo en tus ojos…

-¿Mis ojos?

-No sé que me ocurre, cuando los miro me sucede algo. - La leona se mantuvo

en silencio. -¿Tiane?

-¿Qué sucede?

-Soñé que era uno de esos salvajes, estaba en la sabana, completamente solo,

completamente abandonado.

-¿Un salvaje?

-Si… De pronto comencé a sentir un dolor en mi lomo, un dolor muy intenso y

agudo, me desplomé en el suelo. - La leona escuchaba atenta.

-Y De pronto llegas tú, suavemente te me acercas y me miras a los ojos, como lo

haces ahora.

-¿Yo?

-Sí y allí el dolor comenzó a cesar, después tú te marchas lentamente,

fundiéndote entre los arbustos.

-¿Qué sucede después?

-Te intento seguir, pero no puedo porque ya no era un guepardo, sino un salvaje,

de esos que caminan en dos patas, y debía volver con los míos.

-Es muy Curioso Natzala. – El guepardo se acercó a Tiane apoyando su cabeza

en su lomo como buscando algo de seguridad.

-¿Qué sucede con nosotros dos? – Preguntó Natzala.

-Tal vez comiste mucho. – Dijo bromeando.

-Hay algo en tus ojos, pero no sé lo que es.

Pasaron muchos días, muchas semanas, muchos meses. De jóvenes felinos con

ganas de conocer el arte de la caza, pasaron a ser dos adultos inseparables, sabios y

perfeccionados.

Aquel extraño sueño de Natzala, se volvió un recuerdo muy profundo para los

dos felinos, aunque nunca le encontraron relación.

Eran completamente el uno para el otro, nacidos para conocerse, nacidos para

estar juntos. Se miraban y se reían, jugaban como pequeños gatitos, cazaban

sabiamente, siempre lo justo y lo necesario.

Los dos se habían convertido en una especia hibrida, creada por ellos mismos,

tenían su propia manera de ver la vida, sus propias bromas, sus propias técnicas, ambos

se amaban de la misma manera.

Ambas siluetas se movían entre la noche ágilmente entre los pastizales, corrían y

murmuraban entre ellos, palabras al azar, risas casi descontroladas.

-¡Mira! – Gritó Tiane.

Natzala se volteó y abrió sus ojos - ¿Qué pasa?

-Es una cueva. – Respondió – Entremos.

-Puede ser peligroso.

-No seas tonto, vamos, entra conmigo.

Natzala no respondió, pero le siguió el paso.

Ambos felinos se adentraron lentamente por la cueva, mientras sus patas

avanzaban lentamente, sus pasos parecían callados y sutiles, nadie podría haber notado

que ellos habían entrado, su sigilo era perfecto.

-¿Hay lucecitas allá? – Susurró Tiane.

-Las veo, son insectos.

-¿Insectos, estás loco?

Natzala apresuró el paso, y Tiane le siguió también, se acercaron a las

pequeñas esferas de luz, eran hermosas y delicadas, luciérnagas que revoloteaban en el

mismo lugar. El guepardo se volteó hacia Tiene, no les perdía la vista, sonrió al mirarla

así, y se recostó junto a ella.

-¿Quieres dormir aquí? – Preguntó Natzala. – Parece un buen lugar.

-¿Y el árbol? – Respondió sin mirarlo a los ojos, aún puestos en las

luciérnagas.

Natzala le sonrió – Eso me pasa contigo.

-¿Qué cosa?

-Con tus ojos, no puedo dejar de mirarlos.

Tiane cerró los ojos y se recostó junto a Natzala, comenzó a ronronear

suavemente, Natzala también le siguió y suspiró profundamente para descansar.

-¿Aún la recuerdas? – Le pregunto dejando un pequeño silencio en el

ambiente.

-A veces… ¿Y tú?

-Todo el tiempo. – Dijo suspirando. Abrió los ojos lentamente y comenzó

a recordar el abrigo de su madre cuando solo era una cachorra.

-Yo también. – Confesó algo triste – Todo el tiempo.

-¿Y qué recuerdas ahora?

Natzala volvió a suspirar –No lo sé, solo cosas, como imágenes

borrosas… Pero la sensación es la misma. – Dijo mirando a Tiane. -¿Y Tú?

-Una mañana yo estaba tomando agua, estaba sola. Ella se acercó a mí y

me sonrió, le saludé y me calló, me pidió que la escuchara. Esa mañana me habló de lo

difícil de ser madre, los riesgos y las condiciones que pone el padre como patriarca de la

manada, de lo difícil que puede ser perderlos con otro león que llega y se hace poseedor

de todo y de todos… Yo nunca seré una leona así. – Dijo. – Es algo que tengo muy bien

asumido.

-Claro que puedes. – Respondió de inmediato - ¿Por qué no me lo habías

dicho antes?

-No es…

-Me hubiera ido si me lo hubieras pedido. – Dijo levantándose, estaba

enfurecido. – ¡Es lógico! Tenía que llegar el momento. – Intentó marcharse, quiso

ponerse a correr lejos de ella, con tristeza en el corazón, pero Tiane se le tiró encima en

el momento justo y lo derribó violentamente.

-No – Le increpó. – Nunca dejaría que te fueras. – Dijo molesta, mientras

Natzala le miraba profundamente a los ojos.

-Debes darte una posibilidad de ser quien eres en realidad. – Exclamó

tristemente. – No puedo privarte de eso, somos diferentes. – Recalcó.

-Pude haberte matado esa noche. – Le dijo seriamente. – Y aún puedo

hacerlo.

Tiane lo soltó ahora menos molesta. Natzala bajó la mirada y esperó más

palabras de ella… Pero no, ella solo se alejó lentamente hacía la entrada de la cueva, él

no dudo en seguirla.

-Solo somos tú y yo. – Exclamó Tiane al salir de la cueva. – Nada más ni

nada menos.

Natzala levantó la mirada y miró hacia el cielo nocturno, inspiró

suavemente. - ¿Siempre? – Preguntó.

Tiane le sonrió y se le acercó a lamerle la nariz. – Claro. – Le susurró.

A la mañana siguiente, todo parecía más claro, más rápido y más enérgico, entre

juegos y bromas Tiane se le adelantó rápida y bruscamente, Natzala le miraba desde

lejos, reía y sentía la brisa en su cuerpo. Llevaban jugueteando todo el día, desde la

mañana hasta el atardecer.

-¿Por qué no hacemos una carrera? – Le gritó Tiane proponiéndoselo desde

lejos.

-Espérame, si te he dado ventaja.

-Bien, ya empecé – Le gritó la leona corriendo al mismo tiempo.

-Tramposa – Gritó él intentando seguirla a gran velocidad.

La leona, mucho más pesada y lenta, corría lo mas rápido que ella podía, pero el

delgado Natzala ya casi la alcanzaba, sus movimientos eran hermosos, sutiles y

delicados, a pesar de esa gran velocidad, la elegancia de su correr era admirable.

Ese era uno de los secretos de Tiane, cada vez que Natzala corría tras una gacela

o un pequeño jabalí, ella le observaba sin quitarle los ojos de encima, era como un

pasatiempo que nunca le aburría, como si se nutriera de aquella belleza, de aquella

perfección hecha movimiento.

-Ya verás – Volvió a gritar el guepardo.

-Hasta aquel árbol – Gritó Tiane muy confiada.

-¿Cuál? Hay muchos.

-Aquel que… - La leona se detuvo en seco.

Natzala siguió corriendo – ¿Ya te has cansado? Estás vieja leoncita.

-¡Natzala! Ven – Le gritó Tiane como nunca antes lo había hecho. El guepardo

miró hacia el frente, y allí estaba su mayor trauma, su mayor miedo, se le había

aparecido en frente de sus ojos. Una masa metálica, rugiendo como nunca antes lo había

oído, y dentro de este, dos salvajes ponían sus miradas en el guepardo.

-¡Natzala! Corre hacia mí.

El guepardo se giró y corrió lo más rápido que pudo, la leona le miraba aterrada, hasta

que oyó un disparo. Algunos pájaros muy asustados huyeron de sus árboles.

-¡Natzala! – Gritó la leona otra vez, esperando que el guepardo volviera a su

lado.

-Tiane corre conmigo – Natzala se acercó a ella corriendo, La leona le siguió el

paso lo más rápido que pudo.

-¡Vamos! – Dijo Tiane.

Se oyen más disparos.

-A ese árbol – Le indicó Natzala.

Ambos llegaron a un gran árbol, casi exhaustos intentaron esconderse de lo que

los perseguía.

-¿Tiane? ¿Qué sucede? – Preguntó muy asustado.

La leona estaba aterrada. De pronto, la masa metálica los sorprendió otra vez,

comenzó acercase por detrás. Natzala reaccionó inmediatamente, pero no puedo irse sin

su querida amiga, la cual estaba petrificada junto al árbol.

-¡Tiane! – Le Gritó – ven.

Ella no se movía – No puedo, no puedo más…

-Olvídalo, eso no ocurrirá, no a nosotros – Le dijo a la leona algo desesperado.

-Pero…

-Recuerda todo lo que hemos visto, todo lo que hemos pasado.

-Está tan cerca.

-El rinoceronte, ¿Recuerdas? Casi me muero esa vez, solo debes recordar como

reímos ese día.

-¿Cómo olvidar tu expresión? – Exclamó con una sonrisa nerviosa.

-¿Recuerdas cuándo me viste por primera vez?

-Yo estaba asustada también.

-Tú decidiste si podíamos estar juntos, tú no me mataste, por que viste algo en

mí.

-Si – Asintió la leona.

-Ahora mírame, ¿Qué ves?

-Los salvajes, esa cosa se ha detenido, parece que nos miran.

-No a ellos, a mí.

-Es ruidoso, se susurran entre ellos.

-Mírame.

-Se acercan a nosotros, ¡Nos van a matar!, igual que a madre, igual que a tus

hermanos.

-¿Recuerda lo que viste en mi?

-Está tan cerca.

-¿Qué viste?

La leona volcó la mirada en su fiel y querido amigo, reflexionó rápidamente lo

que le pedía Natzala en esos momentos - Algo que nunca había sentido, cuando estas

cerca de mí, cuando miro tus ojos, siento como si te conociera de toda la vida, he

incluso más.

-Yo también siento eso Tiane, y no sé cómo explicarlo, nunca podría.

-Se detuvo Natzala, la cosa esa ya no está avanzando.

-¡Mírame! Saldremos corriendo a las tres, confía en mí por favor….uno…dos…

y,… tres.

Los dos felinos salieron corriendo de improviso, corrían lo más rápido que

podían, en esos momentos, después de escuchar más disparos, se reunieron en otro gran

árbol, junto a un pequeño charco para poder descansar.

-Natzala, ¿Estás bien?

-Eso creo, ¿tú?

-Bien…

Ambos quedaron en silencio, a la espera de los salvajes quienes los seguían

incansablemente - ¿Qué sucede? ¿Por qué nos buscan?

-No tengo ni idea.

-Algo está pasando, hay muchas de esas cosas extrañas, no son animales.

-¿Qué haremos?

-¡Natzala cuidado! – Se oyeron otros dos disparos.

-¡Corre! ¡Corre! – Le gritó la leona.

-Estoy cansado, ya no puedo más – Confesó el guepardo corriendo junto a ella,

esta vez escuchó otros disparos a lo lejos, tantos, que su corazón se ensordeció

haciéndole creer que nunca terminaría.

Los dos felinos se reunieron otra vez escondiéndose bajo unos matorrales.

-Están muy cerca otra vez, los puedo oír. – Dijo Tiane tumbándose en el suelo.

-Recupera el aliento por favor. – Le pidió muy agitado. El guepardo comenzaba

a desesperarse aún más. - Por favor, recupérate. - Natzala le miró profundamente, pero

sus ojos no creían lo que veían.

-Me duele mucho.

-Ni lo digas – Gritó él – Esto no nos pasará a nosotros.

-Natzala…

-No digas nada, no te ha pasado nada, debemos irnos ya.

-Tonto, si solo me duele un poco el lomo.

-Cállate Tiane, no ha sido nada.

-Natzala, como me gustaría irme a descansar junto a ti, dormir en la rama de un

gran árbol, y despertar, despertar mirándote como observas el horizonte, como si

recordaras a tu madre en él.

-No es nada, ¡Recupérate por favor! – Le pidió con lagrimas en los ojos.

-Tengo un poquito de frío.

-Estamos a pleno sol Tiane, no hace nada de frió… Mírame y No te sigas

lamiendo… Mírame por favor.

-Son dos, parecen ser los mismos, huelen a la misma destrucción y muerte de esa

noche.

-Mírame por favor. – Le pidió Natzala.

-Son los mismos, se han bajado de aquella cosa. – Dijo sin dejar de mirar a las

criaturas de dos patas.

-No seas terca…

-Me duele el lomo, me duele mucho…

-No te sigas lamiendo Tiane… Es tu imaginación… - El guepardo le lamió la

nariz tierna y suavemente. – Es solo el miedo. Pasará, ya verás…

-Tuve un sueño, hace unos días – Dijo mirándolo por fin a los ojos.

-¿Un sueño? – Le preguntó rápidamente.

-Estabas en el… yo era una salvaje, como los que nos buscan ahora. En mi sueño

te encontré solitario en la sabana, estabas llorando, eras pequeño… Tus garras no

podían dañarme, y tus patas no eran lo suficientemente fuertes para correr de mi. -

Natzala le miraba con pequeñas lágrimas en los ojos.

-Me contemplabas como hipnotizado, me acerqué a ti y te tomé en mis brazos, y

empezaste a lamer mi cara, y ronroneabas a ratos.

Natzala se giró y escuchó los pasos de los salvajes ya muy cerca de ellos – Están

aquí.

-Mírame ahora Natzala, estoy segura que esto no es el fin… No para nosotros.

-Quiero irme contigo, no te dejaré sola, ¡Nunca! Te levantarás, o me quedaré.

-Mírame Natzala, cuando te encontré no podías correr de mi, solo podías

mirarme a los ojos.

-Tiane, me quedaré contigo.

-Ahora te veo, ahora te encuentro, y ya puedes correr más rápido que yo, pero ya

no podrás mirarme nunca más.

-Tiane… No podría seguir sin la luz de tus ojos.

-Corre por favor, te juro que algún día podrás verlos otra vez, porque yo también

lo quiero, y así será, estoy segura.

-Están ya muy cerca.

-Júrame que correrás – Le Pidió llorando.

-Están ya muy cerca, No puedo dejarte.

-No sabes las ganas que tengo de ponerme en pie, pero debes irte…

-Me lo dijiste claro, solo nosotros dos… ¡Siempre!

-Te amo mucho. – Confesó – Júrame que… - La leona suavemente posó su

cabeza en el suelo, expiró todo el aire de sus pulmones, y escuchó por última vez la

agitada respiración de su amado y fiel amigo. En sus ojos quedó la imagen, de Natzala

juntó a ella, a esperas del final.

-Tiane mírame, ya están muy cerca, ¿Tiane? – Volvió la mirada hacia su amiga.

El guepardo se levantó desesperado, una angustia le invadió completamente.

Aún tenía tiempo para escapar, pudo haberlo hecho hace unos minutos, pero no quería

dejar sola a Tiane.

-Te lo juro. – Le dijo mientras corría como nunca. Natzala corrió como para lo

que fue hecho, nacido para verse como una silueta en la sabana, que busca su libertad y

que algún día la encontrará.