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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Historia de la Paleopatología en el Perú: yugo, fractura y deslinde
Alfredo J. Altamirano Enciso1
Resumen
El autor de este artículo, uno de los altos exponentes de la paleopatología y la
zooarqueología andina, realiza una breve reseña de los diferentes investigadores peruanistas
de la historia de la medicina que han tratado con el material óseo humano y estudio de
momias en el Perú arqueológico. Divide el proceso andino en tres grandes fases,
relacionados con el período de Yugo, al lapso cronológico del dominio de los médicos en el
campo de la paleopatología en todo el siglo XX, sigue el período de Fractura, cuando se
introduce los enfoques de la Nueva Arqueología en la década de los 70s y el período de
Deslinde, a partir del año 2000, cuando se inicia la arqueología de contrato y la formación
de nuevos especialistas con base arqueológica.
Palabras claves: historia de la arqueología, paleopatología, Perú, osteología humana y
modelación cefálica.
History of paleopathology in Peru: yoque, fracture and demarcation.
Abstract
The author of this article, one of the most studious of Andean paleopathology and
zooarchaeology, realizes a short history of the several Peruvian researchers of the study of
human material bone and mummies in ancient Peru. Divide the Andean process in three
periods: the phase yugo, a chronological time when clear dominion of medicine in the field
of paleopathology in all XX century, follow the period of Fracture, when arrived the New
Archaeology focus in seventh years, and period of deslinde, begin of 2000, when the deal
archaeology begin and the formation of new specialists with archaeological base.
Key words: history of archaeology, paleopathology, Peru, human osteology and cephalic
modelation.
1 Universidad Nacional Federico Villarreal/Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Laboratorio de Antropología Física y Forense, [email protected];
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Introducción
En los últimos tiempos la bioarqueología se ha transformado en una disciplina
integradora entre las ciencias sociales y las biológicas que había sido descuidada por los
viejos arqueólogos “andino-culturalistas”. Ellos buscaron en los tiestos y cacharros, por
más de un siglo, clasificar y ordenar a las sociedades humanas dentro de fríos casilleros por
orden cronológico, observando la difusión de las técnicas y fases estilísticas, sin importarles
los problemas bioculturales del hombre andino. A través del estudio de sus huesos y
momias, hoy sabemos que ellos se divertían en sus fiestas, se dinamizaban a gran distancia,
cargaban peso, competían, luchaban, sufrían de estrés, padecieron de diversas
enfermedades propias del Ande, ejecutando esfuerzos repetitivos lo que les generaba
entesopatías, practicaban a sus bebés las modelaciones cefálicas y a los adultos con tatuajes
y tembetás, entre otros. Estos temas de investigación están ganando paulatinamente el
interés de los jóvenes arqueólogos y la profesionalización del campo de la bioarqueología
(Altamirano et al. 2010; Andrushko 2008; Buikstra & Beck 2006; Chan 2011; Murphy et
al. 2010; Pechenkina 2010).
La paleopatología es una ciencia relativamente joven en nuestro medio, que estudia
las enfermedades y traumas en el pasado a través del análisis de lesiones y fracturas dejados
en los esqueletos y momias, así como evidencias de parásitos, bacterias y hongos en los
coprolitos (heces), pelos y uñas. Esta disciplina tiene una larga trascendencia en el Perú
desde fines del siglo XIX. En aquella época, muchos huesos que mostraban huellas de
enfermedades, traumas o de prácticas culturales, habían sido focos de interés de diversos
museos extranjeros y colecciones del mundo sin preocuparse por el contexto arqueológico.
Los cuales fueron descritos y analizados por destacados especialistas como Rudolph
Virchow, el padre de la teoría de la infección celular y de la paleopatología, Paul Broca,
Ales Hrdlicka, Julio C. Tello, Roy Lee Moodie y Aidan Cockburn, entre otros.
Las civilizaciones andinas han tenido una magnífica organización socio-política en
diferentes períodos culturales, fundando diversos centros urbanos complejos como La
Galgada, Caral, Cº Sechín, Chavín, Cahuachi, Wari, Cajamarquilla, Pachacamac,
Pacatnamú, Pikillacta y Cusco, entre otros, y habiendo alcanzado un elevado conocimiento
tecnológico basado en la experiencia agrícola, ganadera y pesquera lo que condujo a la
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sedentarización, al incremento demográfico y la construcción de ciudades, caminos,
puentes, templos, canales, terrazas de cultivo, cerámica y tejidos decorados. Gracias a la
investigación interdisciplinaria, hoy tenemos abundante información sobre la vida cotidiana
andina, tanto la organización social y económica como la ideología religiosa y política. Sin
embargo, sobre sus enfermedades y estreses recién estamos empezando a rescatar su
complejidad.
El territorio andino constituye un vasto conjunto ecosistémico de ríos, quebradas,
desiertos, lomas, montañas, mesetas y floresta amazónica, siendo bañado sus costas por el
océano Pacifico. Comprende 7 países de la América del Sur: Venezuela, Colombia,
Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Noroeste Argentino. El área de los Andes centrales, que
circunscribe al Perú, ha sido profusamente investigada arqueológicamente desde inicios del
siglo XX. Comprende el extenso territorio dominado por el imperio del Tawantinsuyu, cuya
capital fue El Cusco, y las llactas o pueblos estaban articulados por una inmensa red de
caminos capac ñan donde se dinamizaban guerreros, viajeros, campesinos, comerciantes,
pastores con recuas de camélidos, chasquis y músicos entre otros (Fig. 1).
Esta diversidad engloba el problema de la violencia, las enfermedades infecciosas,
congénitas, crónicas, degenerativas, neoplásicas, artropatías, enfermedades de los maxilares
y dientes, deformaciones de la columna, trastornos endocrinos, efectos de la dieta en el
tejido óseo, trastornos hemáticos, osteoporosis, sinostosis de origen incierto, las
trepanaciones, las modelaciones cefálicas, etc. (Brothwell 1980; Allison 1984; Weiss 1984;
Aufderheide et al. 1998). Asimismo, las enfermedades infecciosas han sido consideradas
como la mayor amenaza de la humanidad. Sabemos que estos males han causado una
elevada morbimortalidad estimada en más de la mitad de la población humana de la
antigüedad y afectando principalmente a los neonatos, infantes y ancianos (Ortner &
Putschar 1985; Merbs 1992).
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Fig. 1.- Mapa del Tawantinsuyu en el siglo XVI.
En Sudamérica andina, estas plagas o "pestes", según Cohen & Armelagos (1984), se
inician desde los orígenes de la agricultura en el período Arcaico o neolítico, hace 3,000
años a.C. aproximadamente. Asimismo, la interfase entre la arqueología, historia y
paleopatología demuestra que tanto la salud como la tecnología han evolucionado
divergentemente hasta fines del siglo XIX. Tal es así que los datos paleopatológicos
contribuyen significativamente a señalar dos controversias en la antropología de la salud.
La primera, relativa al proceso salud/enfermedad entre los cazadores-recolectores y los
agricultores. Y la segunda, concierne al rol de este proceso durante el período Formativo
cuando ocurrió el crecimiento poblacional y económico de las grandes civilizaciones del
orbe (Cohen 1989).
A partir de la década de los 80s comenzó el trabajo interdisciplinario entre la Nueva
Arqueología y la Paleopatología Moderna, permitiendo resolver cuestiones sobre la historia
de la salud colectiva asociado al desarrollo de las grandes civilizaciones del mundo y de los
pueblos periféricos. A pesar de este notable avance todavía existen problemas en la
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metodología y en la teoría paleopatológica. Asimismo, en el orbe, hemos observado que
esta disciplina ha atravesado por cuatro grandes etapas desde sus orígenes en el siglo
XVIII, su lento desarrollo en los siglos XIX y mediados del XX, hasta su acelerado estudio
y variabilidad en el siglo XXI (Ubelaker 1982; Aufderheide et al. 1998; Campillo 2003;
PAMINSA IV 2011). Por otro lado, las pocas revisiones preliminares de la historia de la
paleopatología han sido escritas por Jarcho (1966) en los EE.UU., Brothwell & Sandison
(1967) en Inglaterra, Stroppiana (1973) en Italia y Jaén (1977) en México siendo usadas en
un formato similar.
FASES o
PERÍODOS
NORTEAMERICA2 EUROPA
3 PERÚ
4
Período IV
Nueva Paleopatología
(NP)
(1946- 1998)
Actual o
Reciente (1971-
2003)
Deslinde: 2001-2013
NP Interdisciplinaria
___________________
Fractura: (1971-2000):
Nueva Paleopatología
Período III Consolidación
intermedia (1913-
1945)
Consolidación
(principios del s.
XX-1970)
Yugo: Dominios de la
medicina (1911-1970)
Período II Génesis (Mediados
del siglo XIX-1ª
Guerra Mundial)
Génesis
(Mediados siglo
XIX-principios
del XX)
Descriptiva
(1850-1910)
Período I Antecedentes
(Renacimiento hasta
mediados del siglo
XIX)
Formación (siglo
XVII-mediados
del XIX)
Albores - Colonial
(1551-1850)
Fig. 2.- Evolución de la paleopatología en el mundo y correlacionado con el caso peruano, según
Altamirano (2013).
Existen varios motivos para entender este limitado desarrollo de la paleopatología en el
Perú. Uno plantea que los arqueólogos peruanos (incluye a los antropólogos e
2 Aufderheide et al. (1998), Ubelaker (1982) y Jarcho (1966).
3 Campillo (2003) y Stroppiana (1973).
4 Altamirano (2013), Chan (2011), Guillén (2010) y Verano & Lombardi (1999).
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historiadores) habían sido entrenados con mayor énfasis en las ciencias sociales que en las
biológicas. Dos, el dominio del culturalismo norteamericano en la arqueología y
antropología ha sido fuerte en todo el siglo XX, y tres, no había interés en las universidades
por fomentar la antropología biológica, paleopatología ni la zooarqueología. Así, sin un
entrenamiento amplio ni detallado no estábamos preparados para estudiar restos humanos.
Queremos dejar claro que este espacio académico estuvo ocupado por médicos y biólogos
interesados, así como científicos extranjeros, por este motivo el desarrollo de la
paleopatología andina ha atravesado por cuatro grandes etapas: la Descriptiva (1850-1910),
el Dominio de la Medicina y yugo extranjero (1911-1970), La Nueva Arqueología y la
Paleopatología Moderna o fractura (1971-2000) y la Paleopatología interdisciplinaria o
deslinde (2001-2013) (Fig. 2).
Cabe recalcar que el proceso dinámico de las investigaciones paleopatológicas en el
Perú ha sido desigual y habiéndose concentrado básicamente en la capital, por un lado, y en
el extranjero, salieron estudios sobre las antiguas enfermedades en los huacos y algunas
momias halladas en las provincias norteñas sin importarles el desarrollo regional. Para
entender el esquema del desarrollo de la paleopatología en el Perú se ha procedido seguir
con la dicotomía de la introducción, ya mencionado arriba, o sea el de la derecha son los
peruanistas extranjeros y la izquierda los nacionales. Asimismo las flechas indican la época
de sus contribuciones y su tendencia en la avance de este campo. En la columna izquierda
se colocan las etapas de este proceso en orden cronológico hasta el presente. Los diversos
investigadores tienen por lo menos tres trabajos paleopatológicos para ser inseridos en el
esquema (Fig. 3).
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Fig. 3.- Etapas del desarrollo de la paleopatología en el Perú.
Albores de la Paleopatología (Colonia e inicios de la República)
Desde la Colonia hasta 1850, una etapa anterior al Período Descriptivo, no había
interés por la paleopatología andina, sino salían a luz diversas publicaciones sobre las
infecciones, endemias geográficas, alteraciones mentales y congénitas en la revista El
Mercurio Peruano y La Gaceta Médica de Lima, discutiéndose constantemente las
enfermedades dentro de los esquemas de la teoría miasmática y el contagionismo. La
Facultad de Medicina de San Fernando de la UNMSM, entre 1551 y 1850, estudiaba las
epidemias que azotaban a las reducciones y haciendas campesinas como el cólera,
disentería, lepra, sarna, sífilis, tuberculosis, tifus exantemático, uta y paludismo o malaria,
destacando el Doctor Cosme Bueno, Hipólito Unanue y Archibaldo Smith en el campo de
la epidemiología y enfermedades geográficas5 (Lastres 1551; Murillo 2009; Warren 2009;
Cueto et al. 2009).
5 La preocupación de los europeos se dirigía a las investigaciones sobre parásitos y bacterias desconocidos o
poco conocidos en el cuadro epidemiológico del Viejo Mundo. Mientras tanto, en gran parte la etiología y La
trasmisión de nuevas enfermedades permanecían desconocidas, más luego fueron elucidadas por los
cazadores de microbios en ese período, que las denominaron genéricamente de enfermedades exóticas,
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Por otro lado, los cementerios y templos prehispánicos eran intensamente profanados
por los huaqueros y no había interés en estudiar ni colectar los millares de huesos humanos
abandonados en la superficie. El huaqueo era un hobbie de la elite en busca de las bellas
piezas de cerámica y tejidos decorados de las culturas autóctonas andinas. Por otro lado,
Lima colonial estaba tugurizada por las acequias de Huatca, Surco y La Legua que
atravesaban e irrigaban los campos de cultivo, ahora convertidos en haciendas, donde
criaban fauna foránea: caballos, burros, chivos, ovinos, vacas, chanchos y aves de corral.
Los perros deambulaban alrededor de las urbes, los excrementos humanos eran arrojados en
estas acequias, las ropas eran lavadas por los esclavos y se bebía el agua de los canales,
surgiendo alta incidencia de enfermedades diarreicas (Fig. 4). Asimismo, habían casas de
prostitución donde proliferaba la sífilis con el chancro y gonorrea. Por otro lado, las iglesias
y conventos estaban repletos de entierros humanos produciendo olores nauseabundos y
malestares; en los hospitales no cabían más pacientes como en el José Toribio de
Mogrovejo y el Dos de Mayo (Bueno 1764; Unanue 1793, 1803; Smith 1840, 1856; Lastres
1951).
Fig. 4.- Lima colonial con su canal de Huatica y los gallinazos (Fuente: Bromley J. & Barbagelata J.
(1945) Evolución urbana de Lima 1ª ed. Lima Perú. Editorial Lumen S.A.
tropicales o molestias de los países cálidos. Así, entre los grandes descubrimientos surgieron, por ejemplo, el
de la etiología de la hanseníasis, en 1873, del carbunco o ántrax, en 1876, de la tuberculosis, en 1882, de la
esporotricosis, en 1898, de la leishmaniasis, en 1903, de la sífilis, en 1905, del mal de Chagas, en 1908, y de
muchas otras.
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En el Viejo Mundo, durante este extenso período la mayoría de los trabajos se
orientaban al estudio de fósiles de animales prehistóricos por los paleontólogos como
George Cuvier y Charles Linneo. En Europa, la primera referencia a las antiguas patologías
fue escrita por el suizo anatomista Felix Platter (1536-1614) quien en su trabajo De
Corporis humanus structura et Usa incorrectamente atribuyó varios huesos fósiles de
elefantes que creía tratarse del gigantismo humano. También el naturalista Scheuchzer
(1726) confundió huesos fosilizados de salamandras gigantes como restos humanos de una
“inundación universal”. El naturalista alemán Johann Friedrich Esper (1774) correctamente
diagnosticó un osteosarcoma de fémur de oso hallado en una cueva del paleolítico teutón.
Por este motivo, Ubelaker (1982) y Aufderheide et al. (1998) consideraron esa fecha como
el surgimiento de la paleopatología (Fig. 5).
Fig. 5.- Johann Friedrich Esper (1774), Padre de la paleopatología mundial (Aufderheide et al.
1998).
En el Perú, los restos de los cementerios antiguos y especialmente los individuos
momificados recibieron escueta atención desde los cronistas coloniales como Garcilaso de
La Vega (1987)(1609), Cieza de León (1959)(1553), Cobo (1964)(1653), Polo de
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Ondegardo (1916)(1554). Hay una buena descripción de este período realizado por
Vreeland & Cockburn (1980) y Kaulicke (1998). Por otro lado, Jarcho (1966) atribuyó el
primer informe paleopatológico en Boston por John Collins Warren, quien también realizó
la primera operación en un paciente anestesiado, describiendo los primeros aborígenes con
cráneos deformados en su libro A Comparative View of the sensorial and nervous system in
man and animals (Warren 1822). También en aquella época, las fracturas severas y
deformaciones antropogénicas fueron estudiadas por Samuel George Morton en Crania
Americana en 1839 (Fig. 6).6
Fig. 6.- Deformación craneana en nativo prehistórico del sitio de Arica, norte de Chile (Morton
1839). Cortesía del Wangensteen Historical Library of Biology and Medicine, University of
Minnesota, Minneapolis, MN.
En el antiguo Perú, la expansión del control político y religioso de las sociedades
precolombinas estaba acompañada de la guerra y como consecuencia de los
enfrentamientos existen innumerables casos de traumatismos cefálicos. Usaban diversas
armas, unas de piedra y otras de metal, habiendo también los tejidos como las boleadoras o
liwis, hondas y huaracas. Por este motivo nuestro país, en el siglo XIX, era el centro del
estudio de los cráneos trepanados, incentivando al nacimiento de la antropología en
Francia, Alemania e Inglaterra que dominaban las teorías eurocentrista y etnocentrista. Esto
6 Morton (1839) publicó un atlas donde presenta la fotografía de un cráneo encontrado en las inmediaciones
del templo del Sol en Pachacamac y ofrecido en donativo por el Dr. Ruschenberger. Morton sospechaba que
las lesiones que presentaba el cráneo en el parietal izquierdo y en el occipital, eran debido a traumatismos.
Pero, 60 años más tarde, Lehman-Nistche (1904) lo identifica como una trepanación quirúrgica. Es interesante
mencionar que este mismo cráneo se encuentra también representado en una publicación de Aitken Meiggs en
1857 (Lastres & Cabieses 1959).
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transcurría en la época de la instalación del Nuevo Orden del orbe, la caída del
imperialismo de España y Portugal, frente a la independencia de los países americanos.
Etapa Descriptiva (1850-1909)
Entre los viajeros y estudiosos tempranos interesados en enfermedades andinas destacan
Rivero y Tschudi (1854), Squier (1877), Dorsey (1898), Bandelier (1904), Baessler (1906)
y Mead (1907), entre otros extranjeros. Mientras que en la Facultad de Medicina de San
Fernando destacaban Samanez, Avendaño, Gastañeta, Lavoreria y Ugaz, entre otros,
discutiendo sobre el problema de la uta, lepra, tifus, sífilis y tuberculosis. En aquella época
se continuaba con el escaso interés por los restos óseos humanos prehispánicos que devenía
de la tradición colonial. Pues había un desprecio por estudiar a los indios y menos todavía,
sus huesos.
Hill (1860) hace mención en el libro titulado “Travels in Peru and Mexico” de una
colección de antigüedades peruanas recogidas en el Cuzco, muchas de las cuales eran armas
de guerra metálicas. Algunos cráneos, relata, muestran huellas de lesiones traumáticas “que
estaban realmente reparadas como calabaza”. Bandelier (1882) que reproduce la anterior
cita, señala: “si la afirmación es fidedigna, recuerda el hecho de cerrar el orificio de
trepanación con pedazo de calabaza o mate”.
El famoso hallazgo de Squier (1865), quien recibiera de manos de la Sra. Ana María
Centeno de Romainville, en 1865, un cráneo que despertó vivo interés en los grandes
centros científicos. Esta pieza anatómica, que había sido originalmente hallada en una
tumba inca de Yucay. Según Rowe (1965), Yucay pertenece cronológicamente a las
primeras etapas de la era Incaica, provincia de Urubamba, región arqueológica del Cusco.
Gardner (1866) presenta a la Academia de Medicina de Nueva York un cráneo trepanado.
El cual Lehman-Nitsche (1903) considera que puede tratarse del mismo cráneo que Squier
acababa de descubrir en 1865 (Fig. 7).7
7 Este cráneo fue llevada por Squier a los Estados Unidos, donde Wyman y Nott (1872) lo examinaron.
Posteriormente, en Francia, el cráneo fue visto por Paul Broca y Nelaton. El primero de los mencionados,
miembro de la Sociedad Antropológica de París, célebre por sus investigaciones sobre el centro cerebral del
lenguaje (centro de Broca) y ya famoso antropólogo, fue quien más se interesó por el espécimen y emitió
juicios acerca de la operación y sus posibles indicaciones. Describió, en el lado izquierdo del hueso frontal,
una extensa mancha blanquecina, de forma redondeada o mejor elíptica, de contornos sinuosos, de superficie
lisa, que tenía la apariencia de hueso normal. Por fuera de esa mancha, la superficie craneal era más obscura y
perforada por pequeños agujeros formados por la dilatación de los canalículos óseos. Sostuvo por esto, que el
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Broca no encuentra fractura ni fisura alguna en las tablas del hueso craneano, menos
evidencia de traumatismo, concluyendo que “No ha habido pues trastornos funcionales en
el diagnóstico de lesión intracraneal”. Avanza inclusive hasta sospechar que la operación se
llevó a cabo “para evacuar un hematoma supradural”. Como es de suponer, tanto en la
época del hallazgo como en períodos posteriores, muchos autores han vuelto a escribir
sobre el mismo cráneo, aprobando o discutiendo el diagnóstico e interpretación de Broca.
Por ejemplo, Nott (1888) persevera en la idea de una lesión traumática mínima producida
por instrumento punzante, donde el cirujano se vio precisado a extirpar la porción de hueso
lesionado. Incluso, Matto (1889) admite la posibilidad de una pequeña herida producida por
la maccana o porra. Más de uno ha criticado el planteamiento de Broca, unos con
exagerado entusiasmo y otros deformando su criterio científico.
Fig. 7.- El famoso cráneo de Squier-Broca (1876), procedente del valle Yucay, Cuzco.
periostio había sido separado del hueso “muchos días antes de la muerte”. En los puntos denudados, decía en
su informe, la capa superficial privada de vasos no ha sufrido cambio alguno “conservando su estructura
normal, mientras que las partes que le rodean, habiendo sufrido los efectos de la inflamación traumática, han
sido el sitio de la osteitis”. Por todos estos datos, cree que el paciente sobrevivió siete a ocho días, aunque
Nelaton piensa que fueron 15. La trepanación de forma cuadrilátera, había sido hecha en el centro de la parte
denudada. Cuatro incisiones lineares: dos horizontales y dos perpendiculares en ángulo recto, “incluyen una
porción rectangular de 50 mm. De largo y 70 de ancho”, y el resultado es una pérdida de hueso, cuya
extensión absoluta corresponde muy aproximadamente a la que es “producida por nuestros trépanos circulares
de tamaño ordinario”. Las incisiones ocupan todo el espesor del hueso que en este punto es de 6mm. El ancho
de las incisiones es de 2mm. (Lastres & Cabieses 1959).
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El mismo Squier (1865) sugiere, por la descripción de otros cráneos, que podría
tratarse de un traumatismo y describe uno “con una punta de flecha todavía adherida al
cráneo”. Quevedo (1887) estudia recientemente el problema, y menciona las
investigaciones de Rowe (1962) quien realizó exploraciones arqueológicas en Yucay y
encontró algunos cráneos trepanados con orificio circular o redondeado, pero nunca en la
forma cuadrilátera. Partiendo de esta idea piensa que el paciente fue quizás un mitimae que
hubo de ser trasladado a Yucay, antes o después de muerto; tal vez se trataba de una
innovación en la técnica quirúrgica. Lorena (Op. Cit.), por su parte, sostiene que la zona de
donde extrajo este cráneo (Yucay), así como las vecinas de Calca, Pomacanchis y otras,
eran eminentemente guerreras y susceptibles al traumatismo; pero termina sin precisar su
opinión sobre la indicación operatoria.
La mayor parte de los que mencionan el famoso cráneo, que ahora se encuentra en el
Museo Nacional de Washington, pasan un poco por alto la interesante personalidad de su
descubridor. Efraín George Squier, llegó al Perú por el año 1863 con el cargo de
Comisionado Diplomático de los Estados Unidos de América y durante dos años recorrió el
territorio de nuestra Patria observando sus ruinas, levantando planos arqueológicos,
haciendo excavaciones y describiendo las costumbres de los pueblos indígenas. Fruto de
esta provechosa labor etnológica fue su obra “Perú: Incidents of travel in the Land of the
Incas” (1865). No fue pues el azar lo que lo hizo apreciar y obtener la interesante pieza
paleopatológica. Por tal motivo, Porras (1963) considera a Squier como el precursor de la
arqueología peruana científica: “corresponde en el tiempo y en la trascendencia cultural con
la obra contemporánea de Raimondi sobre la Geografía”.
Veamos lo que dice Squier sobre su propio descubrimiento (1865): “En algunos
aspectos, la reliquia más importante en la colección de la Sra. Zenteno es el hueso frontal
de un cráneo del cementerio Inca en el valle de Yucay que muestra un caso claro de
trepanación premortem. La Señora me lo obsequió bondadosamente para investigarlo, y ha
sido sometido a la crítica de los mejores cirujanos de Estados Unidos y Europa quienes lo
consideran como la prueba más notable del conocimiento de la cirugía entre los aborígenes,
descubierta en este continente; porque la trepanación es uno de los procedimientos
quirúrgicos más difíciles”.
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En la misma época en que Squier informó al mundo de su sensacional hallazgo, se
encuentran en Europa nuevos cráneos correspondientes al período neolítico que fueron
estudiados por diversos autores ya mencionados. Parece que, en este sentido, el mundo
científico maduró simultáneamente y se encendió en todas partes el interés por este tema.
El mismo Broca (1878) refiere sobre otro cráneo procedente del Perú, recogido por el
explorador Wiener, y concluye que el cirujano indio procedió por el método de “reclage”,
obteniendo una abertura ovalada cuyos bordes cicatrizaron.
Senéze (1877) estudió algunos cráneos paleo-peruanos, y en su trabajo que tituló
“Perforations cranniens sur anciens cranes du haut Pérou”, llegando a la conclusión de que
la operación tenía un carácter racional.
Paolo Mantegazza (1880), destacado patólogo italiano, se refiere al examen de tres
cráneos procedentes del Perú. Uno era originario del Cuzco, de la gruta de Sanjahuara, y
presentaba cuatro orificios, dos de los cuales mostraban bordes cicatrizados; otro
procedente de la región de Ollantaytambo, presentaba dos trepanaciones cicatrizadas en la
región parietal izquierda, una en forma oval y otra con la configuración de un ocho. El otro
cráneo pertenecía a Huarocondo, provincia de Anta, y era deformado y trepanado dos veces
sobre el hueso frontal. Las trepanaciones habían cicatrizado y probablemente habían sido
hechas por el método del raspado.
Antonio Lorena (1890), eminente antropólogo cuzqueño, se interesa por el problema y
publica su trabajo intitulado “La medicina y trepanación incásicas”. Para este investigador,
la medicina incaica fue esencialmente teúrgica;8 y el que la practicaba, conocido por el
nombre de laicca (brujo), tenía conocimientos empíricos de ciertas yerbas; una especie de
“juglar que la fantasía popular presentaba como personaje tenebroso”. Describe algunos de
los conocimientos de Clínica y Patología, recalcando que a menudo un solo síntoma
constituía toda la enfermedad. Así dice, Huma nani o Huma-nanan era el dolor de cabeza,
que combatían con la sangría local; la huarascca (atacado por el viento) era la enagenación
mental o locura, y la tiuscca era la congestión cerebral alcohólica. Encuentra cráneos
trepanados en el área cuzqueña, en las localidades de Calca, Pomacanchi, Silque, Pisac y
las pampas de Anta, discutiendo el tema de las trepanaciones. Se interesa por el número de
8 Teúrgica está relacionado con lo religioso o teológico. Era una medicina integral y completa, abarcado el
estado psíquico, social, individual y nutricional. Se curaba a base de plantas, brebajes y caldos. Y bajo el
sistema frio-calórico.
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perforaciones, el procedimiento operatorio, el tipo de corte, ángulo, etc., llamándole la
atención las características de la pérdida de substancia ósea. Cree que algunos casos hayan
sido lesiones sifilíticas u osteítis tuberculosas, y sospecha que muchos casos son de origen
traumático por el uso de la maccana con puntas aguzadas, el liluc, la honda y la flecha.
Lorena sostiene que los cirujanos incaicos se prodigaron en el empleo de la trepanación, la
que “estuvo a punto de convertirse en vulgar y sencilla como el golpe de la lanceta”, y
sostiene que la mayoría de los cirujanos se limitaban a regularizar los bordes dentellados de
las horadaciones traumáticas.
Posteriormente, en 1937, escribe un ensayo que salió publicado en la Revista del Museo
Nacional de Lima, bajo el rubro de “Notas Antropológicas”. En aquella ocasión, examina
50 cráneos trepanados, encontrando signos de indicación terapéutica solamente en dos o
tres. Esto le lleva a suponer que los antiguos cirujanos peruanos actuaron bajo el impulso de
la febris operationis, atreviéndose a abrir la caja craneana “para combatir hasta simples
dolores de cabeza”. Recalca que los quechuas y yungas designaban a la masa encefálica
con el término de Ñosccon, la lengua de qello y el corazón como sonqo, pero no existía
vocablo para distinguir las meninges. Pasa después a describir las diversas técnicas para
realizar la diéresis ósea, indicando el método de las incisiones rectas entrecruzadas y la
denominada por el mismo Lorena de “corona de barreno de los ebanistas”, que da una línea
de contorno festoneado capaz de convertirse en línea curva al suprimir por raspado los
dientes y los festones. Por último, sugiere que empleaban el poro, o corteza de la Lagenaria
vulgaris, como prótesis para obturar la abertura dejada por la trepanación.
Manuel Antonio Muñiz y Mac Gee (1897) publican en Washington DC la obra
intitulada “Primitive trephining in Perú”, constituyendo un pilar sobre el problema de la
trepanación desde un punto de vista etnológico, aunque apuntan apreciaciones un tanto
arbitrarias en lo relativo a la indicación operatoria. Los cráneos estudiados por estos autores
procedían del Cuzco, Huarochirí, Cañete, Pachacamac y Tarma. Describen diversas formas
del orificio de trepanación; cuadrado, oval, circular, poligonal y recalcan que la mayoría
estaban localizados en las zonas anteriores de la calota, aunque, encuentran dos en la región
occipital. Deducen que en trece de sus casos, la muerte se produjo a consecuencia de la
intervención quirúrgica. En doce cráneos encontraron signos de fractura, en uno, evidencias
de periostitis y en once no había lesión apreciable que indicase el motivo de la operación.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Por diversas razones, no cree en la posibilidad de trepanaciones póstumas; recalcan por otro
lado, que muchas veces (50%) la intervención no tenía un fin terapéutico, sino constituía un
“acto vicarioso o taumatúrgico”. Establecen además que no existe un estricto paralelismo
etnológico entre trepanación y adelanto cultural de un pueblo, ya que esta operación se
practicó desde la época neolítica.
Para estos autores, los cirujanos nativos nunca emplearon instrumentos de metal, sino
simplemente de sílex y obsidiana. No les concede mayores conocimientos anatomo-
fisiológicos, ya que “fueron inexpertos en la manualidad, torpes en el diagnóstico y
tratamiento, e inconscientes de la gravedad de la operación que practicaban”. En lo tocante
a la patología del cráneo trepanado, escriben: “cuando faltan las influencias de la reparación
fisiológica, se ven invariablemente grandes arañazos o surcos terminales que acreditan
torpeza del operador; las aberturas suelen tener tal irregularidad de forma, que atestiguan
ausencia de conocimiento de las proporciones geométricas; muchas operaciones debieron
ser practicadas al acaso, sin plan definido, con la guía del pulgar o sin guía ni orientación
alguna, determinándose el perímetro operatorio por la posición del sujeto. Incisiones
extravagantes y violenta elevación de la parte resecada dieron por resultado de estas
operaciones determinar daños más extensos y peligrosos de lo indispensable, lo cual, unido
a la frecuencia con que arrostraban innecesarios peligros, significa que los operadores
carecían de nociones del proceso fisiológico a que están subordinadas las resistencias al
traumatismo, la reparación de las heridas y su curación. Las incisiones solían profundizarse
en las láminas óseas con tanto descuido que alcanzaban brutalmente el cerebro,
determinando muerte inmediata; otras veces se nota falta de relación entre las lesiones que
motivaron la intervención y su asiento; casos hay donde la incisión compromete las suturas
o el asiento de los gruesos senos venosos. La trepanación peruana puede mirarse como
incipiente en planes y burda en procedimientos. Estudiando éstos causa sorpresa que los
resultados no fueran peores despertando admiración la poderosa vitalidad orgánica que
permitió a tan amplia proporción de víctimas sobrevivir”.
El interés por el estudio osteológico antiguo comienza a partir de fines del siglo XIX
(Virchow 1887; McGee 1894, 1897; Muñiz & McGee 1897). Al igual que en otras partes
del mundo, los estudios tempranos en huesos tuvieron un énfasis en craneología. En esta
época no interesaba el contexto arqueológico sino solamente saber si procedía de sitio
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precolombino. En el siglo XIX mucho se comentaba en el Viejo Mundo sobre las
enfermedades “exóticas” procedente del Nuevo Mundo, en especial la uta, verruga, lepra y
malaria (Altamirano et al. 2003). Las colonias americanas, asiáticas y africanas, dominadas
por los europeos, necesitaban el estudio de estas nuevas patologías, asimilando en las
campañas militares a médicos. Paralelamente se gestaba la construcción de grandes museos
naturales y culturales. Los esqueletos humanos, al igual que las plantas y animales, aliados
de tejidos, objetos de oro, máscaras de madera, cerámica con patología y muchos de estos
bellamente decorados fueron enajenados sistemáticamente tanto a Europa cuanto a los
EE.UU. Era una época en que se comenzaba a sacudir del dominio de la religión católica
por la ciencia evolucionista de Darwin. En aquella época se empezaba a entender que todas
las sociedades del orbe han tenido un origen, surgiendo la antropología y arqueología,
robusteciendo a otras ciencias como el naturalismo y dando nacimiento a la ciencia
biológica y, sobretodo, entender el problema del origen del hombre.
En aquella época, el médico y político alemán Dr. Rudolph Virchow propuso la teoría
de la infección celular causada por diminutos microorganismos en 1870 y considerado
como el padre de la paleopatología europea (Virchow 1873), publicando el primer caso de
raquitismo en cráneo de Neanderthal. El uso del microscopio propició el surgimiento de los
cazadores de microbios, descubriéndose diversos agentes etiológicos que azotaban a la
humanidad. Asimismo, Virchow (1895a, 1895b) se interesó por el estudio de la historia
precolombina de la leishmaniasis en el Perú, tomando como base principalmente a la
cerámica Moche o Mochica con representaciones antropomorfas que exhiben mutilaciones
naso-labiales e interpretándose generalmente como leishmaniasis andina o uta. Estas piezas
ya habían sido transportadas al Museo Etnográfico de Berlin por el antropólogo Bastien.
Incluso, también han sido observados en las cerámicas ecuatoriana por Ala-Vedra (1952) y
colombiana por Werner & Barreto (1981) (Fig. 8).
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Fig. 8.- Rudolph Virchow (1833-1898). Padre de la teoría de la infección celular.
En aquella época se buscaba un marcador biológico para inferir y justificar el
difusionismo heliocéntrico. Así, Mathews (1889) propone que el hueso epactal o hueso
Inca – es una anomalía de osificación supernumeraria entre el occipital y parietales – de
forma triangular y limitado entre la sutura Mendoza y Lambdática. El cual fue usado
erradamente para caracterizar a las poblaciones amerindias y buscar los contactos
biológicos entre las poblaciones antiguas de Arizona y El Perú, incluyendo con momias de
Egipto, México y diversos países americanos. Sin embargo, en la actualidad hay un
consenso de que este hueso wormiano no es un indicador de grupo étnico ni patológico sino
un carácter epigénetico.
En la India, los médicos militares británicos: William Leishman y Charles Donovan
estudiaban a los soldados ingleses que habían sido infectados por la picada del flebótomo,
produciéndoles el crecimiento del bazo e hígado (esplenomegalia y hepatomegalia,
respectivamente) y alta mortalidad de militares entre 1880 y 1900. Este mal era conocido
como Hapoplinakon, “Herida de Delhi”, “Panza de agua” o “Mal negro”. Es así como
Leishman, en 1903, descubre el parasito de forma redondeada y semejante al Tripanosoma
en el bazo de un soldado inglés muerto por la “fiebre de Dum-Dum”, kalazar o
leishmaniasis visceral (Fig. 9). 9
9 El médico que dio su nombre fue William Leishman, Médico militar británico (Glasgow, Escocia, 6 de
Noviembre de 1865 - Millbank, 2 de Junio de 1926), considerado el padre de la leishmaniasis que trabajó en
Barrakpore y Calcutá, India, a fines del siglo XIX (Altamirano 2000).
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Fig. 9.- William Boog Leishman (1865-1926).
Una figura poco conocida en el país es el Dr. Albert S. Ashmead, destacado
antropólogo norteamericano que vivía en Nueva York, quien había reunido una amplia
información sobre la paleopatología andina, principalmente de la costa norte. Apoyó a Julio
C. Tello en la elaboración de su tesis sobre la antigüedad de la sífilis, por lo que este último
le dedicó su trabajo. Los cráneos arqueológicos con patología o modelación tenían fuerte
interés por los huaqueros para comercializarlos a los museos del orbe. El mismo Tello
recolectó cerca de 15,000 cráneos de 30 sitios de Huarochiri, sierra de Lima, abandonando
en las chukllas y chaukallas millares de restos óseos de los esqueletos postcraneales. En
aquella época se comparaba el cráneo patológico con el ceramio arqueológico, reforzado
con datos etnohistóricos y médicos, sin importar el contexto arqueológico. En suma, la
señera figura de Tello (1909) marca el fin del desarrollo de la paleopatología descriptiva e
inicia la formación de colecciones de momias de Hauyuri, Waricakayán y Paracas
Necrópolis para el futuro de esta disciplina en el país.
La sífilis fue el tema de la tesis de Tello (1909) para su grado de bachiller en medicina.
Recopiló información lingüística, etnográfica, así como las huellas de la enfermedad
representadas en la cerámica y en los huesos. Concluyó que la palabra Huanthi, en quechua
y en aymará, describe una enfermedad corrosiva y contagiosa por vía venérea. La revisión
etnohistórica y bibliográfica le permitió argumentar que la muerte del Inka Huayna Capac
podría ser atribuida a una epidemia de sífilis (Tello Op. Cit.: 57-91). Los rostros y genitales
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mutilados que se representan en la cerámica antigua son considerados como una
consecuencia de la enfermedad, aunque indica que el diagnóstico diferencial debería incluir
la leishmaniasis o uta. Su trabajo incluye la discusión de casos clínicos a partir de los cuales
analiza las representaciones en la cerámica antigua (Fig. 10).
Fig. 10.- Julio César Tello (1880-1947).
Tello (Op. Cit.) analizó casi un millar de cráneos patológicos recuperados en las cuevas
y tumbas de Yauyos en la sierra central de Lima. Refiere Tello que encontró nueve cráneos
que mostraban lesiones que se podían relacionar con la sífilis y concluye que esta
enfermedad venérea ya se encontraba presente en los Andes en los tiempos prehispánicos.
A la fecha los estudios proponen que un antecesor de la bacteria (Treponema pallidum) que
transmite la sífilis ya existía en la región andina precolombina, luego del contacto europeo
el treponema mutó y se globalizó, produciéndose las epidemias que se conocen
históricamente en todas partes del mundo, incluyendo Europa y América.
Simultáneamente en 1908, Ricardo de Palma, hijo del famoso escritor de las
"Tradiciones Peruanas", defendía su tesis doctoral sobre la "Uta en el Perú" en la Facultad
de Medicina Humana de la UNMSM, Lima. Sus estudios efectuados conjuntamente con
J.C. Tello en las provincias de Huarochiri y Yauyos, sierra de Lima, revela la alta
prevalencia de esta enfermedad entre los campesinos y ataca principalmente a niños. Sin
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embargo, este investigador no encontró ningún caso paleopatológico de leishmaniasis en
cráneos antiguos.
Con la llegada de Max Uhle al país, en 1898, la importancia de los huesos y las
momias humanas del siglo XIX decae, adquiriendo mayor importancia la arquitectura, la
metalurgia, los textiles y, sobretodo, la cerámica precolombina. Este bies se debió al fuerte
dominio de la escuela culturalista extranjera (EE.UU. y Europea) que ha ejercido en las
universidades nacionales en todo el siglo XX. Así, consideramos que el desarrollo de la
bioantropología peruana no ha tenido el mismo impacto, fuerza y efecto que en Argentina,
Brasil y EE.UU. Sin embargo, esto no ha sido por falta de atención a los materiales
osteológicos sino por la pugna de dos teorías culturalistas antagónicas entre la Nueva
Arqueología de Binford y Flannery y el Materialismo Histórico de Gandara y Lumbreras.
Por este motivo, la historia de la paleopatología en el Perú del siglo XIX hasta 1970
adquiere un giro dominado por el culturalismo.
Al igual que otros materiales arqueológicos, los restos humanos del Perú están
dispersos en diversos museos del mundo, ya sean momias, cráneos modelados o
trepanados, huesos trabajados o con evidencias de enfermedades, traumas y quirúrgicas
debido a la falta de cuidado y políticas de control de parte del Ministerio de Cultura
(antiguo Instituto Nacional de Cultura). Estos materiales eran curiosidades que llamaban la
atención de coleccionistas, estudiosos y museos. Desafortunadamente muchas de las
colecciones tempranas no daban mayor consideración al contexto arqueológico. Los huesos
usualmente sólo eran marcados con la denominación general de Perú como proveniencia
geográfica, o con el nombre del valle como Chicama en el norte del Perú, Ancón o
Huarochiri. O con el nombre de un sitio con ocupación continua como Pachacamac. Este es
el caso, por ejemplo, de la gran colección de especímenes peruanos en el Museo de Historia
Natural del Instituto Smithsoniano en Washington DC enajenado por Hrdlicka en 1913.
Esta colección con más de 6,000 cráneos y otros huesos es la serie más grande de restos
peruanos fuera del país. Muchos de estos restos eran el subproducto del huaqueo o en
algunos casos del desarrollo urbano o industrial.
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Etapa del Yugo y Dominio de la Medicina (1910-1970)
Después de la publicación de las tesis de Tello (1909) y Palma (1909), el campo de la
paleopatología andina ingresa a una fase de fuerte dominio de los médicos en el terreno
arqueológico que comienza a consolidarse a partir de 1910. En este período los temas
tocados son principalmente la osteoporosis, hiperostosis porótica, criba orbitaría, problemas
dentarios, fracturas, deformaciones de la columna, TBC, endoparásitos, líneas de Harris,
hipoplasia del esmalte dentario, sífilis, anquilosis, labio leporino, trepanaciones y
modelaciones cefálicas, sin embargo, existe poca información sobre Leishmaniasis, Mal de
Chagas y cáncer. Veamos algunos trabajos:
En 1910 llega a Lima el famoso antropólogo polaco Ales Hrdlicka (1911, 1914, 1935,
1943) que trabajando para la Smithsonian Institution de Washington D.C. recorre la costa
norte, central y Huarochiri. Colecta amplio material óseo humano, principalmente cráneos
de los cementerios precolombinos que eran intensamente huaqueados, dejando a la
intemperie millares de esqueletos postcraneales. Hrdlicka enajenó centenas de cráneos
andinos para la formación del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano. Su
trabajo de recolección también incluyó la preparación de una selección de huesos que
mostraban lesiones patológicas para la exposición Panamá-California que se realizó en la
Universidad de San Diego, California (Hrdlicka 1914) (Fig. 11).
Fig. 11.- Ales Hrdlicka (1869-1943).
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Cuando Hrdlicka realizó su recolección de restos humanos es obvio que no había interés
por la procedencia exacta de los materiales, menos todavía por el contexto arqueológico.
Así, el criterio principal era que el material sea de proveniencia prehispánica. La mayor
parte del material reunido procedía de Huarochiri y de deshechos de huaqueros. La
complicación deriva de que la mayoría de los sitios en donde trabajó tuvieron una
ocupación continua en el tiempo y además fueron el escenario de una intensa interacción
cultural y movimiento poblacional. La carencia de datos específicos de asociación temporal
y geográfica limitan las posibilidades de uso de esta colección para comparaciones
cronológicas o biológicas. Los resultados estadísticos pueden ser interesantes pero las
inferencias arqueológicas carecerán de sustento. A pesar de la interesante diversidad de
sitios y zonas representadas, el apropiado número de casos para el análisis estadístico, y la
excelente conservación y manejo de esta colección, termina siendo inadecuada para la
mayoría de los temas bioarqueológicos.10
Paralelamente a los trabajos de Hrdlicka en el Perú, en Egipto el paleoparasitólogo
inglés Sir Armand Ruffer (1910, 1921) estaba descubriendo momias con patologías de
infecciones sanguíneas del parasito Bilharzia haematobia, agente etiológico de la
esquistosomiasis. Mal que infestaba a los esclavos cuando trabajaban en los limos del Nilo
para la agricultura del trigo. También descubrió anemias, parasitos intestinales y
aneurismas en diversas momias (Fig. 12).
10 Entre los años de 1910-20, aproximadamente, Hrdlicka realizó un amplio estudio sobre la paleopatología
andina, recolectando cráneos y esqueletos post-craneanos de cementerios huaqueados de Ancón y Cinco
Cerros en Huarochirí que presentaban patologías, caries dentarias, deformaciones y trepanaciones. Todo ese
material biológico humano ha sido transportado al extranjero, específicamente al Museo de Historia Natural
de la Smithsonian Institution de Washington DC y al Museo del Hombre en San Diego, California. Sin
embargo, en aquella época no había una rigurosidad en la procedencia contextual de estos huesos diagnósticos
y sólo interesaba su proveniencia de sitio arqueológico (Verano & Lombardi 1999; Guillén 2010). Esperemos
que se den leyes para que esos materiales retornen a nuestra tierra.
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Fig. 12.- Sir Armand Ruffer (1859-1917).
Los informes de Hrdlicka (1911, 1914) sobre sus viajes al Perú han tenido un impacto
significativo en la prehistoria andina. A partir de sus observaciones visuales sobre la
tipología craneana, concluyó que la población costeña compartía el tipo braquicefálico y
eran de estatura moderada, mientras que los grupos serranos incluían principalmente
cráneos dolicocefálicos. En aquella época la presencia de diferentes tipos en una región era
interpretada como la existencia de tipos intrusivos. Sin embargo, hoy podemos afirmar que
en el pasado ya existía una amplia gama de grupos étnicos e intenso movimiento de la
dinámica poblacional.
El primer viaje de Hrdlicka a Sudamérica (1911) tenía entre otros propósitos el de
cuestionar los hallazgos de Florentino Ameghino que había reportado el hallazgo del fémur
de un Toxodon (de la época cuaternaria), que supuestamente tenía una punta de flecha
incrustada en el hueso. El asunto fue resuelto a partir de la introducción de criterios
geológicos que demostraban la imposibilidad de la propuesta del investigador argentino.
Fue su suerte que en el largo viaje por mar de Nueva York a Buenos Aires, conoció a don
Víctor Larco Herrera, quien ya había iniciado la recolección de los materiales culturales
que abundaban en sus haciendas azucareras en el norte del Perú. Al enterarse del interés de
Hrdlicka por restos humanos antiguos, Larco Herrera le invita a Chiclín. A su llegada es
sorprendido con una calle atiborrada de huesos. El trabajo fue entonces el de seleccionar
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que llevar, en este caso principalmente cráneos y especialmente aquellos con lesiones
patológicas (Guillén 2010: 116-117).
En otros lugares de Perú, como en Pachacamac, Hrdlicka tuvo una suerte similar. Sólo
tenía que recolectar lo que estaba disperso en la superficie de los sitios arqueológicos
huaqueados. En sus memorias describe la apariencia de estos lugares como el Gólgota. Ya
que la consideración temporal no era una preocupación, pocos otros lugares en el mundo le
ofrecieron tal cantidad de huesos. En la parte positiva hay que tomar en cuenta que en sus
contactos con el gobierno peruano también se encargó de promover la definición de un
reglamento que controlara el trabajo arqueológico y la exportación de muestras.
Específicamente, tal como lo indica en su autobiografía, quería impedir que Hiram
Bingham lograra un contrato de exclusividad con el gobierno para supervisar el quehacer
arqueológico en Perú. Para su ventaja estaba el hecho que había poco interés en los restos
humanos.
En su segundo viaje de Hrdlicka al Perú, en 1913, se reencuentra con el joven Julio C.
Tello, el médico “sharuco” que ya se habían conocido en la maestría en antropología
realizado en la Universidad de Harvard. Su nombramiento como asistente de Hrdlicka se
debía a dos factores: uno, a la amistad formada en Harvard y dos, por la habilidad de Tello
en coordinar y liberar los proyectos arqueológicos con el Ministerio de Educación. En sus
relatos autobiográficos, Hrdlicka (Ms.), escrito probablemente en 1938, describe con cierto
humor como ambos investigadores -al iniciar sus colectas- se colocaban en extremos
opuestos de los cementerios huaqueados, tanto en la costa norte como en la costa central,
buscando y compitiendo quien recogía los mejores huesos patológicos para sus respectivos
museos.11
11 Por este motivo, las grandes colecciones de restos humanos en los Estados Unidos y en el Perú son hasta
ahora las contribuciones de Hrdlicka y de Tello. La mayor parte del material recolectado por Tello fue
depositado en Museo Nacional de Antropología y Arqueología en Lima (MNAAH) y en la Universidad de
Harvard. Gran parte de este material todavía no ha sido analizado. Las notas de campo de sus trabajos se
conservan en el Museo de Arqueología y Antropología de San Marcos. Gran parte del Archivo Tello,
incluyendo fotos y gráficos están siendo publicados sistemáticamente por el Museo de Arqueología y
Antropología de la UNMSM a partir del siglo XXI. Hrdlicka (1914), observando los entierros de Ancón,
anotó la abundancia de "osteoporosis simétrica" que hoy conocemos como hiperostosis porótica en las
antiguas poblaciones pesqueras de la costa central. Empero, tampoco encontró casos de LTA sino una alta
frecuencia de periostitis en los huesos largos, sin identificar sus etiologías (Guillén Op. Cit.: 117).
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En esta fase médica, también el Dr. Edmundo Escomel (1911), escribe un artículo
acerca de la espundia, denominación dada al comportamiento destructivo de las mucosas
naso-orales, que dominaba ampliamente la Amazonía peruana y los parásitos eran idénticos
a los que Gaspar Vianna había observado en el Brasil, caracterizándolo como Leishmania
braziliensis tanto para la uta como la espundia. Simultáneamente en el Perú, Lizardo Vélez
López (1913), distinguió al parásito de la L. peruviana de la L. tropica y la ubicó dentro de
la categoría de L. braziliensis. Sin embargo, los parasitólogos de aquella época eran reacios
al avance de las investigaciones y mantenían al agente genérico y tradicional de la L.
tropica del Viejo Mundo. Esta concepción escolástica perduró hasta la década de los 50s.
George Eaton (1916) estudia la colección McCurdy de Macchu Pichu, descubierto por
Hiram Bingham en 1910, identificando diversos esqueletos femeninos jóvenes y adultos-
jovenes que le permitió plantear que eran las famosas “vírgenes del Sol” que atendían a los
militares incas heridos o héroes de guerras. Se ha considerado que Machu Picchu era la
casa y templo de Pachacutec, elaborada con fina técnica lítica, abundante agua con casas,
kallankas, sukankas, colcas, muchos andenes, plazas y escalinatas de piedra. Sus
inferencias antropológicas fueron cuestionadas por John Verano en 2008.
El médico Earnest Albert Hooton (1930) excava y analiza dos sitios arqueológicos al sur
de Ohio, EE.UU. Uno es Madisonville y el otro el Grupo Turner. Estudia, desde el punto de
vista epidemiológico, tanto a la evidencia directa a través de la paleopatología analítica y
paleoparasitología, como la evidencia indirecta a través de pinturas, cerámica y documentos
históricos. Sin embargo, Hooton concluye con el pesimismo de la contribución de la
paleopatología es poca y se plasma así:
“En el momento los paleopatólogos no pueden distinguir en los huesos secos las lesiones
dejadas por las enfermedades, los cuales pueden ser fácil y correctamente identificadas en
vida. Las pocas excepciones a esa generalización incluyen solamente a la artritis,
osteomielitis, mal de Pott, osteomalacia y pocas otras afecciones.”
Herbert U. Williams (1930, 1932), amigo de Tello, publica un notable artículo sobre
paleopatología, apuntando que hubieron destacados investigadores como Hrdlicka, Moodie,
Williams y Hooton. Agrega que nosotros debemos considerar que en los últimos 20 años
(entre 1910-1930) se ha logrado producir amplios estudios a la par de las de Roy Moodie.
La paleopatología destaca porque comienza a proporcionar abundante información certera
sobre la vida cotidiana de los hombres andinos.
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Roy Moodie (1932) se concentra en la zona de Ica y describe numerosas piezas
óseas para su famoso libro de aquel año. Su contribución a la paleopatología andina es
encomiable, rescatando restos óseos humanos con severas patologías de cáncer y
leishmaniasis que poca atención se les habían dado.
Hacia inicios de la década de los 30, Tello conoce a Pedro Weiss, joven patólogo y
dermatólogo de la Facultad de Medicina de la UNMSM, el cual paulatinamente se va
interesando en los esqueletos humanos. El doctor Weiss, como director del Museo de la
Facultad de Medicina, participó en la expedición que descubrió el templo de Chavín de
Huantar, dedicándose parte de su tiempo al estudio de restos humanos antiguos,
principalmente las series recuperadas por los trabajos de Tello.12
Realiza estudios de
especialización en Alemania y Francia. Fue profesor de las facultades de medicina y de
ciencias en la Universidad de San Marcos, encargándose del curso de Antropología Física.
Tuvo a su cargo la división de esta especialidad en el Museo Nacional y en el Museo de
Arqueología de San Marcos y publica diversos estudios sobre la osteología cultural (Weiss
1932, 1961, 1962a, 1962b, 1972)(Fig. 13).
Weiss (1943, 1970, 1984), constituye el verdadero fundador de la paleopatología
peruana y fue director del Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM entre
1957-70, publicó diversos artículos sobre paleopatología americana, siguiendo el modelo de
investigación: hueso-cerámica-crónicas. Observó el contraste de las dos fuentes de la
paleopatología de LTA, sosteniendo que mientras la cerámica antropomorfa con
representaciones de mutilaciones faciales es producto incuestionable de la uta, en cambio,
no existen estudios paleopatológicos en cráneos arqueológicos.
12
Julio C. Tello al establecerse como director del Museo de Arqueología en la Universidad de San Marcos, en
1919, y luego en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología, en 1945. definió la existencia de
depósitos para restos humanos. Sin embargo, esta tarea la encomendó a Pedro Weiss en 1918. Tello como
médico jamás curó a un paciente, sino se dedicó intensamente a las exploraciones arqueológicas y fundación
de museos. Es decir, trató de curar el dolor de la cultura andina construyendo museos y múltiples
exploraciones arqueológicas.
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Fig. 13.- Pedro Weiss Harvey (1893-1985).
Los principales temas de interés de Weiss fueron la deformación craneana, la
trepanación y la paleopatología. Acuñó el término de “osteología cultural” que engloba uno
de los ejemplos más claros y tempranos de la investigación interdisciplinaria (Weiss 1958).
Los datos culturales, históricos y biológicos eran complementados con la información
arqueológica para discutir rutas de migración poblacional, organización social e interacción
cultural. Además que Weiss desarrolló una intensa vida académica, su trabajo está más
circunscrito a temas médicos, y es reconocido como el “Padre de la Patología en el Perú”.
Su producción en antropología física no es tan extensa pero su perspectiva de análisis
constituye un importante punto de referencia así como son las conclusiones de sus estudios.
Su dedicado trabajo en museos y sus publicaciones inspiraron a muchos médicos y
antropólogos.
Juan B. Lastres (1951), otro destacado médico peruano y famoso neurosiquiatra,
recopilando amplia información etnohistórica y un análisis extensivo de la cerámica
prehispánica con patologías las utilizó para discutir la historia de la medicina en el país.
Luego en conjunto con Fernando Cabieses (Lastres & Cabieses 1959) prepararon una
extensa revisión sobre los casos de trepanación craneana.
Hugo Pesce (1951), médico sanmarquino especialista en medicina tropical, al tratar de
resolver el problema de la existencia de lepra en el Perú precolombino, recopiló fuentes
arqueológicas, relatos de cronistas, estudios filológicos y etnomedicina regional,
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conduciendo simultáneamente a la confirmación de 3 entidades morbosas en tiempos
incaicos y pre-incaicos: uta, bartonelosis y sífilis, concluyendo la ausencia de hanseníasis.
Este investigador, además, llamó la atención que el diagnóstico diferencial de lepra, sífilis y
leishmaniasis, debe ser a través de la morfología de las lesiones, su asiento anatómico y su
localización topográfica.
Theodore Dale Stewart (1943, 1950), otro antropólogo físico representante de la
Smithsonian Institution que asume el papel de Hrdlicka y llega al país a inicios de la década
del 50, logra impulsar trabajos y artículos en la antropología física y forense,
principalmente de la costa norte. Este investigador jamás creó un laboratorio en nuestro
país sino colectó amplio material óseo humano y los transportó a su institución de origen
(Fig. 14).
Fig. 14.- Theodore Dale Stewart (1901-1997).
Newman (1943), Stewart (1943a), Stewart y Newman (1950) trabajan intensivamente
en recopilar restos óseos humanos de cementerios clandestinos precolombinos y
relacionados con la antropología física en el Perú. Sin embargo, los trabajos de Stewart
(1966) y Larry Angel (1971) han mantenido viva la tradición de Virchow, Hrdlicka y
Hooton en la investigación paleopatológica y paleodemográfica. Según Buikstra y Beck
(2006: 76-77) estos investigadores siempre han estado al servicio de la Smithsonian
Institituion.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
En el Perú, entre los años de 1920 y 1950, los trabajos de los médicos Batistini,
Burstein, Escomel, Monge, Palma, Rebagliatti, Weiss y otros, siguieron la línea de la
distribución geográfica y demográfica de la leishmaniasis, mal de Chagas, verruga,
tuberculosis, cáncer, tifus, malaria, etc., construyendo sus bases epidemiológicas en nuestro
país. Luego esta contribución sería asimilada por Arístides Herrer y Hugo Pesce entre las
décadas 60-80.
E.O. Callen y T.W.M. Cameron (1960) comenzaron con el trabajo de la
paleoparasitología en el sitio de Huaca Prieta, valle de Chicama, aplicando el método de la
rehidratación de los coprolitos con fosfato trisódico y descubriendo Ascaris, Trichuris y
Dhiphyllobothrium. Estos parásitos intestinales han sido epidemias que han causado
diversos trastornos, anemias y muerte en las antiguas poblaciones humanas andinas tanto
costeñas cuanto serranas. Este investigador murió en Ayacucho y pocos se acuerdan de su
gran contribución en el avance de la paleopatología.13
Por otro lado, los estudios de la deformación cefálica y las trepanaciones habían ganado
fuerte interés en la ciencia biomédica desde las contribuciones de Dembo e Imbelloni en la
década de los 30 (Weiss 1962a, 1972; Lastres y Cabieses 1959). En todo este período de
Yugo, la escuela norteamericana culturalista hacia gala de su metodología difusionista y
funcionalista, así como la técnica de excavación en área del método Wheeler y la tipología
del material lítico y ceramográfico. Sin embargo, se continuaba enajenando la cultura
material andina.
Fernando Cabieses (1920-2009) constituye el último representante de la escuela médica
interesado en esta área, fue docente de la Facultad de Medicina de la UNMSM y
considerado un pionero de la neurocirugía. Se graduó como médico en la UNMSM en
1956. Fue un brillante profesional que se distinguió en todas las esferas de su vida
profesional y creativa. Participó en la creación de la Universidad Científica del Sur, quien
fue su primer rector de 1998 a 2007. Fue un científico, humanista y profesor. Promovió y
participó en campañas para incentivar respeto y consideración a la práctica tradicional del
uso de la hoja de coca, enfatizando la importancia cultural, fisiológica y médica de esta
planta en el pasado y presente de las culturas andinas (Fig. 15).
13
CALLEN, E.O. & CAMERON, T.W.M. (1960). A prehistoric diet as revealed by coprolites. The New
Scientist 8: 35-40.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Fig. 15.- Fernando Cabieses (1920-2009).
Se especializó en neurocirugía en la Universidad de Pennsylvania, como científico y
humanista su trabajo abarcó temas en medicina tradicional, botánica, historia, farmacología,
arqueología y etnografía. Escribió reportes científicos, ensayos, novelas y poesía. Su
compromiso social y político le llevó a aceptar el rol de presidente de una Comisión de Paz
que se estableció en 1986 para atender la emergencia de una revuelta de presos acusados de
terrorismo. Este grupo no alcanzó a lograr sus objetivos pero refleja su compromiso social
y el reconocimiento a sus múltiples intereses profesionales.
Gran parte del trabajo profesional de Cabieses estaba concentrado en su práctica
médico-quirúrgica, laborando paralelamente en museos. Fue director del Museo Peruano de
Ciencias de la Salud desde 1976 a 1990, cuando la Sociedad de Beneficencia Pública de
Lima decidió cerrarlo por causas políticas. En un principio el local estuvo localizado en el
Hospital Dos de Mayo de la Avenida Grau y luego pasó al Jirón Huallaga a una cuadra del
Palacio de Gobierno hasta su cierre por el presidente Alberto Fujimori. Era médico de
cabeza de Víctor Raúl Haya de La Torre, subiéndose a la bancada aprista, logró dirigir al
grupo que se encargó de generar el Museo de la Nación que se fundó en 1990, participando
en el diseño y los detalles de la implementación de este ambicioso proyecto cultural. Fue
director del Instituto Nacional de Cultura, y también tuvo este cargo en el Programa
Contisuyo, un programa de investigaciones arqueológicas en Moquegua, auspiciado por la
Empresa minera Southern Peru.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
En el área de paleopatología trató superficialmente el tema de la leishmaniasis,
treponematosis, la trepanación craneana y en general la evidencia y la historia de las
enfermedades en antigüedad (Cabieses 1974, 1993a, 1993b, 2007). Aunque no se concentró
en el tema de la antropología física ni la paleopatología, su trabajo promovió el interés y
debate en ambas disciplinas. Además, incentivó y participó sus esfuerzos para proteger y
conservar colecciones arqueológicas. Sonia Guillén, que trabajó en un inicio al lado de este
investigador, es testigo de las facilidades que ofreció a profesionales jóvenes, su apertura
para discutir temas diversos, su entusiasmo y compromiso para promover el desarrollo de la
paleopatología en el país.
Así, en 1962, el español Juan Comas fue profesor visitante en San Marcos, luego en los
70 lo hizo el belga Jean Dricot, quien también trabajó en el Museo Nacional de
Antropología y Arqueología de Lima, iniciando la reorganización de las colecciones del
departamento de antropología física en coordinación de la Dra. Hilda Vidal Vidal. Esta
investigadora peruana luchó prácticamente sóla entre las décadas del 70 y 90, con material
de Chavín, Pasamayo, el “soldado chileno”, diversos entierros de la costa central, etc.
Además, trabajó con el japonés Ogata realizando la antropología física de 3 entierros de
Lauricocha (Vidal y Ogata 1973). Otro médico destacado, ya finado, es Arturo Jimenez
Borja que tenía fuerte interés en la arqueología andina. Alcanzó altos cargos políticos en el
Patronato Nacional de Cultura al lado de José María Arguedas, preocupándose en la
restauración de los monumentos de Pachacamac, Huallamarca, Juliana y Puruchuco, entre
otros, con fines turísticos y de identidad cultural.
El Período de Fractura: La Nueva Arqueología y La Paleopatología Moderna (1971-
2000)
Con el desarrollo de la Nueva Arqueología, Arqueología Procesual o procesualismo,
impulsado en Inglaterra por Graham Clark y en los EE.UU. por Louis Binford y Kent
Flannery, está disciplina se hace más rigurosa, introduciendo la hipótesis, el detalle del
contexto arqueológico, la correcta identificación de los materiales orgánicos (etnobotánica
y zooarqueología) en los laboratorios y el método comparativo. La arqueología empieza a
ganar fuerza, identificando acuciosamente las plantas y animales para entender el proceso
de la civilización andina, la domesticación de plantas y animales, la teoría del estado y el
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
surgimiento de las clases sociales, concentrándose principalmente en los sitios del Período
Lítico, Arcaico y Formativo. Asimismo, con la introducción el enfoque ecosistémico, el
medio ambiente y la bioarqueología comienzan a tomar consistencia para entender el
proceso y la teoría del cambio sociocultural.
También se introduce la elaboración de leyes, hipótesis y los modelos en los proyectos
de investigación. La lógica y razón de los datos empíricos debidamente expuestos tenían
que prevalecer sobre la teoría hecha en gabinete que dominaba a la arqueología andina,
entrando en pugna el Funcionalismo de Willey, el Materialismo Histórico de Lumbreras y
el Procesualismo de Binford. Con esta última corriente se introduce en nuestro medio la
paleoepidemiología que es una ciencia biomédica que se inserta entre los campos de la
arqueología, paleopatología y paleodemografía. La cual se sustenta en el estudio
descriptivo de la paleopatología ósea y/o dentaria, y la paleoparasitología (a través del
análisis microscópico de coprolitos, sedimentos intestinales de momias y áreas de descartes
higiénicos), impulsando conocimientos capaces de explicar la historia y la evolución de
enfermedades dentro de un contexto social (Cohen 1975a, 1975b; Buikstra & Cook 1980;
Cockburn 1988). Esto permite relacionar estrés, morbilidad y mortalidad a los estilos de
vida, comprendiendo la enfermedad no como un ente biológico aislado sino de sistemas
patocenóticos e indisoluble de los procesos socio-culturales, de las influencias del medio
ambiente y del proceso histórico de cada grupo humano del pasado (Mendonça de Souza
1997).14
Con esta nueva visión llegan al país destacados antropólogos físicos. La abundancia de
cementerios y momias de la costa sur como en Nasca, Paracas y Cahuachi, así como el
museo arqueológico de Ica, dirigido por Alejandro Pezzia Aseretto, permitió realizar el
trabajo osteológico y en momias por profesionales médicos o antropólogos físicos
extranjeros (Allison 1979, 1983, 1984; Allison et al. 1973, 1976a, 1976b, 1977, 1981,
1982a, 1982b, 1982c; Allison y Gerszten 1982; Benfer 1977, 1981, 1982, 1984, 1986,
1990; Chauchat y Dricot 1979; Dricot 1974, 1976, 1977; Hartweg 1958, 1961; Malina
1988; Verano 1987, 1992).
14
A partir de la década de los 80s surge la Nueva Paleoepidemiología que se sustenta de 3 pilares: el contexto
arqueológico o biocultural, la incorporación de técnicas biomédicas modernas y el contraste analítico del
diagnóstico diferencial (Buikstra & Cook 1980, 1992; Zimmerman & Kelley 1982; Weiss 1984; Jarcho 1990;
Ortner 1992; Mendonça de Souza 1995; y otros).
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Marvin Allison se concentró en la costa centro-sur peruana durante las décadas de 1970 y
80. Así, Allison y Gerszten, fundadores del Club de Paleopatología en 1978, fueron los
pioneros de la integración de los fondos biomédicos, bioantropológicos y arqueológicos
para realizar trabajos en disecciones de poblaciones de momias peruanas y chilenas.
Colaboraron con los trabajos de Robert Benfer en Paloma y Chilca, Lima, en asociación
entre las Universidades de Columbia y la Agraria, analizando centenas de momias humanas
del período arcaico y formativo para entender la adaptación del hombre en el área de las
lomas y el litoral (Fig. 16). 15
Fig. 16.- Marvin Allison y Enrique Gerszten (Aufderheide et al. 1998).
La Dra. Jane Buikstra, University of Michigan, una de las figuras más importantes de la
bioarqueología americana, se concentra en la costa sur del Perú, valles de Moquegua y
Tacna, trabajando principalmente con el problema de la antigüedad de la tuberculosis en el
país. Propone que la investigación arqueológica debe orientarse hacia la bioarqueología
debido a la comprobación de los datos paleopatológicos, forenses y la aplicación del
diagnóstico diferencial (Buikstra & Cook 1980, 1992; Buikstra & Beck 2006). Su
15
El trabajo de Allison y equipo tuvo una postura cotroversial. Ya que la información biológica recuperada
era importante, pero las afiliaciones culturales eran consideradas demasiado amplias y sin contexto
arqueológico. Las momias y los restos estudiados provenían de cementerios huaqueados abandonados en
superficie y seleccionados a partir de sus características intrisecas. En otros casos, y todavía más penosos,
eran parte del abandono en museos (Guillén 2010: 124).
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investigación en el Perú se concentra en la década de los 90, trabajando en el valle de
Osmore, Moquegua (Buikstra 1995). Continua con el señorío de Chiribaya en el vasto
cementerio de Estuquiña, Moquegua (Buikstra & Lozada 2002), intercalando sus viajes con
Mesoamérica y Norteamérica (Buikstra 1997; Buikstra et al. 1998), colaborando con las
investigaciones de Della Cook de la Universidad de Indiana en el valle del Mississipi donde
vivían los Hopewell (Fig. 17).
Fig. 17.- Jane Ellen Buikstra (1945- vive).
Esta investigadora posee una amplia producción académica y ha estado presente en
grandes congresos internaciones de paleopatología.16
Sin embargo, en el articulo de Guillen
16
BUIKSTRA, Jane & Douglas K. CHARLES (1999). Centering the Ancestors: Cemeteries, Mounds and
Sacred Landscapes of the North American Midcontinent. In: Archaeologies of Landscape: Contemporary
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chapters:1. Introduction, 2. Historic Bioarcheology and the Beautification of Death, 3. A Matter of Life and
Death I: Disease, Medical Practice, and Funerals, 9. Summary and Conclusions, and coauthor of one chapter
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Publishers: Westport.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
(2010) no la cita en su debido contexto histórico a pesar de haber sido su asesora de tesis,
tampoco está en su bibliografía y otorgándole mayor peso académico a John Verano. Esta
nueva corriente de la bioarqueología busca la información certera de campo, el contexto
arqueológico, su asociación con la estructura funeraria, matriz y ajuar. Luego en el
laboratorio, usando técnicas modernas, se analizan e identifican las patologías, entesopatías
y posibles causas de muerte.
A pesar de esta fuerte tendencia de la Nueva Arqueología, en ninguna de las escuelas de
arqueología o antropología en el Perú se había creado la especialidad de antropología física
y menos de paleopatología. En la UNMSM la tendencia dominante culturalista del yugo
norteamericano no permitió la creación de esta disciplina en la escuela de antropología. Por
lo visto son los mismos docentes que no han tenido el interés de crearla debido a tendencias
académicas diferentes. Por otro lado, tampoco se habían creado laboratorios para el
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Lucas Powell, Della Collins Cook, Georgieann Bogdan, Jane E. Buikstra, Mario M. Castro, Patrick D. Horne,
David R. Hunt, Richard T. Koritzer, Sheila Ferraz Mendonça de Souza, Mary Kay Sandford, Laurie Saunders,
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Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
entrenamiento de estudiantes. Las universidades de San Marcos y La Católica en Lima han
tratado de involucrar a especialistas como profesores visitantes.
Entre las décadas de los 80 y 90, el biólogo Nicolás Arzola Guerrero dictaba esta
cátedra en San Marcos, teniendo como Jefe de Prácticas al autor de este artículo, hasta su
viaje al Brasil en 1995 para realizar el doctorado en paleopatología en la Fiocruz, Rio de
Janeiro (1996-2000). En la UNMSM se formaron en este campo: Pablo Baraybar, Luis
Rueda Curimanya y Flavio Estrada entre 1990 y 2000. Sin embargo, la tendencia
culturalista todavía domina los claustros sanmarquinos y católicos. Desafortunadamente,
ninguna de estas universidades pudo atender las necesidades de laboratorios y cambios
curriculares para crear la formación de antropólogos físicos, hoy denominados
bioarqueólogos.
En 1986, John Verano de la Universidad de Tulane defiende su tesis de doctorado
sobre un estudio comparativo entre las poblaciones Mochica y Chimú en Pacatnamú, valle
de Jequetepeque, concluyendo que la alimentación en el período Moche era mejor que
durante el período Intermedio Tardío de los chimú debido a la menor tasa de anemias e
hiperostosis porótica vistos en los cementerios muchos de estos huaqueados. Verano se
concentra en la costa norte del Perú, lejos de la lucha armada que arrazaba en el triangulo
rojo (Apurimac, Ayacucho y Huancavelica). Trabaja con Donnan y Cock en Pacatnamú,
valle del Jequetepeque (1983-1985), con Walter Alva en Sipán, Lambayeque (1986-1988),
con Santiago Uceda en la Pirámide de La Luna, valle de Moche; con la dama de Cao en el
valle de Chicama con Régulo Franco y con Steven Bourgest con los individuos jóvenes y
adultos/jóvenes sacrificados de Cerro Blanco, valle de Moche (Verano et al. 2008; Verano
1991, 1995, 2001a, 2001b, 2001c, 2005, 2007; Fig. 18).17
17
En los 80 John Verano de la Universidad de Tulane fue profesor visitante en La Pontificia U. Católica.
Elaboró su tesis de doctorado sobre los cementerios tardíos en Pacatnamú, valle de Jequetepeque en 1986.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Fig. 18.- John Verano (1956-vive).
Según Guillén (2010: 126) menciona que a partir de 1980 el trabajo de Verano en el
Perú ha sido crucial para el desarrollo de la bioantropología y la paleopatología. También
se ha preocupado con el estudio de la relación entre las cabezas trofeo y los traumatismos,
siguiendo los planteamientos de Tello y Weiss (Verano 1997, 2003, 2008; Verano &
Williams 1992; Verano & Andrushko 2008; Andrushko y Verano 2008). Admite que la
trepanación ha sido practicada en los Andes a partir del Formativo Medio, hace 500 a.C. y
en muchos casos están asociados a fracturas relacionadas con violencia de prácticas
guerreras. De otro lado, las cabezas trofeo apuntan a una práctica ritual para honrar a
guerreros o para advertir al enemigo (Verano 1995b). Este autor también revisó la
colección de McCurdy sobre Machu Picchu existente en el Museo de la Universidad de
Yale y estudiados por George Eaton (1916). Hace una crítica a este último autor, indicando
que los casos propuestos como sifílis para las “vírgenes del Sol” pueden ser mejor
identificados como tuberculosis y osteomileitis. La contribución académica de Verano en el
Perú es amplia y permanente, habiendo formado en el campo de la paleopatología a Guido
Lombardi (Verano & Lombardi 1999), Marla Toyne, Melissa Lund, Catherine Gaither,
Pechenkina y Valerie A. Andrushko. Ha enseñado en la Universidad Nacional de Trujillo y
en la Pontificia Universidad Católica de Lima, en 2008.
Después de veinte años de violencia interna a partir de las actividades de grupos
terroristas como Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, entre
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1980 y 2000, el Perú tiene la necesidad de identificar los restos de más de 30,000 personas
desaparecidas. Una vez que el problema del terrorismo en el Perú fue controlado
(Kimmerle & Baraybar 2008), la presencia de investigadores extranjeros se reactivó y
también las oportunidades de investigación, entrenamiento y colaboración académica y
científica.
El doctor Luis Valdivia Vera (1988) que realizó y publicó estudios dentales, luchó
aisladamente y no tuvo seguidores que se concentraran en el estudio de restos humanos.
Nuevamente, la falta de recursos para la investigación y de puestos de trabajo confabularon
para que los restos humanos mantengan un rol secundario en la reconstrucción de la historia
biocultural andina.
Etapa del Deslinde: La Paleopatología Interdisciplinaria (2000-2013)
El año 2000, durante el gobierno de Fujimori, marca la caída de los grupos
terroristas en el país (SL y MRTA). A partir de esa fecha, se crearon masivamente diversas
universidades pero sin cursos de antropología física ni forense. Paralelamente, el biólogo
Nicolás Arzola Guerrero de la UNMSM, con sus jefes de prácticas Flavio Estrada y Luis
Rueda, luchaban denodadamente por la supervivencia de la antropología física. En el país
crece la arqueología de contrato, los CIRAS y PEAS, sin interés por el material óseo
humano ni animal. Simultáneamente, hubo un incremento de tesis en bioarqueología andina
en universidades norteamericanas (Vradenburg 2001; Pechenkina 2004; Andrushko 2006;
Chan 2011).
En Rio de Janeiro, el autor de este artículo defiende su tesis de doctorado en
paleopatología de la leishmaniasis en la Fiocruz (Altamirano 2000, colgado en Internet),
siendo profesor visitante de esa institución hasta 2005 y docente de la Universidad UNIRIO
entre 2007 y 2009. En el Perú, faltaba la creación de laboratorios de bioarqueología que
utilice los métodos de la tomografía computadorizada, densitometría ósea, resonancia
magnética, el avance de la traumatología, la reconstrucción de restos y la paleoparasitología
molecular. Estas técnicas comienzan a ganar terreno en la investigación interdisciplinaria
de la Nueva Paleopatología en la América del Sur. Así, necesitabamos avanzar
incorporando estos métodos ya utilizados por los médicos y la corriente norteamericana.
Revista TULLUCHA Nº 1: 6-70, UNFV, LABORATORIO DE ANTROPOLOGÍA FÍSICA Y FORENSE
Vradenburg (1992, 2001) defiende su tesis de doctorado en la Universidad de
Missouri, Columbia, estudiando el material óseo humano del sitio formativo de Cardal,
excavado por la pareja Burger-Salazar. Concluye que hacia el período Inicial y el período
formativo no habían existido clases sociales, sino grupos humanos con diversas formas de
trabajos especializados. Afirma que la treponematosis, una forma diferente de sífilis, tal vez
yaws o buba, se había alastrado por la costa central proveniente de la Amazonía central,
generalizándose en el período Formativo Tardío, entre los sitios de Tablada de Lurín,
Cardal, Mina Perdida, Huallamarca, Huaca Pucllana y Villa El Salvador.
En el año 2002, la UNFV funda su laboratorio de Antropología Física y Forense en el
campus de La Colmena, recuperando casi un centenar de entierros humanos, y algunos
asociados con animales, del Cerro Trinidad, valle de Chancay, excavado por Odón Rosales,
Carlos Farfán, Victoria Aranguren y Aurora García Fuyikawa. A pesar del interés de los
estudiantes y el trabajo aislado en la especialidad en diferentes partes del Perú, este campo
no promovió ni incentivó avances significativos como si sucedió en otras partes de la
América del Sur como en el Brasil, Argentina y Colombia, donde inclusive hay maestrías y
doctorados en antropología biológica. Pues hasta hoy no se ha concluido con el análisis de
dicho material y ningún alumno de antropología ni arqueología no ha podido especializarse
en esta área del saber científico sino en la vieja arqueología culturalista, dando énfasis a la
arquitectura y la cerámica.18
Definitivamente otro problema ha sido la falta de perspectivas laborales en una
economía deprimida como la peruana. Dentro de estas condiciones, la investigación y
protección al patrimonio cultural han recibido una escasa atención tanto a nivel del
gobierno como del sector privado. Paralelamente los laboratorios comienzan a vegetar.
Como consecuencia de esto ha sido necesario entrenar y certificar antropólogos forenses
por docentes foráneos. Así, con el auspicio del gobierno de Finlandia se ofreció una
Maestría en Antropología Forense y Bioarqueología en la Pontificia Universidad Católica
del Perú entre el 2007 y el 2008. Este ha sido el primer programa de posgrado en la
18
Sin embargo, se ha dado la oportunidad de la llegada de Ortner (2003), Ortner y Aufderheide (1991), Ortner
y Putschar (1985), Tyson y Dyer (1980) para la investigación de las diversas series de cráneos del Perú
recuperadas en el siglo XIX, existentes en el país (MNAAH o MNAA) o en el extranjero, así como del
estudio de paleopatología básicamente y la elaboración de sus tesis de doctorado en variación macro-regiona1
(Howells 1973; Soto et al. 1975). Los proyectos de investigación bioarqueológica, en especial los extranjeros,
cuentan con diferentes especialistas en áreas como la paleoparasitología, biología molecular, exámenes
bioquímicos, con equipos avanzados en alta computadores uso de satélites.
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especialidad en la región latinoamericana. Aparte de formar a profesionales que verán casos
relacionados a la violación de derechos humanos, crímenes comunes y desastres masivos;
la compatibilidad en métodos y técnicas de estudio ha permitido un enfoque a los temas de
bioarqueología y bioantropología. Varias de las tesis de este programa han tratado temas de
paleopatología, enfocando temas relacionados a dientes, trauma y enfermedades
infecciosas.
Otro aspecto positivo en el Perú es que existe una mayor conciencia sobre la
importancia de los restos humanos para el estudio de la bioarqueología. Las colecciones en
los museos están recibiendo atención, el almacenaje y el manejo de colecciones se hace con
mejores estándares. A pesar del escaso apoyo gubernamental, existen esfuerzos académicos
y privados con la participación de especialistas que están trabajando para que las
colecciones mantengan su potencial científico. A partir de este esfuerzo se verán más y
mejores trabajos en los que los huesos den luces para temas sobre desarrollo cultural,
paleopatología, adaptación, migraciones y otros temas en los que la perspectiva biológica
poblacional sea un punto crítico.
En el MNAAH las grandes colecciones de restos humanos que incluyen los
impresionantes fardos de Paracas, las colecciones óseas de Ancón, Makat-tampu, de sitios
de Ayacucho y Cajamarca, entre otros, son producto del trabajo que realizó o promovió
Tello. Desenfardeló algunos de los fardos Paracas aunque no se involucró en el análisis de
los restos humanos encontrados. Tenía una vida académica y política muy activa, y
desarrolló importantes trabajos arqueológicos en el campo. Promovió y desarrolló la
investigación pero también tuvo que confrontar la falta de recursos y puestos de trabajo, y
también con la persistente indiferencia hacia las necesidades de conservación y atención de
los restos arqueológicos. No es extraño ver la falta de continuidad y atención a las
colecciones de restos humanos.
Sonia Guillén, formada en la UNMSM, constituye otra figura de la bioarqueología
andina. Guillén (1992) escribe un artículo sobre la sinostosis craneana precoz en momias
Chinchorro de Morro 1-5, Chile. Posteriormente, en 1994, defiende su tesis de doctorado
sobre las momias Chinchorro bajo la asesoría de Jane Buikstra en la Universidad de
Michigan. Esta investigadora, además de haber sido profesora de inglés en el ICPNA,
trabajó con el Dr. Fernando Cabieses en el Museo de Ciencias de la Salud y Paleopatología
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del Hospital 2 de Mayo, así como analizó diversos contextos funerarios arqueológicos de la
costa sur, central, sierra norte y nororiente peruano. En 1993, Guillén y su socia Roxie
Walker fundan el Centro Mallqui localizado en Moquegua, Ilo, distrito El Algarrobal,
auspiciado por el Institute for Bioarcheaology y conformado de los materiales
bioarqueológicos recuperados por Buikstra y su equipo del cementerio Estuquiña del
período Intermedio Tardío, ocupación Chiribaya. Este centro se constituye en un organismo
no gubernamental con el fin de captar fondos para la investigación bioarqueológica. La
lucha para su instalación ha sido tediosa, desde la parte metodológica y exposición hasta la
humanística de los restos orgánicos (Fig. 19).
Fig. 19.- Sonia Guillén Oneeglio (1954-vive).
En 1997, se descubren centenas de momias en la Laguna de los Condores,
Amazonas, instalándose un museo comunitario en la localidad de Leymebamba en
Amazonas. El centro Mallqui se muda de Ilo a Leymebamba, para hacerse cargo de la
custodia de este material, que también había interés de custodiarlos por el Dr. Federico
Kauffman Doig. Actualmente la sede principal del Centro Mallqui está en San Isidro, Lima,
en la casa de la madre de Guillén. Entre los años 2006 y 2007, con fondos de Finlandia, se
crea la maestría en Antropología Forense y Bioarqueología de la PUCP, habiéndose
formado alumnos como Patricia Maita, Melissa Lund, Maricarmen Vega (2009), Elsa
Tomasto, María Godoy, Marcela Urizar, Flavio Estrada Vega, Martha Palma y Roberto
Parra Chinchilla, entre otros, siendo los docentes John Verano y Pablo Baraybar. El curso
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se cerró a los dos años debido al alto costo y, al parecer, solamente se quería formar un
número reducido de especialistas en la bioarqueología. Porsteriormente Guillén (2010,
2011) fue la organizadora principal del PAMINSA IV. Habiéndose llevado a cabo
exitosamente en Lima.
En 1993, el médico-cirujano Guido Lombardi presenta una tesis sobre la
tuberculosis en una momia Nasca, del cementerio Las Trancas, recibiendo premio nacional
en medicina, bajo la asesoría del Dr. Uriel García (Lombardi 1994). También ha trabajado
con la momia de Caral o Chupacigarro, valle de Supe, excavada por la Dra. Ruth Shady
Solís, hallando lesiones craneales perimortem, luego con el arqueólogo Cucho Hudwalker
de la PUCP con los entierros humanos tardíos de la isla San Lorenzo, Lima. Este
investigador de la Universidad Cayetano Heredia ha participado en diversos congresos
internacionales de paleopatología de momias en Egipto, Rio de Janeiro y San Diego, entre
otros (Fig. 20).
Fig. 20.- Guido Lombardi Almonacín (1961-vive).
Entre los años 2003 al 2007, Tiffiny A. Tung se concentró en la región de Ayacucho
para estudiar el problema de la violencia en el Horizonte Medio de Conchopata y Wari. Ha
descubierto numerosos cráneos con traumas y evidencias de degollamiento como resultado
de enfrentamientos cuerpo a cuerpo (Tung 2003, 2007a, 2007b; Tung & Cook 2006; Tung
et al. 2007).
Entre 2008-2009, Melissa Murphy y otros estudian un amplio material óseo humano
recuperado por el historiador de la PUCP Guillermo Cock del sitio de Huaquerones y una
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invasión reciente en el asientamiento humano Tupac Amaru, en Ate, concluyendo que la
mayoría de los entierros fueron victimas de enfrentamientos entre poblaciones yungas con
los españoles (Murphy et al. 2010). El hecho confirma que cada vez que ocurre un cambio
cultural suceden diversos casos de los traumatismos encéfalo-craneanos como los hallados
en Puruchuco-Huaquerones (Fig. 21).
Fig. 21.- Un caso de violencia en Puruchuco-Huaquerones del valle del Rímac E-121
(Murphy et al. 2010: Fig. 8) (evaluable en www.interscience.wiley.com).
Entre los días 2 al 5 de noviembre de 2011 se realizó la Cuarta Reunión de la
Asociación de Paleopatología en Sudamérica (PAMINSA IV que significa Paleopathology
Meeting in South America), ocurrido en el Centro de Convenciones del Colegio Médico del
Perú, en el distrito de Miraflores, Lima. En el evento participaron más de 150
investigadores entre ponencias, mesas redondas, exposición de paneles y tres talleres. El
congreso internacional fue un éxito rotundo con la certera dirección de Sonia Guillén
Oneeglio (presidenta del evento) y equipo compuesto por Elsa Tomasto-Cagigao, Patricia
Maita Agurto, Evelyn Guevara, Mellisa Lund, Guido Lombardi, Martha Palma Málaga,
Katya Valladares Domínguez, Inés Gárate, Alfredo J. Altamirano y Marcela Urizar.
Desde los enfoques teóricos de la arqueología procesual de Louis Binford y Kent
Flannery, en las décadas de los 60 y 70, se ha dado gran énfasis al estudio de los materiales
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orgánicos como las plantas, huesos animales y, sobretodo, al de los humanos, buscando por
un lado las alteraciones culturales como deformaciones cefálicas, cabezas trofeo y
trepanaciones craneanas, y por otro, todavía con cierto temor, en aquella época, tanto las
enfermedades infecciosas cuanto los traumatismos. El surgimiento de la paleopatología en
América del Sur comenzó lentamente y avanzó gracias al establecimiento de una mayor
rigurosidad tanto en la metodología y el diagnóstico diferencial, como en el contexto
arqueológico y su procedencia. Los paleopatólogos tenían que acercarse y aplicar las
técnicas modernas biomédicas a las momias y esqueletos humanos arqueológicos. En el
Laboratorio de Antropología Física del MNAAH existen cerca de mil momias “desnudas”,
sin envoltorio textil, procedente de la costa sur, los cuales sirven para nuevas
investigaciones paleopatológicas (Fig. 22).
Fig. 21.- Momia Paracas sin envoltorio textil del Museo Nacional de Antropología,
Arqueología e Historia, Lima. Colectado por Tello en 1923.
Así, entre los años de 1966 y 1967, se publicaron dos libros sobre el estudio de las
enfermedades en el pasado. Uno de ellos, el de Saul Jarcho (1966), se basó en el primer
simposio de paleopatología, ocurrido en Washington en 1965, patrocinado por la National
Academy of Sciences-National Research Council. A pesar de haber sido limitado a
investigadores norte-americanos, se privilegió el enfoque regional y se discutió aspectos
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generales de la metodología y teoría paleopatológica. En la introducción, Jarcho describe la
historia de la paleopatología en los Estados Unidos, con los trabajos pioneros de Jones,
Virchow, Whitney, Warren, Putnam y Morton, enfatizando, también, los autores que
participaron en ese simposio. En su discusión sobre el período de 1936 á 1965 menciona la
carencia o ausencia de trabajos en relación al estado de arte, ya que en ese período la
paleopatología era un simple apéndice o relación de huesos humanos de libros de
arqueología.
Hoy han transcurrido más de 45 años del encuentro de Washington DC. y la América
del Sur se vio obligado a la aplicación de la metodología paleopatológica debido al fuerte
avance de las investigaciones arqueológicas en los once países, siendo los más entusiastas:
Brasil, Perú, Argentina y Chile. Por ese motivo, el primer evento del PAMINSA I fue
realizado en la bella ciudad de Rio de Janeiro, Brasil, dirigido brillantemente por la Dra.
Sheila Mendonça de Souza, Luiz Fernando Ferreira y Adauto Araújo con el apoyo de la
Fiocruz y el CNPq, en 2005, siendo publicadas sus actas por la Paleopathology Newsletter,
fundada por Aidan Cockburn, que engloba a todos los investigadores de la paleopatología
del orbe.
En 2007, ocurrió el PAMINSA II en la ciudad de Santiago, Chile, dirigido y
coordinado por Mario Castro en la Universidad Nacional de Santiago. En 2009, el
PAMINSA III se trasladó a Neuquén, Argentina, coordinado por Ricardo Guichón y Jorge
Suby con la asistencia de gran número de investigadores locales, brasileños y
norteamericanos.
En el PAMINSA IV se presentaron especialistas de los cinco continentes y hubo once
simposios. Uno sobre la interpretación de los traumatismos óseos coordinado por Melisa
Lund y John Verano; otro sobre radiografía y endoscopía en paleopatología a cargo de Joe
Salazar; sigue el de los Aportes del ADN en paleopatología y estudios genéticos
poblacionales dirigido por Evelyn Guevara y Raúl Tito; las enfermedades infecciosas y su
impacto epidemiológico coordinado por Guillén; estudios en coprolitos y
paleoparasitología en Sudamérica a cargo de Gárate; paleopatología en momias
sudamericanas dirigido por Lombardi; paleopatología colonial y republicana coordinado
por Elsa Tomasto; bioarqueología de los sambaquis a cargo de Sheila F. Mendonça de
Souza; paleopatología dental entre pescadores y agricultores dirigido por Elsa Tomasto;
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paleopatología zooarqueológica en Sudamérica a cargo de Patricia Maita (como una
novedad del evento) y el simposio de Biología, cultura y medio ambiente coordinado por
Martha Palma.
Paralelamente a los simposios se expusieron 42 paneles. Presentándose excelentes
trabajos como el de John Verano sobre trepanaciones y cabezas trofeos de Marca-Jirca en el
Callejón de Huaylas, estudios de piojos y liendres en momias chinchorro, norte de Chile de
Bernardo Arriaza y Vivien Standen, el primer caso andino de un bebé con ciclopía
(Holoprosencefalia) del período Nasca Inicial hallado en contexto ritual (Tomasto 2011),
las diversas marcas de corte y muerte de Francisco Pizarro, la expansión de la tuberculosis
en los siglos XVIII-XIX en Rio de Janeiro y las momias de Leymebamba, entre otros.
Asimismo, Mancuso (2011) trató sobre el análisis del sitio de La Ciénaga,
Departamento de Belén, Catamarca del noroeste argentino, del período desarrollo regional
(1100-1450 d.C.). Excavó dos tumbas que contuvieron tres niños, uno de 2 años de edad y
otro con 2 bebés de 6 á 18 meses de edad. Uno de estos últimos tenía fuerte estrés
metabólico por hiperostosis porótica, periostitis en el húmero proximal y diferencias
morfológicas de ambos fémures, concluyendo que este bebé habría muerto por la infección
de la osteomielitis.
El panel de Altamirano & Jave (2011) trata sobre la paleopatología de camélidos
como un tema inédito en los Andes Centrales. El Proyecto Rescate Arqueológico de Punta
Blanca, desde 2006, en el valle medio de Lurín, a unos 550 msnm en área de lomas, fue
ocupado durante fines del Formativo, entre 300 y 100 antes de Cristo. El sitio, según la
hipótesis central del proyecto, propone que habría sido un centro de explotación de cal lo
que permitiría la interacción económica con diversos pueblos de la costa y sierra central
andina. Desde el pesimismo de Hooton y Stewart en los años 1930 y 60, hoy la
paleopatología ha ganado muchos adeptos y seguidores en las universidades peruanas con
una corriente teórico-metodológica de la arqueología post-procesual, afianzándose cada vez
más el método comparativo. En el Perú arqueológico autóctono hay mucho por ser
estudiado sobre la violencia, traumatismos, deformaciones, cabezas-trofeo, momias,
trepanaciones, enfermedades infecciosas y congénitas, trastornos mentales, que nos legaron
Tello, Weiss, Lastres, Cabieses, Uriel García y muchos otros paleopatólogos.
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En el aspecto optimista, los bioantropólogos han tenido un papel más activo en los
proyectos de investigación, introduciendo mayor orientación y rigor, ausente en muchos de
los trabajos anteriores. La paleopatología en Sudamérica está en franca expansión y los
trabajos de T.D. Stewart y Larry Angel han mantenido viva la tradición de Virchow,
Hrdlicka y Hooton (Buikstra & Cook 1992; Buikstra & Beck 2006). En un segundo
momento, los estudios de Cockburn, L.F. Ferreira, Cook, Buikstra, Allison, Gerzsten,
Araújo y Mendonça de Souza por el lado de los extranjeros, y los de Tello, Weiss,
Cabieses, Uriel Garcia, Guillén y Lombardi, entre los peruanos, se mantienen vivo. Se ha
visto que existe gran interés de jóvenes, como en el caso de los 3 talleres que fueron bien
concurridos por muchos estudiantes de arqueología, biología y medicina; otros no pudieron
inscribirse por falta de cupo. También he percibido que eventos como este, el alto precio
para alumnos peruanos debería ser barato o gratis. Por este motivo muchos de ellos también
se quedaron fuera del magno evento.
En mi calidad de coordinador de paneles del PAMINSA IV, conjuntamente con la
historiadora chilena Marcela Urizar, he percibido y confirmado una sincera reflexión que
jamás debemos ser dominados por el yugo extranjero, ni académico ni económico. Sin
embargo, muchos colegas peruanos ofrecen sus materiales a paleopatólogos foráneos, quizá
pensando en la reciprocidad andina, más esta jamás llega y todavía ni los mencionan en sus
publicaciones. Consideramos que el PAMINSA IV causó repercusión y sirva a futuros
eventos nacionales relacionados con las dinámicas de las dolencias del hombre andino y
amazónico, autóctono, colonial y moderno, asimismo el desarrollo de la paleopatología de
animales es otro potencial que ofrecerá nuevos desafíos.
Desde el punto de vista paleopatológico, el Perú ha sido dividido entre los
especialistas norteamericanos así: Verano en la costa norte, Pechenkina y Vradenburg en la
costa central, Benfer en Paloma y Chilca, Dietz en Chongos, Toyne y Gaither en
Chachapoyas, Allison en la costa sur, Buikstra en la costa extremo sur, Tung en Ayacucho,
Andrushko en el Cusco y Chan en el valle del Rimac, entre otros. La visión general de la
paleopatología actual parece más optimista que de la crítica de Jarcho. Nuevas
metodologías, desarrolladas en las ciencias biomédicas, físicas y moleculares, han
avanzado significativamente el estudio de los restos arqueológicos de los tejidos duros y
suaves. Técnicas como la histomorfología de huesos han permitido distinguir animales
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domésticos versus silvestres. La paleoepidemiología también ha avanzado en este congreso
sobre las cabezas trofeos, las modelaciones cefálicas, enfermedades específicas como el
cáncer, la treponematosis y la tuberculosis que ya existían en el mundo andino desde
tiempos remotos, que tanta discusión habían causado en anteriores simposios.19
En suma, es necesario conocer nuestro pasado glorioso fundamentalmente los males,
sus remedios, la violencia y los modos de combatirla como lo hicieron los incas con el fin
de poder enfrentarnos a un mundo capitalista que se vislumbra cada vez más agresivo y
donde las enfermedades como el cáncer, la obesidad, la hipertensión y diabetes se han
enseñoreado en los países del primer mundo y también entre nosotros. Sin embargo,
tenemos un rico pasado que hemos heredado de esta alta civilización andina del Perú
autóctono, donde ya se practicaban delicadas operaciones quirúrgicas del cráneo con
herramientas sencillas de obsidiana y cobre, habiendo alcanzado éxitos. Por lo que de este
capítulo rescatamos, el fuerte interés de diversas instituciones nacionales y foráneas y un
promisorio futuro de la paleopatología en auscultar con detalles sobre las diversas
enfermedades que tanto han aquejado a nuestros antepasados y reflexionar sobre las
políticas futuras a tomarse para el beneficio del pueblo andino.
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19
En síntesis, el Perú se constituye como uno de los diez centros de domesticación de plantas y animales, así
como foco de la civilización andina que ha permitido el desarrollo de alta tecnología en la arquitectura,
cerámica, tejidos y metales. Esta fuerte tendencia del culturalismo de Alfred Kroeber, Gordon Willey y John
Rowe había mermado el desarrollo de la antropología física y la paleopatología, hoy llamado bioarqueología.
El estudio de las momias ha ido ganando terreno paulatinamente debido a la aplicación de los métodos de las
ciencias biomédicas como la tomografía, el ADN, el análisis de contenido estomacal, la histología de los
órganos y los coprolitos.
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