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Escritos Paraguayos - Vol. 1 Introduccin a lacultura nacional.

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escritos paraguayos

1Introduccin a la cultura nacionalEsta es una edicin digital corregida y aumentada por la BVP, basada en las ediciones Mediterrneo (1984), la edicin de Distribuidora Quevedo (2003), as como de fuentes del autor.I. S. B. N. Dibujo de cubierta y fotografa del autor: Gerardo Lpez Salvioni Fotografas: archivo fotogrfico de Manuel Rivarola Mernes Se reconocen los derechos de autor, quien ha autorizado en vida esta edicin digital Permitida la descarga e impresin para uso particular y docente.

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Carta de un filsofo

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"Bs. Aires, 15 Oct. 1984 "Mi querido Dn. Ral Amaral: "He ledo su libro de un tirn, pese a ser un severo anlisis de un proceso cultural sometido a definidas periodizaciones: romanticismo, novecentismo, modernismo. Pero se lee con el inters de una novela o se lo admira como un gran fresco cuyas grandes lneas van demarcando la identidad de un pas. Desde cualquier ngulo que se mire el fresco, desde cualquier pgina que se acceda a su libro, uno percibe siempre la unidad del conjunto: la aventura de una cultura cuyos momentos creadores de ningn modo resultan ser fragmentos o retazos dispuestos dentro de un "collage" azaroso. Aunque Ud. seale algunos momentos de ruptura, siempre predomina la continuidad de una historia, la voluntad de una realizacin colectiva, el alma de un pas. "Pero esta vida macroscpica del fresco, no impide que se la descubra tambin en los detalles, en las escenas fugaces, la pintura de los personajes, sus obras, sus vicisitudes. "La tcnica de la minisemblanza, el dibujo rpido, casi periodstico, de obras y protagonistas, todo eso est encarado con objetividad y "esprit de finesse". Un arte de escuela flamenca hay en este libro donde el conjunto es tan preciso como el detalle microscpico. Y donde la gran imagen de un perodo est remitiendo a la pequea ancdota o a la breve frase citada de un libro, y a la inversa. Las dos dimensiones se alimentan mutuamente, manteniendo ambas su individualidad. Excelente arte hermenutico no muy frecuente en la ensaystica hispanoamericana. "Ud. ha tenido el mrito de haber podido volcar en su obra una actividad literaria de aos, un saber histrico inmenso. Al cabo de los aos uno acumula, con frecuencia, peso muerto, hojarasca, pginas circunstanciales. Escribir es un ejercicio de despojamiento. Ese no ha sido su caso. Ud. acumul un material selectivo que, con el paso del tiempo, sigui vivo: la prueba es el esplendor de la mayora de sus pginas en las que se advierte, adems, la maestra de un escritor de primer orden. No vacilo en afirmarlo enfticamente: su estilo es brillante, vivaz, transparente, nada ampuloso ni grandilocuente, de trazo firme, severidad intelectual pero no menos apasionado. Estilo de ensayista sin pelos en la lengua, tentado por el tono polmico o agresivo (sobre todo si se trata de algn pas vecino) pero sin caer en l porque priva siempre la mesura o porque le interesa ms la verdad que ridiculizar a un adversario. Pginas como las de los dos primeros ensayos sobre Casaccia son memorables. Y tantas otras. "A propsito de su saber histrico. Es sencillamente apabullante: fechas, nacimientos, muertes, parientes de los protagonistas, relaciones, aniversarios, fechas de ediciones y 2

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reediciones; un prodigioso ejercicio de la memoria que se confunde con el trabajo de la inteligencia y la voluntad de comprensin de lo particular insustituible, que no puedo dejar de comparar con nuestro Dr. Pedro Henrquez Urea. l era as: su erudicin no era un material adventicio sino un modo de dar ms color y sabor a la vida. Lo mismo se advierte en Ud. Sus datos no juegan al azar sino que siempre ordenan un contexto, hacen ntida una relacin para mayor comprensin y vivacidad del cuadro cultural. Nuevamente: no hay de ninguna manera en Ud. una idolatra del dato sino un acto de amor por el hecho particular, la fidelidad a una vida rica y ejemplar que Ud. quiere salvar de la marea del olvido. El olvido: ese enemigo maysculo del espritu, de la toma de conciencia de una identidad perdurable. El olvido, ese compinche de la neo-barbarie. "Uno advierte que su hermenutica tanto histrica como literaria es objetiva pero no inerte, es tanto puntillista como omnicomprensiva. Se cuida de no caer en las trampas del subjetivismo, la ideologa, el resentimiento aldeano, el pueblerino culto al hroe, o el artificial engorde de acontecimientos comunes. Hay una notable mesura en sus trazos, aun cuando no ahorre comentarios intencionados sobre los prejuicios cristalizados de una historiografa egoltrica o perezosa. Quiero decir nuevamente que detrs de su metodologa cuidadosa hay, sobre todo, un acto de amor a un pueblo, una fidelidad vigilante a su destino que Ud. quiere comprender y enaltecer... "No se me oculta la dignidad de la intencin: el que su obra contribuya a una autoconciencia paraguaya de la propia identidad a lo largo de una historia de sufrimiento, orgullo y ensimismamiento. En sus pginas se advierten tres grandes llamados: el primero responde al afn de que el habitante de esas tierras no vuelva la espalda a los ricos contenidos de su cultura; el segundo responde a la necesaria insercin americana de su identidad espiritual, y el tercero a su insercin universal. Estas tres vocaciones transitan permanentemente por el libro de modo ejemplar y lo convierten en un producto noble, un acto de creacin, un ejercicio iluminativo. Y sobre todo, inscriben su nombre, estimado Dn. Ral Amaral, en la tradicin de los grandes humanistas preocupados por el destino de nuestra Amrica". Victor Massuh1

1 N. de la D.: El Prof. Dr. Vctor Massuh es un eminente filsofo argentino y un pensador de prestigio en nuestra Amrica. Ha sido, adems, embajador de su pas en la UNESCO.

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Explicacin

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Los temas propios de este libro estn vinculados a una idea de conjunto que ha procedido de las investigaciones culturales y bibliogrficas emprendidas por el autor desde casi cincuenta aos a esta parte. Esto quiere significar que ellos siguen una lnea de unidad que en definitiva habr que comprender todo el proceso de la cultura nacional o, cuanto menos, su evolucin moderna. Aunque los estudios incluidos aqu corresponden a pocas distintas se ha considerado oportuno reunirlos no de acuerdo a un orden cronolgico que permita agruparlos conforme al tiempo en que fueron redactados, sino en captulos que se refieren al quehacer de esta cultura, a su lento pero efectivo transitar por lmites de creacin, en lo que hace a su vecindad rioplatense y a su proyeccin hispano-americana. En la mayora de los casos estas pginas incorporan de preferencia a determinados autores por sobre aquellos nombres cuya justificacin podra encontrarse, ms que nada, en la perdurabilidad de su tarea histrica. Pero no por ello ha de considerrselos fuera de ese proceso, ya que su ausencia determinara un verdadero vaco, difcil de explicar por su misma trascendencia. El sector destinado a Los Precursores incluye a Ruy Daz de Guzmn y al Dr. Francia no porque pudieran haberlo sido de la subsiguiente etapa dedicada al Romanticismo, sino porque sus antecedentes los ubican como antecesores en el hacer de una cultura que despus de ellos comenzara a advertir los sntomas de una aleacin no drstica pero s efectiva, an en pequea escala por entonces y hasta poco despus. Los aportes alusivos al Romanticismo propiamente dicho se inician con el emprendimiento cultural de don Carlos Antonio Lpez, desde la fundacin del aula de Filosofa y la aparicin de la revista La Aurora hasta el reintegro al pas de las hermanas Speratti, pasando por la actuacin de algunos escritores que en mucho no superaron la lnea del siglo XX. Entre los maestros nacionales que condujeron el avance de toda una generacin debe citarse, indudablemente, a Cecilio Bez, titular de la famosa y an no del todo desentraada polmica histrica de octubre de 1902. Importa sealarlo, adems, por no haber sido -a pesar de aquellas circunstancias y porque razones de poca se lo impedan- antes que un novecentista nato, su ms firme orientador hasta la quiebra generacional ya mencionada. En cuanto a la proyeccin del Novecentismo, bien se sabe que aunque su trayectoria se inicia con los albores del siglo, la prolongacin de su influencia llega hasta las vsperas de la guerra del Chaco, suceso ste que corta en dos la vida paraguaya, terminando con ese conflicto la vigencia de una modernidad iniciada en la posguerra del 70. 4

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La presencia de varios de sus integrantes, a travs de rpidos apuntes, anticipa los captulos que les estarn destinados en la segunda parte de esta obra, complementndose as la interpretacin de un mismo proceso de cultura por medio de sus nombres ms representativos. La parte dedicada a la evolucin del Modernismo toca igualmente la actuacin de escritores de militancia definida en ese movimiento y en aos distintos, segn es el ejemplo de Faria Nez y Ortiz Guerrero, que participaran de los comienzos, el primero, y de los tramos finales el segundo, simbolizando a la vez dos posiciones: la de captacin externa, por un lado, e interna por el otro. La prosa que trata del insoslayable testimonio de Facundo Recalde sobre Ortiz Guerrero, volcada en pginas tan lejanas como olvidadas, tiene su continuacin en el captulo siguiente en el no menos valioso de Oscar Ferreiro respecto de Herib Campos Cervera, quien se iniciara como poeta modernista pero cuyo carisma (de acentuacin personal) y cuya obra pertenecen a la promocin denominada "del 40", no obstante su notoria diferenciacin cronolgica. Se cierra la serie con Otras Pginas, que por cierto no corren separadas sino virtualmente unidas al conjunto. En tal sentido conviene aclarar que los trabajos relacionados con don Arturo Alsina y con la novelstica de Gabriel Casaccia, han servido de prlogo a dos obras totalmente agotadas y puestas bajo el sello editorial ya desaparecido. Y como de acuerdo al refrn "los ltimos sern los primeros", quedan para el final las palabras que conforman la Introduccin, la que no pretende ser ms que un anticipo del desenvolvimiento de esa evolucin y de las consecuencias que tuviera en etapas posteriores, ms prximas a nuestro tiempo. Este libro, en su serie inicial, quiere simbolizar el compromiso del autor tanto con la historia como con la interpretacin terica del proceso cultural estudiado, de cuyos tramos actuales y a lo largo de ms de cinco dcadas ha credo ser, antes que testigo indirecto, actor de un emprendimiento cuya vigencia todava dura. Por ello puede afirmarse que estas pginas no comprenden una especie de "paseo arqueolgico" por las edades muertas de nuestras letras, sino la recreacin de varios de sus fragmentos. . Conviene aclara tambin que ESCRITOS PARAGUAYOS debe su ttulo a la voluntad intransferible de haber sido pensado y redactado en el Paraguay, con el espritu orientado hacia el destino de esta comunidad nacional, de la que el autor se considera tan antiguo como indoblegable servidor. (rl.al.) Isla Valle de Aregu 28 de julio de 2001.

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Introduccin a la cultura nacional

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1 Los fundamentos tericos de estos trabajos tienen lejanos orgenes: deben sealrselos a partir de diciembre de 1954, cuando el autor logra esbozar, desde su residencia aregea de Isla Valle, los primeros lineamientos, por entonces circunscritos a la evolucin propia de la literatura nacional. Ms tarde y desde 1968, aqullos quedarn notoriamente ampliados al sumrseles captulos que se relacionan con las bases histricas, sociolgicas y educacionales de la cultura paraguaya. Con el correr de los aos y la parcelacin de las pocas por las que los mismos fueron atravesando se logra un ms seguro ajuste, el que permitir, a la vez una adecuada separacin entre lo meramente expositivo de un Curso -que a eso estuvo destinado el plan 1969-1970 y el trazado de un esquema previsto para integrar la estructura de un libro. Tales elementos pasarn despus a reunirse en tres captulos, con sus

correspondientes subdivisiones, sin que esto signifique la prdida de la unidad de conjunto. Debe advertirse por igual que esas particiones temticas no responden a una disposicin caprichosa sino al propsito de orientar el proceso de la cultura nativa hacia ms amplios niveles (regin, continente) dentro de un orden referido a las esencias universales. A ese respecto se hace necesario aclarar que los ensayos ofrecidos con anterioridad por otros autores estn lejos de justificar la verdadera imagen del pas, ya que ellos se han manifestado a travs de pautas de no difcil delimitacin, pero a los que por lo comn suele soslayrselos en beneficio de un menor esfuerzo, que casi siempre traduce resultados de copia. No escapa a la atencin del autor, ni a su mismo inters como investigador, la circunstancia de que al iniciar este trabajo con los precursores y con el romanticismo habran de quedar en la sombra vastas zonas que abarcan desde el Mundo Guarantico -de suyo ineludible- hasta la realidad de la Colonia primero y de la Independencia despus. En este caso se ha preferido acudir a especificaciones ms accesibles, no tan aquejadas de historicismo, aunque no menos urgidas de aclaracin en lo particular. Quedan comprendidas como tales -no estar dems recordarlo- aquellas que puedan ofrecer elementos ms aproximados a una interpretacin que trascienda las fronteras geogrficas o polticas y 6

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que consiga poner al Paraguay en trance de superar su antigua retraccin, en cuyos resultados lo mediterrneo apenas si juega un papel secundario.

2 Es as que romanticismo, aunque la aparicin temporalmente tarda por causas no exentas de explicacin -justificativos aparte- a lo largo del accidentado proceso de esta nacionalidad, podra servir de punto clave para una definicin que sobrepase los lmites naturales y las restricciones observadas en su propia trayectoria. Se trata de saber qu vnculos o qu desencuentros han unido o separado a los integrantes de ese agrupamiento del quehacer de otras nucleaciones romnticas de nuestra Amrica, partiendo de las ms cercanas. Y qu es lo que, en resumen, ha anudado o distanciado al romanticismo paraguayo de los que a su hora surgieran en la Argentina o el Uruguay. Si bien este captulo romntico -en su rigurosa acepcin- se detiene en los lindes del 900, habr que reconocer la supervivencia de una prolongacin posromntica que, demorndose en una poca distinta y con diferenciacin de personas y matices, se mantendr hasta 1915, an cuando en una valoracin comparativa externa esto pudiera representar un flagrante anacronismo.

3 El novecentismo, por su lado, muestra no meras frmulas escritas, ni simples expresiones propias de los finales del siglo -ya que por su misma ndole estaba en el deber de asumir ciertas actitudes de rebelda juvenil- sino todo un tiempo de actuacin, en el que figuran incluidos el estilo y los modos de una poca determinada de la vida nacional o, en ltimo trmino, de la ciudad-capital, convertida en obligado puerto de cultura. Y de idntica manera a cmo el romanticismo asume continuidades a primera vista truncas (neoclasicismo y pre-romanticismo, entre ellas) la tarea de ese novecentismo abarcar expresiones de variada conformacin que comprender, en un mismo nivel, a las de carcter fragmentario y a aquellas que desde un principio permanecieran incompletas.

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Varias corrientes y no desdeables movimientos se descubren, as, durante el predominio novecentista -dentro del cual ser posible distinguir sucesivas etapas- en relativa contradiccin con la actualidad en que se expanda, si bien puede admitirse que se trataba de influencias que corran por debajo del cauce real, sin desplazarse ni desprenderse de l. Es por eso que en el mbito mismo del 900, como no ocurriera en otras latitudes de nuestra Amrica, tiene lugar a la vez, en lo literario: el posromanticismo, el premodernismo, el auge modernista propiamente dicho -uno detrs del otro-, y en el aspecto doctrinal o del pensamiento: el Krausismo espaol, el positivismo y las primeras reacciones pragmatistas, vitalistas, metafsicas y espiritualistas, en un tramo de tan slo treinta y cinco aos (1900-1935).

4 Desgraciadamente, tampoco de esa que hemos denominado progresin dialctica habrn de extraerse signos de una corriente nica, y tanto es as que el modernismo consigue proyectar su ascendiente hasta un lustro despus de la guerra del Chaco, cuando empezaban a asomar tmidamente algunas tendencias innovadoras si bien no en una plena exaltacin vanguardista, como se ha dado en suponer. En su contorno se mueven por igual el posmodernismo y un condicionado intento de poesa social que nace, reiterando la paradoja, con el tercer agrupamiento modernista, en los alrededores de 1915, y no con lo que despus fue la vanguardia literaria, de limitadas proporciones, ya bastante avanzada la dcada del 40. Iniciadores de la primera han sido: Angel I. Gonzlez, desde el librepensamiento, y Leopoldo Ramos Gimnez, desde una actitud libertaria de inspiracin verncula y sentimental. En cuanto a la segunda, no estar dems agregar la comprobacin aquella de Oscar Ferreiro cuando recordaba que en pleno 1946 se lea aqu, como novedad trada por Herib Campos Cervera, el aejo Crepusculario de Neruda. Curioso resulta sealar que los ncleos promocionales que asistieron al nacimiento del tercer grupo modernista -identificado con la revista Crnica- y los posteriores de Juventud, que integran un cuarto y final- fueron reunindose en torno al novecentismo. En esa disposicin de nimo, que si no de aceptacin era de acompaamiento, adoptaron, en no escasas ocasiones, sus gustos literarios, sus experiencias intelectuales y hasta su postulacin histrica.

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No hubo entonces polmica alguna que pudiera crear un rumbo generacional, ni la proposicin de una reforma de fondo -siquiera en el mbito educativo universitario- que a su vez aireara o modificara los ideales del novecentismo, que a esas alturas algunos desgastes haban sufrido. Todo se redujo a proseguir o adoptar los encauces propios de una evolucin en declive. Esto se observa con facilidad en el terreno de la literatura y hasta tiene su explicacin concreta en el hecho de que el primer grupo modernista, es decir, el que inicia el modernismo, parte del propio novecentismo (1901) y configura uno de sus ms importantes experimentos generacionales. Pero en el sector de las ideas no ocurre lo mismo porque comienzan a delinearse en l ciertas posiciones que, si bien no se muestran antagnicas, tampoco lo sern de plena concordancia. ste y no otro es el motivo por el cual no pueda ser reconocida como tpicamente modernista una exclusiva etapa literaria, sino -y ese es el caso del novecentismotodo un movimiento que se inicia con las primeras seales del posmodernismo -convertido en mundonovismo por algunos poetas significativos- desde 1920 en adelante y que confina en la ruptura que produce la posguerra del Chaco. Lecturas de Maeterlinck y Boutroux (con anterioridad se haba producido el impacto de Bergson) singularizan a esta poca, que terminar recalando en las difundidas meditaciones de Ortega y en el historicismo de Croce. En lo que a las letras alude, las preferencias se dirigirn hacia una lnea que va de Baroja a Lorrain, en prosa, y de los modernistas rioplatenses (Lugones, Herrera y Reissig) a algn lejano mundonovista como el mexicano Gonzlez Martnez, en poesa. Esto no implica dejar de insistir en la aclaracin -que aqu mismo se formula- de que en cuanto a creacin el modernismo no retras su arribo al Paraguay, teniendo en cuenta que su influjo se extiende hasta la muerte de Rubn Daro (1916) y mucho ms all, como lo indica Max Henrquez Urea, pues habra de verificarse con el precursorato (y en su caso, magisterio) de Goycoechea Menndez, Lpez Decoud y Domnguez, desde 1901, y con los poemas declaradamente modernistas de Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Freire Estves y Roberto A. Velzquez, entre 1904 y 1907. De tal manera se demuestra, que el advenimiento del modernismo se produce doce aos antes de la aparicin de la revista Crnica y a slo cuatro de la edicin de Cantos de Vida y Esperanza, de Daro, y Los Crepsculos del Jardn, de Lugones, ambos de 1905. Mas, si romanticismo y modernismo pueden representar etapas sobre cuya definicin no existen dudas por su carcter de expresiones literarias -puesto que no han sido ms que eso9

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no pasa igual cosa con el novecentismo, que, en cambio, comprende todo un ciclo, tributario a su vez de otro sumamente extenso, que ya hemos dimensionado y que abarca nada menos -no est dems repetirlo- que la marcha corriente de treinta y cinco aos, superando en mucho hasta el propio ciclo vital de varios de sus componentes. An as ser preciso recalcar que la coexistencia -un tanto paradjica- con modernismo y posmodernismo -el primero de ellos, como hemos visto, generado en sus entraas-, no se debe a simple casualidad sino a su propia y extensa condicin de movimiento.

5 El recuento respectivo finaliza en 1935, admitiendo su prolongacin a un lustro ms tarde. Porque en lo que a esa fecha atae, habr que decir que no es slo la vida institucional del pas la que ve interrumpida su continuidad. Se trata nada menos que del resquebrajamiento de un mundo -especialmente en el orden poltico, econmico y social- venido del desconcierto de la posguerra del 70 y de las ilusiones originadas en la panacea constitucional (el cumplimiento estricto de la Constitucin, por otra parte de inspiracin fornea, que por arte de magia conjura o resuelve todos los problemas) no pudo alcanzar, por acto de simple existencia como suponan los romnticos y sus inmediatos sucesores -encandilados por los modelos norteamericano y argentino- a la contencin de desbordes y a la solucin de las contradicciones que la vida misma crea, en forma de anticuerpos enquistados en su propia sociabilidad. Manifestado esto a nivel de los que en distintas pocas se han autodenominado hombres prcticos, para quienes la nica teora aceptable era la que emanaba de la Carta Magna, a pesar de que en no escasas oportunidades ella fuera ignorada o violada a sabiendas -por razones igualmente prcticas- y no obstante estar presente en las invocaciones pblicas de los mandatarios juramentados para respetarla. Incluso ese constitucionalismo se transform en una rama casi potica del Derecho cuando uno de sus ms eminentes maestros, el doctor Manuel Domnguez, tuvo que ir a compartir con las alimaas del Chaco -segn expresara don Arsenio Lpez Decoud- sus fervores por aquella disciplina, aludiendo, sin eufemismo alguno, a un confinamiento sufrido, con ese motivo, por el mencionado pensador novecentista.

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Por supuesto que no ubicamos all, en la atmsfera propicia a los escarceos de los hombres prcticos, a aquellas mentalidades doctrinarias que, sin mucho xito pero con indudable entereza moral, actuaron a travs de esos setenta aos esquivando, en no pocos trances los asedios de una poltica basada en el ejercicio del mbaret, y avituallada o alimentada hasta en las mismas filas a que aquellos pertenecan. Esos nombres -desde luego que sin desmedro de otros- pueden ser salvados de la indiscriminacin comn por haber sido los encargados de rescatar, en momentos dramticos, el ideario de un Paraguay capaz de evidenciarse con respecto de las respectivas procedencias partidarias, sin necesidad de atizarlas o enfrentarlas. La lista que a ese propsito y cindose a rigurosa cronologa, podra trazarse no resultar muy extensa, aunque s selecta, de acuerdo al siguiente orden: Juansilvano Godoi, Jos Segundo Decoud, Cecilio Bez, Jos de la Cruz Ayala (Aln), Manuel Domnguez, Fulgencio R. Moreno, Blas Garay, Gualberto Cards Huerta, Juan E. OLeary, Eligio Ayala, Ignacio A. Pane, Ricardo Brugada (h), Lisandro Daz Len, Juan Stefanich, Federico Garca, Adriano Irala, Pedro N. Ciancio, Pedro P. Samaniego, Anselmo Jover Peralta, Justo Prieto y Natalicio Gonzlez. Un giro sin precedentes, no por cierto un tmido paliativo reformista, tendra que haberse producido irreversiblemente como consecuencia de la inevitable mutacin de valoraciones universales, a las que el pas no haba podido permanecer ajeno. Todo un mundo de grandezas y apariencias (cuyo desgaste ha desmenuzado Gabriel Casaccia en sus novelas) amenaza derrumbarse sin remedio. Es que, por nueva y terrible paradoja, la victoria de la guerra del Chaco se convierte en derrota para quienes la orientaron y condujeron. Desde aquellos tiempos la vida nacional ha de ser otra y es por eso que el Paraguay se ve en la situacin de asimilar tambin aquella experiencia, la que a su vez pasar a tener distintos lineamientos y un diverso destino. Para mal de los males tres de esas mentalidades de excepcin -por lo que fueron- que hubieran podido llevar el proceso a buen fin, cada cual desde sus distintas posiciones, desaparecieron jvenes an, en un lapso de apenas trece aos (1920-1933): Ignacio A. Pane, que muri a los 39, en pleno prestigio intelectual y lucidez terica; Eligio Ayala, a los 50, despus de haber desempeado la presidencia de la Repblica con un afn slo comparable al de don Carlos Antonio Lpez, y Adriano Irala, a los 40, cuando no terminado su brillante liderazgo universitario y patritico, cae vencido por enfermedad contrada en la contienda 11

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chaquea. Las anteriores y lejanas frustraciones podran llamarse: Blas Garay (1899) o Carlos Garca (1906).

6 Regresemos a nuestro planteamiento para sealar que varios de los escritores que accedieron al modernismo entran en eclipse sin que quienes les suceden logren mantener el ritmo heredado. Todo lo que tiene lugar a partir de 1940 habr que medirlo con materiales adecuados y con infinitas precauciones, porque ya no se trata de desentraar las particularidades que se insinan intramuros, sino esas otras que vienen impactando desde el desenlace de la segunda guerra mundial. Es en relacin con esas comprobaciones que nos afirmamos en la idea de no insistir en la primaca de aquello que pueda presentarse como telricamente remoto. En tal sentido nuestra posicin se asienta en dos razones: 1) Los designios nada claros de algunas normas en boga y de dudosos

orgenes o intenciones; 2) El intento de no avanzar -momentneamente, se comprende- sobre

aquellos sectores que todava son del dominio de la etnografa, la antropologa o la lingstica, consideradas en su capacidad deductiva o analtica y junto a las cuales el exclusivo matiz literario carece de la imprescindible riqueza documental y de antecedentes bibliogrficos confiables. Aun aquellas especialidades (de alguna manera hay que denominarlas) que, como en ese caso, se hallan en nuestro medio en su frase experimental -a pesar de una insoslayable tradicin- no resultan del todo tiles, por ahora, para explicar su cometido por aleacin con la literatura, en un campo cultural que sigue persiguiendo la urgencia de saber cules han sido, o son, sus bases esenciales. Tampoco resultara lgico dejar de lado, para una compulsa ms o menos exhaustiva, los estudios de profesionales o autodidactos -stos en mayora- en una perspectiva no superior al medio siglo. Pero habr que extremar los cuidados al respecto, con vistas a una ampliacin del panorama, pues faltan datos concretos y formulaciones ciertas, tanto como ediciones o reediciones de textos que permitan aventurarse a modificar programticamente una historia cultural que ha fincado su ms celebrada perdurabilidad en las inseguridades de la versin oral. 12

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Los testimonios surgidos de documentos fundacionales y los imprescindibles de los Padres jesuitas -a quienes no se ha rendido la debida justicia- no bastan. Es preciso ahondar un poco ms porque para el hecho de la literatura, considerado como tal, no ha de servir cualquier explicacin que pudiera destinarse a procesos culturales con otro desarrollo. Debemos asimismo ajustar nuestra visin, preparndonos para un lento y cuidadoso ingreso al mundo vernculo, sin especulaciones de sabor pytagu -simuladamente en augepara as poder ofrecer un recuento completo y veraz desde la prehistoria, si fuera posible, pero apartando de la cultura propiamente dicha lo que corresponde a otras disciplinas. Y nos asiste la sospecha que a corto o largo plazo tendremos que hacerlo, no para regodeo ntimo, ni para seguir contemplando absortos nuestra airosa fragata intelectual anclada en el angustioso espacio de una botella (de acuerdo a los cnones de la artesana marinera) sino para proyectarla, externarla y establecer su conexin con los respectivos perodos de dentro y de fuera, a fin de reconocer su raz americana y brindarle el derecho que tiene a una ciudadana universal, ms en consonancia con estos tiempos que los desahogos de un cosmopolitismo vaco e inadaptable. Mientras tanto no debemos silenciar los aportes, de Len Cadogan, Natalicio Gonzlez, Anselmo Jover Peralta y Gumersindo Ayala Aquino, dignos continuadores del grupo precursor que integraran Domnguez, Gondra, OLeary, Pane, Rosicrn, Osuna y Guillermo Tell Bertoni, por no aludir sino a los ms representativos. Como desde 1940 en adelante la realidad en que el pas se ha movido adquiere otras tonalidades -bien que distintas, por cierto- procedemos a clausurar en aquella fecha el tiempo de esta Introduccin, que en ltima instancia no pretende ser ms que eso. Adems, los tramos siguientes a ese ao entran ya en nuestra contemporaneidad, son parte de nosotros y en esa condicin no nos sera posible tratarlos con objetividad, ni con la apropiada amplitud de espritu y la necesaria perspectiva histrica. Y porque es cosa ardua la imparcialidad, tendramos que mezclar los juicios crticos con las preferencias personales, antes de llevarlos a una distancia mayor que la distinga de la pasin domstica. Y quin sabe si sta terminara siendo todo lo apropiada y til como para merecer la atencin del lector de nuestros das!

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7 La interpretacin doctrinal -vinculada al pas- que implcitamente se manifiesta en estas pginas, tiende a favorecer el concepto de que es preciso presentar a la cultura paraguaya en toda su dimensin, sin olvidar la misin americana que le es consustancial. E insistimos, una vez ms, en la idea de que el plan ha sido concebido con el propsito de informar para formar, regla de oro de toda buena pedagoga, aunque aqu lo pedaggico quede reducido a la intencin de ordenar y sistematizar conocimientos, ms que a imponer una norma o trazar el camino de esta o aquella enseanza. En el cumplimiento de esa funcin confesamos que no nos ha interesado la presencia de algn interlocutor en abstracto, sino la del hombre de carne y hueso (como quera Unamuno), que aunque annimo, indiscriminado y hasta sin rostro aparente, procura -sin que nosotros muchas veces lo sepamos- arribar a la terra incgnita de una cultura que cuenta con ms de cuatro siglos de existencia, pero que tiene como haber a cubrir esta quemante situacin: que ms es lo que se ignora que lo que se sabe de ella. (1984)

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Los PrecursoresRuy Daz de Guzmn, primer escritor paraguayo Volver al ndice

Ruy Daz de Guzmn ha sido considerado como parte integrante, inicial, de la historiografa rioplatense. Precursor entre los cronistas de Indias de esta zona sur del Continente su fama ha corrido aparejada a su condicin de actor y testigo de hechos relacionados asuncena. No dej ms que un libro, breve y por momentos algo difuso, que por mucho tiempo fuera como el pilar de otros aportes, casi todos venidos de su misma vertiente. Por su parte l no acordar dimensin a su obra, a la que llega a calificar de "humilde y pequea" en cuanto a su contextura, castigando con severidad su contenido, al que supone "falto de toda erudicin y elegancia". Fue escrito, segn confesin, para justificar la actuacin de los espaoles que "con valor y suerte emprendieron aquel descubrimiento, poblacin y conquista, en la cual sucedieron algunas cosas dignas de memoria aunque en tierra miserable y pobre", segn dice en su dedicatoria al duque de Medina Sidonia. Aunque aclara que este intento de escribir es ajeno a su profesin de militar, considera necesario emprender el esfuerzo para evitar las consecuencias de la "lamentable tradicin". Se sabe que han llegado hasta nosotros apenas si versiones de copias hechas por terceros, pues la que el autor envi al Archivo de la Asuncin, poco despus de terminar el original, en 1612, fue sustrada en 1747 por el gobernador Larrazbal, sin que hasta ahora se hayan tenido noticias ms efectivas. Es decir, que aqu estuvo durante 145 aos, y aun para el conocimiento de aquellas versiones tuvieron que transcurrir ms de dos siglos hasta que don Pedro de Angelis convirtiera en volumen, en 1835, una de las copias, pasado a ser esa la primera edicin hispanoamericana. La segunda ser la mandada a imprimir por don Carlos Antonio Lpez en 1845, y la tercera, rioplatense, es la que le toc patrocinar a Florencio Varela al ao siguiente. Se llama as, La Argentina o Argentina Manuscrita, ttulos con los que comnmente se conoce a dicho libro? Paul Groussac, al impugnarlo, seala que en parte alguna el autor lo 15 con la evolucin de la comunidad

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deja consignado, y est en lo cierto. Su denominacin completa, como puede advertirse en el texto, es: Anales del Descubrimiento, Poblacin y Conquista de las Provincias del Ro de la Plata, o sea que no aparece circunscrito a determinada zona sino a una extensin territorial mucho ms amplia y que es la que histricamente corresponde. Y si se acude a su designacin moderna, ms razn se hallar para aceptar su origen rioplatense. Enrique de Ganda, en el prlogo a la edicin Estrada, afirma que Ricardo Rojas "ha probado" que La Argentina es el ttulo autntico. Desgraciadamente para sus pretensiones proteccionistas -no obstante conocer muy bien la historia del Paraguay- nada prob don Ricardo Rojas, cuyos afanes historiogrficos y aun crticos no han superado los lmites de la imaginacin. Con encomiable honestidad, el fillogo argentino Dr. Angel Rosenblat -una de las autoridades en la materia- ha formulado la necesaria aclaracin sobre el nombre. Refirindose al hecho de que el autor no acudiera ni por una sola vez a la denominacin de La Argentina, indica cual ha sido el verdadero ttulo que no es otro que el ya mencionado. Y agrega ms adelante el ilustre investigador que "el ttulo que hasta hoy le ha dado la tradicin se debe gratuitamente a los copistas e historigrafos del siglo XVIII, que difundieron los cdices en versiones muy dispares, con enmiendas e interpolaciones, por todo el virreinato, y que para emparentarla como fuente histrica con La Argentina impresa, de Centenera, la llamaron Argentina Manuscrita, y aun simplemente la Argentina de Guzmn. "Comodidades de nomenclatura que han impuesto un ttulo -agrega el Dr. Rosenblat- en que el autor no haba pensado nunca y que parece inconcebible en una obra del siglo XVII, que es casi una crnica familiar". Obra clsica y primera escrita por un autor con sangre mestiza, algunas excelencias ha guardado que le permitieran trascender y seguir ofreciendo un cuadro viviente y colorido de aquellas edades en que anduvieron mezcladas, a, veces sin solucin de continuidad, la devocin y la violencia. Corresponde por eso afirmar que esas pginas suyas encierran algo ms que una justificacin venida de las fuentes de la historia regional. Pero an dentro de ese espritu ha sido estimado como de un valor ms concreto que el de otros cronistas de Indias. Esto no evita sealar que con relacin a su proyeccin y a su influencia las opiniones, en ese aspecto, estn divididas. Para Enrique Anderson lmbert se trata de un cronista "tardo", que cae en la tarea de recoger leyendas y adjudicar un aire de fbula a episodios reales. Acierta, en cambio, cuando descubre la veta literaria semioculta en la obra de Ruy Daz 16

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de Guzmn: "La Maldonada", reminiscencia de Andocles y el len, habra sido tomada del Libro de los ejemplos de Snchez de Vercial, aparecido a principios del siglo XV. Luca Miranda, a su vez, introduce en el relato un nuevo factor: el del indio que captura mujeres a los espaoles, cuando que lo corriente vena siendo al revs. Y agrega que el autor "nos habla de pigmeos, amazonas, milagros, lgico, escenas llenas de color y de vida", aparte de cierta dosis de emocin y realismo. Mientras Natalicio Gonzlez recuerda que "sus relatos aparecen salpicados de alegres cuadros del paisaje tropical y que (su autor) parece sentir cierto placer en estas descripciones", el citado Enrique de Ganda destaca su calidad de "documento filolgico, que es, o pretende ser, algo ms que un testimonio. Reconoce que esos Anales muestran cmo se hablaba y se pensaba en el Ro de la Plata y Paraguay a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, y confirma que "es un modelo como lo son muchas obras del siglo de oro espaol". Otros mritos pone de resalto, entre los que se cuenta el hecho de que la lengua espaola fuera aprendida por Ruy Daz de Guzmn en el Paraguay, ya que nunca abandon su tierra. Por ltimo se duele que en la historia del espaol en Amrica los fillogos lo hayan olvidado por completo. Este libro, en apariencia una simple narracin despojada de virtudes literarias, contiene anticipos que tocan al mundo de la creacin pura. Empezaremos por enumerar las leyendas que all figuran y que quieren ser algo ms que un recurso de la imaginacin: la de "La Maldonada"; la de las Amazonas, pueblo de mujeres solas y belicosas; la ya citada y muy conocida de Luca Miranda, que entre nosotros analizara, con el propsito de hallarle verosimilitud, el Dr. Manuel Domnguez. Tambin pueden observarse "visiones", como aquella de los espaoles, que despus de haber derrotado a 400 indios, estaban "desordenados y rendidos", pero obnubilados an por la visin de un hombre vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano, les cegaba la vista y los paralizaba de temor. La fantasa alude, asimismo, a las piedras de colores del Guair (que merecieron un estudio del Dr. Viriato Daz-Prez) para confinar en los gigantes de "monstruosa magnitud" que encontr Magallanes. Uno de ellos, cautivo, al quedar maniatado se disgust tanto que no quiso comer y, con palabras de Ruy Daz de Guzmn, "de puro coraje muri". Para un final de zoologa fantstica -al gusto de Borges- quedar su referencia a aquella "monstruosa culebra" o gnero de serpiente que pona gran terror y espanto en todos los que la vean. Su descripcin merece los honores del gnero: "Era muy gruesa y llena de escamas; la cabeza muy chata y grande, con disformes colmillos; los ojos muy pequeos, tan encendidos que parecan centellear; tena de largo 25 pies, y el grosor por el medio como un novillo; la cola 17

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tableada de negro y duro cuero, aunque en parte manchado de diversos colores: la escama era tan grande como un plato, con muchos ojos rubicundos que la hacan ms feroz; y lo era tanto que ninguno la mir que no se le espeluznase el cabello". Y quin era el autor de estos Anales rioplatenses? Un hijo de madre mestiza, el smbolo de un aparente conflicto de sangres y razas. Se le ha reprochado a Ruy Daz de Guzmn su "espaolismo" y hecho hincapi en su adhesin a la causa de sus ascendientes europeos. Mas, cabe afirmar que los guaranes -sus tambin antepasados, puesto que su abuela materna lo era- no concitaron su animadversin ni su ojeriza. Menciona a sus tribus entre las siempre amigas de los espaoles, a la vez que seala la enemistad de otras parcialidades como las de tupes y guaicures. Alude al aprendizaje que hiciera Alejo Garca de "la lengua de los carios, que son los guaranes" y tiene una evocacin para los primitivos habitantes de las islas del delta del Paran, a los que no sin cierta razn adjudica condicin bonaerense: "Llegaron al puerto de aquella ciudad -dice- tres canoas de indios guaranes, naturales de las islas de Buenos Aires, con un principal llamado amand". Tambin los mestizos estn presentes en l, como para obligarlo a no olvidar que desciende de ellos. Pedro Henrquez Urea los ha filiado de esta manera: "Hombres, entera o parcialmente de raza india, se destacaron como escritores o artistas durante el perodo colonial, as Ruy Daz de Guzmn". Y reconoce el maestro dominicano que -con ms razn ubicndose en aquella poca- "resulta difcil trazar una tajante lnea divisoria entre el criollo, como descendiente puro de europeos, y el mestizo, como hombre de sangre mezclada". Tambin seala que lo de criollo inclua una categora social transmisible aun a los que tuvieran sangre india, pero que socialmente hubieran evolucionado, y advierte que "los mestizos constituan una especie de clase media naciente". Concluye acotando que "el choque ms violento no se dio entre criollos y mestizos, sino entre ambos grupos y los europeos, debido, sobre todo, a la preferencia que estos ltimos tenan por la provisin de puestos oficiales, en contra de lo dispuesto por las leyes". Ruy Daz de Guzmn recuerda a sus hermanos de raza: "Tuvieron las mujeres que les dieron los naturales a los espaoles, muchos hijos e hijas". La estampa de los mancebos de la tierra, mueve en sus pginas no slo a comprensin sino a simpata; la descripcin de aqu traza es sta: "...son comnmente de gran valor y nimo, inclinados a la guerra y a las armas, las cuales manejan con mucho acierto y destreza" (...) "son tambin buenos hombres de a caballo de ambas sillas, y por su entretenimiento doman un potro; sobre todo, muy obedientes a sus mayores, leales con Su Majestad".

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Este es el perfil de aquellos calificados de "tumultuarios", que encabezaran la rebelin de los Siete Jefes en Santa Fe, en junio de 1580; los que dieran su matiz americano a las insurrecciones comuneras de Asuncin y Corrientes, siglo y medio ms tarde. Ruy Daz de Guzmn, retocando su natural inquieto y rebelde, los ha embellecido para la leyenda cuando correga los originales de su libro, all en sus altos aos. Y de las mujeres qu opina de aqullas que fueron como la imagen de su propia abuela, Ursula Irala, mestiza tambin?: "Las mujeres -expresa- son de buen parecer, hbiles en la labor y costura; nobles, de condicin afable, discretas, y sobre todo virtuosas y honradas". Y ahora surge otra pregunta: Cul es la tierra originaria de Ruy Daz de Guzmn, tal como l la senta? Algunos escritores de historia y literatura del Ro de la Plata lo consideran argentino, sin probanza alguna, con ese espritu de apropiacin indebida que los caracteriza para cubrir la indigencia de sus precedentes coloniales, que estn en el Paraguay, aunque simulen no saberlo. Por qu esta situacin? Simplemente porque copistas desaprensivos como lo ha probado el Dr. Rosenblat- dieron en denominar La Argentina a su obra. Cuando nace Ruy Daz de Guzmn, entre 1554 y 1560, la primera Buenos Aires ha sido desmantelada ("plantaron cuatro ranchos trmulos en la costa", dice el poema fundacional de Borges) y es as que el centro civilizador rioplatense queda concentrado en la Asuncin. Por aquel entonces Buenos Aires no exista y el gentilicio de argentino slo viva en las estrofas de Barco de Centenera, que no aluden a zona o pas alguno determinado. Desde la fundacin asuncena (agosto de 1537) hasta la conocida particin propiciada por Hernandarias (1620), median nada menos que 83 aos, y desde esta fecha hasta la creacin del Virreinato del Ro de la Plata, unos 175. Por consecuencia, el Paraguay nunca pudo haber sido "provincia argentina" o parte del territorio de ese pas, como pretendieran al unsono casi y para mayor contradiccin, el gobernador Juan Manuel de Rosas y los liberales porteos (Mitre, Rufino de Elizalde). Es en trminos cariosos que se refiere Ruy Daz de Guzmn a su regin asuncena. Nada hay de inslito en ello porque por aquellos tiempos "patria era la ciudad". En el prlogo a su libro, dice el autor: "Desde que recib tan afectuosos sentimientos como era razn por aquella obligacin que cada uno debe a su misma patria". Ganda reconoce que Ruy Daz de Guzmn "imagin su historia por amor a Espaa y a su patria, el Paraguay. El mismo lo declara con palabras de un valor altsimo", y agrega: "Ntese la palabra patria. El concepto de patria aparece por primera vez en la literatura histrica rioplatense. De ahora en adelante podr decirse que un mestizo paraguayo fue el primero en sentir, confesar y escribir la idea de patria". E insiste Ganda: "Damos gran importancia a esta comprobacin porque es el arranque de la 19

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historia del concepto de patria en el Ro de la Plata y Paraguay". O ms honestamente dicho: que la idea de patria subsistente en el Ro de la Plata parte del Paraguay. Cundo los historigrafos rioplatenses reconocern, en plenitud, esta evidencia? Habremos de recordar, adems, que igualmente cargadas de contenido emocional aparecen las descripciones que el autor hace de la Asuncin, cuna de su nacimiento y regazo de sus das finales: "Est fundada sobre el ro Paraguay, en la parte del Este, en tierra alta y llana, asombrada de arboleda, y compuesta de buenos campos". Finalmente reconoce en ella condicin materna: "...es abundantsima de todo lo necesario para la vivienda y sustento de los hombres; que por ser la primera fundacin que se hizo en esta provincia me pareci no ser ocioso tratar en este captulo de las calidades de ella, por ser madre de todos los que en ella hemos nacido y de donde han salido todos los pobladores de las dems ciudades de aquella provincia". Ms claro, imposible: se consideraba asunceno, y en mayor medida, paraguayo. Dicho esto para aclarar intentos vecinales y tornar de tal modo insostenible la recordada tesis de Ricardo Rojas, un provinciano argentino a quien extraviaron, algunas veces, las luces porteas. Tal ha sido la profesin de fe nacional -llammosle as- de aqul a quien Ignacio A. Pane calificara de "primer escritor paraguayo". Su misma obra sera exhumada por Pedro de Angelis en tiempos en que la nebulosa predominaba en torno a su lejano precedente bibliogrfico, y recordado su autor con esta significativa premonicin: "Nada ms se sabe sobre la vida de este escritor, cuyo nombre brillar en los fastos literarios de estos estados". Y un recuerdo final. Al aludir a las diferencias habidas entre las primeras ediciones y refirindose a la lengua verncula, Florencio Varela manifestar desde Montevideo, en 1846: "Ntase bastante variedad en los nombres guaranes; y si hemos de estar a los informes que nos dio el impresor de la Asuncin, el mismo seor Lpez, presidente de la Repblica Paraguaya, cuid de la correccin de aquellos nombres indgenas". Ningn homenaje mejor que el del presidente prcer pudo haber recibido el mestizo paraguayo Ruy Daz de Guzmn.

NOTA: Las fuentes bibliogrficas directas, utilizadas para este trabajo, ledo por Radio Charitas de Asuncin el 17 de junio de 1974, incluyen slo aquellas obras que hasta esa poca fuera posible consultar.

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El Dr. Francia y las ideas de su tiempo

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La Amrica no conoce la historia del Paraguay sino contada por sus rivales. El silencio del aislamiento ha dejado a la calumnia victoriosa. La Amrica debe juzgar a esa hija de su revolucin con su propio juicio y rehacer su historia en honor de su gran revolucin, a la cual pertenece el mismo doctor Francia, que como Robespierre y Danton rene a un lgubre renombre el honor de haber concurrido al triunfo de la emancipacin americana. El doctor Francia salv la independencia del Paraguay hasta de sus vecinos por el aislamiento y el despotismo: dos terribles medios que la necesidad le impuso en servicio de un buen fin. Juan Bautista Alberdi

1. Proyeccin de su ideario Aunque la personalidad del Dr. Francia resulta ser de las ms difundidas de la historiografa americana, pocas veces se la ha considerado en relacin con sus antecedentes culturales. Casi todos sus bigrafos -no obstante disponer de una dilatada documentacin- se han mostrado proclives a diversificar en grado sumo su imagen de gobernante, ocultando en algo su verdadera condicin humana y en mucho su ideologa. Pero lo que de l interesa en estos momentos es aquello que contribuya a situarlo en la evolucin del pensamiento paraguayo, no con referencia a realizaciones materiales concretas -a la manera de los tiempos actuales- sino en cuanto a la proyeccin de ese ideario suyo que ha permanecido (o que permanece an) soterrado porque la profusa bibliografa que le fuera dedicada ha hecho mayor hincapi en las particularidades de su genio -especialmente en aquellas de real o inventado pintoresquismo- que en el estudio serio y metdico de su obra.

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No puede creerse que para juzgarlo tenga que ser vlida esa violenta dicotoma de ngel o demonio -en que se lo sita- plagada de simpleza en ambos extremos. Pues lo que del Dr. Francia importa saber y conocer aqu y ahora est orientado hacia otros rumbos, que podran resumirse en la solucin de los siguientes interrogantes: 1. Si representaba en totalidad, o slo en alguna medida, las ideas de su tiempo; 2. Si supo captar los sentimientos del pueblo, interpretar su psicologa y defender sus intereses; 3. Si la resultante de su accin es la de un doctrinario, o nada ms que la de un poltico prctico en usufructo del poder; 4. Si la supuesta influencia que recibiera de la Universidad de Crdoba fue lo suficientemente amplia como para determinar en l lneas de conducta poltica; 5. Si hubo o no en su modalidad procedimientos acordes con los que se le suele adjudicar a la Compaa de Jess. Pero mientras las correspondientes respuestas se sustancian podr adelantarse como imposible de consumar todo recuento de la cultura nacional que pretenda hacerse con abstraccin de su nombre, no como el romntico que no fue -aunque esa era la poca rioplatense predominante-, pues tampoco lo eran Mariano Antonio Molas o Carlos Antonio Lpez, sino como cubriendo aquella etapa previa que hemos denominado de los precursores. Bien se sabe que no hay vacos ni mutaciones inexplicables en la evolucin de un proceso cultural y que en caso de sospechrselos ser necesario pasar a detectar los posibles entronques. Adems debe tenerse en cuenta que toda tarea cumplida en tal sentido implica siempre la concrecin de un ciclo completo. Y como el Dr. Francia no es un espacio en blanco al que caprichosa o voluntariamente sea dado soslayar, se hace imprescindible interpretarlo con ideas y no con metforas o frases de efecto.

2. Del aula al poder Una breve cronologa -no por conocida de menor utilidad- ayudar a ubicarlo en los distintos planos de su actuacin. Puede inicirsela en 1781 cuando adolescente se traslada a Crdoba para cursar en el Colegio de Monserrat. Regresa seis aos ms tarde y en el Real Colegio y Seminario de San Carlos comienza a ensear latinidad y vsperas de teologa, 22

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ctedra que luego abandona para ejercer la abogaca, que parece haber sido su vocacin ms firme. En 1808 es elegido alcalde de primer voto y casi enseguida integra la terna de diputados del Virreinato del Ro de la Plata ante las Cortes espaolas, funciones que, como es notorio, no fueron desempeadas2. El da inmediato al pronunciamiento patrio, o sea el 16 de mayo de 1811, es nombrado adjunto al gobernador Velasco en unin de Juan Valeriano Zeballos, y el 17 del mes siguiente pronuncia un discurso de significativa trascendencia, que Molas -sin mencionarlo- transcribe en su libro con el ttulo de: El Congreso del 17 de junio3. El 20 de julio le toca redactar la nota elevada a la Junta de Buenos Aires en la que es expuesta por primera vez la idea de federacin. Se retira del gobierno en agosto, para regresar dos meses despus a raz de las tratativas diplomticas encomendadas al General Belgrano, quien en tal ocasin vuelve al Paraguay, no en fracasada expedicin blica sino como negociador. A consecuencia de esas gestiones queda suscripto el tratado del 12 de octubre de 1811. Nuevamente se aleja el Dr. Francia, pero retorna en noviembre de aquel ao. Pasa a integrar el Primer Consulado con Fulgencio Yegros y subsiguientemente traza el Reglamento de Gobierno de 1813, que viene a ser el inicio primario de nuestra organizacin institucional -ya que no an constitucional- comentado con prolijidad por el Dr. Domnguez4. El Congreso reunido en octubre de 1814 lo consagra Dictador Supremo de la Repblica, quedando afianzado de esa manera el poder civil. Se ha sealado, como hecho sintomtico, la gran mayora de votos campesinos en su favor. El primero de junio de 1816 le es concedida la Dictadura Perpetua por los sufragios de 150 diputados. Desde entonces mandar con mano frrea hasta su muerte.

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Valle Iberlucea, Enrique del: Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cdiz y el nuevo sistema de gobierno econmico de Amrica, Buenos Aires, 1912. / Tambin del mismo autor: Las Cortes de Cdiz, la Revolucin de Espaa y la democracia en Amrica, Buenos Aires, 1921. 3 Molas, Mariano Antonio: Descripcin histrica de la Antigua Provincia del paraguay. 3. ed. Asuncin - Buenos Aires, Nizza, 1959. (v. El Congreso del 17 de junio, p. 130 134). 4 Dominguez, Manuel: El Reglamento de Gobierno de 1813 (En: Anales de la Universidad Nacional, Asuncin, Ao X, t. VIII, N II-III, 1909, p. 35-39. Cf. del mismo autor: La Constitucin del Paraguay. 3v. Asuncin, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1909-1912.

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En qu fuentes podran descubrirse las bases doctrinales que permitan especificar el aporte con que el Dr. Francia se suma a la historia del pensamiento nacional? Ante todo habr que tomar en cuenta el hecho de que sus escritos aparezcan redactados por mano propia. Asimismo los hay firmados por Yegros, Caballero y dems miembros de la Junta, pero en todos ellos se transparentan sus ideas y su estilo. Creemos que no correspondera acudir al anlisis literario para dar por aclarada esa procedencia, aunque si pudiramos hacerlo advertiramos que la prosa del Dr. Francia, aparte de su correccin y de sus originales expresiones, rebasa en mucho la tradicin teolgica y jurdica en que se haba formado. Dice el oficio de la Junta de Gobierno de Asuncin al Triunvirato de Buenos Aires, el 24 de febrero de 1813: El Paraguay no se apartar de sus principios; proceder conforme a lo que prescribe el derecho natural y el mundo imparcial juzgar de la conducta de uno y otro. Esta mencin a las prescripciones del jusnaturalismo aparece perfectamente convalidada a travs de una comunicacin del comisionado porteo Dr. Nicols Herrera, quien no dudaba de la influencia del prcer paraguayo sobre sus compaeros. El Dr. Francia le haba manifestado que el Paraguay no necesitaba de tratados para conservar la fraternidad y defender la libertad comn. Sabido es -y lo indicamos por guardar analoga con lo anterior- que el derecho natural puede constituir una moral y ser a la vez que el resumen de los deberes del hombre para con sus semejantes -sin la imposicin de la fuerza-, un ideal para lograr el progreso y la justicia y una disposicin no escrita, aunque tcitamente ms prxima al denominado derecho consuetudinario.

4. Constitucin e Independencia Se ha hecho alusin al Reglamento de 1813 y por si hubiera dudas sobre su autor vamos a recurrir al testimonio del aludido comisionado Herrera, quien en una de sus minuciosas comunicaciones al Triunvirato de Buenos Aires escribe el 16 de setiembre de aquel ao: He tenido ocasin de ver el Reglamento Constitucional, firmado y presentado por el Dr. Francia, y aprobado en el Congreso por aclamacin. 24

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Ha quedado dicho que uno de los aportes iniciales al derecho internacional en estas regiones es el tratado del 12 de octubre, ya citado, que firmaran Francia, Yegros, Cavallero y de la Mora con el Gral. Belgrano y el Dr. Echeverra. Los artculos que abren ese documento estn reducidos a estipulaciones sobre comercializacin de tabaco y yerba. Seguidamente se fijan los lineamientos federativos, es acordada la ayuda mutua y despus de mencionar las ideas benficas y liberales de que se halla poseda la ciudad de Buenos Aires, declara que no debe haber divisin entre los ciudadanos de ambos pases, sindolo recprocamente los del uno en el otro. Y aade para mayor claridad. Los ciudadanos de Buenos Aires deben reputarse ciudadanos de la Provincia del Paraguay y los del Paraguay a su vez de Buenos Aires. Desgraciadamente tan bellos propsitos duraran poco, arrasados por el centralismo bonaerense, primero; ms tarde por la ciega presuncin del tirano porteo Juan Manuel de Rosas de considerar al Paraguay provincia argentina, y por ltimo por recelos histricos y estulticias aduaneras, cuando no por desinteligencias subrepticiamente alentadas desde las metrpolis imperiales. La reiteracin del principio de soberana, que se mantiene a lo largo de todo el mandato del Dr. Francia, implica tambin -y debemos verlo as porque no se trata de una proposicin antojadiza- la incorporacin del otro principio de soberana individual y personal transferido a la nacionalidad. Esto debe interpretarse como uno de los hallazgos doctrinarios comunes a los prceres de este continente: Sostendr el Paraguay la independencia proclamada (afirma la Junta de Asuncin, o sea el Dr. Francia, ante el comisionado Herrera) a toda costa, sin entrar jams, en ningn caso, en conciliaciones o convenios con los opresores de nuestra libertad. Estas bases doctrinales -llevadas hasta sus instancias finales- aparecern integradas en sucesivas etapas del quehacer histrico del pueblo paraguayo y culminarn en la epopeya de 1864 al 70. El Dr. Francia ratifica, en tal sentido, que la causa de la libertad no ser abandonada, pero el Dr. Herrera sospecha que aquel est imbuido de las mximas de la Repblica romana y que intenta ridculamente -dice- organizar su gobierno segn ese modelo. Por nuestra parte debemos aclarar que dicho modelo no era invento privativo de la imaginacin del futuro 25

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Dictador sino que fue impuesto por el Congreso pleno al establecerse la autoridad del primer Consulado5.

5. Desconfianza a los franceses Como fuera la caracterstica de no pocos gobernantes de nuestra Amrica que se vieron enfrentados -en distintas pocas- con emisarios europeos o de la otra Amrica -no siempre titulares de misiones de estudio, amistad o inters comercial- el Dictador se mostr siempre, y no sin razn, profundamente desconfiado o remiso ante toda aproximacin de extranjeros. Y uno de los grupos que concentraba su mxima desconfianza era el de los franceses. En 1824 Jean Stephan Richard Grandsire (o Grandsir) es enviado por el Instituto de Francia hasta estos confines para procurar la libertad del sabio Aim Bonpland, cuya suerte haba concitado universal inquietud. Dos de quienes avalan ese inters son nada menos que Cuvier y Alejandro de Humboldt. El 25 de agosto de ese ao el Dr. Francia se dirige al Mayordomo Receptor de Derechos de Itapa, Sebastin Jos Mornigo, para que haga saber a dicho enviado que el gobierno. ... no ignora que los americanos tienen sobrados motivos para recelar y desconfiar de la introduccin y manejos de los franceses en el tiempo presente. Lo primero porque la Francia no profesa, y sigue ideas y mximas contrarias a los principios republicanos y al sistema de gobierno representativo, sino que, adems, es empeada, con otras potencias, en aniquilar y destruir estos mismos principios y esta clase de gobierno. Se est refiriendo a la Santa Alianza, a los proyectos de restauracin monrquica y a la poltica francesa posterior al ciclo napolenico6. Ms adelante se ver que el Dictador no es tan incauto ni cree en los mviles desinteresados o espirituales de aquella misin, pretendidamente fraternal o de solidaridad con las tribulaciones de la ciencia. No cabe dudar que consideraba a Grandsire como a un espa, una especie de pyragu pytagu (sopln extranjero). Con el tiempo el emisario francs sacara a relucir algunos de los

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Garay, Blas: El Primer Consulado (En: Revista del Instituto Paraguayo, Asuncin, Ao III, N 15, 1899), Cf.: Tres ensayos sobre Historia del Paraguay, Asuncin, Guarania, 1942, p. 281 318). 6 Kossok, Manfred: Historia de la Santa Alianza y la emancipacin de Amrica Latina. Buenos Aires, Slaba, 1968).

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motivos de su llegada al Paraguay, no muy acordes con el invocado por el prestigioso Instituto. No todo estaba reducido a implorar por el cese del cautiverio de Bonpland.

6. Simpata por los ingleses En cambio los ingleses tuvieron mejor suerte. Ellos, representaban por otra parte y en cuanto al trato social, la palabra dada, la conducta austera (en los bien templados, desde luego) y los negocios serios. En suma: cumplidos caballeros, aunque los actos de piratera -en nutica o en afanes expansionistas- quedaran disimulados hbilmente bajo la compostura del frac7. Despus de la victoria de Ayacucho -la cita es del Dr. Bez- el Dictador dispuso conceder a los residentes britnicos el derecho a retirarse del pas. por haberse mostrado Inglaterra favorable a la Independencia americana. No otorg igual franquicia a los franceses porque el gobierno de la Restauracin haba restablecido en el trono de Espaa al malvado Fernando VII. Los cronistas de la poca (entre ellos Rengger y Longchamp y los Robertson, quienes en el fondo no eran menos espas que Grandsire) han confirmado esta posicin, patentizada en su admiracin por la Gran Bretaa y aun por los Estados Unidos, siendo muestra de esto ltimo el retrato de Franklin que luca en su escritorio. Una tradicin recogida por Mitre seala que en oportunidad de su entrevista con el Gral. Belgrano, el Dr. Francia obsequi a ste una historia manuscrita del Paraguay (no haba por entonces otras que las contenidas en cdices) y a su acompaante, el Dr. Echeverra, el mencionado retrato. Y es el historiador argentino quien transcribe las palabras que, segn la versin, pronunciara el Dictador en elogio del prcer norteamericano. Este es el primer demcrata del mundo y el modelo que debemos imitar. Dentro de cuarenta aos puede ser que estos pases tengan hombres que se le parezcan y slo entonces podremos gozar de la libertad para la que no estamos preparados hoy 8.

7 8

Rosa, Jos Mara: Rivadavia y el imperialismo financiero. 2. reimp. Bs. As., Soler / Hachette, 1973, p. 400. Mitre, Bartolom: Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires, Estrada, 1947, t. II, p. 28.

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Esta profeca poltica quedara parcialmente realizada en el Ro de la Plata. Mas hay que indicar que esa actitud suya no contradice otras de aproximacin a Inglaterra, que era una monarqua constitucional, y a los Estados Unidos, que pasaba por ser un ejemplo de nacin republicana en las breves vsperas de la Doctrina Monroe y en las algo ms prolongadas de su big stick, encarnacin contundente del denominado destino manifiesto. El Dr. Francia, como buen detallista, tena predileccin por los sbditos de aquellos pases que mantenan cierto decoro, urbanidad y buenas costumbres (eso era, repetimos, lo aparente) en sus relaciones formales. Claro que tales virtudes, vueltas al revs, han resultado de alto precio para los pueblos de Amrica.

7. Bonpland y la yerba paraguaya Conviene detenerse ahora en la interpretacin de uno de los motivos -sino el principalque en cierto modo explicara el dilatado encierro de Bonpland en tierra paraguaya, pues ha sido tratado de diversas maneras y de acuerdo a distintas conclusiones. No estar dems recordar que el Dictador no se conmovi en absoluto durante los nueve aos de cautiverio del sabio y que rechaz -ignorndolos o no contestndolos- todos los pedidos que se le hicieran en favor de su libertad, an por entidades de categora internacional. (Corresponde aclarar aqu que la supuesta carta de Bolvar es una superchera que hace rato ha sido develada) 9. Pero, y en esto puede estar la raz de la cuestin, el Dr. Francia habra manifestado a Rengger -los condicionales son necesarios cuando se trata de viajeros o exploradores forneos- lo que podra estimarse como el punto neurlgico y quiz valedero del conflicto. Explic el Dictador -segn dicho mdico suizo- que no le era tolerable admitir la competencia de los yerbales que Bonpland estaba experimentando en la otra margen del Paran porque ello perjudicara los intereses de la yerba paraguaya . Ah est -pensamos- el secreto de la retencin del ilustre naturalista, quien no obstante todas las penurias por las que tuvo que pasar -en materia de adaptacin, especialmente- no saldra descontento del Paraguay. Por lo contrario, hasta lleg a aorar la sencillez de sus9

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Lpez Decoud, Arsenio: La fbula del mensaje de Bolivar, (En: La Unin, Asuncin, 29 de marzo de 1931.) Pomer, Len: La guerra del Paraguay Gran negocio! Buenos Aires, Caldn, 1968, p. 45-57. Tambin Moreno, Fulgencio R: Pginas para la historia econmica del Paraguay. (En: Album Grfico de la Repblica del Paraguay 1811 1911, dirigido por Arsenio Lpez Decoud. Buenos Aires, Talleres de la Compaa General de Fsforos, 1911, p. 89-105).

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costumbres y el sello de honradez que el Director haba impreso en el alma de su pueblo. Dicen que al establecerse en zona hoy argentina y robrsele los caballos, exclam con no contenida nostalgia: Ah, si estuviera en el Paraguay!. Por su lado Woodbine Parish ha relatado cmo obtuvo la libertad de sbditos ingleses, sin que hubiera conseguido, antes ni despus, la de Bonpland 11.

8. Relaciones con la Gran Bretaa Con referencia a la posicin del Dr. Francia en el orden de la economa -que hemos anticipado en el captulo VII- cabe aadir que propiciaba la apertura de un trfico intenso (o por lo menos directo) entre el Paraguay y la Gran Bretaa, cosa en que haba puesto -son expresiones de Parish- sus cinco sentidos. Principalmente porque esperaba poder demostrar a los ingleses, por ese medio, el estado de independencia del pas respecto de sus vecinos. Es de sospechar que la sostenida y no ocultada preferencia por el comercio ingls provena de su disposicin de considerar al Imperio como al smbolo de una nacin que se haba adelantado a simpatizar con la causa de la libertad de los pueblos, actitud alejada de toda intencin romntica, que le producira, en el correr de dos siglos, cuantiosos rditos. Este proyecto no lo har extensivo a los franceses, tratados como particulares y sin la garanta de su gobierno. Tal disposicin de nimo estaba unida -lo hemos visto- al deseo vehemente de sustituir dentro de la mayor seguridad posible, la influencia de la dominacin espaola mediante normas que representaran un menor anacronismo. Y agreguemos que cuando los otros pases rioplatenses, por efecto de sus convulsiones internas, se vean imposibilitados de iniciar o consolidar vnculos con Inglaterra, el Dictador dar una prueba de autonoma y de soberana nacional, no importndole ni con mucho cual fuere la opinin de aqullos. Quien analice la historia y los resultados del convenio de prstamo concertado en Londres por el gobierno de Rivadavia con la Casa Baring Brothers -unos usureros vulgares y silvestresy la compare con la lucidez del Dr. Francia y su persistencia en tratar con Estados y no con particulares, hallar extenso campo para muchas meditaciones12.

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Parish, Woodbine: Buenos Aires y las Provincias del Ro de la Plata. Buenos Aires, Hachette, 1958, p. 343-344. Scalabrini Ortiz, Ral: Historia del primer emprstito (En: Poltica en el Ro de la Plata, 5. ed., Buenos Aires, Emec, 1962; ROSA, Jos Mara: ob. cit. p. 80-81.

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9. Las gestiones de Grandsire Tras este parntesis volvamos a Grandsire, empeado en instalarse en el solar guaran a pretexto de Bonpland. El 10 de octubre de 1824 el Dictador procede a firmar una prevencin y providencia dirigida al Mayordomo de Itapa, puerto que era algo as como la nica ventana apenas y cautelosamente entreabierta al exterior y slo cuando l lo quera. Despus de aludir a la presentacin del francs y de calificarla de frvolo papel, instruye sobre lo que el citado funcionario debe responder, desprecindose el estilo ridculamente altanero con que da principio, pues no es cabalmente inteligible por su confusa escritura y mala tinta. Como es de suyo puntilloso debe haberle sabido mal tanta desprolijidad, si bien se cuida de mentar las muchas leguas que esa correspondencia ha tenido que cubrir, en azaroso itinerario desde Itapa a Asuncin, pues ms all de aquel sitio Grandsire no ha podido avanzar. Adems el Dictador gusta de mostrarse siempre rgido en cuanto al respeto de su investidura, en resguardo de los atributos del poder. Manifiesta en el mencionado documento que no puede serle permitida la internacin al emisario (o sea su ingreso a territorio nacional) por su desconocimiento del idioma espaol. Y en otro pasaje afirma que el gobierno no habla francs, ni comprende a quien lo habla, ni tiene intrprete propio. Esto en lengua verncula significa catupyry y en criollo habilidad, si no fuera, ms que un vulgar pretexto, porque al referirse a los trminos de la presentacin est demostrando que el gobierno, o por lo menos su persona, sabe y lee el idioma francs13. Tambin ironiza -y ste es un rasgo que no poda captar el frenlogo Ramos Meja- sobre el motivo expuesto por Grandsire para entrar al Paraguay y que no solamente era el de ocuparse de Bonpland, ya que en su nota invocaba el deseo de estudiar la juntura del ro Amazonas con el de la Plata; El Dr. Francia no se trag semejante sapo y tanto es as que al concluir su providencia estampa esta reflexin, vlida aun para nuestros das. Yo espero que ahora har ms estimacin de la gente paraguaya viendo que sabemos apreciar nuestra independencia y por tanto no vivimos incautos ni nos abandonamos.

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Molas, Mariano Antonio: ob. cit. Nota de Carranza. p. 51.

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Y el supuestamente generoso y caritativo Grandsire tuvo que emprender el regreso con las manos vacas, como haba venido, aunque con la leccin bien aprendida. Pero eso no fue el nico acto de afirmacin de su voluntad, por una parte, y por la otra de tenaz desconfianza hacia los extraos. Vamos a exponer uno ms, en el que por coincidencia aparece como destinatario un compatriota del fracasado Grandsire. Esta es la trama del asunto: el Dictador tiene que ocuparse del caso del ciudadano francs Pedro Saguier, y al hacerlo -despus de invocar los intentos monarquistas para Sud Amrica y el fracaso de esas tentativas en 1820- lo trata de supuesto comerciante, siendo que al final result ser un agente oficial. A este calificativo aade el de aventurero incivil y desatento, evidenciado esto por las maneras altaneras y traje indecente con que se presentara ante el gobierno. Aparte de sospecharlo un espa, se advierte que no interesaban al Dr. Francia las proposiciones comerciales de Saguier, ya que habiendo descubierto que sus verdaderas miras eran otras que las invocadas, procura encontrar en su psicologa y hasta en su vestimenta, los puntos flojos que le permitan acentuar una enrgica negativa.

10. Algo sobre cultura La opinin de la posteridad en lo que respecta a los bienes de cultura -primordialmente educacionales- no ha sido favorable al Dictador. A fines del siglo anterior el Dr. Domnguez, en difundida y consultada monografa, crey haber pulverizado a la Dictadura en este rengln. Sin embargo, los respectivos testimonios de Rengger y Grandsire atenan mucho los cargos formulados en su contra. Digamos que ambos pudieron comprobar que los habitantes estaban en libertad de educar a sus hijos dirigindose previamente al gobierno, que era el que regulaba la marcha de la enseanza por ser esa -entonces y ahora- una inalienable atribucin del Estado. Ejercan el magisterio 140 maestros, que ganaban 5 pesos fuertes por mes, concurriendo a las aulas unos 5.000 nios, cifra no desdeable para aquellos tiempos. La fiscalizacin corra por cuenta de los alcaldes, los cuales estaban obligados a informar sobre el cumplimiento de esta disposicin. En cuanto a bibliotecas, una trascripcin de Rengger y Longchamp -fuente de la que se nutren investigadores y comentaristas- se refiere a la que perteneca al Dictador. En ella, al lado de los mejores autores espaoles -segn aquellos viajeros- podan observarse las obras de Voltaire, Rousseau, Raynal, Rollin, Laplace y otras que se haba procurado desde el 31

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principio de la Revolucin. Posea tambin instrumentos de matemticas, globos terrqueos y cartas geogrficas. A la suposicin de que pudo haber existido otra distinta formada con los libros de Manuel Atanasio Cabaas y de Mariano Larios Galvn -cuado ste del Dr. Francia, mal avenido con l y por consecuencia encarcelado- corresponde agregar la documentacin analizada por Fulgencio R. Moreno. Mas nada permite adelantar que haya funcionado una biblioteca de carcter pblico14. En lo relativo a la evolucin cientfica el panorama ofrecido por el propio Dictador no es muy optimista. As lo expresa en su comunicacin al mayordomo de Itapa, poniendo al descubierto las intenciones de Grandsire: No siendo el Paraguay un pas donde haya establecimientos cientficos en que se cultiven activamente las ciencias, no se hace bien creble que el Instituto de Sabios de Pars, sin motivo de otra entidad, deliberase dirigir un enviado, cruzando los mares, a tan remota regin. Algo ms: toc a Lpez Decoud descubrir una escuela de danzas, que si bien no pudo perdurar constituy un indicio de importancia15. Hasta una msica fue compuesta en su homenaje: La Gasparina, exhumada y llevada a escena en 192316. Quedara de este modo desvirtuado el dicho de Rengger: Hasta la guitarra enmudeci, que Domnguez y otros tomaron como moneda de buena ley. Una frase del Dictador vendra a justificar el empobrecimiento cultural de esa poca: Minerva duerme cuando Marte vela. Dramtica premonicin que habra de convertirse en dolorosa realidad para el Paraguay veinticinco aos despus de su muerte.

11. La soledad del poder El Dr. Francia no se ilusionaba con la porcin de humanidad que le haba tocado en suerte gobernar. Tampoco crea en solcitos o desinteresados apoyos. Fue un solitario en lo14

Moreno, Fulgencio R.: Instruccin y cultura general durante la dictadura (En: El Nacional, Asuncin, 12 de marzo de 1910). 15 Lpez Decoud, Arsenio: Una Escuela de Danza bajo Francia (En: Guarania, Asuncin, Ao II, N 16, 20 de febrero de 1935, p. 5-6). 16 OLeary, Juan E.: La Gasparina. Cuadro dramtico en un acto estrenado en el Belvedere el 18 de abril de 1923, con msica exhumada y reconstruida por el maestro Lorenzo Gonzlez (En: El Liberal, Asuncin, 17 de noviembre de 1923). Cf. Boettner,

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personal -como indica Justo Pastor Bentez- pero por sobre todas las cosas sinti el desgaste de la soledad del poder. Por un lado careca de gente confiable en trance de colaborar en difciles tareas del gobierno; por el otro de los hombres cultos necesarios para un emprendimiento que exiga muy altas tensiones y un intransigente patriotismo. Algunos de sus contemporneos civiles tenidos por tales (Mora, Molas o Pea) eran opositores y padecan prisin. El resto estaba formado por militares de menor cuanta (comandantes o mayordomos de frontera) que apenas si pasaban de ser simples ejecutores de sus rdenes o abnegados intrpretes de sus despachos oficiales. Adems se advierte en el conjunto, que en cultura, informacin poltica y sagacidad, el Dictador no tiene acompaantes, ni prximos ni lejanos. A esto debe agregarse sus tensas relaciones con la oligarqua asuncena -integrada por los ms rancios apellidos espaoles-, a la que terminar por reducir a la mnima expresin, originndose as entre l y su pueblo una comunicacin directa, sin que esto quiera significar una abolicin de clases, que no estuvo en su nimo alentar. Es preciso hacer esta aclaracin para deteriorar los intentos de quienes pretenden -no con ademn arcanglico, desde luegoadjudicar al Dr. Francia un precursorato socialista inexistente. Y es as que no hallando a nadie en torno suyo, tiene que inventarlo todo. Est y se siente solo, sin discpulos y sin modelos. Y no por culpa de su misantropa sino por no haber encontrado en otros idntica voluntad y frreo afn patritico. De all su queja por tener que ocuparse hasta de los ms mnimos detalles de la administracin pblica: No he de hacer lo que llaman milagros y mucho menos en esta tierra de imposibles donde todo es dificultad, que es menester entre mis infinitas atenciones y ocupaciones ande como un desesperado riendo y lidiando con sastres, con mujeres y con criadas para que no me echen a perder los vestuarios que hay que preparar as para la gente de por all como para las villas de los presidios del Chaco, de Olimpo, del Apa y de aqu. Este, como se ve, no es el lenguaje propio del poltico oportunista o del demagogo, acostumbrados a cubrir con mentiras lo que est detrs de la realidad circunstancial. Con

Juan Max: Msica y msicos del Paraguay, Asuncin. APA, (1958), p. 79; Centurin, Carlos R.: Historia de la cultura paraguaya, Asuncin, Biblioteca Manuel Ortiz Guerrero, 1961, t. II, p. 370-371.

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alguna ligereza periodstica y sin profundizar su imagen, Rafael Barrett lo calific de maravilloso basilisco. Convengamos en que, de ser cierto, no poca razn le asista para serlo17. En una nota ms, aconseja en estos trminos al ya nombrado comandante, instndolo a no complicar las cosas reiterando, una vez ms, la queja de su soledad, no obstante que sta, como al personaje de Ibsen, le proporcionaba inocultable fortaleza: Considera y reflexiona las cosas -recomienda- para no errar y darme quehacer, ahogndome aqu, ahogando sin poder respirar en el inmenso cmulo de atenciones y ocupaciones que cargan sobre m solo, porque en el pas por falta de hombres idneos, se ve el gobierno sin operarios y sin auxiliares, que tiene y debe tener en todas partes, de suerte que por necesidad estoy cumpliendo y llevando el peso de oficios que deberan servirse por empleados competentes. Tal alegacin pone al desnudo la forma en que el Dictador comprenda el proceso administrativo y la responsabilidad con que lo encaraba. El desahogo a que se siente obligado no es ms que la reaccin de su genio ante las dificultades que se le presentan y que perentoriamente debe resolver. Distinta haba sido, en verdad, su posicin una dcada atrs, cuando pensaba que la gente se haca idlatra de su libertad y que los 1.000 diputados del Congreso grande lo apoyaran proporcionndole los elementos necesarios para hacer ms livianas sus funciones. Sin embargo hay la evidencia de que no fue as. Alrededor de ese aislamiento va cindose cada vez ms su sentido del poder. Y a medida que se apodera de su psicologa parece acentuarse el valor moral de su conducta, de su tica despiadada pero real Todo confina en la Repblica -nica Dulcinea permitida por su empecinada soltera-, a la que le era preciso custodiar y defender. Su pensamiento est puesto en ella, sin concesiones. Y es por su prestigio que aconseja no reducirse a problemas de individualidad, puesto que todos estn en lo mismo: ...no debe comprometerse por personalidades -dice- ni sus armas emplearse en desahogo de resentimientos vulgares.

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Barret, Rafael: Revoluciones (En: Obras Completas, Buenos Aires, Americalee, 1943, p. 458).

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Esta manifestacin resulta tanto ms valedera si se tienen en cuenta los sucesos que por entonces ocurran en el Plata, cuando cada regin levantaba su bandera de combate y los caudillos federales excitaban sus corceles frente a la metrpoli centralista y portuaria. Para evitar la dispersin nacional habr que ser fuertes y solidarios. El Dictador no deja de sealrselo al subdelegado de Candelaria: Nada desean tanto los enemigos de nuestra causa como el que los mismos pueblos libres se debiliten y aniquilen mutuamente para poder plantar sobre sus ruinas el estandarte del despotismo. Y al aludir a los problemas que se le presentan para resolver la vestimenta del ejrcito recuerda los sacrificios de los patriotas del Virreinato de Nueva Granada, que andaban en chirip y hacan largas jornadas sin preocuparse de cmo estaban vestidos, pero que gracias a eso haban luchado por la libertad y arrojado del suelo americano a los europeos, dice textualmente.

12. Idea de pueblo Con no mejores indicios se patentiza la opinin que el Dr. Francia tena de sus conciudadanos. No ignora l que trabaja con falible barro humano, pero su ortodoxia moral no le permite consentir desfallecimientos. No es que sea ese su desquite ante las dificultades que tiene que afrontar y a cuya solucin nadie -sino l mismo- puede concurrir, simplemente ocurre que no es hombre de cubrir con disimulos la realidad, por ms que su insercin en ella le demande mprobos esfuerzos. Y como su doctrinarismo no est exento de practicidad quiere demostrar que no se engaa sobre el nico sistema posible de escoger para superar las contingencias, y con ellas los problemas y dificultades que entraan. Esto no invalida, desde luego, el reconocimiento de su reiterada profesin de fe venida de Rousseau: el hombre es bueno (incluida su condicin sauvage), la sociedad pone cadenas a su estado de naturaleza, que es el de la libertad, y por consecuencia modifica su ndole originaria. Pero la vida es como es y el Dictador tiene que encarrilarla con espritu pragmtico porque no se trata de su existencia sino de la del pas. Exhala un nuevo reclamo por el exceso de trabajo y por el cumplimiento de actividades concentradas en una sola persona, tanto en lo civil, en lo militar, como en lo mecnico (quiere decir: prctico), y aunque poco amigo de confesiones alcanza a hacerlo con singular verismo: 35

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Recargado por todo esto, aun de ocupaciones que no me corresponden, ni me eran decentes, todo esto por hallarme en un pas de pura gente idiota, donde el gobierno no tiene a quien volver los ojos, siendo preciso que yo lo haga, lo industrie, lo amaestre todo, por sacar al Paraguay de la infelicidad y el abatimiento en que ha estado sumido por tres siglos. Por eso, despus de la Revolucin, todos se avinieron a robarlo a su satisfaccin: porteos, artigueos y portugueses. Lo de artigueos no invalida la comprobacin de haber brindado al prcer oriental el derecho de asilo durante dos dcadas. Tal derecho fue ampliado durante todo su gobierno en beneficio de los esclavos huidos del Imperio del Brasil.

13. El Dictador y los jesuitas Se ha credo ver en algunas modalidades propias de su mandato -especialmente el enclaustramiento que impuso al pas- cierto resabio de la influencia jesutica, que habra sido recogida durante los estudios que cursara en Crdoba. Pero el caso es que el joven Francia ingresa al Colegio de Monserrat trece aos despus de producida la expulsin de la Compaa de Jess, cuando imperaban all los franciscanos y la filosofa de Surez era reemplazada por la de Duns Scoto. Ese repliegue fue aplicado por el Dictador como medida de emergencia, que las circunstancias del Plata le obligaron a prolongar: primeramente la denominada anarqua del ao 20, o sea la insurreccin de las provincias contra el poder central y luego las pendencias entre ellas (Pancho Ramrez vs. Artigas; Estanislao Lpez vs. Pancho Ramrez), y ms tarde la extensa tirana feudal de Juan Manuel de Rosas, quien no molestara al Dr. Francia porque -como lo advirti Alberdi- su aislamiento no interfera en los intereses de la aduana portea 18. Volviendo a lo inicial ser til recordar que mientras el Dr. Francia gobierna en medio de una nacionalidad formada y a un pas, tnica y socialmente integrado, la Compaa de Jess tuvo que hacerlo dentro de los lmites de su Provincia Eclesistica. Por lo dems, su misin se vio reducida a la exclusiva evangelizacin de uno de los estratos sociales, aunque cruda y cruelmente marginado: el indio guaran. Los restantes estaban representados por el criollo y el mestizo, con los cuales los religiosos vivieron en guerra.

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Al sustraer la integracin del indgena con el mundo circundante -porque el favorecerla equivala, paradjicamente, a desintegrarlo- los jesuitas se propusieron no slo resguardar la pureza espiritual del nativo sino tener a mano un insustituible elemento de explotacin (claro que no con la avidez mortfera de los encomenderos), formar defensores de sus tierras o de los predios de Dios frente a las depredaciones de los bandeirantes, modelar su carcter y, en especial, evitar la contaminacin y fusin, estableciendo as un verdadero cerco demogrfico. Y no es por capricho que trazaran aquella tajante divisin entre guaranes y paraguayos, entre los aborgenes y los que no lo eran, como quien marca el ms ac y el ms all de las Misiones. Esa lnea separatoria, a pesar de que su vigencia super el siglo y medio, fue diluyndose al producirse el extraamiento de los Padres. El idioma ancestral -comn a indios, mestizos y criollos y que stos no perdieron con la retraccin de aqullos- ayudara ms tarde a la retoma de un aglutinamiento lingstico que se supona perdido, o por lo menos debilitado, y que pese a sus muchas y numerosas deformaciones se mantiene como la caracterstica ms evidente y como la ms fuerte prenda de unin del pueblo paraguayo, dentro o fuera de los contornos nacionales, hasta nuestros das19. Esos posibles no pudieron darse durante la Dictadura Suprema. La doble vuelta de llave aplicada por el Dr. Francia y drsticamente acentuada sobre la mediterraneidad -especie de cauterio preventivo cuya justificacin histrica se halla an en apelacin- tiene otros alcances y al mismo tiempo una acusada finalidad poltica. El Paraguay est rodeado no de vecinos complacientes sino por enemigos que la historia y la geografa se han encargado de identificar. Y es esta comprobacin la que lo llevar a robustecer el concepto de soberana y a reafirmar su conciencia republicana. Esta actitud importar tambin el autoabastecimiento. Las diferencias entre uno y otro aislamiento van, igualmente, a distinguir distinto tipo de procedimientos y por de contado de conducta. Mientras los jesuitas ejercen su dominio sobre una vasta poblacin verncula, an no incorporada a una funcin nacional, el Dr. Francia cohesiona al pas por encima de sus parcialidades tnicas o sociales.

Alberdi, Juan Bautista: Dos guerras del Plata y su filiacin en 1867 (En: El Imperio del Brasil ante la democracia de Amrica. Asuncin, El Diario, 1919, p. 129). 19 Malberg, Bertil: El Paraguay de indios y mestizos (En: Amrica hispanohablante, Madrid, Istmo, 1966, p. 253-285). Medina, Jos Toribio: Bibliografa sobre la lengua guaran, Buenos Aires, 1930; Melia, Bartomeu: Bibliografa sobre bilinguismo en el Paraguay. (En: Estudios Paraguayos, Asuncin, v. II, N 2, diciembre de 1974, p. 73-82); Mitre, Bartolom: Guaran. (En: Catlogo razonado de la Seccin Lenguas Americanas, Buenos Aires, Coni, 1969-1911, t. II, p. 5-97); Molas, Mariano Antonio: ob. cit. p. 65-70; Mornigo, Marcos A.: Hispanismos en el guaran. Buenos Aires, Facultad de Filosofa y Letras, Instituto de Filosofa, 1931.

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Entre los Padres de la Compaa de Jess -cuyo aporte a la historiografa paraguaya no podr ser olvidado- y el Dr. Francia, no hay ms parentesco que el de haber pertenecido a diferentes captulos de la historia de una nacin. En modo alguno conflu