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130 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO AMARGURA Orhan Pamuk En Estambul la Historia y los restos de las victorias y las civilizaciones del pa- sado están demasiado próximos. Por muy descuidados, ignorados y enterrados entre montones de cemento que se encuentren, tanto los grandes monumentos de la ciudad y las gigantescas mezquitas conmemorativas como también los diminutos restos de acueductos, las fuentes y los oratorios que hay en cada es- quina recuerdan a los millones de personas que viven entre ellos que son lo que queda de un gran imperio. Al contrario que en las ciudades occidentales que han formado parte de grandes imperios hundidos, en Estambul los monumentos históricos no son cosas que se protejan como si estuvieran en un museo, que se expongan, ni de las que se presuma con orgullo. Simplemente, se vive entre ellos. Eso es algo que ha gusta- do mucho a algunos viajeros occidentales que han dejado memoria de su visita. Pero a los habitantes de la ciudad, con los sentimientos a flor de piel, la fuerza y la riqueza del pasado son algo que desapareció con aquella cultura y que les recuerda que el presente es incomparablemente más pobre y confuso. Ninguna de esas estructuras, «adaptadas al entorno» por la suciedad, el polvo y el barro frutos del descuido, permite el placer de enorgullecerse de ellas, lo mismo que las mansiones de madera que veía arder una a una en mi infancia. Este sentimiento se puede comparar al de Dostoievski cuando no entendía, es- tando en Suiza en 1867, cómo era posible que los ginebrinos les gustara tanto su ciudad. «Miran las cosas más simples, hasta los postes de las calles, como si fueran lo más hermoso y extraordinario», dice enfurecido Dostoievski, el fu- rioso nacionalista antioccidental, en una carta. Los ginebrinos se enorgullecen del entorno histórico en que viven hasta cuando indican una simple dirección, diciendo: «Después de esa magnífica y elegante fuente de bronce». En cambio, en una situación parecida, un estambulí diría «gire por esa fuente ciega y siga la calle por todo el solar con los restos del incendio», y además se sentiría molesto por lo que el forastero va a ver por aquellas calles tan pobres […]. Dibujo de Estambul, Le Corbusier.

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130 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

AMARGURAOrhan Pamuk

En Estambul la Historia y los restos de las victorias y las civilizaciones del pa-

sado están demasiado próximos. Por muy descuidados, ignorados y enterrados

entre montones de cemento que se encuentren, tanto los grandes monumentos

de la ciudad y las gigantescas mezquitas conmemorativas como también los

diminutos restos de acueductos, las fuentes y los oratorios que hay en cada es-

quina recuerdan a los millones de personas que viven entre ellos que son lo que

queda de un gran imperio.

Al contrario que en las ciudades occidentales que han formado parte de grandes

imperios hundidos, en Estambul los monumentos históricos no son cosas que

se protejan como si estuvieran en un museo, que se expongan, ni de las que se

presuma con orgullo. Simplemente, se vive entre ellos. Eso es algo que ha gusta-

do mucho a algunos viajeros occidentales que han dejado memoria de su visita.

Pero a los habitantes de la ciudad, con los sentimientos a flor de piel, la fuerza

y la riqueza del pasado son algo que desapareció con aquella cultura y que les

recuerda que el presente es incomparablemente más pobre y confuso. Ninguna

de esas estructuras, «adaptadas al entorno» por la suciedad, el polvo y el barro

frutos del descuido, permite el placer de enorgullecerse de ellas, lo mismo que

las mansiones de madera que veía arder una a una en mi infancia.

Este sentimiento se puede comparar al de Dostoievski cuando no entendía, es-

tando en Suiza en 1867, cómo era posible que los ginebrinos les gustara tanto

su ciudad. «Miran las cosas más simples, hasta los postes de las calles, como si

fueran lo más hermoso y extraordinario», dice enfurecido Dostoievski, el fu-

rioso nacionalista antioccidental, en una carta. Los ginebrinos se enorgullecen

del entorno histórico en que viven hasta cuando indican una simple dirección,

diciendo: «Después de esa magnífica y elegante fuente de bronce». En cambio,

en una situación parecida, un estambulí diría «gire por esa fuente ciega y siga la

calle por todo el solar con los restos del incendio», y además se sentiría molesto

por lo que el forastero va a ver por aquellas calles tan pobres […].Dibujo de Estambul, Le Corbusier.

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131FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

Un estambulí más positivo indicaría la dirección sirviéndose de los colmados y

los cafés, la mayor riqueza de Estambul, como muy probablemente haría todo

el mundo. Porque el mejor atajo para desprenderse de la amargura que provoca

ser lo que queda de un poderoso imperio consiste en ignorar los monumentos

y no prestar atención a los nombres de los edificios ni a las características ar-

quitectónicas que los diferencian. Eso es lo que hacen los estambulíes ayudados

por la pobreza y la ignorancia. Por ejemplo, dejan totalmente de lago la idea de

Historia y tratan esos monumentos como si se hubieran levantado hoy mismo,

arrancando piedras de las murallas de la ciudad para usarlas en sus construc-

ciones y pretenden restaurarlas utilizando hormigón. Otra manera de olvidar

es plantar en lugar de lo derruido o quemado un bloque de pisos «occidental y

moderno». Todo ese desinterés y toda esa destrucción acaban por incrementar

la sensación de amargura, añadiéndole además un toque de dejadez y miseria.

La amargura implantada por el dolor provocado por la destrucción, la pérdida

y la pobreza prepara a los estambulíes para nuevas derrotas e insospechadas

formas de pobreza.

«Hüzün» (amargura) en Estambul. Ciudad y recuerdos, Mondadori, 2006.

Fotografía de Estambul, Henri Cartier-Bresson, 1964.