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1 Con Nuestra América Sábado 19 Diciembre 2020 http://connuestraamerica.blogspot.com/ Centroamérica: el año de la pandemia Para Centroamérica, el 2020 no es solo el año de la pandemia; es, también, el año de los huracanes devastadores y de la profundización de las reformas neoliberales que han desnudado la descarnada y vulgar ambición de quienes ostentan el poder económico y sus testaferros políticos. Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica Un annus horribilis por dondequiera que se le vea, que está dejando marcas que se agregan a las que ya teníamos de las guerras larguísimas que duraron casi toda la segunda mitad del siglo XX: las nuevas que deja la terrible represión a la que se ha sometido a los pueblos por oponerse a la devastación de las mineras, del extractivismo agrícola, a la privatización del agua, el arrasamiento de los bosques y el atropello de los derechos de los trabajadores. No hay rincón de la región que se haya librado de la ofensiva que considera que tener trabajo y salario mínimo, estable y digno, derecho a manifestarse y jornada de ocho horas son privilegios odiosos que deben eliminarse para que sacrificados empresarios logren, por fin, acumular lo suficiente para que se produzca el derrame de riqueza hacia los de abajo que nos vienen anunciando hace cuarenta años. En nuestros parlamentos pareciera que este año se hubiera concursado por las ideas más estrafalarias para exprimir a las capas medias y bajas y favorecer a los grandes capitales. Decir, por ejemplo, que estos deben pagar impuestos acordes con sus ganancias suena a mala palabra, a comunismo trasnochado, a traición a la Patria, a desubicación. Lo que debe hacerse, según su opinión, es congelar salarios y aumentarles las cargas impositivas a los empleados públicos, quienes son percibidos como un montón de ineficientes e inescrupulosos que son la causa de los déficits fiscales, del desempleo y de la deuda interna y externa. En suma, de todos los males que nos azotan desde hace ya bastante tiempo, pero que la crisis económica provocada por la pandemia del Covid-19 agravó.

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Con Nuestra América Sábado 19 Diciembre 2020

http://connuestraamerica.blogspot.com/

Centroamérica: el año de la pandemia

Para Centroamérica, el 2020 no es solo el año de la pandemia; es, también, el año de los huracanes devastadores y de la profundización de las reformas neoliberales que han desnudado la descarnada y vulgar ambición de quienes ostentan el poder económico y sus testaferros políticos.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Un annus horribilis por dondequiera que se le vea, que está dejando marcas que se agregan a las que ya teníamos de las guerras larguísimas que duraron casi toda la segunda mitad del siglo XX: las nuevas que deja la terrible represión a la que se ha sometido a los pueblos por oponerse a la devastación de las mineras, del extractivismo agrícola, a la privatización del agua, el arrasamiento de los bosques y el atropello de los derechos de los trabajadores. No hay rincón de la región que se haya librado de la ofensiva que considera que tener trabajo y salario mínimo, estable y digno, derecho a manifestarse y jornada de ocho horas son privilegios odiosos que deben eliminarse para que sacrificados empresarios logren, por fin, acumular lo suficiente para que se produzca el derrame de riqueza hacia los de abajo que nos vienen anunciando hace cuarenta años. En nuestros parlamentos pareciera que este año se hubiera concursado por las ideas más estrafalarias para exprimir a las capas medias y bajas y favorecer a los grandes capitales. Decir, por ejemplo, que estos deben pagar impuestos acordes con sus ganancias suena a mala palabra, a comunismo trasnochado, a traición a la Patria, a desubicación. Lo que debe hacerse, según su opinión, es congelar salarios y aumentarles las cargas impositivas a los empleados públicos, quienes son percibidos como un montón de ineficientes e inescrupulosos que son la causa de los déficits fiscales, del desempleo y de la deuda interna y externa. En suma, de todos los males que nos azotan desde hace ya bastante tiempo, pero que la crisis económica provocada por la pandemia del Covid-19 agravó.

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Si en años pasados el mecanismo que se utilizó para asentar el neoliberalismo en nuestros lares fueron los tratados de libre comercio, especialmente el que firmó la región con los Estados Unidos de América, ahora lo son los préstamos con organismos financieros internacionales, especialmente con sus portaestandartes, el FMI, el BID y el BM, que están escondidos tras la cortina esperando a que despejen la habitación para hacer su entrada triunfal y “sugieran” lo que siempre han sugerido. La gente está molesta y protesta, pero lo hace sobre todo por las redes sociales dadas las posibilidades de contagio en el contexto de pandemia. Se acumula resentimiento e impotencia. Decir que se están incubando tempestades no es un decir o una figura literaria sino una realidad que se palpa en la furia contenida. Y, por si fuera poco, la naturaleza cada vez más sublevada le recetó a la región dos grandes y devastadores huracanes que afectaron sobre todo a Nicaragua, Honduras y Guatemala, que dejaron una estela de muerte e innumerables daños materiales que fueron “atendidos” con ineficiencia por los gobiernos de turno y que, como ya es tradición en la región, fueron aprovechados para meter mano en los dineros que debían destinarse a socorrer a la gente. En estas circunstancias, el futuro inmediato no pinta nada bien para Centroamérica y, como hemos tratado de mostrar, no solo ni en primer lugar por la pandemia como tal, sino por el aprovechamiento que han hecho de ella los grupos dominantes, quienes se han quitado la careta y muestran descarnadamente sus filosos y rapaces dientes, haciendo oídos sordos de lo que parece ser una enseñanza universal que nos está dejando el Covid-19: la necesidad de fortalecer lo público, de reforzar los servicios que brinda el Estado, de no abandonar a los que han sido golpeados por las reformas neoliberales.

1979: “El año del gran vuelco”

Frente a los escenarios que se despliegan ante nuestros ojos, y que adquieren tintes apocalípticos, tendremos que forjar -de una materia que por ahora no se vislumbra con claridad- proyectos civilizatorios nuevos, amplios, diversos, humanistas y universalistas, capaces de revertir el paso acelerado de la Revolución Conservadora.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

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He tomado el título que encabeza este artículo de uno de los capítulos más sugestivos de la obra El naufragio de las civilizaciones (2019, Madrid: Alianza Editorial), del escritor y periodista libanés Amin Maalouf. Ganador del premio Aujourd'hui al mejor libro de geopolítica en Francia el año anterior, Maalouf desarrolla en este ensayo una interpretación crítica sobre la crisis civilizatoria de nuestro tiempo. Con un estilo que combina el relato testimonial y el análisis histórico-político, el autor indaga en las causas e implicaciones de las que considera son las principales transformaciones de las últimas décadas: desde el ocaso de su mundo materno, el universo levantino que empezó a derrumbarse en la segunda mitad del siglo XX y desembocó en el actual radicalismo islámico, hasta la reconfiguración en curso del sistema internacional que sobrevino tras el desmembramiento de la URSS, y que tiene como telón de fondo el ascenso de la Revolución Conservadora -con epicentros en coordenadas geográficas y culturales tan disímiles como Teherán y Londres, Roma y Washington, Pekín y Moscú-, cuyo horizonte ideológico influye de manera decisiva en la construcción del sentido común de nuestro tiempo. Maaalouf invita a pensar en el año 1979 como un momento simbólico, una suerte de parteaguas histórico por la magnitud y relevancia de los acontecimientos que sucedieron alrededor de esa fecha: en particular, los triunfos de la revolución islámica en Irán en febrero y de la revolución neoliberal de Margaret Thatcher, en las elecciones británicas del mes de mayo; procesos políticos separados por un mar de diferencias pero que, sin embargo, tuvieron en común la reivindicación “de fuerzas sociales y de doctrinas que habían sido más bien hasta entonces las víctimas o, cuando menos, las dianas de las revoluciones modernas: en el primer caso, los defensores del orden moral y religioso, y en el segundo, los defensores del orden económico y social”. Las ideas de los clérigos que dirigían la revolución iraní alentaron la visión de “un islam a la vez insurrecto y tradicionalista, resueltamente hostil a Occidente”; en tanto que las tesis económicas y de ajuste de cuentas con el Estado de bienestar y los derechos de los trabajadores con las que la señora Thatcher sacudía a Gran Bretaña, desembarcaron un año después en Washington con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan, adalid del Estado mínimo y el anticomunismo, y de allí se proyectaron al resto del orbe (como lo puede atestiguar, dolorosamente, nuestra América Latina, donde tales ideas avanzaron de la mano de las dictaduras militares, las doctrinas de guerra sucia y de tierra arrasada, y de la implantación de las democracias de baja intensidad).

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El escritor también llama la atención sobre otros hechos que ocurrieron antes y después de 1979: en mayo de 1978, el asesinato del dirigente demócrata cristiano italiano Aldo Moro, quien buscaba afanosamente un acuerdo político inédito entre el catolicismo y el Partido Comunista de Italia (a la sazón, el más importante de Europa), y cinco meses después de este crimen, en octubre, la designación como pontífice de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, un personaje que “aunaba un conservadurismo social y doctrinal y una combatividad de dirigente revolucionario” anticomunista. En diciembre de ese mismo año, en Pekín, Deng Xiaoping se convertía en secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China, iniciando su propia revolución conservadora, “desde luego, muy diferente tanto de la de Teherán como de la de Londres”, aunque también “era de inspiración conservadora, pues se apoyaba en las tradiciones mercantiles de toda la vida en la población china y que Mao Zedong había intentado erradicar”, y al cabo, sentó las bases del despegue económico de la nación asiática, que le permitió alcanzar el estatus de potencia económica y tecnológica de primerísimo orden en el siglo XXI. El mural de imágenes y sucesos que reconstruye el intelectual libanés se completa con la invasión del Ejército Rojo a Afganistán, en diciembre de 1979, que desató para la Unión Soviética el infierno de su propio Vietnam, con el concurso desestabilizador de la CIA y la furiosa militancia de los combatientes islámicos, entre ellos, el joven Osama Bin Laden; la derrota militar en el centro de Asia propinó al aparato de poder soviético un golpe del que nunca se recuperó, y que a la postre, funcionó como la pieza de dominó que disparó el definitivo proceso de derrumbe. Esta suma de eventos, no necesariamente concatenados bajo una relación de causa-efecto, pero sí influidos por sus resonancias particulares, provocaron “en el mundo entero algo así como un vuelco duradero de las ideas y las posturas”, que anunciaban un cambio mayor: “como si el espíritu de la época -Zeitgest- nos estuviese comunicando el final de un ciclo y el comienzo de otro”. Así, explica Maalouf, entramos “en una era eminentemente paradójica (…). En adelante, iba a ser el conservadurismo el que se proclamara revolucionario, mientras que los seguidores del progresismo y de la izquierda no iban a tener ya más objetivo que la conservación de lo conseguido”. He aquí un triunfo decisivo de la Revolución Conservadora: acabar con “la vergüenza que sentía hasta entonces la derecha en el debate político e intelectual, sobre todo en las cuestiones sociales. Se trata de una dimensión difícil de captar e imposible, desde luego, de cuantificar, pero resulta esencial para comprender el trastorno que cambió las mentalidades en todos los lugares del mundo”. El impacto cultural de la Revolución Conservadora, y de la consolidación del conservadurismo -o neoconservadurismo- como pensamiento dominante a escala global, repercute directamente en los campos de la política y la cultura, desde donde afirma sus cerrojos. Los podemos observar, por ejemplo, en la legitimación -cuando no la naturalización- de las desigualdades y la primacía de las leyes del mercado sobre la sociedad; también en la “cultura de la desconfianza y del descrédito” de lo público, y muy cercano a esto, la percepción negativa - atizada desde las academias, los medios de comunicación y distintos foros políticos- “de las

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autoridades públicas y de su papel en la vida económica”; otro aspecto es la bancarrota de los proyectos y alternativas al capitalismo, toda vez que, según Maalouf, “lo que los defensores de la revolución conservadora consiguieron desprestigiar no fue solo el comunismo, fue también la socialdemocracia y, junto con ella, todas las doctrinas que se habían mostrado conciliadoras con los ideales del socialismo, aunque sólo fuera para combatirlos mejor”. Pero acaso sea en la crispación de las tensiones identitarias, ancladas en cuestiones como la religión, la nación, la raza “o una mezcla de todo ello”, donde se expresan con mayor intensidad los rasgos del conservadurismo del siglo XXI, que inclina a las sociedades hacia “la fragmentación y al tribalismo”. Fenómenos como el de Donald Trump en los Estados Unidos, el ascenso de los neofascismos en Europa, o la irrupción del neopentecostalismo como opción de poder en América Latina -que produce monstruos al estilo Bolsonaro en Brasil-, perfilan una tendencia nada halagüeña. Como lo explica el escritor libanés, “se trata, evidentemente, de una deriva hacia la irracionalidad, hacia algo así como un pensamiento mágico que revela un hondo y afligido desconcierto frente a la complejidad del mundo. Como ya no nos sentimos capaces de dar soluciones adecuadas, queremos creer que éstas llegarán por sí solas, como por milagro, y que basta con tener fe en la mano invisible del Cielo o del destino. Hecho que no presagia nada alentador, me temo, para las décadas que se avecinan”. Al final del libro, Maalouf reconoce que “hemos entrado en una zona de borrascas, imprevisible, arriesgada y que parece destinada a durar. La mayoría de nuestros contemporáneos han dejado de creer en un porvenir de progreso y prosperidad. Vivan donde vivan, se sienten desconcertados, rabiosos, amargados, sin norte. No se fían del hervidero mundial que los rodea y sienten la tentación de dar crédito a extraños fabuladores. A partir de ahora son posibles todos los descarríos, y ningún país, ninguna institución, ningún sistema de valores ni ninguna civilización parece capaz de cruzar por esas turbulencias y salir indemne”. No cabe duda que nuestra generación tiene ante sí desafíos formidables, y deberá encarar problemas de cuya resolución dependerá el tipo de futuro que le espera a amplios sectores de la humanidad. Frente a los escenarios que se despliegan ante nuestros ojos, y que adquieren tintes apocalípticos, tendremos que forjar -de una materia que por ahora no se vislumbra con claridad- proyectos civilizatorios nuevos, amplios, diversos, humanistas y universalistas, capaces de revertir el paso acelerado de la Revolución Conservadora y de sus dimensiones más perversas, más excluyentes, más irracionales e incitadoras al odio, que ahora son las que se imponen. ¿Cómo hacerlo? Las respuestas que, juntos, podamos ofrecer para esta interrogante, lo determinarán todo.

Palabra de pase

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La crisis del neoliberalismo no se resuelve con el retorno a algún paleo liberalismo, sino yendo más allá de todo liberalismo y sus formas de organización política, para construir un sistema mundial de los pueblos.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América Desde Alto Boquete, Panamá. Panamá, 16 de diciembre de 2020

Cubadebate ha publicado un artículo del ensayista Luis Britto García con un título que sintetiza el dilema fundamental de nuestra América en la crisis por la que atraviesa el sistema mundial: “¿Cuál es el reto de una América Latina postneoliberal?”[1] Allí, tras examinar el curso reciente de las luchas políticas y sociales en la región, concluye que las victorias electorales de movimientos progresistas en la región “ponen en evidencia la caducidad, no solo económica y social, sino también política del orden neoliberal.” Aun así, añade,

llama la atención en este panorama de insurrecciones sociales casi espontáneas la aparente ausencia de la conducción de organizaciones radicales que deberían dirigir las fuerzas movilizadas hacia objetivos revolucionarios y evitar su dispersión y desarticulación.

Al respecto, advierte Britto, los progresismos políticos deben desechar “la tentación” de “descuidar las reivindicaciones de las masas que los apoyaron, contrabandear recetas neoliberales con rótulos seudo revolucionarios y resignarse a perder el poder hasta que alguna eventualidad les permita recuperarlo para repetir el ciclo.” Aquí, dice, lo que está planteado, dice Britto, es “el reto de una América Latina postneoliberal”. En lo ecológico, añade enseguida, esto implica “racionalizar el uso de recursos naturales y preservar la biodiversidad y el equilibrio ecológico planetario”, como en lo social demanda “eliminar toda barrera de discriminación social, étnica, cultural, de género o de cualquier otra índole. Garantizar el acceso a todos los niveles de la educación. Traducir la automatización en disminución de la jornada de trabajo y no en desempleo. Aplicar los excedentes económicos a la eliminación del hambre y la pobreza y no a la acumulación privada.” De igual modo, en lo económico el reto planteado demanda “colocar bajo control social los principales medios de producción, y planificar la economía en función de las necesidades sociales”, así como reivindicar “el derecho a proteger las economías nacionales.” Y, en lo político, se hace necesario reestructurar los modelos electorales para permitir “la efectiva y transparente expresión de la voluntad de las mayorías” y constituir “gobiernos que respondan a las demandas y necesidades del pueblo y no a las del gran capital.”

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Aquí convendría ampliar el ámbito histórico de lo planteado, recordando que el neoliberalismo emerge de la crisis del liberalismo como doctrina dominante en la geocultura del sistema mundial. Al respecto, advertía Immanuel Wallerstein en 1995, que la destrucción del Muro de Berlín y la subsecuente disolución de la URSS habían sido celebradas “como el triunfo definitivo del liberalismo como ideología.” Esto, añadía, era “una percepción totalmente equivocada de la realidad” pues, por el contrario, “esos acontecimientos marcaron aún más el derrumbe del liberalismo y nuestra entrada definitiva en el mundo ‘después del liberalismo’.”[2] En breve, la crisis del neoliberalismo no se resuelve con el retorno a algún paleo liberalismo, sino yendo más allá de todo liberalismo y sus formas de organización política, para construir un sistema mundial de los pueblos. Este podría llegar a ser el resultado realmente progresivo del momento de transición que atraviesa el mercado mundial, haciendo del neoliberalismo la formación social con que se cierre, finalmente, “la prehistoria de la sociedad humana” [3], e impedir a tiempo con ello que de la crisis resulte un retorno a la barbarie cuyas consecuencias podrían incluir a extinción de nuestra especie. Todo sugiere, en efecto, que nos encaminamos hacia una fase de máxima expansión de las fuerzas productivas creadas por el capitalismo, de trascendencia aun mayor que las de las revoluciones industriales de los siglos XIX y XX. Esto se expresa en una transnacionalización de la economía mundial, que busca nuevas formas de organización política o, para decirlo en breve, la renovación de su superestructura a escala planetaria. Nada de esto supone que sea inevitable una organización transnacional del mercado mundial. Lo importante, aquí, es que hemos ingresado a una nueva fase de nuestra historia en la cual, como lo expresara José Martí en el momento inicial de la construcción de nuestra América,

Se ponen de pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, o van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.[4]

Esa creación incluye, por ejemplo, que no podamos seguir hablando de una distribución injusta de la riqueza como si fuera tan solo un problema moral, cuando sabemos que todo modo de producción supone formas propias de circulación y distribución de los bienes que produce el trabajo de los humanos. En este sentido, la extrema concentración de la riqueza - y la extrema difusión de la pobreza - no son meras expresiones de misantropía, sino consecuencias necesarias del desarrollo del sistema que ha generado la crisis que encaramos.

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En el fondo, todos, misántropos y filántropos, saben que si queremos un mundo distinto tendremos que abrir paso a la creación de sociedades diferentes. Para unos, la diferencia deseada es la liberación plena todo obstáculo al ejercicio de la ley del valor. Para nuestros pueblos, esa liberación solo llegará cuando – sea en el plazo que sea – eliminen las condiciones políticas y culturales que han hecho psoible la hegemonía de esa ley desde hace cuatrocientos años. El cómo de este problema será distinto en sociedades diversas, pero en cada una de ellas será decisivo para definir el destino del progresismo latinoamericano de comienzos del XXI. Lo realmente decisivo, cuando el progresismo genere un verdadero progreso, es la creación de una circunstancia como la que planteara Fidel Castro a su pueblo el 10 de octubre de 1968, al conmemorar el primer centenario de las luchas de los cubanos por su liberación nacional, expresada en un poder que

Era por primera vez el poder frente a los monopolios, frente a los intereses, frente a los privilegios, frente a los poderosos sociales. Era el poder frente al privilegio y contra el privilegio, era el poder frente a la explotación y contra la explotación, era el poder frente al colonialismo y contra el colonialismo, el poder frente al imperialismo y contra el imperialismo. Era por primera vez el poder con la patria y para la patria, era por primera vez el poder con el pueblo y para el pueblo.[5]

De eso se trata, cuando de post neoliberalismo se habla, desde la perspectiva del progreso de los pobres de la tierra hacia un mundo que sea sostenible por lo humano que llegue a ser.

[1] http://www.cubadebate.cu/opinion/2020/12/14/cual-es-el-reto-de-una-america-latina-postneoliberal/ [2] https://www.academia.edu/36468811/Despues_del_liberalismo_Immanuel_Wallerstein [3] Marx, Carlos: “Prólogo” a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859) http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm [4] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975: VI – 20. [5] Castro, Fidel: “Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en la velada conmemorativa de los Cien Años de Lucha, efectuada en La Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente el 10 de octubre de 1968.” (Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno Revolucionario) http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1968/esp/f101068e.html

Retos de América Latina postneoliberal

Los progresismos deben desechar la tentación de la falta de radicalidad que los incita a estancarse, descuidar las reivindicaciones de las masas que los apoyaron, contrabandear recetas neoliberales con rótulos seudo revolucionarios y resignarse a perder el poder hasta que alguna eventualidad les permita recuperarlo para repetir el ciclo.

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Luis Britto García / https://luisbrittogarcia.blogspot.com

Los primeros resultados del Consejo Nacional Electoral en las Elecciones Parlamentarias 2020 revelan que sobre 82,35% de las actas escrutadas, el Gran Polo Patriótico Simón Bolívar (GPPSB), obtuvo 3.558.320 votos, el 67,6 % del total, y la Alternativa Popular Revolucionaria (PCV) 143.917, un 2,73%. Votó cerca del 31% del padrón electoral, pues en las elecciones parlamentarias la concurrencia históricamente es menor que en las presidenciales. Estos resultados, no reversibles, suman por lo menos un 70,33% de sufragios para las fuerzas progresistas. Concluye así un quinquenio de zozobra durante el cual la mayoría opositora de la Asamblea Nacional Legislativa se negó a sancionar proyectos de Presupuesto, apoyó oleadas terroristas y agresiones de Estados Unidos y sus cómplices; suplantó la Constitución con manuales para desestabilización de gobiernos de Eugene Sharp y del jefe del Comando Sur Kurt Tidd, presentó a su presidente interno como Presidente de la República votado por nadie y convalidó su latrocinio de los bienes de Venezuela en el exterior como agente de Estados Unidos y sus gobiernos cómplices. El significado de este triunfo sólo puede ser apreciado considerando la perspectiva de América Latina y el Caribe. Victorias electorales y contundentes movimientos sociales ponen en evidencia la caducidad, no sólo económica y social, sino también política del orden neoliberal. Los gobiernos socialistas de Cuba y Nicaragua siguen su curso, sobreviviendo a todas las agresiones. En Bolivia retorna el gobierno socialista del MAS, después de un golpe de Estado concertado entre la OEA, el ministro de la Defensa y la autoelegida dictadora Jeannine Añez. En México y Argentina gobiernos progresistas corrigen décadas de errores. En Chile oleadas de protesta fuerzan la convocatoria a una Constituyente que enterrará al pinochetismo. En Perú demoledoras manifestaciones o investigaciones por corrupción deponen en rápida sucesión tres Presidentes fondomonetaristas. En Ecuador, Brasil y Colombia masivas protestas conmocionan los regímenes neoliberales de Lenin Moreno, Bolsonaro y Duque.

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Ningún gobierno neoliberal de los impuestos por golpe de Estado, golpe judicial, engaño o simple traición ha satisfecho las necesidades de las masas ni consolidado consensos que le permita perpetuarse. El sistema que ha tenido éxito en acumular más de la mitad de la riqueza del mundo en el 1% de la población también ha triunfado en privar de educación, medios de vida y cuidados médicos al resto de la humanidad. Las cosas no van nada bien en los países que hasta hace poco ejercían la hegemonía. Estados Unidos perdió hace un quinquenio su estatuto de primera potencia del mundo; demostró palmaria incapacidad para atender una emergencia sanitaria; enfrenta la peor crisis económica y social desde 1928; alberga movimientos racistas y xenófobos; y sus autoridades mismas están enfrentadas y divididas sobre los resultados de las elecciones del 3 de noviembre de 2020 y las políticas para atender la emergencia. Francia está asimismo hundida en la depresión económica y la protesta social y económica de los chalecos amarillos. España presencia otro auge de las protestas sociales. India enfrenta la más grande y prolongada huelga general de la Historia, en la cual 200 millones de campesinos y granjeros protestan contra la pobreza extrema. El sistema que ha tenido éxito en acumular más de la mitad de la riqueza del mundo en el 1% de la población también ha triunfado en privarla de educación, medios de vida y cuidados médicos aceptables. Las mayorías vuelven a favorecer las propuestas socialistas. Como declara Rafael Correa: “Soplan vientos de esperanza”. Sin embargo, llama la atención en este panorama de insurrecciones sociales casi espontáneas la aparente ausencia de la conducción de organizaciones radicales que deberían dirigir las fuerzas movilizadas hacia objetivos revolucionarios y evitar su dispersión y desarticulación. Los progresismos deben desechar la tentación de la falta de radicalidad que los incita a estancarse, descuidar las reivindicaciones de las masas que los apoyaron, contrabandear recetas neoliberales con rótulos seudo revolucionarios y resignarse a perder el poder hasta que alguna eventualidad les permita recuperarlo para repetir el ciclo. Está planteado el reto de una América Latina postneoliberal. Ello implica, en lo ecológico, racionalizar el uso de recursos naturales y preservar la biodiversidad y el equilibrio ecológico planetario. Detener la privatización de las aguas y la destrucción de los pulmones vegetales del mundo. Controlar o vetar la

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manipulación genética de organismos vivientes y detener el calentamiento global y la contaminación. En lo social, comporta eliminar toda barrera de discriminación social, étnica, cultural, de género o de cualquier otra índole. Garantizar el acceso a todos los niveles de la educación. Traducir la automatización en disminución de la jornada de trabajo y no en desempleo. Aplicar los excedentes económicos a la eliminación del hambre y la pobreza y no a la acumulación privada. En lo económico: Colocar bajo control social los principales medios de producción, y planificar la economía en función de las necesidades sociales. Reivindicar el derecho a proteger las economías nacionales. Reestructurar integralmente sistemas tributarios, con aplicación efectiva de principios de Territorialidad, Progresividad y proscripción de Paraísos Fiscales. Reestructurar los sistemas monetarios en función del efectivo respaldo de las respectivas divisas. Imponer salarios que garanticen la satisfacción de las necesidades básicas. Regular o proscribir la especulación financiera que produce dividendos ficticios. Remitir la Deuda Pública Impagable que devora gran parte de la producción. En lo político: Reestructurar modelos electorales para que permitan la efectiva y transparente expresión de la voluntad de las mayorías. Constituir gobiernos que respondan a las demandas y necesidades del pueblo y no a las del gran capital. Sancionar a funcionarios y representantes que incumplan sus programas y promesas electorales. Implantar el control previo, concomitante y posterior informatizado en tiempo real de las actividades financieras públicas y privadas. En lo estratégico: Reducir el gasto armamentista. Instituir la progresiva cooperación de los ejércitos en tareas pacíficas de interés colectivo. Proscribir el uso de mercenarios, paramilitares y asesinatos selectivos. Disolver alianzas militares como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y expulsar bases de potencias extrañas a la región que funcionan como instrumentos de injerencia y ejércitos de ocupación. En lo internacional: Revitalizar organizaciones regionales como el Alba, la Celac y Unasur, y crear otras que no sean instrumentos de unipolaridad imperial. Integrar alianzas de países históricamente agredidos y explotados por imperios. Proscribir bloqueos y mal llamadas sanciones. Culminar la descolonización. En lo cultural: Garantizar el Derecho Universal a la Educación. Preservar el legado de las culturas autóctonas. Aplicar el aparato mediático de las industrias culturales a la Educación y la difusión de contenidos científicos y estéticos. Invertir recursos ahorrados en la reducción de armamentos y la proscripción de especulaciones, en investigación científica, educación y creación cultural. Hagamos de Nuestra América la Gran Patria Nuestra.

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¿Vientos de cambio en la OEA? Una eventual destitución de Almagro serviría de alguna forma de equilibrio en las instituciones regionales tras el nombramiento por parte de Trump de Mauricio Claver-Carone como presidente del Banco interamericano de Desarrollo (BID). Este americano de origen cubano, fue “sembrado” por Trump en esa responsabilidad burlando la tradición que señalaba ese puesto para un latinoamericano. Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América Desde Caracas, Venezuela

Aunque se ha vendido como una gran victoria, la resolución aprobada por la Organización de Estados Americanos (OEA) el miércoles 8 a través de la cual no reconoce el resultado de las elecciones parlamentarias de Venezuela, en realidad es expresión de la profunda crisis por la que atraviesa la institución. Que la resolución haya sido presentada por Estados Unidos, Brasil y Colombia transforma el panfleto en una condecoración que honra a la nación bolivariana. Conformada por 33 países después del formal retiro de Venezuela en 2019 y la expulsión de Cuba en 1962, más de un tercio de sus miembros no apoyaron la resolución lo cual muestra una organización dividida y carente de liderazgo que en realidad en su ejecutoria práctica se muestra como una alianza de gobiernos de derecha dirigidos por Estados Unidos para mantener y profundizar su dominio sobre la región. Incluso su tradicional caracterización como ministerio de colonias de Estados Unidos se ha reducido casi exclusivamente a la organización de fraudes electorales y golpes de Estado. En este sentido, tuvo éxito al imponer a Juan Orlando Hernández en Honduras en 2017 y a Jeanine Añez en Bolivia en 2019, pero ha fracasado estrepitosamente en Nicaragua (2018) cuando aupó la insurrección golpista contra el gobierno del comandante Daniel Ortega, en San Vicente y las Granadinas así como en Guyana durante este 2020 donde infructuosamente intentó “ensuciar” las elecciones para que se declarara fraude y poder imponer a sus candidatos. Ni hablar de Venezuela donde desde su elección como secretario general, Luis Almagro, de manera continua ha intentado derrocar al gobierno del presidente Maduro utilizando para ello todo tipo de velados y abiertos subterfugios así como los variados instrumentos que Washington ha puesto a su alcance para lograr tal fin. En la búsqueda de este objetivo se asemeja al Cártel de Lima, su hijo putativo, parido contra natura, que también ha fracasado. Si nos atenemos al desprecio que ha manifestado el presidente Donald Trump contra el multilateralismo y sus instituciones, al punto que ni siquiera quiso “ensuciar

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su reputación” formando parte del Cartel de Lima, deberíamos concluir que Almagro ha actuado por iniciativa propia en su interés personal de servir a Estados Unidos como forma de prolongar su estadía en la secretaría general, llegando al paroxismo cuando en septiembre de 2018, anunció que no se podía descartar una intervención armada contra Venezuela, pasando por encima incluso de la Carta de la ONU. Sin embargo, pareciera que el golpe de Estado contra Evo Morales en 2019, que Almagro ha reivindicado como de autoría propia en un reciente libro publicado el pasado noviembre -bajo el título "Luis Almagro no pide perdón"-, ha rebasado toda tolerancia, incluso de aquellos que lo promovieron y auparon. Por supuesto, todo se produce cuando Trump ya va de salida. En los últimos 4 años, ciertas fuerzas y personajes guardaron silencio cómplice antes los desmanes y tropelías del ex ministro de relaciones exteriores del gobierno de José Mujica. Uno de ellos es el ex presidente colombiano Juan Manuel Santos quien afirmó recientemente que:”La OEA no está funcionado”. Según el periódico bogotano “El Espectador”, Santos hizo esta aseveración el pasado jueves 10 de diciembre durante un foro virtual organizado por el think tank Dialogo Interamericano con sede en Washington, en el que también participaron los ex mandatarios Ricardo Lagos de Chile, Ernesto Zedillo de México y Laura Chinchilla de Costa Rica. Ahondando en el asunto, Santos aseveró que los países de la región han sido incapaces de acordar una visión básica o un objetivo para la institución en el mundo actual y remató ratificando que no creía que hubiera liderazgo alguno dentro de la OEA. El ex presidente colombiano se lamentó de la situación de la organización panamericana construida bajo el alero de Washington certificando que: “Es muy triste decirlo, pero es la realidad, ahora mismo la OEA no está abordando los problemas que debería abordar”. Santos cree que es necesario crear un nuevo tipo de liderazgo para “revitalizar” estas organizaciones para que puedan cumplir con sus objetivos básicos. Remató su intervención diciendo que: “Si no lo hacemos, estas organizaciones van a seguir siendo algo irrelevantes”, porque “las instituciones internacionales son lo que los países miembros quieren que sean”. Por su parte, Ricardo Lagos, quien fue el primer mandatario en todo el mundo en manifestar su apoyo al golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez en 2002, llamó a “repensar” el sistema. Lagos opinó que le parecía que había llegado el momento de una “revisión” del sistema interamericano, ya que su “arquitectura es un poco anticuada”. En una propuesta propia de Lagos y de los últimos presidentes chilenos que actúan “tirando la piedra y escondiendo la mano”, el expresidente que protegió a Pinochet durante su prisión en Londres, propuso un sistema que sea como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), “pero sin carácter militar”, algo difícil de entender y mucho más de ejecutar pero que pudiera ser entendido como la fusión de la OEA con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Según

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Lagos: “…eso sería mucho más importante en lugar de tener un sistema interamericano extremadamente anticuado”. Para el expresidente chileno llegó el momento de “repensar” qué tipo de institución es necesaria para tener un entendimiento entre los países de América Latina y el Caribe y Estados Unidos, y destacó que en esto, el rol de Canadá es “extremadamente importante”. En el caso de Santos, es claro que ambiciona ponerse en la mira de Biden por si éste, en interés de hacer efectiva su doctrina multilateralista de agresiones e intervenciones coordinadas, comienza a pensar en la sustitución de Almagro, quien es cada vez más impresentable y contrario a la necesidad de estabilidad que Estados Unidos -verdadero elector y mentor de la OEA- necesita para mantener su “patio trasero”. Hay que recordar que el gobierno de Obama en el cual Biden fue vicepresidente, tuvo una excelente relación con Santos en el tiempo en que éste fue la máxima autoridad política de su país. Obama incluso apoyó en todo momento a Santos durante las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC que concluyeron en La Habana en 2016 y fue pieza fundamental para el Premio Nobel que le compraron en Oslo. De la misma manera, una eventual destitución de Almagro serviría de alguna forma de equilibrio en las instituciones regionales tras el nombramiento por parte de Trump de Mauricio Claver-Carone como presidente del Banco interamericano de Desarrollo (BID). Este americano de origen cubano, fue “sembrado” por Trump en esa responsabilidad burlando la tradición que señalaba ese puesto para un latinoamericano. Así mismo, con tal designación Trump honró su compromiso con el republicano Marco Rubio y el exilio cubano de Miami. Florida y Miami votaron por Trump y tal vez Biden quiera desquitarse sacando del juego a Almagro quien se ha transformado en una pieza sólida del terrorismo cubano y venezolano asentados en el sur de la Florida. Así, Biden también intentaría poner en la OEA un peón más “digerible” en su afán de construir la “diplomacia coercitiva” que ha propugnado el futuro secretario de Estado, Anthony Blinken.

No intervención: un tema Latinoamericano

La urgencia de preservar la soberanía de cada país y la independencia nacional, hicieron de América Latina la región pionera en impulsar el principio de no intervención como política internacional.

Juan J. Paz y Miño-Cepeda / www.historiaypresente.com

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Después de la independencia de los EEUU (1776), América Latina fue la primera región del mundo en romper con el coloniaje europeo en los albores del sistema capitalista, pues en Asia y África la liberación anticolonial solo se logró durante el siglo XX. Las nacientes repúblicas latinoamericanas del siglo XIX se desarrollaron en una época de nuevos conflictos e intereses entre las potencias occidentales por dominar el mundo y en la cual también los EEUU requirieron de zonas de influencia. Para ello sirvió la “Doctrina Monroe” (1823), orientada en sus orígenes a detener cualquier intento europeo de reconquista colonial en el continente, pero que se transformó en una guía de la conducta exterior de los EEUU frente a Latinoamérica. Por eso, en 1896, convocado por iniciativa del caudillo liberal ecuatoriano Eloy Alfaro, se reunió en México el primer Congreso de naciones del continente -boicoteado por los EEUU-, que apenas pudo reunir a 8 países, pero que emitió un contundente documento en el cual, además de cuestionar el uso del “monroísmo” para la expansión de los intereses norteamericanos, acordó la necesidad de sujetar a esa doctrina a un verdadero orden jurídico continental. De este modo, la urgencia de preservar la soberanía de cada país y la independencia nacional, hicieron de América Latina la región pionera en impulsar el principio de no intervención como política internacional, precisamente con el avance del siglo XX, en el cual la fase del imperialismo capitalista crecientemente afirmó un nuevo tipo de disputas económicas entre las grandes potencias, que derivó en dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) y en constantes intervenciones sobre los países del “Tercer Mundo”. Las propuestas contra el intervencionismo de las grandes potencias ya se encuentran en el chileno Andrés Bello, los argentinos Carlos Calvo y, sobre todo, Luis María Drago, quien en 1902 se lanzó contra la incursión armada de Alemania, Gran Bretaña e Italia sobre Venezuela, para cobrar sus deudas (“Doctrina Drago”). También el mexicano Isidro Fabela escribió sobre el intervencionismo, mientras su compatriota, el presidente Venustiano Carranza (1917-1920), al calor de la cultura radical y nacionalista que incubó la Revolución Mexicana y de la Constitución de 1917 -una Carta de enorme importancia mundial, que inauguró el derecho social en América Latina- proclamó la no intervención como política del Estado y como fundamento para respetar la soberanía de los pueblos y sus formas autónomas de gobierno (“Doctrina Carranza”). Pese a esos iniciales y visionarios conceptos sobre la no intervención, fue la VII Conferencia Internacional Americana, reunida en Uruguay en 1933, la que adoptó la “Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados” (https://bit.ly/3qPnEkf), estableciendo: Art. 8- Ningún Estado tiene derecho de intervenir en los asuntos internos ni en los externos de otro. Además, en la Conferencia Interamericana de

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Consolidación de la Paz, realizada en Buenos Aires en 1936 (a la que asistió Franklin D. Roosevelt, presidente de los EEUU) igualmente se acordó: Art. 1º.—Las Altas Partes Contratantes declaran inadmisible la intervención de cualquiera de ellas, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos interiores o exteriores de cualquiera otra de las Partes. // La violación de las estipulaciones de este artículo dará lugar a una consulta mutua, a fin de cambiar ideas y buscar procedimientos de avenimiento pacífico (https://bit.ly/3nbxJWG). Todo parecía advertir que el principio de no intervención quedaba históricamente consagrado en América. De modo que al nacer la OEA, su Carta constitutiva, aprobada en Bogotá el 30 de abril de 1948, simplemente se acogió y ratificó lo siguiente: Art. 19- Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyen (https://bit.ly/2IEILoi). Cuando se creó la ONU (1945) y sobre la experiencia sufrida por la II Guerra Mundial (1939-1945), la idea de la paz pareció un mensaje de valor universal, de modo que el “Proyecto de Declaración de Derechos y Deberes de los Estados” (1949) incluyó varios principios sobre la soberanía e independencia de los Estados y acordó: Art. 3- Todo Estado tiene el deber de abstenerse de intervenir en los asuntos internos o externos de cualquier otro Estado; y en el Art. 9: Todo Estado tiene el deber de abstenerse de recurrir a la guerra como instrumento de política nacional, y de toda amenaza o uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de otro Estado, o en cualquiera otra forma incompatible con el derecho y el orden internacionales (https://bit.ly/33ZlwwL). Parecía un progreso civilizatorio de la humanidad. Sin embargo, contrariando todos estos marcos históricos y jurídicos, el desate de la guerra fría en el mundo desde la década de 1950 y su introducción en América Latina a raíz de la Revolución Cubana (1959) alentaron nuevos intervencionismo de las grandes potencias. El combate al “comunismo” en nuestra región se convirtió en pretexto y justificación para el intervencionismo norteamericano en todos los países latinoamericanos y mediante diversos mecanismos. Entre tantos casos, podría anotarse la invasión a Guatemala (1954) para derrocar al presidente Jacobo Arbenz y garantizar los intereses de la United Fruit Co.; el ilegítimo bloqueo económico a Cuba (que continúa hasta el presente pese a las condenas mundiales); el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende en Chile (1973) para instaurar la terrorista dictadura de Augusto Pinochet; o el financiamiento y apoyo a los “contras” en Nicaragua para derrocar al Sandinismo, que logró tomar el poder por las armas en 1979 y dar fin a la sanguinaria dinastía de los Somoza. De nada sirvió que la Corte Internacional de Justicia emitiera, en 1986, un inédito y contundente fallo, que dice: La Corte. Por 12 votos contra 3. Decide que los Estados Unidos de América, al entrenar, armar, equipar, financiar y abastecer a las fuerzas contras o al estimular, apoyar y ayudar por otros medios las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y contra

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Nicaragua han actuado, en perjuicio de la República de Nicaragua, infringiendo la obligación que les incumbe con arreglo al derecho internacional consuetudinario de no intervenir en los asuntos de otro Estado (https://bit.ly/3qMKr0c). Imposible dejar de señalar la guerra de las Malvinas en 1982, que enfrentó a Gran Bretaña con Argentina. Pero el sentido hegemónico y perdurable en el continente ha sido el intervencionismo dirigido exclusivamente contra gobiernos que los EEUU han considerado que perjudican a sus intereses y que no terminó con el derrumbe del socialismo de tipo soviético. Se ha mantenido y revivió específicamente durante el ciclo de los gobiernos progresistas latinoamericanos, siempre sospechosos por “socialistas” o “izquierdistas”. Su mayor expresión ha sido Venezuela, país contra el que se ha instaurado el segundo bloqueo económico norteamericano en el continente, que es la raíz de los enormes problemas que ahora tiene ese Estado. Lo más grave en América Latina no es solo el hecho de que el principio de la no intervención, que nació aquí, en esta región, se usa en función de la geoestrategia continental, sino que una serie de gobiernos se han inclinado por el desconocimiento o manipulación del mismo con fines exclusivamente de conveniencia política. Así ha ocurrido con los integrantes del “Grupo de Lima” (nació en 2017 y Ecuador se vinculó a él en septiembre de 2018), unilateralmente enfocado contra Venezuela. Se llegó al insólito caso, sui géneris en la historia republicana de Latinoamérica, de reconocer al autoproclamado Juan Guaidó como presidente de un país que solo existía en las mentes y declaraciones de quienes lo reconocieron. El gobierno del Ecuador, por su parte, tuvo recientemente un doble y paradójico comportamiento. Mientras, por un lado, en un comunicado oficial que se hizo público a través de Twitter el 5 de diciembre (2020), resolvió, como política de Estado (y aún antes de que se realizaran las elecciones): “el gobierno del Ecuador no reconocerá los resultados del proceso electoral venezolano, que violan la Constitución y está viciado de toda legalidad” (https://bit.ly/37Ufv5z); por otra lado, en un nuevo comunicado del siguiente día, 6 de diciembre, la Cancillería se refirió a un Twitt de la vicepresidenta argentina Cristina Fernández (opinaba sobre la ausencia de “democracia” en el país, ante la falta de legalización de la candidatura presidencial de Andrés Aráuz - https://bit.ly/3ncvXEP) y sostuvo que rechazaba esta “inaceptable intervención en los asuntos internos del Ecuador” (https://bit.ly/3a2Lmnt).

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Panamá: ¡Prohibido olvidar!

(Invasión de Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de 1989) Julio Yao I. A la hora en que salen los ladrones como alimañas, de sus madrigueras, salieron de las fauces del Infierno a robarnos la paz y la bandera, ¡las hienas del imperio con sus bombas, sus cohetes, sus bazukas y tanquetas! Vinieron como lobos por los cielos, y los cielos lloraron de vergüenza. Vinieron con espadas luminosas, su artillería y aeronaves negras. Vinieron con enjambres de helicópteros (1) y luces que quemaban las trincheras. Vinieron con naranjas incendiarias y rayos infrarrojos en viseras. Vinieron con sus odios drogadictos y las tecnologías más siniestras, ¡porque nunca la Historia conoció armas devastadoras como éstas! ¡Vinieron con cuarenta mil puñales a matar nuestro pueblo en Nochebuena! (2) Y todas estas naves, rayos y corazas, ¿para invadir quizás a otro planeta? ¿A repeler acaso a extraterrestres que habían aterrizado aquí en la Tierra? ¡Cuarenta mil puñales se juntaron para matar tan sólo a una estrella! (3)

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II. Dormidas en capullos, las familias soñaban lo de siempre en Nochebuena, (4) pero Satán no quiso que soñaran pues quería sus cuerpos en la hoguera, ya que era el mismo Diablo quien venía a imponer su reinado en el planeta. ¡El Diablo que venía a reclamar al mundo, el monopolio de la guerra! ¡El Diablo y sus aviones invisibles (5) a bombardear a todas las banderas! III. Relampagueaban sordos fucilazos. El Chorrillo moría entre las llamas. (6) Estallaban misiles, y los láseres abrían el camino de las balas. Asustadas, las gentes no sabían qué ocurría, ¡y corrían angustiadas! Tomaban a los niños en sus brazos, ¡pero tantos quedaron en sus camas! y corriendo aterradas por las calles, las hienas las mataron como a ratas. Asesinadas en calles y edificios, aceras, hospitales y en sus casas; con las manos en alto e implorando a las hienas, “¡piedad!”, mas disparaban, pues no eran soldados sino bestias y solo su mirar encandilaba. ¡Nunca vio tanto crimen una noche, ni una noche jamás tanta matanza! Con sus tanques blindados, aplastaron autos con gente dentro que escapaba. Machacaron los cuerpos, ¡aún con vida! y con crueles bayonetas remataban. A un guardia lo amarraron a aquel poste, jugando al tiro al blanco a sus anchas, y aquéllos, maniatados con alambres, ¡los hallamos con tiros en sus caras! Miles de heridos, rotos en las calles,

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sin ninguna piedad se desangraban, pues las hienas cobardes atacaron a la Cruz Roja y sus ambulancias. (7) ¡Que no valían la pena los heridos! ¡Que no valían la pena, mejor balas! Mutilaron los senos a mujeres y violaron a múltiples muchachas. (8) ¿Y cuántos policías que dormían acribillados fueron a mansalva? ¿Y cuántos estudiantes en Río Hato ametrallados fueron en piyamas? Con las manos en alto los mataron. ¡La orden fue que nadie se salvara! (9) IV. La patria agonizó por los potreros, en retenes, en buses y en las playas. Agonizó en los mares y en los ríos, en manglares, en montes y quebradas. (10) ¿Cuántos miles mataron esas hienas? ¿Cuántos miles, heridos por sus garras? (11) Todo porque el Imperio no quería desmantelar sus bases y sus armas, (12) y para que el Canal en manos suyas ¡siguiera envenenando nuestras aguas! ¡Cuarenta mil puñales asesinos Para acabar de un golpe a nuestra patria! Notas: (1) En Fort Kobbe, Zona del Canal, se contaron 500 helicópteros Black Hawk, Apache, y otros. (2) Aproximadamente 40 mil tropas fueron utilizadas para invadir a Panamá, integradas por unos 14 mil que estaban como mínimo en las 14 bases militares en la Zona del Canal y las 26 mil que ingresaron para la ocasión. (3) Panamá no tenía ni tiene ejército, sólo una policía militarizada, y no contaba con defensa antiaérea ni artillería. (4) La invasión cayó de sorpresa a partir de la medianoche del 19 de diciembre, mientras la gente dormía y se alistaba para las Navidades. (5) Seis aviones Stealth-117, inmunes a radar — y lo más avanzado de la aviación de Estados Unidos — volaron directamente desde este país hasta Panamá, reabasteciéndose en el aire y, sin aterrizar, dejaron caer bombas de dos mil libras sobre Río Hato, en la provincia de Coclé, y sobre el barrio de El Chorrillo, entre otros sitios, además de numerosos paracaidistas y fuerzas especiales que descendieron sobre la pista de aterrizaje. (6) El barrio de El Chorrillo, con miles de casas de madera, fue incendiado por las fuerzas invasoras para impedirles su uso por parte de la resistencia, provocando la muerte, entre balas y fuego, de sus empobrecidos moradores. Se usaron armas, municiones y artefactos experimentales por primera vez en combate, de naturaleza química y de factura desconocida por los médicos. (7) Las fuerzas invasoras tenían la orden de no tomar prisioneros de guerra y remataron a militares y civiles panameños que yacían heridos en campos y calles de Panamá, impidiendo que recibiesen ayuda de gente solidaria o de la Cruz Roja. No permitieron el paso de ayuda humanitaria que venía

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de países solidarios a través de Costa Rica. Se encontraron a pacientes, operados en hospitales, que fueron ejecutados posteriormente, en fosas comunes. (8) Las fuerzas invasoras detuvieron, retuvieron, torturaron, violaron y luego asesinaron a mujeres por puro placer. (9) La antigua base militar de Río Hato albergaba el Instituto Tomás Herrera; fue uno de los primeros sitios bombardeados por los aviones fantasmas Stealth-117. Este acto, al igual que muchos otros, constituyeron crímenes de guerra según la Convención de Ginebra. Los militares que se rindieron en distintos sitios fueron acribillados, a pesar de que llevaban las manos en alto y portaban banderas blancas. (10) Muchas personas fueron asesinadas en retenes porque no entendían inglés, mientras intentaban llegar a los hospitales, incluyendo mujeres embarazadas. Una militar invasora ordenó disparar contra un bus de pasajeros, matando a una treintena de personas humildes. (11) Se calcula que murieron más de 4 mil panameños, abrumadoramente civiles no beligerantes, pero la Comisión de la Investigación presidida por Ramsey Clark, ex procurador de Estados Unidos, estimó 7 mil muertos. Ningún gobierno panameño ni ninguna institución han realizado una investigación sobre estos crímenes de guerra. (12) Conforme a documentos de inteligencia, está claro que los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush, padre, se propusieron liquidar los Tratados Torrijos-Carter y retener las bases militares para siempre.

Ecuador: la desesperación reaccionaria

Las derechas en Ecuador están desesperadas. El correísmo se les filtra por todos lados y como se ha demostrado en Argentina y Bolivia, no tienen una alternativa viable a una eventual nueva marea progresista en la región. Sólo más de lo mismo, neoliberalismo.

Carlos Figueroa Ibarra / Para Con Nuestra América Desde Puebla, México

El fracaso prematuro del neoliberalismo, originó la oleada posneoliberal que comenzó con el triunfo de Chávez en Venezuela en 1998 que fue sucedido en Brasil por Lula Da Silva (2003), por Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), Evo Morales en Bolivia y José Manuel Zelaya en Honduras (2006), Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008), Mauricio Funes en El Salvador (2009). El posneoliberalismo también logró reelecciones en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y El Salvador. En esa coyuntura solamente en Honduras y Paraguay hubo triunfos reaccionarios merced a los golpes de 2009 y 2012. A partir de diciembre de 2015 vino un ascenso derechista cuando el kirchnerismo fue derrotado por la candidatura de Mauricio Macri. Se observaron el golpe de estado contra Dilma Rousseff en Brasil (2016); el giro neoliberal por la traición de Lenín Moreno en Ecuador (2017); el encarcelamiento de Lula y el triunfo de Jair

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Bolsonaro (2018); en Colombia la asunción de Iván Duque (2018); en Paraguay la de Mario Abdo Benítea (2018). La derrota electoral del FMLN en El Salvador (2019) y el golpe de estado en Bolivia en octubre de 2019. Pero el progresismo ha dado muestras de no estar acabado: el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018, el de Alberto Fernández en Argentina en 2019, el triunfo constituyente en Chile y la victoria de Luis Arce en Bolivia en octubre de 2020. He aquí el contexto de la desesperación reaccionaria en Ecuador. Por ello el traidor Lenín Moreno, ha ejercido en estos tres años y medio un gobierno autoritario y represivo como lo muestra el encarcelamiento de Jorge Glass y el exilio de altos funcionarios y representantes populares de la época de Rafael Correa. Hoy Moreno aliado con el banquero millonario y candidato presidencial Guillermo Lasso busca hacerlo ganar a la mala. A través de la guerra judicial (Lawfare) las derechas logaron impedir que Rafael Correa fuera en fórmula presidencial con el prestigioso economista Andrés Arauz. El 15 de diciembre el Tribunal de lo Contencioso Electoral admitió un recurso que busca impedir las candidaturas del binomio de Unión por la Esperanza Andrés Arauz y Carlos Rabascall, pese a que ya estaban registrados por el Consejo Nacional Electoral. La razón es muy simple, las encuestas de noviembre los dan por ganadores incluso en la primera vuelta. Las derechas también lograron incluir como candidato electoral a Álvaro Noboa por considerarlo más competitivo que Lasso. Finalmente quieren aplazar las elecciones previstas para febrero de 2021. Para prevalecer, en los últimos cinco años particularmente, las derechas mayormente han tenido que hacer uso de los golpes de estado, traiciones, así como la guerra judicial y mediática. Esto es lo que hoy observamos en Ecuador.

Colombia: La estafa de la ortodoxia

En la negociación del salario mínimo gobierno y empresarios se ciñen a fracasados postulados neoliberales; sindicatos y economistas heterodoxos, insisten en el consumo para promover empleo y demanda.

Consuelo Ahumana / https://www.las2orillas.co

A dos semanas de concluir tan fatídico año, los países industrializados se esfuerzan por enfrentar los estragos de una pandemia en aumento, controlar y/o acceder al competido negocio de las vacunas y sentar las bases para la reactivación de sus economías. Sin embargo, en Colombia todo pareciera ir en contravía. Aunque desmienten que oficialmente sea el país de mayor corrupción del mundo, como lo perciben sus

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propios habitantes, día a día el gobierno hace méritos para obtener dicho reconocimiento. Aunque los escándalos producen indignación, nada pasa y los medios los registran como una noticia más. Ahí se van recursos cruciales para la reactivación. A los funcionarios tramposos y delincuentes el gobierno los nombra en comisiones especiales contra el crimen o los premia con el codiciado servicio exterior. La Fiscalía investiga a quienes denuncian los crímenes y actos de corrupción, no a quienes los perpetran. Ya antes de la pandemia el país tenía las cifras de desempleo más altas de Latinoamérica. Este año el empleo se derrumbó y a los altos niveles de informalidad se sumaron los nuevos desocupados: cinco millones de trabajadores formales perdieron su trabajo, hasta alcanzar la cifra de 13 millones en total desamparo. Las mujeres, como siempre, resultaron particularmente afectadas, porque su trabajo está más ligado a la informalidad y a los pequeños negocios, muy golpeados por la crisis. En especial mujeres cabezas de hogar. En julio pasado la tasa de desempleo femenino llegó a 26.2%, 10 puntos por encima del masculino, una de las más altas del continente, lo mismo que la brecha salarial. Pero el encierro incrementó, además de la violencia doméstica, el peso del trabajo del cuidado sobre la mujer. Recordemos que la economía del cuidado, cuantificada pero no reconocida, representa el 20% del PIB. Mientras tanto, las dos convocatorias de Emergencia Económica y Social generaron enormes beneficios para la banca y los grandes empresarios del campo y la ciudad, tan cercanos al gobierno. Los subsidios del Estado para quienes perdieron el ingreso han sido muy reducidos, en monto y cubrimiento, por debajo del promedio de la región. El gobierno se negó a aprobar la renta básica para 9 millones de familias, así como a otorgar el subsidio a la nómina, suficiente y a tiempo, a las pequeñas empresas, responsables de más del 80% del empleo en Colombia. Por completo ajeno a esta realidad, Carrasquilla recurrió a la condicionalidad del FMI, anunció mayor ajuste y políticas de austeridad y otra reforma tributaria regresiva como las anteriores. Mientras tanto, Argentina y Bolivia aprueban impuesto a las grandes fortunas, como debe ser. En este contexto de extremas dificultades económicas y conflictos sociales y políticos se produce la negociación tripartita de todos los años sobre el salario mínimo, un asunto crucial del que depende la suerte de todos los trabajadores/as del país. Se expresan dos posturas. La primera, defendida por el gobierno y los empresarios, se ciñe a los postulados de la ortodoxia neoliberal desde hace décadas. Unos

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postulados fracasados, rebatidos en la teoría y en la práctica, según los cuales los derechos de los trabajadores son rigideces del mercado y el desempleo consecuencia del incremento salarial. En ese sentido y contra toda evidencia, rebajar los “costos” salariales es la garantía de la inversión privada, base del desarrollo del país. “El salario mínimo es muy alto en Colombia”, han repetido con insistencia el gran banquero, el ministro de los bonos de agua, los gremios y los economistas neoliberales. Durante los últimos años la discusión del salario mínimo se ha centrado en una falacia neoclásica conocida como Productividad Total Factorial, PTF. Al mejor estilo tecnocrático, se trata de una estimación econométrica, presentada con complicadas fórmulas. Pretende recoger la productividad de todos los factores, algunos inciertos y abstractos, como si estos dependieran de los trabajadores. El PTF se basa en otro embeleco, también muy cuestionado: la función de producción, que supone el equilibrio y la competencia perfecta en la economía. Como señalan los economistas Lipsey y Carlaw, dicha función no mide nada útil y es más bien “una medida de nuestra ignorancia”. La segunda postura sobre el salario mínimo, defendida por los sindicatos y por destacados economistas heterodoxos, insiste en la importancia de promover el consumo para promover el empleo y la demanda interna. De ello depende la reactivación de la economía y la superación de la pobreza. En la práctica, ha sido la única salida a la recesión. Keynes señaló que el nivel de empleo no depende del monto de los salarios sino del tamaño de la demanda agregada. Por último, conviene recordar la perspectiva marxista, que parte de las relaciones sociales de producción de una sociedad dada como base de su estructura de clases. Son relaciones sociales e históricas, no técnicas y abstractas. La contradicción entre producción social y apropiación privada es la principal en el capitalismo. Y el trabajo es fuente de toda riqueza, como lo demostró la pandemia. Pero por ahora bastaría con atender la demanda, escuchar la voz de los sindicatos y respaldar la protesta social.

La transperuanidad tiene la palabra

No es fácil la tarea que se viene. Refundar la República, Nueva Constitución, segunda Reforma Agraria, segunda ánfora, etc. son, de todas las propuestas, hasta ahora conocidas, aquellas que abren la posibilidad a que el tan anhelado y necesario Nuevo Perú vea el camino de su materialización.

José Toledo Alcalde / Para Con Nuestra América

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Cuando escuchamos el prefijo “trans” nos viene en mente cualquier concepto menos el de peruanidad. Transgénero, transexualidad, trasculturalidad, transdisciplinariedad, entre otras. Todas forman el universo de matices estéticos y conceptuales diseñadoras de una suerte de transversalidad de identidades, conocimientos y sentimientos que encuentran en la unión en medio de la diversidad el secreto de la convergencia transexistencial. El vocablo transperuanidad la direccionamos aludiendo la comunidad peruana en el exterior, con todos sus matices culturales, políticos, sociales y económicos, y a la relevancia de su oficial ingreso en el escenario político del Perú mediante la reciente creación del Distrito 27 y los dos curules parlamentarios que aquello implica. Recordando al Amauta Mariátegui, y la compilación de artículos en Peruanicemos al Perú (1970),[1] nos trae a la memoria las alertas que levantaban defensores del nacionalismo peruano frente a la presencia de corrientes extranjeras dentro de la vida política, literaria, artística y cultural de la época. En palabras de Mariátegui: frecuentemente se oyen voces de alerta contra la asimilación de ideas extranjeras. Estas voces denuncian el peligro de que se difunda en el país una ideología inadecuada a la realidad nacional.[2] Para el Amauta la defendida peruanidad era un mito, una ficción de los grupos conservadores que acusaban de amenaza a toda aquella expresión foránea que ponía en peligro los cimientos de un colonialista statu quo, comercial, económico, social, religioso y político, blindado y defendido, con los dientes, por fuerzas reaccionarias, disfrazadas de falso nacionalismo como las llamó Mariátegui. Es interesante notar que estas fuerzas nacionalistas defensoras de la peruanidad no se inmutaron, ni entraron en crisis, cuando las importaciones ya sean de índole política, empresarial, artística, cultural, tecnológica, etc., no puso en riesgo la red de privilegios acumulado en manos de muy pocas familias en el Perú lo cual perdura hasta nuestros días. ¿Por qué la conexión entre comunidad peruana en el exterior y Mariátegui? El Amauta, uno de los personajes más influyentes en la historia política del Perú de los últimos cien años, formó parte de esa comunidad peruana en el exterior la cual no copió, ni importó evadiendo impuestos al Perú, pero que sí reconoció su valor al momento de pensar, sentir y organizar caminos, propuestas y teorías de peruanidad equitativa, justa e inclusiva sin privilegios ni exclusión. Este es uno de los retos de la representatividad parlamentaria del exterior: marcar un antes y un después entre

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la política entendida como negocio, expoliación y enriquecimiento y aquella política asumida como posibilidad de servicio incondicional a un país fragmentado entre la pobreza y el vil saqueo, origen del mayoritario éxodo humano. Podríamos llamar a este nuevo escenario político, surgido de las mismas entrañas del éxodo peruano, en el marco de una democracia representativa desde el exterior con presencia parlamentaria, un novedoso ensayo de democracia participativa sin caudillismos, populismos, demagogias ni privilegios partidaristas. Ensayo en donde las candidaturas, y las fuerzas políticas que representan, tendrán que tener la capacidad de elaborar y gestionar sentires y necesidades de más de 3 millones de connacionales signos de transperuanidad transterritorial esparcidos alrededor del mundo los cuales abrazan todas las tendencias políticas, sociales y económicas de un Perú de todas las sangres y nacionalidades. Ser capaces de hablar, de parlare, desde la trasperuanidad, sembrada y cosechada en terrenos con diferentes historias compartidas desde sinfonías del mismo sentimiento. Esta expresión de peruanidad multiétnica y pluricultural podría convertirse en el experimento de aquello que el Perú necesita: Unidad con equidad y justicia en medio de la diversidad. Y, para eso un requisito: Prohibido olvidar para no repetir errores del pasado. En palabras del Amauta: El pasado […] dispersa, aísla, separa, diferencia demasiado los elementos de la nacionalidad, tan mal combinados, tan mal concertados todavía. El pasado nos enemista. Al porvenir le toca darnos unidad.[3] Entre otras tantas expresiones de esa construcción de unidad tenemos las movilizaciones dentro y fuera del Perú el pasado 14 y 15 de noviembre. Semana que representó el claro signo que el Perú no aguanta más. La única bandera fue la del Perú y muchos los gritos entre los cuales Perú te quiero por eso te defiendo se unió al concierto de voces de miles de compatriotas y entre ellos Inti Sotelo, Brian Pintado, asesinados cruelmente, y tantas víctimas del abuso antidemocrática e inhumanamente represivo. Este es el Perú, mayoritariamente joven, estudiante, viviendo desempleos, subempleos, sosteniendo como sea pequeñas y medianas empresas, sindicalistas, obreros, empleados. Y, en la ancianidad, pensionistas, enfermos, en soledad, asilados, refugiados, irregulares, en el olvido. Todo este crisol de peruanidades ahora con la oportunidad de elegir a quienes puedan llevar sus millones de voces al Congreso de la República. Todas estas muestras de un Perú olvidado viviendo más o menos con experiencias de pérdida, incorporación y recomposición de culturas de los lugares de acogida y luchando por no perder día a día la sincronicidad con un Perú, más allá de las remesas, físicamente lejano, pero dentro del corazón. No es fácil la tarea que se viene. Refundar la República, Nueva Constitución, segunda Reforma Agraria, segunda ánfora, etc. son, de todas las propuestas, hasta ahora conocidas, aquellas que abren la posibilidad a que el tan anhelado y necesario Nuevo Perú vea el camino de su materialización. Por citar el ejemplo más resaltante, el partido Juntos por el Perú, y su candidata a la presidencia Verónika

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Mendoza, van tomando fuerza a las puertas del inicio de una campaña electoral sui generis, en medio de calamidades como la pandemia y casi 191 conflictos sociales de los cuales 125 (65.4%) son de origen socioambiental.[4] Situación que exige que no sólo la peruanidad dentro del territorio patrio sino fuera busque juntos caminos de justicia, concertación y unidad. Juntos por el Perú, una suma de simpatizantes, militantes y organizaciones de izquierda, cuenta con 2 candidatas al Congreso de la República representada por peruanas, residentes en el exterior, representantes de organizaciones sociales: María Alva (Argentina) y Manuela Bastidas (Italia). Son expresión de las mujeres peruanas, emigrantes, madres, trabajadoras, luchadoras, que acompañaran a Verónika Mendoza –como candidata a la presidencia– en este histórico momento de clausura del bicentenario de una República, que se cae a pedazos, e inicio a un nuevo capítulo, así lo esperamos, con soberanía, inclusión, pluriculturalidad y peruanidad sin calco ni copia sino con valores transversales genuinos que nos direccionen hacia el Nuevo Perú en gestación. ¡Los pueblos tienen la palabra!

[1] Mariátegui, José Carlos. Peruanicemos al Perú. Lima Empresa editora Amauta, 1970. Titulo tomado de la sección de artículos Peruanicemos al Perú de la Revista Mundial la cual operó del 11 de septiembre de 1925 al 19 de mayo de 1929. [2] Mariátegui, J.C. Lo nacional y lo exótico. En: Revista Mundial. Lima, 28 de noviembre de 1924. Op.cit. p. 25, 1970. [3] Op.cit. p.24, 1970. [4] Defensoría del Pueblo. Adjuntía para la Prevención de Conflictos Sociales y la Gobernabilidad. Reporte de Conflictos Sociales N.o 200. Octubre, 2020. Dirección URL: http://www.defensoria.gob.pe/areas_tematicas/paz-social-y-prevencion-de-conflictos/.

Argentina: Reconstruir desde los escombros

En la celebración de los 204 años de la celebración de la Independencia, el presidente Alberto Fernández, hacía referencia al coraje y decisión de los padres fundadores y que ese coraje debía ser la inspiración para hacer frente a ese enemigo diminuto que nos había obligado a confinarnos y paralizar la economía, no solo nacional, sino mundial.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América Desde Mendoza, Argentina

En aquel momento, la pandemia no había alcanzado su pico más elevado y se aguardaba, según se observaba en los países asiáticos y europeos, una segunda ola de contagios que llevó a extremar medidas.

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En su balance del primer año de gestión, hace una semana, el presidente destacó: “Es difícil que volvamos a vivir un año como el 2020. Tuvimos que gobernar lo desconocido. Este año, unidos empezamos escribir el diario de la reconstrucción de la Argentina y de lo que queremos ser como país.”… afirmando, “Estoy satisfecho con lo que hemos hecho, no solo el Gobierno, sino todos los argentinos.”[1] Como corolario de su mensaje, el programa de reconstrucción hace un breve recorrido por todo lo atravesado: “1.- La pandemia demostró que las argentinas y los argentinos fuimos capaces de cuidarnos entre todas y todos. 2.- Si bien sufrimos pérdidas irreparables, la enorme mayoría de nosotros supo unirse para salvar vidas. 3.- La humanidad está adquiriendo una nueva conciencia sobre su fragilidad. 4.- Estará en nosotros aprender de nuestra experiencia para enfrentar las urgencias y proyectar un futuro más justo, seguro y solidario. 5.- Crear un horizonte distinto va a exigir trabajo e imaginación. 6.- Salgamos a hacer lo que sabemos hacer: levantarnos.”[2] Esto implica diversos programas de paquetes de políticas de recuperación y reactivación en las diversas áreas comprometidas, como ser Plan Conectar; Obras Públicas; Plan Procrear; Fondo de fortalecimiento fiscal; Medidas para la industria; Red sanitaria federal; Plan de políticas ambientales; Moratoria fiscal; Precios cuidados de la construcción; Relanzamiento Plan ahora 12 y Un Estado presente. En el armado del tejido productivo desactivado durante la pandemia ha habido innumerables reuniones y discusiones con todos los actores involucrados con la producción desde centrales de trabajadores y cámaras empresarias, llegando a algunos acuerdos con los empresarios más grandes del país, como Paolo Roca del grupo Techint, Juan Marota del HSBC y Daniel Herrero de Toyota, estos últimos días. Sin embargo otros se han quedado agazapados, como el grupo Clarín, propietario de centenas de medios de comunicación en el país o los grandes exportadores de cereales y alimentos. De hecho, los que hacen y deshacen de la economía y condicionan la vida de la sociedad. Dentro de este panorama agitado de fin de año se le reclama al gobierno la reforma judicial y el rescate de la ley de medios, derogada en los primeros días de la gestión anterior. Cuestiones complejas con entramados de poder e intereses múltiples que implican articular consensos entre muchos actores. Actuando siempre desde las sombras, desde un submundo siniestro y temible. Como jurista, el presidente sabe de la gravedad del tema y preocupado por la vigencia del Estado de Derecho y la democracia dado que son la casa que habitamos, convocó a un grupo de especialistas para que hicieran su aporte en un ensayo jurídico que se dio a conocer en julio de este año con el nombre La justicia

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acusada[3]. Allí, diecinueve especialistas desarrollan diversos temas que ponen de manifiesto el deterioro paulatino que ha llevado en picada a la institución y a su complicada relación con los otros poderes y la actividad política en general. Desde la Lawfare; la justicia como herramienta, el Memorándum con Irán, la traición a la nación, la prisión preventiva, el tratamiento de los arrepentidos, la asociación ilícita, la situación de las cárceles, los delincuentes de guante blanco y su impunidad, el lavado de dinero, la delincuencia económica, la elección y la rendición de cuenta de los jueces y fiscales, los nuevos desafíos del Ministerio Público Fiscal y el juicio por jurados, entre otros temas que tuvieron un gran desarrollo en los años precedentes y mantienen una asombrosa impunidad hasta el momento; siendo reconocidos los tribunales de Comodoro Py como Comodoro Pro por algunos periodistas. No advertir la fragilidad de la democracia representativa mediante el sufragio universal, frente a la complicidad de una justicia corrupta, un aparato mediático permanente y mentiroso distribuido por cada uno de los pueblos dentro del territorio nacional sin atenerse a ningún tipo de control, sería de una torpeza descomunal. De allí los escombros de un país cuyas instituciones más esenciales fueron transformadas en ruinas luego de la última embestida neoliberal. Coalición de intereses que, respaldada en su 40% de votos obtenidos, ha seguido practicando la desfachatez eludiendo cualquier responsabilidad en el desastre dejado. Y…, en la suposición de un escenario en que hubiera salido ganadora, insisto suponiendo, la pandemia hubiera sido el pretexto adecuado para terminar de arrasar con lo poco que quedaba y elevar a la pobreza a las tres cuartas partes de la sociedad. Reconstruir desde los escombros exige valentía y decisión, honestidad y trabajo, para lo que es necesario un nunca más. Nunca más a los sótanos insondables de corrupción y negociados que vienen como estertores de una dictadura cívico militar aun presente en sus herederos.

[1] Mensaje presidencial del 10 de diciembre de 2020. [2] Argentina.gob.ar/Reconstrucción Argentina, campañas de comunicación sobre las políticas de recuperación y reactivación [3] La justicia acusada, A. Fernández, M. Benente, F. Thea y otros. Edit. Sudamericana, Bs. As., 2020.

La vacuna de la discordia

Asumido el hecho de estar todos bajo la amenaza del contagio, surgen otras decisiones.

Carolina Vásquez Araya / https://carolinavasquezaraya.com

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Entre promesas y dudas, datos comprobados y especulaciones, opiniones científicas y ofertas políticas, la vacuna hace su aparición y abre de pronto la puerta hacia un hipotético regreso a lo que considerábamos “la normalidad”: esto es, un cierto estado de libertad en un ambiente desprovisto de la amenaza viral a la cual estamos expuestos. Los debates sobre la efectividad, los riesgos y la postura ética de laboratorios conocidos por su orientación mercadológica, han rebasado la capacidad de absorción de tanta información contradictoria, y el público permanece a la espera de obtener respuestas claras y garantías mínimas. El mundo científico está dividido frente a este recurso de emergencia y su incertidumbre comienza a infiltrarse hacia una población lega, ansiosa de creer en el remedio mágico de una vacuna cuyos efectos de mediano y largo plazo aún no han sido probados. Pero las dificultades no paran ahí. Uno de los mayores obstáculos presentados a los países comprometidos a iniciar las vacunaciones entre sus habitantes es la complicada logística en el almacenamiento, distribución y aplicación de la vacuna en forma masiva. La desarrollada por el laboratorio Pfizer, por ejemplo, requiere de una cadena de frío inexistente en la mayoría de países del mundo. Es decir, para mantener el producto en perfectas condiciones, necesita una infraestructura que le garantice su conservación a -70 grados Celsius, un nivel de frío semejante a la temperatura del ártico. Sin embargo, aseguran los expertos que esta exigencia tampoco es insuperable, ya que en la República Democrática del Congo se pudo inmunizar contra el ébola a más de 300 mil personas con una vacuna que exigía requerimientos de temperaturas semejantes a las de Pfizer contra el Covid19. Antes de cantar victoria con un recurso de emergencia como las vacunas desarrolladas en tan corto tiempo, es preciso comprender que los obstáculos presentados por las comunidades alejadas de los centros urbanos –los cuales tampoco poseen los recursos necesarios, sobre todo en países en desarrollo- en donde predominan la pobreza, la falta de agua y de infraestructura sanitaria, colocan a sus habitantes en una situación de riesgo extremo. Y es importante señalar que este segmento de población vulnerable es la inmensa mayoría de la población mundial. Por tal motivo, además del tiempo requerido para crear un sistema suficientemente eficaz para inmunizar a un porcentaje mayoritario, las esperanzas de un freno efectivo a la pandemia se reducen a ciertos núcleos urbanos favorecidos por su acceso a los beneficios de un mayor nivel de desarrollo. Aun cuando la discusión sobre la efectividad y la seguridad de las vacunas desarrolladas por los más importantes laboratorios está planteada -tanto en círculos científicos como políticos- la realidad es que la población está ansiosa por

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aceptar como buena una solución que le permita retomar sus actividades normales y le prometa brindarle un efectivo parapeto contra el virus. La gente está cansada de vivir una realidad incómoda, limitante y precaria. Está, además, razonablemente temerosa por la pérdida de sus derechos civiles ante decisiones arbitrarias de ciertos gobiernos que se aprovechan de la crisis para adoptar medidas dictatoriales. Es importante tomar en cuenta, de paso, que los países más ricos se adjudicaron ya la provisión prioritaria de vacunas, por lo cual los más pobres deberán esperar varios meses antes de obtener la cantidad suficiente para asegurar la inmunización de un porcentaje mayoritario de su población. Una puerta hacia la normalidad, esa es la promesa de la vacuna.

La salud mental no es un lujo… ¿O sí? El caso de Guatemala

Parece que para las poblaciones más sufridas, que son la mayoría del mundo -el caso de Guatemala es un palmario ejemplo- la atención del sufrimiento anímico no deja de ser un lujo. Pero que quede claro: ¡no lo es!

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América Desde Ciudad de Guatemala

A modo de introducción Hablar de “salud mental” es siempre problemático, equívoco, confuso. La idea dominante en este campo presenta una doble vertiente: por un lado, se presentifican ahí prejuicios ideológicos, estigmatizaciones de carácter moral que unen sutilmente lo psíquico, lo siempre ambiguamente definido como “mental”, con locura. Y junto a ello, una visión biomédica del asunto. En otros términos: tener “problemas” psíquicos es estar loco. Lo cual equivale a decir que no se es dueño de sí mismo, que se está alienado, enajenado (no dejan de resonar ahí reminiscencias medievales de posesión diabólica). La ilusión de base es que se es absoluto dominador de la vida, que somos lo que consciente y voluntariamente decidimos ser. Falta ahí la idea de inconsciente, que recién llegó entrado el siglo XX con el descubrimiento de Sigmund Freud y el psicoanálisis. Los malestares “del alma” -que no son los del cuerpo biológico- son considerados enajenantes, estigmatizantes; y, por tanto, en buena media, vergonzantes. Es más fácil hablar de nuestro cáncer o nuestra diabetes que de nuestra frigidez o nuestra

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eyaculación precoz. Padecer un trastorno físico, más allá de su gravedad y posibilidad de muerte, no segrega; los padecimientos anímicos tienen un sabor vergonzosamente angustiante. Sí segregan (por eso nadie quiere ser considerado loco). El problema se agrava con el tratamiento que el mundo moderno, capitalista, le da a ese malestar. Como la cultura dominante ha medicalizado todo, también el malestar psicológico se ha medicalizado. Ahí está la psiquiatría, en tanto rama de la medicina, tomando la batuta en el asunto. El malestar psíquico se ha transformado en “enfermedad mental”, y la psiquiatría es la encargada de “arreglarlo”. Pero su abordaje se hace en términos biomédicos, por lo que no termina de dar en el blanco. Siguiendo los patrones biológicos/médicos/físico-químicos que fundamentan el conocimiento del cuerpo humano -centrados en la idea de sano y enfermo, de homeostasis como ley regulatoria de la materia viva- la psiquiatría no puede pasar de clasificar y buscar un alivio por medio de fármacos (eventualmente, con otros procedimientos “terapéuticos”, como electroshocks, lobotomía, duchas de agua fría… o buenos y sanos consejos). Y cierta psicología basada en la idea de conciencia y voluntad, apuntala igualmente este llamado a “poner de sí”, a “superarse”, obviando la idea de inconsciente. “¡Si usted quiere, puede!” es la consigna, siendo los libros de autoayuda los principalísimos best sellersde la industria editorial. De este modo, la atención del malestar no-orgánico (el malestar psíquico, el “dolor del alma”) queda confinado a un abordaje realizado siempre en la lógica de la curación médica. Lo considerado “patológico”: la angustia, las inhibiciones, los síntomas, delirios y alucinaciones, trastornos psicosomáticos varios, la depresión, son objeto de un acercamiento curativo, restaurativo, buscando hacer volver a la “normalidad”. Y ahí se plantea el gran problema: ¿qué es la normalidad? Al hablar de salud mental, se habla de una sana adaptación al medio, lo cual muestra que se habla de un registro más social -ideológico/cultural- que biomédico. Los planteos psiquiátricos y psicológicos no psicoanalíticos no pueden pasar del “restablecimiento” de una pretendida normalidad perdida. Pero nunca queda claro en qué consiste esa normalidad. Curiosamente Freud, luego de largas décadas de trabajo y elucubraciones sobre estos temas, preguntado sobre en qué consiste esa normalidad, se limitó a decir: “capacidad de amar y trabajar” (lieben und arbeiten). Escueto, pero lapidario. Nunca hay una “normalidad” libre de conflictos. Cuando se habla de salud mental, resuenan entonces todos los prejuicios antes mencionados. Quienes dan mayor respuesta a estas problemáticas son, en definitiva y dada la cultura medicalizada que nos inunda, aquellos que proveen medicamentos. En última instancia, esos son los grandes oligopolios farmacéuticos. O sea que la salud mental de las poblaciones está concebida desde una lógica mercantil -no preventiva- donde lo más importante termina siendo consumir medicamentos. ¡Hay quienes llegan a hablar de un “drogado preventivo” para evitar la posible futura angustia! Dicho de otro modo, salud mental es atender el malestar psicológico con psicofármacos, o con orientaciones y consejos centrados en la voluntad: “¡Todo depende de usted! ¡Cambie de actitud! ¡Supérese!”

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Por todos esos prejuicios, porque en realidad la medicina no sabe qué hacer con todo esto, el campo de la problemática y compleja “salud mental” es el pariente pobre del ámbito sanitario. Más aún: pariente pobre y volcado en muy buena medida a la atención de la “locura” (la rareza) o del “loco” con planteamientos psiquiátrico-manicomiales. Y las empresas farmacéuticas haciendo pingües negocios (los psicofármacos, ansiolíticos fundamentalmente, sin garantizar ninguna “salud mental” de nadie, están entre las medicinas más vendidas del mundo). Salud mental: un lujo En los países de alto consumo, donde abundan las riquezas, se discute sobre la calidad de vida. En aquellos de escasos recursos (la mayoría del mundo), sobre su posibilidad. Allí donde el hambre, la violencia, la exclusión, las guerras, la falta de oportunidades son la constante, comer todos los días puede considerarse un lujo. La atención de otras necesidades, como el sufrimiento anímico, puede verse como una rareza. De ahí que ese siempre mal definido ámbito de la salud mental (más bien concebido como “enfermedad mental”) recibe solo migajas. De hecho, en el área centroamericana, los ministerios de salud destinan solo el 1% de sus siempre magros presupuestos al campo de la salud mental. Y de ese monto, el 90% va para los hospitales psiquiátricos. Las necesidades anímicas, los problemas psicológicos, las preguntas que conlleva el diario vivir con su carga de malestar y angustia, se responden con “buenos consejos”, con medicación psiquiátrica, con religiones (la invasión de cultos neopentecostales en la región lo atestigua). O con alcohol. El guatemalteco y Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, lo dijo sin cortapisas: “Aquí solo se puede vivir borracho”. Para evidenciar todo esto mostrando cómo la salud mental está siempre relegada (en general, en todos los países, y en el Sur empobrecido, más aún), baste este ejemplo. Guatemala sufrió la segunda guerra interna más prolongada del continente durante el siglo XX, luego de la colombiana. Fueron 36 años de intenso enfrentamiento, con consecuencias monstruosas para la población: 200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, un millón de desplazados internos, 669 aldeas campesinas mayas destruidas con la política de “tierra arrasada” implementada por el Estado contrainsurgente. El terror se apoderó del país, y hablar podía costar caro: el silencio se hizo la norma. La Guerra Fría disputada por las dos superpotencias (Estados Unidos y la Unión Soviética), en este territorio se hizo insufriblemente caliente. Las secuelas psicológicas de todo eso son enormes, y un cuarto de siglo después, siguen presentes. Firmada la Paz el 29 de diciembre de 1996 entre Estado (ejército) y movimiento guerrillero, se hizo necesario atender las heridas psicológicas que dejó el conflicto bélico como una forma de asegurar la sostenibilidad del proceso allí iniciado, intentando garantizar el no retorno a una situación similar de guerra interna. En ese contexto se tornaba imprescindible abordar la problemática del estado psicológico y emocional de la población que se vio más sometida a los embates de la violencia en años anteriores. (Al día de hoy, mucha gente que sobrevivió a la

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guerra en zonas rurales aún se aterroriza al sentir el vuelo de un helicóptero; o no puede viajar sola por caminos locales por temor a las emboscadas. No se diga de las secuelas de las mujeres violadas por el ejército, que deben sobrellevar el peso de ese vejamen y además la estigmatización social de sus comunidades). En tal sentido, se hicieron numerosas recomendaciones sobre este espinoso asunto para poner en marcha programas específicos en la materia. Algunas de ellas están contenidas en un Informe de situación realizado por la Secretaría de la Paz -SEPAZ-, con fondos de Unión Europea. Entre algunas de las recomendaciones hechas en aquel entonces (1999) puede leerse:

· De acuerdo a los diagnósticos existentes y a los datos aportados por las instituciones que actualmente están desarrollando acciones específicas, las necesidades de intervención en relación a la Reparación Psicosocial de las víctimas de la violencia son muy altas.

· Contrariamente, la oferta de servicios con respecto a acciones de salud mental es muy escasa, produciéndose un desbalance que debe ser corregido en términos de asegurar un Proceso de Paz duradero y sostenible.

· No existe legislación específica que regule este campo de trabajo. Las acciones ligadas a la problemática de atención en salud mental para víctimas del conflicto armado interno se rigen por los Acuerdos de Paz suscritos entre Gobierno y Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca -URNG-. [Valga aclarar que son acuerdos no-vinculantes].

· Los proyectos e iniciativas referidos a atención psicológica son abordados por: a) el Estado, a través de dos programas específicos, b) la Iglesia Católica, a través de sus Servicios Pastorales, y c) organizaciones no gubernamentales ligadas al ámbito de la salud, la educación, los derechos humanos, la niñez y el desarrollo comunitario.

· Si bien desde la Firma de la Paz hasta la fecha se han venido desarrollando acciones especializadas en la materia, todavía no ha habido un impacto considerable en términos globales que haya transformado de forma evidente y duradera los efectos psicológicos y culturales derivados de la violencia, sirviendo como cimiento sólido para nuevas formas de convivencia.

· La capacidad instalada en el sector, aunque actualmente no es mucha cuantitativamente en relación a la demanda de servicios, tiene una experiencia y un peso cualitativo considerables, producto de años de trabajo y la exigencia de resolución de problemas a que se ha visto sometida, en tanto es Guatemala uno de los países donde se cuenta con mayor cantidad de población necesitada de acciones de salud mental en la región.

· En el fomento de la cultura de la no violencia, si bien en algunos casos puntuales se utilizan los medios masivos de comunicación como instrumento de trabajo, no hay estrategias globales que apelen a los mismos, con lo que no se aprovecha al máximo una instancia de gran potencial.

Transcurridos ya casi 25 años de silenciadas las armas, los efectos psicológicos de aquel terremoto social vivido no se han atendido mayormente. Todo lo que el Informe de marras concluía, en lo sustancial no ha variado. ¿Será que la salud

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mental se sigue viendo como un lujo? Más allá de acciones puntuales de organizaciones de la sociedad civil, no hay planes sistemáticos para abordar toda la herencia de sufrimiento dejada por la guerra. Si eso no se hizo en los primeros momentos de firmada la paz, con considerable apoyo de la cooperación internacional en ese entonces, ya décadas después va quedando en el olvido. Pareciera que sí, efectivamente, lo relacionado con la salud mental es secundario, un lujo. El hospital psiquiátrico -situado en la ciudad capital- sigue siendo el centro de la inversión del ministerio de salud en el ámbito de lo psi; programas preventivos -con todas las dificultades que se abren en el tema de “prevención en salud mental”, no existen; y la atención de las heridas de la guerra y de tanta violencia sufrida son casi inexistentes, a no ser por el trabajo humanitario desarrollado por algunas organizaciones no gubernamentales, con fondos siempre de cooperación internacional (por tanto, no sostenibles en el tiempo, y nunca apropiadas por las instancias estatales, por tanto, con impactos muy pequeños a nivel nacional). Sí cumplen una tarea de bálsamo las religiones, que además de ser un arma de control poblacional deleznable, más aún con la explosión incontenible de las nuevas iglesias evangélicas, presentifican lo dicho por Marx en 1844 en su “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”: “La religión es el suspiro de una criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. La religión es el opio del pueblo”. El psicoanálisis, no solo en los países empobrecidos del Sur sino, en general, en todo el mundo, sigue siendo visto con desconfianza (¿con temor?). Para una visión conservadora, incluso, no deja de ser un lujo (enmarcado en los invalidantes prejuicios que lo condenan). Quien toma la delantera en el campo de la salud mental son las técnicas de reforzamiento yoico y, por supuesto más que nadie marcando el paso, las grandes compañías farmacéuticas -que venden a través de los psiquiatras-. A propósito: los manuales de psiquiatría y psicopatología más usados están financiados por esas empresas. ¿Será por eso que cada vez crece más el número de “enfermedades mentales”? (primera edición del Manual estadounidense de esta materia, en 1952: 106 cuadros clínicos; quinta edición de 2013: 116 cuadros. Huele raro, ¿verdad?) Por tanto, solo quedan pastillas, religiones o consejos. O, recordando lo dicho por Miguel Ángel Asturias, ¿no queda otro recurso que el alcohol? Parece que para las poblaciones más sufridas, que son la mayoría del mundo -el caso de Guatemala es un palmario ejemplo- la atención del sufrimiento anímico no deja de ser un lujo. Pero que quede claro: ¡no lo es!