America en El Imaginario Europeo

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Afi rmaba hace algunos años el escritor argentino Abel Posse que, en la vidade América, «de alguna manera, Colón y la reina Isabel siguen presentes»1;la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento fue sin duda unaoportunidad excepcional para demostrar lo acertado de esta idea, no tantopor la costosa «celebración» del evento (a través de congresos, conferencias,festivales de teatro o premios de narrativa...) como por la refl exión cultural eideológica previa y paralela al mismo

Transcript of America en El Imaginario Europeo

  • AMRICA EN EL IMAGINARIO EUROPEO

    Estudios sobre la idea de Amrica a lo largo de cinco siglos

  • PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE

    CARMEN ALEMANY BAYBEATRIZ ARACIL VARN (EDS.)

    AMRICA EN EL IMAGINARIO EUROPEO

    ESTUDIOS SOBRE LA IDEA DE AMRICA A LO LARGO DE CINCO SIGLOS

  • Publicaciones de la Universidad de AlicanteCampus de San Vicente s/n

    03690 San Vicente del [email protected]

    http://publicaciones.ua.esTelfono: 965903480

    Fax: 965909445

    Carmen Alemany Bay y Beatriz Aracil Varn, 2009 de la presente edicin: Universidad de Alicante

    Diseo de Portada: candela ink.Composicin: BALAGUER VALDIVIA, S.L.- [email protected]

    Correccin de pruebas: Lola Espinosa

    Reservados todos los derechos. No se admite reproducir, almacenar en sistemas de recuperacin de la informacin, ni transmitir alguna parte de esta publicacin, cualquiera que sea el medio empleado elctronico, mecnico, fotocopia, grabacin, etctera, sin el permiso previo de los titulares de la

    propiedad intelectual.

    ISBN: 978-84-7908-997-9ISBN eBook: 978-84-9717-080-2

    Impresin y encuadernacin: Publidisa

  • NDICE

    INTRODUCCIN .................................................................................................... 9

    SOBRE EL PROCESO DE CREACIN DE UN IMAGINARIO MLTIPLE: AMRICA DURANTE EL PERODO COLONIAL ............................................. 13BEATRIZ ARACIL VARN

    EL IMAGINARIO JURDICO DE AMRICA EN EL SIGLO XVI EUROPEO ....31AGUSTN BERMDEZ

    EXPLORADORES, NATURALISTAS Y PIRATAS: AMRICA EN EL IMAGINARIO DE LA EDAD MODERNA EUROPEA ....................................... 57PEDRO MENDIOLA OATE

    VISIONES EUROPEAS DE LA PATAGONIA EN EL SIGLO XIX .................... 81TEODOSIO FERNNDEZ

    AMRICA EN LA MIRADA ESPAOLA DEL 98: RAFAEL ALTAMIRA, ENTRE HISPANISMO Y AMERICANISMO ..................................................... 101EVA M. VALERO JUAN

    LA REPRESENTACIN DEL OTRO Y LA FIGURA DEL DICTADOR HISPANOAMERICANO EN LA LITERATURA HISPNICA: EL CASO DE VALLE-INCLN ........................................................................................... 123DANIEL MEYRAN

    AMRICA EN EL IMAGINARIO ESPAOL Y, POR ENDE, EUROPEO (SIGLO XX) ......................................................................................................... 141CARMEN ALEMANY BAY

    IMGENES .......................................................................................................... 163

  • INTRODUCCIN

    Afi rmaba hace algunos aos el escritor argentino Abel Posse que, en la vida de Amrica, de alguna manera, Coln y la reina Isabel siguen presentes1; la conmemoracin del V Centenario del Descubrimiento fue sin duda una oportunidad excepcional para demostrar lo acertado de esta idea, no tanto por la costosa celebracin del evento (a travs de congresos, conferencias, festivales de teatro o premios de narrativa...) como por la refl exin cultural e ideolgica previa y paralela al mismo. En los foros de debate a los que ste dio lugar, haba una sensacin generalizada de que, a pesar de ese conciliador trmino propuesto por Miguel Len-Portilla como representante de la delega-cin mexicana, el de encuentro de culturas, el mundo latinoamericano no andaba, en lneas generales, muy alejado en este punto de los planteamientos de la independencia. An en 1992 se continuaba interpretando el descubrimiento como el origen de un genocidio y, con l, de una etapa de sometimiento injusto de la poblacin americana al imperio espaol, a la cultura y al poder europeo, a pesar de las voces ms abiertas o conciliadoras de destacados intelectuales como el mexicano Carlos Fuentes o el venezolano Arturo Uslar Pietri, quien hacia 1991 (ante la inminente fecha del centenario) escriba en un artculo titulado La Amrica Latina en el umbral del siglo XXI:

    Mientras no tomemos la decisin de reconciliarnos con nuestro pasado, del que somos la consecuencia directa en nuestras fallas y en nuestras ventajas, no podremos ni defi nirnos, ni menos resolver el viejo confl icto de identidad que nos ha atormentado y paralizado por siglos, ni mucho menos reconocer-nos en nuestro verdadero ser para enfrentar el futuro tan exigente que est ante nosotros2.

    Con la perspectiva que nos permite ms de una dcada de distancia, podemos afi rmar ahora que, ms all del debate ideolgico que reaviv (un debate de dos siglos que refl eja, en defi nitiva como destaca Uslar Pietri, el con-fl icto de identidad de Amrica Latina), el V Centenario sirvi para llamar la

    1 Abel Posse en La Semana de autor sobre Abel Posse, ed. de Luis Sinz de Medrano, Madrid, Ediciones de Cultura Hispnica, 1997, p. 65.

    2 Arturo Uslar Pietri, La creacin del Nuevo Mundo, Madrid, MAPFRE, 1991, p. 226.

  • Introduccin10

    atencin una vez ms sobre un hecho fundador, el de la hazaa colombina, y su valor esencial como origen del ms importante encuentro de la historia de la humanidad. Y es en este sentido en el que 1492 debe vincularse adems a otras fechas algo ms olvidadas.

    En el 2006 se cumplieron cinco siglos de la muerte de Cristbal Coln. La fecha sirvi a las editoriales para recordar viejos ttulos y para publicar algunos nuevos y a los investigadores para convocar congresos y simposios con la fi gura de Coln como protagonista o teln de fondo. El Almirante fue (y contina siendo) objeto incluso de la ciencia: aplicando los ltimos avances en gentica forense a las tumbas del descubridor, de su hijo Hernando y de su hermano Diego, un grupo de investigadores de la Universidad de Granada que lleva varios aos intentando dar nueva luz tanto sobre la ascendencia de Coln como sobre la autenticidad de sus restos confi rm que los conservados en Sevilla (eso s, una escasa dcima parte del cadver completo) eran ver-daderos, resolviendo al menos en parte un enigma que, como afi rmaba uno de los personajes de El arpa y la sombra de Alejo Carpentier, es un lo de nunca acabar, pues nunca hubo huesos ms trajinados, trasegados, revueltos, controvertidos, viajados, discutidos, que sos3.

    Desafortunadamente para Coln, la parcial resolucin ha llegado con un siglo de retraso, porque el curioso problema de los huesos fue uno de los motivos (aunque no el nico) por el que su proceso de beatifi cacin fue denegado en tiempos de Len XIII, y no parece que su curriculum de san-tidad le vaya a permitir ahora la apertura de un nuevo proceso. Pero adems, tampoco favorecer excesivamente a la memoria del Almirante una cuestin mucho ms signifi cativa desde nuestro punto de vista (aunque casi olvidada, por redundante, en las refl exiones sobre el autor): la contradiccin que supo-ne el hecho de que el descubridor muriera sin saber lo que realmente haba descubierto.

    Es por ello que, en relacin con este ltimo hecho, debemos citar an otro V Centenario que creemos primordial para el tema que nos ocupa, porque cartgrafos y gegrafos acaban de conmemorar que, en 1507, la Academia de Saint-Di public un folleto titulado Cosmographiae Introductio en el que se reconoca la existencia de una cuarta parte del mundo. Dicho folleto inclua la Lettera de Amrico Vespucio sobre sus cuatro viajes a ese nuevo continente (datada en Lisboa en 1504) y un mapamundi hoy famoso, el de Waldseem-ller, en el que ese nuevo continente apareca nombrado por primera vez con el trmino que se le dara hasta hoy: Amrica. Las nuevas tierras tomaban defi nitivamente el nombre no de quien lleg primero a ellas sino de quien afi rm que eran un mundo nuevo.

    3 Alejo Carpentier, El arpa y la sombra, Madrid, Alianza, 1998, p. 157.

  • Introduccin 11

    El presente libro, fruto de un encuentro que tuvo lugar en la Universidad de Alicante en verano del 2005, tiene su gnesis en la refl exin sobre esta serie de centenarios y los hechos que evocan: ese perodo entre 1492 y 1507 en el que asistimos a todo un proceso que va desde el llamado descubrimiento hasta el nombre mismo de Amrica con el que Waldseemller bautiz a ese continente que ya se estaba convirtiendo por entonces en el espacio donde volcar los sueos europeos. Se intenta asimismo abarcar momentos clave de la creacin de ese imaginario hasta el reconocimiento, ya en pleno siglo XX, de la capacidad de esa misma Amrica para crear una imagen propia capaz de infl uir incluso en una Espaa que parece luchar todava por mantener su determinacin en el continente que durante siglos estuvo bajo su dominio. Lo cierto es que a partir del descubrimiento, desde Europa se cre una imagen, en no pocas ocasiones idlica y desmesurada, de aquel continente, y no fueron pocos los viajeros europeos que se acercaron hasta esas inhspitas tierras para relatarnos sus propias conclusiones.

    Con el objetivo de analizar desde mltiples perspectivas de qu manera el imaginario europeo ha ido confi gurando su idea sobre Amrica, as como las relaciones intensas y fructferas, pero no siempre fciles, entre los dos continentes, estas pginas se abren con un estudio de Beatriz Aracil, Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple: Amrica durante el perio-do colonial, en el que se plantean las distintas lneas de construccin de la imagen de Amrica forjada por Europa (mtica, geogrfi ca, antropogrfi ca, literaria), aportacin que se complementa respecto a la problemtica jurdica en El imaginario jurdico de Amrica en el siglo XVI europeo a cargo del profesor Agustn Bermdez. El imaginario europeo sobre Amrica sin duda se nutri de los constantes viajes que desde Europa se realizaron a aquellas tierras, y sus aportaciones han prevalecido a lo largo del tiempo. Sobre este asunto versan los trabajos de Pedro Mendiola, Exploradores, naturalistas y piratas: Amrica en el imaginario de la Edad Moderna europea, y de Teodosio Fernndez, Visiones europeas de la Patagonia en el siglo XIX. Siguiendo con la estela del siglo XIX, Eva Valero, en Amrica en la mirada espaola del 98: Rafael Altamira, entre hispanismo y americanismo, trata de desentraar cmo la fecha del 98 fue sustancial para los intelectuales espaoles y los latinoamericanos, y de qu manera uno de los ms renombrados pensadores espaoles, Rafael Altamira, intent establecer un puente de unin entre am-bos mundos. Por su parte, Daniel Meyran, en La representacin del otro y la fi gura del dictador hispanoamericano en la literatura hispnica: el caso de Valle-Incln, mostrar la peculiar visin que el inventor del esperpento tuvo sobre Amrica a raz de su viaje a Mxico. Se cierra este libro con Amrica en el imaginario espaol y, por ende, europeo (siglo XX) donde Carmen Ale-many Bay se centra en las relaciones literarias entre los principales escritores latinoamericanos y europeos de esa centuria.

  • Introduccin12

    Sirvan pues estas pginas para aportarnos nuevas conclusiones sobre aquello que se gest hace ms de quinientos aos y que dio como fruto no slo el descubrimiento de un Nuevo Mundo sino una nueva forma de mirarnos y de comprendernos.

    Carmen Alemany Bay y Beatriz Aracil Varn

  • SOBRE EL PROCESO DE CREACIN DE UN IMAGINARIO MLTIPLE:

    AMRICA DURANTE EL PERODO COLONIAL

    BEATRIZ ARACIL VARN

    Hace ya medio siglo (1958), el historiador mexicano Edmundo OGorman escriba un texto fundamental, La invencin de Amrica, en el que propona la idea de que sta no fue descubierta sino inventada por Europa1. Para desarrollar su argumentacin, OGorman trazaba la evolucin del pensamiento en torno a la hazaa colombina que llev a la idea de descubrimiento a pesar de que el Almirante no tuviera conciencia de haber recorrido parte de un nuevo continente, llegando a la conclusin de que, en realidad, esta interpretacin parta de una absurda tesis: la que consista en suponer

    que ese trozo de materia csmica que ahora conocemos como el continente americano ha sido eso desde siempre, cuando en realidad no lo ha sido sino a partir del momento en que se le concedi esa signifi cacin2.

    En efecto, el punto de partida cientfi co y fi losfi co del historiador mexicano es que el ser no la existencia de las cosas no es sino el sentido o signifi -cacin que se les atribuye dentro del amplio marco de la imagen de la realidad vigente en un momento dado3, y es por ello que el gran problema histrico americano (al que dedica todo este estudio) es aclarar cmo surgi la idea de Amrica en la conciencia de la Cultura de Occidente4.

    Creo que lo acertado del planteamiento de OGorman, al menos desde un punto de vista metodolgico, es lo que ha permitido su vigencia de uno u otro modo durante dcadas. De hecho, destacados investigadores a un lado y otro

    1 En realidad OGorman opone dos trminos, descubrimiento e invencin, utilizados con el mismo signifi cado en la poca que nos atae. Ejemplo de ello es cmo el huma-nista Hernn Prez de Oliva refi ere los viajes de Coln en una obra titulada precisamente Historia de la invencin de las Indias que debi escribir en las primeras dcadas del XVI (el manuscrito no fue encontrado hasta 1965).

    2 Edmundo OGorman, La invencin de Amrica, Mxico, FCE, 2003, p. 49.3 Ibid., p. 48.4 Ibid., p. 54.

  • Beatriz Aracil Varn14

    del Atlntico nos han situado ante este proceso de asimilacin de Amrica por parte de Europa desde muy diversas perspectivas. Recuerdo, por ejemplo, un breve trabajo de John H. Elliot publicado en 1970, El viejo mundo y el nuevo. 1492-16505 en el que el historiador ingls insiste precisamente en la difi cultad para llevar a cabo dicha asimilacin y en las motivaciones que permitieron, a pesar de las reticencias de Europa, emprender ese proceso de integracin (a nivel geogrfi co, humano e histrico) del mundo americano en el contexto general del pensamiento europeo que culmina, casi un siglo despus del des-cubrimiento, con la publicacin en 1590 de la Historia natural y moral de las Indias del jesuita Jos de Acosta.

    Otros trabajos, desde una propuesta ideolgica mucho ms marcada, han insistido en la relacin de marginalidad que confi ri a Amrica este proceso que comentamos: as, por ejemplo, el argentino Enrique Dussell, en un libro titulado 1492. El encubrimiento del otro (Hacia el origen del mito de la modernidad), plantea que

    al descubrir una Cuarta parte [del mundo] [...] se produce una auto-interpre-tacin diferente de la misma Europa. La Europa provinciana y renacentista, mediterrnea, se transforma en la Europa centro del mundo: en la Europa moderna. Dar una defi nicin europea de la Modernidad como hace Habermas, por ejemplo es no entender que la Modernidad de Europa constituye a todas las otras culturas como su Periferia6.

    Esta misma crtica radical del pensamiento occidental desde la periferia lati-noamericana la encontramos en el tambin argentino Walter Mignolo, quien explica a este propsito:

    El descubrimiento, conquista y colonizacin del Nuevo Mundo (como se suele describir todava el acontecimiento y procesos posteriores), no es de relevancia particular para la historia de Amrica y de Espaa (tal como lo construy la historiografa y la conciencia nacionalista, tanto en uno como en otro lado del Atlntico), sino fundamentalmente para la historia de la occidentalizacin del planeta, para la historia de una conciencia planetaria que va irrefutablemente unida a los procesos de colonizacin7.

    5 La edicin en castellano: John H. Elliot, El viejo mundo y el nuevo. 1492-1650, Madrid, Alianza, 1972.

    6 Enrique Dussell, 1492. El encubrimiento del otro (Hacia el origen del mito de la modernidad), Madrid, Nueva Utopa, 1992, p. 41 (recordemos que Dussell, doctor en Historia, Filosofa y Teologa, ha sido uno de los fi lsofos de la Liberacin ms destacados).

    7 Walter Mignolo, Occidentalizacin, imperialismo, globalizacin: herencias coloniales y teoras postcoloniales, Revista Iberoamericana, LXI:170-171 (enero-junio 1995), p. 35.

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 15

    La instrumentalizacin de los planteamientos de OGorman que subyace a estas interpretaciones del descubrimiento/invencin de Amrica son evidentes al menos en el caso de Mignolo, quien, en un trabajo anterior al citado, defi na ya La invencin de Amrica como un libro esencial para comprender cmo la concepcin europea de Amrica no era ms que un caso de apropiacin semntica y de construccin territorial que ignora y reprime aquel que ya exista y que la invencin oculta8.

    Los planteamientos citados nos sitan ante conceptos de gran inters como centro/periferia, occidentalizacin o postcolonialismo, pero mi propsito no es ahondar en ellos sino advertir que, aun tomando como base las tesis de OGorman, esta interpretacin negativa del proceso iniciado en 1492 dista mucho de continuar el espritu de un libro que presenta dicho proceso como un avance esencial para la historia (tambin moral) de la humanidad y que propone como conclusin fi nal la idea de que

    ms que insistir en un viejo y un nuevo mundo debe decirse que surgi una nueva entidad que puede llamarse Euro-Amrica y respecto a la cual el Ocano de la geografa antigua sufre su ltima transformacin al quedar convertido en un nuevo Mare Nostrum, el Mediterrneo de nuestros das9.

    Vuelvo, pues, a la tesis de OGorman y a su consideracin de la aventura colombina como un avance esencial para la humanidad, ya que como l mismo explica la invencin de Amrica (comenzando por su propio nombre) va a contribuir decisivamente a la transformacin de un horizonte cultural propiamente medieval en un horizonte cultural moderno. Ser dicha consideracin la perspectiva que me ayudar a plantear, como motivo central de mi refl exin en estas pginas, las diversas imgenes que Europa va creando de Amrica.

    AMRICA, EL NUEVO MUNDO

    Como ya se ha indicado en la introduccin a este libro, la Cosmographiae Introductio (1507), en la que se reconoce a partir de los escritos de Am-rico Vespucio la existencia de una cuarta parte del mundo, y sobre todo el mapamundi que la acompaa, el de Waldseemller, en el que ese nuevo continente aparece nombrado por primera vez con el trmino Amrica (ima-gen 1), son documentos de especial relevancia histrica en la medida en que

    8 Walter Mignolo, La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los estudios literarios coloniales) [1986], en Saul Sosnowski (ed.), Lectura crtica de la literatura americana. Inventarios, invenciones y revisiones, Caracas, Ayacucho, 1996, p. 18.

    9 OGorman, La invencin... op. cit., p. 158.

  • Beatriz Aracil Varn16

    registran defi nitivamente las tierras descubiertas con el nombre no de quien lleg primero a ellas sino de quien trasmiti en sus escritos la conviccin de encontrarse en un territorio hasta entonces ignoto.

    Admitir la existencia de un cuarto mundo supuso a su vez como advierte OGorman, en primer lugar, una refl exin sobre ese nuevo con-tinente y sobre el origen y la naturaleza de sus habitantes, en relacin con la posicin jerrquicamente dominante de Europa (tanto sobre ste como sobre los otros dos continentes conocidos hasta entonces, Asia y frica), y, en segundo lugar, una transformacin radical en la concepcin del mundo y del hombre por la que el mundo dice OGorman ya no es algo dado y hecho, sino algo que el hombre conquista y hace y que por tanto le pertenece a ttulo de propietario y amo10.

    El primero de dichos aspectos puede abordarse, de algn modo, desde la pluralidad de sentidos que adquiere el trmino Nuevo Mundo que Vespucio haba acuado en la clebre carta Mundus Novus (referente a su viaje por la actual Amrica del Sur en 1501-1502), en la que informaba a Lorenzo Pier Francesco de Medici sobre aquellos nuevos pases [...]; los cuales Nuevo Mundo nos es lcito llamar, porque en tiempo de nuestros mayores de ninguno de aquellos se tuvo conocimiento11 (imagen 2). El nombre vena dado, como vemos, en relacin a otro espacio, el del mundo viejo, determinando as la manera en la que la cuarta parte del globo vena a unirse a las ya existentes en una concepcin jerrquica que otorgaba a Europa la hegemona y, con ella, la capacidad para enjuiciar al hombre americano y su cultura. Pero adems otorgaba al territorio americano segn explica OGorman la categora de mundo (de lugar habitable) y califi caba a ese mundo de nuevo con un doble signifi cado: el de algo hasta entonces no conocido (como explicaba el propio Vespucio y como apunt Pedro Mrtir de Anglera en sus Dcadas del Nuevo Mundo al referirse a estos territorios como mundos tan apartados, tan extraos, tan lejanos), pero tambin el de aquello que est por estrenar, el lugar que ofrece al hombre nuevas posibilidades (la idea que se va a refl ejar en expresiones populares todava hoy como Amrica, tierra de las oportu-nidades o hacer las Amricas). Ahora bien, las implicaciones del trmino pueden ir ms all, porque, como sealaba Uslar Pietri en una coleccin de ensayos titulada precisamente La creacin del Nuevo Mundo:

    El nuevo mundo no fue slo el que hallaron los navegantes espaoles, sino el planeta entero. Una cosa fue la humanidad antes del Descubrimiento de 1492

    10 Ibid., p. 140.11 Amrico Vespucio, El Nuevo Mundo. Viajes y documentos completos, Madrid, Akal, 1985,

    pp. 55-56.

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 17

    y otra despus. Todo pareci cambiar [...]. El planeta entero, y no solamente el continente recin hallado, fue, a partir de ese hecho, Nuevo Mundo12.

    Es en este sentido en el que podemos aproximarnos al segundo de los aspectos sealados, esto es, la alteracin de la concepcin del mundo (en su conjunto) y del hombre (como parte de ste) que supuso la aparicin de un nuevo con-tinente, el replanteamiento que debi hacerse el hombre europeo del mundo en que viva y de su capacidad para transformarlo. Porque, si bien el viaje de Coln fue tal vez la aventura ms grande emprendida por un ser humano, un viaje hacia lo absolutamente desconocido (o, como expres el navegante en su diario por donde hasta oy no sabemos por cierta fe que aya passado nadie13), fueron sus consecuencias (absolutamente inesperadas) las que cam-biaron el sentido de la Historia, como bien percibieron por aquellos mismos aos los propios cronistas de Indias (recordemos la frase tantas veces citada de Francisco Lpez de Gmara: La mayor cosa despus de la creacin del mundo, sacando la encarnacin y muerte del que lo cre, es el descubrimiento de las Indias14).

    El hombre europeo se encontr frente a una realidad geogrfi ca, racial, cultural absolutamente nueva que le oblig a cambiar sus esquemas de per-cepcin, anlisis y actuacin en el mundo y gener, con ello, transformaciones esenciales en su pensamiento. No es exagerado, entonces, afi rmar que despus de 1492 el mundo cambi para siempre y que, como ha explicado Todorov, esta fecha marc como ninguna otra el comienzo de la era moderna:

    El descubrimiento de Amrica es lo que anuncia y funda nuestra identidad presente [...]. Todos somos descendientes directos de Coln, con l comien-za nuestra genealoga [...]. Desde 1492 [...] el mundo est cerrado [...], los hombres han descubierto la totalidad de la que forman parte mientras que, hasta entonces, formaban una parte sin todo15.

    Entendidas como partes de ese mundo que el Inca Garcilaso de la Vega se esforzaba por presentar a comienzos del XVII como todo uno, la Amrica que es observada, nombrada, interpretada durante siglos por Europa y la Europa que, al dirigir su mirada al nuevo continente, toma conciencia de s, y se cons-truye de una forma nueva, inician en 1492 una historia comn de encuentros y 12 Arturo Uslar Pietri, Quin descubri Amrica?, en La creacin del Nuevo Mundo,

    Madrid, Mapfre, 1991, p. 183.13 Cristbal Coln, Textos y documentos completos, ed. de Consuelo Varela, Madrid, Alian-

    za Universidad, 1982, p. 16. Cf. sobre este tema Jos Luis Comellas, El cielo de Coln, Madrid, Tabapress, 1991, p. 118.

    14 Francisco Lpez de Gmara, Primera parte de la Historia general de las Indias, Madrid, BAE, 1852, p. 156.

    15 Tzvetan Todorov, La conquista de Amrica. El problema del otro, Mxico, Siglo XXI, 1989, p. 15.

  • Beatriz Aracil Varn18

    desencuentros, especialmente signifi cativa durante el perodo de dominacin espaola (y de otros pases) en el continente. Historia a lo largo de la cual, desde perspectivas diversas y complementarias, Europa fue construyendo una imagen compleja tanto del nuevo territorio como de sus habitantes, decisiva a su vez en el proceso de bsqueda de una identidad propiamente americana. Intentar, por ello, enumerar al menos dichas perspectivas.

    LA IMAGEN MTICA

    La primera y tal vez ms destacada de las imgenes que Europa forja de las nuevas tierras es la de una Amrica mtica. El continente americano se des-cubre ante Europa a travs de lo que Juan Gil defi ne como una alucinacin colectiva16 que es la que va a dar lugar a la presencia en este territorio de mitos tan destacados como la Fuente de la eterna juventud, la isla de las Amazonas, las siete ciudades de Cbola, la Tierra de Csar, el Paraso o El Dorado, siendo tal vez los dos ltimos los que de forma ms clara confi guraron el imaginario mtico americano.

    En la carta correspondiente a su primer viaje (fechada en julio de 1500), Amrico Vespucio explica que, observando la naturaleza que les rodeaba, haba imaginado estar en el Paraso terrenal17. Dos aos antes, Cristbal Coln haba ido ms lejos al afi rmar, tras acudir a diversas citas de los padres de la Iglesia e incluso de las Sagradas Escrituras, que la suave temperatura, la vecindad del agua dulce con la salada y la belleza del paisaje de la Tierra de Paria eran en realidad grandes indiios [...] del Paraso Terrenal, porquel sitio es conforme a la opinin destos sanctos e sacros thelogos18: Coln haba trasladado a Amrica el mito bblico del Paraso.

    Esta imagen idlica del continente que transmitieron, entre otros, Coln y Vespucio cal tan hondo en el imaginario europeo que, hasta nuestros das, se ha tendido a identifi car su naturaleza con la del paradisaco Caribe y a ignorar, en cambio, los terrenos pantanosos, las cordilleras impracticables o el clima extremo de otras regiones descritos en muchas de las crnicas posteriores. Pero lo que es ms curioso sobre la pervivencia del mito es que la localizacin fsica del Paraso bblico, lejos de desaparecer con la desbordante imaginacin de Coln tras las exploraciones siguientes, se registraba todava en una fecha tan avanzada como 1656: fue entonces cuando, desplegando toda su erudicin, el espaol-peruano Antonio de Len Pinelo se propuso demostrar en su obra El paraso en el Nuevo Mundo que, en efecto, el Paraso terrenal estuvo en el 16 Juan Gil, Mitos y utopas del Descubrimiento, Madrid, Alianza, 1989, I, p. 15.17 Vespucio, El Nuevo Mundo..., op. cit., p. 14.18 Coln, Textos y documentos..., op. cit., p. 216.

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 19

    Nuevo Mundo y que el Amazonas, el de la Plata, el Orinoco y el Magdalena eran en realidad los cuatro ros de las Sagradas Escrituras19.

    En cuanto al ms poderoso mito de la conquista, El Dorado (derivado en cierto modo del anterior20 y vinculado tambin a los diarios colombinos21), es bien sabido que ste comienza probablemente en 1531 con la expedicin de Diego de Ords remontando precisamente el paradisaco ro colombino, el Orinoco, y con la leyenda que nos habla de un pas donde los indios acumula-ban las ms increbles riquezas de oro y piedras preciosas y cubran el cuerpo desnudo de su rey con polvo de oro fi no. Su recuerdo se asocia a la codicia de los conquistadores, a una ambicin cruel que paradjicamente tiene su mximo exponente en la fi gura de quien nunca crey en la existencia del mito: Lope de Aguirre; sin embargo, cabra considerar que, ms que a la llamada fi ebre del oro, El Dorado pudiera vincularse a ese difcil intento de asimilacin de la realidad americana que venimos comentando: como explica Uslar Pietri, su bsqueda durante siglos pone de manifi esto que la nica manera que te-nan estos hombres de tratar de entender lo desconocido era asimilndolo, en alguna forma, a sus propias nociones y nomenclaturas22. En este mismo sentido, su localizacin en lugares tan diversos como la laguna Guatavita, la confl uencia del Meta y el Orinoco o el Amazonas, demuestra que aquel lugar fabuloso, ms que en un espacio fsico, se encontraba sobre todo como pro-pone Juan Gil en la fantasa de los conquistadores, que fue la imaginacin del viejo continente (alimentada, sin duda, por las historias de los naturales) la que cre no slo ste sino todos los espacios mticos americanos.

    LA IMAGEN GEOGRFICA

    La bsqueda de mitos como El Dorado, la creencia de que aquellos lugares podran encontrarse ms all, como les indicaban los indgenas, llev a su vez

    19 Antonio de Len Pinelo, El paraso en el Nuevo Mundo, prlogo de Ral Porras Barrene-chea, Lima, Imprenta Torres Aguirre, 1943, 2 vols. De hecho, el libro comienza explicando: Yntento es y Qestin principal deste Comentario investigar el Sitio y colegir el lugar que tuvo en su creacin el Paraso Terrenal: y si fue pudo ser en el Nuevo Mundo, que llamamos Indias Occidentales, en alguna de sus Provincias (I, p. 1).

    20 Vase Jos Carlos Rovira, Del espacio geogrfi co medieval al espacio utpico renacentista en las primeras crnicas, en Entre dos culturas. Voces de identidad latinoamericana, Universidad de Alicante, 1995, pp. 29-35, donde se recuerdan las palabras del Gnesis: Luego plant Yahvh Dios un jardn del Edn, al oriente [...]. El oro de aquel pas es fi no... (p. 32).

    21 Recordemos que ya el 13 de octubre de 1492 Coln escribe en su diario: Y por seas pude entender que, yendo al Sur o bolviendo la isla por el Sur, que estava all un Rey que tena grandes vasos dello [oro] y tena muy mucho (Coln, Textos y documentos..., op. cit., p. 32).

    22 Arturo Uslar Pietri, Nada ms real que El Dorado, en Juan Gustavo Cobo Borda (ed.), Fbulas y leyendas de El Dorado, Barcelona, Tusquets, 1987, p. 23.

  • Beatriz Aracil Varn20

    a los europeos a explorar hasta los ms recnditos espacios de un continente fascinante, soportando unas condiciones inhumanas, una naturaleza absolu-tamente hostil y los ataques de los mismos aborgenes. Se logr crear as una nueva imagen, la imagen geogrfi ca de Amrica, el verdadero descubrimiento del continente, que se inicia con un Coln identifi cando, como hemos visto, el Paraso en la desembocadura del Orinoco o las minas del rey Salomn en la isla de La Espaola y que contina con exploraciones tan alucinantes como la de Francisco Vzquez Coronado, que recorri los actuales estados de Arizona, Nuevo Mxico y Texas tras las huellas de fray Marcos de Niza y su visin de las siete ciudades de Cbola23, o la de Francisco de Orellana, que crey haber visto a las amazonas perdido en el inmenso cauce del ro al que dara ese nombre24.

    Durante casi dos siglos tenemos noticia de la tenacidad en la bsqueda de algunos de estos mitos (a fi nes del XVII, el jesuita Nicols Mascardi indagaba todava por los alrededores del lago Nahuel Huapi, en plena Patagonia argen-tina, para obtener informacin sobre la Ciudad de los Csares25), pero este tipo de exploraciones fueron perdiendo importancia para ser sustituidas, sobre todo en el perodo que precede a los procesos de Independencia (fi nes del siglo XVIII y comienzos del XIX), por las exploraciones cientfi cas que completaron este descubrimiento geogrfi co del continente: Malaspina, Jorge Juan y Antonio de Ulloa o Alexander von Humboldt son algunos de los nombres ms destacados de aquellos viajes que facilitaron el registro minucioso de la realidad fsica americana. De esta forma, si las expediciones del siglo XVI permitieron a los cartgrafos europeos confi gurar el perfi l del continente (que aparece exento en el mapa de Sebastin Mnster de 1544 imagen 3) y de la totalidad del mundo (presentado ya de forma muy semejante a la actual en el mapa-mundi de Battista Agnese de 1543, donde se trazaba la ruta de la expedicin de Magallanes imagen 4), las informaciones aportadas por estos nuevos exploradores dos siglos ms tarde supusieron un increble avance no slo para la geografa y la cartografa a nivel mundial, sino tambin para el desarrollo de ciencias como la botnica, la zoologa, la qumica o la mineraloga.

    23 Vase Francisco Vzquez Coronado, Las siete ciudades de Cbola: textos y testimonios sobre la expedicin de Vzquez Coronado, estudio preliminar de Carmen de Mora, Sevilla, Alfar, 1992.

    24 Vase fray Gaspar de Carvajal, Descubrimiento del Ro de las Amazonas, publicado por Jos Toribio Medina, Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1894 (ed. facsimilar: Valencia, Estudios Ediciones y Medios, 1992).

    25 Vase Edwin Robertson Rodrguez, La Ciudad de los Csares entre el mito y la historia, disponible en lnea en , p. 2.

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 21

    LA IMAGEN LITERARIA

    Partiendo de nuevo de la presencia de lo mtico en Amrica, descubrimos que, si bien es cierto que la imagen fsica, geogrfi ca, del continente tiene su origen, en buena medida, en la bsqueda de algunos mitos, tambin lo es que stos contribuyeron poderosamente a la elaboracin de su imagen literaria y que, en esa etapa fundadora, la mayora de estos mitos no eran propiamente americanos sino que pertenecan a la tradicin clsica grecolatina, tal como sta fue asimilada a su vez por el cristianismo: fue el mundo clsico el que situ en alguna parte de Asia Menor un reino poblado exclusivamente por mujeres guerreras (las amazonas imagen 5), la Historia natural de Plinio (que fue una de las principales lecturas de Cristbal Coln) identifi caba todo tipo de seres fantsticos, e incluso un mito tan pretendidamente autctono como El Dorado puede encontrar sus antecedentes, como ha sealado Gustavo Cobo Borda, en el vellocino de oro que buscaron Jasn y los argonautas (la persecucin de un sueo que tal vez no merezca los sufrimientos que cuesta conseguirlo)26.

    La presencia de dichos mitos en la crnica de Indias puede entenderse entonces como la recreacin, aplicada al nuevo mbito geogrfi co, de toda una literatura anterior. Y lo mismo cabra afi rmar de la descripcin de la naturaleza americana de acuerdo a los cnones literarios europeos, fundamentalmente los del locus amoenus medieval y renacentista, que se inicia con los Diarios de Coln27 y que tendr uno de sus ms bellos exponentes en el gran poema pico La Araucana, de Alonso de Ercilla, cuyos paisajes pretendidamente americanos en ocasiones no distan mucho de los descritos en los poemas de Boscn o de fray Luis de Len28.

    No debemos olvidar, adems, que esta imagen literaria del paisaje ameri-cano va a pervivir todava en la poesa buclica de los autores criollos de fi nes del XVIII, que asumieron como tema central la exuberante naturaleza del continente (baste citar, como ejemplo, la Oda a la pia de Manuel Zequeira y Arango, donde el elogio a este fruto y a su tierra cubana est plagado de mitologa clsica), y que incluso un poema como la Rusticatio mexicana del jesuita Rafael Landvar, que segn Henrquez Urea rompe decididamente

    26 Vase Juan Gustavo Cobo Borda, Tras las huellas de El Dorado, en Cobo Borda, Fbulas y leyendas..., op. cit., pp. 26-45 (en especial pp. 39-42).

    27 Vase Edwin Walter Palm, Espaa ante la realidad americana, en Cedomil Goic (coord.), Historia y crtica de la literatura hispanoamericana, Barcelona, Crtica, 1988, I, pp. 113-116 (en especial pp. 113-114) y el ya citado artculo de Jos Carlos Rovira Del espacio geogrfi co medieval al espacio utpico renacentista en las primeras crnicas.

    28 Cf., como ejemplo, Alonso de Ercilla, La Araucana, ed. de Isaas Lerner, Madrid, Ctedra, 1998, canto I, octavas 38-39, pp. 90-91.

  • Beatriz Aracil Varn22

    con las convenciones del Renacimiento y descubre los rasgos caractersticos de la naturaleza en el Nuevo Mundo29 y que Miguel ngel Asturias defi nir como autntica expresin de nuestras tierras, hombres y paisaje30, es desde sus primeros versos de una clasicidad absoluta tanto en su estilo como en sus referencias mitolgicas31. En defi nitiva, las tierras americanas se construyen, sobre todo en el imaginario potico, a partir de una tradicin europea que prestigia el texto literario y de la que va a resultar muy difcil desprenderse.

    LA IMAGEN ANTROPOLGICA

    A la imagen mtica, geogrfi ca, literaria del continente, del espacio fsico de este Nuevo Mundo, vienen a unirse las visiones diversas del hombre ameri-cano que tienen su origen tambin, como no poda ser de otro modo, en los Diarios de Coln. Pedro Henrquez Urea sealaba como tpicos bsicos de los textos colombinos (que se iban a convertir en verdaderos mitos) el de Amrica como tierra de la abundancia y el del indio como buen salvaje32. Este ltimo, que est lejos de ser la nica imagen del hombre americano que ofrece Coln en sus textos, obedece en realidad (ms que a una valoracin de las culturas que encuentra) a su incapacidad para ver al indgena en s mismo (fruto, no lo olvidemos, de su negativa a aceptar que aquellas culturas no fueran a acercarle al refi nado mundo del Gran Khan) y sobre todo a una ne-cesidad de idealizar lo nico que verdaderamente poda interesar a los Reyes Catlicos del territorio descubierto: esos hombres aparentemente dispuestos a convertirse al cristianismo y servir de mano de obra para la corona espaola (recordemos que incluso en su segundo viaje va a enviar algunos de ellos a Espaa como esclavos)33.

    Ahora bien, ms all de sus motivaciones, lo que me interesa destacar de esas descripciones colombinas en las que se ensalza la belleza y la bondad de los naturales es que son la primera expresin del que Tzvetan Todorov defi ne como el encuentro ms asombroso de nuestra historia: el descubrimiento 29 Pedro Henrquez Urea, Las corrientes literarias en la Amrica Hispnica, Mxico, FCE,

    1949, p. 88.30 Miguel ngel Asturias, La novela latinoamericna testimonio de una poca (conferencia

    premio Nobel 1967), en Amrica, fbula de fbulas y otros ensayos, Caracas, Monte vila Editores, 1972, p. 153.

    31 Cito slo un pasaje de la traduccin al castellano: Contemplar la cordillera del Jorullo reino de Vulcano; los manantiales cristalinos que se despean de las alturas; el zumo de grana, as tirio como indiano... (Rafael Landvar, Por los campos de Mxico, Mxico, UNAM, 1993, p. 7).

    32 Henrquez Urea, Las corrientes..., op. cit., p. 10.33 Vase sobre esta cuestin, entre otros, el trabajo de Beatriz Pastor Discurso narrativo de

    la conquista de Amrica, La Habana, Casa de las Amricas, 1983, pp. 41-81.

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 23

    de un otro del que se desconoce absolutamente todo. En efecto, la evolucin de ese encuentro, y del conocimiento sobre el propio ser humano que de l se deriva, es el objeto de ese trabajo, La conquista de Amrica. El problema del otro, cuyos planteamientos culturales se han convertido en un punto de referencia para fi llogos, historiadores, antroplogos o autores literarios. Publicado por primera vez en 198234, el libro de Todorov ha sido analizado desde perspectivas que han puesto de manifi esto tanto sus aciertos como sus posibles errores. Y si estos ltimos tienen que ver sobre todo (al menos desde mi punto de vista) con un concepto demasiado contemporneo del problema de la alteridad, el principal valor del libro es su planteamiento central, el del descubrimiento que el yo hace del otro un problema esencial que est lejos de quedar resuelto en nuestra sociedad postmoderna y globalizada, as como la seleccin de las fi guras que protagonizan la evolucin de dicho problema en el perodo del descubrimiento y la conquista de Amrica, desde Cristbal Coln (que representa para el autor la incomprensin total) hasta ese hombre hasta cierto punto poco conocido y no sufi cientemente valorado al menos hasta hace unos aos que culmina el proceso de acercamiento al otro: el franciscano Bernardino de Sahagn, cuya Historia general de las cosas de Nueva Espaa se convierte en una fascinante recopilacin sobre la historia, las leyes, la religin, las costumbres, la literatura o la medicina de la poblacin nhuatl.

    La Historia general, que recoge incluso utilizo la terminologa acuada por Miguel Len-Portilla la visin de los vencidos de la conquista de Mxico, culmina la labor de recuperacin lingstica y etnogrfi ca del mundo indgena emprendida por un gran nmero de misioneros, fundamentalmente a lo largo del siglo XVI (Olmos, Motolina, Durn, Acosta...), convirtiendo a su autor, para muchos, en el padre de la antropologa moderna (una apreciacin que, por cierto, no comparte el terico blgaro, quien, creo que de forma algo injusta, llega a afi rmar que el dilogo de culturas es en este misionero fortuito e inconsciente, un resbaln no controlado35). Los avances de dicha recu-peracin cultural en el primer siglo de la colonia distan mucho, sin embargo, de zanjar un problema, el de la visin del indgena por parte del europeo, que revivir con fuerza en el siglo XVIII con la polmica que se desat tanto en Europa como en Amrica en torno a teoras como las de Corneille de Pauw respecto a la degeneracin, bestialidad y debilidad del hombre americano (en ttulos como Recherches philosophiques sur les Americaines), una polmica sobre la que llam la atencin en los aos 50 el investigador italiano Antone-

    34 Con el ttulo La conqute de lAmrique: la question de lautre (Paris, Seuil, 1982; la primera edicin en castellano ser de 1987).

    35 Todorov, La conquista..., op. cit., p. 254.

  • Beatriz Aracil Varn24

    llo Gerbi en otro libro fundamental para este breve recorrido que planteo, La disputa del Nuevo Mundo36.

    LA IMAGEN JURDICA Y POLTICA

    Resulta curioso observar cmo, de alguna manera, la polmica ilustrada sobre el indio provocada, entre otros, por De Pauw viene a reproducir, con argu-mentos e implicaciones muy distintas, la que en el siglo XVI protagonizaron Bartolom de las Casas y Gins de Seplveda, quien tambin en nombre de la modernidad (no olvidemos que Seplveda es el inventor intelectual del imperialismo moderno) defendi la inferioridad natural del indgena.

    La Junta celebrada en Valladolid entre 1550 y 1551, en la que Las Casas y Seplveda enfrentaron sus ideas sobre la naturaleza del indio y el dominio espaol en Amrica (en especial a partir del concepto de guerra justa), fue en realidad la culminacin de una polmica con consecuencias fundamentales en la teologa, la fi losofa, la vida cotidiana y, sobre todo, la ciencia jurdica y la vida poltica de Amrica y de Europa que nace dcadas antes y que tiene diversas fi guras y fechas claves. Aunque, dada su importancia, el tema es objeto del siguiente artculo del presente libro, apunto ahora al menos algunas de esas fi guras y fechas.

    Los inicios de esta polmica podran situarse en el sermn que el dominico fray Antn de Montesinos dirigi contra los encomenderos espaoles en 1511 y en las Leyes de Burgos de 1512, que, a pesar de sus defectos, intentaron dar respuesta jurdica a la situacin denunciada por este y otros dominicos en la isla de La Espaola.

    Una contribucin mucho ms decisiva que esas leyes fue la bula Sublimis Deus promulgada por el papa Paulo III en 1537, en la que se consideraba a los indios como verdaderos hombres [...] capaces de la fe cristiana y se determinaba que no podan ser privados de su libertad ni del dominio de sus cosas37.

    Dos aos despus, en 1539, el dominico Francisco de Vitoria (considera-do el padre del derecho internacional) dictaba en Salamanca las lecciones en las que demostraba la ilegitimidad de los ttulos de conquista alegados por Espaa en Amrica.

    Por aquellos aos, ya tambin en Espaa, Bartolom de las Casas redac-taba algunos de sus ms conocidos memoriales, como el Octavo remedio y la

    36 Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo (Historia de una polmica. 1750-1900), Mxico, FCE, 1982 (1. ed. de 1955).

    37 Silvio Zavala, Repaso histrico de la bula Sublimis Deus de Paulo III, en defensa de los indios, Mxico, Universidad Iberoamericana, 1991, p. 118.

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 25

    Brevsima relacin de la destruccin de las Indias (que publicara una dcada despus). La imagen del indio que se desprende de estos y otros escritos del dominico es una reelaboracin consciente de ese mito del buen salvaje iniciado por Coln, que insiste especialmente en su bondad inocente y en su capacidad racional (un tema que desarrolla de forma amplia en su Apolog-tica historia sumaria) pero que sobre todo enlaza con una imagen jurdica y poltica del hombre americano que parte, entre otros, de Santo Toms, de una lectura cristiana de Aristteles, y que se caracteriza especialmente por la aplicacin del concepto cristiano de igualdad y libertad de todos los hombres (la libertad afi rma Las Casas es un derecho existente en los hombres por necesidad y es innato en la criatura racional).

    El resultado ms visible de las denuncias de Las Casas es la promulgacin por parte de Carlos V, en 1542, de las llamadas Leyes Nuevas, reforma legis-lativa que, aunque debi derogarse ante las presiones de los encomenderos poco tiempo despus, representa, como ha explicado Jos Alcina Franch, el mayor esfuerzo hecho nunca por un Estado moderno para racionalizar su accin civilizadora a travs de una legislacin colonial38.

    LA IMAGEN UTPICA

    Como he intentado mostrar en estas lneas, la imagen jurdica, poltica, fi lo-sfi ca del indio americano transform para siempre la mentalidad europea, pero lo que me parece tambin profundamente signifi cativo es que dicha trans-formacin se inici mucho antes de que la problemtica real de la conquista provocara los debates citados o de que los europeos tuvieran noticia incluso de la existencia de las grandes civilizaciones americanas.

    Cuando en 1515 el poltico y pensador ingls Toms Moro escriba en Am-beres su famoso libro Utopa (que se publicara en Londres al ao siguiente), las noticias sobre el Nuevo Mundo llegaban a travs de las conversaciones de los propios navegantes y de escritos que circulaban ya publicados como la Carta a Luis de Santngel de Cristbal Coln sobre su primer viaje, la primera parte de las Dcadas de Pedro Mrtir de Anglera y sobre todo la famosa Mundus Novus de Amrico Vespucio y la Lettera referida a sus cuatro viajes.

    En Utopa, Moro describa un pas de igualdad, de paz, de bienestar ge-neral, sin propiedad privada ni confl ictos de religin, que haba llegado a sus odos por boca de un marino, Rafael Hytlodeo, hombre muy culto que

    38 Jos Alcina Franch, introd. a Bartolom de las Casas, Obra indigenista, Madrid, Alianza, 1985, p. 24.

  • Beatriz Aracil Varn26

    deseando conocer mundo, se uni a Amrico Vespucio, y fue su acompaante en tres de sus cuatro ltimos viajes, cuya relacin se lee ya por todas partes. Pero en su ltimo viaje no regres con l39.

    Utopa, palabra inventada a partir del griego u-topos (ninguna parte, en algn lugar no existente), describe lo que su autor habra querido que fuera Inglaterra, una Inglaterra ideal (l mismo dice al fi nal del texto que el pas de Utopa tiene muchas cosas que deseo, ms que confo, ver en nuestras ciudades40), pero se localiza en alguna desconocida isla de Amrica, y, aun-que las civilizaciones descubiertas en el nuevo continente a partir de 1519 desmintieron esa sociedad ideal soada por Moro, lo que resulta sorprendente es que algunos europeos no renunciaron a la posibilidad de crear una Amrica utpica: la propuesta del pensador ingls volvi al Nuevo Mundo convertida en ideologa nueva, en el programa de accin de hombres como Vasco de Quiroga, que crey posible llevar la sociedad de Utopa a los hospitales que fund en la regin mexicana de Michoacn41, y tambin, posteriormente, en organizaciones sociales ms complejas como las conocidas reducciones guaranes, que los jesuitas desarrollaron con gran xito en el Paraguay hasta su expulsin en 1767.

    A pesar de las defi ciencias que podamos encontrarle desde una lectura contempornea, el texto de Moro ha sido esencial para la historia de las men-talidades en la medida en que ha sentado las bases de todos los pensamientos revolucionarios hasta nuestros das, pero adems, en su contexto histrico, refl ej como ningn otro la conciencia que el descubrimiento/invencin de Amrica gener en Europa de que la Edad de Oro poda existir realmente. Como ha apuntado en alguna ocasin Uslar Pietri, el viejo continente lleg a la conclusin de que los hombres haban nacido para la libertad, para el bien, para la igualdad, para existir en la ms completa fraternidad42, y proyect en Amrica la posibilidad de hacer realidad ese sueo.

    A MODO DE CONCLUSIN

    Como vemos, la invencin de Amrica ha sido una invencin mltiple en la medida en que ha permitido a un tiempo una construccin mtica, literaria, 39 Toms Moro, Utopa, Barcelona, Bruguera, 1978, p. 69.40 Ibid., p. 222.41 Vase a este propsito, entre otros, Silvio Zavala, La utopa de Toms Moro en Nueva

    Espaa y otros estudios, Mxico, Antigua Librera Robredo, 1937.42 Vase Arturo Uslar Pietri, Godos, insurgentes y visionarios, en Nuevo mundo, mundo

    nuevo, seleccin y prlogo Jos Ramn Medina, Caracas, Biblioteca Ayacucho, Fundacin Cultural Chacao, 1998, p. 249; disponible en lnea en .

  • Sobre el proceso de creacin de un imaginario mltiple 27

    histrica, poltica, fi losfi ca... con la que los europeos hemos ido aprehendien-do un continente que tal vez no lleguemos nunca a descubrir de forma plena. En este sentido, recuerdo que, al publicarse el primer nmero de Amrica sin Nombre43, su director, Jos Carlos Rovira, explicaba que dicha revista naca, desde su mismo ttulo44, de la voluntad de situar un discurso al margen de la polmica que ha ido generando el nombre de un continente con el que Europa comparte una historia y una cultura, pero tambin de la necesidad de volver a mirar Amrica, desde all o desde aqu, y de la posibilidad que hay todava de seguir nombrando45, o aadiramos inventando. Despus de un siglo XX de polmicas y, sobre todo, de profunda transformacin de la imagen de Amrica y de la dependencia que haba tenido su escritura respecto a los modelos europeos (que, por lo que respecta en concreto al mbito literario, tambin tiene necesariamente su espacio en este libro), continuar inven-tando o tal vez, ahora s, descubriendo Amrica es el reto con el que nos enfrentamos en Europa en los albores del siglo XXI.

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    43 Revista del grupo de investigacin de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Alicante.

    44 Surgido a partir de un verso de Pablo Neruda incluido en el poema Amor Amrica del Canto general: Tierra ma sin nombre, sin Amrica.

    45 Jos Carlos Rovira, Editorial: Tierra ma sin nombre, sin Amrica, Amrica sin Nombre, 1 (dic. 1999), p. 3.

  • Beatriz Aracil Varn28

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  • EL IMAGINARIO JURDICO DE AMRICA EN EL SIGLO XVI EUROPEO

    AGUSTN BERMDEZ

    I. AMRICA EN EL IMAGINARIO CASTELLANO Y EUROPEO HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVI

    Lgica consecuencia del fuerte impacto ocasionado por el descubrimiento de un Nuevo Mundo fue la construccin en Espaa y Europa de un imaginario sobre el mismo que facilitase su conocimiento y asimilacin.

    En la corona de Castilla, entidad poltica a la que se adscriben las Indias, se ir conformando a lo largo de la primera mitad del siglo XVI un amplio ima-ginario jurdico resultante de la preocupacin de los gobernantes por justifi car su dominio y, sobre todo, por clarifi car la condicin y derechos de la poblacin nativa. Tal imaginario tiene como base una prolija literatura jurdica, producto de enconados debates doctrinales.

    Frente a esta primordial preocupacin castellana, en Europa no se detecta un tan elevado inters por la problemtica jurdica americana cuanto por la informacin y conocimiento del medio fsico y sus habitantes. Es as que en su mbito se detecta un preferente inters por editar los relatos de viajeros y conquistadores, ilustrndolos adems mediante grabados con los que lograr una ms efi caz representacin grfi ca de los textos.

    1. La construccin en Castilla de un imaginario teolgico-jurdico

    1.1. Inviabilidad del orden jurdico castellano bajomedieval ante los grandes problemas indianos

    Como muy acertadamente puso de relieve OGorman, Amrica no fue des-cubierta sino inventada por los hombres de la Europa del siglo XVI, quienes trataron desde el primer momento de subsumir al ignoto Nuevo Mundo dentro

  • Agustn Bermdez32

    de los parmetros culturales de su Viejo Mundo1. La fcil y mecnica aplica-cin de tales parmetros, que en buena medida eran todava de ascendencia medieval, obstaculiz una posible indagacin y valoracin (descubrimiento) de la especfi ca entidad cultural indgena. De aqu que al propio descubridor, Cristbal Coln, se le haya califi cado como el ltimo viajero de la Edad Media2 o que se caracterice a Amrica como un producto made in Europa3. A este respecto resulta paradigmtica la afi rmacin de Hernn Prez de Oliva, humanista salmantino, quien, al referirse en 1528 al segundo viaje efectuado por Coln, declaraba que el Almirante lo organiz para mezclar el mundo y dar a aquellas tierras extraas la forma de las nuestras4.

    Paralela y consecuentemente con estos presupuestos, a nivel jurdico, las nuevas tierras descubiertas por Coln sern objeto de una confi guracin resultante de la inmediata aplicacin a las mismas del vigente orden jurdico castellano bajomedieval5. Por lo tanto, en principio, no se acta en el mbito americano mediante una creacin normativa que procediera ex novo a dar respuesta a las peculiaridades de todo tipo conformadoras del mundo des-cubierto sino que, a la inversa, el Nuevo Mundo es ordenado a partir de los esquemas jurdicos bajomedievales que estaban vigentes en ese momento tanto en el especfi co mbito de la corona castellana como en el ms amplio contexto europeo del ius commune. Una prueba de esa primaria y automtica aplicacin de dicho orden jurdico en Amrica lo constituye la preocupacin de los monarcas hispanos por legalizar el descubrimiento colombino. Para ello se acude al mayor nmero de ttulos jurdicos que a esas alturas de fi nales del XV eran de generalizada aceptacin en el contexto internacional europeo: descubrimiento, toma de posesin, ocupacin, e incluso la donacin papal de Alejandro VI plasmada en las famosas bulas Inter Caetera6.

    1 Edmundo OGorman, La invencin de Amrica, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1958.

    2 Mara Jess Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua, Lo imaginario en la conquista de Amrica, Zaragoza, Diputacin General de Aragn, 1990.

    3 Germn Arciniegas, Amrica en Europa, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1975, p. 39.

    4 John Elliot, El Viejo Mundo y el Nuevo, 1492-1650, Madrid, Alianza, 1984, 2. ed., p. 28.

    5 Una panormica general del proceso se obtendr en Juan Manzano Manzano, La incor-poracin de las Indias a la corona de Castilla, Madrid, Cultura Hispnica, 1948.

    6 Sobre el contenido y trascendencia de estas importantes bulas papales, vase el clsico estudio de Alfonso Garca Gallo, Las bulas de Alejandro VI y el ordenamiento jurdico de la expansin portuguesa y castellana en frica e Indias, en Anuario de Historia del Derecho Espaol, 27-28 (1957-1958), pp. 461-829. Se encuentra incluido tambin en su libro Los orgenes espaoles de las instituciones americanas. Estudios de Derecho indiano, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislacin, 1987, pp. 313-659.

  • El imaginario jurdico de Amrica en el siglo XVI europeo 33

    Pese a esos esfuerzos, el orden jurdico castellano pronto se mostr incapaz de suministrar satisfactorias soluciones jurdicas a los importantes y complejos problemas americanos. Sobre todo, aquellos referidos a la condicin jurdica de los indios, sus derechos y sus libertades, pues estos problemas tenan con-notaciones que superaban el mero y estricto mbito jurdico7.

    1.2. El debate teolgico-jurdico sobre la condicin y los derechos del indio

    En la bsqueda de soluciones satisfactorias a tan enjundiosos problemas intervinieron toda una serie de factores que terminaron por caracterizar y condicionar el procedimiento seguido en su resolucin.

    Entre dichos factores hay que destacar, en primer lugar, la propia naturaleza de la problemtica indiana. Se trata de problemas que, en ltimo trmino, son ubicados en el mbito de la teologa y la religin catlica. Y es precisamente esta peculiar insercin religiosa lo que justifi ca y contribuye a explicar la protagnica intervencin de miembros del clero tanto en la denuncia de los problemas americanos como en la discusin y solucin de los mismos.

    En segundo trmino resulta encomiable el inters de los monarcas por estar informados de la situacin americana y sus problemas, facilitando para ello un clima de libertad en cuanto a la formulacin de denuncias y exposicin de ideas y planteamientos de todo gnero. En este sentido no slo se garantiz la inviolabilidad de tales escritos, sino tambin su acogida y estudio por los pertinentes rganos de la administracin indiana. Se explica as la proliferacin de dichas denuncias, su libre circulacin e incluso la ausencia de represalias contra los denunciantes8.

    Adems de este protagonismo eclesistico, y de esta libertad informativa, es tambin importante subrayar el mtodo de abordar y resolver por la monar-qua espaola estos tempranos e importantes problemas indianos, pues dicho procedimiento va a ser el que reiteradamente se seguir aplicando a lo largo de casi todo el siglo XVI. En este sentido, el punto inicial de dicho mecanismo 7 Un inventario de los principales problemas y del intento de la monarqua espaola por su

    justa solucin puede verse en Lewis Hanke, La lucha por la justicia en la conquista de Amrica, Madrid, Istmo, 1988. Tambin en Silvio Zavala, Las instituciones jurdicas en la conquista de Amrica, Mxico, Porra, 1988, 3. ed., especialmente la primera parte, pp. 15-98.

    8 Lewis Hanke, La lucha por la justicia en la conquista de Amrica, op. cit., captulo 2, p. 78. A estos efectos el ejemplo ms paradigmtico lo constituye el propio Bartolom de las Casas. El clebre defensor de los indios no slo pudo formular y hacer llegar hasta el propio emperador sus denuncias contra la actuacin de los ofi ciales reales en Amrica, sino que sus obras fueron impresas y circularon sin problemas. Adems de todo ello, lejos de ser represaliado, Las Casas fue promocionado, como es bien sabido, a la dignidad obispal de Chiapas.

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    resolutorio lo constitua normalmente una situacin de hecho o problema que es objeto de denuncia como atentatorio a los principios religiosos, ticos y morales de la fe catlica. Es evidente y fcilmente comprensible que esta naturaleza del problema obligaba al gobernante de turno (en ltimo trmino el monarca) a abstenerse momentneamente de solucionarlo mediante la me-cnica aplicacin de ordinarias medidas de gobierno. Le era necesario, por el contrario, realizar las oportunas consultas a los rganos competentes para que le asesoraran sobre la mejor medida a adoptar. Pero, si bien la actuacin gubernativa previo consejo era un procedimiento de gobierno que tena en Castilla una larga tradicin bajomedieval, en el caso indiano lo que complicaba la consulta gubernativa era la naturaleza tica, religiosa y teolgica de sus grandes problemas. En consecuencia, el monarca no poda acudir tan slo al consejo de los pertinentes rganos administrativos de la corona castellana o de la propia monarqua sino que al mismo tiempo y alternativamente deba acudir al dictamen de competentes y doctos especialistas9 que individual o colegiadamente (juntas) le suministrasen una posible solucin. Otra cuestin muy diferente ser el grado de aceptacin de dicho dictamen o las matiza-ciones a que el mismo era sometido por la corona, y que fi nalmente quedara refl ejado en la normativa dictada al efecto.

    Pues bien, de la aplicacin de este procedimiento surgirn las ms impor-tantes disposiciones referidas al mundo indiano durante buena parte del siglo XVI. Tales normas terminaron incidiendo no ya slo sobre la propia condicin jurdica del indio sino tambin sobre un amplio conjunto de cuestiones con ella relacionados: la guerra justa contra los nativos, la licitud o no de la ocupacin de su territorio, la posibilidad de la encomienda de indios a los castellanos, los medios aplicables para conseguir su conversin, el posible respeto a su organizacin social y poltica10, etc.

    De esta forma, como consecuencia de este lento pero ininterrumpido proceso, la corona de Castilla ir conformando un imaginario jurdico ame-ricano cuyos exponentes ms destacados son un abundante caudal de obras doctrinales y una compleja urdimbre de disposiciones legales.

    9 Sobre el destacado papel que en la resolucin de los problemas indianos tuvieron los telogos espaoles as como sobre el contenido sustancial de sus posiciones doctrinales vase Venancio de Carro, La teologa y los telogos-juristas espaoles ante la conquista de Amrica, Salamanca, Biblioteca de Telogos Espaoles, 1951.

    10 Una sistemtica y clara exposicin de la compleja problemtica abordada puede encontrarse en Silvio Zavala, Servidumbre natural y libertad cristiana segn los tratadistas espaoles de los siglos XVI y XVII, Mxico, Porra, 1975.

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    1.2.1. La condicin de libertad de los indios

    Uno de los problemas que ab initio se plante respecto a la poblacin indgena fue el de su condicin jurdica. En principio, y como es bien sabido, en 1495, Coln, tras su segundo viaje, envi un cargamento de indios para venderlos como esclavos. La corona, y al parecer, ms en concreto, la propia reina Isa-bel, permiti momentneamente la mencionada venta para no desautorizar al Almirante, pero exigi que se afi anzase el importe hasta que se resolvieran los escrpulos regios respecto a dicha posible condicin de sus sbditos in-dianos. Como el tema no era estrictamente de gobierno sino que incida en una problemtica con connotaciones religiosas, se encomend a una junta de telogos que diera su informe al respecto. Evaluado el mismo, y, en conso-nancia con l, se termin por considerar libres a los nativos, devolvindoles la libertad a los que hubieran sido esclavizados y prohibindose en el futuro considerarlos como tales. Dicha declaracin, en varias ocasiones reiterada, se plasm algunos aos despus en la correspondiente real provisin de doa Juana y don Carlos de 9 de diciembre de 1518.

    1.2.2. Los derechos de la poblacin nativa y su defensa

    El reconocimiento de la condicin de libertad de los indios no impidi que conquistadores y colonizadores les sometieran a todo tipo de abusos y vejacio-nes. Una primera y contundente denuncia sobre la explotacin de la poblacin indgena y los atropellos de que era objeto por parte de los conquistadores se produce el 14 de diciembre de 1511. Ese ltimo domingo de Adviento, el do-minico Antonio de Montesinos pronuncia un sermn ante todos los miembros de la colonia (con el propio gobernador Diego Coln al frente) en el que glosa el pasaje Ego vox clamantis in deserto, que, en defi nitiva, le permiti una dura denuncia de los atropellos y abusos que los espaoles estaban cometiendo con los indios. Ante la protesta de las autoridades por dicha homila se le otorg al mencionado fraile la posibilidad de una rectifi cacin en la homila del domingo siguiente. Sin embargo, el comentario sobre el texto Esprame un poco y ensearte te he, porque todava tengo razones en orden de Dios fue un pretexto para que el predicador se ratifi case en sus anteriores acusaciones.

    A la vista de tales hechos se decide informar de la situacin a la corte, envindose por ambas partes los consiguientes embajadores. Celebrada la oportuna entrevista con el rey Fernando, ste ordena que se rena en Burgos una junta de telogos y juristas para decidir sobre las acusaciones y problemas planteados, y, de esa forma, proceder a redactar las consiguientes disposicio-nes legales.

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    Reunida efectivamente la mencionada Junta en Burgos, en ella se abor-daron dos temas fundamentales: el de la condicin y trato a dispensar a los indios y el de la licitud de la guerra contra ellos.

    Respecto a la primera cuestin, los debates de la Junta concluyeron ratifi cando la condicin de libertad de los indios y el obligado tratamiento humanitario de que deban ser objeto. No obstante ello, se consideraba la conveniencia de que estuvieran sometidos y encomendados a los espaoles para que as fueran cambiando sus salvajes costumbres y se convirtieran a la fe catlica, conclusin sta que de alguna manera vena a justifi car el mante-nimiento del sistema de las encomiendas de indios a espaoles. Traduccin legal de todo ello fue la elaboracin de unas Ordenanzas reales para el buen regimiento y tratamiento de los indios que se promulgan el 27 de diciembre de 1512 y su complementaria Declaracin y moderacin de las ordenanzas de indios publicada en Valladolid el 28 de julio de 1513. En ellas no slo se regular el adoctrinamiento y prcticas religiosas de los indios sino tambin el buen trato a dispensarles; asimismo se reglament la prctica de la enco-mienda de indios a espaoles, reducindose la jornada de trabajo, fi jndose las obligaciones y responsabilidades de los encomenderos, y regulndose el trabajo en las minas11.

    En cuanto a la segunda importante cuestin, la guerra contra los indios, la Junta, pese a reconocer a los indios su condicin de libres, los consideraba, no obstante, sometidos al Papa, pues se estimaba que el sucesor de Cristo y vicario de Dios detentaba el supremo dominio de todas las tierras del orbe (tesis de tradicin medieval sostenida por el Hostiense), una parte de las cuales, las Indias, las haba donado a los reyes de Castilla para as facilitar su evangelizacin. Ahora bien, como los indios no conocan tan complejas cues-tiones, se orden que fueran instruidos al respecto y requeridos a someterse pacfi camente a la corona de Castilla. A tales efectos se encarg al prestigioso jurista castellano Palacios Rubios que redactase un texto (Requerimiento) en base a la argumentacin de que Dios haba creado al hombre, y ste haba pecado contra l, siendo redimido por Jesucristo, el cual dej en la Tierra como delegado suyo a San Pedro y luego ste a su sucesor, el Papa, quien fi nalmente haba donado las Indias a los reyes de Castilla. Por lo tanto, si los indios aceptaban esta donacin, y se sometan pacfi camente, seran tratados con toda benevolencia y respeto, pero si no lo hacan seran combatidos, cas-tigados y reducidos a esclavitud. Este texto debera ser ledo por el capitn al mando de la tropa en la lengua de los nativos, y, tras hacerlo, se les concedera un lapso de tiempo para que deliberasen. Transcurrido dicho plazo, la tropa 11 Vase la edicin y estudio de Antonio Muro Orejn, Ordenanzas reales sobre los indios.

    (Las leyes de 1512-1513), Anuario de Estudios Americanos, 13 (1956), pp. 32-59.

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    espaola procedera en consonancia con la decisin adoptada por los indgenas. Parece ser que esta exigencia de la lectura del Requerimiento fue formalmente cumplida, aunque se duda mucho de su efi cacia prctica, pues se estima que debi quedar reducida a un mero trmite que, de manera mecnica, se realizaba por los conquistadores antes de entrar en combate contra los indios.

    Pero la denuncia de Montesinos haba sido el desencadenante de una crtica a la situacin americana que, sin embargo, la corona castellana no consigui mejorar sustancialmente. Por eso, dentro del mbito eclesistico persisti entre sus miembros la ejemplar actuacin de Montesinos y persisti la crtica de los atropellos y abusos que seguan cometindose por los espaoles contra la poblacin indgena.

    Sin duda, a partir de los aos veinte, uno de los paladines de esa actua-cin crtica fue Bartolom de las Casas, dominico y buen conocedor de la realidad indiana12. Las Casas se cont entre los integrantes de los primeros colonizadores de Amrica y conoci y practic la encomienda de indios. Pero tras la homila de Montesinos, fue tomando conciencia del problema indiano y adoptando posturas neta y rgidamente defensoras del indio.

    Inicialmente sus primeros escritos13 parten de la consideracin de las bulas alejandrinas como ttulo legitimador de la soberana castellana sobre las Indias. Por eso, hasta 1542 defendi que los reyes de Castilla tenan sobre las Indias el mismo poder que cualquier rey sobre su reino, aunque advirtiendo de que los indios eran libres y formaban verdaderas sociedades polticas. Sera tan slo tras la conversin de los indgenas cuando quedaran plenamente sometidos a la soberana castellana, aunque bien entendido que esa conversin deba de ser pacfi ca, y no conseguida por la coaccin o la guerra. Las Casas puso en prctica su tesis del sometimiento pacfi co en Cuman (Venezuela), en 1520, sin obtener xito alguno; lo repite de nuevo en La Vera Paz (Guatemala, 1537) pero esta vez con total xito. Es durante esta ltima experiencia cuando escribe su De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem14.

    12 Una primera aproximacin a la abundante bibliografa existente sobre Bartolom de las Casas puede encontrarse en Lewis Hanke y Manuel Gimnez Fernndez, Bartolom de las Casas 1474-1566. Bibliografa crtica, Santiago de Chile, Fondo Histrico y Biblio-grfi co Jos Toribio Medina, 1954. Merece destacarse el perfi l de jurista que sobre Las Casas esboza Alfonso Garca Gallo en Las Casas jurista, publicado por el Instituto de Espaa, Sesin de apertura del curso acadmico 1974-1975, pp. 53-77, y tambin incluido en Los orgenes espaoles de las instituciones americanas, op. cit., pp. 87-112.

    13 Las numerosas obras de Las Casas han sido reiteradamente editadas tanto de forma indi-vidualizada como en su totalidad. A este ltimo respecto pueden consultarse sus Obras completas, ed. de Paulino Castaeda Delgado, Madrid, Alianza Editorial, 1992-1998, vol. I (1992); en ella, cada obra va precedida de su correspondiente estudio monogrfi co.

    14 En el vol. II de sus Obras completas.

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    El impacto de las incesantes denuncias, crticas y planteamientos de Las Casas crearn problemas de conciencia al propio Carlos V quien, al parecer, en 1538 lleg a considerar la posibilidad de abandonar el Per, tan sangrien-tamente conquistado, y devolverlo a los indios.

    En cualquier caso, y ante la gravedad de los problemas, el emperador sigui el procedimiento habitual de pedir consejo. En primer lugar lo hizo, al parecer, a un prestigioso telogo-jurista, Francisco de Vitoria15. Vitoria era un dominico que se haba doctorado en Teologa por la Universidad de Pars, donde fue profesor, pasando ms tarde a ensear en la Universidad de Valla-dolid y luego en la de Salamanca16. Vitoria plasm su planteamiento del tema indiano y su personal opinin al respecto en dos releciones del ao 1539: la Relectio prior de Indis recenter inventis (18 de enero) y en la De Indis relectio posterior sive de iure belli (18 de junio).

    En la relectio De indis17, Vitoria considera inaceptables los posibles ttulos legitimadores de la conquista espaola basados nicamente en el poder univer-sal y temporal del Papa o en el poder del emperador. Tampoco acepta el de la obligada conversin de los indios, ni su forzada sumisin por la comisin de pecados contra natura. Por el contrario, l defi ende como justos ttulos los de la sociedad y comunicacin natural, el derecho a la predicacin del evan-gelio, la defensa de los ya convertidos, la tirana de los prncipes indgenas y la eleccin voluntaria de los reyes de Castilla como soberanos.

    Por su parte, en la relectio De iure belli18, siguiendo las doctrinas de San Agustn y Santo Toms, establece las bases que deben presidir una guerra justa, a saber: ser declarada por autoridad legtima, tener causa justa, y observarse durante su desarrollo una conducta lcita.

    En defi nitiva, Vitoria cree que, a esas alturas de la presencia espaola en Amrica, no era aconsejable, ni incluso lcito, abandonar las Indias por el

    15 La posible consulta de Carlos V a Vitoria y una sntesis de las tesis de ste puede encontrarse en Alfonso Garca Gallo, La posicin de Francisco de Vitoria ante el problema indiano. Una nueva interpretacin, Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 4:4 (1949), Buenos Aires, pp. 853-72. Tambin se encuentra incluida en Los orgenes espaoles de las instituciones americanas, op. cit., pp. 403-423.

    16 Ramn Hernndez, Francisco de Vitoria. Vida y pensamiento internacionalista, Madrid, BAC, 1945.

    17 Francisco de Vitoria, Relectio de indis. Carta magna de los indios: 450 aniversario, 1539-1989, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientfi cas, 1989. Tambin puede consultarse el estudio de Ramn Hernndez Martn, Francisco de Vitoria y su re-lecin sobre los indios. Los derechos de los hombres y de los pueblos, Madrid, Edibesa, 1998.

    18 Francisco de Vitoria, Relectio de iure belli o paz dinmica. Escuela espaola de la paz. Primera generacin: 1526-1560, ed. de Luciano Perea, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientfi cas, 1981.

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    perjuicio que ello ocasionara a los indios ya convertidos. Tampoco seran tolerables los perjuicios de todo orden que se derivaran de una fi nalizacin del gobierno y el comercio castellano con aquellas tierras19.

    Adems del consejo y dictamen obtenido de Vitoria, Carlos V, ante la magnitud de la polmica planteada y las distintas opiniones sustentadas, man-d reunir una junta de telogos y juristas en Valladolid para decidir lo ms adecuado en relacin con las Indias. Producto de las refl exiones y acuerdos de la Junta fue la elaboracin de dos reales provisiones. La primera se promulga en Barcelona el 20 de noviembre de 1542 (Leyes Nuevas), y la segunda en Valladolid el 4 de junio de 1543 con el ttulo de Declaracin de algunas de las ordenanzas que se hicieron para el buen gobierno de las Indias y buen tratamiento de los naturales dellas20. En ambos textos queda patente la de-cisin de no abandonar el territorio indiano, optndose por reconocer a los jefes indios como seores naturales y cambindose la obligada prctica del Requerimiento por la lectura de una Carta en la que se expondra el derecho de los espaoles a circular y comerciar pacfi camente en las Indias y a predicar el evangelio. En cuanto a la poblacin indgena, se dan normas para su buen trato, especialmente prohibiendo su utilizacin como cargadores y someterles a trabajos forzados. Adems de ello, en el captulo 30 se suprimen las enco-miendas de indios. Pero cabe advertir a este ltimo respecto que, ante la fuerte oposicin y problemas planteados por la supresin de las encomiendas, el 20 de octubre de 1545 se procedi a derogar el famoso captulo 30.

    Las soluciones y medidas insertas en las Leyes Nuevas no convencieron a Las Casas. El religioso vea cmo la legislacin no recoga sustancialmente sus Remedios que refi ri por mandado del Emperador Rey Nuestro Seor el ao de 154221, por lo que se ratifi c en sus puntos de vista y sigui con sus persistentes crticas. De 1547 data la elaboracin de sus Treinta proposiciones muy jurdicas en las quales sumariamente y sucintamente se tocan muchas cosas pertenecientes al Derecho que la Iglesia y los prncipes cristianos tienen o pueden tener sobre los infi eles de cualquier especie que sean22, publicadas en Sevilla en 1552.

    19 Las releciones de Vitoria se editaron por primera vez en 1557.20 Vase la edicin y estudio de Antonio Muro Orejn, Las Leyes Nuevas de 1542-1543,

    Anuario de Estudios Americanos, 2 (1945), pp. 811-835.21 En el vol. II de sus Tratados, prlogo de Lewis Hanke y Manuel Jimnez Fernndez, tras-

    cripcin de Juan Prez de Tudela, traduccin de Agustn Millares Carl y Rafael Moreno, publicados por el Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1997.

    22 En el vol. I de sus Tratados, op. cit.