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I.S.P. Joaquín V. González - Historia Argentina y Americana I Ejercicio 6 – Imágenes Reformas Borbónicas en México Cristóbal de Villalpando, Vista de la Plaza Mayor de la Ciudad de México. 1695 Un acontecimiento determinante para el cambio en la fisonomía de la Plaza Mayor sucedió en junio de 1692, a causa del levantamiento popular contra el conde de Galve, durante el cual fueron quemados 280 cajones como eran enominados los puestos del mercado. El incendio de los cajones y de algunas casas de cuyos ingresos se beneficiaba el Ayuntamiento, obligaron a éste a solicitar ayuda económica al rey Carlos II, quien respondió con la siguiente Cédula, fechada en Madrid el 30 de enero de 1694: Considerando que si los cajones que servían de guarda y custodia, se volviesen a reedificar de madera, no se libertaba el riesgo de los incendios, ni la contingencia de cualquier tumulto, y teniéndose presente que en la plazuela que con ellos se componía, es donde asisten todos los vagabundos, que llaman El Baratillo, por cuya concurrencia se aumenta el riesgo, he resuelto y tenido por conveniente ordenaros y mandaros (como lo hago), que luego que recibais este despacho, dispongais se haga delineación de una plaza regular en el mismo paraje, por tenerse noticia de haber bastante ámbito para ello y para el cuerpo de unas casas moderadas, cuyos sitios se regulen con igualdad, así en lo ancho y largo, como en la elevación de forma que todas sean de una medida y de fábrica de piedra, y que estos sitios se vendan a censo enfitéutico a favor de la ciudad, con la calidad de fabricarlos de piedra dentro de uno o dos años, sin que pueda exceder una casa de otra en las medidas para la hermosura, dándoles las calles convenientes y el mayor precio a las que hicieren esquina, por tener éstas mayor estimación por la facilidad de venderse más en ellas y que sean capaces de poderlas habitar una moderada familia, por cuyo medio se evitaría el riesgo del incendio y con el mayor número de mercaderes se refrenarán los excesos de los que en esta ciudad llaman zaramullos de baratillo y quedará la plaza más hermosa, asegurada y fija la venta, y se excusará el gasto de los guardas y la incomodidad de tener otras casas donde habitar y dormir, dejando los caudales espuestos a las contingencias expresadas […]. El edificio quedó finalmente concluido el 19 de abril de 1703. Se le puso el nombre de Parián en recuerdo del barrio de Manila destinado a la venta de 1

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I.S.P. Joaquín V. González - Historia Argentina y Americana IEjercicio 6 – Imágenes Reformas Borbónicas en México

Cristóbal de Villalpando, Vista de la Plaza Mayor de la Ciudad de México. 1695

Un acontecimiento determinante para el cambio en la fisonomía de la Plaza Mayor sucedió en junio de 1692, a causa del levantamiento popular contra el conde de Galve, durante el cual fueron quemados 280 cajones como eran enominados los puestos del mercado. El incendio de los cajones y de algunas casas de cuyos ingresos se beneficiaba el Ayuntamiento, obligaron a éste a solicitar ayuda económica al rey Carlos II, quien respondió con la siguiente Cédula, fechada en Madrid el 30 de enero de 1694:

Considerando que si los cajones que servían de guarda y custodia, se volviesen a reedificar de madera, no se libertaba el riesgo de los incendios, ni la contingencia de cualquier tumulto, y teniéndose presente que en la plazuela que con ellos se componía, es donde asisten todos los vagabundos, que llaman El Baratillo, por cuya concurrencia se aumenta el riesgo, he resuelto y tenido por conveniente ordenaros y mandaros (como lo hago), que luego que recibais este despacho, dispongais se haga delineación de una plaza regular en el mismo paraje, por tenerse noticia de haber bastante ámbito para ello y para el cuerpo de unas casas moderadas, cuyos sitios se regulen con igualdad, así en lo ancho y largo, como en la elevación de forma que todas sean de una medida y de fábrica de piedra, y que estos sitios se vendan a censo enfitéutico a favor de la ciudad, con la calidad de fabricarlos de piedra dentro de uno o dos años, sin que pueda exceder una casa de otra en las medidas para la hermosura, dándoles las calles convenientes y el mayor precio a las que hicieren esquina, por tener éstas mayor estimación por la facilidad de venderse más en ellas y que sean capaces de poderlas habitar una moderada familia, por cuyo medio se evitaría el riesgo del incendio y con el mayor número de mercaderes se refrenarán los excesos de los que en esta ciudad llaman zaramullos de baratillo y quedará la plaza más hermosa, asegurada y fija la venta, y se excusará el gasto de los guardas y la incomodidad de tener otras casas donde habitar y dormir, dejando los caudales espuestos a las contingencias expresadas […].

El edificio quedó finalmente concluido el 19 de abril de 1703. Se le puso el nombre de Parián en recuerdo del barrio de Manila destinado a la venta de productos llegados de Europa (en lengua tagala, Parián significa mercado). El edificio era cuadrado con cuatro filas de cajones ligadas en los extremos por dos corredores porticados. La construcción fue hecha de mampostería. Las cornisas y arcos exteriores eran de piedra labrada. En los cajones del Parián se establecieron los tratantes de Filipinas que sin duda eran los comerciantes más acaudalados de la capital. Muy pronto el Parián se convirtió en el centro de comercio de la Nueva España. Las mercancías que allí se vendían eran tanto de Europa como de China. Había “loza, pedrería, argentería, pasamanería […], el centro se compone de ropas hechas, y de todo género de utensilios nuevos para todo género y calidad de personas”. La gran zona comprendida entre el Parián y el Palacio estaba ocupada por los puestos de alimentos, formando un gran tianguis multitudinario en el que se vendían frutas, legumbres y todo tipo de antojitos. Más cerca de la Catedral se concentraban los puestos de loza: ollas, cazuelas y botellones. El área de la fuente estaba rodeada de puestos —las mujeres con su parasol— de pescados y huevos y los típicos aguadores con sus ollas a la espalda. Según Clavijero concurrían al mercado: “los olleros y los joyeleros de Cholollan, los plateros de Azcapozalco, los pintores de Tezcoco, los canteros de Tenalocan, los cazadores de Xilotepec, los pescadores de Cuitlahuac, los fruteros de los países calientes, los artífices de esteras y asientos de Quauhtitlán, y los cultivadores de flores de Xochimilco.

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J. Antonio Prado, La Plaza Mayor de México en el siglo XVIII, ca. 1769.Óleo sobre tela 2.12 x 2.66 m.

Detalle del mercado de indios Detalle del recorrido del virrey, del Palacio a la Catedral.

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Vista de la Plaza mayor de México, reformada y hermoseada por disposición del Exmo Virrey Conde Revilla Gigedo, 1793.

José Joaquín Fabregat, La Plaza Mayor de Mexico, 1797, grabado

En un informe de 1796, en el que defendía a Revillagigedo de sus críticos, Miguel Constanzó hace un balance del tipo “antes y después”. Aunque no es parcial, pues también defiende su propio trabajo, concuerda en general con las impresiones registradas por otros observadores.

Constanzó asegura que antes de Revillagigedo, las calles de la ciudad, “no se barrían”, estaban casi siempre “descuidadas y sucias, arrojábanse a ellas las basuras e inmundicias de las casas a todas horas del día, no había quien pudiese tolerar, sin violencia el hedor y fetidez que exhalaban, dificultábase el tránsito de ellas, particularmente en

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tiempos de lluvia, por entre montones de basura y charcos de inmundicia, de suerte que una persona decentemente vestida no podía andar a pie una sola cuadra de las calles principales, sin exponerse a ver sus vestidos y calzado manchados o salpicados por las caballerías, recuas y carruajes, con un lodo pestilente y asqueroso”.

Para Constanzó “el lugar más incómodo para el tránsito, el más molesto y más inmundo de la ciudad, era sin duda la Plaza Mayor”. También era el “más profanado”, pues a pesar de ser sitio de paso de virreyes y magistrados, funcionarios y jerarcas eclesiásticos, y donde se reunía la sociedad novohispana durante numerosas celebraciones, allí “Veíanse a todas las horas del día y de la noche, a lo largo del atrio de la catedral, hombres y mujeres sin rubor ni vergüenza, en la indecente postura de exonerar el vientre”, es decir, de defecar.

Corriendo sobre la fachada “del Real Palacio, en la parte correspondiente a la cárcel de la Corte y con inmediación a la puerta de ésta, se veía un caño lleno de inmundicia que salía de las letrinas de los presos”; el mercado situado enfrente del Palacio era sitio de “infección y verdadero muladar”. A la pila de la plaza “ocurrían todos a sacar agua, a lavar carne, vasijas y trapos sucios. Allí lavaban también sus manos, cabezas y cuanto querían”. Los aguadores tomaban de allí el agua “puerca, venenosa y pútrida” que después entregarían en las casas. Entre la pila y las letrinas públicas estaba la horca. En ese ambiente, la “plebe” preparaba “sus almuerzos y sus comidas”; se bebía, más o menos disimuladamente, “el aguardiente, el pulque y vinos usuales en el país”, se jugaban “juegos de azar y apuesta”, había “desnudeces y obscenidades”, así como “riñas y pendencias”, con la consecuente intervención de la “tropa para sosegarlas”. “A la oración de la noche venían a la ciudad, como lugar de su querencia, un sin número de vacas y bueyes hambrientos, a buscar el sustento que les negaban sus amos entre las basuras de los mercados y calles”, así como “multitud de perros que no tenían dueño”. Otro tanto ocurría en el mercado de El Volador, a unos metros de allí, donde actualmente se encuentra la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

“Las acequias descubiertas (…) eran otra causa de la infección del aire que se respiraba en México”.

El testimonio de Constanzó sigue así. Luego, enumera las obras realizadas para remediar ese estado de cosas.

La Plaza Mayor se despejó “de los tinglados, sombrajes y demás indecentísimos objetos que le afeaba (sic), retirando de allí el mercado y repartiendo en las plazas menores a los vendedores de vituallas, efectos comestibles y otros”. Enseguida se iniciaron obras para rebajar el piso “en las partes convenientes, construir atarjeas para su desagüe, banquetas en todas las aceras —esta vez, banquetas enlozadas o “anditos”— y alrededor de la Plaza de armas guarnecidas con postes grandes y chicos…”.

En los cuatro ángulos de la plaza “se construyeron vistosas fuentes (…) con sus respectivas llaves, sin desperdicio y con aseo”; para ello fue necesario instalar “ramales de cañería de plomo”, así como un ramal nuevo para abastecer al Palacio.

Los mercados del El Parián (en la Plaza Mayor) y el de la Plazuela de El Volador fueron reordenados, y se crearon otros tres en las plazuelas “del Factor, de Santa Catarina y de Jesús Nazareno”. Para hacer la plaza más espaciosa, se eliminó la cerca del atrio de la Catedral, y el cementerio del Sagrario se trasladó a la iglesia de San Pedro y San Pablo.

Entre 1788 y 1789 estuvo en la Plaza una escultura ecuestre de madera de Carlos IV; la plaza sería remodelada nuevamente en 1796 —con una balaustrada oval y finas puertas de herrería—, y en 1803 recibiría la estatua de bronce de Manuel Tolsá, también dedicada a Carlos IV.

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