Ana Clavel

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Supe que se trataba de un día inusual desde que vi elglobo azul posarse ante mis pies como una caricia delviento.Redondo y pleno era lamanifestación de un sím-bolo o una señal. Sentí la tentación de inclinarme a re-cogerlo pero entonces, la fracción de segundo que durauna duda, el globo siguió su camino, su flotación lige-ra, y se posó frente a la cochera de mi vecina. Ella salíaa dejar a su hijo a la escuela y sin miramiento alguno loenfrentó. El globo azul cedió a la violencia del ataque yreventó bajo una llanta. Mi vecina se alejó mientras yome acercaba al agonizante. Lo tomé entre las manoscomo el despojo de un deseo y, triste, lo arrojé a una al-cantarilla.

No quise pensar más en el asunto pero el globo vol-vía a inflarse enmimemoria negándose amorir.Me ima-ginaba camino al trabajo con el globo azul en las manos,la cara del vigilante para embromarme al decir que aquélno era el Día del Niño, la expresión burlona de Maritay de mi jefe: “¿Dónde fue la kermés?”.

(En realidad, no habría habido ninguna expresióndemi jefe, quien sólome habríamirado con un gesto deobtuso desdén).

Subida almetro no cesaba de suponer las dificultadespara mantener la integridad del globo azul entre todaaquella gente, pero por más razones que esgrimiera unaparte de mí sabía que todo aquello eran excusas: me ha-bía negado a levantar el globo, a recoger su ilusión per-fecta y correr el riesgo de que cambiara mi vida.

Todo mundo sabe que la vida está llena de triviali-dades, hechos menudos y rutinarios. Un polvo que seacumula a diario sobre nuestros corazones.También, dealguna manera, todo mundo espera que entre ese marde situaciones que llamamos “vida diaria”, estén las opor-tunidades del azar, la suerte, esa lotería instantánea queno es otra cosa que el momento de intersección dondenuestros actos encuentran su correspondencia con la

circunstancia. Entonces se desencadena una maquina-ria invisible: el cambio que podría llevarnos a otra vida,el puente para dejar atrás lo que fuimos y transportar-nos a una inalcanzable felicidad.

Mi jefe me ha sorprendido revolviendo irreflexiva-mente su café. He percibido una brizna de odio en sumirada: con cada vuelta de cuchara su café ha termina-do por entibiarse. Me ordenó que le sirviera de nuevacuenta uno, pero en sus palabras (“Felisa, tráigame otrocafé... y no lo revuelva tanto”) han surgido feroces loscolmillos de la posesión: “Mientras trabaja, usted y suspensamientos, usted y cada una de sus secreciones, todolo que salga de usted, me pertenece solamente a mí”.

¿Cómo decirle que soy yo la que lo tiene aprisiona-do en el globo azul, como un genio malhumorado quetal vez sueña con un anuncio espectacular donde unhombre joven y vigoroso se vuelca incontenible sobreuna mujer que reposa en una playa paradisiaca?

No ha terminado de transcurrir la mañana —ape-nas el segundo café de mi jefe y la junta de programa-ción semanal de los gerentes— y el globo azul vuelve adar señales de vida. Desde el conmutador de nuestropiso, Marita me hace señas para que tome una llamada.

—Qué voz más sexy… Cómo se nota que ya tene-mos nuevo galán —me dice antes de enlazarme con eldesconocido.

Se trata de Miguel. Mi primo. A quien he visto muyescasamente en los últimos años. Sólo alguna fiesta fami-liar o un fugaz encuentro en casa de sus hermanas cuan-do tanto él como yo, sin proponérnoslo, estamos devisita en la vieja casa de la Condesa. Me ha pedido ver-nos. Va a vivir en el extranjero. De la empresa de tele-fonía donde trabaja, lo envían a la matriz de Barcelona.

—O sea que Mariana y los niños estarán dando debrincos...

Su voz se torna más grave:

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Un deseorealizado

Ana Clavel

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NARRADORAS MEXICANAS

—No, ellos no van conmigo. Mariana y yo nosestamos divorciando.

¿En qué momento nos apartamos de la gente real-mente importante de nuestras vidas? Como si una puertase clausurara y después ya no supiéramos ni siquiera queesa puerta existía y que conducía a un lugar. Un lugaramado por cierto: la parte inferior de mi cama adondeMiguel y yo nos escondíamos a jugar, cómplices y ajenosa la mirada de mis hermanos y de sus hermanas. Al prin-cipio se trataba de juegos inofensivos (contarnos historiasde terror, pegar estampas en el álbumdeestrellasde la tele-visión que coleccionábamos); después, esos otros juegosde la piel tan comunes en las historias privadas de las fami-lias, que más allá de los tabúes y las prohibiciones tienensu origen en la pureza: dos cuerpos nuevos que se tocan yse descubren y se reconocen. Es que desde el principio delos tiempos, el placer siempre ha comenzado por el tacto.La piel que se incendia y cuyo goce es el más profundode los saberes. Un saber que no nos abandonará jamás:aún puede quitarme el aliento el recuerdo de su miembrosonriendo en la comisura de mis nalgas.

Nunca supe cómo nos descubrieron pero a veces hepensado que los celos de mis hermanos o la envidia demis primas tuvo que ver con la acusación. Sí, así fue comose clausuró la puerta. Avergonzados ante el resto de lafamilia, salimos expulsados de ese paraíso de debajo dela cama para ya no reencontrarnos jamás.

Apenas he tenido tiempo de pasar al súper para ofre-cerle algo de cenar a Miguel. Fue como si mi jefe hubie-ra percibido la inquietud con que miraba el reloj quecuelga a espaldas del escritorio de Marita. El caso esque, cinco minutos antes de la hora de salida, me hapedido un inusual reporte de ventas por correo que nisiquiera es de nuestra área.

—Felisa... —me dijo entrecerrando los párpadoscomo si apuntara con una escopeta en el tiro al blancode una feria—. El reporte lo quiero mañana mismo porla mañana.

El tiro al blanco por supuesto no es una diana comúny corriente, sino un círculo de globos blancos en cuyocentro luce pleno, perfecto, aún intocado, un globo azul.

Y he acometido la tarea asignada a sabiendas de queno podría terminarla a menos que cancelara la cita conMiguel. Pero entonces, el tiempo justo para pasar co-rriendo al súper y llegar al departamento antes que mi

primo, he abandonado el reporte a medias. Mañana yla oficina y el remedo de Jehová de mi jefe resultan uni-versos tan lejanos y prescindibles como todo aquelloque, de súbito —un pinchazo que libera la presión delglobo—, deja de tener importancia.

¿Cómo atreverse a desear cuando se ha arrojado lalámpara mágica en algún lugar del camino? ¿Cómo arries-garse a hacer realidad ese deseo cuando se está sitiado enel interior del miedo, la respiración tan silenciosa paraque los demás no se percaten que aún permanecemosvivos, el cuerpo rígido como un sarcófago de uno mismo?

Pero ha bastado la ilusión del globo azul para salirde la caverna, saber que si no lo tomo entre mis manosvolverá a perderse esta vez irrevocablemente. Miguel seha mostrado sorprendido al escucharme decir sin ma-yores preámbulos una vez que ha traspasado el umbralde mi departamento:

—Vamos a la recámara. De pequeña no me dejarondecidir. Pero ahora te digo: terminemos lo que nos quedópendiente.

Confieso que no fue la Felisa de los últimos añosla que dijo esas palabras. Tampoco la que ha tomado lamano de Miguel para guiarlo hasta el final del pasillo.Con esa otra yo, con sus palabras en mi boca, podríabromear:

—¿Prefieres encima o nos metemos debajo de la cama?Ahora todo es incierto. Apenas amanezca sabré si es

posible sobrevivir al paraíso.

¿Cómo atreverse a desear cuando se ha arrojado lalámpara mágica en algún lugar del camino? ¿Cómoarriesgarse a hacer realidad ese deseo cuando se estásitiado en el interior del miedo?

René Magritte, Los amantes, 1928

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