Anacleto González Flores, mártir cristero - R. P. Sáenz, Alfredo SJ

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    ANACLETO GONZLEZ FLORES. MRTIR CRISTERO.R. P. Alfredo Senz, SJ

    Tomado de Fundacin Gratis Date

    Introduccin

    Consideraremos ahora una figura realmente fascinante, la de Anacleto Gonzlez Flores, uno de loshroes de la Epopeya Cristera. Anacleto naci en Tepatitln, pequeo pueblo del Estado de Jalisco, cercanoa Guadalajara, el 13 de julio de 1888. Sus padres, muy humildes, eran fervientemente catlicos. De fsicoms bien dbil, ya desde chico mostr las cualidades propias de un caudillo de barrio, inteligente y noble desentimientos. Pronto se aficion a la lectura, y tambin a la msica. Cuando haba serenata en el pueblo,trepaba a lo que los mexicanos llaman el kiosco, tribuna redonda en el centro de la plaza principal. Eraun joven simptico, de buena presencia, galanteador empedernido, de rpidas y chispeantes respuestas,cultor de la eutrapelia.

    A raz de la misin que un sacerdote predic en Tepatitln, sinti arder en su corazn la llama delapostolado, entendiendo que deba hacer algo precisamente cuando su Patria pareca deslizarse lenta perofirmemente hacia la apostasa. Se decidi entonces a comulgar todos los das, y ensear el catecismo de Ri-

    palda a los chicos que lo seguan, en razn de lo cual empezaron a llamarlo el maistro, sin que por ello seaminorara un pice su espritu festivo tan espontneo y la amabilidad de su carcter. Al cumplir veinteaos, ingres en el seminario de San Juan de los Lagos, destacndose en los estudios de tal forma que solasuplir las ausencias del profesor, con lo que su antiguo sobrenombre qued consolidado: sera para siempreel Maistro.

    Luego pas al seminario de Guadalajara, pero cuando estaba culminando los estudios entendi quesu vocacin no era el sacerdocio. Sali entonces de ese instituto e ingres en la Escuela Libre de Leyes de lamisma ciudad, donde se recibi de abogado. Quedse luego en Guadalajara, iniciando su labor apostlica ypatritica que lo llevara al martirio. Pero antes de seguir con el relato de su vida, describamos el ambientehistrico en que le toc vivir.

    I. Antecedentes

    Para entender lo que pas en el Mxico de Anacleto, ser preciso remontarnos ms atrs en la histo-ria de dicha nacin. A comienzos del siglo pasado, los primeros conatos de rebelda, protagonizados por

    Hidalgo y Morelos, tuvieron una connotacin demaggica, de lucha de razas, as como de aborrecimiento ala tradicin hispnica. Poco despus, apareci una gran personalidad, Agustn de Iturbide, con una visintotalmente diferente. En 1821 proclam el llamado Plan de Iguala, con tres garantas: la independencia de

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    Espaa, pero evitando una ruptura con la madre patria, la unin de todos los estamentos sociales espaoles, criollos e indios), y la Religin Catlica, como base espiritual de la nueva Nacin. Sobre estas tresbases, Iturbide fue proclamado Emperador de Mxico. Desgraciadamente, tal proyecto no se concret demanera duradera.

    Un segundo momento en la historia de esta noble nacin es el que se caracteriza por la virulencia delliberalismo. Fue la poca de la Reforma de Benito Jurez, plasmada en la Constitucin de 1857. Con elnombre de Reforma se quiso probablemente aludir a la rebelin protestante contra la Iglesia. Tratse deun nuevo proyecto, eminentemente anticatlico y antihispano, que hizo del liberalismo una especie de reli-gin laica, con lo que la Iglesia qued totalmente excluida de la vida pblica mexicana, en la admiracinrendida a la mentalidad predominante en los Estados Unidos, y al espritu de la Ilustracin.

    La ulterior invasin de los franceses y la coronacin de Maximiliano, hermano del Habsburgo Fran-cisco Jos, como emperador, con el apoyo de los Austrias y de Napolen III, proyecto al que se aliarongrandes patriotas mexicanos como Miramn, Mrquez y Meja, trajo una esperanza y una alternativa frenteal influjo nefasto de los Estados Unidos. Pero este Imperio dur tambin muy poco, cerrndose trgicamen-te con el fusilamiento de Maximiliano, Miramn y Meja, entre otros. A raz de la implantacin de la Refor-ma, tuvo lugar la primera resistencia catlica, popular y campesina, sobre todo en Guanajuato y Jalisco,inspirada en la condena que Po IX hizo de aqulla en 1856. Ms adelante gobern Porfirio Daz, tambinliberal, pero que se abstuvo de aplicar las leyes antirreligiosas ms virulentas de la Reforma.

    En 1910 cay la dictadura porfirista. Podrase decir que a partir de 1914 comienza el tercer perodode la historia de Mxico. Fue entonces cuando se reanud el proyecto liberal del siglo pasado bajo el nom-

    bre de Revolucin Mexicana, impulsada por los sucesivos presidentes Carranza, Obregn, Calles, Crde-nas, hasta el da de hoy, siempre con el apoyo de los Estados Unidos.Ante tantos males que heran el alma de Mxico surgi la idea de proclamar solemnemente el Seor-

    o de Cristo sobre la nacin herida. Lo primero que hicieron los Obispos fue coronar de manera pblica unaimagen del Sagrado Corazn, pero luego determinaron hacer ms explcito su propsito mediante una con-sagracin a Cristo Rey, donde se pona bajo su vasallaje la nacin, sus campos y ciudades. El pueblo acom-pa a los pastores con el grito de Viva Cristo Rey!, proferido por primera vez en la historia, lo que con-cit las iras del Gobierno.

    Fue el presidente Carranza (1917-1920), quien inspir la Constitucin de Quertaro de 1917, ms ra-dical an que la de 1857. Un alud de decretos cay sobre Mxico, en un ao un centenar. Se impuso la ense-anza laica no slo en la escuela pblica sino tambin en la privada; se prohibieron los votos y, consiguien-temente, las rdenes religiosas; los templos pasaron a ser propiedad estatal; se declar a la Iglesia incapaz

    de adquirir bienes, quedando los que tena en manos del Estado; se declar el matrimonio como contratomeramente civil; se estableci el divorcio vincular; se fij un nmero determinado de sacerdotes para cadalugar, que deban registrarse ante el poder poltico. As el catolicismo pasaba a ser un delito en Mxico y loscreyentes eran vistos poco menos que como delincuentes.

    En Guadalajara, patria pequea de Anacleto, la promulgacin de los decretos se llev a cabo con elo-cuencia jacobina. Un diputado local, que pronto llegara a Gobernador del Estado de Jalisco, tras recordarque la humanidad, desde sus ms remotos tiempos, ha estado dominada por las castas sacerdotalesevoc de manera encomistica la Revolucin francesa, para concluir: todos aquellos que estn dominadospor la sacrista, son sangijuelas que estn subcionando (sic) sin piedad la sangre del pueblo. Para salir alpaso de este primer brote anticatlico, el Arzobispo orden suspender el culto en la dicesis, ya que la nuevaLey pareca hacerlo imposible. Todo el pueblo se levant en protesta contra el gobierno.

    El intendente de Guadalajara, preocupado, convoc a los ciudadanos para tratar de persuadirlos.

    Los catlicos que haban tomado la costumbre de reunirse en las plazas y de convertir en templos algunascasas particulares, acudieron a la convocatoria del gobernante, designando a Anacleto para responderlecomo corresponda. Comenz el intendente su discurso increpando duramente a los agitadores clericales, sibien habl con cortesa de las mujeres catlicas y disculp al pueblo all presente, ya que a su juicio habasido embaucado. Insult a los reaccionarios y luego, fijando sus ojos en Anacleto, le dijo: usted acabarfusilado. Gonzlez Flores no se amilan sino que contest con una enardecida arenga.

    El pueblo catlico se sinti confortado. Las protestas se multiplicaban, pidiendo la derogacin de losdecretos.

    Ahora tuvo que intervenir el Gobernador. Que me prueben dijoque realmente es el pueblo elque est en desacuerdo. El pueblo entero se hizo presente frente a la Casa de Gobierno, encabezado otravez por Anacleto. El Gobernador sali al balcn y comenz diciendo: Habis sido reunidos aqu por unengao. Miles de brazos se alzaron y un enrgico no reson en la plaza. Os dijeron sigui el Goberna-

    dor, que yo quera una demostracin de que sois catlicos. S, s!, grit la multitud. Pues bien, ya los, ya lo saba hace mucho tiempo, pero vuestros sacerdotes os engaan, os han engaado. No, no!,

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    contestaron los catlicos. Ellos no quieren acatar la ley. Pues bien, no tenis ms que dos caminos: acatarel Decreto expedido por el Congreso, o abandonar el Estado como parias.

    Reson entonces una estrepitosa carcajada. El Gobernador volvi la espalda a la multitud, entre in-sultos y gritos. Al fin no le qued sino ceder, revocando el Decreto.

    En el orden nacional sucedi a Carranza como Presidente el General Obregn (1920-1924), quientuvo la astucia de no aplicar ntegramente la Constitucin de 1917. De ello se encargara Calles (1924-1928),declarando la guerra al catolicismo mexicano. Fue durante su perodo en 1925que Po XI instituy lasolemnidad litrgica de Cristo Rey. Ulteriormente el Papa dira que el motivo que lo decidi a tomar dichamedida haba sido el fervor del pueblo mexicano en favor de la Realeza de Cristo.

    Durante estos ltimos aos, tan arduos, los catlicos haban comenzado a movilizarse. Destaquemosuna figura seera, la del P. Bernardo Bergend, de la Compaa de Jess, quien en 1918 fund la AsociacinCatlica de la Juventud Mexicana, la ACJM, con el fin de coordinar las fuerzas vivas de la juventud, en or-den a la restauracin del orden social en Mxico. La piedad, el estudio y la accin fueron los tres medioselegidos para formar dichas falanges, no desdeando el ejercicio de la accin cvica, en defensa de la reli-gin, la familia y la propiedad. El lema lo deca todo: Por Dios y por la Patria.

    El P. Bergend se haba inspirado en el conde Alberto de Mun, creador de la Asociacin Catlica dela Juventud Francesa. Su idea era formar un buen contingente de jvenes estrechamente unidos entre sque, animados de una fe profunda en la causa de Dios, de la Patria y del alma popular, trabajasen a una porDios, por la Patria y por el pueblo, amando a Dios hasta el martirio, a la Patria hasta el herosmo y al pueblohasta el sacrificio. De la ACJM dira en 1927 el P. Victoriano Flix, jesuita espaol, que haba acertado

    con el ms perfecto modo de formar hombres, pues ha sabido forjar mrtires.De la ACJM provinieron los jefes de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, organiza-cin encargada de coordinar las distintas agrupaciones catlicas para enfrentar la terrible persecucin. LaLiga, de carcter cvico, no dependera de la Jerarqua, ni en su organizacin, ni en su gobierno, ni en suactuacin, asumiendo los dirigentes la entera responsabilidad de sus acciones. En 1926, la Liga estaba yainstaurada en la totalidad de la Repblica. Slo en la ciudad de Mxico contaba con 300.000 miembrosactivos. Todas las organizaciones catlicas existentes se pusieron bajo su conduccin.

    Tal fue el ambiente en que se movi nuestro hroe. Su estampa nos ofrece dos principales facetas, ladel docente y la del caudillo.

    II. El Maistro

    Ya hemos dicho cmo desde sus mocedades, Anacleto mostr una clara inclinacin a la docencia, in-clinacin que se fue intensificando en proporcin al acrecentamiento de su formacin intelectual. Durantelos aos de seminario, frecuent sobre todo el campo de la filosofa y de la teologa, con especial predilec-cin por San Agustn y Santo Toms. Para su aficin oratoria sus guas principales fueron Demstenes, Ci-cern, Virgilio, Bossuet, Fenelon, Veuillot, Lacordaire, Montalembert, de Mun, Donoso Corts y Vzquez deMella. Su amor a las artes y las letras lo acerc a Miguel ngel, Shakespeare e Ibsen. Su inclinacin social ypoltica lo llev al conocimiento de Windthorst, Mallinckrodt, Ketteler, OConnel. Asimismo era experto enleyes, habiendo egresado de la Facultad de Jurisprudencia de Guadalajara con las notas ms altas. Fue unverdadero intelectual, en el sentido ms noble de la palabra, no por cierto un intelectual de gabinete, pero sun excelente diagnosticador de la realidad que le fue contempornea.

    Y as, tanto en sus escritos como en sus discursos, nos ha dejado una penetrante exposicin de la

    tormentosa poca que le toc vivir, no slo en s misma sino en sus antecedentes y races histricas. En-tenda, ante todo, a Mxico, y ms en general a Iberoamrica, como la heredera de la Espaa imperial. Lavocacin de Espaa, dice en uno de sus escritos, tuvo un origen glorioso: los ocho siglos de estar, espada enmano, desbaratando las falanges de Mahoma. Continu con Carlos V, siendo la vanguardia contra Lutero ylos prncipes que secundaron a Gustavo Adolfo. En Felipe II encarn su ideal de justicia. Y luego, en lasprovincias iberoamericanas, fue una fuerza engendradora de pueblos.

    Siempre en continuidad con aquel da en que Pelayo hizo or el primer grito de Reconquista. Nues-tra vocacin, tradicionalmente, histricamente, espiritualmente, religiosamente, polticamente, es la voca-cin de Espaa, porque de tal manera se anudaron nuestra sangre y nuestro espritu con la carne, con lasangre, con el espritu de Espaa, que desde el da en que se fundaron los pueblos hispanoamericanos, des-de ese da quedaron para siempre anudados nuestros destinos, con los de Espaa. Y en seguir la ruta abiertade la vocacin de Espaa, est el secreto de nuestra fuerza, de nuestras victorias y de nuestra prosperidad

    como pueblo y como raza.La fragua que nos forj es la misma que forj a Espaa. Nuestra retaguardia es de cerca de trece si-glos, larga historia que nos ha marcado hasta los huesos. Recuerda Anacleto el intento de Felipe II de fun-

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    dir, en un matrimonio desgraciado, los destinos de su Patria con Inglaterra. Tras el fracaso de dicho proyec-to arm su flota para abatir a la soberbia Isabel y sus huestes protestantes, enfrentando la ambicin deaquella nacin pirata, vieja y permanente seora del mar.

    Tras el fracaso, sus capitanes hechos de hierro y sus misioneros amasados en el hervor mstico deTeresa y Juan de la Cruz, se acercaron a la arcilla oscura de la virgen Amrica y en un rapto, que dur variossiglos, la alta, la imborrable figura de don Quijote, seco, enjuto, y contrado de ensueo excitante, pero realsemejanza del Cristo, como lo ha hecho notar Unamuno, se uni, se fundi, no se superpuso, no se mezcl,se fundi para siempre en la carne, en la sustancia viva de Cuauhtmoc y de Atahualpa. Y la esterilidad delmatrimonio de Felipe con la Princesa de Inglaterra se torn en las nupcias con el alma genuinamente ame-ricana, en la portentosa fecundidad que hoy hace que Espaa escoltada por las banderas que se empinansobre los Andes, del Bravo hacia el Sur, vuelva a afirmar su vocacin.

    Junto con Espaa accede a nuestra tierra la Iglesia Catlica, quien bendijo las piedras con que Espa-a ciment nuestra nacionalidad. Ella encendi en el alma oscura del indio la antorcha del Evangelio. Ellapuso en los labios de los conquistadores las frmulas de una nueva civilizacin. Ella se encontr presente enlas escuelas, los colegios, las universidades, para pronunciar su palabra desde lo alto de la ctedra. Ella es-tuvo presente en todos los momentos de nuestra vida: nacimiento, estudio, juventud, amor, matrimonio,vejez, cementerio.

    Concretado el glorioso proyecto de la hispanidad, aflora en el horizonte el fantasma del anticatoli-cismo y la antihispanidad. Es el gran movimiento subversivo de la modernidad, encarnado en tres enemi-gos: la Revolucin, el Protestantismo y la Masonera. El primer contrincante es la Revolucin, que en el

    Mxico moderno encontr una concrecin aterradora en la Constitucin de 1917, nefasto intento por des-alojar a la Iglesia de sus gloriosas y seculares conquistas. Frente a aquellas nupcias entre Espaa y nuestratierra virgen, la Revolucin quiso celebrar nuevas nupcias, claro que en la noche, en las penumbras miste-riosas del error y del mal. Las nuevas y disolventes ideas han ido entrando en el cuerpo de la nacin mexi-cana, como un brebaje maldito, una epidemia que se introdujo hasta en la carne y los huesos de la Patria,llegando a suscitar generaciones de ciegos, paralticos y mudos de espritu.

    En Mxico han jurado derribar la mansin trabajosamente construida. Anacleto lo expresa de mane-ra luminosa: El revolucionario no tiene casa, ni de piedra ni de espritu. Su casa es una quimera que tendrque ser hecha con el derrumbe de todo lo existente. Por eso ha jurado demoler nuestra casa, esa casa don-de por espacio de tres siglos, misioneros, conquistadores y maestros sudaron y se desangraron para edificarcimientos y techos. Y luego esbozaron el plan de otra casa, la del porvenir. Hasta ahora no han logrado de-moler del todo la casa que hemos levantado en estos tres siglos. Si no lo han podido es porque todava hay

    fuerzas que resisten, porque Ripalda, el viejo y deshilachado Ripalda, como el Atlas de la mitologa, mantie-ne las columnas de la autoridad, la propiedad, la familia. Sin embargo persisten en invadirlo todo, nuestrostemplos, hogares, escuelas, talleres, conciencias, lenguaje, con sus banderas polticas. Incluso han intentadocrear una Iglesia cismtica, encabezada por el Patriarca Prez, para mostrar que nuestra ruptura con lahispanidad resulta inescindible de nuestra ruptura con la Iglesia de Roma. Son invasores, son intrusos.

    El trabajo de demolicin no ha sido, por cierto, infructuoso. Si hemos llegado a ser un pueblo tu-berculoso, lleno de lceras y en bancarrota, ha sido, es solamente, porque una vieja conjuracin legal yprctica desde hace mucho tiempo mutil el sentido de lo divino. Mxico ha sido saqueada por la Revolu-cin, por los Jurez, por los Carranza

    Junto con la Revolucin destructora, Anacleto denuncia el ariete del Protestantismo, que llega aMxico principalmente a travs del influjo de los Estados Unidos. Gonzlez Flores trae a colacin aquelloque dijo Roosevelt cuando le preguntaron si se efectuara pronto la absorcin de los pueblos hispanoameri-

    canos por parte de los Estados Unidos: La creo larga [la absorcin] y muy difcil mientras estos pases seancatlicos. El viejo choque entre Felipe II e Isabel de Inglaterra se renueva ahora entre el Mxico tradicionaly las fuerzas del protestantismo que intenta penetrar por doquier, llegando al corazn de las multitudes,sobre todo para apoderarse de la juventud.

    El tercer enemigo es la Masonera, que levanta el estandarte de la rebelin contra Dios y contra suIglesia. Anacleto la ve expresada principalmente en el ideario de la Revolucin francesa, madre de la demo-cracia liberal, que en buena parte lleg a Mxico tambin por intercesin de los Estados Unidos. En 1793,escribe, alguien dijo enfticamente: La Repblica no necesita de sabios. Y as la democracia moderna,salida de las calles ensangrentadas de Pars, se ech a andar sin sabios, en desastrosa improvisacin. Sugran mentira: el sufragio universal. Cualquier hombre sacado de la masa informe es entendido como capazde tomar en sus manos la direccin suprema del pas, pudiendo ser ministro, diputado o presidente. Nues-tra democracia ha sido un interminable via crucis, cuya peor parte le ha tocado al llamado pueblo soberano:

    primero se lo proclam rey, luego se lo coron de espinas, se le puso un cetro de caa en sus manos, se lovisti con harapos y, ya desnudo, se lo cubri de salivazos.

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    La democracia moderna se basa en un eslogan mentiroso, el de la igualdad absoluta. Se echaron enbrazos del nmero, de sus resultados rigurosamente matemticos, y esperaron tranquilamente la reapari-cin de la edad de oro. Su democracia result una mquina de contar. Consideran a la humanidad comouna inmensa masa de guarismos donde cada hombre vale no por lo que es, sino por constituir una unidad,por ser uno. Todo hombre es igual a uno, el sabio y el ignorante, el honesto y el ladrn, nadie vale un adar-me ms que otro, con iguales derechos, con iguales prerrogativas. Y si esa democracia no necesita de sa-bios, ni de poetas, tampoco necesita de hroes, ni de santos. Para qu esforzarnos, para qu sacrificarnospor mejorar, si en el pantano, debajo del pantano, la vida es una mquina de contar y cada hombre vale tan-to como los dems?

    Se ha producido as un derrumbe generalizado, un descenso arrasador y vertiginoso, todos hemosdescendido, todo ha descendido. Nos arrastramos bajo el fardo de nuestra inmensa, de nuestra aterradoramiseria, de nuestro abrumador empobrecimiento. Democracia maligna sta, porque ha roto su cordnumbilical con la tradicin, con el pasado fecundante. El error de los vivos no ha consistido en intentar lafundacin de una democracia, ha consistido y consiste sobre todo, en querer fundar una democracia en queno puedan votar los muertos y que solamente voten los vivos y se vote por los vivos.

    Resulta interesante advertir cmo Gonzlez Flores supo ver, ya en su tiempo, el carcter destructivoe invasor del espritu norteamericano, incurablemente protestante y democrticoliberal. Concida con Ana-cleto el vicepresidente de la Liga, Miguel Palomar y Vizcarra, en un Memorandum relativo a la influencia delos Estados Unidos sobre Mxico en materia religiosa. All se lee: El imperialismo yanqui es para nosotros,y para todos los mexicanos que anhelan la salvacin de la patria, algo que es en s mismo malo, y como malo

    debe combatirse enrgicamente. Bien ha hecho Enrique Daz Araujo en destacar la perspicacia de los diri-gentes catlicos que no se dejaron engaar por la apariencia bolchevique de los gobiernos revolucionariosde Mxico recurdese que la Constitucin se dict precisamente el ao en que estall la revolucin soviti-ca, sino que los consideraron simples sirvientes de los Estados Unidos. No era sencillo descubrir detrsdel parloteo obrerista, indigenista y agrarista, la usina real que alimentaba la campaa antirreligiosa.

    Carlos Pereyra lo sintetiz as: Aquel gobierno de enriquecidos epicreos empez a cultivar si-multneamente dos amores: el de Mosc y el de Washington La colonia era de dos metrpolis. O, msbien, haba una sucursal y un protectorado. Despersonalizacin por partida doble, pero til, porque imitan-do al ruso en la poltica antirreligiosa, se complaca al anglosajn.

    La poltica estadounidense se continuara por dcadas, como justamente lo ha observado Jos Vas-concelos: Las Cancilleras del Norte, ven esta situacin [la de Mxico] con la misma simpata profunda conque Roosevelt y su camarilla se convirtieron en protectores de la Rusia sovitica durante la Segunda Guerra

    Mundial. El regocijo secreto con que contemplaron el martirio de los catlicos en Mxico, bajo la adminis-tracin callista, no fue sino el antecedente de la silenciosa complicidad de los jefes del radicalismo de Was-hington con los verdugos de los catlicos polacos, los catlicos hngaros, las vctimas todas del sovietismoruso.

    Tales fueron, segn la visin de Anacleto, los tres grandes propulsores de la poltica anticristiana yantimexicana: la revolucin, el protestantismo y la masonera.

    La revolucin escribe, que es una aliada fiel tanto del protestantismo como de la Masonera, si-gue en marcha tenaz hacia la demolicin del Catolicismo y bate el pensamiento de los catlicos en la prensa,en la escuela, en la calle, en las plazas, en los parlamentos, en las leyes: en todas partes. Nos hallamos enpresencia de una triple e inmensa conjuracin contra los principios sagrados de la Iglesia.

    De lo que en el fondo se trataba era de un atentado, inteligente y satnico, contra la vertebracinhispnicocatlica de la Patria.

    III. El Caudillo

    Pero Anacleto no fue un mero diagnosticador de la situacin, un sagaz observador de lo que iba su-cediendo. Fue tambin un conductor, un formador de espritus, un apstol de largas miras.

    1. Mxico catlico, despierta de tu letargo

    En sus artculos y conferencias nuestro hroe vuelve una y otra vez sobre la necesidad de ser realis-tas y de enfrentar lcidamente la situacin por la que atravesaba su Patria. Se nos ha cado la finca, dice,hemos visto el derrumbe estrepitoso del edificio de la sociedad, y caminamos entre escombros. Pero al

    mismo tiempo seala su preocupacin porque muchos catlicos desconocen la gravedad del momento ysobre todo las causas del desastre, ignoran cmo los tres grandes enemigos a que ha aludido, el Protestan-

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    tismo, la Masonera y la Revolucin, trabajan de manera incansable y con un programa de accin alarmantey bien organizado.

    Estos tres enemigos estn venciendo al Catolicismo en todos los frentes, a todas horas y en todas laformas posibles. Combaten en las calles, en las plazas, en la prensa, en los talleres, en las fbricas, en loshogares. Trtase de una batalla generalizada, tienen desenvainada su espada y desplegados sus batallonesen todas partes. Esto es un hecho. Cristo no reina en la va pblica, en las escuelas, en el parlamento, en loslibros, en las universidades, en la vida pblica y social de la Patria. Quien reina all es el demonio. En todosaquellos ambientes se respira el hlito de Satans.

    Y nosotros, qu hacemos? Nos hemos contentado con rezar, ir a la iglesia, practicar algunos actosde piedad, como si ello bastase para contrarrestar toda la inmensa conjuracin de los enemigos de Dios.Les hemos dejado a ellos todo lo dems, la calle, la prensa, la ctedra en los diversos niveles de la ensean-za. En ninguno de esos lugares han encontrado una oposicin seria. Y si algunas veces hemos actuado, lohemos hecho tan pobremente, tan raquticamente, que puede decirse que no hemos combatido. Hemos can-tado en las iglesias pero no le hemos cantado a Dios en la escuela, en la plaza, en el parlamento, arrinco-nando a Cristo por miedo al ambiente.

    Urge salir de las sacristas, entendiendo que el combate se entabla en todos los campos, sobre todoall donde se libran las ardientes batallas contra el mal; procuremos hallarnos en todas partes con el cascode los cruzados y combatamos sin tregua con las banderas desplegadas a todos los vientos. Reducir el Ca-tolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes pblicos cuando stosmatan el alma nacional y atasajan en plena va la Patria, no es solamente cobarda y desorientacin discul-

    pable, es un crimen histrico religioso, pblico y social, que merece todas las execraciones.Tal es la gran denuncia de Gonzlez Flores hacia dentro de la Iglesia, el inmenso lastre de pusilani-midad y de apocamiento que ha llevado a buena parte del catolicismo mexicano al desinters y la resigna-cin. Las almas sufren de empequeecimiento y de anemia espiritual. Nos hemos convertido en mendigos,afirma, renunciando a ser dueos de nuestros destinos. Se nos ha desalojado de todas partes, y todo lohemos abandonado.

    Ni siquiera nos atrevemos a pedir ms de lo que se nos da. Se nos arrojan todos los das las migajasque deja la hartura de los invasores y nos sentimos contentos con ellas. Tal encogimiento est en abiertapugna con el espritu del cristianismo que desde su aparicin es una inmensa y ardiente acometida a lo lar-go de veinte siglos de historia. La Iglesia vive y se nutre de osadas. Todos sus planes arrancan de la osada.Solamente nosotros nos hemos empequeecido y nos hemos entregado al apocamiento.

    Hasta ahora casi todos los catlicos no hemos hecho otra cosa que pedirle a Dios que l haga, que l

    obre, que l realice, que haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria. Y por eso nos hemoslimitado a rezar, esperando que Dios obre. Y todo ello bajo la mscara de una presunta prudencia. Nece-sitamos la imprudencia de la osada cristiana.

    Justamente en esos momentos el Papa acababa de establecer la fiesta de Cristo Rey. Refirindose aello, Anacleto insiste en su proposicin.

    Desde hace tres siglos explicalos abanderados del laicismo vienen trabajando para suprimir aCristo de la vida pblica y social de las naciones. Y con evidente xito, a escala mundial, ya que no pocaslegislaturas, gobiernos e instituciones han marginado al Seor, desdeando su soberana. Lo relevante de lainstitucin de esta fiesta no consiste tanto en que se lo proclame a Cristo como Rey de la vida pblica y so-cial. Ello es, por cierto, importante, pero ms lo es que los catlicos entendamos nuestras responsabilidadesconsiguientes. Cristo quiere que lo ayudemos con nuestros esfuerzos, nuestras luchas, nuestras batallas. Yello no se conseguir si seguimos encastillados en nuestros hogares y en nuestros templos.

    Hasta ahora nuestro catolicismo ha sido un catolicismo de verdaderos paralticos, y ya desde hacetiempo. Somos herederos de paralticos, atados a la inercia en todo. Los paralticos del catolicismo son dedos clases: los que sufren una parlisis total, limitndose a creer las verdades fundamentales sin jams pen-sar en llevarlas a la prctica, y los que se han quedado sumergidos en sus devocionarios no haciendo nadapara que Cristo vuelva a ser Seor de todo. Y claro est que cuando una doctrina no tiene ms que paralti-cos se tiene que estancar, se tiene que batir en retirada delante de las recias batallas de la vida pblica ysocial y a la vuelta de poco tiempo tendr que quedar reducida a la categora de momia inerme, muda y de-rrotada. Nuestras convicciones estn encarceladas por la parlisis. Ser necesario que vuelva a orse el gritodel Evangelio, comienzo de todas las batallas y preanuncio de todas las victorias. Falta pasin, encendi-miento de una pasin inmensa que nos incite a reconquistar las franjas de la vida que han quedado separa-das de Cristo.

    Judas se ahorc dice Anacleto en otro lugarmas dej una numerosa descendencia, los herejes,

    los apstatas, los perseguidores. Pero tambin la dej entre los mismos catlicos. Porque se parecen a Judaslos que saben que los nios y los jvenes estn siendo apualados, descristianizados en los colegios laicis-tas, y sin embargo, despus de haberle dado a Jess un beso dentro del templo, entregan las manos de sus

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    hijos en las manos del maestro laico, para que Cristo padezca nuevamente los tormentos de sus verdugos.Se parecen a Judas los catlicos que no colaboran con las publicaciones catlicas, permitiendo que stasmueran. O los que entregados en brazos de la pereza, dejan hacer a los enemigos de Cristo. Tambin se leparecen los que no hacen sino criticar acerbamente a los que se esfuerzan por trabajar, porque contribuyena que Cristo quede a merced de los soldados que lo persiguen.

    Como se ve, Gonzlez Flores traz un perfecto cuadro de la situacin anmica de numerosos catli-cos, enteramente pasivos ante los trgicos acontecimientos que se iban desarrollando en la Patria mexicana.Fustig tambin el grave peligro del individualismo.

    Los catlicos de Mxico sealahan vivido aislados, sin solidaridad, sin cohesin firme y estable.Ello alienta al enemigo al punto de que hasta el ms infeliz polica se cree autorizado para abofetear a uncatlico, sabiendo que los dems se encogern de hombros. Ms an, no son pocos los catlicos que se atre-ven a llamar imprudente al que sabe afirmar sus derechos en presencia de sus perseguidores. Es necesarioque esta situacin de aislamiento, de alejamiento, de dispersin nacional, termine de una vez por todas, yque a la mayor brevedad se piense ya de una manera seria en que seamos todos los catlicos de nuestra Pa-tria no un montn de partculas sin unin, sino un cuerpo inmenso que tenga un solo programa, una solacabeza, un solo pensamiento, una sola bandera de organizacin para hacerles frente a los perseguidores.

    2. El forjador de caracteres

    Hemos dicho que desde nio Anacleto fue apodado el maestro, por su nativa aptitud didctica.

    Este bautizo, que naci de manera espontnea, se troc despus en carioso homenaje y hoy es un ttuloglorioso. Maestro, sobre todo, en cuanto que fue un autntico formador de almas. Consciente del estanca-miento del catolicismo y de la pusilanimidad de la mayora, o, como l mismo dijo, del espritu de cobardade muchos catlicos y del amor ardiente que sienten por sus propias comodidades y por su Catolicismo dereposo, de pereza, de apata, de inercia y de inaccin, se aboc a la formacin de catlicos militantes, quehiciesen suyo el ideal de combate, convencidos de que su misin es batirse hoy, batirse maana, batirsesiempre bajo el estandarte de la verdad.

    A su juicio, el espritu de los catlicos, si queran ser de veras militantes, deba forjarse en dos nive-les, el de la inteligencia y el de la voluntad. En el nivel de la inteligencia, ante todo, ya que las batallas quetenemos que reir son batallas de ideas, batallas de palabras.

    Los medios modernos de comunicacin escribe aunque sirven generalmente para el mal,podrn ayudarnos, si a ellos recurrimos, para que nuestras ideas se abran paso con mayor celeridad, en or-

    den a ir creando una cultura catlica. No podemos seguir luchando a pedradas mientras nuestros enemigosnos combaten con ametralladoras.En esta obra de propagacin de la verdad todos pueden hacer algo: los ms rudos e ignorantes, dedi-

    carse a estudiar; los ms cultos, ensear a los dems; los que no son capaces de escribir ni hablar, al menospueden difundir un buen peridico; los que tienen destreza en hablar y escribir, podrn adoctrinar a losdems. No nos preguntemos ya cunto hemos llorado, sino qu hemos hecho o qu hacemos para afianzar yrobustecer las inteligencias. A unos habr que pedirles solamente ayuda econmica; a otros su pluma y supalabra; a otros que no compren ms los peridicos laicistas; a otros que vendan los peridicos catlicos.

    Ya llegar el momento en que, despus de un trabajo fuerte, profundo de formacin de conciencia,todos los espritus estn prontos a dar ms de lo que ahora dan y entonces los menos dispuestos a sacrifi-carse querrn aumentar su contingente energa. Y de este modo habremos logrado que todos se aproximenal instante en que tengamos suficientes mrtires que baen con su sangre la libertad de las conciencias y de

    las almas en nuestro pas.Anacleto no se qued en buenas intenciones. Se propuso constituir un grupo de personas deseosasde formarse, no limitado, por cierto, a los de inteligencia privilegiada sino abierto a todos cuantos deseasenadquirir una cultura lo ms completa posible. Para l dicha labor era superior a todas las dems. La influen-cia de ese grupo resultara incontrastable, porque se hallara en posesin de los poderes ms formidables,cuales son la idea y la palabra.

    Para este propsito, Anacleto se dirigi principalmente a la juventud, a la que por once aos con-sagr lo mejor de sus energas. La amplia y arbolada plaza contigua al Santuario de Guadalupe, en Guadala-jara, fue su primer local, el lugar predilecto de sus tertulias. Su verbo era fascinante. Nos cuenta el Padre H.Navarrete que siendo l estudiante secundario, se encontr un da con Anacleto, a la sazn profesor de His-toria Patria, reunido con un grupo en la plaza del Carmen.

    Sois estudiantes les dijo. Tras de largas peregrinaciones por aulas e Institutos, llegaris a con-

    quistar vuestra inmediata ambicin: un ttulo profesional. Y bien, qu habris obtenido? Una posicin; esdecir, pan, casa, vestido. Es esto todo para el hombre? Me diris que de paso llenis una misin nobilsimacultivando la ciencia. Puede ser esa la misin de un ser como el hombre?

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    No es la principal labor del hombre el cultivo del cuerpo, ni el de la inteligencia. Ha de ser el cultivode las facultades ms altas del espritu. La de amar; pero amar lo inmortal, lo nico digno de ser amado sinmedida: amar a Dios. Sern por ventura ustedes de los que se creen que se llena esa infinita ambicin conesas prcticas ordinarias del cristiano apergaminado que asiste a misa los domingos? No. Eso no es ser cris-tiano. Eso es irse paganizando; es un abandonar plcidamente la vida cristiana, pasando a la vera del sagra-do con antifaz carnavalesco, sonriendo al mundo y al vicio, mientras en la penumbra vaga del rincn de unaiglesia, precipitadamente, en breves minutos con dolor robados a la semana, se santigua la pintada faz delcomediante

    Amar a Dios, para un joven, debe significar entusiasmos sin medida, ardores apasionados de santo,sueos de herosmo y arrojos de leyenda. La vida es una milicia. Dice Navarrete que sas y otras ideas fue-ron brotando en medio de un dilogo vivaz, apasionante. A m no me caba duda. Aquel hombre alcanzabalos perfiles de los grandes lderes. La claridad brillante de sus ideas unida a la frrea voluntad de un ardoro-so corazn, lo delineaban como un egregio conductor de masas. Haba ah madera para un santo, alma paraun mrtir.

    Anacleto atrajo en torno a s a lo mejor de la juventud de Guadalajara. A pocas manzanas del San-tuario de Guadalupe de dicha ciudad, a que acabamos de referirnos, una seora ofreci hospedaje y alimen-tacin tanto a l como a varios compaeros que estudiaban en la Universidad. All convocaron a numerososjvenes para cursos de formacin. En cierta ocasin estaban estudiando los avatares de la Revolucin fran-cesa, sus vctimas, sus verdugos, la Gironda, el Jacobinismo, etc., y como la que cuidaba la casa se llamabaGernima, y los vecinos la llamaban doa Gero o Giro, le pusieron a la sede el nombre de La Giron-

    da y a sus ocupantes los Girondinos. Dicha casa tena slo tres habitaciones. Pero all se fueron arri-mando un buen grupo de jvenes, unos cincuenta muchachos, atrados por Cleto y sus compaeros de vidajuglaresca.

    Lejos de todo estiramiento doctoral, la alegra juvenil del Maistro se volva contagiosa, mien-tras trataba temas de cultura, de formacin espiritual, de historia patria, trascendiendo a toda la ciudad,pero ms directamente a la barriada del Santuario, donde estaba la Gironda. Refirindose a aquellos convi-vios dice Gmez Robledo que las ideas fulguraban en la conversacin vivaz y el goce intelectual tena rangosupremo.

    Anacleto estaba convencido de la importancia de su labor intelectual en una poca de tanta confu-sin doctrinal. Era preciso formar lo que l llamaba la aristocracia del talento. Para ello nada mejor queponer a aquellos jvenes en contacto con los pensadores de relieve, los grandes literatos, los historiadoresveraces.

    Era sta su obra predilecta, su centro de operaciones y el albergue de sus amistades ms entraablesy de sus colaboradores ms decididos. A esos muchachos los consideraba como una ampliacin de su fami-lia. En el oratorio de aquella casa contrajo matrimonio, y su primer hijo pas a ser un puntual concurrente alas reuniones dominicales.

    Anacleto era el maestro por antonomasia entre nosotros testimonia Navarrete. Estaba siempre apunto para dar un consejo, esclarecer una idea o forjar un plan, ya de estudio, ya de accin. El espritu in-fundido por l hizo de nuestro grupo local una verdadera fragua de luchadores cristianos Nos ense aorar, a estudiar, a luchar en la vida prctica y tambin a divertirnos. Porque l saba hacer todo eso. Lomismo se le encontraba jugando una partida de billar, que de damas, taendo la guitarra o sosteniendoanimados corrillos, con su inacabable repertorio de ancdotas. As fuimos aprendiendo poco a poco que lavida del hombre sobre la tierra es una lucha, que es guerra encarnizada y que los que mejor la viven son losms aguerridos, los que se vencen a s mismos y luego se lanzan contra el ejrcito del mal para vencer cuan-

    do mueren, y dejan a sus hijos la herencia inestimable de un ejemplo heroico.Cuentan los que lo trataron que tena un modo muy suyo de ensear la verdad y corregir el error.Jams contradeca una opinin sin ser requerido, pero entonces era contundente. Para corregir los vicios deconducta, nunca llamaba la atencin del culpable en forma directa; cuando crea llegada la oportunidad, serefera a un personaje imaginario, de ficcin, afeado por los defectos que trataba de enmendar, presentn-dolo como insensato, como vctima de sus propios actos. Nunca le fall este mtodo de correccin. En cuan-to a su modo de ser y de tratar, nos formaramos de l una representacin incompleta si creyramos quenunca abandon la rigidez del gesto pico. Segn nos lo acaba de describir Navarrete, era una persona detemperamento ocurrente, afectuoso y jovial. Su casa de la Gironda se hizo legendaria como centro de sana ybulliciosa alegra, de vida cristiana y bohemia a la vez.

    Cre Anacleto varios crculos de estudio: el grupo Len XIII, de sociologa; el Agustn de la Ro-sa, de apologtica; el Aguilar y Marocho, de periodismo; el Mallinckrodt, de educacin; el Balmes,

    de literatura; el Donoso Corts, de filosofa Por eso, cuando se fund en Mxico la ACJM, el material yaestaba dispuesto en Guadalajara. Bast reunir en una sola organizacin los distintos crculos existentes,unos ocho o diez, perfectamente organizados. Especial valor le atribua al crculo de Oratoria y Periodismo,

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    ya que, a su juicio, el puro acopio de conocimientos, si no iba unido a la capacidad de difundirlos de maneraadecuada, se clausuraba en s mismo y perda eficacia social. De la Gironda salieron numerosos difusores dela palabra, oral o escrita.

    Destaquemos la importancia que Anacleto le dio al aspecto esttico en la formacin de los jvenes.No en vano la belleza es el esplendor de la verdad. El bello arte dej escritoes un poder aadido a otropoder, es una fuerza aadida a otra fuerza, es el poder y la fuerza de la verdad unidos al poder y la fuerza dela belleza; es, por ltimo, la verdad cristalizada en el prisma polcromo y encantador de la belleza. Y asexhortaba a los suyos que pusiesen al servicio de Dios y de la Patria no slo el talento sino tambin la belle-za para edificar la civilizacin cristiana. Slo de ese modo la verdad se volvera irradiacin de energa.

    Antes de seguir adelante, quisiramos dedicar algunas palabras a uno de los compaeros de Anacle-to, quizs el ms entraable de todos, Miguel Gmez Loza. Naci en Paredones (El Refugio), un pueblo delos Altos de Jalisco, en 1888, de una familia campesina. A los 20 aos, se traslad a Guadalajara donde es-tudi Leyes. All conoci a Anacleto, convirtindose en su lugarteniente y camarada inseparable. Era unjoven rubio, de ojos azules, que irradiaba generosidad, de no muy vasta cultura pero de enorme arrojo ycontagiosa simpata. Se lo apod el Chinaco. Los mexicanos llaman chinacos a los del tiempo de laGuerra de la Reforma, hombres engaados, por cierto, pero llenos de decisin y coraje. A Miguel se lo quisocalificar por esto ltimo, es decir, por su entereza y energa, si bien las emple con signo contrario al deaqullos.

    Una ancdota de su vida nos lo pinta de cuerpo entero. El 1 de mayo de 1921, con la anuencia de lasautoridades civiles, los comunistas vernculos se atrevieron a izar en la misma catedral de Guadalajara el

    pabelln rojinegro. A doscientos metros de dicho templo, frente a los jardines que se encuentran en su parteposterior, estaba una de las sedes de la ACJM, donde en esos momentos se encontraban unos cuarenta mu-chachos. Conocedores del hecho, varios de ellos pensaron que era preciso hacer algo y por fin resolvierondirigirse a la Catedral para reparar el ultraje. Pero al llegar vieron una multitud, y en medio de ella al China-co, con la cara ensangrentada. Es que mientras los dems discurran sobre lo que convena hacer, l ya sehaba adelantado, y subiendo hasta el campanario, haba roto el trapo y lo haba lanzado al aire, conademn de triunfo. Acciones como sta, de un valor temerario, cuando estaba en juego la gloria de Dios o elhonor de la Patria, le valieron 59 ingresos en las crceles del gobierno perseguidor. A lo largo de su cortaexistencia, vivi el peligro en una sucesin constante de hechos atrevidos, deseados y buscados a propsito.Los jvenes lo admiraban. Era, as lo decan, el azote de los profanadores del templo, refractario a lasclaudicaciones, el hombre masculino por excelencia.

    La persistencia en la persecucin religiosa lo impuls a unirse con los heroicos cristeros que estaban

    en los campos de batalla, donde en razn de sus mltiples cualidades fue elegido Gobernador Civil de lazona liberada de Jalisco. Cuenta Navarrete que en cierta ocasin lo vio rodeado de unos 300 soldados consus jefes, todos de rodillas, desgranando el rosario. A su trmino, Gmez Loza rez esta oracin cristera:Jess Misericordioso! Mis pecados son ms que las gotas de sangre que derramaste por m. No merezcopertenecer al ejrcito que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por Ti Concdeme que mi ltimogrito en la tierra y mi primer cntico en el cielo, sea: Viva Cristo Rey!

    El 21 de marzo de 1928 se diriga con su asistente hacia el pueblo de Guadalupe, sede nominal delGobierno Provincial, cuando fue sorprendido por sus enemigos en un lugar llamado El Lindero. Lo ata-ron a un caballo, y lo arrastraron largo trecho. Luego uno de los soldados lo remat con su pistola.

    Hace pocos aos, tuve el gusto de conocer en Guadalajara a dos de sus hijas, ya ancianas. Una deellas me cont que cuando su padre se fue al monte, ella era pequea. Cierto da, en la misma casa dondeestaba conversando conmigo, un vecino toc el timbre y le dijo que en la avenida contigua se encontraba

    tirado el cadver de un hombre que pareca ser su padre. Ella fue. Efectivamente: era l.No me pareci posible evocar la figura de Gonzlez Flores sin recordar la de Gmez Loza. Juntos seformaron, juntos lucharon, juntos sufrieron la persecucin. Anacleto era el fuego que todo lo abrasaba, Mi-guel el difusor eficaz de las ideas del amigo; si aqul era la luz, l fue la antorcha que la refleja; si Anacletoera la voz, l fue su eco; si Anacleto era la idea que gobierna, l fue la accin que ejecuta. El Maistro y elChinaco. El verbo de Anacleto y la accin de Miguel. Ambos tenan devocin por la Guadalupana y comul-gaban diariamente en su Santuario de Guadalajara. La amistad espiritual que los una se vio as sellada porla piedad eucarstica y mariana. Los dos fueron condecorados por el papa Po XI el mismo da, a iniciativadel gran obispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jimnez, con la cruz Pro Ecclesia et Pontifice, enpremio a su accin comn en defensa del catolicismo. Junto al obispo recin nombrado, forman un sober-bia triloga. Anacleto y Miguel sufriran ambos el martirio, y hoy sus restos se encuentran, tambin juntos,en el Santuario de Guadalupe, tan frecuentado por ellos. Ante la losa que los custodia tuve el privilegio de

    orar con vergenza y emocin durante largo rato.Volvamos a nuestro Anacleto. Hemos dicho que no slo se dedic a formar las inteligencias, aquellaaristocracia del talento, de que le agradaba hablar, sino tambin a robustecer las voluntades de los que lo

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    seguan. No soy ms que un herrero forjador de voluntades, le gustaba repetir. Este hombre que al decirde Gmez Robledo era una afirmacin hirviente, tumultuosa, de sangre y hoguera, recomendaba siemprede nuevo: Hay que criar coraza. No se engaaba, la Patria necesitaba caracteres recios. Por eso se dedica avivar los rescoldos del herosmo: Patria Mexicana, no todos tus hijos se han afeminado, no todos se hanhundido en el cieno; todava hay hombres, todava hay hroes.

    Pero don Cleto no se engaaba. Nadie puede llegar a ser un hombre de imperio, si primero no se hadominado a s mismo. Por eso les peda a los suyos que se volviesen abanderados de su propia personali-dad y caudillos de su mismo ser.

    Porque dentro de cada uno de ustedes les decahay un forjador en ciernes. Para forjarse a smismo no basta la cabeza bien formada, la inteligencia bien empleada. No bastan los filsofos y los maes-tros, por buenos que sean. La pura formacin intelectual no alcanza. Era preciso agregar el encarniza-miento de las propias manos, de las propias herramientas, del propio corazn, en caso contrario, todoquedar comenzado.

    Si se quiere hacer realidad la elevada y recia escultura viviente que Dios so para cada uno de noso-tros, habr que despertar al Fidias que duerme en nuestro interior. Si, por el contrario, se prefiere seguirsiendo un mero boceto informe, un trazo borroso sin consistencia, una personalidad enclenque, habr quecruzarse de brazos, permanecer en espera del forjador que nunca llegar, del obrero que debe salir de no-sotros mismos y que nunca saldr porque no hemos querido ni sospechar siquiera nuestra personalidad.

    Anacleto quera que los suyos tuviesen temple de hroes, que no cediesen jams a transacciones ycomponendas, ya que tarde o temprano stas lo llevaran a la ms ignominiosa de las capitulaciones. Pa-

    ra ello, deca, nada mejor que frecuentar a personalidades vigorosas, al tiempo que no dejarse intimidar porfalsas prudencias.Cuando habla de esto, su verbo se enardece: Habis invertido el mandamiento supremo, porque

    para vosotros, hay que amar a Dios bajo todas las cosas! Por evitar mayores males os despedazarn, y cadatrocito de vuestro cuerpo gritar todava dando tumbos: prudencia, prudencia! No temis a los que matanel cuerpo, sino el alma. Una sola noche de insomnio en un calabozo vale mucho ms que aos de fcilesvirtudes.

    Para formarse en la escuela del herosmo recomendaba Anacleto escoger cuidadosamente a los ami-gos, descartando los de espritu cobarde o los que de una u otra forma haban claudicado. El contagio de losamigos, sea para el mal o para el bien, resulta determinante.

    El da en que se logre encontrar un alto y firme valor de rectitud, de ideal y de carcter, habr quesellar con l un pacto de alianza permanente y unir lo ms estrechamente posible nuestra suerte, nuestro

    pensamiento y nuestra voluntad con ese nuevo complemento de nuestra personalidad, porque ser paranosotros un manantial fecundo de aliento y vitalidad.En medio de la borrasca poltica y religiosa, Anacleto soaba con alzar un muro de conciencias

    fuertes, de voluntades recias, de caracteres que sepan derrotar a la violencia bruta, no con el filo de la espa-da, sino con el peso irresistible y avasallador de una conciencia que rehye las capitulaciones y espera a piefirme todas las pruebas.

    Y a la verdad que dio ejemplo de ello, convencido de que el carcter es la base primordial de la per-sonalidad. Como dice un compaero suyo, se haba forjado una voluntad tenaz e inconmovible, exenta devolubilidad y extraa al desaliento, superior e indiferente a los obstculos y a la magnitud de los sacrificiosrequeridos. La cultiv directa y deliberadamente, imponindose una disciplina rigurosa en lo cotidiano ypequeo para contar consigo mismo en los grandes esfuerzos y en las contingencias imprevistas. Elaboradoun propsito, no descansaba hasta verlo realizado. La continuidad fue la caracterstica de su accin en todos

    los rdenes. Fecundo en iniciativas, no abandonaba jams la tarea comenzada, sino que la prosegua hastael fin.Otro de sus amigos nos dice: No recordamos en el Maistro el menor desfallecimiento ni la menor

    desviacin. Era una consumada realizacin de sus ideas y proyectos. En esta alianza indisoluble de la fe y lavida, de la doctrina que pregonaba y la conducta que segua, reside la principal razn de su influencia sobrelos dems. Personalidad rotunda, elevada, avasalladora. l mismo deca, citando a Goethe, que la capaci-dad del conductor depende de su personalidad. Si posee una personalidad hecha, martillada sobre yunquesslidos, si tiene una musculatura interior que no se cansa ni se abate, no le es necesario ni hablar, ni escri-bir, ni obrar; basta que se sienta la presencia de su personalidad, para que arrastre a los que lo rodean conla fuerza irresistible de la fascinacin.

    Miles de alumnos lo seguamos para escucharlo confirma uno de sus admiradores porquehablaba con autoridad, y sus palabras fluan como un torrente, proclamando el derecho y la verdad. Jams

    retrocedi ante las hogueras, ante las cruces, ante todo el aparato de ferocidad con que en esos tiempos senos amenazaba, ni lo tent la codicia cuando con dineros y halagos intentaron seducirlo.

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    Ni el calabozo, que conoci repetidas veces, logr doblegarlo. A una seora que le expresaba su aflic-cin porque en cierta ocasin haba sido detenido y llevado a la crcel, Anacleto le deca:

    Somos varios los jvenes que estamos presos, pero vivimos muy contentos en la crcel. Tenemos yaestablecido un catecismo para los dems prisioneros; rezamos todas las noches el rosario en comn, y en elda ya usted lo sabe, trabajamos, acarreamos la lea para la cocina, llevamos la basura Total, unas vac a-ciones pasadas por el amor de Dios. Pero no hay que dudar, este es el camino por donde los pueblos hacenlas grandes conquistas.

    No en vano haba escrito: En las pginas de historia del Cristianismo siempre se va a la crcel unda antes de la victoria. Cumpla a la letra aquello que atribua a los grandes conductores: acometividadpara abrirse paso y llegar; persistencia en quedarse, a pesar de todas las vicisitudes; y fuerte e incansableinquietud por dejar una sucesin. En este trabajo de formacin de dirigentes vea la necesidad de proponerparadigmas, espejos donde mirarse. Por ejemplo el gran obispo Manrquez y Zrate, de quien deca:

    Tiene en medio de nosotros un alto y fuerte significado. Es l, en la medida en que lo puede ser unhombre, la expresin ms alta de la soberana de la verdad y la recia arquitectura del orden moral forjadoen las fraguas nicas de la doctrina catlica El hombre moral ha aparecido con toda la fisonoma radiantey el gesto contagioso, invenciblemente contagioso, del Maestro.

    Segn lo sealaba ms arriba uno de sus discpulos, a Anacleto nunca le faltaron ocasiones, en elMxico oficial corrompido de aquel tiempo, de lograr una posicin econmica ms que regular. Estim co-mo grave injuria la proposicin que le hicieron algunos agentes de las logias, para que ingresase en la Ma-sonera, que deseaba contar entre los hermanos a un dirigente de sus talentos y arrastre. Los opositores de

    Anacleto tenan tambin amigos en el alto Clero. Abogados influyentes iban por la maana al Obispado ypor la tarde visitaban al Gobernador, proponiendo un cambio de tctica: en vez del enfrentamiento, la com-ponenda. No lo conocan a este hombre, que estaba a mil leguas de todas las transacciones y los enjuagues,por disimulados que fuesen, el mismo que deca:

    El gesto del mrtir ha sido en todos los tiempos el nico que ha sabido, que ha podido triunfar detodos los tiranos, llmense emperadores, reyes, gobernantes o presidentes.

    As fue Anacleto, el gran caudillo del catolicismo mexicano. Sus actividades pronto se tradujeron enuna intensificacin de la presencia de los catlicos, principalmente en el Estado de Jalisco. Se abandonabaya, en todos los ambientes, la apata y dejadez que durante tanto tiempo haban reinado. Era evidente quese estaban gestando los hombres del futuro poltico, cultural y religioso de Mxico.

    3. Hacia un catolicismo pletrico de juventud

    Con cierta preferencia, como dijimos, Anacleto se diriga sobre todo a la juventud. Justamente por-que pensaba que en su Mxico tan amado estaba declinando la esperanza, y por consiguiente la juventudlanguideca. Los horizontes eran cada vez ms pequeos, la mediocridad se encontraba a la orden del da; lonico que interesaba era lo microscpico, mientras las alturas parecan causar vrtigo. Muchos jvenes,replegados sobre s mismos, sufran el impacto de este ambiente, limitando sus anhelos a la satisfaccin delas pasiones y a los deleites materiales.

    Gonzlez Flores quiso arrancar a la juventud de su letargo, de manera semejante a lo que en sutiempo intent Scrates, hermano suyo en el espritu.

    Su instinto de moldeador de porvenir escribe Anacleto hablando del pensador griego le habahecho prendarse por encima de todas las bellezas de Grecia, de la juventud. Viva embriagado con el alientovirgen, fresco como de odre perfumado. Con las manos hundidas en el barro humedecido de las almas, y los

    ojos en espera hacia la dinasta remota del nuevo da. As lo sorprendi la muerte. Muri embriagado dejuventud y rodeado de juventud. Un pensador que lo quiso arriesgar y perder todo por la juventud.Seala Gmez Robledo que nadie adivin mejor que Anacleto la causa de esa actitud, la razn de ese

    enamoramiento. Lo adivin porque l mismo llevaba en s dichas razones. Fue una intuicin soberana laque le hizo entrever que el amor a la juventud no es sino el amor a la vida en su instante ms bello: cuandoes peligrosa y se juega por un ideal.

    En vez de un catolicismo integrado por hombres decrpitos de espritu, Gonzlez Flores soaba conun catolicismo militante, juvenil, dispuesto a vivir peligrosamente.

    Hemos perdido el sentido ms profundo, ms caracterstico de la juventud: la pasin del riesgo, lapasin del peligro. Medimos todos nuestros pasos, contamos todas nuestras palabras, recomponemos nues-tros gestos y nuestras actividades de manera de no padecer ni la ms ligera lastimadura y de quedar en pos-tura bellamente estudiada, no para morir, como los gladiadores romanos, sino para una sola cosa: para vi-

    vir, para vivir a todo trance. Y as agregason muchos los que no se atreven a mover ni un dedo, portemor a despertar las iras del enemigo. Se ha formado una generacin de viejos, que slo saben calcular,contar, comprar y vender, con la fiebre caracterstica de la vejez, que es la avaricia.

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    Todos recomiendan prudencia, y para ellos prudencia significa pensarlo todo, medirlo todo, cal-cularlo todo para salvar la tranquilidad y esquivar hbilmente todos los riesgos. Recomiendan quietud ymedida en los movimientos, al tiempo que condenan a los exagerados, como llaman a los que se jueganpor la verdad.

    Y esta es nuestra suprema enfermedad. Todas las dems parten de ella Hemos logrado conservarnuestra vida; todava la tenemos, todava nos pertenecer, pero enmohecida, como espada que nunca hasalido de la vaina, como rbol que no ha tenido ni agua ni sol. Se nos ofreci la vida en cambio de nuestrososiego y de nuestro silencio y de nuestra quietud, y slo se nos ha podido dar vejez arrugada y marchita.

    Ser preciso que la vida de los catlicos se rejuvenezca, sabiendo que el precio de la victoria ha sidosiempre el sacrificio y la lucha. Mientras los catlicos no nos decidamos a combatir, la victoria no vendr.Nosotros hemos querido obtener la victoria al precio de nuestra cobarda y de nuestra inercia. Pero ello noha sucedido. Tenemos que comprarla. Y su precio es el dolor, o al menos la fatiga y el esfuerzo. Habr queelevar el corazn, al conjuro de una sola frmula: vivir por encima de uno mismo. Esta frmula dicha hoy,maana, todos los das al sentir el roce clido de las alas nuevas de la juventud la echar toda entera contodos sus bagajes de roja y ardiente generosidad hacia todas las vanguardias.

    Recuerda Gonzlez Flores cmo cuando Platn quiso cuajar en el Fedn el recuerdo de su maestro,puso en los labios del mrtir estas palabras: El riesgo es bello y debemos embriagarnos con l.

    Lo que as comenta Anacleto: El riesgo fue la ms ferviente pasin de Scrates; haba apurado encada paso el cliz del riesgo, y tuvo razn para prendarse de la juventud, porque ante ella se encontr cara acara con la belleza insuperable del riesgo, al paso de las almas vidas de altura. De esta manera vivi

    Scrates, embriagado de riesgo, apurando el cliz del riesgo a cada paso, y entregando su cabeza al golpeltimo en plena embriaguez de riesgo: el riesgo supremo de perder la vida. Tal fue el maestro ms elevadoque tuvo la juventud de Atenas.

    Comentando las palabras de Anacleto afirma Gmez Robledo que ellas son definitorias para la in-terpretacin esttica de su magisterio. Am a la juventud con el mismo arrebato psquico con que el artistaintuye su creacin. Y es propio de los grandes artistas unir la intuicin a la aventura, jugarse la existenciapor la belleza.

    Vincular, como en Scrates y Gonzlez Flores, el artista, el maestro y el mrtir, es leccin eterna defortaleza. Sus muertes no fueron sino las nupcias sangrientas del artista con la belleza del riesgo.

    Insiste Anacleto en que el cristianismo est inescindiblemente unido con la juventud de espritu. SiTertuliano dijo que el alma humana es naturalmente cristiana, se puede decir igualmente que la juventud,por lo que tiene de permanente osada, es naturalmente cristiana. Ms an, la juventud se completa, se

    robustece y se asegura contra su debilitamiento o su extincin, ponindose bajo el aliento perpetuamentejuvenil de Cristo. Porque el cristianismo es la doctrina del riesgo, o mejor, la que nos permite cruzar victo-riosamente a travs de todos los riesgos.

    Incorporada la juventud de cada hombre en la juventud eterna de Cristo, se sumar una osada aotra osada; y sumadas esas dos grandes audacias, se formar el nudo que abarcar todos los destinos.

    Ser preciso desposar la propia juventud, que es la audacia de un da, con la juventud de Cristo, quees la audacia de lo eterno. Los jvenes debern juntar sus dos manos, todava mojadas en el odre de la vida,con las dos manos de Cristo, mojadas todava en la sangre de su audacia. He ah lo que afirmaba Lacordai-re: La juventud es irresistiblemente bella, con la belleza del riesgo, es decir, con la belleza de la osada, ytambin: La juventud es sagrada a causa de sus peligros. Habr que arrojarse en el mar del peligro, en lacorriente de los riesgos, con la cancin en los labios, con un gesto de desdn en la boca y con plena confian-za en el logro final. Esto es lo que necesita el catolicismo mexicano: una transfusin de juventud.

    Es de ella de donde deben salir los valores que acabarn con nuestro empobrecimiento y con nues-tra mediocridad y que saltarn por encima de todas las murallas para quebrar medianas, para pisar nuli-dades y para empinar a Dios, majestuoso y radiante, sobre los tejados y sobre los hombros de patrias y demultitudes. Nada de valores a medias; nada de valores incompletos; nada de valores que se aferran a suaislamiento, que titubean, que se ponen en fuga frente a la Historia y que se satisfacen con un milmetro detierra.

    Slo harn la gran revolucin, la revolucin de lo eterno, las banderas tremoladas por la juventudque todava le reza y le canta al joven carpintero que a los 33 aos comenz la nica verdadera revolucin,que es la revolucin de lo eterno, y que pasa por nuestras vidas como un huracn preado de herosmo.

    4. El enamorado del verbo

    Destaquemos el valor que Anacleto le atribua a la palabra, sea oral o escrita. Como orador, fue ful-gurante. Cual otro Esquilo, llen de almenas las alturas del lenguaje, con el fin de suscitar una estirpe de

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    hroes, al estilo de Godofredo de Bouillon, Guillermo Tell y el Cid, sus arquetipos favoritos, que se pusiesenal servicio de la Patria y de la Religin conculcadas.

    En un artculo titulado Sin palabras afirma que una falsa e infundada apreciacin del significadoque tiene la palabra, ha hecho que en estos ltimos tiempos se la arroje el margen de la vida, o cuando me-nos, se la coloque en un lugar muy secundario. Poco se confa en la palabra, como si lo nico importantefuese la accin. Los obreros que elevan edificios con palabras y no con ladrillos, son vistos con desdn,pensndose que una accin vale un milln de palabras. Ms bien debiera decirse que una accin es unapalabra reciamente moldeada en el crisol encendido de la carne y del pensamiento. Ello no es todo. Detrsde cualquier gran accin est la palabra, como germen, como impulso, como estimulante. Tres palabras seencuentran una pgina antes de la destruccin de Cartago, las de Catn: Delenda est Cartago. Frente a laRevolucin hemos carecido de las palabras adecuadas. Necesitamos empezar la obra de la reconquista.Solamente se comienza con palabras. No hay fuerza que pueda oponerse a la palabra cuando se la pone alservicio de la idea, abrindose paso entre los que la objetan.

    Anacleto privilegi la palabra oral, dando numerosas conferencias en los ms diversos lugares delpas, pero principalmente en Guadalajara. Famoso fue un discurso que pronunci en el atrio colonial delSantuario de Nuestra Seora de Zapopan, cercano a aquella ciudad, trepado en una pilastra del enrejado,frente a una multitud que colmaba el recinto de la plaza y los jardines adyacentes.

    En 1918, la ACJM de la ciudad de Mxico lo invit a dar una conferencia en la capital. Cuando lleg ala estacin, los que lo esperaban, que no lo conocan, quedaron poco impresionados por el tipo desgarbadode Anacleto, sus ojos hundidos y soadores. Horas despus subi al escenario con su atuendo sencillo, ante

    un auditorio donde predominaban los jvenes.Cuenta uno de ellos que los primeros diez minutos provocaron un gran desconcierto. sta es lamaravilla que nos manda Jalisco?, se preguntaban por lo bajo. Sin embargo, el tono del discurso, monto-no al principio, fue creciendo en vehemencia. Su pensamiento se lanz a las cumbres. Tras una hora, quepas fugazmente, la sala estall en aplausos. Vibraban nuestras almas al unsono con la suya, dijo uno delos oyentes.

    Su elocuencia no fue innata sino fruto de una larga preparacin. l mismo deca que Demstenes,desde el da en que sinti despertar su vocacin, padeci largos insomnios de aprendizaje y no descanshasta conseguir que su palabra se volviese capaz de ganar las batallas de la oratoria. Anacleto comprendaperfectamente la necesidad de usar bien de la palabra para el combate de las ideas, ya que en torno a ella setrababan las grandes batallas culturales. Haba que evitar el gastarlas para discusiones banales reservndolapara los temas trascendentes, en orden a rebatir las doctrinas errneas que pretendan conquistar la su-

    premaca sobre las inteligencias. Es all donde haba de resonar la palabra convincente.El genio escribi en uno de sus peridicosdebe interrogar todas las lejanas hasta que su pala-bra, como luminar esplendoroso encendido sobre la llanura, alumbre todos los senderos, de modo que losque la oigan pierdan su cobarda y se lancen por la ruta que le trazan las palabras.

    Aconsejaba insistentemente, practicndolo l mismo, una preparacin concienzuda de los temas portratar. Pero a la hora de pronunciar el discurso, le bastaba con determinar las lneas maestras, las ideasprincipales, dejando la expresin concreta a la inspiracin del momento.

    Cansados estamos ya del arraigado y envejecido y ruinoso expediente de salir a la tribuna a leer enun pergamino o en la propia memoria, frases pulidas y martilladas con un siglo de anticipacin, joyas talla-das en un taller distante y que han perdido la lumbre radiante que las transfigur, y el bro tempestuoso quelas dobl y abland, y la huella viva del hierro encendido, y la hoguera que llame sobre la frente del artfi-ce. Puos de rescoldo, ceniza muda y entristecida que jams podr reavivar una emocin fingida. Y esto es

    todo, menos elocuencia. Porque hoy ya nadie ignora que para que haya palabra totalmente elocuente espreciso que el canto resonante que dicen las rebeldas que se anudan, jadean y disputan la victoria, debehallarse plenamente presente delante del auditorio convulso, estremecido ante la batalla, aliado primero delhierro insurrecto, y despus, juntando el peso inmenso de su corazn y de su espritu y de sus pasiones, dellado del brazo que golpea y arroja todo: lumbre, yunque, herramientas, clavos y espadas fundidas en el to-rrente de la accin.

    Segn se ve, conceba el discurso como un torneo entre el pblico y el orador, muy diversamente delo que sucede en el caso del escritor, que enva a lo lejos su mensaje. Al tratarse del orador, ms lgica-mente, ms exactamente que decir que es su palabra la que realiza el milagro de la accin sobre los dems,es preciso decir que es el orador mismo, porque l mismo es la palabra elocuente y es su propia palabra.Tal fue su ideal en esta materia: identificarse l mismo con su palabra.

    Su oratoria no estaba exenta de cierto barroquismo, pero en modo alguno era vaca, sin contenido.

    Repeta su mensaje de mil maneras, hasta el hartazgo, como para hacerlo llamear en todas sus facetas,apuntalndolo incansablemente con nuevos argumentos y citas, hasta dejar la forja jadeante. No gustaba deabstracciones deshumanizadas y generalizadoras. Prefera las imgenes individuales y concretas. Su pen-

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    samiento segua la curva parablica y no la recta silogstica. Era un artista de la palabra, entendiendo quemientras el silogismo pasa, agotndose en el momento en que realiza su labor de conviccin, el smbolo nopasa, est preado de sugerencias, y por tanto se prolonga en sus efectos, luego de terminado el discurso.

    Mas no slo fue orador, sino tambin, aunque secundariamente, escritor. En los pocos aos de suactuacin pblica, logr gestar varias revistas: La Palabra, La poca, La Lucha. Pero fue sobre todo en elperidico Gladium, que apareca todas las semanas, donde Anacleto revel mejor su idiosincrasia, mezclan-do la especulacin doctrinal con el cuento jocoso y la narracin familiar. All sealaba los peligros del mo-mento, la situacin trgica de la Iglesia frente a la Revolucin, as como las medidas que haba que tomar.La revista tuvo amplia repercusin. Hacia fines de 1925 alcanzara la tirada de 100.000 ejemplares. MiguelGmez Loza estaba a cargo de la tesorera.

    Es preciso leer, les deca a sus jvenes, leer no slo revistas sino tambin y sobre todo libros. Ques un libro? Un polemista que tiene la paciencia de esperarnos hasta que abramos sus pginas para dilatarel imperio de un conquistador. Hunde su mano encendida en nuestras entraas. Porque todo l fue hechoen los hervores de la fiebre, bajo el largo insomnio, bajo el ansia nunca extinguida de quedar, de prolongar-se, de no morir. La obsesin de cada escritor es reproducirse en muchas vidas, renacer todos los das, ba-arse en sangre nueva, reaparecer en la larga hirviente que arroja todos los das el inmenso respiradero delmundo, rehacerse con el aliento espiritual de las almas en marcha. Cada libro se presenta baado en la san-gre todava caliente de nuevos e inesperados alumbramientos.

    As como un viajero, escriba, cuando tiene que hacer un largo camino sucumbe si lleva sus alforjasvacas, as la juventud que no lee se queda sin provisiones. Para que mantenga el ideal, la gallarda, la gene-

    rosidad, el arrojo y la audacia en pocas bravas, necesita de la ayuda de los libros. Alejandro Magno nohubiera llegado a ser Grande si no hubiese llevado consigo la Ilada, que tena siempre bajo su almohada;Aquiles, el hroe central de aquella epopeya, mantena enhiesta la llama del guerrero. El buen libro harque el joven lleve siempre vuelta la cara hacia el porvenir y logre clavar en las alturas la bandera de la vic-toria de su gallarda y de su atrevimiento.

    Anacleto fue un posedo del verbo, oral o escrito.

    IV. De la resistencia civil al combate armado

    Gonzlez Flores no limit su accin a individuos o a pequeos grupos, sino que la extendi a em-prendimientos de alcance nacional. Particularmente se interes en el problema obrero, siendo el ms deci-dido defensor de los trabajadores. Las injusticias del capitalismo liberal lo sublevaban. Conocedor avezado

    de la doctrina social de la Iglesia, abog por la organizacin corporativa del trabajo, dentro de los principioscristianos, y su papel fue protagnico en la concrecin de un enrgico despertar de la conciencia social enMxico. El Primer Congreso Nacional Obrero, celebrado el ao 1922 en Guadalajara, que congreg no me-nos de 1300 personas, con la asistencia de varios Obispos, tuvo en Anacleto a uno de sus principales gesto-res. Al fin qued organizada la Confederacin Catlica del Trabajo, que se extendi pronto por toda la Na-cin. Desgraciadamente este proyecto promisorio sera aplastado por la Revolucin.

    Ms all del problema obrero, Anacleto insista en la necesidad de organizar el conjunto de las fuer-zas catlicas, hasta entonces enclaustradas en grupsculos.

    Mientras nuestros enemigos afirmaba nos dan lecciones de organizacin, nosotros seguimosaferrados a la rutina y el aislamiento, aunque sabemos por experiencia que este camino slo conduce a laderrota. Continuamos confiando en nuestro nmero, satisfechos de que somos mayora en el pas. Pero asseguiremos siendo una mayora impotente, vencida, sujeta al furor de nuestros perseguidores. De nada

    valdr el nmero si no nos organizamos. Organizados, constituiremos una fuerza irresistible. Y, entonces s,nuestro nmero se har sentir.

    1. La Unin Popular y la oposicin pacfica

    Entusiasmado con el procedimiento de los catlicos alemanes que con su resistencia pacfica contrala dura campaa de Bismarck, conocida con el nombre de Kulturkampf, haban logrado imponerse en losdestinos de aquella nacin, crey que en el ambiente mexicano, tan distinto del alemn, se podran obtenerlos mismos resultados. Y as, inspirado en Windthorst, el gran adversario del Canciller del Reich, montuna organizacin a la que denomin Unin Popular. Haba all lugar para todos los catlicos. Cada uno deb-a ocupar un puesto, segn sus posibilidades, de modo que la accin del conjunto se tornara irresistible.

    Propuso Anacleto tres cruzadas. La primera fue la de la propagacin de los buenos peridicos, junto

    con la declaracin de guerra a los peridicos impos, que no se deberan recibir ni tolerar en el hogar. Lasegunda, la del catecismo, en orden a lograr que todos los padres de familia llevasen a sus hijos a la iglesiapara que recibieran all la enseanza religiosa; ms an, haba que tratar que se ensease el catecismo en el

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    mayor nmero de lugares posibles y se organizase la catequesis de adultos. La tercera, la cruzada del libro,que consista en limpiar de libros malos los hogares y procurar que en cada hogar hubiese al menos un libroserio de formacin religiosa. Escuela, prensa y catecismo deca, sern las armas invencibles de la poten-te organizacin.

    Quiso Anacleto que la Unin Popular llegase a todas partes, la prensa, el taller, la fbrica, el hogar, laescuela, a todos los lugares donde hubiese individuos y grupos. Es la obra que generalizar el combate porDios, deca, ya que urge que el pensamiento catlico se generalice en forma de batalla y de defensa. Estaorganizacin creci en gran forma, propagndose a los Estados limtrofes. Su rgano semanal, Gladium, alque ya hemos aludido, explicaba su propsito: hacer que todos los catlicos del pas formasen un bloque defuerzas disciplinadas, conscientes de su responsabilidad individual y social, y en condiciones de movilizarserpidamente y de un modo constante, sea para resistir el movimiento demoledor de la Reforma, sea paraponer en marcha la reconquista de las posiciones arrebatadas a los catlicos.

    Para el logro de tales objetivos, deban aunarse todos los esfuerzos, desde los econmicos hasta losintelectuales. Con engranaje sencillo y sin oficinas burocrticas, la Unin Popular controlaba a ms de cienmil afiliados que se distribuan por todos los sectores sociales, tanto en la ciudad como en el campo. Nadiedeba quedar inactivo. Todos tenan una misin propia que cumplir para concretar el programa de accindelineado por el maistro Cleto y llevado a la prctica con certera eficacia por su colaborador ms estre-cho, Miguel Gmez Loza.

    Cuando en el orden nacional apareci una nueva institucin, la Liga Defensora de la Libertad Reli-giosa, Anacleto no se sinti emulado. Ambas organizaciones trabajaban para los mismos fines. Durante

    algn tiempo mantuvo independiente a la Unin Popular. Era natural, ya que este movimiento concentrabala mitad del poder con que se contaba en todo el pas para resistir eficazmente las acometidas del Gobierno.As lo entendieron tambin los dirigentes de la Liga, adoptando incluso algunos de los mtodos de la UninPopular. La ventaja era el carcter nacional de la nueva organizacin, que permita formar cuadros en todoel pas, con jefes de manzana, de sector, de parroquia, de ciudad, de provincia, etc. La idea era llegar conuna sola voz, con una sola doctrina, con las mismas directivas a todo Mxico, en orden a vertebrar la multi-tud hasta entonces informe y atomizada. Al fin, la Unin Popular qued como sociedad auxiliar y confede-rada de la Liga. El mismo Anacleto fue designado jefe local de la Asociacin Nacional.

    La Liga consideraba como hroes paradigmticos a Iturbide, Alamn, Miramn y Meja, y repudiabapor igual a los liberales, masones y protestantes, aquellos adversarios que haba sealado Anacleto, trescabezas de un solo enemigo que trataba de destruir a Mxico a travs del imperialismo norteamericano. Elproyecto de la Liga, que empalmaba con el de la ACJM, era restaurar todas las cosas en Cristo, fiel al le-

    ma comn: Por Dios y por la Patria. El programa, simple pero completo: piedad, estudio y accin. Supropagacin tuvo todas las peculiaridades de una cruzada. Sobre esa base se fue educando una generacinde jvenes que aprendieron a detectar y aborrecer al enemigo, exaltando el Mxico verdadero, el de la tradi-cin catlica e hispnica, asimiladora del indgena.

    Con el acceso a la presidencia de Elas Plutarco Calles, la persecucin arreci. El 2 de julio de 1926 sehizo pblica la llamada Ley Calles, atentatoria de todas las libertades de la Iglesia. Deba entrar en vigor el31 de julio de dicho mes. Tres das despus de su publicacin, se dio a conocer una Carta Colectiva del Epis-copado Mexicano, en la que se haca saber que no era posible sujetarse a aquella ley, y por tanto, en seal deprotesta, los cultos se suspenderan a partir de las 12 de la noche del 31 de julio. Esta decisin irrit al tiranoy fue motivo suficiente para declarar rebeldes a obispos y sacerdotes al punto que en todos los rincones delpas empezaron a caer asesinados o prisioneros.

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    Ante esta agresin brutal, Anacleto, juntamente con los dems dirigentes catlicos, declar el boicoten todo el territorio nacional. Este mtodo se haba ensayado en Jalisco aos atrs, en 1918, a raz de undecreto local, vejatorio para la Iglesia.

    No compre usted absolutamente nada superfluo. Lo necesario, cmprelo a un comerciante recono-cidamente catlico, y que la mercanca sea producto de una fbrica cuyos propietarios y empleados seancatlicos. No compre nada a los enemigos.

    Siempre se caminaba de a pie, nada de paseos y diversiones; el servicio de luz qued reducido almnimo. En aquella ocasin el mtodo result, ya que el decreto infame tuvo que ser derogado.

    Ahora se retom dicho procedimiento. Al principio, los perseguidores se burlaban de este modo delucha. Calles lo llam ridculo Pero bien pronto comenzaron a sentir sus efectos: el comercio se resinti,muchos teatros y cines debieron cerrar sus puertas, mermndose as, por innumerables canales, el dineroque aflua a las arcas del Gobierno. En Arandas, uno de los pueblos de Jalisco, se haba pedido que nadiecomiera carne hasta nuevo aviso. Daba la casualidad de que el dueo de la carnicera era el intendente. Nohubo un solo cliente, fuera de los funcionarios. En Guadalajara fueron excluidos del consumo los cigarrillosel Buen Tono porque su gerente haba condecorado pblicamente a Calles en nombre de las LogiasMasnicas Mexicanas, por su actuacin poltica en materia de cultos.

    Una copla popular cantaba: Lanzarse al boicot / sin un alfiler / al grito de gloria y de triunfo / quedice Viva Cristo Rey! / Gritar con pasin, / volver a gritar / a cada descarga / con que intenten el grito aca-llar.

    El boicot fue finalmente declarado criminal y sedicioso y con verdadera saa se persigui a sus

    gestores. Pero los catlicos no retrocedieron.2. El paso a las armas

    Lleg el 31 de julio de 1926, que era el da sealado por el decreto presidencial para que entrara envigor la ley de cultos. Y era tambin la fecha que el Episcopado haba fijado para suspender el culto en todoslos templos del pas. La efervescencia fue enorme. A la medianoche del 31, los sacerdotes hicieron abandonode las iglesias, que quedaron al cuidado de los fieles. Comenzaron entonces los tumultos callejeros. En Gua-dalajara, un numeroso grupo de jvenes se congreg frente el Santuario de Guadalupe, gritando: VivaCristo Rey, mueran los perseguidores de la Iglesia.

    Por aquel entonces nadie pensaba, ni por asomo, en recurrir a las armas. Ello era tan cierto que en elcaso particular de Jalisco la resistencia pasiva patrocinada por Anacleto fue interpretada por el Gobierno

    como una actitud medrosa y cobarde, llamando a Jalisco el gallinero de la Repblica.El presidente Calles haba dicho con total claridad, en una entrevista concedida a un grupo de catli-cos, que slo haba tres caminos para resolver el problema religioso: O se someten a las leyes, o acuden alas Cmaras, o toman las armas. Para todo estoy preparado. Someterse a las leyes, segn l lo entenda, noera sino aceptar la destruccin de la Iglesia. Se intent as el segundo camino, recurriendo a las Cmarascon un memorandum, firmado por dos millones de personas, donde se peda formalmente la revisin de laley. Tambin ello fue intil; el documento y las firmas fueron a parar al cesto de los papeles. Se haban pues-to ya todos los medios pacficos. No habra llegado la hora del combate armado? As lo pensaba el ve-hemente Armando Tllez Vargas:

    Nada tan frecuente como que los catlicos de figurn, los catlicos de fiestas de caridad, de antesa-la de Obispos y de primera fila de Pontificales, traten de contener los mpetus valerosos y justificados de laporcin que quiere luchar Porque eso es lo que hacen los catlicos paladines de la prudencia y de la resig-

    nacin, negar la Verdad. Niegan la Verdad cuando aseguran que es precisa la sumisin a la autoridad ileg-tima y perseguidora de la Iglesia; cuando claman por la obediencia a las leyes tirnicas que tratan de sobre-ponerse a las leyes divinas; cuando invocan la mansedumbre cristiana para abstenerse de salir a la defensade la Iglesia El enemigo mayor no est fuera; est en casa vestido de hombre piadoso, de intelectual degabinete, de filntropo!

    Aparentemente, slo quedaba alzarse en armas, el ltimo de los tres caminos que el propio Calleshaba sealado con anticipacin. Muchos catlicos comenzaron a pensar seriamente en dicha posibilidad,dispuestos a enfrentar con la fuerza al agresor injusto, conculcador de vidas y de haciendas, y de algo quevale infinitamente ms: la fe, los derechos de Dios. Pronto las cosas pasaron a los hechos, formndose es-pontneamente pequeos grupos armados.

    Algunos Obispos estaban en contra de dicha decisin. Otros, a favor. Nombremos, entre estos lti-mos, a Francisco Orozco y Jimnez, el eminente obispo de Guadalajara. Era Orozco un hombre de gran cul-

    tura, que haba estudiado en la Universidad Gregoriana con maestros como Mazzela y Billot, versado prin-cipalmente en historia. Cual buen pastor, recorri su dicesis de punta a punta, con frecuencia a caballo. LaRevolucin lo persigui con saa, expresin, segn l mismo dijo, del odio de la Masonera contra m. Su

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    vida fue un continuo desafo a la poltica religiosa del Gobierno, en constante zozobra y en peligros muchasveces inminentes. Durante cincuenta aos fue obispo de Guadalajara, vindose cinco veces desterrado de susede. Se lo ha llamado el Atanasio del siglo XX. Actualmente est en proceso de beatificacin.

    Para serenar la conciencia de los catlicos en lo tocante a la licitud del levantamiento se consult alos mejores telogos de las Universidades Romanas, los cuales respondieron que en las presentes circuns-tancias de Mxico, la defensa armada, ya que se han agotado los medios pacficos, no slo es lcita sino has-ta obligatoria para aquellos que no estn impedidos. Y agregaban que sera un pecado prohibir a los ciu-dadanos catlicos hacer uso de ese derecho de defensa que poseen.

    En 1927, el Episcopado fij en un documento su posicin al respecto. All se afirmaba que los Obis-pos haban manifestado su inconformidad con las leyes promulgadas, as como el propsito de lograr surevisin. En lo que se refiere a los movimientos armados, se deca que aunque el Episcopado era ajeno aellos, cualquiera que conozca la doctrina de la Iglesia sabe que hay circunstancias en la vida de los pueblosdonde se torna lcito defender por las armas los derechos que en vano se ha procurado poner a salvo pormedios pacficos. No se trataba, pues, de una insurreccin injusta, sino de un movimiento de legtima de-fensa. Un terrible duelo se haba declarado entre un pueblo que luchaba por su fe, y un Gobierno que sehaba vuelto sordo a sus reclamos. Por tanto, concluan, tanto la Liga Nacional Defensora de la LibertadReligiosa, como los catlicos en particular, si bien en el terreno religioso deben obediencia a los Obispos,son perfectamente libres en el ejercicio de sus derechos cvicos y polticos.

    Dicha Pastoral Colectiva fue confirmada por el Santo Padre. Como pudo leerse en aquellos das en elOsservatore Romano, al pueblo que no consenta en someterse a la tirana no le quedaba otro recurso que

    la rebelin armada. Fue sobre todo desde Guadalajara, con el apoyo de Chamula, como apodaban susadversarios al obispo Orozco y Jimnez, de donde parti el gran levantamiento cristero, que luego se exten-dera a varios Estados de Mxico.

    3. La actitud de Anacleto

    Anacleto no se senta inclinado al recurso de la lucha armada. En un medio como el mexicano, tanpropenso a las soluciones violentas, prefera la resistencia pasiva, a la que haba recurrido anteriormente yque ahora estaba dispuesto a replantear hasta en sus menores detalles. No porque en principio rechazase eluso de la fuerza, dada la situacin a que se haba llegado. Pero pensaba que yendo a las armas se le haca eljuego a Calles, enfrentndolo en un terreno donde ciertamente tendra ventaja. En cambio, sostena, la fuer-za bruta, arma nica de la Revolucin, se rompera como espada enmohecida al sentir no el choque del hie-

    rro sino de los caracteres que no capitulan, de aquellos capaces de repetir el grito de los que rodeaban a Na-polen en la derrota de Waterloo, el grito de los fuertes: La guardia perece pero no se rinde. Pona tam-bin como ejemplo la actitud serena y gallarda de los primeros mrtires, agregando que en todos los tiem-pos el gesto del mrtir ha sido el nico que logr triunfar de los tiranos.

    Por eso su mensaje era una permanente convocatoria al martirio. Nos basta con la fuerza moral,deca. Y tambin: La Iglesia est nutrida de sangre de len. No se tiene derecho de renunciar a la prpura.Estamos obligados a mojarla con nuestra sangre. Por lo dems, lo que se escribe con sangre queda escritopara siempre, el voto de los mrtires no perece jams. Era el famoso plebiscito de los mrtires, de quehablara con emocin en uno de sus alegatos.

    Anacleto no buscaba tanto el triunfo prximo cuanto la proclamacin heroica y martirial de la ver-dad. Mrtires ofrend la Iglesia primitiva, escriba, mrtires la epopeya de la cristianizacin de los indios,mrtires produjo la Revolucin francesa En esta cadena de mrtires echa sus races la esperanza moral de

    la Patria. Por ellos, y slo por ellos, ha de llegar el da en que triunfe la verdad. Esta idea de Gonzlez Floresnos trae al recuerdo una reflexin de Mons. Gay, obispo auxiliar del cardenal Pie, y es que la Iglesia vive dedos principios, de dos sangres; de la sangre de Cristo, que se vierte msticamente sobre el altar, y de la san-gre de los mrtires, que se derrama cruentamente sobre la tierra. Ni la Misa ni el martirio faltarn jams enla Iglesia.

    Mientras la carne tiembla afirma conmovido Anacleto, el mrtir, envuelto en la prpura de susangre como un rey que se tiende al morir, en un esfuerzo supremo y definitivo por salvar la soberana delalma, abre grandemente sus ojos ante el perseguidor y exclama: creo. Ha sido la ltima palabra, pero tam-bin la expresin ms fuerte y ms alta de la majestad humana.

    Cuando empezaron a caer los primeros mrtires mexicanos, en las cercanas del templo de Guadalu-pe, escribi:

    Hoy nos han cado cargas de flores, sobre el altar de la Reina Hoy la Reina ha recibido la ofrenda

    de nuestros mrtires; ha visto llenarse las crceles con los audaces seguidores de su Hijo; ha odo resonar ytemblar los calabozos, en un delirio de atrevimiento santo, de osada sagrada Y seguir la ofrenda. Porqueya sabemos los catlicos que hay que proclamar a Cristo por encima de las bayonetas, por encima de los

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    puos crispados de los verdugos, por encima de las crceles, el potro, el martirio y de los resoplidos de labestia infernal de la persecucin. Y seguir habiendo mrtires y hroes hasta ganar la guerra y llevar