Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

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1 Símbolos inadvertidos en ‘El almohadón de plumas’ de Horacio Quiroga Patricia G. Montenegro Cheyney University of Pennsylvania Al terminar “El almohadón de plumas”, el narrador establece una indiscutible relación entre Jordán y el insecto monstruoso refiriéndose, aparentemente en un descuido, que más bien resulta intencional, a la “boca” del insecto, para después corregirse señalando: “su trompa, mejor dicho”. Con este aparente error, se le proporcionan al lector las herramientas inequívocas para la interpretación del insecto al cual se le identifica de inmediato con Jordán que, a diferencia del insecto, sí tiene boca. Como el mismo narrador nos provee las claves para la interpretación del parásito, todo propósito contrario parecería inútil. Sin embargo, la asociación que se establece entre el parásito y Jordán, identificando a éste último como único responsable de la muerte de Alicia, no es definitiva. Al terminar el cuento, en el párrafo final el narrador afirma: “estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes.” 1 Cabe preguntarse entonces cuáles son las condiciones que permiten ese desarrollo monstruoso. Entre la multitud de factores que pueden mencionarse, uno de ellos nos ofrece una explicación bastante convincente: se trata de una sociedad victoriana que ha perfilado el carácter de Alicia y el de Jordán creando un conjunto de condiciones apropiadas para el desenlace fatal. Ella, una mujer frágil, angelical, soñadora, sumamente sensible, dependiente de su esposo, incapaz de expresar su necesidad afectiva, queda reducida a un objeto de placer. Él, un hombre alto, fuerte, sostén de su hogar, reservado hasta la mudez, se mantiene duro, egoísta, insensible: ambos, aceptables para los estándares victorianos: y su mutuo, incuestionable consentimiento a éstos, la otra causa de la muerte de Alicia. Desde un principio, se presenta una serie de señales que aluden a una mentalidad victoriana plasmada en el ambiente que rodea a los dos personajes principales: Alicia y Jordán. La casa de los recién casados no es el hogar acogedor, repleto de colores y sensaciones que puedan despertar la pasión de un amor romántico. Por el contrario, la descripción de la casa devela rigidez, puritanismo, frialdad; tanto, que el narrador mismo se refiere a ella como un “palacio encantado”. El únicio color incluido en la descripción de la casa es el blanco que, por lo general, se asocia con la pureza en la sociedad occidental. Las directrices de un puritanismo victoriano que exige orden, 2 buena conducta, rectitud y honestidad, aunque, en muchos casos fueran sólo para simular, como en el de Alicia y

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1Símbolos inadvertidos en ‘El almohadón de plumas’

de Horacio Quiroga Patricia G. Montenegro

Cheyney University of Pennsylvania

Al terminar “El almohadón de plumas”, el narrador establece una indiscutible relación entre

Jordán y el insecto monstruoso refiriéndose, aparentemente en un descuido, que más bien resulta

intencional, a la “boca” del insecto, para después corregirse señalando: “su trompa, mejor dicho”.

Con este aparente error, se le proporcionan al lector las herramientas inequívocas para la interpretación

del insecto al cual se le identifica de inmediato con Jordán que, a diferencia del insecto, sí tiene boca.

Como el mismo narrador nos provee las claves para la interpretación del parásito, todo propósito

contrario parecería inútil. Sin embargo, la asociación que se establece entre el parásito y Jordán,

identificando a éste último como único responsable de la muerte de Alicia, no es definitiva. Al

terminar el cuento, en el párrafo final el narrador afirma: “estos parásitos de las aves, diminutos en el

medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes.”1

Cabe preguntarse entonces cuáles son las condiciones que permiten ese desarrollo monstruoso.

Entre la multitud de factores que pueden mencionarse, uno de ellos nos ofrece una explicación

bastante convincente: se trata de una sociedad victoriana que ha perfilado el carácter de Alicia y el de

Jordán creando un conjunto de condiciones apropiadas para el desenlace fatal. Ella, una mujer frágil,

angelical, soñadora, sumamente sensible, dependiente de su esposo, incapaz de expresar su necesidad

afectiva, queda reducida a un objeto de placer. Él, un hombre alto, fuerte, sostén de su hogar,

reservado hasta la mudez, se mantiene duro, egoísta, insensible: ambos, aceptables para los estándares

victorianos: y su mutuo, incuestionable consentimiento a éstos, la otra causa de la muerte de Alicia.

Desde un principio, se presenta una serie de señales que aluden a una mentalidad victoriana

plasmada en el ambiente que rodea a los dos personajes principales: Alicia y Jordán. La casa de los

recién casados no es el hogar acogedor, repleto de colores y sensaciones que puedan despertar la

pasión de un amor romántico. Por el contrario, la descripción de la casa devela rigidez, puritanismo,

frialdad; tanto, que el narrador mismo se refiere a ella como un “palacio encantado”. El únicio color

incluido en la descripción de la casa es el blanco que, por lo general, se asocia con la pureza en la

sociedad occidental. Las directrices de un puritanismo victoriano que exige orden,2 buena conducta,

rectitud y honestidad, aunque, en muchos casos fueran sólo para simular, como en el de Alicia y

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2Jordán, cristalizan en una casa donde las apariencias vencidas por su propia inconsistencia,

irónicamente, producen lo contrario: un vampiro y un insecto monstruoso.

Uno de los materiales de construcción a los que se alude en la descripción de la casa es el mármol,

caracterizado por su dureza y por su frialdad. El narrador no se limita a hacer referencia a esta

cualidad una sola vez, sino que reitera el carácter frío de la atmósfera con el uso de un epíteto

exagerado, “glacial,”3 que le añade un tono mórbido al relato, pues el hogar, que debiera ofrecer calor

a sus residentes para fomentar la vida, se insinúa como lo opuesto, un espacio frío, propio de los

muertos, un mausoleo. Otro de los atributos de la casa que la presenta como una tumba de

proporciones inmensas es el abandono. Ninguna tumba está continuamnte cuidada. El cuidado,

sinónimo de amor, como se verá más adelante, ciertamente existe en el hogar de Alicia y Jordán,

aunque sofocado por las convenciones sociales. Con dichos atributos en su descripción, el narrador ha

trazado ya el derrotero de la trama que se va a desarrollar dentro de los límites de esta atmósfera

mortal para Alicia:

La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso

-frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado.

Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba

aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco

en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

(Quiroga 71)

Como al otoño se le asocia con la muerte, esta misma descripción en que la “casa producía una

otoñal impresión”, prefigura el fallecimiento de Alicia. No sorprende entonces que al lugar se le

identifique con un “palacio encantado”, es decir, con un espacio irreal y, por ende, muerto. De ahí

también el frío que proviene no sólo de las paredes, sino de la falta de contacto humano, de la

incomunicación entre Alicia y Jordán. Por otra parte, cuando el narrador crea en el lector la imagen de

un espacio irreal, sienta los precedentes para que al final resulte fantásticamente lógico el desenlace

donde se descubre el insecto monstruoso. Dentro de este espacio fantástico, es posible encontrarse un

monstruo igualmente fantástico. Esta consistencia de elementos fantásticos contribuye, en gran

medida, a mantener la verosimilitud hasta el final del cuento.4

Con respecto a otros estilos literarios, se puede observar un cambio en la selección de elementos:

la rigidez plasmada en el mármol, la pureza del color blanco y la exagerada frialdad del estuco no

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3encajan ya en el sensualismo del ambiente romántico ni tampoco en el modernismo. Las

descripciones carecen del oropel preciosista asociado con este último movimiento. Se trata de una

transición al naturalismo con su intento de análisis científico, como ya lo han señalado algunos

críticos5 lo cual deja su huella en Quiroga quien, al desarrollar a su personaje Alicia, establece una

serie de factores, causas, efectos, condiciones sociales y circunstancias de su enfermedad y de su

muerte.

Para la caracterización más inclinada a lo científico, las descripciones que pretenden ser más

objetivas y las tramas que proponen nexos de causalidad entre algunos hechos o circunstancias

y observaciones influídas por teorías experimentales, el naturalismo jugó un papel preponderante.

Habiendo establecido las diferencias entre distintas especies y la frecuente supervivencia del más

fuerte en el reino animal, esta doctrina dio origen al evolucionismo que, apoyado en ella, legitimaba el

abuso de los más débiles perpetrado por los más fuertes. Una vez sentadas las bases de una “verdad

científica” y echando mano de la autoridad que les confería el discurso de esta índole, los

evolucionistas justificaron todo tipo de ultrajes: que las fábricas explotaran a los niños, que los

blancos esclavizaran a los negros o que los hombres denigraran a la mujer por considerarla un ser

inferior. Al final, terminaron concibiendo “la sociedad victoriana como la culminación del proceso

evolutivo”.6

Durante el siglo XIX, el naturalismo ejerció una gran influencia sobre la sociedad inglesa; su

importación y la acogida de ésta y otras teorías afines en Argentina (lugar donde vivió Quiroga), se

llevó a cabo gracias a Bartolomé Mitre (presidente del país gaucho), quien para impulsar la economía

y el desarrrollo social de dicha nación, abrió las puertas a la inversión inglesa. Auque en el terreno

literario, el naturalismo hubiera llegado a la Argentina por medio de la influencia de Zolá, a quien

siguió el argentino Eugenio Cambaceres cuya obra tuvo una gran acogida en el país, las relaciones

económicas con Inglaterra dejaron una influencia bastante profunda en las tradiciones familiares

donde prevalecían los patrones sociales de corte victoriano. Quiroga debió observar con una

perspectiva crítica el perjuicio del modelo victoriano familiar en la mujer.7

Es en este marco de evolucionismo, tradiciones victorianas y naturalismo, combinado con

resabios románticos y modernistas,8 donde se desarrollan los personajes de “El almohadón de

plumas”. La caracterización de Alicia como una mujer hipersensible, frágil y vunerable a la que

bastaba acariciar para que se desvaneciera, pertenece aún, como una última pincelada antes de su

desaparición, al estilo romántico: “de pronto, Jordán con honda ternura le pasó muy lento la mano

por la cabeza y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró

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largamente, todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve caricia de Jordán” (Quiroga

72).

Sin embargo, la secuencia de descripciones que siguen al decaimiento de Alicia están

desprovistas del alambicado sentimentalismo predominante en los relatos románticos y que, en este

caso, el narrador substituye con una observación de tono naturalista en la cual se mezclan términos

que bien podrían formar parte de un historial clínico (síncope, delirio, anemia, alucinaciones). El

enfoque no se encuentra ya en la pasión, en los sentimientos, ni en el paroxismo del dolor de ninguno

de los personajes principales, sino en la enfermedad, en el esfuerzo por establecer las causas de ésta:

interés propio del naturalismo.

A los rasgos anteriores se añade la dependencia de Alicia cuya vida ha pasado de una irrealidad a

otra. Presa de sus sueños, había vivido primero esperando que Jordán le demostrara su cariño: “sin

duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor; más expansiva e incauta

ternura” (Quiroga 71). Decepcionada, después de tres meses en espera inútil de un Jordán más tierno

y emotivo, sustituye ahora la irrealidad de sus sueños, despierta, con el abandono de sí misma, de todo

pensamiento y de la vida cotidiana a la ilusión de la llegada de su esposo que ella se había forjado en

la imaginación: “y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegaba su

marido” (Quiroga 72).

Con el abandono de sí misma, su dependencia de Jordán y su ensoñación, Alicia ha cavado su

propia tumba; ha muerto antes de morir. A lo largo del cuento, el espacio narrativo dentro del cual

este personaje sucede, se limita a su casa; jamás se la ve salir, visitar o recibir amigos ni relacionarse

con el mundo extrerno, ni siquiera con su familia. Su debilidad comienza con la falta de contacto con

la realidad. En ese aislamiento se inicia su muerte, en su mente, cuando no vive por ideal propio

alguno, sino que gira única y exclusivamente en torno a la presencia de Jordán –otro ser mortal- como

si éste fuera un dios. Esta es la muerte psicológica de la mujer victoriana: estar confinada al ámbito

doméstico, sin voz ni voto, deificando a su esposo. Pero a la vez, al ser idealizada por las clases altas

que la ven como un ser angelical, aunque sea sólo para mantenerala al servicio del hombre, se la eleva

a un plano sobrenatural. En su calidad de ángel, se espera que cultive virtudes de manera absoluta

como la “incorruptibilidad” y la “infabilidad”. No hay que olvidar que la tradición victoriana

gravitaba en derredor de un orden absolutista que para preservar los principios liberales de la

burguesía que la sostenían, debía emitir reglas de la misma naturaleza: absolutas.9 Es interesante

observar que la terminología de los ensayos victorianos incluye una serie de palabras acordes. En su

ensayo, “Sesame and Lilies”, John Ruskin coloca a la mujer en un pedestal y la deifica exigiendo de

ella que se comporte como una diosa pero, al hacerlo, la deshumaniza: “she must be enduringly,

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5incorruptibly good; instinctively, wise – wise, not for self development, but for self-

renunciation; wise, not that she may set herself above her husband, but that she never fail from his

side.10 (el subrayado es mío)

No se cuestionan las virtudes en sí, sino el grado exagerado, extremo de tal exigencia: su

excesiva rigidez. ¿Quién puede dudar de la incorruptibilidad si ésta constituye un fundamento esencial

tanto para el matrimonio como para la sociedad? Lo que se pone en tela de juicio es el uso de

términos tan categóricos para decretar que la mujer nunca (never) se aparte del hombre, elevándolo así

a la categoría de dios lo cual augura el malogro del matrimonio que, fundado sobre ideales extremos,

difícilmente puede sostenerse. Los ideales absolutos, sin Dios que es el absoluto, a duras penas

pueden perdurar. De ahí que las relaciones interpersonales basadas en esta manera de pensar estén

condenadas al fracaso, por estar cifradas en la mutua mtificación de los miembros, en el mito del

hombre y la mujer perfectos. El apego absoluto a un ser mortal no puede perdurar, ése es el otro

motivo del fracaso de la relación entre Alicia y Jordán: su irrealidad. No extraña que esta relación se

halle inscrita en un “palacio encantado;” con ello Quiroga logra crear una excelente simetría entre la

irrealidad de los personajes y la de su medio ambiental.

Cuando el narrador dice que Alcia rehusaba pensar en nada hasta que llegaba su esposo, nos

revela el parasitismo de ésta. Sin vida ni ideales propios, girando única y exclusivamente en torno a su

esposo, Alicia quiere extraer de Jordán la vida de la cual carece. Sin embargo, debido a su propio

distanciamiento impuesto por patrones culturales, éste no se presta a dicho juego. Lógicamente, las

repercusiones físicas no se hacen esperar y Alicia empieza a enfermar. La correlación que establece el

autor entre la enfermedad de Alicia y su dependencia de Jordán por medio de la contigüidad textual es

bastante clara: “y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegaba su

marido. No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que arrastró insidiosamente

días y días” (Quiroga 72). Situada dentro de una temática naturalista, esta estructuración le permite a

Quiroga conectar una secuencia de hechos para construir la trama a manera de “estudio científico”

sobre las causas invisibles, pero reales de la enfermedad de Alicia.

El otro miembro de la pareja, Jordán, también se perfila como una figura victoriana, excepto que

no sólo aparece como un hombre de familia respetable, honorable, sino que manifiesta dos extremos.

Por un lado, encarna la aparente solidez de las convenciones e ideales victorianos en su aspecto

exterior al cual difícilmente le podría reprochar algo la sociedad en que vive. El hecho de ser

reservado, duro, imperturbable lo afirma en su posición de hombre venerable que, para las exigencias

victorianas, resulta el perfecto espécimen. Basta echar un vistazo a una descripción histórica de la

época vitctoriana para constatar que varios de los rasgos característicos de Jordán coinciden con ésta:

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Una gran rigidez moral caracterizó a la sociedad de dicho periodo histórico. La época victoriana

tenía sed de vigor, de corrección, de dignidad y aspiraba a la estabilidad moral humana de

manera que el romanticismo, los sentimientos, las emociones, es decir, las “aventuras”, no

provocaban sino desconfianza y desprecio. El buen burgués soñaba con el orden absoluto, con

una sociedad donde las emociones y los sentimientos debían ocultarse. (Rigamonti)

Se puede observar la “rigidez moral” de Jordán en las imágenes que usa el narrador para aludir a

la atmósfera creada por éste y por sus reacciones ante las expectativas afectivas de Alicia:

“sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor; más expansiva e incauta

ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre” (Quiroga 71).

En este pasaje, dentro de una caracterización naturalista que intenta ceñirse a tendencias

cientificistas, apenas si se puede percibir la dimensión afectiva de Jordán, quien carece de rasgos

románticos y peor aún, de sentimientos y emociones, como lo subraya la descripción histórica. Este

personaje parece estar deshumanizado ya que ha perdido la capacidad de ser libre y espontáneo para

demostrar su amor lo cual se observa en las expectativas frustradas de Alicia. Y al carecer de ese elan

vital constitutivo e imprescindible a todo ser humano que, no obstante, aflora distorsionado sólo de

noche para extraerle la vida a su mujer, Jordán deja de estar vivo en su tipo particular de dependencia

o parasitismo; de ahí que Quiroga lo haya convertido en símbolo de un vampiro.11

El amor difícilmente puede desarrollarse sobre las premisas cientificistas adoptadas por la

ideología victoriana que sugieren la cantidad de emoción que se debe sentir o aconsejan tener

precaución al demostrar ternura, incluso dentro del matrimonio. Al elegir este léxico que interpreta el

pensamiento de Alicia, Quiroga logra socavar la supuesta validez de normas tan rígidas que despojan a

cualquier matrimonio de una dinámica emocional-afectiva e interpresonal necesarias para florecer y

dar fruto. Precisamente, el efecto que produce en Alicia la actitud indiferente y represiva de su amado

esposo suspende su relación, la aniquila levantando un muro impenetrable que impide entre ambos la

comunicación amorosa.

Al no haber comunicación verbal entre Alicia y Jordán, el diálogo entre ambos, como elemento

narrativo, es escaso, casi nulo, y cuando se llega a dar es breve, tan lacónico como Jordán; sólo existe

durante las alucinaciones de Alicia, por la noche, tiempo en que cobran vida los vampiros. Con todo,

la función de estos diálogos consiste en revelarle al lector la imagen inconsciente que Alicia se ha

formado de su propio esposo: un monstruo. Este es el otro extremo de la personalidad de Jordán: su

monstruosidad que, aunque oculta a los ojos de la sociedad, no deja de tener efectos nocivos y trágicos

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7en la vida de Alicia. El carácter veladamente monstruoso de Jordán sienta uno de los

precedentes que refuerzan la figura de Jordán como vampiro. De día permanece oculto a los ojos de la

sociedad que lo rodea cumpliendo con el protocolo y las normas de ésta; tal personalidad se manifiesta

en la presencia de los doctores ante quienes Jordán no despierta ni la menor sospecha. De noche, libre

de las normas, deja aflorar su otro “yo”:

-¡Jordán! ¡Jordán! –clamó rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al

dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror.

-¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo y después de largo rato de

estupefacta confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,

acariciándola por media hora temblando. (Quiroga 73)

Por el contrario, en el ámbito social, representado por los doctores de Alicia (si se considera la

corta extensión del cuento), el diálogo entre éstos y Jordán es más extenso y excede, en número, a los

de la pareja. Lo mismo sucede con otro personaje secundario, la empleada doméstica. Cuando ésta

descubre el insecto monstruoso al final del relato, el diálogo entre ella y Jordán es más largo. Ello se

podría explicar a la luz del utilitarismo victoriano para el cual tanto los servicios de los médicos como

los de la sirvienta tienen valor económico y primacía sobre la relación de la pareja debido a la utilidad

social que pueden aportar a un mayor número de personas. Irónicamente, la armonía automática tan

predicada por Jeremy Bentham, entre el interés propio, individualista y el interés general, a la larga, no

habría de producir sino lo contrario: una serie de conflictos entre los intereses de distintos grupos

sociales. De la misma manera, estas ideas utilitarias terminan por disolver el matrimonio de Alicia y

Jordán entre quienes el interés propio no alcanza a volverse ni siquiera interés matrimonial, lo cual

también explica la ausencia de diálogo entre ellos. El fracaso de esta teoría puede predecirse desde un

principio pues si los intereses personales no confluyen espontánea y “mágicamente” en la familia, que

es el núcleo de la sociedad, mucho menos habrán de coincidir en ésta los intereses múltiples de

diversos miembros.12

Por lo tanto, la comunicación entre Alicia y Jordán, desprovista de intereses comunes y, por ello,

del fundamento básico para desempeñar una función inscrita dentro de un marco institucional, carece

de significado social. En cambio, su incomunicación exacerbada hasta la muerte, se convierte en una

construcción hiperbólica que invita al lector a cuestionar los efectos negativos de una mentalidad

victoriana cristalizada en el comportamiento rígido y anómalo de la pareja.

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8 Es imposible vivir sin comunicación alguna y, como la comunicación verbal entre Alicia

y Jordán permanece escasa y breve, se desarrrolla entre ellos otro medio de contacto, de

entendimiento: el de las señales de un lenguaje no verbal. De este modo, aunque Alicia no reciba

contestaciones verbales por parte de Jordán cuando espera que éste le demuestre su amor, de todas

maneras recibe oscuras “respuestas” determinantes que proceden del lenguaje del cuerpo de su esposo:

“pero el impasible semblanate de su marido la contenía siempre” (Quiroga 71).

En su inconsciente, Alicia codifica el lenguaje evasivo y controlador de Jordán y, frente a la

represión13 de su marido para compartir sus sentimientos y amarla libre y espontáneamente, su alma se

derrumba y termina por enfermarle el cuerpo. Su anemia física fue antes una anemia del espíritu

hambriento de afecto y vida marital profunda. De este modo, a la naturaleza imprecisa y confusa de

las reacciones de Jordán corresponden los desvaríos, no menos oscuros, de Alicia: “pronto Alicia

comenzó a tener alucinaciones confusas, flotantes al principio, y que descendieron luego a ras de

suelo” (Quiroga73). A las deficiencias de comunicación de Jordán corresponde una figura igualmente

deficiente y deforme: un antropoide que es el mismo Jordán verbalmente evasivo, pero visiblemente

presente, “entre las alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los

dedos, que tenía fijos en ella los ojos” (Quiroga 73).

En el texto, no se sabe si los doctores han sido informados acerca de las alucinaciones de Alicia,

lo único que sabemos los lectores es que para ellos la condición de Alicia resulta un misterio absoluto,

indescifrable. Independientemente de que los doctores discutan la enfermedad de Alicia con su

esposo, no consiguen dilucidar sus causas. Su incapacidad final para establecer los motivos de la

dolencia de Alicia y, por consiguiente, para curarla es tan lógica como su origen.

Para la ciencia médica del siglo XIX, la causa sociológica, es decir, la ideología victoriana

encarnada en una serie de hábitos, costumbres, comportamientos individuales y sociales, resulta

invisible. Más aún, si se considera que los mismos médicos practican los principios victorianos que

forman parte de su vida diaria así como de la de los esposos, como pilares del funcionamiento de la

sociedad en que viven, no tan fácilmente pueden detectar en ellos el origen inmediato de la

enfermedad de Alicia. O, si se quiere, la comodidad que ofrecen estas costumbres al facilitar y

garantizar la interacción entre los miembros de una sociedad y su subsistencia raras veces se pone en

duda. El entorno social con sus reglas, principos e instituciones victorianos acolchona, adormece o

sirve de silenciador para todo tipo de rebeldía: los obreros en las fábricas, la mujer en el hogar, para

mencionar sólo algunos casos.

En el cuento, el almohadón representa ese entorno social intangible, pero inexorable en su

sentencia. Así como la comodidad de una serie de costumbres, instituciones y convenciones sociales

Page 9: Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

9llevadas al extremo le entorpreció a la pareja la capacidad de detectar en el ambiente social la

causa de la destrucción de su matrimonio, a pesar de proporcionarles una comodidad aparentemente

inocua, el almohadón adormece tanto a Alicia y a Jordán que no logran darse cuenta de que ahí se

encierra el agente de la muerte de ella. Quiroga pareciera decirnos: la sociedad con sus objetos,

costumbres y

reglas, instituciones, aunque insospechados o invisibles, es una entidad destructiva. En su estudio de

otro cuento de Quiroga, “Polea loca”, L. Martul Tobío y Kathleen N. March, interpretando el

pensamiento del cuentista y su oposición a la sociedad, nos hacen notar la postura tan radical de éste

que hasta desprecia las ventajas que pueden ofrecer las instituciones sociales:

El ser humano ya no es irremplazable en su particularidad, ahora se reduce a una rueda cuya

incidencia es tan nula para ese mecanismo fantasmagórico llamado sociedad, que este (sic) puede

prescindir de él. Incluso Quiroga acentúa esa visión alucinada del aparato estatal cuando le

niega la existencia de un orden, es una gran máquina que alberga el caos más intenso, el

desorden más frío e irracional.14

Al volverse una mujer absolutamente dependiente, apegándose y deificando a Jordán, Alicia

sucumbe a la “normativa victoriana”. Sólo así se explica que haya sido ella misma quien impidiera

que le quitaran la causa de su enfermedad: “desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más.

Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el

almohadón” (Quiroga74). Su actitud se debe a que tanto la causa inmediata, el insecto, como la

mediatizada –la causa victoriana- son invisibles. Alicia se niega a perder la base de su estabilidad

social, el entorno sobre el cual descansan sus ideas y su conducta, se niega a que le quiten la

comodidad del almohadón de reglas en las cuales se apoya su vida. Ella misma se ha convertido en las

reglas: son su identidad. Deshacerse de ellas, sería desaparecer. Por ello, es muy significativo que su

cabeza descanse sobre el almohadón, pues en la cabeza reside la capacidad de reflexión, ahora,

literalmente atrofiada por la anemia y, en sentido figurado, anulada por las reglas sociales.

El entorno social se puede concebir también como un agente imperceptible comparándolo con la

noche, periodo durante el cual se agravaba la enfermedad de Alicia y momento en que aflora el

vampiro en Jordán. En su carácter de tal, Jordán se apoya en las convenciones sociales y principios

victorianos igual de intangibles que la noche para oprimir y usar a Alicia como objeto sexual, práctica

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10que se colige del momento en que ocurren los episodios: “parecía que [a Alicia] únicamente

de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre” (Quiroga 74). De ahí que también se pueda

establecer

una analogía entre la noche y el almohadón: ni uno ni otro despiertan sospechas acerca del mal que se

cierne en ellos, sin embargo, ambos ocultan uno de los agentes de la muerte.

Subrepticiamente, en su papel de vampiro, Jordán actúa desde la ideología victoriana que le

confiere derechos absolutos sobre su mujer para sacarle provecho hasta dejarla sin vida, es decir, sin

sangre. A pesar de todo, el narrador nunca nos habla del grado de conciencia o inconciencia de éste

con respecto a su vampirismo, símbolo de su egoísmo o ceguera, aunque tampoco lo caracteriza en

blanco y negro. Más bien, sucede lo contrario: por un lado, se le delínea como un personaje

indiferente ante la solicitud de afecto de Alicia; severo, rígido y frío. Por el otro, no se puede ignorar

ese gesto de ternura innegable, el intenso amor que apenas asoma en su continua preocupación por

Alicia a lo largo de su enfermedad:

Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un

extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos

entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un

instante en cada extremo a mirar a su mujer. (Quiroga 73)

Habiendo interiorizado el ethos victoriano que propone un modelo de hombre insensible y

deshumanizado, Jordán no logra demostrarle su amor a Alicia, ni siquiera mientras ésta yace en el

lecho de muerte. Tal como el almohadón ha inmobilizado a Alicia mediante el insecto que le extrae la

sangre, la alfombra sofoca la capacidad de expresión de Jordán. En ambos casos, se anula la vida:

Alicia muere literalmente al perder la sangre; Jordán queda sofocado anímicamente al no poder

expresar sus sentimientos, debido a que “la alfombra ahogaba sus pasos”. El almohadón y la

alfombra que les debieran haber proporcionado una mejor y más cómoda forma de vida, irónicamente,

los privan de ella. En consecuencia, se puede establecer una estrecha correlación entre el ethos

victoriano, los objetos de su civilización y la muerte física de Alicia y psicológica de Jordán.

La excepción de la conclusión a la que llega Noé Jitrik sosteniendo que Quiroga no utiliza

símbolos, confima la regla en el caso de “El almohadón…”15 Ya anteriormente se señaló cómo la casa

representa una gran tumba. Pero ahora se puede ver la manera en que el almohadón y la alfombra,

como enseres domésticos, simbolizan una forma de vida cómoda con la cual se está tan familiarizado

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11que no se cuestiona su función ni sus beneficios, ni tampoco se imagina que puedan ser

causa de algún mal. Jordán y Alicia han encarnado en grado tan hiperbólico las costumbres

victorianas que al formar

parte integral de su identidad ni siquiera se les ocurrre cuestionarlas. En ambos casos, el del

almohadón y la alfombra, por un lado, y el de las costumbre victorianas, por el otro, los efectos

nocivos de estos elementos pasan inadvertidos, operando veladamente bajo apariencias benéficas.

Cada uno a su manera ha sido víctima y verdugo de dichas costumbres llevadas a tal extremo que

los han despojado de una parte primordial de su dignidad humana; ambos sucumben por falta de

conocimiento de los efectos dañinos de éstas. La dependencia absoluta de Alicia la induce a llevar una

vida de parásito. A la larga, durante su enfermedad, habrá de lograr su deseo absorbiendo toda la

atención de Jordán, su tiempo, su vida. Éste, a su vez, en su papel de vampiro, no puede sobrevivir

sino de noche, extrayéndole la vida a Alicia. Por lo tanto, el insecto monstruoso es una metáfora doble

que simboliza tanto a Jordán como a Alicia. Su parasitismo representa la dependencia de Alicia y el

vampirismo de Jordán; su monstruosidad, el grado grotesco16 y exagerado, casi instintivo, al que

ambos viven los principios victorianos. Los dos se comunican mediante estos principios que,

simbolizados por el almohadón y la alfombra, acolchonan, pero también acaban con sus vidas. Alicia,

por ser la más débil, termina literalmente muerta.

Por tanto, las costumbres sociales o ideología victoriana representadas por el almohadón y la

alfombra es lo que se interpone entre los esposos impidiéndoles vivir: una vida independiente a ella; y

a él, la libertad para demostrar su amor, es decir, la vida que, reprimida, lo induce a volverse vampiro.

Esta “preceptiva victoriana” se erige como una institución más importante que el amor mismo entre

los esposos e, irónicamente, con su rigidez, su represión, su corrección, termina destruyendo aquello

que quería preservar: la familia.

Un comentario más: el fruto del matrimonio son los hijos. El hijo que debieron haber concebido

Jordán y Alicia no fue sino el producto grotesco de una relación anómala: un parásito monstruoso.

NOTAS

1 Horacio Quiroga, Cuentos de amor de locura y de muerte. 3a ed. (México: Grupo Editorial

Tomo, 2002) 76.

Page 12: Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

12 2 “En el establishment victoriano: el desorden y la rebeldía eran considerados

anarquía, pues constituían una forma de cuestionar el modo en que la burguesía industrial británica

expresaba su visión del mundo, por lo que ésta debía ser reprimida a cualquier costo. Y como toda

sociedad autoritaria, la burguesía industrial británica del siglo XIX vivía angustiada por impedir el

desorden

[………………………………………….]

La familia consituía la base fundamental. El padre era el genio tutelar, pero “terrible, infalible y

despiadado;” la mujer esposa y madre, no tenía ni voz ni voto; se encontraba, al igual que en el resto

del mundo, relegada al trabajo hogareño: debía cuidar de la casa y de los hijos. Era mal

visto que una mujer pretendiera ejercer una profesión universitaria. En las clases elevadas, la

mujer era considerada más angelical que humana”. Analía Rigamonti, “Era victoriana (1819-1901)”

Rincón del vago. 25 mar. 2006 <http://html.rincóndelvago.com/era-victoriana- 1819-1901.html>.

3 También se puede colegir de aquí que, influido por el método científico, Quiroga usara ete tipo

de léxico, pues según Robert M. Sacar: “Quiroga suponía que debía actuar en forma enteramente

objetiva mediante la ‘observación fría’”, “Horacio Quiroga y los fenómenos parapsicológicos”,

Cuadernos Hispanoamericanos 397 (1983): 126. En el análisis de otro de sus cuentos, “Una

bofetada”, César Leante llega a una conclusión similar: “Igualmente, Quiroga va a contar una histoira

muy cruel, casi brutal, y tal vez de ahí que la cuente con aparente suma frialdad, sin acentuar en

ningún momento su dramatismo y distanciándose en lo más posible”. “Un cuento perfecto”,

Cuadernos hispanoamericanos 443 (1987): 90. A su vez, la rigidez misma de la mentalidad

victoriana se puede interpretar como otra forma de frialdad: “Una gran rigidez moral caracterizó a la

soceidad de dicho periodo histórico. La época victoriana tenía sed de vigor, de corrección, de

dignidad y aspiraba a la estabilidad moral humana”, Rigamonti.

4 Refiriéndose a la aparición del insecto al final del cuento, Manuel Antonio Arango concluye: “el

acontecimiento descrito por Quiroga, tanto en los detalles com en su conjunto, se mantiene dentro de

una verosimilitud incontrovertible”. “Lo fantástico en el tema de la muerte en dos cuentos de Horacio

Quiroga: ‘El alomohadón de plumas y ‘La insolación’”, Explicación de textos literarios 8 (1979-80):

187.

5 Específicamente, Veiravé obseva: Como quien concluyera un severo estudio científico y no la

espeluznante historia de este caso, dice en la frase final: “La sangre humana parece serles

particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma”. Esta referencia, llena

Page 13: Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

13de conciencia naturalista, tiende a ampliar, una vez concluido el impacto oculto en el

descubrimiento de aquella causa realmente monstruosa, los límites imprevisibles del horror. “El

almohadón de

plumas: lo ficticio y lo real”, Aproximaciones a Horacio Quiroga, ed. Angel Flores (Caracas: Monte

Ávila Editores) 210.

6 Peisajovich, Bárbara, “La teoría de la evolución: una prouesta de abordaje a la dimensión social

de la biiología”, Correo del maestro, 116, enero 2006, 15 mar. 2006 <http://www.coreodel

maestro.com/anteriores/206/enero/2nosotros116.htm>.

7 De acuerdo con Constanza V. Meyer, varias mujers argentinas se habían iniciado ya en el siglo

XIX en la tarea de publicar en revistas o novelas para protestar contra su situación en el ámbito

doméstico, participando en otros ambientes que les habían sido vedados, “Cuerpo, sexo y comida: un

triángulo femenino”, Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, ed. Lea Fletcher, 1994, 25 jun.

2006 <www.feminaria.com.ar/colecciones/archivos/008/008.pdf>. Cabe mencionar aquí también la

novela de Eduarda Mansilla, El médico de San Luis que, según Halmfrídur gardardóttir, forma parte

del “lazo entre lo victoriano y lo confesional”, “Literatura argentina de dos épocas: Revisión

histórica que altera el lugar designado a la mujer”, “Revista electrónica discurso 1.2 (2002), 20 jun.

2006 <http://revista.discurso.org/arteiculos/Num2Art_Gardasdottir.htm>.

8 Veiravé nota los siguientes rasgos modernistas: la atmósfera de sombras parnasianas en la que

está envuelta la muerte de Alicia, “rubia, angelical y tímida”, coloca al la protagonista desde su

aparición en un marco de irrealidad y fantasía firmemente trazado”, Aproximaciones, (213).

9 Este absolutismo se reflejó en la condición de semiesclava de la mujer: “so that throughout the

whole of our period the Victorian wife was legally economically entirely at the mercy of her Lord and

Master”, Katharine Moore, Victorian Wifes (New York: St. Martin’s pres, 1974) xxii.

10 The Victorian Age: An anthology of sources and documents, ed. Josephine M. Guy.

(London: Routledge, 1988) 506.

11 Para la interpretación del papel de Jordán como vampiro, ver “Poe en Quiroga”, Margo Clantz,

Aproximaciones, 93-118.

12 Herbert Tingsten, Victoria and the Victorians, trans. David Grey and Eva Leckström Grey

(England: George Alen & Unwin, 1965) 153-167.

Page 14: Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

14 13 Ambos sexos terminaron siendo influidos por las ideas victoiranas debido al respaldo

que éstas encontraban en la sociedad en general y, de manera muy determinante, en la prensa inglesa:

“both men and women began to behave according to a code of social respectability that entailed

repression in language and actions”. Joan N. Burstyn, Victorian Education and the Ideal of

Womanhod (London: Coom Helm, 1980) 34.

14 “Ejes conceptuales del pensamiento de Horacio Quiroga”, Cuadernos hispanoamericanos,

443 (1987): 82-83. A su vez, Noé Jitrik atribuye la actitud de Quiroga contra la sociedad tanto a su

propio carácter como a la serie de tragedias que éste vivió a lo largo de su vida y que se reflejan en su

obra, “Soledad: Hurañía, desdén y timidez”, Aproximaciones, 3-61.

15 Jitrik sostiene que “Quiroga no se maneja con símbolos para expresar la soledad y el

desencuentro. El gusano de Kafa es un símbolo, lo mismo que el castillo, en cambio ni Rivet, ni Else,

ni Yaguaí lo son. Pero no porque Quiroga no utilice símbolos deja de expresar contenidos similares a

los que hay en aquellos símbolos”, Aproximaciones, 58. 16 Es de sobra conocida la influencia que sobre Quiroga ejerció Edgar A. Poe de quien heredó el

uso de lo grotesco; sin embargo, queda sin resolver la cuestión del motivo por el cual Quiroga crea el

insecto grotesco al final de “El almohadón…” Entre las múltiples explicaciones a tal interrogante, se

puede repetir lo que Paul Barlow en su interpretación del arte del pintor Aubrey Beardsley, asevera:

“for Beardsley the grotesque offered a means to negate the domestic virtues proclaimed in works like

Civilization, to distance himself from Victorian identity”, “Grotesque obscenities: Thomas Woolner’s

Civilization and its discontents”, Victorian Culture and the Idea of the Grotesque, ed. Trodd, Barlow

& Amigoni (Vermont: Ashgate Publishing Company, 1999) 98.

OBRAS CITADAS

Arango, Manuel A. “Lo fantástico en el tema de la muerte en dos cuentos de Horacio quiroga: ‘El

almohadón de plumas’ y “La insolación’”, Explicación de textos literarios 8 (1970-80) 183-90.

Barlow, Paul. “grotesque obscenities: Thomas Woolmer’s Civilization and its discontents”. Victorian

Culture and the Idea of the Grotesque. Ed. Trodd, Colin, Paul barlow, David Amigoni.

Vermont: Ashgate Publishing Company, 1999. 97-113.

Burstyn, Joan N. Victorian Education and the Ideal of Womanhood. London: Coom Helm, 1980.

Page 15: Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

15Clantz, Margo, “Poe en Quiroga”. Flores, Aproximaciones a Horacio Quiroga. Caracas:

Monte Avila Editores, 1976. 93-118.

Flores, Angel. Ed. Aproximaciones a Horacio Quiroga. Caracas: Monte Avila Editores, 1976.

Gardardóttir, Halmfrídur. “Literatura argentina de dos épocas: Revisión histórica que altera el lugar

designado a la mujer.” Revista electrónica discurso 1.2 (2202) ) jun. 2006 <http://revista.

discurso.org/articulos/Num2Art_Gardasdottir.htm>.

Guy, Josephine. Ed. The Victorian Age: An anthology of sosurces and documents. London:

Routhledge, 1988. 505-519.

Jitrik, Noé. “Soledad y hurañía, desdén, timidez”. Aproximaciones a Horacio Quiroga. Caracas:

Monte Avila Editores, 1976. 37-61.

Leante, César. “Un cuento perfecto”. Cuadernos hispanoamericanos 443 (1987): 89-97.

Meyer, Constanza V. “Cuerpo, sexo y comida: un triángulo femenino”. Ed. Lea Fletcher. 1994.

25 jun. <www.feminaria.com.ar/colecciones/archivos/008/008.pdf>.

Moore, Catharine. Victorian Wives. New York: St. Martin’s Press, 1974.

Peisajovich, Bárbara. “La teoría de la evolución: una propuesta de abordaje a la dimensión

social de la biología”. Correo del maestro 116 (2206) 15 mar. 2006

<http://www.coreodelmaestro.com/anteriores/206/enero/2nosotros116.htm>.

Quiroga, Horacio. Cuentos de amor de locura y de muerte. 3a ed. México: Grupo Editorial Tomo,

2002.

Rigamonti, Analía. “Era Victoriana (1819-1901)”. Rincón del vago (2002) 25 mar. 2006

<http://html.rincón delvago.com/era-victoriana- 1819-1901.html>.

Scari, Roberto. “Horacio Quiroga y los fenómenos parapsicológicos”. Cuadernos hispanoamericanos

397 (1983): 123-132.

Tingsten, Herbert. Victorian and the Victorians. Trans. David Grey and Eva Leckström Garey.

England: George Alen & Unwin, 1965. 153-167.

Veiravé, Alfredo. “”El almohadón de plumas:’ lo ficticio y lo real”. Aproximaciones a Horacio

Quiroga. Caracas: Monte Ávila Editores, 1976. 209-214.

Page 16: Análisis El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

16

SINOPSIS

Aunque el narrador nos entregue las claves para la interpretación del insecto monstruoso al final

de “El almohadón de plumas”, a él mismo se le escapan detalles importantes en el contenido de éste y

otros símbolos como el almohadón y la alfombra. A la base de la convivencia anómala que se crea en

el matrimonio se encuentra, de manera implícita y como trasfondo cultural, la ideología victoriana

cuyos principios Quiroga lleva al extremo mediante la caracterización exagerada de algunos de los

rasgos de sus personajes y del ambiente para demostrar los efectos nocivos de tales ideas. El resultado

es un insecto monstruoso que simboliza no sólo la actitud de Jordán, sino la de Alicia y, de manera

grotesca, lo que debiera haber sido fruto de la unión conyugal: un hijo.

HORACIO QUIROGA

Quiroga nació en Salto, Uruguay en 1878. En 1897 empezó a publicar en revistas locales y fundó la

Revista de Salto (1899-1990). En 1900 viajó a París donde lo influyó el movimiento simbolista

francés. También lo influyen Edgar Allan Poe, Maupassant, Kipling y Chéjov. En 1903 adopta la

nacionalidad argentina y viaja a la selva lo cual lo transforma radicalmente; tanto esta experiencia

como varias muertes trágicas en su vida, dejan una profunda huella en su obra. En 1909 se casa y

se va a vivir a la selva. Al morir su esposa, regresa a Buenos Aires y en 1917 publica Cuentos de

amor de locura y de muerte que le merece el título del cuentista más destacado de Latinoamércia.

En 1926 aparece Los desterrados, colección de poco éxito. Tras la publicación de Más allá (1935),

Quiroga enferma de cáncer y muere en 1937.