Andrade Castillo, Juan Carlos. Dos Terceras vias. Giddens después de Rousseau

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Dos Terceras vías: Rousseau y Giddens Juan Carlos Andrade Castillo BUAP 1. Presentación A principios de la década del año 2000, la Tercera Vía parecía ser un término, un descubrimiento y una propuesta nueva, donde se proponía que el Estado buscara mayor igualdad y justicia a partir de la convivencia de elementos capitalistas y socialistas, el cual se puso en práctica en los Estados Unidos y en Inglaterra, y cuyo exponente intelectual moderno es Anthony Giddens. Si bien la propuesta parece nueva, podemos encontrar indicios de ella en las obras de Carlos Marx, Rosa Luxemburgo, Lenin y otros pensadores decimonónicos y del siglo XX. Sin embargo, en el presente documento queremos realizar un análisis comparativo entre el pensamiento de Jean Jacques Rousseau y Anthony Giddens. En efecto, ya Rousseau había propuesto una alternativa para la convivencia de lo particular y lo colectivo, lo natural y lo social, y que Tzvetan Todorov identifica como el humanismo y que incluso llama “la tercera vía” (Todorov, 1999). Mientras Rousseau planteaba una alternativa entre la realidad del hombre (socialidad) y su ideal (naturalidad); Giddens plantea la alternativa entre el neoliberalismo (individualidad) y la socialdemocracia

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Dos Terceras vías: Rousseau y Giddens

Juan Carlos Andrade Castillo

BUAP

1. Presentación

A principios de la década del año 2000, la Tercera Vía parecía ser un término, un

descubrimiento y una propuesta nueva, donde se proponía que el Estado buscara mayor

igualdad y justicia a partir de la convivencia de elementos capitalistas y socialistas, el cual

se puso en práctica en los Estados Unidos y en Inglaterra, y cuyo exponente intelectual

moderno es Anthony Giddens.

Si bien la propuesta parece nueva, podemos encontrar indicios de ella en las obras de

Carlos Marx, Rosa Luxemburgo, Lenin y otros pensadores decimonónicos y del siglo XX.

Sin embargo, en el presente documento queremos realizar un análisis comparativo entre el

pensamiento de Jean Jacques Rousseau y Anthony Giddens. En efecto, ya Rousseau había

propuesto una alternativa para la convivencia de lo particular y lo colectivo, lo natural y lo

social, y que Tzvetan Todorov identifica como el humanismo y que incluso llama “la

tercera vía” (Todorov, 1999). Mientras Rousseau planteaba una alternativa entre la realidad

del hombre (socialidad) y su ideal (naturalidad); Giddens plantea la alternativa entre el

neoliberalismo (individualidad) y la socialdemocracia (colectividad), pero cuyos ejes

esenciales son los mismos: la convivencia armónica entre lo individual y lo colectivo.

2. La tercera vía roussoniana

Nuestro mundo está experimentando cambios que no se habían visto antes. Las distancias

se acortan aún más como producto de la gran revolución en las comunicaciones,

principalmente el Internet. Pero al mismo tiempo, la soledad parece apoderarse de muchos

de los individuos que habitan en regiones y zonas superpobladas, como Tokio-Yokohama y

la Ciudad de México, por ejemplo. De esta manera, entre la soledad y la individualidad, la

felicidad y el éxito parecen ser empresas muy particularistas, en donde pareciera que el otro

no cabe.

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En este fin de siglo XX y principios del siglo XXI, el individualismo parece campear

triunfalmente en la faz de la tierra, mientras algunos realizan esfuerzos por mantener y

estrechar lazos de cooperación con quien tienen alguna identidad. Se realizan esfuerzos

para lograr una relación armónica entre los intereses de cada quién y los intereses de la

gente con quien se identifica alguien. Para estas personas, el mundo es indeterminado, pues

no creen en la determinación de un individualismo catastrófico para la convivencia

humana.

Este parece ser un cuadro similar al de finales del siglo XVIII. En el espacio se mantenía el

ambiente de la revolución astronómica, donde la humanidad se vuelve una parte

pequeñísima de un planeta de miles que existen, se encuentra flotando como algo

insignificante en la inmensidad de un espacio del que no se conocen sus extremos. Pero

gracias a estas condiciones, decide que se ha convertido en el dueño de su propio destino,

se libera de las causas finales y del pecado original e incluso puede construir su propio

mapa.

El hombre toma conciencia de que puede moldear cosas a su antojo, pero a la par, se da

cuenta de que puede afectar a los que viven en su derredor. Y es que el hombre no puede

vivir aislado, necesariamente vive con otros hombres. Es precisamente la relación con los

otros hombres la causa de que muchos pensadores invirtieran tiempo y esfuerzos para

buscar la relación más adecuada entre los intereses particulares y los intereses colectivos.

Este es el ambiente en el que Rousseau realizó sus propuestas.

En el Contrato Social, nuestro autor apuntaló la necesidad urgente de una forma de

asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada

asociado y gracias a la cual cada uno de los ciudadanos, en unión con todos los demás,

solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes (Rousseau, 1993). Aunque

en ese momento no precisa la forma de Estado, parece ser que el autor propone una total

entrega de la voluntad individual hacia la voluntad general, que él identifica con el ejercicio

de la soberanía.1

1 Posteriormente hará la anotación sobre uno de los componentes del Estado, de que sólo es

legítimo el gobierno republicano, que sirvió de bandera de muchos movimientos revolucionarios.

“República es todo Estado regido por leyes, bajo cualquier tipo de administración que pueda

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En este sentido, Rousseau es muy claro en reconocer la diversidad que existe dentro de una

sociedad, pues anota que cada individuo puede tener una voluntad particular, la cual puede

ser contraria o diferente a la voluntad general, que tiene como ciudadano. Señala que en el

Contrato, el hombre pierde la libertad natural pero gana la libertad civil y la propiedad de

todo lo que posee. Hasta aquí, parece que el objetivo planteado es la construcción de una

unanimidad popular, a partir de que la libertad individual de la persona se identifique con la

libertad civil.

Pero el mismo reconocimiento de que los intereses particulares pueden diferir de la

voluntad general es un reconocimiento a la pluralidad y a la diversidad. Por lo que una de

las tareas fundamentales será lograr la conciliación de esas diferencias, sin tener que

adoptar una que conlleve a la eliminación de otra o de otras.

La razón por la que Rousseau plantea la diversidad de los hombres, Todorov la encuentra

en la diferencia entre el estado de naturaleza y el estado de socialidad, puesto que “los

caminos del ciudadano y del individuo no coinciden, y por razones evidentes: el objeto de

sus trabajos no es el mismo; por un lado, el éxito del grupo, y por otro, el de la persona”

(Todorov; 1997).

En este orden de ideas, el reconocimiento de la diversidad lleva a Rousseau a pensar que

hay diferentes tipos de hombres. En este tenor, considera que si el hombre natural es bueno,

el hombre del hombre no lo es; o como con frecuencia dice, el hombre es bueno pero los

hombres son malos. Por consiguiente, señala que los hombres que tenemos por delante son,

a la vez corruptos e infelices; la explicación de esta inversión sólo se encuentra en el paso

del estado natural al estado social. Pues, quienes producen este resultado desastroso son las

instituciones, el orden social; en una palabra, la sociedad (Todorov, 1997).

Cabe hacer la anotación de que si en algún momento Rousseau habló de igualdad, está

igualdad no puede identificarse con la homogeneidad cultural, sino que esta igualdad es

solamente para el ámbito jurídico. Al respecto, Tejeda (1996) considera que Rousseau no

identifica a la igualdad como la identidad, puesto que no se apela a las cualidades

individuales, y más bien deja entrever su reconocimiento a la diferencia y a las

hallarse; porque entonces solamente gobierna el interés público y la cosa pública es algo. Todo

gobierno legítimo es republicano”. (Rousseau; 1993)

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desigualdades consustanciales del género humano. El problema a resolver en este sentido es

el de conciliar esas diferencias emanadas de los estados por las que el hombre ha transitado.

Se hace la aclaración de que el autor considera que ya no se podía regresar al estado de

naturaleza, pues sería un movimiento ilógico. Se presenta la necesidad, entonces, de

resolver la desgracia de los hombres, que se debe a que viven juntos, en sociedad; y cada

uno de ellos busca su bienestar a costa de los demás. Este es el punto de partida en la

búsqueda de la solución.

En la búsqueda de esta solución, debe precisarse y recalcarse que Rousseau considera que

la moral humanista debe oponerse a la destrucción de los valores comunes, que son los

individualistas, así como a la destrucción del sometimiento al dogma, sin importar que este

provenga de la voluntad divina o del mismo Contrato.

Todorov plantea la encrucijada a la que tuvo que enfrentarse Rousseau en el siglo XVIII. El

problema lo enuncia de la siguiente manera. ¿Cómo hacer para reconciliar la realidad del

hombre (su socialidad) con su ideal (su naturalidad), ya que la eliminación de uno de los

dos términos conduce cada vez al callejón sin salida? “Si tal vez el doble objeto que uno se

propone se pudiera reunir en uno solo, suprimiendo las contradicciones del hombre se

suprimiría un gran obstáculo a su felicidad” (Todorov, 1997).

El mismo autor ensaya las posibles soluciones, las que, como anotamos arriba, no pueden

residir en una íntegra sumisión del individuo a la sociedad, ni en un retiro de éste hacia la

soledad. Pero ¿cómo pensar la superación de esta alternativa estéril? En este sentido hay

que considerar que la primera vía del hombre lo conducía a un todo-social; que es la vía del

socialismo, podríamos decir, al entender la palabra en sentido literal. La segunda intentaba

encerrarlo en el todo-individual; era la vía del individualismo. Pero aquí, Rousseau concibe

también la superación de esta oposición, una tercera vía que lleva más allá de ella, aunque

no le da un nombre en particular; ahora bien, es ella la que merece ser calificada de

humanista porque reconoce a la vez la socialidad y la autonomía individual (Todorov,

1999).

Esta es la solución planteada por Rousseau, una solución que no cae dentro de las aras de la

determinación, sino que más bien deja que la indeterminación proponga los elementos de la

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naturalidad y de la socialidad que han de entablar el diálogo en un espacio humanista sano,

que proporcione la pauta para una convivencia armónica al interior del hombre y en su

relación con los otros en el espacio público.

Este atisbo al pensamiento roussoniano nos plantea un problema similar en esta era

moderna, que algunos autores ya identifican como la posmodernidad. Los cambios

trascendentales que enunciamos al principio de este escrito se nos presentan de manera

profunda, lo que también lleva a la urgente necesidad de dar respuesta a los problemas que

la globalización acarrea, junto con los beneficios que pueda ofrecer.

Tenemos por lo tanto que, doscientos años después de Rousseau, muchos intelectuales

prevén un futuro incierto. Incluso, como lo ha señalado Jacoby (1999), los futuristas más

imaginativos esperan una utopía con guerra, dinero, violencia y desigualdad, aunque sus

miradas futuras se enclavan muchísimo con el hoy, sólo que es un hoy más agradable y

conveniente que el que auguran. Ellos no pintan un cuadro muy diferente de los suburbios

de lujo contemporáneos, subdivisiones herbosas con casas y computadora y estaciones de

trabajo puestas fuera de un espacio más grande de violencia y la injusticia. En este sentido,

podemos decir que los futuristas actuales son utópicos en una edad anti-utópica.

Este es el espacio en el que nosotros podemos y tenemos que realizar nuevos razonamientos

y construir nuevas propuestas. Este es el espacio en el que se gestó otra Tercera Vía,

liderada por uno de los intelectuales más influyentes del actual mundo occidental: Anthony

Giddens. Quien al igual que Rousseau, no cae en fundamentalismos y propone términos

medios para la consecución de la armonía humana.

Y es que, como apunta Todorov (1999): hoy en día, en Occidente, vivimos todavía bajo el

peso de las amenazas del diablo. Amamos nuestra libertad pero también tememos tener que

soportar un mundo sin ideales ni valores comunes, una sociedad de masas pobladas de

solitarios que ya no conocen el amor; sospechamos secretamente, a menudo sin saberlo, la

pérdida de nuestra identidad. Estos temores y cuestionamientos son siempre nuestros”.

Incluso, nos reconocemos liberales y democráticos pero demostramos conservadurismo,

hablamos de la libertad y el respeto a la diversidad, pero anhelamos una sociedad

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militarizada y unas instituciones que restrinjan los derechos. Vivimos una época de caos y

de incertidumbres, más bien con miedo.

3. Giddens y otra Tercera Vía.

El papel del Estado, en la actualidad, es objeto de numerosos debates y lo ubican como un

actor primordial en la sociedad, lo que no adquirió un peso fundamental en la propuesta de

Rousseau. Tenemos que en nuestros días, y debido a factores como el neoliberalismo, o el

derrumbamiento de ideologías como el marxismo, se tiende a replantear su papel en las

sociedades modernas.

El debate incorpora nuevos personajes y problemas, uno de ellos es el modelo político que

conocemos como tercera vía, el cual trata de superar viejos esquemas, como resultado de

que en Europa, sobre todo, se ha iniciado la búsqueda de nuevos caminos para dar

respuestas a problemas que los actuales partidos políticos no pueden resolver. El punto

central de este nuevo proyecto es la reestructuración del Estado y su función en un mundo

cada vez más mutante por los efectos de la economía y la tecnología. Por lo tanto, al igual

como lo hizo la tercera vía de Rousseau en su momento y con sus propias especificidades,

la aparición de un modelo como el de la tercera vía que lidera Giddens, trata de responder a

la crisis por la cual atraviesa el Estado hoy en día.

Y es que, en los últimos 20 años, el papel del Estado ha sido muy cuestionado. Para iniciar,

habría que distinguir tres momentos claves del Estado en este siglo. El primero se ubica

entre los años 1929-1932, donde se da una crisis del capital financiero y aparece el Estado

benefactor como resultado de las luchas del siglo XIX. El segundo periodo (1945-1975) se

caracteriza por la disminución y la desigualdad de ingresos entre los individuos y un

incremento general en los niveles de vida de los países occidentales. Es a finales de los

años sesenta cuando al Estado se le acusa de ser ineficaz, de no evitar el crecimiento del

déficit público y de intervenir intempestivamente en la economía. El tercer periodo es el

actual, donde la función del Estado, al menos eso dicen los neoliberales, se ve reducida ante

la presencia de la tecnología y los mercados internacionales.

En la actualidad existen tres fenómenos que permiten una “nueva narración” de la sociedad

con el mundo: la nueva ola de revoluciones científicas y tecnológicas, principalmente en

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áreas como la de la información, comunicación y sus consecuencias en los sistemas de

producción, empleo y el mercado de trabajo; la caída de la tasa de crecimiento del capital

dentro del marco de la economía occidental y; la crisis cada vez más evidente de los países

“socialistas” (Petrella, 1999)

También, el Estado resulta desplazado en otros campos como son los sistemas de

educación, los cuales están sometidos a los imperativos de la economía, incluso, la sociedad

frente a los avances tecnológicos se vuelve una sociedad “informática” que depende más de

las políticas de las grandes empresas que del propio Estado. Aparte de los problemas

políticos y económicos, se pueden encontrar otros como el de la identidad, la cultura, el

papel de la familia, y que forman parte importante tanto como los anteriores.

Este es el panorama en el cual hace su aparición el nuevo modelo. Sin embargo, esta otra

tercera vía no es tan reciente como muchos piensan. Sus orígenes más cercanos deben

buscarse en los Estados Unidos de los años ochenta con los nuevos demócratas. Este grupo

trataba de dar un nuevo rostro al partido después de los fracasos electorales, trataban de

definir una tercera vía política que los distinguiera del reaganismo de los republicanos y del

“viejo liberalismo” que dominaba su partido desde 1972. Sus objetivos eran retornar al New

Deal, a los fundamentos del “sueño americano” y a los valores norteamericanos. Su credo

se resumía en: “oportunidad, responsabilidad, comunidad” (Fougier: 2000).

Entre los impulsores de la nueva corriente se encontraban Al Gore (senador) y

William Clinton (gobernador). En su discurso pronunciado en junio de 1992, durante la

convención de su partido, Clinton presentó su programa económico en el cual el término

“tercera vía” está explícito. Entre los logros obtenidos durante su periodo al frente de los

Estados Unidos destacan la disciplina presupuestaria, las reformas en ayuda social y la

lucha contra la violencia criminal. Estos son los resultados del nuevo modelo político. El

primer ministro británico, Anthony Blair, también trató de implementarlo en Inglaterra,

inspirado en la política de Clinton.

Varias de las acciones emprendidas por el primer ministro británico se sustentan en

el programa del Partido Laboral, que al igual que el Demócrata en los Estados Unidos,

tratan de desarrollar la política de la tercera vía. Para lograrlo Anthony Giddens juega un

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papel importante en la conformación del modelo en su país. El Partido Laboral trata de

llevar a la práctica las ideas de la tercera vía como un modelo político moderno capaz de

dar soluciones a los problemas de la sociedad actual. Sin embargo, en esta sociedad,

Giddens distingue una coexistencia entre lo tradicional y lo moderno.

Giddens subraya una serie de características ligadas a la tradición: hay un ritual que toma la

forma de una ceremonia colectiva, implica la repetición y un cierto clasicismo, una noción

de “ritual verdadero”, las tradiciones son siempre colectivas y, son una forma de memoria

colectiva que puede transmitir experiencias (Giddens y Pierson: 1998).

Las tradiciones nunca son iguales, éstas son inventadas y reinventadas a través de la

historia y están íntimamente ligadas al poder. En el mundo actual, donde las cosas tienden a

cambiar muy rápido, Giddens habla del “fin de las tradiciones”. Esto significa una

transformación en nuestras vidas en las cuales las tradiciones si bien no desaparecerán, sí

tienen que ser superadas. La sociedad no debe de estar sujeta a las tradiciones, costumbres,

hábitos, rutinas, expectaciones y creencias.

El problema con la tradición es que crea desigualdades. Sin embargo, este mundo no es

“pos-tradicional” ni posmoderno. No está de acuerdo con el término posmoderno porque la

fuente de la modernidad está todavía aquí: la expansión del capitalismo, los efectos

transformadores de la ciencia y tecnología y la expansión de la democracia masiva. Por su

parte, la modernidad está asociada con: a) un cierto conjunto de actividades hacia el mundo,

debe de tenerse la idea de un mundo abierto a las transformaciones por la intervención

humana, b) un complejo de instituciones económicas, especialmente la producción

industrial y el mercado económico c) una cierta gama de instituciones políticas, incluidas la

nación-estado y una democracia masiva (Giddens y Pierson, 1998: 94).

La modernidad es más una dinámica que un tipo anterior de orden social. Una característica

de la sociedad contemporánea es contar con un alto grado de “reflexividad social”, esto se

refiere a que somos más un producto de nuestras acciones y, a la inversa, nuestras acciones

son cada vez más orientadas a cambiar o dirigir los riegos y oportunidades que nosotros

mismos hemos creado. Este es el tipo de sociedad en la cual surge la tercera vía.

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Cuando en 1998 apareció en Inglaterra La tercera vía. La renovación de la

socialdemocracia, escrito por Anthony Giddens, de inmediato tuvo una recepción polémica

en distintas partes del mundo por los planteamientos hechos en el libro. La tercera vía es la

propuesta de Giddens por desarrollar un pensamiento político práctico en un panorama

europeo bipolar compuesto por la socialdemocracia y el neoliberalismo. El autor analiza el

por qué estos dos modelos en la actualidad ya no satisfacen debido a sus límites y falta de

reformas en distintos sectores. Su propuesta trata de ser una aportación al debate del “futuro

de la política socialdemócrata” y se ubica entre los modelos socialdemócrata y el

neoliberalismo. Su proyecto consiste en retomar elementos de estas dos corrientes y

moldearlos a las exigencias del mercado mundial, pero con profundas reformas en distintos

aspectos.

El modelo socialdemócrata está ligado al socialismo y al Estado benefactor, es una

izquierda reformista. Se caracteriza por apoyar la intervención del Estado en la vida social

y económica, plantea el igualitarismo y el colectivismo, tiene una conciencia ecológica

débil, promulga el bienestar y la protección por parte del Estado a los ciudadanos. Tiene

una orientación internacionalista (buscar la solidaridad con otros partidos políticos con una

tendencia similar) además de mantener una economía mixta. Estos son los planteamientos

de la socialdemócrata clásica o vieja.

Por su parte, el modelo neoliberal (o nueva derecha) se caracteriza por considerar que la

intervención del Estado debe ser mínima (como factor para mantener una seguridad en el

mapa internacional), busca una sociedad civil autónoma, un nacionalismo tradicional, tiene

una teoría globalizadora, acepta la desigualdad, presta poca atención a los problemas

ecológicos y tiene una concepción lineal de la modernización.

Los problemas a los que se enfrentan ambos modelos no son pocos. El neoliberalismo

encara contradicciones, promulga la devoción del libre mercado, pero también se ocupa de

la familia y la nación en su forma tradicionalista. Por su parte, la socialdemocracia ya no

cuenta con economías nacionales donde la economía doméstica predominaba sobre el

comercio exterior o un mercado de trabajo homogéneo. Los desafíos son otros, por

ejemplo, en esta dinámica cada vez se percibe una antipatía fuerte por parte de los

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ciudadanos a las cuestiones políticas. Algunas respuestas pueden ser por el fuerte descenso

de trabajadores y que componían la base de los partidos o al cambio generacional y de

valores.

Los problemas para poder desarrollar el modelo político en países como los Estados Unidos

o Inglaterra no son pocos ni sencillos, Giddens distingue cinco:

a) La globalización como un fenómeno transformador del tiempo y el espacio en nuestra

vida cotidiana. Hay un debilitamiento del Estado en sus funciones, la globalización a su

vez crea “nuevas regiones económicas y culturales que a veces traspasan las fronteras

nacionales.”

b) El individualismo, es otro efecto de la globalización y donde se puede percibir su poder

más allá de lo económico. Hay una mayor preocupación por distintos temas en donde el

individuo participa activamente dejando costumbres y tradiciones. Para el autor no

significa una decadencia moral, sino una transición.

c) la derecha y la izquierda, como clasificaciones ya no satisfacen. Distinguirlas no es

fácil, aunque sus metas y objetivos para conseguirlas son distintos, con los procesos

históricos tienden a cambiar de postura. En la actualidad han surgido nuevas

condiciones y problemas que escapan al esquema clásico de la izquierda/derecha, por

ejemplo, cuestiones ecológicas, la metamorfosis de la familia, el trabajo y la identidad

personal y cultural.

d) La capacidad de acción, se refiere a la organización por parte de los partidos políticos

pare reconciliar las demandas de distintos grupos en la práctica y en la ley.

e) Las cuestiones ecológicas, cada vez es mayor la influencia de los grupos ecologistas en

los países europeos y su preocupación por el medio ambiente ante el avance

tecnológico. Un elemento de vital importancia en el tema es el riesgo como componente

de la movilización social y económica.

Con estas reflexiones, la meta de la propuesta de la “tercera vía” es “ayudar a los

ciudadanos a guiarse en las grandes revoluciones de nuestro tiempo: la globalización, las

transformaciones de la vida personal y nuestra relación con la naturaleza.” Los valores en

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este caso serían buscar la igualdad y la libertad individual, protección a los débiles, ningún

derecho sin responsabilidad (el Estado sigue manteniendo compromisos con la gente pero

estos adquieren a su vez obligaciones, esta es una gran diferencia con la socialdemocracia

antigua), el pluralismo cosmopolita y ninguna autoridad sin democracia.

Sobre esta base, los puntos centrales de este programa político descansan en los siguientes:

la reforma de Estado, una nueva base económica (la nueva economía mixta), el

reconocimiento de la nación cosmopolita y establecer una política de la tercera vía como

una política de nación.

Mientras algunos tratan de reducir el papel del Estado y otros expandirlo, la tercera vía

busca reconstruirlo. Su postura es la de centro-izquierda (que no es igual a “izquierda

moderada”) debido a que las soluciones deben ser radicales frente a los problemas antes

señalados. La tercera vía de Giddens también aspira a una profunda democratización dentro

del aparato estatal (la creación de un Estado sin enemigos) y a nivel social.

Para lograr el primer punto se necesita ajustar el Estado a la era global y que responda a

este fenómeno por medio de una doble democratización, es decir, dar poder no sólo a los de

arriba sino también a los de abajo. Es indispensable una reforma constitucional para una

mejor transparencia de los actos y contra la corrupción, elevar su eficacia administrativa,

establecer una democracia más directa creando otras opciones que no sea simplemente la

del voto, tomar decisiones con riesgo que involucren a un amplio grupo de personas

(expertos, sujetos, gobierno) sobre temas para debatir y, por último, tener una democracia

que no se reduzca a lo local o nacional sino que sea cosmopolita.

Por su parte, la sociedad civil debe colaborar con el gobierno ayudando en las distintas

actividades; pero también, ambas instituciones, deben controlar la acción del otro. La

sociedad debe expresar su reflexión del momento y tomar iniciativa, además de auto-

organizarse y establecer programas comunitarios (con la ayuda del gobierno y del sector

privado) y detener la delincuencia.

Otro factor vital es la familia como institución básica dentro de la sociedad. Hoy en día, la

familia está en un proceso de democratización y sigue la pauta de los procesos

democráticos; la vida familiar combina la elección individual y la solidaridad social. Hay

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una igualdad emocional y sexual, una copaternidad y derechos y obligaciones recíprocos en

una relación (Giddens: 1992).

Otro punto importante para el desarrollo de la tercera vía es contar con una nueva economía

mixta, la cual evite el distanciamiento entre el Estado y los sectores privados o que el

gobierno tenga control sobre la industria.

El modelo de la tercera vía se propone ser incluyente. Esto se refiere a que los sujetos

cuenten con la ciudadanía, derechos, deberes civiles y políticos; pero también, con

oportunidades y posibilidades de integración al espacio público. Sin embargo, así como

existe una inclusión también se da una exclusión, la cual se manifiesta de dos formas. Una

tiene que ver con los sectores marginales, sin oportunidades; la otra es la llamada “rebelión

de las elites” las cuales se aíslan de las instituciones públicas y del resto de la sociedad.

Esta exclusión no sólo es física o económica, también cultural cuando se presentan grupos

de inmigrantes en ciertas ciudades.

Para crear la sociedad inclusiva se necesita de lo anterior y replantear el Estado de

bienestar. Muchos de los problemas para reconstruirlo no son económicos nada más, sino

psíquicos. Por lo tanto, más que un Estado de bienestar, lo que se debe plantear es un

Estado social inversor donde se podría invertir para obtener resultados positivos en el

capital humano o en la educación (una de las prioridades de la tercera vía). Estos proyectos

no los emprendería el Estado en forma aislada, sino con la colaboración de otros agentes.

Dentro de su proyecto, el Estado debe buscar su lugar en el mundo cosmopolita. En la

actualidad los Estados-nación cuentan con límites y no con fronteras debido al panorama

global. Ante esta situación, muchos recurren a la identidad nacional como una forma de

salvaguardar el nacionalismo. La identidad nacional sólo es benigna mientras tolere la

ambivalencia o el pluralismo cultural. Este pluralismo puede aparecer por la creciente

migración que sufren ciertas ciudades hoy en día, pero también porque en la era de la

información es más fácil la hibridación cultural de las sociedades. En el orden global, no

contar con una perspectiva pluricultural es no contar con una identidad nacional

compatible. Esto plantea la necesidad de la creación de valores con los cuales sentirse

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identificados y, a la par, aceptar la ambigüedad y la diversidad cultural ante la superación

de las fronteras nacionales y el enfrentamiento de riesgos y peligros.

Después de haber salido a la luz el libro de la Tercera Vía, las críticas no se hicieron

esperar. Para contestar a esas formulaciones, Anthony Giddens escribió otro. Este es The

Third Way and its critics, publicado en este año. Su propuesta no cambia, más bien trata de

profundizar la naturaleza de su planteamiento y, a la vez, dar respuesta a esos comentarios

adversos.

La primera afirmación de Giddens es que la tercera vía “no es un conjunto efímero de

ideas.” El planteamiento para encontrar un nuevo modelo económico no es novedoso, lo

sorprendente de esta propuesta es que aparece en contextos nuevos como los Estados

Unidos e Inglaterra, países donde nunca antes se había hecho. En el primer caso, la tercera

vía fue descrita originalmente como “nuevo progresismo” (new progressive). Sus

planteamientos, como lo concibieron en su momento los Nuevos Demócratas, eran una

igualdad de oportunidades, una responsabilidad personal y movilizaciones de ciudadanos y

de las comunidades, además de los derechos con responsabilidad.

La tercera vía sugiere que es posible combinar la solidaridad con una economía dinámica, y

ésta es una meta contemporánea de los demócratas sociales por la que podrían esforzarse.

En el panorama político actual, los Nuevos Demócratas (E. U.) y el Partido Laboral

(Inglaterra) son quienes han tratado de implementar este modelo, aunque no son los únicos.

La propuesta de Giddens, argumenta uno de sus críticos, puede ser nueva en Inglaterra pero

vieja en el resto de Europa. Algunos más consideran al modelo como algo amorfo, carente

de dirección; y que sus propuestas, aunque se consideran de “centro-izquierda”, en realidad

son conservadoras y fracasa al tratar de eliminar la desigualdad de los ingresos, la riqueza y

el poder. El modelo ha sido como “anglosajón”, de no tener una política económica distinta

y de ser insensible a los problemas ecológicos. Sin embargo, la tercera vía no trata de ser

una filosofía.

Para varios de sus críticos, el término de tercera vía es muy cuestionable. Algunos la

califican como de “izquierda modernizadora” o “socialdemócrata modernizadora.” Giddens

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argumenta que el concepto es mucho más amplio de lo que fue antes, al abarcar problemas

fuera de los modelos de derecha o izquierda.

La tercera vía no es un proyecto anglosajón. En otros países europeos se ha recurrido a la

necesidad de desarrollar nuevas políticas porque los procesos históricos así lo exigen. En

realidad, el autor llama a “no identificar la política de la tercera vía con un programa

político o algún grupo en particular o país.” Su propuesta es más bien un “programa de

modernización política.”

Aquí, la modernización debe entenderse como la transformación de las instituciones

sociales para conocer las demandas en un mundo globalizador y no sólo por cuestiones

económicas. Un ejemplo de la política modernizadora es la “nueva cultura política”; la

cual, en los países industrializados y otras partes del mundo se desarrolla para responder a

los cambios sociales y económicos de manera responsable. A su vez, estos cambios son

tan grandes que involucran a otras instituciones como la familia. La tercera vía no favorece

el tradicionalismo como algunos creen, su orientación hacia esta institución es crear una

política familiar así como reducir el crimen renovando programas comunitarios.

En síntesis. La tercera vía tal y como la plantea Giddens, cobra fuerza a partir de 1989,

cuando derecha e izquierda no pudieron dar respuesta a la nueva conformación mundial.

Subraya una mayor coacción entre los intereses de solidaridad social y justicia social con

las tres principales áreas del poder (gobierno, economía y la sociedad civil). Propone la

construcción de un “nuevo contrato social” basada en la teoría “ningún derecho sin

responsabilidades”. Con respecto a la esfera económica, busca reconciliar el crecimiento

económico con una reforma estructural del estado benefactor. Trata de fomentar la

diversidad social basada en principios igualitarios con una mayor igualdad de

oportunidades y, por último, toma seriamente a la globalización. Los demócratas sociales

de la tercera vía intentan transformar las instituciones y crear nuevas conforme lo exige este

fenómeno.

Aparte de la doble democratización de la cual hablaba en su primer libro, otro factor

importante dentro de la transformación del Estado es contar con una “estructura pluralista.”

La pluralidad es necesaria para poder desarrollar el orden social, la democracia y la justicia

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social, debido a que tal tarea no se puede dejar en manos de instituciones dominantes. Un

ejemplo lo constituye el Estado comunista, cuando trataba de satisfacer una demanda social

llegaba a ser “sofocante y burocrático.”

La ineficiencia de las instituciones y el derroche que hacen “proporcionan terreno fértil

para el crecimiento del neoliberalismo” debido a la mayor eficacia de las compañías

privadas. Se necesita un estado fuerte y no un gran estado. Para lograr esto, es necesaria

la desburocratización, lo cual dará como resultado más autonomía y permitirá mejorar los

niveles de organización. Otro resultado que se tendría es la disminución en la apatía de

muchos votantes y cambiar la imagen de corrupción de los gobiernos y el estado. Estas

reformas, o democratizar la democracia como Giddens la llama, también corresponden a

las necesidades de cada estado y sus prioridades. Por último, los “experimentos con la

democratización” ayudarían a establecer una democracia más directa y poco ortodoxa.

La política de la tercera vía trata de responder a los grandes cambios surgidos de la

globalización. Ciertamente, el número de transacciones ha aumentado de manera

considerable, pero no todo se reduce a la economía; la globalización también implica

transformaciones en lo social, lo político y lo cultural. La nueva economía es posible por

las transformaciones tecnológicas, en donde los sectores dinámicos con más demanda son

las industrias de comunicaciones y las biotecnológicas. Sin embargo, las áreas de la nueva

economía no se quedan en estas dos, hay otras prioridades como la educación y la inversión

en el capital humano y en la cultura. El Estado, sólo, no puede satisfacer estas demandas,

requiere de otros agentes para la creación de una “cultura empresarial.”

La tercera vía, como ya se ha señalado, trata de replantear los modelos políticos. Este

proceso involucra a millones de personas y grupos a través de la tecnología y el mercado

global. Muchos son quienes le atribuyen las grandes desigualdades económicas, pero hay

otras áreas que necesitan reforzarse o desarrollarse para encarar mejor los procesos

globales. El primero se refiere al gobierno global-económico. Muchos países han sufrido

tropiezos financieros en los últimos años con consecuencias para otros países. El único

punto en común fue la naturaleza volátil del flujo capital. El autor propone la creación de

una serie de medidas para prevenir los colapsos financieros, por ejemplo, la creación de una

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autoridad mundial financiera para vigilar las transacciones o instituciones que sustituyan a

las existentes como el FMI.

El segundo es una dirección ecológica global. Este problema va muy ligado al

económico debido a los numerosos problemas que ocasiona el desequilibrio ecológico. El

tercero es la globalización y la regulación del poder corporativo, que va muy ligado al

anterior por el poder con el que cuentan varias compañías con las cuales no puede competir

el Estado. Al respecto, se nota la ausencia de políticas nacionales que tengan algún efecto

directo sobre los monopolios y los mercados transnacionales, así como para hacer cumplir

la legislación internacional y buscar la colaboración de organizaciones no gubernamentales

para controlar las actividades corporativas.

La cuarta es el control de la guerra. Las características de una guerra hoy son

distintas, se dan en contextos locales e intervienen organizaciones no gubernamentales,

agencias transnacionales y los actores centrales. El Estado se desmorona, hay criminalidad,

corrupción y rompe a la sociedad civil, los grupos se valen del terror y de la exclusión para

alcanzar sus objetivos. Estas luchas son locales y globales a la vez. Por último, un proceso

como la globalización ayuda a una mayor democratización debido a los cambios

tecnológicos, a los cambios de todos los días y una nueva relación Estado-ciudadano. A su

vez, este fenómeno no se puede limitar sólo al Estado-nación, sino que debe considerar a

las instituciones.

A pesar de todo lo descrito arriba, la propuesta de Giddens está lejos de convencer. Los

críticos señalan varias deficiencias en torno al modelo que se trata de implementar y

cuestionan el optimismo o los resultados obtenidos en los Estados Unidos y en Inglaterra,

países donde la tercera vía está ya en marcha.

Un tipo de comentarios adversos señalan que el proyecto blairista tiene una dimensión

puritana y moralista. Anthony Blair insiste cada vez más, según sus críticos, en una visión

moral del siglo XXI, denuncia lo laxante de las sociedades y se pronuncia contra la

promiscuidad sexual, además de que busca la preservación de los valores familiares y el

orden público. (Dixon: 2000) También se le acusa de que su proyecto incluye nociones

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armoniosas (o de colaboración) social y de evitar las nociones de lucha o de conflicto,

asociadas a la ortodoxa neolaborista de “ideologías pasadas”.

Uno de los puntos fuertes del programa de la tercera vía es el económico. Con el fenómeno

de la globalidad, los mercados mundiales se vuelven más competitivos y el Estado no tiene

la misma presencia que antes. En la actualidad, los problemas económicos ocupan más

espacio y se toman medidas para conducir a los mercados nacionales por la vía del libre

mercado a fin de conseguir buenos resultados.

Para Paul R. Krugman, la idea de que el porvenir económico de un país depende en gran

parte de su éxito, según el comportamiento de los mercados mundiales, es una hipótesis y

no una evidencia; pues en la práctica la hipótesis falla. Esta idea errónea ha conducido a

una competitividad forzada entre los países por ganar terreno. Krugman sostiene esto con

base en tres cosas: que el problema de competitividad está casi totalmente sin fundamentos,

que muchos autores buscan definir los problemas económicos en el marco de la

competencia mundial y, por último, la competitividad no sólo se encuentra sin

fundamentos, sino que además es peligrosa porque que desvía las decisiones políticas

internas. En síntesis, las medidas tomadas en cualquier nación corresponden sólo y

exclusivamente según los movimientos de los mercados mundiales.

Pensar todo en términos de la economía y de la competitividad conduce a formular políticas

económicas erróneas. Otro argumento por el cual Krugman apoya su teoría la encuentra en

los autores que “teorizan” sobre la competitividad. En muchos libros y artículos, estos

autores proporcionan cifras las cuales son retomadas después para mostrar la credibilidad

de ciertas ideas pero no para ser verificadas. Es decir, para este autor, las cifras son

manipulables y carecen de estudios más detallados ante un lector ingenuo.

A pesar de los peligros que esto implica, la competitividad atrae a muchos y es muy

difundida, básicamente por la imagen excitante que se le da, las ideas en torno a la

economía americana como un factor clave en las economías nacionales y, porque varios

líderes de Estado ven en la competitividad una metáfora de la competición y la usan como

arma política. Este punto también sirve de justificación para la elección de políticas

difíciles o para evitarlas. (Krugman)

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Aunque se ha tratado de ver a la competitividad como algo positivo para elevar el nivel de

vida, la mayor amenaza que ve Krugman en esto es una obsesión por competir y que

conlleva a una guerra comercial mundial. Los resultados serían negativos.

Una tercera crítica importante es con respecto a la cuestión cultural. Con la globalización,

Giddens señala el avance que podría tener este elemento. La hibridación cultural hoy no se

puede evitar, pero además, la cultura es un factor importante en la conformación de la

identidad nacional. Los teóricos de la tercera vía notan una compatibilidad o, por lo menos,

un acoplamiento entre lo global y nacional a través de los productos culturales. El

multiculturalismo, sin embargo, “anuncia el olvido –el disimulo-- de la hegemonía de una

monocultura del mercado y de la mercancía y compra dentro de las “minorías” quienes

celebraban la ‘autenticidad’”. (Jacoby: 2000)

Para Russell Jacoby, más que una diversidad cultural en realidad lo que se tiene es una

uniformidad cultural. Esto significa que lejos de una hibridación, como muchos autores

sostienen, en realidad se estaría consumiendo los mismos productos culturales que en otras

partes del mundo. Pero además, la mayoría de esos productos vendrían de un solo lugar.

Jacoby va más allá. Él plantea, dentro de este ámbito del libre mercado, una “derrota

cultural” para quienes confiaban en una utopía –o una visión-- que mantuviera la esperanza

de que el futuro trascendiera el presente. El planteamiento de Jacoby, por lo tanto, no se

reduce sólo a cuestiones del mercado, sino a un desencantamiento del mundo mismo.

La tercera vía debe verse como una propuesta, y solo eso, a los múltiples problemas por los

que enfrenta el Estado hoy. Ante el panorama mundial, las conclusiones se encuentran muy

lejos de aquí, pues los debates los procesos que generan la globalización y el libre mercado

son necesarios para vislumbrar el devenir de la sociedad.

Al igual que Rousseau, Giddens trata de dar solución a un problema de su tiempo, con los

matices particulares del paso del siglo XX al siglo XXI. Con este esfuerzo, muchos

podemos darnos cuenta de que se pueden plantear soluciones a lo que aparece como algo ya

determinado. Podemos retornar a la conclusión de que el hombre vive en la

indeterminación, en donde él puede aportar mucho de sí mismo para con los demás.

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4. Bibliografía

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Krugman, Paul R., “La Mondialisation N’est pas Coupable” Liberation.

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