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Andy Robinson: «La juventud en España
no tiene una reacción instintiva contra el
capitalismo y las grandes
multinacionales»
Publicado por Ramón Lobo
Andy Robinson tiene cincuenta y dos años. Es inglés de Liverpool, una marca de
calidad añadida: su legendario equipo de fútbol, el himno de sus hinchas, You’ll never
walk alone («Nunca caminarás solo»), los Beatles… Trabaja desde hace años en La
Vanguardia. Ha logrado un estatus envidiable: viajar por el mundo y contar qué
sucede, algo que despierta la envidia, y algo más, entre sus compañeros de redacción.
Se ha especializado en economía, que está de moda desde 2008, cuando estalló la crisis
que se está llevando puestos de trabajo, empresas y derechos. Se declara de izquierdas
y harto de Inglaterra. La entrevista se celebra en la azotea de la Casa Encendida de
Madrid. Un sarcasmo muy británico pues se trata de un centro cultural auspiciado por
Caja Madrid, es decir, Bankia. Vive cerca del lugar de la cita, un dato que apunta que
Robinson es un tipo práctico. Adora el barrio de Lavapiés desde que se instaló en él en
2008, recién llegado de Nueva York. Acaba de publicar un libro titulado Un reportero
en la Montaña Mágica (Ariel). Por si hubiera dudas de si se trata de un estudio sobre la
gran novela de Thomas Mann, el subtítulo centra al lector en el tema y en la línea:
Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo.
Han pasado cinco años del hundimiento de Lehman Brothers. ¿Qué hemos
aprendido, qué se ha corregido?
Creo que hemos aprendido muy poco. Hace poco hablé con Bob Shiller. Escribió un
libro en 1996 llamado Exuberancia irracional. Fue antes del pinchazo de la burbuja de
las punto com, la primera burbuja en EE. UU., mucho antes de la burbuja de la vivienda
en la siguiente década. Dijo eso: no hemos aprendido ninguna lección en la peor crisis
financiera desde la Gran Depresión de los años treinta. Es alucinante, pero tengo la
misma sensación. Toda la legislación de reformas financieras del presidente Barack
Obama y de los demócratas ha sido más o menos desmontada tras una campaña muy
fuerte del lobby de Wall Street. Hasta el punto de que incluso Larry Summers se ha
quejado. Y eso que él fue el arquitecto de la desregulación con Bill Clinton…
Y uno de los culpables de lo ocurrido.
Culpable, sí; y con doble moral. Ahora se queja de la presencia de lobistas en
Washington. Hubo hasta cuatro lobistas de Wall Street por cada congresista. Tenían
10.000 millones de dólares para los miembros de la Cámara de Representantes y los
senadores. Han quedado pocas cosas. Queda un organismo de protección de derechos
del consumidor de productos financieros, diseñado por Elizabeth Warren, una mujer
valiosa que ganó el escaño de Massachussets en las últimas elecciones al Senado, en
noviembre de 2012. Cuando piensas en todas las cosas que supuestamente se tenían que
hacer, que era rediseñar y reconstruir un sistema de regulación siguiendo el modelo de
Roosevelt, parece muy poco.
Obama dijo: vamos a refundar el capitalismo. Al final lo único que se ha hecho es
refinanciar el mismo capitalismo que nos condujo a la ruina.
Sí, con dinero público, dinero federal. Se realizó un rescate bancario pactado con el
Congreso diez días después de la quiebra de Lehman. Fue cuando George Bush dijo
aquello de «si no soltáis la pasta este cabrón se hunde» (this sucker is going down) en
referencia al hundimiento del sistema financiero. Henry Paulson, secretario del Tesoro
en aquel entonces y exconsejero delegado de Goldman Sachs, se puso literalmente de
rodillas delante de Nancy Pelosi, líder demócrata en la Cámara de Representantes. Le
dijo: «Por favor aprueba este rescate de 700.000 millones de dólares, si no, se va a
acabar todo». Hubo un debate sobre si el rescate era necesario o no. Aunque me aleje un
poco de las posiciones de izquierdas con las que en otros aspectos me sentía
identificado, creo que fue necesario. Permitir que se hundiera el sistema financiero y
quebrasen sus bancos, como ocurrió en los años treinta, hubiera sido catastrófico. El
impacto en la economía real, en el empleo, hubiese sido desastroso. El error fue no
aprovechar el momento de extrema debilidad de los bancos, ese poder fáctico, que de
repente se quedó sin nada, pidiendo limosna al Estado federal. Obama debería haber
aprovechado ese momento para desmantelar los grandes bancos.
Cuando pasó el huracán Sandy por Nueva York, en octubre de 2012, dejó la
ciudad sin luz excepto la zona donde está Wall Street. Una de las bromas que se
hacían era que a Goldman Sachs la luz le venía del infierno. ¿Es Goldman Sachs
un símbolo de todo lo que está mal o es exagerado?
Matt Taibbi, uno de los periodistas de Rolling Stone por el que siento más admiración
por su forma de escribir, calificó a Goldman Sachs como un gran calamar vampiro, con
sus tentáculos extendidos por todo el mundo, chupando la sangre. Creo que no se pasó
con ese símil. Goldman es tan poderoso que tras el estallido de la crisis, el Gobierno de
EE. UU. le ofreció protección con garantías de depósitos, como si fuera un banco
comercial normal que proporciona dinero a la economía productiva. En EE. UU. todos
los bancos cuentan desde 1929 y el New Deal con la protección del Federal Deposit
Insurance Corporation; todos menos los bancos de inversiones porque se consideran
bancos metidos en un negocio especulativo. Después de la crisis, Bush primero y
Barack Obama después ofrecieron esas garantías a Goldman Sachs y gracias a eso han
ganado cada vez más dinero. Lo último que leí, aquí en España, es que el Instituto de la
Vivienda de Madrid ha vendido miles de casas de protección oficial a un fondo de
Goldman Sachs. Como decimos en inglés: you couldn’t make it up, no podrías
inventártelo.
Hay dos grandes películas y un documental que explican la crisis; el documental es
Inside Job y las películas Margin Call y Too Big to Fall. La primera es la historia de
uno de estos bancos de inversión que se da cuenta de que todo se desmorona y
decide vender sus activos tóxicos. Los vende para salvarse de la quema. Siempre se
ha dicho que es Goldman Sachs que consigue colocar esa basura financiera a
Lehman Brothers y a otros. ¿Es esta orgía financiera de Wall Street responsable
de la crisis que aún padecen millones de ciudadanos en todo el mundo?
Está clarísimo. La recesión del 2009 que hundió la economía mundial fue la
consecuencia de la congelación de los mercados financieros. En España hay otro factor:
esa especie de corsé reaccionario de la unión monetaria. El euro nos quitó soberanía
macroeconómica además de soberanía política. No hemos podido, aunque hubiéramos
querido, hacer políticas contracíclicas. Es interesante lo que decías de la producción
cinematográfica y cultural que se ha generado en esta crisis. Porque realmente hay algún
rayo de esperanza. Creo que el ciudadano tiene consciencia de lo que pasó, tanto en EE.
UU. como aquí. Por fin sabemos lo que está pasando y entendemos la realidad. Han
ayudado mucho documentales como Inside Job, que delata la complicidad de personas
como Glenn Hubbard. Era uno de los asesores de la Administración Bush, defensor a
ultranza de la libertad financiera y de la economía de mercado. No transcurrieron ni dos
preguntas de su entrevista en el documental cuando se queja: «Oye, pero no me ibais a
preguntar por esto; si seguís así, hacemos una pregunta más y me voy». Se vio cómo un
segmento amplio del mundo académico está coartado por el sistema y la banca. Es lo
que trato de plasmar en el libro porque Davos es un microcosmos de eso: economistas,
periodistas, emprendedores sociales. Enseguida te das cuenta de que es un gran
intercambio de favores. Tanto economistas como periodistas ajustan sus análisis y su
lectura intelectual de lo que está pasando a un sistema que, en cierta medida, los ha
comprado.
¿Ha desaparecido la izquierda? No existe una propuesta global ni un discurso de
izquierdas. En una reseña de 1945, la nueva película de Ken Loach, un periódico
citaba al cineasta británico: «Necesitamos desesperadamente un partido de
izquierda». No hay discurso contrapuesto al discurso dominante, que es el discurso
de Davos, el de los mil más ricos que se reúnen todos los años allá. ¿Carece la
izquierda de un discurso alternativo?
No ha desaparecido la izquierda. Existe una conciencia en la calle que es más de
izquierdas que nunca. Lo que pasó en 2008 ha sido blanco sobre negro: socialización de
las pérdidas de la banca y privatización de los beneficios empresariales. Ha quedado tan
claro que ahora somos más de izquierdas que nunca. El problema es la ausencia de
partidos políticos que puedan canalizar una conciencia popular más madura que
permitiría un nuevo programa de izquierdas. En EE. UU. es obvio desde hace tiempo:
hay un bipartidismo comprado, una corrupción institucionalizada mediante el sistema de
lobby que no permite que haya una política de izquierdas fuera del Partido Demócrata.
Debe haber un tercer partido.
Me dijo una vez un norteamericano que la diferencia entre los republicanos y los
demócratas es la diferencia entre la Coca-Cola y la Pepsi Cola.
Nunca mejor dicho. Estamos en un sistema político secuestrado por grandes
corporaciones. Syriza, en Grecia, es un buen ejemplo de cómo un partido puede
canalizar esta frustración y aprovechar el derrumbamiento del sistema bipartidista. Ojalá
que Izquierda Unida y otros partidos puedan hacer lo mismo en España. Hay alguna
señal de que puede estar pasando.
En España lo más próximo a Syriza es Xosé Manuel Beiras. En Galicia fusionó su
sector del BNG con Izquierda Unida, que era irrelevante excepto en Ferrol y Vigo
por los astilleros. Su Anova Irmandade Nacionalista obtuvo más votos que el
Bloque y se está comiendo al PSOE en las encuestas. Como dice, hay un caldo de
cultivo, mucha gente buscando partido. Somos como Pirandello: Seis personajes en
busca de autor.
Ha sido muy decepcionante lo que pasó después del 2011 con el Movimiento 15M. Un
ejemplo es lo ocurrido con la estación de metro de la Puerta del Sol, un lugar
emblemático. Me parece muy fuerte que ahora se llame Vodafone Sol, cuando esa
empresa telefónica es una de las más maquiavélicas en el aprovechamiento de las causas
progresistas. Vodafone realizó en 2011 un anuncio en el que reivindicaba la paternidad
de las protestas de la plaza Tahrir en El Cairo: «Nosotros vamos a traer la libertad»,
decía el eslogan. Tienen una arrogancia que les permite alcanzar un acuerdo con el
Ayuntamiento de Madrid, pagar un millón de euros y poner su marca en un sitio
histórico como la Puerta del Sol. Lo más deprimente es que no ha habido reacción. Ni
del movimiento 15M ni de los madrileños.
¿Por qué cree que este país está tan silencioso, tan pasivo? La fuerza se nos va por
la boca en bares, Facebook y Twitter. No existe una movilización social.
Sí, es extraño que el 15M desapareciera de las calles porque después de Tahrir, Madrid
fue la inspiración del movimiento Occupy Wall Street. Existe un problema con este tipo
de organizaciones a través de las redes sociales: aparecen y desaparecen. La juventud en
España no tiene una reacción instintiva contra el capitalismo y las grandes
multinacionales; parecen centrados en que los diputados cobran demasiado. Si
tuviéramos que redactar un catálogo de problemas, ese estaría muy por debajo de las
relaciones endogámicas entre poderes económicos bancarios, empresariales y políticos.
¿Cree que los medios de comunicación están haciendo su trabajo?
No. Estamos haciendo un trabajo lamentable. En parte, porque hemos perdido nuestra
independencia como medios de comunicación, y eso es otra tragedia. Como
consecuencia de una crisis provocada por actividades especulativas de bancos impunes
surge una crisis económica que ha hundido la publicidad y ha hundido a muchos medios
de comunicación. Al final terminamos perteneciendo a los bancos. Directa o
indirectamente casi todos los grandes diarios españoles, y también unos cuantos fuera
de España, pertenecen a los bancos. Habría que replantear el sistema de financiación de
medios de comunicación. Entiendo que existe una alternativa que son los nuevos
medios en Internet, pero tengo la sensación de que necesitamos diarios. Tengo suerte:
La Vanguardia me permite viajar y hacer reportajes; tengo bastante independencia,
bastante margen de libertad. Pero noto que ese margen es cada vez más estrecho. Por
buenas que sean las intenciones de la gente que ha montado medios en Internet no
tienen el presupuesto para hacer periodismo de verdad.
En América Latina han surgido webs y revistas. Tienen claro que la base es el gran
reportaje y el periodismo de investigación. Son sitios pequeños, en los que en el
mejor de los casos trabajan veinte personas, pero tienen reporteros dedicados dos,
tres y cuatro meses a investigar. Es algo que está en el ADN del periodismo
latinoamericano, como lo está en el anglosajón. Pero no existe en el periodismo
español. Los nuevos medios no incluyen este tipo de reportajes e investigaciones.
España debería ser una mina con todos los casos de corrupción.
No sé si es una cuestión de cultura o de recursos. Si alguien te ofreciera esa posibilidad,
lo harías encantado, pero cuesta mucho dinero. España tiene sus problemas particulares,
pero este es un problema generalizado. Estamos en un momento en el cual diarios bien
editados y bien financiados que apuestan por el periodismo de investigación están
cayendo como moscas, en Estados Unidos más que en ningún sitio. Cuando piensas en
las barbaridades que han cometido en The New York Times, con Judy Miller
inventándose historias sobre armas de destrucción masiva en Irak, uno de los motivos
que justificaron la guerra… Es un indicio de lo mal que están los medios, aunque
admiremos tanto The New York Times.
Los medios han perdido protagonismo con la caída de la publicidad, han ido
pasando a manos de bancos, como decía antes. Es como si la democracia estuviera
en manos del poder financiero. Es la esencia de su libro: el gobierno real es el de
Davos.
Hay algo del gobierno real en Davos. Pero existe una diferencia con el Davos anterior a
la crisis, cuando se produjo una victoria ideológica del capitalismo globalizado y
parecía que todo funcionaba muy bien: apenas había inflación, se habían alcanzado
niveles de empleo respetables, incluso en España con su histórico déficit de creación de
empleo. El crecimiento de la economía mundial era de los más altos desde los años
sesenta, la edad de oro de las políticas keynesianas. En Davos se respiraba
autosatisfacción. Habían convencido a la mayor parte de la población de que esto
funcionaba, de que no había alternativa ni necesidad de buscarla.
Ya no estamos en esa situación. Se ha producido una ruptura entre las élites
representadas en Davos y el ciudadano normal. Por eso es importante para ellos elaborar
políticas de relaciones públicas. Davos es el escaparate del filantrocapitalismo y de la
filantropía. Pretenden vender la idea de que, aunque sea inevitable esa concentración de
la riqueza en un segmento de la población cada vez menor, más poderoso y más rico,
están dispuestos a utilizar sus grandes dotes empresariales y sus grandes fortunas para
rellenar, en cierta medida, el agujero dejado por la retirada del Estado.
Hay tipos como Arpad Busson, gestor de hedge funds, que administra una treintena de
escuelas públicas en el Reino Unido, una de ellas en Liverpool, mi ciudad, a través de
una empresa sin afán de lucro. Para ello utiliza la terminología del sector financiero más
especulativo. Su empresa de gestión de la enseñanza infantil se llama Absolute Returns
for Kids, un término de hedge funds: de rentabilidad absoluta para los peques. Algo
grotesco. En Inglaterra todo el mundo da por hecho que el siguiente paso será la
conversión de esas empresas en otras con afán de lucro, como las que están gestionando
parte del sistema de enseñanza público en Suecia. Un sector supuestamente filantrópico
está protagonizando la última fase de la privatización.
Que nadie se deje engañar con esa operación de relaciones públicas. Es parte de lo
mismo. A Davos acude Bill Clinton con su fondo, el Clinton Global Initiative, también
filantrópico con decenas de miles de millones de dólares. Según un reportaje que fue
primera página en The New York Times, los Clinton están utilizando ese fondo para
financiar la campaña de Hillary para llegar a la Casa Blanca.
En Davos se habla mucho de los paraísos fiscales, pero las grandes fortunas viven y
se nutren de los paraísos fiscales y se habla poco de las grandes empresas que
evaden de forma legal el pago de impuestos.
En Davos no se habla de manera crítica de los paraísos fiscales gracias a la campaña
genial de imagen de la que hablábamos antes y de la ausencia de una organización de
izquierdas. En el Reino Unido surgió una contestación en la red en favor de una justicia
tributaria. Tax Justice Network ha organizado una campaña de protesta contra la
evasión fiscal legal de empresas como Starbucks y grandes marcas como Apple y
Google. Han tenido un éxito impresionante. Los consejeros delegados de esas empresas
tuvieron que comparecer en el Parlamento británico y ahora se van a tomar medidas
para evitar que las multinacionales se aprovechen de la ingeniería fiscal. Antes era casi
imposible escribir sobre esto. Primero porque parecía imposible cambiarlo; segundo,
porque era tan árido y complejo, difícil de escribir un artículo medianamente interesante
sobre temas como evasión fiscal corporativa. De repente puedo escribir textos centrados
en una marca como Apple. Bloomberg lo ha hecho, Reuters lo ha hecho, El País lo está
haciendo. Es un cambio positivo.
En España se ha empezado a escribir sobre El Corte Inglés, que era un tema tabú.
Es importante que la crítica no se centre solo en la banca. La banca está
endogámicamente relacionada con las grandes empresas de marcas multinacionales:
Telefónica, Repsol, El Corte Inglés también, con alguna diferencia histórica. Tendemos
a pensar que los malos son los banqueros y los consejeros delegados de empresas
aparentemente productivas son mejores, pero cuando miras las tendencias de
remuneración de los consejeros delegados de empresas como Telefónica, Zara y las
multinacionales americanas y europeas, te das cuenta de que ese es un escándalo si cabe
mayor que Goldman Sachs.
El Gobierno español vende que ya estamos saliendo de la crisis. Pero salgamos
cuando salgamos, ¿cuál es el precio que vamos a pagar? ¿Cuánto vamos a
retroceder?
Con el aniversario de la quiebra de Lehman Brothers hemos hablado de esta etapa de
crecimiento en EE. UU., que ya lleva dos años y medio, y en qué se está basando. Es la
historia más esperanzadora. Europa va a depender cada vez más de mercados exteriores
como el estadounidense y el chino. En Europa estamos adoptando el modelo alemán:
exportar y tener superávit comercial. Berlín quiere convertir la zona euro en un área con
superávit comercial permanente. Quiere que todos seamos alemanes, como dice Ulrich
Beckt en su libro Una Europa alemana. Si es así, tendremos que basar el crecimiento
en mercados exteriores; es decir EE. UU. y las grandes economías emergentes. Parece
que las economías emergentes están entrando en la nueva fase de la crisis. Ha habido
una fuga de capitales de los llamados BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]
que se asemeja a lo que le pasó a España en 2010. El crecimiento brasileño es muy
pobre ahora mismo, apenas un 1%. Respecto a China, tengo admiración por el
economista Michael Pettis, que acaba de escribir el libro The Great Rebalancing, (La
gran reestructuración). Él es norteamericano, nacido en Málaga, pero vive en Pekín.
Hace un análisis convincente de la necesidad china de superar una economía basada en
inversión en viviendas e infraestructuras, como España antes de la crisis, sin que esté
claro que haya tanta demanda de viviendas e infraestructuras. Este ajuste —y hay
consenso en que es necesario—supondrá, según Pettis, una caída del crecimiento entre
el 3 y el 4%. Eso es un crecimiento muy muy bajo para China.
Desde hace treinta años, EE. UU. ha sido el consumidor de último recurso de la
economía mundial, el famoso consumidor americano. ¿Cómo se puede fundamentar una
nueva fase de crecimiento en EE. UU. basada en el consumo si los salarios de la clase
media y la clase trabajadora se han recortado tanto desde el inicio de la crisis? Según
Emmanuel Saez, un economista de la Universidad de Berkeley que hace un
seguimiento de asuntos de desigualdad, el 95% del aumento de la renta registrado en
EE. UU. desde el 2008 ha ido a parar al 1% de la población. La recuperación, que en
EE. UU. viene produciéndose desde hace doce años y medio, ha beneficiado a un
segmento estrecho de personas de elevadísimo poder adquisitivo. Estamos en una fase
de crecimiento basada en productos de lujo, pero cuesta creer que el gran éxito
económico de EE. UU. y Europa desde la Segunda Guerra Mundial esté basado en el
consumo de la clase media. Y cuesta creer que sea sostenible, si puede basarse otra vez
en una expansión de deuda. Ese fue el motivo del colapso de 2008, así que no lo veo
claro. Tampoco veo que pueda aplicarse aquí. ¿Cómo va a haber crecimiento en España
si hemos sufrido recortes del salario real de hasta el 10%? ¿Si no tenemos para comprar
y no va a haber inversión pública para sustituir el vacío de consumo?
La economía española se ha basado en los últimos cincuenta años en el turismo,
primero, y en la especulación inmobiliaria, después. El mayor fracaso de la
democracia ha sido no haber creado un verdadero tejido productivo.
España es, según el Gobierno de Rajoy y según Bruselas, un alumno ejemplar de la
escuela de la devaluación interna. Ante la ausencia de una divisa que pueda devaluarse
se ha adoptado una disciplina que permitirá a España devaluar salarios y costes. Vamos
a salir de la crisis, y utilizan el término en inglés lean and mean [«perfeccionado y
simplificado»], preparados para hacer lo necesario agresivamente para competir en la
economía global. El problema de España en los años de la crisis fue un déficit por
cuenta corriente que tenía que financiarse externamente. Se terminó la financiación
externa y el modelo colapsó. Ahora tenemos superávit y Mariano Rajoy dice: «Hemos
hecho lo necesario aunque ha sido duro». Pero en realidad tenemos superávit comercial
por cuenta corriente debido al colapso catastrófico de la demanda interna, es decir, del
consumo y la inversión. Sería engañarnos pensar que España puede volver a crecer sin
tener los mismos problemas de antes.
Si queremos cambiar el tejido productivo sería lógico invertir en ciencia,
tecnología y educación en vez de recortar. ¿Se está haciendo?
No, no se está haciendo. Quizá porque el diseño de la zona euro y la respuesta a la crisis
por parte de las autoridades europeas no permiten el ajuste hacia una economía
productiva porque haría falta una inversión pública. François Hollande acaba de
anunciar una serie de políticas industriales en una amplia gama de industrias que los
franceses consideran estratégicas. En España se debería hacer lo mismo, pero cómo se
va a hacer si estamos sometidos a un corsé fiscal que Rajoy presenta como muestra de
nuestra disciplina, pero en realidad es un suicidio para la economía productiva. Hay una
incapacidad en Alemania para entender lo más elemental de la economía keynesiana.
Empobreces al vecino utilizando políticas que supuestamente te van a beneficiar a
medio plazo, pero si todos hacemos lo mismo no va a haber demanda.
En España hay problemas por el lado de la oferta. Es una economía que ha apostado por
sectores no comerciables, que no permiten exportar y generan problemas en una cuenta
corriente que tiene que financiarse y acabas dependiendo de capitales externos. Son
necesarias reformas estructurales, no reducir los salarios, porque eso conduce a un
problema de demanda aún más grave. Digamos que hay que tratar de hacer ese ajuste
hacia sectores productivos de exportación. Pero creo que lo primero que hay que hacer
en Europa es restablecer la demanda, así empezaremos a crecer. Eso se hace con
políticas fiscales expansivas. En Alemania, seguro; también en España. Estuve hablando
con un economista escocés que está en la Universidad de Brown, en Rhode Island.
Acaba de escribir un libro sobre la austeridad. Hizo un catálogo de países que han
adoptado este tipo de políticas. Nunca funcionan. En los años veinte fue un desastre:
todos haciendo lo mismo que estamos haciendo en Europa, con la misma idea de
disciplina. Ahora dicen que es el euro el que crea esta disciplina. En aquellos tiempos
fue el patrón oro. El resultado fue la Gran Depresión. Hay países que han llevado
políticas de austeridad, Suecia y Canadá, pero solos y en un momento en el que los
mercados crecían. Hacerlo todos a la vez es una auténtica locura.
¿Podemos pasar aún de una doble recesión a una triple recesión o a una
depresión?
Diría que va a ser un período larguísimo de muy muy bajo crecimiento. Mario Draghi
asegura que esos brotes son de un verde muy pálido. Soy británico y tengo, a pesar de
mí mismo, instintos euroescépticos. Creo que esta crisis no se ha resuelto en Europa.
Que Draghi dijera «haremos lo que haga falta» no significa que los problemas
subyacentes de una unidad monetaria con grandes fallos de diseño hayan convencido a
los mercados. Todo depende de las impresiones de unos mercados ciclotímicos y
desquiciados. Solo hace falta que un par de bancos de inversión tengan dudas sobre la
disponibilidad del BCE en la compra de deuda española y se generará otra epidemia de
miedo. La frase de Draghi era un reconocimiento de que había temor en los mercados.
Como buen psicoanalista les quitó ese miedo. Pero había motivos para tenerlo. El
principal es la relación entre la deuda soberana española y el sistema bancario. Un bucle
pernicioso, según el FMI. Mientras tengamos un crecimiento bajo con una morosidad en
niveles insostenibles, los bancos van a tener cada vez más problemas de capitalización y
esto, en algún momento, volverá a contagiar a la deuda soberana.
Después de lo ocurrido con las preferentes hay una enorme desconfianza hacia los
bancos y hacia cualquier producto bancario. Tampoco hay crédito, el dinero no
fluye. La gente que tiene poco lo guarda bajo el colchón, como en Argentina, y los
que tienen mucho lo trasladan a paraísos fiscales.
Estamos todavía en una edad del miedo, financiero y económico. Esto crea lo que
Keynes llamaba la paradoja del ahorro: si todos ahorramos no hay nada que vaya a
estimular la demanda. Tampoco la imposibilidad de conseguir crédito, tanto de
particulares como de pymes. Si queremos ir por el camino de la zona euro, lo primero
que se tendría que hacer es una unión bancaria y el rescate de la banca española. Una
recapitalización de la banca española desde Europa, no desde Madrid. Pero los alemanes
no quieren hacerlo. Se creó un Frankenstein con la complicidad de Felipe González,
Jordi Pujol, José María Aznar… Meternos en ese proyecto ha sido una auténtica
catástrofe para España.
¿Se refiere al euro?
Sí. Cuando trabajaba en Cinco Días en los años noventa, en el Grupo Prisa, la zona euro
era incuestionable, pertenecía a los principios de la democracia. El diario El País tenía
como lema ser un periódico europeísta. Ser europeísta era como un valor de libertad de
expresión. Pero la realidad era que cuando querías cuestionar el diseño de la zona
monetaria, que era muy cuestionable, no te lo publicaban. Te tachaban de anglosajón
euroescéptico que trata de sabotear el noble proyecto europeo. Todavía se dice eso en la
prensa española. Todavía en 2008, antes de la crisis, leías «la pérfida Albión y los
euroescépticos del Financial Times quieren hundir el euro». Ese era el discurso de
Zapatero y de El País. Demencial.
Además de la crisis económica, tenemos un problema territorial no resuelto desde
la Edad Media: qué somos. ¿Un estado federal, plurinacional o autonómico?
Parece que Cataluña está dando pasos hacia su independencia. Usted es inglés, vive
en Madrid pero mantiene una relación estrecha con Barcelona porque trabaja en
La Vanguardia, un periódico catalán. ¿Cómo lo ve?
Es complejo y no pretendo entenderlo. Entrevisté a Oriol Junqueras, el líder de
Esquerra Republicana, para un artículo que preparo para la revista The Nation. Hay
interés fuera por la situación de Cataluña. Lo interpretaría como una manifestación más
de un pueblo que se siente privado de su soberanía en un momento de grave crisis de las
instituciones públicas. La sanidad pública en Cataluña está en una situación
espeluznante. Conozco personas que han pasado la noche en una camilla esperando a
que una enfermera les limpie. A una amiga que tenía un bulto en el pecho y le dijeron
que tenía que esperar tres meses para la prueba. Son cosas graves en una sanidad que ha
sido un orgullo para el pueblo catalán. En cierta medida, las manifestaciones en la plaza
Sintagma de Atenas son una forma de responder a esto, a una sensación de impotencia:
que nuestros gobiernos no nos representan. Y aunque quisieran representarnos no
pueden porque su soberanía se ha desplazado a Frankfurt, Bruselas y Berlín. Siento
simpatía por las personas que salen a la calle para reivindicar el derecho a decidir, una
reivindicación que quiere recuperar espacios democráticos. Son familias las que salen a
reivindicar el derecho de Cataluña a decidir y a la independencia.
David Cameron parece más astuto en el manejo del caso de Escocia. Londres
acepta el referéndum pero hace campaña activa en favor del «no».
En Escocia la campaña del «sí» no logra rebasar el 30%. Alex Salmond, primer
ministro escocés e impulsor del «sí», trata de movilizar a los escritores. Estuve en
Glasgow en julio con el editor de un nuevo libro con artículos de novelistas sobre la
independencia; tiene a escritores como James Kelman y Alasdair Gray, cuyo último
libro Lanark acaba de salir en español y es una maravilla. Salmond quiere que le ayuden
para crear una visión de lo que sería una Escocia independiente. También hay un
movimiento que se llama The Common Weal, gestado en la Fundación Jimmy Reid, un
líder sindical de los estibadores escoceses del Partido Comunista, muy conocido en
Escocia y héroe popular. El escocés medio está bastante más a la izquierda que el inglés
medio. Ese Common Weal trata de identificar una Escocia independiente con los
valores socialdemócratas, acercarse al modelo escandinavo. Dicen que no son
nacionalistas, que son republicanos socialistas. Quieren la independencia porque creen
que es imposible alcanzar objetivos de izquierda mientras Escocia pertenezca al Reino
Unido. Es un argumento que tiene cierta lógica. Si miras la composición electoral del
Reino Unido en estos momentos, quien decide quién tiene la mayoría en la Cámara de
los Comunes es principalmente el sur de Inglaterra, donde ganan los tories. En Escocia
no tienen ni un diputado. Los escoceses lo llaman el Doomsday Scenario: están
privados de sus derechos democráticos porque cualquiera que sea su decisión en las
urnas, acaban con un Gobierno que no les representa.
En el caso de España-Cataluña no hay debate. Aquí es una pugna entre
sentimientos y prejuicios. Hablaba antes del discurso único sobre el euro, algo que
ha sucedido con la candidatura olímpica de Madrid… Nadie discrepa, nadie ofrece
opiniones diferentes, matices.
Es verdad. En Escocia, Cameron ha adoptado una política distinta. Artur Mas y
Junqueras lo utilizan como ejemplo de que la democracia británica funciona mejor que
la española. Personalmente creo que Cameron tiene su agenda. Si Escocia se
desvinculara del Reino Unido, y esto es algo que dice Neil Ascherson en el London
Review of Books, los tories tendrían la mayoría garantizada en Inglaterra hasta el
infinito. No digo que sea su objetivo, pero es la verdad. La idea de que el Reino Unido
es una democracia antigua en la que se respeta el derecho a decidir de los escoceses es
ingenua. El Reino Unido es un país que ha sido el centro de uno de los imperios
genocidas y tiene un sistema democrático anacrónico. Hay que tener cuidado al admirar
tanto al Reino Unido.
Creo que si hicieran en Madrid un referéndum para comprobar si queremos ser
catalanes, un 20 o 25% estaría dispuesto con tal de respirar un poco.
[Risas] Sí. Antes de la crisis tampoco teníamos muchos derechos democráticos. Era una
democracia falsa. No podías, por ejemplo, encontrar un partido que propusiera volver al
control de capitales para que no pudiera haber este dominio financiero. No existía como
opción, se consideraba infantil y utópico plantear esas cosas. Pero ahora no tenemos
nada. Ni siquiera nuestro Gobierno tiene poder para decidir el fin de una política de
austeridad que es suicida porque la economía en España está en depresión. Diría que
hasta Luis de Guindos sabe que no tienen razón de ser. Hay una ausencia de poder.
Una pregunta obligada para un británico, ¿cómo ve el asunto de Gibraltar?
Hay una lectura de que se trata del viejo truco de un Gobierno con problemas: jugar la
carta patriotera. Si te digo la verdad, no creo que sea así. Creo que Gibraltar es una
barbaridad y debería ser español, así de simple. Gibraltar es un paraíso fiscal muy
turbio. No hay transparencia de lo que se hace con los flujos de capitales ilícitos, dinero
ruso, etc. A través de la Tax Justice Network, la red de justicia tributaria británica,
conozco gente como Nicholas Shaxson, que escribió un libro fantástico: Treasure
Islands, (Islas del tesoro), una especie de análisis muy legible y divertido sobre los
paraísos fiscales. Cuando surgió el asunto de Gibraltar pensé que igual podía escribir
algo sobre eso desde el punto de vista de los paraísos fiscales. Le llamé y me dijo «no
tengo ni idea». Nadie ha podido entrar a ver lo que pasa en Gibraltar por culpa del
Gobierno británico y del Gobierno de Gibraltar, unos impresentables, en mi opinión. No
es justificable la existencia de Gibraltar y ya va siendo hora de que empiecen a ver todo
lo de los casinos online, etc. No sé si hay complicidad española en eso. Me extraña en
cierta medida puesto que hay una ofensiva contra paraísos fiscales. Si el Gobierno
español quisiera hacer una política inteligente, sería esa. En el G20 acaban de anunciar
una medida para evitar que haya centros offshore que permitan salidas de dinero hacia
Luxemburgo o las islas del canal de la Mancha.
En España, sobre todo en momentos de crisis de la democracia española y con un
Gobierno tan poco democrático como el de Rajoy, hay tendencia a buscar ejemplos
fuera. Inglaterra no es un buen modelo. El Reino Unido es una democracia fallida. Hay
que ser muy crítico con su apoyo a lo que está pasando en Gibraltar, sin defender al
Gobierno español. Vine a España huyendo. Me resulta difícil estar en Inglaterra, un país
que se ha convertido en una gran parodia de sí mismo.
Hay una frase genial de Bernard Shaw. Le entrevistaban en la BBC y dijo:
«Ustedes los ingleses presumen de lo que no tienen. Presumen del té, que viene de
India o de Sri Lanka. Del whisky que es escocés y de Bernard Shaw, que es
irlandés». Por lo menos a Inglaterra le queda siempre el sarcasmo, que es una
válvula de escape.
Supuestamente es un valor nacional, pero creo que ahora es una especie de afectación
nacional. Hemos tenido tanto Monty Python, que en su día fue subversivo, que ya es
un componente de la identidad nacional. Soy de Liverpool y siento un poco lo mismo
que Escocia: Londres es una ciudad tan sobredimensionada, tan poderosa, en la que se
concentra tanta riqueza y tanto poder político que el resto de Inglaterra no pinta nada.
¿Cree que el célebre discurso de Ana Botella del relaxing cup of café con leche en
la plaza Mayor escenifica las miserias y limitaciones de España?
No, no estoy de acuerdo con esa idea de los españoles. Estoy de acuerdo con la idea de
que Ana Botella es una política poco preparada y que no debería ser la alcaldesa de
Madrid. Es alcaldesa porque es la mujer del expresidente del Gobierno español que más
daño ha hecho a España, responsable de la muerte de decenas de españoles y muchos
iraquíes, que pertenece a un partido que no tiene la más mínima idea de cómo gestionar
la ciudad. Madrid debería ser una ciudad con un gobierno moderno, al margen de
ideologías.
Este es un país con una enorme energía que durante mucho tiempo se ha
expresado de forma luminosa. Ahora vivimos tiempos de oscuridad pero esa
energía sigue ahí, a la espera de algo que libere esa imaginación. ¿Qué es lo que se
puede hacer para que esa energía creativa colectiva se ponga en marcha?
Lo primero que hay que hacer es cambiar la zona euro para que haya dinero para
invertir en economía productiva y en cultura. España ha tenido Madrid, que ha sido una
ciudad con una cultura efervescente, un crisol. Recuerdo un club al que iba. Se llamaba
Suristán. Era un emblema de lo que podría ser Madrid si tuviera un buen gobierno:
música latina, africana, flamenco. Todo se juntó de una manera espontánea y con mucha
libertad. El barrio de Lavapiés, donde vivo, debería ser un modelo para España. Hay una
convivencia que no he visto en ningún otro país. La gente dice que existen guetos y no
es verdad. Es una coctelera. Ha dejado de existir la idea de de dónde eres; somos todos
de Lavapiés y de Madrid.
Es algo muy neoyorquino, que nadie te pregunte de dónde vienes.
Con la diferencia de que en Nueva York las comunidades están más separadas. En
Chinatown nadie habla inglés. En Lavapiés todo el mundo habla español. El castellano
es nuestra lengua aunque no seamos españoles. No es que quiera ser español, lo que
quiero es seguir viviendo en un barrio con vida en la calle, mucha oferta cultural y sin
prejuicios de clase. Una cuarta parte de la gente que está en la plaza de Lavapiés, tan
castigada por la crisis, son indigentes. No tienen casa o tienen una infravivienda. Se
pasan el día bebiendo, están alcoholizados. Es terrible. Son el ejemplo de los estragos de
esta crisis. Muchos son inmigrantes. Pero no están aislados como sucede en EE. UU. y
en el Reino Unido. En San Francisco tienes la «plaza de los indigentes», los down and
outs. Están todo el día bebiendo y vigilados por la policía, que los mantiene allí; casi
nunca tienen interacción con el resto de la ciudad. Ese no es el caso de Lavapiés. El
indigente está probablemente trabajando en algo, cobra un poquito y hay familia a su
alrededor. Existe más cohesión que en otras ciudades europeas y norteamericanas. Ese
debería ser el modelo para Ana Botella. Pero seguro que ella no ha pisado en su vida
Lavapiés. También es verdad que hay mucha gente que lo está pasando muy mal. Es un
barrio muy creativo. Hay que partir de jóvenes que se sienten dispuestos y abiertos a
asimilar las culturas que vienen de fuera. Si empezaran a apoyar con dinero público la
multitud de nuevos proyectos culturales en Lavapiés habría regeneración cultural en
Madrid. Es solo un ejemplo, lo sé, pero es uno muy bueno.
Fotografía: Guadalupe de la Vallina