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“Así es la vida”: anécdotas y dichos memorables de los antiguos filósofos Omar D. Álvarez Salas Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM Las obras modernas que presentan la historia de la filosofía griega antigua nos han acostumbrado a percibirla como un ámbito de extrema sofisticación intelectual y, hasta cierto punto, apabullante, pues describen el desarrollo del pensamiento filosófico bajo una perspectiva eminentemente sistemática como una sucesión de propuestas científicas de complejidad y nivel de abstracción cada vez más altos. En efecto, desde esta perspectiva técnica y más bien especializada del historiador de las ideas el único aspecto que cuenta son las doctrinas y las concepciones filosóficas concretas que se pueden atribuir a cada personaje con base en un examen atento, objetivo y desapasionado de las evidencias textuales, enfoque que da lugar a una imagen netamente ascendente y acumulativa del saber filosófico, con poca o nula atención por el lado humano o, si queremos, cotidiano de las personalidades individuales. Sin embargo, en oposición a este esquema evolutivo que los estudiosos modernos proyectan del pensamiento filosófico griego como una progresión lineal, los biógrafos antiguos se dedicaron predominantemente a compilar con ánimo desenfadado todo tipo de informaciones sobre los grandes pensadores de la antigüedad, abrevando en fuentes de las más diversas épocas y tendencias, así como del más variado grado de fiabilidad. Es precisamente característico de dichas obras que, a la búsqueda de lo extraordinario y de lo maravilloso, se asociara una debilidad por los detalles nimios que ilustraran los aspectos más cotidianos de la vida y la personalidad de los grandes filósofos, pese a que muchos de ellos se habían convertido ya en figuras casi legendarias. El autor emblemático de dicha corriente es Diógenes Laercio (aprox. s. III d.C.), quien al escribir sus Vidas de los filósofos tuvo en mente a un público menos deseoso de aprender filosofía que de acceder de manera ligera al gossip sobre los grandes pensadores de la antigüedad, por lo que puso el máximo énfasis en rescatar la faceta anecdótica de su vida y actividad, entrelazándola hábilmente con datos doxográficos de toda índole. Cabe señalar, no obstante, que la tradición anecdótica sobre los primeros filósofos (los llamados “presocráticos”) recogida por los biógrafos tardíos había comenzado a circular varios siglos atrás, quizá todavía en vida de sus protagonistas o poco después de su muerte, a juzgar por los ecos que de ella se encuentran en autores de los siglos V y IV a.C., sobre todo en Platón, Aristóteles y sus sucesores inmediatos. Así pues, inspirado en ese espíritu más abierto e incluyente de toda la tradición antigua acerca de los filósofos griegos antiguos, me propongo recoger a continuación algunas de las anécdotas relatadas sobre algunos de ellos, en las que también salen a relucir con frecuencia dichos o frases memorables que los antiguos atribuían a aquellos pensadores. Tales de Mileto: de hábil ingeniero a “sabio distraído” Me referiré en seguida a algunas noticias acerca de Tales de Mileto (ss. VII-VI a.C.), al que una tradición muy extendida incluye entre los “Siete Sabios” de Grecia, grupo del que Tales, junto con Bias de Priene, Pítaco de Mitilene y Solón de Atenas, forma el núcleo canónico. En el contexto del establecimiento de una suerte

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“Así es la vida”: anécdotas y dichos memorables de los antiguos filósofos Omar D. Álvarez Salas Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM Las obras modernas que presentan la historia de la filosofía griega antigua nos han acostumbrado a percibirla como un ámbito de extrema sofisticación intelectual y, hasta cierto punto, apabullante, pues describen el desarrollo del pensamiento filosófico bajo una perspectiva eminentemente sistemática como una sucesión de propuestas científicas de complejidad y nivel de abstracción cada vez más altos. En efecto, desde esta perspectiva técnica y más bien especializada del historiador de las ideas el único aspecto que cuenta son las doctrinas y las concepciones filosóficas concretas que se pueden atribuir a cada personaje con base en un examen atento, objetivo y desapasionado de las evidencias textuales, enfoque que da lugar a una imagen netamente ascendente y acumulativa del saber filosófico, con poca o nula atención por el lado humano o, si queremos, cotidiano de las personalidades individuales. Sin embargo, en oposición a este esquema evolutivo que los estudiosos modernos proyectan del pensamiento filosófico griego como una progresión lineal, los biógrafos antiguos se dedicaron predominantemente a compilar con ánimo desenfadado todo tipo de informaciones sobre los grandes pensadores de la antigüedad, abrevando en fuentes de las más diversas épocas y tendencias, así como del más variado grado de fiabilidad. Es precisamente característico de dichas obras que, a la búsqueda de lo extraordinario y de lo maravilloso, se asociara una debilidad por los detalles nimios que ilustraran los aspectos más cotidianos de la vida y la personalidad de los grandes filósofos, pese a que muchos de ellos se habían convertido ya en figuras casi legendarias. El autor emblemático de dicha corriente es Diógenes Laercio (aprox. s. III d.C.), quien al escribir sus Vidas de los filósofos tuvo en mente a un público menos deseoso de aprender filosofía que de acceder de manera ligera al gossip sobre los grandes pensadores de la antigüedad, por lo que puso el máximo énfasis en rescatar la faceta anecdótica de su vida y actividad, entrelazándola hábilmente con datos doxográficos de toda índole. Cabe señalar, no obstante, que la tradición anecdótica sobre los primeros filósofos (los llamados “presocráticos”) recogida por los biógrafos tardíos había comenzado a circular varios siglos atrás, quizá todavía en vida de sus protagonistas o poco después de su muerte, a juzgar por los ecos que de ella se encuentran en autores de los siglos V y IV a.C., sobre todo en Platón, Aristóteles y sus sucesores inmediatos. Así pues, inspirado en ese espíritu más abierto e incluyente de toda la tradición antigua acerca de los filósofos griegos antiguos, me propongo recoger a continuación algunas de las anécdotas relatadas sobre algunos de ellos, en las que también salen a relucir con frecuencia dichos o frases memorables que los antiguos atribuían a aquellos pensadores. Tales de Mileto: de hábil ingeniero a “sabio distraído” Me referiré en seguida a algunas noticias acerca de Tales de Mileto (ss. VII-VI a.C.), al que una tradición muy extendida incluye entre los “Siete Sabios” de Grecia, grupo del que Tales, junto con Bias de Priene, Pítaco de Mitilene y Solón de Atenas, forma el núcleo canónico. En el contexto del establecimiento de una suerte

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de corporación o gremio que agrupara a la categoría profesional de los representantes del nuevo saber laico (es decir, científico) por oposición a la sabiduría divina de los poetas tradicionales, cabe destacar que Tales aparece mencionado en las Vidas de los filósofos de Diógenes Laercio (I 22) —lo más parecido a una historia de la filosofía que nos llegó de la antigüedad— como “el primero en ser designado sabio bajo el arcontado de Damasio en Atenas”. Ahora bien, los archivos antiguos conservados confirman que el mentado Damasio ocupó dicho cargo hacia el 582 a.C., de manera que en la noticia recién mencionada puede verse el reflejo de un ‘nombramiento’ o, si se prefiere, de un reconocimiento oficial de la condición de ‘sabio’, que se habría otorgado a Tales justo en el momento de la constitución del canon de los “Siete”. Independientemente de los hechos que habrían dado lugar a una noticia como la anterior, merece subrayarse que una tradición muy acreditada confirma el importante papel jugado por Tales en la construcción de un saber filosófico estructurado conforme a criterios científicos objetivos. Dicho papel está claramente enunciado en su identificación por parte de Aristóteles (Aristot. Metaph. 983b 20) como el primer practicante de la filosofía acerca de la causa material, es decir, aquella que indaga la substancia o elemento primordial (cuyo número llegó a 4 en la doctrina de Empédocles), a partir del cual, siguiendo un impulso espontáneo de estructuración perfectamente regular y ordenado, habría surgido cada uno de los seres y cada una de las cosas que constituyen el mundo visible o, más precisamente, el de la experiencia sensorial. Además de aparecer colocado así en el origen de la especulación filosófica, otra serie de noticias hace también de Tales no sólo un exponente de punta de la naciente ciencia de la naturaleza (equivalente a una suma de cosmología, astronomía, biología y geometría), sino que lo señala como un hombre dotado de un espíritu eminentemente inclinado a la resolución de problemas prácticos concretos, a menudo como consecuencia de la aplicación de ciertos conocimientos teóricos, ya fueran obtenidos por él mismo o aprendidos de otros. En efecto, Heródoto relata en sus Historias (I 170) acerca de la actividad de Tales como hábil consejero político en materia de “relaciones internacionales”, pues le atribuye la formulación de un plan concreto de acción para que los jonios de Asia Menor enfrentaran la amenaza que significaba la expansión persa: una confederación con centro operativo en Teos, localidad propuesta como sede natural del consejo para la toma de decisiones colectivas por estar en el centro geográfico del espacio ocupado por las ciudades jonias confederadas. A pesar de que la propuesta de Tales no fue puesta en práctica, como se constató dolorosamente tras la conquista de que fue objeto la Jonia a manos de los ejércitos persas algunos años después (en el 546 a.C.), la larga memoria de dicho proyecto no realizado da testimonio de la estima que se tributó a la inventiva de Tales, una sabiduría práctica que sale de nuevo a relucir en otras dos anécdotas, también recogidas por Heródoto. La primera de las dos noticias describe una proeza de cálculo astronómico realizada por Tales, por medio de la cual habría logrado predecir el año en que se produjo un eclipse total de sol —ocurrido, según los astrónomos modernos, el 28 de mayo del 585 a.C.— visible en buena parte de Anatolia. Para la fortuna de la fama de Tales, la suerte quiso que el suceso tuviera lugar justo en el momento en que se enfrentaron en batalla los ejércitos del rey lidio Aliates y del rey medo Ciaxares, casualidad que contribuyó a dar todavía mayor difusión a la imagen de Tales como incomparable pronosticador de fenómenos astronómicos, por más que el sabio de Mileto, según piensa Heródoto (I 74), se hubiera limitado a indicar

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solamente un intervalo, es decir, el año en que se habría presentado el eclipse. Es posible conjeturar incluso que el “nombramiento” de sabio probablemente otorgado a Tales en Atenas hacia el 582 a.C., pudo estar conectado con su recién adquirida fama como calculador de los movimientos de los astros asociada con este singular logro predictivo. La segunda hazaña de Tales que nos interesa es relatada por Heródoto (I 75) a continuación de la anterior y tiene que ver ya no con cálculos o pronósticos astronómicos, sino con la ejecución de una obra práctica de ingeniería militar. Cuenta Heródoto, en efecto, que Creso, indignado en contra de Ciro y confiado en un oráculo engañoso que interpretó como favorable para él (“habrás de destruir un gran imperio”, había sido el vaticinio llegado de Delfos —ver Hdt. I 53), para enfrentarse a aquél emprendió con su ejército la marcha que lo llevó hasta la frontera con el territorio persa, constituida por el río Halis. Llegado ahí, habría tenido que buscar el modo de cruzar el ancho y caudaloso río con su ejército, cosa que, según Heródoto, habrían hecho posible unos puentes ya existentes ahí, pero que, según una tradición muy extendida entre los griegos, habría sido más bien producto del ingenio de Tales de Mileto. Éste, que providencialmente acompañaba a Creso, habría mandado cavar un canal en forma de semicírculo desde dos puntos de la ribera del río, por el que hizo desviar a continuación una parte del torrente, de tal modo que cada uno de los dos brazos resultantes se volvió vadeable por llevar sólo la mitad del caudal total del Halis. Ahora bien, frente a ésta y otras noticias que dan testimonio de una inclinación marcadamente práctica de la sabiduría de Tales de Mileto, es decir, por expresarlo en términos modernos, de su propensión natural a la ciencia aplicada, nos ha llegado otra tradición que proyecta una imagen de Tales virtualmente opuesta a la anterior, pues aparece caracterizado en ella como un sabio algo excéntrico, sumido en profundas cavilaciones y abstraído del entorno inmediato. Dicha imagen se nos presenta en su versión más acabada y emblemática en un pasaje del Teeteto (174 a) de Platón, donde, para ilustrar la manera en que el pensamiento del verdadero filósofo se mantiene desde su juventud alejado absolutamente de las actividades y los impulsos mundanos, de los que se desinteresa por completo para emprender en cambio el vuelo hacia la esfera abstracta de la geometría de las figuras y de la astronomía de los cielos en busca de la naturaleza esencial de las cosas, el personaje Sócrates establece un paralelismo con una anécdota relativa a Tales de Mileto. Narra de éste, en efecto, cómo una vez que estaba observando los astros, con la mirada vuelta hacia lo alto, cayó en un pozo, a lo que una sirvienta tracia, ingeniosa y de buen aspecto, comenzó a burlarse de él, echándole en cara su empeño por enterarse sobre las cosas del cielo pero sin darse cuenta de lo que tiene a su lado y de lo que está a sus pies. Dejando de lado aquí la discusión de si la anécdota pudo corresponder o no a un episodio verdadero, es importante destacar cómo en ella Tales se convirtió ya en el prototipo del sabio distraído, en el sentido de que encarna a quien vive con la mente del todo dedicada al estudio de los entes perfectos del mundo ideal, de aquellos que sólo se pueden contemplar con la mirada noética, con el pensamiento, elevándose por encima de las cosas concretas e inmediatas del mundo tangible y visible. Ambas facetas de la imagen de Tales, la del inventor ingenioso que resuelve complejos problemas prácticos (de carácter sobre todo geométrico) y la del prototipo de sabio que vive con la mente abstraída y la mirada fija en el topos ouranos, perviven no sólo en las obras especializadas y en las anécdotas

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transmitidas oralmente, sino que se sedimentaron también en la tradición literaria propiamente dicha. Este desdoblamiento de una sola figura histórica se observa con toda claridad en Aristófanes, uno de cuyos personajes es el geómetra Metón, quien aparece en escena en el acto de describir en el aire el trazado geométrico de la nueva ciudad aérea de los pájaros (Aves vv. 995-1009 ss.), a lo que uno de los participantes en el diálogo comenta “ese hombre es un Tales”, es decir, un genio incomparable que soluciona un difícil problema. Por otro lado, en las Nubes (vv. 171-174) hay una escena cómica en la que Aristófanes parece hacer una parodia de la anécdota de Tales distraído que cae en el pozo, pues en ella Sócrates es retratado en el acto de realizar una observación nocturna de la trayectoria de la luna, durante la cual una especie de lagarto o saurio (quizá un gecónido) defeca en la boca abierta del filósofo. A continuación (vv. 175-179), a falta de cena Sócrates se apresta a dar una lección de geometría extendiendo una capa de ceniza sobre una mesa e improvisando un compás —con la varilla del asador doblada— para trazar encima, con clara alusión al otro tipo de saber tradicionalmente asociado con Tales, quien al final es implícitamente declarado inferior a Sócrates (v. 180) justo en las dos disciplinas que le valieron principalmente su fama de sabio. En tanto que la imagen tradicional de Tales como hábil ingeniero cedió paulatinamente el lugar, a lo largo del siglo V a.C., a la del sesudo teórico o, más aún, a la del sabio distraído, llama la atención que sea en una obra de Aristóteles —la mente más crítica y analítica del momento— donde, obedeciendo al fuerte impulso racionalista propio del siglo IV a.C., se habría de alcanzar la conciliación entre ambas visiones contrapuestas sobre el gran pensador de Mileto. En efecto, Aristóteles narra en la Política (A.11.1259a 6), a propósito de estrategias de negocios exitosas, el siguiente plan aplicado por Tales para obtener ganancias, cuya interpretación usual —es decir, como prueba de la sabiduría de dicho personaje— rechaza. Cuenta, pues, Aristóteles que algunos se burlaban de la pobreza de Tales y le echaban en cara la inutilidad de la filosofía, pero que éste, basado en sus cálculos astronómicos, se dio cuenta de cuál sería la producción de aceitunas cuando era todavía invierno, por lo que consiguió algún dinero y lo dio en depósito por el uso de todas las prensas de aceite de Mileto y de Quíos, que consiguió a bajo precio porque no tenían demanda entonces. Al llegar la temporada, de repente fueron muy solicitadas las prensas de aceite, que él subarrendó al precio que quiso, con lo que obtuvo grandes ganancias y demostró cómo era fácil enriquecerse para los filósofos, si así lo querían, aunque no era ése su propósito. De esta manera, la ‘nueva’ anécdota de Tales ‘rebasa’ su imagen previa como teórico abstraído y supera el estigma de inutilidad recientemente impuesto sobre la vida contemplativa, cosa que logra sublimando a través de la filosofía la habilidad innata para las operaciones comerciales (típicamente asociada con el origen fenicio atribuido a este personaje), así como realizando una hábil síntesis entre dicho carácter pragmático y la figura prístina del genial inventor de soluciones prácticas, para las que el experto en astronomía no acaba siendo sino un proveedor de pretextos altamente sofisticados.