ANGELO SERRA DIGNIDAD DEL EMBRIÓN HUMANO

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DIGNIDAD DEL EMBRIÓN HUMANO Angelo Serra En 1986 una falsedad difundida por una ciencia irresponsable sirvió de pretexto para usurpar la denominación y el estatuto de hijo al nuevo ser concebido. Nueva vida, apenas surgida tras la fusión de los gametos materno y paterno, recién iniciada en un maravilloso diálogo con los padres -sobre todo con la madre- a nivel biológico, psicológico, mental y espiritual, al nuevo ser se le negaba el nombre de hijo hasta el décimo cuarto día después de ser concebido. Antes de ese día, debía ser considerado un montón de células, no un ser humano regalo y expresión viva del amor de un padre y una madre. También la ley se adecuó: le negó hasta ese día el derecho de hijo, degradándolo a mero objeto disponible, hasta el extremo de conceder su patente, talgo que jamás hubiéramos imaginado! Esta situación inhumana fue denunciada en la encíclica Evangelium vitae por el papa Juan Pablo II: "Hay quien intenta justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un determinado número de días, aún no puede ser considerado una vida humana personal" 1 . Pero continuaba con firmeza: "En realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una vida que no es la del padre o la de la madre, sino un nuevo ser humano que se desarrolla por su cuenta. Nunca se hará humano si no lo ha sido hasta entonces" 2 . Y confirmaba: "En relación a esta evidencia de siempre [...] la ciencia genética moderna proporciona valiosas pruebas" 3 . 1 Giovanni Paolo II, Evangelium vitae 60: EV 14/2367. 2 Evangelium vitae 60: EV 14/2367. 3 Evangelium vitae 60: EV 14/2367.

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DIGNIDAD DEL EMBRIÓN HUMANO

Angelo Serra

En 1986 una falsedad difundida por una ciencia irresponsable sirvió de pretexto para usurpar la denominación y el estatuto de hijo al nuevo ser concebido. Nueva vida, apenas surgida tras la fusión de los gametos materno y paterno, recién iniciada en un maravilloso diálogo con los padres -sobre todo con la madre- a nivel biológico, psicológico, mental y espiritual, al nuevo ser se le negaba el nombre de hijo hasta el décimo cuarto día después de ser concebido. Antes de ese día, debía ser considerado un montón de células, no un ser humano regalo y expresión viva del amor de un padre y una madre. También la ley se adecuó: le negó hasta ese día el derecho de hijo, degradándolo a mero objeto disponible, hasta el extremo de conceder su patente, talgo que jamás hubiéramos imaginado!

Esta situación inhumana fue denunciada en la encíclica Evangelium vitae por el papa Juan Pablo II: "Hay quien intenta justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un determinado número de días, aún no puede ser considerado una vida humana personal"1. Pero continuaba con firmeza: "En realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una vida que no es la del padre o la de la madre, sino un nuevo ser humano que se desarrolla por su cuenta. Nunca se hará humano si no lo ha sido hasta entonces"2. Y confirmaba: "En relación a esta evidencia de siempre [...] la ciencia genética moderna proporciona valiosas pruebas"3.

1 Giovanni Paolo II, Evangelium vitae 60: EV 14/2367.2 Evangelium vitae 60: EV 14/2367.3 Evangelium vitae 60: EV 14/2367.

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En los pocos minutos de que dispongo trataré de ilustrar de manera esquemática la última afirmación citada del Evangelium vitae. En realidad, un análisis científico riguroso de la primera etapa de desarrollo tras la concepción, que dura aproximadamente catorce días, conduce a una sola y única conclusión, que con la fusión de los gametos paterno y materno comienza el ciclo vital de un nuevo sujeto humano, a quien corresponde plenamente el dulce apelativo de hijo con dignidad similar a la del padre y de la madre. Destaquemos los cuatro puntos esenciales de este análisis.

El primer punto tiene que ver con el cigoto. Al concluir el proceso de fecundación, pocos segundos después de la fusión de un espermatozoide con un ovocito, se observa a través de todo el huevo fecundado la rápida difusión de una onda, llamada onda calcio, debida al aumento temporal de la concentración intracelular de iones de calcio y a la acción de la oscilina, una proteína paterna descubierta recientemente. Es la señal de la activación y del comienzo del desarrollo embrionario.

Esta nueva célula es el cigoto, el embrión unicelular; una nueva célula que empieza a actuar como un nuevo sistema, es decir, como una unidad, un ser vivo ontológicamente unitario, como cada una de las células en fase mitótica, pero con algunas propiedades peculiares. De entre las muchas actividades coordinadas de esta nueva célula, durante un periodo de entre veinte a veinticinco horas aproximadamente, las más importantes son:

1) La organización del nuevo genoma, que constituye el principal centro infor-mativo y coordinador para el desarrollo del nuevo ser humano y de todas sus actividades posteriores.

2) El comienzo del primer proceso mitótico que lleva al embrión a dos células.

Hay que poner de relieve dos aspectos esenciales de esta nueva célula: primero, que el cigoto tiene una identidad precisa, es decir, no es un ser anónimo; segundo, que está orientado intrínsecamente a un desarrollo bien definido, la formación de un sujeto humano con una determinada forma corporal; ambas características, identidad y orientación, son esencialmente dependientes del genoma que lleva grabada, en unas determinadas secuencias moleculares, la información genética. En realidad, esta información, invariable, establece su pertenencia a la especie humana, define -identidad biológica individual, y lleva a un programa codificado que lo dota de enormes potencialidades morfogenéticas, o sea, de capacidades intrínsecas que se activarán de forma autónoma y gradual durante el proceso epigenético rigurosamente orientado. Una mirada rápida a las etapas del desarrollo sucesivas nos va a permitir establecer, con razón plena, que precisamente el cigoto es el punto exactc en el espacio y en el tiempo en que un "individuo humano" comienza su ciclo vita! propio.

La primera etapa va del cigoto al blastocisto; éste es el segundo punto esencia de nuestro análisis. Durante un periodo de aproximadamente cinco días tiene \uzir

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una rápida multiplicación celular, bajo el control de un gran número de genes implicados en los muchos aspectos del ciclo mitótico y en la producción de proteínas necesarias para la estructuración y las actividades del creciente número de células. Hay un aspecto que merece una atención especial: hoy en día se sabe que el nuevo genoma, que se forma en el cigoto, asume el control de todo el proceso epigenético desde los primerísimos estadios del desarrollo. Todo esto queda demostrado también en la embriogénesis humana. Tras los estudios de P. Braude, V. Bolton y S. Moore, quienes habían demostrado que al menos en el paso de cuatro a ocho células el nuevo genoma se vuelve activo en el control de la producción de nuevas proteínas, se ha comprobado más recientemente que otros genes -por el momento al menos ocho- están activos ya desde el estadio de cigoto.

Estos datos, cada vez más abundantes a medida que progresan las tecnologías y el análisis del genoma, vienen a demostrar con la máxima evidencia que el nuevo genoma, formado tras la fecundación, es la base y el soporte constante de la unicidad estructural y funcional del embrión, el cual se desarrolla a lo largo de una trayectoria que mantiene una dirección constante. El famoso embriólogo L. Wolpert señalaba acertadamente que "la verdadera clave para entender el desarrollo radica en la embriología celular, en el proceso de transducción de las señales y en el control de la expresión de los genes que lleva a modificaciones del estado de la célula, movimiento y crecimiento".

Todo esto es precisamente lo que ocurre a partir del estadio de cigoto hasta el estadio de blastocisto. En realidad, desde el estadio de dos a ocho células, éstas permanecen unidas entre sí a través de microvillis y puentes citoplasmáticos intercelulares, que facilitan la transmisión de señales entre las células, extremadamente importante para un acrecentamiento ordinario. Este contacto llega a ser altamente adhesivo en el estadio de mórula, de ocho a treinta y dos células, cuando las células se adhieren más estrechamente entre sí, maximizando sus áreas de contacto y formando complejos agrupamientos* que favorecen una rápida transmisión intercelular de iones y señales moleculares, favoreciendo el proceso de desarrollo normal, que en cambio podría ser alterado en ausencia incluso de una sola de las proteínas unitivas de la familia de las conexinas. Bajo la acción de estas señales moleculares, que determinan la entrada en acción de otros genes, entre el tercer y el cuatro ciclo celular, se diferencian netamente dos tipos de células que dan origen respectivamente a las dos líneas celulares: trofoblástica y embrioblástica. Esta heterogeneidad morfológica y funcional se hace aún más evidente en el sexto y séptimo ciclos, cuando el blastocisto aparece constituido por sesenta y cuatro/ciento veintiocho células: se distinguen tres tipos de estratos celulares, histológicamente diferentes y con desti-

Estos agrupamientos complejos se denominan tight junctions y gap junctions (N. del T.)-

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nos diversos. Éstos constituyen respectivamente: trofoblastos polar y mural, que derivan de la diferenciación de la línea celular trofoblástica; el ectodermo primitivo y el endodermo, que derivan de la diferenciación del embrioblasto o masa celular interna (ICM).

Sigue ahora la segunda etapa, del blastocisto al disco embrionario: es el tercer punto esencial de nuestro análisis. Se observa la expansión del blastocisto, que se libera de la zona pelúcida que lo protegía hasta entonces; su implantación en el útero -definido todavía hoy en día como "una paradoja de la biología celular" no fácilmente explicable con los conocimientos actuales- durante la cual madre y embrión hacen de todo para establecer una maravillosa armonía a pesar de la difícil situación; y la continuación ininterrumpida de la diferenciación, de la organización y del crecimiento. Unos ocho días después de la fecundación aparece la cavidad amniótica, que delimita el entorno donde, tras una diferenciación ulterior, se forma el disco embrionario, una estructura bilaminar derivada de la diferenciación del ectodermo y del endodermo primitivos. En torno al décimo día, el amnios ya está diferenciado y el trofoblasto polar con el mesodermo extraembrionario da origen al corion, que se convierte en la parte fetal de la placenta. Entre el undécimo y el décimo tercer día después de la fecundación, el disco embrionario alcanza un diámetro de dos décimas de milímetro y, aproximadamente el décimo cuarto día, en la región caudal aparece un denso grupo de células, denominado estría primitiva, que marca la formación de un tercer estrato de células, el mesodermo, y determina el inicio de la morfogénesis.

Esta constituye el cuarto punto de nuestro análisis. En esta estructura básica maravillosamente organizada en quince días, donde cesaría cualquier desarrollo si el disco embrionario estuviera separado de los anexos con los que forma un todo unitario, se define el plan general del cuerpo, tiene lugar el modelado de los diferentes órganos y tejidos, seguido por la organogénesis y por la histogénesis. En la quinta semana de gestación en el embrión, de un centímetro de longitud aproximadamente, ya están esbozados el cerebelo, el corazón, los pulmones, los tractos gastroentérico y genital-urinario; en la sexta semana son claramente visibles las extremidades en esbozo y, al final de la séptima semana, la forma del cuerpo es completa.

Llegados a este punto, surge de forma espontánea una pregunta. Si las líneas esenciales, trazadas hasta ahora, del desarrollo de un cigoto humano en los primeros quince días, hasta el estadio de disco embrionario de cuatro a ocho millones de células, son una descripción objetiva de lo que realmente ocurre -y nadie que esté suficientemente informado lo puede negar- ese podría entonces afirmar honestamente que, en cada estadio del desarrollo embrionario del cigoto al disco embrionario, los embriones humanos son colecciones de pocas células, o una masa de células genéticamente humanas, o un racimo de células más o menos homogéneas, o una "masa de células pre-programadas débilmente organizadas", o -como ha declarado

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recientemente a algunos de nuestros grandes periódicos un premio Nobel— que "el embrión en este estadio es sólo un montón de células"? Para comprender mejor la gravedad de estas afirmaciones, que falsean la realidad objetiva sobre lo que es el embrión humano en los primeros quince días de vida, puede servir una analogía: nadie podría llamar, sino de forma despectiva, montón de ladrillos a una casa construida con ladrillos según un plan bien definido estructural y funcionalmente. Se daría, en cambio, correctamente el calificativo de montón al conjunto de ladrillos con los que ha sido construida, pero apilados sin orden ninguno. No esta última, sino la primera, corresponde a la verdadera imagen del embrión.

Retomemos ahora la pregunta: ¿cuándo empieza el ciclo vital de un individuo humano? ¿Cuándo los padres pueden llamar de verdad hijo al ser concebido, que generalmente la madre ya siente cuando todavía él/ella está cumpliendo los primeros cinco días de camino por la trompa? La respuesta ya sería evidente después de todo lo expuesto hasta el momento. Sin embargo, una reflexión no sólo descriptiva, sino desarrollada ahondando de forma lógica en el proceso biológico mismo -definido por el gran embriólogo O H. Waddington como "la continua emergencia de una forma desde estadios anteriores" o "epigénesis"- conduce a la decisión definitiva. De hecho, este análisis pone en evidencia tres propiedades características del proceso epigenético.

La primera propiedad es la coordinación. De todo lo expuesto resulta evidente que el desarrollo embrionario, desde el momento de la fusión de los gametos hasta la formación del disco embrionario, alrededor de catorce días después de la fecundación, es un proceso donde existe una secuencia e interacción coordinada de actividad molecular y celular, bajo el control del nuevo genoma, que a su vez es modulado por una cascada ininterrumpida de señales transmitidas de célula a célula, y del ambiente interno y externo a cada célula y, en éstas, del citoplasma al núcleo. Concretamente esta propiedad innegable, que se vuelve cada vez más compleja y rígida durante la morfogénesis, implica y, aún más, exige una rigurosa unidad del ser que está en constante desarrollo. Cuanto más progresa la investigación científica, más parece que el nuevo genoma garantiza esta unidad, donde un grandísimo número de genes reguladores aseguran el tiempo exacto, el lugar preciso y la especificidad de los eventos morfogenétícos. Todo esto conduce a concluir que el embrión humano -como cualquier otro embrión- incluso en los primerísimos estadios no es un montón de células, sino que el embrión completo en cada estadio, también en los catorce primeros días, es un individuo real donde las células singulares están estrechamente integradas en un único proceso dinámico, mediante el cual traduce autónomamente, momento a momento, su propio espacio genético en su propio espacio orgánico.

La segunda propiedad es la continuidad. Teniendo en cuenta los datos presentados, es innegable que con la singamia se inicia un nuevo ciclo vital. El cigoto es el origen del nuevo organismo que se encuentra en el auténtico principio de su ciclo

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vital. Si se considera el perfil dinámico de este ciclo en el tiempo, se observa claramente que procede sin interrupciones. Esto fue abiertamente reconocido por el propio Comité Warnock al decir que: "Una vez que el proceso ha comenzado, no hay ninguna parte del proceso de desarrollo que sea más importante que otra; todas son parte de un proceso continuo, y si cada estadio no ocurre de forma normal, en el momento preciso y en la secuencia correcta, el desarrollo posterior cesa". De hecho, a través de un análisis inductivo de los datos, no hay en absoluto un primer ciclo de catorce días de un ser viviente genéticamente humano pero anónimo, que termina en el estadio de disco embrionario, seguido de un segundo ciclo de un ser humano real desde el disco embrionario en adelante. Al contrario, existe una diferenciación ininterrumpida y progresiva de un individuo humano dado, que empieza en el estadio de cigoto y continúa según un plan único y rigurosamente definido. La propiedad de la continuidad, por eso, implica y establece la unicidad o singularidad del nuevo sujeto humano: desde la singamia en adelante se trata siempre del mismo e idéntico individuo humano con una identidad propia, que se está construyendo autónomamente, mientras pasa a través de estadios que son cualitativamente cada vez más complejos.

La tercera y más importante propiedad, si bien generalmente descuidada, es la gradualidad.

La forma final se alcanza gradualmente. Ésta es una ley ontogénica, una constante del proceso generativo, en función de la cual también un individuo humano debe iniciar su ciclo vital como una célula única. Esto implica y exige una regulación que debe ser intrínseca a cualquier embrión singular y, desde el estadio de cigoto, mantiene el desarrollo permanentemente orientado hacia la forma final. Concretamente a causa de esta ley epigenética intrínseca, inscrita en el genoma y que empieza a actuar desde el momento de la fusión de los gametos, cada embrión -y por ello también el embrión humano- mantiene permanentemente su propia identidad, individualidad y unicidad, permaneciendo ininterrumpidamente el mismo individuo durante todo el proceso del desarrollo, desde la singamia en adelante, a pesar de la siempre creciente complejidad de su totalidad.

Son precisamente estas características las que distinguen al individuo.Por eso, la inducción lógica de los datos que suministran las ciencias experimentales

-cuyo número y calidad son siempre mayores y confirman rigurosamente la presente conclusión- conduce a la única afirmación posible, que a menos que se den alteraciones fortuitas, con la fusión de dos gametos un individuo humano real comienza su propia existencia o ciclo vital, durante el cual, dadas todas las condiciones necesarias y suficientes, activará de forma autónoma todas las potencialidades de las que está intrínsecamente dotado. El embrión vivo, por tanto, desde la fusión de los gametos, es un individuo humano real, no un simple montón de células.

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Desde ese momento es hijo: ¡una flor apenas Abierta, que merece todo el amor, :odas las atenciones! Tiene la misma dignidad de quien le ha dado la vida, los mis-nos derechos fundamentales.

Este individuo humano, siempre hijo, tiene derecho a vivir. El concepto de perdona -que no es competencia de la ciencia- no quita nada al primero; sólo lo completa dando las razones de su dignidad particular, que cada uno de nosotros no puede no reconocer reflexionando sobre sí misma.

Esta conclusión, que mantiene su validez y fuerza ante cualquier objeción, tiene obviamente sus consecuencias en el terreno científico, tecnológico, médico, social, jurídico y político. La cultura biotecnológica, que va apoderándose cada vez más de a sociedad envenenándola, no cederá frente a la verdad: llena de prejuicios y ávida le intereses, seguirá engañando. No se rendirá ni siquiera ante la verdad evidente le que, si todo lo que se hace hoy en día a millones de embriones humanos se le hubiese hecho a ese -según ellos- montón de células con que comenzó la vida de tantos científicos que admiramos hoy en día, entonces, siendo coherentes, debería-nos afirmar que a éstos se les habría quitado su vida apenas surgida, y tal vez con repercusiones no pequeñas para la sociedad.

En esta cultura, por desgracia, los hijos se han convertido en un producto que hay que controlar. El papa Juan Pablo II, en la Evangelium vitae, nos ha indicado nuestra tarea urgente: "Urge una movilización de las conciencias y un esfuerzo ético común [...]. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida"4.

4 Evangelium vitae 95: EV 14/2483.