Anima

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  Á nima Wajdi Mouawad

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Primeros capitulos

Transcript of Anima

  • CORRECCIN: SEGUNDAS

    SELLO

    FORMATO

    SERVICIO

    Ediciones Destino

    13,3 x 23

    xx

    COLECCIN ncora y Delfn

    Rstica con solapas

    xx/xx/20xx DISEADORDISEO

    REALIZACIN

    CARACTERSTICAS

    CORRECCIN: PRIMERAS

    EDICIN

    4/1cmyk + Pantone 7500

    -

    IMPRESIN

    FORRO TAPA

    PAPEL

    PLASTIFCADO

    UVI

    RELIEVE

    BAJORRELIEVE

    STAMPING

    GUARDAS

    Estucado brillo doble cara

    Brillo

    -

    -

    -

    -

    -

    INSTRUCCIONES ESPECIALES-

    DISEO

    REALIZACIN

    xx/xx/20xx DISEADOR

    nimaWajdi Mouawad

    Wahhch Debch descubre el cuerpo de su mujer, brutalmente violada y asesinada, en el saln de su casa. Empujado por el dolor, se lanza a la caza del asesino: necesita ver su rostro, pero no por venganza, sino por supervivencia. Durante su odisea a travs de Amrica, solo y sin esperanza, brutales recuerdos escondidos en los pliegues de su infancia despiertan poco a poco. Para evocar la parte monstruosa del ser humano, Wajdi Mouawad hace callar al hombre y da voz a los animales: son ellos quienes nos narran la escalofriante bsqueda de la verdadera bestia. nima nos lleva por un camino desconocido a un territorio entre el thriller, el western y la tragedia griega, un lugar inhspito y de una violencia feroz que sin embargo no queremos abandonar y que somos incapaces de olvidar cuando hemos acabado el libro: ese espacio nuevo, amenazante y a la vez redentor de la gran literatura.

    Una bomba de relojera en tu biblioteca. Una vez terminas el libro, empieza la obsesin,

    FRANOIS BUSNEL, LExpress.

    Nadie sale indemne de esta novela, ELODIE DA SILVA, Salon Littraire.

    Otros ttulos de la coleccin ncora y Delfn Claire DeWitt y la ciudad de los muertosSara Gran

    Los corruptoresJorge Zepeda Patterson

    La mala luzCarlos Castn

    Legado en los huesosDolores Redondo

    MisericordiaJack Wolf

    El dios de DarwinSabina Berman

    Puente de VauxhallJavier Sebastin

    Wajdi Mouawad naci en el Lbano en 1968. De muy pequeo emigr con su familia a Francia huyendo de la guerra civil, y posteriormente se trasladaron a Montreal. All estudi en la Escuela Nacional de Teatro y, tras dirigir varios centros, en 2005 cre dos compaas, Au carr de lhypotnuse, en Francia, y Ab carr c carr, en Quebec. Su obra ms importante es la tetraloga La sangre de las promesas, compuesta por Bosques, Litoral, Incendios y Cielos. La adaptacin cinematogrfi ca de Incendios fue nominada al Oscar a la mejor pelcula extranjera, y el propio autor ha llevado al cine Litoral.

    Ha recibido destacados galardones, como el Premio Terenci Moix 2012, el Governor Generals Literary Award for Drama o el Prix de la Francophonie. En 2002 fue nombrado en Francia Caballero de la Orden Nacional de las Artes y las Letras. nima ha sido galardonada con el Prix Mditerrane, el Grand Prix Thyde Monnier y el Prix du Deuxime Roman.

    Diseo de la cubierta: Compaa

    Ilustracin de la cubierta: Tim OBrien

    Fotografa del autor: D.R. ncora y Delfn ncora y Delfn

    1283

    27 mm

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  • nima

    WajdiMouawad

    Traduccinde Pablo Martn Snchez

    Ediciones DestinoColeccin ncora y DelfnVolumen 1283

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    Felis sylvestris catus carthusianorum

    Haban jugado tantas veces a morirse el uno en los bra-zos del otro, que al encontrarla ensangrentada en mitaddel saln se ech a rer, convencido de estar asistiendoa una representacin, a algo grandioso que consiguierasorprenderlo esta vez, anonadarlo, pasmarlo, hacerleperder la cabeza, quedarse con l.

    Por la maana, tras darle la bolsa de plstico amari-llo, ella haba dicho en tono jovial Compra atn porqueel-atn-es-bonito, pero era evidente que estaba muerta,pues tena los ojos abiertos, la mirada fija y, entre las ma-nos, la herida, el cuchillo clavado en el sexo.

    Quitadme la tierra de encima, quiso gritar, como elda ya lejano en que unos hombres lo enterraron vivo.No debo llorar, se haba dicho, si lloro, si grito, empeza-rn de nuevo, me sacarn, me matarn y volvern a me-terme dentro. Y all, de pie en mitad del pasillo de laentrada, perdiendo la nocin del tiempo, se qued quie-to, sin respirar, por miedo a que todo volviera a empe-zar, a que ella muriese otra vez, algo absurdo a fin decuentas, ya que estaba muerta sin duda alguna, con lasmanos aferradas a la hoja, ramo de flores sobre su vien-tre destripado. Ignoro si intent retirar el cuchillo du-rante la agona, pero si lo hizo tuvo que morir antes deconseguirlo, pues el esfuerzo exiga demasiada sangre.Estoy seguro de que l imagin los ltimos latidos de su

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    corazn, pez gato en mitad del pecho, abandonado a smismo, arrastrado hacia las profundidades. Estoy segu-ro de que imagin fluir su sangre por ltima vez, fugadesbocada, ciega, a travs del ddalo de venas para bro-tar como una carcajada por la herida abierta de su sexo,donde el cuchillo se haba clavado y clavado y clavado yvuelto a clavar.

    Lonie...! Lonie...! No era nada, ni una llamada,ni un quejido, apenas un hlito, el reflejo de lo cotidiano.Le gustaba tanto decir su nombre, con toda la dulzu-ra de la que era capaz, Lonie, me gusta tanto decir tunombre, Lonie, nacen liblulas al mover los labios,Lonie, se acabaron las liblulas. Frente a l se alzabanmuebles y objetos, insoportables en su mutismo, en suindiferencia ante la desdicha.

    La luz del da, discretamente, fue retirndose delapartamento, absorbida por el movimiento general delmundo a travs de los dos ventanales, como si estuvieraal final de un embudo. Era aquella hora en la que el cie-lo, en su lmpida belleza, conservaba el luminoso azur delas vidrieras de la catedral donde me gusta perdermede vez en cuando.

    No sabra decir cunto tiempo permaneci inmvil,cunto tiempo pas antes de que se arrodillara a su lado.Yo lo vea iluminado por la luz amarillenta de las farolasde la calle que salpicaban, como manchas, una parte delsaln. Acerc su rostro al rostro de ella, cada instante nosalejaba ms de Lonie, plida como una estrella dema-siado distante, amoratada por las tinieblas de la noche.Se incorpor, levant la cabeza, busc el aire y, agarrn-dose el vientre con los brazos entrecruzados, como siquisiera calmar un agudo retortijn, dej escapar un ge-mido, ni grito ni llanto, ms bien un vmito ronco, pro-vocando una vibracin que hizo que los cristales delapartamento se pusieran a temblar en sus marcos de ma-dera.

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    El mundo no se mueve mientras los humanos estnde pie. Es una ley innata, inscrita en mis genes. De ahmi pavor al verlo a cuatro patas, con las manos extendi-das sobre el charco de sangre, inclinado sobre la superfi-cie para beber su color. Al levantarse, mir las palmas desus manos y las puso sobre su propia cara.

    Me he comido el atn que haba en la bolsa y he be-bido el agua del lavabo. Ha venido la noche y luego el soly otra vez la noche y luego nubes y lluvia y de nuevo lanoche y tambin unos pjaros, antes de que la puerta seviniera abajo y unos hombres que no conoca entraranpara cogerlos y llevrselos a los dos.

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    Passer domesticus

    Durante dos das no se movi de la cama en que lo ha-ban acostado. Se levantara al llegar la noche, para ir yvenir por la habitacin, presa de su tristeza? Nuestra na-turaleza, ligada al movimiento diurno de la existencia,nos impide afirmarlo con certeza, a pesar de la atencinque puso en l todo el grupo. Desde que lleg, organiza-mos una guardia improvisada entre nosotros, relevn-donos continuamente en nuestros distintos lugares dereposo y en el alfizar exterior de su ventana, situada enel octavo y ltimo piso del gran pabelln de piedra, cuyafachada, coronada por un tejado de pizarra, est orienta-da hacia poniente. Es un edificio rodeado por un jardnlleno de rboles con los que nuestros ancestros han man-tenido, desde la poca en que esta ciudad no era ms queun inmenso y profundo bosque, una relacin amistosa ypacfica. Pero el mundo ha cambiado por culpa de loshumanos. La arquitectura de la ciudad y la prosperidadde sus habitantes atraen, con el paso de las estaciones, adiversas razas llegadas con la esperanza de salvaguardarsu especie. Lo cual nos obliga a incrementar la vigilan-cia. Desde las primeras luces del da, nos abalanzamosen bandadas sobre los rboles del jardn, profiriendo gri-tos estridentes, para que nadie olvide que este territorionos pertenece. Somos pequeos, pero el vigor de nues-tros desplazamientos y la capacidad de actuar en grupo

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    nos ayudan a defendernos de nuestros depredadores, amenudo solitarios en sus acciones.

    No sabemos si era fruto de su voluntad, pero de to-das las ventanas de la fachada oeste, slo la suya perma-neca entreabierta de la maana a la noche, dejando quese filtrara hacia el exterior el calor de los radiadores.Atrados por el bienestar, aprendimos a aprovechar elmovimiento de las cortinas para observarlo entre los res-quicios. El primer da no quiso beber ni comer y, apartedel personal hospitalario, no acept ninguna visita. Suhabitacin se llen de flores, tu hermana, tus amigos, ledecan. Sobre la mesa, rosas, junquillos y tulipanes semezclaban con lirios y margaritas en floreros de plstico,y cuando se acab el espacio, empezaron a poner en elsuelo lo que iba llegando, junto a la pared de la estancia.Sin efusividad, le lean las tarjetas que acompaaban alos ramos: Estamos aqu si nos necesitas! Abrazos sin-ceros! Te acompaamos en el sentimiento! l nuncareaccionaba, pareca estar flotando a la espera de que tie-rra cuarto y cielo se disolvieran, y su ser pudiera seguircayendo, hasta desaparecer. Una sombra cubra poroleadas los valles profundos de su rostro, haciendo anms desgarradora la intensidad de su afligida mirada.

    Al segundo da, los humanos se fueron relevandojunto a la cabecera de la cama para hacerle compaa, nosin antes quitarse los zapatos sucios de nieve fundida.Un sol fro envolva la estancia, charcos enteros de luzque daban a las flores abiertas, irisadas por el brillo satu-rado de sus colores, la ilusin de la primavera. Todos seiban sin haber pronunciado una palabra. Los ms emo-cionados se inclinaban para darle un beso en la frente,lloraban sobre su hombro, se ponan el abrigo, se atabanla bufanda, se sonaban, musitaban un vago adis, vol-van a llorar y salan sin olvidarse de cerrar la puerta.

    Permaneci solo hasta que declin el da. Un frogris, que anunciaba una noche glida, nos obligaba a ha-

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    cer rondas cada vez ms frecuentes por el jardn, si-guiendo una trayectoria circular que nos llevaba de laventana a la ventana. No quedbamos despiertos msque unos pocos y la puesta del sol nos conminaba a re-gresar a nuestro cobijo, pero justo en el instante en quebamos a abandonarlo, la puerta de la habitacin se abriy vimos entrar a un hombre, colosal con su abrigo beisacolchado y sus cubrezapatos de caucho negros, de losque sobresalan los rebordes de un pantaln acampana-do. Un gigante. Se quit el sombrero, se acerc a la camay se sent en el borde de la silla, con los pies plantados enel suelo, el torso inclinado hacia adelante, los codos apo-yados en las rodillas y la cabeza ligeramente gacha.

    El seor Wahhch Debch?Arrastrados de nuevo por el soplido del viento, dibu-

    jamos una curva ms ancha que las anteriores, hasta en-globar en su rea los primeros rboles del jardn y serdevueltos al alfizar exterior de la ventana.

    Siento venir a importunarlo a estas horas, tan tar-de, pero necesitaba verlo. Es importante. Se ha termina-do la hora de las visitas, ya lo s, pero no quera molestara sus familiares. En fin. Me llamo Aubert Chagnon, soymdico coroner* y me han asignado el expediente de sumujer. Debo establecer los hechos y las circunstancias desu defuncin. Lo acompaar durante toda la investiga-cin que llevarn a cabo los policas de la Sret de Que-bec, encargados de encontrar al culpable. Yo ser su con-tacto, lo mantendr informado de la evolucin de laspesquisas y de los eventuales trmites judiciales. En fin.Toda esta jerga para decirle que no lo vamos a dejar solo

    * La figura del coroner no tiene un equivalente exacto fuera delmbito anglosajn. En pases como Gran Bretaa, Estados Unidos oCanad se trata de una figura jurdico-policial autnoma encargada,en nombre de la Corona, de recopilar informacin y abrir diligenciasen casos de muerte violenta, no natural o misteriosa. (N. del t.)

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    y que puede contar conmigo para lo que haga falta. Esoes todo. No lo molesto ms. Lo siento, pero quera pre-sentarme porque pronto tendremos que hablar y no sernada fcil.

    Le respondi? Se dijeron adis como hacen loshumanos, tendiendo unamano libre, misteriosa, hacia lamano del otro para depositar en ella la ms perturbado-ra nada? Nunca lo sabremos. Arrastrados lejos de l, su-mergimos en la oscura noche la vibracin de nuestrosueo. A la maana del tercer da, haba desaparecido:haban deshecho la cama, se haban llevado las flores yalguien haba cerrado la ventana de la habitacin, pri-vndonos as de su reconfortante calor.

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    Canis lupus familiaris inauratusinvestigator

    Profesando una adoracin absoluta a quien me haba or-denado, con el ndice, que lo esperase a la puerta del col-mado, no me atrev a contravenir el pacto y correr hacial, a pesar de mis ganas de olerlo, de tocarlo, de seguirlo.La lentitud de sus movimientos contrastaba con la ca-dencia desenfrenada de lo cotidiano. Se dirigi hacia loscoches de ms abajo y se detuvo sin razn aparente enmitad de la acera, con las manos en los bolsillos del abri-go y la espalda encorvada, fijando la vista en el suelo,como atormentado por un olvido. Su pena tea el airefresco de la primavera. Magnficamente amarilla, se gra-baba, radioactiva, en la superficie de mis retinas. Esehombre iba a la deriva, no saba dnde estaba, no mirabahacia adelante. La tristeza lo devoraba. Tena ganas deanunciarle mi presencia, pero no poda acercarme a cau-sa de la absoluta adoracin que senta por quien me ha-ba ordenado, con el ndice, que lo esperase a la puertadel colmado. Entonces me incorpor y, deseoso de lla-mar su atencin con mis ladridos, provoqu el vuelo delos pjaros.

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    Columba livia

    El aullido del perro lo ha interrumpido todo.S.Conjuntamente, obedeciendo al llamado de la pru-

    dencia, nos hemos deslizado por las paredes para aban-donar las estatuas y cavidades del campanario dondeanidamos.

    Abriendo las alas, hemos lanzado nuestros cuerpos alvaco.

    S.Hemos sobrevolado por el oeste la gran encrucijada,

    en direccin a los edificios que hay frente a la iglesia,luego, reorientando nuestra curva hacia el norte, hemosrebasado las obras adyacentes al hospital.

    Hemos aterrizado sobre el granito nevado de lafuente situada al final del terrapln que divide el granbulevar en dos partes iguales, en la interseccin exactade la calle de la iglesia.

    Desde este nuevo puesto de observacin, lo hemosvisto subir a un coche.

    S.

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