Anselm Grun - Y Despues de La Muerte, Que

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    BB fll

    l l - l I IB BBBBIY despus de la muerte, quEl arte de vivir y de morAnselm Gri

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    Coleccin ALCANCE60 Anselm Grn

    Y d e s p u sd e la m u e r t e q u ?

    E l orte de vivir y de morir

    Editorial SAL TERRAESantander-2009

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    Ttulo del or ig inal a lemn:Was kommt nach dem Tod?Die Kunst, zu leben und zu sterben2008, by Vier-Trme GmbH - Verlag,Mnsterschwarzachwww.vier-tuerme-verlag.de T raducc in :Jos Manuel Lozano-Gotor PeronaImprimatur:Vicente Jimnez ZamoraObispo de Santander04-06-2009

    Para la edicin espaola: 2009 by Editorial Sal TerraePolgono de Raos, Parcela 14-139600 Maliao (Cantabria)Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 [email protected] / www.salterrae.es Diseo de cubierta:Mara [email protected]

    Reservados todos los derechos.Ninguna parte de esta publicacin puede serreproducida, almacenada o transmitida,total o parcialmente,por cualquier medio o procedimiento tcnicosin permiso expreso del editor.Reservados todos los derechos.

    Con las debidas licencias:Impreso en Espaa. Printed in SpainISBN: 978-84-293-1820-3Depsito Legal: SA-441-2009

    Impresin y encuademacin:Artes Grficas CalimaSantander

    N D I C E

    Introduccin: 9Y despus de la muerte, qu? 9

    1. Las afirma ciones de la psicolog a 152 . La s persp ectivas de la filosofa 213 . Imgenes bblicas de la muerte

    y la vida eterna 31Preparar una morada 33Quien cree en m vivir aunque muera . . . . 36Ser llevado por los ngelesal seno de Abr ahn 39Hoy estars conm igo en el paraso 44Estoy viendo el cielo abierto 46La Piedad: morir en los brazosmaternales de Dios 51La Jerusaln celestial 54Con vite, festn, banq uete de boda s 58Estar con el Seor 62Entrar en el descanso de Dios 64

    http://www.vier-tuerme-verlag.de/mailto:[email protected]:[email protected]://www.salterrae.es/mailto:[email protected]:[email protected]://www.salterrae.es/mailto:[email protected]://www.vier-tuerme-verlag.de/
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    4. Los enunciados de la teologa 69El Juicio 70El purgatorio 78El infierno 87El cielo 92Ser acogidos en cuerpo y alma en el cielo . . 96Nadie viene al Padre sino a travs de m . . . 103La venida gloriosa del Seory el Juicio Final 106La relacin con los muertosy la cuestin del culto a los antepasados 112

    5. Vivir con esperanza 1256. Morir en esperanza 137Pensamientos conclusivos:

    Nuestro duelo debe ser diferente 153Bibliografa 154

    INTRODUCCINY DESPUS DE LA MUERTE QU?

    XJ/N las conferencias que imparto, la gente mepregunta una y otra vez qu debemos esperar como cristianos tras la muerte y cmo p odem os concebir la vida eterna. Percibo el deseo que alberganestas personas de poder imag inar lo que nos acontecer en la hora suprema. Pues las ideas que noshacemos de la muerte y de lo que en ella nosaguarda dejan tambin su impronta en nuestra forma de abordar el trance ltimo. Bien nos infundenangustia, bien nos transmiten esperanz a y confianza; bien nos dificultan pensar en la muerte, biennos ayudan a integrarla en nuestra vida y a vivircon serenidad y, al mismo tiemp o, de forma consciente y alerta en vista de nuestro seguro deceso.Slo si aceptamos la muerte como meta de la vida,no como su aniquilacin, seremos capaces de hacer justicia a nuestra naturaleza de personas mortales y, no obstante, llamadas a la resurreccin.

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    10 Y DliSPUfS lili I.A MUliKTK QU?Cuando he de escribir sobre las expectativas cristianas para la vida eterna, me bloqu eo. De d ndesaco la certeza de que mi anhelo se ver colmadoen la muerte, de que vivir por siempre en la gloria de Dios, unido a l, rodeado por su amor? Enla tradicin cristiana disponemos de numerosasimgenes que nos muestran qu es lo que nosaguarda en la muerte. Pero tambin soy consciente de que no se trata ms que de imgenes. En ltimo trmino, sobre la muerte y la vida eterna slo cabe hablar con ayuda de imgenes m itolgicas.Sin embargo, es importante que, en esas imgenes, nos dirijamos a las personas. Pues talesimgenes arquetpicas interpelan al alma humana.Si desatendemos el saber inconsciente del alma yhablamos de la vida eterna slo de forma racional, eso no dice nada a la gente. Pero conviene nolimitar la expectativa a una nica imagen. La Biblia nos ofrece numerosas imgenes, a fin demantener abierta la perspectiva sobre lo que, enltimo trmino, es inefable (cf. Ratzinger, Escha-tologie, p. 193).Otro dilema con el que tropiezo cuando intento hablar de la vida eterna es la discrepancia entre las afirmaciones bblicas y los enunciados dela filosofa y la teologa. La filosofa habla de lainmortalidad del alma y de la vida que nos aguarda tras la muerte porque, como seres humanos,poseemos un alma inmortal. La Biblia, por suparte, habla de la resurreccin de los muertos. Enla teologa reina desde hace mucho tiempo unacontroversia sobre si estas dos afirmaciones sonconciliables.

    INTRODUCCIN 11Muchos exegetas dicen que la resurreccin dela que habla la Biblia no tiene nada que ver con lainmortalidad del alma que ensea el filsofo griego Platn. Pero si nos saltamos las afirmacionesfilosficas y psicolgicas sobre el ser humano yhablamos de la resurreccin desde un punto devista meramente teolgico, el asunto se torna deinmediato inexpresivo e incomprensible. Entonces, la resurreccin obrada por Dios el da del Juicio Final deviene un acto arbitrario en el que puedo creer, pero soy incapaz de comprender porqueno tiene nada que ver con la reflexin hum ana so

    bre la inmortalidad del alma.A lo que yo creo, la tarea de la teologa consiste en poner las afirmaciones de la Biblia en dilogo con la sabidura que cobra expresin en la filosofa y en la fe de todas las religiones. Si h ablam osde la resurreccin cristiana de manera demasiadoabstracta, las personas buscan en cualquier otro lugar imgenes q ue les parezcan com prensibles: porejemplo, en la reencarnacin o en la idea de quetodo acaba con la muerte o en la de que tan slo elcuerpo se funde con el cosmos.Todo telogo y todo exegeta ha de tener encuenta que los seres humanos llevan reflexionando sobre la muerte y la vida eterna desde tiemposinmemoriales. Y la propia Biblia tambin utilizamodelos filosficos como base para sus imgenesde la resurreccin; as, por ejemplo, Pablo en laPrimera carta a los Corintios o Lucas en su Evangelio. No estamos o bligados a tomar como base elmodelo de Platn; pero, como telogos, no podemos permitirnos ignorar los conocimientos de la

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    filosofa. El arte est en vincular de manera constructiva las promesas de la Biblia con los esfuerzos de la reflexin humana.A raz del Concilio Vaticano II, la Iglesia haeliminado d e la liturgia textos am edrentadores, como, por ejemplo, la secuencia Dies irae, dies illa.Se deseaba anunciar el mensaje positivo de la resurreccin sin oscurecerlo por medio de textossombros. Pero tambin en este punto se pas poralto en ocasiones la psique humana. Ah acecha,por una parte, el peligro de no tomar en serio lasimgenes bblicas del Juicio y de hablar de la vidaeterna de forma demasiado barata. Se intentaeludir el rigor y la claridad del mensaje de Jess.El otro peligro consiste en proponer co mo cristianos una teologa unilateral de la resurreccin queignore el duelo. El pastor de una iglesia protestante libre (Freikirche) me cont la muerte de uno desus amigos. A la sazn, fue incapaz de unir su voza los cantos de alabanza que sus correligionariosse crean obligados a entonar porque, como cristianos , lejos de estar tristes, deban aleg rarse por laresurreccin. Pero l senta que aquello, aunqueracionalmente fuera cierto, no tena sentido desdeun punto de vista psicolgico. Tampoco en nu estrafe podemos saltarnos la afliccin y todas las sombras imgenes que la muerte trae consigo.Refirindose a los textos litrgicos que expresan en imgenes el misterio de la vida futura, elexegeta del Nuevo Testamento Klaus Berger afirma que describen lo desconocido. Y eso slopueden hacerlo con ayuda de pilares de la vida conlos que estemos familiarizados. As, lo desconoci-

    INTRODUCCIN 13do y totalmente nuevo es atrapado hasta tal puntoque la angustia desaparece (Berger, p. 21). Podra decirse que las imgenes arquetpicas con lasque la liturgia describe el misterio de la muerte yde la vida despus de ella interpelan a los miedosy anhelos inconscientes del alma humana y apaciguan la angustia asentada en el hondn de la persona. Aunque a veces suenen tan duras, se trata,en el fondo, de imgenes esperanzadoras: imgenes que, lejos de reprimir nada, proclaman la salvacin y la esperanza en medio de la angustia. As,en el presente libro me gustara, por una parte,contar con la reflexin humana sobre la muerte talcomo es llevada a cabo por la psicologa y la filosofa y, por otra, hacer un uso conscie nte de las numerosas imgenes que nos brindan la Biblia y laliturgia con vistas a mostrar qu es lo que nosaguarda en la muerte y en qu nos cabe esperar co mo cristianos.

    En todo esto, soy consciente, sin embargo, deque escribo en imgenes sobre algo que, en ltimotrmino, escapa a nuestra reflexin. Y para lo quenos aguarda valen las palabras de san Pablo: Pero , como est escrito: Lo que ojo no vio, ni odooy, ni mente humana concibi, lo que Dios prepar para quienes lo aman (1 Co 2,9).Lo que siempre me interesa en relacin con lasimgenes y promesas que nos presenta la Biblia espreguntar qu experiencias laten detrs y cmo tales imgenes influyen en nuestra vida aqu y ahora. Las imgenes que nos hacemos de la vida y lamuerte no pretenden satisfacer nuestra curiosidad,sino que deben ayudarnos a vivir de forma ms in-

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    14 Y DESI'UCiS Di; l .A Mll l iKTli QU?tensa y consciente. Quieren ensearnos a hacerfrente al miedo a la muerte que el ser humano , evidentemente, alberga por naturaleza, a fin de queno nos domine por completo. Las imgenes de laBiblia tambin son, sin excepcin, imgenes dirigidas contra nuestra angustia, imgenes que transforman esa angustia en esperanza y serenidad.

    1L A S A F I R M A C I O N E SD E L A P S I C O L O G A

    J_Z/N 1934, en el ensayo Seele und Tod [El alma y la muerte], C.G. Jung abord desde el puntode vista de la psicologa la pregun ta por la vida futura. En ese ensayo, Jung expone la constatacinde que a menudo las personas que, de jvenes, albergaron miedo a la vida son quienes, de mayores,sienten angustia ante la muerte. Les atemorizan lasexigencias normales de la vida. En la primera mitad de la vida, lo suyo es luchar y desarrollar un yofuerte. La tarea de la segunda mitad de la vidaconsiste, por el contrario, en desasirse del yo yconfrontarse con la muerte en tanto en cuanto unose entrega a Dios. Jung compara la vida humanacon un semicrculo. Al principio, el crculo se eleva. Pero algunos, quienes se aferran en demasa ala infancia, se quedan interiormente atrs. Hacia elecuador de la vida, el semicrculo com ienza a descender. Una vez superado ese punto medio, sloqueda el que se mantiene lleno de vida, el que ve

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    16 Y DESPUS DE I.A MUERTE QU?en la muerte una meta y est dispuesto a avanzarhacia ella: A partir de la mitad de la vida nicamente queda el que no pierde la vitalidad, el quedesea morir con la vida (Jung, Seele, p. 466).Pero muchos se rebelan contra la necesidad de lamuerte. Se aferran a la vida. Jung escribe al respecto: se quedan parados como columnas de salde recuerdos que, si bien todava rememo ran vivamente su juventud, son incapaces de encontrar unarelacin viva con su presente (ibidem).As, C.G. Jung exhorta al ser humano a reconciliarse con la muerte. Para ello, no quiere apelar ala fe en qu e la muerte representa un segundo nacimiento. Pero recuerda las comn mente extendidasconcepciones religiosas de la muerte: Cabe afirmar incluso que la mayora de estas religiones soncomplicados sistemas de preparacin para lamuerte (ibid., p. 467). En su opinin, los smbolos religiosos no proceden de la cabeza, sino delcorazn o, en cualquier caso, de un estrato psquico profundo poco semejante a la conciencia, quenunca es otra cosa que superficie (ibid., p. 468).Jung no pretende demostrar que existe otra vida. Pero seala que sera ms acorde con el almacolectiva de la humanidad entender la muerte como realizacin del sentido de la vida y autnticameta de sta antes que como un mero acabamiento desprovisto de sentido. Por tanto, quien sostiene a este respecto una opinin ilustrada se aislapsicolgicamente y contradice su propia esenciahumana universal (ibid., p. 469). Sin embargo, elalejamiento de los propios hechos fundamentalesdel alma es, para C.G. Jung, la causa de todas las

    1. LAS AFIRMACIONES DE LA PSICOLOGA 17neurosis. La persona que incurre en ello retuercesu pensamiento y pierde el vnculo con la profundidad de su alma. Jung observa que el alma se prepara para la muerte. Esto lo descubre, por encimade todo, en los sueos, que con ayuda de smbolosmuestran la aproximacin de la muerte e invitan alalma a abandonarse a sta y a enderezar lo que estaba torcido.Jung sabe que nadie puede decir nada definitivo sobre la muerte y la vida despus de ella. Perose toma en serio las verdades que le presenta el alma. Parte de fenmenos telepticos que le muestran que el alma no est atada a categoras espacio -temporales, sino que pertenece a lo que de m anera deficiente y simblica es caracterizado como"eternidad" (ibid, p. 474).Que las verdades del alma sean o no verdadesabsolutas, eso nunca lo podremos demostrar (ibidem). Pero s sabemo s que qu ien se resiste a las intuiciones de su alma se desarraiga y pierde laorientacin. Ya no es capaz de reconocer ningnsentido en su vida. Y eso termina conduciendo aun estado de desasosiego neurtico. Jung concluye su ensayo con estas palabras: El desasosiegogenera falta de sentido, y la falta de sentido exis-tencial es un sufrimiento psquico que nuestrapoca an no ha logrado comprender en todo sualcance y trascendencia (ibidem).

    En la vejez, C.G. Jung se manifest una vezms sobre la otra vida en una conversacin con laque durante muchos aos fuera su colaboradora,Aniela Jaff. Habla de pensamientos e imgenesque le persiguieron toda su vida, pero para los que

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    no fue capaz de ofrecer ninguna prueba definitiva.Por eso, sobre la vida ms all de la muerte, dice,no puede sino narrar historias. Esta actividad lacaracteriza con el trmino griego mythologein,mitologizar. Para el entendimiento, el "mythologein" es una especulacin estril. Pero, para elnimo, representa una actividad vital sanadora:confiere a la existencia un resplandor que a nadiele gustara echar de menos. Tampoco existe ninguna razn suficiente para tener que echarlo de menos (Jung, Erinnerungen, p. 303). Jung sostieneque los mitos nos ofrecen img enes tiles y enri-quecedoras de la vida en la tierra de los muertos.Es legtimo dudar de estas imge nes. No obstante,quien las acepta est tan en lo cierto como quienlas rechaza. Pero, mientras que aquel que las niega se encamina a la nada, quien obedece al arquetipo sigue las huellas de la vida hasta la muerte.Ambos permanecen, sin duda, en la incertidum-bre, mas uno en contra de su instinto, el otro aliado con l. Lo cual representa una considerable diferencia y una apreciable ventaja para el segundo(ibid., p. 309).C.G. Jung no dice nada sobre cmo l mismose imagina en concreto la vida futura. P ero, en unaocasin, habla de la muerte como de una boda: Elalma enc uentra, por as decirlo, la mitad que le faltaba: alcanza su integridad (ibid., p. 317). La reflexin sobre lo que nos aguarda en la muerte tiene, segn Jung, repercusiones para nuestro tratocon las cosas. Pues entonces no nos obsesionam oscon el xito o las posesiones, sino que permanecemos abiertos a lo esencial: Cuanta ms atencin

    1. LAS AFIRMACIONES DE LA PSICOLOGA 19presta una persona a las falsas posesiones y menosperceptible deviene para l lo esencial, tanto msinsatisfactoria resulta su vida. Se siente limitadoporque sus objetivos son limitados, y eso generaenvidia y celos. Cuando uno comprende y sienteque, ya en esta vida, se encuentra c onecta do con loilimitado, sus deseos y actitudes cambian. Al fin yal cabo, uno slo es alguien en virtud de lo esencial; y cuando no lo tiene, desaprovecha la vida(ibid., p. 328).Aunque no comparto todas las opiniones deC.G. Jung en relacin con la muerte y la vida eterna, sus ideas me muestran, no obstante, que en loprofundo del alma humana late un atisbo de la vida eterna. Desde la psicologa no podemos decircmo debemos imaginarnos la muerte y la vidams all de ella. Pero la psicologa nos anima aconfiar en las intuiciones de nuestra propia alma.En su hondn, el alma sabe que con la muerte noacaba todo y que an hay otra forma de vida queno se halla sujeta a las categoras del espacio y eltiempo. El alma vislumbra que existe algo as como la eternidad: una vida contenida por completo en el instante, una vida en la que los lmitesentre el tiempo y la eternidad, entre Dios y el serhumano, entre los propios seres humanos, se difu-minan. La psicologa percibe que la fe y la esperanza en una vida ms all de la muerte estn presentes en muchas personas y culturas.Siempre cabe argir que ello no es sino unailusin del ser humano con la que ste consiguearreglrselas con el sufrimiento aqu en la tierra yvivir esperanzado a pesar de todos los fracasos.

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    Pero tambin es legtimo confiar en que el sabercomn del alma humana no nos engaa. Auncuando no nos sea dado decir nada definitivo sobre la muerte y la vida eterna, el saber del almahumana nos remite a la esperanza de que, en lamuerte, no nos extinguimos para siempre.

    2L A S P E R S P E C T I V A SD E L A F I L O S O F A

    .L/A filosofa viene reflexionando sobre la muerte desde tiempos inmemoriales. El filsofo griegoPlatn entiende la muerte como separacin delcuerpo y el alma. El alma inmortal, que en el cuerpo ha vivido slo involuntariamente como en unaprisin, devendr entonces libre y retornar aDios.La teologa cristiana ha asumido de Platn estaidea de que, en la muerte, el alma se separa delcuerpo. Pero no entiende tal separacin del mismomodo que Platn. El telogo Karl Rahner parte deque, en la muerte, el alma -en cuanto principio espiritual de vid a- adopta una relacin distinta con elcuerpo. El alma se separa de un cuerpo concreto,pero no abandona su vinculacin con el mu ndo. Enla muerte, el alma no se convierte en ultramundana. Karl Rahner explica de la siguiente manera larelacin del alma con el fundamento del mundo:En la muerte, el alma hum ana accede p recisamen te a una mayor cercana a -y una relacin ntima

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    22 Y DESPUS DE l.A MUERTE Q U ?con- ese fundamento de la unidad del mundo, difcil de com prender, pero m uy real, en el que todaslas cosas del mundo se comunican entre s ya envirtud de su recproca influencia (Rahner, Tod,p. 922). Para Rahner, esto significa que el almahumana, a travs de su referencia pan-csmica almundo, co-determina tambin el fundamento delas generaciones humanas subsecuentes.Se confirma as la afirmacin psicolgica deque los muertos influyen todava en los nacidoscon posterioridad. Leonardo Boff recoge esta idearahneriana cuando escribe: En la muerte, el cuerpo ya no es experimentado como barrera que nossepara del prjimo y de Dios, sino como expresinradical de nuestra comunidad con las cosas y conel cosmos en conjunto (Boff, p. 37).Para Karl Rahner, la muerte es siempre am bascosas: destino impuesto desde fuera, ruptura y aniquilacin; pero, a la vez, auto-consumacin personal, un acto que la persona realiza desde suinterior y en el que se da cumplimiento a s misma (Rahner, Tod, p. 923). Aqu debem os distinguir entre el proceso de la muerte, que puede serobservado y que a menudo acontece en un coma ode repente en el caso de un accidente, y el instante en el que la persona lleva a cabo su definitivoacto de libertad. Este instante es invisible paranosotros, pero acontece -con independencia de lasconcretas circunstancias exteriores de la muerte-.El instante en el que, segn la concepcin tradicional, el alma se separa del cuerpo es el nico actode libertad en el que a la persona le es dado disponer por completo de s misma. En ese momento

    2 . LAS PERSPECTIVAS DE LA FILOSOFA 23puede optar inequvoca y claramente, y con plenalibertad, por Dios o en contra de l, sellando as sudestino de manera definitiva.Este enfoque de Rahner lo desarroll Ladis-laus Boros, un jesuta hng aro, en 1962 en su obraEl hom bre y su ltima opcin: mysterium mortis.Todava recuerdo qu e, en aquel entonc es, mi to, elpadre Sturmius, me llam la atencin sobre este libro: en su opinin, Boros reflexionaba en l demanera novedosa desde la filosofa y la teologasobre el misterio de la muerte, iluminando as ladoctrina eclesistica con la luz de la razn.

    Ladislaus Boros despliega su filosofa de lamuerte, por una parte, al hilo de las ideas de Martin Heidegger, para quien la muerte se adentra deforma esencial en la existencia humana. Segn este filsofo alemn, la muerte est presente en todoinstante de la vida. La muerte es una condicinbsica de la existencia viva. As, Boros puedeformular la siguiente afirmacin: La existencia sedefine como orientacin hacia la muerte, no sloporque se dirige hacia sta, sino tambin, y de m anera an ms fundamental, porque la situacin dela muerte se realiza de continuo en ella (Boros,p. 20). Sirvindose del mtodo transcendental,Boros muestra que los rasgos bsicos del ser humano (voluntad, conocimiento, percepcin, memoria y amor) remiten ya a la muerte y en ella alcanzan su cumplimiento. El jesuta hngaro describe cmo la muerte est ya presente en todo acto de la voluntad, el con ocim iento, la percepcin yel amor y, por ende, se adentra siempre en la existencia, como dice Heidegger.

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    Ladislaus Boros aquilata su comprensin de lamuerte describiendo, por otra parte, los planteamientos de distintos filsofos franceses. Me gustara ocuparme tan slo, y con brevedad, del anlisisdel amor en la obra de Gabriel Marcel. El cualdescribe al ser humano en su desgarradura. nicamente el amor le capacita para recogerse en su interior y le posibilita ser un yo: La apertura denuestra existencia a otra persona n os otorga el ser(ibid., p. 53). Nuestro ser es siempre ser con . Yser exige entrega: Para ser, es necesario darse(ibid., p. 54). El amor peligra a causa de la pulsinhumana a tener y poseer todo. La tarea consiste entransformar el tener en ser. En nuestra vida siempre hay momentos fugaces en los que renunciamos al tener y nos abandonamos por completo alamor.Segn Ladislaus Boros, la muerte es el instante en que deviene posible la transformacin de lasituacin del tener en una situacin del ser (ibid.,p. 57). Slo en la muerte son posibles el verdadero olvido de uno mismo y la verdadera entrega. Elamor no derrota a la muerte. El amor mismo esmorir. nicamente en la muerte es posible la entrega total del amor, pues slo en ella podemosabandonarnos por completo y sin reservas. De ahque los amantes caminen tan prestos e impertrritos hacia la muerte: no se aventuran en tierra extraa, sino en el espacio interior del amor (ibid.,p. 58).Boros desarrolla por un camino filosfico suhiptesis de la opcin final. En la muerte seconsuma la vida de la persona. Y la muerte es el

    2 . LAS PERSPECTIVAS DE LA FILOSOFA 25nico acto absoluto de libertad en el que el ser humano d ispone por entero de s mism o y, por tanto,puede optar libremente por D ios o en contra de l.Lo cual, sin embargo, no significa que nuestra vida en este mund o carezca de importancia, sino quetodo depende de la opcin final. Esa opcin finalque tomamos en el momento de la muerte la vamos ejercitando ms bien a lo largo de toda la vida. Y no debemos confiarnos en que siempre podremos optar todava por Dios en el momento dela muerte. La opcin final que, con toda libertad,hacemos en el mom ento de la muerte es ejercitadaya aqu: en los mltiples actos en los que optamospor lo bueno y por Dios. Por eso, siempre hemosde tomar tambin en consideracin la advertenciade Jess de que ya podra ser demasiado tarde.Quien vive durante aos ignorando su corazn nopuede confiar en que luego, en la muerte, optarpor Dios de todo corazn.Es en este sentido com o hay que enten der el dicho de Jess: Apenas se levante el amo de la casay cierre la puerta, os pondris por fuera a golpearla puerta diciendo: "Seor, brenos". l os contestar: "No s de dnde vens" (Le 13,25-26). Paraquien ha vivido demasiado tiempo al margen de sucorazn y su alma, la puerta que conduce a su propio interior est cerrada. Se ha alienado de s mismo. La hiptesis de la opcin final no pretendeacunarnos en la seguridad, sino invitarnos a optarpor Dios ya aqu -en esta vid a- y a ejercitarnos enla entrega amorosa, a fin de que luego, en la muerte , consigamos tambin llevarla realmente a cabo.Pero, a un tiempo, esta hiptesis nos regala la es-

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    peranza de que, a la vista del amor divino, las personas que se han enredado en el mal todava pueden optar, a pesar de todo, por D ios.En su filosofa de la muerte, Ladislaus Borosrecurre a Toms de Aquino, quien define el almacomo forma del cuerpo. El ser humano no consiste en dos mbitos distintos: el cuerpo y el alma.Antes bien, cuerpo y alma son uno y lo mismo. Segn Boros, la muerte es el instante en el que el alma puede disponer del cuerpo de todo en todo.Mientras vivimos, todas nuestras decisiones siempre estn condicionadas tambin por nuestra biografa, que se graba en el cuerpo y el alma a travsde estructuras neu rticas y de los modelos de vidaque adoptamos.En la mu erte, todas estas limitaciones desaparecen. La persona humana, en su singularidad, seadelanta y toma una decisin que recapitula - o corrige- todas las decisiones que ha tomado a lo largo su vida. En esta opcin final, o bien se abre aDios, o bien se cierra a l, quedando presa de smisma. La muerte no es sin ms la separacin decuerpo y alma. Afecta al alma igual que al cuerpo.Pero el espritu del ser humano no puede ser destruido. Debemos mantener la paradoja: el alma seve afectada por la muerte en igual medida que elcuerpo. Y, sin embargo, sigue siendo indestructible y, por ende, inmortal (ibid., p. 85).

    En la teologa protestante, la doctrina bblicade la resurreccin de los muertos y la doctrina filosfica de la inmortalidad del alma han sido entendidas como opuestos irreconciliables. Conforme a esto, la resurreccin de los muertos significa

    2 . LAS PERSPECTIVAS DE LA FILOSOFA 27algo completamente distinto de la inmortalidaddel alma. El ser humano muere del todo. El almano se sustrae por entero a la muerte.Aqu se vislumbra algo importante: la muerteafecta tambin al alma. El ser humano muere en sutotalidad. Pero, simultneamente, la doctrina teolgica de la resurreccin necesita del pensamientofilosfico para construir a partir de l; de lo contrario, est, por as decirlo, en el aire. Es necesariauna continuidad entre la persona que muere y laque es resucitada por D ios. Y esa continuidad es loque la filosofa designa con el trmino alma.ste es tambin, sobre todo, el objetivo queJoseph Ratzinger acentu sin cesar ya en sus tempranas publica ciones sobre escatolog a. Ve la resurreccin como un acontecimiento p ersonal. La Biblia entiende por resurreccin la certeza de quenunca podemo s ser excluidos del amor de Dios, nisiquiera en la muerte.Pero, al mismo tiempo, el alma denota el yodel ser humano, quien, en la muerte, se encuentracon Dios y se entrega a su amor, experimentandoen ello la resurreccin: la acogida en el amor eterno de Dios. Joseph Ratzinger interpreta la fe bblica en la resurreccin desde un punto de vista dialogal: El hombre, pues, no puede perecer totalmente porque Dios lo conoce y lo ama. Si todoamor anhela eternidad, el amor de Dios no slodesea eternidad, sino que opera y es eternidad(Ratzinger, Einfhrung, p. 292). Para Ratzinger, laresurreccin de la carne no significa que vaya adevolverse a las almas sus antiguos cuerpos; setrata ms bien de una forma de hablar de la resu-

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    rreccin de la persona: Lo esencial del ser humano, la persona, perman ece; lo que ha madurado enla existencia terrena de la espiritualidad corporal yde la corporalidad espiritualizada perdura de modo distinto (ibid., p. 295).Joseph Ratzinger desea vincular la concepcingriega y la concepcin bblica. Desde la filosofagriega, cabe afirmar que el ser human o tiene un alma inmortal. Lo cual, visto desde la perspectivabblica, quiere decir: un ser llamado por Dios aun dilogo eterno y, por tanto, capaz por su partede conocer a D ios y responderle (ibid., p. 296).Las ideasfilosficasy teolgicas de Kart Rahner,

    Ladislaus Boros y Joseph Ratzinger quieren mostrarnos, por una parte, que, con ayu da del intelecto,podemos reflexionar sobre -y penetrar en - el misterio de la muerte, la inmortalidad del alma y la resurreccin de los muertos. Aun cuando ningn viviente haya experimentado la muerte hasta sus ltimas consecuencias, s que podem os, no obstante,afirmar algo sobre el adentramiento de la muerteen nuestras realizaciones existenciales humanas,as como sobre lo que -e n cu anto personas que, envirtud de su alma, estn predispuestas a un dilogo eterno con Dios- nos aguarda en la muerte.Pero, a pesar de todo el saber, siempre debemostener en cuenta, por otra parte, el carcter limitadode nuestras afirmaciones. Y hemos de concederque slo en imgenes no s es posible aproximarnosa lo inefable y, en ltimo trmino, indescriptible.Para m, esta tensin entre saber y no saber, entre confianza y duda, cobra maravillosa expresinen el mem orable discurso que, pocas semanas antes

    2 . LAS PERSPECTIVAS DE LA FILOSOFA 29de su muerte, Karl Rahner pronunci en Friburgocon ocasin de su octogsimo cum pleaos. Con ob jeto de manifestar su esperanza en lo que le aguarda en la muerte, Rahner concluye sus palabras conuna frase aparentemente interminable:- Cuando los ngeles de la muerte hayaneliminado de los espacios de nuestro espritu toda la basura vana a la que llamamosnuestra historia (aunque permanezca, claroest, la verdadera esencia de la libertadrealizada);

    - cuando dejen de brillar y se apaguentodas las estrellas de nuestros ideales, conlas que nosotros m ismos, por nuestra propiaarrogancia, hemos ido adornando el cielo denuestra existencia;- cuando la muerte cree un vaco enor

    memente silencioso, y nosotros, creyendo yesperando, hayamos aceptado tcitamenteese vaco com o nuestra verdadera esencia;- cuando nuestra vida vivida hastaaquel mom ento, por muy larga que sea, aparezca simplemente como una nica explosin breve de nuestra libertad que nos pareca extensa como contemplada a cmaralenta, una explosin en la cual la preguntase convierta en respuesta, la posibilidad enrealidad, el tiempo en eternidad, lo ofrecidoen libertad realizada;

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    - y cuando entonces, en un enorme estremecimiento de un jbilo indecible semuestre que ese enorme vaco callado al quesentimos como muerte est henchido verdaderamente por el misterio originario al quedenominamos "Dios", por su luz pura y porsu amor que lo toma todo y lo regala todo;

    - y cuando desde ese misterio sin formase nos manifieste adems el rostro de Jess,del Bendito, y nos mire, y esa concretez seala superacin divina de toda nuestra verdadera aceptacin de la inefabilidad del Diosque no tiene forma...,

    - entonces no querra describir propiamente de manera tan imprecisa lo que viene, pero lo que s deseara es indicar balbuceando cmo uno puede esperar provisionalmente lo que viene, experimentando lapuesta de sol de la muerte misma como elamanecer mismo de aquello que viene(trad. esp. tomada de K. Rahner, Dios, amorque desciende. Escritos espirituales, Sal Te-rrae, Santander 2008, pp. 242-243).

    3I M G E N E S B B L I C A SD E L A M U E R T EY L A V I D A E T E R N A

    J/os padres de la Iglesia y la tradicin espiritualy litrgica se remiten, sobre todo, a las afirmaciones de la Sagrada Escritura, que muestra en imgenes lo que nos aguarda en la muerte. Precisamente el Nuevo Testamento nos ofrece imgenesconsoladoras. Pero ni siquiera las palabras de laBiblia dejan de ser imgenes.Las imgenes quieren fijarse en nosotros paratransformar en la profundidad de nuestra alma elmiedo a la muerte y a lo desconocido que en ellanos aguarda, para ponernos en contacto con laconfianza y la esperanza que laten en el fondo denuestra alma. Las imgenes no interpelan a nuestro pensamiento. Penetran todava ms hondo ennosotros.C.G. Jung habla de imgenes arquetpicas quenos centran, mantienen unido aquello que se disgrega en nuestra alma y nos guan hacia nuestroverdadero yo. Las imgenes arquetpicas se sirven

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    de las imgenes disponibles en nuestra alma. Delas imgenes depende que logremos hacernos conlas riendas de nuestra vida. Muchas personas portan en su interior mrbidas y amedrentadoras imgenes de muerte y juicio. Tales imgenes las llevan a eludir confrontarse con la muerte. Pues pensar sobre la muerte despierta en su alma todas esasamenazadoras imgenes.Tanto ms importante es, pues, que echemosun vistazo a las imgenes sanadoras de la Biblia.No se trata de imgenes que nos aquietan y distraen, sino que tienen en cuenta la verdad de nuestra alma y se toman en serio -transformndolos almismo tiempo- los miedos a la muerte profundamente asentados en ella. En eso consiste, en miopinin, la esencia de la teologa: en interpelar atravs de las imgen es de la Biblia y la tradicin elanhelo latente en nosotros.As entendi ya su teologa el autor de laCarta a los Hebreos, escrito con el que pretendainfundir nueva esperanza a cristianos cansados.Con su descripcin del camino de Jess incitacon fuerza a los lectores a agarrarse a la esperanza propuesta. Ella es como un ancla firme ysegura del alma, que penetra hasta dentro de lacortina, adonde entr como precursor nuestroJess, nom brado sumo sacerdote perpetuo en la lnea de Melquisedec (Hb 6,18-20). Por medio desu muerte, Jess ha traspasado la cortina del Templo y penetrado hasta el sancta sanctorum, a fin deque ahora podamos estar con l all adonde nos haprecedido. El autor de la Carta a los Hebreos entiende el sancta sanctorum, por una parte, como el

    cielo en el que Jess ha entrado delante de nosotros. Pero el sancta sanctorum es tambin , por otraparte, un espacio interior a nosotros. En toda persona hay un espacio en el que Jess ha penetradoya en calidad de sumo sacerdote. Es un espacio deesperanza y confianza. Este espacio no ser destruido por la muerte; antes bien, entonces se revelar en su verdadera gloria.La Biblia nos ofrece numerosas imgenes para fortalecer nuestra esperanza en la vida eterna.Cada ima gen tiene su propia verdad y quiere abrirnos una ventana por la que poder asomarnos almisterio de Dios y del ser humano. Sobre imgenes no se puede discutir. Por lo que atae a ellas,no se trata de llevar la razn, sino de tener disposicin a dejarse conducir por ellas hacia los atisbos de nuestra alma.As, a rengln seguido voy a presentar algunasimgenes del Nuevo Testamento, haciendo siempre referencia tambin a la tradicin litrgica quelas ha retomado. Que estas imgenes se imprimanen tu corazn, querida lectora, querido lector, e interpelen al anhelo de plenitud que, en virtud denuestro origen y nuestro ser, est profundamentearraigado en cada uno de nosotros!Preparar una moradaEn el discurso de despedida que pronuncia antesde su muerte, Jess describe de manera maravillosa lo que nos aguarda en la muerte. Jess sabe queva a morir en la cruz . Pero lo terrible de esta mue r-

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    te que le viene desde fuera lo interpreta como obrasuya, como un ir hacia el Pad re. H abiend o superado ya, en su fe, la m uerte ante s de morir, ahoraquiere infundir confianza y nimo a los discpulos:No estis turbados. Creed en Dios y creed en m.En casa de mi Padre hay muchas estancias; si no,os lo habra dicho, pues voy a prepararos un pu esto. Cuando vaya y os lo tenga preparado, volvera llevaros conmigo, para que estis donde yo estoy (Jn 14,1-3).Podemos meditar estas palabras de dos maneras distintas: como palabras que Jess pronunciajusto antes de su muer te, pero tambin com o pa labras del Jesucristo q ue ya ha sido elevad o junt o alPadre y que, una vez atravesado el umbral de lamuerte, est sentado en su trono en la gloria divina. Son palabras en las que se experimenta la superacin de la muerte.En su muerte, Jess nos prepara la morada a laque podremos m udarn os al mo rir. Cuan do mu ramos, no ingresarem os en algo d escon ocido y oscuro, sino en algo familiar. Jess mismo nos ha precedido, preparndonos la morada en la que podremos habitar por siempre.Habitar junto a Dios y en Dios: son imgenesde nuestro anhelo que a todos nos resultan conocidas. En toda morada terrena en la que nos sintamos realme nte en casa p ercibim os este anh elo depoder vivir bien para siempre, de tener un hogar,de sentirnos seguros, de poder ser como so mos. Ensu muerte, Jess nos prepara esta mo rada en tantoen cuanto nos ama hasta el fin. As, la morada est decorada con su amor. Para el evangelista Juan,

    este amor es el amor de amistad: Nadie tieneamor m s grande que quien da la vida por los amigos (Jn 15,13).La imagen de la morada es habitual en el judaismo y en la gnosis. Yendo hacia el Padre, Jessnos prepara esta morada. Despus de su muerte,volver con objeto de que estemos a ll donde l est. Lo cual se refiere ya, por una parte, al instanteactual. Despus de su resurreccin, Jess viene anosotros para que vivamos en su casa, para que estemos en el mismo lugar que l: por ejemplo,cuando rezamos o celebramos la eucarista en comn. Pero, por otra parte, este estar all donde lest slo se consumar en la muerte. Cuando morimos, Jess viene a nosotros para llevarnos consigo, a fin de que estemos para siempre en el mismolugar que l. As pues, la morada que nos ha preparado es el lugar en el que podremos habitar junto a l y, con l, en la patria eterna. Y, con Jess,habitaremos junto al Padre.

    La interpretacin que Jess da a su muerte esaplicable tambin, en cierto modo, a la muerte delas personas a las que nos vinculan la amistad y elamor. Cuando mueren, se llevan ya, por decirloas, una parte de nosotros a la morada eterna. Todolo que hemos compartido con ellas -alegra y sufrimiento, amor y do lor-, todas las conversacionesque hemos mantenido con ellas, la cercana quehemos experim entado: todo eso se lo llevan co nsigo en su muerte a la morada que nos prepararn.Es posible representarse esto en una imagen:camino por una pradera y llego a un arroyo. Parapoder saltarlo mejor, arrojo antes mi mochila al

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    otro lado. De esa suerte, conseguir franquearlocon mayor facilidad. Los muertos con los que hecomp artido mi vida se han llevado ya consigo, poras decirlo, mi mochila a travs del umbral de lamuerte. As, puedo confiar en que, en la muerte,tendr menos problemas para salvar el arroyo. Yllegar a un lugar donde encontrar mi mochila:aquello que es importante para mi camino vital.Los muertos decoran, como si dijramos, la morada eterna con aquella parte de m que ya se han llevado a travs del umbral. Mucha gente mayor tiene la impresin de que, con cada amigo y cadapersona de confianza qu e muere, un trozo de ellosmismos atraviesa ya el umbral, ms an, que engran parte viven ya ms all del umbral, que su vida se extiende ya a la morada eterna que les aguarda. En esta morada conocida y familiar pu eden habitar junto con Jess y junto con todos aquellosque les han precedido en la muerte.

    Quien cree en m vivir aunque mueraEl Evangelio de Juan manifiesta una concepcinpropia de la muerte y la vida eterna. En la fe, Jessnos concede ya ahora vida eterna. Quien cree,quien entabla un dilogo de amor con Dios, nuncams puede ser excluido de ese amor. La muerte nodestruye el amor que procede de Dios. JosephRatzinger interpreta esta visin jonica de la resurreccin de un modo tal que entrar en Cristo, osea, la fe, se convierte, en un sentido matizado, enun entrar en aquel ser conocido y amado por Dios

    que equivale a la inmortalidad (Ratzinger,Einfhrung, pp. 293-294).Si creemos en Jess, participamos ya ahora dela vida eterna, y el tiempo y la eternidad coincidenen este mom ento. Y, en comu nin con Jes s, vivimos ya aqu y ahora en la eternidad de Dios.Vivimos en una relacin de la que nunca ms podremos ser excluidos.En el relato de Lzaro (cf. Jn 11,1-4 4), el evangelista Juan quiere hacernos comprender que laresurreccin no es meramente un suceso lejanoque acaecer al final de los tiempos, sino algo quese realiza ya ahora mediante la fe. Quien cree esten dilogo con Dios, que es vida y sobrevive a lamuerte (ibid., p. 294).Para el evangelista Juan, la vida y la fe son unay la misma realidad. Slo quien cree vive verdaderamente. Creer significa mirar, ver con ms profundidad, reconocer la esencia de las cosas , descubrir a Dios en todo como fundamento, contem plaren todo el amor de Dios. En la via, en el agua, enel pan: por doquier encuentro a Dios. Slo quienreconoce y contempla esto en la fe vive en sentidoautntico. El que no cree habita, en ltimo trmino, en la muerte: sencillamente vive ensimismado.Pero eso no es verdadera vida, sino mero vegetar.Por muy activa que parezca hacia fuera, una persona as, que se diluye en mil actividades, pero nocultiva una mirada ms profunda, en realidad estmuerta.Quien escucha la palabra de Jess y cree enella real y verdaderamente tiene ya ahora vidaeterna. Ha pasado de la muerte a la vida (Jn

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    5,24). La muerte no puede hacerle ya nada. Puesesta vida que experimenta en comunin con C ristoes vida eterna que vence a la muerte. As, a Marta,que llora a su hermano L zaro, Jess le promete losiguiente: Quien vive y cree en m no morir para siempre (Jn 11,26). Pero en estas palabras delEvangelio de Juan tambin se puede vislumbrarqu aspecto tiene la vida que nos aguarda en lamuerte. Es pura contemplacin. Contemplamos loque hay detrs de todas las cosas. Y contemplam osa Dios. En esta vida, nuestro contemplar siemprees limitado. En la eternidad nos fundiremos conDios en la contemplacin.Y la fe es relacin con Dios. El que cree viveen relacin con D ios. Tras la muerte, esta relacin,que aqu resulta ensombrecida una y otra vez porel mundo -en el sentido en que lo entiende Juan-,se realizar de m anera clara y pura. All nunca msseremos excluidos de la relacin con Dios.Estaremos en l. Y en l no slo contem plaremosa Dios, sino tambin la esencia de las personas quehan muerto con nosotros y en Dios estn ahora ensu patria verdadera. En la muerte, nuestros ojos seabrirn para siempre. Contemplaremos a Dios entodo. Y nos relacionaremos con Dios con todonuestro ser y, en esta relacin, experimentaremosvida autntica: vida eterna, esto es, vida de unanueva calidad.

    Ser llevado por los ngelesal seno de AbrahnEn el Evangelio de Lucas, en el relato del hombrerico y el pobre Lzaro, se nos ofrece una imagenmaravillosa de nuestra muerte. Cuando Lzaro muri, los ngeles lo llevaron junto a Abrahn (Le16,22). Estas palabras nos remiten a dos imgenes.Est, por una parte, la imagen de que los ngeles nos llevan a travs del umbral de la muerte.Los padres de la Iglesia interpretaron las palabrasde Jess sobre los ngeles de los pequeos, quecontemplan de continuo el rostro del Padre celestial (cf. Mt 18,10), en el sentido de que a toda persona le es asignado en el momento de su nacimiento un ngel de la guarda que la acompaa durante toda la vida y que, en el momento de lamuerte, la lleva junto a Dios cruzando el umbral.As pues, en la muerte no estaremos solos.Hay personas que se reprochan du rante toda lavida no haber podido asistir, en contra de su voluntad, a la muerte de su padre o su madre. Estaimagen puede servirles de consuelo. El padre agonizante no estuvo solo. Fue llevado por su ngelunto a Dios a travs del umbral de la muerte. Hayquien sostiene que la muerte nos desgarra interiormente por completo. La imagen del ngel nos dice que nuestro ncleo m s ntimo es protegido porel ngel incluso en la muerte. Y, a travs del terrible umbral de la muerte, ser conducido con dulzura a las manos amorosas de Dio s. Johann Sebastian Bach concluye la Pasin segn san Juan co nla coral:

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    Ach Herr, lass dein' lieb' EngeleinAm letzten End'die Seele meinIn Abrahams Schofi tragen.(Ah, Seor, que tus amables ngeleslleven en el momento finalmi alma al seno de Abrahn).sta es una idea consoladora que pretendetransformar las imgenes de la muerte qu e, en nuestro inconsciente, a menudo nos infunden miedo.La otra imagen es la del seno de Abrahn. Paralos judos , el seno de Abrahn era una imagen dellugar de honor junto a Abrahn, que el pobre podr ocupar en el banquete eterno. Para nosotros, setrata ms bien de una imagen de que los ngelesnos llevarn a los brazos amorosos de Dios, conobjeto de que nos sintamos albergados por siempre en el amor divino. La liturgia recoge esta imagen, interpretndola a su manera, cuando en lasexequias entona el cntico In paradisum deducantte angel:Al paraso te lleven los ngelesy a tu llegada te reciban los mrtiresy te introduzcanen la ciudad santa de Jerusaln.El coro de los ngeles te recibay Cristo, tu Seor,te lleve al seno de Abrahnpara que junto con Lzaro,pobre en esta vida,tengas descanso eterno.

    La liturgia entiende la muerte como camino directo al paraso. Los ngeles son quienes nosacompaan al paraso. La idea de un paraso es comn a muchas religiones. El paraso nombra el estado originario del ser humano que vive en unincon Dios y, simultneam ente, el esperado estado final en el que se restablecer el carcter originario entegro de la relacin con Dios. A menudo es vistocomo un huerto cerrado en el que la belleza y la armona infinitas fascinan a los seres humanos. Haymaravillosas descripciones del paraso c omo la tierra luminosa, la morada de la paz, la casa del canto o el pas de la paz perpetua, y todas ellas expresan el anhelo del ser humano de una vida feliz.En la tradicin cristiana, Cristo o incluso Ma rason designados com o paraso. En la historia del arte se representa a Mara en el huerto paradisaco.Se encuentra rodeada de maravillosas flores y pjaros. El paraso irradia profunda paz y serena alegra. Ya los sarcfagos cristianos del siglo IV representaban el paraso. En medio de ste se ve aCristo.En la arquitectura de la Edad Media se construa el paraso delante de las iglesias: un vestbulo rodeado de muros y un claustro de columnasy, en el centro, una fuente. Al entrar a la iglesia,se atravesaba el paraso. Esto recordaba a losleles su estado originario y, al mismo tiempo, lameta de su peregrinar. Transformado por la celebracin religiosa, uno regresaba a casa atravesando el paraso. Lo cual relativizaba la vida, quecon bastante frecuencia era difcil y estaba marcada por el sufrimiento.

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    Para la Iglesia medieval, el paraso no es el retorno al jardn del Edn, donde crecieron Adn yEva, sino el lugar que nos agu arda en la muerte. Elarte y la literatura representaron este lugar en imgenes maravillosas porque, para los cristianos, tena algo atrayente que era motivo de alegra.La liturgia expresa en el (ya comen tado) cantofnebre que, en la muerte, seremos recibidos porlos mrtires a las puertas del paraso. Ellos nosconducirn a la ciudad santa de Jerusaln. La Jeru-saln celestial es otra imagen para el lugar que nosaguarda en la muerte. Ambas imgenes -el paraso y la Jerusaln ce lestia l- tambin son vinculadasentre s por la tradicin cristiana. Y este canto utiliza an una tercera imagen: el coro de los ngelesnos recibir igual que en su da recibi con cantosal pobre Lzaro cuando muri. Los ngeles se alegrarn de nuestra entrada en el paraso. Cantandoesto aqu, expresamos nuestra fe en que el difuntoa quien llevamos al cementerio en el atad ser recibido ahora, en este mismo instante, con cantospor los ngeles.En este canto, la liturgia nos ofrece una imagenconsoladora que debe ahuyentar de nosotros el miedo a la muerte. Igualmente, a las personas que llevanal difunto a la tumba debe infundirles la esperanzaen que este difunto, quien en su muerte ha experimentado la pobreza de Lzaro, est siendo recibidocon him nos. A la vez, este canto nos dice que, en toda cancin que nos conmueve el corazn, entrevemos algo del coro de los ngeles que nos recibir enla muerte. Lo cual vale, sobre todo, para el himno dela resurreccin que entonamos en el aleluya.

    San Agustn habla del bienaventurado aleluya en el cielo, donde estn los ngeles del templode Dios. Y nos invita a unirnos en el aleluya alcanto de los ngeles: Cantemos el aleluya aq u enla tierra, donde todava nos hallamos inmersos enpreocupaciones, para que algn da podamos cantarlo all, ya seguros. Al cantar, participamos enlos himnos de alabanza qu e los ngeles entonan enel cielo. As, en nuestros cantos, traspasamos yaaqu y ahora el umbral de la muerte. Agustn expres con palabras admirables est relacin denuestro canto con el canto de los ngeles: Oh,bienaventurado aleluya! Oh, aleluya en seguridad, sin adversario! All donde ya no hay enemigo alguno y ningn amigo se pierde! Tanto all como aqu se canta la alabanza de Dios: aqu por parte de quienes todava vivimos inm ersos en preocu paciones; all, sin embargo, por quienes han triunfado en la eternidad. Aqu en esperanza, all enplenitud; aqu en el camino, all en la patria.

    La msica es algo esencial que pertenece al paraso. Cuando omos msica aqu, se nos abre yauna ventana hacia el cielo. Cuando oigo la Pasinsegn san Mateo de Johann Sebastian Bach concantantes como Fritz Wunderlich y Peter Pears ybajo la direccin de Karl Miinchinger, todos loscuales ya estn muertos, me imagino cmo experimentarn ellos ahora esta msica en el cielo. Ahorala escuchan como seres que disfrutan de la visinbeatfica y han alcanzado la plenitud. Y ellos, que,con su canto y su msica, fueron ngeles para muchas personas, nos recibirn junto al coro de losngeles y harn resonar para nosotros el himn o de

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    la resurreccin, que penetrar todo nuestro sertransformndolo. Su cancin se dirige precisamente al pobre Lzaro, con quien nosotros nosidentif icamos. En la muerte experimentamosnuestra pobreza interior. Y, no obstante, seremosrecibidos por el coro de los ngeles.Hoy estars conmigo en el parasoEn su descripcin de la muerte de Jess, el evangelista Lucas nos muestra otra imagen ms denuestro morir. Lucas cuenta que Jess, en la cruz,estaba flanqueado por dos malhechores. El de laizquierda vilipendia a Jess y se burla de l. Peroel otro le reprende con las palabras: Y t, que sufres la misma pena, no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; ste, en cambio, no ha cometido ningn crimen (Le 23,40). Este segundo malhechor no tiene otra cosa que aducir que su arrepentimiento o,lo que viene a ser lo mismo, el reconocimiento deque sufre con razn la mu erte en cruz. Pues sus acciones le han hecho merecedor de esa pena. Pero,acto seguido, se dirige a Jess con toda confianza:Jess, cuando llegues a tu reino, acurdate dem (Le 23,42). Y Jess le responde con las maravillosas palabras: Te aseguro que hoy estarsconmigo en el paraso (Le 23,43).Lucas no piensa aqu en un estado intermedioentre la muerte y la resurreccin. Si recurre aJess, la persona ser acogida en el paraso en elmomento mismo de la muerte. Inmediatamente

    despus de morir, Jess asume el dominio en sureino. El paraso es el reino en el que Dios gobierna y en el que Jess mismo se sienta en un trono ala derecha del Padre. El paraso es, por consiguiente, el espacio en el que estamos con Cristo yjunto a Cristo, en el que somos acogidos por l yrodeados por su amor.La escena que Lucas nos describe en este pasaje es esperanzadora. Aunque al final de nuestravida nos percatemos de que hemos vivido ignorndonos a nosotros mismos y de que hemos hechomuchas cosas mal, podemos mirar con confianza aJess, que ha muerto por nosotros. Mirar a Jessnos infunde la esperanza de que entraremos con len el paraso. Aqu no se habla de purgatorio ni deinfierno.Naturalmente, estas palabras de Jess no pretenden invitarnos a posponer nuestra conversinhasta el ltimo instante. Debemos dar idntica importancia a otros dichos de Jess en los que stenos exhorta a no vivir despreocupados sin ms ynos alienta a abrir los ojos y abandonarnos a Diosy su voluntad. As, en el Evangelio de Lucas, diceJess: Pelead para entrar por la puerta estrecha,porque os digo que muchos lo intentarn y no podrn (Le 13,24).Siempre vivimos con la tensin de esforzarnospara entrar por la puerta estrecha, de recorrer elcamino que Dios ha pensado para nosotros, y conla confianza de que, aunque fracasemos, an existe un camino de conversin y atencin a Cristo.Slo si permitimos que se den estos dos factores-el siempre renovado esfuerzo propio y la con-

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    fianza en la ilimitada misericordia de Di os- , haremos justicia al mensaje de Jess. La invitacin deJess al malhechor crucificado a su derecha buscaprecisamente levantarnos en el fracaso y animarnos a confiar en que tambin ah existe una oportunidad para nosotros. Entonces, no se trata de demostrarle nada a Cristo, sino de presentarle nuestra impotencia, pero tambin, junto con ella, nuestra confianza en que l nos justifica, nos levanta ynos acoge en su reino.En su obra Las siete palabras de Jess, HeinrichSchtz musicaliz de modo maravilloso la frase deJess al buen ladrn. Y Joseph Haydn, en su cuarteto de cuerda sobre estas mismas siete palabras,hace que el paraso devenga audible en las delicadas notas del primer violn. Ambos compositores-uno de tradicin protestante, otro de tradicin catli ca- estaban tan impresionados por esta frase deJess que, en la msica, dieron expresin a su fepara los oyentes de todas las pocas. De este modo queran decirles asimismo: Confa en esteJess. Tambin a ti te llevar al paraso.

    Estoy viendo el cielo abiertoEn los Hechos de los Apstoles, Lucas nos narra lamuerte del primer mrtir, Esteban, como ejemplode cmo muere un cristiano en el seguimiento deCristo. Al igual que Jess en la cruz, Esteban perdona a sus asesinos. Con ello, Esteban es un hombre en el que resplandece el rostro de Jesucristo.

    Cuando Esteban es arrastrado ante el Consejoy acusado de apostasa de la fe ortodoxa, quienesfijan la mirada en l ven que su rostro pareca elde un ngel (Hch 6,15 ). Esteban refleja algo de laclaridad y la pureza de Jess. En el Evangelio deLucas, Jess haba descrito la ndole difana de lapersona que est llena de la luz divina: Si el cuerpo entero es luminoso, sin mezcla de oscuridad,ser todo entero luminoso, como cuando un candilte ilumina con su resplandor (Le 11,36). Estebanest repleto de la luz de Jess. Su muerte es distinta de la del buen ladrn, quien, merced al arrepentimiento, se abre a la misericordia de Jess a pesarde toda su culpa.Lucas nos presenta dos situaciones tpicas decmo puede ser nuestra muerte. Debemos esforzarnos por morir como Esteban; pero, aunque nolo logremos, la muerte del buen ladrn nos animaa confiar en la graciosa compasin de Dios.Cuando ve acercarse la hora de su muerte, Esteban, lleno del Espritu Santo, alzando la miradaal cielo, vio la gloria de Dios y a Jess a la derecha de Dios, y dijo: "Estoy viendo el cielo abiertoy al Hijo del Hom bre en pie a la derecha de Dios"(Hch 7,55-56). Mientras agoniza, Esteban ve elcielo abierto.El cielo es el lugar de Dios. Est repleto de lagloria y la belleza divinas. Los pa dres de la Iglesiareflexionaron acerca de por qu, en la visin deEsteban, Jess no aparece sentado o en un trono-como, por lo dems, suele ser habitual en la Biblia- a la derecha del Padre, sino que permanece

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    de pie. El mstico griego Gregorio de Nisa interpreta esta imagen lucana desde una ptica deportiva. Esteban corre en la pista y es perseguido porsus enemigos. Corre y compite por conquistar elpremio reservado al triunfador. Durante la carrera,el cielo se abre para espolearlo a seguir compitiendo: Mientras estaba en mitad de la carrera a causa de la profesin de fe, se le manifest toda su esperanza: el cielo se abri, y la Majestad divina seinclin desde las regiones superiores hacia la pista en la que el mrtir competa; en efecto, aquel dequien el corredor daba esforzadamente testimoniose apareci a sus ojos como auxiliador. Jess est de pie a la derecha de Dios Padre para apoyar asu campen. Lo anima a luchar hasta el ltimomomento. Y, en su calidad de arbitro, luego le impondr la corona de laurel.Es una bella imagen la que Lucas -y, en su interpretacin, Gregorio de Nisa- nos presenta. Enla muerte no slo nos aguarda la gloria de D ios, sino tambin Jesucristo com o compaero de fatigas:como aquel que nos ha precedido y ahora nosalienta a soportar todas las adversidades, para llegar as a ser partcipes de su gloria. En el texto original griego, Lucas denomina a Jess archegos teszoes, el que gua hacia la vida. En su muerte,Jess nos ha precedido. Tambin nuestro caminoatravesar algunas dificultades antes de conducirnos a la gloria divina: Recordndoles que tenanque atravesar muchas tribulaciones para entrar enel reino de Dios (Hch 14,22). Pero en la meta detodas esas penalidades est Jess como auxiliadory como aquel que nos coloca en la cabeza la lau-

    reola porque, en nuestra carrera por la vida, hemo striunfado con la vista puesta en l.El arte medieval representa con frecuencia aJess como quien corona en el cielo a Mara, sumadre. Tambin sta es una imagen que quieregrabarse en nosotros. En la muerte, Jess nos espera como el arbitro que nos coloca la corona o loslaureles. Est de pie a la derecha de Dios, con elfin de espolearnos y animarnos, mientras duranuestra carrera, a seguir luchando -aun cuando lasdificultades sean cada vez mayores a causa delmiedo, de la enfermedad o de personas hostiles-.En la carrera de esta vida, la meta es el cielo. Allno slo nos aguarda Cristo, sino tambin la gloriade Dios.La imagen del triunfo y la corona de laurelaparece una y otra vez en el Nuevo Testam ento. Enla Primera carta a los Corintios, Pablo escribe sobre los corredores en el estadio, que se afanan para ganar una corona corruptible, nosotros una incorruptible (1 Co 9,25). Santiago considera dichoso al varn que resiste a la tentacin: Porque,al salir airoso, recibir la corona de la vida que elSeor prometi a los que lo aman (St 1,12). ElApocalipsis de Juan gusta de la imagen de la victoria como descripcin del cielo: Tambin el vencedor se vestir de blanco (Ap 3,5). La vestidurablanca es una imagen del cuerpo resucitado queDios regalar al ser humano: Cristo en personaintroducir a los vencedores en su comunin conel Padre (Boff, p. 66). A quien venza, Cristo lepromete que se sentar junto a l en su trono, enntima comunin con l (cf. Ap 3,21).

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    Y al vencedor, Cristo le dar una piedra blanca y, grabado en ella, un nombre nuevo que sloconoce el que lo recibe (Ap 2,17). Boff sealaque la imagen de la piedra blanca viene del depo rte griego: Al vencedor en los juegos se le entregaba una pequea placa blanca con su nombre. Enel cielo cada cual recibe el nombre que se corresponde con su misterio (Boff, p. 66). Durantenuestra vida a menudo nos desasosiega el miedode no lograr encarrilar la vida, de fracasar y perder. Cristo nos infunde la certeza de que nuestravida cristalizar en la muerte, de que triunfaremossobre todo aquello que nos inquieta sin cesar. Elcielo es la promesa de que nuestra vida prosperar por siempre, de que seremos vencedores, noperdedores.En la narracin de la muerte de Esteban se manifiesta an otra imagen de nuestro morir. Agonizante, el mrtir reza como sigue: Seor Jess,acoge mi espritu (Hch 7,59). En la muerte, noslo nos abandonamos al amor de Dios, sino queadems entregamos nuestro espritu en las buenasmanos de Jess. Y le pedimos con Esteban queacoja nuestro espritu. En la traduccin latina deeste pasaje aparece la palabra suscipe, que precisamente para los monjes tiene una especial importancia. Cuand o profesamos y nos vinculamos p arasiempre a la comunidad monstica, cantamos conlos brazos abiertos las palabras del Salmo 119:Suscipe me, Domine, secundum eloquium tuum etvivam, Sostenme, Seor, con tu promesa y vivir. Lo que experimentamos durante la profesin- a saber, que nos ponemos en manos de Dio s- se

    consumar en la muerte. En la muerte, nos dejamos caer en mano s de Jess. Y l nos acoge en susbrazos amo rosos. En la muerte, Jess nos abraza ynos da la bienvenida en su reino, en el paraso, enel espacio de la gloria de Dios.L a Piedad:morir en los brazos maternales de DiosCuando la peste hizo estragos en la Edad Media-y, en algunas regiones, acab con ms de la mitad de la poblacin-, la gente sinti necesidad detener ante los ojos una imag en esperanzado ra contra la muerte. En esta poca fue cuando surgi laPiedad, llamada tambin en alemn Vesperbild| imagen de vsperas]: Mara sostiene en su regazoa Jess ya muerto. El arte inmortaliza el instanteen el que Jess es bajado de la cruz y Mara lo recoge en su seno.En la Biblia no se describe esta escena. Pero ladevocin popular cre esta imagen para expresarel dolor de la madre por la muerte del hijo, perolambin para disponer de una consoladora imagende la muerte. Al m orir, no vam os a parar al horrorque la gente experimentaba en la poca d e la peste, sino a los brazos maternales de Dios, que nosrodean llenos de cario, igual que Mara -desbordante de ternu ra- sostiene en las manos a su difunto hijo.En las representaciones ms antiguas, se refle-|.i mayormente el dolor de Mara. Luego, en el llamado estilo blando (weicher Stil, que se inicia

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    hacia 1400), Mara es representada con ternura.Slo expresa su dolor de forma contenida y en sereno recogim iento. Jess yace estirado casi en horizontal sobre las rodillas de su madre. En estaimagen, lo esencial ya no es el lamento de Mara,que quiz fue lo que al principio origin estas representaciones, sino que se trata de una imagen dela agona.Muchas personas han meditado desde entonces ante esta imagen de la agona, a fin de conjurar el miedo a la muerte. Si esta imagen se grabaen nosotros, entonces, en el hondn del alma, vislumbramos que la muerte es como un nuevo nacimiento. La agona tiene algo que ver con la madre.As como al nacer salimos del seno materno, astambin en la muerte caeremos en el seno materno de Dios. El propio Dios nos recibir maternal-mente. M ara no es la diosa que nos acoge. Ella esde todo en todo human a. Y, sin embargo, en el arte y en la devocin, Mara se ha convertido en unprisma en el que se refracta la imagen materna deDios: contemplamo s a la madre que sostiene en elregazo a su difunto h ijo; y a travs de ella, contem plamos al Dios maternal, quien, en la muerte, nosrodear con sus afectuosos brazos.

    La mu erte es un nuevo nacimiento. En ella somos re-creados, pero ahora no para la lucha, sinopara el descanso, no para crecer, sino para alcanzar plenitud. Al principio y al final de nuestra vidaest la madre. El Evangelio de Juan entiende estode manera anloga cuando hace que Mara estpresente al comienzo de la vida pblica de Jess yal final, al pie de la cruz. stas son las nicas es-

    cenas en las que la madre de Jess desempea algn papel en el Evangelio de Juan. La m adre es lapuerta a travs de la cual accedemos a la vida terrena. Y tamb in es la puerta a travs de la cual entramos en el cielo.Muchas personas mayores rezan el rosario delante de una imagen de la Piedad: Santa Mara,Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,ahora y en la hora de nuestra muerte. Amn . Paramuchos, ste es un camino para superar el miedoa la muerte. Experimentan a Mara, la mujer maternal y la hermana en la fe, como acomp aante enla hora de la muerte. Y en estas oraciones vislumbran que, al morir, caern a los brazos maternalesde Dios. En la piedad popular alemana es muyapreciada la cancin Segne du, Mara. Es innegable que ya no est a la altura de nuestras actualesexigencias teolgicas o artsticas. Sin embarg o, todava hoy mucha gente entona este canto cuandomuere alguien . La ltima estrofa se refiere explcitamente a la muerte:Segne du, Mara, unsre letzte Stund!Sfie Twstesworte flstre dann dein MundlDeine Hand, die linde,drck das Aug uns zu,bleib im Tod und Leben unser Segen du.

    (Bendice t, Mara, nuestro ltimo suspiro!Que tu boca susurre dulces palabras deconsuelo!Y que tu suave mano cierre nuestros ojos!En la muerte y en la vida, s t nuestrabendicin!).

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    Hace poco, un conocido me cont que, durante la agona de su madre, toda la familia junta haba entonado este himno, la cancin preferida deella. Y mientras cantaban, la madre muri en paz.Las imgenes que se expresan en esta cancin interpelan a anhelos profundos de nuestro ser. Penetran en la profundidad de nuestro inconsciente yall transforman todos los miedos a la muerte enconfianza y esperanza.

    La Jerusaln celestialEl libro del Apocalipsis nos muestra una maravillosa imagen de lo que nos aguarda en la muerte:Vi la ciudad santa, la nueva Jerusaln, bajandodel cielo, de Dios, preparada como novia que searregla para el novio. O una voz potente que saladel trono: "Mira la morada de Dios entre los hombres: morar con ellos; ellos sern su pueblo yDios mismo estar con ellos. Les enjugar las lgrimas de los ojos. Ya no habr muerte ni pena nillanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado". El queestaba sentado en el trono dijo: "Mira, renuevo eluniverso" (Ap 21,2-5). La Jerusaln celestial esuna imagen del paraso. Se trata de la morada enla que podremos habitar seguros. Y Dios habitaren medio de nosotros. La ciudad celestial se caracteriza por el hecho de que en ella ya no habrmuerte ni tristeza. Todas las lgrimas sern enjugadas. Todo lo que esperamos de una hermosa ciudad se realizar en la Jerusaln celestial.

    Y todos los anhelos que los judos proyectanen su ciudad, Jerusaln, sern satisfechos en estaciudad celestial. Para los judos, Jerusaln era laciudad a la que peregrinaban todos los aos. Unavez all, visitaban el Templo, donde perciban lasanadora cercana de Dios. Adems, experimentaban la comunin del pueblo, que se pone conjuntamente en camino y canta la alabanza divina. Enel Salmo 122 se expresa este jbilo: Qu alegracuando me dijeron: "Vamos a la casa del Seor"!Ya estn pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusaln. Jerusaln, construida como ciudad bienunida y compacta, adonde suben las tribus del Seor, segn la costumbre de Israel, a dar gracias alnombre del Seor! (Sal 122,1-4).Ya los himnos de Sin del Antiguo Testamento confan en la ereccin de una ciudad divinaen Sin, en cuyo centro habitar Dios y a la quelos pueblos traern su tributo (cf. Sal 46; 48; 76).Yahv en persona construir la nueva Jerusaln (Is28,16-17), en concreto con piedras preciosas (Tob13,17) (B cher, p. 129). El profeta Ez equiel afirma que la Jerusaln del fin de los tiempos tendrdoce puertas, una por cada tribu de Israel. Pero enla nueva Jerusaln no slo habitarn las tribus deIsrael, sino tambin los extranjeros que sean incorporados al pueblo de Dios. Y el Cuarto libro deEsdras espera que la nueva Jerusaln, preexistente y oculta en el cielo, descend er en un futuro a latierra (ibid., p. 129).El Nuevo Testamento retoma este anhelo de laJerusaln celestial. Pablo habla de la Jerusaln ce lestial, que es libre y es n uestra madre (cf. Ga 4 , 26).

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    Los cristianos son ahora ya ciudadanos en la tierrade esta Jerusaln celestial. La Carta a los H ebreosdice que nos hemos acercado a Sin, monte yciudad del Dios vivo, a la Jerusaln cele ste con susmillares de ngeles, a la congregacin y asambleade los primognitos inscritos en el cielo, a Dios,juez de todos, a los espritus de los justos consumados, a Jess, mediador de la nueva alianza(Hb 12,22-24).Ahora somos ya partcipes de la Jerusaln celestial. En ella nos encontramos con el Dios vivo ycon Jesucristo, el mediador de la nueva alianza.Cuando entonamos himnos aqu en la tierra, unimos nuestra voz al canto de alabanza de los ngeles. En la muerte, la Jerusaln celestial -en la queahora ya vivimos en la fe- se nos aparecer en sugloria y ser para nosotros morada e terna, una m orada en la que podremos vivir como hombres nuevos. Lo viejo que nos oprima ya ha pasado. Dioshace todo nuevo. Ya no nos separarn la disputa yel odio; antes bien, nos unir el amor. Toda la ciudad ser como una novia y har aflorar en no sotrosel amor de Dios, que no tiene fin.El libro del Apocalipsis retoma la idea delCuarto libro de Esdras de que la Jerusaln ce lestialdescender a la tierra. La Jerusaln celestial es,por un lado, imagen de la esperada consumacinal final de los tiempos y, por otro, imagen de la actual comunidad cristiana (Bocher, pp. 129-130).De ah que, en la iluminacin medieval de manuscritos y en la pared frontal de numerosas iglesias,se representara la Jerusaln celestial. La imagendeba grabarse en el interior de los cristianos, a fin

    de que ya aqu se entendieran a s mismos comociudadanos de la ciudad celestial y anhelaran seracogidos en ella y encontrar all su hogar parasiempre. Al celebrar los servicios religiosos en laiglesia, se participaba de la liturgia que se oficia enla Jerusaln celestial. En el culto se abra ya el cielo sobre los fieles. Y stos obtenan un atisbo de laconsumacin. La ciudad ejerca fascinacin sobrelos creyentes. Desbordaba belleza.

    El libro del Apocalipsis describe la belleza dela Jerusaln celestial. Los muros son de jaspe, laciudad misma de oro. Las puertas son perlas. Todo rebosa belleza y esplendor. Y todo est llenode Dios. De ah que la ciudad no necesite temploalguno: Porque el Seor Dios todopoderoso yel Cordero son su templo. La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lmpara es el Cordero(Ap 21,22-23).La ciudad transmita seguridad. El arte y la

    cultura tenan en ella su hogar. Cuando los cristianos se imaginaban el cielo, recurran tambin a laimagen de la ciudad. El cielo es como una ciudaden la que reina la paz, en la que todo est bien ensamblado, en la que los seres humanos viven enpaz entre s y glorifican en comn al Altsimo.Dios es el verdadero seor de esta ciudad. Y gobierna con justicia . Y a ninguna persona injusta sele permite el acceso a la ciudad, tan slo a personas que responden a la intencin originaria deDios y realizan la imagen que Dios se ha hecho deellas (cf. Ap 21,27).

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    Convite, festn, banquete de bodasYa el Antiguo Testamento describe a menudo eltiempo de salvacin con la imagen del festn. Elprofeta Isaas dic e: El Seor de los ejrcitos ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festn demanjares suculentos, un festn de vinos de solera,manjares enjundiosos, vinos generosos (Is 25,6).Jess retoma esta imagen del festn o del banquete de bod as. En la parbola de las cinco vrgenes sensatas y las cinco necias se nos exhorta aperma necer alerta y a aguardar la venida del novio(cf. Mt 25,1-13). La parbola no slo se refiere ala hora de la muerte, sino tambin a la venida deJess en cada instante de nuestra vida. Pero podemos tomarla como imagen del momento de morir.Entonces significa que Cristo viene a nosotros enla muerte com o el novio que nos invita a participaren el banquete de bodas. ste es una imagen deque todo lo que en n osotros resulta con tradictorioe imposible de conciliar es cohonestado a travsde Cristo, una imagen de que nos fundimos connosotros mismos, con todas las personas que hanfallecido antes que nosotros y con Dios, el fundamento y la meta de nuestra vida. Y la vida eternaser una vida de amor. Ser como un banquete debodas en el que todos estaremos exultantes porqueel amor supera todo lo disgregador que hay ennosotros.

    Jess nos cuenta dos parbolas de un festn.Ambas parbolas apuntan no slo a la vida en elcielo, sino tambin a nuestro cam ino aqu , en la tierra. En sta, a menudo dejamos de asistir a la fies-

    ta del llegar a ser uno mismo y de la unin conDios. En el Evangelio de Luca s, Jess narra una parbola sobre un convite cuando un o de los invitadosque comparta mesa con Jess proclama: Dichoso el que coma en el reino de D ios! (Le 14,15). Elinvitado habla del banquete de amigos en el cieloque nos aguarda en el mundo futuro. As pues, aqula parbola se refiere por completo a la muerte.Jess nos invita a la comida de la consumacin.Pero, al mismo tiempo, nos advierte que no rechacemos a la ligera esa invitacin, como los tres hombres de la parbola. Uno de ellos ha comprado uncampo de labranza, otro cinco yuntas de bueyes yel tercero acaba de casarse (cf. Le 14,16-24). Lasposesiones, el xito y las relaciones pueden acaparar a la persona de tal manera que rechace la invitacin al festn eterno; esto es, que, de tan ocupadoque est, pierda de vista la meta de su camino.En el Evangelio de Lu cas, el criado debe traeral festn a pobres, lisiados, ciegos y paralticos.Precisamente los dbiles, que no pueden aducirningn mrito a su favor, son invitados a tomarparte en el festn eterno. Lo cual, para nosotros,tambin es una promesa cuando nos sentimos como los pobres y los lisiados, cuando sufrimos porno estar conformados con arreglo a nuestra imagen ideal, cuando en nosotros mucho se encuentratorcido y desfigurado. Como ciegos que no seatreven a mirar su propia verdad, como paralticosa causa del miedo, somos invitados al gape eterno. En la muerte, todos los elementos de ceguera,parlisis, tullidez y pobreza que hay en nosotrossern transformados.

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    Ad em s, ser invitada asimismo cualquier persona que el criado encu entre en los caminos y a laspuertas de la ciudad. Esto puede ser una imagenpara denotar a los paganos invitados al festn eterno. Pero tambin puede tratarse de una imagen detodo lo que excluimos de nuestra vida, de lo quehemos arrojado fuera de la ciudad de nuestra vida. A la unin con Dios debemos llevar todo loque hemo s dejado a un lado en nuestra vida. Todolo que hay en no sotros quiere ser tocado, sanado ytransformado por Dios. De ah que no debamosexcluir nada. Todo lo que hay en nosotros est invitado a participar en el festn eterno. En el cieloflorecer la entera plenitud de nuestra vida, queaqu a menudo limitamos y recortamos.

    En el Evangelio de M ateo, el acento se desplaza: el rey no invita a un festn, sino a un banquetede bodas (cf. Mt 22,1-14). En el banquete de bodas se trata de celebrar la unin de todos los contrarios, la unin de varn y mujer, de espritu ymateria. En la boda se festeja la benevolente generosidad de la existencia que se extasa en la experiencia del amor humano como fuerte vnculode instinto y espritu, de materia y conciencia(Boff, p. 63). El banquete de bodas muestra que,en el cielo, tambin nuestra sexualidad se transfigura. Es la fuerza que nos empuja hacia Dios paraque, en el xtasis del amor, nos fundamos con ly, por medio del amor, seamos transformados enl. Mateo pone an otro acento. Cuando los invitados se niegan a acudir, el rey enva a sus criadosa invitar a cuantos encu entren en las calles: buenos

    y malos. A todos se nos invita al banquete de bodas. Y est invitado todo nuestro ser, tanto lo bueno como lo malo. En el cielo, nuestra parte malaya no nos separar de Dios. Ser transformada porel amor divino. Pero este tono optimista de la parbola es perturbado por la escena del invitado q ueno lleva traje de fiesta.En el entorno judo de la poca, el vestido eraimagen de una existencia que, a travs de la conversin y las obras de la justicia, se revela dignadel gape celestial. Somos invitados a la comidacomo buenos y malos a la vez. Pero es necesaria laconversin. No podemos acudir al banquete ignorando a Dios. Se requiere de nosotros disposicina limpiar nuestro propio traje. Debo esforzarmepor lavar la suciedad que se me pega. No es lcitoaceptar la invitacin al banquete de bodas delHijo y permanecer al mismo tiempo tal como unoera, o sea, malo (Grund mann, p . 470 ). El mal debe ser transformado. Y, de hecho, es transformadopor Dios. Pero tambin hemos de dejar que ennosotros se produzca esa transformacin.En am bas tradiciones de la parbola, el mensaje es que Dios nos invita a participar en el gapeeterno. Pero tampoco puede faltar n uestra gratitudpor la invitacin. No podem os sentarnos sin ms ala mesa. Tenemos que aceptar la invitacin y debemos estar dispuestos a adaptarnos a las condiciones de la comida y a dejarnos transformar. Y unacondicin para ello es que vayamos vestidos defiesta, que, por tanto, trabajemos en nosotros mismos y limpiemos el traje que llevamos puesto eneste preciso momento. De lo contrario, seremos

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    arrojados a las tinieblas, donde reina el llanto y elrechinar de dientes.sta es una imagen de la persona que reprimesu propio anhelo de amor y vida. Hasta con losdientes intenta empujar hacia abajo los anhelosque afloran en su alma. El infierno es tal rechinarde dientes -a la vista de la promesa que el almareconoce en s, mas no quiere adm itir-. Pero si satisfacemos las condiciones que establece el rey,entonces podemos participar para siempre en subanquete.En Lucas se trata de un festn, mientras que enMateo se habla de un regio banquete de bodas. Enla boda real, nosotros mismos nos convertimos enreyes. Y podemos confiar en que nos fundiremoscon nosotros mismos y nuestras contradicciones.Pero, al mismo tiempo, la oferta exige de nosotrosun quehacer: convertirnos y trabajar en nuestrapropia persona.Estar con el SeorEl apstol Pablo tiene su propia idea de lo que nosaguarda en la muerte. En la Carta a los Filipensesescribe de manera muy personal sobre lo que lespera: Pues mi vida es Cristo y morir es ganancia. Pero si mi vida corporal va a producir fruto,no s qu escoger. Las dos cosa tiran de m : mi deseo es morir para estar con Cristo, y eso es muchomejor (Flp 1,21-23).A Pablo le encanta vivir. Para l, la vida consiste ya ahora en Cristo. Pablo vive para Cristo. Y

    siente que su vida est dando fruto. Predica elEvangelio de Jess en el mundo entero. Salta a lavista que Pablo conoce la ambicin de ganar paraCristo tantas personas como sea posible. Perocuando piensa en su propia muerte, le sobrevieneel sentimiento de que morir ser ganancia. En laflora el anhelo de partir para estar con el Seor.Pablo entiende la muerte como partida. Conello, asume ideas enraizadas en la filosofa estoicade su poca. La muerte es una partida hacia otravida. Pablo describe la vida que le aguarda en lamuerte como un estar con Cristo. Su anhelo de experimentar la comunin con Cristo -que l, en suvisin, poda vivir de manera fascinante- es tanintenso que no le tiene miedo a la muerte. Antes alcontrario, preferira partir para ver satisfecho suanhelo y estar con el Seor. En el original griegofigura aqu la expresin syn Christo einai: ser o estar con Cristo, vivir en comunin con l. Es unser con Cristo, una vinculacin ntima.Tambin en la Segunda carta a los Corintiosescribe Pablo sobre su anhelo de estar con elSeor: Pero con nimo, preferiramos desterrarnos del cuerpo para residir junto al Seor (2 Co5,8). Residir jun to al Seor significa para Pab lo:estar en casa, tener hogar o patria en Cristo, estarseguro para siempre junto a l. Desterrar y estar en casa corresponden, en el original griego, ados trminos derivados de una raz comn: ekde-mesai y endemesai. Esto quiere decir: emigrar dela tierra que hasta ahora era mi patria e inmig rar enuna nueva tierra, en la tierra de promisin queCristo nos ha preparado junto a Dios, a fin de ha-

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    cer de ella nuestro hogar. Tal es el ms profundoanhelo de Pab lo: estar para siempre con C risto, estar jun to a l en casa, tener en l la patria o el hogar, contemplarlo y llegar a ser uno con l.Residir junto al Seor significa que la vidaeterna consiste, sobre todo, en una relacin ntimacon Jesucristo. Las experiencias que hayamos vivido con Cristo aqu en la tierra -en la oracin, enla meditacin, en los sacramentos- se consumarnen el cielo. En los sacramentos, Jess no s toca. Enla eucarista se hace un o con n osotros. Pero, a pesar de los sacramentos, siempre experimentamostambin alienacin y alejamiento respecto de Cristo . No somos capaces de mantener la proximidad.En la vida eterna, tal y como Pablo se la imag ina,estaremos para siempre junto al Seor y con l.Podremos regocijarnos de la comunin con l.La teologa retoma estas palabras de Pablo cuando identifica al propio Cristo con el cielo. Cuandoestamos en Cristo y con Cristo, estamos en el cieloy nuestro anhelo de ser acogidos, amados, unificados, transformados, qu eda satisfecho p ara siempre.Entrar en el descanso de DiosLa Carta a los Hebreos cita la advertencia del Salmo 95: No entrarn en mi descanso (Hb 4,3).Pero los cristianos podemos confiar en que, merced a Cristo, entraremos en el descanso sabticode Dios. Este descanso marca y a ahora nuestra vida. Sin embargo, en el descanso definitivo entraremos slo en el momento de la muerte.

    Esta imagen del descanso ha impregnadonuestra oracin litrgica. Una y otra vez rezam os:Dale, Seor, el descanso eterno. Este descansono es el descanso del sepulcro, sino el descansosabtico de Dios. El sbado, Dios descansa de susobras. As, en Dios podemos descansar de todonuestro sufrimiento y todo nuestro quehacer. Diosdescans una vez que hubo visto que todo lo quehaba creado era muy bueno. As, el descanso en lamuerte tambin significa para nosotros que todoha sido muy bueno. En la muerte asentimos anuestro vivir y nuestro morir. Nos embarga la sensacin de que, en ltimo trmino, todo en nuestravida ha sido bueno. Nos ha empujado hacia Dios.Desde la perspectiva de la vida eterna, inclusolos errores y debilidades de los que nos arrepentimos tienen sentido. Nos han ab ierto a Dios. Mientras vivimos, luchamos con Dios. Dudamos de sinuestra vida tiene sentido, de si Dios es realmentejusto, de si podremos pasar la prueba ante l y salir airosos del Juicio. Pero esta lucha llega a su finen el encuentro con Dios en la muerte. La muertees la opcin final, que de nuevo supone una luchainterior para decidirse realmente por Dios. Pues sinos dejamos caer en las manos divinas, toda la inquietud interior, todos los interrogantes y todas lasiludas se disipan. Entonces contemplamos y entendemos. Entonces experimentamos un descansoque ya no es perturbado por ninguna pregunta nininguna bsqueda.Para los judos y los griegos, este descanso noes un descanso estril, sino dinmico. En el descanso crecemos cada vez ms hacia Dios. El ser

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    humano, afirma Leonardo Boff, no puede comprender en un nico acto las infinitas dimensionesdel misterio de Dios o, lo que viene a ser lo mism o, del Dios del misterio (Boff, p. 71). Por eso,el descanso junto a Dios no es un descanso esttico , sino el dinamismo de ser embebidos progresivamente por Dios y su amor. As, devenimos cadavez ms semejantes a El. Agustn expres la tensin entre descanso y dinamismo en la maravillosa frase: All descansaremos y veremos, veremosy amaremos, amaremos y alabaremos. Tal es laesencia del fin sin fin. Pues qu se correspondemejor con nuestro ser que entrar en el reino que noconoce fin? (cit. en Boff, p. 71). En el cielo penetraremos ms y ms en el reino de Dios. Pero,puesto que Dios es infinito, tambin el camino enel cielo es un camino infinito, hasta que Dios seatodo en todo y reine por completo en nosotros.Descanso significa siempre tambin reposorespecto de las obras. Se trata de un descansoagradecido que todava piensa en la obra que hemos realizado, as como en la obra que Dios hallevado a cabo en nosotros y a travs de nosotros.En el cielo descansamos en Dios. All encontramos nuestro descanso en tanto en cuanto nos dejamos caer en las manos de Dios. Pero en este descanso experimentamos a Dios como el Dios siempre nuevo y siempre vivo que nos mantiene en m ovimiento y quiere atraernos paso a paso hacia s.Gerhard Lohfink lo formula de la siguiente manera : El encuentro con Dios, lejos de representar undescanso eterno, es vida inmensa y palpitante, unatempestad de felicidad que nos arrastra, no hacia

    cualquier sitio, sino introducindono s con creciente profundidad en el amor y la bienaventuranza deDios (cit. en Kehl, p. 290).La misa de difuntos se llama tambin misa derquiem, por la primera palabra del introito. Conocasin del entierro celebramos un rquiem. Eltexto del introito est tomado del Cuarto librode Esdras, o sea, de un libro que no pertenece a laSagrada Escritura propiamente dicha: Seor, dales el descanso eterno y brille sobre ellos la luzperpetua.La msica coral latina canta este canto de enterramiento en el sexto tono. El sexto tono es untono optimista que expresa afectivamente la confianza en Dios. A buen seguro, no es ninguna casualidad que la coral latina haya dado esta meloda llena de esperanza al canto que se entona en elsepelio.Este introito em plea dos imgenes para designar la vida despus de la muerte. Deseamos al difunto que, desde D ios, pueda contemp lar su vida yreconocer jun to con l que todo es bueno tal cuales . Es bueno que ahora, en la muerte, haya alcanzado su consumacin. Antes de su muerte, muchaspersonas no pueden decir an que todo haya sidobueno. Albergan el sentimiento de que mucho hasido fragmentario y de que han echado sobre s alguna que otra culpa.Pero en el introito que nos ocupa se omite todo lo relacion ado con la culpa. Deseamos al difunto que, a despecho de toda fragmentariedad, pueda declarar: Es bueno tal cual es. Y tambin ledeseamos que, en el descanso en Dios, pueda ere-

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  • 7/29/2019 Anselm Grun - Y Despues de La Muerte, Que

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    cer al mismo tiempo m s y ms hacia Dios libre detoda perturbacin exterior, que pueda ser incorporado al dinamismo del amor que lo ha de conducirde modo gradual a la unin con la divinidad.La segunda imagen es la luz que deseamos queilumine al difunto. Involuntariamente relacionamos la oscuridad con la muerte. Tenemos miedo alo desconocido y tenebroso que asociamos conella. As, deseamos que la luz eterna de Dios ilumine al difunto. Q ue ste, a la luz divina, pueda reconocer su vida. Que todo se ilumine para l, desuerte que comprenda su vida y se le clarifique to

    do lo que hasta el momento de la muerte no entenda