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ANSIEDAD POR LA SEPARACIÓN EN LOS BEBÉS. Es una etapa del desarrollo durante la cual el bebé experimenta ansiedad o temor cuando se separa del cuidador primario (generalmente la madre). L a mayoría de los bebés o niños pequeños muestran verdadera ansiedad y desconsuelo ante la posibilidad de estar separados de su mamá o de su papá. Los bebés pueden mostrar señales de ansiedad por separación a una edad tan temprana como los 6 ó 7 meses, pero la etapa crisis para la mayoría es entre los 8 y los 18 meses. Los bebés menores de 6 meses suelen aceptar bien a las personas que los cuidan mientras satisfagan sus necesidades. Entre los 4 y 7 meses, los bebés empiezan a tener el llamado sentido de permanencia de los objetos, es decir, que aprenden que las cosas y las personas siguen existiendo aunque ellos no las vean. Pero la mayoría todavía no entienden el concepto de tiempo, y por ello no saben si las personas u objetos volverán ni cuándo lo harán. Lo mismo ocurre con los padres. Los bebés se dan cuenta de que sólo hay un papá y una mamá, y si no pueden verlos, para ellos significa que se han ido. En torno a los 6 meses de edad, el establecimiento del vínculo afectivo (apego) se ha consolidado y las relaciones interpersonales del bebé comienzan a hacerse más complejas. El bebé ya es capaz de distinguir entre varias figuras de apego y establecer jerarquías entre ellas. Entre los 6 y los 8 meses, el bebé comienza a manifestar una clara preferencia por sus figuras de apego respecto a otras personas y rechaza a los desconocidos. Las figuras de apego no sólo son reconocidas, si no que pueden ser evocadas por el bebé cuando no están presentes, gracias a las capacidades de representación, permanencia de la persona y memoria. Si pensamos en la ansiedad por separación en términos evolutivos, tiene sentido: es natural que un bebé indefenso se sienta angustiado al estar separado de la persona que lo cuida y lo protege. Por ello, el miedo del bebé a estar separado de su cuidador primario es muy real para él. A los adultos puede parecernos un temor sobredimensionado, pero la angustia de separación es uno de los miedos más significativos que siente el bebé a lo largo de su crecimiento emocional. Los padres y/o cuidadores primarios no debemos subestimar sus temores, sino convertirnos en sus protectores para que puedan superarlos lo mejor posible. 1

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ANSIEDAD POR LA SEPARACIÓN EN LOS BEBÉS.

  

Es una etapa del desarrollo durante la cual el bebé experimenta ansiedad o temor cuando se separa del cuidador primario (generalmente la madre). La mayoría de los bebés o niños pequeños muestran verdadera ansiedad y desconsuelo ante la posibilidad de estar separados de su mamá o de su papá. Los bebés pueden mostrar señales de ansiedad por separación a una edad tan temprana como los 6 ó 7 meses, pero la etapa crisis para la mayoría es entre los 8 y los 18 meses.

Los bebés menores de 6 meses suelen aceptar bien a las personas que los cuidan mientras satisfagan sus necesidades. Entre los 4 y 7 meses, los bebés empiezan a tener el llamado sentido de permanencia de los objetos, es decir, que aprenden que las cosas y las personas siguen existiendo aunque ellos no las vean. Pero la mayoría todavía no entienden el concepto de tiempo, y por ello no saben si las personas u objetos volverán ni cuándo lo harán. Lo mismo ocurre con los padres. Los bebés se dan cuenta de que sólo hay un papá y una mamá, y si no pueden verlos, para ellos significa que se han ido.

En torno a los 6 meses de edad, el establecimiento del vínculo afectivo (apego) se ha consolidado y las relaciones interpersonales del bebé comienzan a hacerse más complejas. El bebé ya es capaz de distinguir entre varias figuras de apego y establecer jerarquías entre ellas. Entre los 6 y los 8 meses, el bebé comienza a manifestar una clara preferencia por sus figuras de apego respecto a otras personas y rechaza a los desconocidos. Las figuras de apego no sólo son reconocidas, si no que pueden ser evocadas por el bebé cuando no están presentes, gracias a las capacidades de representación, permanencia de la persona y memoria.

Si pensamos en la ansiedad por separación en términos evolutivos, tiene sentido: es natural que un bebé indefenso se sienta angustiado al estar separado de la persona que lo cuida y lo protege. Por ello, el miedo del bebé a estar separado de su cuidador primario es muy real para él. A los adultos puede parecernos un temor sobredimensionado, pero la angustia de separación es uno de los miedos más significativos que siente el bebé a lo largo de su crecimiento emocional. Los padres y/o cuidadores primarios no debemos subestimar sus temores, sino convertirnos en sus protectores para que puedan superarlos lo mejor posible.

La angustia de separación se manifiesta en reacciones exageradas, generalmente un llanto desconsolado, cuando el bebé pierde de vista a su madre, su padre, o a su figura de apego más cercana. No es capaz de entender que su madre estará de vuelta en un momento. Él sólo comprende que ella, de quien depende su supervivencia y seguridad, ha desaparecido. No sabe si volverá ni cuando, cree que puede perderla. Su mente empieza a distinguir la protección de la inseguridad.

Es una etapa contradictoria, pues por un lado el niño comienza a gozar de una incipiente autonomía, empieza a gatear para explorar el entorno que le rodea, pero por otro lado aún es completamente dependiente desde el punto de vista emocional.

Suele suceder que lloran mucho durante el día y se despiertan más de lo habitual durante la noche, que quieren estar en brazos más de lo habitual y que no desean estar más que con la madre. La manifiestan todos los bebés, tanto si la mamá trabaja fuera de casa o no.

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Las señales que suelen emitir los bebés para establecer un vínculo que garantice su supervivencia suelen ser: llorar, buscar contacto ocular, succionar, acercarse a la madre, o seguirla con la mirada.

Las respuestas que esperan en la madre son: atención inmediata, interpretación, anticipación, comunicación, contacto visual y físico.

Si no se responde a estas llamadas de esta forma puede ser una experiencia muy estresante para el bebé, ya que para él, la separación de su madre o cuidador primario lo vive como una amenaza para su supervivencia.

No es un retroceso como mucha gente piensa. Es una etapa evolutiva normal. Se dice a veces que el niño se quedaba con cualquiera, pero que “mira, algo han hecho mal, que ahora el niño ha crecido y ya no se quiere quedar con nadie”. Y si antes tampoco quería estar con nadie, se dice lo mismo, que “el niño ha crecido y sigue sin querer estar con nadie, y ahora encima ya no quiere ni estar solo”. Entonces se buscan las causas, que si “le estás dando mucha teta y lo estás haciendo dependiente”, que “como duermes con él en la misma cama/habitación se está quedando embracilado”, que “como son tan blandos con él y no quieren dejarlo llorar ya les tiene tomada la medida”, que “como siempre lo han traído en brazos ahora mira lo que pasa, ya se ha acostumbrado y ahora será imposible dejarlo en el suelo por los siglos de los siglos, amén”, etc.

Sin embargo no, no es nada de eso, no es un retroceso, sino que es un avance. El niño empieza a pasarlo mal cuando se separa de sus cuidadores porque se está desarrollando bien y ahora, más que nunca, su sistema de alarma funciona a las mil maravillas. Ese sistema de alarma establece que allí donde no estén las personas más importantes de su vida haga lo posible por remediarlo: que llore, que no deje que se marchen, que ponga el labio inferior hacia afuera para dar todavía más pena y que suelte litros de lágrimas para lograr que sus padres no se separen de él.

Es algo así como un tener claro que con papá y mamá no corren peligro alguno, pero que sin ellos puede pasarle cualquier cosa. Es un instinto, es un malestar originado por la soledad o por estar con personas desconocidas, y es una consecuencia del correcto establecimiento de un vínculo con sus padres. El bebé lo siente “como sé quiénes son y como sé que estoy seguro con ellos, no quiero estar sin ellos”. El bebé está atravesando una etapa difícil; está creciendo, está madurando, está conociendo el mundo y que para él no es nada fácil. No está manipulando ni es un malcriado ni un mañoso; simplemente requiere cariño y atención de sus padres, porque sabe que son ellos quienes lo cuidan y lo protegen.

Hay personas que necesitan ver algo para creerlo. Ya les puedes tratar de convencer de todas las maneras posibles que, hasta que no lo ven con sus ojos, nada. Los niños son así también: hasta que no ven a su madre o su padre, no se sienten seguros. Cuando te vas a otro sitio, cuando te vas a la habitación de al lado, los bebés creen que has desaparecido para siempre, siendo así ¿cómo no van a llorar?

Es con el paso del tiempo, con el crecimiento y con el desarrollo de su cerebro racional cuando esa inquietud de no verte se va controlando por los pensamientos que le dicen “sí, mamá no está, pero sé que está ahí al lado y que enseguida vuelve” o “sí, mamá se ha ido, pero sé que

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dentro de un rato volverá”. Y esto no pasa enseguida, sino que va sucediendo con el paso de las semanas y los meses.

¿Y qué hay que hacer? Pues hay que hacer lo que uno sienta que tiene que hacer. Hay personas que caen en la trampa involuntaria de las opiniones ajenas y acaban por forzar la separación, algo así como un “tienen razón, está embracilado, es mi culpa” y empiezan a forzar separaciones e incluso a enfadarse con el niño por no ser capaz de tolerarlas. Es un error, porque el problema no es del niño, sino de quien cree que lo que hace está mal. Vamos, que el problema no es tal, que no hay problema, que es algo normal y que no hay que hacer nada para que el niño se aprenda a separar de sus padres, porque es algo que aprenderá a hacer solo.

Lo que hay que hacer, es tratar de entender que sus lágrimas son lógicas y que sus gritos para que vuelvas son lícitos, pues el sufrimiento que sienten los niños por la angustia de separación activa en el cerebro las mismas zonas que cuando padecen un dolor físico. Esto explicaría también por qué nos sentimos tan mal cuando un ser amado se separa de nosotros, cuando nos rechazan o cuando se rompe una relación.

Si podemos evitar dichas separaciones, debemos hacerlo por respeto a sus sentimientos y porque sabemos que dependen física y emocionalmente de nosotros. Si no podemos evitarlas, al menos entenderemos cómo se sienten y podremos estar más disponibles y más cercanos en el reencuentro, con más abrazos, más besos, más atenciones y explicándoles, aunque no nos entiendan todavía, que “lo sé, cariño, ya sé que lo has pasado muy mal sin mí, pero ya estoy aquí contigo”, que es muy diferente de pensar que el niño lo pasa mal porque está muy mimado, muy consentido y que lo que necesita en realidad es precisamente eso, más horas sin papá y mamá, para que aprenda a estar solo.

¿Cómo haremos entonces para que sea una persona independiente? No haciendo nada especial. No hay que forzar nada porque los niños enseguida van pidiendo y cogiendo autonomía y van haciéndose independientes ellos mismos. Mientras son pequeños, en la edad que aparece la angustia de separación, lo recomendable es permitirles que estén siempre con nosotros. Ellos, que ya gatean o se mueven por casa, tienden a seguirnos allí donde vamos. Pues eso hay que hacer, dejarles que nos sigan si nos estamos moviendo por casa, para que vayan viendo que no desaparecemos al salir de una habitación, sino que nos trasladamos a otra, del mismo modo que ellos lo hacen detrás nuestro.

Con libertad para ir por casa, con autonomía para ir haciendo lo que crean que necesitan, los niños van haciéndose independientes a medida que aprenden a valerse por sí mismos, y por eso un día te dicen que no quieren que les des de comer, un día de repente se duermen sin la teta y un día te los encuentras con el armario abierto comiendo lo que han llegado a coger porque tienen hambre. Nos imitan, aprenden de nosotros, se fijan muchísimo en lo que hacemos y así, sin casi quererlo, aprenden a hacer las cosas.

Forzarles a saber vivir solos, sin nosotros, sin necesitarnos, cuando sólo tienen 8 o 10 meses no sólo es contraproducente sino que además es bastante triste, porque lo lógico es que un bebé quiera estar con las personas que quiere, y no que le dé igual con quién estar porque le hemos obligado a ello.

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Durante esta etapa, los padres podríamos experimentar diferentes emociones. Puede ser gratificante sentir que nuestro hijo está tan apegado a nosotros como nosotros a él. Pero también es probable que nos sintamos culpables cuando tomemos tiempo para nosotros, o tengamos que regresar a trabajar y dejemos al niño con un cuidador. Podría empezar a abrumarnos la cantidad de atención que nuestro hijo parece necesitar.

Tengamos presente que la resistencia de un pequeño a que sus padres se vayan es un signo bueno que indica que se ha producido un apego saludable entre los padres y el bebé. Al final, el bebé logrará recordar que cuando mamá o papá se va siempre vuelve, y eso será suficiente para que se quede tranquilo. Esto también permite que los niños desarrollen habilidades de afrontamiento y una cierta independencia. Conforme tu bebé crece, él se va volviendo más independiente, pero como quiera necesita que lo guíes y sobre todo le des esa seguridad de que no lo abandonarás.

El apego del bebé a las figuras que le cuidan y el diálogo que con ellas se establecen son la piedra filosofal de la confianza del pequeño, ya que con él se construye una base segura desde la que el bebé hace excursiones al exterior y a los demás, cada vez más lejanos. La base o refugio seguro del apego familiar es el punto de partida de la interacción del menor con el mundo que le rodea.

Naturalmente, no todos los niños tienen las mismas reacciones. Mucho depende el desarrollo de cada niño y las circunstancias familiares en cada caso para que se produzcan diferentes tipos de apego:

Los bebés con un apego seguro lloran y protestan cuando la madre se va, y la reciben felices cuando regresa. La utilizan como una base segura, al tiempo que se alejan de ella y exploran; pero ocasionalmente, y por seguridad, regresan. Son usualmente cooperativos y se enfadan relativamente poco.

Los bebés con apego evitativo casi nunca lloran cuando la madre se va y la evitan cuando regresa. Tienden a mostrarse enojados y no la buscan cuando la necesitan.

Los bebés con un apego ambivalente (resistente) se sienten ansiosos aun antes de que la madre se vaya y se muestran muy molestos cuando lo hace. Cuando regresa, demuestran su ambivalencia al buscar el contacto con ella; al mismo tiempo, se resisten por medios de pataleos o retorciéndose. Los bebés ambivalentes exploran poco y son difíciles de tranquilizar.

Estos tres patrones de apego son universales en todas la culturas en los que han sido estudiados (culturas tan diversas como las de África, China e Israel), aunque el porcentaje de bebés en cada categoría es distinta.

Investigaciones posteriores han identificado un cuarto patrón, el apego desorganizado-desorientado. Los bebés con el patrón desorganizado suelen manifestar conductas inconsistentes y contradictorias. Por ejemplo, pueden recibir a la madre alegremente cuando regresa, pero después se acercan o se alejan sin mirarla; parecen estar confundidos y temerosos. Este podría ser el patrón menos seguro. Es más probable que ocurra en bebés cuyas madres son insensibles, intrusivas o abusivas.

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Algunos consejos para ayudarle a superar la angustia de separación.

1) Llévalo contigo a todas partes: Algunos bebés ya gatean y son capaces de ir detrás de su madre gateando por toda la casa. Si no es así, y todavía no tiene la movilidad propia como para seguirte a todas partes, organízate para llevar al bebé contigo adonde vayas, ya sea dentro de la casa como fuera.

2) Dejarlo en compañía de alguien a quien se sienta vinculado: Muchas madres trabajan fuera de casa y es imposible llevarse el bebé con ellas. Siempre que sea posible, aunque el bebé preferirá quedarse contigo, lo ideal es que quede a cargo de una persona especial para él, con la que se sienta vinculado emocionalmente. Pueden ser los abuelos, los tíos, la cuidadora o su profesora. Una persona que “sustituya” a la madre durante las horas en las que no pueden estar juntos.

3) Despedirse del bebé al marcharse y saludarlo al volver: Lo más probable es que el bebé llore cuando mamá se va y vuelva a llorar de angustia contenida al volver a verla. Esto suele suceder mucho cuando dejamos al bebé en la guardería. Llora cuando lo dejamos y llora cuando lo recogemos, pero su profesora nos dice que ha estado muy bien durante el resto del día.

Algo importante para que el bebé no se sienta “traicionado” es despedirnos de él cuando nos marchamos. Si desaparecemos como por arte de magia, aunque en teoría lo hacemos para que no sufra, este comportamiento aumenta su desconfianza y el niño se sentirá engañado. Aunque todavía no pueda comprender nuestras palabras, despedirlo con un “Adiós cariño, mamá volverá más tarde”. Asimismo, al saludarlo cuando regresamos estamos marcando el final de la separación entre ambos. Una frase como “Hola cariño, mamá ya ha vuelto” son palabras que él acabará poco a poco comprendiendo y es lo que esperará cada vez que os separéis. La despedida será anunciada y el regreso esperado. Y eso alimentará su confianza en ti.

4) Los juegos del escondite: Hay juegos que ayudan al bebé a comprender mejor la constancia del objeto, es decir, que aunque no siempre pueda verla, mamá siempre está allí.

El juego es muy simple, el famoso cu-cu-tras o juego del escondite en el que se cubre la cabeza del bebé con un pañuelo (si es traslúcido mejor) y le decimos algo así como: “¿Dónde está el bebé?, ¡Aquí está!” cubriéndole y descubriéndole con el pañuelo. Lo mismo puede hacerlo la madre escondiéndose, ya sea con un pañuelo o por ejemplo apareciendo y desapareciendo detrás de una puerta.

5) Hablarle aunque no te pueda ver: El bebé se siente tremendamente angustiado cuando nos pierde de vista, incluso aunque nos levantemos un minuto para ir al lavabo. No comprende de tiempos ni distancias. Pero se sentirá reconfortado si al menos oye tu voz a la distancia.

A partir de los 14 meses ya empiezan a saber que aunque sus padres desaparezcan estos no lo harán para siempre, sino que volverán. Han desarrollado un apego seguro con sus cuidadores que garantiza al niño la seguridad en sus padres para saber que estos están o estarán aunque en ese momento no se encuentren presentes. La mayoría de los niños en este período ya ha adquirido una representación cognitiva estable de la figura del cuidador lo que les permite separarse de sus padres y estar varias horas sin ellos.

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