Antes de Que Te Vayas

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    Rafael

    Chaljub

    Meja

    NTES DE QUE TE VAYAS

    Trayectoria del Merengue FolclricoAC O L E C C I O N

    CENTENARIO

    G R U P O

    LEON JIMENES

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    ANTESDEQUETEVAYASHistoria del Merengue FolklricoRafaelChaljubMeja

    COLECCINCENTENARIO

    G R U P OL E N

    J I M E N E S

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    Diseo de cubierta:Lourdes Saleme y AsociadosDiseo y arte final:Ninn Len de SalemeIndice onomstico y correccin de pruebas:Juan B. Castillo C.Impresin:Amigo del Hogar

    Santo Domingo, Repblica Dominicana, Abril, 2002

    ISBN: 99934-23-29-7

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    Contenido

    9 Presentacin11 Del autor a los lectores15 Prlogo. El merengue: para reencontrarnos con lo que somos

    1. ORGENES Y TRAYECTORIA DEL MERENGUE DE ENRAMADA21 El folclor de mi lugar de origen y yo41 El merengue y yo59 Un retrato de la identidad del pueblo dominicano

    73 La luz de la msica en Santo Domingo93 La lenta evolucin del merengue99 La relacin del merengue con la historia

    111 El merengue en la Era de Trujillo129 El nuevo auge del merengue urbano y la difcil situacin del merengue rural137 Las manos de Tatico155 Del merengue de enramada al merengue de discoteca y de car wash165 Antes de que se vaya

    2. LOS PERSONAJES

    179 Cara a cara con los personajes181 Agapito Bonilla Estvez185 Alcedo Espinal Urea189 Amrico Ramrez Valdez193 Antonio Abru199 Jos Arsenio de la Rosa Caba203 Aurelio Surn207 Blanca Mara Daz Martnez211 Carmelo Daz Alcntara215 Carmelo Duarte Polanco221 Cuta Martnez

    225 Clemente Villa

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    233 Daniel Santana Guzmn237 Delio Tavrez241 Digenes Jimnez Peralta245 Dionisio Meja251 Facundo Trejo Pea255 Francisco Ulloa261 Gonzlez Alvarado Pereira269 Gregorio Medina Rodrguez273 Inocencio Glvez Soliver277 Isaas Garca Henrquez281 Isidoro Flores Castillo285 Jos Erasmo de la Rosa Lora289 Juan Balbuena293 Juan Bautista Pascasio Tavrez297 Juan Rodrguez Parra301 Juan Prez Batista305 Juan Tirado Henrquez309 Leonardo Marte Figueroa311 Lidia Mara Hernndez Lpez

    315 Manuela Josefa Cabrera Taveras321 Mariano Salom Garca Martnez325 Miguel Santana329 Milcades Hernndez Rosa333 Nicols Delmiro Francisco Ulloa337 Jos Nicols Gutirrez Tejada341 Pedro Santana de la Cruz343 Rafael Casiano Arias Gernimo347 Rafael Francisco Ulloa355 Ramn Amador Gu o Ramn Madora361 Ramn Amzquita Daz369 Ramn Rafael Ramos Romn373 Ramn Romn Ulloa377 Rufino Abru Santos381 Silvano Capelln Santos385 Tefilo Bello389 Toms de la Rosa Caba393 Toms Rodrguez Martnez395 Toribio de la Cruz Polanco397 Vicente Antonio Martnez Martnez403 Zenn Valerio Recio

    407 ndice Onomstico

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    Presentacin

    ENELMESDEOCTUBREDE2003,EL GRUPO LEN JIMENES celebra-r el primer centenario de su fundacin y con tal motivoest preparando una serie de actividades entre las que se

    destacar la inauguracin del Centro Cultural Eduardo LenJimenes. Esta nueva institucin trabajar con otras entida-des, grupos y proyectos culturales que tienen la misin defortalecer el proceso de identidad del pueblo dominicano yel desarrollo de su creatividad con relacin al contexto na-cional y caribeo al que pertenece.

    Como prembulo a las actividades antes sealadas, elGrupo Len Jimenes se siente muy complacido de presen-tar esta obra singular que trata sobre la evolucin de un tipode msica que se afianz en el gusto popular a partir de lasltimas dcadas del siglo XIX.

    Gira, tambora y acorden se fundieron en este merenguetradicional que naci y creci en los campos cibaeos paraacompaar soledades, juegos de gallos y fiestas campesinas.Manos de trabajadores que se movan al ritmo del corazn y lamente criollas fueron creando nuevas sonoridades. As, entreluchas, alegras, pasiones y esperanzas, el merengue de enra-

    mada fue calando profundamente en el alma del pueblo.

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    Para muchos, el merengue tpico dominicano es un me-dio que potencializa la creatividad, la improvisacin, la co-municacin y el baile, elementos esenciales para lograr lasobrevivencia a travs de oportunidades y vicisitudes. Y esque el perico ripiao proviene de una rica combinacin deelementos indgenas, africanos y europeos, para terminarproduciendo un resultado nico y particular que identifica

    claramente nuestra expresin nacional en medio del archi-pilago antillano.

    Este libro, adems de hablar de la historia del merenguetpico, recoge lcidos testimonios de personas que convivie-ron con muchos de los merengueros que mantuvieron y hanmantenido vigente este gnero musical. A travs de sus p-ginas aparecen retratos literarios y grficos de ms de cin-cuenta personajes, cada uno simbolizando una hermosa hoja,

    una robusta rama o una profunda raz de este frondoso r-bol llamado merengue en el jardn de la dominicanidad.

    Para abonar este rbol, para lograr que siga fructifican-do y nos aliente, el Grupo Len Jimenes ha querido apoyareste proyecto editorial convencido de que esfuerzos de estetipo nos impulsan en la ruta por una mejor nacin.

    GRUPO LEN JIMENES

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    Hoy se menosprecia y se pierde el arte libre y espont-neo de otras pocas; la comercializacin del arte y la publi-cidad comercial imponen la msica. As, mientras el me-rengue urbano de orquesta, al estilo tradicional, ya ha des-aparecido casi totalmente, y la generalidad de los combosy las agrupaciones musicales lo sustituye por un merengueelectrnico, espectacular y sumamente acelerado; en la

    mayor parte de los conjuntos tpicos se ha impuesto un esti-lo tambin acelerado, al que le llaman merengue conmambo o a lo moderno, que se aleja cada vez ms delmerengue de lnea, y trata de copiar al de los combos y losgrupos urbanos. Se dice que eso es lo que vende, y comovivimos en una sociedad de mercado, sera absurdo oponer-se a lo inevitable.

    No me opongo, ni mucho menos, a que surjan nuevas

    formas musicales con el nombre de merengue, ni a que cadaquien escoja la de su gusto. Pero, antes de que el merengue deenramada se acabe de morir de abandono y melancola, hequerido escribirle algunas cosas, y lanzar un grito para quese evite su desaparicin completa. Porque estoy conscientede que si desaparece, se pierde un importante valor folclricoy cae por tierra otro atributo de la identidad dominicana.

    As es, que aunque tiene su inevitable dosis de sentimen-talismo, este libro es, ante todo, parte de mi larga lucha y demi vieja resistencia en favor de la nacin y de la integridadde sus buenas tradiciones y valores. Por eso he tratado eltema con la merecida seriedad.

    Esta obra recoge mis recuerdos y vivencias directas conel merengue tpico rural y los merengueros; pero es tambinresultado de una larga investigacin que empez hace msde siete aos, hecha en los escenarios donde naci y cobrvida el merengue de enramada, y en el trato personal y cara

    a cara con sus intrpretes y conocedores.

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    Ahora, quiero pedirles excusas por la mala calidad dealgunas de las fotos que ilustran este libro. Cranme, quepuse todo mi empeo en ese aspecto. Porque las fotos re-fuerzan lo que dicen las palabras; y porque quise hacer unacto de justicia y rescatar del anonimato y del olvido en queinjustamente han estado sepultados, los nombres y los ros-tros de verdaderos padres del merengue de lnea, como el

    gran maestro Matoncito; como Juan Bautista Pascasio, Mi-nar Martnez y otros, de los cuales casi nadie se ocupa enestos tiempos.

    Yo persegu esas fotografas con apasionada tenacidad,viaj por pueblos y campos, me val de amigos y colabora-dores, y de gente que las ha conservado como reliquias. Al-gunas son fotos viejas, maltratadas por los aos, pero sonlas nicas que estuvieron a mi alcance y, con las debidas

    excusas, aqu se las presento.Por otra parte, debo ser justo y saber agradecer. Al vete-

    rano folclorista Aurelio Surn; al maestro don Chichito Vi-lla y su esposa doa Teresa de Villa; al Viejo Ca; a don Mil-cades Hernndez y su esposa doa Sencin de Hernndez;al maestro Rafelito Romn, a don Fello Francisco; y a mu-chos otros que son mencionados oportunamente en dife-rentes lugares de la obra; por su asesora, sus consejos, ypor el desinters con que me ayudaron, sin exigir ni esperarrecompensa.

    Concluido el libro, era evidente que el costo de su pu-blicacin sobrepasaba en mucho mis modestas posibili-dades. Pero desde un principio, cont con las orientacio-nes y diligencias de personas amigas como Persio Maldo-nado, Miguel Decamps, Huchi Lora, Fausto RosarioAdames y don Toms Pastoriza; y al final del esfuerzo,con la buena disposicin del Grupo Len Jimenes, en las

    personas de don Eduardo y don Jos Len Asensio. A estos

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    ltimos agradezco su generoso patrocinio y, especialmen-te, la recompensa moral que significa la confianza queme dispensaron.

    Finalmente, quiero reconocer el acierto y la fortuna deque el diseo y la terminacin de esta obra se confiara a laconsagracin profesional de Lourdes Saleme y Ninn Lende Saleme.

    Y si algo me falta, es hablarles del trabajo fotogrfico yde la amorosa e infaltable compaa de mi esposa Dulce.Ambos queremos dar fe de que al final de esta jornada, elmejor tesoro que nos queda es la nueva cantidad de amigasy amigos que hemos conseguido por todo el pas.

    Aqu termina mi trabajo, por ahora. Los dejo con estaobra en las manos y con la invitacin gentil a leerla y a juz-garla con todo el derecho y la mayor autoridad. Ya no me

    pertenece, es de ustedes. De nadie en particular es el folclor,sino del pueblo; dueo legtimo y autntico del merenguede lnea y vientre fecundo del que han surgido los persona-jes que, a lo largo de ms de cien aos, han dado vida ycultivado esa parte de la identidad dominicana. Aqu estese merengue de pueblo, que no debiramos dejar que senos vaya, y aqu estn muchos de sus grandes intrpretes yforjadores.

    RAFAEL CHALJUB MEJA

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    CONELFIRMEPROPSITODEHACERHONORALAVERDAD, y con lapreocupacin permanente de enaltecerla, debo admitir sinambages que la lectura de esta obra reconfortante me ha

    dejado en el gusto una grata sensacin, difcil de borrar porsu legtimo sabor criollo.

    Poco objetivo sera, sin lugar a dudas, cualquier esfuer-zo de crtica formal que intente realizar concretamente, de-bido a las coincidencias de sus autctonos matices con elcolor de mis predilecciones personales, imposible de expli-car en sus ntimas razones por el docto en ausencia de laomnipotencia de la tambora, la gira y el acorden, trilogade deidades empecinadamente mundanas y nuestras, co-nos sagrados en un panten de apariencia irreverente, don-de priman en el rito las caderas cimbreantes de mujeres p-caras y hermosas y el aguardiente de trasnoches incontables;donde sencillamente comienza y termina la quintaesencia dela patria, escanciada entre el hecho heroico y la cancin, elduelo, el desafo, la porfa, el gallo, la hembra que se aoracon rabia o sin ella, la maa, la disputa, la malicia y la sabi-dura de nuestro hombre de campo, el santo o la santa que

    apadrina como cmplice necesario la pasin de un pueblo

    Prlogo

    El merengue: para reencontrarnoscon lo que somos

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    que tiene la fe religiosa como lgica primera y nica y que lerinde culto a la casualidad, ley frvola de un universo dondela improvisacin y la doctrina de hacer de tripas corazn son,entre la perseverancia de la pobreza, normas inmutables.

    Ha sido especialmente grato reencontrarnos con noso-tros mismos en el boho sacramental que nos plantea estelibro, a manera de rancho primordial, all y aqu, en el co-

    nuco del fundamento, instancia personal donde se encuen-tra nuestro grial escondido en cada uno de nosotros, bajo elapelativo de ser autnticos y de ser nosotros, lo que en reali-dad somos solo por esta vez y para siempre.

    Es cierto tambin, y recuerden que he prometido serhonesto, que al terminar su lectura soy presa de una febrilpercepcin que oscila entre el reconocimiento de la calidaddel texto, la satisfaccin que me deja, el reconocimiento de

    la honestidad del autor, y el gusto que me sirve de impres-cindible muletilla de la pasin que tengo con orgullo portodo lo que es dominicano o que pretende serlo, aunque deboconfesar que su aparicin no deja de lastimarme la nostal-gia con el espign de un egosmo pueril, un vestigio de envi-dia minscula y benigna, propia de un caprichoso que, comoyo, quiso siempre haber escrito este libro, para aplacar laira de mis deidades interiores o el caprichoso desdn meda-laganariamente tropical de nuestros hados tutelares, quetambin coexisten con la nostalgia, entre botellas de ron,notas de acorden, tisanas de plantas de la tierra y dilatadasmascadas de andullo.

    Son, pues, los dioses tutelares, arcontes de nuestro des-tino y demiurgos de nuestra ansiedad, a los que adoramoscon fruicin por ser tan parecidos a nosotros mismos, porcaminar con nuestras piernas y tropezar con nuestros pies,cayndonos de bruces y levantndonos cuantas veces nos

    hemos cado juntos, durante los derrumbes centenarios que

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    ellos mismos y nosotros hemos propiciado a lo largo de lahistoria.

    Pero, qu vamos a hacer: nuestro propsito es presentareste libro, que fluye con la espontaneidad de un merenguede la costa de Nagua, de la pluma de Don Rafael ChaljubMeja; obra que transcurre, entre ardores insepultos, con lamisma clarividencia tradicional y la firmeza de conviccio-

    nes que ha caracterizado siempre a este gladiador del cam-po de las ideas y los principios polticos, morales y sociales.

    Est claro que quien se embarque en una tarea comoesta tiene que ser, como lo es nuestro autor, un dominicanoa carta cabal, un dominicano rimado con la msica de ladominicanidad y sus acordes. Recordemos que la msicaes, en cierto grado, el alma de la patria, siendo instanciaconsustancial a la territorialidad y la emocin, espacio tran-

    sustancial entre el espritu, la piel y las costumbres que,por cautivar, cautiva al ser agradecido y orgulloso, el hom-bre que ama lo que es y est satisfecho de s mismo, de lossuyos y los dems, vive por la libertad y trashuma en undevenir constante por los intrincados caminos de sus pro-pios retornos.

    Sin duda alguna, este libro es el fruto de la pasin, qulstima hubiera sido lo contrario. Leyndolo, debemos con-cluir en que, por fin, el intrincado sentido de la dominicani-dad ha encontrado lugar en una reflexin sopesada que, porms que queramos teorizar y lucubrar en buen dominicano,no le sienta del todo bien, ni le ajusta la adusta pose de lareflexin, pues el merengue es su voz y quizs uno de los in-gredientes claves de su sustancia en continua efervescencia.

    El merengue, tpico elemento sincrtico de la dominica-nidad, si no es el tabernculo de nuestro culto, es sin lugar adudas el receptculo de los ingredientes de la esencia que lo

    integra.

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    Y, como en definiciones estamos, el merengue de verdades como tener una culebra prieta contorsionndose entrelas manos; o, por qu no, alzar un gallo giro para rociarlo otoparlo, mientras las encallecidas manos sienten la electri-cidad de sus nervios de guerrero emplumado.

    En la obra de Chaljub, hombre fiel a las profundas ra-ces que siempre lo han mantenido lealmente vinculado a

    sus orgenes, sin importar lejanas circunstanciales, clan-destinidades impuestas, prisiones, destierros, gritos y silen-cios, hay una trascendente intencin testimonial a la quenos unimos generacionalmente, pues en cualquier ubicacinen que estemos en este aqu y ahora, tenemos la misin co-mn de hacer patria y sostenerla viva con todas las armas yherramientas que podamos poseer.

    Aqu, en este libro, estn los nombres, los mundos flori-

    dos, las pasiones dominicanas y dominicanistas de los gran-des hacedores de nuestra legtima identidad nacional tras-mutada en versos elementales, en percusiones exactas, enacordes de digitacin fantstica y en voces salidas con au-tenticidad del alma para plasmar en el merengue una ofren-da de flores silvestres y un canto colectivo a nuestros hroesy gestas, a nuestras bondades y bellezas y a nuestras espe-ranzas engrandecedoras de futuros.

    JOS MIGUEL SOTO JIMNEZ

    Santo Domingo, R. D.

    Febrero, 2002.

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    LAPOCAENQUENAC y el ambiente en que discurrieron miniez y mi adolescencia, deben de haber contribuido eficaz-mente a reforzar mi inclinacin natural hacia el estudio de

    la historia y mi amorosa aficin al folclor y las sanas tradi-ciones de mi pueblo.

    Como nac a principios de la dcada de los aos cuaren-ta del recien pasado siglo, en Las Gordas, una seccin delmunicipio de Nagua, en el Nordeste, tuve oportunidad deconocer a muchos campesinos que venan del siglo anterior,y escuchar de boca de ellos la versin que ofrecan de acon-tecimientos, personajes, costumbres y tradiciones de las queesos hombres y mujeres fueron testigos, y en algunos casos,participantes.

    As, desde temprano, tuve la historia por delante. Unahistoria oral y rudimentaria, pero historia al fin. En ellaabundaban los relatos y remembranzas de viejos campesi-nos, algunos de los cuales podan hablar de acontecimien-tos tan lejanos como los de la larga dictadura del generalUlises Heureaux Lils, quien constitua por s mismo unainagotable fuente de ancdotas; de las revueltas y guerras

    civiles, los tumultos y las montoneras que caracterizaron la

    El folclor de mi lugar de origen y yo

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    vida nacional desde los comienzos mismos del siglo veinte,hasta la ocupacin militar norteamericana de 1916; y as,hasta los inicios de la dictadura de Rafael Trujillo en 1930.

    Hasta ese momento, lo reitero, porque las traumticasconsecuencias de ese rgimen, hasta en ese aspecto menu-do de la vida cotidiana se sentan. De forma tal que cuandoentraban a tratar de lo que ocurra a partir del ascenso de

    Trujillo al poder, los relatos de los campesinos perdan es-pontaneidad y estaban condicionados por la desconfianza,la sospecha y el terror.

    Las cosas relatadas por los mayores de mi campo estabanafectadas por las limitaciones mismas de que eran portadoresaquellos rsticos e inciertos narradores, que sazonaban susancdotas con graciosos e ingenuos ingredientes de exagera-cin, supersticin y autoelogio. De todos modos, fue por ese

    medio que recib mis primeras lecciones de historia patria.Supe as, siendo yo un nio, que el general Lils era un

    hombre cruel y habilidoso, que tena una respuesta irnicaa flor de labios, y saba expresar sus concepciones en sen-tencias breves cargadas de filosofa. Por ejemplo, o decirque cuando hizo fracasar la Revolucin de Moya en 1886,porque compr a gran parte de los cabecillas de la subleva-cin en el Cibao, dijo Lils que aquello era una buena prue-ba de que en la poltica y en la guerra, lo que no puede elplomo lo puede la plata.

    Se deca de l que aconsejaba a sus compadres y subal-ternos que se enriquecan con los fondos del Estado, que sehicieran ricos pero que no exhibieran su riqueza, porquehaba que saber comerse la gallina y esconder las plumas.

    Siempre prest atencin a aquellas plticas, y por ellasme enter de las ancdotas del gobernador de Saman entiempos de Lils, un personaje folclrico y extravagante,

    nombrado Moiss Alejandro Anderson, al que apodaban

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    Macabn. Supe igualmente que los Cspedes, de Puerto Pla-ta, eran muy bravos guerrilleros. Carlos Cspedes haba sidoComandante de Armas de la comn de Matanzas, y una no-che, en el ao 1884, unos desalmados lo mataron a traicin.Sus hijos, Benigno y Jess Mara Cspedes, que eran segui-dores del general Horacio Vsquez, dominaban en las de-marcaciones de Sosa, jurisdiccin de Puerto Plata. La gue-

    rrilla que comandaba Jess Mara se llamabaLa Pringamo-za, que es el nombre de una planta cuyas hojas producen untormentoso picor en la parte de la piel que entra en contactocon ellas.

    Al viejo Rafael Torres, puertoplateo, que se qued enLas Gordas, le o hablar bastante de estos y otros persona-jes. Y, por supuesto, contaba sus alegados hechos de armas;su personal participacin en los combates del legendario

    Sitio de Bordas. Hablaba de su paso por las guerras civiles,y, con singular orgullo de la ocasin en que, segn asegura-ba, pele en Puerto Plata, en 1916, al lado del gobernadorApolinar Rey, contra los invasores norteamericanos.

    Fue al mismo Torres a quien o contar que durante la dic-tadura de Lils hubo un jefe militar en Puerto Plata al que lellamaban Yopere. Ese era el apodo por el cual, y segn supedespus, se conoca a Jos Antonio Prez, nacido en el sur delos Estados Unidos y venido al pas poco antes de la Guerrade Restauracin. Yopere, deca Torres, era muy cruel y dadoa fusilar los prisioneros que caan en su poder; y por eso, elgeneral Yopere tena siempre varias sepulturas abiertas enun rincn del recinto de la fortaleza San Felipe y que a eseimprovisado cementerio Yopere le llamabaEl Batatal.

    Deca Torres que lo que ms le animaba en medio delcombate era or el punto de guerrilla que tocaba el cornetade rdenes Hinginio Prez. El viejo Torres mostraba como

    un trofeo, una cicatriz que tena en el bajo vientre, a causa

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    Uno de los generales de guerrillas y montoneras, de Matanzas, Samany todo el Nordeste era Ramn Antonio Marcelino Jimaqun.

    El Tiburn de la Baha, le apodaba la gente de su tiempo.Foto cortesa de R. A. Font Bernard

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    de un balazo recibido en plena accin, el cual se le cur enel monte con cscara de rnica, que es un arbusto con pro-piedades curativas.

    Yo conoc temprano de la fama de los generales AndrsNavarro, Demetrio Rodrguez y Desiderio Arias, como ejem-plos del valor de los guerrilleros de la Lnea Noroeste. Delmismo modo sonaban entre tertulias y dilogos, los nombres

    y las hazaas de personajes como Pedro Pepn Perico, Ars-tides Patio Tilo y Miguel Andrs Pichardo Guelito, deSantiago.

    Cipriano Bencosme era el principal caudillo horacistade Moca. Los campesinos no le decan Cipriano, sino CiprinBencosme, y hablaban de l como uno de los hombres msvalientes del Cibao.

    Los hermanos Virgilio y Juan Jos Florimn, as como

    Jos Paula Jos Caco y Ramn Antonio Marcelino Jima-qun, eran en diversos momentos, principales jefes polti-cos de Matanzas y sus contornos, y no faltaban los morado-res de mi lugar que decan haber participado en alguna cam-paa guerrillera junto a alguno de ellos.

    Lico Prez era el general Manuel de Jess Prez Sosa,mencionado como uno de los ms valerosos jefes que pasa-ron por la provincia Pacificador, hoy provincia Duarte, a lacual perteneca la comn de San Jos de Matanzas. De Ma-cors tambin eran los clebres guerrilleros Nicio Pichardo,Nicomedes Paredes y Gumersindo de los Santos SindoColorao.

    Y sonaban tambin los nombres de otros personajeshistricos de la distante regin Este, como Cesreo Gui-llermo; del Sur, como Zenn Ovando y el general Pablo Ra-mrez alias Pablo Mam. Contaba el viejo Ramn Hernn-dez Ramn Pepe, que una vez fue reclutado y enviado a

    pelear a la regin Sur, bajo las rdenes del general Ramrez,

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    aunque no saba precisar si se trataba de Pablo Mam o deltambin sureo general Jos del Carmen Ramrez Carmito.

    Porque en los tiempos de las montoneras, los campesi-nos eran llevados a la fuerza a los frentes de batalla, a com-batir casi siempre sin saber por qu causa lo hacan. Esereclutamiento produca sus ancdotas curiosas. Yo o msde una vez al viejo Ramn Jiminin hablar de la ocasin en

    que fue reclutado y llevado a pie junto a otros hombres aSaman; all, segn su narracin, lo embarcaron no recuer-do hacia dnde; al paso de los meses sin recibir noticias deRamn, su familia decidi hacerle los novenarios y precisa-mente al cumplirse los nueve das del inicio de los funera-les, regres el hombre a su casa, como si hubiese resucita-do, y la vela se convirti en una fiesta.

    Con motivo de esa ocurrencia, Ramn Jiminin, analfa-

    beto, desde luego, compuso unas dcimas en las cuales con-taba su odisea. Todos los pies de la composicin termina-ban diciendo lo mismo: Si sobro, a mi casa vueivo. Yo meaprend esas dcimas de memoria, pero al paso de los aosse me olvidaron y ahora slo recuerdo un pequeo e incom-pleto fragmento:

    / / Y en ei Canai de la Mona / se diba eivapoi jundiendo / y yo pensando entre sueo / lo que era lasueite ma / pero confoime deca / si sobro, a mi casa vueivo /.

    Santiago Candelario, con cerca noventa aos encima, medeca, en los finales de los aos cincuenta, que l haba sidopolica, militar y recluta, en el gobierno del general Lils, yen otros gobiernos. Y que aunque fue guardia, no le gustabaque le dijeran soldado, porque, segn a l le pareca, losque se soldaban eran los jarros de hojalata.

    Don Santiago me mostraba las marcas que llevaba en

    ambos muslos. Fueron hechas por la misma bala, segn

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    aseguraba. Todo ocurri cuando l estaba de pie en el fra-gor de un combate, disparando con su fusil Brog, y se-gn su historia, un slo proyectil de carabina 50-70 le atra-ves los dos muslos y sigui de largo, sin romperle nin-gn hueso.

    Esto me pas cuando el Quiqu, me deca don Santia-go; es decir, durante la sangrienta guerra civil en que se hun-

    di el pas en el 1912, bajo el gobierno de Eladio Victoria donQuiqu, instalado inmediatamente despus de la muerte atiros del presidente Ramn Cceres Mon, el 19 de noviem-bre de 1911.

    Goyo Marrera, de su parte, contaba que perteneci al pe-lotn de soldados que hizo guardia de honor ante el cadverdel ex presidente Ignacio Mara Gonzlez, en 1915. Lo quea Marrera ms le llam la atencin en aquellas honras fne-

    bres fue la larga barba que caa sobre el pecho y afirmaba elaspecto tan respetable del cadver de Gonzlez.

    Cuando envejeci y se qued en su rancho, all en LasGordas, Goyo Marrera dej de afeitarse, le creci una barbajoca, copiosa y descuidada y cuando cay enfermo le pidiuna y otra vez a Toms Santana, un joven del lugar, que com-prara un peine y lo tuviera listo para que le peinara la barbay se la colocara sobre el pecho, como se la haban puesto aIgnacio Mara Gonzlez.

    Al recibir la noticia de que haba muerto el viejo Goyo,Toms Santana compr un peine de los fabricados de chiflede vaca y junto a un jovencito vecino suyo llamado RafaelBencosme Fellito, se traslad desde Las Gordas, al parajeCao Seco; lleg Toms al boho donde estaba el cadverdel anciano, saludo a los que lo velaban, se quit el sombre-ro, rez en voz baja unas cuantas oraciones, sac del bolsi-llo el peine recien comprado, y a la luz temblorosa de una

    lmpara de kerosene y de las velas que iluminaban el cuerpo

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    sin vida, sin darle explicacin a nadie, empez a cumplir lapeticin que Marrera le haba hecho. Costaba trabajo lograrque el peine transitara por entre la enredada barba del di-funto, y a cada tirn, el rostro de Marrera se conmova, comosi recobrara la vida. Pero: yo estoy cumpliendo con lo quel me pidi en vida, le deca Toms a los dems presentes,mientras continuaba su labor.

    Entre los relatos a que hago referencia, abundaban losque trataban sobre las atrocidades de las tropas norteameri-canas que ocuparon el pas desde 1916 hasta 1924; lo mis-mo que sobre las osadas acciones de Enrique Blanco, aquelsoldado raso oriundo de la seccin Don Pedro, del munici-pio de Pea, como se le llamaba originalmente a Tamboril.Enrique Blanco desert del Ejrcito en 1932, se fue a lamanigua del Cibao y evadi durante cuatro aos una ensa-

    ada persecucin de las autoridades, que dej una sangrientaestela de muerte y depredacin, y culmin con la muerte delrebelde el 24 de noviembre de 1936, en la localidad de ElAguacate Arriba, perteneciente al municipio mocano deGaspar Hernndez.

    Era frecuente or referencias sobre alegados encuentrosen algn camino con Enrique Blanco, quien, en parte por suhazaa, y en parte por la frtil imaginacin de los campesi-nos, se convirti en leyenda. A Enrique Blanco se le atri-buan una certera e inmancable puntera y la proteccin deseres sobrenaturales, que, segn la supersticin colectivaeran manejados por la madre del perseguido:

    La mam de Enrique Blanco / a todos se lo deca / quemientras tuviera viva / Enrique no se mora /.

    Otros aseguraban que Enrique Blanco estaba protegido,no por los poderes mgicos de su mam, sino por los de unbrujo haitiano o Papaboc al que Enrique visit cuando

    desert de la guardia.

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    Toms Santana, campesino de Las Gordas,le cuenta sus ancdotas al autor.

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    Era igualmente divertido or las interminables narra-ciones de los cazadores persiguiendo pjaros silvestres enla frondosa y abundante floresta de antao, y conocer losrelatos de los viejos monteros, que trataban sobre supues-tos lances con cerdos cimarrones, en los tiempos de lacrianza suelta.

    Naturalmente, que esta cantera de ancdotas sobre he-

    chos lejanos para m, eran parte de una cultura local y regio-nal sumamente rica y variada en sus formas y expresiones.

    Yo no tena la suficiente capacidad para apreciar todo elvalor cultural que all se expresaba diariamente, pero meatraan sin que yo mismo me explicara el porqu, las mani-festaciones del alma de la gente, que conservaba sus viejastradiciones, las practicaba y las dejaba impresas como hue-llas en la conciencia colectiva.

    Yo alcanc a ver los viejos hbitos de cooperacin propiosde la sociedad precapitalista, como las juntas, que en la re-gin Sur le llaman convite. Un da previamente convenido,acudan verdaderos contingentes de campesinos a trabajarespontneamente y sin recompensa econmica, en favor deaquel que convocaba la junta, que poda ser para el ms va-riado propsito, como chapear o limpiar el suelo de yerbas ymalezas; poda ser para sembrar arroz, maz o cualquier otrocereal, e incluso recuerdo haber presenciado, estando yo pe-queo, las juntas de desmonte o para tumbar rboles.

    En estas talas se daban cita grupos de campesinos, cadaquien con su hacha, y al fin de la jornada quedaba devasta-da la arboleda de lo que hasta entonces era un prado bosco-so. El dueo o usufructuario del terreno se encargara en-tonces del resto de la labor para poner aquel campo en con-dicin de siembra y de cultivo.

    Tena entonces el campesino una arraigada tendencia

    al canto, que se expresaba en dcimas y coplas por medio

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    a las cuales se cumplan tambin fines distintos y se bus-caban los ms variados propsitos. Y por ms que he ca-minado y me he esforzado en averiguarlo, parece ser queesa tendencia al canto espontneo y con motivos tpicosse ha debilitado casi hasta perderse en los campos domi-nicanos.

    Con el canto se buscaba alivio al rigor de la labranza en

    las atrasadas condiciones de antao; en el canto buscabacompaa el caminante solitario en una noche oscura; ser-va tambin ese ejercicio del arte popular para expresar cier-tos estados del espritu como era el caso de aquel joven quese senta feliz por verse correspondido en el amor. O, en cam-bio, poda ser el caso de aquel que estaba triste a causa deun desprecio, o en otro caso ms, de aquel que no encontra-ba palabras para declararle su pretensin de amor a una

    muchacha. Pero ah estaban las dcimas y el canto que acu-dan en auxilio del indeciso enamorado para salvarlo de lavacilacin y del silencio.

    Las juntas de talar montes tenan como fondo musicallos cantos de hacha. Los piqueros acompasaban el golpe desus hachas al ritmo de su canto y recuerdo haber visto yodo a los hombres sudorosos entonando sus coplas, quetras cada verso, eran respondidas por un coro de voces queexclamaban el clsico ay ombe o el joj quejumbroso delos viejos copleros campesinos.

    Tan buen coplero / como era yo / y ahora no puedo / subla vo /.

    Cuando el que cantaba una cuarteta como esa termina-ba, se alzaba la voz de alguien, que poda cantar con otrosmotivos:

    Muchacha goida / qutate de ai / poi taite viendo / me hacecoitai /.

    O si no:

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    Compadre mo / suba la vo / que cuatro jacha / son maque do /.

    Me contaba mi mam, que el viejo Doroteo era un labrie-go muy orgulloso, y que cuando llegaba a alguna de esas jun-tas, tena una copla preferida para iniciarse en el canto:

    Cuando dijieron / que llegu yo / jata la tierra / se etre-meci /.

    Y cuando a golpe de hacha, el rbol empezaba a resen-tirse y con un crujido sobrecogedor lanzaba al aire su suspi-ro de agona, alguien, como si celebrara aquella inconscien-te obra de depredacin, cantaba alegremente:

    Si ei palo etralla / tiene razn / le tamo dando / puei cora-zn /.

    Entonces caa estruendosamente una copiosa guama,una cabirma santa; algn gurano, un jobo centenario, una

    aosa ceiba o un viejo y tal vez milenario balat, que termi-naban a puro hachazo su existencia, y que al caer golpea-ban la tierra que pareca quejarse como la piel templada deun tambor. El bosque se acababa, al sucumbir como gi-gantes abatidos aquellos rboles que nunca ms se repon-dran. Yo contempl varias veces desde lejos ese torneo defuerza, canto y de inconsciente devastacin de la floresta.

    Igualmente, el canto se usaba como alivio y aliciente, enel fragor de otro tipo de actividad agrcola; y del canto senutran las supersticiones y creencias, los rituales y las festi-vidades que formaban parte de la religiosidad popular. Es-pecialmente las velas o velaciones eran oportunidad propi-cia para que surgieran la inspiracin potica y el canto mis-mo, con la particularidad de que en este tipo de actividadsocial el gnero ms usado era la dcima.

    Haba velas de cabo de ao, como se les llamaba a lascelebradas en honor a la memoria de alguien en el aniver-

    sario de su muerte, y era esa una actividad esencialmente

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    solemne. En ellas slo se cantaban los himnos religiosos.En cambio, a las velas de canto, o de alegra, se daba cita lagente para cantar o deleitarse oyendo cantar a los otros.

    Se recitaban o cantaban a viva voz, dcimas y cuartetasya conocidas. O, con frecuencia, verdaderos virtuosos delrepentismo cantaban cuartetas o dcimas enteras improvi-sadas en el acto.

    Haba dcimas y cuartetas a lo divino, dedicadas a ex-haltar a Dios, la religin o algn dolo tenido por sagrado,dcimas en amor, con enternecidas exaltaciones al ser ama-do o pretendido:

    Me mandn a coitai flore / y la coit de campeche / cmono te voa querei / boquita de duice e leche? /.

    Haba dcimas en las cuales cada quien defenda y afir-maba las virtudes que se atribua a s mismo, incluyendo la

    que alguna joven lugarea cantaba, como para provocarcodicia en algn galn o para acreditarse ante las mujeresde ms edad:

    Yo soy palomita nueva / que ahora empiezo a volai / y en eipalo que me asiento / jago la tierra temblai /.

    A seguidas, venan los cuatro pies que correspondan alos cuatro versos de esa chispeante y provocativa cuarteta.Ese cantar poda encontrar respuesta en el de aquel que tam-bin se ponderaba a s mismo:

    Soy joven y me garantizo / que en cualequiera momento /a la casa que yo dentro / si no le doy no le quito / poique yodede chiquito / buena educacin tom / demasiado sabe ut /no soy joven vagabundo / y apreciao de todo ei mundo / yo fuijoven que me crie /.

    El canto poda ser en desprecio del hombre a la mujer:Te comparo con la mota / poique ma no pu valei / poique

    tu ere una mujei / que no iguala con la sotra / tu ere puta y

    ecandalosa / como una perra en caloi / un perro macho e mejoi /

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    tiene mucha mejoi talla / tu ha peidido tu valoi / para m novale nada /.

    Si haba una mujer de por medio, los que se la disputa-ban saban competir y amenazarse en versos. Eran estas lasllamadas dcimas en desafo y no era raro el que este tipo decanto trajera sus malas consecuencias.

    Yo no te puedo quitai / ei que ella te gute a t / pero delante de

    m / no la puede enamorai / poique te voy a hacei peleai / nopoquito sino mucho / eto que yo te pregunto / no e de juego, e deveid / enamrala y ver / como te hago pas un suto /.

    El desafiado, si tena nimo, tena tambin material amano para no quedarse callado:

    La enamoro de hora a hora / y de minuto a minuto / laenamoro y no me asuto / y no me epanto de tu sombra / laenamoro y t no inora / lo que le quiero declarai / la enamoro

    en tu lugai / y dondequiera que la vea / y vivo con esa idea / devoiveila a enamorai /.

    La que sigue era ms directa y desafiante an:Te cueta mand a hac un saco / y caigaila a la cabeza /

    poique aonde quiera que la meta / sin duda te la sonsaco / laoima de tu zapato / la jallate en mi peisona / poique yo te laenamoro / y conquito su placere / y as, para la mujere / yo sisoi mala caicoma /.

    Ese folclor tan rico tena, por supuesto, sus cultores.Haba en mi tierra poetas naturales que sin saber de le-tras se inspiraban en los ms dismiles motivos y con ini-gualable imaginacin y contagiosa gracia, los narrabanen versos.

    Yo no conoc a Manuelico Jiminin, pero s los testimoniosverbales del verdadero talento de la poesa popular que habaen l. Las dcimas de Manuelico se recitaron por dcadas enLas Gordas; eran composiciones que surgan a chorro lleno en

    la imaginacin del autor, y salan con una construccin

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    impecable y con una rima perfecta. Hay an ancianos de micampo que conservan algunas grabadas en su recuerdo, yyo mismo me deleit escuchando a mi to Manuel Hernn-dez que, con su inigualable capacidad de retencin mental,se saba muchas de ellas de memoria. Me aprend variasdcimas y cuartetas de las de Manuelico, pero las otras, poruna imperdonable negligencia, nunca las grab, y probable-

    mente se perdieron para siempre en la indiferencia y el olvi-do de las nuevas generaciones.

    Si a toditos los ladrones / les naciera un chifle en la frente /por Dios, que entre tanta gente / fueran pocos los motones / ,sentenciaba una de las cuartetas de Manuelico.

    Hubo en mi tierra otro fecundo decimero. Tal vez serapor los comienzos de la dcada de los cincuenta cuando lle-g a la cinaga de Perucho, en el paraje Los Naranjos, la

    ms numerosa emigracin de que se tuviera noticias hastaentonces, de patos provenientes de la Florida. All acudigente de toda la seccin de Las Gordas y de numerosas co-marcas aledaas, a perseguir y cazar aquellas raras aves que,despus del largo viaje, apenas tenan fuerzas para dar algu-nos cansados aletazos sobre las aguas y patalear en las yer-bas y el lgamo de la cinaga, antes de caer en las vidasmanos de sus depredadores.

    Surgieron mil comentarios y ancdotas acerca de lo quefue un verdadero acontecimiento para la vida montona deaquellos tiempos y tales lugares. Ms de un campesino poe-ta produjo sus cuartetas y sus dcimas, pero el ms destaca-do lo fue entonces Rafael Fello Faas, un campesino espi-gado, como todos los de su apellido en aquel lugar, que toca-ba tambora y a veces sacaba msica a un acorden, y queentonces compuso dcimas a granel.

    De aquel torrente de composiciones con los patos como

    tema, fueron pocos los que se salvaron. Un haitiano apodado

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    Yanic, que haba perdido la vista y que resida en el parajeLos Naranjos, a donde fue a dar para salvarse de la matanzade haitianos ordenada por Trujillo en octubre de 1937, fuede los que llev su parte:

    Yanic sali juyendo / atr de un pato gurrin / y comoera ciego ai fin / le ech mano a un tocn /.

    A Tino, un joven labriego del vecindario donde viva Fello

    Faas, se le dedic su dcima porque, segn el poeta, fue elrey de los comepatos, al punto de que, despus de repasarlos bohos del paraje La Cinaga, donde vivi siempre FelloFaas, Tino se iba a su propia casa a repetir la comida.

    Tino coma onde Meic / onde Maro y onde Colaza / y de-ca que tena s / pa voiv a com a su casa / le guta muchola grasa / para mojar el arr / y entre to lo comepato / Tino fueei que ma comi /.

    Se corri el rumor de que la carne de los clebres ymartirizados patos castraba a los hombres, y a ello se refe-ra una dcima en la cual mi to Juan Chaljub era supues-tamente emplazado por su querida, otra ta ma llamadaVictoria Hernndez, apodada Vita o Victorita. A Juan, con-forme con la dcima, y con tal de seguir comiendo patos,poco le importaba que Victorita lo dejara, y hasta estabaen disposicin de separarse de su propia esposa, doaFlorita Rizik.

    Vitorita un da le dijo / etando solo lo d / si no deja ecomei pato / no vamo a dejai tu y yo / Juan Chaij le contet /quisiera pero no puedo / e que me lo hallo tan bueno / mesaben a bicochito / yo hata a Florita la dejo / si e de dejai mipatico /.

    Fello Faas compuso otra basada en el mismo dramaimaginario de Victorita y Juan Chaljub y del peligro de ter-minar castrado que corra el hombre si segua comiendo de

    las famosas aves.

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    Juan Chaij come lo pato / y dice que quien se lo quita /que si ha de dejai lo pato / mejoi deja a Vitorita / y si va y tienela dicha / de voiveila a consegu / y si lo pato, de aqu / semudan pa otro lugai / Juan Chaij queda capao / pero se va aaprovechai /.

    Del mismo modo, fue llevado al verso popular aquel casoen el cual, segn el decir de la gente, se vio envuelto un cate-

    quista de un campo de Nagua, que era tan devoto que hastacon sotana como los padres autnticos se vesta. El hombreera un negro, que aparentaba ser muy serio y en base a eso, lasfamilias confiaban sus hijas seoritas, afiliadas a la congrega-cin Hijas de Mara, para que el dirigente religioso las catequi-zara en los principios de la fe catlica. Como usaba sotana yera negro, el catequista del relato fue bautizado por lo bajocon el apodo de El Padre Prieto. Hasta que estall el escnda-

    lo al saberse que el pastor se pas de la raya y varias de lasmuchachas salieron embarazadas. As nacieron los versos deuna burlona y descarnada cuarteta que se llev al merengue:

    Muchacha dile a tu madre / que te rece un padrenuestro / quelas Hijas de Mara / tan pre del padre prieto /.

    Por ltimo, y para no decir ms de estos asuntos quedan para escribir tomos enteros, permtanme sealar comootro componente del folclor al calor del cual nac y me hicehombre, los cantos en las fiestas de palos o atabales.

    No tengo idea de quien llev la costumbre de tocar palosa mi lugar. Slo se que desde que tuve uso de razn, escuchtocar los palos, cantar los cantos que se entonaban a su rit-mo y vi la gente bailar alegremente en las fiestas celebradascon ese tipo de instrumento como base. Por lo general, lasfiestas de atabales se hacan con motivo de alguna festivi-dad religiosa, como la del 21 de enero, Da de la Altagracia.

    La vieja Negra era la mujer de Manuel Jiminin. Por eso

    se le llamaba Negra Manuel. Vivan los dos a orillas del ro

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    Boba y a la sombra de una gigantesca anacahuita. Negra,que tambin era negra de color, era la imagen viva de lamujer campesina tradicional. Se cubra la cabeza con unpao de dril blanco, que era, generalmente, de la misma telade que estaban hechos los largos vestidos que acostumbra-ba usar.

    Se paseaba como una reina soberana por los alrededo-

    res de su vivienda, con un aire de autoridad contra el cualnadie atentaba. Sin quitarse la pipa de la boca respondacon un piadoso: Dios te bendiga!, o con un simple y lacni-co: Bendiga, cuando algn nio o algn adulto joven lebesaba la mano. Y todo el poder de aquella vieja matriarcapareca multiplicarse cuando llegaban las noches conme-morativas de la novena a la Altagracia, que terminaban elveintiuno.

    A prima noche se rezaba el rosario, y desde que termina-ban las muy solemnes oraciones, todo se envolva en el jol-gorio al son de los atabales. Los msicos, poetas, cantantesy bailadores eran los mismos campesinos que al salir de susconucos y terminar sus labranzas diarias, apenas se dete-nan en sus viviendas para irse a la fiesta que convocabaNegra Manuel.

    El boho de suelo, y el amplio y bien cuidado patio sellenaban de gente, mientras Negra se desplazaba de unlado a otro, con su palo de olla en las manos, atenta siem-pre a las empanadas, los dulces, las habichuelas con dul-ce y el t de jengibre que estaban a disposicin de los in-teresados.

    Esas fiestas de atabales servan de escenario para unade las ms claras demostraciones de la creatividad y el ta-lento potico de los campesinos. Se cantaba sin descanso,porque, a diferencia de otras modalidades de la msica

    folclrica que pueden extenderse en intermedios ms o

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    menos largos sin el canto, en los atabales el canto resultaindispensable, porque sin l la msica resulta montona ysuena como vaca y desesperada, como si reclamara en suauxilio, la voz de algn cantor emocionado.

    Todo era improvisado, y en esas fiestas de palos era pre-ciso no slo improvisar los versos, sino tambin ajustarse aveces a una especie de pie forzado, de modo que quien en-

    traba a cantar deba empezar obligatoriamente por el lti-mo verso de quien le preceda. Y no era raro que, en algnmomento de la fiesta, que se extenda hasta altas horas de lanoche, todos los asistentes dejaran de bailar y prefirierandeleitarse oyendo las composiciones improvisadas de aque-llos rsticos compositores.

    Estas son nada ms que algunas expresiones del rico con-tenido folclrico del tiempo y el lugar de mi origen. Faltara

    espacio para contarles de los remedios caseros recomenda-dos por la tradicin, por curanderos y brujos, a los cuales yen medio de la desatencin y la insalubridad, apelaban loshabitantes de esos campos. De las parteras y comadronas,de los ensalmos y las oraciones que servan para todo. Comoremedio para el dolor de muela y para cortar las hemorra-gias, para la conquista amorosa y la buena suerte, para des-hacer las malas intenciones de algn enemigo o para des-truirlo antes de que ese enemigo usara algn poder sobre-natural.

    Resultara demasiado largo hablar tambin del signifi-cado y la popularidad de que gozaron entonces celebracio-nes del santoral folclrico, como la de San Juan, el 24 dejunio, que los campesinos de mi regin conmemoraban co-rriendo a caballo.

    Y se requerira de un tomo aparte para tratar sobre elambiente de miedo y de misterio que se impona en los das

    de la Semana Santa, especialmente desde el jueves cuando

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    al decir de los mayores, ya Dios est muerto y el Diabloanda suelto.

    Me encari desde un principio con todo ese caudal dela cultura popular; y esa tendencia creci en m, conformeyo mismo fui creciendo y madurando como hombre. Respe-t las tradiciones y creencias de la gente; disfrut las mani-festaciones del arte libre y espontneo de los campesinos y,

    en muchos casos, como en las fiestas de atabales de NegraManuel, me integr a ellas como otro ms de los intrpretes.Nunca jams hice burla de las ancdotas y relatos de losancianos, por ms increbles que me parecieran; y, por elcontrario, los escuch con la debida atencin. Respet igual-mente las creencias libres y sanas de los dems y las buenastradiciones que el pueblo cultivaba y apreciaba, en algunoscasos, con su dosis de veneracin y culto.

    Lo observ todo con el deseo de aprender, aunque en lostiempos de mi adolescencia no me imagin que alguna vezescribira un libro acerca de estas cosas, ni del elemento fol-clrico que ms me fascinaba desde entonces; porque a pe-sar de todo lo dicho hasta el momento, falta hablar de unpersonaje surgido y desarrollado en el ncleo mismo de todaaquella cultura campesina. Ese personaje es el merengue.

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    NAGUAESUNFRTILSEMILLERODEACORDEONISTAS y composito-res de merengue, y Las Gordas y sus comarcas vecinas, comoparte de Nagua, son un reflejo fiel de esa verdad.

    A Nagua, los acordeones y el merengue le llegaron dePuerto Plata. Ms que a Nagua, los acordeones y el meren-gue adonde llegaron primero fue a Matanzas, distrito por-tuario que, hasta el terremoto del 4 de agosto de 1946, era elcentro econmico, cultural y poltico de la zona aledaa a labaha escocesa, cuando el poblado de Boca de Nagua eraapenas un casero.

    En los finales del siglo diecinueve y hasta bastante avan-zado el siglo veinte, la gallera era una institucin de impor-tancia y de prestigio. Desde siempre, en ella encontraba des-ahogo la pasin por las peleas de gallos, se daba rienda suel-ta al deseo de ganar dinero, y era escenario propicio para elcultivo de las relaciones sociales. La gallera era inconcebi-ble sin la fiesta.

    San Jos de Matanzas, un poblado ms viejo que la Re-pblica, contaba con una de las ms clebres y afamadasgalleras de toda la costa Nordeste. Pero entre finales del si-

    glo diecinueve y los comienzos del veinte, las fiestas de los

    El merengue y yo

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    matanceros no se alegraban con acorden, gira y tambora,sino con instrumentos de cuerda, especialmente con el cua-tro, una especie de guitarra que las manos dominicanas apren-dieron a fabricar, de una sola pieza de madera. Las cuerdaspara el cuatro se adquiran en el comercio; pero tambin sehacan en casa, usando tripas de chivo secadas al sol.

    Adquiri fama entre los habitantes de la Costa Norte y

    Nordeste, un tocador de cuatro llamado Ramn Ruiz, deSosa; igual que su colega Jos Ramn Castaos. Al com-ps de la msica de esos y otros ejecutantes del cuatro, losmatanceros bailaron el guarapo, el zapateo, y el merengue,entre otros ritmos.

    Matanzas tena una fuerte y activa relacin con PuertoPlata, de donde procedi a veces el Jefe Comunal o Coman-dante de Armas que representaba la autoridad en la comn.

    El intercambio comercial por va martima y la relacin polti-ca entre los dos puntos, impuls a muchos puertoplateoshacia el litoral Nordeste, y, especialmente de Sosa, hubo po-lticos y hombres de armas como Carlos Cspedes y EduardoMartnez, que fueron jefes comunales de Matanzas.

    Entre los nativos de Sosa que ms influencia ejercie-ron en ese mismo litoral, sobresali Pedro Gregorio Mart-nez, propietario de los ms grandes hatos de la regin, yuno de los troncos de un apellido que qued diseminadopara siempre en todo lo que es hoy jurisdiccin de la provin-cia Mara Trinidad Snchez.

    Muchos investigadores dan por un hecho histricamen-te cierto, el que los acordeones entraron al pas por PuertoPlata. Como parte del intercambio comercial, de la relacinpoltica, artstica y cultural, fue de Puerto Plata que a Ma-tanzas y sus contornos les llegaron los acordeones y tam-bin los buenos acordeonistas. Entre estos, el ms destaca-

    do fue Minar Martnez, oriundo de Sosa, que se traslad a

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    un campo en jurisdiccin de Matanzas, por el ao 1915,cuando ya tena veinticinco aos y era un inigualable mane-jador del acorden.

    En su obra descriptiva titulada De Sosa a Matanzas, elhistoriador puertoplateo Rufino Martnez, menciona a unseor conocido como Chego el Ciego, segn se lee en el tex-to, que era un msico de acorden, residente en Snchez.

    Pero hasta la llegada de Minar Martnez, no se tienen noti-cias de que en jurisdiccin de Matanzas ni en la regin cos-tera aledaa a Snchez y Saman, se hubiese destacado al-gn acordeonista de importancia.

    En buena ley puede decirse que fueron manos puertopla-teas las que ensearon a los nageros a tocar el acorden yel merengue. Porque fue Minar Martnez quien sirvi de maes-tro y de modelo a muchos matanceros y nageros, que se

    entusiasmaron al oir la msica de este brillante intrprete.Sin embargo, a partir de ah, los hijos de Nagua adopta-

    ron el merengue, lo hicieron cosa suya, y con su tempera-mento alegre y su arte natural, empezaron a ponerle unadulzura y una gracia tan especiales como en ningn otropunto del pas saben ponerle. El merengue nagero adqui-ri categora propia, empezaron a levantarse grandes msi-cos, y cuando Minar Martnez falleci en septiembre de 1942,ya la regin entera era un semillero de merengues y buenosacordeonistas.

    En ese festivo ambiente merenguero nac yo al mundo,seis meses antes de que Minar Martnez falleciera, exacta-mente en el solar y la casa que ms adelante se convirtipara siempre en vivienda de mis padres y sus cinco hijos. Yas, desde que abr los ojos, tuve el merengue como fondomusical de mi existencia.

    No conoc a Minar Martnez, pero desde nio empec a or

    su nombre y su fama de acordeonista virtuoso. De acuerdo

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    con la foto que vi hace ya muchos aos en manos de mi taUbaldina Hernndez, que fue mujer de Minar, ste era unhombre de facciones finas y pelo suave, y me cuentan quie-nes lo conocieron que era persona de poco hablar. Seavecind en Las Gordas, viva del comercio, y el acorden lousaba como algo para su deleite personal o en bailes deamigos y parientes.

    Minar Martnez no cantaba o, segn el testimonio dequienes lo conocieron, cantaba a veces y no muy bien, cuan-do estaba muy enamorado. Su virtud resida en la ejecu-cin de los merengues. Acompaado del tamborero y elgirero, Minar se concentraba en su msica; como abraza-do al acorden, se sumerga en un profundo silencio mien-tras tocaba, y eran sus acompaantes quienes se encarga-ban de cantar. La de Minar era una msica acompasada y

    contagiosa, que convidaba al baile, y era imposible orla yquedarse sentado.

    La gente de ms edad que yo, all en mi tierra, recuerdajunto a Minar Martnez, a Bilo Henrquez; y cuando esa gentehabla de buenos msicos y quiere establecer comparacio-nes, acude a los nombres de estos dos grandes acordeonis-tas para ponerlos como ejemplos.

    Yo tampoco recuerdo haber visto jams a Bilo Henr-quez, aunque era de mi zona; pero de su condicin demerenguero destacado, hablan tambin las tradiciones. Bilomuri muy joven. Me cuentan sus parientes cercanos, comosus sobrinos Valerio, Aminta y Liberato Henrquez, y mu-chos otros que lo conocieron, que las malas noches de lasparrandas largas le arruinaron la salud. Apenas alcanzabalos treinta aos, cuando cay enfermo y nunca pudo recu-perarse; ya grave, se fue a la seccin de Boba, a casa de unahermana suya llamada Valentina, y ah termin de morir

    con el hgado destrozado, en 1945.

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    La fama de Bilo Henrquez se extendi mucho ms quela de Minar Martnez. Mientras este ltimo tena la msicacomo algo ocasional y secundario, Bilo la ejerca muchasveces como un oficio y se iba a otros lugares a amenizarfiestas de gallera y enramada. Adems, los versos tristes deun merengue que cantaba siempre Bolo Henrquez, contri-buyeron a hacer de Bilo un personaje cuyo nombre ha per-

    durado a travs del tiempo:Antes de morir / me lo dijo Bilo / si sigues tocando / te pasa

    lo mismo /.Otros merengues aluden al momento en que: Se muri

    Bilito, y an hoy hay grabaciones en las cuales se hace men-cin del legendario artista popular. Fue l quien le puso m-sica al merengue Juanita Morey, que tiene a esta clebre mu-jer como personaje central de sus letras. Segn el relato que

    la misma Juanita Morey hizo hace unos aos, en el programade televisin El Gordo de la Semana, dirigido por el seorFreddy Beras Goico, en una fiesta que tocaba Bilo en LosYayales, Nagua; ella le recit los versos al joven acordeonista,ste se encarg de ponerle la msica, y as naci un meren-gue que ha perdurado a travs del tiempo, y que hoy siguedeleitando a los amantes del merengue de todo el pas.

    En cuanto a Bolo Henrquez he de decirles que lo conocmuy bien y lo vi tocar durante mucho tiempo. Naci en 1913.Su nombre propio era Juan Henrquez de la Cruz, hermanode Bilo de padre y madre, ambos eran hijos de Jos CalaznHenrquez y una seora apellido de la Cruz, de acuerdo a loque me cuenta don Valerio Henrquez.

    Bolo, de ms edad que Bilo, era bajito de estatura, depiel triguea y semblante agradable; gil y movido en la eje-cucin de sus merengues, pero fuera de ah era un hombretranquilo y silencioso. A causa de una infeccin que no reci-

    bi a tiempo el adecuado tratamiento, Bolo perdi un ojo,

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    Bolo Mercado, a la derecha, junto a contemporneos suyosde Las Gordas, celebrando los ochenta aos de Jorge Chaljub,

    quien aparece al centro de la foto.

    Minar Martnez, de Sosa,se traslad a Nagua, en 1915,

    fue principal propulsor del merengue tpico en el Nordeste.Foto cortesa de Jorge Luis Cisneros

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    y para cubrir la cicatriz, usaba siempre unos lentes oscuros.Tocaba con fuerza y con dulzura, era uno de los mejoresmsicos de su regin y su voz sonora y clara era conocidapor los campesinos desde lejos. Su muerte, aunque no setiene la fecha precisa en que ocurri, debe haber sucedidoentrada ya la dcada de los sesenta del recin pasado sigloveinte, cuando ya Bolo era un hombre bastante maduro.

    A Bolo se le hizo una importante distincin. En el librotitulado De Msica y Orquestas Bailables Dominicanas, es-crito por el maestro Luis Alberti en 1959, el autor hace unalista de las orquestas y conjuntos existentes en las diferentespuntos del pas. Cuando habla de Nagua, Alberti cita dos: laorquesta Nagua, dirigida por Rafael D. Grulln Sunito, yel conjunto tpico de Bolo Henrquez. A ningn otro acor-deonista se le cita as expresamente, a la cabeza de un con-

    junto en esa lista. De esa manera, un clsico de la msicadominicana le hizo el reconocimiento de la mencin, a unhumilde acordeonista campesino de aquel tiempo. Aunquees probable que el propio Bolo ni siquiera se enterara deeste importante dato y de cmo, de manos de un maestrocomo Alberti, su nombre pas a la historia escrita de lamsica dominicana.

    En los tiempos de mi niez, en mi regin natal se levanta-ron otros msicos. Cesreo, Joaqun y Elas de la Cruz erantres hermanos acordeonistas. A esos s los vi tocar infinidadde veces el acorden. De los tres, el que mejor tocaba eraCesreo; pero los otros dos, adems de su buena ejecucin,cantaban bien. Joaqun tena una voz alta y redonda comola de cualquier bartono. Desde antes de llegar al sitio de lafiesta, se poda saber cuando Joaqun tocaba. Por su cantofuerte y alto, y porque mientras movas las notas, golpeabartmicamente el piso con los pies. Elas, de su parte, tena

    una voz mucho ms fina y melodiosa.

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    As, por all por la dcada de los cincuenta, a Las Gordas,como a los muchos puntos de aquella parte del Nordeste, po-da faltarle cualquier cosa menos merengues y merengueros.Porque los acordeonistas andaban a granel, incluyndose enellos a Luis Martnez, a quien apodaban Luis Minar. Le de-can as porque l era uno de los numerosos hijos que poresos lugares dej Minar Martnez. Adems, en determinadas

    ocasiones llegaban al lugar acordeonistas de otros puntos,como Roque Marmolejos, que era de los campos de Cabrera;Nio Guzmn, que lleg desde Gaspar Hernndez, y otros.

    Cuando empezaron a llegar los radios a mi campo, lagente acuda a saciar su curiosidad escuchando aquel apara-to que habla sin gente adentro. Muchos lo hacan por lamaana, cuando se oa el programa La Hacienda por la Ra-dio, en el cual tocaba el cuarteto de Isidoro Flores; y la mayor

    parte, a las dos de la tarde cuando tocaba el Tro Reynoso.Ambos programas eran difundidos por La Voz Dominicana.Se oa tambin un programa nocturno de merengues en unaemisora de Santiago, llamada La Voz de la Reeleccin. El pro-grama, de muy amplia audiencia en el Cibao, lo amenizaba elTro Santiago, cuyo director era un acordeonista santiaguerollamado Paulino Rodrguez.

    El casero de Las Gordas se levant en un llano hmedoy pantanoso, que se extiende entre el mar y la montaa, en-tre las aguas azules y espumosas de la baha Escocesa y lasestribaciones de la cordillera Septentrional; entre el Boba yel Baqu, dos ros que en tiempos ya lejanos tenan agua yvida en abundancia.

    Llova mucho casi durante todo el ao, y no era raro elque despus de la lluvia apareciera en el horizonte unarcoiris. No me explicaba, ni mucho menos, las causas quedaban origen a aquel despliegue de luz y de colores, y por

    tanto, me llegu a formar la idea de que los arcoiris nacan

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    en el cielo, beban en el mar, en la desembocadura del Bobay el Baqu, y moran de sed cuando una de sus puntas toca-ba la sabana seca y extensa que entonces haba entre el ca-sero donde yo viva, y la cordillera.

    Siempre cre que si en el momento en que aquel fenme-no atmosfrico apareca en el horizonte, alguien tocaba unacorden, a los arcoiris se les poda extender la vida y se

    hubiesen quedado mucho ms tiempo deleitando con suscolores la vista y el sentimiento humanos. Nunca se dio elcaso de que sonara el acorden y yo lo oyera, con un arcoirisdesplegado en el cielo.

    Pero, a pesar de esos razonamientos infantiles, me gustcada vez ms el merengue, hasta llegar a convertirse en unode los personajes inolvidables de mi infancia. El me sirvi devnculo sentimental con mis races, porque al pasar los aos,

    a mi me sacaron de mi campo y me enviaron a estudiar a laciudad, al pueblo, como llamaban a Nagua, los moradoresde mi tierra. Nagua, en esa poca no era ms que una simplevilla con categora de municipio, perteneciente a la provin-cia de Saman, que era el centro dominante de la costa Nor-deste. En 1952, de Nagua, llamada entonces Villa Julia Mo-lina, en inmerecido honor a la mam del dictador Trujillo,me mandaron a Pimentel, otra villa a la cual algunos ancia-nos todava la llamaban Barbero, pero que entonces y en laimaginacin del nio campesino que era yo, sonaba comoalgo demasiado distante de mi ambiente.

    All deb luchar a diario contra la sensacin de melanco-la que la lejana de mi patria chica me causaba. En Pimen-tel casi no escuchaba tocar el acorden porque la cultura delos pimentelenses no era esa. Sus preferencias musicales eranmuy diferentes a las de los moradores de Las Gordas. Sisonaba un merengue, era tocado por una orquesta de msi-

    ca de viento, y no era eso lo que mis sentimientos y mis

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    sentidos aoraban. Ansiaba oir tocar merengue de acorden,gira y tambora, porque cuando lo oa estableca una aso-ciacin sentimental y me acercaba de alguna forma a milugar y al fundo en que nac y empez a discurrir mi vida.

    Una tarde, supe que Juanita Morey estaba parada, espe-rando algo al parecer, frente al viejo teatro de don Luis Palo-mino, sito en el centro de Pimentel, y corr hacia el lugar a

    conocerla. Me qued un rato contemplndola con la curio-sidad con que un coleccionista admira una rara escultura,porque ella era el personaje central de uno de los ms famo-sos y populares merengues de aquel tiempo. Se me quedgrabada para siempre la imagen de aquella mujer de pielcanela, cuya elegancia natural se agrandaba gracias a la famanacional que haba adquirido a causa del clebre merengueque llevaba su nombre.

    Ya fui creciendo y mejorando mi apreciacin de los acor-deonistas y su producto principal, el merengue tpico; miadmiracin por ellos era cada vez ms grande. Ya saba queel acorden, producto de la tcnica alemana, inventado, se-gn algunos por los alrededores del 1820, no es instrumen-to tan fcil de tocar, como se cree. Tiene tanta semejanzacon el piano, hasta el punto de que las notas de los dos ins-trumentos tienen el mismo ordenamiento. Para que sus hi-jos aprendieran a tocar piano, las ms cultas y refinadasfamilias de las ciudades deban pagar a algn maestro quepasaba meses o tal vez aos enteros dndole lecciones a esoshijos de gente afortunada.

    Yo vea, en cambio, a campesinos iletrados, toscos yagrestes, soltar sus instrumentos de trabajo, desafiar el ago-tamiento dejado por una ruda faena, tomar el acorden en-tre las manos y tocarlo a poco tiempo con sorprendentemaestra. Sin escuela, sin lecciones, sin papeles por delante

    ni otros maestros que no fueran msicos rsticos como ellos.

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    Algn genio o alguna virtud deban de tener para lograr contanta facilidad lo que el comn de la gente no lograba.

    Se ha dicho siempre que la gira y la tambora son ins-trumentos rudimentarios y que no requieren de mayor ha-bilidad para tocarse. Pero intntelo quien quiera y ya ver lodifcil que le resulta y se dar cuenta adems, de que es im-posible sacarles el ritmo necesario si quien las maneja no

    dispone de determinado arte.Adems de los acordeonistas, vea nacer del campo mis-

    mo a expertos y adelantados tamboreros y gireros, sin loscuales la msica del acorden es incompleta y deja un insu-perable vaco en el gusto y el odo. Juan Mercado Bolo,residente en mi tierra, era un campesino chistoso, amigo delchascarrillo y las ocurrencias graciosas, pero se pona muyserio y sus ojos adquiran un brillo muy especial cuando to-

    caba la gira.Carlos Rojas Carlito le daba a la tambora, como si es-

    tuviese peleando con ella. Era un agricultor incansable yforzudo, de buen alto, ancho de hombros y con la cabezagrande y redonda. Era un espectculo verlo tocar. Se emo-cionaba, temblaba estremecido de arriba abajo cuando gol-peaba la tambora, pero no perda el ritmo aunque estuvieraborracho. As, medio temblorosa le sala la voz aflautadaque tena, cuando cantaba en medio de las fiestas, versosfolclricos como estos:

    Si me quieres me lo dices / o si no me desengaas / que enun cuerpo tan pequeo / no pueden caber dos almas /.

    Don Carlos, como la mayor parte de los msicos de esetiempo, improvisaba versos en medio de la ejecucin del me-rengue.

    Adems de esa calidad artstica natural, me sorprendanel genio potico, la vena creativa, el talento para reflejar la

    realidad, que se envolva en todo aquel ejercicio musical.

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    Lucero de la maana / prstame tu claridad / para seguirlelos pasos / a mi amante que se va / /.

    Vaya con el despliegue de amor, de literatura y de poesa!Y vaya con la escena de ternura que se describe en la

    siguiente estrofa!:Me enamor de una joven / india que a m me gustaba /

    despertaba a media noche / se rea y me besaba /.

    Y en estas otras:Tanto anduve entre las flores / hasta que por fin la hall /

    toda llena de primores / toda llena de primores / y con ella mequed / Rosa le dieron por nombre / para ser ms desdichada /porque no hay rosa en el mundo / que no muera deshojada /.

    Y hay mucho ms, todava:Yo me siento muriendo de amor / y es por t, mi prenda

    adorada / yo quisiera que tu me quisieras / y que t con cario

    me amaras / mi deseo es que tu a m me quieras / para as yocalmar mi dolor / tan ingrata que ha sido conmigo / yo mesiento muriendo de amor /.

    Se dice que folclor es todo lo que el pueblo aprende sinnecesidad de que nadie se lo ensee. Y si es cierto este decir,aqu hay ejemplos poticos suficientes para confirmarlo.

    Sostienen algunos, que todo este caudal potico y litera-rio lo heredaron los viejos merengueros campesinos de lasantiguas coplas espaolas. Si es as, entonces hay que darletodo el crdito a nuestros cantantes campesinos, puesto quelo conservaron a la perfeccin. Si, en cambio, es pura crea-cin de los poetas rurales, los mritos seran mucho mayo-res, y puede ocurrir que hasta los famosos copleros espao-les que vinieron a esta tierra, se queden cortos ante nuestroscompositores campesinos de otros tiempos.

    Porque adems de poesa de indiscutible y elevado valorlrico, su capacidad para reflejar realidades y sentimientos

    no dejaba lugar a dudas.

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    Al fin, ya un joven que deba decidir el contenido de susaspiraciones e ideales, y el cauce definitivo de su propiavida, adquir conciencia poltica revolucionaria, y desde en-tonces el merengue y sus arquitectos y ejecutantes adqui-rieron una dimensin diferente en mis concepciones; ydebo confesar, en abono a la verdad, que a veces iba a lasfiestas, pero nunca fui muy parrandero, que digamos.

    Adems, desde pequeo choqu con una dificultad queme result insuperable: no aprend a bailar!. Aquellofue la contrariedad ma y no slo ma, sino de mis amigosy muy especialmente de mis amigas, que nunca me lo per-donaron.

    Por ms que las muchachas de mi generacin se empe-aron en hacerme levantar los pies y marcar los pasos alcomps, ese quehacer tan elemental, que desde los huma-

    nos ms primitivos, hasta los ms civilizados lo practicaronsiempre, no estuvo jams al alcance de mi inteligencia y mishabilidades fsicas. Y al fin, mis maestras de baile, con algu-nas uas menos y algunos chichones dems en los pies, sedieron por vencidas y terminaron por admitir que me que-dara sentado cuando sonara la msica, y que el placer y ladiversin conmigo se desenvolvieran en lugares y escena-rios distintos a los suelos de tierra y pisos de madera en quese celebraban las fiestas tpicas de mi campo.

    Pero como llevo dicho, el merengue adquiri para m unvalor y una significacin que hasta el momento yo no le atri-bua; y desde entonces puse la debida atencin a la fuerzade su ritmo, al valor cultural que representaba y al conteni-do de sus letras.

    Me llamaba la atencin el que junto a tanta letra banaly, a veces hasta sin lgica ni sustancia, como la que siempreha abundado en el merengue tpico, al mismo tiempo apa-

    recieran versos de tanto contenido social. En algunos de ellos

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    estaba clara la expresin de la tragedia social de mi pas yde su gente:

    Yo te ped una limosna / y no me la quieres dar / sabiendoque soy lisiado / y no puedo trabajar /.

    Haba otras letras con sentido de denuncia del dramasocial de la pobreza:

    Ay, sia Juanica, / de por Dios, sia Juanica, / se me mue-

    re el nio y no tengo medicina, / /.Y en otra composicin se vea el mismo fondo de mi-

    seria:Se muri Martn / en la carretera / le prendieron cuaba /

    porque no haban velas /.Otros versos reflejaban la actitud recelosa y la suspica-

    cia del hombre criollo:Mi mujer bailaba / yo se lo quit / no quiero que pida / ni

    tampoco d / Yo no lo saba / pero ya lo se / que todo el quebaila / es por inters /.

    Tampoco faltaba la correspondiente racin de crudamorbosidad y hasta de pornografa, en algunas estrofas delas cuales, y por ser las ms pasables y menos descarnadas,me atrevo a traer al cuento las siguientes:

    Una mujei me invit / pa que furamo ai bamb / y erapa que le metiera / mi puai jata la cru / Una mujer meinvit / que no furamo a baai / y era pa que la jalara / paimedio ei caaverai /.

    Las letras del merengue destacaban tambin la belicosi-dad y el valor de algunas familias campesinas:

    De la Capital salieron / cuatrocientos militares / se devol-vieron de Jacagua / por no pelear con los Surez /.

    No me fue difcil darme cuenta de que en ese ejercicio delarte sencillo y menudo de la gente estaba el pueblo mismoretratado. Haba letras de rendidas alabanzas a la mujer,

    de parte de los hombres, y a la vez, como en contradiccin

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    con eso, haba versos con letras tan duras contra las muje-res como estos:

    Ei que cree en mujere / e jun degraciao / ma vale creei / enpjaro aisao / Una mujei sola no compone na / componeun poquito / si ejacompa / yeme mujei / poi qu no mequiere? / te vo a dai veneno / a vei si te muere /.

    Ms adelante apreci el contenido patritico que ence-

    rraban las letras de algunos merengues, con versos de acen-tuado matiz anti-imperialista, como los compuestos en pro-testa contra la ocupacin militar yanki de 1916 al 1924:

    En tierra de Duarte / dijo Carvajal / los americanos / nopueden mandar /.

    Y aunque Trujillo usaba el merengue como instrumentode su poltica, y como una herramienta ms del culto a supersonalidad torcida, siempre se cre la brecha para que

    por ese canal del arte popular se le rindiera culto a otrosvalores y se expresara la identidad del pueblo y la dureza deldrama social que se viva.

    As lo asimil siendo muy joven y entonces me acerqums al merengue folclrico y a sus intrpretes. No estudimsica ni el folclor en academias, y ni siquiera le con dete-nimiento libros sobre ese tema. Tampoco hice estudios so-ciolgicos especiales sobre el merengue.

    Pero yo conoc a Chanfln y vi con mis propios ojos aJuanita Morey; conoc muy bien a Bolo Henrquez; vi tocara Nio Guzmn, que fue un clebre intrprete del merenguede enramada; llegu a ver a Roque Marmolejos tocando suacorden en la gallera de mi campo; vi muchas veces tocar aMatoncito y o la msica gallarda y dulce que l le sacaba alacorden, cuando todava este inmortal maestro estaba ensus buenos tiempos; vi crecer y hacerse hombre a Tatico Hen-rquez y a su hermano Saco; llegu a ver tocar en vivo a

    Guandulito; yo vi al Cieguito de Nagua, cuando su padre

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    Mon Quero Alvarado lo bajaba de la loma de El Picao y lollevaba a Nagua, y en alguna tienda de la calle Progreso, lams comercial de la ciudad, el muchacho deleitaba a la con-currencia que acuda all atrada por la msica de aquel jo-ven prodigio.

    Yo conoc desde muy joven a Paquito Bonilla y fui testi-go de su inicio como diestro acordeonista. Asist a fiestas de

    Carmelito Duarte; conoca de lejos la msica y la voz de Joa-qun de la Cruz y vi cmo un famoso msico de Los Jengi-bres, llamado Eligio Sen, mova los dedos cuando manipu-laba su acorden, en fiestas de familia celebradas en el ran-cho desde el que Fellito Rubiera diriga la extensa finca dedon Toms Pastoriza y don Ernesto Moya, en la localidadde Mata Bonita.

    Mi pasin por el merengue tpico tradicional se mantu-

    vo invariable, y al paso del tiempo, y a pesar de las exigen-cias y peligros de mis compromisos polticos, siempre bus-qu la forma de mantener mis vnculos con la ms elevadamanifestacin musical de nuestro pueblo, con sus ejecutantesy seguidores. Atencin parecida le prest siempre a otrasexpresiones del folclor y la cultura popular.

    Desde muy joven, asist sin mancar a las fiestas de palosque ao tras ao organizaba Negra Manuel, y en ellas meamarr muchas veces el segundo palo, o el alcahuete, a lacintura y aprend a tocarlo al comps con mis propias ma-nos, formando conjunto con paleros, poetas y cantantes demi lugar. Me iba igualmente a las velaciones y dems fiestasdel santoral que se hacan en la zona; y supe asimismo estarpresente en los concurridos servicios en que uno de mis cuen-tistas preferidos, Ercilio Polanco Silito, deca recibir losluases y las metresas del ms all.

    Yo me aprend las palabras con las cuales y segn la su-

    persticin, se les mataban los gusanos a los animales por las

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    huellas y sin necesidad de creolina ni de cualquier otro in-secticida. Me saba el ensalmo para aliviar el dolor de mue-la; aprend a rezar la oracin de San Bartolo contra la pesa-dilla. Vi a los campesinos quemando ramos benditos paraalejar las amenazas de ventarrones y tormentas. Llegu aanotar las recetas que Anselmo lvarez,ei viejo Enseimo, elms clebre de los curanderos de Boba, les daba a los pa-

    cientes que acudan a l en busca de medicina. El tena unsistema muy riguroso. Sentado solemnemente ante un al-tar, y con el paciente frente a l, dictaba sus recetas. Pero sideca: agua bendita, azcar, hoja de guanbano, raz de cocoindio, berrn, orines de un nio chiquito, y alcanfor, eraindispensable escribirlo todo, buscar los ingredientes, y ade-ms, hacer la mezcla para el remedio en ese mismo ordeninviolable. Si no, no surtan efecto las medicinas.

    En mis tiempos de maestro de la escuela rural en LaPiragua, ms de una vez vi a ms de una de mis alumnas,nias todava, llegar a la escuela en trance o montada,porque segn los vecinos del lugar, estaba en ese instanteposeda por un espritu.

    Fui testigo y observador interesado de todo esto que lehe contado. No obstante, en el primer plano de mi preferen-cia estuvo siempre el merengue. Pero el merengue de lnea.El de gallera y enramada. Y as ha sido, hasta hoy, cuandoen medio del estudio y la investigacin ms a fondo de esepedazo de la cultura y la identidad nacional, se ha afirmadomucho ms mi vieja simpata con el merengue, y mi rela-cin con sus cultivadores, y como prueba puedo contar en-tre mis amigos a viejas leyendas de la cultura merenguera,como mis compueblanos Carmelito Duarte, Chiche Bello yMario Garca; a otros nageros ms jvenes como RufinoAbru; y soy amigo de otros ms legendarios an, que no

    son nativos de mi pueblo, como Chichito Villa, el Viejo Ca,

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    Manolo Prez, y Fello Francisco. As, a lo largo del tiempo,siempre he seguido con atencin marcada ese ritmo folcl-rico y lo aprend a apreciar en todo cuanto vale.

    Creo entonces, que mi viejo amigo, mi querido persona-je, el merengue tradicional de tierra adentro, ha jugado talpapel en la afirmacin de la personalidad del dominicano,en el patrimonio cultural y en la nacin misma, que bien

    merece unos cuantos prrafos. Se muy bien que existen nu-merosos y bien documentados trabajos que gente con mu-cho ms academia e ilustracin que yo, ya ha escrito sobreel tema, pero a ese estilo especfico del merengue hay queseguirle escribiendo.

    La violenta marejada de la comercializacin ha ido con-virtiendo al merengue tpico tradicional en una expresincada vez ms reducida y marginal en nuestro medio. Esa

    forma del merengue con la cual el pueblo dominicano sehizo adulto y ha caminado un trecho tan largo de su histo-ria, va cediendo forzosamente su lugar a nuevas y mssofisticadas y artificiales formas de ejecutarlo, y cada vezencuentra menos espacio para prolongar su vida; la tenden-cia es a que termine marginada, convertida en pieza demuseo, sacada del ambiente no por una evolucin normaldel gnero, sino por las exigencias de la comercializacindel arte y el folclor.

    Y, como mi amistad con el merengue de lnea viene detan lejos y es tan profunda, no quiero que mi viejo amigotermine su recorrido y se me vaya sin que l conozca algu-nas cosas que aqu quiero dejarle por escrito.

    De manera que a t, mi viejo amigo y personaje inolvida-ble, van dedicadas las lneas que anteceden y las que podrnleerse en las pginas que siguen.

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    ELMERENGUEESDEORIGENESPAOL, y desde el punto de vistasociolgico no puede ser de otra manera. A partir del Des-cubrimiento en 1492, durante siglos y con interrupciones

    relativamente breves, Espaa fue la potencia dominante enla parte Este de la isla Hispaniola. Ese dominio impuso sucultura. Cuando, fruto de un tormentoso proceso, en mediodel trabajo y de la lucha por el avance social, se defini esaformacin humana que termin por llamarse pueblo domi-nicano, en la identidad de esa comunidad histricamenteconstituida, el elemento espaol result predominante; peroste era un predominio marcado por el cruce racial y cultu-ral entre aborgenes, espaoles y negros, estos ltimos tra-dos del frica a trabajar en condicin de esclavos.

    En la cultura del pueblo producto de ese cruce, los ras-gos dominantes fueron los que impusieron los conquistado-res. De Espaa le quedaron al dominicano como herencia lalengua, la religin, una parte considerable de las tradicio-nes y el folclor. Aunque en todos y cada uno de esos rasgosde la identidad nacional estaban presentes, con innegablefuerza y gran influencia, la herencia cultural de los negros,

    y en mucho menor medida, la de la cultura indgena.

    Un retrato de la identidaddel pueblo dominicano

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    Cuando ese pueblo mestizo asumi y cultiv el meren-gue, como una expresin ms de su propio folclor, en losinstrumentos que se usaban para tocarlo, ese pueblo se re-trat a s mismo. La guitarra, de origen espaol; la tambora,de origen africano; y las maracas, probable herencia resi-dual del aborigen.

    Pero lo espaol fue lo dominante. Porque adems, en la

    ejecucin del merengue, que entonces se consider comouna modalidad de la danza espaola, el liderazgo en el con-junto lo ostentaba la guitarra y los dems instrumentosacompaaban y marcaban el ritmo.

    Quin lo invent y desde que fecha se empez a tocar y abailar merengue en nuestra tierra, son cuestiones imposi-bles de determinar con precisin y exactitud. Porque las cosasms importantes del folclor ni tienen fecha ni tienen dueo,

    las crea y las utiliza el pueblo, que al mismo tiempo moldeaen ellas su propia identidad.

    Se da como un hecho, sin embargo, que ya desde muchoantes de la proclamacin de la independencia nacional el 27de febrero de 1844 contra el dominio haitiano impuesto des-de el 1822, el merengue se tocaba y se bailaba entre los habi-tantes de la parte Este de la isla, y que despus de proclama-da la independencia, el merengue adquiri un auge mayor.

    La Repblica soberana e independiente, regida por unEstado e instituciones democrticas, no pudo instaurarse yqued frustrada desde su nacimiento mismo. Ese ideal erafuerte en la conciencia del patricio Juan Pablo Duarte y deun reducido ncleo de jvenes ilustrados procedentes defamilias de capas medias, principalmente de Santo Domin-go. Pero la fuerza dominante, el poder de imponerle el cursoa los acontecimientos estaba en otros sectores sociales, comolos hateros, los grandes comerciantes, y los burcratas for-

    mados en la administracin pblica, tanto en la escuela de

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    los colonizadores como al servicio de los propios ocupanteshaitianos.

    Esas fuerzas sociales reaccionarias se impusieron y blo-quearon la aspiracin progresista de Duarte y sus compae-ros, sin embargo, la nacin dominicana qued en pie y msan, el sentimiento nacional se reforz, especialmente en elcombate a las invasiones haitianas que tuvieron efecto en-

    tre el 1844 y el 1855.El pueblo dominicano no tendra un concepto terico

    claro y acabado de Repblica y Estado soberano y demo-crtico, pero su inteligencia natural le indicaba que debadefender su territorio, sus costumbres, sus hbitos y tradi-ciones; y en esa lucha se fueron afirmando los atributos dela personalidad colectiva del ncleo humano integrado porcerca de 150 mil seres que defenda lo suyo en la parte este

    de la isla.Eran un pueblo y un pas que reflejaban los duros avata-

    res padecidos en ms de tres siglos, marcados por el extermi-nio de los aborgenes; por la dominacin colonialista de msde una potencia europea; por la particin de la isla en dosporciones; el saqueo, las invasiones piratas, las devastacionesy despoblaciones de regiones enteras; por las consecuenciasletales del perodo de laEspaa Boba, que culmin en 1822,para dar inicio a la ocupacin de nuestro territorio por lastropas haitianas, que se extendi por veintids aos.

    Por ese camino de martirio, se alcanz penosamente elorden econmico semifeudal y precapitalista, en el cual lamayor parte de la poblacin resida en el campo, bajo lahegemona patriarcal de los hateros y practicaba una eco-noma de subsistencia.

    En lo que era entonces la zona urbana, operaban conta-das casas comerciales, algunas de las cuales sostenan inter-

    cambios econmicos con el exterior. Al lado del comercio

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    local y del importador y exportador, subsista una mayor can-tidad de artesanos y trabajadores de oficio y empleados delsector privado. Asimismo, conformaban tambin la sociedad,los funcionarios y empleados de la administracin pblica.Desde la proclamacin de la Repblica y la formacin delprecario Estado nacional, creci la cantidad de empleadosen la actividad civil y principalmente en el aspecto militar,

    debido a las demandas de las guerras contra Hait.En ese orden econmico y social naci la Repblica. El

    puebl