Antología de Cuentos · 2016-03-15 · 5 Carta póstuma al exilio * Ganador del Primer Lugar en el...

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Antología deCuentos

2012

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ANTOLOGÍA DE CUENTOS, 2012

1a. Edición, Guatemala, noviembre de 2012.

Fundación Myrna Mack2a. calle 15-15, zona 13Ciudad de GuatemalaGuatemala, Centro América

PBX: [email protected] - www.myrnamack.org.gt

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ÍNDICE

Carta póstuma al exilioAdolfo Escobar Hernández

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PuñaladasHugo Gordillo

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Días de circoJonatan Mariano Rodas Gómez

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Carta póstuma al exilio

* Ganador del Primer Lugar en el Concurso de Cuento Corto convocado por laFundación Myrna Mack, en 2012.

Adolfo Escobar Hernández*

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Querido amigo:

Te escribo porque mi vida ha cambiado mucho.Tanto, diría yo, que ya dejó de ser vida. Mirá, vosAurelio, mis problemas empezaron justo en aquelmomento cuando doña Ifi (¿te acordás de doña Ifigenia,aquella señora gorda que vendía pollo en el mercado?)me presentó formalmente a la Covadonga, la máspequeña de sus hijas, la más bonita, la más fina... No.La única bonita y delicada en esa tribu de pollerosobesos, peludos y mal hablados. No sé si antes de quete concedieran la visa hacia el exilio perpetuo hayástenido la oportunidad de ver a la muchacha ya crecidita;si la viste, aunque en este momento no lo tengáspresente, entenderás lo que experimenté esa noche desábado cuando la imponente matriarca, oliendo amenudos de pollo y a guaro, entró acompañada de suhija a la tienda de doña Guaya, en donde tu servidor secomía un tamal.

–Don Lolo, es tiempo ya de que conozca a laheredera de mis encantos– me dijo, no sé si con cinismo,

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humor negro o simple y llana ignorancia–. Ésta es laCovadonga, la menor, mi última travesura, la seca-leche,la última parada en el camino…– me guiñó y se rió ensilencio.

–Un camino muy polvoriento, sin duda, doñaIfi– le contesté y la señora esta vez se rióexplosivamente, llenando de baba mi tamal.

Te juro, vos Aurelio, que cuando la vi –a laCovadonga, no a la voluminosa madre– me creí yadifunto, un exvivo que por obra y gracia de sus accioneshabía llegado al paraíso de los justos; fue como cuandovos y yo empinábamos el codo en “La Sagrada Familia”,aquella cantina en la que criticábamos los desmanesdel gobierno y vos solías preguntarte si el poder nosería un disfraz del mismo Satanás, por la manera enque emponzoñaba y pervertía incluso a hombres justos.

–Al pueblo sólo le queda beber para olvidar–decía yo, haciendo precisamente eso, beber paraanestesiarme ante tanta injusticia y desesperanza.

–No, Lolo. ¡Al pueblo sólo le queda actuar! ¡Sinacción no hay cambio alguno– contestabas indignado,antes de tomarte tu respectivo trago.

Pues así, como meterse un buen trancazo, fueesa noche en la que vi a la Covadonga: miles degusanillos comenzaron a bailar guarimba dentro de mipiel, la respiración se me cortó, los pies se me enfriarony los ojos me comenzaron a llorar; con decirte que doñaJamona seguía hablando pero yo ya no la oía y recordéentonces aquella vez (seguramente no has olvidadoesto, ¡cómo podrías hacerlo!) cuando los azules llegarona la colonia a buscar insurgentes y nosotros veníamos

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del instituto pero de todos modos nos capturaron yluego nos tomaron de las patas y nos metieron con todoy cuadernos en un tonel lleno de agua y ¿recordás quenos preguntaban quién sabía qué cosa, porque con lacabeza sumergida no podíamos oír ni entender nada?Así fue esa noche de la que te hablo, no oí ni supe quéme decía la doña: aislados del mundo, la Covadonga yyo cruzábamos miradas, guiños, sonrisas y suspiros.Para mí que alguien en las alturas decidió unirnos, vosAurelio.

Je, je, ¿no te parece que el amor, en la mejortradición de nuestros políticos, tiene ínfulas dedictador? ¿No es el amor el asunto menos democráticoque existe? Digo, porque elige a “dedo” quién se va aenamorar de cuál, de la misma manera en que algunosnefastos personajes de nuestra historia han nombradodirectores, candidatos y hasta alcaldes, sólo porque hanpodido.

Y de todos nosotros, eras vos, Aurelio, el quepeor se ponía cuando nos enterábamos de todas esasmarranadas. A pesar de todo, el amor es maravilloso,¿no creés? Es increíble que esto te lo diga yo, alguienque como bien sabés predicaba que si bien se puedevivir sin nada de amor todo el tiempo, o con todo elamor un tiempo, jamás se puede vivir con todo el amortodo el tiempo.

Este trabalenguas, sin embargo, era mi credo sóloporque no conocía a la pequeña gran giganta de labelleza romántica: la Covadonga.

¡Ah!, quién iba a decir que muy pronto nuestrocariño se transformaría en celos enfermizos, reproches

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venenosos y peleas constantes. Quién iba a decir quela violencia verbal, mental y física destruiría nuestrofugaz matrimonio. Y quién iba a decir que un día laCovadonga iba a llegar a odiarme. Vos menos quenadie, Aurelio. Vos que solías decir que lo único quedebía odiarse era el odio. Si vieras, vos Aurelio, queella siempre decía “No creo en el divorcio”. Porsupuesto que no. ¡La muy condenada creía en la viudez!

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Sí, querido amigo, la Covadonga acabó conmigo,literalmente. Sé que no lo has querido ni imaginar, peroestas líneas que ahora lees le pertenecen a un hombremuerto. Yo. Tu amigo. Tu compañero. El Lolo, que Diosme tenga en su santa gloria.

No sé si te conté en otra carta (y si lo hice no sé si tellegó, ya sabés, todos esos años de censura y espionajea todos aquellos que tuvimos el honor de tratarte) queel cuchillo con el que la Covadonga me homicidió lohabía comprado yo para defenderme de dos hombresextraños, morenos y fornidos, que andabansiguiéndome y controlándome a todas horas; pensé quesi iban a darme chicharrón con yuca, al menos tendríael gusto de cortarles lo que se me pusiera a mano. Alfinal ese cuchillo de porquería de nada me sirvió,porque resultó que los tipos esos andaban detrás de laMarta, no de mí; ojalá, vos Aurelio, que no te hayásolvidado de mi hermana, ¿te acordás de que estuvisteenamorado de ella durante mucho tiempo y ella tedevolvía el gesto pero no mucho le gustaban tus ideas

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revolucionarias?Pero en fin, ¡cómo miré a la Covadonga ese día

cuando me mató! La vi con un último fragmento devida aferrándose precariamente a mi cuerpo y, allí, deculumbrón en el suelo de esa casita de tierra que fuetestigo de mi amor por ella, esperé que algo sucediera,un terremoto, un incendio o, de plano, la intervencióndirecta ya de Dios, ya del diablo, como en las películasque nos íbamos a ver al Palace, ¿te acordás?, en lascuales llegaba la caballería en el último momento ysalvaba al héroe. ¡Ah, cómo nos reíamos de la deus exmachina de las películas gringas! Pero eso fue antes deque te metieras a aquellas asociaciones que luchabanpor los derechos de los estudiantes, después ya notendrías tiempo para salir a divertirte, porque comodecías, sin pasión no vale la pena hacer nada.

Pero ese fatídico día del cual te hablo nada ninadie vinieron en mi ayuda y, extrañamente, mientrasme moría a gotas, en mi pantalla mental se repetía laimagen recurrente (si no se repitiera no sería recurrente,sé que me dirías. Así fuiste siempre, queriendo corregirtodo lo que te parecía equivocado, queriendo cambiartodo lo malo de la gente y del mundo) de ese mágicomomento cuando vi a la Covadonga por primera vez,tan pequeña, delicada y perfecta en ese vestido azulcorto y ajustado, mientras me miraba y sonreíatímidamente –o más bien taimadamente– al lado de sumadre obesa y peluda, quien, enfundada en unnumerito apretado, parecía marrana en licra y al veresta imagen obscena te juro que la vida se me escapabamás rápido.

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Ya a punto de partir para el otro mundo, miúltimo pensamiento fue para doña Ifi; sí, por habermepresentado a su hija ese sábado mal parido deporquería, cuando la Covadonga me retó con sus ojitossoñadores y mentirosos a que la hiciera mía… cuandosentí que su mirada me partía el corazón, lo que fueuna especie de profecía, o más bien promesa, porquepoco después efectivamente me lo destrozaría con esecuchillo que yo mismo compré, te repito, vos Aurelio,a causa de aquellos tipos que al final me salieron conque querían algo, pero conmigo. Sí, a los tipos se lesfondeaba la canoa. Ya sé que me dirías que esas perso-nas, al igual que todas aquellas que pertenecen adiferentes minorías, merecen respeto, tolerancia ysolidaridad en la lucha por sus derechos. Yo sólo penséen mandarlos por donde habían venido. ¡Y pensar quepor tu filosofía ahora tenés que vivir lejos de tu patriay los tuyos!

Volviendo a lo del cuchillo, ¿te conté alguna vezque la Covadonga siempre solicitaba los servicios delafilador ambulante de objetos “punzocortantes”, comose refería al arma el parte de las autoridades cuandovinieron a la casa y me encontraron en el suelosangrando y chillando como marrano sacrificado? Eldesventurado afilador parecía saber algo, como si otrasmujeres de la colonia afilaran a su vez cuchilloshomicidas, porque cuando me miraba el hombre se reíapara adentro y te juro, vos Aurelio, que le hubierademostrado que yo de baboso no tenía nada, pero algose me atravesó… Sí, ese cuchillo que borró todos misplanes, sueños y recuerdos, excepto ese primer

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momento de miradillas, sonrisas y nervios, cuando yono paraba de toser y la Covadonga de sonrojarse,cuando de sólo verla hasta me dolió el corazón que, enretrospectiva, creo que fue una cruel ironía del destino.

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¿No te preguntás, vos Aurelio, si todo está escritoen las estrellas? ¿Determinó el destino que vos fuerasun soñador e idealista? ¿Creés que mi muerte a manosde la Covadonga estaba ya decidida desde hacía muchopor el Señor de las Alturas? ¿O pasa todo por azar? ¿Enqué parte del camino nuestros pasos nos llevan por unavereda diferente? Y más importante, ¿podemosdesandar los malos pasos?

Pero para que entendás con claridad el motivo ul-terior de esta misiva póstuma (je je, “ulterior”. Ya ves,al igual que vos ahora ya sé mis palabritas. Lo que haceuna buena influencia, ¿eh?) tengo que contarte toda lahistoria del gran amor entre la Covadonga y yo. Puesese primer día, ya te dije que era sábado ¿verdad?, díade tamales, tenía un hambre de los mil demonios, tantaque el estómago me dolía, como aquella vez que unchucho rabioso me mordió la nalga y tuvieron queponerme 21 inyecciones en la panza (pero vos eso yano lo supiste, porque para entonces ya habías entradoal Partido y múltiples atribuciones te obligaron asacrificar una vida normal), así de fuerte era el dolor ypara quitármelo me apersoné a la tienda de doñaGuaya, en donde iba a comerme 3 tamales que mebajaría con sus respectivas 6 cervezas, cuando se

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apareció doña Adiposa, la que por azares del destinoiba a convertirse en mi suegra –aunque más pronto delo que alguien dice este cuchillo es mío iba a quedarsehuérfana de yerno– y me sonrió como debe haberlesonreído la serpiente a Adán, de seguro pensando (ladoña, no la serpiente) “a este negro nariz de morcillame lo clavo” y yo, mientras me atragantaba con unhueso de pollo del tamal, no podía imaginarme jamásque la Covadonga, esa mujercita de aspecto que nomataba una mosca, pero resultó que podía matar másque eso (a mí, por ejemplo), iba a dejarme vacío elcorazón, como aquellas conchas de playa en las que deniños, vos Aurelio, escuchábamos el rumor del mar ycánticos de sirena.

A esas alturas de la noche, la madre osa nos mirabay se frotaba las manos cual mercader a punto de realizarun buen negocio, aunque justo es reconocerlo, lamercadería era de mucha calidad, y por eso mismo,porque en realidad la Covadonga era mucha sartén paramis huevitos, debí darme cuenta de que algo olía mal,además de doña Ifi. ¡Pero qué iba yo ponerme areflexionar si en ese momento me sentía la mamá deTarzán! Como me sentí cuando el Partido ganó laselecciones, vos Aurelio, y te dieron una Secretaría y fuia buscarte muchas veces para saludarte y de paso versi me conseguías algún puestecito en la Administración,pero en todos esos años no pudiste recibirme, lasnecesidades del país absorbían todo tu tiempo. Lo únicoque logré una vez fue escucharte desde afuera de tudespacho, canturreando muy animadamente: “En losnegocios de mi Patria me conviene siempre estar, en

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los negocios de mi Patria me conviene siempreestaaaaar”. Ah, ¡eso es devoción!

El caso es que doña Ifi, muy astutamente, le pidióa doña Guaya 5 tamales y la muy caníbal se fue a unaesquina a comérselos, dejándome a solas con la malignavástaga, quien, pérfidamente, me engatusó con susojillos de venado y risitas coquetas y yo, debí haberlosabido mejor, caí como estúpido, como caí con lo de lacasas para los obreros que la Dirección a tu cargo, vosAurelio, construyó, aunque nadie viera jamás una sola.Y todavía de bruto, llevé a la Covadonga al bailongoque organizaba el párroco Carreras, ¿te acordás de él?¿Aquel que un día se marchó al monte a combatir lassanguijuelas que desde el poder desangraban al país?Yo tuve el honor de conocerlo, ya que coincidimos enalgunas manifestaciones en contra del gobierno.

En fin, ya en el baile pensé que podría amasar laharina, si me entendés, y me prometí sacarle algo a laniña, aunque fuera la lengua, pero doña Mastodontano nos dejó en paz; lo más que logré fue que lamuchacha anduviera durante todo el bailongo con lasluces altas, je, je, si sabés a qué me refiero, y con elharem de niñas y mujeres del pueblo que manteníasen una de tus mansiones no sé cómo podrías no saberlo.Pero por arte y virtud del diablo, la sed insatisfechaque la doñona me hacía padecer provocaba que meencachinara más por la hija. Ah, qué fregadera la de misuegra infieri, no sé cómo le hacía para tener un ojo enla comida y el guaro, y el otro en nosotros y cuando yoiba a dar el zarpazo la condenada tosía cual vaca viejay me arruinaba el momentito; igual era con sus orejotas

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peludas, con una oía las cumbias y con la otra losdetalles que nos contábamos, aunque aquí sí nos lababoseamos porque quizá el lenguaje más claro sea elsilencio de los enamorados, sin mencionarte las miradasy el toqueteo furtivo de manos; pero el amor es ciego ysordobruto porque no pude, no supe, no quise entenderque todo eso era parte del plan “Tronémonos al Lolo”y simplemente no lo entendí porque jamás me imaginéque protestar y denunciar los abusos cometidos en elpaís por la Administración me iban a hacer importantea los ojos del Señor de las Alturas, es decir, vos Aurelio.

Al final, esa noche, mientras la madre gorila dormíala mona debajo de la marimba, la Covadonga y yosellamos con un beso nuestro amor, o eso creí. Enrealidad firmaba el acta de mi propia defunción, de lacual iba a ser testigo presencial y principal. El mismobeso, vos Aurelio, que le diste a todo un pueblo antesde fugarte con más dinero del que podrías gastarte encien vidas y más crímenes en tu haber que cien años dedictadores.

Lo demás ya no lo supiste. Un noviazgo febril, unaboda muy sencilla y más falsa que tus ideales y, porúltimo, ese viernes santo en el que a la casa que la reinamadre, la princesa y el príncipe consorte compartíanllegó el dinero del “trabajito” (no pensé que tu servidorvaliera tanto, vos Aurelio) y la orden de inmediataejecución. El viernes santo en que la bella y la bestiame dieron arroz con tunco. O eso debiste haber creídomientras leías esta carta “póstuma”.

Era mi vida o la de ellas, así que no lo pensé mucho.El plan fue sencillo: llevar a mi amada suegra a la

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habitación matrimonial, al pie de la cama en donde laCovadonga dormía la siesta. La vieja gorda, borrachacomo siempre, no sospechó nada. Me costó un ojo y lamitad del otro, eso sí, empujarla sobre la Covadonga.Je, je, si hubieras visto a la pesada e inmensa madresofocar, ahogar y destripar a la frágil y compacta hija…Cuando ésta despertó ya estaba media muerta. Porinstinto sacó de debajo del colchón el filoso cuchilloque guardaba para mí y para liberarse comenzó adestazar a la vaca encima de ella. Pero te ahorro losgrasientos detalles. De todos modos ya no vi muchoporque tomé el dinero y, como vos Aurelio, me di a lafuga, aunque en realidad, no maté a ninguna de esasdemonias y lo que hice fue en defensa propia.

El dinero me sirvió para averiguar tu paraderoy viajar a este pueblo abandonado en el que vivís conlujos, disfrazado de ser humano. Sé que estás solo y aeste negro nariz de morcilla le va a dar mucho gustoverte, vos Aurelio, pero más gusto le va a dar a la genteque un día confió en vos. Quizá querrás explicarles quédiablos tiene el poder que destruye a los hombres, auna los buenos. Como has de suponer, te llevo de vueltaa nuestro país, perennemente mancillado por traidorescomo vos.

Esos pasos que escuchás a tus espaldas son losmíos. Sí. Soy yo. El Lolo. Y vengo en nombre de unpueblo que ha ido aprendiendo que si no pone manosa la obra jamás va a saciar su sed de justicia.

Tu seguro servidor,Lolo.

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Puñaladas

Hugo Gordillo*

Inmovilizada por el filo del cuchillo que lepresionaba el cuello, Reina se abandonó a su malasuerte. Dejó cualquier intento de liberación paraescapar del violador. Ya no opuso resistencia, hasta quese consumó la afrenta, el engaño del hombre-bestia quegozaba con cada penetración. Un vaivén grosero queno solo le desgarraba la intimidad. El sístole y eldiástole viril también le golpeaban el alma. De reojolagrimado miraba el puñal que a veces se escondía en-tre su pelo largo y negro. Como que el metal filoso senegaba a ser testigo o cómplice de aquel acto dedesfloración forzada. Ella no sabía qué era másprofundo: si el dolor de su vientre ensangrentado o eldesprecio que sentía por quien retozó hasta cuando sele dio la gana sobre su humanidad frágil.

Al final, Clemente se erigió victorioso, hecho ungladiador que acababa de ganar la última batalla trasuna lucha cuerpo a cuerpo. Guardó el cuchillo UC 201RAMBO III en la funda de cuero.

–Vámonos, vestite, te voy a dejar a tu casa.Ahora la trataba de vos, como si la profanación lo

ubicara muy por encima de la jovencita con la quesiempre había sido amable, respetuoso y comedido, al

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estilo del mejor pretendiente. Ella aceptó que elvictimario la llevara a su casa. Temía que en el trayectoa pie la vieran físicamente golpeada por el tornado dela deshonra y emocionalmente sacudida por elterremoto de la infamia. En el camino, el hombre lafelicitó como a una heroína.

–Así me gustan las mujeres. Arrechas…Dispuestas…¡Como vos! No esas buenitas para nada, que portodo dan de gritos.

Reina iba tan inmóvil dentro del vehículo comoen el momento mismo de su desgracia, con la vista haciael horizonte, sin decir palabra. Cuando el carro sedetuvo enfrente de su casa intentó bajarse de inmediato,pero el violador siguió mandando. Le ordenó que nodescendiera. Él mismo le fue a abrir la puerta, como elcaballero galante que había sido hasta antes de darle elportazo en la faz de su dignidad. Cuando atravesó elumbral de la vivienda, Reina empezó a sentir latotalidad de sus dolores físicos: el vientre lastimado,las ingles aún tensas y los brazos desfallecidos. Cuandoentró en su habitación se desplomó sobre la cama. Dejóde pensar en sí. Se preguntó si las muchachas quehabían salido del área rural para estudiar, como ella,tendrían que pagar ese precio por la superaciónacadémica. Hizo votos porque fuese todo lo contrario.

Pensó en sí misma. En su niñez bucólica, cuandopintaba con tintura de flores que machacaba entrepiedras hasta sacarles la sabia cromática que untabacon los dedos de sus manos sobre cartones. Esasmismas manos con las que moldeaba el barro deinvierno y lo convertía en diminutos trastes para jugar

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a la comidita con sus hermanas. Pero lo que más rescatóentre esos tiempos de inocencia fue el mundo sonoroque le rodeaba y que vivió con más intensidad. Desdemuy temprano se levantaba a escuchar a las aves y seesforzaba por imitarlas. Llegó a descubrir que todanaturaleza, viva o muerta, tiene un sonido;especialmente cuando tensaba los hules de las ondasde sus hermanos y los hacía vibrar con los dedos. Esosy tantos sonidos que había escuchado la empujaron atocar la armónica del abuelo, la guitarra de su tío y,mucho tiempo después, un piano que su padre leregaló por recomendación del maestro de música delpueblo, que descubrió en ella el talento artístico. Sequedó dormida.

Tenía dos semanas de no ver al violador, y lehubiese gustado nunca más volver a verlo. Acababa desalir del colegio. Se dirigía a abordar el bus que de lacabecera departamental la llevaba al municipio, cuandofue copada por un vehículo. Clemente lo manejaba. Lacalle estaba desierta.

–¡Subite!–No gracias–¡No te estoy preguntando!–Déjeme tranquila, por favor.–¡Te vas a subir o te subo yo!¿Otra violación? Reina se subió temblorosa,

pensando en lo peor. Pero el viaje no fue a la casa deClemente, como aquel día negro. Otra vez, como todoun caballero, la llevó a un restaurante donde pidió unlugar apartado. Le ofreció comida. Ella rechazó. Le

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ofreció una bebida. Ella pidió un vaso de agua. Mientrasse hartaba, el hombre recordó en voz alta cómo la habíaconocido. En ese tiempo le echaba flores por su sonrisa,por su exuberante cabellera, por sus ojos de mielvirgen... De pronto se había convertido nuevamente enaquel mozo atento que esperaba ser correspondidoalgún día. Ella esperaba que su verdugo desembocaraen un postre agrio de palabrería, retrotrayendo elmomento de la violación como una burla. Solo eso lefaltaba. Pero el comensal le salió con algo peor:

–Te vas a casar conmigo.La joven se quedó atónita; apendejada por

aquellas palabras que la querían condenar a dormir conel sátrapa por el resto de sus noches. No contestó.Intentó largarse. Clemente se llevó la mano a la cintura.Sacó la daga, la desenvainó y la sembró de un manotazocon fuerza sobre la mesa y siguió comiendo. La mujerse sintió madera cuando vio hundido en el mueble almismo cuchillo con el que la doblegó el sátiro mientrasle apuñalaba carnalmente el pubis. Se sentó sinexteriorizar tanto su sus temores. El victimario soltó lafunda sobre la misma mesa, se limpió la boca con unaservilleta y se llevó la mano a la bolsa de la camisa.Extrajo una carta que dio a leer a su acompañante. Enla medida que pasaba lectura a las líneas, a Reina se ledesfiguraba la cara. La misiva era nada más y nadamenos que un sí de casamiento. El pretendienteesperaba que la novia se la firmara en ese instante.Cuando ella se negó, no faltó la amenaza rampante.

–Si no me firmás la carta, ahorita mismo voy a la aldeacon tu papá. ¿Qué te va a decir cuando vea la sábana

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ensangrentada de nuestra primera vez? Sobre ella nos juramosamor eterno y decidimos guardarla para recordar el inicio denuestra felicidad. Vos dirás si quedás como traidora, como putao como gran señora.

Reina salió enganchada del restaurante. Reciénhabía firmado su esclavitud. Abordó el carro de su amoy señor que, atendiendo las normas de cortesía, la dejónuevamente en la puerta de su casa. Clemente se largóde ahí como el futuro marido. Lo confirmó cuando elfin de semana llevó a Reina a la aldea para oficializarel noviazgo y solicitarla en matrimonio. La futuraesposa dijo que su objetivo inicial era graduarse demaestra ese año. El novio propuso la unión marital paraun día después del acto de graduación. Tenía prisa elbuen Clemente; y así se hizo.

Fue hasta el día de la boda cuando Reina supola relación de su violador con el UC 201 RAMBO III. Enmedio de la fiesta, los amigos militares y compañerosde armas del novio empezaron a lanzar porras deebriedad:

–¡Siquitibín a la Bimbombá, Cuchillo, Cuchillo, ra-ra-ra!

Clemente era especializado en el uso de armasde fuego ofensivas, pero nada lo hacía tan feliz como elmanejo del puñal. Que un asalto, con cuchillo en mano;que una emboscada, hasta llegar a la última de lasvíctimas a cuchilladas; que un allanamiento, preferíala daga mientras sus compañeros actuaban a tiros.Matar a puñaladas era como hacer el amor. Por lo tanto,hacer el amor era como matar a puñaladas. Eso quedóconfirmado durante la noche de bodas. Reina tuvo que

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ser complaciente en la cama con la daga de metal alcuello y el puñal de carne y hueso encaramado sobreella. Esa fue la subsiguiente vida de alcoba de la señorade Cuchillo.

Reina cargó con el piano a la casa marital.Cada tarde tocaba los réquiems más tristes.Tan melancólicos que hacía llorar a una partedel vecindario que los escuchaba. Llegaron aconmover al mismo Clemente, que le prohibió tocar elinstrumento mientras él estuviera en casa. La artistaprefirió dejar el piano por un lado. De todos modoshubo problemas.

–Dicen que ya no tocás el piano.–Ya no. El padre Carlitos hasta me ofreció traerme unas

partituras, pero ya no voy a tocar.–Mirá… No quiero que estés hablando con ese curita.

Y menos que vaya a venir a mi casa. Porque el día que me loencuentre aquí, me lo voy a pasar a filo de cuchillo.

Al siguiente día, la amenazada encontró alsacerdote en la Calle Real y le pidió de favor que no sefuera a asomar por su casa. El cura la tranquilizódiciéndole que no se preocupara. Esa misma noche leiba a llevar las partituras.

–¡No padre, ese hombre es capaz de una diablura!Cuando el día iba cayendo y se acercaba la hora

de los exorcismos, el sacerdote tocó a la puerta. Elmismo Clemente salió a abrir. Hizo pasar al cura a lasala, lo invitó a tomar algo. Conversaron comocaballeros con copas entre manos. El anfitrión le pidióque se quedara a cenar, pero el religioso se negó, entrególas partituras a Reina y se marchó.

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–¿Qué te sucede? ¿Estás loca o qué? Te la pasás sentadafrente al piano y a esos papeles que te dio el cura, haciendocomo que tocás y no tocás nada.

–Solo estoy ensayando. No necesito presionar lasteclas del piano para sentir la música. Además, no molesto anadie.

–Un día de estos vas a tocar o te quito los dedos con elcuchillo.

Cuando amenazaba, siempre mandaba el armablanca por delante. Así era Clemente. Que si había cortede energía, se iba a pasar por el filoso al encargado dela Empresa Eléctrica. Que si se iba el agua, se las iba apagar el alcalde con un corte de destazador. Que si noestá abierta la farmacia, ya le tenía su medicinapuntiaguda al boticario. El día que más enronchado sele vio fue cuando se largó a jugar Pico de Gallo con susamigos militares y sus esposas. El juego consistía enagarrar un gallo inglés vivo, lanzarlo al aire y dispararleantes de que cayera al suelo.

El Pico de Gallo apenas iba por la primera ronda.Clemente tomó su gallo por las patas. El animal estabaasustado y tembloroso. Como que presentía unadesgracia. Cuando el tirador lo lanzó al viento, el galloaflojó el culo y soltó el excremento sobre la cara delpistolero. ¡Qué cagada! Los militares y sus mujereshicieron fiesta de aquella sorpresa. Menos Reina, quele hubiera gustado vengarse con una carcajada, pero letemía a la daga. Por ella se vengó otra mujer a la quelas demás debieron atender por causa de un ataque derisa.

–¡Hoy sí te echaron la bendición, Cuchillo!

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–¡Te salió la cuchillada por el mango!–¡Sos buen cátcher vos Cuchillo!Clemente no soportó las burlas humillantes. Se

fue a lavar la cara y se despidió de los otrosparticipantes. Se largó con su mujer al pueblo. Ibabravo, golpeaba el timón del carro, bocinaba, seresobaba la cara y llevaba impregnado el olor a mierdade gallo en la nariz. Maldecía a quienes se mofaron.Reina iba más callada que de costumbre. Por eso laemprendió contra ella.

–Es que sos una pendeja. ¿Por qué no me avisaste? Tehubieras reído vos también para acabar de joderme, pero ahímismo te hubiera cruzado a cuchilladas.

Reina no volteaba a ver, ni contestaba. Elbendecido en la faz con amoniaco y ácidos de mierdaseenfureció más y aceleró el vehículo. La siguiente curvala pasó patinando. Al tomar la recta, el piloto divisó aun ciclista por la orilla de la carretera de terracería.Cuando se iba acercando a él, dio un pequeño giro detimón y lo atropelló intencionalmente. El hombre pegócon la cabeza en la puerta del copiloto y bañó en sangrea Reina. Clemente frenó unos metros adelante. Saltócon el UC 201 RAMBO III en la mano y corrió a dondeestaba el atropellado. Desenfundó el arma, tomó delpelo a la víctima para degollarla, pero confirmó que elcampesino ya estaba muerto. Por primera vez en suvida, Reina presenciaba un homicidio. Por primera vezen su vida, el carnicero llegaba tarde para acuchillar.

Desde que la pareja llegó a casa, Clementecomenzó a quejarse de dolores en el vientre. Raro en élporque nunca se quejaba. Cuando entró la noche, los

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dolores lo tenían sudando frío, con una palidezcadavérica que cualquiera habría jurado que vio a lamisma muerte. Se había negado a tomar algo para eldolor. Reina le recomendó que fuera donde el médicoporque esos dolores podrían ser algo serio. Nunca lahabía escuchado, y menos ahora que estaba como todoslos demonios. Se levantó de la cama, donde se estabaretorciendo, se dirigió a la sala a buscar el cuchillo yretornó al dormitorio. Se sentó nuevamente en la cama.Tiró la vaina hacia la derecha y volvió la vista a laizquierda, donde estaba su mujer. A Reina se le fue lavida por un instante, creyendo que la iba a matar.Dedujo que estaba loco. Lo infirió por sus ojosdesorbitados. Afortunadamente, para ella, lasintenciones de Clemente eran otras, pues comenzó avociferar.

–No necesito de mujeres como vos, ni de mediquitoscomo el del pueblo. Ahorita me saco este mal yo mismo.

Se dio una palmada en el vientre, preparándolopara ser invadido. Colocó la punta de la daga en elespacio abdominal donde más le dolía. Hundió el armay lo arrastró cortando lo que encontraba a su paso. Lasangre brotó instantánea y se regó. Se pasó el cuchillo ala otra mano y con la diestra metió, primero dos, ydespués tres dedos, buscando el órgano que loatormentaba para extirparlo. Reina salió de laestupefacción y salió corriendo a la calle. Minutos mástarde ingresó a la casa con el médico. Llegarondemasiado tarde. Clemente yacía sobre una poza desangre que emanó de la herida desgarrada con la propiamano. Por primera vez, Reina fue testigo de un suicidio.

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Por primera vez, Cuchillo se había equivocado devíctima, o quizás era la indicada.

Apenas un día después de la novena por el almade su violador permanente, Reina abrió el piano, colocólas partituras frente a su vista y empezó a tocar odas,himnos, codas, sinfonías, etcétera. Estuvo al piano du-rante ocho horas sin interrupción. A la mañanasiguiente, los vecinos le fueron a pedir que siguieratocando esa música tan espiritual. Una semana después,el pueblo la estaba escuchando en la plaza. La músicade la paz, el amor y la alegría habían triunfado a pesarde las cuchilladas... Reina estaba embarazada.

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* Ganador del Tercer Lugar en el Concurso de Cuento Corto convocado por laFundación Myrna Mack, en 2012.

Días de circo

Jonatan Mariano Rodas Gómez*

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Nos conocimos un domingo en la heladería.Belisario Aldana era un hombre de baja estatura ycomplexión gruesa. Cargaba sobre su hombro unmaltrecho rifle que lo recorría desde el pómulo hastalas rodillas. El rancio color café de su uniformecontrastaba lastimeramente con el histriónico paisajede aquel lugar. Me acerqué a él por motivos de soledad,más que por condescendencia. ¡Que calor, verdad!,exclamé para romper el hielo. Contestó con un largosonido de “e” mientras dirigía su mirada al cielo. Escalor de agua usté, añadió segundos después marcandocon fuerza el acento de la última sílaba, señal inequívocade que era de oriente.

Luego en el mismo tono de quien intenta ganarconfianza -o cuando menos trabar una conversación depoco más de un minuto-, le pregunté si no le aburríaese trabajo de estar parado eternamente en aquellapuerta, vigilando el entra-y-sale. Poco hubiera podidosospechar que una pregunta tan banal desataría el nudode agitaciones que desde hace meses le apretaba elcorazón a Belisario -¡y que resultaría en la sostenidaconversación que yo esperaba!-. Belisario se llevó la

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mano al pecho y como en acto de confesión comenzó ahablar sin dejar de mirar al cielo.

2

El circo había llegado al pueblo. Fue una mañanatemplada de noviembre que por la calle principalentró una camionetilla Volkswagen de viejo modelo,rematada décadas atrás por un hippie arrepentidoque la vendió a un importador de carros usados. Leseguía un camión destartalado que se balanceabacomo elefante de caravana, avanzando con lentitud alpeso de los artefactos de una descolorida carpa. Al ladodel chofer venía la internacional Naomi, trayendoconsigo muchas noches de desvelo, una mirada quedevoraba el mundo y un amor que tiraba fuego por laboca.

Los circos pueblerinos no son precisamente unamuestra de elegancia y esplendor. Acostumbran notener animales exóticos, los trapecios no se elevan másallá de dos metros y la música de fondo para crear elambiente de suspenso sale de viejas grabadoras en lasque suena el reguetón insistentemente. Los chistes sonuna repetición forzada de los contados por los patojosen la escuela y, por si fuera poco, el maquillaje yvestuario de los artistas son hechos de combinacionesmal sucedidas de trapos que se encuentran en las pacas.Aquel circo era un poco menos que eso. Una caravanavencida que se instaló en los terrenos baldíos cercanosal campo de futbol de aquel minúsculo y olvidadopueblo.

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Al lugar se presentó el comisario de la delegaciónpolicial con motivo de manifestar su agrado por lacomitiva que “inundaría de alegría los alrededores”.El comisario era un hombre robusto de medianaestatura que cuando hablaba se hurgaba los dientes conlo que tuviera a mano, haciendo imposible entender sireía o pelaba los dientes en tono de amenaza. Tenía lamirada trasnochada y lasciva -como de ojos decocodrilo-, y al contacto de sus dedos con el bigote dabala impresión de estarse saboreando una presa. Fue esala sensación que la internacional Naomi sintió recorrerpor todo su cuerpo cuando aquellos ojos la exploraron.

Cuando el comisario se fue luego de haberanticipado bienvenidas, augurios, bendiciones ypromesas de alguna noche de convivencia “paraestrechar lazos de amistad”, Belisario quedó a cargode informar de todas la formalidades necesarias. Eldueño del circo y los presentes, como de costumbre,asintieron y aseguraron la observancia de las normasde urbanismo según lo decretaban las leyes.

Acto seguido, descuadrándose y relajando losgestos de la cara, Belisario entabló plática preguntandoacerca de su procedencia, del calor del día, de lo largode los viajes, de lo corto del dinero y todas esas cosasque se hablan cuando recién la gente se está conociendo.Bonachón, humilde y servicial Belisario era el tipo depersona en quien se podía confiar ciegamente y no tardómucho en volverse buen amigo de aquella peculiarcomitiva. Gracias a ello (y a las abundantes raciones detortillas que llevaba de su casa al circo) obtuvo deldueño de éste un pase vitalicio para que él, su esposa y

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sus hijos presenciaran el espectáculo mientras durarala temporada.

La esposa de Belisario que prefería las cosas másserias y tenía tanto-que-hacer-que-hay-en-la-casa como paraandar gastando el tiempo en payasadas, nunca asistió.Sus hijos –tres varones y dos mujercitas- por el contrario,celebraron el regalo. A excepción de Edelmira la mayorde 17 años, que recordaba con profunda angustia elsusto que le metió un payaso cuando iba a la escuela.Belisario en cambio hizo buen uso del pase y asistióreligiosamente a todas y cada una de las funciones.Aparte de la lectura dedicada y completa de losperiódicos-cuenta-muertos, no hay otra entretención másagradable para un policía de pueblo tan quieto comoeste, que un circo.

3

Cuando escuchó su risa maloliente en el corredor,el señor alcalde se apresuró a sentarse en su escritorio,agarró unos papeles y disimuló leer con aire degravedad. El comisario entró hurgándose los dientescon el tapón de un lapicero y con falsa reverenciasaludó. “Le traigo noticias frescas” dijo, sin que elalcalde entendiera si se reía o rechinaba los dientes.Inquieto por la presencia de la secretaria, pidió a estaque se retirara y dio la orden de que no lointerrumpieran.

Rufino Concepción Barrientos intentó en otrotiempo ser un alcalde firme y probo. Pero una vezsaboreados los beneficios que el poder le generaba,

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sobre todo para satisfacer su capricho por las mujeres,no tuvo otra más que aceptar y seguir los bisnes armadosjunto al comisario. Aprovechando que algunos de esos“asuntos delicados” debían ser discutidos, el comisariohabía llegado con el alcalde para informarle acerca deun culito que podría interesarle.

“El alcalde es un cogelón” dijo Belisario en tonode reclamo al dueño del circo. El hombre que tirabafuego por la boca escuchaba la plática mientras secortaba las uñas de los pies con una navaja. En el fondointuía que aquella declaración de Belisario iba acambiarle la vida, o aún más, que ese sería el inicio deldestino que Nandani la vieja hechicera del circo, le leyóen las palmas de las manos. Nandani según se decíavino de tierras muy lejanas y aprendió a ver el futurogracias al dolor de su pasado. Cuando lo vio porprimera vez, se sintió atraída por la esbeltez del cuerpode aquel muchacho de 17 años que limpiaba la jaulade un tigre que alguna vez existiera en el circo. Excitadalo llamó una tarde a su camarote, justo antes de lafunción de las cinco. Lo tomó de la muñeca mientrassu mirada escrutaba cada detalle de su rostro, sin poderdistinguir si lo que realmente la movía hacía él eraternura o deseo. Fue hasta examinar la palma de sumano que, como pocas veces, toda su fuerza erótica setransformó en sentimientos maternales al tener laintuición de su futuro. Esa intuición le dolió de lamisma forma que si ella misma hubiera parido almuchacho.

“Tu destino es el fuego” fueron las palabrasapesadumbradas que salieron de la boca de la hechicera.

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El muchacho sonrió pues días atrás había sidoascendido de limpiador de jaulas a miembro del elencoartístico del circo. Ahora tenía definido ya su papel enese elenco: ¡sorprendería a todo el mundo con suhabilidad para entendérselas con el fuego! Escuchandoahora a Belisario, pudo comprender la aflicción deNandani, que no supo entender a su momento.

4

Las tardes de noviembre en el oriente llevansiempre el anuncio de nostalgia, producto de laresistencia del sol a ceder su incandescencia y del vientosuave que sopla secando el sudor frío delcuerpo. Belisario caminaba plácidamente por las callesdel pueblo, después de apersonarse a un lugar comotestigo de un casamiento que justo en medio de laboda se convirtió en nacimiento. Ordóñez lo encontróa medio camino y lo invitó a subirse a la auto-patrulla.En el rumbo le dijo que el comisario lo requería paratratar un asunto de suma importancia. En la estación elcomisario le explicó que debía entregar una notificaciónal dueño del circo, en la que según disposicionesmunicipales emitidas por el honorable Consejo -segúnconstaba en el acta número tal, del día tal, punto tal-se resolvía en virtud de lo anterior (que se consignabaposteriormente), y en base a los artículos 37, 38,sección IV “De espectáculos, arte, cultura, deporte yotros hechos que atentan contra la vida y el libreejercicio de la democracia”, sancionar al referido localpor incumplimiento de pago de tasa municipal por uso

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de terreno, circulación de vehículos, gastos deenergía eléctrica, teléfono y otros servicios (pendientesde instalar), que la autoridad respectiva y competenteconsideró gravar sin perjuicio de sí y con (o sin, segúnsea el caso) completa renuncia del fuero de suresidencia. Pesaba además denuncia recibida ante elseñor comisario por parte de respetables vecinos yconcupiscentes cristianos, que el (nuevamente)referido local atentaba contra los principios, valores ytradiciones de dicha comunidad por lo que se rogaba alas autoridades competentes (o sea, él) que sepusiera un hasta-aquí a tan denigrante fuente dedesorden y mal ejemplo que los integrantes del (otravez) referido local daban a la juventud, ávida debuenos ejemplos.

Además de no haber entendido muy bien elargumento, Belisario leía y releía la nota tratando deentender en cual de todos los puntos se encontrabaexactamente la queja principal contra el circo. Por loque a su sentido común concernía, más que motivo dequeja el circo era razón de alegría y entretenimientopara el pueblo.

De cualquier forma consideraba correcto que eldueño del circo se presentara para rendir declaración ysolventar el asunto de los impuestos. Por el contrariole olía raro que en lugar de comparecer a la oficina deasuntos municipales debiera hacerlo en la casa delalcalde y, por si fuera poco, que se solicitara la presenciade la internacional Naomi.

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La gente del pueblo no se equivocaba en pensarque las mayores atracciones del circo eran el hombreque tiraba fuego por la boca y su amada, la internacionalNaomi. Pero contrariamente a las ideas del sentidocomún, esta fama no les venía del hecho de que sushermosos cuerpos eran, sin duda, una nota disonantey agradable en medio de aquel ejército en harapos y dealegrías descoloridas. Se trataba más bien de la empatíaque generaban sus corazones de circo que esperabanel día en que la alegría y la plenitud fueran cosasverdaderas, y no el producto de funciones en la pista.Cualquiera que los viera podría reconocer en ellos ados almas gemelas. Naomi era delgada, grácil, de ojosgrandes y manos delicadamente alargadas. De niñaquiso hacer ballet y ya de grande quería ser ella. Por esemotivo, y otras tantas cosas que nunca dijo, poco o nadale importaban las banalidades de la belleza y lo que,según decían, podía conseguir con ella. Con el hombreque tiraba fuego por la boca a su lado; el número derebotar en la cama elástica –que la hacia soñar con eldía en que realmente volaría-; y los poemitas queescribía en envoltorios de dulces cuando caía la tarde,la internacional Naomi tenía todo lo que necesitaba yno deseaba nada más.

No era esto lo que pensaba el señor alcalde quienestaba acostumbrado a comprar hasta a las almas máspuras y sacrosantas. Cuando Naomi entró con el dueñodel circo a la casa del alcalde, éste la recibió con unagargantilla de imitación de oro, que minutos antes

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había comprado en el mercado. Luego de recorrerla conla mirada para corroborar lo dicho por el comisario,como interrumpido de un sueño el alcalde se dirigió aldueño del circo. Lo llamé, dijo, para ver de qué maneraresolvemos el asunto.

El dueño del circo, que entendía las razones realesde aquel encuentro, permaneció callado y eso incomodóvisiblemente al alcalde quien como era de esperarseno tenía suficiente evidencia para fundamentar losseñalamientos hechos. Quiso justificarse, y justo cuandola estupidez comenzó a subirle al rostro en forma detorrente sanguíneo recordó que, tal como decía elcomisario, allí la autoridad era él y si él decía que algoestaba incorrecto era porque lo estaba, fuera de eso notenía por que darle explicaciones a nadie. Se levantóde su asiento y caminó parsimoniosamente por la salacon las manos en la espalda, tal como recordaba lohacían los grandes estadistas; se aproximó a la ventanadesde donde observó a la internacional Naomi, quesalió de la habitación luego de la entrega del regalo. Semordió los labios lujuriosamente al verle las piernasque le colgaban, como si fueran de muñeca de trapo,en la fuente donde estaba sentada.

Usted sabe que no es el pisto lo que me interesa,dijo el alcalde. Y sin embargo es toda la riqueza delcirco la que pretende, pensó entre irritado y triste eldueño del circo. No había necesidad de aclarar estepunto. Pero ¿por qué tendría que ser él, un hombre viejoy sin futuro al que apenas un papel lo ligaba a lapropiedad de un circo del que él mismo no pasaba deser otro de sus tantos personajes, al que se le exigía la

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entrega de la internacional Naomi? Quizás porque elviejo era como un padre para todos los habitantes delcirco y su voluntad era respetada. Que debería quedarseen casa del alcalde si el dueño del circo se lo pedía, deeso no le cabía duda a la internacional Naomi. Y que elhombre que tiraba fuego por la boca debía aceptar ladecisión tomada sin cuestionamientos, tampoco habíaduda.

Pero no habría necesidad de pasar por esto, porquesi en algo tenía experiencia el dueño del circo era ensaber librarse de pretendientes de ese tipo, que en cadapueblo habían amenazado la felicidad de aquellapareja. Esta ocasión sin embargo sería muy diferentepues el de ahora (o los de ahora, si consideramos laparticipación del comisario) harían cualquier cosa porposeer a la grácil e ingenua internacional Naomi.

Esa convicción se redobló, en parte por la negativadel dueño del circo en entregar a la muchacha, en parteporque tales atrevimientos para con la autoridad no leparecían coherentes con el tipo de personas que, segúnél, debían ser los habitantes de un circo. Ya no era lacalentura la que lo movía, era el ego lastimado.

Mejor panorama no pudo habérsele presentado alcomisario quien buscaba desde varios días atrás a los“presuntos responsables” de hechos delictivos que lotenían con la cola machucada. Fue esta mezcla de interésen encontrar culpables para su culpa y satisfacer el egodolido de aquel hombre “necesitado”, lo que llevó alcomisario a sugerir una investigación y “persecucióninmediata” del presunto sospechoso de los maleshabidos y por haber en el pueblo. Estaba seguro que

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su aprehensión daría frutos para conseguir ladisposición de la muchacha.

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Aquella noche ninguno de los dos lograba conciliarel sueño. El hombre que tiraba fuego por la boca pasósu mano por el rostro de la internacional Naomi queaún conservaba el gesto de asco de la tarde, como siadivinara que tarde o temprano los deseos del alcaldeacabarían por cumplirse. Recordó que la conocía desdeel día de su nacimiento. Su padre fue un poderoso yefímero espectador de uno de los pueblos a los quellegó el circo, su madre -Casiopea La Bella- al igualque ella, fue bailarina del circo y murió al tenerla. Desdeentonces la niña quedó a cargo del eterno enamoradode Casiopea La Bella, el dueño del circo, quien leenseñó todo lo que sabía sobre las artes circenses y lavida.

Movido por una rabia pocas veces experimentadaen su vida, el hombre que tiraba fuego por la bocaarrancó a la internacional Naomi de la cama, jaló unamochila y sin detenerse a escoger metió unas cuantasmudadas para ambos.

¿Por qué no había hecho esto antes? ¿Por qué nuncahabía aceptado que le aterraba tener que salir al mundoy hacerse de una vida diferente a la que le ofrecía elcirco, porque él solo sabía tirar fuego por la boca? Seinterrogaba mientras planeaba la huida. Lainternacional Naomi aún no convencida lo seguía ensu atribulada carrera por la pequeña carpa que hacía

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las veces de cuarto. ¡Hay que decirle al dueño del circo!,¡hay que decirle al dueño del circo! Repetía ella coninsistencia.

Pero las decisiones se toman en el momento o nose toman. En el circo no tenía más destino que seguirsiendo considerados el desperdicio de la condiciónhumana. Cualquiera podía reírse de ellos, cualquieratransaba con ellos, cualquiera podía si quería cogérseloscuando quisieran.

El dueño del circo, que tras muchos años de velahabía generado ese sexto sentido que produce lamaternidad capaz de escuchar el suspiro de un bebé amuchos metros de distancia, escuchó los pasos queabandonaban para siempre la gran carpa delespectáculo.

La gente puede llegar a ser malvada dijo Belisario.La lluvia estaba en aumento y en el interior de laheladería se había formado un gran tumulto de gente.Belisario volteó a ver y dijo resignadamente “mírelos,ahorita no hay quien entienda razones, mejor dejarpasar el agua”.

Y mejor dejar pasar el fuego, fue también lo quepensó meses antes cuando frente a su casa pasaba,según consta en el parte policíaco, “una turbaenardecida”. Belisario se vistió rápidamente y salió ala calle siguiendo al tumulto que se dirigía hacia el circo.Regresó a traer su teléfono e intentó comunicarse conel comisario pero este no respondía; probó suertes conel alcalde pero tampoco obtuvo respuesta.

Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando losvecinos enardecidos exigieron al dueño del circo la

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entrega del hombre que tiraba fuego por la boca. Se leacusaba entre otras cosas, de pervertir a los jóvenes delpueblo, del robo de gallinas, extorsión a los negocios yventa de sustancias indebidas. El dueño del circopermaneció callado sabiendo que quizás nada de loque dijera calmaría los ánimos de la gente que ya habíaempezado a destrozar el circo.

Al hombre que tiraba fuego por la boca loencontraron en el campo de futbol. Sólo, sudoroso ysin embargo calmado como quien finalmente seencuentra cara a cara con su destino. Solo comenzó asentir miedo cuando vio un grupo de gente que traía arastras a la internacional Naomi, entonces todo ellíquido de su cuerpo le desbordó la existencia.

Cuando Belisario llegó al campo ya el cuerpo delhombre que tiraba fuego por la boca estaba bañado engasolina. Hubo tiempo apenas para que los ojos deambos se encontraran. El hombre que tiraba fuego porla boca temblaba y con su mirada parecía suplicar aBelisario que siguiera al grupo que se había llevado ala internacional Naomi. Belisario sin entender aquellamirada, estaba petrificado y un vacío lo penetrabadesde la garganta hasta la raíz. Se vio de nuevo en elsalón municipal el día que fue juramentado comoagente de la seguridad democrática, y el pecho se leinflaba al sentirse garante de la soberanía y los valoresciudadanos de la gran nación. Pero contrario a aquellaocasión en que la población agitaba sus banderitas alcielo, ahora esos mismos pobladores agitaban lasmechas que darían inicio al que fuera el último granespectáculo de aquel, que como los grandes artistas,

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estaba por convertirse él mismo en su propia obra.Los sucesos no requirieron de mucho trámite. Al

mal paso darle prisa. Por unos instantes el campo sevio iluminado por una bola de fuego que se resistió ahuir de su destino. La oscuridad de la madrugadacomenzaba a ceder al alba y provocaba en el ambienteun contraste de nostalgias. Belisario tocado en las fibrasmás sensibles de su alma no sabía si llorar, si gritar oaplaudir ante tremendo espectáculo.

El relato se cortó por un largo silencio de Belisario.Yo al igual que él en aquel instante tampoco supe quedecir. Recordé la estupidez de mi pregunta yavergonzado me despedí de aquel hombre. Como sifuera el sonido de una avioneta que se pierde a ladistancia, le escuché decir “estamos a la orden”,mientras corría para protegerme de la lluvia.