antología cuento fantástico

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 La muerte Enrique Anderson Imbert La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a  pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido u n relámpago) la autom ovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró. -¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha. -Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña. -Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto! -No, no tengo miedo. -¿Y si levantaras a alguien que te atraca? -No tengo miedo. -¿Y si te matan? -No tengo miedo. -¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía l os ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e- r-t-e. La automovilista sonrió misteriosamente. En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desaparec ió.

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La muerte

Enrique Anderson Imbert

La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio enel camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.

-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.

-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba lamontaña.

-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por elcamino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!

-No, no tengo miedo.

-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?

-No tengo miedo.

-¿Y si te matan?

-No tengo miedo.

-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos,imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.

La automovilista sonrió misteriosamente.

En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. Laautomovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

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La sombra de las cosas

 

Fernando León de Aranoa

 

Carmelo nació sin sombra. El médico se dio cuenta al instante. Se lo dijo a su padre, pero su padreno lo comprendió. Todos en su familia habían tenido sombra hasta entonces, era la primera vez quesucedía algo semejante. Miró acusador a su mujer, que no supo qué decir. A quién habrá salido, sinsombra, se preguntaba su padre desolado.Los mejores médicos de la ciudad estudiaron su caso, pero poco pudieron hacer. Los padres deCarmelo reunieron el dinero para llevarle a otro país, donde un doctor experto en la materia habíaresuelto casos similares. Ha habido experiencias, les explicó, de trasplantes de sombra que se hanrealizado con éxito. Habrá que encontrar una que se adapte al tamaño de su hijo, a su altura, a su

 perfil… Pero Carmelo rechazó todas las sombras. El de su hijo es un caso particularmente agudo,les dijo el doctor mientras les cobraba la factura.

Carmelo creció sin sombra. Sus compañeros de escuela pronto se dieron cuenta y se reían de él.”¿Por qué yo no tengo sombra?” Le preguntaba Carmelo llorando cada noche a su mamá. Porque tucorazón es tan grande y tu alma tan sencilla, le decía ella, que se puede ver a través tuyo. Carmelose convirtió en un joven huraño, huidizo. Sólo salía a la calle los días nublados, cuando las nubesrobaban las sombras a todos y hacían de él uno más.

Un maravilloso día sin sol, en un parque cercano, Carmelo conoció a Tulipán, tan llena deadolescencia, tan dulce, hermosa como una nube. Juntos hablaron y se rieron, buscaroncomplicidades y hallaron acuerdos, cambiaron miradas, latidos, secretos, hicieron un pacto sin ellos

saberlo. Quedaron en verse otro día, en la esquina de Alameda con Hidalgo, junto a una farola y un puesto de flores, que atiende una anciana encorvada.

Carmelo aguardaba, sufría en silencio. Los días se sucedían soleados y en la radio decían que loseguirían siendo durante mucho tiempo. La noche anterior a la cita Carmelo no pudo dormir. Rezó

 para que amaneciera nublado, pero no fue así. Aquel fue el día más radiante y despejado de cuantosse recuerdan en la ciudad. El cielo vistió esa mañana su mejor traje azul y Carmelo acudió a la cita,sin sombra y con miedo. A punto estuvo de pintarla en el suelo, pero desistió. Las horas, a su paso,habrían hecho girar las otras sombras dejando la suya en postiza evidencia. Y el miedo venció alamor. Carmelo prefirió conservar intacto el recuerdo de su maravilloso y nublado encuentro, la otratarde en el parque. Antes de que llegara Tulipán, Carmelo, borracho de pena, se fue para siempre.

Si hubiera estado allí cuando la chica apareció en la esquina, atribulada, con retraso, Carmelo habría pensado que estaba aún más hermosa que la otra vez. Si hubiera estado allí, habría descubierto queTulipán era, como él, una chica sin sombra, y que juntos, tal vez, podían haber vivido una vidamaravillosa, de nublado porvenir, en algún país del norte, donde el sol, respetuoso con su amor, selo pensara seis veces antes de salir.

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El Otro YoMario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas,

hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba ArmandoCorriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente ,se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacíasentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello,Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos delos pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuandodespertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo quéhacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a lamañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensóque ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva ycompleta vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad einmediatamente estalló en risotadas.

Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, elmuchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte ysaludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura delesternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía,

 porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

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Ladrón de sábadoGabriel García Márquez 

Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana,la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la

 pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, suniña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo

 piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana ygozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no regresa de su viajede negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones delseñor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la cava y que ponga algo demúsica para cenar, porque sin música no puede vivir.

A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su

casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muyalejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa deHugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es laconductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas lasnoches, sin falta. Hugo es su gran admirador y mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue

en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comportatranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde porque elsomnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha habido unaequivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres.

A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, ensu recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana sesorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin decuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.

En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso, pero Ana inventaque la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientrassilba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta, pero que nunca

 puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailanhasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente, se queda dormida. Rendidos,terminan tirados en un sillón de la sala.

Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana seresiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no semetan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo miraalejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa, le dice, mirándole muyfijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón desábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.

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La soga

Silvina Ocampo

 

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de

agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Estos juegos loentretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, parasubir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos loentretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñitohabía esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizouna hamaca colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar delos árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamanos,finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía con lacabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito lasescaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y

la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tantamaestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida quelos dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”

La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capazde ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un pocoviscosa y desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y, a veces, por las mañanas, entresus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla alaire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a susmovimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, pararetorcerse mejor.

Si alguien le pedía: —Toñito, préstame la soga.

El muchacho invariablemente contestaba: —No.

A la soga ya le había salido una lengüita, en el sitio de la cabeza, que era algo aplastada, con barba;su cola, deshilachada, parecía de dragón.

Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.

¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas,en los museos, en todas partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.

La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula,vamos Prímula.” Y Prímula obedecía.

Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle lacabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.

Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todoel mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga.Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabezade Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa.

Así murió Toñito. Yo le vi, tendido, con los ojos abiertos.

La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

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Historia de los dos que soñaron

Gustav Weil

 

Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no

duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal quetodas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a undesconocido que le dijo:

 —Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.

A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de losdesiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero enel recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita.Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso una pandilla de

ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distritoacudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar lamezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizocomparecer y le dijo:

 —¿Quién eres y cuál es tu patria?

El hombre declaró:

 —Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub el Magrebí.

El juez le preguntó:

 —¿Qué te trajo a Persia?

El hombre optó por la verdad y le dijo:

 —Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoyen Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.

El juez echó a reír. —Hombre desatinado —le dijo—, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, encuyo fondo hay un jardín y en el jardín, un reloj de sol y después del reloj de sol, una higuera, y

 bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, has erradode ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estasmonedas y vete.

El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso,el Oculto.