ANTOLOGÍA POÉTICA 1940-1975

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IEES SEVERO OCHOA DE TÁNGER 2º BACHILLERATO. CURSO 2012-2013 ANTOLOGÍA POÉTICA 1940-1975 Homenaje a los “viejos” poetas vivos de la segunda mitad del siglo XX: Eugenio de Nora Pablo García Baena Francisco Brines Leopoldo María Panero José Caballero Bonald Carlos Bousoño Carlos Sahagún Pere Gimferrer Ana María Moix

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IEES SEVERO OCHOA DE TÁNGER

2º BACHILLERATO. CURSO 2012-2013

ANTOLOGÍA POÉTICA 1940-1975 Homenaje a los “viejos” poetas vivos de la segunda mitad del siglo XX: Eugenio de Nora Pablo García Baena Francisco Brines Leopoldo María Panero José Caballero Bonald Carlos Bousoño Carlos Sahagún Pere Gimferrer Ana María Moix

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DÁMASO ALONSO (1898-1990)

Todos los días rezo esta oración al levantarme:

Oh Dios, no me atormentes más. Dime qué significan estos espantos que me rodean. Cercado estoy de monstruos que mudamente me preguntan igual, igual que yo les interrogo a ellos. Que tal vez te preguntan, lo mismo que yo en vano perturbo l silencio de tu invariable noche con mi desgarradora interrogación. Bajo la penumbra de las estrellas y bajo la terrible tiniebla de la luz solar, me acechan ojos enemigos, formas grotescas me vigilan, colores hirientes lazos me están tendiendo: ¡son monstruos, estoy cercado de monstruos! No me devoran. Devoran mi reposo anhelado, me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma, me hacen hombre, monstruo entre monstruos.

No, ninguno tan horrible como este Dámaso frenético, como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos, como esta bestia inmediata

transfundida en una angustia fluyente, no, ninguno tan monstruoso como esta alimaña que brama hacia ti, como esta desgarrada incógnita que ahora te increpa con gemidos articulados, que ahora te dice: «Oh Dios, no me atormentes más, dime qué significan estos monstruos que me rodean y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente

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en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

VICENTE ALEIXANDRE (1898-1984)

Perdonadme: he dormido. Y dormir no es vivir. Paz a los hombres. Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan. ¿Vivir en ellas? Las palabras mueren. Bellas son al sonar, mas nunca duran. Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora o cuando el día cumplido estira el rayo final, ya en tu rostro acaso. Con tu pincel de luz cierra tus ojos. Duerme. La noche es larga, pero ya ha pasado.

Unas pocas palabras en tu oído diría. Poca es la fe de un hombre incierto. Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse. Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian: tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque, el alma a solas. Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos. A quien los ve responden. Pero nunca preguntan. Porque si sucesivamente van tomando

de la luz el color, del oro el cieno y de todo el sabor el pozo lúcido, no desconocen besos, ni rumores, ni aromas; han visto árboles grandes, murmullos silenciosos, hogueras apagadas, ascuas, venas, ceniza, y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas, restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven. Unas pocas palabras, mientras alguien callase; las del viento en las hojas, mientras beso tus labios. Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno. Suena el agua en la piedra. Mientras, quieto, estoy muerto.

DIONISIO RIDRUEJO (1912-1975)

Asalto Suave y firme tu mano. No tembló tu corazón; era un instante de calma y superficie en tu voz como plata con arena y en la húmeda pizarra de tus ojos. Ha sido ahora, ausente, cuando el tacto recuerda una caricia y sangre adentro va tu aroma alzando el oleaje y quema tu piel de oro. Sufro extrañado en esta mano nueva con su emoción de almendro, que late y crea al recordar. La paso por los objetos de costumbre: el hierro, la madera, el cristal, la lana –tuyos y una descarga eléctrica de rosas los hace carne viva.

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LEOPOLDO PANERO (1909-1962)

Canción de la belleza mejor ¿Tan alegre estás tú que te has quedado, corazón, sin palabras? ¿Ya no sabes decir? ¿Hablar no sabes como ayer? ¿Estás mudo para siempre y en paz? ¿No ves los ojos más dulces cada día que cantaste; la frente un poco triste, levantada. pálidamente hacia el cabello leve la cabeza de niña...? ¿No es mejor y más honda su belleza? ¿Tan alegre estás tú que te has quedado ciego como al andar sobre la nieve? ¿No ves ya su hermosura? ¿No la sabes decir? ¿Estás callado para mejor soñar lo que has vivido? ¿No queda primavera entre tus huesos? ¡Oh vida retirada en lo más dulce! ¡Oh límite en penumbra, casi el alma!

LUIS FELIPE VIVANCO (1907-1975)

Cálida voz despierta en tu dulzura, tierno temblor en tu quietud florece, y una experiencia virgen que se ofrece con el asombro de su nieve pura. Donde tu cuerpo anuncia sombra oscura la claridad más viva resplandece, y su milagro recogido acrece

toda la fe que mi dolor apura. Porque siempre detrás de tu mirada reina la sombra, y misteriosa impera tu altiva convicción de ser amada. ¿Cómo soñar tu gracia verdadera si estás en mi ilusión acompañada por una oscuridad que no quisiera?

LUIS ROSALES (1910-1992)

Abril, porque siento, creo, pon calma en los ojos míos, ¿los montes, mares y ríos, qué son sino devaneo?; mirando la nieve veo memoria de tu hermosura, y cuando vi en su blancura tu inmediata eternidad, ¿fuiste sino claridad, temblor, paciencia y dulzura? Tu leve paso indolente deja en mis ojos su aroma, los ojos en donde toma revelación permanente; bienaventuradamente nacieron para el olvido, tu piel de asombro encendido, tus ojos de limpio viento, y esta ternura que siento «herido de amor huido». Los sitios donde has estado en la memoria los llevo sólo para ver de nuevo

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el rastro que allí has dejado; la tierra que tú has pisado vuelvo a pisar; nada soy más que este sueño en que voy desde tu ausencia a la nada. me hizo vivir tu mirada: fiel al tránsito aquí estoy.

VICTORIANO CRÉMER (1906-2009)

Extenso mar, o renovado velo; cuna del sueño, en la que el ser madura; alondra vertical ganando altura en la flotante música del vuelo. Si látigo, te ciñes con anhelo. Si beso, resplandece tu blancura y la tierra redime su clausura en la pradera extática del cielo. De la raíz del hombre te alimentas, de sus juegos más nobles, y le dejas como una negra tierra fecundada. ¡Mírame ciego, Amor, buscando a tientas, en un mundo de adioses y de rejas, la salvadora luz de tu mirada!

EUGENIO DE NORA (1923-)

Yo, muchacho aldeano, regresando por mis años de fresca y verde senda, traigo, para tu tiempo, la alegría de aquella inagotable primavera.

Para tu boca traigo la caricia de tantas flores de color que sueña; para tus ojos en los que oscurece, la estrella de la tarde triste y bella. Traigo la voz del agua que ha pasado en el silencio tibio de la hierba; te traigo el cielo, corazón sonoro con álamos de música y ribera. Abre tu alma. Mira el valle inmenso. Nos ha correspondido esta riqueza. es todo tuyo. El borde de la dicha va más allá del tiempo y de la tierra.

JOSÉ GARCÍA NIETO (1914-2001)

Canta el mar a mis pies, canta y resuena, y dice su mensaje apresurado hasta escalar la soledad del prado donde otra playa de verdor se estrena. Se ve en la hondura el oro de la arena, la sangre de la ola, en el tejado, ya allá, el azul del cielo, traspasado por la niebla que al monte se encadena. Amor del que nací, vuelve y empieza de nuevo donde surge la belleza y hace jugoso todo cuanto toca. Corazón enredado, sal si puedes, o besa entre los hilos de estas redes la misma sal de aquella antigua boca.

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RAFAEL MORALES (1919-2005)

Quizá tan suave como mano, acaso como temblor de rama sensitiva, como estela de un ala fugitiva o tenue luz rosada del ocaso, llega hasta mí, perdida entre la brisa, -ave de amor, caricia derramada-, la dulce plenitud de tu mirada, fundida con tu voz y tu sonrisa. De caricia de amor se van poblando mi alma y el paisaje en que te siento; mi corazón se esparce con el viento y van las naves por la mar soñando... Olvídanse las cosas de su peso, y, al brillar una estrella por lo oscuro, siento tan alto el corazón y puro que ignoro si te beso o si la beso.

GABRIEL CELAYA (1911-1991)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas, cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades. Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo. Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo. Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros. Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho. No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

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Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Salpicada de espuma, de salitre, desnuda, desde el mar, viene gritando: La vida, sí, la vida misma: ¡Un delirio por los prados! Desde mi ventana blanca, con los brazos extendidos, la estoy llamando con voces de un ardor desmelenado. Salpicada de espuma, de salitre, desnuda, por los campos, va gritando. ¡La vida, sí, la vida misma! Pálido y alto, callado, la mira pasar llorando.

Más allá del pecado, indecible, te adoro, y al buscar mis palabras sólo encuentro unos besos. En el pecho, en la nuca, te quiero. En el cáliz secreto, te quiero. donde tu vientre es combo, fugitiva tu espalda, oloroso tu cuerpo, te quiero.

BLAS DE OTERO (1916-1979)

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre aquel que amó, vivió, murió por dentro y un buen día bajó a la calle: entonces comprendió: y rompió todos su versos. Así es, así fue. Salió una noche echando espuma por los ojos, ebrio de amor, huyendo sin saber adónde: a donde el aire no apestase a muerto. Tiendas de paz, brizados pabellones, eran sus brazos, como llama al viento; olas de sangre contra el pecho, enormes olas de odio, ved, por todo el cuerpo. ¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces en vuelo horizontal cruzan el cielo; horribles peces de metal recorren las espaldas del mar, de puerto a puerto. Yo doy todos mis versos por un hombre en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, mi última voluntad. Bilbao, a once de abril, cincuenta y uno. Blas de Otero

Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio,

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me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada. Digo vivir, vivir como si nada hubiese de quedar de lo que escribo. Porque escribir es viento fugitivo, y publicar, columna arrinconada. Digo vivir, vivir a pulso, airadamente morir, citar desde el estribo. Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro, abominando cuanto he escrito: escombro del hombre aquel que fui cuando callaba. Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra más inmortal: aquella fiesta brava del vivir y el morir. Lo demás sobra.

RICARDO MOLINA (1917-1968)

Estoy desnudo, el sol con fuego dice cuanto diría el hombre enamorado. Basta el silencio a confesarlo todo, si tendido en la orilla de algún río el hombre calla y en su pecho, mudo, un sol como el del cielo resplandece. Ya lo sabemos todo. Que son rojos los labios que se besan en la orilla,

que la vida es un breve y dulce abrazo y que con la mañana una alegría sin nombre nos invade silenciosa. Ya no necesitamos las palabras. Ya basta el sol que besa, basta el río que nos lleva en sus ondas lentamente, el viento que los ojos acaricia, la verde sombra que en la boca tiembla.

JOSÉ HIERRO (1922-2002)

Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio, tornar a este instante. Me da pena soñarme rompiendo mis alas contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme. Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres la apariencia tranquila del aire, esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura, el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde, ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos, cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase... Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas. Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme, poblando otra tarde como ésta de ramas que guarde en mi alma, aprendiendo en mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.

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Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe. Por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía. Era alegría la mañana fría y el viento loco y cálido que embiste. ( Alma que verdes primaveras viste maravillosamente se rompía. ) Así la siento más. Al cielo apunto y me responde cuando le pregunto con dolor tras dolor para mi herida. Y mientras se ilumina mi cabeza ruego por el que he sido en la tristeza a las divinidades de la vida.

Me tendí sobre la hierba entre los troncos que hoja a hoja desnudaban su belleza. Dejé el alma que soñase: volvería a despertar en primavera. Nuevamente nace el mundo, nuevamente naces, alma (estabas muerta). Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo: tú dormías, esperando ser eterna. Y por mucho que te cante la alta música de las nubes, y por mucho que te quieran explicar las criaturas por qué evocan aquel tiempo negro y frío, aunque pretendas hacer tuya tanta vida derramada (era vida, y tú dormías), ya no llegas a alcanzar la plenitud de su alegría: tú dormías cuando todo estaba en vela. Tierra nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro... (Alma mía, ¡quién te dijo que durmieras!)

CARLOS EDMUNDO DE ORY (1923-)

Ella es mi escarabajo sagrado Ella es mi cripta de amatista Ella es mi ciudadela lacustre Ella es mi palomar de silencio Ella es mi tapia de jazmines Ella es mi langosta de oro Ella es mi kiosko de música Ella es mi lecho de malaquita Ella es mi medusa dorada Ella es mi caracol de seda Ella es mi cuarto de ranúnculos Ella es mi topacio amarillo Ella es mi Anadiómena marina Ella es mi Ageronia atlantis Ella es mi puerta de oricalco Ella es mi palanquín de hojas Ella es mi postre de ciruelas Ella es mi pentagrama de sangre Ella es mi oráculo de besos Ella es mi estrella boreal.

PABLO GARCÍA BAENA (1923-)

Hace ya tiempo que no sé de ti y está la sierra como te gustaba con el otoño. Por Escalonias y por San Calixto a las primeras lluvias han crecido las hierbas y una seña silenciosa

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me entregan tuya en verdor y aroma. Las ciervas ramonean acebuches y está la brama resonando fiera, en el fragor del monte su sollozo. El venado de sombra taciturna alza la cuerna como un candelabro que incendiara de celo y oro el bosque, y el jaro jabalí híspido bate el hosco ramo prieto de la encina, tal me decías. Hace ya tiempo que callas, lejana. Mañana de los lunes en el viejo archivo provincial, legajos, cintas rojas de las carpetas, boletines. Todo el oficinal rito perenne se estremecía al aire del lentisco, al varear de juncos en las fugas, al corno inglés en óperas de Weber. Y queda aún olor de jara y pólvora, en el veraz relato, entre tus manos, hace ya tiempo. Y pienso en ti y sonrío y me es grata tu memoria, como una prenda usada de abrigo al calofrío de la casa.

CARLOS BOUSOÑO (1923-)

Pasa la juventud, pasa la vida, pasa el amor, la muerte también pasa, el viento, la amargura que traspasa

la patria densa, inmóvil y dormida. Dormida, en sueño para siempre, olvida. Muertos y vivos en la misma masa duermen común destino y dicha escasa. Patria, profundidad, piedra perdida. Piedra perdida, hundida, vivos, muertos. España entera duerme ya su historia. Los campos tristes y los cielos yertos. Sobre el papel escrita está su gloria: querer edificar en los desiertos; aspirar a la luz más ilusoria.

Tú y yo, los dos, bajo la luz del día, bajo la luz que dura en lo inocente, ¡Oh, sí, los dos, bajo la luz riente queremos ser! Queremos... Yo querría. Contra la sombra o la melancolía, contra las injusticias del presente, quién te tuviera siempre, siempre... ¡Tente amor pequeño, campo de alegría! Y aquí los dos mirándonos. Sin vernos. Aquí los dos hablando. Sin oírnos. Buscándonos a tientas. Sin tenernos. Y el tiempo ya empujándonos a un irnos inacabable. No podemos sernos jamás. Entrando siempre en el morirnos.

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GLORIA FUERTES (1918-1998)

Ya no soy la niña amarga que tenía un mar de llanto y alta ortiga por el alma. Ya no soy la niña enferma que al oír risas lloraba; ya salí del solitario bosque que me acorralaba. Ahora soy la niña verde, porque floreció mi calma. Ya no soy la loca triste, ya no soy la niña blanca, nuevo amor ha traspasado con el nardo de su lanza mi corazón, que ahora tiene un nombre de menta y ámbar. ¡Ay cuánta sonrisa noto que trepa por mis espaldas! ¡Qué brillo tienen mis ojos -viudos de siete mil lágrimas-! La vida me sabe a verso y los besos a manzana. -El monte arregla sus pinos, por las rocas el mar baila-. El amor danza en mi pecho. ¡Ya me quiere! ¡Ya me aguarda! Ya no soy la loca triste, que al oír risas gritaba; ahora soy la niña dulce, ya no soy mujer amarga.

CLAUDIO RODRÍGUEZ (1934-1999)

Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias. Así amanece el día; así la noche cierra el gran aposento de sus sombras. Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda los contiene en su amor? ¡si ya nos llega y es pronto aún, ya llega a la redonda a la manera de los vuelos tuyos y se cierne, y se aleja y, aún remota, nada hay tan claro como sus impulsos! Oh, claridad sedienta de una forma, de una materia para deslumbrarla quemándose a sí misma al cumplir su obra. Como yo, como todo lo que espera. Si tú la luz te la has llevado toda, ¿cómo voy a esperar nada del alba? Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca espera, y mi alma espera, y tú me esperas, ebria persecución, claridad sola mortal como el abrazo de las hoces, pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

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Clávame con tus ojos esa nube y esta esperanza de hombre que me queda. ¿Por dónde yo si estaba en la alameda de tus ojos mintiendo cuando estuve? Disciplina de todo lo que sube. De lo que mira y ve, mientras se enreda su triste agilidad, como en la rueda de tus campos del cielo que no anduve. Y es por seguir cegueras sin mancilla por lo que tanta bruma nos separa y hace del resplandor su maravilla, su clavel mudo. ¡Y qué ajenos al daño después, cuando tus ojos son la clara locura de no verme siempre extraño!

Dejad que el viento me traspase el cuerpo y lo ilumine. Viento sur, salino, muy soleado y muy recién lavado de intimidad y redención, y de impaciencia. Entra, entra en mi lumbre, ábreme ese camino nunca sabido: el de la claridad. Suena con sed de espacio, viento de junio, tan intenso y libre que la respiración, que ahora es deseo me salve. Ven conocimiento mío, a través de tanta materia deslumbrada por tu honda gracia. Cuán a fondo me asaltas y me enseñas a vivir, a olvidar, tú, con tu clara música. Y cómo alzas mi vida

muy silenciosamente muy de mañana y amorosamente con esa puerta luminosa y cierta que se me abre serena porque contigo no me importa nunca que algo me nuble el alma.

JOSÉ CABALLERO BONALD (1926-)

En su oscuro principio, desde su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios, alguien, el hombre, espera. Turbador sueño yergue su noticia opresora ante la nada original de la que el ser es hecho, ante su herencia de combate, dando vida a secretos cegados, a recónditos signos que aún callaban y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo para emerger hacia canciones, puro dolor atónito de un labio, el elegido que en cenizas transforma la interior llama viva del humano. Quizá solo para luchar acecha, permanece dormido o silencioso llorando, besando el terso párpado rosa, el pecho triste de la muchacha amada; quizá solo aguarda combatir contra esa mansa lágrima que es letra del amor, contra aquella luz aniquiladora que dentro de él ya duele con su nombre: belleza...

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Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio lacustre, sólo se ven sus piernas asomando entre espumas repulsivas, se parece a una estatua cubierta de criptógamas y a un animal exangüe se parece también. Las rémoras del frío, los dientes del salitre penetran entre sus gangrenados senos, y ya emerge, adopta como Telethusa actitudes lascivas mientras roen su memoria las parcas y se quiebran los bizantinos vidrios de sus ojos. Olvidada de Ovidio, aguarda absorta el dictamen del tiempo, se inocula de gérmenes olímpicos, incita a los que acuden para verla vivir. Todos hurgaron ávidamente en las marmóreas grietas que iban surcando las estribaciones más vulnerables de su cuerpo. Pero nadie la pudo profanar sin antes haber vendido su alma al Taumaturgo.

JAIME GIL DE BIEDMA (1929-1990)

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro

que mi reputación -y ya es decir-, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo, embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, zángano de colmena, inútil, cacaseno, con tus manos lavadas, a comer en mi plato y a ensuciar la casa? Te acompañan las barras de los bares últimos de la noche, los chulos, las floristas, las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla cuando llegas, borracho, y te paras a verte en el espejo la cara destruida, con ojos todavía violentos que no quieres cerrar. Y si te increpo, te ríes, me recuerdas el pasado y dices que envejezco. Podría recordarte que ya no tienes gracia. Que tu estilo casual y que tu desenfado resultan truculentos cuando se tienen más de treinta años, y que tu encantadora sonrisa de muchacho soñoliento -seguro de gustar- es un resto penoso, un intento patético. Mientras que tú me miras con tus ojos de verdadero huérfano, y me lloras y me prometes ya no hacerlo. Si no fueses tan puta! Y si yo no supiese, hace ya tiempo, que tú eres fuerte cuando yo soy débil y que eres débil cuando me enfurezco...

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De tus regresos guardo una impresión confusa de pánico, de pena y descontento, y la desesperanza y la impaciencia y el resentimiento de volver a sufrir, otra vez más, la humillación imperdonable de la excesiva intimidad. A duras penas te llevaré a la cama, como quien va al infierno para dormir contigo. Muriendo a cada paso de impotencia, tropezando con muebles a tientas, cruzaremos el piso torpemente abrazados, vacilando de alcohol y de sollozos reprimidos. Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, y la más innoble que es amarse a sí mismo!

A qué vienes ahora, juventud, encanto descarado de la vida? ¿Qué te trae a la playa? Estábamos tranquilos los mayores y tú vienes a herirnos, reviviendo los más temibles sueños imposibles, tú vienes para hurgarnos las imaginaciones. De las ondas surgida, toda brillos, fulgor, sensación pura y ondulaciones de animal latente, hacia la orilla avanzas con sonrosados pechos diminutos, con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,

oh diosa esbelta de tobillos gruesos, y con la insinuación (tan propiamente tuya) del vientre dando paso al nacimiento de los muslos: belleza delicada, precisa e indecisa, donde posar la frente derramando lágrimas. Y te vemos llegar: figuración de un fabuloso espacio ribereño con toros, caracolas y delfines, sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo, aún trémula de gotas, deslumbrada de sol y sonriendo. Nos anuncias el reino de la vida, el sueño de otra vida, más intensa y más libre, sin deseo enconado como un remordimiento -sin deseo de ti, sofisticada bestezuela infantil, en quien coinciden la directa belleza de la starlet y la graciosa timidez del príncipe. Aunque de pronto frunzas la frente que atormenta un pensamiento conmovedor y obtuso, y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla entre mojadas mechas rubias la expresión melancólica de Antínoos, oh bella indiferente, por la playa camines como si no supieses que te siguen los hombres y los perros, los dioses y los ángeles y los arcángeles, los tronos, las abominaciones...

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Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.

Imagínate ahora que tú y yo muy tarde ya en la noche hablemos hombre a hombre, finalmente. Imagínatelo, en una de esas noches memorables de rara comunión, con la botella medio vacía, los ceniceros sucios, y después de agotado el tema de la vida. Que te voy a enseñar un corazón, un corazón infiel, desnudo de cintura para abajo, hipócrita lector -mon semblable,-mon frère! Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo quien me tira del cuerpo a otros cuerpos a ser posiblemente jóvenes:

yo persigo también el dulce amor, el tierno amor para dormir al lado y que alegre mi cama al despertarse, cercano como un pájaro. ¡Si yo no puedo desnudarme nunca, si jamás he podido entrar en unos brazos sin sentir -aunque sea nada más que un momento- igual deslumbramiento que a los veinte años ! Para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario. Y es necesario en cuatrocientas noches -con cuatrocientos cuerpos diferentes- haber hecho el amor. Que sus misterios, como dijo el poeta, son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen. Y por eso me alegro de haberme revolcado sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos, mientras buscaba ese tendón del hombro. Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones... Aquella carretera de montaña y los bien empleados abrazos furtivos y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo, pegados a la tapia, cegados por las luces. O aquel atardecer cerca del río desnudos y riéndonos, de yedra coronados. O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino. Y recuerdos de caras y ciudades apenas conocidas, de cuerpos entrevistos, de escaleras sin luz, de camarotes, de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos, y de infinitas casetas de baños, de fosos de un castillo. Recuerdos de vosotras, sobre todo,

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oh noches en hoteles de una noche, definitivas noches en pensiones sórdidas, en cuartos recién fríos, noches que devolvéis a vuestros huéspedes un olvidado sabor a sí mismos! La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota, de la langueur goûtée à ce mal d'être deux. Sin despreciar -alegres como fiesta entre semana- las experiencias de promiscuidad. Aunque sepa que nada me valdrían trabajos de amor disperso si no existiese el verdadero amor. Mi amor, íntegra imagen de mi vida, sol de las noches mismas que le robo. Su juventud, la mía, -música de mi fondo- sonríe aún en la imprecisa gracia de cada cuerpo joven, en cada encuentro anónimo, iluminándolo. Dándole un alma. Y no hay muslos hermosos que no me hagan pensar en sus hermosos muslos cuando nos conocimos, antes de ir a la cama. Ni pasión de una noche de dormida que pueda compararla con la pasión que da el conocimiento, los años de experiencia de nuestro amor. Porque en amor también es importante el tiempo,

y dulce, de algún modo, verificar con mano melancólica su perceptible paso por un cuerpo -mientras que basta un gesto familiar en los labios, o la ligera palpitación de un miembro, para hacerme sentir la maravilla de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo. Sobre su piel borrosa, cuando pasen más años y al final estemos, quiero aplastar los labios invocando la imagen de su cuerpo y de todos los cuerpos que una vez amé aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo. Para pedir la fuerza de poder vivir sin belleza, sin fuerza y sin deseo, mientras seguimos juntos hasta morir en paz, los dos, como dicen que mueren los que han amado mucho.

Estoy desnudo, el sol con fuego dice cuanto diría el hombre enamorado. Basta el silencio a confesarlo todo, si tendido en la orilla de algún río el hombre calla y en su pecho, mudo, un sol como el del cielo resplandece. Ya lo sabemos todo. Que son rojos los labios que se besan en la orilla, que la vida es un breve y dulce abrazo y que con la mañana una alegría sin nombre nos invade silenciosa.

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Ya no necesitamos las palabras. Ya basta el sol que besa, basta el río que nos lleva en sus ondas lentamente, el viento que los ojos acaricia, la verde sombra que en la boca tiembla.

ÁNGEL GONZÁLEZ (1922-2008)

Cuando tengas dinero regálame un anillo, cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca, cuando no sepas qué hacer vente conmigo, pero luego no digas que no sabes lo que haces.

Haces haces de leña en las mañanas y se te vuelven flores en los brazos. Yo te sostengo asida por los pétalos, como te muevas te arrancaré el aroma.

Pero ya te lo dije: cuando quieras marcharte ésta es la puerta: se llama Ángel y conduce al llanto.

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo el mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...

JOSE ÁNGEL VALENTE (1929-2000)

Cae la noche. El corazón desciende infinitos peldaños, enormes galerías, hasta encontrar la pena. Allí descansa, yace, allí, vencido, yace su propio ser.

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El hombre puede cargarlo a sus espaldas para ascender de nuevo hacia la luz penosamente: puede caminar para siempre, caminar... ¡Tú que puedes, danos nuestra resurrección de cada día!

Entró y se inclinó hasta besarla porque de ella recibía la fuerza. (La mujer lo miraba sin respuesta.) Había un espejo humedecido que imitaba la vida vagamente. Se apretó la corbata, el corazón, sorbió un café desvanecido y turbio, explicó sus proyectos para hoy, sus sueños para ayer y sus deseos para nunca jamás. (Ella lo contemplaba silenciosa.) Habló de nuevo. Recordó la lucha de tantos días y el amor pasado. La vida es algo inesperado, dijo. (Más frágiles que nunca las palabras. Al fin calló con el silencio de ella, se acercó hasta sus labios

y lloró simplemente sobre aquellos labios ya para siempre sin respuesta.

El amor está en lo que tendemos (puentes, palabras ). El amor está en todo lo que izamos (risas, banderas). Y en lo que combatimos (noche, vacío) por verdadero amor. El amor está en cuanto levantamos (torres, promesas). En cuanto recogemos y sembramos (hijos, futuro). Y en las ruinas de lo que abatimos (desposesión, mentira) por verdadero amor.

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JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO (1928-1999)

Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. Hija mía, es mejor vivir con la alegría de los hombres, que llorar ante el muro ciego. Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido. Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto, que es un asunto desgraciado. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Un hombre sólo, una mujer así, tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada. Pero yo cuando te hablo a ti, cuando te escribo estas palabras, pienso también en otros hombres. Tu destino está en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos. Otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría, tu canción entre sus canciones. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares, tendrás amor, tendrás amigos. Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio. Perdóname, no sé decirte nada más, pero tú comprende que yo aún estoy en el camino. Y siempre, siempre, acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.

Contemplar las palabras sobre el papel escritas, medirlas, sopesar su cuerpo en el conjunto del poema, y después, igual que un artesano, separarse a mirar cómo la luz emerge de la sutil textura. Así es el viejo oficio del poeta, que comienza en la idea, en el soplo sobre el polvo infinito de la memoria, sobre la experiencia vivida, la historia, los deseos, las pasiones del hombre.

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La materia del canto nos lo ha ofrecido el pueblo con su voz. Devolvamos las palabras reunidas a su auténtico dueño.

Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había una vez. Cuando yo soñaba un mundo al revés.

FRANCISCO BRINES (1932-)

Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano en las costas de Grecia? ¿Qué resta en mí del único verano de mi vida? Si pudiera elegir de todo lo vivido algún lugar, y el tiempo que lo ata, su milagrosa compañía me arrastra allí, en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida. Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia; no queda ya el recuerdo de días sucesivos

en esta sucesión mediocre de los años. Hoy vivo esta carencia, y apuro del engaño algún rescate que me permita aún mirar el mundo con amor necesario; y así saberme digno del sueño de la vida. De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha, saqueo avaramente siempre una misma imagen: sus cabellos movidos por el aire, y la mirada fija dentro del mar. Tan sólo ese momento indiferente. Sellada en él, la vida.

LEOPOLDO MARÍA PANERO (1948-)

Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada con peces muertos en sus peldaños y una sirena ahogada en mi mano que enseño mudo a los viandantes pidiendo como el poeta limosna mano de la asfixia que acaricia tu mano en el umbral que me une al hombre que pasa a la distancia de un corcel y cándido sella el pacto sin saber que naufraga en la página virgen en el vértice de la línea, en la nada cuel de la rosa demacrada donde no estoy yo ni está el hombre.

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A Claudio Rodríguez A Claudio Rodríguez, recordando el día en que, con un cigarrillo temblándole en los labios, me dijo, en el Drugstore de Fuencarral, «a esta gente hay que ganarla». Aun cuando tejí mi armadura de acero el terror en mis ojos muertos. Aun cuando con mano blanca y nula hice de silencio tus orines y la nieve cae aún sobre mi cuerpo pese a ello se impone un silencio aún más hondo a los clavos que habían horadado mi cráneo: aun cuando sean huesos quizá lo que no tiembla aun cuando el musgo concluye mi pecho el terror remueve las cuencas vacías.

Fumo mucho. Demasiado. Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio, y oigo pasar la vida como quien pone la radio. Fumo mucho. En el cenicero hay ideas y poemas y voces de amigos que no tengo. Y tengo la boca llena de sangre, y sangre que sale de las grietas de mi cráneo y toda mi alma sabe a sangre, sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy, en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños que se mueven ingenuos, torpes, en esta vida que ya sé. Me palpo el pecho de pronto, nervioso, y no siento un corazón. No hay, no existe en nadie esa cosa que llaman corazón

sino quizá en el alcohol, en esa sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo, la única sangre en este mundo que no existe que es como el mal programado, o como fábrica de vida o un sastre que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o quizá el reloj y las horas pasan. Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio y mi vida oliendo. Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo y que este cuento es cierto, este absurdo que delatan mis ojos, este delirio en Veracruz, y que este país es cierto este lugar parecido al Infierno, que llaman España, he oído a los muertos que el Infierno es mejor que esto y se parece más. Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos, me digo que estar borracho es no estarlo toda la vida, es estar borracho de vida y no de muerte, es una sangre distinta de esa otra espesa que se cuela por los tejados y por las paredes y los agujeros de la vida. Y es que no hay otra comunión ni otro espasmo que este del vino y ningún otro sexo ni mujer que el vaso de alcohol besándome los labios que este vaso de alcohol que llevo en el cerebro, en los pies, en la sangre. que este vaso de vino oscuro o blanco, de ginebra o de ron o lo que sea - ginebra y cerveza, por ejemplo - que es como la infancia, y no es

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huida, ni evasión, ni sueño sino la única vida real y todo lo posible y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento a algún ser que es probable que esté ahí la vida de los dioses y unos días soy Caín, y otros un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros un cazador de dotes que por otra parte he sido pero lo mío es como en "Dulce pájaro de juventud" un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días, un asesino tímido y psicótico, y otros alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto, en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me recuerdan, dicen con la copa en la mano, hablando mucho, hablando para poder existir de que no hay nada mejor que decirse a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube la marea del vino en la sangre y el alma. O bien alguien perdido en las galerías del espejo buscando a su Novia. Y otras veces soy Abel que tiene un plan perfecto para rescatar la vida y restaurar a los hombres y también a veces lloro por no ser un esclavo negro en el sur, llorando entre las plantaciones! Es tan bella la ruina, tan profunda sé todos sus colores y es como una sinfonía la música del acabamiento, como música que tocan en el más allá, y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol, tengo sangre en los ojos de borracho y el alma invadida de sangre como de una vomitona, y vomito el alma por las mañanas, después de pasar toda la noche jurando

frente a una muñeca de goma que existe Dios. Escribir en España no es llorar, es beber, es beber la rabia del que no se resigna a morir en las esquinas, es beber y mal decir, blasfemar contra España contra este país sin dioses pero con estatuas de dioses, es beber en la iglesia con música de órgano es caerse borracho en los recitales y manchas de vino tinto y sangre "Le livre des masques" de Rémy de Gourmont caerse húmedo babeante y tonto y derrumbarse como un árbol ante los farolillos de esta verbena cultural. Escribir en España es tener hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya no justifica nada ni nadie, ninguna sombra de las que allí había al principio. Y decir al morir, cuando tenga ya en la boca y cabeza la baba del suicidio gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas en este paraíso para espectros y también a los ciervos que he visto en el bosque, y a los pájaros y a los lobos en la calle y acechando en las esquinas.

CARMEN CONDE (1907-1996)

Guardaré mi voz en un pozo de lumbre y será crepúsculo toda la vida. Ya girarán más leves los cuchillos porque no encontrarán dónde herirme. Erguida de rocíos negros, para ti cantaré. ¡Que no me busquen los sin vista,

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que no me llamen los ahogados, que no me sientan los que huyo! A mi soledad de reflejos, amor, sólo tú.

CARLOS SAHAGÚN (1938-)

Qué niño irá a caballo pensativo hacia el mar insondable para contarnos una dura historia de despojos guerreros y de hambre como aquel mediodía que revive aún hoy bajo los cascos sollozantes. Tal vez la vida sea para otros asunto menos grave música que escuchamos desplegada dulcemente en el aire larga espera en la seguridad de que el tren llegará temprano o tarde. Mas para mí no puede ser sino dolor hecho a su imagen. Mi porvenir y mi principio son una misma escena inolvidable el mar que emerge eternamente al fondo de una calle y un niño y un caballo derribados tragados por el oleaje.

ANA MARÍA MOIX (1947-)

Cerré la puerta. Bajé las escaleras. Tropecé con el sereno y se rompió el silencio. Le supliqué con un gesto que no lo dijera y lo dijo: "Hoy no vienen, señorita; no les toca ". Y aún no habia vuelto yo la esquina oí como le iba con el cuento al guarda de la taberna: "Está loca esa chica. Cada día, a las doce, baja para abrir la puerta a los muertos". Tuve que retener a tío Jacobo que quería retarle a un duelo. Tío Jacobo murió antes del 36 y no estaba acostumbrado a la mala educación de los serenos para con las señoritas.

Nancy Flor bailará siempre porque Johnny ya murió. Un bribón le dio la muerte, nadie sabe a dónde huyó. Fue testigo un pistolero rey en los bares de New York, pasado luego a carcelero contó la historia en un block. Jim, Johnny y Nancy Flor tres personajes de antología, de apología, extraña historia del terror. Ella tenía los ojos grises, Johnny pintaba flores de azahar, Jim era dulce, un soñador.

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Ella bailaba todas las noches, Jim la soñaba en un bazar rodeada de otros muñecos que la adoraban por su candor. Eran hermanos los dos adoradores de Nancy Flor. Por la calle caminaban los tres en silencio, mas el corazón no calla, traidor. Y Jim lo supo. Daban las doce en el cuco. Caía el sol en la acera y Dulce Jim vio un gran amor en las dos sombras de Johnny y Nancy Flor unidas a ras de tierra. El dolor apenas quema cuando nada queda en el hueco de un antiguo corazón. El asesino huyó de la justicia pero le persigue el eco de una loca ilusión que con diabólica malicia persiste en tener razón. Una flor era Nancy para Jim, mas una flor pintada antaño por un solo enamorado que no fue Jim, sino John.

PERE GIMFERRER (1945-)

Oh ser un capitán de quince años viejo lobo marino las velas desplegadas las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el cielo de zinc los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo en las aguas con sordo estampido el humo en los cafetines Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara los relatos de pulpos serpientes y ballenas de oro enterrado y de filibusteros Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar bajo los cocoteros

Canción para Billie Holiday Y la muerte nadie la oía pero hablaba muy cerca del micrófono Con careta antigás daba un beso a los niños Lady Day las gaviotas heridas vuelven a la luz del puerto Extraña fruta en el aire el crepúsculo se ausenta Con una espada con un guante con una bola de cristal la pecera magnética la cueva del pasado el submarino bajo las mareas que fulgen Lady Day cuánto amor en una juventud cuántos errores cuántas tardes hablando qué deseo qué eléctricos

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jazmines cuántos cow-boys muertos como trovadores la sonrisa en los labios que se tiñen de sangre los gritos en las calles las manifestaciones disueltas bajo el arco voltaico del poniente y los lóbregos edificios irreales Lady Day el amor como una libélula cazador de libélulas Lady Day qué despacio nos viene la experiencia todo cobra un sentido se ordena como el paisaje en los ojos cuando recién despiertos corremos las persianas o intentamos ordenar las palabras de un poema Lady Day Animales heridos en el bosque nuestros ojos qué piden qué desean qué desea esta voz en el viento de otoño un lebrel o su presa disueltos en la fría oscuridad del tiempo escamoteados como naipes de una baraja los años de nuestra juventud Con dos vueltas de llave cerraron la cocina No nos dan mermelada ni pastel de cereza ni el amor ni la muerte extraña fruta que deja un sabor ácido.