ANTOLOGÍA POÉTICA. SIGLO XX. - IES … · 2015-01-27 · sonaba el golpe de tus secas palmas, y...

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1 ANTOLOGÍA POÉTICA. SIGLO XX. DEPARTAMENTO DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA. IES FLORIDABLANCA. MURCIA. AÑO 2010.

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ANTOLOGÍA POÉTICA. SIGLO XX. DEPARTAMENTO DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA. IES FLORIDABLANCA. MURCIA. AÑO 2010.

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MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98 RUBÉN DARÍO (1867-1916) LO FATAL Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque ésa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos… ¡Y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos…!

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958) Vino primero pura, vestida de inocencia, y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes, y la fui odiando sin saberlo. Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros… ¡Qué iracundia de hiel y sinsentido! …Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía. Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. Y se quitó la túnica, y apareció desnuda toda… ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre! EL POEMA ¡No lo toques ya más, que así es la rosa!

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EL VIAJE DEFINITIVO …Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas las tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que me amaron; y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón aquel de mi huero florido y encalado mi espíritu errará, nostálgico… Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando. SOLEDAD En ti estás todo, mar, y, sin embargo, ¡qué sin ti estás, qué solo, qué lejos, siempre, de ti mismo! Abierto en mil heridas, cada instante, cual mi frente, tus olas van, como mis pensamientos, y vienen, van y vienen, besándose, apartándose, en un eterno conocerse, mar, y desconocerse. Eres tú, y no lo sabes, tu corazón te late, y no lo siente… ¡Qué plenitud de soledad, mar solo!

ANTONIO MACHADO (1875-1939) Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas…! ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero… -La tarde cayendo está-. “En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón”. Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. La tarde más se oscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea se enturbia y desaparece. Mi cantar vuelve a plañir: “Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada”.

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Desgarrada la nube; el arco iris brillando ya en el cielo, y en un fanal de lluvia y sol el campo envuelto. Desperté. ¿Quién enturbia los mágicos cristales de mi sueño? Mi corazón latía atónito y disperso. …El limonar florido, el cipresal del huerto, el prado verde, el sol, el agua, el iris…! ¡el agua en tus cabellos!... Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento. A JOSÉ MARÍA PALACIO Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios

ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra… LA SAETA ¿Quién me presta una escalera para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? Saeta popular ¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores

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al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar! Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. CANCIONES A GUIOMAR Todo amor es fantasía; él inventa el año, el día, la hora y su melodía; inventa el amante y, más, la amada. No prueba nada, contra el amor, que la amada no haya existido jamás. Escribiré en tu abanico: te quiero para olvidarte, para quererte te olvido.

Y te enviaré mi canción: “Se canta lo que se pierde”, con un papagayo verde que la diga en tu balcón. EL CRIMEN FUE EN GRANADA I. EL CRIMEN Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico -sangre en la frente y plomo en las entrañas-. …Que fue en Granada el crimen, sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada… II. EL POETA Y LA MUERTE Se le vio caminar solo con Ella, sin miedo a su guadaña. -Ya el sol en torre y torre; los martillos en yunque- yunque y yunque de las fraguas. Hablaba Federico, requebrando a la muerte. Ella escuchaba. “Porque ayer en mi verso, compañera,

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sonaba el golpe de tus secas palmas, y diste el hielo a mi cantar, y el filo a mi tragedia de tu hoz de plata, te cantaré la carne que no tienes, los ojos que te faltan, tus cabellos que el viento sacudía los rojos labios donde te besaban… Hoy como ayer, gitana, muerte mía, qué bien contigo a solas, por estos aires de Granada, ¡mi Granada!” III Se le vio caminar… Labrad, amigos, de piedra y sueño, en la Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada! MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936) ¡Ay, triste España de Caín, la roja de sangre derramada y por la bilis gualda, muerdes porque no comes, y en la espalda llevas carga de siglos de congoja! Medra machorra envidia en mente floja -te enseñó a no pensar Padre Ripalda-, rezagada y vacía está tu falda e insulto el bien ajeno se te antoja. Democracia frailuna con regüeldo de refectorio y ojo al chafarote, ¡viva la Virgen!, no hace falta bieldo. Gobierno de alpargata y de capote,

timba, charada, a fin de mes el sueldo, y apedrear al loco Don Quijote. GENERACIÓN DEL 27 PEDRO SALINAS (1891-1951) BUJÍAS Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan -cien mil lanzas- los rayos -cien mil rayos- del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean -guiñadoras espías- las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche, -afuera- descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica.

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¡Qué alegría, vivir sintiéndose vivido! Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías -azogues, almas cortas-, aseguran que estoy aquí, yo inmóvil, con los ojos cerrados y los labios, negándome al amor de la luz, de la flor y de los hombres, la verdad trasmisible es que camino sin mis pasos, con otros, allá lejos, y allí estoy buscando flores, luces, hablo. Que hay otro ser por el que miro el mundo porque me está queriendo con sus ojos. Que hay otra voz con la que digo cosas no sospechadas por mi gran silencio; y es que también me quiere con su voz. La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia de lo que son mis actos, que ella hace, en que ella vive, doble, suya y mía. Y cuando ella me hable de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, recordaré estrellas que no vi, que ella miraba, y nieve que nevaba allá en su cielo. Con la extraña delicia de acordarse de haber tocado lo que no toqué

sino con esas manos que no alcanzo a coger con las mías, tan distantes. Y todo enajenado podrá el cuerpo descansar, quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza de que este vivir mío no era sólo mi vivir: era el nuestro. Y que me vive otro ser por detrás de la no muerte. JORGE GUILLÉN (1893-1984) LAS DOCE EN EL RELOJ Dije: Todo ya pleno. Un álamo vibró. Las hojas plateadas Sonaron con amor. Los verdes eran grises, El amor era sol. Entonces, mediodía, Un pájaro sumió Su cantar en el viento Con tal adoración Que se sintió cantada Bajo el viento la flor Crecida entre las mieses, Más altas. Era yo, Centro en aquel instante De tanto alrededor, Quien lo veía todo Completo para un dios. Dije: Todo, completo, ¡Las doce en el reloj!

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GERARDO DIEGO (1896-1987) AJEDREZ Hoy lo he visto claro Todos mis poemas son sólo epitafios Debajo de cada cuartilla Siempre hay un poco de mis huesos Y aquí en mi corazón se ha cariado el piano No sé quién habrá sido pero del reloj en vez del péndulo vivo colgaba un ancla anclada Y sin embargo todavía del paracaídas llueven los cánticos Alguna vez ha de ser La muerte y la vida me están jugando al ajedrez

ROMANCE DEL DUERO Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja, nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas. Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras.

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EL CIPRÉS DE SILOS Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza Devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño; flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi, señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales, como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936) ROMANCE SONÁMBULO Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. * Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. * -Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando desde los puertos de Cabra. -Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. -Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No veis la herida que tengo desde el pecho a la garganta?

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-Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. -Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. * Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal herían la madrugada. * Verde que te quiero verde, verde viento, verde ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. -¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? -¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! * Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. LA AURORA La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños.

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Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraíso ni amores deshojados: saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. GRITO HACIA ROMA (DESDE LA TORRE DEL CHRYSLER BUILDING) Manzanas levemente heridas por finos espadines de plata; nubes rasgadas por una mano de coral que lleva en el dorso una almendra de fuego; peces de arsénico como tiburones, tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud, rosas que hieren y agujas instaladas en los caños de la sangre; mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos, caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula que unta de aceite las lenguas militares, donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma y escupe carbón machacado rodeado de miles de campanillas. Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino, ni quien cultive hierbas en la boca del muerto, ni quien abra los linos del reposo, ni quien llore por las heridas de los elefantes. No hay más que un millón de herreros forjando cadenas para los niños que han de venir. No hay más que un millón de carpinteros que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos que se abren las ropas en espera de la bala. El hombre que desprecia la paloma debía hablar, debía gritar desnudo entre las columnas y ponerse una inyección para adquirir la lepra y llorar un llanto tan terrible que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante. Pero el hombre vestido de blanco ignora el misterio de la espiga, ignora el gemido de la parturienta, ignora que Cristo puede dar agua todavía, ignora que la moneda quema el beso de prodigio y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán. Los maestros enseñan a los niños una luz maravillosa que viene del monte; pero lo que llega es una reunión de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del cólera. Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas, pero debajo de las estatuas no hay amor, no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo. El amor está en las carnes desgarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha con la inundación. El amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre, en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas. Pero el viejo de las manos traslúcidas dirá: Amor, amor, amor, aclamado por millones de moribundos. Dirá: amor, amor, amor, entre el tisú estremecido de ternura; dirá: paz, paz, paz, entre el tirite de cuchillos y melenas de dinamita. Dirá: amor, amor, amor, hasta que se le pongan de plata los labios. Mientras tanto, mientras tanto ¡ay! mientras tanto,

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los negros que sacan las escupideras, los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores, las mujeres ahogadas en aceites minerales, la muchedumbre de martillo, de violín o de nube, ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro, ha de gritar frente a las cúpulas, ha de gritar loca de fuego, ha de gritar loca de nieve, ha de gritar con la cabeza llena de excremento, ha de gritar como todas las noches juntas, ha de gritar con voz tan desgarrada hasta que las ciudades tiemblen como niñas y rompan las prisiones del aceite y la música. Porque queremos el pan nuestro de cada día, flor de aliso y perenne ternura desgranada, porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos. ALMA AUSENTE (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías) No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce el niño ni la tarde porque te has muerto para siempre. No te conoce el lomo de la piedra, ni el raso negro donde te destrozas. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre. Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan

en un montón de perros apagados. No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. La madurez insigne de tu conocimiento. Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca. La tristeza que tuvo tu valiente alegría. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos. SONETO DE LA DULCE QUEJA Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas; y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento. Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojados, si soy el perro de tu señorío, no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado. VICENTE ALEIXANDRE (1898-1984) MANO ENTREGADA Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.

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Tu delicada mano silente. A veces cierro mis ojos y toco leve tu mano, leve toque que comprueba su forma, que tienta su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso. Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta, por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce; por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias, para rodar por ellas en tu escondida sangre, como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara por dentro, recorriendo despacio como sonido puro ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas, oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, [oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole. Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa mi amor –el nunca incandescente hueso del hombre-. Y que una zona triste de tu ser se rehúsa, mientras tu carne entera llega un instante lúcido en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano, de tu porosa mano suavísima que gime, tu delicada mano silente, por donde entro despacio, despacísimo, secretamente en tu vida, hasta tus venas hondas totales donde bogo, donde te pueblo y canto completo entre tu carne. EN LA PLAZA Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, llevado, conducido, mezclado, ruborosamente arrastrado. No es bueno quedarse en la orilla como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha de fluir y perderse,

encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido. Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso, y le he visto bajar por unas escaleras y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse. La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido. Allí, ¿quién lo reconocería? Allí, con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo, con silenciosa humildad, allí él también transcurría- Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia. Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo, un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano, su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba. Y era el serpear que se movía como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso, pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra. Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse. Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete, con los ojos extraños y la interrogación en la boca, quisieras algo preguntar a tu imagen, no te busques en el espejo, en un extinto diálogo en que no te oyes. Baja, baja despacio y búscate entre los otros. Allí están todos, y tú entre ellos. Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete. Entra despacio, como el bañista que, temeroso, como mucho amor y recelo al agua, introduce primero sus pies en la espuma y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide. Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía. Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo. Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza, y avanza y levanta espumas, y salta y confía, y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven. Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza. Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.

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¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir, para ser él también el unánime corazón que le alcanza! DÁMASO ALONSO (1898-1984) INSOMNIO Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelco y me incorporo en este nicho [en el que hace cuarenta y cinco años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, [o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro [enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una [gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre [lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales de día, las tristes azucenas letales de tus noches? A UN RÍO LE LLAMABAN CARLOS (Charles River, Cambridge, Massachusetts) Yo me senté en la orilla: quería preguntarte, preguntarme tu secreto; convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven; y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos). Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives. Dímelo, río,

y dime, di, por qué te llaman Carlos. Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras (género, especie) y qué eran, qué significaban “fluir”, “fluido”, “fluente”; qué instante era tu instante; cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto; yo quería indagar el último recinto de tu vida: tu unicidad, esa alma de agua única, por la que te conocen por Carlos. Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye entre edificios nobles, a Minerva sagrados, y entre hangares que anuncios y consignas coronan. Y el río fluye y fluye, indiferente. A veces, suburbana, verde, una sonrisilla de hierba se distiende, pegada a la ribera. Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del invierno, para pensar [por qué los ríos siempre anhelan futuro, como tú lento y gris. Y para preguntarte por qué te llaman Carlos. Y tú fluías, fluías, sin cesar, indiferente, y no escuchabas a tu amante extático, que te miraba preguntándote, como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le fluye [un alma por los ojos, y si en su sima el mundo será todo luz blanca, o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa. Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra de los quince años, entre fiebres oscuras y los días –qué verano- tan lentos. Yo quería que me revelaras el secreto de la vida y de tu vida, y por qué te llaman Carlos. Yo no sé por qué me he puesto tan triste, contemplando el fluir de este río. Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora. El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora. Pero sé que la tristeza es gris y fluye. Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.

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Todo lo que fluye es lágrimas. Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la tristeza. Como yo no sé quién te llora, río Carlos, como yo no sé por qué eres una tristeza ni por qué te llaman Carlos. Era bien de mañana cuando yo me he sentado a contemplar el misterio [fluyente de este río, y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote. Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios; preguntándome, como se le pregunta a un dios triste: ¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río? Dime, dime qué eres, qué buscas, río, y por qué te llaman Carlos. Y ahora me fluye dentro una tristeza, un río de tristeza gris, con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises. Tengo frío en el alma y en los pies. Y el sol se pone. Ha debido pasar mucho tiempo. Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras. Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo lentísimo. Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río indiferente. Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas de esta tristeza, de este río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos. RAFAEL ALBERTI (1902-1999) ELEGÍA La niña rosa, sentada. Sobre su falda,

como una flor, abierto, un atlas. ¡Cómo la miraba yo viajar, desde mi balcón! Su dedo –blanco velero- desde las islas Canarias iba a morir al mar Negro. ¡Cómo lo miraba yo morir, desde mi balcón! La niña –rosa sentada-. Sobre su falda, como una flor, cerrado, un atlas. Por el mar de la tarde van las nubes llorando un archipiélago de sangre. LOS ÁNGELES COLEGIALES Ninguno comprendíamos el secreto nocturno de las pizarras ni por qué la esfera armilar se exaltaba tan sola cuando la mirábamos. Sólo sabíamos que una circunferencia puede no ser redonda y que un eclipse de luna equivoca a las flores y adelanta el reloj de los pájaros. Ninguno comprendíamos nada: ni por qué nuestros dedos eran de tinta china y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros. Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.

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SIERVOS Siervos, viejos criados de mi infancia vinícola y pesquera con grandes portalones de bodegas abiertos a la playa, amigos, perros fieles, jardineros, cocheros, pobres arrumbadores, desde este hoy en marcha hacia la hora de estrenar vuestro pie [la nueva era del mundo, yo os envío un saludo y os llamo camaradas. Venid conmigo, alzaos, antiguos y primeros guardianes ya desaparecidos. No es la voz de mi abuelo ni ninguna otra voz de dominio y de mando. ¿La recordáis? Decídmelo. Mayor de edad, crecida, testigo treinta años de vuestra inalterada servidumbre, es mi voz, sí, la mía, la que os llama. Venid. Y no para pediros que deis alpiste o agua al canario, al jilguero o al periquito rey; no para reprocharos que la jaca anda mal de una herradura o que no acudáis pronto a recogerme por la tarde al colegio. Ya no.

Venid conmigo. Abramos, abrir todas las puertas que dan a los jardines, a las habitaciones que vosotros barristeis mansamente, a los toneles de vinos que pisasteis un día en los lagares, las puertas a los huertos, a las cuadras oscuras donde os esperan los caballos. Abrid, abrid, sentaos, descansad. ¡Buenos días! Vuestros hijos, su sangre, han hecho al fin que suene esa hora en que el mundo va a cambiar de dueño. CANCIÓN 8 Hoy las nubes me trajeron, volando, el mapa de España. ¡Qué pequeño sobre el río, y qué grande sobre el pasto la sombra que proyectaba! Se le llenó de caballos la sombra que proyectaba. Yo, a caballo, por su sombra busqué mi pueblo y mi casa. Entré en el patio que un día fuera una fuente con agua. Aunque no estaba la fuente, la fuente siempre sonaba. Y el agua que no corría volvió para darme agua.

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LUIS CERNUDA (1902-1963) NO DECÍA PALABRAS No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe. La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel, surtidores de sueño hechos carne en interrogación vuelta a las nubes. Un roce al paso, una mirada fugaz entre las sombras, bastan para que el cuerpo se abra en dos, ávido de recibir en sí mismo otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque sólo sea una esperanza, porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero. Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido. DONDE HABITE EL OLVIDO Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

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Donde mi nombre deje al cuerpo que designa en brazos de los siglos, donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, no esconda como acero en mi pecho su ala, sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, sometiendo a otra vida su vida, sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, disuelto en niebla, ausencia, ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; donde habite el olvido. PEREGRINO ¿Volver? Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia

de su tierra, su casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere- Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, sino seguir libre adelante, disponible por siempre, mozo o viejo, sin hijo que te busque, como a Ulises, sin Ítaca que aguarde y sin Penélope. Sigue, sigue adelante y no regreses, fiel hasta el fin del camino y tu vida, no eches de menos un destino más fácil, tus pies sobre la tierra antes no hollada, tus ojos frente a lo antes nunca visto. POETAS DE POSGUERRA LEÓN FELIPE (1884-1968) SÉ TODOS LOS CUENTOS Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto.

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Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos. Yo sé muy pocas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos. COMO TÚ Así es mi vida, piedra, como tú; como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú, que en días de tormenta te hundes en el cieno de la tierra y luego centelleas bajo los cascos y bajo las ruedas; como tú, que no has servido para ser ni piedra

de una Lonja, ni piedra de una Audiencia, ni piedra de un Palacio, ni piedra de una Iglesia; como tú, piedra aventurera; como tú, que, tal vez, estás hecha sólo para una honda, piedra pequeña y ligera… BLAS DE OTERO (1916-1979) HOMBRE Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, al borde del abismo, estoy clamando a Dios. Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío inerte. Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando solo. Arañando sombras para verte. Alzo la mano, y tú me la cercenas. Abro los ojos: me los sajas vivos. Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. Esto es ser hombre: horror a manos llenas. Ser –y no ser- eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas!

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EN EL PRINCIPIO Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua; si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra. GABRIEL CELAYA (1911-1991) AUTOBIOGRAFÍA No cojas la cuchara con la mano izquierda. No pongas los codos en la mesa. Dobla bien la servilleta. Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece. ¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes? Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero. Eso, para seguir. ¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos? La cultura es un adorno y el negocio es el negocio. Si sigues con esa chica, te cerraremos las puertas. Eso, para vivir. No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto. No bebas. No fumes. No tosas. No respires. ¡Ay sí, no respirar! Dar el no a todos los nos. Y descansar: morir. JOSÉ HIERRO (1922-2002) VILLANCICO EN CENTRAL PARK Mañanicas floridas del frío invierno, recordad a mi niño que duerme al hielo. LOPE DE VEGA

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Vistió la noche, copo a copo, pluma a pluma, lo que fue llama y oro, cota de malla del guerrero otoño y ahora es reino de la blancura. ¿Qué hago yo, profanando, pisando tan fragilísimo plumaje? Y arranco con mis manos un puñado, un pichón de nieve, y con amor, y con delicadeza y con ternura lo acaricio, lo acuno, lo protejo. Para que no llore de frío. VIDA Después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo. Después de nada, o después de todo supe que todo no era más que nada. Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”. Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¿Todo!”. Ahora sé que la nada lo era todo,

y todo era ceniza de la nada. No queda nada de lo que fue nada. (Era ilusión lo que creía todo y que, en definitiva, era la nada.) Qué más da que la nada fuera nada si más nada será, después de todo, después de tanto todo para nada. NUEVAS VOCES DEL MEDIO SIGLO ÁNGEL GONZÁLEZ (1925-2008) Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo mar y toda tierra,

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fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso, de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento… MUERTE EN EL OLVIDO Yo sé que existo porque tú me imaginas. Soy alto porque tú me crees alto, y limpio porque tú me miras con buenos ojos, con mirada limpia. Tu pensamiento me hace inteligente, y en tu sencilla ternura, yo soy también sencillo

y bondadoso. Pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa. Verán viva mi carne, pero será otro hombre -oscuro, torpe, malo- el que la habita… MERIENDO ALGUNAS TARDES Meriendo algunas tardes: no todas tienen pulpa comestible. Si estoy junto a la mar muerdo primero los acantilados, luego las nubes cárdenas y el cielo -escupo las gaviotas-, y para postre dejo las bañistas jugando a la pelota y despeinadas. Si estoy en la ciudad meriendo tarde a secas: mastico lentamente los minutos -tras haberles quitado las espinas- y cuando se me acaban me voy rumiando sombras, rememorando el tiempo devorado con un acre sabor a nada en la garganta. YA NADA AHORA Largo es el arte; la vida en cambio corta como un cuchillo. Pero nada ya ahora -ni siquiera la muerte, por su parte

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inmensa- podrá evitarlo: exento, libre, como la niebla que al romper el día los hondos valles del invierno exhalan, creciente en un espacio sin fronteras, este amor ya sin mí te amará siempre. JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO (1928-1999) PALABRAS PARA JULIA Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. Hija mía es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego. Te sentirás acorralada te sentirás perdida o sola tal vez querrás no haber nacido. Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto que es un asunto desgraciado. Entonces siempre acuérdate de lo que siempre yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Un hombre solo una mujer así tomados de uno en uno son como polvo no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti cuando te escribo estas palabras pienso también en otros hombres. Tu destino está en los demás tu futuro es tu propia vida tu dignidad es la de todos. Otros esperan que resistas que les ayude tu alegría tu canción entre sus canciones. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino nunca digas no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella tú verás como a pesar de los pesares tendrás amor tendrás amigos Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo un patrimonio. Perdóname no sé decirte nada más pero tú comprende que yo aún estoy en camino. Y siempre siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.

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JAIME GIL DE BIEDMA (1929-1990) AÑOS TRIUNFALES …y la más hermosa sonríe al más fiero de los vencedores. Rubén Darío Media España ocupaba España entera con la vulgaridad, con el desprecio total de que es capaz, frente al vencido, un intratable pueblo de cabreros. Barcelona y Madrid eran algo humillado. Como una casa sucia, donde la gente es vieja, la ciudad parecía más oscura y los Metros olían a miseria. Con luz de atardecer, sobresaltada y triste, se salía a las calles de un invierno poblado de infelices gabardinas a la deriva, bajo el viento. Y pasaban figuras mal vestidas de mujeres, cruzando como sombras, solitarias mujeres adiestradas -viudas, hijas o esposas- en los modos peores de ganar la vida y suplir a sus hombres. Por la noche, las más hermosas sonreían a los más insolentes de los vencedores.

MAÑANA DE AYER, DE HOY Es la lluvia sobre el mar. En la abierta ventana, contemplándola, descansas la sien en el cristal. Imagen de unos segundos, quieto en el contraluz, tu cuerpo distinto, aún de la noche desnudo. Y te vuelves hacia mí, sonriéndome. Yo pienso en cómo ha pasado el tiempo, y te recuerdo así. NO VOLVERÉ A SER JOVEN Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.

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CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro que mi reputación –y ya es decir-, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo, embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, zángano de colmena, inútil, cacaseno, con tus manos lavadas, a comer en mi plato y a ensuciar la casa? Te acompañan las barras de los bares últimos de la noche, los chulos, las floristas, las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla cuando llegas, borracho, y te paras a verte en el espejo la cara destruida, con ojos todavía violentos que no quieres cerrar. Y si te increpo, te ríes, me recuerdas el pasado y dices que envejezco. Podría recordarte que ya no tienes gracia. Que tu estilo casual y que tu desenfado resultan truculentos cuando se tienen más de treinta años, y que tu encantadora sonrisa de muchacho soñoliento -seguro de gustar- es un resto penoso, un intento patético.

Mientras que tú me miras con tus ojos de verdadero huérfano, y me lloras y me prometes ya no hacerlo. Si no fueras tan puta! Y si yo no supiese, hace ya tiempo, que tú eres fuerte cuando yo soy débil y que eres débil cuando me enfurezco… De tus regresos guardo una impresión confusa de pánico, de pena y descontento, y la desesperanza y la impaciencia y el resentimiento de volver a sufrir, otra vez más, la humillación imperdonable de la excesiva intimidad. A duras penas te llevaré a la cama, como quien va al infierno para dormir contigo. Muriendo a cada paso de impotencia, tropezando con muebles a tientas, cruzaremos el piso torpemente abrazados, vacilando de alcohol y de sollozos reprimidos. Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, y la más innoble que es amarse a sí mismo! DE VITA BEATA En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer,

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no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia. JOSÉ ÁNGEL VALENTE (1929-2000) SERÁN CENIZA… Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre. El corazón tiene la sequedad de la piedra y los estallidos nocturnos de su materia o de su nada. Hay una luz remota, sin embargo, y sé que no estoy solo; aunque después de tanto y tanto no haya ni un solo pensamiento capaz contra la muerte, no estoy solo. Toco esta mano al fin que comparte mi vida y en ella me confirmo y tiento cuanto amo, lo levanto hacia el cielo y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza. Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora, cuanto se me ha tendido a modo de esperanza. CANCIÓN PARA FRANQUEAR LA SOMBRA Un día nos veremos al otro lado de la sombra del sueño. Vendrán a ti mis ojos y mis manos

y estarás y estaremos como si siempre hubiéramos estado al otro lado de la sombra del sueño. PROYECTO DE EPITAFIO De ti no quedan más que estos fragmentos rotos. Que alguien los recoja con amor, te deseo, los tenga junto a sí y no los deje totalmente morir en esta noche de voraces sombras, donde tú ya indefenso todavía palpitas. CLAUDIO RODRÍGUEZ (1934-1999) ALTO JORNAL Dichoso el que un buen día sale humilde y se va por la calle, como tantos días más de su vida, y no lo espera y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto y ve, pone el oído al mundo y oye, anda, y siente subirle entre los pasos

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el amor de la tierra, y sigue, y abre su taller verdadero, y en sus manos brilla limpio su oficio, y nos lo entrega de corazón porque ama, y va al trabajo temblando como un niño que comulga mas sin caber en el pellejo, y cuando se ha dado cuenta al fin de lo sencillo que ha sido todo, ya el jornal ganado, vuelve a su casa alegre y siente que alguien empuña su aldabón, y no es en vano. CÁSCARAS El nombre de las cosas, que es mentira y es caridad, el traje que cubre el cuerpo amado para que no muramos por la calle ante él, las cuatro copas que nos alegran al entrar en esos edificios donde hay sangre y hay llanto, hay vino y carcajadas, el precinto y los cascos, la cautela del sobre, que protege traición o amor, dinero o trampa, la inmensa cicatriz que oculta la honda herida, son nuestro ruin amparo. Los sindicatos, las cooperativas, los montepíos, los concursos; ese prieto vendaje de la costumbre, que nos tapa el ojo para que no ceguemos, la vana golosina de un día y otro día templándonos la boca para que el diente no busque la pulpa fatal, son un engaño

venenoso y piadoso. Centinelas vigilan. Nunca, nunca darán la contraseña que conduce a la terrible munición, a la verdad que mata. MIENTRAS TÚ DUERMES Cuando tú duermes pones los pies muy juntos, alta la cara y ladeada, y cruzas y alzas las rodillas, no astutas todavía; la mano silenciosa en la mejilla izquierda y la mano derecha en el hombro que es puerta y oración no maldita. Qué cuerpo tan querido, junto al dolor lascivo de su sueño, con su inocencia y su libertad, como recién llovido. Ahora que estás durmiendo y la mañana de la almohada, el oleaje de las sábanas, me dan camino a la contemplación, no al sueño, pon, pon tus dedos en los labios y el pulgar en la sien, como ahora. Y déjame que ande lo que estoy viendo y amo: tu manera de dormir, casi niña, y tu respiración tan limpia que es suspiro y llega casi al beso. Te estoy acompañando. Despiértate. Es de día.

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UN “NOVÍSIMO”: MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN (1939-2003) Si te perdieras entre Júpiter y Urano te arrancarías los ojos para no ver el miedo del universo entero pendiente de no verte pues si te vieran las estrellas tendrían conciencia de tragedia tendrían conciencia comprenderían su lógica ciega inventarían la óptica el póker la ética la estética y el universo entero se iría a hacer puñetas A PARTIR DE LOS SETENTA LUIS ALBERTO DE CUENCA (1950) LA MALCASADA Me dices que Juan Luis no te comprende, que sólo piensa en sus computadoras y que no te hace caso por las noches.

Me dices que tus hijos no te sirven, que sólo dan problemas, que se aburren de todo y que estás harta de aguantarlos. Me dices que tus padres están viejos, que se han vuelto tacaños y egoístas y ya no eres su reina como antes. Me dices que has cumplido treinta y cinco y que no es fácil empezar de nuevo, que los únicos hombres con que tratas son colegas de Juan en IBM y no te gustan los ejecutivos. Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia? ¿Qué quieres que haga yo? ¿Qué mate a alguien? ¿Qué dé un golpe de estado libertario? Te quise como un loco. No lo niego. Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo era una reluciente madrugada que no quisiste compartir conmigo. La nostalgia es un burdo pasatiempo. Vuelve a ser la que fuiste. Ve al gimnasio, píntate más, alisa tus arrugas y ponte ropa sexy, no seas tonta, que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte, y tus hijos se van a un campamento, y tus padres se mueren. EL DESAYUNO Me gustas cuando dices tonterías, cuando metes la pata, cuando mientes, cuando te vas de compras con tu madre y llego tarde al cine por tu culpa. Me gustas más cuando es mi cumpleaños y me cubres de besos y de tartas, o cuando eres feliz y se te nota, o cuando eres genial con una frase

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que lo resume todo, o cuando ríes (tu risa es una ducha en el infierno), o cuando me perdonas un olvido. Pero aún me gustas más, tanto que casi no puedo resistir lo que me gustas, cuando, llena de vida, te despiertas y lo primero que haces es decirme: “Tengo un hambre feroz esta mañana. Voy a empezar contigo el desayuno.” ELOY SÁNCHEZ ROSILLO (1948) VOLVER Cómo me gustaría estar ahora lejos de la ciudad, andando por los campos aquellos de mi infancia en esta tarde de la primavera. Ya estarán verdeando las tierras de labor, y el oro joven del sol de marzo exaltará la gracia de los almendros florecidos. Aún hace un poco de frío, pero el aire insinúa una tibieza amiga en la que todo canta. Estar allí de nuevo, después de tantos años de ausencia; andar sin rumbo en la luz vespertina a través de las hazas o por el monte bajo. Entre las ramas de un enebro dice su canción un jilguero; ladra en la lejanía el perro de un pastor; una bandada de súbitas perdices alza el vuelo a mi paso. Estar allí de nuevo, y dejarme habitar por las imágenes

de la niñez remota; soñar que no han pasado en un soplo los años, y que es verdad la vida. PRINCIPIO Y FIN Puede ser que te digas: “El verano que viene quiero volver a Italia”, o: “El año que hoy empieza tengo que aprovecharlo; con un poco de suerte acabaré mi libro”, y también: “Cuando crezca mi hijo, ¿qué haré yo sin el don de su infancia?”. Pero el verano próximo, en verdad, ya ha pasado; terminaste hace muchos años el libro aquel en el que ahora trabajas; tu hijo se hizo un hombre y siguió su camino, lejos de ti. Los días que vendrán ya vinieron. Y luego cae la noche. A la vez respiramos la luz y la ceniza. Principio y fin habitan en el mismo relámpago.

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ANEXO: ANTOLOGÍA POÉTICA DE MIGUEL HERNÁNDEZ I. PERITO EN LUNAS PALMERA Anda, columna; ten un desenlace de surtidor. Principia por espuela. Pon a la luna un tirabuzón. Hace el camello más alto de canela. Resuelta en claustro viento esbelto pace, oasis de beldad a toda vela con gargantillas de oro en la garganta: fundada en ti se iza la sierpe, y canta. II. EL RAYO QUE NO CESA 1. ¿No cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras y de fraguas coléricas y herreras donde el metal más fresco se marchita? ¿No cesará esta terca estalactita de cultivar sus duras cabelleras como espadas y rígidas hogueras hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota: de mí mismo tomó su procedencia y ejercita en mí mismo sus furores. Esta obstinada piedra de mí brota y sobre mí dirige la insistencia de sus lluviosos rayos destructores. 2. Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno. Sobre la pena duermo solo y uno, pena es mi paz y pena mi batalla, perro que ni me deja ni se calla, siempre a su dueño fiel, pero importuno. Cardos y penas llevo por corona, cardos y penas siembran sus leopardos y no me dejan bueno hueso alguno. No podrá con la pena mi persona rodeada de penas y de cardos: ¡cuánto penar para morirse uno!

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3. Tengo estos huesos hechos a las penas y a las cavilaciones estas sienes: pena que vas, cavilación que vienes como el mar de la playa a las arenas. Como el mar de la playa a las arenas, voy en este naufragio de vaivenes por una noche oscura de sartenes redondas, pobres, tristes y morenas. Nadie me salvará de este naufragio si no es tu amor, la tabla que procuro, si no es tu voz, el norte que pretendo. Eludiendo por eso el mal presagio de que ni en ti siquiera habré seguro, voy entre pena y pena sonriendo. 4. No me conformo, no: me desespero como si fuera un huracán de lava en el presidio de una almendra esclava o en el penal colgante de un jilguero. Besarte fue besar un avispero que me clava al tormento y me desclava y cava un hoyo fúnebre y lo cava dentro del corazón donde me muero. No me conformo, no: ya es tanto y tanto idolatrar la imagen de tu beso y perseguir el curso de tu aroma.

Un enterrado vivo por el llanto, una revolución dentro de un hueso, un rayo soy sujeto a una redoma. 5. Como el toro he nacido para el luto y el dolor, como el toro estoy marcado por un hierro infernal en el costado y por varón en la ingle con un fruto. Como el toro lo encuentra diminuto todo mi corazón desmesurado, y del rostro del beso enamorado, como el toro a tu amor se lo disputo. Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada y llevo al cuello un vendaval sonoro. Como el toro te sigo y te persigo, y dejas mi deseo en una espada, como el toro burlado, como el toro. 6. ELEGÍA (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería). Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano.

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Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. 10 de enero de 1936.

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III. VIENTO DEL PUEBLO 1. VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa. No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula? Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma,

labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra: las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes

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tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas. 2. EL NIÑO YUNTERO Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra, y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador. Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y de alhaja de carne de cementerio. A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura. Y como raíz se hunde en la tierra lentamente para que la tierra inunde de paz y panes su frente.

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Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina. Lo veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo. Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta. ¿Quién salvará este chiquillo menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros. 3. CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos de cierva concebida. Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te me rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo. Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo. Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa. Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura. Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo. Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras.

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Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano. Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos. IV. EL HOMBRE ACECHA 1. CANCIÓN PRIMERA Se ha retirado el campo al ver abalanzarse crispadamente al hombre. ¡Qué abismo entre el olivo y el hombre se descubre! El animal que canta: el animal que puede llorar y echar raíces, rememoró sus garras. Garras que revestía de suavidad y flores,

pero que, al fin, desnuda en toda su crueldad. Crepitan en mis manos. Aparta de ellas, hijo. Estoy dispuesto a hundirlas, dispuesto a proyectarlas sobre tu carne leve. He regresado al tigre. Aparta, o te destrozo. Hoy el amor es muerte, y el hombre acecha al hombre. 2. CARTA El palomar de las cartas abre su imposible vuelo desde las trémulas mesas donde se apoya el recuerdo, la gravedad de la ausencia, el corazón, el silencio. Oigo un latido de cartas navegando hacia su centro. Donde voy, con las mujeres y con los hombres me encuentro, malheridos por la ausencia desgastados por el tiempo. Cartas, relaciones, cartas: tarjetas postales, sueños, fragmentos de ternura,

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proyectados en el cielo, lanzados de sangre a sangre y de deseo a deseo. Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré. En un rincón enmudecen cartas viejas, sobres viejos, con el color de la edad sobre la escritura puesto. Allí perecen las cartas llenas de estremecimientos. Allí agoniza la tinta y desfallecen los pliegos, y el papel se agujerea como un breve cementerio de las pasiones de antes, de los amores de luego. Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré. Cuando te voy a escribir se emocionan los tinteros: los negros tinteros fríos se ponen rojos y trémulos, y un claro clamor humano sube desde el fondo negro. Cuando te voy a escribir, te van a escribir mis huesos:

te escribo con la imborrable tinta de mi sentimiento. Allá va mi carta cálida, paloma forjada al fuego, con las dos alas plegadas y la dirección en medio. Ave que sólo persigue, para nido y aire y cielo, carne, manos, ojos tuyos, y el espacio de tu aliento. Y te quedarás desnuda dentro de tus sentimientos, sin ropa, para sentirla del todo contra tu pecho. Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré. Ayer se quedó una carta abandonada y sin dueño, volando sobre los ojos de alguien que perdió su cuerpo. Cartas que se quedan vivas hablando para los muertos: papel anhelante, humano, sin ojos que puedan serlo. Mientras los colmillos crecen, cada vez más cerca siento la leve voz de tu carta igual que un clamor inmenso.

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La recibiré dormido, si no es posible despierto. Y mis heridas serán los derramados tinteros, las bocas estremecidas de rememorar tus besos, y con su inaudita voz han de repetir: te quiero. 3. CANCIÓN ÚLTIMA Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y esperanzas. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa, con su ruinosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza.

V. CANCIONERO Y ROMANCERO DE AUSENCIAS 1. ROPAS CON SU OLOR Ropas con su olor, paños con su aroma. Se alejó en su cuerpo, me dejó en sus ropas. Lecho sin calor, sábana de sombra. Se ausentó en su cuerpo. Se quedó en sus ropas. 2. NO QUISO SER No quiso ser. No conoció el encuentro del hombre y la mujer. El amoroso vello no pudo florecer. Detuvo sus sentidos negándose a saber y descendieron diáfanos ante el amanecer. Vio turbio su mañana y se quedó en su ayer. No quiso ser.

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3. CADA VEZ MÁS PRESENTE Cada vez más presente. Como si un rayo raudo te trajera a mi pecho. Como un lento, rayo lento. Cada vez más ausente. Como si un tren lejano recorriera mi cuerpo. Como si un negro barco negro. 4. LLEGÓ CON TRES HERIDAS Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor.

5. TRISTES GUERRAS Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes. Tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes. Tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes. Tristes. 6. MENOS TU VIENTRE Menos tu vientre, todo es confuso. Menos tu vientre, todo es futuro, fugaz, pasado baldío, turbio. Menos tu vientre, todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo. Menos tu vientre todo es oscuro. Menos tu vientre claro y profundo.

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7. NANAS DE LA CEBOLLA La cebolla es escarcha cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla: hielo negro y escarcha grande y redonda. En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchaba de azúcar, cebolla y hambre. Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna. Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso. Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo. Ríete tanto que en el alma, al oírte, bata el espacio.

Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea. Es tu risa la espada más victoriosa. Vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol, porvenir de mis huesos y de mi amor. La carne aleteante, súbito el párpado, y el niño como nunca coloreado. ¡Cuánto jilguero se remonta, aletea, desde tu cuerpo! Desperté de ser niño. Nunca despiertes. Triste llevo la boca. Ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma.

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Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne parece cielo cernido. ¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera! Al octavo mes ríes con cinco azahares. Con cinco diminutas ferocidades. Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes. Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro. Vuela niño en la doble luna del pecho. Él, triste de cebolla. Tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.