Antropologando #10 El Trabajo de Campo
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A N T R O P O L O G A N D OUn espacio de encuentro con la antropología
El Trabajo de Campo:entre teorías y vivencias
Depósito Legal: Pp200102 C S1071 Año 2 - Nº 10
ISSN: 1317-7087 Julio - Diciembre 2003
En conmemoración a los 50 años de la Escuela de Antropología (1953-2003)
Director General Benjamín Martínez
Comité Editorial Eduardo Herrera Malatesta
Jeyni González Tabarez
Editor de este número Eduardo Herrera Malatesta
Portada Foto: Jeyni González Tabarez
Niño en curiara. Río Tauca, Edo. Bolívar
Grupo de discusión en Internet http://groups.msn.com/antropologando/
correo electrónico
Universidad Central de Venezuela
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales Boletín de Antropología Crítica
ANTROPOLOGANDO
Año 2, Nº 10 Julio-Diciembre 2003 Antropologando: Es un boletín que se soporta ideológicamente en el verbo de acción antropologar, creado por el antropólogo Darcy Ribeiro, pues creemos que la ciencia no es una actividad desligada de las coyunturas sociales por las que atravesamos, sino que es una herramienta para hacer posible cada vez más una comunidad del sabes, del dialogo, de las acciones políticas transformativas legitimadas dentro del marco de las sociedades democráticas.
Ciudad Universitaria de Caracas Patrimonio Cultural de la Humanidad
Antropologando Año 2, Nº 10 Julio-Diciembre 2003
El Trabajo de Campo: Entre Teorías y Vivencias
CONMEMORACIÓN 50 años de Antropología en la UCV........................................
6
EDITORIAL El Trabajo de Campo...............................................................
11
ARTÍCULOS “Prediseñar lo Impredecible”:
Un Trabajo de Campo y Algunas Reflexiones José Palacios Ramírez (UJ)......................................................
23 Reflexiones Excavadas:
Revisión Teórica sobre el Trabajo de Campo Arqueológico Rodrigo Navarrete (UCV)........................................................
52 Imágenes y Narrativas de San Pedro del Tauca:
El Registro Visual en el Trabajo de Campo Jeyni González T. (IVIC).........................................................
82 Algunas Reflexiones sobre Experiencias en Trabajos de
Campo Horacio Biord (IVIC)...............................................................
102 Patanemo y Yo:
Reflexión Interpretativa de la Actividad de Campo Eduardo Herrera Malatesta (UCV)..........................................
120 El Trabajo de Campo como Experimento.
Antropología Andando Por Atacama (Chile) José Luis Anta Félez (UJ)........................................................
148 Una Tesis de Grado… ¿y después qué?
Juan Carlos Rey G. (IVIC).......................................................
174 RESEÑAS Evaluación Estudiantil del Taller:
“La Investigación de Campo en la Antropología: Vivencia, Convivencia y Sobrevivencia” María Eugenia Villalón (UCV) y Eduardo Herrera Malatesta..........
212
Homenaje a Petra Reyes: La Última Mujer Hablante del
Mapoyo (†) Maria Eugenia Villalón (UCV)................................................
217 RESÚMENES........................................................................................ 219 NORMAS DE PUBLICACIÓN........................................................... 224
Conmemoración. Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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50 AÑOS DE ANTROPOLOGÍA EN LA UCV
Eduardo Herrera Malatesta1
En el año de 1964 se publicó en la Universidad Central
de Venezuela la Memoria de la Escuela de Sociología y
Antropología. En este trabajo se compilaron los discursos de
apertura y las ponencias e intervenciones de las mesas redondas
que se llevaron a cabo en el año 1963 con motivo de la
celebración del X Aniversario de la Escuela de Sociología y
Antropología. En esta Memoria se plasmó en papel las
impresiones de los actores que 40 años atrás conformaban lo
que entonces era la Escuela de Sociología y Antropología.
Discusiones, ponencias e intervenciones sobre diversos temas
de interés antropológico y sociológico fueron reseñados en esas
páginas con la intención de mantener una ciencia social activa y
participativa.
50 años atrás personajes como George W. Hill primer
director de la escuela, junto con los primeros profesores Miguel
Acosta Saignes, Domingo Casanovas, José María Cruxent,
Adelaida de Díaz Ungría, Raniero Egidi Belli, Martha
Hildebrandt, José Ramón Medina, Gladis Trujillo de Moreno,
Juan B. Moretti G., Thomas Norris, Norman W. Painter, Carlos
Parisca Mendoza, Ismael Puertas Flores, Wolfgang Reinhold,
Antonio Requena, Jesús María Risquez, José Luís Salcedo
1 Tesista del Dapartamento de Arqueología, Etnohistoria y Ecología Cultural, Escuela de Antropología, Universidad Central de Venezuela.
Conmemoración. Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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Bastardo, James Silverberg, George Sugarman y Marco Aurelio
Vila, dieron vida a lo que sería la primera escuela especializada
de sociología y antropología de toda latinoamérica (Abouhamad
1964: 7). Entre este grupo de profesores destacamos la labor de
investigadores como Miguel Acosta Sa ignes, Antonio Requena
y Adelaida de Díaz Ungría quienes desde sus inicios
incentivaron y proclamaron la investigación de campo, cada
quien en su área, como elemento fundamental para una
antropología dinámica y productiva. Aunque, ya para aquel
entonces profesores como Antonio Requena señalaban que una
de las problemáticas de la Escuela era que no se estaban
proporcionando “los medios de entrenamiento práctico de los
estudiantes por cuanto sin la realización de investigaciones y
trabajos de campo, la formación científica en especialidades
como la Sociología y la antropología resulta insuficiente e
inadecuada” (Requena 1964: 27-28).
Entre esos primeros años de formación de la Escuela de
Sociología y Antropología y en su posterior desarrollo se
realizaron diversas actividades académicas en aras del
crecimiento de la Escuela; así como se continuaron luego de la
separación de las escuelas en 1987. Aunque, es curioso
comparar, desde una perspectiva histórica y salvando las
diferencias contextuales de cada período, como las críticas
positivas y negativas que se expresan en la Memoria son muy
similares a las que hoy en día se han hecho sobre la Escuela de
Antropología, principalmente en lo que se refiere a las
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actividades académicas, como por ejemplo, los trabajos de
campo.
Generalmente se piensa que la mayoría de los
estudiantes de la Escuela de Antropología mantiene hoy en día
una actitud apática y dispersa en cuanto a las actividades de la
Escuela se refiere, o al menos eso es lo que se comenta “entre
pasillos”. Esto, como muchas cosas, es una verdad relativa,
puesto que si bien es cierto que existe cierta apatía por parte del
estudiantado (y el profesorado) por las actividades de la
Escuela, también es cierto que existen muchas iniciativas
creadas por estudiantes y profesores que son levemente
apoyadas por otros estudiantes y profesores. Entre las
iniciativas que en los últimos años se han sentido y planteado a
la comunidad de la Escuela es posible mencionar: el grupo
Nueva Antropología en Venezuela (NAVE) quienes durante el I
semestre de 2003 organizaron y promovieron charlas
concernientes a temáticas antropológicas; el Expo-Arte de la
escuela promovidas por el Centro de Estudiantes; la cantidad de
grupos de discusión web creados por estudiantes y/o profesores
de la Escuela (4 hasta ahora); las charlas sobre “Problemática
Indígena en Venezuela” organizadas por la Comisión de
Extensión de la Escuela; además de los eventos porvenir como
el Congreso Nacional de Estudiantes a Sociología y
Antropología (CONESA) organizado por estudiantes de ambas
escuelas, el cual se realizará en este año; y el Congreso de
Antropología Biológica organizado por la Dirección de la
Conmemoración. Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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Escuela a realizarse también en este año. Por último, hace casi
tres años se creo el primer Boletín Antropológico de
Estudiantes de la Universidad Central de Venezuela,
Antropologando, el cual se mantuvo latente y constante como
publicación extraoficial hasta su consolidación como
publicación Oficial de la Facultad de Ciencias Económicas y
Sociales.
Este es un pequeño resumen de las cosas que se han
hecho en la Escuela de Antropología a nivel de actividades
extraacadémicas, si bien no son demasiadas, han sido y siguen
siendo aportes para el desarrollo de esta escuela, aportes que
deberían crecer y ser ejemplo, aportes para criticar
constructivamente. Lo curioso es que no todos estos aportes son
generados por la Escuela directamente (aunque respaldados por
su nombre), pero de igual manera los estudiantes y profesores
se mueven y crean proyectos de trabajo, los cuales deberían
sumarse en un solo esfuerzo orientado en un fin común, el de
re-crear y mantener una gran Escuela de Antropología, la única
del país, la primera de latinoamérica...
Con estas páginas Antropologando conmemora a
aquellos que hace 50 años se esforzaron en un fin común, pero
también a aquellos que después de 50 años continúan luchando
por mantener ese fin. Desde aquí nos unimos e invitamos al
resto de la comunidad estudiantil y profesoral a recordar y
mantener nuestra Escuela de Antropología.
Conmemoración. Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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REFERENCIAS
ABOUHAMAD H., Jeannette (1964) Presentación. Memoria Escuela
de Sociología y Antropología. Edición Especial – Boletín
Bibliográfico Ediciones de la Facultad de Economía U.C.V.
REQUENA, Antonio (1964) La Escuela de Sociología y
Antropología. Problemas. Posibles Soluciones. Memoria
Escuela de Sociología y Antropología . Edición Especial –
Boletín Bibliográfico Ediciones de la Facultad de Economía
U.C.V.
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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EDITORIAL
Eduardo Herrera Malatesta
El trabajo de campo ha significado para la antropología
la herramienta principal de recolección de datos. Desde los
orígenes de la ciencia antropológica el trabajo de campo ha
estado presente, cambiante en cuanto a teorías, métodos y
técnicas para su abordaje, pero siempre presente. No es
necesario ahondar mucho en una explicación sobre la
importancia que el trabajo de campo tiene dentro de la
disciplina, solo con observar como es enaltecido y expresado
por investigadores en sus publicaciones, basta para entender su
relevancia. En textos, ya clásicos, como los de Frazer (1969
[1890])1, Malinoski (2001 [1922]), Levi-Strauss (1970 [1955]),
Mead (1972), entre otros, se demuestra el énfasis que estos
autores señalaban sobre la necesidad de recolectar datos en el
campo, datos directos de los individuos, y no conformarse con
los relatos de los primeros exploradores y naturalistas.
En este sentido, el trabajo de campo, el trabajo
etnográfico, ha prevalecido dentro de la disciplina como una
actividad necesaria e indispensable para recoger informaciones
sobre otras culturas. Pero el trabajo de campo en antropología
1 Las referencias bibliográficas son para referir al lector a los trabajos más representativos de los investigadores, y no para hacer referencia a esos trabajos en específico.
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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ya no puede ser visto solo como el trabajo etnográfico, es decir,
la clásica visión del antropólogo visitando comunidades
indígenas. La antropología hoy en día, y desde hace mucho
tiempo, se ramifica en diversas áreas de estudio. Así, se pueden
enumerar diversas “formas” de trabajos de campo: el trabajo de
campo etnográfico, el arqueológico, el urbano, el visual, el
biológico, entre otros. Es importante destacar, que si bien
pueden encontrarse diversas actividades de campo según los
requerimientos de cada investigación, siempre se mantiene algo
en común, esto es, que se hace una salida de campo.
Los antecedentes de investigadores que realizaron
trabajos de campo con orientaciones antropológicas en
Venezuela se remontan hacia finales del siglo XIX. Personajes
como Gaspar Marcano (1971 [1889, 90, 91]), Lisandro
Alvarado (1956) y Alfredo Jahn (1927) vienen a la memoria al
preguntarnos acerca de los trabajos de campo en el país. Estos
investigadores representan lo que Vargas (1976) denominó los
inicios de la Corriente Etnográfica en Venezuela, ellos
“constituyen los mejores exponentes de esta tendencia que tuvo
como corolario una de las síntesis analíticas más completas que
se haya hecho hasta el presente de la cultura aborigen
venezolana” (Vargas 1976: 160). Sus investigaciones
estuvieron orientadas principalmente en la búsqueda de datos
empíricos, datos recolectados en el campo, aunque sin dejar de
lado la revisión de las fuentes históricas y documentales
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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invaluables para la comprensión de los procesos históricos
locales y nacionales (Vargas 1976).
Este énfasis en los trabajos de campo fue heredado por
los investigadores que les subsiguieron, quienes al igual que
estos pioneros mantuvieron el interés por indagar directamente
en cuestiones relacionadas con la cultura, la historia y los
aspectos biológicos de los habitantes presentes y pasados de
Venezuela. Entre los investigadores de mediados del siglo XX
se pueden destacar la labor de Miguel Acosta Saignes, José
Maria Cruxent y Adelaida de Díaz Ungría. Cada uno de ellos
desde su disciplina realizó diversos aportes al conocimiento
antropológico venezolano, y en sus publicaciones quedo
plasmado su interés por conocer y contrastar la antropología en
el campo. Acosta Saignes realizó diversas publicaciones sobre
temas antropológicos, históricos y folclóricos relacionados con
las culturas aborígenes venezolanas (1980, 1990), de los cuales
una gran cantidad son producto de sus observaciones en el
campo. Cruxent, por otra parte, se interesó en temáticas
vinculadas al pasado prehispánico venezolano y sus diferentes
manifestaciones, así como, la exploración y prospección
arqueológica y etnográfica de áreas poco investigadas de la
geografía nacional para su momento2. Díaz Ungría dedicó sus
investigaciones etnográficas al estudio de aspectos biológicos,
2 Para una revisión de la obra completa de J. M. Cruxent revisar la bibliografía compilada por E. Wagner (Wagner y Zucchi 1978: 367-375)
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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físicos y genéticos en las poblaciones indígenas venezolanas,
realizando aportes de indudable valor científico (Díaz Ungría
1965, 1966; Díaz Ungría y Castillo 1971; Díaz Ungría y Díaz
González 1986). Esta investigadora sostuvo siempre la posición
de que los trabajos de campo eran fundamentales para la
disciplina (varios 1995)3. Así como la labor realizada por estos
investigadores, y los que les precedieron, se pueden reconocer
otros que, igualmente, han realizado aportes al conocimiento
etnográfico venezolano, entre ellos se pueden mencionar los
trabajos de Johanes Wilbert (1966), Vincenzo Petrullo (1969
[1939]), entre muchos otros.
En Venezuela la tradición de trabajos de campo se deja
sentir tanto en las publicaciones de antropólogos, como en el
énfasis con que algunos profesores de la Escuela de
Antropología dictan sus clases. Aunque, si bien esto es cierto,
también es cierto que en Venezuela, hasta ahora, no se han
realizado publicaciones donde se discutan los aspectos
relacionados con el trabajo de campo en sí, más allá de las
investigaciones etnográficas. Es decir, que es normal leer libros
que son resultado de experiencias de campo, pero ¿qué sucede
con el antropólogo que esta detrás de esos textos? ¿dónde está
la experiencia del antropólogo más allá de los datos que
3 Para una revisión de la obra completa de Díaz Ungría revisar el currículo reseñado en el Homenaje a la Doctora Adelaida de Díaz Ungría (Varios 1995).
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recolectó? ¿quién explica cómo se lleva a cabo un trabajo de
campo? ¿en qué consiste? ¿qué es lo que pasa con los
antropólogos, que al momento de llegar de una larga estadía en
un sitio de trabajo, retornan diferentes? Estas preguntas y
muchas otras pueden pasar por la cabeza de cualquier
estudiante que observa a un profesor o investigador u otro
estudiante al llegar del campo.
¿Qué es el trabajo de campo? ¿qué significa? ¿cómo se
hace?, estas preguntas y varios aspectos técnicos,
metodológicos y experienciales fueron discutidos y
desarrollados por la Profa. Maria Eugenia Villalón en el taller
dictado en la Escuela de Antropología entre junio y julio de
2003: El Trabajo de Campo en Antropología: vivencias,
convivencias y sobrevivencias. Es a partir de esta experiencia y
de la incertidumbre natural acerca de los trabajos de campo, que
surgió la iniciativa de realizar un boletín dedicado a los trabajos
de campo en antropología. El interés principal estaba basado en
compilar artículos donde se discutiera y revisara el trabajo de
campo en sí mismo, sea de manera teórica, metodológica,
práctica o experiencial. Una discusión en este sentido podría
proporcionar dos tipos de beneficios directos para la disciplina.
En primer lugar, la discusión crítica, académica y productiva
sobre este tema podría generar un debate en cuento a ¿cómo se
están realizando los trabajos de campo en el país? y ¿Cómo son
percibidos los trabajos de campo por los mismo antropólogos?
Esto conlleva, al reconocimiento del investigador que se oculta
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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detrás de los textos. La discusión del trabajo de campo en sí
mismo, está estrechamente relacionada con el investigador que
realiza el trabajo. En segundo lugar, esta discusión podría ser
percibida como un elemento pedagógico dirigido a los
estudiantes que comienzan a adentrarse en la carrera. La
compilación de los artículos aquí presentados se realizó con
estas ideas en mente, y afortunadamente se logró compilar una
cantidad de artículos que difieren en sus temáticas y enfoques
interpretativos. Así, se juntan experiencias de estudiantes y
profesionales con visiones y temas de investigación de diversas
índoles, y ubicados en las diversas ramas de la antropología.
En este número se pueden ubicar los artículos en tres
grupos. En el primero, se ubica el artículo de Navarrete, este
autor realiza una revisión teórica e histórica sobre la discusión
del trabajo de campo en el mundo anglófono desde la
antropología hasta la arqueología, haciendo una revisión teórica
de los postulados que en los últimos 20 años han impactado con
mayor fuerza la disciplina. El interés de este investigador se
basa en la revisión del tema de la dimensión epistemológica y
social del trabajo de campo. Según Navarrete el trabajo de
campo “ha sido centro del debate sobre la legitimidad y función
social de la antropología en las últimas décadas”, aunque señala
que esta discusión se ha planteado con mayor fuerza desde la
antropología y arqueología anglófona, siendo este tipo de
debate muy pequeño en la antropología latinoamericana y
venezolana.
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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En el segundo grupo se incluyen los trabajos de
Palacios, Anta, Gonzá lez y Herrera. Estos textos articulan, a
partir de experiencias personales, reflexiones sobre diversos
elementos del trabajo de campo, tanto teóricos, metodológicos
y prácticos como experienciales e interpretativos. El texto de
Palacios está orientado hacia el precepto de que el trabajo de
campo ocupa un lugar central dentro de la disciplina
antropológica y es la principal herramienta de la generación del
conocimiento antropológico, tanto a nivel funcional y
sistémico, como a nivel estructural. En el trabajo de Anta se
destaca la interacción particular que se da en el trabajo de
campo entre el antropólogo y la gente que habita en el lugar de
su estudio. A través de un ejemplo festivo, una boda, el autor
aborda algunos de los elementos donde antropología y la
cultura local se entrelazan hasta el punto en que el trabajo de
campo termina convirtiéndose en una forma experimental de
conocer lo propio, y el discurso resultante de sus
interpretaciones termina siendo “un discurso literario, las más
de las veces de carácter retórico”.
En el texto de González se aborda la relevancia que
tienen las formas de registro visual como métodos de
recolección de datos y documentos en sí mismos. La autora
utiliza la fotografía y las representaciones gráficas para conocer
a las nociones que los habitantes del pueblo, donde realizó su
estudio, tienen sobre paisaje y las narrativas. El texto de
Herrera representa una reflexión interpretativa acerca de la
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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actividad etnográfica que un arqueólogo puede experimentar en
el campo. Este texto trata de expresar por un lado, la
experiencia y convivencia experimentada en un lugar de trabajo
y las repercusiones que esto tiene para la interpretación en
arqueología y, por otro, la consideración de contextualizar al
investigador dentro de la investigación y del sitio de trabajo, así
como revisar teóricamente las preguntas que surgen de esta
consideración.
El tercer grupo esta compuesto por los trabajos de Biord y Rey.
En estos artículos se muestran las impresiones y experiencias
personales de los autores en diferentes trabajos de campo. El
artículo de Biord expresa sus experiencias de campo realizadas
con diversas comunidades indígenas y campesinas. Aspectos
como las dificultades de genero, la confidencialidad y la
devolución de la información son desarrollados por Biord como
puntos metodológicos claves para poder optimizar los trabajos
de campo, y así lograr una mejor compenetración con las
comunidades. El trabajo de Rey es producto de sus experiencias
en trabajos de campo arqueológicos. En el texto el autor señala
a través de ejemplos toda la clase de inconvenientes logísticos y
metodológicos con los que generalmente se enfrentan los
arqueólogos en el campo. Así mismo, en el texto Rey plantea
una serie de reflexiones personales acerca de la actividad de
campo y cómo esta puede enriquecer a la ciencia antropológica.
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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Los artículos contenidos en este número abarcan
diversos aspectos del trabajo de campo, aunque sin lugar a
dudas quedan muchos aspectos sin revisar. El abordaje teórico,
metodológico y práctico del trabajo de campo en antropología
es un tema con muchas ramificaciones, y que debería ser
discutido con mayor profundidad e intensidad en los espacios
académicos del ámbito antropológico venezolano. Sea de
manera pedagógica o en discusiones publicas el trabajo de
campo debería comenzar a ser visto como un elemento
fundamental de la disciplina y no como un mero requerimiento
de la investigación. Desde la perspectiva en que es editado este
número del Boletín, es necesario e imprescindible que tanto
estudiantes como profesores de la Escuela de Antropología
inicien actividades donde se involucren salidas de campo
constantes y participativas, la experiencia en trabajos de campo
es una necesidad y un derecho de los estudiantes, pero
igualmente abrir debates a nivel del profesorado sobre trabajos
de campo enriquecería enormemente el conocimiento de los
alumnos.
Antropologando es una iniciativa estudiantil que busca
la integración del conocimiento antropológico en Venezuela y
en Latinoamérica. En este búsqueda, como en cualquier
investigación, se encuentran constantemente obstáculos y trabas
para el desarrollo interno; pero esta en el esfuerzo conjunto, en
la constancia académica y sistemática la victoria y avance de
los esfuerzos. Este número de Antropologando dedicado a un
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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tema poco discutido en el país desde una perspectiva interna,
“desde debajo” de la antropología puede marcar un punto de
partida para mayores debates y publicaciones. Además, este
mismo número esta realizando un homenaje a los 50 años de
formación antropológica en la Universidad Central de
Venezuela, y todos los artículos y reseñas contenidos en este
número están dedicados a todos aquellos que hace 50 años
lucharon por crear y mantener una disciplina científica y
académica. Si hoy en día no se mantiene, discute y desarrolla
firmemente la antropología venezolana, entonces la disciplina
no prosperará en ninguna dirección. Desde estas páginas, se
rinde homenaje a los que realizaron y realizan trabajos de
campo, a aquellos que ayer y hoy luchan por espacios de
discusión y debate científico, estudiantes y profesores, los que
están y los que ya se fueron.
BIBLIOGRAFÍA CITADA ACOSTA SAIGNES, Miguel (1980) Estudios en Antropología,
Sociología, Historia y Folclor. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. Serie Estudios, Monografías y Ensayos, Caracas.
ACOSTA SAIGNES, Miguel (1990 [1962]) La Cerámica de la Luna y otros Estudios Folklóricos . Monte Ávila Editores, Caracas.
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DÍAZ UNGRIA, Adelaida (1965) Estudio de Distintas Tribus en Venezuela. En: Comisión Nacional de Cooperación con la UNESCO. 1 (3): 13-24
DÍAZ UNGRIA, Adelaida (1966) Estudio Comparativo de las Características Serológicas y Morfológicas
Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
21
Correspondientes a las Poblaciones Guajiro, Guahibo, Guarao y Yaruro. Publicaciones del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Economía, Universidad Central de Venezuela, Caracas.
DÍAZ UNGRIA, Adelaida y Helia L. de Castillo (1971) Antropología Física de los Indios Irapa. Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, Caracas.
DÍAZ UNGRIA, Adelaida y J. L. Díaz González (1986) Consanguinidad entre los Indígenas Yukpa. Sociedad Venezolana de antropología Biológica. Publicaciones ocacionales, Vol. 1 – Nº 1.
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VARGAS, Iraida (1976) Introducción al estudio de las ideas antropológicas venezolanas 1880-1936. En: Semestre Histórico. 3: 151-174
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Editorial. Antropologando. 2 (10) Julio-Diciembre 2003
22
WAGNER, Erika y Alberta Zucchi (1978) Unidad y Variedad. Ensayos Antropológicos en Homenaje a José M. Cruxent. Ediciones C.E.A. – I.V.I.C., Caracas.
WILBERT, Johannes (1966) Indios de la Región Orinoco – Ventuari. Instituto Caribe de Antropología y Sociología. Fundación La Salle de Ciencias Naturales, Caracas.
Antropologando Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 23-51
“PREDISEÑAR LO IMPREDECIBLE”: UN TRABAJO DE CAMPO Y ALGUNAS REFLEXIONES
Dr. José Palacios Ramírez1 Universidad de Jaén, España
RESUMEN El trabajo que aquí se puede leer, es, fundamentalmente, una amalgama de intentos, de intentos de ofrecer algunas reflexiones metaantropologicas sobre distintos aspectos de la experiencia de campo, teniendo como punto de partida una experiencia propia de campo. Por ello, he intentado situar el trabajo de campo de una forma, que calificaría como integral, dado que la intencionalidad que vértebra el texto, esta dirigida a mostrar el trabajo de campo dentro de lo que seria el engranaje completo de una investigación antropológica –en este caso concreto-. Palabras Claves: Trabajo de Campo. Reflexividad. Experimentalidad. Relativismo. Tepehuas (México).
INTRODUCCIÓN
El trabajo que aquí se puede leer, es, fundamentalmente, una
amalgama de intentos, de intentos de ofrecer algunas reflexiones
metaantropologicas sobre distintos aspectos de la experiencia de
campo, teniendo como punto de partida una experiencia propia de
campo. Por ello, he intentado situar el trabajo de campo de una
forma, que calificaría como integral, dado que la intencionalidad que
vértebra el texto, esta dirigida a mostrar el trabajo de campo dentro
de lo que seria el engranaje completo de una investigación
antropológica –en este caso concreta-. Y a la misma vez, también se
1 Universidad de Jaén - Área de Antropología Social. Campus Las Lagunillas. 23071 Jaén. España. [email protected]
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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dirige hacia la idea de mostrar la posición de centralidad
innegociable que la experiencia de campo ocupa dentro de la
generación de conocimiento antropológico, no solo a nivel funcional
y sistémico, sino también a nivel estructural, pues dicha experiencia,
reproduce paradigmáticamente muchas de las características
esencialmente paradójicas del saber antropológico, su carácter
esquivo, algo que a forma de metáfora, he intentado plasmar en el
titulo del trabajo, “prediseñar lo impredecible”, cuya intención es
presentar el trabajo de campo, la investigación antropológica, y por
ende, el conocimiento antropológico, en su carácter de permanente
paradoja entre el deseo y la imposibilidad, de asir lo inasible, de
objetivar, de objetivar lo subjetivo.
Al margen de estos esbozos orientativos sobre el texto que
sigue, me gustaría que esta introducción sirviese además, para situar
y ofrecer algunas orientaciones paratextuales, que sirvan para situar
la lectura al respecto de los nodos de discusión que el texto pretende
encarar, en la mayoría de los casos, de forma elíptica. Uno de los
puntos básicos que el texto pretende enfrentar en lo referente a las
dimensiones epistemológicas del trabajo de campo, es el carácter de
condicionalidad que este ostenta dentro de las cartografías del pensar
antropológico, principalmente debido a su inmensa potencialidad
heurística, puesto que una de las características básicas de la
experiencia de campo, es su capacidad para obligarnos a contraponer
perspectivas (a la hora de reflexionar sobre “el papel del observador”
de forma relativista, me parece esencial Foucault 1999a: 13-25;
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
25
1999b), a la vez que para facilitarnos el contraste de realidades
próximas y ajenas (véase Cardin 1990). Aspectos ambos, que
indudablemente forman parte esencial, aunque muchas veces
silenciada, de lo que Clifford (1999: 424) califica como el habitus
del trabajo de campo. Otro aspecto nodal que el texto pretende
abordar en su desarrollo, es el carácter experimental del trabajo de
campo (puede verse Rabinow 1992: 26), al cual, pretendo añadir una
dimensión complementaria, e igualmente importante, pero en
muchas ocasiones obviada, su carácter experiencial, ya que si bien es
cierto que la experiencia de campo constituye una fuente inagotable
de “hechos a interpretar”, en este proceso hermenéutico se da la
mediación insustituible de la evocación, de la rememoración de
momentos fuertes, emergentes. Aspecto este en el cual emerge
nítidamente la relación intrínseca del conocimiento etnográfico con
la escritura, ya sea mediante los diarios de campo (sirvan de ejemplo
Leiris 1988; Rabinow 1992; Lourau 1988; y Clifford 1995), la
literatura de viajes (pueden verse Chatwin 1988; Lawrence 1999), u
otros tipos de literatura (entre otros Conrad 2002; Joyce 1999).
EL PROCESO PREVIO AL TRABAJO DE CAMPO
Si algo ha quedado claro para mí en el desarrollo de
diferentes investigaciones como a la que aquí haré referencia, es que
cuando se habla de “interferencias externas” tanto refiriéndose al
planteamiento como a todo el desarrollo de cualquier tipo de
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investigación, no se hace en absoluto bajo ningún ejercicio de
retórica textual; de entrada, porque lo que comenzó siendo la idea de
realizar un estudio de carácter aproximativo al papel que
desempeñan las ONG’s en un país que se califica como integrante
del llamado Tercer Mundo, terminó con el transcurso del tiempo y
debido a la posibilidad de apoyo de un compañero, que me
introduciría dentro de la propia comunidad, además de contar con un
amplio apoyo bibliográfico e incluso orientaciones previas que me
harían más fructífera la estancia para realizar el trabajo de campo,
sumándole además la mayor posibilidad de una segunda estancia de
mayor tiempo que me sirviera para poder ampliar este trabajo, acabó
por convertirlo en un estudio de mediadores culturales de carácter
mucho más amplio, debido a que en la zona en cuestión no había
ninguna organización no estatal trabajando, teniendo como centro
gravitatorio complementario el café, su cultivo y estrategias
comerciales y lo que aún resulta más curioso, deviniendo de forma
casi autóctona, como si la realidad a la que uno pretende
aproximarse determinara también las condiciones, en algo parecido a
una negociación.
Otra cuestión que suele quedar bastante clara con el
desarrollo de una investigación es la validez únicamente textual de
un esquema de desarrollo de la investigación lineal (Wolcott 1993:
127-144) no sólo a nivel de la retroalimentación que se da entre la
recolección de datos, la observación directa y la interpretación de
los mismos, ya sea inmediata a la recogida de estos, como posterior a
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la misma, sino lo que es más, en mi caso concreto se podría incluir
en dicha dinámica el amplio periodo previo de lecturas relacionadas
al efecto y su continuación tras la estancia de campo, en el cual, por
suerte se cumplió el supuesto carácter heurístico de comparar lo
vivido con las aportaciones etnográficas y teóricas de otra gente a la
búsqueda de ventanas epistemológicas, que abriera posibles
preguntas o que contrastara las propias hipótesis y observaciones.
Aunque, en cualquier caso, visto todo el proceso en perspectiva, ha
sido un continuo ejercicio que exige replantearse, que parece negar
lo que hasta antes se pensaba que estaba claro y que abría nuevos
campos, dándole valor a muchas anotaciones y material recogido en
el trabajo de campo por pura auto-exigencia metódica, sin pensar en
que pudiera tener un valor excesivo para más pretensiones.
METODOLOGÍAS Y HERRAMIENTAS DE “RECOGIDA DE
DATOS”: DECISIONES EPISTEMOLÓGICAS
Lo habitual dentro de este tipo de apartados destinados a
mostrar el diseño de las propias investigaciones, en el cual se apoyan
los trabajos que se presentan, suele ser comenzar por una serie de
aclaraciones sobre el tema o temas centrales de la investigación. Así,
buena parte del espacio se dedica a mostrar una perspectiva propia
desde la antropología y ciertos precedentes epistemológicos, el
objeto de ello es más que claro, dado que cualquier diseño de
investigación y la articulación de las herramientas de investigación,
incluso su uso, se ven bastante influenciados por las concepciones
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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teóricas que uno tiene como punto de partida, y por los objetivos de
la investigación. Aunque no tiene excesivo sentido que yo intente
contar algo que ya María Jesús Buxó hizo mucho mejor, el
mencionado trabajo de Buxó se centra en el papel de la sensibilidad
dentro de la etnografía, su papel dentro de las elecciones
metodológicas y epistémicas:
“...la sensibilidad estética, ayuda a aislar al antropólogo de la
preocupación por la descripción realista, una cierta concepción
clónica del nativo y el sentido canónico de la cultura (dándole) la
apreciación de que no hay una solución ni explicación únicas para un
planteamiento o problema, sino que depende de los conceptos y
juicios específicos que se comunican o que se intersubjetivizan en el
diálogo de una experiencia etnográfica concreta” (Buxó 1995: 65).
Junto con las claras influencias innegables a estas alturas de
las etnografías posmodernas y de la antropología interpretativa, lo
que sin duda influenció mayoritariamente el diseño de mi
investigación fue la corriente conocida como etnociencia2 debido a
la minuciosidad de sus planteamientos en la recogida y contraste de
datos (así como a una cierta bisoñez en la búsqueda de
“seguridades”), lo cual permite además diferenciar muy bien las
propias apreciaciones de los informantes, evitando en la medida de
lo posible sesgos etnocéntricos. Fundamentalmente el diseño de
dicha investigación, basado en la pretensión de articular tres
2 Véase Hammersley y Atkinson 1994; Werner y Schoepfle 1985.
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herramientas distintas de toma de datos, como son la observación, la
entrevista y la realización de historias de vida, sólo sufrió un cambio
importante, que se refiere a la realización de las historias de vida,
para lo cual encontré bastantes dificultades, debido a la gran
incomodidad y desconfianza que tanto la grabadora como la propia
cámara fotográfica generaba en los habitantes de la localidad donde
me instalé, teniendo que recurrir por norma general al cuaderno de
campo y a la memoria. Había además otro inconveniente añadido, el
tiempo tan reducido de mi estancia de campo en esa localidad, lo que
hizo que a las dificultades naturales y habituales de encontrar a gente
que no conoces dispuesta a narrarte su propia vida, se le añadió el
carácter difícil de muchos de estos lugareños, lo cual determinó que
sólo pudiera realizar una sola historia de vida a una maestra que
trabajó en la zona recientemente, así como también pude comenzar a
realizársela a otros dos maestros más, uno de los cuales estaba
instalado en Pachuca y otro natural de la localidad de Huehuetla y
tepehua, pero que por motivos aún no claros para mí, me
abandonaron a mitad de su desarrollo. Aun así, esto me causó en ese
momento un gran problema, puesto que mi interés en el desarrollo de
las historias de vida, por su reconocimiento de la heterogeneidad y
su nivel de complejidad de la realidad, para poner a prueba las
abstracciones teóricas, está mucho más cerca del interés en la
cuestión de la etnicidad que se ha visto apartado a una posterior
elaboración más amplia, con una estancia mas larga en el campo 3.
3 Sobre la metodología y utilidad de las historias de vida en el trabajo de
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De esta forma, la estrategia elegida en un comienzo fue
oscilando, casi por sí misma, hacia un planteamiento etnográfico más
clásico, que contrastará las entrevistas realizadas y la observación
con las apreciaciones más subjetivas y las distintas teorías. Tal vez lo
más interesante de la observación estructurada que propone los
modelos etnometodológicos son las influencias a partir de los
protocolos desarrollados por Erving Goffman (1981) y su modelo
teatral, que privilegia una perspectiva micro y muy interesada por la
interacción que la hizo muy atractiva para mí, por lo que en buena
medida fue un modelo a seguir en la observación, ya que ofrece la
posibilidad de una gran capacidad de análisis, con una buena dosis
de economía, de tiempo y de conceptualización, dirigiendo de forma
selectiva la atención hacia ciertas conductas, teniendo como
constante la fugacidad de la acción humana. Dicho enfoque cuenta
además con la ventaja de haber propuesto sus propios métodos de
control, es decir, a pesar de partir de ciertas generalizaciones como
son la construcción social del rubor (Goffman, 2001: 41-58) y de un
fuerte sesgo hacia el estudio institucional de las llamadas sociologías
de la situación, desarrollando toda una epistemología destinada a
demostrar y evitar en la medida de lo posible la continua realización
de inferencias por parte del observador4 y la influencia de ésta sobre
los observados.
campo, puede verse: Pujadas 1995; Buechler 1999: 245-264; Godard y Cabanes 1996; así como un buen ejemplo, clásico ya: Rojas y Nash 1976. 4 Sacks 2001: 61-84; sobre las aportaciones de Goffman puede verse Caballero 1998: 121-144.
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En el desarrollo del segundo pilar metodológico, esto es, la
entrevista, una vez sobre el campo debí realizar una clara distinción
entre las que fueron llevadas a cabo a personas integrantes de algún
tipo de institución y las que se realizaban a informantes particulares,
además claro está, de la distinción de éstos en los cuadernos de
campo de las importantísimas, al menos en mi caso, notas sobre
conversaciones de carácter informal. El desarrollo tanto de unas
como de otras estuvo basado en un planteamiento semi-estructurado
o abierto, mucho más flexible en el caso de las entrevistas
personales; en ambos casos existía un primer tipo de preguntas a
realizar –grand tour-, que servían de panorama general sobre la
problemática del café, las instituciones estatales por ejemplo,
sirviendo como puerta a otras más minuciosas que abrían las propias
experiencias concretas del informante y otras más cercanas al
ejemplo o la definición concreta, cuya misión era servir de primer
nivel de contraste o aclaración de las conclusiones. En este sentido,
siempre intente contrastar dentro de lo posible mis anotaciones con
los propios informantes para no llegar a equivocaciones
interpretativas (véase Kvale 1996) y es de reconocer la importancia
heurística de las sugerencias de Oswald Werner y Marck Schoepfle
respecto a la fase previa y posterior de la entrevista (1985: 292).
El tercer punto de apoyo de mi estrategia epistemológica
cumplía el papel de dotarla de un nivel analítico complementario a
mis propias conjeturas y con el que contrasta tanto los datos
etnográficos como otras lecturas etnográficas más o menos paralelas.
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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Supuestamente, esto no depende de mi juicio como autor, también
debería cumplir el papel de articular lo local y cercano, con un nivel
más global de análisis, permitiendo algún tipo de análisis estructural
a partir del estudio de enfoque fenomenológico, pasando de la praxis
a la práctica social y de la interacción a las bases de la reproducción
del sistema social en cuestión, si es que las había, claro está. Para
ello se trataba de complementar el análisis de los datos etnográficos
con un análisis sociológico más general, transdisciplinar, teniendo
como referente el intento de aprehensión de las formas de
reproducción social del poder de Pierre Bourdieu (1998) que jugaría
un papel de “trampolín” desde su análisis de los modos y discursos
culturales de grupos concretos, ofreciendo diagramas bastante
completos, saltando hacia teorías más generales aún como la
filosofía del poder de Michel Foucault (1984) o la deconstrucción
derridiana, cuyo potencial teórico aún no es muy tenido en cuenta en
muchas de las tendencias antropológicas por su alto nivel de
“relativismo científico”, pero se presenta muy amplio, debido a la
capacidad de ambos corpus teóricos de entremezclar la abstracción y
la realidad social -que Derrida llama vocación empirista- a la vez que
su capacidad para desmontar construcciones sociales, tanto practicas
como discursos (véase Watson 1996: 77-88; Raulet 1994: 52-68).
NOTAS SOBRE UNA ESTANCIA DE CAMPO (HUEHUETLA, 2001)
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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Visto ahora, tiempo después, se torna bastante cierta la idea
del trabajo de campo como un viaje (Krotz 1991:50-57), no sólo
físico, sino más vital, que comienza cuando se está en esa serie de no
lugares (Augé 1998) que son los aeropuertos y que sólo concluye
algún tiempo después de haber vuelto a casa, cuando ya se han
aplacado las ganas casi compulsivas de volver al lugar en cuestión y
uno es capaz de ver las notas y el diario con cierta “distancia” y lo
hace capaz de entender, pero sólo un tiempo después, muchas cosas.
En mi caso particular, la prueba real y más contundente mi paso
particular a una situación de permanente extrañamiento fue sin duda
la extraña visión de la ciudad de México D.F. desde las alturas,
momentos antes de aterrizar, una visión inmensa, casi fantasmal,
salpicada de luces e inmensas avenidas, la prueba material del
funcionamiento perfecto del caos que a algunos tanto nos seduce.
Después de llevar un par de días instalado ya en Pachuca, en el
Estado de Hidalgo, que sirvieron para poder aclimatarme un poco y
para ultimar detalles con el antropólogo que ya trabajaba en
Huehuetla y que me introduciría en la comunidad propiamente dicha.
La idea era aprovechar su experiencia en este lugar para que mi fase
de entablar contactos se redujera a lo imprescindible para no tener
que perder mucho tiempo y hacer mi estancia allí mucho más
productiva y obvia decir que ese objetivo se cumplió, aunque para
ellos fueron necesarias larguísimas jornadas que comenzaban muy
temprano, en torno a las 6 ó 7 de la mañana y que terminaban con la
revisión de las notadas tomadas a lo largo de ese día y la redacción
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del diario alrededor de las 1 de la madrugada, lo cual hacía que me
preguntase si allí la gente dormía, pues parecía que en este lugar no
cesaba nunca la actividad.
La estancia en Huehuetla podría dividirse en dos etapas bien
diferenciadas, de hecho, revisando mi diario así aparecen, aunque
ésta sería una división muy general, ya que toda la estancia fue un
sinfín de altibajos, pues había momentos en los que todo parecía ir
muy bien y en los que me sentía realmente cómodo y otros en los
que ocurría todo lo contrario, todo era demasiado extraño y me
quedaba bastante claro que ese no era mi ambiente y todo parecía
torcerse, era algo parecido a una montaña rusa. La llegada a
Huehuetla fue casi tan “extraña” como el aterrizaje en la capital,
fueron necesarias 4,30 horas de autobús para llegar hasta allí y que
comenzaron por el cómodo tránsito por las llanuras del Mezquital, en
un autobús bastante confortable, para después pasar a realizar un
trasbordo en Tulancingo, que significa la entrada en el ambiente de
la Sierra con sus destartalados minibuses, repletos de gente cargada
de bultos, realizando continuas paradas, pero rodeado de una abrupta
naturaleza de belleza abrumadora, con continuas lluvias y un hábitat
bastante disperso, muy desconcertante la primera vez que se visita.
Recuerdo muy bien la llegada a Huehuetla, como olvidarlo, era
prácticamente el comienzo de un rito, aunque yo ya había realizado
trabajo de campo en mi ciudad, intentando estudiar de forma
metódica las formas de trabajo en el olivar y a través de éstas el
ambiente y el contexto social en mi provincia, pero nada parecido a
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lo que me esperaba, el realizar trabajo de campo en un lugar tan
lejano y exótico, tan diferente a lo que yo estaba acostumbrado y que
debía pasar a formar parte de una “extrañeza confiada”, por decirlo
de algún modo, toda vez que se suponía que allí iba a encontrar
gente muy diferente a la que yo conocía, la forma de vida indígena
que se me había presentado en mis continuas lecturas y que me
apasionaba. Y de hecho, esta ilusión previa a la “decepción” se
cumplió en el transcurso de los primeros días, pues ya desde mi
llegada, desde que bajé del autobús ya noté en mí la mirada distante
desde las puertas de las casas de la gente que se protegía de la lluvia.
Mi acompañante me hablaba en un tono muy suave, me daba las
últimas instrucciones y me comentaba que al principio todo el
mundo sería muy recesivo, pero que no me preocupara, que después,
cuando se acostumbraran a verme y me empezaran a conocer, todo
sería mucho más fácil. Uno de los hechos más curiosos que me
ocurrieron fue el interrogatorio al que me vi sometido por uno de los
informantes de mi compañero, pues tan pronto como me vio aparecer
por la calle, nos llamó desde el porche de su casa y tras ser
presentados formalmente por mi acompañante, éste se dirigió a la
casa donde íbamos a rentar unas habitaciones, dejándome en sus
manos. Seguida e inmediatamente comenzó toda una serie de
preguntas encadenadas, la mayoría bastantes surrealistas para mí,
aunque supongo que para estas personas mi presencia allí era lo
inexplicable, sino fuera porque trabajara para alguna agencia estatal.
De esta manera, mi “dialogante amigo” procedió sin dilación a
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preguntarme todo tipo de cuestiones: que quien era, de dónde venía,
para qué venía, cuánto costaba el pasaje de avión, por qué me
interesaba el café, si trabajaba para el gobierno, si me gustaba
México, si mi presencia allí iba a conseguir dinero para la
comunidad y otras muchas más preguntas de carácter más trivial
sobre mi ciudad, mi país, el cultivo del olivo, si había “carros” o si
mi ciudad y mi país estaban cerca de Estados Unidos. En el fondo en
este mi primer encuentro con un habitante de Huehuetla fui yo el
interrogado y no me importó en absoluto, porque supuse que cuanto
antes fuese reconocido mi papel allí, antes empezaría a recibir
información de ellos, además con mayor facilidad y además se
encontraban también en todo su derecho de interrogarme ellos a mí..
Mis primeros dos días en Huehuetla estuvieron dedicados a
las presentaciones, a conocer a la gente que más tarde me ayudó y
que también trabajaban con mi acompañante y que no sólo me
sirvieron tanto de acompañantes e informantes, sino también como
contactos con la gente, puesto que la credencial que me facilitaron
las distintas instituciones allí existentes, por ejemplo la Universidad
de Hidalgo, me sirvieron para que su actitud fuese más permisiva y
positiva respecto a mis preguntas. Durante mi estancia, fue cuando
comenzó a tomar más peso la idea de aumentar el interés de mi
trabajo hacia la cuestión de la etnicidad, puesto que en ese sentido
mis primeras impresiones fueron desilusionantes, pues no existía
ninguna asociación tepehua que me pudiera asesorar y ayudar y, a
pesar de que algunas de las instituciones mediadoras estaban
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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gestionadas por el INI, sus planteamientos no distaban casi nada de
los de cualquier institución desarrollista y no se centraba para nada
en los tepehuas, de hecho muy pocos habitantes conocía la lengua
tepehua, uno de mis informantes enseñaba la lengua tepehua a sus
hijos y mucha de la gente a la que conocí después afirmaba que esto
no tenía mucho sentido, que eso no servía para nada, puesto que lo
que importaba en este momento era aprender inglés y español. Tanto
era así que para intentar aprender algunas de estas palabras, me
inventé un juego con las hijas de este señor, de manera que mientras
esperaba a que volviera su padre en el porche, ellas me enseñaran
algunas palabras en tepehua, en forma de adivinanzas y a cambio yo
les decía las mismas palabras en inglés. Después este sentimiento de
duda acerca de la solidez étnica que había leído en las bibliografías
sobre México y el café, se afianzó mucho más cuando visité el
Barrio Aztlan, un barrio que se situaba fuera de Huehuetla y al que
se accedía cruzando el río y ascendiendo una ladera en un ambiente
que mi mirada occidental se había calificado de extrema pobreza,
pero que sus propias gentes pusieron en duda ya que, en absoluto, se
mostraron pobres e infelices, al contrario, pues con el tiempo y el
diálogo me contaban de sus estrategias para “poder salir adelante” y
compartir con ellos agradables comidas y buenos ratos frente al
televisor. La cuestión era que sus patrones de vida o su
configuración familiar no me parecían exageradamente extrañas y
mucho menos diferentes de otra gente de Huehuetla que era mestiza.
Normalmente, cuando discutía este tipo de cuestiones con mi
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acompañante e introductivo en la comunidad, al que sólo veía por la
noche, ya que llegó un momento en que me movía con total soltura y
cada uno realizaba sus propios contactos, las posiciones eran una
continua búsqueda de equilibrios entre el absurdo de una visión
proteccionista, que casi se dirige hacia una “especie de reserva
étnica” sin tener en cuenta a la gente, que se convierte en objeto de
exposición (Alcina Franch 1995: 107-110) y nuestras propias
percepciones más cercanas a una especie de fe en la “creatividad
cultural” (Rosaldo 1993) de la gente entre la que nos movíamos, en
su forma de interpretar patrones culturales occidentales y también los
propios de origen étnico sin ningún tipo de contradicción.
En la “negociación” con los distintos informantes, no se me
presentaron excesivas dificultades, salvando el escepticismo de
algunos casos hacia un tipo que venía de España a interesarse por sus
problemas con el café; en otros casos la intersección de mi
compañero facilitó en mucho el asunto, porque la gente lo tenía
bastante identificado y muchos veían en el hablar con él una posible
vía para que alguno hiciera caso de sus problemas, sólo en algún
momento tuve que aclarar, con cierta incomodidad por mi parte, que
yo no estaba dispuesto a pagar dólares a cambio de la información y
que no tenía nada que ver con la “gringa” que andaba por ese
entonces por Huehuetla y algunos pueblos cercanos recopilando
información para el Instituto lingüístico de Verano, posibilitando
para luego traducir Biblias al tepehua y al otomi y que “pagaba” por
la información recibida.. Tal vez uno de los aspectos más
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paradójicos de la interacción personal con la gente en Huehuetla fue
su ambivalencia, su ambigüedad, por una parte era obvia la
existencia de un ambiente de desconfianza, en buena parte debido al
nivel de politización de la vida social, bastaba ser visto con alguien
de Antorcha o el PRD o del Consejo Hidalguense del Café, para que
rápidamente corriese la voz de que trabajabas para el INI, a la misma
vez que la buena relación con el jefe de la policía local hacía a
algunas personas desconfiar, aunque la confusión aumentaba aún
más por la buena relación que mantenía con un militante del PRD,
que ostentaba un importante carisma personal dentro de la localidad
por la “radicalidad” de sus demandas y por sus continuas
reivindicaciones de la identidad tepehua frente a la presidencia,
aunque hay que decir que el suyo era un caso minoritario. Todo esto
por no hablar de la ambigüedad que para las continuas habladurías
suponía las visitas que habitualmente realizaba a una familia del
Barrio Aztlán o los regalos a sus hijos más pequeños, que ya contaba
con el precedente de que mi compañero en una ocasión les prestó
dinero para realizar una intervención quirúrgica a una de sus hijas,
debido a la imposibilidad para costearla con el único aporte de la
madre y el trabajo esporádico de alguno de sus hijos, pues el padre
de familia hace tiempo que los abandonó. Pero como decía, esta
aparente desconfianza era contradictoria con la amabilidad y la
generosidad de la que mucha gente hizo gala cada vez que les
realizaba una visita, incluso en algunos casos, por la noche, tras una
larga jornada de trabajo, me ofrecían un café y contestaban
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pacientemente a mis preguntas. El dueño de una de las cantinas del
pueblo, al cual en realidad conocí por casualidad, puesto que acudía
allí con mi compañero en busca del curandero local con el que
trabajaba sobre folklore tepehua, llegó a convertirse en un buen
informante, incluso llegó a reunirme un una ocasión con algunos
propietarios que solían frecuentar su local para que “platicara”
conmigo sobre el “problema” del café. También es digno de mención
el caso del militante del PRD que antes comentaba, que no sólo me
ofreció su gran conocimiento sobre la historia local y sobre la
problemática estatal e institucional-política, sino que también fue
capaz de organizarme un recorrido por los distintos cafetales de la
zona, presentándome a muchos de los propietarios y empleados en
los cafetales, que ante su sola presencia, sin que fuese necesario nada
más, accedían con sumo gusto a departir conmigo.
Los últimos días de estancia en la sierra fueron realmente
gratos, puesto que, en cierto modo, ya me sentía aceptado en la
comunidad y me movía con relativa autonomía, tan sólo se vieron
empañados por dos hechos desagradables: el primero el abandono de
dos personas que en un principio habían aceptado colaborar conmigo
en la realización de sus historias de vida y el otro que fue mucho más
desagradable, pues se trata de uno de esos momentos considerados
como “emergentes” en los cuales las líneas estructurales de los
posicionamientos culturales y también las propias del sentimiento
estratégico del poder se muestran de repente con la solidez de un
muro, contra el cual se estrellan muchas de las ideas benevolentes
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hacia la propia labor que uno se construye mentalmente. Dichos
abandonos de mis supuestos colaboradores fueron repentinos, pues
de un día para otro me encontré con la nota de uno de ellos,
argumentando una ausencia no esperada que causalmente surgía en
la fecha de mi partida. En el caso del otro abandono, simplemente se
trató de un viaje repentino sin medir ningún tipo de disculpa que,
aunque en un primer momento me llegó a molestar y también me
hizo plantearme que era yo quien me inmiscuía en sus vidas a
cambio de nada, con lo que tal disciplina no era necesaria, puesto
que era algo de carácter voluntario y no podía ser exigido, pese a que
a mí me pudiera suponer un contratiempo.
El momento “emergente” al cual me refería con anterioridad,
se desarrolló una de las noches antes de marcharme, sobre las 11 de
la noche, cuando mi compañero y yo nos encontrábamos en la planta
de arriba de la casa tras haber estado hablando largamente sobre
antropología y nos encontrábamos dispuestos a enfrascarnos en la
redacción de nuestros diarios, cuando comenzamos a escuchar un
gran estruendo que procedía de la primera planta de la vivienda en la
que vivíamos, justamente donde se encontraba la cocina, el salón con
la televisión y un par de habitaciones más. Se trababa de un fuerte
altercado entre el dueño de la casa y su esposa, en el cual éste
empezaba a perder ostensiblemente los nervios en la discusión,
gritando y amenazándola con golpearla, mientras se encargaba de
arrasar con todo lo que encontraba por su camino. Nosotros
escuchábamos muchos gritos de ayuda de la mujer, mientras ésta
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corría a refugiarse de él en la cocina. En un principio nuestra clara
intención fue intervenir para intentar solucionar el problema, pero el
ingeniero que rentaba la casa que había junto a la nuestra nos
tranquilizó aduciendo que “siempre era así”, que no pasaría nada,
aún así optamos por buscar al jefe de la policía que rentaba también
por allí, pero en ese momento no se encontraba; por suerte, en esos
momentos aparecieron unos amigos del “señor”, también
ostensiblemente borrachos, y se lo llevaron a continuar la juerga. Ese
fue uno de mis peores momentos, sin duda. La pregunta esencial que
nos hicimos después y que a día de hoy aún me hago, de ahí esta
paradoja sobre lo que algunos llaman “exhibicionismo posmoderno”,
es si de no estar en juego nuestra estancia allí, tanto la presente como
la futura, hubiésemos intervenido en la disputa conyugal, porque no
me asombró el “siempre es así” de mi “vecino”, porque lo único que
sentí fueron unas tremendas ganas de marcharme cuanto antes de
allí, de volver a donde las situaciones son más manejables por y para
mí. Supongo que el etnocentrismo en estas situaciones se muestra no
sólo como un prejuicio, sino también lo que en parte es el
equipamiento cultural o “sentido común” al que cada persona recurre
cuando es impensable pensar fría y racionalmente.
De mi marcha de Huehuetla mantengo un recuerdo
agridulce, era agradable volver a casa, pero no tan pronto, mientras
me alejaba en el autobús, miré por última vez la Sierra y sus
cafetales, el continuo fluir de gentes que viene y van, tanto a pie
como en furgoneta colectiva, de gente su sube y baja, que viene y se
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va, que se marchaba a pueblos cercanos como Tenango de Doria, a
Tulancingo o Pachuca o incluso a la capital, México D.F. El
sentimiento era positivo, tanto por la experiencia como por el trabajo
realizado, en este momento incluso algunos de los desplantes que me
hicieron y los momentos de auténtica burla de los lugareños sobre mí
mismo, que me movía continuamente por allí, haciendo preguntas
extrañas sobre cafetales, los coyotes y todo tipo de cosas y que, salvo
en momentos de confianza, parecían no existir. También me ocurría
algo parecido con los maestros, me parecían comprensibles y hasta
graciosos, he de suponer que la idealización posterior también juega
un importante papel en este tipo de experiencias, sobre todo en las
primeras tomas de contacto y que el papel del diario es ejercer una
noción de contraste. A lo lejos, ya sólo quedaban junto al río las
calles ordenadas, con la extraña superposición de antenas
parabólicas, al otro lado del río, el Barrio Aztlan con sus casas
“tradicionales” de madera, precarias, y en mi cabeza la idea de
volver pronto, muy pronto, quien sabe.
EL ANÁLISIS DE LOS DATOS Y LA FASE DE ESCRITURA
ETNOGRÁFICA
La característica más importante del periodo posterior al
trabajo de campo y previa a la redacción de los datos es la
asombrosa, o al menos a mi me lo pareció así, capacidad de este
periodo para encajar y desencajar las piezas, para de alguna extraña
forma ponerlo todo en su lugar. En mi caso, al periodo de trabajo de
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
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campo le siguió el intento de ordenar de forma sistemática los datos
recogidos, algo que no resultó demasiado difícil, ya que durante el
trabajo de campo, utilicé tres tipos de cuadernos claramente
diferenciados: uno dedicado a las entrevistas, otro a la observación
de los hechos y el último un diario propiamente dicho donde relataba
cada uno de los días de la forma más detallada posible. Más que
nada el orden de los datos consistía en extraer protocolos
sistemáticos a nivel etic y emic, tanto de las observaciones como de
las distintas entrevistas y conversaciones informales que pude
realizar, así como también de varias lecturas comprensivas de mi
propio diario, añadiéndole la observación detenida de las fotografías
tomadas en Huehuetla y sus cafetales, que ya expliqué que no fueron
muchas más debido a la incomodidad que provocaba la cámara a sus
habitantes, ya que no sabían “para qué las iba a utilizar” o si
“trabajabas para el gobierno”. El análisis de los datos condujo a
muchas más lecturas, no sólo de carácter antropológico, sino que se
diversificó hacia otras ciencias como fueron la geografía espacial y
humana, la historia de México, filosofía política, sociología, teoría
de juegos y toma de decisiones, etnología clásica de América, una
parte de la ingente producción mexicana existente sobre
indigenismo, incluyendo aportaciones del mundo andino, economía,
teorías y sus variantes antropológicas, desde el materialismo hasta la
ecología cultural, todo ello en un continuo intento de comprensión
que se veía muchas veces compensado en la “toma de vida” de los
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45
datos que antes no parecían tener importancia y que a la vez
retroalimentaba nuevas lecturas.
La fase de escritura es, paradójicamente, la más trabada y
satisfactoria, exceptuando claro está la experiencia vital del trabajo
de campo que después abordaremos, ya que exige de niveles de
sintaxis y orden y a la vez de una gran capacidad analítica y de
disciplina minuciosas que ponen a prueba cualquier vocación
literaria, la que se suele esconder siempre tras la figura de muchos
antropólogos. La única pretensión al respecto de la redacción del
trabajo era consegu ir apartar de la materialización de una visión
medianamente respetada con mi visión personal de las problemáticas
culturales a las que aquí me aproximo, pese al freno que ejercen las
formulaciones de este tipo de ritos de paso académicos, además de
con la gente que me acogió en su casa y me ayudó en Huehuetla; un
estilo personal que se acercaba lo más posible a una mirada subjetiva
y momentánea, lo más alejada posible de los estilos más extendidos
de escritura etnográfica (Geertz 1997).
CODA
Al fin y al cabo, lo único que parece claro, al menos eso
creo, es que, el trabajo de campo, como toda actividad cultural, es
experimental, pero experimental en un sentido que yo entendería
muy alejado de la experimentalidad científica –mas bien cuasi
experiencial–. Por decirlo de una forma concreta, cada trabajo de
campo es “irrepetible”, aunque se formalice siempre bajo unas
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
46
condiciones preestablecidas. Así pues, creo que una vez adoptado
este punto de vista, deja de tener sentido el plantear determinados
debates sobre el trabajo de campo, ya se trate de delimitar un estatuto
científico verificable por medio de revisited apoyados en una cierta
fe en el objetivismo (son todo un clásico Lewis 1986: 15-64; 65-88;
1970), o ya se trate de reflexiones artificiosas en exceso, tal vez
influidas por las modas académicas en demasía, que no parecen
darse cuenta de que por oposición reproducen el dualismo objetivista
al presentar el trabajo de campo como un constructo personal del
antropólogo, un simulacro, negándole su contenido vivencial (me
refiero a García Canclini 1991: 58-64). A este respecto me parece
que un ejemplo magnífico de los diferentes tipos de conocimiento
que genera el trabajo de campo, a nivel heurístico, experimental y
epistemológico es el de Rosaldo (1993)5.
En cualquier caso, aceptando –por obvio– lo inadecuado de
una concepción del trabajo de campo como espacio neutro,
experimental, donde el antropólogo se limitase a “observar”, a
comprobar sus hipótesis, para luego dejar que sus descripciones
“hablen por sí solas”6. Pero desestimando de igual manera el
desprecio que, en algunos casos, se ha dado a raíz de las propuestas
posmodernas y dialógicas de la narratividad etnográfica en su
contenido interpretativo, como si realmente fueran separables, por 5 Aunque también puede verse, en un sentido mucho más general, Lisón Tolosana 1998: 219-235; Jamard 1999: 273-274; Jociles 2000: 109-158. 6 En este sentido son conocidas las críticas posmodernas de Pratt 1991: 61-90; Crapanzano 1991: 91-122 y Rosaldo 1991: 123-130, y curiosamente, aplicables a muchas de las etnografías posmodernas.
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
47
una parte, las reflexiones epistemológico-estáticas de los cuadernos
de campo de la supuesta objetividad sin mella de sus diálogos, en los
cuales toda la “presencia” del etnógrafo parece desplazarse a su
dimensión ético-política, olvidando su obvia presencia interpretativa
y generalizada de sentidos explicativos e implícitos a muy distintos
niveles7. Parece mucho más lógico el retomar la reflexión sobre el
trabajo de campo en otra línea –quizá más vistosa– que relacione
directamente a éste con categorías epistemológicas del pensamiento
antropológico, como son la comprensión, la explicación o la
interpretación y la reflexividad (pueden verse los conocidos Beattie
1975: 293-309; Jarvie 1975: 271-292) Y es que si uno se atiene al
trabajo de campo de forma más “integral”, no teniendo en cuenta tan
sólo la estancia, sino también las reflexiones y el conocimiento que
generan los cuadernos de campo a posteriori, en su revisión, el
trabajo de campo aparece como un permanente encadenamiento de
momentos emergentes, de generación de significaciones y sentidos,
pero también como un encadenamiento de diferentes niveles y
posicionamientos de interpretación, que, a partir de algo que para mí
está muy cercano a la hermenéutica, van generando nuevas
preguntas e interpretaciones, dotando de significación a nuevos
momentos, de forma que parece como si todo este cúmulo sólo
tomase sentido, fruto del ejercicio narrativo, tanto en la mente del
antropólogo, como en sus cuadernos, y, sobre todo en las
7 Puede verse Clifford 1991a: 25-60; 1991b: 151-182; las críticas de partida de Tyler 1991: 183-204; Rabinow 1991: 321-356. Así como una buena síntesis de todas estas discusiones en Anta 2002: 55-64.
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48
etnografías. Dándose el caso de que esta percepción integral del
proceso etnográfico, que conecta directamente las etnografías en el
trabajo de campo por medio del antropólogo como sujeto activo,
receptor, intérprete y reflexivo, parece estar directamente relacionada
con lo que últimamente hemos conocido como Antropología
reflexiva (véanse por ejemplo, Ghasarian 2002: 5-33; Hirschon 1998:
149-164; Couldry 1996: 315-333), corriente ésta que parece ofrecer
interesantes equilibrios y observaciones desde su heterogeneidad.
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Antropologando. Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 52-81
REFLEXIONES EXCAVADAS: REVISIÓN TEÓRICA SOBRE EL TRABAJODE CAMPO
ARQUEOLÓGICO
Rodrigo Navarrete1 Universidad Central de Venezuela
RESUMEN El tema de la dimensión social y epistemológica del trabajo de campo ha sido centro del debate sobre la legitimidad y función social de la antropología en las últimas décadas. Su cuestionamiento como contexto de producción de conocimiento científico y espacio de poder simbólico y político ha cambiado la interacción de la disciplina con el mundo cultural. Sin embargo, las referencias de esta discusión global en español son escasas. Sin negar su existencia en nuestro idioma, reconocemos que es la antropología anglófona la que ha debatido intensivamente el tema. Este trabajo pretende reseñar, teórica e históricamente, la discusión sobre el trabajo de campo en el mundo anglófono desde la antropología hasta la arqueología. No pretendemos cubrir exhaustivamente la discusión sino reseñar críticamente ciertos estudios que representan emblemáticamente su desarrollo histórico. Palabras claves : Trabajo de campo. Teoría antropológica. Arqueología. Reflexividad
El tema de la dimensión social y epistemológica del
trabajo de campo ha sido centro del debate sobre la legitimidad
de nuestro saber y de su función social en las últimas dos
décadas. Esto ha desencadenado igualmente un intenso
cuestionamiento de su papel no sólo como contexto de
producción de un conocimiento científico sino como espacio de
poder simbólico y político en la interacción de nuestra
1 Profesor. Departamento de Arqueología, Etnohistoria y Ecología Cultural, Escuela de Antropología, U.C.V. [email protected]
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
53 disciplina y los antropólogos con el mundo cultural. De hecho,
la antropología, a partir de la ruptura de los paradigmas
científicos generales, ha mantenido una constante reflexión
sobre la práctica de campo, los productos inmediatos de esta
actividad, las rutinas y protocolos mantenidos durante esta
etapa de la investigación y sus interacciones políticas con las
comunidades o individuos considerados en estudio (Gupta y
Ferguson 1997).
Sin embargo, lamentablemente contamos con pocas
referencias de esta discusión en el mundo global en nuestro
idioma. No podemos negar la existencia de reflexiones de este
tipo en el mundo hispanoparlante; de hecho, sería más lógico
que surgieran inicialmente en Latinoamérica como periferia,
marginal y marginada pero a la vez contestaria y
transformadora, del discurso hegemónico de los circuitos
académicos centrales. Sin embargo, una vez más los centros de
poder absorben la crítica y la difunden desde su centralidad
hacia la periferia –de hecho, el discurso postmoderno se
alimentó de reflexiones y saberes marginales o ignorados pero
se consolidó en los centros de poder-. En este sentido, la
antropología anglófona ha producido un extenso de debate que
ha tenido una resonancia distinta en nuestro contexto.
Por otro lado, en el campo específico de la arqueología
a nivel global, este debate entró a participar tardíamente y, una
vez más, a partir del discurso anglófono. En el caso de
Latinoamérica, es evidente que una vertiente de esta discusión,
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
54 la dimensión política y social de la producción del
conocimiento arqueológico y su utilización para proyectos
presentes, se inició desde hace al menos tres décadas con el
surgimiento de la Arqueología Social Latinoamericana (Vargas
1993, 1999). Sin embargo, no trascendió los límites de nuestras
latitudes y sólo recientemente ha sido reconocido en la
comunidad científica mundial (McGuire y Navarrete 1999).
Por las razones antes expuestas, este trabajo, más que
ofrecer una propuesta innovativa desde una situación específica
en el campo, intenta presentar para nuestra comunidad
latinoamericana la relación histórica y teórica de la discusión
sobre el trabajo de campo en el mundo anglófono desde la
antropología hasta la arqueología. Con este fin, abordaremos el
problema en tres niveles: el del surgimiento de esta tendencia
autorreflexiva en la antropología en general, el de su
vinculación con las subjetividades y particularidades
antropológicas y el de la arqueología en específico. No
pretendemos aquí realizar una cobertura exhaustiva de la
totalidad de la discusión sobre el tema; por el contrario,
reseñaremos críticamente ciertos estudios claves que
consideramos representan de forma emblemática el desarrollo
histórico de la discusión.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
55 EN LA ANTROPOLOGÍA: CLIFFORD Y MARCUS DESATAN
LA POLÉMICA ETNOGRÁFICA
La obra de James Clifford y George Marcus Writing
Culture. The Poetics and Politics of Ethnography (1986)
representa un hito en términos de la discusión sobre el
problema del trabajo de campo y sus implicaciones tanto
epistemológicas como sociopolíticas, especialmente para el
ámbito de la etnografía. De alguna manera, en el contexto de
unas ciencias sociales que confrontaban y cuestionaban
abiertamente los propios supuestos de su constitución científica,
esta obra se conformó en la respuesta desde la etnografía al
dilema de la objetividad frente al fenómeno cultural y al de su
traducción a los códigos del discurso antropológico. Al asumir
que el proceso de recolección de información en el campo por
parte del antropólogo no sólo implicaba un relevo minucioso y
clínico de la información sino que involucraba elementos
contextuales y subjetivos por parte del sujeto y el objeto en la
producción del conocimiento, se reconocía que la trascripción y
traducción de lo cultural en la emblemática libreta de campo
conllevaba la escritura y reescritura de la cultura en
observación. En definitiva, la antropología perdía
definitivamente su inocencia con esta reflexión.
En este volumen compilado, los diversos autores
asumen que los géneros literarios y académicos se interpenetran
y que la escritura de las descripciones culturales debe ser
considerada en su carácter experimental y ético. El énfasis se
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
56 coloca en la producción del texto y en la retórica como medio
que define la naturaleza artificial de las narraciones culturales.
De esta manera, cuestionan la supuesta transparencia de los
modos de autoridad y apuntan hacia el dilema histórico de la
etnografía: el hecho de que esta siempre trabaja en la invención
y no necesariamente en la presentación o representación de
culturas.
En este sentido, los participantes, siguiendo a autores
como Michel Foucault (1973), Michel de Certeau (1983), and
Terry Eagleton (1983), asumen una perspectiva tanto post-
antropológica como post-literaria al reconstruir estos discursos
y disolver la dicotomía entre ambos géneros. Argumentan que
desde el siglo XVII las ciencias occidentales han excluido
ciertos modos expresivos de su repertorio legítimo -y
legitimado-, especialmente la retórica -como contrapuesta a la
significación transparente y directa-, la ficción -en oposición al
hecho factual- y la subjetividad -como contraria a la
objetividad-. Las características eliminadas del discurso
científico fueron atribuidas a la categoría de literatura. De esta
manera, los textos literarios fueron confinados al campo
metafórico y alegórico, constituido por invenciones y no por
hechos observados, mientras se cargaban de contenidos
emotivos, especulaciones y genialidades subjetivas de sus
autores. (Clifford y Marcus 1986, p. 5)
Si reconocemos el carácter subjetivo y literario de la
descripción etnográfica, debemos reconocer también que sus
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
57 verdades representan sentencias inherentemente parciales, al
menos en dos sentidos: primero, al estar comprometidas con la
posición y con la intención del sujeto cognoscente, y segundo,
incompletas al no poder abordar y explicar la totalidad del
fenómeno cultural. Esta tesis es precisamente el eje del debate
entre quienes propugnan una nueva antropología autorreflexiva
y aquéllos que la resisten desde puntos de poder por temor al
colapso de las convenciones propias del cientificismo en
antropología.
En consecuencia, estos autores hacen énfasis en el
rescate y la valorización de la poética cultural, es decir, el
reconocimiento de la centralidad de la interacción de voces y
de opiniones posicionadas en el discurso etnográfico –como
espacio de diálogo- por encima de los aspectos visuales de la
cultura. Dentro de un paradigma discursivo en vez de visual,
las metáforas dominantes de la etnografía se movilizarían del
ojo observador hacia el discurso expresivo y los gestos.
Este interés en los aspectos discursivos de las
representaciones culturales, a su vez, recanalizaría la atención
no sólo a la interpretación de los textos culturales sino hacia sus
relaciones de producción. Los estilos divergentes de escribir,
actualmente popularizados, precisamente hacen uso explícito de
estos nuevos órdenes de complejidad. Dentro de una tendencia
general hacia la especificación de los discursos en la etnografía,
se hace necesario reconocer la autoridad del sujeto y del objeto
en el texto, la posicionalidad y las condiciones temporales y
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
58 espaciales de la producción del texto y los condicionamientos y
límites institucionales e históricos del discurso.
Como consecuencia de esta nueva manera de pensar la
relación con el trabajo de campo ha surgido una novedosa
escritura etnográfica, la narración de campo autorreflexiva.
Según los autores (Clifford y Marcus 1986, p.14) con distintos
niveles de sofisticación e ingenuidad, a veces confesional y
otras analítica, estas narraciones nos ofrecen un espacio crucial
para la discusión de aspectos epistemológicos, existenciales y
políticos de nuestro trabajo. El discurso del analista cultural ya
no puede ser simplemente el del observador experimentado,
describiendo e interpretando a la cultura ya que ahora se
problematizan tanto la experiencia etnográfica como ideales
intocables como el de la observación participante.
Los modos dialógicos, consecuencia de este vuelco en
la visión de la interacción cultural en el trabajo de campo
etnográfico, no son, en principio, autobiográficos y no
requieren de una excesiva autoconciencia o introyección. Como
Bakhtin (1981) ha demostrado desde la crítica literaria, los
procesos dialógicos proliferan en cualquier espacio discursivo
complejamente constituido, como el de la etnografía. En estos
espacios, múltiples voces reclaman la necesidad de expresarse,
como sucede típicamente en el trabajo de campo antropológico.
La polivocalidad fue restringida y dirigida en la etnografía
tradicional al darle a una de esas voces una función de
autoridad y a las otras supeditarlas a papel de fuentes o
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
59 informantes, los cuales serían sólo referidos, citados o
parafraseados en la narración escrita de esta experiencia por
parte del antropólogo. Una vez que este dialogismo –por
ejemplo, en nuestro caso entre el arqueólogo, el informante y la
evidencia- y la polifonía –por ejemplo, entre las diversas
libretas de campo de los participantes y otras versiones orales y
escritas sobre la situación por la comunidad local- son
reconocidos como modos de producción textual, la autoridad
monofónica queda cuestionada y expuesta como una
característica de una ciencia que se atribuye la representación
de las culturas.
En definitiva, esta obra hizo evidente que la escritura y
la lectura de la etnografía están sobredeterminadas por fuerzas
que están más allá del control tanto del autor como de la
comunidad interpretativa y que intervienen desde sus inicios en
la producción del discurso. Estas contingencias –asociadas con
el lenguaje, la retórica, el poder y la historia- tienen que ser
asumidas y confrontadas abiertamente en el proceso de la
escritura y en la obtención de la información en el campo. Pero
esta confrontación nos arrastra hacia un peligroso
cuestionamiento de los principios de la verificac ión científica.
La evaluación de la verdad en las narraciones culturales y la
separación de la ciencia del arte, de la realidad de la fantasía,
del conocimiento de la ideología se deben repensar sobre la
base de la experiencia y la interacción en el campo y en la
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
60 academia. Como plantean Cilfford y Marcus (l986, p.25) al
menos en los estudios culturales ya no podemos conocer la
verdad total y ni siquiera podemos pretender acercárnosles. El
trabajo de campo se convierte entonces en este espacio de la
duda epistemológica pero también de la construcción
interpretativa.
EN LAS SUBJETIVIDADES ANTROPOLÓGICAS:
EL ANTROPÓLOGO SE VE –Y SIENTE- EN EL CAMPO
Es evidente que este esfuerzo autorreflexivo en torno a
la construcción y “escritura” de la etnografía tuvo una
incidencia directa sobre la comprensión del trabajo de campo
antropológico y, en consecuencia, sobre la relación del sujeto
cognoscente y el objeto de estudio tradicional en el contexto.
Pero esta reflexión no tardó en atacar al propio antropólogo,
asaltando sus propias configuraciones, mutaciones, miedos,
inseguridades y realizaciones en su intercambio con el otro. De
repente, se hizo evidente que el espacio del trabajo de campo no
era meramente un sitio de recolección de información, sino que,
más importante aún, era un espacio de intercambio y
negociación de valores, confrontación y alianza política, poder
de sumisión o trasgresión, experiencias y deseos compartidos,
visiones intertextuales o contrapuestas del mundo. Es así como
comienza a surgir una lectura más intimista pero a la vez
contextualista de nuestro quehacer en la que el investigador –ya
no como sujeto abstracto sino como agente social individual en
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
61 situación concreta- se cuestiona su papel y su propia identidad.
El antropólogo deja de ver al nativo frente a si, rompe la
división nosotros–otros y comienza a mirarse a sí mismo frente
al nativo.
Una reflexión como ésta necesariamente atrajo a lo
interno del discurso antropológico, además de otros enfoques
como la economía política, un acercamiento fenomenológico
del quehacer en la disciplina. El reconocimiento de la
importancia del “estar” en el campo rescató para el debate toda
una ignorada dimensión experiencial del trabajo del
antropólogo. Por ejemplo, autores como Kulick y Willson
(1995) utilizan el tema de la reflexividad para atacar un aspecto
marginado, ignorado e incluso estigmatizado por el discurso
antropológico: el asunto de la identidad, el sexo y la
subjetividad erótica en el trabajo de campo antropológico.
Siguiendo a Strathern (1991), para los participantes en este
volumen, el término “reflexividad” en antropología, aunque
variable y polisémico, define –y rescata de la negación- un
campo problematizado y problematizable renovado: la figura
del trabajador de campo. Problematizar esta figura, antes llena
de confianza en si misma, ha permitido someterla a escrutinio y
crítica en relación a las bases y naturaleza del conocer, los
procedimientos y las rutinas en la recolección de la
información, la autoridad (en términos de autoría y de
autorización) en la narración antropológica, la audiencia para
estos discursos y su lectura como texto antropológico y los
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
62 efectos y consecuencias de la práctica sobre el discurso
antropológico tanto de la comunidad en estudio como de su
comunidad científica o social. Estas preguntas han enriquecido
a la antropología al problematizar el mito de la objetividad
antropológica, exponiendo sus ambigüedades, e incitando a los
antropólogos al examen de las condiciones históricas,
culturales y políticas que deben tener lugar para darle sentido
como un campo de investigación y como una práctica
metodológica y textual.
Como era de esperarse, este introyectivo y develador
vuelco hacia la reflexividad no se ha dado sin resistencia.
Aquéllos que rechazan toda esta atención en el trabajador de
campo acusan a esta antropología reflexiva de intentar adquirir
la libertad de fabricar mistificaciones creativas que no dan
cuenta de la realidad etnográfica sino de la necesidad del
antropólogo de llenarse de autoridad y que, además, no son
conmensurables bajo ninguna convención lógica o verificación
de los hechos (Sangren 1988). Igualmente, otros critican a los
antropólogos reflexivos por su radicalismo pretencioso e inocuo
(Jarvies 1988).
Es esta creciente sensibilidad de la posicionalidad, esta
concientización de la parcialidad-parcialización es el impulso
que, según los autores, podría catapultarnos hacia una
antropología reflexiva que, más allá del egoísmo banal,
desencadenara una antropología capaz de utilizar al ser de una
forma epistemológica productiva. Siguiendo a Kondo (1990)
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
63 plantean que la experiencia, y la especificidad de la experiencia
propia –un ser humano particular quien se encuentra a otros
particulares en un momento histórico particular y tiene sus
valores particulares en esta interacción- no se opone a la teoría;
de hecho la incorpora y la actúa. Igualmente, el conocimiento
parcial y posicionado, según Haraway (1991) y Strathern
(1991) puede ser epistemológicamente productivo por sus
conexiones y las inesperadas aperturas que tal conocimiento
hace posible. En sus propias palabras, “la única manera de
lograr una visión global es estando en algún lugar en particular”
(Haraway en Kullick y Willson 1995, p.20)
Este espacio se crea mediante la formación de una
reflexividad constituida teóricamente en la que el ser
continuamente reconoce y cuestiona las condiciones históricas
y políticas confrontadas en el contexto así como las condiciones
que estructuran y limitan sus interacciones con un otro. Pero, en
estas interacciones con los otros, el ser debe intervenir en el
terreno de otros seres y tiene que imaginativamente intentan
empatizar con ellos y participar de los sentimientos e ideas de
estos otros. Cuando se trata de lograr este tipo de conexión, la
meta no debe ser ni la igualdad ni la comprensión total sino la
creación de una extensión de una posición que proveerá
capacidades distintas. ( Kullick y Willson 1995, p.21)
Por su parte, autores como Lewin y Leap (1996)
colocan el dedo en la llaga desde la perspectiva de la
diferencialidad sexual, específicamente en el sentido de la
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
64 orientación sexual. Al discutir en su volumen editado sobre las
reflexiones de antropólogos homosexuales masculinos y
femeninos en y sobre el campo, la cuestión de la diferencia no
sólo se está colocando del lado del otro sino del propio
investigador, el asunto de la identidad no sólo se conforma en
lo cultural sino también en lo sexual, y la formación de una
experiencia no sólo depende de la socialización general sino de
su relación con el género.
Para ellos, las nociones de que las sociedades
avanzadas –tales como aquéllas que producen antropólogos-
son más evolucionadas y superiores a las sociedades primitivas
fueron sustituidas hace mucho tiempo por el relativismo
cultural y su método comparativo. Sin embargo,
frecuentemente, cuando colocamos al ser como punto de partida
implícito, estas nociones evolucionistas se reestablecen como
una herramienta fundamental tanto en la recolección de datos
como en la construcción teórica en antropología.
Al mismo tiempo, sin embargo, los esfuerzos para
calificar como ciencia ocasionalmente han hecho que los
antropólogos sean reticentes a revelar lo que ocurre en el
campo, que imaginan como no científico o subjetivo. Esta
reticencia produce un rechazo poco científico a especificar el
método. Cuando aplicamos un método reflexivo, la tendencia,
anclada en un positivismo ingenuo a asumir acríticamente que
“lo que pasó allá afuera estaba simplemente allá”, se desvanece
dejando el camino abierto a una discusión mucho más
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
65 específica sobre como el investigador y el proceso de
investigación (Lewin y Leap 1996, p.1).
La creciente preocupación en antropología sobre el
trabajo de campo como un proceso localizado y negociado y la
comprensión asociada de que las descripciones etnográficas son
producidas por estas cambiantes y a veces por poco entendidas
fuerzas, han abierto a la crítica cada aspecto del ser del
investigador y han obligado a la etnografía a constituirse de
manera más autorreflexiva. Lewin y Leap reconocen, por
ejemplo, que las discusiones de Hymes (1972) sobre los límites
del saber y la práctica antropológica, la crítica de Said (1978) a
la tendencia de la antropología a “orientalizar” a sus sujetos y la
preocupación de Clifford y Marcus (1986) sobre el problema de
la representación, aclararon el terreno y provocaron debates de
profunda incidencia en la disciplina.
La incorporación de la reflexividad en el esquema
reacciona contra el presupuesto contradictorio promovido en el
entrenamiento antropológico, que la antropología se equipara
con la experiencia pero que el único resultado valuable de dicha
experiencia es el dato objetivo que se trae a la academia.
Algunos, como Rabinow (1977), al analizar su experiencia en
Marruecos se percatan de que el trabajo de campo es una
operación de colaboración en la que los informantes y los
antropólogos mutuamente construyen las explicaciones e
interpretaciones. Esto significa que los diversos aspectos de la
propia identidad del antropólogo, junto con los eventos
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
66 específicos que se desarrollan durante la investigación, generan
una experiencia de campo particular e irreplicable, la que luego
se convierte en la sustancia de la generalización etnográfica. Si
la reflexividad exige cierta cautela en relación con los
presupuestos y deseos que se llevan al campo, entonces se debe
estar abierto a entender la forma en que se maneja la propia
identidad. Más aún, debemos estar alerta a la distinción o
reproducción por parte del antropólogo de las estrategias
identitarias empleadas en nuestro propio contexto cultural.
El trabajo de campo siempre ha arrastrado sus propios
dilemas. Mientras algunos han apuntado que el papel del
trabajo de campo en la socialización y profesionalización de los
antropólogos ha sido romantizado, y no se han apreciado
adecuadamente sus complejidades, los antropólogos,
especialmente aquéllos que trabajan en especialidades que
exigen un prolongado y constante contacto con informantes
vivos, tienden a evaluar esta experiencia y a enfatizar la
dimensión crítica de la práctica profesional. De hecho, para
muchos, la propia decisión de entrar en la profesión estaba
relacionada con imágenes del campo y en la lectura de las
experiencias de antropólogos particulares.
Esta visión tradicional de la antropología,
fundamentalmente diferente a la de otros campos académicos,
es la de que uno no puede simplemente sentarse y teorizar:
intrínseco a la disciplina está el requerimiento de salir y vivir
con quienes se estudia. El compartir la vida en el mundo menos
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
67 desarrollado (donde los antropólogos tradicionalmente trabajan)
parece significar, en una etapa más inocente, que no se puede
usar o objetificar a los miembros de las culturas estudiadas.
Para aquéllos que iniciaron sus carreras en antropología antes
del surgimiento de este intenso auto-examen sobre la creación
del otro, la antropología pareciera ofrecer una auténtica forma
de condensar las diferencias entre si mismos y otros tipos de
pueblos, y a su vez de ignorar la diferencialidad en el mundo
desarrollado, especialmente en la academia. En este sentido, el
antropólogo se convierte en un “extraño profesional”,
esencialmente justificado para llevar a cabo la empresa debido a
su diferencia con la cultura en estudio.
Últimamente, se ha producido una abundante literatura
relacionada con la metodología de campo que ofrece técnicas y
herramientas para enlazar la distancia apropiada entre la propia
cultura del antropólogo y el campo y para hacer más fácil el
proceso de adecuarse a los incómodos espacios y situaciones
del contacto intercultural. Algunos enfatizan los obstáculos
lingüísticos, otros los de situarse en la comunidad y conseguir
un lugar donde vivir, conectar con los locales en la vida diaria,
conseguir ayudantes, enfrentar problemas de salud o
alimenticios, o como comportarse en el campo, mientras otros
hacen recomendaciones en relación a las técnicas y
procedimientos de recolección y registro de datos. Sin embargo,
como señalan Lewin y Leap, el entrenamiento para el trabajo de
campo ha estado prácticamente ausente y muchas generaciones
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
68 de estudiantes han aprendido por ensayo y error mientras
suponen que el éxito en esta hazaña denota una suerte de
predestinación individual para la carrera antropológica -y los
errores un indicador de instintos antropológicos erróneos-.
Aparte del ministerio evangelizador, la antropología es
probablemente la única disciplina que opera con la noción
implícita de que sus profesionales cumplen con un llamado o
vocación que deben descubrir en el campo si desean continuar
(Lewin y Leap 1996, p.5)
La moraleja de estas narraciones es que el trabajo de
campo es estresante e incómodo, que el hecho de la diferencia
es la exigencia central del trabajo y que esta diferencia debe ser
eventualmente superada mediante la observación participante.
El éxito al aprender una cultura podría, desde este punto de
vista, ser medido por la habilidad de comenzar a pensar y
comportarse como un nativo o al menos de anticipar
correctamente como un nativo se comportaría en una situación
particular. Pero aunque encontrar un lugar en el campo y
eventualmente alcanzar la cercanía a la cultura estudiada es
esencial para el logro antropológico, todavía pareciera que
mantenemos el rechazo y el temor de no estudiar nuestra propia
cultura.
De hecho, se asume frecuentemente que la distancia
geográfica asegura la distancia cultural requerida por el
antropólogo para ser un “extraño profesional”. Esto ha
significado tradicionalmente que la ubicación del sitio de
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
69 campo debe estar distante físicamente de la residencia del
antropólogo (preferiblemente en otro país), que el sitio de
campo debe ser al menos culturalmente diferente de aquél
familiar al investigador (un grupo indígena, por ejemplo), o que
el nivel socioeconómico de la comunidad de campo debe ser
más simple y probablemente más pobre que el aquél al que
antropólogo está acostumbrado.
Por el contrario, Lewin y Leap señalan que los
antropólogos que han comenzado a trabajar en localidades ni
remotas ni exóticas, su propia cultura occidental, han tenido que
reconfigurar el uso de la distancia y la objetividad al definir su
interacción en el campo. Otros antropólogos han sido más
francos en su deseo de aprender algo sobre ellos mismos en el
proceso de estudiar poblaciones que pueden ser consideradas
como su propia cultura e incluso comunidades asociadas a su
propia identidad. Así, el desarrollo de la investigación
etnográfica entre los suyos es considerado beneficio por estos
autores ya que libera al antropólogo de involucrarse en la
explotación de otros, ofrece la ventaja intelectual del
conocimiento propio preexistente y así permite al investigador
aprender sobre si mismo.
EN LA ARQUEOLOGÍA: EL POSTPROCESUALISMO
MARCA LA PAUTA
Desde mediados de los 80, autores como Hodder
(1986) han insistido en analizar la arqueología cultural desde
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
70 una perspectiva hermeneútica, es decir, interpretativa. Este
programa incluye desde la evaluación crítica de los
procedimientos técnicos, analíticos y reflexivos de la práctica y
el discurso arqueológico, la consideración dialógica de las
diversas fuentes de información utilizadas por el arqueólogo, la
necesidad de “interpretar la interpretación” arqueológica dentro
del contexto de producción del conocimiento y el
reconocimiento de las múltiples intersecciones sociales,
políticas, culturales, históricas y éticas que intervienen en el
conocimiento sobre el pasado en el presente. Por primera vez en
la historia de la disciplina, la crítica postprocesualista,
enfrentada a la concepción aséptica y autoritaria del
procesualismo neopositivista, develaba la pretensión objetivista
y dejaba al descubierto a un arqueólogo sujeto social,
produciendo a su vez un artefacto y texto cultural: la
arqueología como disciplina occidental moderna para entender
el pasado propio y ajeno. Sin embargo, a pesar de esta crítica,
gran parte de la producción arqueológica ha continuado
manteniéndose al margen de la reflexividad o, en el mejor de
los casos, reconociéndola como un osado aporte pero sin
aplicarla a su propia producción específica.
Como plantea Carman (1995) en relación a la
interpretación, escritura y presentación del pasado, la
incorporación en arqueología de la discusión sobre la herencia,
no sólo implicó la discusión de la tradición pretérita en el
presente, sino que despertó una preocupación sobre la
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
71 producción y el consumo del conocimiento arqueológico debido
a que se cuestionó para qué -utilidad social- y para quién -
audiencia- se rescataba e interpretaba el pasado.
Debido a que el conocimiento arqueológico está
contenido en trabajos escritos, entonces la escritura del pasado
(o el pasado como texto) devino en una metáfora apropiada
para todos los niveles y tipos de producción, reproducción y
diseminación del ámbito arqueológico. La reflexividad, así, se
incorporó a la arqueología y generó una vertiente interpretativa.
Estos autores reconocen, una vez más, la importancia crucial y
precursora de la obra Clifford y Marcus (1986) destacando que
el reconocimiento del acto de la escritura (y la acción de
escribir), central para la etnografía como disciplina, permitió
extrapolar la interpretación a otras áreas del saber
antropológico, incluyendo a la arqueología. Así, podemos
entender esta disciplina dentro del marco históricamente
constituido que promueve la organización del conocimiento en
el mundo moderno, a la vez que intenta colonizar y domesticar
el pasado desde el presente. La escritura etnográfica, así como
la arqueológica, están entonces determinadas por su contexto,
por las formas de retórica establecidas, por sus marcos
instrumentales, por las relaciones de poder y por la
contingencia histórica.
El necesario interés en los productores del
conocimiento y en sus consumidores del producto generado por
la arqueología, permite superar la discusión sobre el pasado en
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
72 si mismo para contextualizarlo. La cuestión de a quién le
pertenece ese pasado o si existe un solo pasado o múltiple
pasados dirige así la atención hacia la polivocalidad y la
pluralidad de intereses y comunidades que pueden detentar
dicho pasado. Para Carman, repentinamente, la voz de
autoridad única del arqueólogo sobre el pasado se comienza a
perder –o al menos entra a competir y negociar- con diversas
versiones e interpretaciones. Se comienza entonces a discutir la
manera de articular estas versiones en competencia sobre los
objetos y sitios arqueológicos, algunas de las cuales incluso
rechazan el enfoque arqueológico por su posición preferencial y
hegemónica dentro de nuestra sociedad. En última instancia, lo
que se discute es el lugar de la arqueología y de los arqueólogos
en la sociedad. Es precisamente la evaluación del propósito y el
valor del pasado y su estudio a partir de la consideración de la
práctica arqueológica y no como una condición a priori
inmanente de la propia disciplina. Se reitera de esta manera que
sólo reconociendo que toda práctica, incluyendo la
arqueológica, está históricamente situada podemos evaluar la
posibilidad de nuevas formas de practicarla (Carman 1995,
pp.95-96).
Sin embargo, una de las áreas en las que esta discusión
ha sido relegada y postergada con más insistencia a un último
plano, incluso entre los procesualistas, es precisamente en el
trabajo de campo. Pareciera que en algunos se desdeña la
relevancia de explorar este tópico, mientras que en otros se le
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
73 considera tan álgido y polémico que prefieren no tocarlo. Ya
sea por desinterés o por miedo, los arqueólogos hemos
silenciado los procesos y la lógica del trabajo arqueológico.
Como lo asevera Hodder (1999) el trabajo de campo
arqueológico se ha mantenido relativamente desteorizado, es
decir, que la práctica de la arqueología en el campo no ha sido
sujeto del mismo nivel de escrutinio experimentado en las
décadas recientes en otros campos como la etnografía.
Muchos de nosotros hemos excavado “refugiándonos”
fuera de criticismo y sin dejarnos perturbar por el análisis
reflexivo. En nuestros refugios hemos utilizado técnicas que
nos parecen auto-evidentes e incuestionables. Para Hodder, está
claro que para los arqueólogos es muy difícil moverse fuera de
sus refugios. Sin embargo, considera prioritario para la
disciplina comenzar a considerar la pluralidad y la interacción
con constituciones diversas. Si queremos responder
adecuadamente al mundo que existe fuera de nuestro refugio, la
reflexividad debe extenderse “hasta dentro de la trinchera,
desde la punta de la cuchara de albañil hasta el mesón de
laboratorio” (Hodder 1999, p.x).
Por otra parte, el reconocimiento del compromiso con
otras voces nos obliga a considerar la manera en la que los
arqueólogos “recolectan los datos”. Nos lleva a elaborar un
análisis crítico del grado en que los arqueólogos en la academia
occidental han construido el pasado dentro del marco de sus
específicas perspectivas históricas. La recolección de la
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
74 información etnográfica puede ser fácilmente vista como
dialógica ya que involucra la interacción con personas. Pero en
la arqueología, antes o simultáneamente al hecho de la
escritura, existe también la necesidad de manejar una inmensa
cantidad de información “objetiva” y enfrentar los problemas
de la construcción del dato, lo que nos llevaría ha desarrollar
una crítica reflexiva de hasta los más sencillos y directos
procesos de observación. De hecho, para Hodder, los retos
metodológicos podrían ser mayores y más severos en
arqueología. Quizás está es precisamente la razón por la que el
trabajo de campo arqueológico ha resistido y evitado en gran
medida la reevaluación crítica vista en otras áreas de la
disciplina y en la etnografía.
Una de las características más distintivas de nuestra
disciplina –al menos en el ámbito de la propia excavación- es
que es destructiva, por lo que excavar no puede ser análogo a
un experimento de laboratorio que puede ser repetido en
distintos momentos y en laboratorios diferentes. En
consecuencia, debido a que la excavación implica destrucción,
el registro debe lo más exacto y minucioso posible. Por esto, el
sitio se convierte en el texto. Ahora, Hodder resalta que ya que
los sistemas de registro se han hecho cada vez más
formalizados, frecuentemente las excavaciones parecen
desarrollarse como si el terreno fuese visto a través del sistema
de registro. En vez de que el sistema de registro sirva a los
intereses de la adquisición de conocimiento, la relación se
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
75 revierte y se excava para registrar. Con la estandarización del
registro en todos los niveles de análisis, tendemos a seleccionar
sólo lo que los procedimientos o formularios nos permiten o
exigen registrar. De esta manera, somos propensos a no
expresar, invisibilizar o anular las preocupaciones, dudas,
impresiones, debates e inconsistencias.
Dentro de este esquema, el sit io se convierte en texto
pero ignorando su contexto de producción de conocimiento. En
consecuencia, con el fin de entender como los arqueólogos
razonan en la práctica y para tratar de penetrar esta cortina del
silencio positivista, Hodder propone que debemos introducir la
reflexividad en nuestro trabajo. Los arqueólogos en teoría
aceptarían que los métodos de excavación, la recolección de la
información y el registro de los datos son todos dependientes de
la interpretación.. Sin embargo, quizás debido a las tecnologías
disponibles para analizar las inmensas cantidades de
información y al aumento de arqueología de contrato, hemos
tomado la posición de que los métodos de excavación pueden
ser separados de la interpretación e que, incluso, son previos a
ella. Hemos olvidado que lo que realmente sucede es que los
datos no son “ofrecidos” para su interpretación sino que la
propia interpretación es ya parte de los datos. En su visión, la
interpretación se produce en la “punta de la cuchara de albañil”.
De esta manera, el dato arqueológico puede ser
definido como un conjunto de relaciones dinámicas, dialécticas
e inestables entre los objetos, los contextos y las
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
76 interpretaciones. Los términos objeto y contexto deben ser
usados relacionalmente dentro de una red jerárquica de
términos pasando del atributo al artefacto, del conjunto al tipo,
del estrato al aspecto, del sitio a la región (Hodder 1999, p. 83-
84). Este proceso interpretativo interconectado se produce a
todos los niveles, incluyendo el propio proceso de excavación.
Mientras la mano conduce la cuchara sobre el terreno, se toman
decisiones que ignoran o destacan las irregularidades, cambios
de textura y color. Este nivel, para el autor, es prácticamente
una interpretación “corporalizada” ya que está influenciada por
la interpretación sobre lo que está sucediendo y lo que se está
encontrando en una relación física directa. La manera y los
métodos que utilizamos para excavar (cuchara, pala, uso de
cernido, ubicación de unidades de excavación) dependen de un
nivel de interpretación del contexto. Pero a su vez, la
interpretación del contexto depende a su vez de los objetos
contenidos. Por esto, idealmente quisiéramos conocer todo lo
que hay en el pozo antes de excavarlo. Esta es precisamente la
paradoja del arqueólogo: la interpretación sólo se hace posible
una vez que la interpretación ha comenzado (Scruton 1982).
Los arqueólogos han enfrentado esto pretendiendo que
la interpretación y la codificación de los objetos son
procedimientos objetivos, neutrales y sistemáticos, lo que
implica ignorar una evidente realidad para justificarse. En la
práctica, tenemos que excavar sin conocer lo que estamos
excavando y tenemos que definir los contextos sin aún
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
77 entenderlos, así como tenemos que seleccionar los atributos o
rasgos sin saber claramente cuáles son los tipos. La solución
para este problema se ha buscado erróneamente en el otro
extremo, al producir y legitimar un análisis decontextualizado
sumamente codificado y generalizador. Es por esto que para
Hodder requerimos elaborar una nueva metodología que
incorpore la fluidez en las relaciones entre los objetos, los
contextos y las interpretaciones. Esta fluidez debe ser
comprendida como una parte necesaria integral del trabajo
arqueológico, especialmente en el proceso de excavación
(Hodder 1999, pp. 93).
La metodología de campo puede ser descrita como una
secuencia de obtención-registro-análisis-interpretación. Dentro
de una visión más dinámica y continua de la interpretación, el
procesamiento y clasificación son más elaborados y adecuados
mientras el trabajo de campo se está realizando. Esto permite al
arqueólogo observar la información mientras se extrae del
terreno y sugerir áreas o problemas en los cuales concentrarse.
Es por esto que Hodder plantea que sería falso argumentar que
la descripción puede ser separada de la interpretación y sugiere
que, en realidad, la investigación arqueológica representa un
proceso complejo, multietápico y multiescalar. Sus trayectorias
y resultados son impredecibles ya que forman parte de un fluir
continuo en constante transformación.
La investigación arqueológica y el trabajo de campo
pueden verse, entonces, como procesos fluidos de
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
78 interpretación, dotados de aspectos reflexivos y de estrategias
participativas, así como negociados desde distintas
perspectivas. Esta apertura, que supone la ruptura de las
dicotomías tradicionales y la crítica de presupuestos, se ha
hecho necesaria en un mundo globalizado, que es cada vez más
homogéneo y diverso. El desarrollo de una práctica profesional
“políticamente correcta”, para Hodder, más allá del panfleto y
los estereotipos que han hecho de este discurso una tendencia
actual, se ha convertido en un eje de responsabilidad social
debido a su imbricación con las sensibilidades y derechos de la
diversidad de los grupos. Un elemento crucial para esta nueva
práctica y reflexión es el decentramiento de la autoridad en el
discurso arqueológico, el cual ha permitido la emergencia en
distintas latitudes de la articulación de las voces postcoloniales.
La arqueología puede jugar un papel importante en la
continuación y expansión hacia el siglo XXI de estos procesos
de globalización –y de resistencias y alternativas- ya que, como
área de conocimiento, está directamente implicado en la
homogenización y diferenciación de las identidades. Sin
embargo, su incidencia puede ser tanto emancipatoria como
dominante. Por un lado, podemos comprometernos con una
arqueología multisituada que facilite la incorporación de
múltiples intereses a todos los niveles de análisis e
interpretación, desde la punta de la cuchara de albañil hasta el
resultado publicado. Estamos en capacidad de utilizar la
arqueología como un proyecto flexible, abierto y participativo
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
79 con el fin de romper los patrones establecidos de pensamiento y
dominación y otorgarle un sentido emancipatorio dentro de los
procesos globales de postcolonialismo y de la era de la
información. Por el contrario, las mismas tecnologías que
liberan y promueven un debate abierto pueden ser utilizadas
para cerrar la discusión y excluir lo periférico o, más aún,
incorporar o absorber las voces alternativas al discurso definido
y regulado desde los centros de poder. De esta manera, la
arqueología también puede jugar un papel como parte de los
procesos de dominación dentro del panorama de la
globalización.
De esta manera, Hodder coloca la interpretación al
centro de un hilo conductor que surge desde el mismo que
planificamos nuestra estrategias de campo, se materializa en
cada golpe de pico mientras excavamos, se transforma –
racional y emotivamente- en cada interacción cotidiana con la
comunidad local mientras vamos al campo, se redimensiona en
el laboratorio cuando lavamos y organizamos el material, se
enriquece en el proceso del análisis de la información, se
negocia en el debate académico, se contextualiza socialmente a
través de su difusión por medios orales o escritos y se legitima
o trasgrede en el campo de los discursos y prácticas políticas
locales y globales. La importancia de esta reflexión respecto a
nuestra revisión-reseña teórica del trabajo de campo es
innegable. Sólo colocando nuestra experiencia del trabajo de
campo dentro de un esquema reflexivo que dimensione la
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
80 complejidad, contradicciones y potencialidades de esta parte del
quehacer arqueológico, sólo otorgándole la relevancia que tiene
para la formulación de un saber sobre el pasado socialmente
pertinente y científicamente relevante, podremos entonces tener
una arqueología madurando a plena conciencia y caminando de
la mano con las necesidades y proyectos de las poblaciones del
presente.
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Antropologando Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 82-101
IMÁGENES Y NARRATIVAS DE SAN PEDRO DE TAUCA: EL REGISTRO VISUAL EN EL TRABAJO DE CAMPO
Jeyni S. González Tabarez1 Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas
RESUMEN En este artículo relataré mis experiencias de campo en la Comunidad de San Pedro de Tauca, Distrito Sucre, Estado Bolívar. En especial, haré referencia a la importancia que tuvieron dos formas de registro visual: la fotografía y las representaciones graficas, como métodos de recolección de datos (narrativas, paisajes, rostros, eventos,...), y como documentos en sí mismos, que sirvieron de base al desarrollo de mi trabajo escrito y además, como elementos mnemotécnicos, que permitieron recuperar y recrear las vivencias de los habitantes de la comunidad y también mi experiencia personal en el lugar. Palabras clave: San Pedro de Tauca. Trabajo de Campo. Fotografía. Representaciones Gráficas
La existencia transcurre en un continuo despliegue de imágenes
captadas por la vista y que otros sentidos realzan o atenúan, imágenes cuyo significado (o presunto significado) varía
constantemente, con lo que se construye un lenguaje hecho de imágenes traducidas a palabras y de palabras traducidas a imágenes,
a través del cual tratamos de captar y comprender nuestra propia existencia. Las imágenes que compone nuestro mundo son símbolos,
signos, mensajes y alegorías... las imágenes como las palabras, son la materia de la que estamos hechos.
(Manguel, 2002: 19) MI INTERÉS DE INVESTIGACIÓN
Cuando comencé a pensar en el tema que iba a
desarrollar en la tesis de grado, mi interés se encontraba en el
1Profesional en Entrenamiento, Departamento de Antropología - IVIC. [email protected]
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
83
estudio de la semantización del espacio2 por grupos Caribes del
Orinoco Medio. Con esta intención comencé a trabajar en el
Proyecto “Asentamiento, Migración e Interacción de Grupos
Étnicos en el Río Caura, Estado Bolívar, Venezuela”
desarrollado en el Departamento de Antropología del IVIC por
la Dra. A. Zucchi. A partir de aquí fue posible ubicar el lugar en
el que trataría de llevar a cabo la investigación; este sería la
Comunidad de San Pedro de Tauca.
LA COMUNIDAD
San Pedro de Tauca es una comunidad mixta (de
criollos e indígenas), localizada actualmente en jurisdicción del
Distrito Sucre del Estado Bolívar, cerca de Maripa capital de
dicho distrito. El asentamiento se encuentra entre las riberas de
los ríos Tauca y el Caura y cuenta con una población de 50
habitantes aproximadamente.
De acuerdo con lo que me habían informado otros
investigadores que trabajan en la zona, esta era una comunidad
Kari’ña3, así que parecía posible realizar el trabajo en ese lugar.
Sin embargo, las cosas no eran exactamente como esperaba,
pues San Pedro de Tauca en la actualidad está conformada no
2 Diversos autores han hecho importantes aportes sobre la semantización del espacio, es decir, el proceso de asignación de nombres a los lugares. Ver: Fiore (1985);Amodio (1998); García (1976), entre otros. 3 Los kari’ñas son un grupo indígena perteneciente a la familia lingüística Caribe
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sólo por kari’ñas sino también por criollos, y además
prácticamente ningún habitante de la comunidad se reconocía
como kari’ña, todos se autodenominaban “racionales”4, y lo
único que afirmaban era que, en algún momento ese territorio
había sido ocupado por esos indígenas.
Pero a pesar de ello, este lugar y sus habitantes
atraparon mi interés. Esta comunidad me abrió sus puertas, me
brindó la seguridad de saber que estaba en el sitio indicado para
realizar el trabajo, pues cada paisaje, cada narrativa, y cada
individuo posee mucha información aún inexplorada. Así, di un
cambio al trabajo de investigación, ya que sí deseaba continuar
trabajando en San Pedro de Tauca debía considerar para el
estudio de la semantización del espacio no sólo a la pequeña
población indígena, sino también a los criollos.
Además, después de conocer el sitio me percaté de que
habían otros elementos interesantes que me permitirían abordar
no sólo el proceso de semantización del espacio, sino también
otros aspectos relacionados con la construcción y organización
del espacio por los habitantes de la comunidad. Estas personas
me informaron que a lo largo del tiempo, su asentamiento “...ha
cambiado de ubicación y sus habitantes han creado un lenguaje
espacial propio, que ha sido creado y re-creado tanto a través de
4 De acuerdo con las informaciones recopiladas durante el trabajo de campo,“racional” es un termino utilizado por los habitantes de la zona para referirse a todo aquel que no es indígena (criollo, español, negro)
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procesos históricos, como de su acción social cotidiana. Es en
estos paisajes en donde se plasma la memoria, ya sea en forma
de puntos de referencia para la historia local, o como
marcadores de la organización espacial” (González, 2003:12).
De esta forma, amplié el horizonte de la investigación
y me propuse una serie de objetivos vinculados por un lado, con
el cambio y la evolución del patrón de asentamiento (etapas del
asentamiento, factores de cambio), y por otro, con el proceso de
construcción social de espacio (elementos que intervienen en el
proceso, nombres de los lugares, rasgos topológicos y
topográficos), para finalmente conocer sí existen relaciones
entre el patrón de asentamiento y la construcción social del
espacio en la comunidad de San Pedro de Tauca. Para lograr
esto era necesario definir una metodología de investigación; en
primer lugar debía delimitar el tipo de estudio que realizaría y,
a partir de ello, los métodos y técnicas que utilizaría para
alcanzar los objetivos que me planteé.
LA RECOLECCIÓN DE LOS DATOS EN EL TRABAJO DE CAMPO
“...La investigación, en primer lugar, es un encuentro, una ‘interacción’ y para esta interacción no existen reglas sino que
cada investigador debe construirse las suyas” (Ferrarotti, 1991)
Realizar el trabajo de investigación resultó muy
diferente a como me lo imaginaba mientras me encontraba aún
sentada en un pupitre o frente a la computadora redactando el
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proyecto: el tema que me había planteado tuvo muchos
cambios, especialmente de orden metodológico. Si bien ya
sabía que el desarrollo de la investigación requería un trabajo
etnográfico5, no me había detenido a pensar en todas las
posibles situaciones e imprevistos que se pueden enfrentar en
este tipo de experiencias. Esto es, que mis estrategias de
recolección de datos cambiaran, se ampliaran o se
multiplicaran!...y exactamente estas cosas fueron las que
pasaron.
Fui a San Pedro de Tauca con la ilusión de que a través
de las entrevistas iba a obtener la información que buscaba; y
de verdad debo reconocer que estas me ofrecieron mucha
información (sobre el patrón de asentamiento, los nombres de
los lugares, los acontecimientos históricos, el lugar de origen de
los habitantes, las emigraciones hacia otras zonas, la ubicación
de sitios arqueológicos y de viejos asentamientos). Pero
después de unos días me di cuenta de que si bien este era una
herramienta muy útil, debía buscar otras alternativas que
complementaran, la información obtenida de las entrevistas o
que me permitieran acceder a información que a través de estas
no podía conseguir. Así recurrí a la observación participante, el
registro fotográfico y las representaciones gráficas, así como a
algunos métodos y técnicas arqueológicos (la prospección y
5 Asunto ya extraño para muchos, debido que mi tesis estaba inscrita en el Dpto. de arqueología de la Escuela de Antropología y formaba parte de un proyecto arqueológico del IVIC
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excavación) y a la revisión de fuentes bibliográficas (históricas,
etnográficas y etnohistóricas)6.
La observación me permitió obtener información sobre
el desarrollo de las actividades diarias de los habitantes de la
comunidad, tanto de su comunicación no verbal, el escenario,
las características de los participantes, la ubicación espacial, la
secuencia de los sucesos, el tipo de acción e interacción, así
como de la intención de las acciones realizadas. Visité algunos
lugares de San Pedro de Tauca (cementerios, puertos del río
Tauca, lagunas, sabanas, morichales y sitios arqueológicos) en
compañía de habitantes del pueblo y también conseguí registrar
las características del paisaje cultural y físico de estos sitios.
Afinando la mirada y compenetrándome más con la
gente, obtuve muchísimos beneficios para la investigación, pues
conocí muchos lugares de los que me hablaban en las
entrevistas, me percaté de otros asuntos de los que podía
preguntar y de la importancia de mis notas de campo. Pero más
importante aún: esta experiencia me hizo ver que había ciertos
elementos que no iba a poder registrar a través de las entrevistas
y las notas producto de mi observación, pues algunos paisajes,
nombres de lugares y aspectos de la organización del
asentamiento no eran de fácil conocimiento a partir de la simple
6 Debido que me interesa básicamente relatar aquí lo concerniente al trabajo etnográfico, no haré referencia al trabajo arqueológico ni a la investigación documental
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visita a los lugares y su posterior descripción escrita o a través
de las respuestas obtenidas de las conversaciones con la gente;
sólo a partir de mi convivencia con ellos iba a poder acceder a
esos elementos.
En este sentido, recurrí a otros dos métodos que hasta ese
momento los había considerado como secundarios dentro del
trabajo de campo: el registro fotográfico y las representaciones
gráficas.
LAS REPRESENTACIONES GRÁFICAS
“...representar es organizar el mundo fáctico en figuras y el nivel más elemental de esta organización es el espacio-temporal. Esto quiere decir que el espacio- tiempo, lejos de ser datos, se organizan como
figuras” (Bozal 1987: 21-22).
Según Bozal (1987: 19-23) las representaciones
gráficas son evocaciones o ideas, que están presentes en la
mente de los individuos y pueden referirse a: la captación de un
objeto presente, la reproducción de situaciones pasadas, la
anticipación de acontecimientos futuros, o la conjunción de
diferentes contenidos, tal como ocurre en la fantasía o en la
imaginación. En mi trabajo de campo, la representación gráfica,
como método de recolección de datos consistió en la
elaboración de croquis y dibujos. Los dibujos son un tipo de
lenguaje que representa, a través de imágenes, la realidad
visible. Son realizados sobre una superficie, por medio de líneas
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o de sombras, y son representaciones de objetos reales,
imaginarios, o de formas puramente abstractas (Acha, 1994:
42). Los croquis son diseños, a mano alzada, de un paisaje,
terreno, etc, que solo representan limites evocativos o
metafóricos y no puntos precisos.
En un principio realmente no conocía la utilidad que
este método podía tener para mi trabajo. Sinceramente fue una
cuestión fortuita; por un lado, porque tan sólo comenzó como
una estrategia personal de ubicación en el sitio, pues me ayudó
a conocer la distribución de las viviendas, la extensión del
territorio, las familias que habitan en el lugar, los lugares que
debía visitar, etc. Primero traté de ubicarme a partir de la
cartografía7 pero me di cuenta de que no resultaba nada
productivo, pues la escala del mapa no me facilitaba las cosas
(no podía ubicar nada!). Así que recurrí a las hojas en blanco y
traté de hacer un croquis del lugar. Sinceramente no llegué muy
lejos!...Después comencé a pedir auxilio. Les mostraba mis
insignificantes croquis a la gente y me decían: Bueno, está bien
pero... eso son sólo las casas, le falta el resto. Con esto me di
cuenta de que era más productivo que ellos me ayudaran a
graficar, ya que además de ubicarme necesitaba saber a dónde
debía ir. Si bien contaba con un GPS8, me parecía más prudente
7 Me refiero a los mapas obtenidos en Cartografía Nacional, correspondientes a la zona. 8 Geoposicionador Satelital
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y práctico recurrir a ellos que viven ahí y que sin muchas
complicaciones me podían a indicar la ubicación de los lugares.
A la gente no le entusiasmaba mucho la idea de tomar
un lápiz y dibujar. Sin embargo, luego de notar mi desorientada
búsqueda de sitios prefirieron colaborar. Algunos optaron por
“dictarme” los croquis. Se paraban a mi lado y me indicaban
sobre el papel la dirección de las líneas y trazos que debía
seguir. Otros decidieron hacer sus propios croquis.; claro, con
ciertas condiciones: “venga mañana y yo se lo doy, no se quede
aquí sentada porque me desconcentra”; o “siéntese aquí para
irle explicando, porque sino, no va a entender el dibujo”, etc. Y
así fue; hice lo que ellos me pedían y todo salió mucho mejor,
pues obtuve no sólo una ubicación espacial de utilidad en el
campo sino además una serie de datos que ni las entrevistas ni
los recorridos junto a ellos me ofrecieron. Los croquis estaban
llenos de nombres, de iconos que representaban diversos
elementos del paisaje físico y cultural; estaban cargados de
información histórica sobre la organización de asentamiento,
sobre los habitantes, etc.
Nunca pensé que esto iba a ser tan productivo. Además
no sólo para mi trabajo sino también para ellos mismos, pues
después de tenerlos en mis manos los mostraba a todos y les
parecía una buena oportunidad para tener la cartografía del
pueblo, que vale decir no existe. Por otra parte, realizar las
entrevistas con mis croquis en la mano me permitió despertar
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ciertos recuerdos sobre el pasado a los que no había podido
acceder.
En cuanto a los dibujos, debo decir que fue una
experiencia un poco diferente. Llevé muchas hojas blancas y
unos cuantos lápices para cualquier eventualidad y resultaron
de gran utilidad para acercarme a una parte muy importante de
la población: los niños. Al observarme escribiendo éstos se
acercaban para ver como lo hacia e incluso algunos traían sus
cuadernos del colegio para hacer las tareas o para pedirme que
les ayudara con éstas. Cuando otros niños veían esto me pedían
hojas para escribir o dibujar. Les encantaba sentarse en la mesa
o en el piso a imitarme escribiendo. Primero lo hicieron los más
pequeños, pero poco a poco comenzaron a multiplicarse!. Se
acercaban hasta diez niños para pedirme hojas y lápices. Llegó
un momento en que se convirtió en una actividad cotidiana.
Todas las tardes me buscaban para dibujar y a mí me agradaba
muchísimo la idea, pues los niños siempre tienen energía para
pintar, para hablar, jugar, cantar, hablar, etc., lo que hacía más
placentero mi trabajo.
Además, me di cuenta de que implicaba un gran alivio
para sus madres, ya que todos se concentraban en la actividad
durante largo rato y esto las libraba a ellas un poco de estarlos
cuidando. Para mí era muy reconfortante, pues era una muestra
de que, a pesar de que yo no era parte del pueblo, y de que
tenían escaso tiempo conociéndome, la gente empezaba a
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tenerme un poco de confianza; lo digo porque el hecho de que
los dejaran estar conmigo indicaba que no le temían tanto a mi
presencia.
Así que en cuanto pude salir de San Pedro hacía
Maripa 9, busqué rápidamente un lugar donde comprar creyones
y más lápices, y eso hice; compré cuantos pude, para poder
seguir dibujando con los niños. Después de veinte días en San
Pedro de Tauca, regresé a Caracas con una gran cantidad de
dibujos, algunos croquis y unas cuantas entrevistas y notas de
campo. Durante el proceso de organizar la información que
obtuve en mi trabajo de campo, me di cuenta de la gran utilidad
que podrían tener las representaciones gráficas realizadas por
los habitantes de la comunidad. No sólo las de los adultos sino
también las de los niños, pues podía recurrir al dibujo para
observar como representan el mundo, el entorno, los niños y
por ende cuál es el vinculo que desde la infancia establece la
gente con su paisaje físico y cultural.
Para mi siguiente visita me armé de más herramientas:
tizas de colores, marcadores, creyones, hojas, lápices,
sacapuntas, borras, etc. Planifiqué un poco el trabajo con los
niños para incentivarlos a realizar, además de los dibujos libres,
otras representaciones que fueran de utilidad para el trabajo.
Con los adultos también planifique la elaboración de otro tipo
9 Maripa es la capital del Municipio Sucre y es el lugar más cercano a San Pedro de Tauca que cuenta con servicios públicos y establecimientos comerciales.
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de croquis. Les pedía que elaboraran croquis de los ríos y sus
puertos de pesca y desembarque, las lagunas, los cementerios,
las viviendas y otras construcciones, la vegetación, etc.
Así conseguí información inesperada. Pues niños y
adultos expresaron mensajes que a través de otros métodos no
logré obtener. Quizá porque no lo consideraban importante o
porque les parecía poco interesante hablarme de ciertas cosas
que para ellos son obvias (debido a que forman parte de su vida
cotidiana) o incluso porque mis preguntas no estaban muy bien
elaboradas.
Entre tanto, para los niños esto continuó siendo una
actividad divertida y para los adultos una forma de ubicar a la
visitante en el pueblo. Sí, por más que les explicara la utilidad
de sus croquis para mi trabajo ellos no quedaban muy
convencidos de la relevancia que podían tener sus imágenes.
Pero, para mí era diferente; me reconfortaba observar la
cantidad de elementos que utilizaban para expresar
gráficamente su entorno, lo que ven, lo que han experimentado.
Todas esas figuras conformaban un lenguaje que daba cuenta de
su relación con el espacio y los significados culturales que le
han otorgado a través del tiempo.
Con sus representaciones evocaban recuerdos;
reproducían los mapas mentales que habían construido de su
asentamiento, reproducían cada elemento que les parecía
relevante, tanto del presente como del pasado. Usaron este
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medio para mostrarme que no siempre había sido todo como yo
lo veía. Así pude conocer algunos elementos del pasado: la
ubicación de lugares de antiguos asentamiento, sitios
arqueológicos, conucos, áreas de aprovechamiento de recursos
naturales (morichales, ríos, sabanas, etc.) y también logré
entender muchas cosas del presente. Las imágenes me
ofrecieron datos inesperados sobre la relación de los habitantes
de San Pedro con la realidad física de los lugares que ocupan y
me permitieron conocer diversas características del
asentamiento y ciertos elementos del paisaje que son relevantes
para ellos.
EL REGISTRO FOTOGRÁFICO
“La fotografía... si bien reconoce la subjetividad de la cámara, se apoya en nuestra convicción de que lo que vemos como espectadores
estuvo allí de veras, de que ocurrió en un determinado momento preciso y de que, como realidad fue capturado por el ojo de quien lo
presenció” (Manguel, 2002: 91).
Para quien disfruta de hacer fotos, es muy interesante tener
una cámara fotográfica a la mano cuando se visita un lugar
desconocido, ya que se pueden registrar una gran cantidad de
cosas: eventos, paisajes, personas, objetos, animales, etc.; pero
es más sencillo cuando se trata de una visita turística, en lugar
de una visita de trabajo. Nada más reconfortante que tomarle
fotos con toda libertad a todo lo que observamos, sin
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remordimientos ni reservas. Sí, suena muy bien, pero no muy
adecuado para un antropólogo....
Cuando ordenaba el equipo que me llevaría a San Pedro de
Tauca en mi primera visita, una de las primeras cosas que hice
fue comprar muchas películas fotográficas para mi cámara. Esto
lo hice a pesar de lo que ya sabía: que no podía andar con la
cámara en la mano, ya que así sólo conseguiría que la gente del
pueblo me viera como una turista. Esto lo tenía claro, así que
me propuse hacer todo lo posible por no dar una impresión
equivocada.
Los primeros días me abstuve de usar la cámara. Pero
después de un tiempo, cuando ya les había explicado el motivo
que me llevó hasta su comunidad, y, cuando ya me sentía un
poco en confianza, decidí sacar mi cámara y muy de vez en
cuando tomar una foto. Siempre comentaba o pedía permiso
antes de hacer esto, ante lo que desperté diversas reacciones:
sonrisas, caras serias, otras sonrojadas, etc... Esto fue muy
bueno, pues aprendí un poco sobre las situaciones adecuadas e
inadecuadas para hacer una fotografía.
Debo decir que tuve mucha suerte, pues la gente fue muy
receptiva ante la lente de la cámara. Muchos esperaban ser
fotografiados, sobre todo los más pequeños quienes cada vez
que me veían sacar la cámara se paraban frente a ella y me
pedían que les tomara una foto. Asimismo los padres me pedían
que fotografiara a sus hijos. Al regresar al pueblo siempre era
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una de las primeras cosas que esperaban que les mostrara: las
fotos. Opte por regalárselas, pues era lo menos que podía hacer
por las personas que me habían abierto sus puertas. Esto me
hacia sentir satisfecha, ya que era una forma de retribuirles su
gran receptividad y afecto. Así me di cuenta (aunque suene un
tanto interesado) de que el tener la cámara me permitía
establecer relaciones con la gente de la comunidad.
También tuve la suerte de contar con el apoyo y
entusiasmo de las personas que me guiaban en el recorrido por
los lugares o que me llevaban a conocer a otras personas; estas
me decían: “y de esto no va a sacar una foto”...”porqué no le
toma una foto”,entre otras cosas. Así conseguí registrar
aspectos de la vida cotidiana, del paisaje, del asentamiento, así
como cosas que están a punto de desaparecer (sitios
arqueológicos en las riberas del río, campamentos temporales,
etc), lugares a los que no es posible acceder siempre (pasos de
río, matas, etc) incluso pude fotografiar a personas que no
volvería a ver.
Mi relación con el lugar y sus habitantes, mis vivencias,
hicieron del registro fotográfico una parte fundamental de mi
estadía en el pueblo. Pues, la fotografía se convirtió en un
medio para narrar la historia del pueblo y también mi
experiencia en este. Las fotos que hice en San pedro de Tauca
no fueron únicamente el resultado de la recolección de datos;
también muestran un poco mi sensibilidad ante lo que
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observaba. La cámara me ayudó a crear un mapa de los
recorridos, una bitácora del trabajo de campo que al final me
ofreció una historia gráfica del lugar y de mi experiencia en el
mismo. Fue como “escribir” con imágenes, tratando de crear
huellas de la realidad que observaba a partir de cada fotografía
que tomaba.
De regreso en Caracas, luego de cada trabajo de campo,
una de las primeras cosas que hacía era llevar a revelar las
películas fotográficas. Al verlas sentía que retornaba a San
Pedro de Tauca; además podía mostrar a otros esa realidad que
presencié y de la cual capturé un momento, un gesto, un lugar o
un rostro...
Las fotografías fueron de gran utilidad durante la
sistematización de los datos para mi trabajo, ya que no sólo me
aportaron información sino que además me ayudaron a
esclarecer y redimensionar las notas de campo y las
representaciones gráficas. Estas me llevaban de vuelta a los
sitios y me permitían recordar las diferentes experiencias en el
campo, la gente, sus actividades cotidianas y además me
conectaban con cada momento que viví allí, pues en ocasiones
tratamos de escribir a partir de ideas abstractas o poco concretas
y ver la foto me acercaba más bien a recuerdos, no a ideas
vagas sobre el lugar. Además, las fotografías me ofrecían
detalles que no logré percibir en el sitio. Sin embargo debo
decir que, debido a que a través de la fotografía se captan
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instantes y no actos, lo que yo podía obtener de estas no eran
verdades o realidades por sí solas, ya que sin el conocimiento
del lugar no habría podido interpretar nada de ellas. Quiero
decir con esto que el conocer de antemano el contexto al que
pertenecen las imágenes fue lo que hizo de ellas un medio para
el recuerdo, una herramienta para traer al presente lo que vi, lo
que experimenté en aquel lugar meses atrás.
LAS IMÁGENES COMO TEXTOS O NARRATIVAS
“...queramos o no, las palabras y las imágenes se revelan, interactúan, se complementan, se esclarecen con una energía vivificante. Lejos de excluirse las palabras y las imágenes se
alimentan y exaltan mutuamente. Podemos decir, corriendo el riesgo de caer en la paradoja, que cuanto más trabajamos sobre las
imágenes, más amamos las palabras” (Joly, 1999: 145)
Jean Mitry (1999: 44-45) define el lenguaje como un
medio de expresión susceptible de organizar, construir y
comunicar pensamientos, capaz de desarrollar ideas que se
modifican, se forman y se transforman. En este sentido el
lenguaje es concebido como un ente dinámico, que puede
desarrollar temporalmente un sistema cualquiera de signos, de
imágenes, de sonidos, teniendo como propósito la organización
de este sistema expresar o significar ideas, emociones o
sentimientos.
A partir de esta idea es posible decir que las
representaciones gráficas realizadas por los habitantes de San
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pedro de Tauca así como las fotografías que tomé, constituyen
lenguajes a través de los cuales expresamos mensajes difíciles
de explicar en palabras, plasmando una imagen en un papel en
blanco o “escribiendo con la luz” a través de la lente de la
cámara fotográfica. Las imágenes creadas por los miembros de
la comunidad (dibujos y croquis) y el registro fotográfico
permitieron captar ciertos elementos que a través de las
entrevistas y las notas de campo no se podían capturar (Brisset,
2000:1).
De esta forma, el registro fotográfico y las
representaciones no sólo sirvieron como técnicas o
herramientas para el registro de información, sino también
como documentos que complementan y se complementan con
el lenguaje escrito y el oral (Ardevól,1998; Joly,1999:145;
Brisset,2000:4-6; Burke,2001; Manguel,2002:19-22). Ambas
fuentes de información visual constituyeron alternativas en el
campo para capturar información sobre el pasado y sobre el
presente: así por ejemplo, algunos croquis reflejaban el patrón
de asentamiento en diferentes períodos históricos; ciertos
dibujos mostraban el reconocimiento que desde la infancia
hacen los habitantes de la comunidad de los elementos del
paisaje cultural y físico y las fotografías presentaban
fragmentos de los lugares nombrados y de sus características.
Además, ambas formas de registro visual promovieron
o incentivaron a los habitantes del pueblo a aportar más
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información sobre el problema estudiado y me ayudaron a
obtener un mayor registro de información (Burke, 2001: 177-
198; Gamboa, 2003; Carman, 2003). En este sentido, recurrir a
estos dos métodos me permitió por un lado complementar la
información oral y captar nuevos datos, y por otro atrapar
elementos de la memoria de los habitantes del lugar y de mi
memoria (construida a partir de mi experiencia en San
Pedro)(Moreyra, 2003). Pues cada uno de nosotros registró todo
aquellos elementos (del paisaje, de los lugares) a los que nos
hemos hecho sensibles y a los que les hemos conferido un
significado; y para ello seleccionamos, organizamos,
extrajimos, interpretamos y trasladamos nuestra experiencia del
mundo a la forma visual, creando de esta forma, un lenguaje
basado en imágenes.
Pero este lenguaje construido con fotografías, croquis y
dibujos además de representar paisajes y lugares, también narra
historias sobre éstos, por lo que se encuentra inserto en una
temporalidad propia de la narrativa, ya que se convierten en
medios para contar el pasado y el presente, dando así a cada
imagen (inmutable) una vida inagotable e infinita (Manguel,
2002: 25).
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Antropologando. Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 102-119
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EXPERIENCIAS EN TRABAJOS DE CAMPO
Horacio Biord1 Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas
RESUMEN Este artículo reflexiona sobre algunas experiencias vividas por el autor en trabajos de campo efectuados en comunidades indígenas y campesinas (principalmente afro-venezolanas). Se plantean cuestiones metodológicas importantes para optimizar las investigaciones en el terreno, tales como la presencia no solicitada en las comunidades, las barreras para la comunicación derivadas del género social, el carácter confidencial de algunas informaciones cuya privacidad no ha de violarse, y el imperativo de la devolución de la información. Se concluye con algunas observaciones personales sobre el valor atribuido a los trabajos de campo en el ejercicio profesional así como en el proceso de crecimiento personal. Palabras Clave: Ética. Género . Investigación Aplicada. Trabajo de Campo.
INTRODUCCIÓN
En Antropología y otras disciplinas de las ciencias del
hombre, el trabajo de campo constituye un reto: es como poner
a prueba la capacidad de hacer sobre el terreno lo que a veces –
y no siempre- se aprende en las aulas y mediante las lecturas
recomendadas por los profesores. Es también un misterio que
tienta de forma inefable a quienes aún no lo han vivido.
1Candidato Posdoctoral. Departamento de Antropología. Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Apdo. 21.827. Caracas. El autor además es Profesor Asociado, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas. [email protected]
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103 Podría decirse que hay dos extremos en los analistas de
procesos sociales cuyo estudio requiere investigaciones de
terreno: (1) aquellos que se aferran al campo como una forma
de evadirse y no logran concebir modelos que simplifiquen las
complejas realidades observadas; y (2) aquellos que eluden la
visita al campo y progresivamente reducen su reflexión a
elucubraciones teóricas. Ambos extremos son perniciosos.
El trabajo de campo podría concebirse como un arte
que debe ser cultivado y perfeccionado. Requiere de pericias y
métodos, pero también de actitudes y disposiciones personales.
El éxito de un trabajo de campo no sólo requiere de una
excelente preparación: lecturas previas, adecuado diseño de
investigación y de los instrumentos y técnicas de recolección de
datos, conocimiento de las condiciones ambientales, recursos
disponibles, etc. También hay un factor de éxito que está
referido a actitudes personales. A veces un profesional
altamente cualificado, no logra establecer una buena relación
con la población que ha decidido estudiar, amén de las
consideraciones acerca de los sesgos teóricos y sus posibles
distorsiones a la hora de describir y analizar realidades sociales.
Este trabajo, sin embargo, no es un abordaje teórico de
tales cuestiones, sino una reflexión sobre algunas experiencias
vividas por el autor en comunidades indígenas y campesinas en
distintas regiones de Venezuela. Concretamente se abordan los
siguientes temas: las implicaciones de la presencia no solicitada
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104 del analista en las comunidades; las barreras de género para la
comunicación y recolección de datos; el tratamiento de la
información confidencial y la calificación de ésta; la devolución
de información y apoyo a las comunidades y grupos estudiados.
Para concluir se presentan unas reflexiones finales, no sólo
sobre la relevancia de los temas aquí discutidos sino sobre lo
que ha significado para el autor el contacto con grupos socio-
diversos.
LA PRESENCIA NO SOLICITADA
Marzo, 1983. Semana Santa. Pleno verano en la Banda
Sur del Orinoco. La Mata de Tapaquire, comunidad kari’ña
ubicada en el municipio Heres (estado Bolívar). Visitaba
algunas comunidades para seleccionar las escuelas que
estudiaría en mi trabajo de grado para la obtención de la
Licenciatura en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello.
Este último constituía un estudio de la educación intercultural
bilingüe, entonces en su fase inicial de implantación (Biord
1984).
Estaba hospedado en la casa de doña Petra, situada en
La Montañita, un asentamiento satélite del núcleo principal de
La Mata de Tapaquire, a orillas de la vía que conecta la
carretera nacional Ciudad Bolívar-Caicara del Orinoco con el
núcleo de la comunidad.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
105
Una tarde, José Montilla, 2 el dopooto, gobernador o jefe
de la comunidad, quizá desinhibido por los efectos de algún
trago, me llamó aparte y me preguntó los motivos que me
llevaban a La Mata de Tapaquire, puesto que él era el jefe de la
comunidad y debía estar informado.
Era la segunda vez que visitaba La Mata. Había estado
allí unos meses antes, en diciembre de 1982. Ésta, como la vez
anterior, me acompañaba Carmen Poyo de Maneiro, indígena
kari’ña, gran amiga e invalorable colaboradora, mi gran
introductora al mundo kari’ña. La primera vez que visité La
Mata de Tapaquire llegué a la casa del jefe de la aldea y tal vez
le expresé mi intención de regresar poco tiempo después para
empezar el proceso de recabar datos para mi trabajo de grado
así como mi deseo de aprender el idioma kari’ña, fin último de
mi acercamiento a los kari’ñas.
Cuando Montilla me llamó para indagar los motivos de
mi visita, confieso que me sentí intimidado y algo fastidiado,
pues a La Mata de Tapaquire entraba y salía gran cantidad de
gente. A mis 21 años me preocupaba profundamente haber
hecho algo mal y, sobre todo, dañar así mi potencial relación
con los kari’ñas de La Mata de Tapaquire. Ésta, desde que la
conocí, se convirtió en una de mis comunidades favoritas, tanto
por los testimonios materiales de su historia como por la
amabilidad de sus pobladores y la belleza de su entorno (la
2 Nombre ficticio.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
106 comunidad está emplazada en unas sabanas de gramíneas y
chaparrales, que albergan hermosos morichales).
Le expliqué pacientemente al dopooto el objeto de mi
visita, lo que podrían derivar los kari’ñas de mi trabajo y mi
deseo de seguir visitando la comunidad en el futuro. Él,
amablemente, se disculpó por la pregunta y me comentó que,
estando ahora en conocimiento de los motivos y propósitos de
mi visita, me apoyaría en lo que estuviera a su alcance.
Efectivamente a partir de ese momento me procuró informantes
y, además, organizó esa misma noche un baile de maare-maare,
el primero que veía yo. Para mí fue una emoción indescriptible
el ver indias viejas ataviadas con naava, el vestido femenino
tradicional kari’ña, bailar ese antiguo baile; los cantadores que
entonaban las canciones en el idioma de los caribes y los
músicos que acompasadamente hacían posible aquella
maravilla.
Así aprendí una lección que nunca he olvidado: cada
vez que llego a una comunidad, una de las primeras cosas que
hago es buscar al jefe de la aldea y presentarme dándole
amplios detalles sobre mi persona (profesión, meta y propósitos
de la visita, vinculación previa con el grupo, conocimiento de
otros miembros del grupo, conexiones con éstos, etc.). Cuanto
más prolijo sea y no obstante el tiempo y esfuerzo que para ello
tenga que invertir, sé que obtendré mayores y mejores
resultados.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
107
Una vez, hacia marzo de 1988, me sucedió algo
semejante en la comunidad de Jesús, María y José de El Guamo
(estado Monagas). Llegué en compañía de unos colegas y el
Gobernador, al principio un poco aprehensivo, se mostró
amable y comprensivo después de un largo relato de mi
conocimiento y experiencias en otras comunidades kari’ñas.
No en balde, antiguamente, en el Orinoco se celebraban
ceremonias denominadas mirray que precedían los
intercambios comerciales y servían para limar tensiones y
acercar a los potenciales socios comerciales (Morey y Morey
1975). Algo parecido es el rito de “presentarse” a los jefes de
aldeas: una forma de entrar en confianza y eliminar
resquemores.
BARRERAS DE GÉNERO
Marzo, 1983. Semana Santa. Proseguía mi viaje de
reconocimiento por las comunidades kari’ñas. Estaba ahora en
El Guasey, una comunidad kari’ña del sur del estado
Anzoátegui. Deseaba registrar un vocabulario. Una señora me
pareció una informante ideal por sus conocimientos y empleo
habitual del idioma indígena. Armado de una grabadora
portátil, intentaba grabar una lista de palabras básicas en el
patio de la casa de la señora. Había mucha gente, pues era una
fecha cercana al Jueves Santo, un día muy especial para los
kari’ñas, cuando las familias se reúnen y preparan platillos
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
108 especiales: pastel de morrocoy y buñuelos de yuca. El
gobernador de la comunidad, don José Poyo (fallecido
trágicamente pocos meses después), al tanto de mi deseo,
insistió en que nos quedáramos solos la señora y yo.
Me ilusioné al pensar que por fin tendría la tranquilidad
necesaria para culminar mi propósito. No obstante, la señora se
puso nerviosa y fue muy difícil hacer la grabación. Quizá el
estar solo con un hombre que apenas acababa de conocer, con
quien no tenía otros lazos, la intimidó demasiado. Con el
tiempo nos hicimos amigos y creo que en la actualidad podría
soportar estar a solas un rato conmigo para enseñarme su
hermoso idioma, pero en aquel momento fue una temeridad
fruto de mi inexperiencia con sociedades indígenas.
Agosto 1996. Plena temporada de lluvias. Calor y
humedad en Barlovento. El sitio: el caserío de Pantoja, en
Caucagua, municipio Acevedo, estado Miranda. Debía hacer
varias entrevistas para reconstruir un caso de represión política
por parte de un Jefe Civil de la época gomecista que podía
suponer también una represión cultural (de tipo religioso,
concretamente). Se trataba de un trabajo estimulante como
pocos (Biord 1996).
La principal informante era una anciana casi centenaria,
que desde su mecedora aún controlaba la casa de sus hijos,
nietos y bisnietos. Encantadora y simpática, la anciana conocía
la información y estaba dispuesta a transmitirla como una forma
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
109 de revivir el pasado de su familia y devolverles vida, por un
rato siquiera, a parientes ya fallecidos, ignorados por los
miembros de su propia familia y repentinamente invocados por
unos forasteros dispuestos a oír historias sencillas pero cargadas
de significados para el analista.
Marielena Mestas, una colega y gran amiga, me
acompañaba. Su presencia fue de una inestimable ayuda. La
anciana, que no mostraba reservas conmigo, se explayaba sin
embargo con Marielena. Le contaba detalles de su vida
cotidiana, que quizá considerara irrelevantes para un hombre
pero de gran interés para una mujer: el proceso de mojar con
almidón de yuca la ropa, la preparación de alimentos, remedios
caseros, etc. Era una manera ideal de continuar la conversación
con la amable nonagenaria. La visita a otras mujeres,
especialmente ancianas, en aquella experiencia barloventeña
siempre se benefició de la presencia solidaria de Marielena.
2003. Guareguare, estado Miranda. Más recientemente,
al iniciar una investigación en Guareguare, una comunidad
campesina, ubicada entre las poblaciones de San Diego de los
Altos y Paracotos (municipio Guaicaipuro, estado Miranda), un
poco apresurado por optimizar y acelerar la investigación, eché
de menos la ayuda de una mujer para lograr la confianza de
algunas señoras mayores. La paciencia y las experiencias
previas de hablar y ganarme la confianza, han ido supliendo la
carencia de una compañera de trabajo.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
110
Hay complicidades de género, con las correspondientes
normas de etiqueta que las legitiman, que pueden interferir (a
veces positivamente, a veces en forma poco deseable) en una
investigación. Tener conciencias de ellas es una condición
indispensable para acometer un trabajo de campo,
especialmente en contextos fuertemente sometidos a tales
reglas. No quebrantarlas debe ser también una regla de oro,
especialmente para superar con paciencia y tiempo las
limitaciones derivadas del tratamiento socialmente codificado
entre personas pertenecientes a géneros distintos.
INFORMACIÓN CONFIDENCIAL
Interesado en reconstruir la historia de la represión de
unas prácticas mágico-religiosas, visité Caucagua y sus
alrededores a mediados de 1996, como ya he comentado. El
trabajo de campo en Barlovento supuso distintos viajes durante
varios meses, complementados con revis ión de archivos y
fuentes hemero-bibliográficas. Era una historia que podría
parecer anodina, especialmente por los años que separaban el
presente etnográfico de los sucesos que intentaba reconstruir:
casi 75 años. Los protagonistas de esos sucesos habían muerto
ya. Sin embargo, sus hijos y nietos cargaban el peso social del
escándalo que en su momento supuso una historia de polvos
para sujetar maridos. Esos filtros amorosos estaban hechos,
entre otros materiales, de ralladura de huesos humanos. Las
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
111 autoridades locales aprovecharon la represión de lo que se
consideraría actos de brujería para accionar venganzas de tipo
político. Sin embargo, la falta de tolerancia ante la diversidad
étnica y socio-cultural parecía ser el móvil esencial de la
historia.
Frente a esto, varias actitudes se hicieron presentes
durante la investigación. La mayor parte de los posibles
informantes se cohibieron. Muchas de las principales mujeres
involucradas eran ascendientes directas de estos últimos. Era
posible sentir una barrera a la hora de hablar del asunto. Tenía
una fecha de entrega, pues debía preparar una monografía para
un curso de mi doctorado en historia en la Universidad Católica
Andrés Bello. Así, en una ocasión, tras entrevistar a una
anciana (cuya memoria, por cierto, presentaba ciertas lagunas)
una de sus nietas salió tras de nosotros (me acompañaba
Marielena Mestas en aquellas soleadas calles de Caucagua) y
nos preguntó que para qué estábamos recolectando información
sobre esos acontecimientos. Quizá temerosa de un uso
inadecuado de los datos y de la confidencialidad de las
informaciones, nos señaló que su abuela desvariaba y decía
cosas que no eran ciertas. Las inventaba, simplemente. Casi me
suplicaba: “no le hago caso, por favor”.
Otro día, fuimos remitidos a una señora de avanzada
edad que podría ser una buena informante. Hoy en día para mí
es casi una abuela clasificatoria, una de esas personas con quien
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
112 el afecto recíproco nos emparienta. Sin embargo, el primer día
fue hostil y algo dura. Una vez informada del propósito de la
visita, me dijo simplemente que su madre le había enseñado que
si no podía hablar bien de alguien, guardara silencio.
Más tarde, logré ser recibido por un venerable sacerdote
anciano. Había sido párroco de Caucagua tiempo después de los
sucesos que estaba estudiando yo. Luego fue transferido a otra
parroquia muy alejada del ámbito barloventeño y para el
momento de la entrevista ya estaba retirado de sus obligaciones
pastorales. Creo que tenía muchos conocimientos sobre la
historia que me interesaba, pero quizá el sigilo sacramental lo
obligaba a callar. Durante la entrevista le mencioné el nombre
de una dama caucagüense que se decía había estado involucrada
en la fabricación de los filtros amorosos. El buen sacerdote –de
una manera enfática- me pidió que borrara el nombre de la
señora, pues nada tenía que ver con el asunto.
Obviamente estas personas, con sus actitudes y
silencios, por demás expresivos, reafirmaban versiones que
había escuchado de boca de otros informantes. Sólo tenía que
saber leer y descifrar los mensajes ocultos, el metalenguaje
subyacente en sus actitudes frente a la investigación que
realizaba. Pero, además de esta conclusión –valiosa en sí misma
y quizá dictada por el sentido común- debía tener cuidado con
el uso de los datos. Se trataba de informaciones
comprometedoras, cuya ampliación requería no sólo ganarse
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
113 aún más la confianza de los informantes para abordar las
historias en forma libre, sino de prudencia extrema para revelar
los hallazgos. Nunca he publicado esos resultados, pero, de
hacerlo, tendría que ocultar la identidad de muchas personas:
los actores de la historia de los filtros amorosos y la identidad
de los informantes, en especial de los descendientes de los
actores de la historia original.
Este caso nos enseña la extrema prudencia que se debe
tener a la hora de estudiar hechos sociales que pueden
acarrearle a los informantes vergüenza, aprehensión o
sentimientos relacionados. Estos últimos sentimientos (como el
incesto, por ejemplo) son universales, pero cada sociedad los
define en función de sus valores y creencias.
DEVOLUCIÓN DE LA INFORMACIÓN
En mis primeras visitas a las comunidades kari’ñas
percibí que los temas y problemas que a mí me interesaban no
necesariamente resultaban los más relevantes para los kari’ñas.
No me refiero sólo a cuestiones teóricas o puramente
académicas, aun aquellos asuntos de extremada importancia
étnica como la creciente erosión lingüística sufrida por este
pueblo indígena no siempre era valorado como algo
extremadamente grave por los kari’ñas. En cambio, el problema
de las tierras y los conflictos en torno a su tenencia aparecían
una y otra vez como temas ampliamente discutidos. Constituían
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
114 una gran preocupación para las comunidades, pues la
reproducción física y cultural de éstas dependía de la solución
de esa problemática.
La kari’ñas recordaban haber tenido títulos sobre sus
tierras, otorgados en épocas coloniales por la Corona española.
Efectivamente, una visita organizada por orden de la Real
Audiencia de Santo Domingo y encabezada por el Oidor-
decano don Luis de Chávez y Mendoza había visitado las
comunidades indígenas (no sólo kari’ñas, sin también
cumanagotas y chaimas) de la Provincia de Nueva Andalucía y
Nueva Barcelona, actuales estado Anzoátegui, Sucre y
Monagas, entre 1782 y 1784.
Chávez y Mendoza mensuró las tierras de las
comunidades y era esta mensura lo que los kari’ñas aludían
como sus antiguos títulos. Sin embargo, ninguna comunidad
conservaba los papeles originales y muy pocas sabían dónde
podían obtener copias certificadas que avalaran sus
reclamaciones territoriales. Adicionalmente tanto la dinámica
de fusión y fisión de aldeas (acelerada por el avance de las
fronteras de la sociedad venezolana en su conjunto sobre el
territorio kari’ña), como el crecimiento demográfico
experimentado por los kari’ñas, habían modificado la antigua
estructura de pueblos de misión, considerados en la visita de
Chávez y Mendoza. Así pues, algunas aldeas habían cambiado
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
115 de nombre; otras se habían escindido en varias aldeas más
pequeñas, aunque compartían una misma mensura; etc.
Se requería de conocimientos etnohistóricos,
antropológicos y jurídicos para apoyar a los kari’ñas en la
recuperación de sus títulos y parecía de extrema importancia
ayudarlos en esta tarea. Como parte del compromiso con los
kari’ñas, diseñé junto con otros colegas, un programa de
antropología aplicada con dos objetivos fundamentales: (1) el
rescate de los antiguos títulos para entregarlos a las
comunidades y (2) la elaboración de un diagnóstico de las
comunidades (muchas de ellas alejadas y con pocas conexiones
entre sí), que pudiera servirle a éstas para fundamentar sus
reivindicaciones. 3 Como parte de este proyecto se produjeron
varias publicaciones, algunas de ellas orientadas a apoyar la
educación intercultura l bilingüe: una síntesis sobre la historia
kari’ña en los siglos XVI y XVII (Morales-Méndez et alii
1987); un libro de historia kari’ña para los docentes (Biord et
alii 1989); otro para los estudiantes (Biord y Amodio s/f); y un
diagnóstico de las comunidades (Amodio et alii 1991).
Adicionalmente se entregaron a las comunidades copias de los
títulos antiguos obtenidos en archivos españoles y venezolanos
y documentaciones conexas; y se repartió a cada comunidad un
3 Este programa contó con el activo apoyo del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y el Movimiento de Laicos para América Latina (MLAL), organización italiana de voluntariado vinculada a la iglesia Católica.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
116 ejemplar del censo indígena de 1982. Lamentablemente, la
segunda parte del proyecto -que consistiría en un programa de
revitalización lingüística- no pudo llevarse a cabo por falta de
fondos.
Estas actividades, además de la satisfacción personal y
ética que generaron en quienes participamos, me dieron a futuro
la posibilidad de continuar haciendo investigaciones con el
apoyo de las comunidades. Estos se puso de manifiesto cuando
visitamos las comunidades para elaborar un libro de fotos que
constituye una documentación gráfica de la cultura kari’ña de
gran utilidad para los propios indígenas (Biord y Mosonyi
2001).
Los kari’ñas pueden tener la seguridad de que mi
objetivo no es sólo hacer estudios académicos, sino también
apoyar sus luchas. Así algunos kari’ñas me han pedido que los
apoye en la reconstrucción de su historia oral y en la
elaboración de una guía pedagógica par la educación
intercultural bilingüe.
Por cierto que a raíz de la publicación del diagnóstico
de los kari’ñas, los miembros de una comunidad me reclamaron
que no había considerado suficientemente su punto de vista
frente a un proceso de fisión de aldeas que generó la división de
la comunidad en dos. Me comprometí a ampliar este tema,
considerando el otro punto de vista (como un derecho a
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
117 réplica). Esto constituye una deuda con los kari’ñas de la Mesa
de Guanipa.
REFLEXIONES FINALES
Estas experiencias ilustran algo que aunque parezca
obvio, no siempre se asume: un investigador no debe dar por
sentado que sabe cómo hacer su trabajo de recolección de datos
en el terreno, sino que ha de incorporar un perspectiva lo
suficientemente flexible para adaptar sus métodos de
observación y recolección de datos a las condiciones, intereses
y necesidades de cada comunidad y grupo, las cuales pueden
variar de manera asombrosa. Una clave de éxito –que, a la vez,
constituye un mandato ético- es asumir efectivamente a las
personas no sólo como informantes ni como objetos de
estudios, sino participantes de la investigación, destinatarios de
gran parte de los resultados y seres humanos cuya dignidad –
ante todo- debe ser respetada. Ni la Ciencia –abstracta y
prepotente, en muchos casos- ni ningún otro fin pueden someter
a los seres humanos a situaciones a comprometedoras de su
condición humana, ampliamente considerada.
En mi caso particular, las experiencias sobre las que he
reflexionado en este artículo me han servido fundamentalmente
para afinar mi posición frente al trabajo de campo y asumirlo
como un hermoso reto único: cada trabajo supone nuevos
desafíos y nuevas experiencias que en último término me
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
118 enriquecerán no sólo como estudioso de determinadas
cuestiones sino como ser humano.
Lo aprendido al hacer trabajo de campo, además, me
resultó de gran utilidad, entre otras cosas, para mediar en
conflictos entre actores indígenas y no indígenas así como en el
diseño de políticas públicas dirigidas a los pueblos indígenas,
cuando, entre mayo de 1995 y enero de 2002, me desempeñé
como Jefe de la División de Servicios Técnicos de la Dirección
de Asuntos Indígenas.4
Por último, expondré una impresión que
definitivamente me marcó en mis días de estudiante
universitario de pregrado. Mi formación inicial fue en la carrera
de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello,
complementada con sendas pasantías en el Centro de Lenguas
Indígenas de mi universidad y en el Departamento de
Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas (ambas entre 1980 y 1984). En la universidad me
sorprendí cuando mis compañeros y profesores (con algunas
excepciones muy honrosas) reducían sus expectativas de
investigación a lo meramente documental y hemero-
bibliográfico y no concebían la idea del trabajo de campo, como
que si la literatura oral y los fenómenos lingüísticos, en el caso
de la carrera de Letras, por ejemplo, no fueran temas que
4 Hoy Dirección General de Asuntos Indígenas, adscrita al Ministerio de Educación, Cultura y Deportes.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
119 requirieran estudios fuera de los recintos bibliotecarios y
archivísticos. A mí, definitivamente, los trabajos de campo, el
contacto con la gente, con indios, negros y campesinos, me han
enriquecido y han cambiado mis perspectivas de las cosas: lo
académico, lo relevante, lo “científico”, lo preestablecido, lo
deseable, etc.
REFERENCIAS
AMODIO, Emanuele; BIORD, Horacio; ARVELO-JIMÉNEZ, Nelly y Filadelfo MORALES-MÉNDEZ (1991) La situación actual de los kari'ñas. Diagnóstico y entrevistas. Caracas: Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y Movimiento Laicos para América Latina.
BIORD, Horacio (1984) “Mitos, arcos y petróleo. Estudio de la educación intercultural bilingüe en Venezuela. El caso kari’ña”. Trabajo de grado para optar al título de Licenciado en Letras. Escuela de Letras. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad Católica Andrés Bello. Caracas.
BIORD, Horacio (1996) “Aproximación a dos jefes civiles del gobierno de Juan Vicente Gómez (1908-1935)” (trabajo no publicado).
BIORD, Horacio y Emanuele AMODIO (s/f) Los kari'ñas. Caracas: Laboratorio Educativo (Biblioteca de Trabajo, 68, Colección Indígenas de Venezuela, 7).
BIORD-CASTILLO, Horacio; AMODIO, Emanuele y Filadelfo MORALES-MÉNDEZ (1989) Historia de los kari'ñas. Período colonial. Caracas: Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y Movimiento Laicos para América Latina.
BIORD, Horacio y Jorge MOSONYI (2001) Kari’ñas. Caribes ante el siglo XXI. Caracas. Operadora Cerro Negro.
MORALES-MÉNDEZ, Filadelfo; CAPRILES de PRADA, Mariaelena y Horacio BIORD-CASTILLO (1987) Historia kari'ña de los siglos XVI y XVII. Boletín de la Academia Nacional de la Historia Nº 277: 79-99.
MOREY, Robert V. y Nancy C. MOREY (1975) Relaciones comerciales en el pasado en los llanos de Colombia y Venezuela. Montalbán Nº 4: 533-564.
Antropologando. Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 120-147
PATANEMO Y YO: REFLEXIÓN INTERPRETATIVA DE LA
ACTIVIDAD DE CAMPO
Eduardo Herrera Malatesta1 Universidad Central de Venezuela
RESUMEN En este ensayo, he tratado de expresar mis experiencias personales sobre mi primer contacto directo con un trabajo de campo arqueológico coordinado por mí. La intención de escribirlo fue realizar un ejercicio “auto-reflexivo” y “auto-crítico” que me ayude a entender mejor la experiencia completa, y los ámbitos específicos, que ha significado el trabajo de campo en Patanemo. En este sentido, trato de realizar una reflexión interpretativa de esta actividad de campo, utilizando ciertos lineamientos del método hermenéutico y la arqueología contextual, los cuales constituyen, además, los métodos de análisis que estoy utilizando en mi trabajo de grado. Palabras clave: Trabajo de campo. Patanemo. Experiencia. Interpretación. De aquí a unos cientos de años, en este mismo lugar, otro viajero
tan desesperado como yo, llorará la desaparición de lo que yo hubiera podido ver y no he visto. Víctima de una doble invalidez,
todo lo que percibo me hiere, y me reprocho sin cesar por no haber sabido mirar lo suficiente.
C. Lévi-Strauss, Tristes Trópicos, 1970.
EL INICIO
Hace dos años me encontraba buscando un tema que
me interesara para realizar mi tesis de grado dentro del
Departamento de Arqueología de la Escuela de Antropología de
1 Tesista del Departamento de Arqueología, Etnohistoria y Ecología Cultural, Escuela de Antropología, U.C.V. [email protected]
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
121
la Universidad Central de Venezuela. Había muchos temas que
me llamaban la atención, pero ninguno que me atrapara. Por fin,
un día conocí a mi tutor y él me ayudó a concretar las ideas que
tenía en mi cabeza. Así decidimos que mi tesis se iba a realizar
sobre caminos prehispánicos entre Vigirima, Edo. Carabobo
(pueblo de tierra adentro) y Patanemo, Edo. Carabobo (pueblo
costero) ambos en el centro norte de Venezuela.
Con este tema de tesis en mente, comencé a realizar un
arqueo de fuentes sobre el sitio y los lineamientos teóricos y
metodológicos del trabajo. Siempre pensando en el futuro, pero
no muy lejano, trabajo de campo. Comencé a dibujar en mi
cabeza como sería todo, el sitio, el terreno, las prospecciones,
las excavaciones, el material, en fin, durante meses construí en
mi cabeza todo mi trabajo de campo, y mi proyecto de tesis en
general. Luego de mi primera aproximación a los dos sitios, y
de evaluar cual sería mi situación económica para la tesis,
decidí junto con mi tutor reducir la escala del trabajo, y trabajar
únicamente en uno de los dos sitios. El sitio escogido fue
Patanemo, debido a qué en este sitio no se habían realizado
trabajos arqueológicos sistemáticos y, además, me pareció más
interesante trabajar en un sitio donde se congregaran diversos
ambientes topográficos y ecológicos como son: montaña, valle
y playa.
Las dos primeras salidas de campo las realice en
compañía de unos compañeros; fueron salidas muy cortas,
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
122
aproximadamente de 5 días cada una. En estas salidas todo se
desarrolló con mucha calma y confianza de mi parte; no estaba
solo, eran salidas cortas y al fin, mi interés era trabajar con el
pasado –yo no tenía porque interactuar mucho con la gente del
pueblo– pues mi trabajo era arqueológico y no etnográfico.
Unas semanas después salí de mi casa hacia Patanemo, un poco
nervioso, pues, además de estar solo, tenía que contactar al que
sería, hoy en día, mi guía e informante. Yo solo había
intercambiado un par de palabras con él y me parecía una
persona agradable. Él se comprometió a colaborar con mi
trabajo y ayudarme a conseguir contactos de sitios
arqueológicos dentro del pueblo, pues como iría descubriendo
poco a poco, en Patanemo la gran mayoría de los sitios
arqueológicos están debajo de las casas y terrenos de los
habitantes.
De manera general, así comenzó mi trabajo: morral de
excursionista en la espalda, botas de cuero altas, ropa
desgastada, poco dinero en el bolsillo, la cabeza llena de datos
arqueológicos, históricos y teóricos, y sobre todo llena de
dudas, incógnitas y miedos. Creo que es necesario señalar que
yo soy blanco, 1.85m de estatura, cabello negro y descendiente
de italianos, y Patanemo es un pueblo principalmente habitado
por negros descendientes de los esclavos de la colonia. Al
principio, pensé que esto sería un problema para mí, y
posiblemente para ellos. Afortunadamente, creo que no fue así,
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
123
pero sin lugar a dudas, mis condiciones fenotípicas y de
extranjero, ayudaron a que, más aún, no pasara desapercibido.
Al principio, yo pensaba que la gente no notaba mi presencia,
que no me hacían caso; luego comprobé que no era así, al punto
en que, cuando llegaba a una casa, incluso de personas que no
conocía, me comentaban que ellos ya sabían que yo estaba
viniendo, y por eso estaban calentando café...
EL TRATO CON LA GENTE
Mi intención antes de comenzar mi tesis era trabajar en
un sitio donde no habitara nadie, puesto que no me interesaba la
interrelación con grupos actuales y también para no tener que
explicarle a la gente una y mil veces por qué yo estaba ahí.
Creo que el destino no está exento de un grado de ironía. La
primera noche que pasé debajo de un techo desconocido en
Patanemo me di cuenta que lo menos que iba a hacer ahí era
excavar en sitios donde no hubiese habitantes.
La Confianza
El hecho de tener que excavar en los patios y terrenos
sembrados de los habitantes del valle y montaña de Patanemo
trajo como consecuencia que, además de explicar
detalladamente mi trabajo a decenas de personas, yo tenía que
ganarme su confianza. Durante años los vecinos de Patanemo
han presenciado como supuestos “arqueólogos” van a las casas
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
124
de la gente, piden las piezas indígenas que los habitantes han
encontrado (supuestamente para realizar estudios científicos), y
se las llevan para más nunca volver. Este problema, por
supuesto, se extendió a mí y a mi trabajo. Los habitantes del
pueblo no tenían constancia de que yo realmente era (soy) un
tesista de la Escuela de Antropología de la universidad tratando
de realizar una investigación arqueológica seria y no otro
saqueador citadino con aires de “arqueólogo”.
Con estos antecedentes, traté de comenzar a insertarme
dentro de la dinámica del pueblo, no solo a prospectar sitios
arqueológicos, sino también a exponerme a una cantidad de
personas que, sobre todo al principio, me miraban como si fuera
otro saqueador. Los factores que comenzaron a cambiar esta
visión de mí ante ellos fueron -o al menos eso pienso yo-: (1) el
hecho de que siempre que partía de Patanemo y decía que iba a
volver, volvía; (2) que yo tenía, cada vez más, una mejor
relación con mi guía y su grupo familiar, y eso se notaba en el
pueblo; (3) que siempre explicaba incansable y detalladamente
mi trabajo a cuantas personas podía; y (4) que traía siempre
conmigo material de apoyo para explicarles a las personas los
conocimientos arqueológicos que hasta el momento se tienen
sobre el centro-norte de Venezuela, y que, además, mostraba un
interés real por enseñárselos.
Por supuesto, los puntos arriba mencionados no
hubiesen sido alcanzados si no hubiera aceptado desde un
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125
principio que esas personas no tenían por qué ayudarme, ni
siquiera tenían por qué mostrarse interesados en mi trabajo. De
hecho, no tenían porque aceptar mi presencia dentro del pueblo,
dentro de sus casas, dentro de sus vidas, pues a fin de cuentas,
yo era (y sigo siendo) un ente extraño a su realidad social
cotidiana. Consciente de esto, yo mismo adopté la posición de
decirles que no confiaran en mí, que no creyeran en mí trabajo,
que lo aceptaran sólo en la medida en que ellos vieran que mis
intenciones para con ésta investigación y con el pueblo eran
serias y académicas.
Así, durante dos años (en 10 salidas de campo)
prospecté y excavé en la montaña y el valle de Patanemo junto
a mi guía, quien vale decir, es una persona muy conocida en
todo el pueblo y los sectores adyacentes. Las buenas relaciones
de mi guía no me abrieron todas las puertas, pues durante un
poco más de un año traté de excavar en un terreno en la
montaña, y su dueño nunca me dejó. Incluso a veces lo veía por
la calle y ni siquiera me saludaba, al contrario me miraba con
recelo. Luego de subir constantemente a la montaña durante
todas mis salidas de campo y hablar con él, obtuve su
“bendición” y me permitió excavar un pozo 1x1 mt2 en un
punto que se mostraba muy interesante para la investigación
arqueológica. Si bien las dimensiones de la excavación fueron
mínimas, fue un paso muy importante para mi aceptación por
parte de los conuqueros de la montaña, puesto que cuando
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vieron que uno me abrió las puertas de su casa y su confianza,
luego todos me comenzaron a tratar mucho mejor.
Durante este tiempo interactué con las personas –niños,
jóvenes y viejos– viví con ellos y conocí algunas de sus
costumbres y maneras de vida. Aunque el pueblo de Patanemo
está a sólo 2 horas de la capital venezolana, donde vivo, su vida
cotidiana e interacción con el medio que los rodea es muy
diferente a la vida que se lleva en la capital.
La confianza que las personas depositan en los
investigadores no es meramente una tarjeta de entrada a excavar
en sus patios, ni mucho menos un elemento secundario de la
investigación. Desde mi punto de vista, esta confianza es la
aceptación de UNO como individuo dentro de SU pueblo, no
como científico, sino como individuo que se compromete con la
investigación del pasado. A pesar de que ellos son los que viven
en esos espacios donde 500 o 1000 años antes habitaron las
poblaciones prehispánicas, el pasado que estoy tratando de re-
construir les pertenece a ellos, y también me pertenece a mí,
como habitante del territorio que hoy es Venezuela.
Después de dos años trabajando en Patanemo, me di
cuenta que prestar atención y considerar a la “gente viva” que
habitan en los sitios donde se trabaja, es tan importante para la
investigación del pasado como el ir al Archivo General de la
Nación a buscar documentos históricos para vincularlos con la
investigación arqueológica. La búsqueda del conocimiento
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acerca del pasado prehispánico no necesariamente debería
excluir los datos etnográficos, porque a fin de cuentas esta
gente está utilizando e interactuando con el medio geográfico y
ecológico que aprovecharon e interactuaron los pueblos
indígenas hace más de 500 años.
Subjetividad y Objetividad
Ahora bien, el hecho de haber “encajado” dentro de la
comunidad, y en el proceso de observar como ellos aprovechan
e interactúan con el medio que los rodea, ha ocasionado que en
mi interpretación de los datos arqueológicos haya un factor
nuevo que considerar. Inevitablemente, mi interpretación de
estos datos esta siendo afectada, además de por mi contexto,
por el contexto de la gente que hoy en día habita en el valle y la
montaña de Patanemo (Hodder, 1988; D’Agostini, 2000). En
este sentido, el cómo YO percibo la realidad, el paisaje y el
entorno que me rodea cuando estoy en Patanemo, está siendo
influenciado cada vez más, por la interpretación que las
personas que viven en Patanemo tienen del paisaje y el entorno,
y sobre todo, cómo se desenvuelven en éste. Si bien yo no
tengo la misma facilidad que ellos de sobrevivir en estos sitios,
observo y aprendo de cómo lo hacen ellos; cómo pescan,
siembran, intercambian, etc.
En este proceso de observación y aprendizaje, me
pregunto ¿hasta qué punto mis interpretaciones están disociadas
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de la subjetividad de conocer una forma de vivir dentro de este
medio ambiente?, y ¿hasta qué punto soy capaz de desligar este
conocimiento de las interpretaciones que voy construyendo a
través de los datos arqueológicos?. Puesto que no
necesariamente, los indígenas que habitaron estas tierras
tuvieron que desenvolverse de la misma manera que lo hacen
hoy en día los habitantes de Patanemo, pero el conocimiento
local sobre el cómo desenvolverse dentro de ese medio puede,
en esencia, provenir de los indígenas que centurias atrás
habitaron el área. Es decir, que no es posible asegurar que
existe una continuidad en el conocimiento sobre el medio
ambiente y otros aspectos sociales, pero tampoco es posible
asegurar que existe una discontinuidad.
Por esta razón, el método de mi investigación es el
hermenéutico, puesto que yo no puedo dejarme llevar por lo
que observo hoy, pero tampoco lo puedo menospreciar. Así, lo
que trato de seguir es una arqueología reflexiva y autocrítica
(Shanks y Tilley, 1987), cuyas interpretaciones están sometidas
a la circularidad que propone la hermenéutica. Sin dejar de
lado, por supuesto, la advertencia que se encuentra implícita en
esta propuesta; si bien “siempre existe cierta participación-
pertenencia del sujeto en la cosa que debe interpretar, es
también cierto que no existe interpretación sin una desviación,
sin un roce, sin una extrañeza entre el intérprete y el texto o el
discurso que intenta interpretar” (D’Agostini, 2000: 335).
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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Considero que cualquier interpretación que se realice
acerca del pasado es subjetiva, aunque todos tratemos de buscar
desesperadamente cierta objetividad en los datos arqueológicos,
“toda arqueología es una actividad interpretativa [y] esta
dimensión hermenéutica para la investigación arqueológica es
absolutamente fundamental” (Tilley, 1988: 277). Por esto,
considero que el método hermenéutico es el único que puede
favorecer el entendimiento de los datos, no como datos
aislados, sino como datos vinculados a un sitio arqueológico, a
un pueblo actual y a un investigador (Hodder 1988; Shanks y
Tilley 1987; Thomas, 1993).
Así, el antropólogo (o arqueólogo) trata, a través de
metodologías, métodos y técnicas, de recopilar la mayor
cantidad de información sobre un aspecto específico de una
cultura determinada. Pero en este proceso de re-construcción de
la realidad de un grupo, el antropólogo no percibe el mundo tal
como lo percibe el grupo. El observador tiene su propia
percepción de los hechos y del mundo; por lo tanto, cada
investigador debe estar consciente de que en cada trabajo de
campo (o en cada investigación en el presente 2) existen, al
menos, tres esferas de interpretación:
1. El mundo desde la mirada del investigador (mi cultura)
2. El mundo desde la mirada del Otro (su cultura)
2 Digo en el presente, puesto que si incluimos a esto la perspectiva histórica, inmediatamente se producen otras alternativas y “esferas” de interpretación.
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3. El mundo tal cual es (sin cultura)
Si se acepta esto, hay que tomar en cuenta que la
interpretación del tema, objeto o sujeto estudiado, que tenga el
investigador, es una interpretación de la interpretación del
mundo, que a su vez es interpretado por este, y en otra
instancia, esta la interpretación de todo lo anterior. Es decir, (1º
esfera) que el investigador interpreta la interpretación que el
otro tiene del mundo, para acceder a ese mundo; (2ª esfera)
pero al mismo tiempo, el investigador esta interpretando
directamente el mundo que rodea a ese otro; (3ª esfera) y por
último, el investigador al contextualizarse, sé esta interpretando
a él mismo dentro de la investigación.
El proceso hermenéutico de investigación no
simplemente es una forma de aprehender el mundo; en cambio,
es una forma de depurar la interpretación de las nociones
propias del mundo, para acercarse un poco más a la visión del
otro sobre el mundo y su mundo. Es decir, que el proceso
hermenéutico es un proceso de tratar de “ver” el mundo, de
limpiarlo de los “escombros” que se generan al momento de
interpretar, y de concientizar que estos “escombros” son parte
de los productos que se utilizan en el análisis. Por esto se habla
de una circularidad, puesto que la interpretación “va y viene”
desde el investigador, quien es el que inicia voluntariamente el
proceso.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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De esta manera, al concientizar que se está
interpretando un hecho cualquiera, se está igualmente
concientizando que existen una cantidad de elementos que
afectan esa interpretación. Al tratar de vincular estos elementos
al circulo hermenéutico se producen instantáneamente, más
elementos (o variables) para interpretar, y estos son los
“escombros” de la interpretación. Siguiendo las ideas de
algunos de los autores que apoyan esta propuesta interpretativa,
se puede deducir que estos “escombros” tienen que ser tomados
en cuenta, pues dejarlos de lado es equivalente a dejar de lado
datos de la investigación. De esta forma, el investigador escoge
que tan profundo quiere llegar en su interpretación, así mismo,
como escoge con que elementos teóricos, metodológicos y
técnicos quiere utilizar.
Me gustaría reproducir aquí, unas líneas que escribí en
mi libreta de campo estando en Patanemo, la noche en que
llegué a la casa del guía, luego de estar 3 días acampando y
prospectando en la montaña.
En este viaje he ido comprendiendo y comprobando
con y en la práctica que el trabajo arqueológico se va
conformando y construyendo con la actividad del
investigador en el campo. No es sólo excavar y analizar
“objetivamente” el sitio o la gente. Es vivir con “ellos”
y “aquí”; es “estar” en el espacio y tiempo de la gente
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contemporánea, es “estar” en el paisaje contemporáneo.
A partir de aquí, en conjunto con los restos materiales
de la gente que vivió en el pasado, hay que tratar de re-
construir el pasado con todas las herramientas teórico-
metodológico-prácticas que sean útiles para el caso y
momento específico en que se realice la investigación
arqueológica.
Es un proceso largo, complejo y delicado que no
comienza ni termina en ninguno de los puntos de este
(teoría, campo, laboratorio, etc.), sino que se regenera
constantemente. De allí la importancia del proceso
hermenéutico involucrado con el proceso arqueológico.
La circularidad del proceso hermenéutico se ve repetida
y representada en la arqueología, cuando ésta es
percibida como proceso.
Patanemo, 23 de febrero de 2003
Cuando hablo de percibir la arqueología como un
proceso, no me estoy refiriendo al proceso lineal de iniciar una
investigación científica y culminarla, con las etapas técnicas
que esto refiere. Es concebir la arqueología como un estudio
que a través de un proceso de conocimiento reflexivo y auto-
crítico trata de alcanzar cierta comprensión muy específica
acerca del pasado (Shanks y Tilley, 1987; Hodder, 1999). En
este sentido, la arqueología se convierte en mucho más que una
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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ciencia del pasado, es un proceso interpretativo que busca
conocer al individuo que habitó en espacios y tiempos
determinados. Alcanzar este ideal es en sí un proceso de
conocimiento, y este no es un objetivo alcanzable a corto plazo.
Para lograr conocer un aspecto especifico de la cultura del
pasado es necesario llevar a cabo una investigación extensiva y
minuciosa. En este sentido, mi trabajo en Patanemo solo abarca
una muy pequeña parte de este contexto. Como mencioné más
arriba, el investigador escoge hasta que punto se involucra en el
proceso interpretativo, pero es imprescindible estar conciente
de todo lo que se va generando al iniciar una investigación, así
no se este abarcando directamente.
El OBSERVADOR CONTEXTUALIZADO
En el proceso de contextualizar los datos de la
investigación es inevitable tratar de contextualizarse a uno
mismo dentro de los datos y el sitio. En mi caso particular, las
dos sub-áreas dentro del área de Patanemo donde trabajé, valle
y montaña, fueron dos “marcos” diferentes de trabajo. La
palabra “marco” la utilizo aquí refiriéndome a un marco de un
cuadro, el cual bordea una imagen construida por el
investigador. Está imagen es la visión-interpretación que de
estos sit ios es construida por el observador. Dentro de la
imagen construida es inevitable (y posiblemente justificable)
contextualizarse a uno mismo, pues todo esto es parte del
proceso interpretativo del sitio. Para no ser reiterativo en este
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ensayo solo trataré uno de los dos “marcos”, puesto que si bien
cada sitio posee un contexto diferente y mis experiencias allí
fueron diferentes, el punto al cual quiero llegar es el mismo.
Experiencias y reflexiones
El marco que he construido de la vida cotidiana en el
Pueblo de Patanemo está dibujado a partir de lo que YO he
observado de la gente que allí habita, principalmente de las
personas con las que he tenido mayor contacto. No quiero decir
con esto que así es la vida en el Pueblo de Patanemo,
únicamente que así es como he percibido algunos aspectos de la
dinámica de varios grupos familiares del pueblo.
No quiero desarrollar aquí todas mis experiencias o
abarcar todos los aspectos que se podrían tratar desde una
mirada antropológica; solo aspiro relatar unos ejemplos que
permitan vislumbrar lo que ha sido el choque cultural que he
sentido al convivir con la gente de Patanemo, y como esto ha
afectado la visión que tengo del trabajo. Para explicar esto,
quisiera (como lo he hecho más arriba) transcribir algunas
anotaciones de mi libreta de campo sobre la vida cotidiana o
dinámica del grupo familiar con el cual me he compenetrado
más. Antes debo advertir que yo pertenezco a una familia muy
pequeña, formada por mi madre, padre, hermano y dos
hermanas; no tengo abuelos, tengo tres tíos y cuatro primos a
los que no veo nunca y, sinceramente, son mi familia pero no
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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los siento muy cercanos, por lo cual podría decir, sin mucho
remordimiento, que mi familia es mi madre, padre y hermanos.
En Patanemo los grupos familiares son extensos, en
ocasiones pienso que todos son familia de todos y esto es algo
que, a mí particularmente, me ha llamado mucho la atención.
Las relaciones familiares son muy cercanas y, hasta me
atrevería a decir, son muy parecidas a lo que se ha definido
como clan familiar. Uno de los aspectos dentro del ámbito
familiar que más me llama la atención es el uso del espacio en
las casas. La línea de lo público y lo privado pareciera ser muy
delgada, pues cada célula3 familiar vive en una casa, pero al
mismo tiempo, esa casa pareciera ser de todos, y/o de uso
familiar.
Es curioso ver como en casa de la familia del guía entra
y sale gente (principalmente familia) sin pedir permiso,
como si fuera su propia casa. La primera vez que entran
(durante el día) saludan, y el resto de las veces sólo
entran y comentan algo, siguen una conversación
pasada o sencillamente se sientan a ver televisión. Me
parece que es como si cada miembro de la familia tiene
su casa, pero el resto de las casas de sus hermanos,
hermanas, padres y madres son su casa. En ocasiones
alguien llega (sobrino, primo, hermano, etc.) y se queda
3 Aquí utilizó el concepto de célula para referirme a una madre, padre e hijos, que habitan en una casa, pero que son parte de un grupo familiar mayor.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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todo el día, come, conversa, ve televisión, y luego, en la
noche, cuando se acerca la hora de ir a dormir (lo que
generalmente es luego de ver la novela de las 9, de las
10 pm y el noticiero) sencillamente, se despiden
diciendo ‘hasta mañana’, y se van.
Patanemo, 18 de febrero de 2003
Este escenario, despierta cierta curiosidad en mi por el
hecho de observar cómo son las relaciones familiares de esta
gente, y si bien, yo no estoy realizando un trabajo etnográfico,
me es muy difícil desligarme de este tipo de observaciones. Mi
posición dentro de estas situaciones es muy curiosa, pues al ser
aceptado por esta familia, prácticamente me consideran adjunto
a ella, o adjunto a ese clan familiar. Recuerdo una noche que
llegué a Patanemo y luego de saludar y ponernos al día sobre lo
que habíamos hecho en el tiempo que no estuvimos juntos, nos
sentamos en la sala (de la casa de mi guía) con su esposa y sus
dos hijos a ver televisión, y de repente el hijo menor comentó
que ya estaba completa la familia (pues yo estaba allí), y el
resto sonrió con algo de pena y asintió con la cabeza. Nadie dijo
nada más, pero para mí fue un suceso extraordinario.
Otro ejemplo o anécdota del convivir en Patanemo, y
esto me ocurrió en repetidas oportunidades, fue el hecho de que
la casa de mi guía está en construcción, y hasta hace poco no
había baño. Por esto, cuando uno necesitaba hacer alguna
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
137
necesidad más allá de la urinaria debía dirigirse a casa de su
suegra. Esto era un tanto incómodo para mí, pues la entrada al
baño está justo frente a la sala donde se ve televisión. La
primera vez que fui al baño entré a la casa con mi guía, y con
mi papel higiénico debajo del brazo, tratando de ocultarlo, cual
fue mi sorpresa, al ver que en la sala de la televisión estaba la
suegra, el suegro, los nietos, los primos; en fin, una cantidad de
personas que sabían que yo necesitaba ir al baño, por lo cual me
abrieron la puerta rápidamente, me prendieron la luz y me
desearon suerte. Mientras yo estaba adentro, alguien me
preguntó: ¿y cómo va su trabajo aquí en el pueblo?, yo en mi
concentración medio traté de responder, y otra persona le
reprochó a la anterior: no molestes al muchacho que seguro
está concentrado. En ese momento, todos comenzaron a
comentar y a reírse del suceso, mientras yo seguía dentro del
baño. Esa parte no fue más vergonzosa que el momento en que
salí del baño y todos me miraron con una sonrisa y preguntaron:
¿todo bien?...
Por supuesto, ser aceptado no quiere decir que yo soy
parte de ese contexto, pues indiscutiblemente yo sigo siendo un
personaje externo, que aparece y desaparece en su vida. Esta
condición de extranjero-aceptado, me ha permitido por un lado,
poder observar antropológicamente la dinámica de la vida en el
pueblo, y por otra parte, participar activamente en las
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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actividades del grupo, en términos de lo que Geertz (1990)
denominó la observación participante.
Dentro de este marco trato de contextualizarme y
explicarme a mi mismo, mi papel dentro del pueblo, pero hasta
ahora no he logrado llegar a una conclusión que me satisfaga.
Trato de hacer esto puesto que a raíz de mis trabajos de campo
he sentido la necesidad de justificar mi presencia dentro de una
comunidad que no la solicitó.
Me cuesta poder comprender la dinámica de la gente en
Patanemo. Aunque yo sólo esté aquí para hacer un
trabajo arqueológico, me es muy difícil desligarme de
la vida cotidiana del pueblo, los trato de entender y
comprender y me es muy complicado. Me siento como
un “ente” extraño tratando de encajar en una estructura,
que si bien, es muy similar a la mía, tiene muchos
elementos diferentes. Yo no sé exactamente por qué
trato de conectarme con la realidad social del pueblo,
yo estoy aquí para descubrir y entender el pasado, no el
presente...
Es confuso, mi presencia aquí me confunde.
Constantemente siento que estoy perdiendo
información, datos, pero me doy cuenta que no puedo
abarcar todo al mismo tiempo.
Patanemo, 18 de febrero de 2003
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
139
Dentro de esta “auto-reflexión” he pensado que una de
las razones de esta confusión es el hecho de que constantemente
yo estoy tratando de mantener buenas relaciones con la gente
del pueblo, identificándome con ellos y tratando de que ellos se
identifiquen con mi trabajo, para así poder lograr que ellos
confíen en mí lo suficiente, con el fin de que me permitieran
acceder a los sitios en los que era (y es) interesante excavar
(como ya dije, muchos de los sitios con esta característica están
debajo de las casas de la gente del pueblo o en sus terrenos).
Entonces, por un lado yo trato de ganar la confianza del grupo
para acceder a sitios arqueológicos y poder concretar mi
investigación, y por otro lado, me es muy difícil dejar de lado la
visión antropológica que tengo de esta comunidad.
Mientras fui estudiante regular me explicaron que el
trabajo arqueológico, requería, convivir con un grupo con el
cual había que tratar de mantener buenas relaciones, pues a fin
de cuentas, eran ellos los que vivían allí. Pero, aunque me lo
explicaron, nunca comprendí realmente lo delicado de esta
convivencia. He escuchado de arqueólogos que estando en
comunidades, no se relacionan con ella, no la toman en cuenta
dentro del trabajo arqueológico, y esto, en este momento de mi
desarrollo académico, me parece absurdo. ¿Cómo desligarse de
los individuos hoy en día?, ¿cómo no observar el vínculo que la
gente que habita hoy en día en el sitio mantiene con su medio
ambiente?. Estas y otras preguntas me llegan a la cabeza
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
140
cuando pienso en esto. ¿Es que acaso la arqueología es una
ciencia dedicada exclusivamente al pasado?, si esto es así,
entonces no estoy aceptando realmente que el pasado es
construido desde el contexto del tiempo presente o
contemporáneo.
Investigadores destacados, de todas las corrientes
teóricas del pensamiento arqueológico, han propuesto que la
intención de conocer el pasado es vincularlo con el presente, y
que, el pasado es construido desde el presente. Entonces,
¿estaría bien desligarme de la gente del presente?, ¿estaría bien
no tomarlos en cuenta?. Ante estas preguntas no tengo
respuesta, solo la confusión que he expresado en estas páginas.
Si bien el “marco” que he tratado de representar no está
completo, y aunque posiblemente lo podría completar con más
ejemplos, el punto que trato de señalar es que si bien yo fui a
Patanemo a realizar una investigación arqueológica, el
involucrarme con la gente, y observar aspectos etnográficos en
los trabajos de campo arqueológicos me resultó inevitable. Esto
afectó mi forma de percibir el trabajo y al pueblo en general, lo
que posiblemente afecte las interpretaciones que voy a realizar
del pasado.
Al principio de este ensayo reproduje unas líneas de un
texto de Lévi-Strauss que directamente aborda la temática de
los trabajos de campo. Porque yo también, de una forma muy
romántica, a veces quisiera haber visitado Patanemo en el siglo
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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XIV o XV y ver directamente a los indígenas que estoy tratando
de conocer. Me doy cuenta de que cuando siento que estoy
perdiendo información, es porque mi atención sobre la
comunidad no está del todo alerta. La gente me proporciona
tanto datos etnográficos como arqueológicos, todo al mismo
tiempo. Siguiendo el razonamiento de Lévi-Strauss, si yo
hubiera visto a los indígenas en el siglo XIV o XV, no hubiese
conocido toda la gama de elementos que puedo conocer hoy en
día, y a fin de cuentas, me encontraría en la misma confusión y
con los mismos anhelos que en este momento.
¿EL FINAL?
En este ensayo he tratado de expresar mis experiencias
personales sobre mi primer contacto directo con un trabajo de
campo arqueológico llevado a cabo, estructurado y desarrollado
por mí; asesorado, por supuesto, por mi tutor, pero, a fin de
cuentas consumado por mi persona. He escrito este ensayo con
el fin de realizar un ejercicio “auto-reflexivo” y “auto-crítico”
que me ayude a entender mejor la experiencia completa y los
ámbitos específicos, que han surgido del trabajo de campo en
Patanemo. Incluso al momento de sentarme a escribir y pensar
¿qué voy a decir de mis trabajos de campo? tuve que “auto-
reflexionar” mi experiencia, revisar mis notas de campo y
analizar todo junto.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
142
Con este ensayo he afianzado más mis creencias
actuales sobre la actividad de campo antropológica, la cual
significa desde mi punto de vista, la herramienta principal de la
antropología. Es en el trabajo de campo donde al evaluar la
realidad externa y auto-reflexionar nuestra propia realidad
podemos desarrollar propuestas y mantener activa la disciplina.
Si no mantenemos contacto con OTRO ¿cómo poder tener un
punto de referencia para lo PROPIO?.
En su trabajo Arqueología de Campo, publicado por
primera vez hace más de 50 años, Sir Mortimer Wheeler anota
que “el arqueólogo no desentierra cosas, sino gentes” (1961: 7).
Creo que este autor tocó un punto clave de la actividad
arqueológica y, sobre todo, de la interpretación arqueológica.
Pero también habría que sumarle a esto que el arqueólogo no
convive hoy en día con cosas, sino con gente, punto este que
habría que tomar en cuenta.
En este sentido, las dudas que he presentado en este
ensayo van orientadas a la “exploración” de la arqueología (y la
antropología) más allá de lo que me han enseñado en los
salones de clases o he leído en los textos. Es el deseo por
experimentar la arqueología (y la antropología), pues sin la
experiencia vivida las teorías no son más que solo teorías. Es en
el campo donde se genera y se re-genera la disciplina, y es aquí
donde han aparecido las propuestas teóricas que han impactado
más la antropología, como por ejemplo el funcionalismo de
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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Malinowski, el estructuralismo de Lévi-Strauss, y la
antropología interpretativa de Geertz, entre otras.
Estoy tratando de seguir las lecciones de autores como
Lévi-Strauss, no por su estructuralismo, sino por el hecho de
comprobar y experimentar como lo hizo él y muchos otros
antes que él, ¿qué es la antropología?, ¿cómo se hace
antropología?. En fin, de experimentar desde y dentro de la
disciplina.
Marcus y Fisher (1986), Geertz (1990) y otros,
opinaron en un momento determinado del desarrollo
antropológico, que solo a través de la antropología
interpretativa y de la práctica de la etnografía interpretativa es
posible recibir y expresar las vivencias del antropólogo en el
campo, y así confrontarlas con un texto que va dirigido no a ese
grupo de personas sino a un grupo de académicos y, al final, al
conocimiento antropológico de la realidad social. Como el texto
que presento en este momento, el cual no está escrito pensando
en la gente de Patanemo, sino pensando (egoístamente) en mí
conocimiento y desarrollo como futuro antropólogo y, en un
segundo plano en el medio académico. Claro está, que si bien
no estoy dirigiendo mis palabras a la gente de Patanemo, las
estoy basando de mi experiencia con ellos, por lo cual, también
es necesario escribir llegado su momento para ellos.
En definitiva, creo que la razón por la cual me es muy
difícil desligarme de la gente que vive hoy en día en Patanemo
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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es porque yo no estudié en una escuela de arqueología, sino en
una escuela de antropología, y hasta cierto punto me han
enseñado a mantener una visión holística de la realidad
estudiada. En este momento recuerdo las palabras de uno de
mis profesores, cuando tantas veces nos dijo que lo que se
busca es un trabajo antropológico del pasado, es decir, que lo
que se busca es trabajar con una metodología que no sólo tome
“en cuenta los ‘testimonios’ de quienes dejaron un registro
escrito de su vida, sino también rastrear ‘indicios’ y ‘huellas’ de
las actividades y pensamientos de quienes no dejaron registro
directo de su existencia” (Amodio, 1998: 8). Esto es, vincular
directamente el pasado y el presente para tener una visión más
completa de los resultados de la investigación.
OTRA VÉZ EN EL CIRCULO
Luego de terminar de escribir este ensayo, y de leerlo y
pedir que lo lean otras personas, me he dado cuanta de que mi
interpretación de los sucesos y comentarios arriba escritos, es
por supuesto, interpretable también. Quienes revisaron el texto
me hicieron observar, entre otras cosas, que mis estrategias para
acceder a los sitios de excavación podrían ser una manipulación
de mi parte hacia la gente con quien estuve. Por otra parte,
podría ser posible que el manipulado sea yo. Durante el
desarrollo de los trabajos de campo traté de ganar la confianza
de la gente para acceder a sitios arqueológicos. Pero en este
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
145
proceso de “acceder” fue cuando comencé a replantear mi
posición. Puesto que ¿soy un manipulador cuando trato de crear
estrategias para “acceder” a sitios arqueológicos para concretar
mi investigación? o ¿soy un egoísta al hacer cualquier cosa con
tal de obtener lo que deseo del sitio y de la gente? Yo creo que
la respuesta a las dos preguntas es sí. Este es el dilema que
planteo, puesto que esa gente que conocí allá, es gente viva
igual que yo, y ¿qué derecho tengo yo de manipularlos?. Creo
que esta es una de las preguntas oscuras de la antropología.
La justificación para esto es que conocer el pasado es
importante para mí, para nosotros los del medio científico y en
general para la nación. Si no conocemos nuestro pasado como
podemos realmente conocer quienes somos hoy. Lo que somos
hoy no es una producción exclusiva del presente, así como lo
que descubrimos del pasado no es una producción exclusiva del
pasado. Se podría pensar entonces que nos estamos auto-
escribiendo cuando analizamos el pasado, así como yo
posiblemente me auto-escribí cuando intencionalmente escogí
lo que quería decir en estas páginas, incluso cuando escribo esto
pensando en lo que ya escribí. Aunque este análisis parezca un
callejón sin salida, no necesariamente lo es, puesto que ¿cómo
es posible conocer realmente lo que se quiere si no indagamos
profundamente en ello?.
Aquí, es donde posiblemente se encuentre un pequeña
porción de la justificación del investigador (intruso) en las
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comunidades. Estar “ahí” para conocer el pasado, el presente,
para conocer la condición humana, para luego tratar de
explicarla a la gente de “aquí” y de “allá”, para entender de
donde provenimos, para explicarnos hoy el por qué de nuestras
acciones, y todo esto, porque pensamos que es importante para
conocer al ser humano. Y desde cierto punto de vista, se podría
entender que la mejor manera de conocernos es enfrentándonos
a lo que no conocemos. Es decir, que al estar frente a una
comunidad con patrones diferentes de vida, podemos revisar los
nuestros. Esto es lo que nos ofrece el trabajo de campo,
conocernos un poco más y tratar de entender algo que esta fuera
de nosotros. En este orden de ideas, el trabajo de campo es un
espacio de para duda epistemológica pero también un espacio
para construcción interpretativa (Navarrete, en este volumen).
No respondo a nada y me mantengo con las mismas
incertidumbres con las que comencé este artículo, pero está en
la revisión de los elementos que rodean a la investigación, la
búsqueda de las respuestas o de las preguntas.
AGRADECIMIENTOS
Quisiera agradecer a Benjamín Martínez (Director General del boletín), por haberme dado la oportunidad de ser el editor invitado para este número. A la Profesora Maria Eugenia Villalón, por orientarme en mis últimos trabajos de campo, así como proporcionarme críticas constructivas sobre este texto. Al Profesor Rodrigo Navarrete y a Jeyni González por leer críticamente el borrador de este ensayo y colaborar con sus muy oportunas recomendaciones. Al Dr. Andrzej Antczak por orientarme durante el trabajo en Patanemo y enseñarme diversas visiones de la arqueología.
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A Parisina y Carlos siempre interesados en el desarrollo de mi formación académica.
BIBLIOGRAFÍA
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Antropologando. Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 148-173
EL TRABAJO DE CAMPO COMO EXPERIMENTO.
ANTROPOLOGÍA ANDANDO POR ATACAMA (CHILE)
José-Luis Anta Félez1 Universidad de Jaén, España
RESUMEN
Este artículo plantea cómo es la particular interacción, durante el trabajo de campo, del antropólogo con aquellos que estudia, el medio en que se mueve, su retentiva ante lo desconocido y su capacidad de movilidad. Basado en el trabajo de campo llevado a cabo en Atacama (Chile), el autor observa su propia conversión desde el relativismo antropológico al sincretismo cultural a través de la interpretación de algunas de sus fiestas. En este trabajo se muestra, por medio de un ejemplo, una boda, cómo, dónde, por qué y cuáles son algunos de los elementos donde antropología y cultura se entremezclan, hasta llegar un momento en que el trabajo de campo es una forma experimental de conocer lo propio y cómo los resultados de la investigación se convierten en un discurso literario, las más de las veces de carácter retórico. Palabras Clave: Antropología Social. Trabajo de Campo. Sincretismo. Atacama (Chile). Experimentalidad.
I Una nota doble antes de meterme en harinas. Formado en
una escuela donde el trabajo de campo significaba el ser o no
ser de la antropología y, por inclusión del antropólogo, nunca
he dudado que tenemos que salir al campo. Esto, sin duda, que
no significa que sea, dicho de manera pronta, un rito iniciático,
sino más bien parte de la experiencia de una determinada
antropología. El trabajo de campo es experimental, fronterizo y
1 Universidad de Jaén - Área de Antropología Social. Campus Las Lagunillas. 23071 Jaén. España. Tel. 953002517. [email protected]
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marginal, es el trabajo posterior el que lo hace algo poderoso e
imprescindible. Tampoco creo que existan recetas, ni maneras,
ni técnicas que enseñar a los más jóvenes, podemos contarles
cosas, darles una suerte de anecdotario que les sirva (o no) para
animarse a irse, para estar. Por otro lado mi experiencia con un
grupo exótico, los atacameños, está precedida de toda una
carrera de trabajo de campo en el interior de instituciones
totales al estilo Goffman en mi mundo de origen, que ya de por
sí centran muchos de mis intereses posteriores (el Poder, las
redes, la movilidad, el simulacro, la impostura del investigador,
la multiplicidad de la vida, la escritura...), incluidos de por sí en
este artículo. Por otro lado, este trabajo es una revisión de uno
publicado anteriormente (Anta, 1998a: 73-79) donde yo
apuntaba cosas, creía decir otras y donde aun teniendo las ideas
en mi cabeza no llegue a expresarlas en el papel de manera
fiable y desintroductoria, todo ello por la falta de una
experiencia que acaso sigo sin tener –lo que sí he ganado es en
años–. Ahora, revisado, cambiado en matices conceptuales, y
sobre todo experimentales y vitales propios, no termino de
verlo; simplemente, porque la experimentalidad del campo no
puede ser sino una aproximación provisional a unos
sentimientos, a veces propios, la mayoría de las veces robados,
como esos besos que se quedan palpitando en la mejilla del
amante hasta el final de su historia.
* * *
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Escribí el párrafo que sigue en San Pedro de Atacama,
mientras realizaba trabajo de campo en aquella zona de Chile.
Y ahora que lo veo (pro)puesto en la pantalla del ordenador me
parece tan lejano y de un tono tan épico que quisiera no verme
reconocido en ello. Ha cambiado el contexto y, por lo tanto, el
texto toma una nueva dimensión, más narrativa: retórica. La
distancia entre el trabajo de campo y el proceso de escritura es
cada vez más grande: ¿dónde está Atacama?, ¿es el proceso
antropológico un trabajo evocativo?, ¿cambian los atacameños
o cambian con el antropólogo en el proceso de escritura?, ¿es el
trabajo de campo un experimento o, simplemente, una serie de
azares en cadena? Todo ello parece definirse en el proceso de
escritura, en los diarios de campo, durante la redacción de las
conclusiones, en los informes, y en el fondo del escenario el
debate entre los atacameños, en este caso, y el investigador.
Una lucha en segundo plano que invariablemente determina el
contexto del trabajo. Y, ahora, la escritura (evocativa):
“En lo que a mí respecta, el desierto de Atacama tiene una empatía especial. Su mayor misterio es la desproporción existente entre la medida del hombre y la grandeza del lugar; no hay forma de explicarlo: el recogimiento, la exaltación de sentimientos primarios (amor, odio, frustración, felicidad...) y la incapacidad de lucha se convierten en una constante vital, siempre presentes. Este desierto descubre al hombre su cara humana (su ser cultural), pero también las necesidades básicas que muchas veces olvidamos (obviamente), en el desierto no hay ni qué beber, ni qué comer, ni dónde dormir. Estas necesidades crean una dependencia de
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ciertos objetos materiales, pero, sobre todo, de los elementos culturales que hacen sostenibles los criterios humanos (explicativos). En la soledad del desierto se toma conciencia de qué representan para nosotros ciertas comidas, la familia, el espacio o el tiempo. Pero también de lo poco que sirve utilizar conceptos como la amistad, la justicia o la libertad y es en la inutilidad de los valores en la lucha por la supervivencia donde se comprende la enorme diversidad de culturas que existen y lo limitado que es creer en la universalidad de lo «nuestro». El desierto es lo «otro» y se empeña en negarnos sin que nada sirva hacer lo mismo con él [...] Estas líneas las escribo a la luz de una vela, pues hace varias horas que han cortado la luz eléctrica –sólo hay 3 horas de electricidad al día, producidas por un generador que gasta en gasolina gran parte del dinero de la municipalidad– y este hecho no es más que parte de la vanguardia en que viven inmersos los habitantes del ayuntamiento (municipio) de San Pedro de Atacama. De hecho, hoy por hoy esta falta de ciertos elementos materiales (electricidad, carreteras asfaltadas, alcantarillado...), asociados a un progresismo decimonónico, no son principios que les puedan asociar con el primitivismo, el atraso o el subdesarrollo. Muy por el contrario, estos principios se asocian, más bien, con la falta de equipos de informática, por ejemplo, que sirvan como símbolos de una imagen pública moderna, pero aquí el ayuntamiento, y con él la posta (puesto de sanidad), la escuela o la asociación de vecinos tienen su propio equipo y, por lo tanto, el resto de esas «comodidades», al ser parte de las necesidades inherentes al hombre, se convierten en un discurso antiprogresista y, consecuentemente, muy moderno, que entiendo como un exotismo (una imagen estereotipada de la otredad), como una ruptura con los cánones preestablecidos, todos los síntomas de la vanguardia: es popular, en ningún caso decorativo” (San Pedro de Atacama. Cuaderno «C», 18 de febrero de 1993).
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En efecto, esto lo escribí en San Pedro de Atacama, en el
trascurso de mi trabajo de campo –durante 1992-1993, que he
continuado en 1996 y 1997. Al día de hoy, diez años después,
las condiciones de Atacama han cambiado seriamente, tienen
luz y carreteras asfaltadas y, por supuesto, miles de turistas que
han copado absolutamente todo el espacio social, y gran parte
del privado, de los atacameños–, dando por hecho que el trabajo
en el campo no sea sólo eso: escritura; aunque hay otros
antropólogos que proponen transcribir con otros métodos
(véase, por ejemplo, West, 1996: 327-352). Pero me consta que
no soy el único europeo que ha tenido esta sensación ante los
paisajes que, como éste, tiene el Cono Sur. Un misterio que se
ha explicado generalmente recurriendo al hecho religioso (cuasi
“místico”; lo que no deja de ser una paradoja que para explicar
lo inexplicable se recurra a otra figura inexplicable). Darwin
comenta ante la Patagonia que “aunque la vista no pudiera
posarse en ningún objeto concreto, se experimentaba una
indefinible e intensa sensación de placer” (Darwin, 1972: 81);
ya en el desierto de Atacama su opinión no parece cambiar,
aunque la larga marcha por el despoblado (de Atacama) le hace
que también sea más escéptico:
“el paisaje mostraba la más completa desolación, subrayada por un cielo despejado y diáfano. Al principio, la contemplación del paisaje produce la impresión de lo sublime, pero ésta no dura mucho y
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acaba resultando de lo más anodino” (Darwin, 1972: 177).
Yo mismo más de una vez me vi envuelto en esa
monotonía anodina, pero, a diferencia de Darwin, en mis viajes
por el desierto siempre encontraba un nuevo tono marrón en el
horizonte que me hacía que regresara a un momento de cercanía
con lo “sublime”. Bruce Chatwin, que utiliza la visión de otros
para expresar su opinión, nos recuerda las interpretaciones que
un viajero inglés, de nombre W. H. Hudson, hace en 1860
cuando se acercó a la Patagonia, tal cual hacía él mismo:
“Hudson consagraba un capítulo íntegro de Días de ocio en la Patagonia [publicado originalmente en 1893 en Londres] a contestar el interrogante de Darwin, y llega a la conclusión de que quienes deambulan por el desierto descubren en sí mismos una serenidad primigenia (que también conoce el salvaje más simple), tal vez idéntica a la paz de Dios” (Chatwin, 1992: 27).
Y junto a estas visiones del desierto, tan teo-ego-etno-
céntricas, hay que superponerse en pos de los hombres que allí
viven. Obviamente, la Patagonia no es el desierto de Atacama.
Ahora bien, de lo que aquí hablo es de esa enorme metáfora
(occidental) que supone que los espacios naturales mueven tras
de sí una imagen de grandeza. Más que nada, por su enorme
capacidad de servir de contenedores polisémicos de conceptos
no occidentales, donde el vacío natural se llena “siempre” de
elementos culturales pre-construidos. Así, pues, el desierto
permite los principios culturales (aparentemente) más exóticos,
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diferentes y extremos. En su nada absoluta cabe todo: por aquí
(por esta zona de Atacama) ha pasado la cultura Tiawanaco y el
imperio Inca, la cultura de la clase media de la gente de Estados
Unidos y la flema inglesa, el empuje español y el colorido de
las bolivianas, el militarismo chileno y los emigrantes de la ex
Checoslovaquia, y hasta sureños de Chile convertidos en
pampinos. Han pasado todo tipo de dioses (desde los nacidos en
la inhalación de alucinógenos, hasta aquellos que vienen
estampados en los dólares) y, ante todo, algo que se puede
considerar como la cultura atacameña (Dannemann; Valencia,
1989. Núñez, 1992). Este desierto y su gente, con su capacidad
de mantener un discurso polifónico y multicolor, rompe con las
ideas de centro/periferia, de mayorías/minorías, al convertirse
constantemente en un centro particular de múltiples periferias
generalizantes, universales, globales. ¿Cabe la posibilidad, por
lo tanto, de que el antropólogo, superada esa empatía personal
hacia el medio, vea la manera de observar los hechos en su
contexto ecológico-cultural? (para ver el trasfondo de este
problema y tener algunas claves más véase Jenkins, 1996: 807-
822). Es más, si se tiene en cuenta que, sin perder la visión
holística, el investigador se centra en una única temática, ¿cabe
la posibilidad de estudiar, por ejemplo, fenómenos religiosos
sin más? El propio Bronislaw Malinowski, padre del trabajo de
campo como observador participante (tradición en la que quiera
o no estoy incluido), tenía claro que:
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“El etnógrafo que se proponga estudiar sólo religión, o bien tecnología, u organización social, por separado, delimita el campo de su investigación de forma artificial, y eso le supondrá una seria desventaja en el trabajo” (Malinowski, 1986: I, 28).
Parece obvio –críticas aparte– que vistas así las cosas no
existe más posibilidad que llegar a la escritura de la consabida
monografía etnográfica. Pero ¿por qué no estudiar los ritos, que
–doy por hecho– en Atacama están relacionados, entre otras
cosas, con la organización social, con la explicación del medio,
con las interpretaciones cosmológicas, que reflejan las
tensiones y disidencias de la comunidad, sin que estemos dando
una visión global de toda esta cultura? De este modo, las
monografías no dejan de ser elementos de apropiación
etnocéntrica, que con unos patrones predefinidos consideran las
relaciones culturales desde la visión occidental ajena al hecho
que en ese momento estudiamos (que generalmente se ha
convertido en un mito donde se silencia al autor, véase
Charmaz; Mitchell, 1996: 285-302). Que el antropólogo esté
influido, incluso delimitado, por su propia cultura de origen no
significa traicionar lo que el otro es en su contexto, lo que
Geertz (1994: 73-90) llama “desde el punto de vista del nativo”.
El trabajo de campo, en este sentido, sirve como desmitificador.
No se trata, en principio, sólo de traducir otras culturas a un
lenguaje propio comprensible por nosotros, para lo cual sería
útil contar con la “lista” de aquello que consideramos
importante: cómo se construye la vivienda, cómo se come,
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cómo se educa a los niños, cuáles son los ritos y cómo son los
rostros de sus dioses... (una completa tabla de materias de datos
culturales está en Maestre, 1976: 237-255. También se ha tener
en cuenta, o no, el trabajo clásico de Murdock, 1994, que
inmediatamente en Atacama ha sido aplicado por Mostny,
1954), sino que, ante todo, nos propone ver lo que otros hacen y
piensan en un contexto (comparativo) que de antemano nos es
ajeno y que, consecuentemente, necesita de elementos propios
para su explicación (Boon, 1993. Geertz, 1987: 44); que pueden
ser válidos si en vez de excluyentes son multicomprensivos.
Y luego está la dialogía, ese extraño proceso de
apropiación de la palabra ajena por parte de occidente donde el
investigado se deja, además de impresiones, palabras y amigos,
parte de su vida. Porque sin duda que son muchas las tensiones
emeregentes que el trabajo de campo plantea y que son difíciles
de concretar en escritos que valen operativamente a unas
academias –donde se legitiman– que tienen poco (nada) que ver
con las realidades estudiadas (Manhheim: Tedlock, 1995: 1-32).
La dialogía sería algo así como una teoría de cuerdas en astro-
física, un elemento que conecta los intereses del investigador
con los planteamientos de los Otros y la manera de presentarlos
de manera menos obvia y evidente. Porque el antropólogo
existe antes, durante y después de estar con esos otros que trata
de conocer, ver, mirar, compartir y en medida de ello da lugar a
la existencia de su disciplina: la antropología es lo que hacen
los antropólogos, diríamos parafraseando a Sol Tax. Yo mismo
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trate de hacer esto cuando me plantee una monografía sobre
Atacama, al final solo podía revelar la palabra de aquellos que
al final me habían dejado vivir con ellos (véase Anta, 1998b).
II El discurso del progreso social (nacional) se propone en
América Latina desde la idea de que, sobre todo, hay que
industrializarse (Mansilla, 1989: 67). Este hecho es símbolo del
acceso a ciertas comodidades materiales (agua corriente,
electricidad, transportes públicos...), que niegan, a su vez, la
capacidad del hombre para vivir plenamente desde otros
principios, permitiendo el autodesarrollo de un futuro propio.
Niegan, en definitiva, la diversidad cultural (Clifford, 1995: 30-
32 expresa de forma más global esta misma idea). Por ello,
podría parecer lógico pensar que a los grupos indígenas
americanos se les inculque la necesidad o bien de ser artesanos
(primer paso para la creación de un mundo industrial-
capitalista) o bien se les ayude a formar cooperativas agrícolas
(para el abastecimiento de los núcleos urbanos). Vistas las
cosas de esta manera se equipara modernidad a “esa” forma de
progreso: el desarrollismo. Atacama, por lo tanto, es parte
consecuente del criterio donde lo tradicional es sinónimo de
subdesarrollo, arcaísmo y exotismo. Pero la modernidad tiene
otra cara: la de ser vanguardia frente a ciertos principios
formales; en ese sentido, el tradicionalismo atacameño es el
símbolo por excelencia de la modernidad. Su gran capacidad
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para incorporar nuevos elementos hacen de este lugar una
trinchera de la creatividad y el dinamismo cultural. Intentar, por
lo tanto, una complementariedad progresista industrial y
consumista es negar su capacidad de ser vanguardia. Pero ser
vanguardia, como nos muestra lo atacameño, en un mundo que
tiende a la homogeneidad (la globalidad) es, además de una
provocación, una ironía con tintes de paradoja. En un lugar
donde no hay electricidad de forma continuada, lo que
representa una de las “pesadillas” de la municipalidad de San
Pedro, este mismo organismo se puso como meta (parte de las
promesas electorales) conseguir una antena parabólica con la
que “abrirse al mundo” (palabras de la entonces alcaldesa, Ana
María Barón, 1992-1993) o, quizás, ¿abrir al mundo desde
Atacama? Para encontrar algunas claves hay que combinar lo
que nos dicen los actuales atacameños (sumergidos en sus
propias contradicciones) y la manera en como se describía hace
unos años (antes de la llegada del turismo masivo) el mundo
atacameño. Así, pues, resulta del todo exótico leer, casi 30 años
después, lo que un afamado folclorista chileno escribía de estas
tierras:
“Actualmente no se percibe ya tan absoluta esta lejanía y aislamiento de San Pedro, lo que en determinado momento le permitieron conservar mucha pureza de arquitectura y algunas propias artesanías, costumbres, color local, características étnicas y folclore. Hoy un espléndido camino, en gran parte pavimentado, permite un más fácil acceso a la villa pasando por Calama [...] Esta vía moderna por la inmensidad plana, dura y
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calcinada del desierto donde reina el silencio absoluto, contrasta con la milenaria majestad del paisaje [...] Esto, sobre todo, antes de llegar a la quebrada donde está San Pedro, al Norte del Gran Salar. El camino que atraviesa los cerros de sal ofrece el indescript ible espectáculo de fantasmagóricas y extravagantes conformaciones de un material compuesto de sal y yeso; paisaje que podríamos suponer la luna [...] Todo cambia en el pueblo mismo de San Pedro, cuya existencia después de todo parece un milagro” (Urrutia, 1968: 4).
Por ejemplo, la referencia al Valle de la Luna, zona que
forma parte de uno de los mayores atractivos turísticos de la
actual Atacama (e, incluso, del propio Chile), es parte de una
construcción nacida directamente de la mano de los primeros
investigadores que por allí pasaron (y, más en concreto, del
arqueólogo y párroco local Gustavo Le Paige; véase, al
respecto, la hagiografía hecha por Núñez, 1995). Los
atacameños en esto poco hicieron y su aporte a la construcción
de Atacama ha tenido otros puntos de mira, que no tienen nada
que ver con lo que aquí relato, como es el caso de trabajar en
las minas que desde el siglo XIX inundan todo el desierto. Muy
por el contrario, ellos han aportado a la construcción de la
actual Atacama (y más concretamente a San Pedro) su puesta
en escena, su figuración sobre el paisaje, ser los objetos de
investigación, hacer de su vida cotidiana un tópico. En efecto,
la folclorización de la vida tradicional ha impuesto a ciertos
grupos americanos la dialéctica de vivir en lo antiguo o en el
progresismo moderno. Aún así, culturas como la atacameña
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parecen imponer otra suerte: el sincretismo cultural entre lo
tradicional y lo moderno (lo que García Canclini, 1991 llama
culturas híbridas y que es, como concepto, bastante discutible);
en definitiva, una sorprendente muestra de vitalidad y
dinamismo en el espacio y en el tiempo.
Así, pues, en este espacio desértico la realidad de un
grupo social, los atacameños, y la capacidad de observarlo,
durante el trabajo de campo, se entremezclan, formando una
nueva forma de realidad, la antropológica (siempre autorial,
retórica y significada). En efecto, me propongo ahora observar
todos estos elementos en un ejemplo concreto. No es tanto un
producto antropológico terminado, sino la exposición del
proceso de investigación en el campo y su correspondencia con
el proceso teórico, siempre anterior, siempre construido de
forma exógena a la realidad que se mira, pero que en la
interacción con el otro aparece reconsiderado. Teoría y
realidad, verdad y cultura, se construyen en función de la
combinación de hechos, casuales generalmente, que toman
forma en el largo proceso de la escritura antropológica
(Rosaldo, 1991) hacia la monografía, una forma de explicación
“científica” que tiende, retóricamente, a negar la emoción, al
autor, sin que, sin embargo, se pueda desprender de la autoridad
literaria. Una paradoja que en su dinamismo se resuelve como
parte de los elementos definitorios del antropólogo. De esta
manera cabe preguntarse ¿cómo se construye, se asume y
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resuelve la paradoja antropológica, esa forma tan particular de
contacto con el Otro?
III Nada sospechaba un sábado por la tarde, cuando me
acerqué a la casa parroquial de San Pedro, que iba a vivir el
resto del día, y gran parte del siguiente, una jornada plagada de
hechos muy significativos para mi trabajo, donde habría de
toparme con una gran cantidad de elementos sincréticos en
transformación; todo ello producto del sorpresivo trabajo de
campo en una comunidad donde nada y todo pasa a la vez. De
tarde en tarde me acercaba a ver al párroco de San Pedro (que
actúa más o menos a tiempo completo, atendiendo a todas las
comunidades, lo que es una tarea imposible y de gran
dificultad), un hombre sencillo y amante de esta tierra: el padre
Pepe –como le gusta que le llamen–; es de estatura media, se
mueve en un “enorme” Toyota con tracción total y los fines de
semana lo hace con la catequista, Luisa, venida desde la
prelatura de Calama. Pepe es oriundo de Cataluña (Barcelona) y
en su acento hay una mezcla de elementos que le dan una
suavidad y soltura que le permiten la incorporación de su figura
a estas agrestes tierras. De hecho, en una de mis estancias en
Atacama (1996) pude asistir a una de las múltiples fiestas,
muestra de afecto, que se le hic ieron a este mismo párroco
cuando dejó estas tierras definitivamente para regresar a
España. Resulta claro que existen complicidades en el trabajo
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de campo y que los informantes, las situaciones, la observación
y la participación vienen, en múltiples ocasiones, mediadas por
terceros. Eso sin contar la supuesta soledad del trabajo en otras
tierras. Bien, como decía, me fui hasta la casa parroquial para
distraerme un rato con el párroco, con el que compartía por un
momento expresiones españolas que sólo nosotros parecíamos
entender; en otros casos, aprendía de Luisa un poco de teología
de la liberación. Ese día el padre salía hacia Toconao para
oficiar una boda, había espacio en su todoterreno y, tras coger
mi cámara de fotos –las libretas de trabajo de campo se llevan
siempre puestas– me fui hacia allí (nos acompañaba, también,
el antropólogo chileno Blas Hidalgo). No es que me interesara
ver una boda por sí misma, ya había sido testigo de otras, sino
que parecía que se pondría en escena una vieja costumbre de
boda: el baile del chara-chara; en fin, a pesar de que conocía
bien Toconao, este baile parecía algo que merecía ser visto.
Toconao es, sin duda, el pueblo donde el sincretismo
cultural es más evidente, entre otras cosas porque en el resto de
los oasis (comunidades) son, aún hoy en día, demasiado
“atacameños” (andinos) y, por otro lado, San Pedro está
resuelto a convertirse en una gran fonda turística –en el mejor
de los casos, la carretera bioceánica que pasa por la mitad del
pueblo no presagia nada bueno–, lo que hace que en unos u
otros puntos existan demasiados estereotipos culturales (ya sea
por acumulación o por exaltación). Toconao es, además, punto
de encuentro para todos aquellos oasis que se encuentran a la
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derecha del salar de Atacama (Peine, Socaire, Cámar y
Talabre), lo que les confiere el título de comerciantes –y, como
no podía ser de otra manera, también, de abastecedores, pillos y
truhanes– y cambistas con estos pueblos. Tienen otras
características importantes, como son su gran capacidad de
innovación, recreación de la realidad cambiante y capacidad de
trabajo en sus huertas, frutales, campos de maíz (choclo) y
alfalfa y en las cercanas minas de rocas volcánicas. Todo lo
cual hace del hombre y la mujer toconaos seres altivos y
orgullosos, seguros de su medio y sus capacidades, lo que les
permite competir con sus eternos rivales: los sampedrinos
(Gómez, 1980). Aún así, la boda no tenía –o, más bien, no
parecía tener– ningún elemento que la hiciera diferente o
particular de cualquier otra boda en el orbe católico: misa,
novia de blanco, novio con traje, testigos, trajes de gala en los
invitados, anillos, el beso, el “sí quiero”... pero es esta misma
“normalidad” lo que en última instancia no conjuga con el
contexto de Toconao, lo que produce un hecho sincrético de
múltiples y diferenciados elementos. No quiero decir con esto
que durante el trabajo de campo se esté atento a lo que parece
sospechoso, sino que la conjugación del trabajo de campo y los
datos etnográficos analizados en el gabinete permiten sospechar
cómo se construye la realidad que se observa.
El mundo andino, por su enorme capacidad de exotizarse,
posee elementos que no se tienen en cuenta como parte de una
hibridación y ciertamente simulacro que explica fenómenos,
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como ocurre aquí con el proceso de chilenización de Atacama,
que generalmente no se tienen en cuenta. La actitud positivista,
folclórica, de teorizar la realidad andina como un proceso en
descomposición (se dice que “desaparecen”), niega que los
atacameños, como cualquier otro grupo social, estén en
constante cambio y reinterpretación de su cultura (lo que
acertadamente el antropólogo Orin Starn, 1992: 15-71 ha
llamado “andinismo”, siguiendo las sugerentes ideas de Said
1990 para Oriente). La boda que estaba a punto de ver estaba
llena de elementos producto de la aculturación, pero tenía más
elementos, incluso, si cabe, la interpretación de aquellos que
eran producto del contacto estaban siendo interpretados desde
una lógica que no era la occidental. La novia podía estar
casándose de blanco, como seguramente ocurre en casi
cualquier parte del mundo católico occidental, pero la
significación del color por parte de los atacameños es, en
principio, diferente a la de otros lugares.
El espacio simbólico de la iglesia es uno de los marcos
ideales para observar el fenómeno del sincretismo, al igual que
el del bar restaurante donde se realizó el convite, ya que son
espacios sociales que permiten una polisemia de base y los
diferentes símbolos se aúnan para recurrir a la finalidad
propuesta, ya sea como hecho religioso, ya sea como
introducción social de los novios (hecho que ocurre en el
restaurante). En la iglesia se aúnan, en un único espacio-tiempo,
cuando menos, tres códigos simbólicos diferentes, que conviven
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gracias no sólo a la capacidad polisémica de la iglesia, sino,
ante todo, a la posibilidad referencial de aunar múltiples
discursos y formas de entendimiento bajo el mismo hecho
explicativo: la rememoración de la cosmología atacameña.
Así, pues, tenemos, por un lado, la iglesia del pueblo
como espacio sacro, donde se llevan a cabo los diferentes
sacramentos universalizados de la Iglesia católica de Roma;
esto conlleva un altar, un sacerdote, una multitud fiel y
creyente, una jerarquía, un mundo de referencia a Cristo,
imágenes varias, etc. (no hace falta extenderse en un punto que
se conoce a múltiples niveles y tiende a su universalización).
Por otro lado, la utilización socializada de dichos elementos
universales bajo criterios culturales específicos: se decora la
iglesia con flores, se ponen cintas blancas entre los bancos
(señalando el camino hacia el altar), se hacen fotos, se tira arroz
a la salida de la iglesia (simbolización de un deseo de fertilidad
y buenaventura que, en el mismo nivel, tiene mucho que ver
con el baile de chara-chara)... todo ello nos muestra una
interpretación sociocultural particular del hecho religioso
universal. Y, por último, una interpretación sincrético-popular
de los múltiples elementos que conviven en el espacio de la
iglesia, como son una Virgen que tiene por aureola el escudo
chileno y rodeada por cuatro banderas pequeñas de las líneas
aéreas SAS (traídas por algún turista o algún emigrante), una
serie de exvotos, el cepillo y un ramo de flores de plástico... una
pequeña muestra de la riqueza y capacidad de adaptación del
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sincretismo religioso americano. Por lo tanto, estos tres
elementos conviven entre sí, pero los dos últimos no se
entienden porque se suscriban al primero, ya que de hecho
viven diferenciados y en universos explicativos contrapuestos,
sino porque todos ellos recrean un mundo explicativo de la
cultura atacameña.
IV Como en tantas otras ocasiones durante el trabajo de
campo, la casualidad vino a llamar a mi puerta, esta vez por dos
veces: por un lado, el día anterior a la boda de Toconao yo
había estado en un bar restaurante de San Pedro muy conocido
(el Tambo-Cañaveral) por ser uno de los sitios de reunión para
aquellas personas foráneas y donde se compran y venden los
grandes estereotipos de la cultura andina-atacameña, en este
lugar actúan grupos “folclóricos” y se encuentra el ambiente
ideal para el turista, que quiere estar en un lugar exótico donde
todo le recuerde lo lejos (físicamente) y cerca
(conceptualmente) que está de su casa (Segura, 1996: 51-82).
Bueno, como contaba, estaba en el Tambo y fui testigo de la
despedida de soltero del hombre que había de casarse al día
siguiente en Toconao. Yo, en aquel momento, no le di mayor
importancia a este hecho; me fijé en ellos y el alboroto que
formaban por pura curiosidad y porque me llamó la atención lo
bien que habían congeniado con unas lugareñas. Es indudable,
además, que como antropólogo uno está hipersensibilizado con
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todo lo que ocurre alrededor; hechos aparentemente
desconcertantes, más tarde (en el proceso de contextualización)
se funden en uno solo, lo que exige atención continuada. Por lo
demás aquella noche yo era un turista más, no en vano había
tenido un día de mucho trabajo (el pueblo estaba de fiesta) y no
quería saber más de atacameños y una cerveza de barril ayuda a
despejar el ánimo, prepara para el sueño reparador y
descontamina de exotismo.
El segundo hecho no es menos casual, la boda empezó
realmente tarde, pues no aparecían las llaves de la iglesia, algo
muy común en un lugar (Atacama) donde no existen
encargados oficializados de las cosas y sólo se utilizan personas
delegadas que administran los bienes comunales (iglesia,
escuela, servicio médico...), hecho del que había sido testigo en
diferentes lugares, momentos y contextos otras veces. Cuando
por fin aparecieron las llaves y se abrió la iglesia, se empezó a
esperar a la novia, que mantuvo el suspense su aparición por un
buen raro. En este entreacto yo me dedicaba a hablar con
algunos de los presentes, a tomar algunas notas en mi libreta y a
realizar fotos; fue entonces cuando el hermano del novio se me
acercó y me pidió que si podía actuar como fotógrafo, ya que a
nadie se le había ocurrido traer una cámara; yo accedí, lo que
me permitió congeniar un poco más con aquella gente. Fue así
como me enteré que el novio no era de allí, sino de Chañaral
(en otra región de Chile), y que la novia vivía y estudiaba en
Calama desde hacía tres años... bueno y de otros muchos
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detalles que corrían entre lo personal, lo íntimo y lo social; a la
par que fui invitado, junto con el sacerdote y las catequistas
también presentes, al convite que había de hacerse más tarde y
donde tendría lugar el baile del chara-chara.
Esta última casualidad me trasladó de mi papel de
observador participante a participante comprometido, lo que
realmente me permitió la inmersión en el mundo sincrético que
allí se estaba viviendo. Tanto la despedida de soltero de la que
fui –en parte, supongo– testigo, como la necesidad de tener
unas fotos del acontecimiento me planteaban una boda que no
era propia del lugar. Por un lado, porque la despedida de soltero
tiene en Atacama más el sentido de la iniciación a la sexualidad
que el de despedida, en la medida en que se supone se pierde
una condición (la soltería) y se toma otra nueva (el
matrimonio), pero no se pierden los amigos con los que se
seguirá bebiendo los fines de semana (e, incluso, a diario). Por
otro lado, la boda en Toconao es diferente a lo que allí se
observaba, no sólo los trajes de colores chillones (verde, fucsia,
azul...) son los más comunes, en vez del blanco que llevaba
aquí la novia, sino que no existe necesidad, por el hecho en sí
mismo, de tomar fotografías, pues la condición y el acto de la
boda están presentes, ya sea en la intimidad del hogar o al nivel
social, de forma constante. La foto de la boda, como recuerdo
de ese día (Bourdieu, 1979), está sustituida por otros elementos
recordatorios diferentes, como son la tenencia, por ejemplo, de
una casa propia o de unos hijos. En última instancia, lo visual,
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como forma definitiva de demostración social de la “verdad” de
los hechos, no se da de forma efectiva entre los atacameños.
Por otro lado, esta boda planteaba otro nivel de
sincretismo cultural, donde los hechos sociales no son
interpretables sólo como símbolos atacameños, ya que aparecen
en un contexto explicativo sincrético. Por ejemplo:
tradicionalmente –lo que viene a corresponder en Atacama más
o menos a hace 100, a lo más 150 años– la boda que tenía lugar
en Toconao, y por analogía en todo Atacama, duraba dos días,
el primero (con su consiguiente fiesta) en casa de los padres del
novio y el segundo en la de los de la novia, las puertas de
ambas casas se encontraban abiertas y todo el pueblo estaba
invitado; el baile del chara-chara no era más que la
acumulación de los regalos de boda (muebles, sacos de harina,
colchón, ladrillos...) y en un momento dado el novio cogía
todos, o gran parte de ellos, en sus espaldas y se daba unas
vueltas por la estancia al ritmo de la música –¿guarda este rito
alguna relación con el Dios de la fertilidad boliviano, el
Equeko, que por igual se echa miles de objetos a la espalda?–.
Es un hecho consumado que se había echado todas esas cosas
encima al tomar esa nueva condición de hombre casado. Este
hecho social es todo un símbolo del funcionamiento, estructura
y valoración de esta cultura (tal cual nos recuerda Geertz,
1987). Pero hoy en día la boda está restringida a los invitados,
dura sólo un día y el convite se hace en un lugar social (un bar,
un restaurante...), alejado de los criterios familiares y de
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intimidad, se bailan vals, cuecas (música folclórica del sur de
Chile) e, incluso, música pop-rock. Los regalos son parte de lo
“decorativo”, frente a regalos de “utilidad popular”... En este
contexto el baile del chara-chara (del que fui testigo),
consistente en un doble arco decorado con latas de conserva,
flores y el dibujo caricaturizado de los novios, es el símbolo de
una nueva condición, que se explica cuando los novios bailan
dentro del chara-chara al son repetitivo de un música que habla
de la fertilidad de la mujer y de la tierra (pachamama). Para mí
el problema, entre otros, que suscita este baile en la actualidad
es, simplemente, si el símbolo necesita del contexto cultural del
Toconao atacameño para existir o, por el contrario, si no es más
que un ejemplo de lo que ocurre a un nivel más general (Grebe;
Hidalgo, 1988).
En efecto, existe una indudable vulgarización de los
símbolos atacameños, que pierden su contexto original para
inmiscuirse en realidades que le son ajenas, dando lugar a un
doble juego, por un lado, sincrético, por otro, de cambio y
reestructuración (lo he tratado, para otras fiestas religiosas, en
Anta 1997; de forma más general este problema ha sido tratado
para Chile, en Cristi; Dawson, 1996: 319-338. Salinas, 1996:
353-366. Y para la dualidad andina Gelles, 1995: 710-742. No
menos interesante es cómo se transforman las técnicas de
representación, un ejemplo andino se encuentra en Sillar, 1996:
259-289). Es en este sentido en el que hay que ver la
revitalización y/o recuperación de algunas fiestas y costumbres
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171
tradicionales. No en vano la modernidad en Atacama toma
tintes, salvando las distancias, de un proceso muy parecido al
que viven el resto de los chilenos. La modernidad como parte
de un múltiple entendimiento de símbolos sincréticos conjuga
lo culto y lo popular, lo tradicional y lo moderno, lo artístico y
lo decorativo. Es justo reconocer que la riqueza cultural
proviene de este mismo hecho. No se puede decir, como
constantemente se repite en ciertos círculos sampedrinos, que
“se está perdiendo la cultura atacameña”, primero, porque los
hombres (atacameños) no pueden vivir sin cultura (atacameña);
segundo, la cultura (atacameña) es una suma de unos símbolos
que se ajustan a su realidad constantemente; y, tercero, en la
medida en que la cultura necesita de una interpretación ésta se
adscribe continuamente a múltiples niveles de entendimiento,
que pueden ser paradójicos e, incluso, contradictorios entre
ellos, pero, aún así, adscritos a una cultura referencial. El
problema del antropólogo es situarse en un plano donde pueda
descubrir cómo se construye esa realidad, cómo se referencia y,
más tarde, cómo la expresa en el trabajo que se contextualiza en
otro mundo, el científico occidental: en la escritura. Resolver
tanta paradoja es tan fácil o difícil como saber, poder y querer
estar en el lugar exacto donde se contacta con el Otro. Podemos
y debemos intentarlo, pero los resultados no están, en ningún
caso, asegurados.
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Antropologando. Julio-Diciembre 2003 Año 2, Nº 10: 174-211
UNA TESIS DE GRADO… ¿Y DESPUÉS QUÉ?
Juan Carlos Rey1
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas RESUMEN
Este ensayo escrito de manera informal en el que se describen tres trabajos de campo realizados entre los años 2001 y 2003. Dos de estos trabajos fueron realizados en el marco de un proyecto arqueológico en los Llanos Altos del Estado Barinas. El tercero fue realizado como parte de un proyecto interdisciplinario que pretende estudiar algunas de las variables que influyen directamente en la salud de los miembros de las comunidades indígenas del Estado Amazonas.
El ensayo persigue dos objetivos fundamentales. En una primera instancia, mostrar, a partir de casos específicos, como en el transcurso de los trabajos de campo se pueden presentar toda una serie de problemas logísticos y metodológicos que solo pueden ser subsanados in situ y a partir de estrategias ad hoc. En segundo lugar, pretende plantear algunas de las reflexiones en torno a las experiencias personales de campo, y como la practica antropológica se ve enriquecida por éstas. Palabras clave: Antropología. Trabajo de Campo. Amazonas. Barinas.
La primera parte de este texto (Una tesis de grado)
corresponde al prefacio y al postfacio de mí tesis, presentada el
17 de febrero de 2003, ante la Escuela de Antropología de la
UCV, titulada “Aportes al estudio macro-regional de las
sociedades prehispánicas de los Llanos Occidentales
1 Antropólogo. Departamento de Antropología, Laboratorio de Etnología, IVIC. El autor está realizando la Maestría en Historia de Venezuela en la Universidad Católica Andrés Bello. [email protected]
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
184 venezolanos: Configuración regional del área de El Cedral”; la
segunda parte se publica por primera vez aquí, y corresponde a
una serie de ideas que surgieron posteriormente.
UNA TESIS DE GRADO
PREFACIO
17 de marzo de 2001: día de inicio de la salida de campo. He
aquí una fecha clara. A pesar de esto, hay un instante clave que,
hoy en día, no puedo precisar cuándo ocurrió. Y es que,
realmente, no sé en que momento me di cuenta del calibre del
trabajo que había planteado. Expliquemos:
Yo solamente había ido de campo a Barinas una vez, y eso
había sido el año anterior. En aquella oportunidad conocí "El
Cedral", "Las Lomitas" y "Mi Destino" (sitios arqueológicos
C1, C11 y C12) y quedé impactado al ver por primera vez la
inmensa red de calzadas que atravesaba el Llano. ¿Cómo era
posible que esa vaina no se conociera?. Y... no es que el público
en general no lo conociera, es que, ¿Cómo era posible que YO
(como estudiante de antropología) no tuviera ni la más remota
idea de la magnitud de los restos arqueológicos de los Llanos?
...Yo tenía que trabajar ahí.
Fue entonces cuando, Rafael (quien se convertiría en mi
tutor) me sugirió la posibilidad de registrar el recorrido de la
red de calzadas en la región, en el marco de mi trabajo de tesis
final en la Escuela de Antropología. Por mi parte, lo único que
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
185 hacía era preguntarme por qué nadie había hecho esto antes allí;
es que me parecía una tontería a partir de la cual se podía
obtener muchísima información.
Este trabajo tenía que ser una tontería porque, enmarcado en
un razonamiento que suponía totalmente lógico, pensaba: El
Llano es prácticamente plano. Por lo que, caminando a un
promedio de 5 Km/h, cualquier calzada que no tuviera una
longitud superior a 20 Km. podía ser recorrida a pie en su
totalidad en medio día; quedando tiempo suficiente para, en
caso de que fuera necesario, recorrerla de regreso nuevamente.
Como la vegetación del Llano se encuentra principalmente
dominada por gramíneas, el tránsito a pie sería sencillo y sin
dificultades. Además, esta vegetación permitiría una gran
visibilidad que me posibilitaría identificar cualquiera de las
obras prehispánicas de infraestructura monumental (calzadas,
montículos o campos de cultivo). Tan simple como esto...
Una vez decidido (y planteado este trabajo como proyecto),
a partir de mis presuposiciones, diseñé toda una serie de
estrategias metodológicas que me parecían totalmente
"científicas", pero al mismo tiempo sencillas y prácticas.
Ese 17 de marzo, salimos hacia Ciudad Bolivia desde Los
Teques, Rona (estudiante de la Escuela de Antropología),
Rafael, el Sr. Pedro (técnico de campo del IVIC) y yo, en dos
carros del departamento de Antropología del IVIC. Esta salida
de campo tenía dos objetivos principales: Rona debía realizar
una serie de recolecciones intensivas de material en el sitio
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
186 arqueológico C11, y yo debía registrar el recorrido y las
características de la red de calzadas asociadas al sitio
arqueológico C1.
Al día siguiente, después de llegar e instalarnos en Ciudad
Bolivia, nuestro primer paso fue la realización de unas cuantas
visitas sociales. Entre estas visitas, además de tratar de crear o
afianzar lazos y conexiones locales, aprovechamos para pedirle
permiso a los propietarios de los principales sitios en los que
pensábamos trabajar (C1 y C11) para hacerlo. Así, entramos en
contacto con la señora Rosa de Florida (dueña del fundo Las
Lomitas Florideñas) y con el señor Abelardo Márquez (dueño
del fundo Monte Cristo).
Después de conversar con la señora Rosa y con el señor
Abelardo decidimos que, por razones logísticas, lo mejor sería
dar inicio al trabajo de Rona en Las Lomitas, para después
dividirnos en dos equipos de trabajo; cada uno con "un centro
de operaciones" ubicado en su respectivo fundo.
La señora Rosa y su hijo Geomar nos brindaron toda la
hospitalidad que alguien pudiera esperar: No solamente
aceptaron que trabajáramos en Las Lomitas (lo cual es,
literalmente, como dejar que alguien pasee y recoja libremente
todo lo que encuentre en patio trasero de la casa de uno), sino
que, además, permitieron que nos quedáramos en el fundo
durante las noches y, para colmo de bienes, nos invitaron a
comer en su casa.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
187
A la mañana siguiente, me despertó la lluvia que caía sobre
el techo de palmas del "caney" en el que habíamos colgado las
hamacas y dormíamos. Era 19 de marzo, día de San José y
fiestas patronales en Elorza (de pronto, y aunque estabamos
como a 100 Km. de ese pueblo, la canción adquirió sentido en
mi mente -cosas del llano, serán-), pero lo que más me
importaba era que según algunos trabajadores del fundo parecía
ser "el primer día del invierno". Invierno, ¿saben?, invierno
llanero. Así que, lo único en que, a partir de entonces, yo podía
pensar era en que, en caso de ser cierto (y mucho brío habría
que tener para dudar de la palabra de los "expertos"), el trabajo
que yo tenía que hacer se me iba a complicar.
Sin embargo, un día después, era evidente que mis
"expertos" se habían equivocado pues no había comenzado
ningún invierno. Es más, un sol que, aunque creaba un horno en
el ambiente, jamás llegaba a secar la ropa empapada por el
sudor, me hacía pensar que estabamos en pleno verano.
Después de dos días en los que estuve dando vueltas por Las
Lomitas mientras que Rona y el Sr. Pedro daban inicio al
trabajo, Rafael me llevó en uno de los carros al fundo Monte
Cristo (en el pleno centro del sitio arqueológico C1). Allí,
visitamos nuevamente al señor Márquez, quien me ofreció la
posibilidad de quedarme en la casa del fundo junto con sus
hijos (él vivía en Ciudad Bolivia), mientras que yo hacía el
trabajo. Igual que la señora Rosa y Geomar, los hijos del señor
Abelardo, Irma, Abelardito y David, además de Jorge (el
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
188 esposo de Irma) y su hijo Jorgito me recibieron en su casa de
una manera que jamás olvidaré.
Una vez que me instalé en el fundo, Rafael se fue a Ciudad
Bolivia, ya que tenía una serie de "compromisos" en el pueblo.
Entre éstos, además de algunas reuniones en la Alcaldía, ya que
al parecer el gobierno regional estaba interesado en incentivar
el potencial turístico de los sitios arqueológicos de la región,
también lo habían invitado a un par de programas de radio en
las emisoras locales (al parecer mi tutor se había convertido en
el personaje del momento en el pueblo).
Por fin, el trabajo de campo había comenzado de verdad.
Ahora es cuando se probaría si ese poco de años en la Escuela
de Antropología me habían servido de algo.
Lo primero que tenía que hacer, antes de comenzar a
trabajar, era conseguir un baquiano de la zona que me
acompañara. No es que me fuera a perder por el Llano (yo
estaba seguro de que, armado con el GPS y unos cuantos
ortofotomapas, podía encontrar la entrada y salida de cualquier
punto mejor que muchos habitantes de la zona), lo que
realmente necesitaba era alguien que me acompañara para que
me ayudara al tomar las medidas y que además fuera de la zona,
para que me sirviera como "enlace" con los dueños y
encargados de los fundos por los que tenía que pasar, al
solicitar su permiso para efectuar las mediciones de las
secciones de la calzada que recorrían sus terrenos.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
189
Rafael me había recomendado que hablara con Abelardito,
ya que él lo había ayudado algunas veces en su propio trabajo, y
así lo hice; entonces acordamos que comenzaríamos a trabajar
al día siguiente (yo pensaba, contando con el ritmo matutino
llanero, que podríamos empezar como a las 7:00 a.m.).
Después de pasar toda la noche en una especie de vigilia,
originada por el ruido incesante (e insoportable) de un
transformador eléctrico que tenía como a medio metro de mi
cabeza, estaba en mi hamaca ya listo para levantarme. Calculo
que serían como las 5:00 a.m. y, confiando en la rutina habitual
del amanecer llanero, sólo esperaba que empezara el
movimiento en la casa… Para mi sorpresa, nadie se levantó
sino hasta las 7:45 a.m., cuando Jorgito comenzó a caminar
entre cuarto y cuarto. Yo no podía creerlo. ¿Qué clase de fundo
era éste, en el que nadie se despierta antes de las 7:30 a.m., ni
siquiera para ordeñar?
Después me enteraría de que la dinámica matutina de cada
fundo depende fundamentalmente del número de vacas a
ordeñar, el número de ordeñadores y la hora a la que pasa el
lechero recogiendo la leche (como en el fundo había pocas
vacas y el lechero pasaba como a las 9:30 am, no valía la pena
ordeñarlas antes de las 8:30 am.).
Obviamente, esto implicó un cambio en mi estrategia mental
de trabajo: Ya no podíamos comenzar tan temprano como yo
pensaba. Arrancaríamos todos los días a las 9:00 a.m.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
190
Cuando por fin salimos, yo me sentía como todo un
arqueólogo saliendo en pos de la aventura. Pero no como el
fantástico y sorprendente Indiana Jones en busca del Santo
Grial, sino, tal vez, como el más real, pero no menos
sorprendente, H. Bingham en busca de la última ciudad inca
(¡qué distancia más grande nos separa!).
Nuestro equipo y materiales para cada salida constaba de un
portamapas con los mapas y ortofotomapas de las zonas que
recorreríamos cada día, un GPS, las fichas de registro que había
diseñado, una libreta de campo, una cinta métrica de 100 mts.,
un par de jalones topográficos, una piqueta, una cámara
fotográfica, un machete, un par de cantimploras, un pequeño
bolso con algunas galletas y latas de sardinas y atún que
servirían como nuestro almuerzo regular durante todos los días
de nuestro recorrido. Además yo llevaba en la cintura una
pesada brújula-clinómetro Brunton, la cual, comparada con los
últimos modelos que actualmente existen en el mercado parecía
un teodolito. Sin embargo, el peso de esta brújula no era a causa
de su modelo o sus materiales. El peso era histórico y moral, ya
que cada vez que la sacaba, debía leer la inscripción hecha con
tinta indeleble en su superficie: "Ch. Spencer"... Y es que, esta
brújula que Rafael me había prestado, se la había regalado
Spencer en un gesto que a mí me daba la impresión que había
sido como una especie de entrega de legado familiar
(interpretando un episodio que no vi). Sin embargo, sea como
haya sido, yo sentía que en la brújula llevaba el peso de una
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
191 buena parte, no sólo de las investigaciones arqueológicas en los
Llanos Altos de Barinas, sino también de años de discusión
teórica en torno al concepto de Cacicazgo.
Todo el que nos veía debía quedar extrañado. ¿Qué hacían
ese caraqueño pálido, con el pelo largo, una gorra del
Magallanes, un morralote rojo lleno de peroles, y en una mano
un aparatico que no deja de ver (el consabido GPS) y en la otra
una vara fosforescente que se ve como a un kilómetro; y junto
con él, el hijo de Abelardo, armado con un par de cantimploras,
un machetico y otra vara de colores, caminando de potrero en
potrero?
Ese primer día de trabajo comencé a darme cuenta de que
todas mis presuposiciones -¿Recuerdan mi lógico razonamiento
y lo de la "tontería” del trabajo?- estaban bien lejos de la
realidad .
Lo primero que aprendí es que, si bien el Llano es plano
(tanto que llegué a sentirme constantemente desorientado), se
encuentra absolutamente plagado de cercas. Las más
tradicionales de alambre de púas; pero, entre los propietarios
más innovadores, se está haciendo común el uso de cercas
eléctricas. Todas estas cercas hacen que transitar a "campo
traviesa" por el campo... digo, Llano, y no por los caminos
establecidos, sea una labor lenta y algo estresante.
Sobre todo en aquellos momentos en que pasaba con el
equipo entre dos alambres que, aunque parecieran inofensivos,
son capaces de tumbar a un toro de 600 kg., para después
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
192 comprobar cómo Abelardito se encargaba de reírse de mí, al
pasar sin ningún tipo de riesgo por una abertura, oculta a mis
ojos de citadino neófito.
Al comenzar a registrar las características de la primera
calzada, establecimos un sistema de trabajo que sería el que
utilizaríamos en el resto de los levantamientos. Yo caminaría
por la superficie superior de la calzada con el GPS encendido y
registraría las coordenadas en las que nos encartábamos cada
500 mts. En cada uno de esos puntos, mediría el ancho de la
superficie. Después, Abelardito bajaría con un extremo de la
cinta métrica y un jalón, a cada uno de los flancos de la calzada.
Y yo desde arriba, con él como referencia, efectuaría las
mediciones de ancho e inclinación.
Una vez que iniciamos el trabajo, me di cuenta que esa
sistematicidad rigurosa, que tenía intenciones de conservar a
todo costo, iba a tener que romperse.
Aquella "monótona vegetación de gramíneas", que yo había
supuesto nos permitiría un tránsito sencillo y ligero a través del
Llano, resultó ser una de las vegetaciones más variadas que he
visto. En un momento caminábamos por un campo de pasto
verde y bajo, para pasar a un "rastrojo" de "chamizales" y
"corozos", y luego a una montaña cerrada con árboles de 30
mts. de altura en promedio. Esto hizo que muchas veces
resultara mucho más sencillo (y factible, dicho sea de paso)
caminar por la sabana, paralelamente al recorrido de las
calzadas, bordeando alguno de los parches de vegetación de
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
193 difícil tránsito. Así, poco a poco fuimos desistiendo de cruzar
estos "parches" en nuestro empeño inicial de efectuar todo el
recorrido sobre la superficie de las calzadas.
Sin embargo, caminar paralelamente al recorrido de la
calzada, implicaba que cada 500 mts. tuviéramos que
desviarnos hacia ella, con el fin de registrar sus características.
Además de los inconvenientes de tránsito, otro gran
problema que surgió en las zonas de vegetación alta y densa fue
que, en éstas, nuestro GPS perdía todo tipo de señal. En estos
casos , tuvimos que tomar las coordenadas de puntos en la
sabana abierta, donde el GPS sí tenía recepción, para, a partir
de éstos, y conociendo la distancia y orientación del punto en el
que registrábamos las características de las estructuras,
determinar en el laboratorio las coordenadas de su ubicación.
Igualmente, el registro regular se vio dificultado (al menos
psicológicamente) por la presencia de un inmenso número de
ganado en algunas zonas del recorrido, y aunque Abelardito
podía circular entre los animales tranquilamente, debo confesar
que eso de tomar las medidas en medio de un grupo de 30
"mautes" no era nada relajante para mí. Inclusive, en una
oportunidad decidí realizar el registro de las dimensiones de la
calzada 40 mts. más allá (o más acá, según se vea) del punto en
que correspondían los 500 mts. de rigor, ya que me negué a
entrar en un potrero en el que había un par de toros inmensos.
Y, aunque Abelardito me animaba a hacerlo, la idea de entrar
sólo me hacía pensar en una imagen que había quedado grabada
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
194 en mi mente en 1984, cuando yo todavía era un niño: La
cornada de Paquirri en la plaza de toros de Pozoblanco y
después la Pantoja llorando por su muerte.
Otro de los factores que no había previsto, y que nos
ocasionó un gran número de retrasos, fue la continua necesidad
de desviarnos del recorrido de las calzadas para visitar las casas
que se encontraban en cada uno de los terrenos que
atravesábamos a fin de solicitar la autorización de los dueños o
encargados, para efectuar las medidas y continuar con nuestro
trabajo.
Yo pensaba que, como en estas zonas del Llano la propiedad
de la tierra se encuentra dividida entre grandes fundos o hatos,
únicamente tendría que pedir la autorización de unos pocos
propietarios. Sin embargo, en ocasiones las calzadas que
registramos llegaron a ser tan largas que tuvimos que pedir
permiso hasta en 10 sitios diferentes en un mismo día.
Estas visitas implicaban: nuestra presentación, la
explicación general del proyecto de investigación y la
descripción de qué era lo que nosotros íbamos, específicamente,
a hacer y medir; e iban, generalmente, acompañadas de un café
ofrecido por quien visitábamos en cada caso (en algunos
momentos los niveles de cafeína en mi sangre se dispararon
hasta el cielo).
No puedo negar que a veces, esta socialización obligada me
desesperaba, pues usábamos mucho más tiempo en estas visitas
que el realmente utilizado en el trabajo de registro y
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
195 levantamiento; y, aunque en la mayoría de los casos los dueños,
los encargados y los trabajadores de los fundos siempre nos
brindaron la mayor colaboración posible, y casi nunca se
opusieron a que recorriéramos o efectuáramos algún tipo de
trabajo en los potreros, no podíamos arriesgarnos a atravesar el
Llano realizando mediciones sin autorización. Tal vez, unos
años atrás esto no habría significado un mayor problema, pero
en esos momentos se respiraba en el ambiente un clima de
permanente tensión en torno a la propiedad de la tierra, a causa
de una serie de acontecimientos ocurridos en los últimos meses,
entre los que se contaban conflictos, invasiones, disparos y
asesinatos. Inclusive, en algunos fundos, tuvimos que dejar
todo nuestro equipo escondido antes de entrar en ellos para
pedir autorización, pues Abelardito me advertía sobre la
presencia de "campovolantes" (vigilantes armados) en estos
potreros, y habría sido muy peligroso que, debido a nuestro
extraño aspecto, que nos confundieran con quién sabe qué...
Poco a poco, le fuimos "agarrando el ritmo" al trabajo y éste
comenzó a salir. Ya me acostumbraba (por no decir, resignaba)
al calor y a dormir al lado de aquel transformador eléctrico.
A la semana siguiente, Rafael llegó para ayudarme un par de
días. Como él andaba en uno de los vehículos que habíamos
llevado, aprovechamos su estadía en el fundo para trabajar en
las calzadas más largas.
Cuando Rafael volvió a irse, después de un día de descanso,
nosotros continuamos con nuestras actividades. Ya en ese
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
196 momento, el trabajo, si bien había perdido aquella regularidad
minuciosa que yo pretendí originalmente observar, se había
vuelto totalmente sistemático. Tanto Abelardito como yo
sabíamos lo que teníamos que hacer en cada caso casi sin cruzar
palabras.
La velocidad que llegamos a alcanzar en el registro de las
estructuras hizo que termináramos un par de días antes de lo
que yo había estimado la última vez que había hablado con
Rafael. En ese momento caí en un estado de hiperactividad
extraño. Lo único en que pensaba era en que quería salir de ahí.
Tenía que comunicarme con "alguien" para que me fueran a
buscar.
Una vez terminado el trabajo, sin nada qué hacer además de
esperar e intentar no molestar a nadie en sus tareas del fundo,
comencé a darme cuenta de que mi manera de ver los restos
arqueológicos que me rodeaban había cambiado totalmente.
Ya no me gustaba el "monótono" paisaje del Llano.
Detestaba la falta de relieve marcado y claro. Siempre me
desorientaba y la única manera en que lograba ubicarme era a
partir de la utilización de una de las calzadas como punto de
referencia (esa era la única razón por la que las apreciaba en ese
momento). Ya no me importaba descubrir algo nuevo e
interesante entre los yacimientos. Lo único que, si acaso,
realmente quería era tener la oportunidad de ver un fenómeno
climático que ocurre unos pocos días al año durante el invierno:
según me decía la gente de la zona, después de las fuertes
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
197 lluvias, el aire llega a despejarse tanto que, en el horizonte es
posible llegar a ver los picos nevados de la cordillera andina.
La "majestuosidad", importancia, significado y toda esa
"paja" que de estos sitios me había asombrado originalmente;
debían haberse quedado ensartadas en el alambre de púas de
alguno de los potreros que recorrí, a lo largo de esas
interminables semanas. No me causaba ya ningún sentimiento
haberme despertado durante estos últimos días a menos de 100
mts. de distancia de cuatro grandes montículos, que debían
haber sido levantados hace más de mil años, literalmente. El
verdadero valor que tenían para mí las cuatro estructuras, que
actualmente no eran sino simples "montículos", era como
puntos de comunicación con el exterior, ya que mi teléfono
celular sólo tenía algún tipo de recepción en el tope del
montículo principal, lo mismo que pasaba en Las Lomitas
(¡Qué grotesca resemantización de las obras monumentales!).
¡Alguien tenía que sacarme de allí!
POSTFACIO
25 de noviembre de 2002: ¡Otra vez de campo en Barinas!
Nuevamente caí en la trampa: La verdad es que estaba
encantado. Esa tierra sí que me gustaba. (Sí, si… de más está
decir que el hombre es el único animal que tropieza dos, tres,
etc, etc, etc.)
La sabana y el Llano: ahora, no sólo los conocía, además de
eso… los dominaba.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
198
Uno de nuestros objetivos para esta ocasión era rectificar el
mapa del sitio arqueológico C1, ya que durante mi recorrido del
año anterior habían aparecido unos nuevos segmentos (nunca
registrados con anterioridad) de la calzada que lo delimitaba.
Era tal la seguridad que ahora tenía en mi conocimiento del
terreno que cuando Rafael sugirió la posibilidad de contratar a
alguien de la zona para que nos acompañara me di el lujo de
decirle que eso era innecesario porque YO conocía
"perfectamente" la zona.
Así era. Esta vez me sentía como en mi casa. Iba por todo el
yacimiento señalando montículos, calzadas, linderos y caños
(después de todo la sabana no parecía tan hostil).
De pronto, un día, a la mitad del trabajo, siguiendo la
calzada al cruzar un caño, ésta desapareció. ¡Juro que eso fue lo
que pasó!
Hacía un año yo la había visto (y no sólo eso, también la
había medido, así que no podía haber sido un espejismo) pero
en este momento no había allí más que monte. Arboles y monte
(verde y más verde), no había más nada. Toda la tarde
buscándola pero no había nada.
Ya no podía verle la cara a nadie. ¿No se suponía que (según
el autor) era YO quien se conocía el terreno "perfectamente"?
Además, si en los mapas para mi tesis había ubicado una
calzada inexistente... ¿qué fiabilidad podía tener mi trabajo?
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
199
NO. YO estaba seguro de que esa calzada estaba allí el año
anterior. Es decir, en ese preciso lugar tenía que haber algo,
pero NO.
La única manera de resolver ese "misterio" era tragarme mi
orgullo de "llanero citadino" (y chimbo, de paso) e ir a la casa
de Abelardo para que alguien nos explicara que podía haber
pasado o nos llevara por el recorrido de la calzada.
Cuando le preguntamos a David (el hijo de Abelardo) por la
calzada, nos respondió con toda la parsimonia y tranquilidad
llanera (esa actitud en la que mientras mas lenta y calmada es la
frase, la burla que se hace es aún mayor)."Con que a Juan
Carlos se le perdió una loma", "¿Cómo va a ser? si este es como
el patio de su casa", "ésa está ahí mismo, lo que pasa es que se
la tragó el monte", "venga pa’ mostrársela".
Apenas llegamos al sitio de la "desaparición", David caminó
por dentro del monte y, de pronto, se montó en una estructura
de tierra que tenía como dos metros de altura.
¡Que tranquilidad! Ahí estaba la calzada, lo que quería decir
que mi trabajo si estaba bien (o, al menos, por ahora se había
salvado).
Paralelamente ¡que furia interna! o más bien ¡que arrechera!
(mezcla de impotencia y pena). !El Llano es una desgracia! La
sabana te marea, te embelesa y te enamora solo para después
engañarte y traicionarte. Ya lo había dicho Gallegos (en
Cantaclaro y Doña Barbara), yo no descubría nada nuevo... Esta
era la misma sabana que él describe “con sus caminos ya
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
200 estirados, por si acaso algún viajero. Todos están listos para
ponerlo en marcha y todos son iguales: los que conducen y los
que extravían. La sabana los ofrece como una mano sus rayas al
abrirse, pero no indica cual es mejor”, y es que esta tierra es
“uno solo y mil caminos a la vez”.
No entendía (otra vez) por que estaba (otra vez) ahí si en
realidad a mi no me gustaba el Llano (y menos, una otra vez).
Además, para colmo, algún animal extraño me había picado en
el pie haciendo que se me hinchara hasta prácticamente no
caber en mi zapato.
Qué inhóspita es esta tierra. Y que impresionantes los
“indios” que vivieron en ella. Cuánto nos falta por aprender de
esos tipos. La única solución para lograrlo es subordinarse ante
el paisaje y aprovechar las ocasiones en que éste nos permita
trabajar aquí.
Finalizando el trabajo, en la distante y tranquila Ciudad
Bolivia comenzaron a sentiste los rumores y movimientos de
Caracas: "Paro Nacional", "Manifestaciones Reprimidas", "Paro
en PDVSA"....
¡Coño no hay Gasolina!... Eso sí que no lo esperábamos.
Ahora sí que estabamos jodidos. Llevábamos varios días en el
pueblo, y, de pronto: se acabó. No había más gasolina y día tras
día veíamos a los mismos carros esperando por una gota del
que, en ese momento, se había convertido en "vital liquido". No
lo podíamos creer. A más de 700 Km. de la civilización
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
201 (Caracas) y con apenas medio tanque de gasolina. El pánico se
apodero de todos. Teníamos que salir de ahí lo antes posible.
Cada día que pasaba se volvía más difícil poder llegar a la
casa... Ahí empezaron nuestras carreras: Subir todos los equipos
al carro, desocupar depósitos para cargar gasolina, salir volando
de ahí. De pronto, no sé cómo (hoy, me imagino que realmente
debíamos estar aterrados), la euforia por llegar a Caracas hacía
que pareciéramos los protagonistas de la escena de una película
en la que refugiados escapan de un pueblo antes de que éste sea
sitiado por el enemigo. Pero, como en toda buena película,
después de pasar dos días de viaje marcados por un conato de
pelea, la hospitalidad de la gente del Museo de los Llanos, en
Guanare, y un par de sobornos por un poco más de gasolina,
llegamos triunfantes a Caracas.
Además de la infinita felicidad por haber logrado llegar a mi
casa antes de la Navidad, sólo me quedó la pregunta ¿Cómo se
puede hacer arqueología en un país en estas circunstancias?
Quizás alguien más perspicaz pudiera preguntar ¿y, para qué
hacer arqueología en un país en el que se dan “estas”
circunstancias? La verdad es que no lo sé. Sólo estoy
convencido de que, independientemente de las respuestas que
pudieran encontrarse, el Llano siempre estará allí esperando. Y,
es que (volviendo otra vez con Gallegos) esta tierra sigue
siendo “toda horizontes, como la esperanza, toda caminos,
como la voluntad…
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
202 …¡Ancha tierra para correr días enteros! ¡Siempre habrá más
Llano por delante!”
¿Y DESPUES QUÉ?
TODO UN ANTROPÓLOGO
Después de presentar la tesis ya podía considerarme "todo
un antropólogo". Había elaborado un proyecto de investigación
que logré desarrollar y concluir, había escrito un texto más o
menos coherente, había ido de campo un par de veces (y, sobre
todo, había logrado regresar); sin embargo, lo más importante
es que, todavía , me seguía gustando la antropología. Pero la
verdad es que aún cuando tuve mi título en la mano no sentí
ninguna diferencia entre Juan Carlos, el estudiante y Juan
Carlos, el antropólogo. Bueno, sí... la única diferencia que sentí
fue eso que dice todo el mundo de que, al momento de la
graduación se pasa de el escaño más alto de los estudiantes (el
tesista) al escaño más bajo de los profesionales (el
desempleado).
Por eso es que yo, como salida de emergencia a esa
situación, decidí seguir estudiando. Sin embargo, antes de
comenzar la Maestría, tuve la suerte de que me invitaran a
realizar un pequeño trabajo de campo en Amazonas.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
203 UN CAMPO EN AMAZONAS
3 de Agosto de 2003: Montado en un autobús, rumbo a
Puerto Ayacucho. Más bien debería decir, un camión cava
acondicionado para llevar gente… Es en serio; jamás me había
montado en un autobús que fuera así. Y… es que así tenia que
ser porque en la taquilla, en vez de ofrecer un autobús con aire
acondicionado, se ofrecía un autobús “con frío”. Sin embargo,
no todo fue tan malo. Por una de esas casualidades de la vida,
en el autobús viajaba también uno de los profesores que me
hizo sufrir por dos semestres en la carrera, y (¡justicia divina!)
una corriente de aire, o más bien un chorro, caía directamente
sobre su asiento que, además, no se podía reclinar. Y, para
colmo de males, estaba exactamente debajo de la corneta de
música (la cual, obviamente, mantuvo un set continuo de
cumbias, rancheras, vallenatos y merengues durante toda la
noche). Yo, para completar mi venganza, no podía dejar de
repetir: “tranquilo profesor, pudiera ser peor”. Realmente, era
divertido estar graduado y no tener miedo a las represalias.
Esta vez el trabajo era diferente a los otros. Me tocaba
hacer antropología “de verdad”, antropología social,
antropología con gente. Es más, me tocaba trabajar en
comunidades indígenas. “Esta si era la verdadera prueba para el
nuevo antropólogo”.
Una vez en Puerto Ayacucho el trabajo se retrasó ya que
había toda una serie de detalles que se debían ajustar. Entre
tanto, yo tuve la oportunidad de hacer las visitas turísticas de
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
204 rigor: El famoso “Tobogán de la Selva”, del cual me lance por
una simple cuestión de orgullo (pues no iba a dejar que nadie
dijera que me había dado miedo). Conocí el “Cerro Pintado” y
me di cuenta de que, aunque yo me dijera arqueólogo, todavía
me faltaban muchos restos y sitios arqueológicos por conocer, y
además, aunque ya han transcurrido más de 50 años de
investigaciones arqueológicas en el país, todavía quedan
muchos sitios y problemas por trabajar. Por último, no podía
dejar de pasar a Casuarito (Colombia) y, a pesar de que la
mítica idea de la guerrilla en la frontera colombiana no se me
salía de la cabeza, no dejo de sorprenderme que siempre la sentí
mucho más presente en Barinas que allí.
Al rondar por Puerto Ayacucho también me dediqué a
buscar 20 metros de hilo de moriche (único encargo que me
habían hecho en Caracas). Nunca creí que me fuera a costar
tanto. Ninguno de los indígenas que vendía artesanías me lo
quería vender ya que, según ellos, yo tenía pinta de artesano y
seguro que lo iba a usar para hacerles competencia… No es
necesario que comente que lograron que me sintiera como un
mamarracho.
Estuve un buen tiempo por allí y, obviamente, no todo fue
de paseo. Entre las cosas que hice, tuve la oportunidad de
acompañar a un grupo de “científicos de verdad” que realizaban
una investigación en una comunidad Jiwi. Allí comprendí
algunas de las diferencias entre el modo de trabajar, y de
pensar, de los antropólogos y de los otros científicos… Me
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
205 impacto lo mecánico del trabajo. Pero, sobre todo, me
sorprendió (y quería que la tierra me tragara) cuando le dijeron
a una señora, que había hecho toda su cola y esperado
pacientemente, que “ella no servía porque no era Jiwi”…
¡coño! ¡las cosas que hace la gente!.
Claro, es obvio que eso pude captarlo a partir de una
posición privilegiada de observador. Y ahora, me pregunto
cuántas veces yo habré actuado así sin darme cuenta.
Otra de las cosas que pude hacer fue enterarme, o más bien
dar una pequeña mirada, de parte de la gran maraña que
compone el mundo de las relaciones políticas en Amazonas:
entidades estatales, partidos políticos, organizaciones indígenas,
ONGs, etc. Donde todos y cada uno tiene (o quiere tener) algo
que decir sobre todo tipo de investigaciones que se realicen en
la zona. Donde se solapan (y nadie tiene realmente claro)
responsabilidades, pertinencias y atribuciones. Volviéndose
infinitamente complicado lograr arrancar cualquier trabajo.
Finalmente logramos salir al campo… por lo menos
oficialmente, por que, para mí toda la estadía en Puerto
Ayacucho había sido un campo permanente.
Lo que pasa es que esta vez sí se cumplían todos los
requisitos que yo tenía en mi mente como el “deber ser” del
inicio de una salida de campo: Preparar el equipo, rodar por la
carretera hasta que ésta se vuelva de tierra, llegar a un río,
embarcarse y remontarlo viendo un “paisaje selvático” hasta
llegar a la comunidad.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
206
Llegamos a San Pedro… ahora pienso que tal vez, lo
invadimos; ya que éramos como diez personas llegando a las
5:00 de la tarde y sin haberle avisado a nadie (viéndolo en
retrospectiva, ese puede haber sido nuestro gran error). Sin
embargo, nos recibieron con una gran cordialidad,
brindándonos alojamiento (o, más literalmente, donde colgar
los chinchorros) y acordando una reunión con toda la
comunidad para que al día siguiente expusiéramos todas las
características del proyecto, con el objeto de obtener su
consentimiento para trabajar ahí.
Ese día siguiente se expuso el proyecto. Realmente no sé,
pero tal vez lo hicimos tan mecánicamente como aquellos
científicos en la comunidad Jiwi. Sin embargo todos,
aparentemente, quedaron de acuerdo con el trabajo e,
inmediatamente, nuestro grupo se fue a la otra comunidad en la
que pensábamos trabajar.
En ese momento ocurrió uno de los eventos de esta salida
que me haría reflexionar más.
Resulta que, quien sería mi jefe en ese trabajo, me pregunto
con su acento sureño: “¿Che, no nos vamos nadando hasta San
Pablo?”. Yo (que creía que sólo estaba probándome para ver
cómo reaccionaba), con toda mi insolencia le dije: “Bueno, si
quieres le damos. Pero tiene que ser ya, porque si no las
voladoras con la gente nos van a pasar en el camino”. Y ahí,
ante mi sorpresa y estupefacción, el hombre me ha dicho:
“Bueno, vamos”, y se ha lanzado al río… Yo no lo podía creer
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
207 ¿A quién se le ocurre irse nadando como dos kilómetros por ese
río, que debía estar lleno de todas las “alimañas” que se me
podían cruzar por la cabeza?… Ya no podía hacer nada. Ya no
podía “arrugar”. Ahora sí que “mi orgullo” estaba en juego.
De más está decir que durante todo el recorrido, que duró
más de una hora, estuve en un estado de tensión permanente. Si
tocaba el fondo, temía por un inminente chuzazo de raya. Si
veía un palo flotando, pensaba en una culebra de agua. También
me alteraba la posibilidad de que viniera un bongo demasiado
rápido y me llevara por delante. Sin mencionar que siempre
tenía la idea de cualquier otro bicho que pudiera venir a
joderme.
Sin embargo, poder ver un paisaje como ese sin el ruido de
un motor era realmente gratificante. Además, ese tipo de
“emociones” siempre me han gustado. ¿Ahora bien, por qué era
un médico el que me había animado (o más bien obligado) a
hacer esto? ¿No era, en un principio, por eso que yo había
querido estudiar antropología? ¿No se suponía que yo había
entrado en la Escuela porque quería salir de campo, trabajar
fuera de una oficina, en contacto con la naturaleza, y toda una
serie de argumentos de los que ya ni me acuerdo? Realmente, la
respuesta es que, si hubiera sido sólo por eso, tal vez fuera
mejor estudiar cualquier otra carrera. Al menos, así se puede
asegurar el dinero como para ir “al campo” en vacaciones.
Tal vez, a partir de ese momento, se hizo consciente en mi
mente la idea de que ese no es el verdadero campo… Y, la
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
208 verdad es que ese tipo de campo no era fundamental para la
antropología, solo era fundamental para mí (muy
personalmente). Y, tal vez, la práctica de la antropología (que,
de alguna forma, también se volvió fundamental para mí) era
mucho más que solo campo. Y, de hecho, comenzaba a
parecerme que el campo es mucho menos que la totalidad de la
practica antropológica.
Al día siguiente, de regreso en San Pedro y ya listos para
trabajar, sólo quedábamos los antropólogos. Esa mañana, a raíz
de una serie de discusiones entre los miembros de la
comunidad, fuimos convocados a una nueva reunión, en la que
nos informaron, después de una larga conversación, que se
había decidido que no querían que trabajáramos ahí…
Creo que todos quedamos desestabilizados después de eso.
Sólo surgían preguntas: ¿Qué Paso? ¿Por qué? ¿Qué habíamos
hecho mal? Y, sobre todo, ¿ahora qué hacíamos?
La posibilidad de estar en esa situación nunca me había
pasado por la cabeza. En la Escuela nunca me enseñaron, o me
advirtieron, que algo así podía pasar.
Y, es que, según Yo, esto no le pasaba a ningún
antropólogo: Los isleños de las Trobiand nunca se opusieron a
la investigación de Malinowski.
Ahora, es verdad, ni yo me podía comparar con
Malinowski, ni esta gente era trobiandesa. Simplemente
estabamos ante un grupo de personas que tenían grandes e
importantes dudas en torno a lo que nosotros queríamos realizar
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
209 entre ellos y no logramos aclarárselas de una manera
satisfactoria. Era lógico y de esperarse que no quisieran que
trabajáramos ahí.
Debo confesar que ese episodio me deprimió un poco.
¿Cómo es que no pude aclarar sus dudas? ¿Sería que yo no
servía para esto? Sin embargo, posteriormente, al enterarme de
que a uno de los antropólogos que, se pudiera decir, yo más
respeto, había vivido un episodio similar en uno de esos caños,
comprendí que, más bien, lo que pasa es que (afortunadamente)
las cosas están cambiado. Ya no estamos en la época de
Malinowski.
A partir de ese momento no todo fue malo. El no estar
recogiendo datos formalmente me permitió una convivencia
mucho más relajada los días que nos quedamos en la
comunidad. Pude jugar fútbol y ser la burla de todos por lo mal
que lo hacía. Además, pude ver la final de la copa Sub-21 por
DirecTV, lo cual habría sido imposible en mi casa. Me enteré
de los chismes de algunos de los antropólogos que habían
estado por ahí: Cómo le decían Imú a uno por parecerse a un
araguato, y cómo todos creían que a otro (que yo sabía que
andaba por Inglaterra) lo habían matado de un tiro en Guanay.
Tan relajada llegó a ser la convivencia que ya todos
indiscriminadamente, y sin ningún miramiento, agarraban los
dreds de mi pelo para ver si era de verdad, por lo que
terminaron llamándome püorite (ya que, supuestamente, se
parecen a las pepas del seje).
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
210
A partir de eso yo, de lo más creído por sentirme aceptado
por la gente, pero aún buscando un mayor acercamiento, iba
descalzo y en shorts por toda la comunidad… según decían
“como un pariente más”. Sin embargo, me arrepentiría de esa
idea estúpida una semana después mientras me sacaba las
niguas.
Realmente todas fueron experiencias nuevas, y no tengo
dudas de que siempre debe haber más. Y aunque en
retrospectiva, ahora no se si éste fue un campo de verdad, sí
estoy seguro de que aprendí muchísimo.
Finalmente, sólo termino pensando, por ahora, que ningún
trabajo de campo es una prueba en sí, aunque todos , a la vez, lo
son. Aún no tengo las respuestas, ni creo saber la receta para
hacer un campo ya que sería como tener la receta del “sentido
común”, aunque, como dicen, ese pudiera ser el menos común
de todos los sentidos. Tal vez, la única manera de aprender es
haciéndolo: sudándolo, pariéndolo y sufriéndolo, pero
finalmente, disfrutándolo. Ya que, si estudiamos antropología,
deberíamos partir de la idea de que, si tenemos suerte, podemos
lograr que alguien nos pague por hacer algo que nos gusta y
disfrutamos tanto que hasta pagaríamos por hacerlo.
Por lo pronto, allá sigue el Llano esperando…
ACLARATORIA FINAL
Finalmente, debo aclarar que ninguno de los hechos
descritos aquí corresponde, necesariamente, a acontecimientos
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
211 ocurridos en la realidad; así mismo, también debo aclarar que
todos los hechos acontecidos en la realidad no han sido,
necesariamente, descritos aquí.
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
212
EVALUACIÓN ESTUDIANTIL DEL TALLER “LA INVESTIGACIÓN DE CAMPO EN LA ANTROPOLOGÍA:
VIVENCIA, CONVIVENCIA Y SOBREVIVENCIA”
María Eugenia Villalón1 y Eduardo Herrera Malatesta2
¿Cómo se “hace” el
trabajo de campo? ¿Qué hago
al llegar? ¿Con quién hablo?
¿Cómo me presento? ¿Qué
pasa si no me aceptan? ¿Cómo
debo de comportarme? Estas y
otras inquietudes fueron
atendidas (con humor y
seriedad) durante el taller “La
Investigación de Campo en la
Antropología: Vivencia, Convivencia y Sobrevivencia”, el cual
se realizó en la Escuela de Antropología de la Facultad de
Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de
Venezuela entre los meses de junio y julio de 2003. Su
principal objetivo fue compartir orientaciones útiles para
planificar, emprender, y realizar una investigación de campo de
corte antropológico. Allí discutimos estrategias para insertarse
exitosamente en un mundo ajeno y adaptarse a él, manteniendo
1 Profesora del Departamento de Lingüística y Antropolingüística. Escuela de Antropología. Universidad Central de Venezuela. 2 Tesista del Departamento de Arqueología, Etnohistoria y Ecología Cultural. Escuela de Antropología. Universidad Central de Venezuela.
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
213
la distancia que requiere la búsqueda, evaluación, y verificación
sistemática de información. Partiendo de la premisa de que el
trabajo de campo difícilmente se aprende en un salón de
clase? siendo una vivencia muy personal e irrepetible? más
arte que ciencia? el taller cubrió una docena de tópicos, y abrió
un espacio para el intercambio de experiencias y “tips” sobre
“lo que hacer y no hacer”. Su último módulo estuvo dedicado a
la ética y a la conducción ética de la investigación.
Como conceptualizadora y facilitadora del taller, acogí
la invitación de Antropologando para resumir en sus páginas la
opinión estudiantil sobre esa experiencia, cuyo claro mensaje
no podemos pasar por alto. Eduardo Herrera participó en el
taller y además tabuló los resultados de las evaluaciones de los
talleristas. Como veremos, el conjunto de sus opiniones
conforman una justa y bien sustentada petición para que los
contenidos del taller pasen a formar parte permanentemente de
la formación que reciben.
Dieciséis (16) de los dieciocho ó diecinueve estudiantes
que asistieron regularmente al taller contestaron de forma
voluntaria y anónima las catorce preguntas formuladas en el
cuestionario de evaluación, las cuales abarcaron varios tópicos:
1) el contenido programático del taller; 2) la utilidad e
importancia del mismo; 3) la calidad del desempeño docente;
4) la satisfacción estudiantil; 5) los aspectos más positivos y
negativos de la experiencia; y 6) las recomendaciones y
sugerencias de los participantes. Los resultados que
Antropologando 2 (10) Julio-Diciembre 2003
214
presentamos a continuación pueden considerarse como un
insumo más para la ansiada y largamente esperada reforma
curricular. Con ese espíritu los difundimos, aunque ciertamente
deben tomarse en cuenta de forma inmediata, concretícese o no
la susodicha reforma.
LA OPINIÓN ESTUDIANTIL: RESULTADOS MÁS
RELEVANTES
El 100% de los que respondieron la encuesta calificó de
“muy útiles” (frente a “interesantes pero no importantes” ó
“muy importantes”) los conocimientos y experiencias
compartidos durante el taller. Asimismo, el 100% consideró
dichos contenidos
como “importantes”
para su carrera y opinó
que “debían formar
parte regular de su
formación” (preguntas
tipo “sí” ó “no”).
Las opiniones sobre cómo realizar mejor esa inserción
de contenidos en el pénsum de la carrera se dividieron entre el
56.2% que estimó que los contenidos del taller debían de
insertarse como parte regular de un curso sobre métodos de
investigación, y el 37.5% que estimó que debían formar parte
de un taller electivo, según ilustra el gráfico 1.
Gráfico 1 Recomendaciones para insertar en la carrera los contenidos del
taller
56,2
37,5Comocurso
Comotaller
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215
A la pregunta “¿qué cambiaría, quitaría o añadiría al
contenido programático del taller?” el 64% recomendó
ampliarlo (y extender su duración). De esa cifra el 44% sugirió
incorporar más tópicos teóricos, prácticos, y éticos. Parte de
estas inquietudes volvieron a reflejarse en la pregunta sobre lo
que más desagradó del taller. Al respecto, mientras que un 33%
no encontró nada que objetar, otro tanto se quejó de su corta
duración, reiterando su deseo de verlo ampliado (ver gráfico 2).
En resumen,
la receptividad con
que contó este corto
entrenamiento para
el trabajo de campo,
junto al entusiasmo
que ha despertado entre los estudiantes revelan claramente la
existencia de una demanda de conocimientos insatisfecha que la
Escuela puede y debe subsanar. Asimismo, verifica una vez
más, que uno de los principales atractivos de la carrera de
antropología es precisamente la oportunidad que brinda de
vivenciar en carne y hueso “la otredad”. Por lo general dicha
experiencia, con toda su carga positiva y negativa, resulta un
aprendizaje inigualable que nos deja marca indeleble, junto a la
sensación de haber crecido como personas. Es el rito de pasaje,
la prueba, la epifanía que distingue nuestra profesión. Como
tal, el trabajo de campo debe ser conceptualizado como uno de
Gráfico 2Aspectos negativos del taller
33
33
33 Ninguno
Muy corto
Otros
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216
los principales ejes epistémicos y metodológicos en la
formación del antropólogo. La poca importancia que hasta los
momentos se le ha concedido en la Escuela y en la antropología
venezolana en general, conforma una de esas clásicas ironías en
la cual el gesto o la práctica niegan el discurso. Sin embargo,
en un mundo cada vez más complejo, se hace cada vez más
temerario cruzar los dedos y confiar en que el aprendiz que
decide lanzarse al ruedo saldrá airoso de éste.
No es frecuente que alumnos y profesores coincidan en
aspectos fundamentales de índole académica, pero la
repercusión que el taller “La Investigación de Campo en la
Antropología: Vivencia, Convivencia y Sobrevivencia” ha
tenido entre el estudiantado constituye un claro mensaje que
nos compromete a todos. Creo que es responsabilidad
ineludible de nuestra Escuela garantizarle a todos aquellos que
lo deseen la oportunidad de preparase para enfrentar con más
aplomo, seguridad y posibilidades de éxito la experiencia
quizás más significativa que vive el estudiante de antropología.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
217
PETRA REYES, LA ÚLTIMA MUJER HABLANTE DEL MAPOYO
Maria Eugenia Villalón
Petra Reyes, la última mujer hablante del mapoyo,
falleció el 31 de agosto de 2003. Pese a su avanzada edad y
delicada salud, colaboró con los proyectos de investigación y
acción para el estudio y rescate de la lengua mapoyo, que desde
1997 viene desarrollando
la Prof. María Eugenia
Villalón (Escuela de
Antropología-UCV) con
el apoyo del CONICIT
[ahora FONACIT], el
Instituto de Patrimonio
Cultural (IPC) y la
UNESCO.
Fue una mujer
con un agudo sentido del
humor, de gran carácter y
personalidad, cuya innata autoridad Inspiraba respeto sin
interponer distancias. Le sobreviven varias generaciones, entre
hijos e hijas, nietos, nietas, biznietos y biznietas, así como
numerosos sobrinos y sobrinas entre otros.
? Foto Henry E. Corradini
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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Palomo, febrero 1999. Foto: Francia Medina.
Sus restos embojotados reposan en la Casa de Piedra, en su
Palomo natal. Y tan duradero como esas piedras que ahora la
cobijan y protegen, será su recuerdo entre todos aquellos que
tuvieron el privilegio de conocerla.
Desde estas páginas rendimos tributo a su memoria.
Petra, tus últimas palabras fueron dichas en mapoyo. Significativo gesto? morir no es acabar. ¡Adios!
? Foto Henry E. Corradini
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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ABSTRACTS
“PRE-DESIGN THE UNPREDECTIBLE”: A FIELDWORK AND SOME REFLECTIONS
José Palacios Ramirez Universidad de Jaén, España
The work that here one can read, it is, fundamentally, an
amalgam of chances, chances of offering some metaantropological
reflections on different aspects of the field experience, having as
starting point an field’s personal experience. For it, I have tried to
locate the work of field in a way that would qualify as integral, since
the premeditation which geared that text, and directed to show the
field work inside that serious the complete engagement of an
anthropological investigation –in this case sums up -.
Key words : Field work. Experimentality. Relativism. Tepehuas
(Mexico)
Excavating Reflections: Theoretical revision about the Archaeological Fieldwork
Rodrigo Navarrete
Universidad Central de Venezuela [email protected]
In last decades, the social and epistemological dimension of
fieldwork has been a core debate related to the legitimacy and
function of anthropology. Its questioning as a context of production of
scientific knowledge and as a space for symbolic and political power
have changed the discipline’s interaction with the cultural world.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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Nevertheless, references in Spanish for this global discussion are few.
Knowing some cases in our language, we acknowledge that English-
speaking anthropology has debated the topic intensively. In
consequence, this paper aims to outline, theoretically and historically,
English-speaking discussion on fieldwork from anthropology to
archaeology. Instead of an exhaustive coverage, it critically highlights
particular studies considered emblematic in the historical development
of this debate.
Key words : Fieldwork. Anthropological theory. Archaeology.
Reflexivity
IMAGES AND NARRATIVES OF SAN PEDRO DE TAUCA: THE VISUAL REGISTER IN THE FIELDWORK
Jeyni S. González Tabarez
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas [email protected]
In the present paper I’m going to tell my field experiences in
the community of San Pedro de Tauca, Distrito Sucre, Estado Bolívar, Venezuela. Specifically, I will make reference to the importance that has two forms of visual register: photography and graphic representations, as methods of data collect (narratives, landscapes, faces, events,…) and as documents themselves, that were a base to de development of my write work and, moreover, as mnemotecnic elements that led recover and recreate the life experiences of the inhabitants of the community and also my own personal experience in the place.
En este artículo relataré mis experiencias de campo en la Comunidad de San Pedro de Tauca, Distrito Sucre, Estado Bolívar. En especial, haré referencia a la importancia que tuvieron dos formas de registro visual: la fotografía y las representaciones graficas, como métodos de recolección de datos (narrativas, paisajes, rostros, eventos,...), y como documentos en sí mismos, que sirvieron de base al desarrollo de mi trabajo escrito y además, como elementos mnemotécnicos, que permitieron recuperar y recrear las vivencias de
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los habitantes de la comunidad y también mi experiencia personal en el lugar. Key words: San Pedro de Tauca. Fieldwork. Photography. Graphic Representations
SOME REFLECTIONS ABOUT EXPERIENCES IN FIELD WORK
Horacio Biord
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas [email protected]
This article is a meditation about some experiences lived by
the author doing field work in indigenous and peasants communities
(mainly Afro-Venezuelan ones). These experiences may help to
optimize filed work through important methodological tips, such as
the presence not requested in the communities, the communicational
barriers derived from social gender, the confidential character of some
information, and the imperative of the return the information to the
communities. The paper concludes with some personal observations
about the value attributed by the author to the field works for
professional exercise as well as in the process of personal growth.
Key words: Ethics. Gender. Applied Research. Fieldwork.
PATANEMO AND I: INTERPRETATIVE REFLECTION OF
THE FIELD ACTIVITY
Eduardo Herrera Malatesta Universidad Central de Venezuela
In this paper, I attempt to express my personal experiences of
the first fieldwork coordinated by myself. Principally, the intention of
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this paper is to make an “auto-reflexive” and “auto-critique” exercise,
to help me better understand the complete experience, and the specific
issues represented by the fieldwork in Patanemo. In that sense, I seek
to do an interpretative reflection of this specific field activity, by
using certain theoretical conceptions of the hermeneutic method and
the contextual archaeology, which constitute, also, the analytical
approach that I am applying in my theses of grade.
Key words : Field work. Patanemo. Experience. Interpretation.
THE FIELDWORK AS EXPERIMENT: ANTHROPOLOGY MOVING IN ATACAMA (CHILE)
José Luis Anta Félez
Universidad de Jaén, España [email protected]
This article outlines the nature of the particular interactions
that take place during work in the field between the anthropologist
and those whom he studies: the space in which one moves, ones'
retention faced with the unknown, and ones capacity for mobility.
Based in the fieldwork undertaken in Atacama (Chile), the author
observes his own conversion from anthropological relativism to
cultural syncretism through the interpretation of some of their fiestas
In this work the author presents, as an example, a wedding: where,
why, when, and which are some of the elements where the
anthropologist and culture intermix, until they arrive in the moment in
which field work is an experiential form of knowing oneself. The
results of the investigation convert themselves into a literary
discourse, most of the time with a rhetorical character.
Antropologando 2 (10) Julio -Diciembre 2003
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A DEGREE THESES… ¿THEN WHAT?
Juan Carlos Rey Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas
This essay is based on three different fieldworks carried out
between 2001 and 2003. Two of these fieldworks were framed on an
archaeological project in the High Llanos of the Barinas State. The
third one was undertook in the Amazon State as a part of a
interdisciplinary project that seeks to better understand the factors that
directly affect local indigenous health.
The essay has two main objectives. First, it seeks to show
how to scope with methodological and practical problems that are
found in the fieldwork practice. My view is that these constraints can
only be solved in situ and employing ad hoc strategies. Second, it
aims to develop a reflexive account of personal fieldwork
experiences, and how they can enhance the anthropological practice.
Keywords: Anthropology. Fieldwork. Amazonas. Barinas.
Antropologando 2 (10) 2003
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1. Se aceptarán trabajos en español, ingles, portugués, francés, que cumplan con los siguientes requisitos:
? Temática referente a diversos campos de las
ciencias humanas y sociales, con una extensión mínima de 10 cuartillas y máxima de 30.
? Debe estar incluido un breve resumen en el idioma principal y otro en ingles (abstract), así como 4 palabras claves.
? Reseñas bibliográficas comentadas, con una extensión máxima de 5 cuartillas.
? Todo trabajo debe incluir: Nombre, apellido, institución de procedencia y dirección electrónica.
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sometidos al arbitraje de especialistas en el tema y cualquier sugerencia será remitida al autor por parte del Comité Editorial.
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5. El formato de las citas y la bibliografía debe ser el
siguiente:
? citas dentro del texto: nombre y años (sin coma entre estos), si hay página se colocan dos punto y el número.
(Lévi-Strauss 1970: 34)
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? bibliografía libros: apellido (s) en mayúscula,
nombre en minúscula. Fecha entre paréntesis. Titulo de la obra en cursiva, editorial y ciudad.
LÉVI-STRAUSS, Claude (1970) Tristes Trópicos. EUDEBA-
Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos aires.
? bibliografía revistas: apellido (s) en mayúscula, nombre en minúscula. Fecha entre paréntesis. Titulo del texto normal, luego nombre de la revista en cursiva, volumen de la revista sin negrita ni cursiva, número de la revista entre paréntesis, luego dos puntos y el número de páginas.
TILLEY, Christopher (1988) Excavation as theatre. Antiquity.
63 (239): 275-280.
6. Los trabajos deberán ser enviados en disquete, en formato Word para Windows, o a las direcciones electrónicas abajo indicadas, no se aceptarán manuscritos. En el caso de gráficos, imágenes o tablas, indicar el programa que fue utilizado.
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necesariamente al de los editores. Atentamente, Comité Editorial [email protected] [email protected]