Antropología política: una introducción* · lumen (Political Anthropology). No menos de cinco...

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tico radical y repetitivo, los procesos en la toma de decisiones y la reso- lución del conflicto, como la agitación y la solución de asuntos políticos en una gran variedad de contextos cul- turales. Las ponencias estaban im- pregnadas de un vocabulario que remitía más a “convertirse” que a “ser”: estaban llenas de términos tales como conflicto, facciones, lucha, resolución del conflicto, arena, desa- rrollo, proceso, etcétera. Es cierto que este énfasis en la dimensión procesual de la política había sido presagiado y preparado por un cierto número de libros importantes, algu- nos de ellos publicados poco después de la aparición de los Sistemas polí- ticos africanos. Tal vez el más notable de estos estudios pioneros de las di- námicas políticas —a pesar de que se centraba más en aspectos legales que políticos— fue The Cheyenne Way (El camino Cheyenne) de Lle- wellyn y Hoebel (1941), quienes con- centraron su atención en los conflic- tos de intereses y en la noción de que “los casos problemáticos nos conducen más directamente a fenó- menos legales” (: 37). El mismo punto de vista, aplicado a la conducta po- lítica, guió claramente a muchos de los colaboradores del presente vo- lumen (Political Anthropology). No menos de cinco artículos están direc- tamente relacionados con la reso- lución del conflicto y el arreglo de disputas. Son pocos los procesos de acción política que siguen cursos armonio- sos. Por lo tanto, no es de sorprender que los estudios procesuales tiendan también a estudiar el conflicto tanto como a su resolución. Varios filóso- fos sociales han contribuido a in- crementar nuestro vocabulario para el análisis del conflicto; entre ellos están Hegel con su dialéctica; Marx con su contradicción y su lucha, y Simmel con su conflicto. Más recien- temente, Coser ha hecho mucho para familiarizarnos con una expo- sición más refinada y sistemática de * La revista Alteridades se ha propuesto incluir en sus páginas traducciones de artículos o textos considerados como clásicos de la antropología, mismos que, a pesar del gran valor que poseen para esta disciplina, no se han publicado en español. En esta ocasión ofrecemos la traducción de Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden, (1966), “Introducción” a Political Anthropology, Chica- go, Aldine Publishing Company, pp. 1-41. Traducción de Cecilia García Robles y Guadalupe González Aragón. tanto de estímulo como de modelo para diversas y bien conocidas anto- logías, monografías y artículos, ha habido una tendencia —al principio casi imperceptible, pero que tomó impulso a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta— que se originó a partir de la preocupación sobre la taxonomía y la estructura y función de los sistemas políticos, hasta el creciente interés por los es- tudios relativos a los procesos po- líticos. El profesor Firth (1957: 294), con su instinto para detectar nuevas tendencias teóricas, caracterizó opor- tunamente el nuevo ambiente como uno en el cual los antropólogos aban- donarían “la trillada base de análisis estructural convencional por un tipo de investigación que, desde el prin- cipio, es un examen de ‘fenómenos dinámicos.’” Indudablemente, muchas de las ponencias recibidas centraban sus discusiones en la dinámica y en los procesos del fenómeno político. Ellas consideraban tanto el cambio polí- I. Este libro es el resultado de un experimento. Sus editores, inquietos por explorar las corrientes actuales y estilos de análisis de la antropolo- gía política, decidieron solicitar a un número determinado de distin- guidos investigadores en este campo que presentaran ponencias al En- cuentro Anual de la American An- thropological Association de 1964. 1 También se decidió que los confe- rencistas tuvieran un amplio margen para la selección y tratamiento de los temas, y así contribuyeran a nuestra intención de identificar si “un viento de cambio” estaba inva- diendo la teoría política, como había invadido a la política real de la ma- yoría de las sociedades que habían sido estudiadas por los antropólogos. En cuanto llegaron las ponencias se hizo evidente que indudablemente éste era el caso. Desde el último gran punto de referencia en la antro- pología política, los Sistemas políti- cos africanos (editado por Fortes y Evans-Pritchard en 1940), que sirvió MARC J. SWARTZ, VICTOR W. TURNER Y ARTHUR TUDEN Antropología política: una introducción*

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tico radical y repetitivo, los procesosen la toma de decisiones y la reso-lución del conflicto, como la agitacióny la solución de asuntos políticos enuna gran variedad de contextos cul-turales. Las ponencias estaban im-pregnadas de un vocabulario queremitía más a “convertirse” que a“ser”: estaban llenas de términostales como conflicto, facciones, lucha,

resolución del conflicto, arena, desa-

rrollo, proceso, etcétera. Es ciertoque este énfasis en la dimensiónprocesual de la política había sidopresagiado y preparado por un ciertonúmero de libros importantes, algu-nos de ellos publicados poco despuésde la aparición de los Sistemas polí-

ticos africanos. Tal vez el más notablede estos estudios pioneros de las di-námicas políticas —a pesar de quese centraba más en aspectos legalesque políticos— fue The Cheyenne

Way (El camino Cheyenne) de Lle-wellyn y Hoebel (1941), quienes con-centraron su atención en los conflic-tos de intereses y en la noción deque “los casos problemáticos nosconducen más directamente a fenó-menos legales” (: 37). El mismo puntode vista, aplicado a la conducta po-lítica, guió claramente a muchos delos colaboradores del presente vo-lumen (Political Anthropology). Nomenos de cinco artículos están direc-tamente relacionados con la reso-lución del conflicto y el arreglo dedisputas.

Son pocos los procesos de acciónpolítica que siguen cursos armonio-sos. Por lo tanto, no es de sorprenderque los estudios procesuales tiendantambién a estudiar el conflicto tantocomo a su resolución. Varios filóso-fos sociales han contribuido a in-crementar nuestro vocabulario parael análisis del conflicto; entre ellosestán Hegel con su dialéctica; Marxcon su contradicción y su lucha, ySimmel con su conflicto. Más recien-temente, Coser ha hecho muchopara familiarizarnos con una expo-sición más refinada y sistemática de

* La revista Alteridades se ha propuesto incluir en sus páginas traducciones de

artículos o textos considerados como clásicos de la antropología, mismos que,

a pesar del gran valor que poseen para esta disciplina, no se han publicado en

español. En esta ocasión ofrecemos la traducción de Marc J. Swartz, Victor W.

Turner y Arthur Tuden, (1966), “Introducción” a Political Anthropology, Chica-

go, Aldine Publishing Company, pp. 1-41.

Traducción de Cecilia García Robles y Guadalupe González Aragón.

tanto de estímulo como de modelopara diversas y bien conocidas anto-logías, monografías y artículos, hahabido una tendencia —al principiocasi imperceptible, pero que tomóimpulso a fines de los años cincuentay principios de los sesenta— que seoriginó a partir de la preocupaciónsobre la taxonomía y la estructuray función de los sistemas políticos,hasta el creciente interés por los es-tudios relativos a los procesos po-líticos. El profesor Firth (1957: 294),con su instinto para detectar nuevastendencias teóricas, caracterizó opor-tunamente el nuevo ambiente comouno en el cual los antropólogos aban-donarían “la trillada base de análisisestructural convencional por un tipode investigación que, desde el prin-cipio, es un examen de ‘fenómenosdinámicos.’”

Indudablemente, muchas de lasponencias recibidas centraban susdiscusiones en la dinámica y en losprocesos del fenómeno político. Ellasconsideraban tanto el cambio polí-

I. Este libro es el resultado de unexperimento. Sus editores, inquietospor explorar las corrientes actualesy estilos de análisis de la antropolo-gía política, decidieron solicitar aun número determinado de distin-guidos investigadores en este campoque presentaran ponencias al En-cuentro Anual de la American An-thropological Association de 1964.1

También se decidió que los confe-rencistas tuvieran un amplio margenpara la selección y tratamiento delos temas, y así contribuyeran anuestra intención de identificar si“un viento de cambio” estaba inva-diendo la teoría política, como habíainvadido a la política real de la ma-yoría de las sociedades que habíansido estudiadas por los antropólogos.

En cuanto llegaron las ponenciasse hizo evidente que indudablementeéste era el caso. Desde el último granpunto de referencia en la antro-pología política, los Sistemas políti-

cos africanos (editado por Fortes yEvans-Pritchard en 1940), que sirvió

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la teoría de Simmel (1956). Perodentro de la tradición estrictamenteantropológica, la aplicación de éstosy otros conceptos relacionados conlos datos de las sociedades preindus-triales se ejemplifican tal vez másplenamente en el trabajo de MaxGluckman y la así llamada “Escue-la de Manchester”.

Estos antropólogos, trabajandocon el “método del caso extendido”,han tendido a enfatizar el aspectoprocesual de la política en socieda-des tribales, e incluso en ciertossectores de las sociedades comple-jas. En palabras de Gluckman (1965:235):

... ellos están ahora analizando el

desarrollo de las relaciones sociales

mismas, bajo las conflictivas pre-

siones de principios y valores dis-

crepantes, en la medida en que las

generaciones cambian y las nuevas

personas llegan a la madurez. Si

vemos estas relaciones a través de

un largo periodo de tiempo, obser-

vamos cómo diversos partidos y

partidarios operan y manipulan

creencias místicas de diferentes

clases para servir a sus intereses.

Las creencias son concebidas en un

proceso dinámico dentro de la vida

social diaria y la creación y el desa-

rrollo de nuevos grupos y relaciones.

A pesar de que esta formulacióndepende más de la doctrina de laprimacía de los intereses, y de quesubestima la capacidad de las creen-

cias místicas para evocar respuestasaltruistas de los miembros de ungrupo social, ella es, sin embargo,un buen resumen de las principa-les características de este incipientetipo de análisis. Los artículos deMiddleton, Turner, Colson y Nicho-las que se incluyen en este libroestán fuertemente marcados por lainfluencia del pensamiento de laEscuela de Manchester y se trata deestudios que dirigen su atenciónhacia conflictos de intereses y

valores, y hacia mecanismos pararesolver los conflictos y reconciliara las partes involucradas.

El cambio de énfasis de los tiposmorfológicos de análisis estático ysincrónico hacia los estudios diná-micos y diacrónicos de las socie-dades en proceso de transformaciónfue también evidente en la insis-tencia de Evans-Pritchard, durantelos años cincuenta, en que los an-tropólogos sociales modernos debíanconsiderar la historia de las socie-dades que estudiaban (1962); en lanoción de cambio organizacional deFirth (cambio gradual y acumula-tivo más que cambio estructural ra-dical [1959]), y en el trabajo de laUniversidad de Cambridge sobreciclos de desarrollo (Goody, 1958).Pero, por lo general, estos estudiosdestacaban el cambio repetitivo que—al final de un ciclo de modificacio-nes institucionalmente “desencade-nadas” en los patrones y contenidosde relaciones sociales— condujo aun regreso hacia el statu quo an-terior. Otra vez fue Gluckman quienllamó la atención sobre el cambioradical o el cambio en la estructurasocial, por ejemplo “en el tamaño dela sociedad, la composición y elbalance de sus partes, y el tipo deorganización” (como Ginsberg hadefinido tal cambio) [1956: 10]). Eltrabajo de campo de Gluckman enla sociedad plural de las tierras zu-lúes lo condujo a negar el, entonces,modelo dominante de los sistemassociales como un conjunto de com-ponentes interconectados funcional-mente, moviéndose por etapas gra-duadas a través del equilibrio cul-turalmente definido —o, a lo más,cambiando tan lentamente que nopodría ocurrir ningún efecto disrup-tivo del equilibrio o de la integración.

Desde el punto de vista de la so-ciología del conocimiento no es acci-dental que esta alteración del focoanalítico, de la estructura al proce-so, se haya desarrollado duranteun periodo en el que los anteriores

territorios coloniales de Asia, Áfricay el Pacífico hayan impulsado cam-bios políticos de largo alcance, queculminaron en su independencia.Los antropólogos que dirigieron orealizaron trabajo de campo duran-te los años cincuenta y principiosde los sesenta descubrieron que nopodían ignorar o negar los procesosde cambio, o de resistencia al cam-bio, cuyas expresiones concretasestaban alrededor de ellos. Muchosde estos antropólogos trabajaron ensociedades plurales, caracteriza-das por la diversidad étnica, agudasinequidades económicas entre losgrupos étnicos, diferencias religio-sas, heterogeneidad política y legal—en suma, grandes asimetrías enla escala sociocultural y compleji-dad entre sus componentes étnicos.

Tales sociedades, estudiadas porFurnival (1948), Mitchel (1954),Gluckman (1954b, 1965), Wilson(1945), Kuper (1947), Epstein (1959)y M.G. Smith (1960b), han sido con-

ceptualizadas no como estrechos sis-temas integrados, ni modelados enanalogías mecánicas u orgánicas,sino como campos sociales con mu-chas dimensiones, con partes quepueden estar vagamente integradaso virtualmente independientes unade la otra, y que tienen que ser es-tudiadas por más tiempo si se pre-tende que los factores sobre los querecaen los cambios en sus relacionessociales sean identificados y ana-lizados. Probablemente en virtud dela magnitud de las nuevas tareasque enfrentaban, por lo general losantropólogos han evadido los inten-tos por retratar y analizar los campossociales en su plena complejidad oprofundidad temporal. Mejor aún,lo que han intentado hacer es aislarsectores simples o subsectores den-tro de una dimensión única de talescampos y se han esforzado en deciralgo significativo acerca de los pro-cesos que ahí han encontrado. Sinembargo, casi siempre su trabajoestá impregnado de advertencias

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sobre un contexto más amplio y susgrandes propiedades —tales comola pluralidad, la diversidad, lo difusode sus componentes, las variacio-nes en grados de consenso (clasifi-cando la total ausencia de consenso),entre otros.

II. La dimensión que nos interesa eneste libro es la dimensión política, ydentro de ella consideraremos aque-llas relaciones entre personalidadesy grupos que integran un campo po-

lítico. Tales conceptos dependen, cla-ramente, de lo que se quiera decirpor “política”. Sin embargo, el tér-mino política es casi tan difícil de de-finir como fácil es usarlo como unadescripción de sucesos dentro desociedades y de sus partes consti-tutivas. Es fácil simpatizar con aque-llos quienes, como Fortes y Evans-Pritchard (1940), evitan definir eltérmino porque el concepto tiene unamplio rango de aplicaciones útilesy la gran variedad de datos a los quese aplica dificulta su especificaciónoperacional.

Es más, difícilmente podemosllamar a este volumen Antropología

política y bombardear al lector conconceptos políticos y construccionesteóricas si no le ofrecemos una ideamás concisa de lo que estamos ha-blando.

Varias cualidades que nos llevana considerar a un proceso como po-lítico se notan fácilmente y estánampliamente aceptadas como ca-racterísticas. En primer lugar, unproceso político es público más queprivado. Una actividad que afecta aun vecindario, a toda una comu-nidad, a una sociedad completa, o aun grupo de sociedades es induda-blemente una actividad pública, peroque ella sea además una actividadpolítica depende de otras caracte-rísticas —que se suman a su carác-ter público—. Una ceremonia reli-giosa puede afectar a comunida-des y sociedades enteras, e incluso

a grupos de sociedades, pero no de-searíamos llamarla una “actividadpolítica” (a pesar de que —y ahoraempezamos a padecer las penuriasque son el destino de quien defineidealmente este concepto— bajoalgunas circunstancias y/o en cier-tos aspectos deberíamos llamar “po-lítica” a una ceremonia religiosa).

La segunda cualidad de la políti-ca generalmente aceptada es quetiene que ver con metas. Combinan-do la primera característica con lasegunda, podemos ir un poco másallá y decir que la política siempreimplica metas públicas. A pesar deque siempre se involucren de unmodo importante las metas priva-das, individuales (véase el artículode Swartz en este libro), el énfasisrecaerá en las metas que se deseanpara el grupo como un todo. Estasmetas incluirán la consecución denuevas relaciones vis-à-vis a algúnotro grupo o grupos: ganando inde-pendencia, peleando una guerra ohaciendo la paz; adquiriendo mayorprestigio que el que se tenía previa-mente, cambiando las relativas po-siciones de castas o de clases dentrode un grupo, etcétera; un cambio enla relación con el medio ambientepara todos o casi todos los miembrosde un grupo, con proyectos talescomo construcciones para la irriga-ción o la roza de las tierras para unpueblo entero, etcétera; o asignandofunciones, títulos y otros recursosescasos por los que hay una ampliacompetencia en la que participa todoel grupo.

De lo que se ha estado diciendosobre metas políticas, deberíaquedar claro que la conciencia deun fin deseado está presente, peroesta conciencia no tiene que sercompleta ni universal. Algunos delos miembros de un grupo puedentener poca o ninguna idea de lo quese está buscando; sólo los líderespueden tener una idea clara del finque se está persiguiendo. La “meta”puede ser sólo un deseo para escapar

a la insatisfacción concebida vaga-mente o para alcanzar un nuevo es-tado u objetivo que no están cla-ramente formulados. Los líderespueden presentarse públicamentecon objetivos que son, en cierto sen-tido, sólo artificios para favorecerun fin más distante u oculto. Así, unlíder sindical puede convocar a unahuelga por mayores salarios y me-jores condiciones de trabajo y lossindicalistas pueden creer que éstasson las metas últimas. Sin embargo,el líder puede estar usando la huelgapara mejorar su posición vis-à-vis

otros líderes y/o funcionarios gu-bernamentales. Es verdad que lapolítica siempre tiene que ver conmetas, pero es útil reconocer quemeta no es un concepto unívoco yque lo aquí se requiere es que hayaun forcejeo por algo que está encompetencia. Esta competencia, sinembargo, debe ser de una clase par-ticular y, para explicarla, es necesa-rio mirar brevemente lo que se quieredecir con que sea del “tamaño delgrupo” (group-wide).

En nuestra sociedad se compitepor el dinero sobre la base del tama-ño del grupo, pero no deberíamosdecir que esta competencia es ne-cesariamente de carácter político.Lo que queremos decir aquí es quelas asignaciones políticas son aque-llas que requieren del consentimien-to de un grupo entero para que efec-tivamente se hagan. En este sentido,mientras cada individuo o unidadde una sociedad puedan estar com-pitiendo con los demás individuos ounidades por un bien económico,tal como el dinero, el resultado deestas competencias no requiere delconsentimiento de todo el grupo paraser efectivo. Sin embargo, la compe-tencia por títulos en, digamos, unasociedad del África Occidental nopuede decirse que se solucione amenos que todo el grupo consientaen la asignación de los títulos queresulten de la competencia. Así, paraque una asignación sea política por

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naturaleza, debe referirse a bienesescasos, la posesión de los cualesdepende del consentimiento delgrupo para su asignación.

Otro importante fin que es ca-racterístico de la política es lograracuerdos relativos a asuntos pú-blicos más que a asuntos privados.Para que los acuerdos sean públicosdeben referirse al grupo como untodo de una manera directa e inme-diata. Resolver una disputa entredos amigos —o entre marido ymujer— puede considerarse unarreglo público si su resolución (o laausencia de ella) afecta, por así de-cirlo, con una amenaza inmediata ocon un cisma que dividiría a todo elgrupo o realinearía a las faccionesque existen dentro de él. Algunosarreglos serán claramente públicos,otros serán privados y otros tendránuna difícil identificación inmedia-ta. En esta última categoría (pro-bablemente grande), podemos sus-traernos de la vaguedad adhiriéndo-nos a la doctrina de “por sus obraslos conoceréis”, considerando todoslos acuerdos como posiblementepolíticos hasta que las consecuen-cias de cada caso puedan estable-cerse mediante una investigacióndetallada. Si encontramos que un

arreglo o la ausencia del mismo tieneimplicaciones para un grupo comoun todo, lo llamaremos “político” auncuando su origen parezca no tenerconsecuencias para todo el grupo.

Es importante detenerse unmomento en la ausencia de arreglo

y sus implicaciones sobre lo quequeremos decir por política. La ac-tividad política se dedica algunasveces a la prevención de arreglos y ala subversión del marco institucionalmediante el cual se alcanzan dichosarreglos. En este tipo de situacionesno debemos fallar al notar que ungrupo, el de los “rebeldes”, busca al-

canzar una meta pública —a saber,el realineamiento de los recursos ymiembros de un grupo mayor con elcual se asociaron— y la actividadpolítica que este grupo lleva a cabo,como la hemos definido.

El significado de esta actividadpara la definición que se presenta esdoble. En primer lugar, debe quedarclaro que la política no consiste ex-clusivamente en actividades que fi-nalmente, o necesariamente, pro-muevan el bienestar y la existenciacontinua de un grupo constituido yorganizado en cualquier época enparticular. La actividad políticaincluye toda clase de búsqueda-de-metas-públicas, que pueden estarorientadas tanto al desarraigo delas estructuras existentes, los me-canismos y alineamientos, como asu preservación.

En segundo lugar, la considera-ción de actividad disyuntiva en po-lítica ofrece una oportunidad paraaclarar lo que se quiere decir pormetas y acuerdos que tienen conse-cuencias para un grupo. Un “grupo”no necesariamente es una sociedadentera, o incluso un segmento mayo-ritario de la misma; un número deindividuos puede unirse para recha-zar las metas y objetivos del grupomayor del cual formaban parte ori-ginalmente. Estos individuos pue-den constituir una facción (véase elartículo “Segmentary Factional Po-litical Systems” de Ralph N. Nicho-las*) o representar un interés es-pecial del grupo que dedica su ener-gía a inducir el conflicto —más quea promover acuerdos, con el ánimode desbaratar la organización delgrupo mayor y/o de cambiar el es-píritu básico de ese cuerpo. Talesactividades son claramente políti-cas, y el hecho de que la facción o ungrupo con intereses específicos uti-lice medios no institucionales para

conseguir sus fines (por ejemplo, laviolencia), no altera la naturalezapolítica de su conducta.

Una última gran característicade la política está implícita en lo quese acaba de decir: ella involucraalguna clase de enfoque de poder—empleando el término poder en susentido más amplio—. Este enfoqueno necesariamente implica la exis-tencia de una jerarquía permanen-te de poder, pero siempre involucrala existencia de conductas diferen-ciadas relacionadas con las metaspúblicas. Como es posible imaginar,las diferencias no pueden ser másque ciertos individuos anuncien lasmetas grupales que han sido con-juntamente decididas por todos losmiembros de un grupo, que parti-cipan en partes iguales; pudiera sertambién que unos pocos miembrosdefinan las metas grupales y quelos otros solamente lleven a cabo lasdecisiones. Siempre estará presenteuna diferencia.

Tenemos, por consiguiente, trescaracterísticas que deberían servirpara iniciar nuestra división del uni-verso de lo que es político y de lo queno lo es. El adjetivo “político”, comolo hemos definido ampliamente, seaplicará a cada cosa que sea almismo tiempo pública, orientadasegún metas definidas y que invo-lucre un poder diferenciado (en elsentido del control) entre los indivi-duos del grupo en cuestión.

Esta definición tentativa no nosresuelve la clase de problemas ilus-trados antes con el ejemplo de laceremonia religiosa. Una ceremoniareligiosa puede tener todas las ca-racterísticas propuestas: puede serpública (todos participan y estánrelacionados con ella), tiene metasdefinidas (cambian la relación delgrupo con el medio ambiente al ter-minar una sequía), y puede implicaruna posesión de poder diferencia-da (los expertos en rituales podríandecir a los otros qué hacer), peronosotros deberíamos mostrarnos

* Los autores de esta introducción se refieren, como en este caso, a los trabajos dellibro Political Anthropology. De aquí en adelante sólo se mencionarán título yautor de los artículos que ahí se publicaron. N. del E.

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renuentes a decir que la ceremoniaes, en esencia, una actividad política.

Una salida obvia a esta dificultadsería pasar por alto nuestro rechazoy declarar a la ceremonia como unaactividad política sobre la base,totalmente válida, de que podemosdefinir cosas en la manera en quequeramos, sin ningún temor de quenuestras definiciones sean falsas overdaderas. Pero es posible una so-lución más satisfactoria y deriva denuestra capacidad para observaruna actividad desde diferentespuntos de vista. Si miramos la ce-remonia religiosa desde el punto devista de los procesos mediante loscuales se determinan y llevan acabo las metas grupales (cómo sedecidió que se realizara una cere-monia, cómo se determinaron elmomento y el lugar de realización,cómo se obtuvieron las cosas em-pleadas durante la ceremonia, etcé-tera) y mediante los cuales el poderse adquiere diferenciadamente(cuáles expertos en rituales sonexitosos en decir a los “laicos” quéhacer, cómo estos expertos respal-dan su poder y cómo socavan al desus rivales, etcétera), entonces es-tamos estudiando política. Sin em-bargo, si miramos al ritual desde laperspectiva del camino que relacionaal grupo con lo sobrenatural y lamanera en que esta relación afectalas relaciones entre las partes in-tegrantes del grupo, entonces es-tamos estudiando religión —o, almenos, estamos estudiando algodistinto que la política.

El estudio de la política, entonces,es el estudio de los procesos impli-cados en la determinación e instru-mentación de las metas públicas yen el logro diferenciado y el uso delpoder por los miembros del gruporespecto de esas metas.

En lo que resta de esta intro-ducción, se dirá bastante acerca dela naturaleza de los procesos polí-ticos, así que, por el momento, serásuficiente con señalar que estos pro-

cesos son los elementos clave dela política. Desde la perspectiva de lapolítica los principales focos de inte-rés son procesos tales como el apoyoregulador, socavar el poder de losrivales, alcanzar metas y lograr a-cuerdos. Los grupos dentro de loscuales ocurren estos procesos sonimportantes porque constituyen el“campo” de la actividad política, peroesta actividad se mueve a través delas fronteras del grupo sin encontrarnecesariamente obstáculos, lo quees otra manera de decir que el campopolítico puede expandirse y con-traerse.

Lo importante aquí es que en lamedida en que la política es el estudiode cierto tipo de procesos, es esencialcentrar nuestra atención en esosprocesos más que en los grupos ocampos dentro de los cuales ocurren.Esto significa, por ejemplo, que unestudio político sigue el desarrollode los conflictos por el poder (o porla adquisición de respaldo para de-terminadas metas propuestas) dentrode cualesquiera grupos que con-duzcan los procesos —más que exa-minar a estos grupos como linajes,poblados o países para determinarqué procesos pudieran contener—.Concentrarnos en los grupos seríaacreditarlos con una totalidad y unacompletud que no se justifica, por-que la comprensión de lo que suce-de en la lucha por el liderazgo en unpoblado puede requerir un examende las raíces de la lucha en el contextonacional.

Para poner esto de otro modo, laantropología política ya no estudiamás exclusivamente —en términosestructural-funcionalistas— institu-ciones políticas de sociedades cícli-cas y repetitivas. Su unidad espacialno será por más tiempo la “sociedad”aislada, ésta tenderá a ser el “campo”político. Su unidad temporal ya noserá el “tiempo estructural”, sino sutiempo histórico. La unidad com-binada es un continuum espacio-temporal.

Un campo político no opera comomecanismo de reloj, con todas laspiezas juntas engranadas con pre-cisión mecánica. Es, más bien, uncampo de tensión, lleno de anta-gonistas inteligentes y determina-dos, solos y agrupados, que estánmotivados por la ambición, el al-truismo, el interés personal y por eldeseo del bien público, y quienes ensituaciones sucesivas están vincu-lados uno con otro a través del in-terés personal o del idealismo —yseparados u opuestos por los mis-mos motivos—. En cada punto deeste proceso tenemos que considerarcada unidad en términos de sus ob-jetivos independientes, y tambiéntenemos que considerar la situa-ción total en la cual sus accionesinterdependientes ocurren. Categó-ricamente esta independencia y suinterdependencia no son aquellasde las partes de una máquina o deun animal. La institucionalizaciónde relaciones políticas puede al-gunas veces engañar al observadorcon la aparente ilusión de un fenó-meno mecánico u orgánico, peroesto son meras analogías que nosocultan las más importantes cua-lidades del comportamiento político.Para entender tal comportamientotenemos que saber cómo piensan,sienten y desean las “unidades” po-líticas en relación con su compren-sión de estos asuntos que generany enfrentan. Como Parsons (1937) yEmmet (1958) han señalado el factorde intencionalidad es analíticamen-te crucial para el concepto de acciónpolítica.

III. Mencionar a Talcott Parsons nosrecuerda la impresionante con-tribución que han hecho al estudiode los procesos políticos los filósofossociales y sociólogos —Parsonsmismo y Durkheim, Weber, Bierstedty Bales— y los politólogos —talescomo Lasswell, Kaplan, Easton, M.Levy y Banfield— por nombrar sólo

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algunos. A pesar de que los antro-pólogos han tendido a ser extrema-damente recelosos de las teorías delos estudiosos de la filosofía política,como se ha mostrado en diferentesocasiones —desde las críticas en losSistemas políticos africanos (Fortesy Evans-Pritchard, 1940)2 hasta lospronunciamientos menos draconia-nos en publicaciones recientes—,nosotros consideramos que ahoraes el momento oportuno para el diá-logo, si no para el maridaje, entre laantropología y otras disciplinas re-lacionadas con la política compa-rativa.

De los sociólogos y politólogosesperamos obtener un paquete deherramientas conceptuales que, conalguna modificación, prueben suutilidad para los antropólogos almomento de examinar la conductapolítica en sociedades reales —peroeso no restringirá indebidamentepresupuestos sobre la naturalezade esta conducta—. Idealmente, losconceptos para analizar lo políticoserían igualmente aplicables ensociedades que no tienen unidadescentralizadas y/o permanentes parala toma de decisiones como en lassociedades que tienen este tipo deunidades; en sociedades donde elcambio es rápido y drástico, y enaquellas donde es lento y gradual;en sociedades donde la mayoría dela población tiene muchos valoresimportantes, motivaciones y rela-ciones en común, y en sociedadesdonde la población tiene poco encomún. En resumen, el objetivo espresentar aquí conceptos de aplica-ción general y que permitan el reco-nocimiento de la diversidad de lossistemas políticos.

Fuerza y coerción

En la mayoría de los escritos sobrecomportamiento político se ha diri-gido la atención al papel de la coer-ción en general y de la fuerza en par-ticular. Esto es comprensible en la

que las relaciones entre aquellosque aplican la fuerza, por un lado, yaquellos sobre los que se aplica, porel otro, pueden estar basadas total-mente en la fuerza, debe haber indu-dablemente relaciones dentro del

grupo donde se usa la fuerza, sus-tentadas en algo más.

Apoyo y legitimidad

Si por apoyo entendemos cualquiercosa que contribuya a la formula-ción y/o instrumentación de finespolíticos, podemos decir que a pesarde que la fuerza (la cual es unaforma de apoyo) puede jugar unpapel importante en los sistemaspolíticos, nunca podrá ser su únicomedio de apoyo. La fuerza es unmodo de apoyo que debe ser com-plementado con otros.

La legitimidad3 es un tipo de apo-yo que deriva no de la fuerza o de suamenaza sino de los valores —for-mulados, influídos y afectados porfines políticos— que tienen los indi-viduos. Evidentemente, en la medi-da en que las decisiones se tomanen una escala poco menor a la detodo el grupo, la legitimidad no estálimitada en su aplicabilidad al áreade la política. Sin embargo, aquí re-servaremos nuestra atención paralos usos de la legitimidad en un con-texto político.

La legitimidad deriva de valoresque proceden del establecimientode una conexión positiva entre laentidad o el proceso que tiene legi-timidad y tales valores. Puede esta-blecerse esta conexión de diferen-tes maneras (algunas de las cualesserán discutidas más adelante), peroen todos los casos incluye a un con-junto de expectativas en las mentesde quienes aceptan la legitimidad.Estas expectativas están en funciónde que la entidad o el proceso legíti-mos, bajo determinadas circunstan-cias, satisfagan ciertas obligacionesque deben cumplir quienes ven estocomo legítimo. Tales obligaciones

medida en que los más obvios e im-pactantes tipos de conducta políticaimplican el uso, o la amenaza, de lafuerza. Más aún, la noción de políticatiene que ver con decisiones queaplican a sociedades como un todo,lo que naturalmente conduce a des-tacar la oposición entre los interesesde los individuos con los del grupo.

A pesar de su innegable impor-tancia, la idea de que la fuerza es laúnica, o incluso la mayor, base delcomportamiento político enfrentadificultades insalvables. Estas difi-cultades surgen del hecho de que lafuerza es una técnica cruda y costo-sa para la instrumentación de de-cisiones. De manera más importan-te, la fuerza en sí misma tiene quedepender de relaciones interperso-nales que se basan en algo más quela fuerza. La crudeza y la inflexi-bilidad esencial de la fuerza fueronfascinantemente discutidas porTalcott Parsons (1963b: 240) en elcurso de su extenso análisis del pa-ralelismo entre política y economía(1963a y 1963b). Él comparó el papelde la fuerza en política con el del oroen el sistema monetario. Ambos sonmuy efectivos y pueden operar conun alto grado de independencia desus contextos institucionales, perola excesiva dependencia en ellosconduce a la rigidez y a una reduc-ción en el número y tipo de cosasque los sistemas pueden hacer. Unsistema monetario que descansafundamentalmente en el oro y ensus transacciones diarias sería pri-mitivo y torpe, y lo mismo podríadecirse de un sistema político quedepende principalmente de la fuerza.

El hecho de que la fuerza recaigaen relaciones basadas en algo másque en la fuerza ha sido señaladopor Goldhamer y Shils (1939: 178):cuanto más fuerza se use en un sis-tema mayor deberá ser el númerode personas necesarias para apli-carla —y mayor la dependencia dequienes emplean la fuerza respectode quienes la aplican. A pesar de

Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden

107

puede ser específicas (un jefe legí-timo hará que llueva cuando es ne-cesario) o generales (una corte legí-tima ofrecerá una decisión justa),pero es importante notar que ellasoperan como predicciones de lo queocurrirá en el futuro y no simple-mente como registros de lo que hasucedido en el pasado. La legitimidades un tipo de evaluación que imputauna conducta futura de un tipo es-perado y deseado (Parsons, 1963b:238).

La legitimidad y todos los otrostipos de apoyo pueden verse de lamanera más fructífera en conexióncon varios aspectos del proceso po-lítico, más que como aplicables asistemas totales. Esto es, en lugarde tratar de decidir qué clases deapoyo puede tener un sistema polí-tico completo, o si el sistema comoun todo es legítimo, puede lograr-se un mayor poder analítico dividien-do al sistema político en un núme-ro de aspectos o niveles y exami-nando por separado la presencia oausencia de legitimidad, fuerza yotros tipos de apoyo. Por supuestoque es necesario establecer empíri-camente los tipos de apoyo que sondecisivos para la acción política encada nivel.

David Easton (1957: 391-393;1959: 228-229) ha sugerido tres as-pectos de los sistemas políticos queson útiles en un análisis de estetipo. El primero de ellos es lo que élllama la comunidad política. Ésta esel grupo más grande dentro del cualpueden arreglarse las diferencias ypromoverse decisiones medianteacciones pacíficas. Es claro que lafuerza no puede ser un tipo impor-tante de apoyo para esta entidad y lalegitimidad, a menudo, pero no ne-cesariamente, será un elemento im-portante (esto es, expectativas dedeterminados acuerdos deseables einstrumentación de decisiones). Loque Easton llama la comunidad po-

lítica y lo que nosotros llamamos elcampo político son conceptos dis-

tintos. Un campo político puede ser

un término paralelo al de comunidad

política, puede contener dos o más

comunidades políticas con relacio-

nes de cooperación o conflicto, puede

involucrar a una comunidad políticay a grupos o individuos externos a la

comunidad, o puede no involucrar a

ninguna comunidad política.

Un segundo aspecto de Easton

es el régimen, que “consiste en todos

aquellos arreglos que regulan la ma-nera en que las demandas al inte-

rior del sistema se resuelven y el

modo en que las decisiones son lle-

vadas a efecto” (1957: 392). Easton

considera estos procedimientos

como las “reglas del juego” y como elcriterio para legitimar las acciones

de aquellos involucrados en el proce-

so político. Esto, sin embargo, parte

del punto de vista de la legitimidad

adoptado aquí. A pesar de que la

utilidad analítica de separar los pro-cedimientos para alcanzar e instru-

mentar las decisiones es conside-

rable, es importante anotar que estos

procedimientos pueden o no ser vistos

como legítimos. Así, parece más fruc-tífero ver a las “reglas del juego” o al

régimen como el estándar para la le-

galidad y dejar sin contestar la pre-

gunta de si el apoyo a las reglas o el

régimen derivan de la legitimidad o

de alguna otra fuente. Como produc-to de estas reglas, la legalidad depen-

derá del status de las reglas para su

propio status. En este sentido, en la

medida en que las reglas descansen

en la fuerza, la legalidad descansa-

rá en la fuerza, y en la medida en

que las reglas descansen en la legi-

timidad, la diferencia entre legalidad

y legitimidad disminuirá. M. G.

Smith ha puesto su atención en la

importante distinción entre legiti-

midad y legalidad, señalando que

mientras que “la ley circunscribe a

la legalidad, la legitimidad es a me-

nudo invocada para sancionar y

justificar acciones contrarias a las

leyes existentes” (1960: 20).

El último aspecto que apuntaEaston es el gobierno, y éste, desdesu punto de vista, incluye tanto afuncionarios políticos como a la or-ganización administrativa de la cualson parte. Para nuestros objetivoses preferible separar a los funcio-narios de la “organización”, y por lotanto al hablar de gobierno sólo nosreferiremos a series interconecta-das de status, cuyos roles están re-lacionados básicamente con la tomae instrumentación de decisiones po-líticas. A diferencia de una comu-nidad política y de un régimen, unasociedad no necesita tener un go-bierno, pues tomar e instrumentardecisiones puede ser (y a menudoasí es) algo difuso entre los status,cuyos roles incluyen muchos de-beres adicionales (y algunas vecesmás importantes que) a la toma einstrumentación de decisiones polí-ticas. Sin embargo, como en los dosniveles analíticos previos, cuandoun gobierno está presente puede ono tener a la legitimidad como unade sus principales fuentes de apoyo.El gobierno de un grupo será con-siderado legítimo cuando los miem-bros del grupo, su “público”, crean—a partir de su experiencia— que elgobierno producirá decisiones queestán de acuerdo con las expecta-tivas del público.

Status político,funcionarios y decisiones

Tres conceptos adicionales puedenser distinguidos útilmente con refe-rencia a los tipos de apoyo: el statuspolítico, los funcionarios y las deci-siones, ninguno de los cuales de-pende, para su existencia, de un go-bierno. Un status político, que esuna posición cuyo rol es principal-mente aquel de tomar y/o instru-mentar decisiones políticas, puedeo no ser parte de una red de statuspolíticos, pero en cualquier casopuede ser examinado por su legiti-midad u otro tipo de apoyos. De ma-nera similar, un funcionario político,

Antropología política: una introducción

108

a pesar de que debe ser el ocupantede un status político, puede o no serparte de una estructura guberna-mental; puede ser objeto de apoyode uno o varios tipos, independien-temente de que éstos correspondana su status. Por ejemplo, un funcio-nario puede ser considerado legítimoo ilegítimo independientemente dela legitimidad o ilegitimidad del go-bierno del cual es parte, aun si haytal estructura.

Una decisión es un pronuncia-miento que tiene que ver con metas,asignaciones o acuerdos que, en úl-tima instancia, se originan a partirde una entidad en el sistema político(aunque los miembros del grupo encuestión no identifiquen con preci-sión su origen). Sin embargo, el tipode apoyo, si lo hubiera, que recibe ladecisión puede ser o no el mismoque el apoyo acordado en el origende la decisión. Entre otras cosas,esto significa que la decisión puedeser legítima aun cuando no lo sea laentidad identificada como su origeny que la decisión puede ser ilegíti-ma aunque su fuente sea legítima.No hay duda de que el tipo de apoyodescubierto como operativo en unnivel de análisis no determina eltipo o tipos operativos en otro nivel.Por ejemplo, a pesar de que una co-munidad política y un régimen pue-dan ser legítimos, esto no aseguraríala legitimidad de un gobierno, o dealgún status político, funcionario odecisión en particular. Como diríaEaston: “El grado en el cual el apoyode un nivel depende del apoyo enotros niveles es siempre un asuntopara la investigación empírica”(1957: 393).

En la medida en que diferentestipos de apoyo pueden existir simul-táneamente en diferentes niveles deanálisis, diferentes tipos de apoyopueden operar en el mismo nivel endiferentes momentos (como veremosen la sección IV de esta introduc-ción). Esto es verdad para todos lostipos de apoyo, incluyendo la legi-

(“Bases for Political Compliance inBena Villages”) vemos que los jefesbena y los funcionarios ejecutivosde la aldea obtuvieron apoyo (legi-timidad) mediante su exitoso funcio-namiento como jueces. Sin embargo,ellos no empezaron su ejercicio conesta clase de apoyo, al menos nonecesariamente. Más bien, sus pri-meros días en funciones estuvieronrespaldados por extensiones de apo-yos personales de acuerdo con susstatus y gracias a apoyos derivadosdel hecho de que ellos eran desig-nados por el gobierno nacional. Enla ponencia de Victor W. Turner(“Ritual Aspects of Conflict Controlin African Micropolitics”) observa-mos cómo los demandantes de unimportante ritual político dirigieronsus reclamos en términos de dife-rentes criterios de legitimidad, detal manera que su competencia es almismo tiempo un proceso de pruebade validez actual de los criteriosrivales.

Un ejemplo particularmente in-teresante de la no permanencia deun tipo de apoyo dado lo ofrece Ro-nald Cohen en su ponencia “Power,Authority and Personel Success inIslam and Bornu”, sobre los kanuri.Los kanuri creen que el éxito o fra-caso de un individuo se debe a lacantidad de arziyi que posea; el ar-

ziyi es una parte del ser individualque ofrece la autolegitimación a losposeedores del poder. El hecho de

que ellos lleguen al poder prueba quetienen más arziyi que otros, perosu fracaso en el poder demuestraque su arziyi ha disminuido. Así, lacreencia en el arziyi y su variaciónentre y dentro de los individuospuede ser vista como un medio ins-titucionalizado para determinar quétan bien cubrirá, el detentador delpoder, las expectativas que los otrostienen de él. Cuando su arziyi espleno, él será capaz de hacer lo quese le pide, pero cuando no es tanabundante no podrá hacerlo. Eneste sentido, su capacidad para

timidad, la cual puede ser conside-rada, con justicia, como un atributode los fenómenos, relaciones y pro-cesos políticos particularmente es-tables. Por ejemplo, un funcionariopuede empezar su carrera políticamediante un ritual que sirva paraestablecer expectativas positivas enlas mentes de aquellos a quienes élafecta, así que, al principio de su ca-rrera en el poder, obtiene apoyo através de la legitimidad (un ejemplode esto puede verse en la discusiónde George K. Park sobre el rol delpríncipe Kinga, en su artículo “KingaPriests: The Politics of Pestilence”).Sin embargo, en el curso de la acti-vidad política, un funcionario puedefallar consistentemente en cubriresas expectativas y perder así la le-gitimidad obtenida mediante el ritualque efectuó al principio de su carre-ra. Si él va a continuar cumpliendocon sus deberes deberá tener apo-yos de otro tipo (u otros tipos); seamediante la fuerza, la ausencia dealternativas o algún otro tipo de apo-yo que se discutirá a continuación.

De la misma manera, la legiti-midad puede no estar asociada auna entidad política al principio desu carrera; pero, gracias a la satis-facción de expectativas, la entidadpuede adquirir legitimidad y de-pender de este tipo de apoyo másque (o incluso en lugar de) el tipo otipos con los cuales empezó. Así,en el artículo de Marc J. Swartz

Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden

109

obtener poder y para retenerlo es laprueba de su capacidad para hacerlo que se espera o lo que se esperaráde él.

Por todo lo que se ha dicho deberáquedar claro que, a pesar de que lalegitimidad es sólo uno de los ele-mentos de una clase de apoyo másamplia, es un elemento importante.Ahora debemos examinar si es fruc-tífero postular la existencia de lalegitimidad en todos los sistemaspolíticos.

Poder y legitimidad

Parsons (1963b) argumenta de ma-nera muy estimulante que deberíaentenderse que el poder descansaen la legitimidad. Para simplificaruna posición compleja y con muchasramificaciones, sostiene que el poderes la “capacidad generalizada paraasegurar el desempeño de obliga-ciones ineludibles —donde, en casosrecalcitrantes, hay una presunciónde coacción por... sanciones nega-tivas” (p. 237). A pesar del lugar queocupan las sanciones negativas (re-gresaremos a ellas en un momento),la esencia de la posición de Parsonses vista desde su consideración deque el ejercicio del poder es una in-teracción, en la cual el detentadordel poder logra obediencia, con unadecisión relativa a las metas gru-pales, a cambio de la comprensiónde que la entidad obediente estáautorizada a invocar ciertas obliga-ciones en el futuro. En otras pala-bras, la obediencia hacia el líderestá condicionada a su ejercicio(tácito o explícito) para posterior-mente actuar en reciprocidad conacciones benéficas.

En este contexto, el poder es unmedio simbólico cuyo funciona-miento no depende originalmentede su efectividad intrínseca sino delas expectativas que su empleo ge-nera en aquellos que lo acatan. Entrelos bena, como lo describió Swartz,el poder de los funcionarios del

pueblo depende de las expectativasde los pobladores respecto a que losfuncionarios serán exitosos en elarreglo de las disputas. En virtud deque el poder es simbólico, es unmedio generalizado que opera in-dependientemente de circunstan-cias, sanciones, situaciones o indi-viduos particulares. En consecuen-cia, proponemos llamar al poderpoder consensual, para distinguirlodel poder basado en la coerción. Enel sentido en que usaremos aquí eltérmino, el poder puede considerar-se como el aspecto dinámico de lalegitimidad, una legitimidad quela acción social pone a prueba.

La obediencia basada en el poderconsensual es motivada por la creen-cia (la cual sólo puede ser vaga-mente formulada) de que en algúnmomento en el futuro el funcionario,la agencia, el gobierno, etcétera, aquienes obedecen los individuos,satisfacerán sus expectativas de ma-nera positiva. Esta obediencia puededarse con directrices o regulacionesque no son compatibles (por ejemplo,con trabajos forzados) y cuando haypocas o ninguna probabilidad deuna respuesta directa a la obedien-cia de las órdenes o regulaciones.Sin embargo, si el poder consensualestá presente como un atributo delorigen de las órdenes, la obedienciaresultará de la creencia de que, tardeo temprano, en su operación gene-ral, el funcionario, la agencia o elgobierno cumplirán los resultadosdeseados o continuarán mantenien-do algún estado de cosas deseado.Así, el trabajo forzado no debe versepor los trabajadores como productode algún resultado deseado, pero elfuncionario que lo ordene debe apa-recer como alguien que hace algoque se desea. En la medida en que laobediencia basada en el poder con-sensual está divorciada de la de-pendencia inmediata o de la gratifi-cación, el poder consensual permitemayor flexibilidad que las demandasbasadas en otro tipo de apoyos.

Puede haber poco o incluso nohaber poder consensual en un de-terminado sistema, o puede tambiéntener mucha importancia, pero lacantidad de poder consensual pre-sente determinará la flexibilidad delsistema con respecto a su capaci-dad para hacer e instrumentar de-cisiones en situaciones que son di-ferentes de aquellas previamentedadas. Esta flexibilidad es, en parte,resultado del elemento de legitimi-dad en el poder consensual que lolibera de la dependencia de sancio-nes particulares, y en parte es elresultado de estar libre de recom-pensas particulares y concretas.4

Esto no quiere decir que los sis-temas no puedan operar sin legiti-midad (nada más lejos de la verdades decir que cualquier sistema estábasado completamente en la legi-timidad), pero sí que cuando la le-gitimidad en la imposición de obli-gaciones disminuye, la obsequio-sidad del sistema también lo hace.Parsons (1963b: 238) explica estocomo sigue:

...cuestionar la legitimidad de la

posesión y uso del poder conduce a

la recurrencia progresiva de medios

más “seguros” para conseguir la

obediencia. Éstos deben ser pro-

gresivamente más efectivos “in-

trínsecamente”, de aquí que se

adapten más a situaciones particu-

lares... y menos generales. Adicio-

nalmente, en la medida en que ellos

son intrínsecamente efectivos, la

legitimidad se vuelve un factor de

su efectividad progresivamente

menos importante... al final de esta

serie viene la recurrencia a diversos

tipos de coerción y eventualmente

al uso de la fuerza como el medio

más intrínsecamente efectivo de

todos los medios de coerción.

Debería anotarse que el elemen-to de legitimidad en un poder con-sensual tiene implicaciones paralas dos partes de la interacción que

Antropología política: una introducción

110

supone esta clase de poder. En otraspalabras, el poder tiene, en estesentido, dos lados. Involucra la obe-diencia de aquellos sobre los que seejerce; pero también implica al poderde quien lo ejerce en los valores quecomparte con el objeto de poder, va-lores que tomarán la forma de ex-pectativas de aquellos quienes obe-decen al poderoso. Así, la conexióncon el sistema de valores que da alos usuarios del poder la única ven-taja de la flexibilidad también da alos objetos de poder la ventaja de sercapaces de invocar sus legítimas ex-pectativas. Esto no debería colocar-se sobre una base regular, por eso lalegitimidad del poder consensual esreducida y la flexibilidad del siste-ma socavada. En tal situación, elsistema podría seguir operando, perola obediencia se obtendría princi-palmente a través de una apelacióna la coerción que sirve como la “base”del sistema de poder —pero cuyouso extensivo, en la analogía de Par-sons, equivaldría a sustituir el oroque está en la base del sistema mo-netario por el simbólico papel mo-neda, que no tiene valor intrínseco.

En otras palabras, un sistemapolítico, en ausencia de legitimidadextensa, es un instrumento extrema-damente crudo para alcanzar metasgrupales, acuerdos y asignacionesporque no tiene una “capacidad ge-neralizada para asegurar su desem-peño”. Indudablemente, si un siste-ma político pierde toda la legitimidadno es análogo a un sistema mone-tario primitivo basado en el valorintrínseco de la mercancía (tal comoel oro, el cual, a pesar de estar enbruto, tiene alguna utilidad gene-ral en el intercambio), sino a unsistema de trueque con todas las li-mitaciones que conlleva.

La respuesta a la pregunta de sidebe pensarse que todos los sistemaspolíticos incluyen la legitimidad esclaramente contingente. Si un sis-tema puede alcanzar sus metas gru-pales a partir del trueque, intercam-

biando (finalmente) fuerza por obe-diencia, no hay ninguna razón paraasumir que tal sistema debe con-tener legitimidad en la forma de unpoder político —en el sentido en quehemos definido aquí ese término—,a pesar de que la legitimidad puedeestar presente en algún otro foco.Entre los kuikuru (descritos porGertrude E. Dole en su ponencia“Anarchy without Chaos: Alterna-tives to Political Authority amongthe Kuikuru”) el único lugar obviopara el poder consensual es el status

del shaman. Sin embargo, en supapel de agente de control social, elshaman sirve para ejercer coerciónsobre los disidentes, enfocando laopinión del grupo y la consecuentemovilización de fuerza contra ellos.Obviamente no estamos hablandoaquí de poder consensual en el sen-tido en que estamos empleando elconcepto, sino más bien de un “true-que”, en el cual la conformidad esintercambiada por la libertad a partirdel daño físico. Este tipo de procesosencaja dentro de nuestro punto devista de la conducta política porqueinvolucra decisiones (en este casoacuerdos) que afectan al grupo comoun todo; pero no hay evidencia queindique que esto traiga consigo laimposición de obligaciones a travésde la legitimidad.

Podría argumentarse, sin embar-go, que hay legitimidad en la políti-ca kuikuru al nivel de la comuni-dad política. Esto es, aun cuandolos procesos por los cuales se alcan-zan los acuerdos no estén basadosen la legitimidad la comunidad polí-tica sí lo está —en el sentido de quelos miembros del grupo lo creen así,por cualesquier medios, sus expec-tativas relativas al arreglo de dispu-tas serán, al menos algunas veces,resueltas dentro de los límites delgrupo.

Lo importante aquí es que el tipode apoyo en un nivel no necesaria-mente depende del tipo de apoyo enotro. El hecho de que una comunidad

política sea apoyada por ser legítimano significa que los medios paraobtener la obediencia dentro de esacomunidad sean necesariamentelegítimos. Una consecuencia inte-resante de adoptar el punto de vistade que los tipos de apoyo encontra-dos en varios niveles son analíti-camente independientes se apreciaen la relación entre el régimen (las“reglas del juego”) y el poder.

El código de autoridad

Reiteramos que el poder consensual,e indudablemente el poder en todoslos sentidos en que puede pensarse,es la capacidad de asegurar la obe-diencia con las decisiones ineludi-bles. Estará claro, por lo tanto, quesi hay más de un poder localizadoen un sistema, la ausencia de unsistema de prioridades entre lasobligaciones puede conducir al caos.Esto será la consecuencia de uncompromiso simultáneo del grupohacia diferentes y, posiblementeconflictivas, obligaciones (Parsons,1963b: 246). Esto puede ademásser contemplado como la misma si-tuación que puede resultar si sólohay un poder localizado, si tal lugares el origen de más de unas cuantasdecisiones y si no hay un sistemapor el cual se asignen prioridades.Cuando se requiere, este sistemade prioridades puede establecersemediante una jerarquía de poder.Tal jerarquía puede pensarse entérminos de una asignación diferen-cial [de derechos para usar y adqui-rir poder] a status particulares en elgrupo. Este sistema de asignaciónserá llamado el código de autoridad,

y los derechos asignados por él seránllamados autoridad.

El código de autoridad es unaparte crucial de lo que se ha llamadoel régimen y, en un régimen basadoen la legitimidad, este código seráapoyado normalmente por unaconexión directa con el sistema devalores; por ejemplo, el derecho di-

Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden

111

vino de los reyes que establece unaconexión entre un código de autori-dad y un conjunto de valores respal-dados sobrenaturalmente. En el ar-tículo de John Middleton (“TheResolution of Conflict among theLugbara of Uganda”) sobre la re-solución del conflicto entre los lug-bara, por ejemplo, es obvio que labase sobrenatural del poder con-sensual le otorga legitimidad. Másque esto, la asignación de este podera los individuos tiene su legitimidadsin ambigüedades señaladas en laenfermedad traída por fantasmasancestrales de aquellos quienesdesafiaron al detentador del poder.Los ancianos que invocan la muertepunitiva son aquellos capaces demostrar que están en buenos tér-minos con el origen ancestral de lalegitimidad y pueden funcionar comofuentes legítimas de poder consen-sual. De un modo sugerente, la po-sibilidad de reclamar que la enfer-medad fue el resultado de brujeríamás que de la invocación a los es-píritus muestra uno de los artificiosde los lugbara para atacar o im-pugnar el reclamo de legitimidad delos ancianos.

En la sección IV, en donde se re-fuerzan estos conceptos con análisisde etapas de desarrollos políticos,se indica cómo diferentes tipos deapoyo son manipulados, por partesinteresadas, en luchas de seccioneso facciones por posiciones de podery autoridad, y que una parte impor-tante de esta manipulación es el es-fuerzo por establecer la legitimidadde los propios fines y medios y venceraquellos de los oponentes. Sin em-bargo, el código de autoridad no ne-cesita estar directamente apoyadopor valores comunes, aun cuandolas obligaciones impuestas porquienes tienen el poder conforme alcódigo estén respaldados de estamanera. Para poner esto en otraspalabras, no hay ninguna razón ana-lítica para concebir a la autoridad, oal proceso bajo el cual se asigna ésta

a los status, como necesariamentelegítimas, aun cuando el poder quederiva de tal autoridad pueda serlegítimo.

Hemos sostenido que es fructífe-ro pensar a la legitimidad como unabase importante del poder, que per-mite diferenciar al poder así basa-do de los medios menos adaptablespara obtener obediencia. Este argu-mento no se aplica a la asignaciónde poder a los status. Por lo menosanalíticamente, no hay ningunarazón por la cual la asignación delpoder a los status basados en lafuerza no deberían funcionar tanbien como las asignaciones que sebasan en valores. El requerimientode una jerarquía de obligaciones seencontraría de cualquier modo en lamedida en que el poder estuvieradiferencialmente asignado, y éste esel asunto crucial en los códigos deautoridad. Empíricamente podríaresolverse que si el código de auto-ridad no se basa en la legitimidad, laautoridad lo distribuiría entre losstatus; en la misma medida en quedebería ser menos probable operara través del intercambio de obedien-cia por el derecho a imponer obliga-ciones para fechas posteriores (poder

consensual); pero no existe ningunarazón analítica para asumir que éstesea el caso. Si, por ejemplo, un go-bierno colonial asigna derechos paraimponer diferentes obligaciones adiversos status y estas asignacionesestán apoyadas sólo por la fuerzasuperior de los colonizadores, nohay razón a priori para creer que losfuncionarios que ocupan los status

asignados no puedan lograr la obe-diencia con las obligaciones que seles asignan a través del poder con-sensual, como se usa el término enesta sección, en lugar de mediantela sola fuerza.

El otro lado de este argumento esque, por supuesto, aun a pesar deque el código de autoridad esté res-paldado por sus conexiones con elsistema de valores, no se justifica

asumir que su derecho para imponerobligaciones necesite ser ejercido através de cualquier otra cosa que eluso directo de (o la amenaza o laposibilidad del uso de) la fuerza.Indudablemente, como veremos enla presentación de Cohen del casode los kuikuru, esto es precisamentelo que sucede a menudo.

Para sintetizar esta parte de ladiscusión podemos definir, de ma-nera útil, al poder como algo queincluye a la legitimidad; éste es unode los medios para obtener obe-diencia con obligaciones y su prin-cipal diferencia con otros medios esque permite una mayor flexibilidad.El poder, empleado en este sentido,se refiere al poder consensual. Laautoridad es el derecho a usar y ad-quirir poder investido de un status

gracias a un procedimiento basadoen el código de autoridad (el cual esparte del régimen). Un código de au-toridad, y la autoridad resultante desu aplicación, puede o no estar ba-sado en la legitimidad, pero funcio-narán para disponer el poder queestá presente en una jerarquía.Hasta donde es posible hacer esto,un sistema funcionará con conflic-tos de obligaciones e intereses mí-nimos. Sin embargo, debe enten-derse que la mayoría de los sistemascontienen poder no asignado, tantoen su sentido limitado (definidoaquí), como en uno más amplio (de-finido como la capacidad de hacer loque uno quiere, con o sin el consen-timiento de los objetos de poder).

Nuestro énfasis en la indepen-dencia analítica de los tipos de apoyoen varios focos no debería ser mal-interpretada para significar queestamos postulando una indepen-dencia empírica. Con referencia alos tipos de relaciones que existenentre las diferentes fuentes de apoyoen sistemas determinados puedendescubrirse importantes regula-ridades empíricas. Por ejemplo, ladiscusión sobre el poder será másclara si el poder consensual opera

Antropología política: una introducción

112

de manera efectiva, los objetos deese poder podrán confiar que sus de-tentadores cumplirán con sus obli-gaciones. Este estado sicológico bienpodría ser destruido si los derechosa usar y adquirir poder estuvieranasignados sobre la base de que noestuvieran de acuerdo con los valoresy normas generales. En un sistemapolítico altamente complejo, pare-ciera particularmente probable queéste sería el caso, pero tal cosa sólopuede establecerse mediante inves-tigación empírica. Analíticamente,no hay razón para adoptar un puntode vista que sostenga una corres-pondencia necesaria entre estos dosniveles de análisis —o, sin duda,entre alguno de los niveles de análisisy de la relación de sus fuentes deapoyo.

Introducción y manteni-miento de diferentes tiposde apoyo

En esta medida, nuestra discusiónsobre el apoyo, la legitimidad, elpoder y la autoridad se ha centradoprincipalmente en las obligacionesy en la manera en la cual se obtienela obediencia. La discusión está su-ficientemente avanzada para pro-yectarla hacia dos preguntas rela-cionadas: 1) ¿cómo se introduce ymantiene el apoyo dentro de los sis-temas políticos? y 2) ¿cómo clasifi-caremos y conceptualizaremos dife-rentes tipos de apoyos?

Las demandas, en el sentido enque aquí se emplea el término, sonlos deseos de los miembros de unacomunidad política que toma deci-siones políticas de un tipo particu-lar, las cuales conciernen, en últimainstancia, a toda la comunidad. Lasdemandas pueden ser hechas por in-dividuos o por combinaciones deindividuos, pero en todos los casosel sujeto o sujetos de las demandasserán considerados por quienestoman las decisiones como los obje-tos apropiados para la acción po-

lítica. Este último requisito de la de-finición deriva del hecho de que lasdemandas pueden ser plantea-mientos articulados o mensajes quepresentan quienes tienen status conautoridad (Easton, 1965: 120), perotambién pueden ser estados de áni-mo difusa y vagamente concebidosque sólo se comunican indirecta-mente. En el último caso, es nece-sario distinguir las demandas deaquellos deseos no políticos, a pesarde que debería anotarse que undeseo es una demanda en tanto queuna acción que no sea políticatambién se piense como apropiada.Así, cuando el deseo de un grupo depobladores para usar los recursosdel pueblo en la construcción de unpuente se formula en una junta y sepresenta a los funcionarios indi-cados a través de un vocero electo,se trata de una demanda —comotambién lo es el deseo vagamenteconcebido y formulado de que losrobos se prevengan o castiguen—.Esto último será considerado comouna demanda en la medida en quequienes tengan el deseo crean quela acción política es un medio apro-piado para enfrentar a los robos.Esto puede operar como una de-manda a través de la insatisfacciónrespecto de funcionarios, gentes constatus y/o con gobiernos que fallanen el control de los robos e, imagi-nariamente, esto podría convertirseen una fuente importante de insa-tisfacción (con el consecuente retirodel apoyo), aún sin haberse formu-lado claramente.

Obviamente, una manera de traerapoyo hacia un sistema político essatisfacer las demandas de su pú-blico. Hemos visto que un funcio-nario puede alcanzar la legitimidadgracias a la satisfacción consistentede demandas de sus “electores”, ypuede así operar a través del uso depoder consensual en lugar de mediosmenos flexibles. Sin embargo —sinconsiderar, por el momento, el tipode apoyo obtenido de este modo—

parece enteramente probable queun sistema que satisface consisten-temente todas las demandas deaquellos involucrados sea fuerte-mente apoyado; pero también esprobable que ningún sistema puedaresolver las demandas de “toda lagente, todo el tiempo”, puesto quelas cosas deseadas en todas las so-ciedades son, necesariamente, es-casas y los deseos pueden generarconflictos. Los sistemas políticos di-fieren notablemente tanto en el tipo(incluyendo su alcance) y en el nú-mero de demandas que contienenen un momento particular, pero sonsimilares en que —al menos ocasio-nalmente— no pueden satisfaceralgunas de las demandas.

Si los sistemas políticos van asobrevivir deben ser capaces decampear la insatisfacción que puederesultar de las demandas no satis-fechas. Una manera de hacer estoes hacer extensivo el uso de la fuerza,el cual, a pesar de las limitacionesque hemos notado, puede ser unmedio satisfactorio para enfrentar,en algunas circunstancias, la deso-bediencia. Otras técnicas de sobre-vivencia incluyen, por supuesto, ladiplomacia, la intriga, la manipu-lación de grupos de interés, el divide

y vencerás, y otros mecanismos queserán discutidos a continuación.Otro medio para garantizar la sobre-vivencia es tener por lo menos algunode los aspectos del sistema políticofirmemente fundado en el sistemade valores; esto es, darle bases legí-timas. Si los funcionarios, las per-sonas con status, etcétera, son le-gítimos están en posición de llevar acabo sus decisiones a través del usodel poder consensual, y así, auncuando no satisfagan una deman-da particular en un momento espe-cífico, se asumirá que, eventualmen-te, lo harán. Cuánto pueda tardareste retraso en la satisfacción de lademanda antes de que la legitimidadsea socavada es un asunto empíri-co que se resolverá en sociedades

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mos hablando de influencia (Par-sons, 1963a: 38, 48).

Es totalmente posible que selleven a cabo decisiones políticasexclusivamente por la persuasión;así los funcionarios pueden, consus decisiones, obtener obedienciasin usar el poder ni en su forma con-sensual ni en su forma coercitiva.Cuando esto sucede por el solo em-pleo de la influencia, ninguna de lastécnicas para obtener obedienciaque hemos discutido con amplitudestán involucradas. Por liderazgo

Parsons (ibid: 53) se refiere a la ob-tención de la obediencia mediantela influencia. En el liderazgo se llevana cabo decisiones y se gana apoyodifundiendo la convicción de quelas decisiones y el apoyo están deacuerdo con los mejores interesesde aquellos demandantes que obe-decen las decisiones y brindan elapoyo.

Sin entrar en la elaborada dis-cusión de Parsons sobre el conceptode influencia, vale la pena destacarque él la ve como distinta de, pero amenudo implicada en, el poder. Estoes particularmente importante paranuestros propósitos teóricos, ya quetal influencia puede emplearse paraaumentar la cantidad de poder con-sensual en un sistema político au-mentando su rango de acción. Porejemplo, personas con posicionesde autoridad tratan de convencer asus electores de que sería una “cosabuena” para ellos hacer más de-mandas al sistema político; enton-ces, mediante la resolución de esasdemandas en una medida suficien-temente confiable, se estableceránnuevas o adicionales bases de le-gitimidad —y, en consecuencia, depoder consensual—. Los intentosde muchos nuevos Estados-naciónpor erradicar el tribalismo y las fun-ciones tribales tales como la resolu-ción de disputas pueden verse comointentos para incrementar el poderconsensual del gobierno nacional ysus funcionarios mediante el proceso

particulares, pero si se puede man-tener la legitimidad a pesar de que elsistema político sea incapaz decumplir las demandas políticas, laausencia de otros tipos de apoyo norepresentará problemas serios. Estoestá relacionado con otro medio: laconstrucción de una reserva de

apoyo (Easton, 1960: 122) mediantela cual previamente se satisfacendemandas. En términos más colo-quiales, el recuerdo de demandassatisfechas en el pasado puedeamortiguar el impacto de resenti-miento causado por demandas ac-tuales no satisfechas.

Persuasión e influencia

A pesar de que existan demandasinsatisfechas hay otro medio paraobtener obediencia con decisiones:la persuasión. La persuasión puedeimplicar obediencia provocandocambios en las creencias y en lasactitudes. Un ejemplo obvio de cómopuede funcionar esto es mediante

la conducción de un grupo hacia lacreencia de que sus demandas nopueden ser, “por el momento”, satis-fechas, o de que “realmente” ellos noquieren lo que originalmente pen-saron que querían.

La persuasión puede funcionarmediante la inducción (“Si ustedescontinúan con esta decisión yo veréque todos obtengan 40 acres y unamula”), mediante la amenaza, y me-diante el señalamiento de que ladesobediencia es una violación decompromisos (“Cuando logramosla Independencia todos estuvimosde acuerdo en trabajar por el bien denuestro país, pero ahora ustedesdicen que no quieren cooperar”).También puede operar sobre la basede que los individuos o grupos seanpersuadidos de que comportarse dedeterminada manera es una “cosabuena” para ellos. Si el proceso estábasado exclusivamente en una ape-lación que sea independiente de lasinducciones, de la amenaza y de laactivación de los compromisos, esta-

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señalado hace un momento. Un me-canismo empleado para tal finalidades dirigir propaganda para convencera los ciudadanos de que sería mejorpara ellos si las funciones políticasque aprueban y desean fueran eje-cutadas dentro de la comunidad po-lítica nacional y no dentro de la co-munidad política tribal.

Evidentemente que la influenciano es la única manera en que puedeaumentarse el ámbito de compe-tencia de un sistema político, puescualquier cosa que genere nuevasfunciones dentro del sistema políticoaumenta, por ello, su campo deacción. Sin embargo, aumentar elámbito de competencia de un sis-tema político y sumarlo a sus basesde poder consensual es una tareamás difícil. Hacer esto por otrosmedios que no sean la influencia(por ejemplo aumentando el campode acción del gobierno nacional eli-minando las funciones tribales me-diante coerción) es difícil, al menosinicialmente. Esta dificultad resultadel hecho de que el poder consensualse basa en la legitimidad y, ademásdel uso de la influencia, no es fácilaumentar el rango de expectativaspositivas (que forman la base de lalegitimidad) sin convencer al públi-co de que este aumento es una “cosabuena” para ellos. Como se ha se-ñalado repetidamente, es posiblefuncionar sobre la base de técnicasde obediencia-recompensa queestán divorciadas de la legitimidad,pero hacer esto significa disminuirla flexibilidad y eficiencia de unsistema. Cuando se gana un mayorcampo de acción gracias a la in-fluencia, las decisiones que se tomanen las nuevas áreas de operaciónserán apoyadas necesariamente porla legitimidad, ya que, por definición,se habrá mostrado a los afectadospor las decisiones tomadas en unsistema remodelado, que son una“cosa buena” para ellos.

El mismo argumento básico pre-valece con respecto al empleo de la

influencia para prevenir la insatis-facción de demandas emergentes oincumplidas. Si, por ejemplo, se in-duce a los insatisfechos a creer quede hecho la decisión fue buena paraellos —aun cuando sientan que setomó una decisión que descuidabasus demandas—, no sólo se manten-drá el respaldo general al sistemasino que tampoco se pondrá en dudasu legitimidad. Esta gente tambiénpodría ser sobornada o coercionadapara mantener manifestaciones deapoyo al menos hacia el exterior,pero el uso efectivo de la influenciaconservaría su evaluación positivadel sistema (o, por lo menos, de al-gunas partes del sistema).

Antes de emprender un examenmás sistemático del concepto deapoyo es oportuno tomarse un mo-mento para revisar los puntos bá-sicos inherentes al hecho de ganarobediencia. Hemos presentado tresdiferentes técnicas que podemos dis-tinguir de acuerdo con los factoresque les dan sustento. La primeratécnica es la fuerza y la coerción, y elsustento de esta técnica está en suefectividad intrínseca. En otras pa-labras, este sistema requiere menoscomplejidad en los valores y expec-tativas compartidos que los otrosdos; depende, en cambio, de una li-mitación o reducción de opciones,así que, con el último recurso (el dela fuerza), la elección de quienes vana obedecer se da entre sufrir mo-lestias físicas y la conformidad o elconsentimiento. A la segunda técni-ca para obtener obediencia la hemosllamado poder consensual, y su efec-tividad depende de la legitimidad.La obediencia se intercambia por lacomprensión de que, en algún mo-mento futuro, quienes obedecen ob-tendrán decisiones favorables de losdetentadores del poder. La terceragran técnica es la persuasión, y des-cansa en el convencimiento entrequienes obedecen de que el mejorrumbo a seguir es el que se les hapropuesto. Una forma de persua-

sión, la influencia, implica conducira aquellos que obedecen hacia lacreencia de que el rumbo que se lespropuso es, genuinamente, para subeneficio. La influencia está ínti-mamente relacionada con la legi-timidad, pero es otra forma de per-suasión que se basa en amenazas ysobornos y, como la primera técnica,depende de su efectividad intrínsecamás que de valores compartidos.

Tipos de apoyo

El apoyo, debe recordarse, se definióaquí como cualquier cosa que con-tribuye a la formulación y/o instru-mentación de fines políticos. Se tratade un concepto muy amplio quesería útil dividir en dos tipos. Lasimple división que presentamosparte de la comprensión de que unaacción particular o una secuenciade interacciones puede clasificar-se de acuerdo a más de un rubro. Elprincipal objetivo de la clasificaciónes indicar lo que se quiere decir por“cualquier cosa que contribuya”, yla división sugerida servirá para or-ganizar la discusión de los diversosmedios que pueden atraer apoyohacia el sistema político. Los pro-cesos discutidos en cada categoríano pretenden ser exhaustivos sinomeramente indicativos.Apoyo directo: Este apoyo está di-rectamente relacionado con algúnaspecto del proceso político en cual-quier nivel; no está mediado poruna entidad o proceso adicional.

El tipo de apoyo más “primitivo”es aquel que se da a una decisiónpor su propia causa. La resoluciónde la demanda conduce aquí a unaevaluación positiva de la decisión,que implica la plena satisfaccióndel deseo contenido en la demanda.Este apoyo no necesariamente con-duce a un tipo de apoyo más generaly, cuando lo hace, el apoyo adicionalpertenece a la siguiente categoría.

Un funcionario puede adquirirapoyo directo en respuesta a la

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decisión o serie de decisiones quetoma. Tal respaldo puede ser unmuy limitado quid pro quo o unacontribución a su evaluación posi-tiva, es decir, a su legitimidad. Siuna decisión particular genera apoyodirecto a quien la tomó, a la posi-ción que ocupa, al gobierno o al ré-gimen que representa, o incluso a lacomunidad política de la que esparte, es un asunto empírico quedebe establecerse en cada caso. Elapoyo no necesita estar relacionadodirectamente a un lugar único a lavez y no necesita estar directamentevinculado con más de uno.

El apoyo directo no requiere sur-gir de una única forma de resoluciónde demandas. Puede resultar de laidentificación, en un sentido sico-lógico o en un sentido de identidadde intereses percibidos, y este pro-ceso puede estar vinculado a uno, avarios o a todos los niveles analíticos.Lo mismo es cierto para la legiti-midad, que puede estar en cualquierparte, pero para que entre dentro deesta categoría debe resultar directa-mente de una evaluación positivadel lugar en cuestión. Considerarun status o un gobierno como legíti-mos porque sus ocupantes cumplenlas expectativas de uno sólo se con-sidera apoyo directo si los funcio-narios son positivamente evaluados,a pesar de que esto pudiera conducira ver otros niveles como legítimos.

Finalmente, la coerción puedeser la fuente de apoyo directo, gene-rando obediencia con una decisiónmediante el miedo a las conse-cuencias de la desobediencia o me-diante la eliminación de alternativasefectivas para obedecer. La coerción,como las otras bases para el apoyodirecto, puede ser efectiva en todoslos niveles. Quizás lo más fácil seapensarla como un mecanismo queofrezca apoyo directo a las decisioneso a los funcionarios, pero no hayninguna razón por la que este apoyono pueda resultar de un acto deimpotencia a la luz del poder de las

autoridades o del miedo a los pro-cesos de la ley (del régimen) —y asívincularse directamente a esos lu-gares.Apoyo indirecto. En esta categoría elapoyo está mediado por una enti-dad interventora, por un proceso opor cierta cantidad de ambos. Encambio este componente de inter-vención está unido al sistema políti-co en uno o varios niveles. La cate-goría de apoyo indirecto es muy in-clusiva e, indudablemente, abarcacomportamientos que, algunasveces, impiden la entrada a revi-siones ortodoxas de la política.

Las clases más evidentes deapoyo indirecto son aquellas que re-sultan de apoyos directos. Se puededar apoyo a una decisión y estogenerará apoyo al funcionario quetomó la decisión, al status que tiene,etcétera. Como hemos señalado,pueden ser apoyos directos, otorga-dos simultáneamente, aunque nonecesariamente sea así. Las perso-nas pueden hacer explícito su apoyo,esto es, se apoya a un líder por lasdecisiones que toma, lo que es muydiferente de dar un apoyo directo aambos (a la decisión y al líder),porque, por ejemplo, ambos satis-facen los valores individuales.

Los apoyos indirectos puedenresultar de compromisos en proce-sos y grupos no políticos. Por ejem-plo, la pertenencia a un grupo nopolítico puede inducir a una personaa apoyar decisiones o a políticos, et-cétera, con la intención de mantenersu posición en ese grupo, y lo mismoes verdad para subgrupos (linajes,por ejemplo) en sus relaciones congrupos más inclusivos (vg. la tribu).

Una fuente de apoyo indirectorelacionada, pero quizás menos fre-cuentemente considerada, es unaespecie de apoyo negativo. Aquí elcompromiso en un proceso que ge-nera un grupo no político conducea demandas, y de aquí que (bajodeterminadas circunstancias) denapoyos al sistema político. Por ejem-

plo, pueden surgir acusaciones debrujería dentro de un grupo no polí-tico, un vecindario o dentro de ungrupo de parentesco, y de ahí surgi-rá un deseo de arreglo por parte dealgunos miembros. Si dicho arreglose obtiene sólo mediante la acciónpolítica, tanto el proceso detrás delas acusaciones de brujería, como laausencia de un procedimiento paralograr un acuerdo dentro de ungrupo no político, ofrecen apoyo in-directo a diversos niveles del sistemapolítico. Este apoyo puede darsesólo al funcionario que consigue elarreglo, pero, simultáneamente, es-tará muy relacionado con su status,el régimen y la comunidad política.

Otra fuente importante de apoyoindirecto deriva de significados yemociones que están asociados conritos y símbolos. Los sentimientos ycreencias despertados pueden aso-ciarse con diversos niveles del sis-tema político y pueden causarlesuna evaluación positiva. De maneraclara, los valores y normas pueden,ellos mismos, ser considerados comofuentes de apoyo indirecto, porquees mediante ellos que se da legitimi-dad a la política. Lo mismo es verdaden el caso de los procesos sicológicospor los cuales se hacen las evalua-ciones, se centran las motivacionesy se formulan los deseos.

Esto, podría objetarse, es lanzaruna red muy amplia —incluyendotodo como una posible fuente deapoyo indirecto—. Aunque puedeargumentarse que si todo es unaposible fuente de apoyo indirecto nohabría valor analítico en tal con-cepto, es difícil ver algún daño enadoptar una postura tan permisiva.Ciertamente, las desventajas de unaperspectiva restringida son obvias yel amplio espectro de nuestra posi-ción obligaría el estudioso de la polí-tica a un examen de, virtualmente,todos los aspectos de la conductapor sus implicaciones políticas, perorealmente no hay nada nuevo enesto. Nuestra esperanza es que

Antropología política: una introducción

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hayamos ofrecido herramientasconceptuales de determinado tipo aquienes desean estudiar la política,de tal manera que los impulsen allevar a cabo tan amplia revisión.

La ponencia de Richard F. Salis-bury (“Politics and Shell-MoneyFinance in New Britain”) sobre polí-tica y el sistema monetario de con-chas de mar en Nueva Bretaña esun ejemplo particularmente ilustra-tivo de la utilidad de aplicar con-ceptos muy amplios de los tipos quehemos mencionado, ya que él estáabordando sociedades con pocasrelaciones de superordinación-subordinación. Salisbury muestraque la persuasión juega un papelvital en el aumento del dinero deconchas y en la obtención de acce-so al control político. También seña-la la manera en que la persuasiónaparece como apoyo indirecto de lasociedad política en vista de que esun tipo de apoyo para el proceso deadquisición de la riqueza que con-duce al control político. No sería im-prudente argumentar que el siste-ma económico aparece aquí comoun apoyo indirecto al sistema políticomediante el enriquecimiento de laélite, aun cuando la totalidad delproceso sea encauzado a través deuna ideología democrática.

En la sección de su artículo “Lea-dership and the Decision-MakingProcess among the Ila and the SwatPathans” sobre los swat pathans

Tuden muestra cómo la posición es-tructural de un santo puede ser unmedio de apoyo en la medida en quees capaz de influir en las disputas,debido al hecho de que no es miem-bro de ninguno de los grupos conten-dientes. En la necesidad de dinerode los khanes para ofrecer comida yotros bienes a sus seguidores vemosde nuevo un apoyo económico indi-recto para fines políticos.

La descripción de Colson (“TheAlien Diviner and Local Politicsamong the Tonga of Zambia”) sobrelos jefes y líderes tonga ofrece un

interesante ejemplo de un sistemaque tiene más de un público quepuede ofrecer apoyo. El status dellíder está muy enredado con la co-munidad local, y el que detenta talstatus depende del apoyo de su pú-blico local. Sin embargo, el jefe noestá tan profundamente atrapadoen asuntos locales; él está, de hecho,inmune a las presiones estricta-mente locales porque su función esla creación de una administraciónextralocal, sensible sólo al apoyo yal retiro del apoyo de aquella admi-nistración ajena. No fue sino hastacuando surgieron los partidos polí-ticos nacionales que el jefe estuvoespecialmente interesado en con-seguir apoyos locales, porque sólomediante los partidos nacionales supúblico lo podría afectar: tales par-tidos, dependientes del favor de lagente del poblado, determinaban elnombramiento de los jefes.

Los conceptos que hemos dis-cutido pretenden arrojar luz sobreviejos asuntos y obligar a que seanrepensados. Una de las ponenciasen este volumen presenta un ejemplode cómo podría resultar esto, espe-cíficamente con el concepto de apo-yo. Berndt Lambert en su ponencia“The Economic Activities of a Gil-bertese Chief” sobre las actividadeseconómicas de un jefe gilberteñodiscute (contra Sahlins, 1958) queel “tributo” de comida hecho a losjefes en las sociedades de Oceaníamás pequeñas puede ser concebidocomo “una confirmación de la auto-ridad de los jefes más que como unafundación de la misma.” En otraspalabras, este proceso redistributi-vo es un símbolo de la legitimidaddel régimen y al mismo tiempo es unproceso de legitimación de relacionesexistentes entre un jefe en particulary sus parientes, sirvientes y segui-dores. No sólo las relaciones de losseguidores del jefe sino una varie-dad de otras relaciones se legitimande este modo, tales como aquellasque se dan entre aristócratas y co-

muneros viviendo en la misma villacomo copropietarios de un bien raíz(que hicieron una presentación con-junta), y los lazos corporativos entremiembros de una simple villa (quejuntos trajeron su taro al jefe má-ximo). Lambert enfatiza los aspectosexpresivos e instrumentales de unproceso económico familiar, ymuestra que este proceso es un tipode apoyo más que uno de bases eco-

nómicas.

IV. Gran parte del valor de los con-ceptos que hemos discutido: legiti-midad consensual, influencia, tiposde apoyo y similares, reside en sucapacidad de funcionar como he-rramientas conceptuales para elanálisis de conductas políticasespecíficas. Para hacer esto, tienenque relacionarse con un marco con-ceptual ya esbozado, en el cual lassociedades políticas estén conside-radas como un continuum espacio-temporal —y no como sistemasarmoniosamente integrados y “atem-porales”. El curso de la acción polí-tica, con sus consecuencias acumu-lativas, no es, de ninguna manera,uniforme de principio a fin. Másaún, cada fin es un nuevo principio,a pesar de que cada principio repre-senta el resultado de una primeraetapa de acción o un conjunto deetapas vinculadas y acumulativas.

En el proceso político los con-ceptos que hemos examinado —enabstracto y en su pureza ideal— sehabrían fragmentado y contamina-do al haber estado expuestos a losintereses, pasiones y deseos huma-nos. Así, en los diversos estudiossobre los dominios extranjeros (Kup-ferer, sobre los cree en el sur del Ár-tico [“Impotency and Power: A Cross-Cultural Comparison of the Effect ofAlien Rule”]; Hughes, sobre los es-quimales de la Isla de San Lorenzo[“From Contest to Council: SocialControl among the St. LawrenceIsland Eskimos”]; Gallin sobre las

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villas taiwanesas [“Conflict Resolu-tion in Changing Chinese Society:A Taiwanese Study”], y Colson sobrelos tonga de Zambia), claramentevemos cómo sectores dentro de lascambiantes sociedades viven expec-tativas contradictorias, con gradosvariables de pluralismo, que hacenimposible hablar de una legitimidad

para todo el sistema. Los criteriosconflictivos de legitimidad son mani-pulados por diferentes grupos paraasegurar sus metas.

Mientras más nos acercamos alas raíces del campo político, mástenemos que considerar motivacio-

nes tales como el interés personal yla ambición, y estamos más obliga-dos a mostrar, en términos de ex-tensas y detalladas historias de caso,el rumbo que están tomando debi-do a tales motivaciones e impulsos.Pero el curso de las ambiciones o elengrandecimiento personal o sec-cional, como el del amor verdadero,rara vez transcurre suavemente.Entre las barreras, obstáculos y ries-gos están los ideales, las normas,los valores y las creencias sobrena-turales que son características de lasociedad, cuya intersección con elsistema político en determinadospuntos críticos ofrece las bases cul-turalmente constituídas de legitimi-dad.

Para hacer un análisis adecuadode un continuum político en el tiempodeberíamos empezar por seleccionarun punto en él; pero el momento enel que empecemos dependerá másde una estrategia o convenienciaparticular que de una necesidadteórica. Podemos intentar caracte-rizar las propiedades de nuestrocampo escogido cuando sus entida-des integrantes estén en paz unascon otras, o cuando abunden las in-trigas entre ellas o en una etapa delucha abierta. Todos estos modosde conducta política son “normales”,pero tal vez es más apropiado, ymás conveniente, empezar nuestroestudio cuando los componentes del

campo estén en paz o —con unapopular analogía mecánica— en unestado de descanso o de equilibrio.Debemos entender que, cuando ha-cemos esto, el equilibrio que des-cribimos representa una tregua tem-poral más que un improbable estadopolítico “natural” o “saludable”. Así,en nuestra caracterización prelimi-nar del campo debemos ser cuida-dosos en construir un reporte abre-viado de la historia de las relacionesentre sus partes que registran demanera adecuada la actual ausen-cia de conflicto abierto entre ellos.Toda política, como estarían deacuerdo la mayoría de los escritoressobre la materia, incluirá, en algúnmomento de su evolución, procesosde conflicto sobre la distribución,asignación y uso del poder público.

El rango territorial y el espectrosocial de un campo político estáncondicionados por la naturaleza eintensidad de los intereses de laspartes afectadas. Esto significa quela circunferencia de un campo sociales extremadamente inestable, seexpande y contrae de acuerdo a loscambios en los intereses o en las po-líticas relativas a los intereses. Des-tacamos la cualidad relativa delconcepto campo para compensar lacualidad absoluta o rígida que se lesimputa a conceptos que han domi-nado el pensamiento político hastaahora: sistema político, estructura

política y proceso gubernamental.En la diacronía del análisis del

campo político es posible detener elflujo de eventos en cualquier puntodado en el tiempo y abstraer un “im-passe” (still). Entonces estaremosenfrentando a un conjunto de partescoexistentes que pueden conceptua-lizarse como estructuradas, o comocon posiciones relativas para cadauno y, por consiguiente, como ocu-pantes de un tipo de espacio —aná-logo a la noción de Kurt Lewin deespacio-vital de un individuo—. Apesar de que un impasse nos privade la dimensión temporal nos per-

mite enumerar, con alguna preci-sión, las entidades políticas impli-cadas y el tipo, la clase y la intensi-dad de sus interrelaciones, así comointentar hacer una estimación delas fuentes de apoyo que tienen porseparado o en diversas combina-ciones.

Pero esto crea una impresiónerrónea de estabilidad y equilibrio.De hecho, el paso del tiempo revelasiempre inestabilidad y desequili-brio en las relaciones de poder, auncuando el grado de inestabilidad yla velocidad con la cual ésta se haceevidente varía mucho entre los di-versos campos políticos. Algunas delas fuentes de inestabilidad puedenser variaciones ecológicas o demo-gráficas que afectan el tamaño y lariqueza de las unidades políticas;factores sicológicos tales como di-ferencias en las disposiciones denecesidad reinantes en varios gruposdentro de la población en diferentesmomentos; y los efectos de presionese influencias que se originan másallá del campo político. La inesta-bilidad puede confinarse dentro delímites más o menos predeciblespara el grado en el que hay consensoacerca de las creencias, valores ynormas a lo largo de todo el campoy para el grado en que el campo con-tiene instituciones eficientes pararesolver conflictos. Puede habercambios recurrentes u oscilantesdentro de los límites del sistema—como Leach demostró de maneramemorable para el caso de los kachinen su libro Sistemas políticos de la

Alta Birmania (1954)—, pero enciertos campos, incluyendo algu-nos de aquellos que ahora estánsiendo considerados por antropó-logos políticos, difícilmente existeun consenso normativo (de aquí queno exista un nivel común de legiti-midad). Por lo tanto, la maquinariapara conservar la paz tiende a estarbasada en la coerción y en otras téc-nicas intrínsecamente efectivas, másque en un poder consensual.

Antropología política: una introducción

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La distinción hecha por M. G.Smith entre “administración” y “po-lítica” (1960: 15), que él consideracomo dos aspectos de una categoríade gobierno más amplia, no es fácil-mente aplicable a los campos polí-ticos de un tipo intersocietal. ParaSmith, la acción administrativaconsiste “en los procesos autoriza-dos de organización y administra-ción de las relaciones de una unidaddada”, y la acción política buscainfluir la decisión de políticas. “Lasdecisiones políticas definen un pro-grama de acción, implícitamente ode otra manera. La ejecución y or-ganización de este programa es unproceso administrativo” (Smith,1956: 42). El punto de vista deSmith sobre el poder se acerca a losnuestros de influencia y persuasión.Él concibe a la política como unalucha por el poder, en el sentido enque él emplea el término, dentro deun marco gubernamental.

Detrás de este punto de vistadescansan los presupuestos táci-tos de la teoría del equilibrio, la con-cepción de que un sistema políticoes un estado estable gracias al ba-lance de fuerzas complementarias.Pensamos que vale la pena hacer ladistinción entre influencia y poder

(aun si es considerada como poderconsensual o como poder basadomás directamente en la fuerza),porque el poder funciona de mane-ra muy diferente que la influencia,tanto en la manera en que es em-pleado (los medios de su aplicación)como en las consecuencias de suuso. Por ejemplo, sería útil distinguirgrupos de interés que tienen influen-cia, pero que tienen que funcionar através de otros que tienen poder, delos grupos de poder que no necesitanintermediarios.

Cuando David Easton define a lavida política como “al conjunto deinteracciones sociales de individuoso grupos” (1955: 49), se ubica máscerca de las realidades empíricas dela política; pero pareciera que regresa

a la trampa del estructuralismocuando distingue a las interaccionespolíticas, de entre todas las demásclases de interacciones sociales, “porestar predominantemente orien-tadas hacia la asignación autoritaria

[subrayado nuestro] de valores deuna sociedad” (Easton, 1965: 50).Muchos campos políticos se ex-tienden más allá de las fronterasde “una sociedad”;5 y las luchas depoder intersociales se llevan a caboentre grupos políticos que no reco-nocen a ninguna autoridad, y tienenmuy poco, o casi nada, de consenso.Además, el hecho de igualar lo po-

lítico con la política social nos privade un medio crucial de entender in-cluso la especificidad morfológicade las políticas sociales. Es comúnque los componentes sociales de uncampo político intersocial, a travésde su coparticipación en dicho cam-po, en cualquier relación de cambiode conflicto y alianza, asuman suforma política específica.6

Es un ejemplo conocido que elcampo político constituido entre lassociedades europeas y africanassupuso (de diversas maneras, entrelos siglos dieciseis y diecinueve) elcomercio de esclavos provenientesdel África centro-occidental; pen-samos que puede demostrarse, aunsin contar con ninguna evidenciahistórica profunda, que la centrali-

zación de algunas sociedades estuvodinámicamente relacionada con ladescentralización de otras (ver, porejemplo, Gann, 1964: 22-24). Uninterés dominante —ganancia ma-terial— creó una cadena de socie-dades con tipos políticos variados,pero la diferencia entre ellos mostróuna estrecha correlación con susroles económicos y militares dentrodel ciclo del comercio. Los portu-gueses en la costa eran empresarios,los ovimbuno y los bengala eran in-termediarios, los chokwe y los luvaleera intermediarios y merodeadores,los lunda y los luba —en el interior—eran dirigentes y ciudadanos de

“Estados de pólvora”, y las pobla-ciones dispersas alrededor de ellasformaron políticas descentraliza-das y holgadas, constantemente ata-cadas por sus vecinos centralizados,que hacían tratos con los interme-diarios. Dichos tratados o contratos

garantizaban que los dirigentes delos Estados de pólvora abastece-rían a los intermediarios de esclavos,marfil, cera y hule; a cambio de pis-tolas, pólvora, telas, cuentas de ador-no y otros bienes comerciales. Equi-pados con armas de fuego, los jefesque tenían la fortuna de contar conprioridad para negociar contratoscon los intermediarios (abasteci-dos con pistolas y mercancía, enprimera instancia, por empresariosde la costa) rápidamente conquista-ron a sus vecinos, extendieron susdominios, desarrollaron sistemaspolíticos organizados jerárquica-mente, bastante complejos (basadosen el tributo y el saqueo) y reduje-ron a sus vecinos —incluyendo a losque tenían una medida de centra-lización— casi al status de bandasvagabundas o asamblea de pobla-dos, donde sus miembros automá-ticamente se encontraban, para evi-tar ser capturados, ante la necesi-dad de huir.

Otro sistema de comercio derango amplio incluía campos polí-ticos similares en África del Centro,Este, y Oeste. La estructura del sis-tema político, en cada una de las so-ciedades que constituían el círculode comercio, puede ser estudiadaadecuadamente sólo después deque la posición de la sociedad, en elcampo político total relacionado conel círculo de comercio, haya sidoanalizada. La estructura política deuna sociedad adquiere un carácterespecial si su papel dentro del co-mercio es el de atacante, en vez delde atacado, o el de comerciante móvilen lugar de abastecedor fijo de alma-cenes. Otros tipos de centralizaciónpolítica tuvieron que desarrollar-se en conexión con la necesidad de

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proveer seguridad a los abastece-dores. Como recientemente lo discu-tieron Vansina, Mauny y Thomas,en El historiador en África tropical

(1964: 85):

Mientras la centralización política

pudo no ser indispensable para que

el comercio floreciera, su desarrollo,

en sí mismo, favoreció en algunas

áreas la creación de sistemas po-

líticos centralizados, y éstos, en res-

puesta, contribuyeron en gran me-

dida para un nuevo desarrollo del

comercio, al proveer al mercado de

seguridad y organización.

Tales consideraciones nos llevana sugerir que, a pesar de su valorheurístico durante el periodo en quelos antropólogos realizaron trabajode campo en sociedades colonizadasy de gobierno “indirecto”, el marcoteórico sincrónico de Radcliffe-Brown ya no es el adecuado. Elcampo apropiado del estudio antro-pológico hoy en día es, en palabrasde M. G. Smith, “una unidad sobreel tiempo, no simplemente unaunidad en un punto particular en eltiempo” (1962: 81). Lo que hemosllamado un campo político no es ne-cesariamente un sistema estrecha-mente integrado, pero sí un conti-

nuum espacio-temporal con algunascaracterísticas sistemáticas. Laspartes de tal unidad, bajo condicio-nes específicas, pueden presentargrados variados y diferentes tiposde interdependencia, tanto institu-cionalizados como contingentes. Sinembargo, en condiciones diferen-tes, estas mismas partes puedenfuncionar, como antes lo hicieron,“fuera del engranaje”, con dependen-cia o independencia de otras par-tes del continuum. Cuando las partesde una sola sociedad trabajan con,y en contra, una de la otra en rela-ción con algún asunto político, po-demos hablar de conducta política.

La conducta que se relaciona,dentro de las partes independientes,

con procesos tales como una tomade decisiones o una resolución deconflictos, y que involucra el uso ola lucha del poder (en su sentidomás amplio), puede definirse (en latan útil frase de Easton) como con-

ducta parapolítica (1965: 49-56).Aunque, si no hacemos esto concautela, existe el peligro de introdu-cir un énfasis excesivamente estáticoa nuestro análisis. Algunos tipos deconducta intrasocial, orientadoshacia conflictos de intereses o com-petidores por el poder, pueden apro-piadamente describirse como “po-líticos” si están relacionados con losmecanismos de conservación de lasfronteras en sociedades completas

(si el consejo tribal o todos los asun-tos manejados por el gobierno nacio-nal, por ejemplo, deben disolverse),si éstos agitan asuntos relaciona-dos con el bienestar (y hasta con la

sobrevivencia) de las sociedades com-

pletas, y si proporcionan metas queinvolucren, en acción coordinada, atodas las partes de una sociedad.Asimismo, entendida dinámica-mente y bajo los términos del modelode un continuum temporal y espa-cial, la conducta parapolítica puedeconvertirse en conducta política, oviceversa; todo depende de las cir-cunstancias, la naturaleza de losasuntos y objetivos situacionalmen-te importantes, o de la perspectivaestructural que se haya utilizado.

Idealmente, si queremos hablarcorrectamente, no deberíamos estu-diar un campo (en la interpretaciónde Lewin) porque la teoría de cam-po de Lewin solamente entiende a lasituación contemporánea como cau-sante de la conducta. Para Lewin loseventos del pasado sólo tienen in-fluencia indirecta en tanto orígenesdel campo presente, pero como handejado de existir —él así lo sostiene—no pueden considerarse activos enlas situaciones de estudio. Estavisión se parece mucho a la nocióndel análisis sincrónico del sistemasocial de Radcliffe-Brown, concep-

tualizado como “la red de relacionessociales realmente existentes.”7

Sin embargo, nuestro métododiacrónico de análisis examina loscambios en las relaciones entre laspartes significativas de la situaciónpreliminar (la cual puede ser descritacomo un campo), en una sucesiónde fases. Nuestra concepción es queestas fases tienden a seguirse una ala otra dentro de un patrón de pro-cesos. Diferentes tipos de campospolíticos generan diferentes tiposde patrones; sin embargo, un tipo depatrón es el que se generaliza. Tantoal nivel de las luchas por el poderintersocial (por territorio, monopo-lio del comercio o esferas de influen-cia) como al nivel de las luchas fac-cionales intrasociales, una secuen-cia de fases que responde a ciertospatrones tiende a suceder, aunquese debe recalcar que el curso deacción puede ser detenido durantecualquiera de las fases. A continua-ción incluimos el patrón completo,aunque en instancias específicasnunca podrá ser completado.

1. Movilización del capital político

En esta fase preliminar, los gruposy las personas (partes del campo)

que demandan posiciones de lide-razgo antes de la lucha intentarán,durante un periodo de paz externa ode tregua, incrementar todo tipo deapoyo, en otras palabras, trataránde movilizar su capital político. Enbusca de estas metas, utilizarántécnicas “internas” —intriga, diplo-macia, “bluff”, soborno, activaciónde compromisos, amenaza de recu-rrir a la fuerza y promesas de re-compensa por apoyo—, y técnicas“externas” —cabildeo, patronato,conspiración, subversión, adquisi-ción de riqueza, infiltración pacíficade categorías “antagónicas”, espio-naje, y otros innumerables mecanis-mos, maniobras e intrigas, a) paraampliar sus rangos y recursos, yb) para reducir a sus adversarios

Antropología política: una introducción

120

anticipados. Parece característicode esta fase que tanto la influenciay las diferentes formas de persuasiónsean muy importantes para las fac-ciones, como los intentos por socavarel apoyo de la oposición a través detodos los medios posibles que re-sulten externamente importantes.Los ensayos presentados en estevolumen (Political Anthropology) deMiddleton sobre los lugbara, de Tur-ner sobre los ndembu, y de Millersobre los chippewa aportan docu-mentación adecuada sobre estas téc-nicas.

2. El encuentro o la “hora de la verdad”

a) La ruptura de la paz. Cuando unode los partidos principales involu-crados en el conflicto cree poseer (dehecho o ilusoriamente) un apoyodecisivo, decide precipitar una crisis.De manera característica esto pro-voca que su antagonista actúe sinmoderación o que tome la iniciativapara romper la paz pública. Aunque,por lo general, resulta suficiente—porque quizá lo anterior establezcala cuestión con demasiada fuerza—que un partido ubique a su rival enuna posición molesta, o a sí mismoen una situación favorable (a costadel rival). En muchos casos la acu-mulación de apoyo competitivo essuficiente para producir tensionesmúltiples en la relación entre laspartes del campo, de tal suerte eintensidad que se traducen en unaerupción espontánea de hostilidad,evidente entre los partidos rivales.

Bajo condiciones favorables, elinvestigador podrá realizar unacruda valoración de la fuerza delapoyo de los respectivos partidos.Esta valoración involucra la inves-tigación de la posición y la exten-sión del apoyo, los mecanismos paraobtener el control de los recursos ytales preguntas como ¿quién usaqué mecanismos para obtener quéapoyo y de dónde? La fórmula deRobert Bierstedt (1950) que dice

que “el poder parece ser el resultadode tres orígenes: 1) el número degente, 2) la organización social, y 3)los recursos”, puede ser de granayuda aquí, y su visión debe ser re-lacionada con la discusión de apo-

yo en la sección III.Según Biertedt, las mayorías

constituyen “un lugar residual delpoder social”, y la organización yla disciplina constituyen otro (paraque una minoría organizada puedacontrolar a una mayoría desorgani-zada); el acceso a los recursos másgrandes conferirá más poder a ungrupo, que de otra manera se hubie-ra mantenido en situación numéricay con una organización equipara-ble a la de sus rivales. Los recursos

son de muchos tipos, incluyendoparte de las categorías más ampliasa las que llamamos apoyo directo eindirecto:

dinero, propiedad, prestigio, cono-

cimiento, competencia, engaño,

fraude, secretos y, por supuesto,

todas las cosas que usualmente se

incluyen bajo el término de ‘recur-

sos naturales’. Existen también re-

cursos sobrenaturales, en el caso

de asociaciones religiosas, las cuales

como agencias del gobierno celes-

tial, asignan, a manera de instru-

mentos de control, sanciones so-

brenaturales (Bierstedt, 1950).

Los artículos elaborados porMiddleton, Turner, Friedrich y Park(incluidos en Political Anthropology)

ilustran cómo las sanciones sobre-naturales pueden manipularse amanera de recursos de poder, y elartículo de Swartz (sobre los bena)nos muestra cómo el tipo de acti-vidad emprendida por un funcio-nario puede convertirse en unafuente de poder utilizable en otrostipos de actividad oficial. Bierstedtsubraya que, aunque los factores alos que hemos hecho mención noconstituyen en sí mismos poder,

pueden considerarse, en situaciones

de conflicto, fuentes de poder. No-sotros preferimos llamarles tipos de

apoyo, pero de cualquier modo susdistribuciones relativas puedenplanearse en relación con la ali-neación de facciones al comienzo deuna lucha. También resultaría útildistinguir entre la “visión interna”de los partidos en conflicto (cómopueden calcular sus probabilida-des de éxito) y la “visión externa” delinvestigador (cuyo objetivo es cons-truir todos los elementos e interre-laciones del campo).

b) Crisis. La ruptura de la paz gene-ralmente se anuncia o se indica porel quiebre de una norma que se con-sideraba unificaba a todos losmiembros en el campo político.Puede no constituir una norma po-lítica con caracter legal; y efectiva-mente, con frecuencia se expresacomo mera norma ética, que asumevalor político al reinterpretarse porlos partidos en conflicto, especial-mente en lo que a legitimidad se re-fiere. Ejemplos de rupturas de unanorma ética son el fracaso en ob-servar una regla de casta o paren-tesco, la burla deliberada de unaprohibición religiosa, la entrada noautorizada al territorio ajeno, y elrompimiento de la norma marital(como el divorcio de Enrique VIII yCatalina de Aragón). El asesinatodel Archiduque Fernando en Sara-jevo en 1914 por un fanático serbioconstituyó la ruptura de una norma,aquella que precipitó la primeraguerra mundial: esencialmente unalucha entre dos bloques de poderesimportantes. Cualquiera que sea lanaturaleza de la ruptura, puedeservir de pretexto —en cualquier ni-vel de tensión en un campo político—para iniciar un encuentro entre losrivales que buscan poder.

La ruptura de tales tipos denormas, se convierte, más o menosrápidamente, en una crisis; crisisque puede definirse como coyunturao momento crucial en las relaciones

Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden

121

de los componentes en un campopolítico, donde la paz aparente seconvierte en un conflicto abierto ylos antagonismos ocultos se tornanvisibles. Las crisis externas puedenutilizarse (mediante el empleo exter-no de los mecanismos de los tiposmencionados arriba) para dar solidezal apoyo. Las crisis de apoyo, tardeo temprano, asumen una formadicotómica, y el campo, como untodo, se convierte en lo que Bailey(citado en este libro [Political Anthro-

pology] por Nicholas y Hughes) hallamado una arena, donde los riva-les finalmente forman dos campos odos facciones.

Muchas de las rivalidades de lossubgrupos pudieron existir antesde la crisis; posteriormente se sus-penden hasta la resolución o des-enlace de ésta; o las absorben lasalianzas centradas en las dos fac-ciones mayores. En la terminologíaque utilizamos en la sección III, fre-cuentemente son la función de per-suasión y la de influencia las queconvierten los asuntos menores enmayores.

c) Tendencias contrarrestantes.

Gluckman ha declarado, con muchadocumentación de apoyo, que la di-visión radical —especialmentedentro de una sociedad o comuni-dad— está restringida y que tal vezse detenga antes de que comiencede hecho, ya que las “formas habi-tuales primero dividen y despuésreúnen a los hombres.”

Los hombres riñen con el objeto de

garantizar sus intereses habituales,

pero —por su experiencia en otros

conflictos de intereses, también im-

puestos por la costumbre— se pre-

vienen contra la violencia. El

resultado es que los conflictos en

parte de las relaciones —dentro de

un rango más amplio de la socie-

dad o a través de periodos de tiempo

más largos—, llevan al restableci-

miento de la cohesión social. Los

conflictos son una parte de la vida

social y la costumbre aparece para

exacerbarlos; pero al hacerlo así, la

costumbre también evita que los

conflictos destruyan el orden social

más amplio (1956: 1-4).

El argumento de Gluckman esparticularmente aplicable a socie-dades de escalas menores, débil-mente centralizadas o descentrali-zadas, donde los subgrupos son mul-tifuncionales y la mayoría de las re-laciones son de carácter múltiple;esto es, en una comunidad política

legítima, especialmente donde existeun régimen legítimo. En sociedadesque están marcadas por un gradorelativamente alto de división detrabajo y de estratificación socioe-conómica, y por el desarrollo demuchos grupos asociados con unsolo interés, o con burocracias com-plejas organizadas jerárquicamente,los conflictos entrecruzados tienenmenos probabilidad de demostrarfuncionalidad en términos de cohe-sión pansocial. Tal y como Coserapunta:

No cualquier conflicto puede be-

neficiar a la estructura de grupo o

favorecer tales funciones (establecer

o reestablecer unidad y cohesión

donde se ha amenazado con senti-

mientos hostiles y antagónicos a los

miembros), si el conflicto social re-

sulta o no benéfico para la adap-

tación interna depende del asunto

por el cual se pelea y por el tipo de

estructura social en el que ocurre...

Conflictos sociales internos rela-

cionados con las metas, valores o

intereses, que no contradicen las

suposiciones en las que la relación

está fundada, tienden a ser ver-

daderamente funcionales en la

estructura social... Los conflictos

internos en donde los partidos en

disputa no comparten ya los valo-

res básicos en los que la legitimidad

del sistema social descansa ame-

nazan con romper la estructura.

(1956: 151)

El consenso en sociedades depequeña escala —lo que Durkheimllama solidaridad mecánica— tiendea apoyarse en aspectos religiosos yfortalecerce periódicamente conritos. Ejemplos de esto son los ar-tículos sobre los lugbara, kinga,ndembu, tonga, ila, kanuri y loscampesinos mexicanos. Esto se damenos en sociedades de gran escalacon dominios religiosos restringidos,y aun menos en los campos políti-cos formados por relaciones interso-ciales, especialmente donde existenlas divisiones religiosas. Las rela-ciones se caracterizan por un mayorenfoque en la movilización del apoyointerno, más que en la preocupaciónde dichas bases de apoyo común,como lo son los intereses colectivosy los valores compartidos.

Sin embargo, múltiples conflictosde lealtad e intereses, cortados trans-versalmente (si es que existe unacuerdo de valores básicos), tiendena inhibir el desarrollo de la divisióndicotómica. El papel de muchos sis-temas religiosos en relación con lasluchas políticas es legitimar y pos-tular la unidad mística final de todaslas costumbres, por muy diferenteque puedan ser, para controlar las

Antropología política: una introducción

122

relaciones sociales. De esta mane-ra, las costumbres que empujan alhombre a desarrollar conflictos delealtad se apoyan en axiomas reli-giosos comunes y en los consensossociales que éstos generan.8 Cuandomuchas sociedades, comprometidaspor una cuestión crucial en rela-ciones políticas de un solo campo,comparten un solo conjunto decreencias religiosas, es probable quela situación resultante sea análogaa la de una sociedad descentrali-zada y al hecho de compartir supropiedad crucial de lealtades ha-bitualmente conflictivas. Aquí lasautoridades religiosas pueden pa-recer árbitros, como en la Europamedieval, cuando el Papa y la Iglesiajugaban este papel. Pero esto noslleva a la siguiente fase en el progresode la lucha de poder.

d) Despliegue de ajustes o mecanis-

mos de enmienda. Este proceso con-siste en el desarrollo de varios me-canismos de ajuste y enmienda conel propósito de cerrar la ruptura oremediar la ruptura, y estos me-canismos pueden ir desde un “ar-bitraje personal e informal hasta unmecanismo formal y legal; desderesolver ciertos tipos de crisis hastala realización de rituales públicos”(Turner, 1957: 98). Aquí, la influen-cia y otras técnicas para construirel caso legítimo también son muyimportantes. Turner ha tratado declasificar algunos tipos de situacio-nes donde éstos y otros procedi-mientos entran en operación. Élsugiere que el mecanismo jurídico(que involucra un proceso judicial)es empleado cuando los partidosresponden a normas comunes, o—si las normas están en conflicto—cuando responden a un “marcocomún de valores que organice a lasnormas de una sociedad en una je-rarquía” (Ibid.: 126). Por otro lado,cuando un grupo se siente en con-flicto con las normas sociales, porel funcionamiento de los procesos

sociales en conflicto, se producendisputas donde “la decisión judicialpuede condenar a uno o más de loscontroversistas, pero... es incapazde remediar las discusiones parapreservar las relaciones amenaza-das” (Ibid.). De hecho, éstas son lascondiciones que en muchas partesdel mundo primitivo provocanacusaciones en contra de uno de lospartidos: de hechicería y brujería,adivinaciones de la furia ancestral,violación de tabúes o maldiciones.Estos cargos también surgen des-pués de desgracias naturales, espe-cialmente en tiempos de crisis social.

Recientemente, Gluckman hasostenido el argumento sobre ladistinción entre procesos de ajustey de enmienda judicial, ritual y adi-vinatoria. “También sería mejormantener estos tipos bien defini-dos, aun cuando tratemos con tribusque no cuenten con nada parecidoa un proceso judicial establecido”(1961: 13). Un ejemplo claro es elartículo de Middleton que muestracómo los dirigentes lugbara alega-ban que eran ellos los responsablesde que la furia ancestral dañara aun pariente, esto daba valor a suautoridad.

Los mecanismos de enmiendapueden diferenciarse aún más, de-pendiendo de si las crisis que buscansu solución ocurren en campos derelaciones políticas intrasociales ointersociales. Cuando las crisis nopueden resolverse en tribunalesconstituidos, y cuando un recursono puede realizarse a través de unaenmienda ritual —como es frecuentecuando el conflicto ocurre entre go-biernos soberanos o subgrupos alta-mente autónomos dentro de un Es-tado— los recursos pueden ser lle-vados a cabo por la intervención deun tercer partido —o grupo de par-tidos— con el objeto de proponer uncompromiso. Esto sucede a menudocuando existe una paridad aproxi-mada de capital político y de recur-sos entre los partidos en conflicto.

Si la decisión del tercer partidotiene que aceptarse, podemos hablarentonces de arbitraje, lo cual implicaque la decisión del árbitro será sus-crita, ya sea por medio de la fuerzalegal o por severas sanciones reli-giosas. Si las negociaciones estáncondicionadas a la aceptación vo-luntaria de ambos contrincantes delacuerdo propuesto por un tercerpartido, entonces podemos hablarde mediación. La mediación invo-lucra la intervención continua delmediador, que debe preocuparse pormás cosas que las cuestiones legalesen juego y que debe utilizar variedadde técnicas pragmáticas —desde elconsejo amistoso y la presión hastala formulación de términos nuevos—para propiciar una reconciliaciónde intereses de los partidos de opo-sición (un ejemplo de esto se ve en ladescripción del baraza bena hechaaquí [Political Antropology] porSwartz). En disputas intersociales,un mediador es generalmente unapersona de gran status o reputaciónquien ocupa con frecuencia un lugardentro del campo político de loscompetidores pero que no tiene in-terés directo en los asuntos que losconstituyen.

En otras situaciones podemoshablar de intermediarios más quede mediadores: cuando ningún par-tido acepta el reclamo de un tercerode ser imparciales. En tal instanciala posibilidad de un brote de hosti-lidad abierta es tan fuerte que lasnegociaciones deben proceder entreintermediarios que representen acada partido, ya que una confronta-ción cara a cara de los líderes de lasfacciones no es posible ni práctica.

En esta cuarta fase de las luchaspor el poder en los continua políticos,muchos mecanismos de enmienda—jurídicos, rituales y de arbitraje,etcétera—, pueden probarse pararestaurar la apariencia de un estadode relaciones pacíficas de tal mane-ra que los individuos y los grupospuedan proseguir una vez más sus

Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden

123

vidas cotidianas y sus metas no po-líticas. Sin embargo, en sociedadesradicalmente cambiantes —como lohan mostrado Siegel y Beals (1960)—el mecanismo de enmienda tradi-cional puede llegar a ser inadecuadopor el hecho de lidiar con nuevostipos de conflicto en patrones alte-rados de relaciones; y la sociedadcorre el riesgo de quedarse en un es-tado de faccionalismo penetrante queno puede ser resuelto. En situa-ciones menos drásticas de cambio—evidente en sociedades bajocontrol colonial o con un gobiernoindependiente nuevo— los meca-nismos tribales independientes, in-capaces de cumplir sus funcionesde resolución de conflictos, puedengradualmente (a veces rápidamente)ser reemplazados por los procesosformales y administrativos de re-solución de conflictos impuestos oinstitucionalizados por el gobiernocentral.

e) Restauración de la paz. Cuandolos mecanismos de enmienda operancon efectividad nos conducen ya seaal restablecimiento de relacionesentre los partidos en contienda o alreconocimiento social de un cismairreparable. Pero si ahora el conti-

nuum se analiza sincrónicamente,tal como un campo político, y secompara con el campo político queprecedió la lucha por el poder, gene-ralmente muchos cambios seránvisibles. Probablemente el ámbito yel rango del campo se habrán alte-rado; el número de sus partes serádiferente, así como su tamaño.

Lo más importante de todo esque la naturaleza e intensidad de larelación entre las partes y las estruc-turas del campo total habrán cam-biado. Los opositores se habránhecho aliados, y viceversa. Las rela-ciones asimétricas se habrán con-vertido en relaciones simétricas, elstatus alto en bajo y viceversa. Elpoder nuevo habrá sido canaliza-do hacia una autoridad nueva y la

autoridad vieja habrá fenecido. Lacercanía se habrá convertido en dis-tancia y viceversa. Las partes inte-grales anteriores se habrán segmen-tado; las partes independientesanteriores se habrán fusionado. Al-gunas partes ya no pertenecerán alcampo y otras comenzarán a formarparte. Las relaciones institucionali-zadas se habrán vuelto informales;las regularidades sociales se conver-tirán en irregularidades. Las normasnuevas habrán sido generadas du-rante los intentos de enmendar elconflicto, las viejas habrán caído enel desprestigio.

Se encontrará que las bases deapoyo habrán cambiado. Algunoscomponentes del campo tendránmenos apoyo, otros más; inclusiveotros tendrán apoyo nuevo, y algu-nos no tendrán ninguno. La distri-bución de los factores de legitimi-dad habrán cambiado, así como lastécnicas para ganar obediencia.

Inclusive, a través de estoscambios, ciertas normas y relacio-nes cruciales —y algunas no tancruciales— persistirán. La explica-ción de ambos términos (constan-cia y cambio), se puede encontrarsolamente por medio del análisisdiacrónico sistemático, mediante lainvestigación del continuum espacio-temporal, en términos no sólo desus divisiones sincrónicas, sino tam-bién de sus fases diacrónicas. Cadafase tiene sus propiedades especí-ficas, y cada fase deja su huella enla estructura de relaciones socialesen el proceso político.

La unidad procesual, y su estruc-tura de fase, que acabamos de dis-cutir, tiene afinidad con el movi-

miento de fase de Bales (Bales yStrodbeck, 1951), pero difiere de laúltima en que está muy involucradocon roles, relaciones y mecanismosinstitucionalizados, y es una infe-rencia de la información de observa-ción antropológica y sociológica,más que de una serie de experimen-tos controlados. Por otra parte puede

ser que, en sociedades específicas,dichas unidades procesuales nuncaalcancen el clímax que aquí se pos-tula. De esta manera la persuasiónexitosa en la fase A puede resultaren un partido, asegurando la lealtadde todo el público —en cuyo caso nohabrá ningún encuentro—. Y, conmucha frecuencia, el mecanismotradicional de conciliación y enmien-da (fase D) se muestra inadecuadopara lidiar con nuevos tipos de cues-tiones y problemas, y con nuevosroles y status. El conflicto se vuelveendémico (como un resultado defaccionalismo penetrante discutidopor Beals and Siegel), o se fabricaun recurso para nuevos tipos demecanismos.

Como una tercera alternativa,en Estados tribales o aldeanos an-teriores, los participantes pueden(por primera vez) invocar a las ins-tituciones legales de un sistema polí-tico más amplio: su policía, cortes,sanciones penales, procesos judi-ciales, etcétera, o —bajo ciertascircunstancias— sus institucionesrituales. Dos ejemplos de esta alter-nativa los constituyen, en primerainstancia, la ponencia realizada porHughes, la cual muestra cómo lacontienda es reemplazada por el con-

sejo en el escenario moderno, y eltrabajo de Gallin (ambos incluidosen Political Anthropology), quiendemuestra cómo los pobladores deTaiwán han perdido la fe en losmodos tradicionales de mediaciónen disputas, y se avocan a la bús-queda de una enmienda del gobiernocentral.

Proponemos llamar a la unidadde acción política: un desarrollo de

fase política —para así resaltar sucarácter acumulativo— o tambiéndesarrollo de fase. La estructura dela unidad es tal, que es igualmenteaplicable a la lucha de facciones delas aldeas indúes y africanas y a“casos problema” —internacional-mente importantes—, como es elcaso de Suez y la crisis de Cuba. Su

Antropología política: una introducción

124

segmentación temporal es altamenteflexible porque cada fase puedevariar considerablemente en su du-ración vis-à-vis, aunque existe latendencia, de la mayoría de las co-munidades políticas, a actuar conrapidez para acabar con la crisis pormedio de la aplicación de mecanis-mos de enmienda.

Estamos conscientes de que lafase de desarrollo está esencialmen-te orientada hacia el conflicto, y deque otros tipos de procesos políticospueden inclinarse hacia la coope-ración, pero creemos que no escomún que la acción política esca-pe al conflicto. El conflicto es evi-dente sino es que abierto y, aun enlas sociedades plurales y cambian-tes que ahora estudian los antro-pólogos, la acción administrativatiende a traducirse en un conflicto.

Finalmente, las fases de desa-rrollo son de duración variable y dealcance social. Además, algunostipos se dirigen hacia la restaura-ción del statu quo, aunque esto esverdad principalmente en el caso delas unidades más pequeñas en uncampo político. Debemos agregarque la estructura de relación que seobserva en el clímax del desarrollode una fase de pequeña escala, casinunca es la réplica de la estructuraa la hora que la ruptura sucedió,más bien, el desarrollo total puedeconsiderarse como una fase dentrode un desarrollo más largo y amplio—aquel del total de la comunidadpolítica cuya estructura cambiaacumulativamente por los pocos in-crementos culminantes que recibede cada desarrollo a escalas peque-ñas—. Otros tipos de fase de desa-rrollo son los signos y los instru-mentos de cambio en relaciones so-ciales básicas. Por medio del uso deeste mecanismo o fórmula, creemosque se puede lograr mayor profun-didad y más claridad en el estudiode sistemas de cambio, ya que cadafase de un desarrollo tiene sus pro-pias características y cada sistema

sociocultural deja su huella en éstas.Así, cada sociedad tiene sus propiassoluciones culturales a la crisis po-lítica y, por supuesto, su propiadefinición de lo que constituye una“crisis”. También, cada sociedadtiene su propio estilo de resolucióndel conflicto.

Los estudios políticos procesua-les aún están en una etapa tem-prana. ¡En un momento de rupturacon las normas analíticas anteriores!Uno de los objetivos de este libro estomar pasos tentativos para resol-ver las crisis en desarrollo, pormedio de la investigación de la es-tructura de la acción política mani-festada en la información empírica.Dentro del marco general de las di-námicas políticas que hemos usado,los procesos subordinados (tal comola toma de decisiones, el proceso ju-dicial, la agitación y la resoluciónde las cuestiones políticas, la apli-cación de sanciones, la solución dedisputas, etcétera) encuentran sulugar apropiado como componentesde las fases en la secuencia principal.

Notas

1 Los editores [de Political Anthropo-

logy] estamos en deuda con Peter

Worsley, Ralph Nicholas y Moreau

Maxwell por su lectura y comenta-

rios a esta introducción. El profe-

sor Worsley hizo interesantes ob-

servaciones que extrajimos de una

metáfora económica cuando está-

bamos discutiendo la legitimidad y

el apoyo a una metáfora militar

cuando tomamos las etapas globa-

les de los procesos políticos. A pesar

de que recibimos grandes benefi-

cios de los comentarios de nuestros

colegas, la responsabilidad por las

posiciones aquí expresadas son ex-

clusivamente de nosotros [los edi-

tores].2 En su introducción, los editores

señalaron enérgicamente: “[Las]

conclusiones [de los filósofos polí-

ticos] tienen poco valor científico;

porque ellas... rara vez están for-

muladas en términos de comporta-

miento observable y de la capaci-

dad de probarse bajo este criterio”

(p. 4). Sin embargo, su deuda hacia

Weber y Durkheim es ahora am-

pliamente reconocida.3 Véase Weber (1947: 124-132 y 324-

329) para lo que probablemente es

la discusión más influyente sobre

legitimidad; también véase Parsons

(1960: 170-198).4 Debería enfatizarse que poder con-

sensual es un concepto especial,

definido en términos de su depen-

dencia respecto de la legitimidad

para su efectividad. El poder como

un término no adjetivado se refiere

aquí a un fenómeno más amplio,

que involucra el control de la con-

ducta a través de fuerzas superio-

res y/o de órdenes superiores de

los recursos humanos u otros. El

término poder es más comúnmente

empleado en la literatura que el de

poder consensual. Para ejemplos

de definiciones de un uso más ge-

neral véase Dahl (1957), Bierstedt

(1950) y Goldhamer y Shils (1939).

Para una discusión ulterior del con-

cepto nos referiremos a poder con-

sensual, véase Parsons (1963b: 237-

238).5 En muchos casos no sucede así, y

las unidades sociales, que son

“partes” de tales campos, gozan de

grados variados de independencia

dentro del campo de interdepen-

dencia.6 Somos conscientes, por supuesto,

de que el campo de la política in-

tersocial, intertribal o internacional,

constituye sólo una de muchas

maneras en donde gobiernos sim-

ples toman forma. De este modo, los

recursos de una sociedad comple-

ta pueden estar dirigidos hacia el

cumplimiento de un programa

económico y de una orden religiosa

—afectando enormemente a las

estructuras de administración y a

la “acción gubernamental” (como

Marc J. Swartz, Victor W. Turner y Arthur Tuden

125

Southall se refiere a “la política de

acción” de M. G. Smith (1965: 119).7 La visión sincrónica no presenta

una concepción adecuada de lo que

es el “pasado”. Si nosotros decimos

que estamos interesados en expli-

car el estado x, y si aseguramos que

x es el resultado de una serie de

fases a, b, c... n, es difícil discutir

en contra de la visión que insiste en

que todo lo que necesitamos es un

entendimiento completo de n para

explicar x, ya que a, b, c, etcétera

habrán hecho sus contribuciones a

n, y necesitan ser examinadas so-

lamente ahí. Pero, si conceptuali-

zamos la causalidad, no como me-

ramente lineal, sino como acumu-

lativa (con la “acumulación” que

ocurre en las personalidades, es-

tructuras y sistemas de significa-

do), x puede considerarse como el

resultado de a’ ,b’ ,c’... n’, y actúan

en conjunto para producir x. Para

explicar a’ (la “acumulación”), de-

bemos examinar a, el cual es el

evento pasado en sí mismo, pero

aun cuando no estemos preocu-

pados del origen de la a’ se nos di-

rigirá a examinar la producción de

las equis pasadas para distinguir

un patrón de producción x, por

ejemplo dentro de los estudios

temporalmente cruzados.8 Gluckman (1945b), Kuper (1947),

Fortes y Evans-Pritchard (1940).

En el último trabajo, el siguiente

comentario de los editores vale par-

ticularmente la pena: “Los mitos,

dogmas creencias rituales y activi-

dades... dotan al sistema social de

valores místicos los cuales produ-

cen aceptación del orden social que

va mucho más allá de la obediencia

exigida por la sanción secular de la

fuerza” (p.19).

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