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3 - 4 JULIO - DICIEMBRE 2000AÑO 92, No. 3-4 JULIO-DICIEMBRE 2001ISSN 0006-1727 RNPS 0383

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Director anterior: Julio Le Riverend Brusone (1978-1993)

Director: Eliades Acosta Matos

Consejo de Redacción:Rafael Acosta de Arriba, Salvador Bueno Menéndez, AnaCairo Ballester, Tomás Fernández Robaina, Josefina GarcíaCarranza, Zoila Lapique Becali, Enrique López Mesa, Fran-cisco Pérez Guzmán, Siomara Sánchez, Emilio Setién, CarmenSuárez León, Eduardo Torres Cuevas

Jefa de Redacción: Araceli García CarranzaEdición: Marta Beatriz Armenteros ToledoDiseño e ilustraciones: Luis Garzón MasabóIlustraciones: Fragmentos de obras de Carlos Enríquez

Composición electrónica: Marta Beatriz Armenteros T.

Canje: Revista de la Biblioteca Nacional José MartíPlaza de la RevoluciónCiudad de La Habana

Fax: 81 6224 / 33 5938Email: [email protected] Internet puede localizarnos:www.lib.cult.cu

Primera época 1909-1912Segunda época 1949-1958Tercera época 1959-1993Cuarta época 1999-

La Revista no se considera obligada a devolver originales nosolicitados.Cada autor se responsabiliza con sus opiniones.

Año 92/ Cuarta ÉpocaJulio-diciembre, 2001Número 3-4Ciudad de La HabanaISSN 0006-1727RNPS 0383

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Índice GeneralUMBRALELIADES ACOSTA MATOS

Primer centenario 5EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO[A. M. ELIGIO DE LA PUENTE]Acta de la colocación de la primera piedradel edificio de la Biblioteca Nacional 7FRANCISCO DE PAULA CORONADO

La Biblioteca Nacional: su historia y propósitos 9RENÉE MÉNDEZ CAPOTE

Recuerdos de la vieja Biblioteca 13[TOMÁS F. PUYANS NÚÑEZ]Discurso 23[MARÍA TERESA FREYRE DE ANDRADE]Resolución 26[MANUEL PEDRO GONZÁLEZ]Manuel Pedro González y la Sala Martí: de un discurso inaugural 29SALVADOR BUENO

Directores de la Biblioteca Nacional de Cuba 34MARUJA IGLESIAS TAULER

Re-nacimiento de la Biblioteca Nacional: tiempos y tonos 39GRAZIELLA POGOLOTTI

La maravilla en los predios de Boloña 88CINTIO VITIER

El escritor y la Biblioteca 92FRANCO SALAZAR

Regla Peraza Sarausa: la estirpe 100REGLA PERAZA

Mis años felices en la Biblioteca 103MERCEDES SANTOS MORAY

El caballero de Boloña 105MARÍA ELENA JUBRÍAS

Primeros años del Departamento de Arte 108ARACELI GARCÍA CARRANZA

¿Y cómo ha podido ser? 112

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LUISA CAMPUZANO

Juan Pérez de la Riva: confesiones de una secretaria 115ZOILA LAPIQUE

Imágenes de un tiempo no perdido 119LUIS SUARDÍAZ

En ocasión de un centenario 129CARMEN SUÁREZ LEÓN

Revistera de la Biblioteca: una forma de felicidad 134FRANCISCO PÉREZ GUZMÁN

Un guajiro en la Biblioteca Nacional 136ANA CAIRO

Tertulias en la Biblioteca 139MARTA BEATRIZ ARMENTEROS

De mis buenos recuerdos 142CONCEPCIÓN JAÉN BASTÉ

Hace diecisiete años... 145LOS TRABAJOS Y LOS DÍASOLGA VEGA

Impresos del siglo XIX en los umbrales del XXI: control bibliográficoy custodia de un fondo de carácter patrimonial 149RAFAEL ACOSTA DE ARRIBA

Una enciclopedia de la cultura cubana 160ALICIA SÁNCHEZ

El patrimonio documental, difusión, protección y defensa 164ELIADES ACOSTA MATOS

Centenario de la Biblioteca Nacional José Martí, de Cuba:las lecciones de la historia 166ARACELI GARCÍA CARRANZA

Colecciones de grandes figuras de la cultura cubana:Alejo Carpentier y Lisandro Otero (Adquisición y bibliografía) 175ROSA BÁEZ

En familia y como hermanos 181ROBERTO CASANUEVA

La Biblioteca y el diseño de libros 183VIGENCIASROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR

Cuarenta años después 186

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UMBRAL

El 18 de octubre de 1901, mediante unaextraña Orden Militar del GeneralLeonardo Wood, interventor militar dela isla de Cuba en representación delgobierno de Estados Unidos, se fijabasalario anual al doctor DomingoFigarola Caneda como director de laBiblioteca Nacional. El hecho en sí mis-mo hubiese sido irrelevante, si noconstituyese la fecha aceptada comola de fundación de nuestra instituciónque arriba de esta forma, en este oc-tubre del 2001, a su primer centenario.

Signada desde su surgimiento por lasombra de una intervención foránea queha planeado sobre la nación más deuna vez en los cien años transcurridos,y también, por la aspiración irreductiblede los cubanos a la autodeterminación,la soberanía y la libertad que trae con-sigo la cultura, sigue siendo la Bibliote-ca Nacional reflejo y acicate, reservorioy orgullo de todas las generaciones. Ylo seguirá siendo en la medida que seacapaz de renovarse y andar por la mis-ma senda que nuestro pueblo.

No podríamos hoy abrazar a tantos quehan hecho posible que lleguemos conhonor a este aniversario. Pero pode-mos asegurarles que continuaremos y

enriqueceremos su obra, y que seguiráteniendo Cuba en los trabajadores de laBiblioteca Nacional motivo de satisfac-ción y orgullo.

Han transcurrido cien años. Ni Cuba nilos cubanos somos los mismos de en-tonces. Tampoco la Biblioteca Nacio-nal. Mirando a los jóvenes queatraviezan nuestro umbral, a los padresque traen a sus hijos a iniciarse en elmundo fascinante de la lectura, a losinvestigadores que tanta gloria traen alpaís, y a nuestros propios bibliotecarios,tengo la certeza de que somos incom-parablemente mejores, como pueblo.

Y siento renovado orgullo por lo que laBiblioteca Nacional José Martí ha apor-tado y seguirá aportando a ello.

Primer centenarioEliades Acosta Matos

Historiador y director de la Biblioteca Nacional José Martí

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EL ZAPATEADO

Fragmento de un grabado de Federico Mialhe,del siglo XIX, tomado de Álbum pintoresco de laisla de Cuba, plagiado por Bernardo May, per-teneciente a la colección de la Biblioteca Nacio-nal José Martí

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EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

En la ciudad de San Cristóbal de LaHabana, a los veinte y ocho días delmes de Enero del año del Señor de milnovecientos cincuenta y dos, nonagési-mo noveno aniversario del nacimientodel Apóstol de las libertades cubanas,José Martí; siendo las cuatro de la tar-de, se constituyó en los terrenos situa-dos en el barrio del Príncipe, antigualoma de Tadino o de los Catalanes, ad-quiridos con objeto de construir en losmismos el edificio en que se ha de ins-talar la Biblioteca Nacional “JoséMartí”, la Junta de Patronos de dichaBiblioteca Nacional formada por el Dr.Emeterio S. Santovenia y Echaide, Pre-sidente; Aurelio Portuondo y Barceló,Vice-Presidente; Dr. Tomás F. Puyansy Núñez, Tesorero; Ing. Mario GuiralMoreno, Vice-Tesorero; Dr. AntonioM. Eligio de la Puente y García Tejada,Secretario; Dr. Fernando Ortiz yFernández, Vice-Secretario; y Sra. LiliaCastro de Morales, Dr. Pablo RuizOrozco, Dra. Inés Segura Bustamante,

Dr. Ricardo Mestre y Llano, y JoséLuciano Franco, Vocales, con objeto dedar cumplimiento al acuerdo adoptadopor dicha Corporación en junta celebra-da el día catorce del corriente mes, decolocar en este día la primera piedradel edificio en que se alojará la Biblio-teca Nacional.

Con la asistencia del Arquitecto Direc-tor de las obras del expresado edificio,señor Evelio Govantes y Fuertes, seprocedió a situar en el lugar adecuadode las fundaciones del mismo, un can-to labrado de piedra dura que mide unmetro de largo, por sesenta centímetrosde ancho y sesenta centímetros de alto,cuyo centro había sido parcialmentevaciado, para colocar en su hueco unacaja metálica la cual se cerró despuésde depositar en ella la presente actaoriginal, un ejemplar de los periódicosAlerta, El Avance Cubano y El Cri-sol únicos publicados en La Habana, enel día de hoy por ser Lunes; y mone-

* Este texto apareció publicado entre las páginas 25 y 27 del número dos de la Revista de la BibliotecaNacional José Martí de abril-junio de 1952. [N. de la E.]

Acta de la colocación de laprimera piedra del edificiode la Biblioteca Nacional*

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das de plata y nickel del cuño cubano,de los diferentes valores en circulación,o sea una pieza de cada una de las si-guientes denominaciones: un peso, cua-renta centavos, veinte centavos, diezcentavos, cinco centavos, dos centavosy un centavo.

La ceremonia se llevó a cabo en pre-sencia del señor Luis Casero, Ministrode Obras Públicas, Representante delHonorable Señor Presidente de la Re-pública, Doctor Carlos Prío Socarrás;de los señores Ministros de su Gobier-no; altas autoridades civiles y militares,Cuerpo Diplomático extranjero, repre-sentantes de todas las CorporacionesCientíficas y Literarias de la República;de la Banca, el Comercio, la Industria yla Agricultura; de las organizacionesobreras; de la Prensa escrita y radiada;y de Mr. Burton W. Adkinson, enviadoespecial de la Biblioteca del Congresode Washington a este acto; ante nume-roso concurso popular.

El Representante personal del Presi-dente de la República, el de la Junta dePatronos de la Biblioteca Nacional“José Martí”, y otras muchas persona-lidades distinguidas, depositaron a suturno, paletadas del mortero destinadoa fijar y consolidar en la posición ade-cuada el canto referido y la pieza de pie-dra que cubre la oquedad hecha en elmismo, después de guardado en ella elcofre mencionado.

El Dr. Emeterio S. Santovenia yEchaide, a nombre de la Junta de Pa-tronos de la Biblioteca Nacional, leyóun breve discurso explicando el signifi-cado y trascendencia del acto que serealizaba; el señor Burton W. Adkinson,Representante especial enviado por laBiblioteca del Congreso de Washington,leyó igualmente unas palabras de elo-gio y estímulo dignamente para gloriadel hombre insigne cuyo nombre osten-ta, y beneficio de la humanidad; y elRepresentante del Señor Presidente dela República, pronunció algunas pala-bras ratificando el apoyo incondicionaldel Gobierno de Cuba, a la fecunda ta-rea encomendada a esta Junta de Pa-tronos de crear un centro organizadocientíficamente para contribuir a la mássólida educación del pueblo de Cuba.

Terminado el acto se extiende la pre-sente por el Secretario que da fe, fir-mándola el Representante delHonorable Señor Presidente de la Re-pública, los miembros de la Junta dePatronos presentes, autoridades, perso-nalidades distinguidas y pueblo. [Siguenlas firmas].

A. M. Eligio de la Puente,

Secretario.

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La BibliotecaNacional: suhistoria ypropósitos*

Francisco de PaulaCoronado

Primer director de la institución

Correspondiendo a invitación gentil deS. E. el señor Ministro de Educación,para que en la noche de hoy presenteen esta Primera Feria Nacional del Li-bro un trabajo breve sobre la historia ypropósitos de nuestra Biblioteca Nacio-nal, como director que soy de esta ins-titución de cultura, cumplo gustosoencargo que tanto me honra.

El general Leonardo Wood, siendo Go-bernador militar de Cuba, fundó la Bi-blioteca Nacional a instancias repetidasdel señor Gonzalo de Quesada, el 18 deoctubre de 1901, y también por reco-mendación de este patriota insigne,nombró director del nuevo estableci-miento al señor Domingo FigarolaCaneda.

Antes que el señor Quesada consiguie-ra del valeroso jefe de los Rough Ridersel loable acuerdo de crear la Bibliote-ca, habíanse hecho con ese mismo pro-pósito, después del cese de la soberaníaespañola, tres gestiones que, a la pos-tre no resultaron infructuosas del todo.Debióse la primera al ilustre bibliógra-fo habanero licenciado Néstor Poncede León, quien al encargarse del Ar-chivo General en 1899, obtuvo del Go-bierno la formal promesa de que enbreve plazo fundaría la Biblioteca y elMuseo Nacionales; pero la muerte in-esperada del licenciado Ponce de Leóny el súbito relevo del gobernadorBrooke, que era quien tenía contraídoaquel compromiso, impidieron que ini-ciativa tan generosa alcanzara un éxi-to inmediato. La segunda gestión fuedel meritísimo historiógrafo doctor VidalMorales y Morales, sucesor del licen-ciado Ponce de León en la jefatura delArchivo; el doctor Morales recogió elproyecto, que había quedado huérfano,lo hizo suyo, y laboró tenazmente porrealizarlo. Y la tercera y última gestióncorresponde al eminente médico doc-tor Diego Tamayo, que en 1901 desem-peñaba la cartera de Estado yGobernación en el Gabinete del gene-ral Wood. Prestando, al fin, oídos a lasconstantes recomendaciones del doctorMorales, decidióse el doctor Tamayo aactuar en el asunto, y puesto al hablacon los esclarecidos polígrafos señores

* El autor de este artículo fue director de la Biblioteca Nacional desde 1920 hasta su muerte acaecidael 30 de noviembre de 1946. Muchos de los conceptos vertidos en estas páginas tienen hoy completaactualidad, sobre todo al hallarnos en una nueva fase de engrandecimiento de la institución con motivode la construcción del nuevo edificio. Por ello hemos creído conveniente publicarlo. [Estas palabrasinician el texto que apareció en el número dos, de febrero de 1950, desde la página siete hasta la doce.N. de la E.]

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Enrique José Varona y ManuelSanguily, el primero de los cuales eraa la sazón Secretario de InstrucciónPública, y el segundo del Instituto Pro-vincial de La Habana, resolvió con ellosconstituir una Junta Organizadora de laBiblioteca y Museo Nacionales de laIsla de Cuba. Como medida previa, quepor los acontecimientos posteriores re-sultó la única adoptada, redactaron eninglés y en castellano una circular, quedistribuyeron profusamente dentro yfuera del país, solicitando donaciones delibros. Así las cosas interpúsose el se-ñor Gonzalo de Quesada, haciendo va-ler su influencia con el general Woodpara que este fundara en seguida la Bi-blioteca y nombrase director de la mis-ma al señor Figarola Caneda, y cuandosólo faltaban siete meses para que elmando de la isla fuera traspasado alpresidente que eligieran los cubanos, ycuando estaba desenvolviéndose un planpatrocinado por dos de los secretariosdel Despacho, el Gobernador Militar, pormedio de una orden verbal dada al se-ñor Quesada, creó la Biblioteca y lonombró director.

Donde primero se estableció la Biblio-teca fue en una nave anexa al Castillode la Fuerza, nave que desapareció ya,y allí estuvo hasta julio de 1902, que fuetrasladada a una parte de los altos dela antigua Maestranza de Artillería, porla calle de Chacón, permaneciendo enese local hasta que en 1938, habiéndo-se cedido la Maestranza a la PolicíaNacional para que en su solar constru-yese el edificio de la Primera Estación,mudóse la Biblioteca al Cuartel de laFuerza, cedido a ese objeto por el en-tonces coronel Batista, y donde actual-mente se encuentra. Por una iniciativa

del senador pinareño doctor EmeterioS. Santovenia, se ha dotado a la Biblio-teca de un patronato constituido por re-presentantes de nuestras principalesinstituciones culturales y se ha estable-cido un impuesto de medio centavo porcada saco de azúcar que se fabrique,a fin de reunir fondos para construir eledificio definitivo de la Biblioteca.

A consecuencia de sus achaques desalud el señor Figarola Caneda se reti-ró con licencia, en 1918, de la direcciónde la Biblioteca Nacional, y le sustitu-yó, interinamente, el bibliotecario señorFernando Miranda, en los asuntos ad-ministrativos, confiándose las laborestécnicas, en comisión, al señor LuisMarino Pérez, que era bibliotecario dela Cámara de Representantes. Jubila-do por fin el señor Figarola Caneda amediados de 1920, nombróme en pro-piedad director, el mayor general MarioGarcía Menocal, a la sazón Presidentede la República, y por indicación de losseñores Cosme de la Torriente, RafaelMontoro, Enrique José Varona y Ma-nuel Sanguily.

Mi primera labor fue componer una cla-sificación que nombré Racional, des-pués de consultar las que rigen en elMuseo Británico, de Londres, en laNacional de París y en la Biblioteca delCongreso de Washington, y luego deexaminar detenidamente las popularesclasificaciones denominadas de Asun-tos, debida al gran bibliotecónomo inglésMr. Brown, que está muy vulgarizadaen Inglaterra; la expansiva, de la quees autor el eminente bibliotecónomonorteamericano Mr. Cutter, y la deci-mal compuesta por el ingenioso Mr.Dewey, bastante usada en los Estados

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Unidos. Con arreglo a mi clasificaciónRacional, que tiene más de la del Con-greso que de ninguna otra, fueron cla-sificados por materias, clases ysubclases todas las obras que constitu-yen los fondos de nuestra BibliotecaNacional y colocadas en sus sitios res-pectivos por riguroso orden alfabéticode autores.

Una vez clasificada la Biblioteca, seacometió, con los pocos elementos dis-ponibles, la catalogación de los libros,llegando a catalogarse las secciones deDerecho, Medicina, Historia de Cuba yLiteratura española, cubana, francesa einglesa. El trasiego de empleados, de-bido a los cambios políticos, interrum-pió varias veces la catalogación, hastaque la paralizó por completo.

Hacia 1929 antojóse alguien de las es-tanterías de la Bibliotcca Nacional, ycon objeto de llevárselas al Capitolio,entonces en construcción, unos delega-dos de Obras Públicas vinieron a la Bi-blioteca, metieron la mayor parte de loslibros en cajas y se llevaron estos a unanave del viejo Presidio, en la calle delPrado. Un incendio que allí se produjodestruyó 29 cajas que contenían librosmuy importantes, sobre todo de histo-ria de Francia. Este despojo de las es-tanterías de la Biblioteca, trastornó laclasificación y ocasionó que muchasobras que no habían cabido en las ca-jas estando sin estantes, quedaranamontonadas en rincones de la Biblio-teca. Fue aquel despojo un desastrepara el establecimiento.

Pero, a pesar de todo, el daño recibidoentonces no fue tan grande como el quecausó la mudanza de la Biblioteca de

la Maestranza de Artillería al Cuartelde la Fuerza, porque esta mudanza sehizo precipitadamente, hostigada por elentonces Jefe de Policía que lo que que-ría era desalojar enseguida el lugar dela Maestranza, llegando hasta comen-zar el derribo de los techos cuando loslibros estaban todavía en los salones yechándolos en los carros, sin ningúncuidado como si fuesen ladrillos. Estamudanza acabó de desarticular la cla-sificación, mezclando unas obras conotras y regando las tarjetas del catálo-go. Fue realmente una catástrofe, per-diéndose la labor de dos años yteniendo que empezarse de nuevo.

Con el propósito de que reorganizara laBiblioteca se nombró asesor técnico alseñor José Antonio Ramos. La prime-ra labor de este asesor fue suprimir laclasificación de la Biblioteca, sustitu-yéndola por la llamada decimal, con lasmodificaciones dichas de Bruselas y al-gunas de cosecha propia; emprendien-do después la catalogación, con muchomás personal del que nunca tuvo la Bi-blioteca.

Los propósitos de nuestra Biblioteca,como los de las otras nacionales, son:Primero, reunir toda la producción im-presa del país, libros, folletos, opúsculos,revistas y periódicos; segundo, acumu-lar cuantos manuscritos cubanos puedaobtener, lo mismo científicos, que litera-rios, históricos que artísticos; formar lamás rica colección posible de estampas,láminas, grabados, dibujos y fotografías;coleccionar todos los mapas y los pla-nos que le sea posible adquirir; y formarla mejor colección de medallas cubanas,lo mismo conmemorativas que decora-tivas, militares que bautismales y comer-

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ciales, para ofrecer así, al investigadortodos los elementos precisos para laerudición, puesto que las BibliotecasNacionales son principalmente para loseruditos, ya que constituyen el gran de-pósito de la producción intelectual de lanación, su tesoro cultural.

Cumpliendo estos fines, la Biblioteca haprestado verdaderos servicios a cuba-nos que, hoy son notables figuras de lasletras, las ciencias, las artes y la vidapública entre otros los señores EmeterioS. Santovenia, Emilio Roig deLeuchsenring, Jorge Mañach, RaimundoLazo, José Antonio Fernández de Cas-tro, los hermanos Juan y HerminioPortell Vilá, José Manuel Pérez Cabre-ra, Francisco González del Valle, FélixLizaso, José María Chacón y Calvo,Emilio Ballagas, Ezequiel GarcíaEnseñat, Enrique Larrondo, etcétera. Enla Biblioteca compusieron también sus

brillantes tesis doctorales alumnos no-tables de nuestra Universidad como lasseñoritas María Gómez Carbonell,Graciela Barinaga, Fany Azcuy, MaríaTeresa Piñera, María Josefa Beltrán yel señor Humberto Valdivia.

Para concluir diré que una de las for-mas como la Biblioteca ha contribuidomás a la cultura, ha sido suministrandoa los escritores las bibliografías de quehabían menester y orientándolos en susinvestigaciones con las luces del sabery de la experiencia, y de estos son tes-tigos de mayor excepción las personasantes nombradas y otras muchas quesería prolijo enumerar, que con razón hadicho celebrado escritor argentino quelas bibliotecas son a maneras de univer-sidades libres, en las que los lectores sonlos alumnos, el bibliotecario, el profesory los libros, los repasadores o adjuntos.

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Recuerdos de laviejaBiblioteca*

Renée Méndez CapoteEscritora y periodista

Tenemos que imaginar a una mucha-chita salida de las páginas de las Me-morias de una cubanita que naciócon el siglo, entrando en el antiguoedificio de la Maestranza de Artillería;subiendo la ancha escalera, de caobabellamente torneada, con el corazónpalpitante porque iba a pasar un rato enun ambiente que la atraía de maneramuy especial. Es una niña acostumbra-da a los libros; en su casa hay variascolecciones que bien pudieran llamar-se bibliotecas: la jurídica de supadre y su hermano mayor; lageneral, instalada en una altapieza grande, con siete venta-nas y las paredes cubiertas has-ta el techo con estanterías decedro, y en la que figuran obrasmaestras de la literatura univer-sal, libros de viajes y explora-ciones, enciclopedias, historia...La colección del hermano se-gundo, compuesta casi exclusi-vamente por libros de marinasmercantes y de guerra; geogra-fía; biografías de personajes re-

lacionados principalmente con el mar.Porque es un niño que sueña con quealgún día tengamos una flota poderosa,de barcos comerciales y pesqueros; queno en balde su padre dice que Cuba esun país de costas y tiene un gran por-venir en el mar. Y está la colección delas niñas, con las consabidasBibliothèque Bleue, BibliothèqueRose... y ediciones en inglés de obrasmaestras universales, adaptadas paraniños. Además, guardada celosamente,la colección particular de la hermanitamenor, de filosofía, metafísica, música yversos. Y a esto hay que añadir, que cor-no cauterio contra la estrechez mental dela época y valladar contra la cursilería, lagran biblioteca general que campea en laazotea, y a la que se sube por una esca-lera de caracol, de buenas proporciones,está a la entera disposición de la mucha-cha que va a buscar en la lectura, sin tra-bas de ninguna clase, el más preciado delos entretenimientos y la respuesta a in-quietudes y curiosidades.

* Este trabajo apareció en el número 2 de mayo-agosto de 1981 desde la página 91 hasta la 103 de estarevista. [N. de la E.]

Interiores de la Maestranza de Artillería

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El año 1901 se inauguró la BibliotecaNacional, el mismo año en que me in-auguraron a mí; e inauguración debequerer decir vivir en perpetua mutaciónhacia adelante, si el que nace viene do-tado de fuerza y voluntad de existir.Naturalmente que yo no fui de niñita avisitar la Biblioteca; es cuando lacubanita se queda en el portal de B y15, viendo partir para siempre a su pri-mer enamorado, cuando empezó a ha-cer visitas asiduas al viejo edificiocolonial, que de no haber sido una víc-tima más del batistato, hoy sería uno delos más valiosos monumentos de unaHabana, que no se ha desnaturalizadototalmente gracias al triunfo sin par delos barbudos de la Sierra.

Yo conocí y traté al primer director quetuvo la Biblioteca Nacional, a FigarolaCaneda, casado con francesa, pero mitrato más íntimo fue posteriormente conFrancisco de Paula Coronado, uno deesos personajes que merecen estudio,porque junto a una condición que po-dría en rigor llamarse cinismo, tenía unafuerte personalidad, mucha inteligencia,una vastísima cultura, trato exquisito yun conocimiento de la bibliografía cu-bana como no ha vuelto a tenerlo nin-gún otro director de biblioteca. Era tanmiope, que se pegaba los libros a la na-riz para poder ver las letras aun a tra-vés de unos lentes increíblementegruesos, y también era increíble todo loque leía. Él no fue mambí, naturalmen-te, no fue a la Guerra del 95, pero cons-piró con don Juan Gualberto Gómez eintervino en muchas incorporaciones decubanos a las filas insurrectas.

Cuando se preparaba el levantamientoen armas para la “guerra necesaria”,

había una guagüita de mulas que salíade la Plaza de Armas, frente al pala-cio de los Capitanes Generales, reco-rría las calles de La Habana Vieja yregresaba a su punto de partida. El co-chero era un cubano separatista quetuvo en sus manos muchas vidas. Esaguagüita la tomaron a menudo Corona-do, Juan Gualberto, y mi padre del cualse ultimaron en ese vehículo los prepa-rativos para incorporarlo a las filas deLeoncio Vidal; el joven héroe que mu-rió una de esas muertes en las que nose muere, cumpliendo la orden de to-mar el parque de Santa Clara, con laciudad en poder de los españoles.

Coronado, como bibliotecario era fan-tástico; decía que la polilla no era tanmala como creía la gente; tenía un sis-tema propio de clasificación, muy par-ticular, que por desidia no aplicó,felizmente, a los indefensos libros. Sellamaba él “sistema Coronado”, Siste-ma Racional, y empeoraba con el sur-gir de la inteligencia en el primate yllegaba hasta los últimos descubrimien-tos científicos que en aquella épocaeran nuevos y hoy son antiquísimos.

De más está decir que Francisco dePaula me quería y nos permitía, a mihermanita y a mí, andar por la Biblio-teca corno perros por su casa. Sara eramuy impertinente, y un día le preguntó:–Doctor, ¿Por qué usted no fue a laguerra? –Porque yo casi no veo Sarita.–Pues el “Ciego de los Pasitos” no veíay se mantuvo en ello. Coronado no semolestó.

Yo cogía los libros que me daba lagana, de los propios almacenes, y meiba a un balconcito de madera que

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quedaba encima del mar, porque enton-ces el mar llegaba hasta los muros de pie-dra de la Maestranza, y allí me sentabaa leer. El balconcito era peligrosísimo, seestaba cayendo de puro carcomido ehistórico, y María Villar Buceta, quetrabajaba con Coronado, se sentabaconmigo y nos enfrascábamos en lar-gas charlas, en las cuales muchoaprendí con la más paciente y dulce delas mentoras.

Había, junto al director, un grupito depalomas mensajeras que andaban en-tre los libros caprichosamente coloca-dos, y encontraban de milagro lo quepedían los lectores, que, afortunada odesgraciadamente, no eran muchos.Entre estas palomas había un palomoverdaderamente notable y con unamor a una institución a la que dedicótoda su vida, y que merece un peren-ne recuerdo emocionado: CarlosVillanueva. Lo acompañaban excelentescompañeros; no cito nombres porqueme dolería omitir, involuntariamente,alguno.

Pues nuestra primera Biblioteca Nacio-nal iba tirando, en el vegetar en que es-taban sumidas todas las institucionesculturales de unos tiempos, en los cua-les sacar una edición de quinientosejemplares no era raro, y de mil se con-sideraba una edición masiva. Eranejemplares de libros pagados por el au-tor, que había que regalarle a los ami-gos y comerse el resto, porque nadiecompraba libros cubanos. Bien es ver-dad que existían sus excepciones comocréditos que votaba el Senado para im-primir las obras de quien no había es-crito nada; pero eso era peccataminuta, en la política al uso. Los pe-

riodistas tenían que vivir, como los po-líticos, pero mucho más modestamen-te, de unos cuantos puestos en lasnóminas oficiales, y, los más descara-dos del chantaje. Los honrados, escri-tores y periodistas, podían alimentarsesoñando con tiempos mejores.

No doy datos concretos sobre la Biblio-teca, en cualquiera de sus fases, por-que para eso están los historiadores ylos investigadores nuevos, sacados dellimbo, o del nirvana, como quierallamársele a la indiferencia guberna-mental que padecieron las institucionesreputicanas hasta el enorme primerode enero de 1959.

Pues así las cosas, un buen día, ya enpleno poder militar, el perínclito“Pimeo”, (yo soy un Pimeo, había di-cho Batista en uno de sus “colosales”discursos, lo que no le impedía tenerapetito de gigante) se le ocurrió levan-tar castillitos de cartón-piedra, para al-bergar a las siniestras casas de torturallamadas estaciones de policía; y pre-cisamente para una de estas, escogióel mismísimo lugar que ocupaba laMaestranza de Artillería. En cuantoalumbró en su caletre de pimeo la bri-llante idea, mandó meter los 1ibros encajones y trasladar la Biblioteca Nacio-nal para los sótanos y bastiones del Cas-tillo de la Fuerza, y asestar la piquetademoledora a lo que hoy sería esplén-dido monumento colonial restaurado yconservado, como parte de las raícesque los yanquis por poquito nos arran-can completamente junto con meternoslos letreros en inglés, la ladronera (ofi-cial y privada) entronizada y ostentada,el robo de las tierras e industrias, la de-pendencia política y económica, la

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coca-cola, la mascadera de chicle y lamafia.

(A lo mejor la mascadera de chicle fuelo que les desarrolló a los auténticos elapetito de “adquirir”...).

Pues señor yo iba desenvolviendo miagitada vida, tan llena de pequeños ygrandes cambios: había abortado la“Revolución que se fue a bolina”, sehabía producido mi pase de vidaregalona de burguesa adinerada a lavida dura de la trabajadora; había so-brevivido al naufragio del MorroCastle; había tenido lugar la huelga re-volucionaría de marzo de 1935, y yohabía conocido por dentro la cárcel demujeres; habían transcurrido dos añosy cuatro meses de vida precarísima encompañía de mi segundo marido; fuimadre... y gracias a uno de esos gol-pes bajos que se asestaban nuestrospolíticos, enganché de nuevo un traba-jo. Por circunstancias de íntimas amis-tades familiares, tuve oportunidad deescoger “lo que quisiera”, y para noensuciar mi expediente revolucionario,acepté un puesto de oficial clase 5ta.en el Fondo Especial de Obras Públi-cas, y pasé a hacer las recaudacionesmunicipales de Las Villas y La Haba-na. Sudé tinta china, los números no mecabían en las casillas del papel cuadri-culado y yo, que odiaba la aritmética,tuve que sumar, restar, multiplicar y di-vidir a pura cabeza, porque no se usa-ban, en las oficinas públicas, lasmáquinas de calcular.

Hasta que un buen día, otros dos añosdespués, me encontré una mañana en lacalle al ministro de Educación, AurelioFernández Concheso. Me preguntó dón-

de me escondía que no se me veía porninguna parte y cuando le dije el tipode trabajo que hacía, se cayó paraatrás: ¡Qué barbaridad! Ve por Educa-ción. Y pasé a trabajar, en comisión, ala Biblioteca Nacional del Castillo, jun-to con las palomas mensajeras y el ele-mento flotante constituido por losbotelleros, que iban y venían siguiendolos vaivenes de sus respectivas palan-cas, y en la compañía, los días de tor-menta, del amable fantasma de doñaIsabel de Bobadilla, que la conseja po-pular había trasladado a la ‘‘nueva for-taleza”, sin ocuparse para nada de laverdad histórica.

Entre estos elementos, tan típicos deloleaje oficial de aquella época, merecerecordarse al hermano de un senador,que decía con un cinismo deliciosamen-te ingenuo, que él tenía cuatro mujeres,pero eso sí, mujeres decentes y de ca-sas respetables. Y hasta gozamos lacompañía de un célebre babalao, cuyapresencia alborotó a muchas de las mu-jeres, y el cual, al ver que yo no creíaen su, a ratos, segura profesión, me tra-tó con muchísimo respeto. Y había tam-bién una palomita torcaza, a quien su“protector” mandaba periódicamente aMéxico, a traer pieles finas, de contra-bando, para que las vendiera y lapobrecita “se ayudara” y no pesaramás de la cuenta sobre el erario públi-co. Me mantuve en comisión de servi-cio hasta que un jefe de 6ta. clase dela Dirección de Enseñanza Primaria re-nunció a su puesto para ir a ocupar unaula en Cienfuegos. Era el último de losjefes administrativos, con 125 pesos desueldo, pero ya de nuevo en el Minis-terio que me correspondía.

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Cuando me mandaron para la Bibliote-ca encastillada, fue como un destierrobenigno, porque todavía mi fama de“comecandela” no se había debilitado;casi me da vergüenza confesar, a fuerde sincera, que era una fama comple-tamente inmerecida.

Me alegré de ir para la Biblioteca,pues mi innato amor por este tipo deinstitución sí que no se había debilita-do, y no me abandonó nunca. Cuandofundamos el Lyceum en 1929, escogíel cargo de vocal de biblioteca, con lailusión de crear una biblioteca circu-lante en el Vedado; y cuando en 1933,a raíz de la caída de Machado, Graume nombró directora de Bellas Artes,entre otros proyectos, aprobados todosy ninguno realizado, figuraba la instau-ración de salas populares de lectura,en modestos locales asequibles al hom-bre de la calle, donde pudiera leer losperiódicos y revistas y libros de fácillectura.

En aquella época turbulenta, todo sequedaba en el papel; Había que tenerla grandeza de Antonio Guiteras paranacionalizar la Havana Light andPower Company.

En la Biblioteca Nacional del castillo,me sucedió una de las cosas más cons-tructivas de mi carrera de funcionariopúblico venido a menos: colaboré conel tipo más notable, más inteligente, másoriginal, más limpio de mente y más en-tusiasta del trabajo, que he conocido enmi ya tan larga vida.

Ese tipo fue José Antonio Ramos, co-munista de cuerpo entero, trabajadorincansable, escritor ilusionado, compa-

ñero de labor entrañable y enamoradoperdido de su Josefina de Cepeda.

De más está decir que era un bibliote-cario chiflado; estaba escribiendo, y es-cribió y publicó, un Manual debiblioteconomía, con un sistema capri-choso, porque de biblioteconomía no sa-bía nada. Pero lo habían nombradoasesor de la Biblioteca Nacional. Yopasé a trabajar directamente con él, encalidad de clasificadora general.¿Puede imaginarse lo que es una cla-sificadora general? Una barbaridad, cla-ro, pero yo era tan bárbara comoRamos y acepté entusiasmada la dis-paratada encomienda. La cantidad debarbaridades que cometí, puedesuponerse; con decir que en cuantoveía un diente o una muela clasificabael bicho en mamíferos...

El sistema de Ramos era una combi-nación de Dewey y Ramos, y tenía re-miniscencias del de Bruselas y hastadel de la Biblioteca Médica deYanquilandia. ¡Pero cómo trabajába-mos! Limpiábamos, sacudíamos, barría-mos, colocábamos en estantes depinotea los libros que sacábamos a su-dor y lomo de los cajones, empeñadosen que no se perdiera el acervo de laBiblioteca, y la humedad del Castillo nolo destruyera, y ensayábamos la ejecu-ción de un catálogo por materias y otropor orden alfabético de títulos y autores.

Nos pasaban cosas graciosísimas, por-que Ramos era muy alegre y chistoso:Una vez, un lector muy impertinente lle-gó a desesperar y atolondrar a la ban-dada de palomas mensajeras, que seesforzaban por servir todos los librospedidos –ya el número diario de lecto-

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res empezaba a crecer considerable-mente; ¿te acuerdas, entrañable y ju-venil Manolo Moreno Fraginals?

Pues las palomas vienen a quejarse alasesor, de la impertinente exigencia delsusodicho lector, primero con suave ba-tir de alas, y después con revoloteo des-esperado; y Ramos sale para la sala delectura con violento batir de alas de ga-vilán, de la larga bata que usaba –unviejo guardapolvo de la época en quese endosaba ese atuendo para andar enautomóvil– y regresa para la oficinamuy satisfecho.

–Ya lo puse en su lugar. Le dije: “Ói-game, amigo, ¿por qué no vuelve ustedpara su lugar de origen?”

–Y cuál es ese lugar, Ramos?

–El c... de su madre, hija.

Otra vez se vio enredado con un gru-po de viejos veteranos de las guerrasde independencia, que querían batir-se con él en duelo al machete “hastael derramamiento de sangre”, porqueal referirse a ellos, que escenificabano recuerdo qué protesta, había di-cho: –¡vaya, se alborotó el cotarro!

Yo intervine, con mi prestigio de hija degeneral, y pude salvar a Ramos de laacometida de los viejos enfurecidos,convenciéndolos de que la intención deRamos no había sido despreciar a losmambises, sino usar inocentemente unafrase muy castiza, para expresar su ad-miración por el alboroto que había ar-mado; y les recordé que el suegro deRamos había sido el coronel Cepeda,cuya memoria el yerno respetaba, y que

al fin y al cabo decir “se alborotó elcotarro” no era en lo absoluto llamar-les pájaros o cotorras como ellos adu-cían.

Cuando José Antonio Ramos concebíauna obra, novela o teatro, la concepciónera muy buena. Se sumergía en unmundo maravilloso. Me decía entonces:

–Ni me hable, ni me hable. Estoy en mismomentos de “¡pobre Guillermito!”. Serefería a Shaskespeare. Pero cuando laobra estaba terminada, él que era muyinteligente y crítico implacable de sí mis-mo, venía todo alicaído y me decía:

–Léala, hija; no me salió corno yo laconcebí. Ahora estoy en la triste fasede “¿pobre José Antonio?”.

¿Qué gran hombre era Ramos, qué fir-meza en sus convicciones, qué fe inque-brantable en un porvenir que todavíasabía lejano? Tenía una buena bibliote-ca particular, y había dispuesto que a sumuerte se le entregara la Central de Tra-bajadores de Cuba. La última vez quelo vi fue un día muy triste, en que vinoa la Biblioteca con Josefina. Estaba en-fermo y su visita fue una despedida; es-toy segura de que él sabía que iba amorir. Yo seguí corto tiempo en la Bi-blioteca, vacía sin Ramos.

En los años en que trabajé en la insti-tución, Coronado era el director; se lle-vaba muy bien con el asesor, estabaresignado a que su sistema racional nose aplicara: aunque pensaba que el sis-tema de Ramos era disparatado, nun-ca hizo la menor tentativa por defendersu propio sistema, y yo llegué a la con-vicción de que él bien sabía que aque-

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llo era un galimatías, y hasta llegué asospechar que lo hizo por diversión.

Yo gozaba de la confianza de Corona-do, a causa de nuestra vieja amistad, yun día memorable en el cual me dejóponer un poco do orden en la montañade papeles que ocupaba su buró y atas-caba sus gavetas, me encontré cartassin abrir desde hacía diez años, y girospostales viejísimos que nunca habían sa-lido de sus sobres amarillos. Hice lo quepude por darle buenos consejos: –Doc-tor Coronado, pélese y aféitese la bar-ba; cuando se decida a tumbarse esamaraña de pelos, va a coger catarro...y córtese las uñas, y mande a lavar yremendar lo bata. Tenía en la solapa deuna bata que usaba, (sobre todo en sucasa pero que a veces vino a dejarseadmirar en la Biblioteca) para andarentre el montón de libros de su propiabiblioteca, que estaban por todas par-tes: sobre sillas, estantes, suelo y hastatrepando en montañas hasta el techo,una corbata negra de etiqueta, prendi-da con un imperdible de aquellos quese llamaban “de criandera” en el añomil, y que estaba fijo allí para siempre,a causa de la herrumbre; a la bata lefaltaba medio faldón por detrás y teníaun montón de desgarraduras, amén demanchas de grasa, de café, de gomade pegar, y hasta colores de pintura deaceite. Él no se ofendía conmigo, y se-guía con su bata, su pelambrera y susuñas increíblemente largas. Pero, ¡quéhombre tan culto, qué trato encantador,qué don de gentes! Y cuando hablabapor teléfono con una mujer desconoci-da, que lo llamaba todas las tardes des-de hacía años y a la que nunca conociópersonalmente, había que oír aquella

deliciosa voz y la manera fina y sutilcon que mantenía una amistad amoro-sa tan romántica y tan bella.

Su dominio de la bibliografía cubana notenía paralelo, y conocía a fondo la es-pañola, la francesa, la inglesa, la italia-na... ¡Qué tipo más curioso!

En esa vieja Biblioteca Nacional atro-pellada, dejada de la mano de gobier-nos venales, que no respetaban paranada nuestras raíces culturales, pasé lavergüenza más grande de tu vida.

Siempre que venían extranjeros quehablaban francés, inglés o italiano, loscompañeros de la sala de lectura mellamaban a mí para que atendiera enprincipio la visita, que yo les pasaba aCoronado y a Ramos si se trataba dealguien más importante que un simplecuriosos o turista. Pues una buena ma-ñana se presenta un norteamericanomuy sencillo y cordial. Era un expertoen arquitectura colonial hispanoameri-cana. Traía un bellísimo libro editadopor la Yale University Press, si mal norecuerdo, impreso en magnífico papel,con un tipo de letra preciosa y esplén-didas fotografías voladas, a toda pági-na. Ya iba yo a avisarle a mis jefes,cuando el autor, insiste en enseñarmesu obra. Traía todo un largo capítulodedicado precisamente al edificio de laMaestranza de Artillería de La Haba-na. La escalera, las puertas, los clavosde bronce cincelados, los llamadores...todo estaba fotografiado y detalladominuciosamente. El hombre estabaconsternado, asombrado, con la since-ra angustia de quien se considera quese ha perdido uno de los mejores mo-

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numentos de arquitectura colonial his-panoamericana.

–¿Pero, qué han hecho con ese edifi-cio que merecía ser tratado como unajoya; tan importante como el antiguoConvento de San Francisco? ¿Dóndeestán las puertas, los clavos, losllamadores, de los más bellos que teníavuestra vieja arquitectura? Lleno de ilu-sión fui al lugar donde estaba ese mo-numento, y me encuentro un espantosocastillo que parece de cartón; un ma-marracho. Han echado abajo un teso-ro, para levantar en su lugar una cosaindigna. Dígame, por favor, en dóndeestán esas puertas, esos clavos, esosllamadores... yo les dedico en mi librola importancia que merecen, y ahorame encuentro que han desaparecido...Yo tuve que tragar saliva antes de con-testarle, pero tenía que decirle la ver-dad. Le dije que teníamos un salvaje alfrente del país, que el gobierno se reíade los monumentos nacionales, y queese gobierno estaba protegido por supaís; que podía comprobarlo viendo laBiblioteca Nacional metida en un localabsolutamente dañino para la conserva-ción de los libros; y que las puertas, laescalera, los llamadores y los clavos,debían estar adornando, en el mejor delos casos, las fincas de algún personerodel régimen, o tirados por un depósitode cosas inservibles.

–¿Y qué hago yo ahora con mi libro?¿Qué hago con el capítulo dedicado ala Maestranza?

Yo le pedí que dijera la verdad, queasí contribuiría a que en su país, tangeneroso con los malos gobiernos deesta menospreciada América Latina,

se conociera parte de la triste verdadcubana.

Han pasado muchos años, y todavía meduelen la escalera, las puertas, losllamadores y los clavos de la antiguaMaestranza de Artillería.

Entre los personajes inolvidables de lavieja Biblioteca Nacional, se destaca-ba María Villar Buceta.

Unos ojos azules grandes, muy abier-tos, con una chispita alegre en el fon-do, y una luz de sorprendentepenetración, iluminados por una inteli-gencia profunda. Una boca muy fea, dedientes grandes y una encía rosadamás presente de lo necesario, pero unaboca siempre dispuesta a la risa cor-dial. Dos gruesas trenzas rubias, largas;las trenzas que yo soñaba. Un cuerpobien formado y esbelto, rematado pordos piernas perfectas, de las que ella,muy femenina, callada e íntimamente seenorgullecía.

Una adolescente huraña al principio ydespués de una sinceridad total y unabondad sin limites; capaz de darse contoda su alma a la causa que amara y atodo ser necesitado o desvalido; unacapacidad de ternura infinita. Un carác-ter altivo y digno, que rechazaba todahumillación; que odiaba la lástima de símisma y no admitía el anteponer nin-guna necesidad propia a la ajena. Unaentrega a los suyos completa: al padreborroso y callado que se apoyaba enella, al hermano estrafalario, a la her-manita menor, al hermano talentoso.

Un temperamento totalmente tierno,guardado celosamente, porque María se

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consideraba, en el fondo de su ser, laniña fea y escondía los justos reclamosde sus sueños y sus legítimas ansias,debajo de un disfraz de indiferencia, demujer que no necesitaba el amor físi-co, porque tenía el amor sublime de unamilitancia que la absorbía. María hubie-se sido una madraza, si no se hubieseentregado totalmente a la lucha socialy política

María era total, en ella no había grie-tas ni debilidades, era en verdad la mu-jer fuerte, y sin embargo, nuncamenospreciaba ni mucho menos ofen-día al débil, no excusaba imperfeccio-nes, pero en el fondo de su alma buenasentía lástima por el que no sabía su-perar su debilidad, y estaba siempre dis-puesta a prestarle su propia fuerza paraayudarlo a redimirse. Nunca la oí con-denar a nadie, con excepción del trai-dor; para este era implacable.

Aquella dulzura de María por los vie-jos y los niños, por los gaticos abando-nados en los solares yermos; aquellagenerosidad que no medía el sacrificio,la hacían un ser excepcional. Yo nuncame he visto frente a una bondad comola suya. María era una muchacha comotodas las muchachas, salvo que ella eramuy superior a todas las demás.

Nos conocimos casi niñas, vino a ope-rarse de la garganta a la clínica Fortún-Souza, y Benigno Souza nos dijo a mihermana Sara y a mí, que venía a bus-carnos porque tenía “una güajirita por-tentosa” y quería que nos conociéramos.Al principio, María y Sara ligaron inme-diatamente, porque eran caracteres muyafines y tenían las mismas cualidades;a mí, de entrada me rechazó, porque yo

era demasiado turbulenta; la puso re-celosa mi exceso de vitalidad, perocuando a través del trato penetramosen las almas la una de la otra, llegamosa ser tres hermanas. Y yo sé que aMaría mi exceso de vida le hacía bien,como a mí el profundo torrente, quecorría debajo de sus aguas, tranquilasen la superficie, pero capaz de horadarla roca. Yo la alegraba cuando ella, de-masiado altiva para aceptar la compa-sión, tenía alguna preocupación queempañaba el brillo de sus ojos; y ellaatemperaba mis ansias, desbordadas enmi afán de apurar la vida.

Y María era alegre, a menudos íbamosa almorzar sobre la hierba en plenocampo, ahí donde encontrábamos unespacio abierto en el que crecían flo-res. Nos acompañaba mi tía RitaChaple, mujer mayor, pero alegre comouna joven y un chofer que era hombrede toda confianza; comíamos toda cla-se de golosinas, tomábamos té frío, yMaría se divertía corno una chiquilla envacaciones, corríamos, saltábamos yhacíamos diabluras, como una vez quesimulamos soltarle la vaca a un cam-pesino, que primero renegó de lashabaneras y acabó comiendo con no-sotras. María olvidaba por unas horasla carga que sobre sus espaldas juve-niles había echado la muerte prematu-ra de la madre.

Andando la vida nos ligó a María y a míuna amistad fraternal inquebrantable.

Tardes inolvidables en la vieja Bibliote-ca Nacional, entonces alojada en la an-tigua Maestranza de Artillería, cuandollegando el final de la tarde, íbamosSara y yo a ver a María y darle lata a

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Coronado, el cual nos dejaba pasar alos almacenes donde estaba trabajan-do nuestra amiga y nos sentábamos enel balconcito de madera carcomida queamenazaba caerse encima de los acan-tilados a orillas del mar, le llevábamosa la amiga, hermana mayor, dudas, ig-norancias, vacilaciones, y ella era en-tonces mentora que encauzabavocaciones, recomendaba lecturas yresolvía problemas sentimentales, yabría caminos a un enfoque justo de lacalidad política, y muchas veces nosdevolvía la paz, alterada por prematu-ras ambiciones literarias.

Muy a menudo íbamos a pasar la ma-ñana en casa de Enrique José Varona.El querido viejo nos recibía en un rin-concito amable de la sala familiar, y na-die nos molestaba. Los hijos de Varonaeran mayores que nosotras, la hija me-nor era una muchacha alta, rubia, muybella, pero no le interesaba la amistadde tres muchachitas abrasadas por lafiebre de saber, y, aunque muy gentil,nunca fuimos amigas.

María era ya una gran poetisa; Sara,modestísima, era una precoz pensa-dora profunda; y yo tenía ya sembra-da la semilla de una narradora dememorias. María escribía unanimismoy Sara se lo publicaría con fraternaldevoción admirativa; y yo era ya larebelde que en un futuro romperíacon la clase en que había nacido yconocería la diversidad de situaciones

y ambientes que hoy me permite es-cribir tantas cosas.

Llegábamos temprano, con un ramo derosas rojas para el maestro, que adora-ba las flores y prefería las rosas rojas.Y durante dos o tres horas, al bondado-so anciano le llovían preguntas, ansieda-des, ambiciones, ilusiones y sueños. Nosescuchaba con una paciencia sin límitesy al despedirnos decía:

–No dejen de volver la próxima sema-na, que ustedes traen un hálito de ju-ventud que me refresca.

Mi inolvidable María era una mujer muyfemenina, repito que en ese aspecto erauna muchacha igual a otra muchacha,sólo que muy superior a todas las de-más. Su último rasgo de femenina co-quetería, fue en una operación que durómás de tres horas, se hizo recortar lasencías, y se convirtió en una vieja muybonita, porque lo único que la afeabaera la boca.

Yo le dije: –Coquetería... eso es lo quete ha hecho soportar la operación.

Y ella me replicó, ocultando la satis-facción que le producía verse bonita:–Comprenderás que no lo hice por serbella, a mi edad... Lo hice porque te-nía que ponerme los dientes postizos, yeso era imposible con aquella enormeencía... y a mí me gusta mucho comer...

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[Discurso]*Tomás F. Puyans Núñez

Tesorero de la Junta de Patronos de laBiblioteca Nacional

Señores presidente y compañeros de laJunta de Patronos de la Biblioteca Na-cional,

Señores bibliotecarios invitados,

Señora directora de la Biblioteca Na-cional,

Señores bibliotecarios cubanos,

Señoras y señores:

Por mandato de nuestra Junta de Pa-tronos, que acato como un honor, mehallo en el delicado trance de dirigir-me a este amable y benévolo conjun-to de amigos, compuesto en su inmensamayoría de mujeres cubanas, que hanvenido a esta casa a cumplir una deli-cada y enaltecedora misión.

Estoy entre bibliotecarios, y a fortiori,debería acomodar mis palabras al me-dio ambiente. Esta última circunstanciatrae a mi memoria la siguiente historia,que alguna vez he referido: vivían enSantiago de Cuba dos pobres de espí-ritu, nombrados Juan Tomás y Bocacio,y muy conocidos de todo el pueblo; el

Bocacio pasaba sus días bajo los fron-dosos laureles de la Plaza de Armas,frente al Ayuntamiento, esperando quesaliera para algún acto la Banda Mu-nicipal, porque él tenía que seguirla aretaguardia con un carro de mano ates-tado de atriles, instrumentos, etcétera.

Cuando Bocacio tomaba la palabra en-tre sus pintorescos corifeos, no dejabade repetir “Nosotros los músicos”.

Salvando desde luego las distancias nocometeré la osadía de parodiar aBocacio, ni me vestiré, como el pavode la fábula con el irisado plumaje delpavo real, para decirles “nosotros los bi-bliotecarios”...

No les habla pues un bibliotecario, ni untécnico, ni siquiera un bibliófilo aficiona-do; aunque en mi lejana adolescenciasolía “bouquiner”, o registrar con curio-sidad, entre las famosas tarimas a ori-llas del Sena, en París, donde tantostesoros, legítimos y falsos, han descu-bierto algunos coleccionistas y tambiénturistas con tiempo suficiente para se-mejantes aventuras.

Tampoco me atreveré a hablaros de li-bros, porque llevamos varios días en esaactividad y hemos oído muchas cosasbellas y enseñanzas provechosas sobrelo que significa el libro en sus variadosaspectos.

Sólo he de referirme a lo que para estemodesto hombre de leyes por profesión,

* Discurso pronunciado por el doctor Tomás F. Puyans Núñez, tesorero de la Junta de Patronos dela Biblioteca Nacional, aceptando a nombre de esta última el donativo de la Asociación Cubana deBibliotecarios, con ocasión de la inauguración de la Biblioteca Nacional José Martí, el día 24 deFebrero de 1958. [Este texto aparece como título en el número cuatro correspondiente a octubre-diciembre de 1957, desde la página 45 hasta la 50 de la Revista de la Biblioteca Nacional. N. de la E.]

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pero campesino por vocación y destino,significa el gesto generoso, estimulantey ejemplar de bibliotecarios, donando unavaliosa colección de libros a la Junta dePatronos de la Biblioteca Nacional, paratestimoniarle sus parabienes con ocasiónde la inauguración de este esplendorosopalacio, y para enriquecer su acervo enforma objetiva y útil.

Viniendo de una clase genuinamentecubana, compuesta de una selecta yrefinada categoría profesional, el dona-tivo, cualquiera que sea su valor intrín-seco, significa para mí, y seguramentepara mis compañeros de la Junta, el re-conocimiento espontáneo de esta juven-tud estudiosa, henchida del más puroanhelo de superación, y animada de unelevado concepto del sacrificio y de laabnegación; juventud que forma unapléyade ansiosa de servir, de educar yde realzar el nivel de cultura de nues-tro pueblo por medio de la lectura.

Viene también este grupo de cubanosinteligentes a demostrar con hechospositivos su satisfacción y regocijofrente al paso gigantesco de adelantoy progreso que acaba de dar nuestraJunta de Patronos, gracias a la gene-rosa contribución de los sectores de laindustria azucarera, colonos y hacenda-dos, y a la cooperación del Gobierno,hábilmente coordinadas, gracias a lasabia y perseverante gestión de quienha demostrado durante toda su vida suamor entrañable al libro y a la Biblio-teca, mi querido compañero y viejo ami-go doctor Emeterio S. Santovenia.

Emotivo es este acto, y al propio tiem-po estimulante y ejemplar; y la Junta dePatronos ha de atribuirle la trascenden-

tal importancia que el mismo reviste,porque al culminar sus anhelos despuésde diecisiete años de pacientes e imper-turbables esfuerzos, ha podido ver rea-lizado lo que nos parecía una utopía ycasi un imposible. Cuántas horas, díasy meses de preocupación, de desespe-ranza, han agobiado a la Junta en esosaños; pero la serenidad, la confianza yel tesón de Santovenia destruyeron todopesimismo y nos contagiaron con su in-quebrantable seguridad en el éxito dela empresa.

Ese esfuerzo ingente es el que, a mi jui-cio, viene a reconocer y exaltar hoy laclase cubana de bibliotecarios, aquí con-gregada como ante un altar, donde seconsagra el triunfo de la voluntad y deldecidido propósito de realizar una obrade tanto valor espiritual como la que aca-bamos de inaugurar, y que entregare-mos dentro de breves horas al serviciode nuestro pueblo, tan ansioso de su-peración y de progreso; y este acto esejemplar porque precisamente una va-liosa y dinámica representación de laclase bibliotecaria ha compartido con laJunta de Patronos las horas de intran-quilidad que hemos vivido, triunfandoella como triunfó la Junta; me refieroa Lilia Castro de Morales, la directorade la Biblioteca Nacional; cuyo ejem-plo me complazco en destacar ante suscompañeros de profesión, con la espe-ranza de que sigan su misma trayecto-ria; y siendo el que habla un testigo demayor excepción, quiero aprovecharesta oportunidad para reconocer la co-operación eficaz del reducido grupo demodestos y esforzados empleados debuena voluntad, entre los que contamosbibliotecarias graduadas y próximas agraduarse, que, bajo la dirección de Lilia

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Castro, realizaron el milagro de trasla-dar para esta casa, instalar y organizaraquella complicada montaña de libros,folletos y papeles que estaban acumu-lados en el vetusto e inadecuado Cas-tillo de la Fuerza.

Este acto nos animará de modo ex-traordinario en la nueva y gloriosa eta-pa que tenemos que emprender desdehoy; esa próxima jornada será quizás lamás difícil, la más larga y la que le daráa esta obra su verdadera función edu-cadora, su verdadera función social, ysu verdadero destino, que es el de ser-vir mejor a nuestro país.

De ahora en adelante, se requerirá todala capacidad, toda la dedicación y en-tusiasmo de los bibliotecarios, si es quevamos a cumplir a plenitud la ingentemisión de dotar este bello recinto de losmejores libros, de los mejores equiposy principalmente de los mejores ele-mentos humanos para que esta institu-ción pueda señalar con certera visiónlos derroteros de nuestra cultura.

El edificio luce grande, espacioso, y al-gunos creerán con error que pasaránmuchos lustros para que sus depósitosde libros se vean plenamente nutridos;pero nunca es demasiado grande unacasa de esta naturaleza, y llenarla delibros es quizás una labor material; lo

que importa es que los libros sirvan yrindan su cometido; y para eso están losbibliotecarios cubanos, que sabrán po-ner al servicio de esta institución todosu saber, toda su inteligencia, toda sucapacidad, y también todo su espíritu desacrificio, toda su devoción y abnega-ción, porque su profesión es algo másque un título que capacite para el tra-bajo, es un apostolado que sólo puedencumplir los buenos y, entre los buenos,los mejores.

Al agradecer en nombre de la Junta dePatronos de la Biblioteca Nacional, eldonativo de los bibliotecarios cubanos,séanos permitido elevar al cielo nues-tros más fervorosos votos por el augedel libro cubano, y de todos los paísescultos de la Tierra, por la unión y con-fraternidad de todos los que aman, res-petan y enaltecen vuestra nobleprofesión; y que nuestros hijos y nietos,al entrar en este recinto, donde se ate-sora una parte del saber humano, lo ha-gan con veneración y orgullo, recordandono solamente a los que pudieron mate-rializar un bello ideal, como esta Biblio-teca, sino principalmente a los queostentaron esos nombres ilustres y glo-riosos, grabados para la posteridad en losmuros y columnas de esta Biblioteca, yque tanto hicieron por la humanidad ypor Cuba. Muchas gracias.

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Resolución*

Cincuenta años de atraso, reflejo sinduda de la organización económica, so-cial y política del país hacen sentir hoysu peso sobre nuestras institucionesculturales. Años de incuria determina-ron la paulatina decadencia de la inves-tigación, tarea indispensable para laformación y el mantenimiento de unaconciencia nacional, pero al mismotiempo –y esto tiene quizás mayores ymás graves alcances– se resquebraja-ron los instrumentos destinados a echarlas bases de una educación sólida quepudiera extenderse a todas las clasessociales.

Todo ello se tradujo en la rápida deca-dencia de la instrucción pública que tanaltos niveles había alcanzado en los pri-meros años de nuestra república; en laescasez de bibliotecas –verdadera pe-nuria, pues faltaba en ellas el personaltécnico–, no se adquirían libros y noexistió jamás una política que tuviera encuenta el crecimiento de la población ylos nuevos intereses surgidos de la rea-lidad cambiante ni en la crisis progre-siva de las instituciones de alta cultura

Corresponde a la Biblioteca Nacional,en esta etapa revolucionaria, una tareade importancia suma a la que ha dedi-cado la nueva dirección sus mayorescuidados: ofrecer a los investigadores

un amplio acopio de documentos rela-cionados con los antecedentes históri-cos, artísticos y literarios de nuestraactual cultura. Y, al mismo tiempo, es-timulará la investigación, tan descuida-da por las nuevas generacionescubanas.

Ambas son tareas urgentes, inaplaza-bles. Porque en el estudio y la interpre-tación de nuestro pasado se sentaránlas bases firmes y sólidas de nuestraconciencia nacional.

Sin embargo, la Biblioteca Nacional haquerido contribuir a este momento crea-dor de nuestra historia asumiendo otraresponsabilidad y ha puesto al alcancede los niños y adultos libros y reproduc-ciones de arte, en un esfuerzo por ha-cer llegar la cultura a capas más ampliasde la población, de acuerdo con la po-lítica del Gobierno Revolucionario y deacuerdo con esa tónica, el 3 de diciem-bre de 1959 se dictó la siguiente Reso-lución:

Diciembre 13, 1959.

“Año de la Liberación”

1- POR CUANTO: es función de laBiblioteca Nacional “José Martí” reco-ger, conservar y organizar el patrimo-nio cultural de la Nación con el fin deponerlo al servicio de los estudiosos einvestigadores.

* Esta Resolución aparece en el número de enero-diciembre de 1959, de la página cuatro a la ocho dela Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. [N. de la E.]

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2- POR CUANTO: el folklore nacio-nal, así como la música culta de loscompositores cubanos forma parteprincipal de ese patrimonio cultural.

3- POR CUANTO: muchos documen-tos de gran importancia para nuestra his-toria se encuentran fuera de Cuba, yaque algunos fueron sacados del país alterminar la dominación española, otrosse encuentran en el Archivo de Indias,en el de Simancas, en el de los EstadosUnidos de Norteamérica, en Francia yen otros países más; otros se encuen-tran en diversas bibliotecas extranjerasdebido a la incuria de los gobiernos quehan regido la nación en épocas anterio-res, los que jamás se preocuparon de ad-quirirlos cuando los particulares que losposeían los pusieron en venta.

4- POR CUANTO: hoy día es posiblerecuperar todos esos documentos orga-nizando debidamente su selección y re-produciéndolos en microfilm.

5- POR CUANTO: Cuba es un paíssubdesarrollado en lo que respecta a suorganización bibliotecaria.

6- POR CUANTO: es un hecho com-probado y admitido por las nacionesmás cultas que sin la existencia de unbuen servicio do Bibliotecas Públicas esdifícil mantener en el pueblo un alto ni-vel de cultura, ya que estas Institucio-nes son llamadas a poner el libro alalcance de todos y llevar adelante unacampaña técnicamente planeada, parafomentar el hábito de la lectura, que al-cance a la totalidad de la ciudadanía.

7—POR CUANTO: la Biblioteca Na-cional “José Martí’ cuenta con perso-

nal idóneo y reúne las condiciones re-queridas para prestar, tanto el servicioque es propio de la Biblioteca Nacio-nal como aquellos que incumben a unaBiblioteca Pública moderna, a saber:fomentar el amor por la lectura; faci-litar al público en préstamo tanto libroscomo reproducciones de buenos cua-dros, poner al alcance de sus visitan-tes buenos discos, organizar cursillosy otras actividades tendientes a des-pertar el interés por distintos temas,facilitando bibliografías sobre los mis-mos, confeccionar listas de libros so-bre diversas materias para aquellosque deseen ser aconsejados en sus lec-turas, ya sea de manera colectiva o demanera individual, depositar en los dis-tintos centros de trabajo coleccionesde libros debidamente seleccionados,ofreciendo charlas que inciten a leer-los, trabajar con los niños en el salónjuvenil, ya que la niñez es la etapa máspropicia paro inculcar y arraigar el há-bito de leer, ofrecer en préstamo a losmaestros, en ese mismo departamen-to las láminas que puedan serle útilesen e aula

8—POR CUANTO: la Biblioteca Na-cional José Martí al mismo tiempo querealiza esa labor de Biblioteca Públicapuede servir de guía a otras bibliotecasdel país que deseen ser auxiliadas ensu labor, así como adiestrar a los biblio-tecarios que trabajan fuera de La Ha-bana sin haber tenido la oportunidad detrabajar en sus distintos Departamen-tos bajo la supervisión de personal téc-nico: RESUELVO: Que la BibliotecaNacional José Martí trabaje de la si-guiente manera: Primero. Cumpliendoa cabalidad su función de Biblioteca

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Nacional, para lo que recogerá, orga-nizará y pondrá a la disposición del pú-blico todo el tesoro bibliográfico ymusical de la Nación, y llevará a cabo,al mismo tiempo, una labor sistemáticade recuperación, por medio demicrofilms de todos los documentos his-tóricos de interés nacional que se en-cuentran fuera del país, según se haexpuesto en el POR CUANTO N° 3de esta Resolución. Segundo. Que enatención a lo expuesto en el PORCUANTO N° 6 de esta Resolución, laBiblioteca mantenga su personal idóneoy la debida organización departamentalpara llevar adelante las labores de una

Biblioteca Pública, tomando este térmi-no en la acepción y alcance que le con-fiere la más moderna cienciabibliotecológica, y cumpliendo todo loenunciado en los POR CUANTO Nos.7 y 8 de esta Resolución.

Y para que quede constancia expidoesta Resolución el día 13 de diciembrede 1959, año de la Liberación, vísperade la inauguración de todos estos servi-cios que en este escrito se mencionan.

La Habana, María T. Freyre deAndrade de Velázquez. Directora.

Dpto. de Circulante

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Manuel PedroGonzález y laSala Martí: deun discursoinaugural*

Nos hemos congregado en este au-gusto recinto para inaugurar el úni-co monumento digno de Martí queCuba le ha erigido hasta ahora. Por-que la verdad sea dicha: Martí hasido muy poco afortunado con lostres monumentos que se le han de-dicado en las dos ciudades más im-portantes de Cuba. Ni el “pisapapel”del Parque Central, como lo llamaRaúl Roa, ni la tumba o mausoleode Santiago de Cuba, ni la “raspa-dura” que afea esta plaza, guardanarmonía ninguna con el magno es-píritu, el genio y el refinamiento ar-tístico de aquel grande que no lo fuede España, pero sí de América yempieza a serlo del mundo. En cam-bio, este todavía modesto que hoy leconsagramos, sí es digno de él.

Con estas palabras inició Manuel PedroGonzález, profesor de Literatura, escritor,martiano distinguido, el discurso de inau-guración de la Sala Martí, en la Bibliote-ca Nacional, el 28 de enero del año en

curso. Después de expresar reconoci-miento a cuantos contribuyeron a queesta sala fuera posible continuó diciendo:

Habéis designado para decir unasfervorosas palabras en este actoque honra a Cuba, a un humildemartiólatra –el más humilde, pero noel menos devoto. Quien en este ins-tante tiene el alto honor de hablaros,ni siquiera nació en Cuba, pero enCuba transcurrió su adolescencia ysu juventud, aquí recibió la muy par-ca preparación académica que po-see y aquí echó raíces sentimentalesque se mantienen vivas todavía. Poraquellos años de 1910 a 1920 en queyo era estudiante en La Habana,prevalecía en esta capital una increí-ble esterilidad en los estudiosmartianos. El culto al héroe se re-ducía a pomposas alusiones en dis-cursos de políticos de muy escasaejemplaridad y notas periodísticasen aniversarios de nacimiento ymuerte. Gonzalo de Quesada yAróstegui publicaba cada dos o tresaños un volumen con escritos delMaestro que nadie leía ni se comen-taban en la prensa. Él mismo se do-lió amargamente en algún prólogo dela indiferencia glacial con que elambiente premiaba su noble esfuer-zo. Néstor Carbonell, que tambiénsoñó con hacer una edición de obrascompletas, recibió idéntica recom-pensa. Si la memoria no me traicio-na, el más tenaz propagador deMartí por aquellas calendas creoque era Arturo R. de Carricarte,

* Texto aparecido en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, número 1 de enero-abril de 1968desde la página :93 hasta la 98. [N. de la E.]

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pero la suya era una voce clamantisin deserto. Yo mismo llevaba variosaños en Cuba y apenas tenía noticiasde él. Recuerdo que mientras traba-jaba en una bodega en San Antoniode los Baños, cayó en mis manos unainsignificante biografía novelada deMartí publicada anónimamente. Mu-chos años después Pancho Corona-do, siendo director de esta Biblioteca,me aclaró que el autor de la consa-bida biografía novelada era eltradicionista Álvaro de la Iglesia. Lalectura de aquel humilde libro –lo pri-mero que de o sobre Martí leí– tor-ció el rumbo a mi destino, porquedespertó en mí la vocación de cultu-ra. Con setenta y cinco pesos quehabía logrado ahorrar, decidí venir aestudiar a La Habana. De no habertropezado a tiempo con Martí, es pro-bable que hubiera seguido trabajan-do en el giro de abarrotes, habríapermanecido analfabeto, me habríahecho bodeguero y acaso habría lle-gado a ser rico. Este primer contac-to con Martí me reveló la verdadevangélica que no sólo de pan viveel hombre. Desde entonces –y hacede esto más de medio siglo– su som-bra bienhechora no me ha desampa-rado nunca ni su memoria ha dejadode endulzar y confortar mis desdi-chas y tristezas. Perdonen ustedesesta reminiscencia personal. La anéc-dota carece de trascendencia, peroes reveladora del milagroso influjoque el contacto con el espíritu deMartí puede ejercer sobre las almasganosas de superación. Estoy segu-ro de no haber sido el único en quienMartí ha operado este tipo de con-versión o revelación de un destinomás alto y noble.

Martí es, nemine discrepante, creo,el espíritu más puro, generoso y ge-nial que América –Norte y Sur– haproducido. Como afirmó hace añosel gran crítico español Federico deOnís, es también el escritor de nues-tra lengua que más ha crecido en losúltimos setenta años, y previó queseguiría creciendo. La profecía seestá cumpliendo al pie de la letra.Igual crecimiento podemos augurara esta “Sala” que hoy inauguramos.Antes de inmolarse en Dos Ríos yase había convertido en el pensadory prosista más leído y acatado delcontinente americano. (Los dos úni-cos países del ámbito hispano enque no se leía ni se le conocía eranprecisamente Cuba y España). Fuetambién el renovador del arte de es-cribir, prosa y verso, en nuestra len-gua. Porque a despecho de lo quealgunos insisten en negar, Martí fueel auténtico innovador e iniciadordel Modernismo americano, pues seanticipó a Rubén Darío en el empe-ño novador en más de seis años. Elmismo portalira nicaragüense ledebe mucho más de lo que nuncaadmitió públicamente. Sin embargo,la devoción de Darío por Martí erafervorosa y se acrecentó con losaños. La influencia del ínclito cuba-no es la única que permanece en laobra de Rubén Darío hasta su muer-te. En los últimos años, el prestigioy la gloria del Apóstol han traspa-sado las fronteras continentales paraconvertirse en figura universal, locual demuestra la universalidad desu pensamiento. Prueba de ello esel crecido número de antologías yestudios críticos de tamaño mayorque en múltiples lenguas y países se

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han publicado en torno a su ideario,su verso y su prosa única.

Ustedes me excusarán si traigo acuento aquí otro elocuente caso re-ciente de catequización o conversiónmartiana de máxima ejemplaridad.Es, junto al caso de Gabriela Mistral,la prueba más eminente de la valíay capacidad de seducción y proseli-tismo que encierran el espíritu y elpensamiento martianos. El año pasa-do se publicó en La Habana el estu-dio más erudito, apasionado,apasionante y extenso que la perso-nalidad de Martí ha inspirado hastaahora. Refiérome al Martí revolu-cionario, del gran ensayista argen-tino Ezequiel Martínez Estrada. Sóloconocemos el primero y el tercer to-mos de esta obra, porque el segun-do permanece inédito. Es un estudiode proporciones gigantescas, arreba-tado, frenético, ditirámbico siempre,complejísimo y de ardua lectura a ra-tos. Este heroico esfuerzo consumiólas últimas energías del autor y pre-cipitó su muerte. Sin embargo, henotado que esta magna obra ha te-nido un eco poco menos que nulo enCuba. Sólo tengo noticias de dos re-señas: una de Federico Álvarez enLa Gaceta de Cuba y otra del poe-ta Ángel I. Augier en Casa de lasAméricas. Esto revela increíble indi-ferencia y hasta ingratitud por partede los martistas. ¿Cómo es posibleque el más famoso ensayista que enAmérica había dedicara íntegros loscuatro últimos años de su gloriosavida, trabajando de doce a catorcehoras diarias para escribir este mo-numental estudio caracterológico yque la aparición de esta Summa

martiana no tenga resonancia prác-ticamente ninguna en la patria deMartí? ¿Qué significa o qué miste-rio esconde este silencio injusto? ¿Esdisplicencia? ¿Es ignorancia? ¿Esdesgano, desidia o apatía ante unaobra tremendamente erudita, comple-ja, barroca y de no fácil lectura? Por-que lo indiscutible es que en torno aella prevalece una “conjura de silen-cio” que lo mismo pudiera significaruna actitud peyorativa que hostil, ina-petencia mental para digerir un librodenso, cultísimo y hasta culterano ya ratos poco entretenido, que indife-rencia irresponsable, frivolidad o des-preocupación. Porque lo cierto es queni siquiera se ha negado ni atacadopor sus muchos errores y defectos.En tanto, engendros anémicos, sinvalor artístico ni originalidad valede-ra son profusamente aplaudidos porcofrades y amigos de los autores,Martí revolucionario no provocacomentario ninguno, ni siquiera paraatacarlo y destruirlo. Tal recepciónimplica injusticia imperdonable.

Al analizar las circunstancias en queMartínez Estrada escribió este libro pós-tumo, el profesor González explica:

[...] fui amigo de Martínez Estraday testigo del fervor con que traba-jaba a pesar de lo precaria que eraya su salud, y me duele la indiferen-cia con que Cuba ha recibido estaobra monumental. No me arredra eladjetivo y menos los comentariospeyorativos que he escuchado de la-bios cubanos. A despecho de erro-res y fallas, que conozco porque heleído con suma atención ambos to-mos, no titubeo en proclamarla mo-

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numental. Ya sé que los especialis-tas y los hombres de saber acadé-mico no verán en este libro más quelos lunares que lo afean y no susluminosidades, sus intuiciones genia-les y sus grandezas; pero con todassus deficiencias y errores, ¿cuántosde nosotros somos capaces de es-cribir un libro del calibre de este y,sobre todo, cuántos tenemos el fer-vor y la capacidad de sacrificio de-mostrados por el genial argentino?

Volviendo a su tema central, hace es-tos señalamientos y pronósticos:

Esta Sala a cuya apertura asisti-mos, debió haberse creado hacecincuenta años, pero de la desidiade aquellos gobiernos mediatizadosy corrompidos no podía esperarseiniciativas de esta índole. La Biblio-teca Nacional fue símbolo perfec-to de la Cuba que la Revolucióncanceló. Era una institución ambulan-te, sin hogar propio ni dirección pos-tal segura. Unas veces se albergabaen la Maestranza, otras iba a parara los sótanos de la antigua cárcel,donde valiosísimas colecciones de pe-riódicos y revistas fueron destruidaspor una inundación; y por algún tiem-po fue huésped de la fortaleza mili-tar de la Plaza de Armas. En realidadera una desvalida huérfana, sin pro-tección, ni hogar, ni valedores. En unaépoca se formó el grupo protector lla-mado “Amigos de la Biblioteca Na-cional”, al cual me cupo el honor depertenecer, compuesto por el capitánLlaverías, Emilito Roig, el beneméri-to Francisco González del Valle, et-cétera. Todas nuestras gestiones seestrellaron contra la indiferencia y la

apatía oficiales. ¿Cómo pretender oesperar que de tal incuria salieran ini-ciativas como esta Sala? Y no obs-tante es una gran pérdida la que seha sufrido por no haberla fundado atiempo. ¡Cuánto libro o folleto publi-cados en Cuba o en otros países hoyincontrables en el mercado que noencontrarán albergue en este fiel re-cinto! ¡Cuántos estudios de calidadque no enriquecerán esta colección!Pero no debemos cejar en el empe-ño. Si en el mercado de libros no esposible obtenerlos ya, estoy seguro deque en las bibliotecas y archivos pri-vados se encuentran muchos de es-tos libros y folletos que nuncallegaron a la Biblioteca Nacional. Hayque realizar una campaña intensa ypersuadir a quienes posean estos te-soros de que, si como Martí dijo ellugar de un hombre está allí dondepueda ser más útil, el lugar donde unlibro puede rendir máxima utilidad esla biblioteca pública. En La Habana,igual que en las otras principales ciu-dades de Cuba, hay centenares de bi-bliotecas privadas que seguramentecontienen libros y folletos de o sobreMartí inexistentes en las librerías.Creo que una campaña publicitariaapelando al patriotismo de estos bi-bliófilos produciría óptimos resultados.En esta campaña debe utilizarse laradio, la televisión y la prensa. Enesta debiera insertarse un anunciopermanente, en primera plana a serposible, solicitando la donación a estaSala, o por lo menos la venta, de todolo que la Sala no tenga. Esto es fac-tible y no erogaría costo ninguno Escuestión de movilizar el interés cul-tural y el patriotismo de los dueñosde estos tesoros.

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La biblioteca que hoy se inaugura esabsolutamente única en el mundo yhonrará y servirá a Cuba durantelas generaciones venideras, porquecuantos martiófilos vengan a inves-tigar en ella, trabajarán para Cubasin siquiera percatarse de ello. Martíes nuestro gran valor universal, aca-so el único de este rango que Amé-rica ha producido, y el interés por élcrecerá con el tiempo en muchospaíses. No hace mucho vinieron aCuba dos eminentes mujeres –unarusa y la otra alemana– a comple-tar sus investigaciones sobre Martípara terminar sus respectivas tesisdoctorales a él dedicadas. Otra mu-jer de talla intelectual, profesoraagregada de la Sorbona, trabaja des-de hace años en su tesis doctoraltambién sobre el estilo martiano. Enlos Estados Unidos se han escrito yaunas ocho o diez tesis doctoralessobre el Apóstol que cuentan entrelos estudios más prolijos, especializa-dos y agotadores que sobre él se ha-yan escrito y se escribirán muchasmás porque Martí interesa enorme-mente a la gente joven allí. Plácemedejar constancia aquí de dos eminen-tes martistas que han salido de micátedra y son ya no sólo martiólogosentusiastas, sino especialistas muyperitos: los profesores Isis deGalindo e Ivan A. Schulman. Susrespectivas tesis hay que colocarlasentre los estudios de estilísticamartiana de mayor significación has-ta el presente escritos.

Luego el distinguido disertante se detie-ne en lo que llamó “aspectos‘programáticos’, organizativos y hastaprosaicos”: la necesidad de que la Sala

Martí publique un boletín anual conte-niendo, entre otras cosas, la bibliografíamartiana activa y pasiva aparecida du-rante el año; una selección de artículospublicados durante el período en lenguasextranjeras, una sección bibliográfica decarácter crítico que informe al lector ex-tranjero sobre ciertos estudios, cualquie-ra sea su carácter –tesis académicas,libros, folletos y artículos de alta cali-dad–; una sección que incluya nombrey dirección de los más significados es-tudiosos de Martí en todas partes.

Huelga añadir que el boletín debegestionar el envío a la Sala Martí detodo lo que sobre el Apóstol se pu-blique en todas partes, así como lasediciones que de él se hagan. Losagregados culturales de las embaja-das acreditadas en La Habana pue-den ser auxiliares muy eficaces eneste empeño.

Al concluir, Manuel Pedro Gonzálezevoca a la “figura hispana que mayo-res afinidades idiosincrásicas mentalesy morales tiene con Martí”, Miguel deCervantes Saavedra. “Estos dosmáximos espíritus de nuestra lenguase disputan la preferencia del mío”,dice antes de citar las palabras finalesde un ensayo de Jean Cassou sobreCervantes.

Esta, más conversación que conferen-cia, franca, directa y emotiva, fue aco-gida con simpatía por el públicoasistente, que la aplaudió en el Salón deActos de la Biblioteca Nacional JoséMartí.

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Directores de laBibliotecaNacional deCuba

Salvador BuenoEnsayista y profesor de la Universidad

de La Habana

Dentro de la política de los gobiernosespañoles hacia su principal colonia an-tillana, nunca estuvo la fundación deuna gran biblioteca en su capital. Alocurrir la ocupación militar norteame-ricana en 1898, que se extendió “oficial-mente” hasta el 20 de mayo de 1902,los patriotas cubanos iniciaron a pocogestiones para lograr la creación de laBiblioteca Nacional. Ninguna atenciónprestó el primer gobernador militar, ge-neral Brooke. El segundo, generalLeonard Wood, fue más accesible.Gonzalo de Quesada y Aróstegui enca-bezó las iniciativas. Por fin, el 18 deoctubre de 1901 fue firmado el decreto,por supuesto en inglés, que nombraba aDomingo Figarola Caneda, director de larecién constituida institución.

La primera decisión del director fuedonar unas tres mil piezas, la mayoríacon temas cubanos. Durante los prime-ros años entregó parte de su salario,$125.00 mensuales, a la compra de li-bros y revistas para la flamante insti-tución. El exiguo presupuesto de que

disponía el establecimiento no permitíala compra de libros, aunque hubo va-liosos donativos como el ofrecido por elilustre bibliógrafo Néstor Ponce deLeón y también por el conde deLagunilla. Cuando advino la república,la Secretaría de Instrucción Pública fueinstalada en la llamada Maestranza deArtillería donde se concedió a la Biblio-teca la mitad del primer piso.

Nacido en la ciudad de San Cristóbalde la Habana, el 17 de enero de 1852,Domingo Figarola Caneda disponía deuna hoja de servicios como patriota e in-telectual intachable. Viose obligado aemigrar por sus ideales independentistas.Por la causa de la liberación publicó enParís el periódico La República Cuba-na en español y en francés. Al regre-sar a la patria, tras desaparecer ladominación española, fue designadodelegado oficial de Cuba en el Congre-

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so Internacional de Bibliografía y deBibliotecarios, celebrado en París, en1900. Sus estudios de biblioteconomíalos incrementó en Londres.

Cuando pasó por New York, conoció aJosé Martí quien, en un ejemplar de sutraducción de la novela Ramona deHelen Hunt Jackson, escribió: “ParaDomingo Figarola Caneda, que tiene sufuerza en el corazón”. Con este aval,debemos justipreciar la vasta obra rea-lizada por el director de nuestra Biblio-teca Nacional. Relevancia conquistadon Domingo con las compilaciones bi-bliográficas que realizó durante su fe-cunda trayectoria vital. Debemossubrayar, lo que no es nada superfluo,su absoluta honestidad. No se benefi-ció con las obras que poseía la institu-ción que dirigía. Su biblioteca personalno disponía de ningún libro que no seencontrase en la Biblioteca Nacional.

Recordaba Emilio Roig deLeuchsenring, que le decía: “Mira [...]¿Ves todas esas cajas?, pues contienenfichas sobre el asunto de que tú quie-res escribir. Las pongo a tu disposiciónsi no eres una mariposa”. Él llamaba“mariposa” a los que sólo libaban unascuantas gotas, saltando de tema entema, sin profundizar en ninguno, –yagrega– “así me calificó a mí cuandoen los comienzos de mi carrera perio-dística le pedía algún dato insignifican-te para artículo de ocasión”.

Fundó la Revista de la Biblioteca Na-cional (1909-1912), que podía publicargracias a la imprenta que donó doñaPilar Arazoza de Morales. Allí dio aconocer, entre otros materiales valiosos,cartas de Domingo del Monte a José

Luis Alfonso y más tarde, las “Memo-rias inéditas de la Avellaneda” con ano-taciones, etcétera. Editó las bibliografíasde Ramón Meza, de Luz y Caballero yde Enrique Piñeyro. Uno de sus apor-tes de mayor calidad y de paciente in-vestigación fue su Diccionariocubano de seudónimos (1922). A sucargo estuvieron los tres primeros to-mos del Cantón epistolario de Domin-go del Monte, empresa que acometió laAcademia de la Historia y que en totalfueron siete volúmenes.

Después de su fallecimiento, ocurridoel 14 de marzo de 1926, su viuda, EmilieBoxhorrn, de origen polaco, dio a la im-prenta en París su amplia investigaciónsobre María de las Mercedes SantaCruz y Montalvo, la reconocida escri-tora habanera, condesa de Merlin, y deGertrudis Gómez de Avellaneda. Nodebo olvidar la mención de Plácido(poeta cubano) (1922) que ofreció unamuy variada información sobre la viday obra de Gabriel de la ConcepciónVáldes, donde hace algunas precisionessobre la biografía del bardo que publi-có Pedro José Guiteras en 1874.

Frente a la situación aflictiva de una ins-titución que tenía sobrado prestigio, elpatriota e historiador Enrique Collazodeclaraba:

La Biblioteca Nacional, por su sig-nificación debía ser una instituciónque debiera contar con el apoyo delgobierno para su desarrollo. Veoque, por el contrario, no es ya siquie-ra ni esta enmienda que se propo-ne, ya que lo que se trata es matarla,en vez de ayudar al desarrollo de laBiblioteca, se trata de acortar cada

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presupuesto y así los recursos quese dan para que eso pueda tenerdesarrollo. Una Biblioteca Públicaes un centro de instrucción en elque cual el gobierno debe ponerempeño en su desarrollo, aquí suce-de lo contrario [...]. –continuaba– Sise quiere matar la Biblioteca,mátese de una vez, pero no se lahaga morir de inanición, quitándolefibra a fibra y pelo a pelo, lo únicoque puede tener para poder vivir.

Con las palabras del bravo patriota de-seo resumir las muchas opiniones ad-versas a las condiciones que pesabansobre un establecimiento que represen-taba la cultura nacional.

Cincuenta y ocho años después de lafundación de la Biblioteca Nacionalocurrió la victoria de la Revolución Cu-bana. Antes de 1959, era deplorable elestado de las bibliotecas públicas delpaís. Acababa de instalarse la Biblio-teca Nacional en un edificio enorme eimponente después de haber estado enlas décadas precedentes situada en elCastillo de la Fuerza, cercano al mar.Existían 175 bibliotecas públicas en elpaís, pero en este número se incluían lasde universidades, centros culturales ysociedades de recreo. Las bibliotecasmunicipales eran deficientes, salvo las deLa Habana, Marianao y Matanzas.

Para ocupar la dirección del importan-te establecimiento fue designada por elGobierno Revolucionario la doctoraMaría Teresa Freyre de Andrade: de-bía emprender la institución nuevas ta-reas. Nació en 1896, en San Agustín dela Florida adonde se trasladó su padre,Fernando Freyre de Andrade, para des-

de allí incorporarse a las fuerzas delEjército Libertador. Su ancestro mambíla impulsó a un firme quehacer patrió-tico, pero igualmente a la necesidad deforjarse como una excelente profesio-nal. Requirió salir de su patria tras elasesinato de sus tíos Gonzalo, Leopoldoy Guillermo por los esbirros de la dic-tadura machadista. Llevó a cabo enParís una intensa campaña contra la ti-ranía que asolaba al país, organizandoel Comité de Jóvenes RevolucionariosCubanos que publicó El terror enCuba atrayendo el apoyo de prestigio-sas personalidades e instituciones.

La vuelta a Cuba produjo pronto el re-greso a Europa donde obtuvo el títulode profesora de francés y el diploma detécnica bibliotecaria, en la Universidadde París. Ya de nuevo en La Habanapublica en el Boletín Bibliotecario quede ningún modo consideraba la bibliote-ca como un mero lugar para guardar li-bros. Intervino en la Asamblea Nacionalde Bibliotecas (1938) de la que brotó laAsociación Bibliotecaria Cubana la cualpromovió la Escuela de Servicio de

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Bibliotecas, en la que asumió la asig-natura de Referencia. Formó parte delclaustro de profesores de los cursos deTécnica Bibliotecaria en la Escuela deVerano de la Universidad de La Ha-bana. Fue cofundadora de la Escuelade Bibliotecarios de la propia institu-ción.

Utilizó la sección “Bibliotecas” que laAsociación Bibliotecaria Cubana publi-caba en el periódico El Mundo, llama-do por entonces El Nuevo Mundo,para difundir valiosos artículos sobreaspectos relacionados con su especia-lidad. Además en otros periódicos y re-vistas dio a conocer más artículos sobrelos mismos temas. Ofreció por radio, en1940, una exposición sobre “El panora-ma bibliotecario nacional”. Preparó unfolleto donde recogía los más diversosaspectos de la profesión: El serviciode bibliografía y referencia y la ad-quisición de libros en una bibliote-ca, esclareciendo cuestiones pococonocidas por entonces. María VillarBuceta, poetisa y bibliotecaria recono-cida ya, comentó: “Tan largo de títulocomo nutrido de ciencia”. Hasta enaquella sociedad prerrevolucionaria,planteó que los trabajadores debíanrecibir los beneficios del servicio bi-bliotecario en su artículo “El sindicatocomo punto de partida para las biblio-tecas populares”.

Siempre manifestaba su preocupaciónpor la carencia o escasez de los servi-cios bibliotecarios. Así ofrecía confe-rencias, charlas, seminarios destinadosa superar aquella situación denigrantepara la cultura cubana. En las Memo-rias o Informes de las Jornadas Biblio-gráficas Cubanas se encuentran sus

aportes sobre las bibliotecas escolaresuniversitarias e infantiles. Ponía espe-cial énfasis en el trabajo que se debíahacer con relación a los niños.

Sólo en 1942 fue inaugurada la prime-ra biblioteca pública de estante abiertopatrocinada por la sociedad cultural fe-menina Lyceum. La doctora Freyre deAndrade fue designada su directora. Yen ese mismo año intervino en el Pri-mer Congreso Internacional deArchiveros, Bibliotecarios y Conserva-dores de Museos del Caribe que se rea-lizó en la capital cubana. En laUniversidad de La Habana no sólo sedesempeñaba como profesora, sino quedirigió el Departamento de Hemerote-ca de nuestro más alto centro docen-te. Ya se la reconocía en el extranjero,la UNESCO la contrató como bibliote-caria consultante por lo que pudo via-jar a diversos países y adquirir másexperiencias y conocimientos que, comosiempre, transmitía ampliamente entresus colegas nacionales.

Debo destacar que fue cofundadora dela Asociación Nacional de Profesiona-les de Bibliotecas que vendría a ser en1955 el Colegio Nacional de Bibliote-carios Universitarios. Órgano oficial deambas corporaciones era CubaBibliotecológica en cuyas páginasfueron incluidos diferentes textos deuna personalidad tan relevante no sóloen el campo de sus estudios específi-cos. No era, de ninguna manera, unaintelectual encerrada en su torre, sinoque se preocupaba por los problemasnacionales, por lo que se opuso a losgobiernos de Grau San Martín y PríoSocarrás. Como consecuencia, despuésdel cuartelazo de Fulgencio Batista en

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marzo de 1952 se colocó abiertamentecontra la nueva tiranía y tuvo que tras-ladarse al extranjero.

Con la victoria revolucionaria del primerode enero de 1959 comienza una etapade transformación en todos los ámbitosde la nación. La doctora María TeresaFreyre de Andrade fue designada direc-tora de la institución que apenas se ha-bía trasladado a un hermoso edificio degrandes dimensiones, pero que estabavacío y sin orientaciones precisas.

Tantos cambios radicales en la capitaldel país no debían quedar reducidos alperímetro capitalino. Fue creada la RedNacional de Bibliotecas Públicas. Confrecuencia realizó visitas a muchas dedichas instituciones. Recuerdo haberlaacompañado a Cienfuegos y a Trinidady resulta inolvidable recordar su movi-lidad y su afán de servicio. Era fre-cuente observar en muchas libreríashabaneras cómo se agrupaban monto-nes de libros destinados no sólo a lasbibliotecas existentes, sino también a lasnuevas que surgían por doquier.

La Biblioteca Nacional José Martí sellenaba con nuevos departamentos ysecciones, como la Sala Técnica y elCatálogo Colectivo de revistas. Nos lle-naba de alborozo contemplar las conti-nuas visitas al DepartamentoCirculante, las investigaciones de varia-das características que se iniciaron.Con razón nuestro Comandante en Jefedeclaraba: “No le decimos al pueblocree, le decimos lee”. No se pasabanpor alto otras actividades y funciones.La Bibliografía Nacional fue iniciadacon todas las atenciones que resultabanimprescindibles. El año 1964 abrió los

quehaceres relacionados con la Cam-paña Nacional por la Lectura: se visi-taron centros docentes, talleres yfábricas y algunos Comité de Defensade la Revolución que presentaban lasmejores posibilidades de realizar una la-bor fructífera en este sentido.

Dadas las condiciones que afrontaba lanación, la Biblioteca Nacional JoséMartí debió asumir, y ha tenido que con-servar ese carácter de biblioteca públi-ca. Resulta indudable que talescaracteres se han debido obviar y re-solver de la mejor forma posible. Poruna parte, las Salas de Colección Cu-bana impulsa indagaciones de variadoperfil; la Revista niveles que hasta en-tonces no había disfrutado. Ciertosacontecimientos de nuestra ya largahistoria han provocado ediciones de va-riado cariz, como fue el bicentenario dela toma de La Habana por losingleses.Subrayamos la importancia delSalón de Actos. Ha habido allí ciclos deconferencias, audiciones musicales yactos públicos de tanta trascendenciacomo las reuniones durante tres días delos más altos dirigentes de la Revolución,encabezados por Fidel Castro Ruz, du-rante 1961, que culminaron con el céle-bre texto: Palabras a los intelectuales.

Preparar personal técnicamente condu-jo a la fundación de la Escuela de Ca-pacitación Bibliotecaria que setransformó más tarde en la Escuela deTécnicos Bibliotecarios. De ella egresóel personal requerido con una base nosólo técnica, sino humanística.

De su sabiduría y comprensión emergióel sendero que ha seguido la trayecto-ria de la Biblioteca Nacional José Martí.

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Para bien o por adversidades, sucedennaturalmente acontecimientos que mar-can el curso de una vida, y yo no soyla única que está llena de marcas, queno son del caso comentar. Sin embar-go, les será fácil descubrir algunas sileen la especie de ajiaco –dicho con elmayor respeto a uno de nuestros pla-tos más criollos– de unas y otras, perosin el estrecho orden del tiempo y mu-cho menos al tono particular que tienencada uno de sus incidentes.

Por supuesto, la marca mayorfue el triunfo de la Revolucióny las albricias de sus prime-ros años. En ella va mi cari-ño y respeto a la BibliotecaNacional José Martí, su deve-nir entre avatares y gozos ensu re-nacer.

Cuando el licenciado EliadesAcosta me llamó para con-versar de esos primeros años,llegó a insinuarme que trata-ra de escribir, yo quedé sor-prendida, pero debo confesarque siempre fui –y de ahí mihorror– una escritora frustra-

da. Estudié letras y filosofía con la únicae increíble pretensión de escribir; teníafuerte vocación, pero también era fuer-te la atmósfera de la rutina, y las pro-pias fantasías, sin voluntad de llevar algoal blanco y negro. Problemas familia-res –inclusive de carácter económico–pasmaban mis deseos y pesaba tambiénmucho la imperante situación político-social. Un día, cuando teníainmovilizada la voluntad, llegó la horade venir a la Universidad de La Haba-

Re-nacimiento de laBiblioteca Nacional JoséMartí: tiempos y tonos

Maruja Iglesias TaulerExsubdirectora de la Biblioteca Nacional

José Martí

Doctoras Maruja Iglesias Tauler (a laderecha) y María Teresa Freyre de

Andrade

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na y empecé a vivir en participaciónconstante de todo lo que no tenía antes;al acabar con los sueños fantasiosos,empecé a participar activamente en elpropio seno del Alma Mater.

Allí estuve presente en los seminariosde algunas asignaturas con el propósi-to de combatir mi terror escénico; y sinperder las asambleas donde AlfredoGuevara ya hacía gala de su convin-cente dialéctica.

En la actual situación, de pronto me viante un compromiso con la historia yla posibilidad de reintegrar a su justovalor el papel de la Biblioteca Nacio-nal en el seno de una Revolución triun-fante, pero bajo la condición de que nofuera de carácter histórico solamente;tampoco quería una crónica con suscontrastes y llena de elogios; ni tam-poco un anecdotario y mucho menosun simple inventario. Cuando misamistades me preguntaban qué estabahaciendo, les respondía que no lo sa-bía y era verdad –aún no había des-cubierto lo del ajiaco criollo. Ahora meencuentro que lo tengo y no niego queme preocupa su acogida... de todasformas, recordar, tuve que hacerlo yfrecuentemente los recuerdos veníansolos, pero necesitaba constatar lo queme venía a la mente. Entonces empe-cé a llamar a mis gentes de aquellaépoca, sobre todo después queTomasito Fernández Robaina vino a ha-cerme algunas preguntas para comple-tar el estudio histórico que él realizaba.Quedé abrumada porque él traía infor-mación que yo desconocía y otras queyo recordaba fielmente, y la lejanía delos hechos la habían transformado.

Entonces se me ocurrió buscar papelespropios de mi antigua oficina y aparecie-ron actas e informes que realmente tam-poco recordaba; y que esclarecíandetalles. La búsqueda continuó y en otracarpeta encontré otros. Ya la intenciónprimera se convirtió en obsesión y enton-ces comencé a llamar a las compañerasque estaban en la Biblioteca cuando yollegué a ella como Caridad Lara, JuanaHernández y Blanca Patallo más RaúlCarballea, y después a María Álvarezque había trabajado directamente conmi-go al igual que Adelina López Llerandi,ambas me aclararon y completaron de-talles de otros compañeros y compañe-ras que inclusive no recordaba, así comotambién lo hizo Emilio Setién. Tambiénme ayudó Regla Peraza tanto como Ma-ría Elena Jubrías, María Teresa Linaresy Zoila Lapique, sin descontar algunosconsejos de Graziella Pogolotti y de Car-los Lechuga. La verdad que los momen-tos críticos o álgidos los tenía tan claroscomo los viví. Todo ello me dio la opor-tunidad de analizar esos determinadosmomentos críticos y del medio siglo queacaba de cerrar, media centuria que tam-bién me ha llevado a pensar en la próxi-ma, porque pertenezco a tres de ellas porlo que heredé, lo que me contagiaron ylo que ya vivo en el preñado siglo XXI.

El día primero de enero de 1959, a lasdiez y treinta antes meridiano, una bri-gada del Movimiento 26-7 ocupó la Bi-blioteca Nacional José Martí e impedíala entrada hacía las oficinas de su di-rección y a la de los directivos de laJunta de Patronos.

Días después, exactamente el 16, la com-pañera Thelvia Marín, de parte del minis-tro de Educación, el entonces joven

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abogado, Armando Hart Dávalos, meplantea por teléfono que si yo estaba dis-puesta a ser la delegada del doctor Hartante la Biblioteca Nacional. Susto y au-dacia se conjugaron y respondí que iría averlo, y no recuerdo si fui enseguida o alotro día, pero mi designación como dele-gada tiene fecha 16 de enero. En mi pri-mera entrevista con el Ministro estabapresente Haydée Santamaría. Un acta dela toma de la Biblioteca Nacional del día19, recoge la firma de los miembros dela Brigada vinculada al M 26-7, así comodel soldado rebelde –custodio del edificio.Firmaron a su vez dos bibliotecarias uni-versitarias vinculadas a la Asociación deProfesionales Bibliotecarios que coopera-ba con la “Resistencia Cívica”, el aboga-do asesor y la delegada.

En la prisa, el nombramiento como de-legada se había hecho directamente ala Biblioteca Nacional lo que exigía unaley para anular la Junta de Patronos dela Biblioteca Nacional José Martí, dan-do lugar a que el Banco de los Colo-nos congelara la cuenta: cuando ladelegada fue a sacar la cantidad de di-nero necesaria para pagar la plantillaque, aparte de la que correspondía alMinisterio de Educación, tenía la Jun-ta, sólo podía extraerla su tesorero, elseñor Tomás Puyans, esta se percatóde la realidad.

Del soldado rebelde, ahora custodio pro-visional, Santana quien firmó el acta,habría que decir algo ahora, porque re-presentó en su momento al hombre delpueblo, listo por sus picardías, que sedespidió unos meses después y no vol-vimos a verlo. El solo hecho de llamara la Biblioteca “La tumba del faraón”sorprendió a todos convirtiéndose en el

primer “personaje” que hacía entradaen la Biblioteca Nacional en sunovísima etapa.

Es de recordar que cuando el ministroArmando Hart y Haydée Santamaría lavisitaron en esos días, sentí que estabanen “La tumba del faraón” por la suntuo-sidad del edificio y la inesperada y com-pleja responsabilidad aceptada: auditoría,cuenta bancaria, trabajadores sin cobrarenero y se acercaba febrero en igualescondiciones; en tanto el edificio me erafrío y solemne, a pesar de sus vitrales,sus luces y el brilloso recubrimiento desus mármoles.

La precariedad del movimiento humanono apagaba del todo el ruido del tránsi-to. Fuera de sus columnas de entrada sesentía el bullicio de otros organismos, ode nuestras calles, a pesar de que laAvenida de Boyeros era vía hacia el ae-ropuerto. Sin embargo, en la oficina dela dirección había un pequeño equipoafiebrado en su quehacer.

El abogado Manuel Iribarre fue solici-tado al recién estrenado Ministerio deRecuperación de Bienes Malversados;nos acompañaba como perito un con-tador público de la firma “Manrara yPérez Daple”, y una secretaria volun-taria. Con ellos se hizo el proyecto deley que llevé al Ministro. Él aseguróproponerla enseguida; corrían los días19 o 20 de febrero.

En racimos salían publicadas diaria-mente en la prensa todas las leyes y de-cretos del Gobierno Revolucionario.Nuestra ley tenía que salir el día 21 ytemprano supe lo contrario. Otra com-pañera (María) que trabajaba en la Ofi-

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cina Presidencial me facilitó la entradaa Palacio. Sus salones eran un hervi-dero, pero de inmediato vi que Fidel ve-nía hacia mí y al reconocerme me dijo:“Quiero hablar contigo, ya sé, la ley nosalió, necesitamos a Hart”, y en unavuelta lo vio y Hart llegó a nosotros.Fidel le pidió que trajera el proyecto yseñalándome algunos párrafos me ex-plica los que había rectificado, con supropia letra; y lo que más me impresio-nó fue cuando me alertó que “no eranecesario zaherir a las personas de laJunta de Patronos nombrándolas...”.

Dos días antes habíamos terminado el pro-yecto de ley sobre la Biblioteca Nacionalque no salió porque faltaba el nombramien-to de la dirección de la Biblioteca. Para míese hecho fue inolvidable.

Del final de ese encuentro con el Co-mandante, recuerdo:

–¿Tú crees que María Teresa acepteirse de embajadora para Italia?

–Ella me dijo hace dos días a su regre-so del exilio que no saldría de Cuba porahora ni en mucho tiempo por nada delmundo, y para la Biblioteca NacionalJosé Martí, su aval es cultura y expe-riencia, ella fue mi profesora.

–Entonces, tu serás la subdirectora.

Por supuesto, al día siguiente, la pren-sa publicó la ley de disolución de la Jun-ta de Patronos y las designaciones deambas por decreto.

En la cuenta bancaria no apareció mal-versación y se recomendó en el infor-me una auditoría a fondo. Uno de lospatronos eran colono y el otro hacenda-

do. El impuesto de medio centavo porcada saco de azúcar de 325 libras, dejódividendos, inclusive después de termi-nado el edificio. Hasta ese momento elimpuesto no se había cancelado, sin em-bargo no hubo preocupación por adqui-rir libros, aunque en verdad noencontramos dilapidación, la cual reina-ba en los gobiernos a lo largo y anchode la isla de Cuba, donde un altoporciento de los presupuestos eran mal-versados en “perchas”, “botellas” y las“preferencias políticas” que eran másimportantes que cualquier obra a reali-zar.

La entrega del edificio terminado, enlos peores momentos de la sangrientatiranía de Fulgencio Batista a 58 añosde la tercera guerra independentistaque convocó José Martí, quien procla-mara en 1891 “con todos y para el biende todos” llegó hasta Fidel Castro Ruz.A su vez, a poco más de otro medio si-glo la Junta de Patronos de la Bibliote-ca Nacional no pudo por menos quehonrar también al Apóstol y Maestro alponer su nombre a la institución impres-cindible para todo país que se precie así mismo, en su frontispicio y en ellaquedó para siempre imborrable, el nom-bre de José Martí.

Todo mezclado: en uno de los primerosdías, Santana en el curso de una inter-minable jornada en la oficina –sin al-muerzo posible– nos trajo sandwich ycerveza. Estábamos reunidos con elabogado Iribarri, el auditor, revisandopapeles, la secretaria tecleando el pro-yecto de ley, y, en esos momentos nosacompañaba el soldado Santana. En unrespiro mientras deglutíamos la sucu-lenta merienda aproveché para pregun-

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tarle qué había pasado la noche ante-rior fuera de la Biblioteca en lo que élhabía intervenido y yo desconocía porqué él estaba involucrado.

Con gran naturalidad respondió de in-mediato “que sí había intervenido”, en-tonces le pedí información y sin ningúntitubeo dijo: “No había nadie que aten-diera el tránsito y lo hice”. Estaba or-gulloso de ello, pero añadió que “dandovueltas al edificio de la Biblioteca ha-bía notado que un carro estabaparqueado en la mayor oscuridad enuna esquina de la parte de atrás próxi-mo a la zona de parqueo, donde él vis-lumbró un hombre dentro y alacercarse, diose cuenta que tambiénhabía una joven y, señores, hay que lu-char por la moral pública (sin respirarrepetía) no se podían tolerar lasinmoralidades, ahora las cosas serándistintas” y sacó de su camisa un pa-pel doblado que abrió y nos dijo: “Hiceun acta para el juzgado...”. Interrum-pido por mi asombro le expresé que suresponsabilidad nada tenía que ver enabsoluto con el tránsito y tampoco queestuviera fuera de la Biblioteca, pero élvolvió a tomar la palabra y muy orgu-lloso de sí mismo leyó: “En la ciudad deLa Habana a los tantos días... el ciu-dadano tal y la señorita tal... vecinade...”. El lenguaje era realmente de unacta del acusador en un juzgado correc-cional y seguía, seguía leyendo hastavolver al atentado a la moral pública.Ya en voz más firme le pregunté: “¿quétiene usted que ver con eso... su res-ponsabilidad es la Biblioteca...”. “No, se-ñora, usted no entiende, para algo sirvela linterna” y vuelve con la lectura y ter-mina ...“tenían el cuerpo del delito alaire...”. Y, por supuesto, casi nos aho-

gamos atragantados por las desespera-das mordeduras al sandwich.

A este soldado improvisado que entróen La Habana siguiendo a la caravanatras el ejército rebelde que seguía alComandante Fidel Castro desde Santia-go de Cuba, y que en cada tramo decarretera se sumaba más pueblo, tuveque perdonarlo. Ya él me había expre-sado que en su guardia día y noche, en-cerrado en aquel edificio, durmiendo aratos en los bancos del vestíbulo, seaburría mucho. En la noche –horas demayor silencio– a él no le gustaba oírlos más imperceptibles sonidos... “conextraña musiquita”. Sonaban los tic, tacde los relojes de las Salas de lectura;también las grandes cortinasvenecianas; oía “el airecito que las mo-vía” y a él eso, “le parecían cosas deespíritus... además se aburría muchísi-mo”. Así me conmovió y le llevé parasu compañía mi pequeño radio.

La estación de policía más cercana quenos lo había situado, no tenía cómo en-viar otro para rotar jornadas.

Santana se incorporó a trabajar en laBiblioteca porque nos llegó una infor-mación: un compañero que estaba tra-bajando en la cancillería vinoexpresamente a decirme que a la ofi-cina del Ministro de Estado, RobertoAgramonte, había llegado la antigua di-rectora de la Biblioteca Nacional,acompañada nada menos que de Fer-nando Ortiz, miembro de la Junta dePatronos, con la intención de presionaro para que influenciara en que la se-ñora Lilia Castro no fuera removida desu cargo. Al día siguiente se presentóuna compañera trabajadora de la Biblio-

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teca muy seria y bien informada, Ma-ría Victoria Bru, especialista de restau-ración, quien me traía un nuevomensaje: otro miembro de la misma Jun-ta, el señor Tomás Puyans, trataba deamedrentar diciendo que los rebeldesamigos a quien había apoyado “vendríana sacar de allí, a la delegada del Mi-nistro”, por eso fui a la estación cer-cana donde resolvieron enviar a ese“rebelde”.

De esa forma, entre dicharachos comolos que aquí se exponen, el custodiopreservó a su manera la integridad dela Biblioteca –a tiempo completo– hastareincorporarse uno de los custodios quetenía antes el edificio.

A esta fecha pienso que el joven rebel-de de aquellos primeros días de 1959 yconocedor de “los faraones” –sin dudacon aguda inteligencia–, haya seguidoestudios como tantos y dejado atrás “lasmoralinas inquisidoras” que en el sigloXIX aún rezumaba la metrópoli, se con-tagiaba a las excolonias y se hereda-ban en “la república” de la mitad delsiglo XX.

Sin lugar a dudas, Martí el intelectualy por excelencia Maestro y Apóstol, enla lucha por la libertad de nuestro país,seguiría vivo en la Biblioteca Nacional,y en el país. Mucho había sembrado ensu corta vida, fue el primero en alertara toda Cuba, a toda América y al mun-do lo que también era ya, el signo delpoder imperial. Este, desde 1808 irra-diaba su expansiva e incontrolable am-bición y nadie mejor que José Martí dioel alerta en los años que convocaba ydaba inicio a “la última guerra”independentista de Cuba (1895-1898).

Él supo y anunció también su grande-za, pero no se equivocó sobre el llamadode la “fruta madura”. Él fue compediohistórico del siglo XIX y da continuidad,sin dejar de analizar a fondo, a FélixVarela y José de la Luz y Caballero.Estos hombres ofrecen las primicias dela conciencia nacional a tres siglos decolonización que emergía del mismocorazón de la metrópoli y la esclavitud,frente a las generaciones nacidas enCuba, criollos blancos, criollos negros ymulatos. Él se adelantó a los grandesy parciales admiradores de los EstadosUnidos de América deslumbrados porel adelanto de la democracia america-na, aunque su grandeza fuera apocadaprimero por México. A fines de sigloen Cuba con su amañada “JointResolution”, la intervención en la gue-rra cubana contra España, la “Enmien-da Platt” (el derecho a intervenir cuandoallí se entendiera pertinente) y “los tra-tados de reciprocidad” (antecesores dela globalización actual), que condiciona-ron la República y la convierte en unamanejable “neocolonia”, es decirmediatizada y corrompida, que así lo fuepor los espurios manejos de los partidospolíticos que subían y bajaban de los su-cesivos gobiernos, mientras se contem-plaba cómo las riquezas de Cuba seevaporaban en sus trajines, en tanto nodejó de haber hambre, opresión y muer-tos en números estadísticos escandalo-sos: en épocas de tiranías, como las deGerardo Machado, ocho años, y la deFulgencio Batista en tres etapas que du-raron diecisiete años, en medio de todala corrupción.

La nueva situación abría los caminos ainusitadas oportunidades; el pueblo engeneral: trabajadores, profesionales, in-

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telectuales, patriotas y revolucionarioso de ambas facetas a las vez, teníaabiertas las expectativas previsoras;como nunca antes se dio tanto a las bi-bliotecarias y bibliotecarios de oficiocomo a las bibliotecas.

Ni la ansiedad ni la responsabilidad im-pidieron que soñara en esos momentosque la Biblioteca sería abierta a las co-rrientes contemporáneas de acuerdo asu ser y su quehacer, que procedía desu propio nombre: José Martí, quienigual que sus antecesores y sucesoresestán adheridos en pensamientos y ac-ción a las corrientes filosóficas y tec-nológicas de la contemporaneidad. Portanto, en mitad del siglo XX el hacer de-bía ser el de ese siglo en función delsiguiente.

Ahora se podía abrogar leyes y hacerproyectos para las leyes sustitutas. Paramí, ahora delegada de un ministro, sinconocer el lenguaje jurídico e interve-nir en él, era si vamos a ver, una ex-travagancia que sólo pude resolver conun abogado “a pie de obra”. Eso sí,ahora con la energía necesaria que re-quería esta noble institución, la Biblio-teca Nacional José Martí. Y parasuerte de Cuba el fervor hervía desdela punta de Maisí hasta el cabo de SanAntonio –extremos de la isla.

Presente en la Biblioteca desde el 24de febrero, la doctora María TeresaFreyre de Andrade empezó la incorpo-ración de personal especializado. Ellaentró con la idea fija de que no sóloíbamos a ser Biblioteca Nacional, sinoque la promoción debía ser constantey bien estructurada, y se empezó porla exposición de los libros nuevos en las

vitrinas del vestíbulo en lo que se hizoexperta Elena Giraldez hasta el infartode 1989, después de una trabajosa ex-posición, para gran consternación detodo el personal. De ahí se pasó a quetodo el movimiento cultural de la insti-tución se anunciara.

Por otra parte se asumía la responsa-bilidad de la bibliografía nacional bajoun sistema hasta ese momento fraccio-nado en etapas, y entre etapas y eta-pas los tiempos vacíos, llamábamosaños huecos.

Tendríamos investigadores para escar-bar y dar a conocer los fondos de todoaquello que diera lugar en beneficio denuestra historiografía. La Revista de laBiblioteca Nacional José Martí seregularía y no iban a faltar otras edi-ciones de la institución como conse-cuencia natural de las investigaciones.Junto a bibliografías activas y pasivasde nuestros escritores aparecía un bo-letín y los manuales técnicos para eluso de las pequeñas bibliotecas, sin des-contar las narraciones y adaptacionesde textos destinadas a los pequeñoscon la debida orientación metodológicapara las otras bibliotecas. Esta últimalabor estaba directamente a cargo dela directora y del poeta Eliseo Diego,cuya conversación –terminada cual-quier reunión– es aún de muy grato re-cuerdo.

Conciertos, conferencias y exposicio-nes de libros o lo que fuere, se suce-dían porque para algo se tenía un buenSalón de actos y una buena sala y ves-tíbulo que podría usarse para exposicio-nes variadas. La realidad posterior aestos propósitos demostró el aserto.

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Algunas bibliotecarias de experiencia,tenían trabajos de media sesión y mu-cho menor salario. También otros que-daron sin empleo. Hubo casos quesolamente venían a visitar y saludarnosy se iban aceptando la proposición; asífueron Graziella Pogolotti, Juan Pérezde la Riva y Renée Méndez Capote,quien en otro momento de su vida ha-bía trabajado en la Biblioteca cuandoestaba ubicada en el Castillo de laFuerza.

María Teresa, por supuesto, prefería desus alumnas a las más brillantes, y en-tre los otros profesionales los que sehacían valer por sus lecturas e inquie-tudes culturales.

El personal anterior en la institución–salvo excepción– se mantuvo en un98%. Entre ellos, especializados, semantuvieron Carlos Villanueva –por ex-periencia– e Hilda Miranda, técnica jo-ven y eficiente. En la catalogación yclasificación también laboraban las téc-nicas Caridad Lara y Juana Hernández,que como Hilda, sólo salieron de la Bi-blioteca cuando se jubilaron, al igualque los demás compañeros, inclusive elpropio Carlos Villanueva fallecido el 22de abril de 1982. Se había jubilado el31 de octubre de 1969 después de 66años de labor, y que en la vieja planti-lla figuraba como subdirector, pero a laverdad, antes allí disponía de todo, laJunta de Patronos.

A mí me tocó sustituir en el cargo aVillanueva que se mantuvo como jefedel Departamento de Hemeroteca consu mismo salario. Tantos años tenía enel organismo, que era capaz de encon-trar –por su experiencia–lugares y vo-

lúmenes o documentos en aquellas par-tes en que no había orden alguno. Estahabilidad le valió el agradecimiento deno pocos y destacados intelectuales einvestigadores. Él mantenía al día el li-bro de registro cronológico de publica-ciones periódicas y su orden en laestantería.

Una de las primeras medidas orgánicas,en la Hemeroteca fue la introducciónde un kárdex que permitía un ordenmás racional desde la misma entrada delos materiales, lo que no afectó en loabsoluto la labor de Villanueva a quienpara ese tiempo ya se tenía como an-ciano. Su labor callada y efectiva en lalocalización de materiales –en estocompetía con él Rosina Carone– fuecotidiana y conocida desde larga épocaatrás, tanto así, que hace poco supe porLilia Esteban, viuda de Alejo Carpentier,cómo cuando el escritor comenzaba suprimer libro La música en Cuba, ybuscaba artículos de revistas cubanas,documentos y partituras musicales,Villanueva lo ayudó a encontrar en ca-jas y cajas, papeles y papeles lo que aél le interesaba.

Pero, al referirme a Villanueva deboretrotraerme a un asunto que le era co-lateral a María Teresa y al ahora viejoy nuevo jefe de Hemeroteca.

Cuando aún estaba como delegada delministro Hart, me sorprendió una llama-da telefónica de un profesor de la Uni-versidad que respetaba mucho.Paradójicamente él fue quien en susclases nos dio a conocer las garras dela expansiva potencia imperialista veci-na... Para mi asombro, desde que sefue de Cuba y hasta su muerte se man-

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tuvo expresando sus ideas llenas de unextremismo insano, ridículo y estriden-te por la radio Swan, enemiga de laRevolución Cubana.

El caso es que me llamó por teléfono yme pidió que hiciera todo lo posible paraque no nombraran a María TeresaFreyre como directora, con lo que medesconcertó, demostrándome que su an-tagonismo hacia ella era absurdo, por-que no era comunista, eso sí de lejos levenía la estirpe de cubana y patriota yalgo más que burguesa en su quehacer,al punto de tener que exiliarse cuandoMachado y cuando Batista.

Pero hay algo más importante: días ydías después, mientras María Teresaestaba instalada ante su mesa de tra-bajo y no puedo recordar con quién másfrente a ella, entra alguien y nos diceque en la última revista Bohemia, ha-bía salido una pequeña nota perdida en

no recuerdo cuál página, firmada porHerminio Portell Vilá que informaba lacaída y muerte de Villanueva desde laazotea de la Biblioteca Nacional debidoa los maltratos que le daban en la insti-tución. Pero, por supuesto, Villanuevaestaba inocente en su puesto de traba-jo. ¡Qué caso!, el mismo profesor queme había pedido que impidiera la desig-nación en la dirección de la Biblioteca,a María Teresa.

Precisamente por esos días nos llamande información y nos dicen que el díaanterior habían firmado el libro de en-trada, cincuenta usuarios, y bajamos aver las firmas. Para gran sorpresa unode ellos había firmado como Miguel deCervantes y Saavedra, broma que porsupuesto no tomamos a mal y más biennos divirtió.

En 1960 ya “los servicios prestados –se-gún información de Emilio Setién–sextuplicaron los mejores índices detodo el período anterior[...]”.

Durante las reuniones de la direcciónse sugerían temas a desarrollar, asícomo actividades de todo tipo comoexposiciones, conciertos, conferenciaso cursillos. La rutina, sin proponérnos-lo, estaba erradicada del todo y siem-pre por medio de libros, y entrecontrastes, el trabajo interno. Ese esti-lo de trabajo –obra al fin humana– conimpaciencia de hacer lo que nunca en58 años se había hecho, contrastabacon lo que por obra y gracia de la desi-dia oficial, no había llevado al país a undesarrollo equilibrado, porque sedilapidaban fortunas en indignopeculado.

Carlos Villanueva en 1981

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María Teresa asumía el enfrentamien-to a la lucha contra el burocratismocomo una racionalización, y esta pala-bra venía de la razón, y su razón era,en vez de ajustar la plantilla, aumentar-la, debido a los documentos acumula-dos en los fondos de la Biblioteca, queno se habían atendido nunca en formaextensiva, pues no tenía el personaladecuado, ni existía voluntad oficial depresupuesto para ello. Ese cúmulo delpasado llegó a cuantía mayor al reci-birse unas cuantasdocenas de camionescargados de libros recuperados que, porabandono, dejaban atrás los que se ibandel país a cuenta de la solución que es-peraban de la reacción y del gobiernonorteamericano.

La masa de obras sin registro ni catá-logo aumentó en proporcióngeométrica. Para su tratamiento, el soloreconocimiento entre lo realmente va-lioso era irrealizable por las tareas quela institución se había impuesto porquetampoco era justo atenderlo más que loque correspondía a la contemporanei-dad. Para la directora una de sus ideasfijas era aumentar el personal aunquehubiera que entrenarlo y así solucionarese problema de una vez y por todas,pero las causas de las medidas que sele oponían quizás tenían propuestas amás largas luces para acometer el ím-probo empeño, pero no se lo quisieronexplicar. De todas formas nadie puedenegar que esa etapa fue emblemática porla puerta abierta que facilitó la Revolu-ción. Actualmente, –al margen de me-didas radicales y hasta traumatizantes enmomentos coyunturales– la diversifica-ción de justas y adelantadas especiali-dades como las nuevas tecnologías, hancondicionado un perfil más estricto al

papel de la Biblioteca Nacional JoséMartí.

La doctora María Teresa Freyre deAndrade, falleció en La Habana en1975, y hasta la llegada de los peoresdías de sus antiguos padecimientos, semantuvo –jubilada– en condición deprofesora consagrada, sin dejar de pro-mover y orientar los servicios de cen-tros de información de la industria endesarrollo junto a la compañera ReglaPeraza que bajo su dirección en la Bi-blioteca era la jefa del Departamentode Información Científico-Técnica; yasí va mi tributo y reconocimiento a latenacidad de ambas que no pueden ol-vidarse, como tampoco olvido cuandola directora decía: “la locomotora mar-cha aprisa, pero yo me subo aunquesea para mí el último carro...”.

No todo era “miel sobre hojuelas”, lascontradicciones no faltaron con respec-to a algunas tácticas y manifestacionesde intolerancia o tolerancia excesiva deotras. Apresuramiento en algunos tra-bajos que requerían tiempo de madura-ción y me abstengo de la señalizaciónde las partes porque el tiempo se haencargado de irlos rectificando. ¿Cuáltiempo fue o ha sido de acerto absolu-to? Ninguno, porque la contradicción esconstante y humana. En un río bañán-donos –como dice Heráclito desde laGrecia Antigua–, el agua que no se es-tanca no puede medirla el propio tiem-po... tiempo y río hacen el cauce enmedida siempre infinita y siempre que-remos el agua clara.

María Teresa a veces se llenaba de im-paciencia –se sabía fuera de la gene-ración actuante– pero en ella

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predominaba el espíritu creador en laprofesión a la que se había consagra-do inclusive magistralmente. A veces,se revertía en terquedad cuando surgíalo inesperado, o una idea que no cua-jaba, entonces recordaba la siguienteestrofa:

Las penas que a mí me matanson tantas que se atropellanse agolpan unas con otras

y por eso no me matan...

Un día, un grupo de su equipo le rega-ló una pequeña bandeja de plata quetenía grabada la estrofa de la canciónde Sindo Garay que tanto le gustaba, ypara su solaz, la colocó enfrente de ella–parte central del escritorio– y piensoque pudo ser lo único que se llevó.

Poco antes de mediados de 1959, lla-man por teléfono de Información a ladirectora para decirle que el “bachillerGuillén” deseaba hablar con ella –inevi-table desconocimiento del asistente. Elpoeta venía a saludar a la nueva direc-ción de la Biblioteca Nacional y de-searle los mayores éxitos posibles.Buen rato de humor nos proporcionó;sin dudas fue de su parte una muy ama-ble atención.

En esa oficina conocí a la mayoría delos escritores e intelectuales cubanos yno cubanos que empezaron a descubrirde lo que éramos capaces de introdu-cir en una biblioteca en medio de unaRevolución cuando había comenzado laenemistad del “vecino poderoso”...

Para 1962, laB i b l i o t e c aNacional yatenía más cré-dito y valoresconquistadosa puro trabajode todos. Eseaño era el se-senta aniver-sario deN i c o l á sGuillén; al saberlo nos propusimos cele-brarlo en la Biblioteca. Recordar de quiénfue la iniciativa, no puedo, solamente séque desde mi oficina, en frecuente con-tacto con Ángel Augier, se planteó el pro-yecto: primero, la exposición de libroseditados en Cuba y en el extranjero, queeran muchos más en distintos idiomas;segundo, hacer un catálogo con su fotoy nota de presentación; tercero, la aper-tura del acto.

Cuando se enteró del plan, Nicolás pi-dió algo más, quiso que allí estuvieranexpuestos los regalos que le habían he-cho en los distintos países visitados... yeran muchos... No dejo de suponer, queaquí, en su país, eran muy pocos los re-conocimientos, mientras fuera sí se losofrecían. Por supuesto, su deseo era elnuestro y se cumplió el compromiso.

En verdad, la exposición –en la sala ha-bilitada ya para eso– ahora, “El reinode este mundo”, fue muy colorida; eracomo una muestra extraordinaria por suvariedad, donde aparecía el lugar decada donante, sobre todo la riqueza yoriginal artesanía de América Latina.Lo mismo había cerámicas en distintasformas, como telas y pinturas “primiti-vas”, figuras humanas en yeso pintadas

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y hasta animalitos en todos esos mate-riales o fibras. En el vestíbulo, las vi-drieras empotradas y las mesas concristal, guardaban su obra hasta esemomento conocida.

En su agradecimiento, el generoso fueél, porque en el sencillo catálogo que sehizo al efecto, escribió el mensaje:

Estuve aquí con Augier que me dioánimo.

Maruja: Pensé que de 2 a 3 de latarde había menos público que enel resto del día, y así vine a las 2.Al fin pude ver la exposición a migusto, pues el día de la inaugura-ción fue imposible, y menos en losdías que vinieron luego, por las nor-mas que todos conocemos. ¡Cómole agradezco todo, pues sé el inte-rés que usted se ha tomado enesto! Y a Ma. Teresa y René[Freyre de Andrade y Méndez Ca-pote], sin cuyo concurso no se ha-bría llegado a tanto. Solo que –sinfalsa modestia ni verdadera hipo-cresía– todo me parece demasia-do. ¿Y cuando yo me muera?

Mi cariñoso saludo y la amistad muysincera de Guillén.

Hab

Nov. 6/62

A: Maruja Iglesias

Varias veces visité a ConchitaFernández –secretaria del Comandan-te Fidel Castro– en el Instituto Nacio-

nal de la Reforma Agraria (INRA). Laconocía desde los tiempos del inicio delPartido Pueblo Cubano (Ortodoxo). Enuna de esas ocasiones no me di cuen-ta que detrás de mí pisaba mis talonesel Comandante Ernesto –Che–Guevara, que entró también en el as-censor. Yo, por supuesto –sin tribunapor delante– no era tímida y no tardéen saludarlo. Con todo respeto le dijecuánto apreciaríamos una visita suya ala Biblioteca Nacional José Martí, cu-yas transformaciones empezaban anotarse. Llegué inclusive a referirmeespecialmente, al Departamento Juve-nil... y con su “humor argentino” mepreguntó: “¿Tienen ahí muchosmonitos...?

Monitos se les decía en la provincia deOriente a los famosos “muñequitos” yle contesté que “monitos” no había,que sí había muchos libros infantiles ypara jóvenes, y que asistían muchos lec-tores... Y salió rápido del ascensor ha-ciendo una señal de despedida.

No creía en absoluto que recordara miinvitación, cuando el día 5 de febrerode 1964, María Teresa Freyre recibeuna llamada telefónica de la oficina delChe Guevara anunciando que él podíair esa tarde a visitar la Biblioteca, siello era oportuno. María Teresa y sumás cercano entorno, verdaderamentetodos, nos alborotamos.

Una de las más queridas iniciativas deMaría Teresa fue el Catálogo Colecti-vo que luego se llamó DepartamentoMetódico, y eso fue lo que el Che mar-có como su primer interés en la visita.

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Las primicias del Catálogo Colectivofue una reunión en la Biblioteca paraanalizar el lenguaje que requerían loscatálogos en ciencias y en humanida-des, así como las directivas que podíanemprenderse en las investigaciones enfunción del desarrollo del país.

De los invitados recordamos a RaúlCepero Bonilla, Salvador Vilaseca yJulio Le Riverend, más otros cuyosnombres no recuerdo, planteándose elpapel que habría de regir el CatálogoColectivo y su metodología en la cons-tante información que requerían loscentros interesados en el país.

Por una visita mía a Regla Peraza, lo-gré más precisión del inicio y desarrollodel referido servicio. También me nom-bró a dos profesionales que visitabanmucho el Departamento: el ingenieroFrancisco Betancourt, del Centro de In-vestigación y Desarrollo de la Caña deAzúcar (ICIDCA) y el arquitecto JulioCasal, del Ministerio de la Construcción.Los contactos con el Centro Universi-tario Julio Antonio Echeverría (CUJAE),la biblioteca del Ministerio de Industriay Edith Escalante, su directora, y otrosprofesionales de ese ministerio eranconstantes. Los centros respectivosintercambiaban con el Catálogo Colec-tivo la información que les llegaba, y estase sumaba al catálogo central de la Bi-blioteca Nacional. Las visitas eran mu-tuas y se llegaron a visitar con esemismo fin las universidades de Santiagode Cuba y Las Villas. Todos entre sí te-nían de ese modo las altas y las bajasde la información y sus documentos opublicaciones, libros y sobre todo de re-vistas, así como de los servicios de fo-tocopia. Regla, al explicarle al

Comandante estos detalles, llegó a de-cirle como excusa, que ellas mismas ha-bían tenido que improvisar el archivo“primitivo y rústico” que le enseñaban,porque no habían logrado conseguir otromás decente, a lo que rápidamente elChe contestó a media risa: “¿Nos estáhaciendo una crítica velada...?”.

El recorrido con María Teresa porotros departamentos llegó hasta Selec-ción y Adquisición, cuyas oficinas co-lindaban con la dirección de laBiblioteca. En la primera estabaGraziella Pogolotti ante un escritorio lle-no de catálogos de editoriales, el perió-dico del día, algunos libros y files y sele ocurrió a ella decirle como excusa,lo revuelto que estaba todo, el Che noquedó callado: “Eso quiere decir queusted trabaja...”.

Se había dado cuenta además de quetodo el personal estaba en expectativapor su visita...

Y Regla me confirmó que al despedir-se del Departamento Metódico se re-firió a que seguiría de cerca laevolución del trabajo que realizaban.

Se había trabajado mucho para la inau-guración de nuevos departamentos enla Biblioteca Nacional. Todo relucía yse distribuyeron arecas y malangas porlas partes que lo merecían. María Te-resa lo supervisó todo muy temprano yella misma intentaba mover de aquí ode acullá una planta por otra o buscarel lugar mejor.

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De momento, la llaman por teléfono dela Presidencia: el presidente Dorticósle dice que si ella consideraba posibleque él fuera a la inauguración anun-ciada. Por supuesto, ella le respondióque su voluntad era muy bien acogi-da, pues él nos atendía cuando habíaque consultar algo delicado, ya que aúnla institución todavía era autónoma.

La campaña de promoción que se hizopor la prensa fue muy efectiva y estu-vo dirigida por Marta Vesa. Cada díade una semana salía uno de los siete de-partamentos novedosos: Colección Cu-bana, Referencia en las salas,departamentos de Arte y de Música; enel sótano, el de Juvenil y el Circulantede Adultos, y Extensión Bibliotecariapara los obreros.

Ahora pienso que ni a la dirección dela Biblioteca, ni a Marta Vesa, de chis-pa siempre encendida, se nos ocurrióhacer una invitación... aparte de la con-vocatoria pública.

El caso fue tremendo, porque casi secaen las columnas de la entrada en eledificio, como la directora pronosticabaque le gustaría que pasara por el acosodel público en busca de su Biblioteca,antes que no tener lectores. Sin exage-rar, alrededor de las cuatro de la tarde,cuando llega el presidente Dorticós ha-bía entre doscientas y trescientas per-sonas esperando e iban abriendo espaciocuando lo reconocieron.

Esa tarde tampoco la olvido, porque unaparte de aquel público siguió al Presidentecon todo respeto, y la otra observó cui-dadosamente todo lo que se veía segúnavanzaba la multitud a pasos cortos.

En un apartamento de estudiantes uni-versitarios de la calle L esquina a 25,en el Vedado, conocí a Fidel Castro. Yo,provinciana oriental, como una rezaga-da pero pretenciosa muchacha, usabaturbante para diferenciarme de las jo-vencitas seguramente más adiestradas.Empezaba, tardíamente, mi primer añoen nada menos que Filosofía y Letras.

La anfitriona era la señora Lolita, quea su vez tenía tres hijas. Poco duramosen aquel apartamento porque el edifi-cio habría de demolerse; tan modernoentonces, como el que continúa frentea la esquina de L y 25, actual HabanaLibre. Los jóvenes eran, uno aspirantea dentista, otro a químico y otro a la abo-gacía: Fidel. Dos de las hijas eran as-pirantes, una al doctorado de Filosofíay Letras como yo, y la otra de Esto-matología. Cada uno andaba por su ladoy tenía sus propias amistades. El am-biente era agradable y la comida bue-na, pero tuvimos que mudarnos.

Siempre ignoré y me pregunté cómo la“dueña” de casa logró que la mudadafuera para un apartamento –de lujo–mucho mejor con terraza grande, doscuartos más, con tres baños y muchaamplitud en general en un edificio detres pisos en la calle 21 entre L y M.A nuestro lado vivía una norteamerica-na cargante y exclusiva que le moles-taba que yo subiera a la azotea a lasombra del tanque de agua cuando re-cibía una visita, o sencillamente leía oestudiaba allí. Llevaba un pequeño ba-lancín donde alguna que otra vez almoverme molestaba a la yanqui. Unode los vecinos de la planta baja, eranada menos que un politiquero de laépoca de quien no recuerdo su nombre,

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a pesar de que era famoso en los chan-chullos políticos, y que, en aquel mo-mento, era nada menos que ministro.

Allí había jovencitas y jóvenes. La co-mida fue de mal en peor porque hacerlade calidad no hacía negocio. Más fa-miliarizadas las unas con los otros, enhoras de descanso, llegamos a tener unpequeñísimo grupo musical: “el dentis-ta”, usaba una silla de “renacimientoespañol” de cuero duro y tenso comotambor; el “científico” tocaba la guita-rra y realmente se podía oír; yo tocabalas claves tan desafinaba como canta-ba, y lo disfrutaba. Fidel nunca nos oyó,aunque había hecho más relación conla hija mayor de la “dueña” y conmi-go. Convivía con los demás jóvenes,pero no eran sus amigos.

Antes de llegar los exámenes y las va-caciones en algún momento le dijimosque, como no estudiaba, iba a perder elprimer año y él se rió. Un día se nosapareció con un libro grueso y de tapaazul, y dijo: “Miren, ábranlo y elijan unaspáginas...”. Lo abrimos y lo tomó en susmanos por las páginas que nosotros se-ñalamos porque estaban cerradas y ellibrote era nada menos que un textode derecho administrativo o algo así...y leyó para sí unos dos o tres minutosy lo devolvió. Entonces comenzó a de-círnoslo tal y como lo podría estar le-yendo en voz alta, mientras nosotras,con el libro abierto, constatábamos loque él leía. Después lo recogió y se fueriéndose de nosotras.

En ese mismo año, estoy una nochemuy tarde leyendo sola en el comedorcuando se me acerca y me dice:“¿Quieres oírme lo que voy a decir ma-

ñana?”. (27 de noviembre en la recor-dación a los estudiantes ejecutados undía como ese en 1871). De verdad queme molestó, porque yo estaba robandotiempo al sueño y era tarde y sólo hiceel gesto afirmativo con la cabeza. Enrealidad yo lo tomaba desde mi petu-lancia como pretenciosa adulta.

Empezó y terminó su discurso de unosquince minutos y me dijo “¿Qué te pa-rece? Tremenda arenga contra el régi-men político”. Y con un gesto máspetulante aún, le contesté: “Bien... perolo dijiste desde aquí –y me señalé lacabeza–, lo tienes que decir: de aquí”,–y me toqué el pecho. Antes, de estaescena hubo otra que lo superó todo.Estábamos ante los exámenes de fin decurso; nosotras estudiábamos en el co-medor y Fidel entra con un paquete quesujetaba bajo su brazo doblado y pega-do al cuerpo: “Aquí llevo 17 libras deeconomía política”, y le reímos la ocu-rrencia. Esa tarde estábamos en la mis-ma posición y él volvió a pasar y saliótriunfante al decir. “Muchachas, ya meaprendí dos y media libras de economíapolítica...”. Y la aprobó.

En el cuarto año de mi especialización,yo estudié, la economía política y la sus-pendí. No estaba preparada para elexamen oral, y mucho menos en esaasignatura, y guardaré para otra oca-sión lo que era un examen oral con elprofesor, doctor Guillermo Portela.

Fidel se mudó de casa, se casó y estu-vo de viaje. A su regreso pasó por laEscuela de Derecho donde ya yo teníami “plaza” de bibliotecaria por cincuen-ta pesos mensuales, porque no era plan-tilla. Un día se apareció en esa

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biblioteca y nos trajo a su mujer y a suhijo Fidelito de unos siete u ocho me-ses, que estaba hermosísimo. Reiniciósus rápidos estudios de las asignaturaspendientes en tiempo récord. Los librosque no se podían prestar se los facili-taba María Teresa González del Valle,la empleada de Derecho. Otro día vinoa verme y tantear si yo podía contribuiral trabajo político del Partido Ortodoxo.Él aspiraba a representante junto aLeonardo Fernández Sánchez, que ibacomo senador; yo estaba ya compro-metida con mi profesor de filosofía,doctor Jorge Mañach, que aspirabatambién a senador. Así lo dije a Fidel.Él había terminado sus doctorados (sino recuerdo mal en Derecho y en Cien-cias Sociales), en el menor de los tiem-pos y con magníficas calificaciones.Dejé de verlo y llegó el segundo o ter-cer cuartelazo–como yo lo llamo– deBatista el 10 de marzo de 1952. Algu-na que otra vez lo vi de lejos en la sededel Partido Ortodoxo, sin que hubieraotro encuentro hasta el triunfo de laRevolución.

Días después, antes de ser nombradadelegada del compañero Ministro deEducación, acudí a saludarlo al HotelHabana Libre donde había tenido unareunión con los Rotarios o Leones. Yoestaba convaleciente de una gripe decuarenta grados después de dos días–día y noche– con un frío escalofrian-te, sin abrigo, que había pasado en unade las comandancias de la Revolucióntriunfante en el Palacio de los Depor-tes, donde hoy está el Instituto Nacio-nal de Deporte, Educación Física yRecreación (INDER). Allí se vigilabatambién a los esbirros que se apresa-ron y estaban sujetos a juicio.

Cuando me vio, desaparecidos los conél antes reunidos, bajó de la tarima don-de estaba y nos dimos un abrazo. Nohablamos mucho y no volvimos a ver-nos hasta días después en el PalacioPresidencial.

Junto a María Teresa Freyre deAndrade y a otros compañeros de laBiblioteca Nacional recorrimos en másde una ocasión las primeras marchasconvocadas por el Jefe de la Revolu-ción, y recuerdo muy bien nuestro pasoen unión de un pueblo abigarrado y en-tusiasta, por el Malecón. No recuerdosi una de estas marchas fue la de oc-tubre de 1959, cuando en noche cerra-da suenan unas bombas, y comorespuesta a esos elementos contrarre-volucionarios el Comandante Fidel crea,desde su Tribuna del Palacio Presiden-cial, las milicias de los trabajadores. Alotro día, muy temprano, antes de cum-plir con el inicio del trabajo, fuimos jun-tas a comprarnos el uniforme.

En esa época, yo vivía en el edificioAlaska frente al actual Instituto Cuba-no de Radio y Televisión (ICRT), en23 y M, y me colaba en casi todas lasaudiciones de entrevistas al Comandan-te con alguna amiga; y un día, muy es-pecial por cierto, fui con la doctoraFreyre. En esa ocasión fue en un pe-queño estudio de la calle N o P, casiesquina 23. Allí había, un poco apre-tadas en sillas endebles de tijeras, deochenta a cien personas. Nosotrasestábamos sentadas más o menos enla mitad de la salita. Fidel no meacuerdo si responde o habla con losperiodistas, y de pronto, en el silenciode aquel público expectante se sienteque alguien, como un “miura”, arrasa

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lo que encuentra en el pasillo estre-cho; yo estaba un poco más allá de lahilera y casi me saca de la silla. Dosde los guardias personales van cami-nando detrás y casi llega hasta el pe-queño escenario donde lo acorralan eintentan sacarlo por el pasillo del otrolado. Los asistentes vociferan, mien-tras de la tarima se dice “¡Calma!¡calma! Está controlado”.

Las mujeres se encaraman en las sillaso se empinan para darle en la cabezacon el tacón del zapato, otras lo inten-tan con carterazos. Él bufa, jadea ysuda... yo también me encaramo en lasilla y grito: “¡No lo provoquen más!¡no caigamos en la provocación!”. Ymuy cerca de mí, por el otro pasillo másestrecho aún pegado a la pared, lo vansacando hasta llevárselo a su casa. Éles el marqués de Logendio, embajadorde España, con antecedentes de agre-sividad que rompen el protocolo diplo-mático. El “miura”, en base a unaopinión que a nadie podía provocar porsabida y manida, intentaba cortar la li-bre expresión del Comandante.

De pasada, tuvimos algunos encuentrossin ocasión de establecer conversación.Nunca supo acerca de nuestra expe-riencia de la noche del marqués.

Yo veía a Conchita Fernández de cuan-do en cuando y un día uno de los in-formes sobre el trabajo de la Bibliotecaresultó tan elocuente y positivo que seme ocurrió hacérselo llegar medianteella. Esa noche él estaba en la Televi-sión y lo vi desde la casa. Él habla yhabla de muchos resultados alentado-res y de momento enarbola unos pape-les blancos y dice “Aquí tengo también

los de la Biblioteca...”. Al mismo tiempolo interrumpe un periodista que le nom-bra un problema álgido de la coyuntu-ra internacional. Baja los papeles ycontinúa refiriéndose al asunto del pe-riodista. Por supuesto, yo me sentí muydefraudada.... ¿qué más puedo decir?

Al fin, un día de junio de 1961, él vino ala Biblioteca. Y aunque específicamenteno fue para visitar la institución, lasubdirectora esperó la oportunidadpara actuar... y esta se presentó. Allíexpresó uno de sus discursos de másrepercusión en el mundo de laintelectualidad. Lo dijo en la Sala-tea-tro de la Biblioteca Nacional JoséMartí. Había reunido a los intelectua-les por el resultado de un conflicto en-tre cineastas y nada menos que lalibertad de expresión. El salón estabarepleto y todos hablaron. Me di cuen-ta que salía a refrescarse después deoír pacientemente casi toda la historiade Grecia entre otras cosas y lleguéhasta él: “¿No te parece que es horade que visites la Biblioteca...? Al finla vio. Eso me costó que a María Te-resa se le desatara el celo, pero yo nopodía perder aquella oportunidad, niese momento.

Le dimos la vuelta a todo el edificio; em-pezamos por el Departamento Juvenil yterminamos en el Departamento de Co-lección Cubana y enfrente el Departa-mento de Arte. Inclusive llamé a MaríaElena Jubrías, la jefa, para que le habla-ra de su modus operandi, y él se quedómirando desde el mostrador la exposiciónmuy variada de las reproducciones de lavanguardia de pintura europea y expre-só cuánto sentía que no le hubieran en-señado la apreciación de las artes.

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De aquellas Palabras a los intelec-tuales se desprendió la firmeza de laley que garantizaba el funcionamientode la Imprenta Nacional; la adquisiciónde libros y los materiales que han pre-ocupado a los escritores y artistas; lareintegración de la Orquesta Sinfónica;se refirió al Ballet de Cuba y al Con-junto de Danza Moderna; antes de lle-gar a la industria del cine, dedica dospárrafos a la institución:

La Biblioteca Nacional por su par-te está desarrollando una política enfavor de la cultura, empeñada endespertar el interés del pueblo porla música, por la pintura. Ha cons-tituido un Departamento de pinturacon el objeto de dar a conocer lasobras al pueblo. Un Departamentode música, un Departamento juve-nil, una sección, también, para niños.

Nosotros, poco antes de pasar aeste Salón, estuvimos visitando elDepartamento de la Biblioteca Na-cional, para niños; vimos el númerode niños que ya están asociados, eltrabajo que se está allí desarrollan-do y los adelantos que ha logrado laBiblioteca Nacional constituyen unmotivo para que el Gobierno le fa-cilite los recursos que necesite paraseguir desarrollando esa labor.

De ahí regresamos a la reunión.

Al fin los tres días aquellos, 16, 23, y30 de junio de 1961 fueronrememorados cuarenta años despuésen el mismo lugar. El acierto de aque-lla reunión y la importancia de las Pa-labras a los intelectuales, quegarantizaban el norte y camino de nues-

tra cultura y su desarrollo, fueron re-cordados por el poeta RobertoFernández Retamar, a quien le tocó im-partir la conferencia magistral en esaactividad.

Cuando Fidel se despedía, se me ocu-rrió hacerle una petición, pues aspirá-bamos a que la Biblioteca Nacionaltuviera la oportunidad de disponer debibliotecas viajeras para poder llevar li-bros a los campos cercanos, y aprisale dije: “Necesitamos cuatro chasis decamiones para adaptarlos como biblio-tecas viajeras; tenemos los diseños paraadaptarlas y dónde se puede hacer¿qué tu crees?”.

Llamó a su ayudante y le dijo que nosmandaran cuatro camiones, y vinierontres que ya no fueron para las proxi-midades de La Habana, sino para elplan nuevo que en 1962 empezó a lle-var bibliotecas al campo de Cuba.Cienfuegos, Trinidad (donde todavíahabía bandidos), y Camagüey fueron lasprimeras, que perduraron años después,hasta que hubo menos recursos paramantenerlas, sustituirlas y aumentarlas.

En marzo de 1959 se firmó en la Sie-rra Maestra la Ley de Reforma Agra-ria y, por supuesto, enseguida seincrementó la campaña contra Cubaque se unía a la iniciada con el pretex-to del ajusticiamiento de los esbirros,asesinos y torturadores que no habíanalcanzado los aviones del 31 de diciem-bre de 1958 a las doce de la noche,como les pasó a los americanos quesalieron de Viet Nam agarrados a loshelicópteros al terminar la guerra. Por

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ello se quedaban en Cuba “sus tierras”,la productiva explotación de las tierrasque habían comprado barato, aprove-chando una hipoteca, robado y expro-piado a porque sí, con la guardia rural,y explotado y denigrado por el despojoa los campesinos pobres del país. Lapresión del norte, logró ablandar algu-nos de los elementos del gobierno pro-visional porque según el decir del pueblo“habían querido Revolución, pero notanta”.

Es verdad que algunos norteamericanosy sus empresas fueron afectados, perola Ley también traía la compensacióncorrespondiente que ellos negaron contal de no reconocer la independencia yderecho que traía la Revolución.

Para agradecer esa Ley, cien mil cam-pesinos llegaron a La Habana para el 26de julio. La Reforma Agraria, traída yllevada sin serlo en las promesas de lapolitiquería de una república mediatizadaque llegó a estar programada en la pla-taforma de la Constitución de 1900 ysólo salía a relucir –como se dice aho-ra– de una plataforma “virtual”...

Por supuesto, la Sierra Maestra de laentonces provincia oriental era el sím-bolo de la rebeldía en el espírituindependentista de los treinta años deguerra en los últimos meses del siglo XIX

y de las luchas y muertes por el asesi-nato de campesinos y otros que no loeran en la primera mitad del siglo XX.De la Sierra Maestra y sus alrededo-res, salió lo que comenzó en 1956 conel desembarco del Granma: la guerra.Anteriormente, en 1953, en suautodefensa, conocida como La histo-ria me absolverá, Fidel Castro señaló

que José Martí era el autor intelectualdel asalto a los cuarteles Moncada deSantiago de Cuba y el de Bayamo; allíplantea la plataforma política y socialde la Revolución. Después de cincoaños de opresión, represión,clandestinaje se logra la independenciasin interventores ni padrinos.

Sin lugar a dudas los más explotadoshabían sido los campesinos cubanos queahora acompañados de sus atuendosmás emblemáticos: el sombrero alón deyarey con banderita cubana al frente,pañuelo rojo al cuello y el machete asu cintura colgado –igual que losmambises de las otras guerras y nopara responder a la orden del “degüe-llo” sino “al chasquido” agradecido delos machetes.

El recibimiento a ellos fue universal entoda la ciudad de La Habana; fueronatendidos en casas de familia, hoteles,organismos centrales, escuelas, inclusi-ve las religiosas, los sindicatos y tam-bién en la Biblioteca Nacional donde susindicato acogió a unos treinta. Habríaque reconocer además que el Diariode la Marina albergó cincuenta, toda-vía no habían tomado el camino deVilladiego.

Pero hubo algo más. El monumento aJosé Martí, aún no se había estrenadoy algún elemento impedía la concentra-ción en la entonces llamada Plaza Cí-vica después Plaza de la Revolución. Elespacio de los jardines y la Avenida delas Misiones frente al Palacio Presiden-cial no tenía el suficiente terreno parala millonada que se esperaba, porquede todas las provincias llegarían a LaHabana en trenes, en ómnibus y camio-

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nes, a pie o en carreta los del interiorde La Habana, y el comandante CamiloCienfuegos entraría con toda una ca-ballería montada... únase a eso el pue-blo de la capital.

La mayoría de ellos –a pesar de quenuestro país es un archipiélago y la islagrande es larga y estrecha, el campocubano está lejano de las costas– nun-ca habían visto el mar y costaba tra-bajo sacarlos del Malecón habanero.

En la tribuna improvisada estaban losprincipales héroes de nuestra odisea queahora eran el gobierno provisional de losinvictos en la guerra; y entre ellos el pre-sidente de la Reforma Agraria y promo-tor de la Campaña de Alfabetización en1961 tanto en las ciudades como en elllano y las montañas.

La concentración en la Plaza llegó adesbordar por completo sus límites enabigarrada y aguerrida actitud de loshombres del campo junto a un pueblodecidido a no torcer la esperanza.

En esos momentos había una compli-cada situación política que puso en cri-sis al gobierno, y en el inusitadoescenario de aquella plaza se disolvió.El presidente provisional ManuelUrrutia no estaba presente.

Pronto supe, “in situ”, cómo era aque-lla “tribuna” para la presidencia en elprimer año de la conmemoración delAsalto al Cuartel Moncada despuésdel triunfo de la Revolución: una ba-randa rústica de tablones se había ins-talado alrededor de la cúpula vitral yluminaria del vestíbulo de la Bibliote-ca que daba a su entrada en el piso

bajo. Allí fue necesario reforzar losseñalamientos para el paso de uno enuno a sus asientos portátiles, en el lí-mite correspondiente a la zona que,arquitectónicamente, era más débil yhabía que proteger. Algo más ocurríacon aquella improvisada tribuna. En laazotea que pertenecía a las grandes sa-las de lectura –tercer piso (quinto en laestructura de la torre y sus almace-nes)– empezaron a aterrizar helicópte-ros para llevar algunos invitados a la quevamos a llamar la presidencia del acto;no puedo precisar cuántas veces seprodujo. Desde allí se podía pasar a losalmacenes y a la presidencia. Así lle-garon algunos participantes e invitados,pero no recuerdo por dónde lo hicieronel expresidente de México, Lázaro Cár-denas, y su hijo Cuahtémoc. A Fidel lovimos llegar por el ascensor interior delos almacenes. Recuerdo también al co-mandante Juan Almeida, pues yo que-dé junto a él en las filas intermedias. Elcomandante Almeida cada vez que seacercaba un helicóptero se ponía lasmanos en la cabeza y llegó a decirmeque esos ruidos le aumentaban muchosu dolor de cabeza. Quise ayudarlo y medijo que no se podía hacer nada. Paracualquiera de nosotros, los que venían dela guerra eran verdaderos héroes dignosde todo respeto y verlo sufrir me alar-mó mucho. Ese día supe que aún teníauna bala, a consecuencia de uno de loscombates, que no le pudieron extraer enaquellos momentos y, a siete meses deltriunfo de la Revolución, pienso que nohabía tenido tiempo de resolver su granproblema, lo que me valió para respetarmás su coraje.

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A aquel acontecimiento le he tenidosiempre una especial remembranza yno lo olvidaré nunca. Allí se anunció lasalida del presidente Urrutia y el nom-bramiento de Osvaldo Dorticós Torra-do como presidente, quien había sidohasta ese momento el hombre encar-gado de la nueva legislación. Por otraparte al salir del conflicto el Comandan-te, doctor Fidel Castro Ruz, asumía elcargo de Primer Ministro como res-puesta a aquel torrente de pueblo, car-go que hasta ese momento habíacorrespondido a Miró Cardona. Y,como si lo oyera ahora mismo recuer-do vivamente el tronar como de verda-dera percusión metálica, los chasquidosproducidos entre cien mil machetes, ylas voces de un pueblo entero que re-petía: Fidel, Fidel...

De esa forma, se dio tajo abajo comoa las yerbas malas, a la miseria de loscampesinos, “al vara en tierra”, a losdespojos de la guardia rural, de una vezy para siempre. Mejor plebiscito o son-deo político ¿hubo igual en nuestra his-toria? ¿A quién se le puede ocurrirpensar que desde la azotea de la Biblio-teca Nacional alguien diera la orden, o

mandó a que los campesinos y el pue-blo de la capital hicieran cantar a susmachetes, aplausos, voces... todos jun-tos en concierto inusual? ¿Quién ha po-dido en cuarenta y dos años callarlos?Entonces fueron, de seis millones, másde un millón. Ahora, de más de oncemillones ¿cuántos más?

Tengo vivas algunas referencias delcampo. En la primera juventud tuve laoportunidad de hacer algunas girascampestres. Recorrí a caballo, por pla-cer, algunos cañaverales. Fui feliz enesos momentos; me sentía fuerte por lafuerza de la bestia. Bastante incons-ciente todavía, sólo estuve a la puertade miserables bohíos. Uno de los hijosdel encargado de la finca era enjuto,feo, sin dientes y sucio. No tenía másde cuarenta años. La guajira era joveny linda. Para mi asombro, ante tal pa-reja, alguien despreciativamente medijo: “ahí no hay besos, se juntan comobestias...”.

Durante años se acumularon la sole-dad, explotación y pobreza en el cam-po, principalmente, pero cuando llegó elvuelco social, en cada rincón –poco apoco– se pudo hacer justicia. Despier-ta, para la mayoría, la conciencia de susderechos.

Parece que en el campo aislado cues-ta más. Pero, para otros, el paisajedeja de ser regocijo propio o natura-leza muerta y en esos momentos semira hacia el futuro y se piensa en loprimero: la escuela.

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La Biblioteca Nacional José Martí apa-drinaba dos escuelas. Una en Matanzas,otra entre un lomerío de Pinar del Río.A esta última fui. Probablemente por serun lugar aislado, se llamaba El Cayo;quince casas perdidas unas de la vistade otras, entre las lomas, pocos árboles,yerba pobre y cascajo por tierra. Únicacosecha y principal alimento, la mismayuca que amasaban nuestros indios.

Un grupo de unos treinta trabajadores,visitó a una sola familia, la que vivíacerca del bohío-escuela. Llevábamoslápices, libretas y algunos textos, ade-más dulces para los niños, también re-tratos de algún patriota, sin faltar ladesconocida bandera cubana.

Horas duró la búsqueda de aquel pun-to perdido. Faltaban algunos de los queallí debían recibirnos. ¿Cómo anunciaren ese lugar una visita, una reunión congente de la capital?

Presente sí, el verde amarillento de aquelsuelo veteado del blancuzco cascajo; losárboles tan aislados, el riachuelo raquíti-co muy abajo. Aquellos niños tristes, su-cios, espantados, de cabellos duros comode perro lanudo que nunca peinan. Eranocho, diez, no recuerdo; pero sí recuerdola niña de catorce años también sucia; depiernas torcidas (herencia tuberculosa) yla madre, extenuada de partos y de an-dar entre lomas. A un lado del bohío, so-bre tablas unidas para arrastrar consogas muy gastadas, estaba el único re-cipiente de agua: un tronco ahuecado depalma barrigona que debía subirse llenode agua por la ladera de la loma, desdeel riachuelo, allá abajo. Vida absurda¿cómo podrían ser limpios? / ¿cómo po-dían vivir de yuca? / ¿Por qué resignar-

se a aquel páramo pobre, aquellas quin-ce familias todas de la misma sangre?

El padre moría de tuberculosis en unhospital. Alguna vez vino a la casa yhabía dejado un nuevo hijo.

En poco tiempo comprendí como nuncaantes que allí no podía haber nuevoaliento de vida real si aquellas gentesse aferraban a la tierra propia, peropobre y no renunciaban en ella a su po-breza. Tiempo era para ello, pues en esemomento lo importante era ayudar a laescuela, alertar al maestro, hospitalizara la niña. Todo se pudo hacer. Había quedespertar aquellas mentes. Lo primerola escuela. Ya nos íbamos. Había quehacer esfuerzos para despedirse y derepente no hubo voces y miramos a lolejos. Atardecía sin que se percibieramovimiento alguno, ni un ave o bestia bajoaquel cielo claro, infinito. Nunca anteshabía sentido tanto el silencio.

Me laceró el silencio y la incomunicaciónde tanto tiempo en aquellas gentes al pa-recer muertas, y que aún no se dabancuenta que entre los relámpagos y true-nos vendrían a sacarlos de su casi tum-ba, de su perenne sueño las nuevas leyes.

En otra ocasión fuimos a la cooperativade la provincia de Matanzas donde seapadrinaba la otra escuela. Más acce-sible, relativamente cercana a esa ciu-dad. Se había construido un pobladonuevo y los campesinos invitaron a quese conocieran sus casas nuevas. Uno deellos le dijo al chofer del ómnibus“alitraga”, y como el chofer no sabía aque se refería, fue invitado a entrar albaño: entonces el campesino le demos-tró cómo se descargaba el inodoro.1

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Las amenazas del enemigo no cesabancuando se realizaron los bombardeos alos aeropuertos de San Antonio de losBaños (La Habana) y Santiago deCuba, que fueron adelantos de mayo-res intenciones que no tardaron más dedos días en hacerse realidad: la inva-sión de mercenarios por Playa Girón.Como es natural, absolutamente todosnos sentimos involucrados, inclusive laBiblioteca Nacional José Martí, dondese establecieron entre veinte y treintasoldados del Ejército Rebelde con supropio mando, quienes convivieron connosotros durante esos días. Salvo aque-llos que tenían problemas familiares se-rios, muchos de nosotros nos quedamosacuartelados. En la azotea, en constan-te vigilia, se emplazaron ametralladoras.Recibimos clases de arme y desarme,y las guardias eran de día y noche hastael 19 de abril cuando se alcanzó eltriunfo total

Mas, para abundar en lo mismo me voya referir a algo de lo que no he habla-do... Después de la derrota de PlayaGirón, fueron apresados más de mil in-vasores mercenarios del gobierno delpresidente Kennedy. Entre ellos veníaun hijo del politiquero de “grandes vue-los”, y vicepresidente del gobierno deCarlos Prío Socarrás que sufrió direc-tamente el cuartelazo último deFulgencio Batista en 1952, el abogadoy culto Alonso Pujols. Como se sabe, elComandante Fidel Castro decidió que, envez de gastar comida para la preserva-ción de aquella mezcla de politiqueros,algunos pastores, “cocineros”,“burguesitos” y esbirros –menos estosúltimos que fueron juzgados, sanciona-dos y ejecutados aquí– estos fuerancambiados por compotas y medicinas

para los niños de Cuba, a quienes ya lesfaltaba la atención debida a causa de lapérdida del mercado cercano al país ylas medidas impuestas para impedir todosu comercio exterior.

El doctor Pujols al ver a su hijo presopor invasor al amparo de Estados Uni-dos, quiso que lo liberaran mientras sehacía efectivo el intercambio –de lascompotas por mercenarios–, y bien lopagó, pero también quiso ver sus librosque sabía estaban en la Biblioteca Na-cional. “Muy bien acompañado” llegóa esta sede, subió en sus ascensoreshasta el piso donde estaban; recorrió“su” estantería y se dio cuenta de queestaban limpios y cuidados, los reco-noció, aunque no en el orden que te-nían en su biblioteca. No había dadotiempo.

Sin Olimpo al que reclamar... el fuegotambién pudo hacer trizas “de tinta” anuestra Biblioteca Nacional. Peligromayor lo sufrió en su corta estancia enla cárcel de Prado en 1938, donde loslibros estaban en cajas unas sobre otras,porque los estantes se habían llevado alCapitolio en 1929. En aquel mismo añola volvieron a trasladar al edificio de laMaestranza de la Artillería donde ha-bía sobrevivido en su primera etapa.Allí estuvo hasta la ocasión que el go-bierno “civil” de Fulgencio Batista de-cidiera derrumbarla para construir unaestación de policía. Así que nuestra muyquerida institución no conoció más te-chumbre que tres unidades de carác-ter militar de la metrópoli española,porque volvía de nuevo al Castillo de laFuerza que, mar y bahía por medio,

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queda frente a El Morro para bien iden-tificar a La Habana.

Pero el caso fue que la Biblioteca es-tuvo justo a punto de perder por com-pleto la colección matriz por el fuegocuando estuvo en el presidio, pérdidaque pudo haber sido total, aunque no ala misma escala –sobre todo en fama–de la de Alejandría. La nuestra teníabuenos libros, aunque Cuba en la his-toria era –para Europa– de cuatro ymedio siglos nada más, pero era deverdad gran parte de nuestra historia,y no puede dejar de decirse que con-taba sólo con una cuarta parte en ca-tálogo, y ¿cómo no acordarse entoncesde las otras tres cuartas partes queademás, tampoco contaban con la gra-cia de Dios? Sin esa “gracia”, en oc-tubre de 1962 casi alcanzamos elholocausto por causa de la crisis de losmisiles soviéticos desatada por esa pre-sencia, que era a su vez barrera paradetener a los vecinos norteamericanosen sus ataques, viejas agresiones yamenazas a la integridad de la nación.En consecuencia, el Consejo Nacionalde Cultura (CNC) cita a una reunión ensu sede a todas las direcciones que cu-bren su área tarde en la noche.

La dirección de la Biblioteca Nacionalestaba a su vez reunida en su sede conun grupo de soldados rebeldes seleccio-nados para recibir un entrenamiento ele-mental para manejar las pequeñasbibliotecas de sus respectivas unidades,y se da el caso que, cuando ellos reci-ben su llamado urgente para regresar asu punto de partida, María Teresa y yorecibimos la citación del Consejo. Allínos situaron en el patio del edificio a es-perar a que la presidenta, Vicentina

Antuña, regresara de la llamada que ha-bía recibido del presidente OsvaldoDorticós. A su regreso, la confirmaciónfue escueta y precisa: el momento eracrítico, grave, a pesar que existían cier-tos encuentros al respecto para discutirun peligro de ataque (y no recuerdo sise dijo nuclear) que podía ser inminen-te; la armada yanqui rodeaba nuestrascostas y estaba a la vista: la amenazaera el bloqueo total por el momento.

El patrimonio nacional había que salvar-lo. En nuestro caso teníamos que salvarpor lo menos los libros más valiosos, yllevarlos al lugar más seguro posible...Parte de esa misma noche y desde muytemprano, la directora y a su lado todoel que pudo de Colección Cubana y deMantenimiento prepararon el amarre delos libros que se seleccionaron en gran-des o pequeños grupos y se guardaronen el interior del equipo de fumigaciónsituado en el sótano.

Para darme idea de cuántos libros pu-dimos preservar, fui en estos días queescribo, al lugar donde estaba empotra-do el nombrado equipo de fumigacióny contando por el alto y ancho de don-de estaba el equipo, más la capacidadde una zorra, llegué a la conclusión deque pudimos ¡resguardar! de quinientosa ochocientos libros apretados que sepudieron seleccionar, porque más nocabían... Me pregunto, ¿dónde cabría laprensa, dónde las obras que no habíantenido tiempo de más valer con másaños? Todo pudo haberse perdido y trescuartas partes todavía sin el catálogoindicador para que en el futuro se pu-diera rehacer un fondo igual o seme-jante.

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Sin embargo, llega la noticia de “los cin-co puntos” con los cuales el Comandan-te Fidel Castro responde al acuerdotomado entre la URSS y Estados Uni-dos de modo que “la paz” fuera justa yhonorable para Cuba, lo que a mí me re-cordó la Protesta de Baraguá de 1878y al Mayor General Antonio Maceo: Se-guiremos luchando y así ha sido; no he-mos dejado de cumplir con lo queactualmente se añade: la demanda justade los daños a vidas, y daños y perjui-cios a la economía del país. “Yo quieroque la Ley primera de nuestra repúbli-ca sea el culto de los cubanos a la dig-nidad plena del hombre”, es la idea quellega a ser el signo de nuestra Constitu-ción, proclamada en 1976, la cual con-tiene las reformas aprobadas por laAsamblea Nacional del Poder Populardurante el onceno período ordinario desesiones de la Tercera Legislatura ce-lebrado los días 10, 11 y 12 de julio de1992. Este pueblo está compuesto porhombres que se niegan a perder su dig-nidad y se comportan a su vez en eter-na lucha desde antes que Martí loreafirmara.

Y Fidel Castro le da continuidad conlos cinco puntos:

1- Cese del bloqueo económico y detodas las medidas de presión comercialy económica contra Cuba.

2- Cese de actividades subversivas.

3- Cese de ataques piratas.

4- Cese de las violaciones de nuestroespacio aéreo y naval.

5- Retirada de la Base Naval deGuantánamo y devolución del territorioocupado por Estados Unidos.

En uno de esos tres días, Juan Pérezde la Riva me trae a la oficina un pro-fesor de Grenoble para que le explica-ra nuestros planes. Al parecer seconocían de cuando Juan fue profesorde geografía en esa misma universidadfrancesa. El hombre estaba muy pre-ocupado por todos los cubanos. En per-fecto español expresaba su terror, consu mente puesta en el poderío de Es-tados Unidos. No entendía que hubie-ra hombres armados en todas partes,inclusive en las puertas del HotelRiviera donde se hospedaba.

Por más que traté de llevarlo a nues-tra historia y explicarle las medidas to-madas ahora, y lo que nos significabala Revolución, el pobre hombre no en-tendía nada. Le llamaba la atención elque, al parecer, no dábamos importan-cia a lo que podría pasar, a causa denuestras demostraciones... hasta llegaral momento que le dije:

La situación aún es oscura, no sesabe todavía como terminará, perotodo el mundo ha ido a su trabajo.Las armas están controladas tantopor los soldados del ejército comopor las milicias, la cual tiene su dis-ciplina y organización de los man-dos. Hay armas por todas partes,pero también hay tranquilidad en to-das partes y eso no era inconscien-cia. Hay la confianza absoluta ennuestros dirigentes. Fíjese en el pro-pio ambiente de la Biblioteca Nacio-nal. Su público es el de todos losdías, ningún empleado ha faltado tal

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como ha pasado en las escuelas, elcomercio y todos los centros labo-rales –y con tal que se riera leriposté– yo también estoy armada...

y le saqué un enorme revólver 45 quetenía en el escritorio, de uno de los vie-jos custodios del edificio que ya se ha-bía jubilado. No dudo que estuviera conmi uniforme de miliciana, todos estába-mos así.

Por supuesto, terminamos la conversa-ción tomando una taza de café y regre-só a su hotel como vino, a pie por laAvenida de Paseo para que viera me-jor todo lo que sucedía a su alrededor.

Ricardo de Aungerville (Ricardo deBury, 1345)2 en referencia a la no sal-vación de los libros se pregunta:“¿Quién no se estremece de horrorante un holocausto tan funesto comoel de la Biblioteca de Alejandría en elque se ofreció tinta en lugar de san-gre? Uno de los Ptolomeos la creó; losbibliotecarios eran los más cultos; suscatálogos, al parecer, los que condu-cían al ‘canon alejandrino’. ¿Acaso nose salvaron todos?”. Así me pregun-to, porque las transcripciones que sehacen en ediciones Aguilar suelen serdeficientes. Según Bury, allí conserva-ban la memoria de la humanidad y se-ñala desde Adam el hombre, y larelación sobrepasa como perdidas “lasleyendas de la más remota antigüe-dad”, “los destinos del cielo”, “la reli-gión de los egipcios”, “la vetustaAtenas”, las observaciones de loscaldeos, “los antídotos de Esculapios”,“Apolo y sus oráculos” y termina conlo que “pueda hacerse valer en el fu-turo”. Si el dios del Olimpo... “no im-

pide la guerra y que en tiempo de paznos tomase bajo su protección”.

Muchos eran los frentes que tenían ne-cesidad de renovarse y ofrecerles es-tabilidad y el más crítico era el declasificación y catalogación. Para tomaruna decisión se invitó a una reunión aldoctor Alfredo Aguayo y a su ayudan-te Carmen Rovira, profesores de lamateria. Al fin nos decidimos por el Sis-tema Dewey que tenían ellos en la Bi-blioteca Central de la Universidad.

Los catálogos heredados eran una mez-cla del decimal europeo alterado pormodificaciones y adaptaciones distintas.Carecían de un epigrafiario adecuado yse dio el caso de encontrar algunos epí-grafes estrafalarios. En un muestreo queempecé yo misma a hacer no se me ol-vida el que encontré como “Arqueolo-gía criminal” y el libro se refería a Jackel destripador, el asesino de época pa-sada que ya en 1959 estaba olvidado.

Muy interesante fue cuando en unmuestreo del catálogo provisional quese inventó por nosotras mismas, apare-ció otro fenómeno. Hechas deprisa lastarjetas en la idea de poner en catálogoprovisional lo más pronto posible las nue-vas adquisiciones, saltó a mi vista queBaudelaire y sus Flores del mal estabanubicados bajo Botánica, y, por supuesto,las flores se sentían muy mal; este he-cho mucho después se atribuyó a lasubdirectora, quien precisamente habíaalertado sobre el peligro de la prisa.

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De todo puede pasar en una bibliote-ca. En esos momentos ya se necesitómás atención a los servicios de limpie-za y un día, a poco de haberse incor-porado a su nuevo oficio, aparece enla oficina de la subdirectora el hombregrandulón, maduro y semianalfabetoque no tenía más que su nobleza y vo-luntad increíbles, en su celo por la hi-giene de los almacenes más todoaquello que se le solicitara. Un día, lle-gó alterado y muy asustado. Y alpreguntársele “¿Qué pasa Zayas?”...,contestó: “Israel se ha puesto loco, loco,loco, está buscando entre los estantes‘fantasmas’ y hasta grita de un lado alotro... ¿dónde están los fantasmas...?”.

Israel que fue un bibliotecario destaca-do en su cargo en Salas y Referencia,hacía uso de la quizás universal jergadel profesional en busca de los cartoneso tablillas que representaban a los librosprestados.

De otros dos compañeros de Manteni-miento tengo también gratos recuerdos,y son dos de los veteranos del edificio,personas atentas y cumplidoras: Floresy el conocido “abuelo”, cuyo nieto toda-vía trabaja en la institución.

En el Departamento de Referenciasse respondía muy bien a las consul-tas de los usuarios en sala, o inclusi-ve los que con frecuencia hacíacualquier entidad administrativa quequería ampliar un concepto, un hechoo dónde encontrar más amplia informa-ción. El jefe tenía que informar men-sualmente con una estadística a ladirección las consultas evacuadas y lostemas de estas.

Desde Extensión Bibliotecaria, unidadque se ocupaba de la atención a las pe-queñas bibliotecas obreras en unas cuan-tas industrias, me comunican que de unade ellas nos preguntaban de quién erala frase “Nada humano me es ajeno”.Ese pequeño equipo trabajaba en mioficina y era atendido por lasubdirección– y a María Álvarez, unajoven ayudante– se le orientó que sibien Terencio era el autor, podíaofrecérsele la frase completa.

A las salas se les había dotado de todotipo de obras de consultas y referenciasy el que tomó el recado –abogado de ofi-cio y estudios–, se situó en esa unidadpor la cantidad de obras jurídicas que te-nían los fondos, incrementados con lasbibliotecas recuperadas de los grandesbufetes cerrados por abandono, y delas decenas de abogados que fueronsaliendo del país al acabárseles sus ne-gocios, le respondió a la joven: “María,esa frase es de Kuchilán...”.3

Insultada, la subdirectora llamó a Israely advirtió que dijera a su subalterno queno estaba autorizado a responder abso-lutamente nada, sin consultar las obrasque tenía para ello, y que su dedicacióno trabajo se reduciría sólo a estudiar yanalizar las obras jurídicas y que porfavor pensara (investigara) en sus res-puestas antes de decirlas por las tras-cendencia que tenía las que se ofrecíana nombre de la Biblioteca Nacional...

Un aumento en el servicio vino a tener-lo muy pronto la Hemeroteca, porquela prensa era muy requerida en bús-queda de informaciones de la pasada

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década con la que se podía clasificar adeterminados oportunistas o esbirros dela tiranía, sus secuaces y sus padrinos.

En esa etapa, a un año rasante de inau-gurado el edificio, la dirección de la Bi-blioteca Nacional tenía un solo file deadquisición donde aparecía una cuentaúnica, que si mi memoria no falla, alcan-zaba la cifra de ciento cincuenta pesospor la compra de una enciclopedia...

Sin embargo, en poco tiempo “la tumbafaraónica” comenzaba a tener hálito devida y atmósfera adecuada, habían co-menzado las transformaciones adminis-trativas que empezaron por cambiar laboleta de préstamo de libros, la cual te-nía aspectos seguramente desconocidospor Fernando Ortiz: el lector tenía queanotar su “color de la piel”, lo que no te-nía que ver con el servicio público y,nada, con la antropología.

Desde la primera mitad del año 59 lasexposiciones de libros en la Bibliotecase sucedían constantemente: libros nue-vos, de autores destacados, de paísessegún su procedencia, que en muchasocasiones llegaron por donaciones, quelo mismo podían ser de Francia, comode la URSS, Bulgaria o Hungría; de es-critores cubanos las hubo, de NicolásGuillén, Alejo Carpentier y MarceloPogolotti, las cuales se acompañabandel catálogo correspondiente y la biblio-grafía activa y pasiva. De esa manerase trataban muchas más, pero tampo-co queremos caer en un inventariocompleto.

La primera exposición gráfica se pusoen el vestíbulo de la Hemeroteca sobrela Prensa Clandestina 1953-1958 quemás o menos se completó con présta-mos de combatientes y después queda-ron en los fondos de la Biblioteca. Aesa, le sucedió la de Antonio NúñezJiménez con ampliación de fotos deltrabajo de su equipo de Arqueología.

Manuel Moreno Fraginals propuso unaexposición de fotos dedicadas a la aten-ción que el Comandante Fidel Castrodaba a la enseñanza. El texto principalera el pensamiento de José Martí, queaparecía en una foto del Comandantehablando con un niño: “Hombres reco-gerá quien siembre escuelas”.

Nunca más las vidrieras empotradas,las grandes mesas con tapa de cris-tal, los espacios del primer piso entreel vestíbulo, las salas de lectura y elsalón de “Azúcar, café y tabaco” (ac-tualmente “El reino de este mundo”)dejaron de ser una muy apropiada salade exposición, y esos espacios siem-pre tuvieron algo que decir.

Elio Dutras –brasileño residente enCuba– propone a la Biblioteca una ex-posición de grandes fotos de su país don-de se reflejaran monumentos y tomas dedistintas ciudades importantes; se trata-ba de una iniciativa que bajo la direcciónde Joao Goulart tendría carácteritinerante por América Latina y que em-pezaría en La Habana. Se aceptó, porsupuesto, y quien ofició en su inaugura-ción fue el embajador de Brasil en Cuba.

René Portocarrero en agosto de 1960nos trajo “El Sueño”, poemas y dibujossalidos de su angustia ante las primicias

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de la segunda guerra mundial (al térmi-no de la guerra millones y millones demuertos) y quería exponerlos al términode la nuestra (unos 20 000 para un pe-queño país de unos seis millones). A “ElSueño” añadió una colección de sus di-bujos que cubrió la sala y resultó unmagnífico evento. El cuaderno de suspoemas se editó y distribuyó a los parti-cipantes de la apertura, y aún guardo lanota que dejó al finalizar la inauguración:“Por el tiempo que nos conocimos...”,cuyas palabras dicen mucho por lo quevalieron esos tiempos...

Se continuó con Samuel Feijóo y Er-nesto González Puig, ambos con acua-relas. Al segundo le robaron del Salónuno de los cuadros y cuando lo supoquedó encantado y dijo que por lo me-nos “a uno le había gustado su pintu-ra... ”. Feijóo, no conforme con laprimera, trae también otra, en este caso,de los pintores populares de La Villas.

Tampoco es de olvidar la de MarceloPogolotti con algunos dibujos de carác-ter político, y de su obra literaria acom-pañada de la bibliografía.

Los problemas del país han sido de todotipo y entre ellos hubo gran falta de ju-guetes y sobre todo de muñecas. Supi-mos que Josefina Barreto de Curí podíaofrecer un cursillo para hacer muñecasde trapo, nos acordamos de la foto deKorda de aquella niña campesina cuyapobreza se veía en su triste mirada,mientras en sus brazos apretaba tierna-mente como muñeca un pedazo de ma-dera, y se decidió que el cursillo sediera, y resultó un éxito. Las mejoresfueron expuestas en el vestíbulo de lasoficinas del tercer piso.

Sin llegar a espacios atiborrados, eneste edificio siempre hay algo que ver.El Departamento de Arte se esmera-ba en la promoción de las artes. Pres-taba buenas reproducciones, las nuevasadquisiciones de libros y diapositivas. Alas reproducciones se añadía la expo-sición de libros afines al nombre, épo-ca y estilo, y se situaban al alcance delinteresado. Estos servicios para las ar-tes plásticas llegaron a extenderse acharlas y comentarios que algunas es-cuelas, centros de trabajo y grupos dela Federación de Mujeres Cubanas yde los Comité de Defensa de la Revo-lución solicitaban in situ.

Otras exposiciones fueron también las deRosgart y Morales y la de los originalesde afiches del Instituto Cubano de Artee Industria Cinematográfico (ICAIC) ylas de marquillas de tabaco.

En una ocasión al ya disponer de unacolección importante de muy buenasreproducciones de los grandes pintoreseuropeos principalmente, la exposicióncubrió todos los espacios posibles delos tres pisos.

De alguna manera nos dimos cuentaque algo faltaba y se decidió dedicarparte del presupuesto a traer obras depintores cubanos, entonces más bara-tos que cualquier diccionario enciclopé-dico para ni hablar de una granenciclopedia, y ya teníamos todas lasposibles por los menos en español, in-glés y francés. De ese modo tambiénse enriquecía el patrimonio de la Biblio-teca Nacional que sólo tenía cuatro re-tratos al óleo de los directores másimportantes antecesores, y un granóleo, copia de los grabados de la anti-

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gua Habana en la Sala de Reunionesde la Junta de Patronos. Al mismotiempo se beneficiaba a los pintores queestaban vivos y en el pináculo de suarte, y que apenas podían vender suobra, la cual era y sigue siendo muybuena. Amelia Peláez, CundoBermúdez, Mariano Rodríguez, Eduar-do Abela y Servando Cabrera fueronprivilegiados.

Años después, el director Julio LeRiverend entendió que estarían me-jor guardados en el Museo de BellasArtes.

Pero ahora, la subdirectora que algu-nas veces relata y otras veces es casiprotagonista cuando el trabajo es ha-cer de cicerona. Enviados por la Aca-demia de Ciencias y el Instituto deHistoria, un joven que quizás aún es-tudiaba historia, se me presentó comoacompañante de dos historiadores dela República Democrática Alemana.Después de haberle dado algunas ex-plicaciones los llevé por todas partes,terminamos junto al Departamento deArte, y de momento, Morales se lan-zó a intervenir señalando una repro-ducción de la vanguardia europea:“No me explico, cómo en una institu-ción oficial, se exhibe un cuadro comoeste”. Y sin acalorarme –he ahí la in-tolerancia por desconocimiento y faltade educación–, digo: “Mira joven, yono entiendo nada de la teoría de larelatividad, pero la respeto y mucho”.El alemán de mayor edad, me cogela mano y dice: “Señora, ojalá mu-chos funcionarios de nuestro país pen-saran como ustedes”.

Hubo bastantes personajes ocurrentesen la Biblioteca y la principal no dejóde serlo la propia directora, a quien lasubdirectora llegó a decir que debíamostener una especie de tornillito que “ce-rrara” su sentido del pensar para quedescansara mejor; pues cuando iba aalmorzar, reposaba y dormía no más dediez minutos y regresaba con una nue-va iniciativa. Pero María Lastayo casile ganó...

Jefa del Departamento de Selección,Adquisición y Canje de libros, no pudodesde un momento X, tener recursos nivueltas que dar al presupuesto de lasimportaciones en la medida que másférreo era el bloqueo de Estados Uni-dos contra este país. De momento, nosllegamos a ver sin libros extranjeros enlibrería ni como adquirirlos, salvo en lospaíses socialistas de Europa, en laURSS, y España –desde donde se hu-bieran podido adquirir a preciosinsostenibles–; a lo que puede añadir-se la burocracia del Instituto del Libro...

En 1959 un equipo del departamento seintroducía en las librerías, buscaban has-ta en los “contra fondos” y selecciona-ban lo que groso modo se sabía que nose tenía en los viejos catálogos, ni enlos fondos sin catálogo. Sencillamenteen años y décadas nunca pudo haberun surtido equilibrado del mismo modoque no había presupuesto para adqui-rirlos. Pero también a medida que esaextorsionadora y deshumanizada medi-da –el bloqueo– apretaba, el canje, porvía de un correo dificilísimo para obte-ner algo a partir de los sesenta, se fueperfeccionando no tan rápido como bas-tante seguro para la Biblioteca.

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Primero se sintió la gestión de ReginaTrobo, bibliotecaria con alguna expe-riencia y graduada de Filosofía y Le-tras –y Graziella Pogolotti a su lado–que en 1967 pasó a dirigir la bibliotecade Marianao “Enrique José Varona”, ydespués María Lastayo –abogada ytambién graduada de Letras– quien lasustituyó en el cargo y ya tenía expe-riencia de trabajo en el departamento.

Para María, el intercambio llegó a ser elmedio principal para adquirir, y lo mismolo hacía con las bibliotecas más famosasdel mundo como con las universidades einstitutos superiores, editoras y hasta libre-rías. Ella ofrecía sus listados de libros ypublicaciones cubanas; lo editado por lapropia Biblioteca y pedía lo que vinierabien a la institución para ese momento opara el futuro, y hasta llegó a pedir paracentros de información y bibliotecas deotros organismos.

De esa forma la institución burló el blo-queo. No hubo biblioteca importantenorteamericana, pública, del congreso ode universidad que se negara al inter-cambio. Ellos más que los europeos lecontestaban. Sus ofertas en modestaslistas eran bien recibidas en cualquierpaís. Llegó a escribir a continentes le-janos. Escribió a Etiopía pidiendo la bio-grafía de Haile Selassie; y también lade Joseph Mobuto (Zaire), o FrancoisDuvalier (Haití). Ellos aceptaban lasrevistas y ediciones de la propia Biblio-teca; los libros recién editados en Cuba,sobre todo de escritores cubanos, loscuales pedían mucho.

Por supuesto, para ella el patrimonio erasagrado e intocable, sin embargo, llegóa la obtención de elementos o informa-

ción del Tercer Mundo muy importan-tes como la correspondiente a los por-menores de la lengua swahili.

El catálogo de sus catálogos de edito-riales extranjeras lo venían a ver usua-rios de otros organismos interesadospor obras que tenían que adquirir decualquier manera. Descontado su inte-rés por las inquietudes de carácter in-telectual, no dejaba de lado nada quesignificara algo nuevo para el desarro-llo del país.

Su celo por lo universal, llevado comoella lo llevaba, le trajo incomprensión ydificultades, mucho antes de su falleci-miento inesperado, el 24 de enero de1998, mientras trabajaba en el centrode información del Teatro Nacional conla misma entrega. Ella tampoco podíacontrolar sus incompatibilidades, porquelas hacía sentir con todo el peso de unaautosuficiencia menos real que lo secreía ella misma. Su alma era de ge-nerosidad extrema con el débil cuandolo veía noble; si no era así su indiferen-cia también se hacía sentir.

Humor tenía, aunque no podía cantar nibailar por lo imposible que le era el tonoa pesar de lo mucho que le gustaba lamúsica. Era de gran divertimento porsus salidas espontáneas, lo que llevabaa los trabajos voluntarios en el campoy recuerdo una de ellas.

La subdirectora también fue a esas es-capadas y refrescantes tareas, comouna recogida de caña o limpieza de yer-bas, aunque la espalda doliera. Así tem-plamos un poco más el cuerpo y el almacon las “mataduras” de los huesos.

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Siempre me gustó el campo y su pai-saje, pero respetaba y me horrorizabael trabajo del campesino.

Siendo aún una niña, mi madre, quegustaba mucho de la música y la poe-sía, me consiguió una guitarra, porquehabía vendido su piano, instrumento quedesde niña quise estudiar. Ella me en-señó los acompañamientos más senci-llos y cantábamos juntas una décimacampesina:

Levántate BaldomeraA tomar café sabroso

Hecha con agua de pozoArrimado a la candela...

Puede que sea tonto y simple, pero seme ocurrió entonar esta otra –en tonotambién desbalanceado– en pleno cam-po de caña:

A María le gustódel gusto le fue al canto ycasi el campo enmudecede lo mal que lo cantó;

Pero a partir de ahí,Y en honor a María, la brigada

llamóse Baldomera...Si señores, así se llamó.

Un domingo no fui al campo. Al díasiguiente, en el Salón de reuniones,provisionalmente oficina de unascuantas bibliotecarias, hubo unescarceo inusual; mi oficina colindabacon él y supe su causa: una de las másjovencitas, inexperta y sin malicia oyócuando contaban el desentono de Ma-ría y las risas que provocaba, y esarisa en ese momento de lunes tempra-no, al coger más fuerza logró que lajovencita expresara con un suspiro suausencia al trabajo voluntario, y dijo:

“No simpatizo con esas cosas del cam-po... me quedé en mi casa”, y luegoconfesó no haberse divertido nada enel fin de semana... a lo que elescarceo subió, mientras otra arenga-ba: se acabó, es hora de trabajar.

Cuando la crisis del agua se hizo agu-da María pregonaba que el personal dela Biblioteca era de “ángeles ceráficos”porque no necesitaban el agua pues“carecían de los órganos idóneos...”.

El almacén de libros de los siglos XVIII

y XIX con que se inició la Biblioteca Na-cional en 1901, nutrieron los fondos or-ganizados que dieron lugar a unsinnúmero de investigaciones en lo quea partir del 14 de diciembre de 1961 sellamó Colección Cubana, cuyos trabajoshan sido publicados por la institución.

Allí mismo Juan Pérez de la Riva, ade-más de su trabajo en la Revista de laBiblioteca Nacional José Martí, fueel ponente y redactor de un valioso pró-logo que hizo al cuaderno de los gra-bados de la Flota inglesa en la bahía deLa Habana, al cumplirse el bicentena-rio de la toma de La Habana por losingleses. A la par de otras publicacio-nes se consagró al buceo en busca demapas y creó y desarrolló la mapotecaque probablemente no hay otra igual enel país.

Cintio Vitier y Fina García Marruz die-ron brillo a las primeras investigacionesliterarias en la Biblioteca Nacional, yprueba de ello son sus obras sobreMozart ensayando su Requiem, Temasmartianos, y tantas otras que proyec-

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taron, desarrollaron y publicaron mien-tras trabajaron en ella hasta 1977.

Los fondos de la Biblioteca NacionalJosé Martí, también tenían algunas par-tituras que nunca se habían dado a co-nocer del mundo de las artes. Elcubano siempre tuvo un gusto especialpor la música; se le pega el ritmo y sue-le gustarle el baile y el guateque, sin serajeno al folklore nacional y sus compo-nentes humanos y sonoros. En ningúnmomento de la historia de Cuba dejó dehaber conjuntos y orquestas popularesni ritos religiosos.

No han faltado creadores, buenos intér-pretes y compositores de fama interna-cional a las canciones y boleros, al soncubano y a la rumba. Tres violinistasimportantes hubo: José White (1836-1918), muy conocido en la Corte de losBraganza de Brasil,;Claudio Brindis deSalas (1800-1872) y Claudio José Do-mingo Brindis de Salas, el Paganini deébano (1852-1911), también mestizos,que supieron de la miseria a pesar desus habilidades, a consecuencia del ra-cismo y de la sublevación de negros aprincipios de la República de injustasimplicaciones.

La música popular aún está rezagadaen cuanto a su estudio, aunque tuvo enel siglo XX brillantes compositores e in-terpretes como Eduardo Sánchez deFuentes (1874-1944), Manuel Corona(1880-1950), Sindo Garay (1867-1968),Moisés Simons (1889-1945), EliseoGrenet (1909-1988), Miguel Matamoros(1894-1971); Rita Montaner (1900-1958) y Benny Moré (1919-1963), a

quienes sólo se les recuerda cada año;Ignacio Villa, Bola de Nieve (1911-1971). Hay libros sobre ellos o que sólose refieren a ellos con comentarios sinsuficiente análisis.

Compositores muy destacados y pro-líficos, fueron Ignacio Cervantes(1847-1905) y sobre todo ErnestoLecuona (1895-1963). A escala ma-yor pertenecen al siglo XX AlejandroGarcía Caturla (1906-1940) y AmadeoRoldán (1900-1939), a quien le supe-ra Harold Gramatges (1918), PremioIberoamericano de Música TomásLuis de Victoria, 1996, y Leo Brower(1939), afamado guitarrista, directorsinfónico y compositor a quien se levio alguna vez en aquellos tiempos,muy joven de visita en la BibliotecaNacional.

Esos antecedentes y sin apoyo oficial,dieron lugar a que la nueva directora dela Biblioteca pensara que era hora decrear un grupo o equipo de musicólogosque se pusieran a investigar y promo-ver lo que también era un esencial com-ponente de nuestra identidad. Deinmediato convocó a concurso la plazade jefe del Departamento de Música;Argeliers León lo gana por su expe-diente, y en poco tiempo integra suequipo de trabajo.

Por supuesto, la obra de don FernandoOrtiz había sentado una sólida base. Ale-jo Carpentier en 1946, publica La músi-ca en Cuba en la editorial Trópico delFondo Cultura Económica de México. Afavor del nuevo departamento estabanesos estudios musicológicos y, en esemomento, se podía incrementar la inves-tigación en los diversos géneros y espe-

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cialidades salidas de distintas raíces.Institucionalmente sólo existía el MuseoAntropológico Montané en la Universi-dad de La Habana, dedicado a los atri-butos e instrumentos musicales para losritos afrocubanos. No había ni museo demúsica, ni instituto de alto nivel de es-tudios, ni un Consejo Nacional, aunquesí habían existido algunos conservato-rios, sobre todo particulares, principal-mente en La Habana.

En las ciudades más importantes siem-pre hubo profesores particulares de pia-no y alguno de guitarra. El primerinstrumento constituía, sobre todo, unavirtud más para una muchacha joven.El violín y los instrumentos de vientoeran casi por completo llevados por latradición familiar.

Como ayudantes, Argeliers trajo a unmúsico joven, Gonzalo Roméu, y a unmusicólogo en ciernes, Antonio Acero,que pasó al Ejército Nacional poco des-pués. María Teresa Linares siempre fuesu ayuda principal. Zoila Lapique, muyentendida en la música y a quien yo ledecía “la bibliotecaria erudita” por larapidez con que encontraba el más es-condido enigma histórico, le fue pro-puesta por la directora que bien laconocía por haber sido su alumna.

En realidad el departamento se convir-tió en esos momentos en el centro paralos intercambios importantes y necesa-rios de los músicos. Ellos ofrecían ade-más de algún concierto, su experiencia,lo que antes tenían que agradecer alclub privado Lyceum Lawn Tennis. Apartir de esta nueva situación y atmós-fera creadora, si algo sonó en la Biblio-teca fue la música y su diversidad.

Argeliers dirigió el primer concierto enla Biblioteca Nacional en primera au-dición de las Rítmicas de AmadeoRoldán, a treinta y dos años de su crea-ción. Le siguió el septeto Típico Haba-nero, al cual él mismo reagrupó e hizoel análisis de su trayectoria en la pre-sentación. Le siguió la orquesta deFélix González, el conjunto de Clavesy Guaguancó, así como el Conjuntode Cámara. El pedagogo alemán KurtPhalen ofreció un cursillo a maestrosde música sobre la educación musi-cal del niño a invitación del departa-mento.

La promoción a los conciertos, cursilloo historia de la música que se ofrecíanse hacía oportunamente. En algunasocasiones un vehículo con altavoz tam-bién anunciaba en la zona las activida-des que se efectuarían, y el públicorespondía a sala llena.

Las investigaciones dieron lugar a va-riadas ediciones modestas o más mo-destas, pero muy bien documentadas.Entre las publicaciones estuvo la Re-vista de música; la serie de folletosde música yoruba, batu, abakuá, gua-jira, condoneros, y rumbas, más unaguía para informar, las peculiaridadeslocales de la música en las distintasregiones del país. El Catálogo decanciones cubanas, del siglo XIX,coedición con el Consejo Nacional deCultura con referencias a las comen-tadas en el Papel Periódico de laHavana entre 1791 y 1793 y la Ha-bana Artística en 1800. En 1964 saleMúsica folklórica cubana tambiénde Argeliers León. Zoila Lapique yapor el año 1979 publicó en la edito-

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rial Letras Cubanas La música colo-nial cubana salida de su experienciaen la Biblioteca. Se realizaron lasgrabaciones de danzas y danzonetesa partir de las partituras originales dela Biblioteca, y un disco del Depar-tamento de Juvenil.

Por otra parte, la Sala de Servicio alPúblico no sólo presta libros y publica-ciones, también facilita audífonos, paradisfrutar o estudiar el disco solicitado.

Usualmente nos topábamos con JuanBlanco, con sus primeras experi-mentaciones de la música electroacústica,o con algún otro miembro de la pléyadede folkloristas, compositores, intérpreteso ambas cosas que entraban o salíandel departamento, o realizaban colabo-raciones en las actividades del Salón deacto; muchos de ellos también ensaya-ban en dicho salón. Así pasaba conCarlos Fariñas, Jesús Ortega, EdgardoMartín, Rolo Rodríguez, Lid Juárez,José Bidot, Alberto Marín, MiguelBarnet y Rogelio Martínez Furé.

Con avatares y todo lo demás, si la cul-tura tuvo tropiezos, salió delsubjetivismo y subió su nivel y exigen-cia. Ante las nuevas alternativas secrea la dirección de Etnología en laAcademia de Ciencias y ArgeliersLeón pasa a su dirección. A ZoilaLapique se la traslada al Departamen-to de Colección Cubana donde tambiénes eficiente y hace falta. Surgen loscambios de dirección, y se agudiza ladebilidad en algunos departamentos. Sinembargo, se había rendido un buenejemplo de trabajo creador porque exis-tía la voluntad de entendimiento junto a

la motivación constante a los que seconsagran a su trabajo.

De igual manera puede decirse que lomismo pasó en el Departamento deArte; en este caso se presentaron al-ternativas de trabajo ampliadas en mu-seos y galerías en todo el país; se creael Instituto Superior de Arte (ISA) ylas Escuelas de Instructores de Arte, ypor lo tanto nuevas plazas para profe-sores de esa especialidad en las escue-las nuevas y en la Facultad de Artes yLetras de la Universidad de La Haba-na, adonde se integran María ElenaJubrías, Luz Merino y Oscar Morriña.Al mismo tiempo se encarecía –sin su-ficientes divisas– el costo de los librosde arte, las publicaciones y las repro-ducciones. No obstante, a los principa-les centros de estudio pasó la semillade un buen trabajo por la cultura. Aun-que no sólo el Departamento de Artede la Biblioteca Nacional dio su aporteen este aspecto, pues no puede obviar-se a la cátedra de la Escuela de Filo-sofía y Letras, verdadera matriz de losdestacados profesores Luis de Soto yla muy estimada y querida RosarioNovoa.

En las mismas dos oficinas de lasubdirección trabajaban la secretaria yel equipo de Extensión Bibliotecaria,compuesto por unas cuatro biblioteca-rias, alguna técnica y se prestaba aten-ción a las pequeñas bibliotecas obrerasy a su responsable voluntario.

Muy difícil era conseguir una buenacolección para entretener y a la vez su-perar, por lo menos en historia a traba-

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jadores cuyo nivel educacional no so-brepasaban el tercer grado de prima-ria, pero que tenían sus cursos desuperación y querían leer. Una vez nosencontramos que en una venta de libroseditados en México por el Fondo deCultura Económica, una fábrica de 600obreros había comprado por su cuentala Utopía, de Tomas Moro, a AdamSmith y a David Ricardo... Nosotros, porsupuesto, tratábamos de completarle suspropios libros con pequeñas dotes de li-bros en préstamo que se podían cambiarcuando ellos lo estimaran oportuno. Al-guna obra apropiada se les comentaba,a veces, con algún escritor que conmi-go se decidió a ir, y en los comentariosfinales uno de esos obreros estabaconsternado porque no entendía cómopersonas de buen vivir podían tener con-ductas no aceptadas por la sociedad.

El caso es que una noche nos invitan auna gran asamblea que se desarrolla-ba en La Lisa y allí fui con la intenciónde hablar del papel de la lectura per-sonal, fue algo muy breve y sin preten-sión alguna. Al terminar, un hombre deunos cuarenta años decide preguntar-me, para mi absoluta consternación, quecómo habían permitido publicar el libroParadiso, de José Lezama Lima porinmoral. Respirar lo hice dos vecespara contestar que por qué aferrarse adeterminadas páginas solamente y nose fijaban en las que trataban de la fa-milia y sus comidas, las relaciones fa-miliares y las de amistad, sus comidasy su entorno. Con mis pobres palabrasse acabó la asamblea.

En este homenaje a la Biblioteca Na-cional José Martí por su primer cente-nario –que bien se lo merece despuésde tantas vicisitudes–, deseo referirmea la perduración de algunas expresio-nes de la ética profesional indispensa-ble que he podido apreciar. No siempreel tiempo que pasa se hace tan distintoal precedente por mucho que hayancambiado el hombre, su ambiente y susinstrumentos de trabajo. Si en este ho-menaje se ha hecho alusión a los fun-dadores de la institución con susavatares, no es menos que en ello vatambién el reconocimiento a las perso-nas que desde los oficios más humildesy servicios de mantenimiento tambiénhan sido leales a su cuidado; conocí aalgunos de ellos que aún respeto; deja-ron un hijo o un nieto que heredaron sucondición de incondicional respeto a sutarea, y cuando no eran verdaderos he-rederos, contagiaban al nuevo trabaja-dor. Como en toda realidad del hombrea cualquier nivel puede surgir el o la quesólo le interesa el provecho propio y pormucho daño que hagan, y lo han hecho,los que se apegan, los que se encariñany consagran a un trabajo por lo que sea,son más; yo, no esperaba tanto comoNicolás Guillén en el mensaje que nosdejó. En las salas, en Referencia, enInformación al llegar. En los almacenescuando fui a ver el espacio de la tribu-na improvisada del 26 de julio y loscampesinos, en la oficina de la biblio-grafía y todo lo que ha tenido que vercon este trabajo, he sentido la mejoratención y el deseo de cumplir con suservicio, que no creo sea sólo para mí,porque sería una gracia a una mujer deochenta y un años que hacía mucho

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tiempo que no tocaba la pluma más quepara hacer alguna carta.

Por cierto, poco antes del período es-pecial –del que estamos despegándonosmás aprisa de lo que en un momentose pensó– y desprendida de toda obli-gación laboral, me dirigí al Consejo deEstado por medio del ministro de Cul-tura, Armando Hart, para recordar a lasautoridades más altas del Gobierno losrequerimientos de climatización paralos Fondos de la Biblioteca Nacional yfueron bien acogidos. Pero el proyectoy ajuste necesario no se pudieron rea-lizar debido al acoso del norte, con gue-rra bacteriológica inclusive, pues llegóel período especial entre apagón y apa-gón y restricciones sin cuento, ¡¿quépodía hacerse, sino esperar a salir deesa coyuntura y terrible que cayóde sorpresa?!

Por el año de 1950 cuando hacía el cur-so de especialización en bibliotecología,la doctora Freyre de Andrade reco-mendó como una de las lecturas la Mi-sión del bibliotecario, de José Ortega yGasset donde este decía que no sólo ellibro había traído al mundo su desarro-llo, sino también que el bibliotecario erael filtro entre el libro y el lector en labiblioteca. Y nada hace sentirse mejorque el deber cumplido con el servicioque nos toque sobre todo cuando lo he-mos elegido –el de la Biblioteca desdecualquier lugar que se ocupe en ella, oel de cualquier otro servicio.

Un día, cuando realizaba una coopera-ción con el Instituto de Historia de laRevolución, tuve que venir a la Biblio-teca y fui atendida hasta el punto deprestarme periódicos que ya no se po-

dían ofrecer al público debido a su de-terioro. Todas las premoniciones quehabíamos hecho en los años sesentaeran pálidas en cuanto al referido de-terioro, pero este también se veía en losmuebles. Grandes y pequeños, todo or-ganismo de esta naturaleza necesita elpresupuesto que pueda cubrir constan-temente el desgaste de libros que hayque renovar, sin descontar las noveda-des que cubran el nivel correspondien-te; equipos e insumos más elmantenimiento higiénico de su entorno,dentro y fuera de su edificio, sin des-contar, por supuesto, el personal capa-citado para su trabajo interno y elservicio al público, porque si los fondosson sangre y corazón, el bibliotecario esel oxígeno que le impulsa y como de-cía Ortega y Gasset, los filtra.

Y basado en todo esto, quiero destacarel papel del Departamento Juvenil y delpoeta Eliseo Diego, laureado con el pre-mio Juan Rulfo, cuya labor realizaba allímuy a gusto.

El periódico La Jornada de Méxicopublica una entrevista –entre otras mu-chas a Eliseo Diego– cuando recibe esepremio y la primera pregunta que lehace la periodista Ana María Gonzálezes “¿Cómo se le ha tratado enCuba”...? Según Eliseo había entradoa trabajar durante los primeros años dela Revolución en la Biblioteca Nacio-nal José Martí, y hace y reitera su elo-gio a la directora, María Teresa Freyrede Andrade, y continúa expresandocómo en el Departamento Juvenil sin-tió una felicidad muy grande, porque allírecordó lo feliz que había sido en su in-

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fancia por los libros que sus padres po-dían regalarle y que los niños pobres deCuba nunca pudieron tener, pues el di-nero sólo rendía para comprar el ali-mento... Critica las traduccionesespañolas de los clásicos y afirmacómo le dio por incentivar la edición delibros para niños. En ese departamen-to adaptaba los cuentos para su narra-ción y contribuyó a formar narradoresjunto a la compañera María del Car-men Garsini. Junto a María Teresa, allíse editó un manual sobre la literaturainfantil. También se refiere a una ob-servación que él hace sobre la prensaen México: “Es justo hacer notar aquí,sobre las acusaciones tan severas quese decían en las Naciones Unidas con-tra Cuba y que no eran verdaderascomo que la Revolución cubana habíaabolido las editoriales, pero mal podíaabolir algo que no existía... las editoria-les cubanas las creó la Revolución...”.

El Departamento Juvenil llegó a serejemplar y sus servicios se extendierondesde 1962 a cada una de las bibliote-cas públicas que se iban creando o for-taleciendo en las otras provincias. Susalón llegó a ser muy acogedor por lapresencia de alguna buena reproduc-ción de pintura, el mapa de Cuba, y unmapa mundi esférico al lado del

“burrito verde” –artesanía mexicanade fibra– que posaban sobre el estan-te que agrupaba un buen diccionario ylas obras de consulta especializadas;las plantas, una aquí y otra allá; los ni-ños o jovencitos viendo una cosa o laotra, haciendo sus tareas de la escue-la o leyendo algo, mientras otro bus-caba un libro y, una bibliotecariaatenta, enseñaba y observaba a otro delos visitantes a usar el catálogo. Real-mente era estimulante observarlo...

El trabajo interno se prodigaba entre lasobras nuevas y la atención a las que sepodían arreglar: se usaban mucho ypronto había que sustituirlas.

Las narraciones, agrupaban a los niñossentados en el suelo, y sin escenogra-fía alguna, sólo se sentía la voz de lanarradora, y se realizaban, no recuer-do bien, si dos o tres días a la semana.El espacio del coro para las prácticasy conciertos era el Salón de actos dela Biblioteca, que también contribuía aincrementar la disciplina de los integran-tes del coro y de los asistentes. Se lle-gó a grabar un disco, pues CarmenValdés era genial por la forma, rigor yconocimiento que les transmitía singrandes esfuerzos. En algunas ocasio-nes especiales sus conciertos llegarona llevarse a algunas escuelas.

Otros muchachos, entre siete y diezaños, tirados al suelo del vestíbulo deldepartamento, aprendían a usar coloresy pinceles y en el papel que se podíaencontrar, pintaban bajo el estímulo queles ofrecía Ulises Cruz –fechas patrió-ticas, un huracán, etcétera– y llegarona ganar algún premio internacional. Enestos momentos, él dirige el Centro de

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Estudios José de la Luz y Caballero, quecubre distintos círculos de estudio paraniños y jóvenes, cuyos padres tambiénasisten, porque además hay una biblio-teca. El ámbito es uno de los palaciosrestaurados en La Habana Vieja.

La Juvenil de la Biblioteca Nacionaltambién desarrolló otro instrumento deayuda a los maestros de primaria paraestimular algunas clases: “el archivovertical”, que lo hizo y atendió otra bi-bliotecaria de experiencia, MercedesMeneses, para quien no había revistaduplicada y vieja que desechara sin sa-car la lámina que mucho podía comple-tar cualquier clase en el aula. Muycercanas al interés de la propia direc-tora, María Teresa, eran todas estasactividades que en sí dirigía otra biblio-tecaria consagrada y de experienciacomo Audry Mancebo.

Sin dejar de lado su poesía, Eliseo edi-tó una obra curiosa y elocuente saca-da de los Fondos propios de la Biblioteca,que no era su poesía pero está llena deella. Ese libro, Muestrario del mundoo libro de las maravillas, es un home-naje a don José Severino Boloña, famo-so impresor del siglo XIX que en gráficay décimas sobre sucesos “memorables”que según Eliseo quizás provenían del“Patíbulario adorno de sus patillas ade-lantadas en parentesco con “subestiario” para la edificación del mie-do... y esa baraja cruel de sus esque-las mortuorias? “...registro de susentrañas para uso y regalo del sueño...mientras simula relatar la historia de laimprenta...” y, cuando llega al sumarioMuestrario de La Habana, yo cito unode sus asuntos “Apoteosis del papalo-

te”; como se ve, puesto a saltos del de-liciosos prólogo de Eliseo.

El Departamento Juvenil tuvo su mo-mento crítico. Alguien empezó a pen-sar y presionar que no era propio parauna Biblioteca Nacional, y además suespacio podría ocuparlo una emisoravinculada al Departamento de Referen-cia que pudiera ser tribuna de los inte-lectuales extranjeros que nos visitaban,y además desde ella se podían respon-der consultas. Por supuesto, hubo opo-sición y, discutido el asunto decidiósehacer un muestreo de los asistentes alDepartamento para saber cuántos y dequé zonas eran. Todos los servicios te-nían su estadístico, así que sólo huboque contar. El resultado fue tan elo-cuente, que la iniciativa se frustró.

Desde 1961 a 1967 el Departamentofue “piloto”, pues a él llegaba personaldesde las bibliotecas públicas de provin-cias y municipios para su entrenamien-to, así como de los estudiantes de laEscuela de Técnicos Medios, tambiénfundada por la Biblioteca Nacional JoséMartí. El entrenamiento comprendía lasnarraciones, las artes y la atención di-recta a los más pequeños lectores e in-clusive a los más grandes.

Extensión Bibliotecaria dio atención atantas pequeñas unidades, como asien-tos tiene el salón de actos que se llenóde obreros responsables de pequeñísi-mas bibliotecas en industrias y otroscentros de trabajo; la intención eraofrecerles una información general denuestros servicios, intenciones y dificul-tades, así como conocer las de ellos.

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Las palabras finales las dijo la directo-ra, María Teresa, sobre el tema de laimportancia de la lectura y el papel quedesempaña la Biblioteca en su comu-nidad. Terminado el acto se les ofrecióun modesto bufet junto a un graciosobúho de papel, símbolo del boletín de laBiblioteca Nacional, como recordacióndel acto.

En el campo de la cultura y sobre todocuando se pasó de la Dirección de Cul-tura al Consejo Nacional, las plenariasfueron asambleas generales celebradasen las provincias y ello sirvió para son-dear su situación en el país. Lo que sesabía era pobre y había que calibrarloen sus necesidades perentorias.

Dentro del sector de las bibliotecas, laNacional, autónoma en los primeros dosaños, pasó del Ministerio de Educaciónal CNC bajo la presidencia de la doc-tora Vicentina Antuña, respetándoselesu especificidad.

Desde los primeros momentos, la Biblio-teca Nacional había tomado el caminodel humanismo en función de la cultura,y así llevar por delante la educación ysensibilidad humana, o sea, el serviciodel hombre al hombre: elementos quedeben ir juntos y lo más parejo posible.

En la década de la dictadura, cumplien-do al parecer con la Constitución delcuarenta, se hicieron intentos para si-tuar bibliotecas en cada municipio, aun-que con precarios recursos. Sinembargo –por excepción– quizás fun-cionó realmente alguna, pero la expe-riencia y curiosidad me llevó al análisisde lo que conocí directamente en elentonces municipio de Holguín, con

más de cien mil habitantes, e impor-tante y rica región, a pesar de los po-bres menesterosos que en ese tiempopedían limosna de casa en casa y de“café en café”. En el ayuntamiento deesa ciudad, donde un alcalde auténti-co, García Benítez, crea una escuelanocturna para trabajadores, conocí labiblioteca: unos doscientos libros esta-ban apretujados en un estante cerra-do con puertas de cristal, y oxidadacerradura, que no tenía a nadie que seocupara de ella.

Unos años después, por ser fundado-ra y ejecutiva del Colegio Nacional deBibliotecarios Universitarios en losaños cincuenta, sabía que al triunfo dela Revolución, no había más de cin-cuenta bibliotecarios profesionales enel país. Dos o tres de ellos estaban si-tuados en Santiago de Cuba comoAida Quevedo, y en Matanzas,Guillermina Harvest. Técnicos habíaalgunos en La Habana salidos de cur-sos ofrecidos en la Sociedad Econó-mica de Amigos del País que llegó atener su revista. Los demás empleadosen las bibliotecas eran estacionarios, al-gunos con la vocación siempre en cier-nes y otros de plantilla; su estabilidadera irregular por lo nada estable queresultaba una plantilla de cualquier de-pendencia del Estado, donde se podíaquitar y poner trabajadores según loscambios de liberales y conservadoresen su vicisitudinario andar y la búsque-da de votos electorales.

Si la Biblioteca Nacional tuvo que te-ner una ley de impuesto para su edifi-cio, imaginémonos qué significaba unabiblioteca pública de entonces.

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Sólo dos de las seis provincias las te-nían: Santiago de Cuba por su benefac-tor Emilio Barcardí, patriota que sepropuso que la ciudad tuviera primeroel Museo, que después llevó su nom-bre para en él recoger la memoria delas guerras de independencia, y despuésla Biblioteca Elvira Cape; la otra biblio-teca, la de Matanzas, fue también deorigen patriarcal: la Guiteras; esta últi-ma con edificio moderno, la primera enuno neoclásico cuyo sótano sombrío–entrada de coches– dio cobija a la deSantiago.

En la ciudad de Santa Clara, al pare-cer existía una pequeñísima colecciónreducida a un rincón del Palacio de Go-bierno Provincial. En Pinar del Río nohabía y en Camagüey si la hubo no nosla enseñaron. Las había en las socie-dades de recreo, en logias masónicasy centros teosóficos muy privados. Sólola del Centro Gallego de La Habana yla del Lyceum Lawn Tennis Club delVedado ofrecían servicios para adultosy para niños. Ignoro si los de Santiagode Cuba y Camagüey –también de mu-jeres profesionales de la mediana bur-guesía– prestaban iguales servicios.

Martí, el inspirador de nuestra Revolu-ción, se refirió en alguna ocasión a lanecesidad de satisfacer los placeres in-telectuales, mientras que Fidel Castroplanteó: “No vamos a decir cree, vamosa decir lee...”. Por eso, todos a uno es-tuvimos de acuerdo en llevar la lecturaal pueblo y, ahora, a 42 años se vuelvecon mucha más fuerza y razón para in-crementar los esfuerzos de un pueblomás instruido, con el reinicio de una ver-dadera campaña por el libro junto alhombre y al niño más la computadora.

Actualmente, quizás cueste mucho másla restauración del ejemplar muy usa-do que sustituirlo. No obstante, los clá-sicos de siempre, aunque haya queadquirirlos a precios muy altos, son in-dispensables al igual que las novedadeseditoriales. Al mismo tiempo ya esta-mos más conscientes de que no hay bi-blioteca si no hay sede y personalidóneo. Pienso, inclusive, que quizás fui-mos más aprisa de la cuenta en esaépoca: lanzar al país una red de biblio-tecas y a la vez fomentar la escuela detécnicos medios, en tanto el acoso per-manente de nuestros enemigos pesabasobre todo en lo que requiriera divisasy más divisas... Podrán fomentarse enrelativo tiempo, pero el costo de su man-tenimiento y desarrollo es muy altocuando la estrategia del país tiene susáreas preferenciales y hay que com-prender que la realidad nos impone encada etapa más altos los costos de loslibros. Impulsar, y crear una bibliotecay un buen servicio depende de cómo sedesarrolla este que empieza por el bi-bliotecario, le sigue la novedad editorialy su promoción para que no decaiga elincremento de sus lectores.

En aquellos efervescentes tiempos serealizó el aspecto fundacional que em-pezó como una verdadera campaña deconquista de los edificios indispensables,en función de la biblioteca pública en elpaís. Se consiguió al máximo la expec-tativa para las capitales de cada provin-cia y se llegó prematuramente –mecuestiono ahora– a los municipios, an-tes de crear la conexión y dependenciade los últimos a las primeras y, que lue-go todas dependan del apoyo al poderpopular local, el cual sólo en algunas ciu-dades tenía un poco más de recursos.

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Los viajes a provincia se hicieron sis-temáticos cuando se traspasó, correc-tamente, a la Biblioteca Nacional JoséMartí la responsabilidad de su atención,y también lo que se llamó OrganizaciónNacional de Bibliotecas Populares delMINED (ONBAP). Años después di-chos viajes no pudieron continuar.

Marta Vesa, todavía por la vía delMINED, es quien ubica, habilita y orga-niza la de Cienfuegos, “RobertoGarcía”; en presencia de la subdirectorase inaugura en 1961 y ha sido nombra-da como su directora Olga Hernández,que por su eficiencia fue luego directo-ra provincial cuando se funda la de Tri-nidad. Estas dos bibliotecas tuvierontambién el privilegio de contar con lasbibliotecas viajeras y su eficacia pudoser constatada por la doctora GraziellaPogolotti que vivió personalmente laexperiencia: los campesinos y sus niñosesperaban en fila el día de su llegadapara devolver los libros y quedar conotros, hasta el próximo viaje.

En ese mismo año 1961, el ConsejoNacional de Cultura convoca enCamagüey a una Plenaria donde seplantean las distintas vertientes del tra-bajo para el desarrollo de la cultura enel país. Allí la subdirectora de la Biblio-teca Nacional se refiere al Plan de laRed de Bibliotecas para el país: claseA, B, y C según las posibilidades decada territorio y sobre todo del edificioque pudieran ofrecer las autoridadeslocales, a las que pondrían el nombreque determinaran. Para ello se daríanfacilidades de materiales, muebles y,por supuesto, apoyo para la adaptacióndel inmueble si se quería. También seles explicó que era necesario que se-

leccionaran un personal para pasar elcurso de capacitación en la BibliotecaNacional. Las bibliotecas tipo A ten-drían servicio de consulta y referencia,así como colecciones de libros y publi-caciones para leer en la sala y otra parapréstamo a domicilio, la sala para niñosestaría aparte; se realizaría también elanálisis de la prensa y de libros que allíse editaran, y se confeccionaría la bi-bliografía retrospectiva. Tendrían ade-más libros de arte y reproducciones, asícomo una sala para reuniones y comen-tarios de libros; para ello podrían tomarla idea de lo que se hacía en el Depar-tamento de Circulante de la BibliotecaNacional cuando se presentaba el librode algún escritor, o cuando un escritoro crítico podía comentar una obra reciéneditada; de todo eso se pondrían notasde anuncio en la prensa local y en elmural de la institución para que los usua-rios se enteraran de las actividades cul-turales de la ciudad.

En el Departamento de Circulante dela Biblioteca Nacional esas actividadesse hacían informalmente con un am-biente de conversatorio en la antesala,donde se reunían los asistentes, si eranquince se hacía y si eran diez igualmen-te. Por allí pasaron, entre los que re-cuerdo, Salvador Bueno, a la salida dela última edición de Cecilia Valdés;Eliseo Diego comentando Hijo dehombre, de Augusto Roa Bastos;Onelio Jorge Cardoso y Félix PitaRodríguez con sus cuentos respectivos;Jaime Sarusky y su primera novela.Las bibliotecarias de este Departamen-to también ofrecían comentarios sobrelas novedades. En alguna ocasión sepudo ofrecer café.

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La Circulante, como la llamábamos, po-seía una colección abierta bien compues-ta de todo los géneros literarios ehistóricos. Allí se ofrecía y se ofrece unmagnífico servicio. El lector podía esco-ger directamente en el estante, su gé-nero preferido, así como a través delcatálogo o ayudado por las bibliotecarias,muy bien preparadas para la atención yconocedoras de la colección a disposi-ción tanto como en qué momento esta-ría a la disposición una obra prestadaporque sería devuelta en tal día. Por otraparte tenían la virtud de la complacen-cia cuando el usuario necesitaba unaayuda para el trabajo que hacía. Inclu-sive se dio más de un caso en que a al-gunos lectores autodidactos, con ideas deescribir, mucha inteligencia y disposición,los fortalecían en la ortografía y la gra-mática. Mucho contribuyeron a ello Ele-na Giraldez y Rebeca Fuentes.

Puede decirse que al mismo tiempo quese iniciaba el trabajo con la red de bi-bliotecas del país, cuando ya se estápreparando la colección destinada a unabiblioteca pública, se tenía algún perso-nal que venía de la provincia y se ca-pacitaba pasando por todos los serviciosque ofrecía la Nacional, así muy pocoa poco se fue preparando algún perso-nal cuando se decide fomentar la Es-cuela. Esta, que primero fue decapacitación, llegó a ser la de técnicosmedios que hoy en día ha graduado aunos cuantos cientos de jóvenes –enuna época estaba prohibido a los varo-nes por decirse que hacían falta en elcampo– y cuyo título permitió el pasepara pasar a la licenciatura de Informá-tica mezclada con la Bibliotecología,cuando el alumno no entraba con nivel

de secundaria básica, sino con el equi-valente a la enseñanza media superior.

Los planes de estudio, por supuesto,los revisaba la propia María Teresa,inclusive el último que atendió ya noestaba en la Biblioteca Nacional. Laprimera directora de la Escuela fueAdelina López Llerandi, cuyo origenera de maestra normalista y que habíasido alumna de la propia directora, quemucho la distinguía. La subdirectora,con quien ella trabajaba en ExtensiónBibliotecaria fue la que la propuso yfue de mucho acierto debido al nivelque Adelina le infundió a la Escuela. Ensecuencia lógica, al cabo de unos veinteaños pasó a otra bibliotecaria de con-diciones semejantes al jubilarseAdelina. El orgullo de ellas es que unnúmero considerable de sus alumnos hallegado a tener importantes cargos encentros de información, lo que lasubdirectora pudo constatar cuandocelebraron un aniversario en que fueinvitada a un cierre de curso o aniver-sario especial de la Escuela que hanquerido llamar con mucha razón MaríaTeresa Freyre de Andrade.

A esta altura de los reconocimientos enel primer centenario de la BibliotecaNacional José Martí me parece quetambién hemos de referirnos al perso-nal de la institución que contribuyó entodas las etapas, inclusive en la de laalfabetización, que sin tanto nivel edu-cacional, si lo hubo fue a partir de ter-cer y cuarto grado, alcanzaron el sextotrabajando aquí; uno de estos RaúlCarballea, llegó a tener el nivel de Téc-nico Medio y ocupó la jefatura de losalmacenes. Muchos fueron los que pa-saron a la Escuela; y las que más se

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lucieron en esa etapa como profesorasfueron Primitiva Rodríguez y MaríaLuisa Gil que luego pasó a la Escuela.Así pues la docencia fue parte de laactividad interna y de extramuros ycreo justo destacar sus nombres en elaño que se festeja el centenario primerode la Biblioteca Nacional José Martí.

María Álvarez, una de mis ayudantesen aquella etapa, que pasó el cursillo detres meses, el cual daba los conocimien-tos indispensables para trabajar en bi-bliotecas –capacitación–, y quedespués alcanzó el título de técnicomedio, me ha ofrecido todos los nom-bres de los profesores:

María Luisa Gil: Administradora

Juana Zurbarán: Historia

Bella García Marruz: Letras

María Luisa Antuña: Letras

Israel Echevarría: Referencia

Primitiva Rodríguez: Referencia

Salvador Bueno: Literatura

Juana Hernández: Catalogación

Caridad Lara: Catalogación

Aida Quevedo: Bibliotecología

Blanca Rosa Sánchez: Organización debibliotecas

Francisco Calle: Composición

A su vez, la Biblioteca contactó a pro-fesores de inglés, francés y ruso para

la enseñanza de estos idiomas al per-sonal profesional.

No en todas partes nos recibieron deigual manera. En extramuros se apre-ciaba alguna dificultad en la compren-sión del plan que se llevaba desde lacapital al conjugarlo con el que teníanallí y para el cual ellos requerían unasolución particular. No era igual cuan-do nos invitaban a una unidad militarque cuando se llega a un pueblo a pro-poner un plan.

En varias ocasiones acompañé a la doc-tora Freyre. Algunas veces los solda-dos llegaron a la Biblioteca en serviciocomo en Girón y la crisis de octubre, yen otras la invitación también era deellos –sus unidades– porque la más altajerarquía quería que los soldados se ins-truyeran.

Un día llamaron de la fortaleza de laCabaña para que la directora ofrecie-ra una charla y allá fuimos en el jeepque nos vino a buscar y ella, por su-puesto, se refirió al papel que la lectu-ra significaba para todos.

En Pinar del Río –no hubo discurso–las autoridades fueron acogedoras y alfinal de la conversación, después de to-das las explicaciones necesarias, seconsiguió el edificio del mejor club dela ciudad, que siguió funcionando comotal, porque corrían las mesas, sillas yestantes para celebrar reuniones y has-ta fiestas, lo que era difícil controlar.En Isla de Pinos se consiguió con elapoyo del comandante William Gálvezuna casa, ni pequeña ni grande, parala biblioteca de Nueva Gerona. En subuena y gentil acogida el comandante

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nos invitó a un almuerzo que le ofre-cía al doctor Salvador Allende cuan-do aspiraba a ser presidente de Chile.En alguna ocasión supe que la biblio-teca había sufrido avatares por fenó-menos meteorológicos, entre otrascosas.

Después de obtener el edificio o casa,el sustento de libros y sus fichas de ca-tálogo más la preparación del personalquedaba a cargo de la Biblioteca Nacio-nal José Martí, mientras que el presu-puesto lo ponía el CNC; posteriormentelas bibliotecas pasaron al Poder Popu-lar en cuanto al mantenimiento einsumos, sin que existieran las conexio-nes naturales entre la provincia, susmunicipios y sus bibliotecas lo suficien-temente fortalecidas.

Al hacer estas notas en rememoraciónme doy cuenta que aquella subdirectorallegó a tener una oratoria estratégica dela que antes no se había dado cuenta,y las casualidades la ayudaban. Cuan-do al faltar la casa para la Escuela seenteró que en el Vedado, en Calle 11 y4 había una de las residencias de JulioLobo cerrada, y que quien respondíapor ella era Xiomara Lancis, directoraadministrativa del Ministerio de Rela-ciones Exteriores (MINREX), ya queeste organismo había tenido allí su pri-mera escuela para cuadros jóvenes.Fue a verla rauda y veloz y de allí sa-lió con las llaves.

Después fui a la provincia de Orien-te y en recorrido de una semana consede en mi propia casa (en Holguín),visité Santiago de Cuba, Bayamo yManzanillo y por supuesto como entodas partes visité a las autoridades

de Holguín. De Las Tunas tambiénsupe que las autoridades aceptaban elplan, pero que lo decidirían más ade-lante. Los clubs sociales, por sus es-pacios y grandes salones –estababien claro que no se podía pensar ennuevos proyectos arquitectónicos–eran los más apropiados para su ade-cuación. Pero el caso era que las or-ganizaciones de masas aspiraban aellos por la misma razón, pues seprestaban para conmemoraciones pa-trióticas, la recreación, baile y reunio-nes. En esos lugares enarbolé ellema que me acompañó a los otroslugares que visité como Camagüey ySancti Spíritus, acompañada porBlanca Rosa Sánchez, quien era real-mente experta en la distribución delos espacios.

A la subdirectora se le oía decir congran firmeza que la biblioteca estaríaa al servicio de adultos, jóvenes y ni-ños, esto es, de todo el pueblo con susmujeres y sus trabajadores; quienespodrían llevar el libro a su casa, y queademás contribuiría con su servicio aldesarrollo de la cultura. En ella se po-drían celebrar reuniones de otros sec-tores, siempre y cuando se pidieraautorización.

Solamente Guantánamo en aquel mo-mento fue reacio a enseñar un edificiocon distintas justificaciones, sin dejar dehacer sentir que ellos esperaban a ladirectora María Teresa Freyre deAndrade. De pie, sin dar lugar a sen-tarse, la conversación con Rita Díaz yRamón Nuño se dio por terminado elencuentro. Por lo tanto, la subdirectoratuvo que volver al transporte que le ha-bía prestado el representante del CNC,

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Miguel Ángel Botalín, para regresar aSantiago de Cuba. El empeño de ellos–y de los arquitectos– era una nuevaconstrucción, porque no había otra opciónpor el deplorable estado de los edificios,inclusive se refirieron a que allí había su-ficientes materiales de construcción.

En Bayamo, Efraín Montoya apoyó lapropuesta para rescatar el edificio quetenía grabado y bien destacado al frentey que por sí solo se imponía, 1868; fe-cha del Grito de Yara, cuando CarlosManuel de Céspedes dio la libertad asus esclavos y comienza la gran Gue-rra de los Diez Años por la independen-cia de Cuba ¿Cómo pues desecharla?Ni muy grande y nada chico, aquel edi-ficio así marcado pero utilizado comoalmacén se convirtió en su destino. EnManzanillo también visitamos y nos re-unimos con distintas autoridades, Nor-ma Villiers nos atendió junto a RoqueGonzález, de las Organizaciones Revo-lucionarias Integradas (ORI) y ReinaldoSomoza, de la Junta de Coordinación,Ejecución e Inspección (JUCEI). LasTunas también se hizo eco del compro-miso para fundar su biblioteca y contri-buir a su adaptación y equipamiento,pero en ese momento no podían toda-vía pensar en el inmueble.

Santa Clara resultó un caso especial;su biblioteca no fue ni de las primerasni de las últimas de aquella etapa ennacer como era debido. María Teresase empeñó en ser ella la que fuera adiscutir el problema del edificio con lasautoridades de la ciudad. Como en to-das partes, existían las conocidas aspi-raciones respecto al Palacio Provincial,pero no tuvo problemas y lo consiguiócon todas las prerrogativas y el apoyo

de sus propias autoridades. Cuando seempezó a escribir este trabajo, lasubdirectora, buscando papeles de esetiempo, dio con unas palabras propias,escritas a máquina con correccionesde su propia letra a lápiz que fueronlas de inauguración de la bibliotecaMartí de la ciudad de Santa Clara.

Ella casi sufre un shock, porque no lasrecuerda. En primer lugar excusa laausencia de la doctora María TeresaFreyre de Andrade en aquella inaugu-ración, cuyo proyecto impulsó directa-mente, pero en la misma fecha habíasido designada para participar en unareunión de la UNESCO en México.Las palabras terminan hablando deMartí y su amplísima cultura por lasconstantes lecturas que le permitieronser el vocero de todo lo nuevo que sur-gía en el mundo, y de la presencia deV. I. Lenin en todas las bibliotecas im-portantes en su exilio. Y al final siendoestas mis palabras, sigo sin recordarlas.

Los que me atendieron en Holguín, fue-ron Víctor González, de las ORI yAdenis Sarmiento, de la JUCEI. Allí nome fue difícil el entendimiento y hastase llegó al cómo equipar de mobiliario yequipos al antiguo Liceo para convertir-lo en biblioteca B con todo lo necesariopara su funcionamiento. Su nombre tam-bién lo pusieron ellos “Alex Urquiola”.

Así mismo ocurrió en Camagüey don-de en otra fecha, Luis Suardíaz y Joa-quín Torres representaban al CNC.Ellos nos citaron a Blanca Rosa y a mípara el día siguiente después de la Ple-naria. Muy temprano llegamos a susoficinas radicadas en la aristocráticaSociedad de los Terratenientes. Cuan-

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do llegaron, ya nosotros habíamos re-corrido todo el edificio. La intenciónque tenían era mostrarnos algunas co-sas a disposición de la biblioteca, y ape-nas llegaron les expresamos que nohabía que ver ningún otro emplazamien-to porque ya lo habíamos visto todo.Blanca Rosa –muy expresiva y gozo-sa como siempre de la disposición deespacios–, tomó la palabra y apenas medejaba hablar, dando una explicacióncertera sobre dónde iba esto y aquello:el trabajo interno y los servicios, fon-dos y salas; referencia y biblioteca in-fantil y hasta creo que allí mismo se lepreguntó como la llamarían, ahora sólosé que ha sido una de las mejores y sunombre es “Julio Antonio Mella”.

De la subdirectora también había quedecir que cuando tenía el compromisode decir unas palabras, para no fallary salirse del tema, llevaba escrito susdecires. Pero a veces sí le daba biena la discusión en las reuniones, dándo-se cuenta además que en general enlas ciudades y pueblos de provinciaexiste una especie de reserva con la“injerencia” de la capital. Los planesnacionales como la red de bibliotecas,me di cuenta que en algunos lugareshabía que plantearlos como sugeren-cias, y a veces las reticencias veníande los lugares más olvidados y no porel pueblo en general, sino por perso-nas en particular...

Para abril del Año de la Liberación es-taban reinstalados en Cuba, proceden-tes de Venezuela después de catorceaños de residir en ese país, Alejo y LiliaCarpentier.

No creo que pasaran más de unas se-manas cuando Alejo llegó a la direc-ción de la Biblioteca Nacional asaludar a María Teresa –en mi pre-sencia–. Él, expresaba el gozo de suregreso y se congratuló con la opor-tunidad de María Teresa para echar aandar planes no soñados para una ins-titución como lo era la Biblioteca Na-cional que renacía.

Bien se sabe lo grata y expresiva que erala conversación del ya destacado escri-tor cubano. Esa visita, no fue la única.

A mediados del año se apareció en mioficina, vociferando como solía hacer,moviendo de arriba-abajo los brazos:“Chica, no encuentro el libro deMañach sobre Martí. Debe estar pre-sente en la colección para el Festivaldel Libro Latinoamericano dedicado aCuba. Sólo me falta ese para comple-tar la Colección ¿Cómo pudiera encon-trarlo? La Biblioteca no lo tiene. Teprometo la primera edición cubana...”.Y yo lo tenía, así que le riposté que nose agitara más que le traería el mío.

El primer lanzamiento se hizo en el Sa-lón de Reuniones de la Biblioteca quenosotros aún no habíamos usado. Erael Primer Festival del Libro Cubano conla Revolución en el poder. Las fotos deese día recogen la solemnidad de losrostros, tanto de Carpentier y José An-tonio Portuondo como de la directora ysubdirectora que recibían la donación.

A posteriori, en 1966, otra vez Alejoestaba más que nunca presente en laBiblioteca. Frisaba sus 62 años y 45 detrabajo intelectual cuando había tenidoun rotundo éxito editorial por El siglo de

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las luces, y la dirección de la instituciónacordó hacer una bibliografía activa ypasiva de su obra a nuestro alcance.

Él aportó toda la documentación que levalió el acondicionamiento y atmósfe-ra del desarrollo de su obra, que en ex-posición, resultó ser del mayor interésal público. Graziella Pogolotti escribió laintroducción al catálogo y a la bibliogra-fía con bisturí por pluma, y no por bre-ve, dejó de ser un análisis acucioso dela esencia de su obra en general, hastaese momento. Recopilada en aquellaocasión por Marina Atía esa obra siguióincrementándose tanto como su biblio-grafía pasiva. Ediciones y reedicionesse sucedieron en todas las lenguas uni-versales, lo que da lugar a una de lasbibliografías más amplias de autor, queen seguimiento constante se actualizapor Araceli García Carranza, la respon-sable de la bibliografía nacional.

Alejo sabía que sus papeles son patri-monio; por eso, sin alarde alguno, hizola entrega de su mayor tesoro en va-rias etapas hasta terminar la entregacuando ya lo habían elegido primer Pre-mio Cervantes de Cuba y primer Pre-mio Cervantes de América Latina, enreconocimiento a lo que representabapara él la Biblioteca Nacional de Cuba.

Ese gesto reafirma algo de su mayorinterés, pues así hace gala de su másauténtica realidad: su cubanía.

El campo de una parte, “la ciudad de lascolumnas” –La Habana– de otra, le de-jaron de la España vetusta, la picaresca–que nunca fue vetusta– y el Cervantesmismo; y del parque, cuyos bordes tam-

bién vivió, recogió los decires de nuestropueblo ya mestizo en su cultura.

Otro decir guardo, para un punto finalde mi memoria sobre la Biblioteca Na-cional José Martí y del hombre quesiempre aprecié como nuestro escritormayor. Al verlo en el hogar junto a Lilia,en la oficina de Caracas, en Cuba, ensu casa de París y en su oficina de laEmbajada cubana como Ministro Con-sejero, donde con gran celo de consa-grado diplomático cumplió en algunosmomentos la máxima autoridad y res-ponsabilidad cuando le tocó hacerlo,bien comprendí, su entrega completa...

Este último período, el llamado períodoespecial ha afectado a todo el país y aalgunos frentes más que a otros. Faltóla luz eléctrica con apagones diurnos ynocturnos; hubo que reducir horarios; eltransporte se hizo imposible para los tra-bajadores de todas partes; el correo yla correspondencia con la Biblioteca seafectó más; la falta de colaboraciónexterna impidió las operaciones mer-cantiles y no mercantiles y en ello ibanlos libros de nueva edición sobre Cubay extranjeros en general, por lo que dis-minuyeron al máximo las librerías, laprensa y las revistas, mientras que lasdivisas también disminuían, y las urgen-cias y prioridades eran muchas. Todofue peor de momento por la caída delos países de Europa del este y la pro-pia Unión Soviética, y en resumen nohubo cómo adquirir equipos e insumosfaltantes, lo que en aquel momento em-pezaba a hacerse realidad.

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Sin embargo, también puede decirse quesi no había bombillos, la Biblioteca nocerró del todo, aunque su horario se res-tringió. La clasificación y catalogacióncontinuó, a pesar que el personal de ex-periencia se jubiló en la medida de lo po-sible. El servicio en las salas sedemoraba mucho. Hubo un estancamien-to real y general entre tres y cinco años.La recuperación empezó; lenta y sin darmarcha atrás se hace sentir también enla Biblioteca Nacional José Martí.

Sin embargo, hemos de confirmar quees mucho más difícil la recuperaciónque la creación, cuando se pierden al-gunas conexiones indispensables. Apar-te, es hora también de revisar losmétodos de trabajo cuando además esépoca de adelantos tecnológicos queenriquecen las posibilidades infinitaspara la actividad informática. No es eltiempo de Martí. Tampoco el de cua-renta y dos años atrás.

También es hora de reconocer con másquilates a la profesión del bibliotecario;el que quiera puede hacerse ademásinformático o viceversa. El resultado desu trabajo es tan indispensable como eldel médico. Estos profesionales son tanindispensables al lado de los científicos,investigadores, como al lado de los hu-manistas en general, aunque ni el mé-dico ni el bibliotecario ofrecendividendos materiales, su trabajo, en uncaso salvar vidas y en el otro la histo-ria y la actualidad de las ciencias, lastécnicas y las artes.

Esta profesión, en Cuba, no tiene más queunos sesenta años de vida. Recordemosque teníamos muy pocos profesionales yunos menos, “los estacionarios”, con ex-

periencia de servicio y control de libros ypublicaciones según llegaban a la institu-ción, cuando ya había bibliotecas impor-tantes en el mundo.

Nuestra Biblioteca Nacional y las deprovincias y municipios, a esta altura,requieren mayor presupuesto y accesoa insumos, acorde con el adelanto y de-sarrollo en Cuba de las escuelas y elnivel de instrucción alcanzado.

Anteriormente sólo a nivel personal, losintegrantes de la clase media profesio-nal, podían tener todos los libros a manoen su casa. Ahora ni a los millonarios lescaben en sus distintos palacios, porquelas opciones son también millonarias tan-to de libros importantes, como de publi-caciones seriadas, hasta el grado, de quela computadora se hace también indis-pensable. Por todo ello entiendo que enel centenario de la Biblioteca NacionalJosé Martí, y dada la supervivencia delorganismo, llegó la hora de hacer valersus necesidades materiales. Ya mar-chan... pero hay que apurarlas.

Notas

1 Sejourné, Laurette. Testimonio. La mujer cubanaen el quehacer de la historia. México : Siglo XXI,1980. p. 227.

Contiene discursos de los primeros años delComandante Fidel Castro y múltiplestestimonios.2 Aungerville, Ricardo de (Ricardo de Bury 1345).Filobiblion. Madrid, Aguilar, [194 ] “Crisol” pág.131-133.3 Kuchilán era el seudónimo de un periodistapopular del periódico Prensa Libre y esa fraseera su “excerta”.

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La maravilla enlos predios deBoloña

Graziella PogolottiEnsayista, profesora de la Universidad de La

Habana y vicepresidenta de la UNEAC

A la memoria de Regina Trobo

Era una mañana de marzo del cin-cuenta y nueve. Decidí pasar por laBiblioteca Nacional para testimoniarmi felicitación a Maruja Iglesias, re-cién nombrada subdirectora. Al ver-me, me preguntó si quería saludartambién a María Teresa Freyre deAndrade, que se estrenaba al frentede la institución. Vacilé. Apenas la co-nocía y pensé que ella no recordabanuestros escasos encuentros. En misdías de estudiante, cuando el parloteorompía los límites de lo permisible, lahabía visto asomarse a la puerta de lahemeroteca universitaria para recla-

mar, severa, el silencio necesario. Lue-go, en los meses que siguieron al golpede estado de Batista, compartimos laredacción de un periodiquillo clandesti-no, de breve circulación, nombrado Elcubano libre. Supe después de su re-novado exilio –el otro había sido en laépoca de Machado– cuando entre tan-tas víctimas, cayeron sus tíos, los her-manos Freyre de Andrade. Ahora,pensaba, habían transcurrido cerca desiete años desde nuestro último encuen-tro.

Para mi sorpresa, María Teresa me re-cibió efusivamente. Sin preámbulos, meofreció trabajo. Confundida, le dije queno era bibliotecaria. No importa, res-pondió tajante y añadió una frase queescuchaba por primera vez y le escu-charía repetir a través del tiempo conuna frecuencia casi obsesiva: tú lees.Una biblioteca es, ante todo, un centrode cultura. Insegura, yo seguía vacilan-do. Podemos probar durante tres me-ses, añadió. En pocos minutos, todoestaba arreglado. A la mañana siguien-te, a partir de las ocho, yo empezaríamis funciones como asesora del Depar-tamento de Selección y Adquisición delibros. En un abrir y cerrar de ojos, casi

De izquierda a derecha: María Teresa Freyre de Andrade, Juan Pérez de la Riva, María Teresa Linares,Argeliers León, Israel Echevarría, Sara Fidelzait, Dolores Rovirosa, María Iglesia, Tauler.

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por azar, se iniciaba para mí un inten-so aprendizaje. Descubrí la inmensaalegría alentada por el trabajo creadorforjado en la cohesión de un equipoheterogéneo, unido por propósitos co-munes. Mi admiración por María Te-resa no ha dejado de acrecentarse. Alverla tan frágil, comprendí el podermultiplicador de la pasión. Sólo ellapuede remover montañas. Maruja Igle-sias me comentó en alguna oportuni-dad que, cuando el primer hombrepisara la luna, detrás llegaría MaríaTeresa para instalar una biblioteca. Supadre, el general Freyre de Andrade,a quien veneraba, había contribuido afundar patria. En el amanecer de laRevolución, a ella le tocaría fundar bi-bliotecas.

La impaciencia suele acompañar a lapasión. De salud precaria, inmersa enuna época en la que la historia parecíaandar a golpe tendido, María Teresaquería inundar de libros y de vida aqueledificio marmóreo, erigido como unmausoleo destinado a honrar una cul-tura petrificada. En las librerías de laciudad encontré almacenes abarrota-dos con obras que nadie había estadoen condiciones de comprar. Así empe-zamos a cubrir inmensos vacíos exis-tentes en nuestros fondos bibliográficos.Mientras tanto, arrumbados en la estan-tería de la Biblioteca aparecían docu-mentos valiosos. Cada hallazgo era unasorpresa. Cada sorpresa ofrecía el re-galo de una íntima celebración. Y yo nodejaba de evocar el viejo Castillo de laFuerza, donde José Antonio Ramospadeció la angustia infinita de su impo-tencia, carente de patrocinio en su in-tento desesperado por preservar elpatrimonio de la nación.

Poco a poco se fue articulando el pe-culiar equipo intelectual al que corres-pondería participar en el diseño culturalde la institución. No recuerdo ya conprecisión las fechas y las circunstan-cias, quizás tan azarosas como las mías,que determinaron la llegada de cadauno. Cintio Vitier y Fina García Marruzse entregaron a la exploración del si-glo XIX. Eliseo Diego orientó el modo deacercar a los niños a la afición por lalectura. Preparó personalmente el es-pacio en semipenumbra para las na-rradoras entrenadas por él. Allí en unaatmósfera propicia, la imaginación de lospequeños, sin reconocer trabas ni fron-teras, se desataría a plenitud. Para or-ganizar el Departamento de Música, unaconvocatoria pública invitaba a formu-lar proyectos. El más interesante resultóser el de Argeliers León. Junto a Ma-ría Teresa Linares, promovió audicionesmusicales, publicó partituras y una re-vista especializada. María Elena Jubríastuvo a su cargo libros, reproduccionesde arte y diapositivas, todo ello comple-mentado con la sistematización de cur-sos y conferencias sobre historia delarte. Zoila Lapique se sumergía en elestudio minucioso de fuentes documen-tales, sin renunciar por ello a su gustopor la música y, en particular, por la ópe-ra italiana. Mientras preparaba susMemorias de una cubanita que na-ció con el siglo, Renée Méndez Ca-pote intervenía en casi todo. Polígrafo,dueño de un saber que parecía abarcar-lo casi todo, Juan Pérez de la Riva pro-seguía sus indagaciones históricas ydemográficas, atendía la revista y res-cataba hermosos mapas antiguos. Cas-carrabias aferrado a su sempiterna pipa,en diálogo íntimo con María Teresa de-jaba caer alguna ácida observación. Ya

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a solas, ella se limitaba a acotar: “la Bi-blioteca lo necesita y mi deber es es-cucharlo”.

Heterogéneo por origen, edad y hastapor vínculos con tradiciones intelectua-les e ideológicas diferentes, el grupo lo-gró singular coherencia y organicidaden la articulación y puesta en prácticade las estrategias requeridas para laproyección cultural de la institución.Compartíamos una vocación de servi-cio y aspirábamos a contribuir, con losmedios a nuestro alcance, a la confi-guración del sueño, siempre posterga-do, de una república justa y soberana.Pero, la capacidad desplegada por Ma-ría Teresa en el empeño de aglutinarvoluntades desempeñó un papel deci-sivo. Supo establecer el equilibrioexacto entre el talento particular decada uno y el diseño de una platafor-ma hacia la que convergían los esfuer-zos individuales. Trabajar dejaba de serun deber para convertirse en una fies-ta. En cada éxito individual reconocía-mos, intangible, una parte de nuestraobra. Disciplina y libertad coexistían enplena armonía.

Como un general en campaña, decuando en cuando, María Teresa hacíasonar una clarinada. Una convocatoriaurgente nos reunía, en círculo apreta-do, en su despacho. “Estamos en cri-sis”, afirmaba tajante. Cada cual seapresuraba a explicar lo que se veníahaciendo, lo previsto para las próximassemanas, los planes en ejecución. “Escierto”, afirmaba. Y añadía: “pero es-tamos demasiado satisfechos. Nos va-mos quedando dormidos y el que seduerme, muere”. Con ese estímulo,empezaban a multiplicarse las ideas. Se

definían proyectos. Oxigenada, la san-gre parecía estallar en las venas.

Formada profesionalmente en Francia,donde pudo conocer las grandes colec-ciones patrimoniales, María TeresaFreyre de Andrade estudió también eltrabajo de las bibliotecas públicas nor-teamericanas. Conjugó esas experien-cias con una concepción lúcida de lasnecesidades culturales y sociales de unpaís subdesarrollado en el que se esta-ba llevando a cabo un dinámico proce-so de transformación. El impulsorenovador de la Revolución y la quie-bra de las estructuras establecidas im-plicaban, en términos reales, el accesoa derechos hasta entonces calculadosy, entre ellos, la posibilidad de adueñarsede zonas del saber, siempre vedadaspara las grandes mayorías. Un públiconuevo, ansioso por aprender, empeza-ba a llenar el salón de conferencias.Algo más tarde, campesinos reciénalfabetizados acudirían, de la mano desus hijos, a solicitar libros de las biblio-tecas viajeras.

Atenta a este contexto, María Teresaelaboró una concepción original del tra-bajo que habría de corresponderle a unaBiblioteca Nacional. Constituye, a mientender, un modelo para cualquier paísen vías de desarrollo. Era indispensa-ble, en primera instancia, defender, res-catar y preservar los bienespatrimoniales. Por desidia o por irres-ponsable venta al mejor postor, muchose nos había ido entre las manos, tal ycomo seguía ocurriendo en muchas zo-nas del tercer mundo. Así lo comenta-ba entonces, en sus frecuentes visitas,Ángel Rama quien había visto, desde laNacional de Montevideo, escapar mu-

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chos tesoros bibliográficos de su país.El Departamento de Colección Cuba-na se dedicó a una intensa labor de sal-vaguarda y de búsqueda para recuperarlo perdido en tiempos de abandono.

Esa obra esencial se unió a un progra-ma de acción, típico de una bibliotecapública moderna, dirigido a sembrar há-bitos de lectura y a fomentar el interéspor la música y las artes plásticas.

A todo ello se añadía que la Nacionalse convertía en matriz generadora deuna red extendida paulatinamente a lolargo de la isla. La centralización ga-rantizaba, en aquellas circunstancias, elaprovechamiento óptimo de la escasafuerza de trabajo disponible. Según elmodelo establecido, en cada capital deprovincia, una biblioteca cumplía, a esenivel, la doble función, a la vez patri-monial y socializadora.

Como si pensara que el tiempo se leestaba acabando, la impaciencia la de-voraba. Un mapa de Cuba tenía seña-lados los puntos de la geografía dondese proyectaban zonas de desarrollo agrí-cola e industrial. A las necesidades decada una de ellas se acomodaría el di-

seño de las futuras bibliotecas. Pero elmomento reclamaba también la rápidaincorporación de los avances de la cien-cia y la técnica a las necesidades del cre-cimiento económico. María Teresa sepropuso abrir un nuevo departamentodestinado a ofrecer información actua-lizada a los especialistas vinculados a lainvestigación en las áreas emergentes dela producción. La indispensable solicitudde un aumento de personal técnico de-dicado a esos fines coincidió con una eta-pa caracterizada por las medidasdirigidas a frenar el aumento de la bu-rocracia estatal. Le pedí un tiempo deespera. Insistió en su propósito. Releva-da del cargo, recogió en pocas horas susescasos papeles y salió sola, en silencio.

Un breve ensayo de Fina GarcíaMarruz contrapone las personalidadesde Gracián y Martí. En el primero, afir-ma, dominaba la cautela; en el segun-do, la pasión. María Teresa Freyre deAndrade era de estirpe martiana. Indo-blegable, siempre fiel al destino de supaís, prosiguió su tarea de serviciocomo profesora de la Universidad deLa Habana.

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El escritor y laBiblioteca*

Cintio VitierInvestigador martiano, poeta y ensayista

La patria de bibliófilos tan ilustres comoAntonio Bachiller y Morales, de quienJosé Martí dijera que es “el autor quemás materiales ha allegado acaso parala historia y poesía futuras de un pue-blo”,1 o Carlos M. Trelles, “considera-do con razón –apunta Ambrosio Forneten su precioso estudio El libro enCuba– uno de los grandes bibliógrafosde la humanidad”,2 se enorgullece yalegra de recibirlos a ustedes, servido-res mundiales de la lectura quedignifica, enriquece y hermana a loshombres.

Por eso lo que se refiere a la praxisespecíficamente bibliotecaria, tambiénpodemos los cubanos mostrar un hon-roso expediente, desde la fundación dela Biblioteca de la Sociedad Económicade Amigos del País en 1793 hasta nues-tros días, con figuras de relevantes mé-ritos, como las de Domingo FigarolaCaneda,3 primer director de nuestra Bi-blioteca Nacional, y María Teresa Freyrede Andrade,4 refundadora de esa insti-tución desde el triunfo revolucionario,

quien logró convertirla, con sus múlti-ples y concertados departamentos, enuna biblioteca coral o polifónica, no obs-tante su impecable silencio.

Durante los quince años que, en com-pañía de mi esposa, trabajé como inves-tigador literario, y después tambiéncomo responsable de la Sala Martí enel entonces flamante edificio alzadofrente a la Plaza de la Revolución, pudeacercarme íntimamente a dos realida-des de las que tenía muy vagas refe-rencias: cómo es una biblioteca públicapor dentro y cuáles son las caracterís-ticas de la profesión bibliotecaria.

El trato con los libros, incluso como ob-jetos atractivos antes de ser legibles,me resultaba familiar desde la infancia,pues la casa en que me crié en Matan-zas era una escuela, como la bibliote-ca personal de un maestro de la culturacubana. En efecto, mi padre, MedardoVitier,5 desde la perenne modestia desus recursos económicos, había acumu-lado una escogida colección de librospreferiblemente cubanos e hispanoame-ricanos, con no pocos clásicos españo-les y de lengua inglesa, muchos de ellosprocedentes de la legendaria coleccióndel bibliógrafo José Augusto Escoto,6

esposo de la inolvidable memorialistamatancera Dolores María Ximeno.7

Intuitivamente empecé a distinguir, enaquellos mis primeros años de cuader-nos escolares y convivencia oscura ydiaria con los volúmenes de mi padre,que al estar en sus manos, entrar por

* Este trabajo apareció publicado en el Booklet Cero de la 60ª Conferencia General de IFLA, celebradaen La Habana del 21 al 27 de agosto de 1994. pp. 5-9. [N. de la E.]

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sus ojos y viajar por su alma, ya no eraniguales a los que, aunque con idénticaapariencia, quedaban solos y como de-solados o expectantes en las vidrierasy los mostradores de la Casa Merca-do, la librería principal de Matanzas;ni debían ser tampoco iguales a comohabían sido en las manos del amigocoleccionista y anticuario, cuyas con-versaciones con Lola María –la deAquellos tiempos...–, en las mecedo-ras de la Biblioteca Municipal segúncontaba mi padre, le hacían pensar quetodas las figuras, mayores o menores,de la cultura cubana, eran para elloscomo parientes de su familia personal.

Iba descubriendo así los distintos modosde ser y actuar del libro, de los libros queya en nuestra casa de La Habana esta-blecerían diálogos nocturnos entre la bi-blioteca pensadora, en los bajos, de mipadre, y las estanterías poéticas de miesposa y mías, mezcladas pero no idén-ticas, con sabores tenaces de sus ca-sas de origen, en los altos.

Otras bibliotecas privadas me impresio-naron, como la Enrique José Varona8

cuando, presidida por una estatuilla dela Victoria de Samotracia, fue traslada-da al Ateneo de La Habana para can-doroso orgullo de su presidente, JoséMaría Chacón y Calvo,9 curtido por so-les de playas y serranías a la vez quedoblegado por infolios e incunables; y lade José Lezama Lima10 en su casa-gru-ta de Trocadero 162, cuyas columnillassalomónicas parecían invitar a una sa-biduría otra, como si allí pudieran es-tar reducidas alquímicamente lasinmensas bibliotecas de los egipcios ylos monjes medievales, pero lo que unoveía, contrastando con la de Varona, no

eran alineamientos de académica pas-ta española, sino estantes atestados poruna hibridez tan indescifrable como fa-bulosa.

No me eran desconocidas ya, por otraparte, las emociones como iniciáticasde las primeras visitas de estudiante yde estudioso a la Biblioteca de la coli-na universitaria, donde tuve que extrac-tar horribles mamotretos de las Cortesespañolas; a la Municipal, dirigida porun valioso e infatigable bibliógrafo,Fermín Peraza Sarausa;11 y a la másvenerable de todas, la de la SociedadEconómica de Amigos del País, yaplantada en el espacio abierto de Car-los III con cierto aire griego, donde enparte compuse, desflorando ejemplaresdedicados e intensos, mis Cincuentaaños de poesía cubana (1952). Era elencuentro extraño y de pronto entraña-ble con los libros de nadie, los que sa-bemos que nunca serán nuestros, losque uno lee como despidiéndose, y quetiene que devolver a un silencio quedesconocemos. Incluso creo recordaruna visita, ya no sé si real o soñada, auna sala de lectura con ventanales ma-rinos, y allí relampagueaba, pletórica ysarcástica, la amarga cubanía de otrofiero defensor de nuestros libros: JoséAntonio Ramos.12

Pero entrar a trabajar en 1962 en lasceldillas llamadas cubículos de la Biblio-teca Nacional José Martí bajo la direc-ción de María Teresa Freyre deAndrade, tener acceso a sus misterio-sos almacenes levemente recorridos porlos pasitos de Carlos Villanueva,13 duen-de tutelar de todos los bibliotecarioshabaneros, con la compañía de un sú-bito y maravilloso grupo de amigos,

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más bien amigos que se sumaban a losque ya la fortuna nos había regalado,como Eliseo Diego,14 Octavio Smith,15

Cleva Solís,16 y Roberto Friol,17 fuecomo salir de la habitación de estu-diante solitario de cualquier instrumen-to y entrar a formar parte, según yalo dijimos, de un conjunto polifónico,que en realidad era el hogar soñado delo que Juan Ramón Jiménez llamara el“trabajo gustoso”.

Investigadores, poetas, referencistas, vi-gilantes de sala, catalogadoras, usuarioscotidianos de todas las edades,contadoras de cuentos para los niños,responsables de almacén, obreros demantenimiento, bibliógrafos, colaborado-res de la revista, empleados de Heme-roteca, de Información, de Humanida-des, Ciencia y Técnica, Arte y Músi-ca, Publicaciones, Selección, Canje yDistribución, Taller de Encuadernación,todos aprendimos juntos en aquellosaños que una biblioteca pública no esun depósito de libros sino un conciertoadmirable de vocaciones silenciosas,una especie de religión laica, y un or-ganismo reproductor de cultura viva eirradiante para la comunidad. Al poner-se en contacto el escritor –no comousuario externo, sino como partícipe in-terno del quehacer bibliotecario– confondos que en nuestro caso eran los dela entonces llamada Colección Cubana,surgen proyectos creativos que en lasoledad de la propia Biblioteca no sehubieran propiciado. Esos fondos, queya dejaban de ser “de nadie”, empeza-ban a actuar imaginativamente en elexcitante tránsito del escritor al inves-tigador. Así, mi esposa y yo, como nues-tros amigos mencionados, nosconvertimos rápidamente, saltando la-

gunas de formación científica, en apa-sionados investigadores “internos”. Bas-ten como ejemplos el trabajo de equiporealizado sobre nuestro primer periódi-co, El Papel Periódico de laHavana,18 o los estudios individualesllevados a cabo por Fina GarcíaMarruz19 sobre Domingo del Monte,por Octavio Smith sobre Santiago Pita,por Roberto Friol sobre Cirilo Villaverdey Juan Francisco Manzano, o la críticaen el siglo XIX cubano por quien les ha-bla,20 además de la inspirada direcciónque tuvo en manos de Eliseo Diego eldepartamento de literatura para niños.Otros ejemplos mayores nos ofrecíancotidianamente –y no podemos aquí serexhaustivos– Juan Pérez de la Riva,21

sabio escrutador del pasado colonial, yRenée Méndez Capote,22 desenfadaday encantadora memorialista de laseudorrepública.

Lo que he querido sugerir con estas rá-pidas evocaciones es que el escritordoblado en investigador, integrado a untrabajo bibliotecario común, constituyeuna especie de creador distinto que seenriquece con posibilidades inesperadasy puede rendir nuevos servicios a lacomunidad intelectual.

Por otra parte, a mi esposa y a mí nostocó la suerte de fundar, el 28 de ene-ro de 1968, la Sala Martí, que prestabaun servicio especializado a investigado-res y estudiantes, de la que fue órganoel Anuario martiano, publicación infor-mativa y crítica que, según palabras delprofesor Manuel Pedro González,23

“serviría como punto de enlace y fuenteentre todos los martianos del mundo yprincipales bibliotecas universitarias ypúblicas”. Para ello contamos, además

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de la colaboración de estudiosos cuba-nos y extranjeros, con un trabajo biblio-gráfico sistemático que comenzóCelestino Blanch Blanco,24 y continuóhasta nuestros días en el Anuario delCentro de Estudios Martianos, nues-tra prestigiosa bibliógrafa, alma de lahoy llamada Sala Cubana, y más tar-de del Departamento de BibliografíaCubana, Araceli García Carranza.25

De no haber sido trabajadores de laBiblioteca Nacional, no hubiéramospodido realizar este proyecto, que hallegado a significar un aporte serio yconstante al estudio nacional e inter-nacional de José Martí.

Inspirado en sus estudios de lamilenaria cultura china, José LezamaLima opinó en una conferencia memo-rable, titulada “La biblioteca como dra-gón” y leída en la Biblioteca Nacionalen 1965, que “toda biblioteca es la mo-rada del dragón invisible”, a la vez que“se apoya sobre la tortuga de espal-dar legible”.26

No nos asustemos demasiado. La tor-tuga aludida por Lezama es la legenda-riamente nombrada Pei-hei, cuyoespaldar interpretado por los sabios diolugar al llamado Libro de las mutacio-nes o de las metamorfosis, especie deexplicación simbólica y omnicompren-siva de la realidad universal, mientrasel dragón en cuestión es el emblema delo inapresable perseguido por el biblio-tecario de los príncipes, el doctor Kung-tse (551-479 a.C). Lo que Lezama conestas evocaciones nos recuerda es quela inmovilidad de la Biblioteca edifica-da en medio de la ciudad, comparablea la tortuga legible como Libro, es me-ramente aparencial, porque en ella mora

el dragón invisible de lo inapresable queesos mismos libros, cifrados en su infi-nitud como Libro de las mutaciones ode las metamorfosis, persiguen ince-santemente desde el más remoto origende la escritura humana.

Entrar en la Biblioteca, pues, viene adecirnos Lezama, no es entrar en unedificio, sino en una persecución, enuna cacería sin fin que atraviesa los si-glos, pero es también entrar –utilizan-do un término refuncionalizado porErnest Robert Curtius– en un tesaurusvisible de lo invisible, palpable de lo im-palpable. Monumento a una final sa-biduría que no sabemos dónde está, quesimultáneamente es una ignorancia pe-trificada, irónicamente monumentalizada,y también única flecha –la de la utopíade una gnosis integral o cultura defi-nitiva– que unos llaman todavía pro-greso, y otros apocalipsis de todas lascreencias, y otros la eterna futuridadde lo desconocido, como gustéis.

La Biblioteca, en suma, aunque parez-ca el lugar más quieto del mundo, enlas almas ejecutantes de sus servidoresy usuarios, se mueve siempre hacia eleste, hacia donde sale el sol, como eldragón inapresable del doctor Kunt-tse.Y cuando digo “almas ejecutantes”vuelvo a mi primera impresión de la Bi-blioteca como polifonía, “aquellas”misteriosas servidoras que conocen loscódigos secretos de las escrituras, queoyen al visitante en consultapenumbrosa como de confesionario ode oráculo, que lo guían por laberintosde las que sólo ellos, o “ellas” másbien, tienen la clave, que caminan porlos corredores eternos de la Bibliote-ca de Alejandría, que entregan son-

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riendo el tesoro que ansía el príncipe,quiero decir, el niño, el anciano, el obre-ro, el científico, el campesino, el estudian-te. Quiero decir, el único príncipe nuestro,el pueblo. Y más aún, que están dispues-tas a ser misioneros y misioneras capa-ces de curar a mudos y ciegos allí dondeel texto, ese milagro humano, no haya po-dido entrar todavía en la carne de los des-poseídos, a los cuales pertenece como laestrella a la noche.

Estoy hablando, amigos, si me excusáismemorias que quisieran despertar lasvuestras y metáforas que nos iluminanla vida, de los valores, objetivos y res-ponsabilidades de la profesión bibliote-caria e informática, y de su papel en elcontexto social y económico contempo-ráneo. No pierdo de vista que el temacentral de esta Conferencia es “Biblio-teca y desarrollo social”, y que elPreseminario de Matanzas, donde em-pezaron mis diálogos con el mundo delos libros, se ha ocupado del más con-movedor y útil de los proyectos deIFLA: el de las “Bibliotecas para la al-fabetización en comunidades geográfi-cas y socialmente aisladas”.

Hablar diferentes idiomas y tener queser traducidas nuestras palabras, me pa-rece que también justifica el recurrir alámbito de las vivencias, que siempreactúan como vasos comunicantes, y allenguaje de las imágenes, que son elPentecostés de la poesía. Mi convicciónmás profunda es que la poesía, lapoiesis, la creación, debe llegar a serel centro de la sociedad planetaria,como ya es, de hecho, el centro deluniverso en que vivimos. Basta con-templar el cielo estrellado para conven-cernos de que la justicia existe. Trabajar

íntima y públicamente para que esa jus-ticia exista y rija también en la Tierra,es el deber de todos los hombres debuena voluntad. La justicia es belleza.La belleza es siempre creación. Fijas oambulantes, enormes o modestas, va-loradas siempre como el legendario dra-gón hacia el este, hacia la región delnacimiento de la luz, las bibliotecas sontemplos de la creación humana, la quenos pertenece a todos.

“Un libro –escribió José Martí–, aun-que sea de mente ajena, parece comocosa nacida de uno mismo, y se sienteuno como mejorado y agrandado concada libro nuevo”.27 La novedad, porsupuesto, no depende del libro solo, sinode la recepción personal de quien lo re-cibe. A ustedes, servidores y servido-ras de la escritura humana, correspondela delicada tarea de trabajar diariamen-te con esa siempre imprevisible relacióndel lector y su texto, el que la necesi-dad, el azar o el destino en cada casole deparan. Pero todo texto útil formaparte del destino de los hombres, queinventaron la escritura y todas las tec-nologías posteriores, no para ser escla-vos de propios inventos, sino creadores,es decir, poetas de su propia libertad.

Contribuir a la poesía, a esa libertad, aesa justicia, sin salir de los silenciososmenesteres de vuestra abnegada profe-sión, es el mayor honor que les deseodesde nuestra común aspiración a unacada vez más invencible fraternidad.

Notas

1 Martí, José. Obras completas. t. 5, p. 149.

El mayor aporte de Antonio Bachiller y Morales(1812-1889) a la bibliografía cubana figura en

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sus Apuntes para la historia de las letras y de lainstrucción pública en la isla de Cuba (1861), encuyo tercer tomo apareció el “Catálogo de librosy folletos publicados en Cuba desde laintroducción de la imprenta hasta 1840”, con untotal de 1 020 títulos.2 Fornet, Ambrosio. El libro en Cuba. La Habana: Editorial Letras Cubanas, p. 17.

Dentro de la gigantesca labor bibliográfica deCarlos M. Trelles (1866-1951), se destacan suEnsayo de una bibliografía cubana de los siglosXVII y XVIII (1907), Bibliografía cubana del sigloXIX (1911-1915) en ocho volúmenes, yBibliografía cubana del siglo XX ( 1916-1917),en dos volúmenes.3 Domingo Figarola-Caneda (1852-1826). Fuedelegado de Cuba en el Congreso Internacionalde Bibliografía y en el de Bibliotecarios,celebrado en París en 1900. En Londres ampliósus estudios de biblioteconomía. En 1901 ocupóla dirección de la recién creada BibliotecaNacional, cuya revista fundó y dirigió de 1909a 1912. Se destacó por sus compilacionesbibliográficas, así como por la divulgación denuestras figuras literarias.4 María Teresa Freyre de Andrade (1896-1975).Doctora en Ciencias Sociales y Derecho Públicode la Universidad de La Habana. Participaactivamente contra la dictadura de GerardoMachado. Crea en París el Comité de JóvenesRevolucionarios Cubanos. Cursa estudiosbibliotecológicos en la Universidad de la Sorbona.Funda la Asociación Bibliotecaria Cubana y esprofesora de la Escuela de Servicios deBibliotecas, auspiciada por esta Asociación.Trabaja en la Biblioteca General de la Universidadde La Habana. Imparte clases de TécnicaBibliotecaria (Escuela de Verano) en dichaUniversidad, donde figura desde su creación enel claustro de profesores de su Escuela deBibliotecarios. Lucha contra la dictadura deFulgencio Batista y por ello vuelve al exilio. Altriunfo de la Revolución cubana, regresa a su patriay reorganiza la Biblioteca Nacional José Martí.Crea la Red Nacional de Bibliotecas Públicas.Funda la Escuela de Capacitación Bibliotecaria(1962), hoy Escuela de Técnicos de Bibliotecas.Fue directora de la Biblioteca Nacional desde1959 hasta febrero de 1967.5 Medardo Vitier (1886-1960). Educador yensayista. Entre sus obras principales se destacan

Varona, maestro de juventudes (1937), Las ideasen Cuba (1938) y Martí, estudio integral (1954).6 José Augusto Escoto (1864-1935). En 1900sucedió a Carlos M. Trelles como director de laBiblioteca Pública de Matanzas. En esta ciudadpublicó su Revista histórica, crítica y bibliográficade la literatura cubana (1916) .7 Dolores María Ximeno y Cruz (1866-1934).Autora de Aquellos tiempos... Memorias de LolaMaría, publicado con prólogo de Fernando Ortizen dos tomos (1928-1930).8 Enrique José Varona (1849-1933). Filósofo,conferencista y crítico. Una de las figuras cimerasde la cultura cubana, con vasta bibliografía activay pasiva.9 José María Chacón y Calvo (1892-1969).Humanista, filólogo y crítico de gran relieve.Como director de Cultura (1934-1944) de laSecretaría de Educación, creó la Revista Cubanay la colección Cuadernos de Cultura. Fuepresidente de la Academia Cubana de la Lenguay del Ateneo de La Habana .10 José Lezama Lima (1910-1966). Poeta,ensayista y novelista. Fundador, con JoséRodríguez Feo, de la revista Orígenes (1944-1956). Una de las figuras capitales de la literaturacubana contemporánea.11 Fermín Peraza Sarausa (1907-1969). Entreotras muchas, a él se debe la Bibliografía martianapublicada en 1954. Dirigió la BibliotecaMunicipal de La Habana desde 1933 hasta 1959.12 José Antonio Ramos (1885-1946).Dramaturgo, novelista y crítico. Hizo estudiosde técnica bibliotecaria en la Universidad dePennsylvania. Atendió la dirección de la BibliotecaNacional (1938-1946), para lo cual tradujo yadaptó las tablas de clasificación Dewey, quefueron aceptadas por el I Congreso Internacionalde Archiveros, Bibliotecarios y Conservadoresde Museos del Caribe, celebrado en La Habanaen 1942. Ese mismo año aparecieron sus Cartillasdel aprendiz de bibliotecario, en tres tomos.13 Carlos Villanueva Llamas (m. 1982). Fielcustodio de los primeros fondos de la BibliotecaNacional de Cuba, donde inicia sus labores el 17de julio de 1903. Su historia laboral es parte de lahistoria de la Biblioteca. Ocupa cargos devigilante, estacionario, encargado de materiales ybibliotecario a partir de 1925. Transmite

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ejemplarmente su pasión bibliotecaria a lasgeneraciones que le sucedieron hasta que, vencidopor la edad, se retira, después de 66 años delabor, el 31 de octubre de 1969. Fue director de laBiblioteca Nacional desde 1946 hasta 1948.14 Eliseo Diego (1920-1994). Poeta, narrador yensayista. Miembro del grupo Orígenes. De 1962a 1970 dirigió el Departamento de Literatura yNarraciones Infantiles de la Biblioteca NacionalJosé Martí. Editados por este Departamento,aparecieron sus ensayos “Los cuentos y laimaginación infantil” y “Los hermanos Grimm ylos esplendores de la imaginación popular”(1966). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura(1988) y el Premio Juan Rulfo (México, 1933).15 Octavio Smith (1921-1987). Poeta,dramaturgo, narrador y crítico. Miembro delgrupo Orígenes. Fruto de su trabajo comoinvestigador literario en la Biblioteca Nacional,es su estudio sobre el primer dramaturgo cubano:Para una vida de Santiago Pita (1978).16 Cleva Solís (1926-). Poetisa. Cursó estudiosde bibliotecología en la Sociedad Económica deAmigos del País y en la Universidad de La Habana.Trabajó en los Departamentos de Selección deLibros, Metódico, Ciencia y Técnica y BibliografíaCubana, de la Biblioteca Nacional. A ella se debela catalogación del archivo de Dulce María Loynaz,Premio Miguel de Cervantes (1992), así como subibliografía activa y pasiva.17 Roberto Friol (1928-). Poeta y crítico. Comoinvestigador literario de la Biblioteca Nacional,se dedicó principalmente a estudiar la novelísticacubana del siglo XIX –especialmente a CiriloVillaverde– y la vida y obra del poeta esclavo JuanFrancisco Manzano, sobre el cual publicó en 1977Suite para Juan Francisco Manzano. Tambiéncompiló y prologó Narraciones (1990) de Tristánde Jesús Medina.18 La literatura en el Papel Periódico de laHavana, 1790-1805 / Textos introductorios deCintio Vitier, Fina García Marruz y RobertoFriol. La Habana : Editorial Letras Cubanas, 1990.

En este trabajo, realizado en la BibliotecaNacional durante los años 1962 y 1963,colaboraron también Celestino Blanch y TeresitaBatista.19 Fina García Marruz (1923-). Poetisa, ensayistay crítica. Integrante del grupo Orígenes. SusEstudios Delmontinos (1965) permanecen

inéditos, aunque de ellos se han publicadocapítulos en revistas. Juntos publicamosEstudios críticos (1964), Temas martianos (1969)y Flor oculta de poesía cubana (1978).También,como trabajo en equipo con Roberto Friol,Celestino Blanch y Feliciana Menocal, laBiblioteca Nacional, nos editó Bibliografía de lapoesía cubana en el siglo XIX (1965). Recibió elPremio Nacional de Literatura en 1990.20 La crítica literaria y estética en el siglo XIX

cubano / Prólogo y selección de Cintio Vitier. LaHabana : Biblioteca Nacional José Martí, 1968-1974, 3 t.21 Juan Pérez de la Riva (m. 1976). Demógrafo ehistoriador cubano. Publicó, entre otros títulos,El barracón y otros ensayos , valiosacontribución metodológica y analítica a lainvestigación de las ciencias sociales. Asesoróla dirección de la Biblioteca Nacional José Martíen el período 1959-1967, y dirigió la revista deesta institución desde 1964 hasta su muerte.22 Renée Méndez Capote (1901-1989). Escritoray periodista especializada en literatura parajóvenes. Durante los años que trabajó enla Biblioteca Nacional, tradujo del inglésDocumentos inéditos sobre la toma de la Habanapor los ingleses en 1762, con introducción, notasy cartografía por Juan Pérez de la Riva ybibliografía por Juana Zurbarán, a la vez queescribía sus Memorias de una cubanita que naciócon el siglo (1963), que ha merecido variasediciones.23 Manuel Pedro González (1893-1974).Profesor en la Universidad de Los Ángeles.Crítico especializado en el estudio de la obraliteraria de José Martí. Con Ángel Rama y CarlosPellicer, propuso en el Congreso por elCentenario de Rubén Darío (Varadero,noviembre de 1967), la creación de la Sala Martíen la Biblioteca Nacional. Las palabras que secitan a continuación forman parte de las quepronunció al inaugurarse dicha sala el 28 de enerode 1968.24 Celestino Blanch Blanco. Bibliotecario de laSala Martí de la Biblioteca Nacional y de la FraguaMartiana. Publicó la Bibliografía martiana 1954-1964 y fue colaborador del Anuario Martiano.25 Araceli García-Carranza. Bibliógrafa de laBiblioteca Nacional José Martí, institución en laque trabaja desde 1962. Ha publicado

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repertorios bibliográficos y otras investigacionessobre la especialidad. Entre otras bibliografías,ha compilado la obra de grandes figuras de lahistoria y la cultura cubana: José Martí, AlejoCarpentier, José Lezama Lima, Carlos RafaelRodríguez, Fernando Ortiz, Cintio Vitier, y otros;es actualmente jefa del Departamento deBibliografía Cubana. Para tener una idea cabal deltrabajo bibliográfico realizado en Cuba desde losorígenes de nuestra cultura hasta 1975, véase el

epígrafe “Bibliografía”, en el Diccionario de laLiteratura Cubana. La Habana : Instituto deLiteratura y Lingüística de la Academia de Cienciasde Cuba. Letras Cubana, 1980. t. 1, pp. 118-124.26 Lezama Lima, José. “Las eras imaginarias: labiblioteca como dragón”. En su: La cantidadhechizada. La Habana : UNEAC, 1970. p. 140.27 Martí, José. Obras completas, t. 16, p. 420.

Sala de lectura de la Biblioteca NacionalJosé Martí

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Regla PerazaSarausa: laestirpe

Franco SalazarInvestigador y doctor en medicina

Hija del General de la Guerra de Inde-pendencia, Francisco Peraza Delgado.Con semejante ascendencia, no nece-sitamos encomios. Viuda del doctorVíctor Llanos, médico excelente y ca-ballero sin tacha. A sus ochenta y seisaños trabaja de la mañana a la nocheenseñando idiomas: inglés, alemán, fran-cés, italiano, y es el tronco familiar devarias personas.

Durante años trabajó en nuestra Biblio-teca Nacional, en la que dejó huellasimborrables y pertenece a una estirpede cubanos de tal estatura moral e in-telectual que admite muy pocas com-paraciones. Alguien tenía el deber derendirle tributo. Su hermano Fermín fueun bibliógrafo notable, continuador de latradición de Bachiller Morales y TrellesGovín.

La conocí hace muchos años, junto aotra cubana ilustre, la doctora MaríaTeresa Freyre de Andrade, entoncesdirectora del máximo centro cultural ymuy respetada en nuestros medios in-telectuales.

Inquieta, extrovertida y muy expresiva,honesta hasta el sacrificio, dotada de

una maravillosa facilidad para el apren-dizaje y la enseñanza de lenguas aje-nas a la propia, valerosa y digna,amante de su patria cubana y doloridade su destino.

En su más reciente visita me relató lossucesos que llevaron a su padre a lamuerte. Son cosas lastimosas y expre-sivas de las grandezas y miserias quehan enturbiado nuestra historia en for-ma alternativa durante casi dos siglos.

Ese día, temprano en la mañana escu-ché su voz, que es una delicada com-binación de fortaleza de carácter ynobleza personal. Se sentía muy mal yquería verme con premura. Ella, comomuchas personas, pertenece al grupode quienes obtienen consuelo y alivio enuna conversación, más que de losfármacos, de los que abusamos sin ad-vertir que el primer medicamento de lahistoria es la palabra.

Después de examinarla, nos sentamos,ella frente a mí y comenzaron a fluirtristes y conmovedores recuerdos desu vida. Del más desgraciado de todos,parte importante de nuestra historia, ob-tuve detalles esclarecedores, que arro-jaron luz sobre hechos que tuvieron lugaren agosto del año 1931, sangrientos,como casi siempre en nuestros avatares.

A principios de 1925, el generalGerardo Machado Morales inició lacampaña presidencial para llegar a laprimera magistratura de la nación. Lehabía precedido el doctor Alfredo ZayasAlfonso, gobernante venal pero extraor-dinariamente celoso de los derechos yvirtudes de una sociedad civil y demo-crática, a extremos que durante su man-

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dato no se derramó una gota de san-gre cubana. Buscando apoyo a sucandidatura el general Machado seaproximó al general Peraza y le pidióque lo acompañara durante la campa-ña electoral; este accedió con unacondición: “te ayudaré a ser Presiden-te, pero te retiraré mi apoyo y lucharécontra ti si te apartas del camino correc-to”. Ellos fueron amigos y compañerosdurante la lucha por la independencia,pero el general Peraza se reservaba elderecho de criticarlo y le advertía quenunca sería un incondicional.

El general Machado ganó las eleccio-nes y gobernó ejemplarmente durantecuatro años (1925-1929), pero, venci-do su mandato, dejándose llevar por losconsejos interesados y la lisonja de susmás allegados colaboradores, extendiósu mandato mediante una prórroga depoderes.

Como es lógico, la oposición inició deinmediato la lucha contra la reeleccióny por desalojarlo del poder. Uno de losinstrumentos utilizados para esos finesfue la creación del Partido Unión Na-cionalista bajo la jefatura del coronelCarlos Mendieta; otro, el llamado Con-sejo de Veteranos, institución que agru-paba a los viejos combatientes por laindependencia y estaba liderada porhombres notables, que habían obtenidoalta graduación en el ejército mambí ygozaban de gran prestigio.

El general Peraza honró las palabrasque había dirigido al entonces aspiran-te presidencial general Machado y fuede los primeros en participar en la or-ganización de un movimiento de oposi-ción al gobierno establecido en el que

se comprometieron muchos altos ex-oficiales del Ejército Libertador.

Ni los Veteranos ni el Partido Nacio-nalista dirigido por el coronel Mendietatuvieron éxito; el periódico de dicho Par-tido fue clausurado una semana des-pués de su primera tirada. Fracasadoslos intentos por derrocar a Machadopor vías pacíficas, el camino quedabaabierto a la insurrección. El GeneralPeraza asumió la responsabilidad de talpropósito en la provincia pinareña.

Sorprendido en Hoyo de Majagual, fueametrallado junto al estudiante ChachoHidalgo. Estaba sentado en su hama-ca cuando llegaron las tropas del ejér-cito regular al mando de un oficialrecién graduado, hijo de otro oficial demayor graduación, que se había com-prometido en el alzamiento.

Traicionando ese compromiso, las fuer-zas militares fueron guiadas por el mis-mo práctico que había conducido algeneral Peraza hasta el sitio en quecayó mortalmente herido. Su vida ter-minó a los 76 años.

Había cometido el error de situar comocentinela a un amigo noble y patriota,pero sin experiencia militar, quien sedurmió en su posta, y también fue ase-sinado. El cainismo que tanto daño nosha hecho, casi siempre indulgentementesoslayado por nuestros historiadores,hizo que los jefes militares comprome-tidos en el alzamiento, lejos de unirse aél marcharon en su contra y lo asesi-naran.

Las pertenencias del General Peraza,un anillo, su revólver, la camisa y una

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faja con hebilla de plata le fueron arre-batadas al cadáver y entregadas comotrofeo de guerra al entonces goberna-dor de Pinar del Río.

Cuando llegó a La Habana la noticia dela muerte del general Peraza, el gene-ral Herrera, jefe del Estado Mayor delEjército, pasó aviso a Reglita, entoncesuna jovencita de 18 años de edad, quienhaciendo gala de la entereza y la dig-nidad que orlan su vida y enaltecieronla de su asesinado padre trató de tras-ladarse al lugar de los hechos en LosPalacios con la finalidad de reclamar elcadáver paterno.

Ese noble objetivo no pudo lograrse por-que las fuerzas militares habían sitiadola ciudad de La Habana impidiendo laentrada y la salida de ella a quien noposeyera un permiso o salvoconductofirmado por el jefe de la guarniciónhabanera, brigadier Lores.

Rechazado su primer intento, con laceleridad y energía que caracteriza susactos, Reglita acudió al Castillo de laFuerza, que fue entonces la sede de di-cha autoridad militar y solicitó una en-trevista, que se le concedió deinmediato. Después de escucharla, elbrigadier Lores le respondió que ellaera una niña y no podía autorizarle se-mejante empeño.

Regla Peraza Sarausa, con sus 18 añosde edad, le respondió al militar “Si us-ted no me autoriza a recoger y ente-rrar a mi padre, yo llegaré hasta elcerco militar, me bajaré del automóvily caminaré hasta donde está papá. Sime tiran, que lo hagan, pero me llevo apapá o muero en el intento”.

El brigadier Lores debió mirarla conrespeto y admiración, porque de segui-das le entregó la deseada autorizacióny Reglita llegó hasta el cadáver del ge-neral Peraza, su padre.

Dejo a nuestros historiadores la tareade divulgar la figura honesta y valientedel General Peraza.

A mí, me enorgullece el privilegio de seramigo y médico de su hija doña ReglaPeraza, quien honra la memoria de supadre con su propia vida escribiendouna hermosa página de cubanía y tra-bajo honesto, más allá de lo que per-miten su edad y su maltrecha salud.

Así son los hijos de la Cuba que añoro.Puede tratarse de un error de aprecia-ción de mi parte, pero sería un nobleerror porque la talla humana de ReglaPeraza Sarausa y de su valeroso padrejustifican con creces mi evaluación denuestro pasado.

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Mis años felicesen laBiblioteca*

Regla PerazaBibliotecaria

Llegué a la Biblioteca Nacional, por-que la doctora María Teresa Freyre deAndrade, al ser nombrada directora,me pidió que la ayudara. Yo no sabíade bibliotecas, antes había trabajadocomo secretaria del médico e historia-dor Benigno Souza.

En mi familia sí había una persona queamaba mucho esa profesión. Me refie-ro a mi hermano, Fermín Peraza, quiendedicó su vida a formar bibliotecarios ya desarrollar los estudios bibliográficos.

¿Cómo conocí a María Teresa? Mu-chos años antes, cuando EduardoChibás estaba organizando el Partidodel Pueblo Cubano (Ortodoxo) en 1947.

Eddy Chibás visitaba mi casa (en lacalle Industria 41) desde los tiempos dela lucha contra Machado. Mi padre, elgeneral Francisco Peraza, que peleó enlas tres guerras de independencia, seoponía a la reelección de Machado.

Entonces, él fue uno del fundadores delPartido Unión Nacionalista (1927), don-de se reunieron profesionales y vetera-nos contrarios a la dictadura.

Después del asesinato de mi padre enagosto de 1931, Chibás mantuvo rela-ciones con mi familia.

Cuando creó el Partido Ortodoxo, mevino a buscar. Mi marido, médico, eldoctor Víctor Manuel Llanos Buides,me llevaba a los mítines. Tuve el ho-nor de firmar la solicitud de inscripciónal Tribunal Supremo Electoral del Par-tido Ortodoxo, con Eduardo Chibás porser la secretaria de actas de su Comi-té Organizador .

Chibás también era amigo de MaríaTeresa y la enroló para el Partido. Undía me llevó a conocerla. Nos dijo quenecesitaba que una de las dos se con-virtiera en aspirante para las elecciones.Yo le dije que María Teresa sería lacandidata y yo la ayudante.

Después de la muerte de Chibás, lasdos nos fuimos del Partido Ortodoxo;pero, conservamos la amistad.

Al triunfo de la Revolución, trabajé conPastorita Nuñez en el Instituto Nacio-nal de Ahorro y Viviendas (INAV).Pastorita pertenecía a los fundadoresdel Partido Ortodoxo.

María Teresa me pidió que fuera la ad-ministradora de la Biblioteca. Al poco

∗ El viernes 10 de marzo me fui a casa de Regla para conversar. Ella hablaba y yo escu-chaba. Esta es una versión de sus palabras. Ana Cairo.

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tiempo, ella, que había estudiado en Pa-rís y tenía muy buenas ideas, me dijoque en los países desarrollados existíanlos departamentos para buscar infor-mación sobre ciencia y técnica.

Yo no sabía; pero decidí aprender. Conun pequeño grupo comenzamos a es-tablecer relaciones con instituciones,como la Universidad de La Habana, oel Centro Nacional de InvestigacionesCientíficas, o con ministerios, como elde Industrias. Nosotros le preguntába-mos a los especialistas (recuerdo al doc-tor José Altshuler, entonces vicerrectorde la Universidad de La Habana) quélibros comprar, qué tipo de bibliografíanecesitaban, qué revistas adquirir.

María Teresa había conseguido que laBiblioteca tuviera un buen financiamientopara comprar libros. Nos esmerábamosen servir los encargos. Recuerdo quecon el Ministerio de Industrias estable-cimos magníficas relaciones. Todavía meacuerdo de la visita de Ernesto CheGuevara a la Biblioteca. Acompañadode María Teresa la recorrió completa;yo le expliqué sobre los servicios del De-partamento de Ciencia y Técnica, delcual era la jefa. Se mostró muy compla-cido y sé que se comunicaba frecuen-temente con ella.

María Teresa creó los departamentos enla Biblioteca. El de Ciencia y Técnicaera nuevo en todo el país. Todos apren-dimos muchísimo y estábamos obligadosa mantener y desarrollar los vínculos contodo tipo de instituciones.

A través de la red de bibliotecas se nosencargaban bibliografías, pedidos de li-bros y revistas. Cuando llegaban los

materiales, por la vía del préstamointerbibliotecario, se situaban para quelas personas que habían solicitado losservicios fueran las primeras en reci-birlos. Me hice bibliotecaria en estosafanes. Aprendí de todo. Me gustan losidiomas y tengo facilidades. En el co-legio de María Luisa Dolz dominé el in-glés; en la Alianza Francesa terminé elfrancés. En la escuela AbrahamLincoln, estudié ruso, alemán, italiano ychino. ¡Sí, chino! Mi marido y yo fui-mos a una excursión a China y él sepudo convencer de que yo sí sabía chi-no. Tengo fotografías con Chou en Haiy Mao Tse Tung.

Por supuesto, saber idiomas me facili-tó mis labores en Ciencia y Técnica.María Teresa, también, había impulsa-do la creación de centros de documen-tación en organismos y empresas. Yola ayudé hasta su muerte en esa labor.Cuando ella fue forzada a dejar la Bi-blioteca, se dedicó por entero a seguirpreparando trabajadores (que quisieranaprender) para esos centros. Ella semurió creo que de tristeza al dejar laBiblioteca.

Cuando me jubilé, me fui a colaboraren el centro de documentación del planporcino. Desde hace años y hasta hoy,enseño el inglés a amigos y vecinos delbarrio. Atiendo alumnos todos los días.Me siento útil y acompañada.

Desde que me jubilé, no he regresadoa la Biblioteca; pero siempre recuerdolos años felices en que allí trabajé. Hesido invitada a los actos del centenariode la Biblioteca. Ya decidí que allí es-taré para recordar.

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El caballero deBoloña

Mercedes SantosMoray

Investigadora titular, escritora y periodista

Tenía la respiración entrecortada. Al-guien me había dicho que las maneci-llas de su reloj latían al compás de suspulsaciones. Era asmático, hablaba condificultad, como si le costara mucho tra-bajo hilvanar las palabras. Fumaba enpipa, creo que la mordía con cierto gra-do de sensualidad, aunque en verdad amí me parecía un duende, entre aquelbosque de libros donde se le perdía labarba y sentíamos cómo nos decía susversos.

Era un mago para muchos de nosotros,desde la hora del cuento, espacio don-de nos sembró el amor por la lectura a

cuantos acudíamos a la biblioteca juve-nil, sólo armados con nuestra adoles-cencia, mientras María Teresa Freyrede Andrade conducía la barca, tocadapor la gracia de su inteligencia.

Pero ahora, no lo veo en el último pelda-ño de la estructura del edificio de la JoséMartí, sino que me lo vuelvo a encontrar,con la breve sonrisa en la comisura desus labios, y el gesto amistoso de sus ma-

nos, en uno de aquelloscubículos cuajados de mis-terio de Colección Cubanay donde nos recibía doñaTeresita Proenza con suspreciosas tarjetas, y adon-de llegamos, imberbes einéditos, a fines de los se-senta, mis compañeros yyo, con nuestros ripios,temblorosos, angustiados,pero igualmente deseososde que el poeta nos escu-chara.

Fue Raúl Fernándezquien me llevó hasta

Eliseo, como lo hizo con su tocayo, elotro Raúl de esta memoria, HernándezNovás, siempre tímido y taciturno, peropletórico de metáforas e imágenes,hasta que arribó, minutos después, aaquel despacho convertido en singularcenáculo, Ramón Cabrera Salort, consus poemas y sus ilusiones, como unatromba marina, y otros días se suma-ron Emilio de Armas, Aramís Quinte-ro y Humberto Castro, el grupo queentonces formábamos, sin saberlo ysin proponérnoslo estudiantes de se-gundo y primer años de la Escuela deLetras y Artes, que pretendíamos serescritores, y entonces también cono-

Eliseo Diego

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cimos a Cintio, y gozamos de su cali-dez, y vimos por primera vez a esa lu-minosa mujer que es Fina, hermosadesde su sencillez y su talento.

Antes, los veíamos a todos esos poetas,como astros de otra galaxia a la que nun-ca podríamos acceder mientras escuchá-bamos, con la diligente complicidad deFerrer, en el Departamento de Música,los discos con los que Schumann nos lle-naba de sus fantasías, y Chopin depolonesas, mazurkas y estudios, y el sor-do nos abría el infinito con sus nueve sin-fonías, para atraparnos y hacerse dueñode nuestra espiritualidad, como si vivié-ramos en su época y fuéramos sus co-etáneos, ya en Bonn o en Viena.

Pero regresemos a las maravillas delcaballero de Boloña, libro que entoncescorría de mano en mano, y que nos sor-prendía tanto como lo hizo la lectura desu Calzada, y después los esplendoresmás oscuros e irradiantes que haya te-nido la poesía cubana.

Eliseo era un hombre paciente y gene-roso, dador de su tiempo a nuestra ju-ventud. Y oía, con una mansedumbreque hoy me asombra, (y que sólo encon-tré, además, en Camila HenríquezUreña y en Félix Pita Rodríguez) aque-llas pretenciosas estrofas en verso libreo aquellos inciertos sonetos, donde seconfundían los acentos, y el ritmo se per-día aunque nuestra voluntad de ser poe-tas intentara atrapar el corpus de lalírica, envalentonados con nuestraautosuficiente insuficiencia, como hubie-ra gustado escucharnos decir a MirtaAguirre, y a Vicentina Antuña.

Estábamos en los dorados sesenta dela Biblioteca Nacional José Martí y, por

extensión, de toda la cultura cubana,cuando el teatro era un ser vivo y múl-tiple, el cine crecía a pesar del subde-sarrollo de la novela de Desnoes, conel aliento poético de las tres Lucía y serompía el fuego, gracias a la primeracarga al machete y, en la literatura, apesar de las pugnas y los ismos, habíaespacio para todos, y se experimenta-ba y se escribía sin temores.

No sabíamos que, a la vuelta de la es-quina, tanto el Anuario Martianocomo la Sala Martí dejarían de ser elespacio creativo de aquellos hombresy mujeres de Orígenes, y hablo en plu-ral de las féminas, porque no quieroque el silencio continúe cubriendo lamemoria de Cleva Solís, igualmentedueña de esta Biblioteca a la que en-tregó su existencia. Pero no voy a re-cordar las sombras ni los griseslunares de los setenta.

Quiero retornar a aquellas mañanascálidas del 68 y del 69, fuera otoño, in-vierno o primavera, cuando Eliseo senos abría como un pozo sin fondo, paraque vertiéramos en él todo cuanto na-cía de nuestros corazones, con la es-critura incierta del aprendizaje, porquede nosotros nadie parecía ni, todavía,calzábamos espuelas de plata ninuestro verbo tenía mérito alguno. Ylas anécdotas brotaban de sus labios,y aparecía Bella, su mujer y los al-muerzos de Bauta, y el padre ÁngelGaztelu y Gastón Baquero y LorenzoGarcía Vega y Octavio Smith y, comoera lógico, José Lezama Lima y escu-chábamos la risa traviesa del poetaentre las volutas de humo y el ahogoy con nosotros volvía a vivir su propiajuventud.

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Muchas veces volví, después, a EliseoDiego, y lo entrevisté en varias opor-tunidades, incluso en los últimos tiem-pos de su estancia terrestre, y cada vezque llegaba hasta su hogar me loreencontraba con esa misma encarna-dura humana que siempre le conocimos,incluso cuando ganó el Juan Rulfo ycuando, en un aparte de sincera nos-talgia, me habló de su madre quien fun-dó las escuelas nocturnas para enseñaringlés en Cuba, y pasábamos de los mi-les de dólares del premio a su jubilaciónde ciento noventa y dos pesos, de la-borioso editor de la UNEAC.

Entonces, con más años y más vidaacumulada, seguía siendo aquelduende de Boloña que nosrecibía en los salones de laBiblioteca Nacional,

como un caballero de gótico florido yhacía sentir a los muchachos como sifuesen pares de Carlomagno, émulosde la espada de Roldán, y a nosotras,nos acogía como si fuéramos doncellasdignas del amor de Dante y dePetrarca.

Algunos de mis amigos se han ido comoél y han emprendido, con exceso de im-paciencia al remontar los cuarenta, eseviaje de donde no se regresa, aunque yocreo que el alma es inmortal y queEliseo me observa y me escucha, conbenevolencia, hacer este recuento ínti-mo, en el que la memoria no me traicio-na, porque se nutre del amor.

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Primeros añosdelDepartamentode Arte

María Elena JubríasInvestigadora y profesora de arte de la

Universidad de La Habana

Hay lugares de imprescindible mencióncuando la memoria pasa revista al tiem-po vivido. Podrá ser el barrio de la ni-ñez, la playa que frecuentábamos haceya muchos años o esa “escalinata”,metáfora de cultura, que no necesitaapellido. La Biblioteca, que tampoco re-quiere mayor identificación para mí, esuno de esos lugares privilegiados en elrecuerdo, no por los años trabajados alfrente del Departamento de Arte –sóloseis– sino por la intensidad de una ex-periencia formadora en aquellos días decambios trascendentes.

Pensaba en eso, sentada en la Sala deArte, cuando, casualmente, solicitaronmi contribución al aniversario de la ins-titución con unas cuartillas querememoraran aquellos primeros añosdel Departamento.

El día era propicio para la evocación.Hacía tiempo que no visitaba la Biblio-teca y el impacto con el pasado fueconsiderable. Las imágenes son pode-rosas. En el recorrido del portal al ter-cer piso se iban precisando escenas,

nombres, situaciones de todo tipo en esedesorden de los estímulos variados. Lasmadrugadas de guardia en el portal, aveces sola en la inmensidad de la no-che en la Plaza de la Revolución; el tra-siego por el vestíbulo cuando creamosla sala de exposiciones; las memorablesPalabras a los intelectuales. Al en-trar en el elevador noté cambios en ellinóleo del piso –ya no era gris claro,ya no estaba desgastado en una esqui-na; en la satisfacción de compartir elsecreto del segundo piso, que no apa-rece en el control, marqué el tercero,escenario más evidente de mi paso porla Biblioteca Nacional. Atrás quedabanlas oficinas de la doctora Freyre yMaruja Iglesias y el Departamento deSelección, para siempre identificado conRegina. Y no sigo dando nombres, sontantos los compañeros de esos precio-sos años sesenta que en la medida demi avance por el pasillo, tomaban cuer-po y voz en Colección Cubana, Cata-logación, Arte y Música y tantos otrosdepartamentos y pisos, rehabitando losrincones de ese enorme edificio que enaquel entonces conocía tan bien.

A derecha e izquierda los cubículosconminaban a pensar en los investiga-dores y asesores. Con sabia visión,María Teresa dio acogida a un grupode intelectuales de gran significaciónpara el desarrollo del centro y nos per-mitió el contacto con ese aspecto de lacultura que no recogen los libros. Merefiero al ambiente, a ese diálogo coti-diano surgido en cualquier momento deldía que deja huellas profundas, comocuando Eliseo me llamó para enseñar-me el catálogo de Boloña y leerme al-gunos de los poemas inspirados por susviñetas. Cómo olvidar a Pérez de la

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Riva, el sabio amigo de María Tere-sa; a su otra amiga, Renée, la MéndezCapote, que nos hacía reír o llorar conanécdotas de la otra historia, esa teji-da por quienes la han vivido; a Cintio,Fina, Cleva y, rodeado de informantesy discípulos, hoy día destacadosetnólogos, a Argeliers. Esas personasexcelentes, con quienes tuvimos el pri-vilegio de compartir el café cotidiano,eran de imprescindible mención paraconocer el espacio donde los jóvenestrabajadores anónimos crecimosprofesionalmente.

Ya en Arte extrañé los paneles con lasreproducciones, el cuadro de GonzálezPuig, la figurilla Art Nouveau de la be-lla joven a quien bautizamos como “ladulce Ofelia” y extrañé a mis compa-ñeros, excelente grupo, mayoritariamentede jóvenes como yo sin ninguna o pocaexperiencia, mas con una dedicación yun entusiasmo difíciles de igualar. Sutrabajo queda recogido en datos queavalan esfuerzos, logros, pero estossuelen ser fríos; permítanme el relatoevocador de vivencias.

Decir Biblioteca es decir libros. En po-cos años reunimos una notable colec-ción mediante compras al extranjero ypor el gran aporte de las bibliotecas“recuperadas”, donde había de todo.Fueron muchas horas entre el polvo re-visando libros, anaquel tras anaquel delos doce pisos de la torre, y poniéndo-los a circular lo antes posible con unaclasificación provisional que se iríaperfeccionando posteriormente. Lo im-portante era dar el servicio en la Na-cional y en los departamentos de arteque fueron creándose a lo largo detoda la isla.

Como muchos de los usuarios del De-partamento eran profesores o instruc-tores de artes plásticas, creamosparalelamente la colección dediapositivas, que tuvo gran demanda deinmediato. Técnicamente ideamos unsistema de catalogación y clasificaciónque, por lo visto, constituyó un aporteya que aún funciona.

Importantes fueron, asimismo, las colec-ciones de reproducciones en forma decuadros y láminas de pequeño formato,todos montados adecuadamente. Losprimeros, destinados a llevar el arte a lasviviendas y centros de trabajo; las lámi-nas, para apoyar la labor del profesorque no contaba con proyector en el aula.

Pronto se colmó la sala de estudian-tes, profesionales de la cultura y per-sonas que venían a llevarse cuadros,aunque poco sabían de arte. El esfuer-zo se dirigió entonces a convertir elDepartamento en centro cultural me-diante las actividades, desplegando di-versas estrategias. Comenzamos conla tradicional conferencia a cargo depersonalidades. No dio grandes resul-tados, en parte por dificultades detiempo de los especialistas y, funda-mentalmente, por falta de hábito delpueblo no conocedor que queríamosatraer. Probamos con cursos de divul-gación que ofrecían certificados deasistencia y la respuesta fue inmedia-ta. La gran demanda obligó a duplicarlas frecuencias en el mismo día, unapor la tarde y otra por la noche. In-ventamos también los “Jueves dearte”. Todos los jueves el público sa-bía que alguien le hablaría en la Bi-blioteca sobre disímiles aspectos de laplástica, organizados por períodos,

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grandes figuras, géneros, culturas, et-cétera.

Esta labor sistémica fue conformandoun público que pudo ya recibir ciclos deconferencias a cargo de especialistascomo las de Sergio Benvenuto sobre elentonces novísimo libro de Hauser, His-toria social de la literatura y el arte;o las de Nuevas tendencias de la ar-quitectura latinoamericana por Rober-to Segre; Introducción a la crítica dearte por Graziella Pogolotti; Documen-tales cubanos comentados por sus di-rectores; otras sobre escenografía;apreciación de la gráfica, evolución dela moda, historia y técnica del graba-do, etcétera.Ofrecimos cursillos deapreciación a solicitud de centros ydepencias de ministerios (Ballet deCuba, Guiñol Nacional, MINFAR,MINED). E intentamos también unalabor más dirigida a sectores específi-cos de la plástica; así convinimos conla Litográfica de La Habana un cursi-llo de gráfica impartido por el diseñadorAyala. No faltaron charlas en centrosde trabajo auspiciados por los sindica-tos o la FMC. Hasta creamos gruposde aficionados a la pintura conPortocarrero como maestro, y a la fo-tografía con Mayito como colaborador.

La juventud nos permitía ser arriesga-dos. Los cursos, “Jueves de Arte” ydemás actividades de divulgación eranimpartidos por los compañeros más ca-pacitados del Departamento, aunque ja-más hubieran dado una charla.Participar se convirtió en compromiso.Algunos no se atrevieron y otros sólodieron una sola charla por no poder su-perar el miedo escénico, mas algunoscomo Luz Merino, Oscar Morriña,

Lucila Fernández e Ileana Sanz, actual-mente destacados profesores de niveluniversitario, se estrenaron en la docen-cia en el salón de actos de la Bibliote-ca Nacional.

Las exposiciones no podían faltar.Acondicionamos la sala del vestíbuloy la inauguramos con una muestra dedibujos de Portocarrero, apoyada poruna visita dirigida y la publicación deEl sueño. Entre las exposiciones másdestacadas recuerdo las de: pinturasde González Puig, acuarelas de Feijóo,dibujos de los pintores populares deLas Villas, dibujos de Venturelli, tintasde Manuel Vidal, arte op de Rostgaardy Morales, dibujos de Pogolotti, graba-dos de Lam, carteles del ICAIC consus originales, marquillas de tabaco,grabados y dibujos europeos de la co-lección de Julio Lobo, grabados colo-niales cubanos. La mayoría de figuraso temas exhibidos en La Habana porprimera vez.

En las vidrieras del sótano montamos enuna ocasión una muestra de piezas vin-culadas a las religiones afrocubanas (fa-cilitadas por Argeliers) que causó ungran impacto entre creyentes y no cre-yentes. El tercer piso lo dedicamos apequeñas exposiciones con las repro-ducciones organizadas de acuerdo conun tema, que luego llevábamos, a peti-ción, a los centros de trabajo.

De ahí surgió la necesidad de llenar conobras originales el vacío de lasinexistentes reproducciones de arte cuba-no. Contactamos con los artistas más re-presentativos y coleccionistas para quenos vendieran cuadros a un precio ase-quible y logramos una pequeña colección

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de obras de Víctor Manuel, Amelia,Mariano, Cundo, Servando, GonzálezPuig, Acosta León, Mijares. En definiti-va, por el riesgo del traslado y custodia,optamos por darle otra función igualmen-te importante: la ambienta- ción de lasparedes de la Biblioteca, donde perma-necieron colgadas hasta que, por el valorque adquirieron con el tiempo, se decidiósu incorporación a los fondos del MuseoNacional. Hoy, esa preciosa Mujer conpajarera de Mariano, que le compra-mos a la viuda de Guy Pérez Cisnerosen sólo cincuenta pesos por estar muydeteriorada, puede admirarse en la sec-ción dedicada al pintor.

La atención a los departamentos de artede las provincias, ayudando a montarlos,proveyéndolos de libros y diapositivas,capacitando compañeros, dando confe-rencias cuando los recorríamos; la co-lección de carteles; la facticia deartículos sobre arquitectura cubana; el“archivo vertical”, que ponía a disposi-ción del público catálogos y fichas deartistas cubanos; pequeñas publicacionesde divulgación con la biografía y la bi-bliografía existente sobre las figuras mo-tivo de charlas; la colección dediapositivas grandes sobre arquitecturadoméstica de La Habana colonial, alen-tada por la idea de conservar las imá-genes y los datos (recogidos en fichas)de un patrimonio que se estaba perdien-do; un concurso de ilustraciones paracuentos infantiles; la publicación a granformato de un dibujo de Servando Ca-brera; el trabajo en colaboración conotros departamentos, como las exposi-ciones bibliográficas y catálogos de

Guillén y de libros editados en el año;publicaciones y documentos en las vitri-nas del vestíbulo con motivo de conme-moraciones y la gran exposición de lacolección de reproducciones para prés-tamos, que llenó los tres pisos, son otrasvertientes menores del trabajo desplega-do por Arte hasta 1966.

Este tono entre apologético y nostálgi-co que puede pecar de inmodesto me-rece una aclaración. No son pocos losque suelen acercárseme para elogiaraquel momento comparándolo con pe-ríodos posteriores. Siempre respondocon consideraciones sobre la importan-cia del contexto en que tuvo lugar esemomento catalogable de esplendoroso.Afortunadamente vivíamos la etapa deuna revolución casi virgen. El cambiomovía a las gentes a superarse ante laposibilidad de un futuro mejor. Román-ticamente, con la honestidad como ban-dera, se creía que el presupuesto podíaser generoso con la cultura y dispusi-mos de recursos que posteriormentedecrecieron, entre ellos una plantilla pro-medio de diez personas. Sucedía, ade-más, que eran pocos los centrosculturales, las galerías, los museos, locual permitió que la Biblioteca se des-tacara en una función que hoy descansaen un centenar de centros especializa-dos; o sea, había muy poca competen-cia. Esta historia no habría sido igual deno haber ocurrido en los inolvidablesaños del surgimiento de nuestra Revo-lución. El único mérito del Departamen-to fue saber responder a esa coyunturahistórica.

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¿Y cómo hapodido ser?

Araceli GarcíaCarranza

Bibliógrafa y jefa del Dpto. de BibliografíaCubana de la Biblioteca Nacional José Martí

En los primeros años de la década delcincuenta visitaba, llevada de la manode mi padre, la Biblioteca Nacional, si-tuada en aquel entonces en el Castillode la Fuerza. Su atmósfera húmeda,con olor a polvo, aireada un tanto porla brisa del mar, me atrapó para siem-pre, sin saberlo. Por esos años, tambiénen compañía de mi padre, vi alzarse,poco a poco, dentro de un tupido an-damiaje los dieciséis pisos del edificioque ocupa hoy nuestra centenaria ins-titución. Recuerdo a mi padre señalán-dome, premonitoriamente, aquel edificioque ya se empinaba para atesorar eimpulsar nuestra inmensa cultura cuba-na. Y esa visión también quedó en misubconsciente, sin imaginar que iba atrabajar en la Biblioteca Nacional du-rante cuarenta años ¿o más?

Un día de enero de 1962, una compa-ñera de estudios, en el elevador de laEscuela de Filosofía y Letras, le decíaal doctor Fernando Portuondo del Pra-do que me recomendara para ser acep-tada en la Biblioteca Nacional comobibliotecaria. El doctor Portuondo senegó alegando que los buenos se reco-miendan solos. Yo había sido una alum-na estudiosa y disciplinada, y en esosdías me examinaba por última vez.

Rompiendo, no sé ni como, con mi timi-dez de siempre, fui a la Biblioteca y pedíver a la doctora María Teresa Freyre deAndrade, ella me recibió, no recuerdoexactamente el diálogo, pero me acep-tó. A los dos o tres días, el 1º de febre-ro de 1962, empecé a trabajar en laBiblioteca. Unos años después, la doc-tora Freyre quedaría satisfecha con miÍndice de la Revista Bimestre Cuba-na, y en 1970 me felicitaría por laBiobliografía de don Fernando Ortiz.

A partir de 1962 busqué autoridades enel Departamento de Catalogación y Cla-sificación, y pronto haría analíticas enel Departamento Colección Cubana, elcual llegué a dirigir a instancias deSidroc Ramos, quien siempre confió enmí, y quien me llevaría de la mano aluniverso de la investigación bibliográfi-ca, cuando al morir don Fernando Ortizme pidiera que en menos de tres me-ses compilara su obra.

En Colección Cubana trabajé cerca degrandes e ilustres de la literatura y lahistoria cubanas y paradójicamente fuijefa de alguno de ellos: Cintio Vitier,Eliseo Diego, Fina García Marruz,Renée Méndez Capote, Roberto Friol,Octavio Smith, Zoila Lapique, Juan

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Pérez de la Riva, y conocí a decenasde historiadores, investigadores, crea-dores, especialistas y profesores univer-sitarios cubanos y extranjeros. Ese añotambién conocí a mi compañero desiempre, mi cómplice Julio Domínguez,quien también trabajaba en ese Depar-tamento. Luego, entre otras tareascompilé para los historiadores la Biblio-grafía de la Guerra de Independen-cia la cual se consulta frecuentementeen la Sala Cubana.

En 1972 publiqué la Biobibliografíadel doctor Ramiro Guerra, mi prime-ra colaboración en la Revista de la Bi-blioteca Nacional José Martí, en lacual, según Juan Pérez de la Riva, “nopublicaba cualquiera” y lo logré des-pués de diez años. Por estos años ini-cié la compilación de la obra de JoséLezama Lima, retomada en los 90 yahora recién publicada.

Entre índices analíticos, investigacionesbibliográficas, servicios y tareas de di-rección transcurrieron los años siguien-tes sin olvidar el montaje de exposicionesque a veces lográbamos Elena Giraldez,mi hermana Josefina, Zoila Lapique y yocomo por arte de magia.

La Sala Martí había sido inaugurada en1968 por el profesor Manuel PedroGonzález exactamente “un domingo demucha luz”, frase que exportó de laobra de Fina García Marruz, quien hizode las visitas dirigidas a la Sala, un ver-dadero magisterio, un evangelio vivo.

Años después, en 1977, la Saladevendría Centro de EstudiosMartianos. Ya desde 1968 Cintio Vitierme había pedido que fuese la bibliógrafa

de José Martí, y año tras año saldríanlos Anuarios y después los Anuarios delCentro de Estudios Martianos con lascorrespondientes bibliografías, hasta lafecha 28 compilaciones, o lo que es lomismo 28 años de bibliografía martiana,tratando siempre de que la última su-pere a la anterior.

En los años ochenta la doctora MartaTerry me haría ocupar la jefatura delDepartamento de Bibliografía Cubana,nuevo desarrollo del Departamento deInvestigaciones Bibliográficas, nomen-clatura que vuelve a usarse en estostiempos por así exigirlo el trabajo crea-dor, y en los años 90 continuaría en lajefatura de ese Departamento y asumi-ría la jefatura de redacción de la Re-vista de la Biblioteca Nacional bajoel mandato del más joven de sus direc-tores, el historiador y ensayista EliadesAcosta Matos, y en medio de investi-gaciones y servicios la satisfacción deuna fuerte vocación posiblemente indi-cada por la mano de mi padre cuandome señalaba los andamios que atrapa-ban el esqueleto de futuro edificio dela Biblioteca Nacional.

Y siempre esa agradable realizaciónque se siente cuando se logra un reper-torio o se utiliza (porque es y será útil)o cuando se satisface una demanda. Enespecial cuando servimos a jóvenes ypresentimos sus talentos y los vemoscrecer hasta convertirse en historiado-res, críticos, escritores o periodistas.

Así han transcurrido los años y comoen una cinta cinematográfica recuerdoalgunas figuras relacionadas con la in-vestigación bibliográfica: la de CintioVitier, creciendo siempre como creador

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e intelectual y dando fe constante de“ese sol del mundo moral”; la de AlejoCarpentier, quien llegaba cada veranoacompañado de Lilia y sabía apreciarel significado de la bibliografía comoinstrumento de presente, pasado y fu-turo, así como su utilización dentro dela novela, dando fe de ello el uso de lostítulos de ciertos asientos bibliográficoscomo recurso intertextual en La con-sagración de la primavera; la de Car-los Rafael Rodríguez, siempre sonrientey amable, cuando nos revisaba a mihermana Josefina y a mí los datos conlos que nos pretendimos acercar a suintensa trayectoria vital; y unos años an-tes recuerdo a la familia de Ramiro Gue-rra agradeciéndome su biobliografía; yunos años después alguien agradeceríala de Elías Entralgo, la de María VillarBuceta, la de Loló de la Torriente, ytantas otras ... y más tarde los donati-vos de las colecciones de Roberto

Fernández Retamar y de Lisandro Ote-ro, las cuales promoverían lascompilaciones de ambos, y hace pocotiempo la compilación de la obra deEusebio Leal precedida en el tiempopor la de Emilio Roig de Leuchsenring,historiadores de la Ciudad de la Haba-na; más recientemente aún vamos con-formando el cuerpo bibliográficocorrespondiente a la obra del poeta yensayista Luis Suardíaz; y siempre elservicio y la satisfacción de la deman-da, así como la identificación con cadafigura y su obra. Y siempre ese exa-men diario que con abnegación y mo-destia sufrimos los bibliotecariosacribillados a preguntas, casi ocho ho-ras diarias, tratando de buscar espacioy tiempo para pensar, leer, escribir... ¿Ycómo es posible que hayan pasado cua-renta años transcurridos en una de lasmás rigurosas universidades: la Biblio-teca Nacional José Martí de Cuba?

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Juan Pérez de laRiva:confesiones deuna secretaria

Luisa CampuzanoProfesora y vicepresidenta de la Cátedra Alejo

Carpentier de la Universidad de La Habana

Recuerdo claramente, como algo ines-perado, que tenía tanto de sorpresacomo de desagravio, la tarde en queSarah Fidelzait, directora de la bibliote-ca de la Escuela de Letras, me mandóa buscar para decirme que Juan, sumarido, quería verme, porque necesita-ba con urgencia una secretaria de re-dacción para la Revista de laBiblioteca Nacional, que le sirvieratambién de auxiliar de investigación.Un año antes, y enfundada en una ver-sión libre de uniforme de milicias –esdecir, pantalones verde olivo pero sabeDios qué blusa, y posiblementemocasines, que no botas–, me había en-trevistado, en medio de una moviliza-ción de las que entonces irrumpíanconstantemente en nuestras vidas –yque para los universitarios significabandías y noches de entrenamiento y guar-dias–, con María Teresa Freyre deAndrade, porque quería trabajar en laBiblioteca. Pero ella no me había acep-tado. Y si me referí antes a la ropa noes porque tenga ese tipo de memoria,

sino porque pese a que me habían ad-vertido que la directora de la Nacionalera muy exigente en cuanto al atuendode sus empleados, no había tenido tiem-po de ir hasta la Víbora para cambiar-me, y estaba convencida de que por esarazón, por “mi torpe aliño indumentario”,no me habían admitido en el que porentonces era el más alto, vital y activocentro de cultura del país. Así quecuando Sarah me habló, se me abrie-ron los cielos.

Sin embargo, Colección Cubana –el rei-no de Juan–, no era precisamente el lu-gar soñado para alguien tan pedantecomo la muy joven Campuzano, queestudiaba tercer año de Clásicas y sóloleía literaturas europeas contemporá-neas. Su Biblioteca ideal, el espaciodonde había aspirado a trabajar, no te-nía nada que ver con papeles viejos, ymenos con Cuba. Pero era la Bibliote-ca, era una revista y, sobre todo, no eraaquel sitio espantoso donde estaba tra-bajando entonces y del cual ni ella niyo queremos acordarnos.

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Todo intento por describir mis primerostiempos con Juan, por decir clara y or-denadamente quién era, qué hacía,siempre resulta frustrado. Trataré enesta ocasión de ser menos emotiva. Asípues, me alejo de mí misma y digo queJuan Pérez de la Riva, hijo de una delas familias más encumbradas de la bur-guesía cubana, nacido y educado enEuropa, había estudiado ingeniería enGrenoble; pero también por estudios,curiosidad y vocación llegaría a sergeógrafo, demógrafo, historiador, biblió-filo, o mejor dicho, para ahorrar pala-bras, erudito y polígrafo, en la línea deSaco y Ortiz. Marxista y casado conuna judía francesa y comunista, trasescapar con ella de un campo de con-centración, se había alejado tandrásticamente de su clase que habíadecidido instalarse y trabajar entremonteros y peones en una posesión fa-miliar de la Sierra del Rosario. Des-pués del triunfo de la Revolución yantes de la Reforma Agraria, entregóesas tierras, y vino con su hijo y sumujer para su apartamento de El Ve-dado, ocasión que aprovechó MaríaTeresa para llevarlo a trabajar con ellaa la Biblioteca.

El “mito Juan” se construyó, me ima-gino, en poquísimo tiempo, porque cuan-do yo llegué, a principios del 64, yaestaba plenamente desarrollado. Poruna parte, Juan era no sólo la personacapaz de identificar los más variadosdocumentos, impresos o manuscritos,que poco a poco se iban extrayendo delas bibliotecas recuperadas, sino tambiénmapas, grabados, publicaciones seriadas,libros raros, encuadernaciones valiosas.Igualmente podía ayudar en la cataloga-ción y clasificación de libros de ciencias,

atender en perfecto francés –comoMaría Teresa y Graziella, que eran elclub de París de la Biblioteca– a las vi-sitas que se sucedían a diario, dirigir larevista o preparar la edición, por ejem-plo, de importantes libros sobre la tomade La Habana por los ingleses –cuyobicentenario se conmemoró por enton-ces–, y ser al mismo tiempo colabo-rador del Instituto de Geografía de laAcademia de Ciencias y profesor dela Universidad de La Habana. Pero aprimera vista y a primer oído era, so-bre todo, exigente, extravagante, feo,descuidado, muy crítico y muyrefunfuñón.

Lo recuerdo en pleno desplazamientopor el elegante y marmóreo gran halldel tercer piso, arrastrando los pies, en-vuelto en el guardapolvo verde billarque usaba para ir de pesca al piso ca-torce –el mayor depósito de bibliotecasrecuperadas– en busca de libros valio-sos –guardapolvo que, además, resal-taba el color de sus ojos más biensaltones–, con su calva reluciente y susinmensos bigotes impregnados de nico-tina, hablando con dos o tres estudian-tes o amigos, mientras hurgaba con unauña larguísima y sucísima en la cazo-leta de su pipa.

Durante semanas mis nuevas compa-ñeras me miraban con una mezcla decuriosidad y lástima que yo no podíaentender, porque, desde que lo conocí,Juan me había parecido fascinante. Nobien lo veía llegar, abandonaba mi tra-bajo o mis conversaciones con JuanaZurbarán, Cortés, Friol o Blanch, y co-rría del amplio salón del ventanal nortedonde estaban nuestras mesas, a su nomenos mítica “perrera”, el diminuto y

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gélido cubículo de Colección Cubanadonde apenas cabía, en medio de todoslos libros que iba acumulando para lasdistintas investigaciones en que estabasimultáneamente enfrascado. Yo mesentaba frente a él en un asiento esqui-nado entre su atiborrado buró y un es-tridente aparato de aire acondicionado,y le contaba qué había hecho o qué pa-saba con la imprenta, qué colaboradorno había entregado, mientras Juan abríasu viejísima y casi infantil maleta decuero y sacaba los papeles que estabaescribiendo –y que movía diariamentede su casa a la Biblioteca– y, antes dedarme algo para mecanografiar o lasmás disímiles instrucciones, se dedicabacon una presilla o cualquier otro admi-nículo que considerara apropiado, a unalimpieza en profundidad de su pipa, quede inmediato rellenaba con tabacoguardado en una bolsita siempre mani-pulada con muchísimo cuidado, peroque dejaba caer pequeñas porciones desu contenido sobre libros y papeles. Amí me gustaba demorarme, porque asídaba tiempo a que entrara alguno de susvisitantes, para poder disfrutar de sushazañas. Si se trataba de Ríos, que letraía algún mapa nuevo, Juan desenvai-naba su lupa y nos daba una clase decartografía, o de entelado y conserva-ción. Si era Eliseo –también de guar-dapolvo, pero más o menos blanco–,con un hermoso libro recuperado, puesera una disertación sobre el origen delas marcas de agua o la economía delmedio tafilete. Pero lo bueno era cuan-do llegaba Moreno, siempre estentóreo,a contar lo que acababa de descubrir,o a husmear en lo que allí se estaba co-cinando, porque entonces Juan empe-zaba a recoger papeles, a tapar más omenos los libros, y sólo cuando el deli-

rio catalán llegaba al summum, hacíados o tres comentarios de la mayor eru-dición o de la más rastrera simplicidad,y se levantaba invitándolo tácitamentea salir. Pero también recuerdo los díasen que Juan llegaba arrastrando los piesmás que de costumbre, con la miradabaja: eran los días de sus grandes de-presiones, que a veces lo condujerondemasiado lejos.

A fines de 1966, cuando llevaba pocomenos de tres años trabajando en laNacional, una disposición igualitarista–aunque supuestamente bien intencio-nada– del Ministro de Educación, meobligó a optar entre esta plaza y mi fla-mante puesto de instructora graduadaen la Escuela de Letras. Quizá porqueVicentina Antuña había llegado antes ami vida y porque entonces creía –¡oh,inocencia dorada de la primera juven-tud!– que el saber y la vida estaban enla Universidad, me fui –literalmente llo-rando– de la Biblioteca. Pero antes ledejé a Juan, sobre su mesa –a riesgode que la traspapelara–, una carta enque le agradecía todo lo que me habíadado, que era nada más y nada menosque unos nuevos ojos con que mirar elmundo. Veinte años después dediqué asu memoria mi primer libro sobre Cuba.Con los años había descubierto queColección Cubana había sido mi otra li-cenciatura y que Juan era también migran maestro.

Con él no sólo aprendí la asignaturaCuba –que no estaba incluida en el cu-rrículo de Clásicas–, sino que me hiceconsciente y definitivamente cubana,algo para lo que hay que tener muchovalor. Empecé a recorrer a punta de lá-piz el verdadero y múltiple entramado

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de nuestro fundante siglo XIX, más queen sus grandezas, en sus iniquidades yangustias, allí donde Juan escarbaba yescarbaba en su afán por desvelar elpasado que conformó esa sociedadasentada en la arrogancia y la domina-ción política, económica y cultural deuna raza y una clase a las que habíasabido renunciar muy temprano. Vivíentonces los heredianos “horrores delmundo moral” no como antítesis litera-ria, sino como revelación cotidiana, enel trabajo de revisión de las galeras desu monumental estudio sobre Tacón ysu tiempo; en aquellas memorables in-vestigaciones de demografía histórica,sobre la trata de esclavos y de culíes;en los sucesivos capítulos de su “histo-ria de la gente sin historia” –en que co-laboraba su tan querido PedroDeschamps Chapeaux–; en los textostraducidos y anotados de los viajeros.

Después he tenido la oportunidad detrabajar con personas excepcionales enlugares excepcionales –como la Casade las Américas–, de dirigir revistas, depasarme semanas, meses, en algunasde las mejores bibliotecas nacionales,públicas o universitarias del mundo.Pero hoy, cuando soy más vieja que loque era Juan cuando lo conocí, y pue-do hacer una valoración sosegada y jus-ta de mi pasado, estoy segura de quela experiencia de trabajar con él, de re-cibir de sus manos, a mis veinte años,toda una revista, de estar cerca deaquella constelación intelectual reunidapor María Teresa en la Nacional, decrecer junto a mis queridas colegas yamigas de Colección Cubana, ha sidoel fermento de lo mejor de mi vida in-telectual y ciudadana.

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Imágenes de untiempo noperdido

Zoila LapiqueInvestigadora de la música y

de la cultura cubanas

No sé si podré poner en blanco y ne-gro las ideas, los recuerdos que se agol-pan en mi mente. Cuánto tiempo hapasado, cuántos sucesos acaecidos,cuántos amigos y compañeros en el dia-rio bregar han muerto y no estarán pre-sentes como yo en este PrimerCentenario de la Biblioteca Nacional deCuba. Por supuesto, no se asuste ami-go lector, porque a pesar de mi pasiónpor la historia, yo no les contaré los ava-tares de esta venerada institución en susiglo de vida. Sólo me limitaré a narrar-les mi paso por ella durante mis casicuarenta años de trabajo.

Era fresca la mañana del primero de oc-tubre de 1959 cuando fui citada al des-pacho de la directora de la BibliotecaNacional. En la antesala esperaban otraspersonas que aspiraban entrar en eseorganismo. Los recuerdos vuelven a mimemoria después de tanto tiempo: peroaún los veo jóvenes, expectantes y ani-mosos, con los que después compartiríalargos años de trabajo. Así están JuanitaMont, Emilio Setién –quien llegó a sermi jefe–, Gloria Pascual, Audry Mance-bo. Algunos pasaron una prueba de in-greso, otros como Audry y yo no, pues

procedíamos de otra biblioteca y tenía-mos estudios especializados.

No era la primera vez que entraba enese despacho, ni que hablaba con la doc-tora María Teresa Freyre de Andrade,una mujer que era casi una leyenda enel mundo de la bibliotecología. Yo era sualumna en la Universidad de la asigna-tura Bibliografía de Referencia y en mu-chas ocasiones ayudaba a MaríaTeresa con el numeroso alumnado queinvadía los predios universitarios des-pués de varios años de permanecercerrados. Una larga mesa centraba elamplio salón detrás de la cual se sen-taba esa pequeña, delgada y frágil mu-jer que se caracterizaba por sutenacidad, cultura vastísima, y en oca-siones ríspido carácter que desarma-ba a cualquiera que no la conocieraprofundamente. En una mesa a sulado, estaba la subdirectora, doctoraMaruja Iglesias Tauler, alta y esbeltacon sus ojos profundamente azules ysu cabello prematuramente canoso.

Un binomio perfecto para dirigir esainstitución, pues entre ambas se com-pensaban. Maruja había sido alumnade María Teresa y la respetaba plena-mente. La entrevista con María Tere-sa –como yo usualmente la llamabacuando me refería a ella–, entonces fuecordial. Porque aún no he dicho que enlos primeros meses del 59 yo habíaconcurrido a ese despacho llamada en-tonces por Maruja Iglesias. Yo la ha-bía conocido antes de la Revolución enuna casa clandestina y allí nos presen-taron. Desde entonces hemos mante-nido una amistad nacida en los tiemposdifíciles y peligrosos de la tiranía.

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Pero volvamos a la escabrosa primeraentrevista. María Teresa estaba expec-tante con mi persona, pues yo proce-día de la Escuela Cubana deBibliotecarios antes de entrar a la Uni-versidad donde finalmente sería sualumna. Tengo que confesarque me porté un tanto malcria-da e impaciente y terminamosla conversación sin llegar a unadeterminación sobre un posibletrabajo en la Biblioteca Nacio-nal. Para esta segunda ocasióniba avalada por mi trabajo en elaula con María Teresa. Pero síme llena de orgullo decir queempecé desde abajo con uncontrato por tres meses que po-dría prorrogarse por parte de lainstitución si lo consideraban sa-tisfactorio. Y como ambas directorassabían de mi pasión y gusto por la mú-sica, entré de calle a trabajar al Depar-tamento de Música, entonces acéfalo,a clasificar literatura musical y discos.Otras personas de experiencia –Blan-ca Rosa Sánchez, Rosita Abella yBlanca Bahamonde– me ayudaron congran gentileza tratando siempre de en-señarme cómo realizaba ese trabajo to-talmente nuevo para mí. Así mepusieron en las manos el manual de laA/L.A. para clasificar todo materialmusical; todavía lo conservo. A las po-cas semanas fuimos informadas que eldía 14 de diciembre abrirían sus puer-tas al público nuevos departamentos:Música, Arte, Juvenil y Circulante. Re-cuerdo que llegué tarde a la inaugura-ción pues había estado “echando hastael final” por tratar de tener todo listo.Había una muchedumbre y me costótrabajo abrirme paso entre los funcio-narios de otros organismos y público en

general que había acudido en masa.Este fenómeno de la masividad en elcentro nos fue común a partir de en-tonces, llenándose cuanto curso, con-cierto, conferencia, clases etcétera quese convocara por la institución.

El recién creado Departamento de Mú-sica estaría a partir del 15 de diciem-bre bajo la dirección del profesor,compositor e investigador ArgeliersLeón, después de una selección riguro-sa hecha por la dirección de su expe-diente entre otros aspirantes. MaríaTeresa me llamó a su despacho y tuvola gentileza de comunicármelo y queesperara para conocerlo. Así, conocí aldoctor Argeliers León, personalidad dela cultura cubana con el que trabajé va-rios años y con el cual aprendí mucho,por sus orientaciones, sus conversacio-nes, sus planes y por los numerosos in-formantes folklóricos que a diariovenían a verlo a su oficina, así comootras personalidades del mundo musi-cal. Y como tras de la soga viene elcaldero, también llegó su esposa y com-pañera en sus investigaciones y traba-jos, la musicológa María TeresaLinares, entonces primera directora delConjunto Folklórico. Con ellos estable-

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cí una relación de trabajo y afecto ba-sados en un respeto mutuo que se con-solidó con el tiempo y mantuvimoscuando ya no trabajamos juntos.Argeliers, con el apoyo de la dirección,supo transformar el adusto Salón deactos en una activa sala de conciertosde todo tipo de música. Allí se ofrecióun concierto de música abakúa memo-rable donde los asistentes pudieron se-guir la letra de los cantos impresos enun hermoso programa adornado con fir-mas abakúas y enjundiosas notas escri-tas por Argeliers, autor de además deldiseño. Otra noche memorable fue elestreno de dos rítimicas de AmadeoRoldán, dirigida por Argeliers. El desbor-dante entusiasmo de este unido a la pa-sión de la dirección por crear unaBiblioteca ágil, viva que fuera más alláde las paredes físicas del edificio, no te-nía limite. Se creó una revista especia-lizada además de la que publicaba lainstitución desde 1909. En la revistaMúsica publiqué mi primer trabajo deinvestigación relativo a la música cuba-na: “El Filarmónico Mensual, perió-dico habanero de 1812”.1 Recuerdoque una tarde me citaron al despachode María Teresa. Allí estaba Argelierspara felicitarme por el trabajo y me pi-dieron que no abandonara la investiga-ción musical, consejo que seguí al piede la letra. Argeliers muy posterior-mente, en una entrevista expresa suopinión sobre la necesidad de hacer tra-bajos sobre la bibliografía musical cu-bana y dice sobre mi persona: “Yomismo hice trabajos, bueno, estabaZoila Lapique, pero no fue por estímu-lo mío porque por sus propios interesesella empezó a trabajar todos esos as-pectos [...] y publicó ese libro [...] Estelibro sobre la música en la prensa cu-

bana y otros trabajos que ha hecho muyvaliosos. Para la bibliografía cubana,Zoila Lapique ha hecho aportes muybuenos [...]”.2 En honor a la verdad yoempecé estos estudios sobre la músicacubana estimulada por Argeliers, con suaprobación y con la dirección. Estudié ytrabajé mucho. Después me salieronalas propias. En el Departamento deMúsica laboré con ahínco ayudada porunas jóvenes entusiastas: Sissy Sierra yNancy López. Después entró como es-pecialista José María Bidot, persona dela que guardo gratísimos recuerdos porsu capacidad de trabajo, sus conocimien-tos, bondad y don de gentes. En estosprimeros años entró a trabajar LucioSolís, persona muy trabajadora y de granrefinamiento, y como sabía de música yde discos por su colección y vocaciónpersonal, entró a clasificar estos, y par-te de la Colección de Ópera de GarcíaMontes. Su hija Teresita trabajaba conMaría Lastayo. Recuerdo en su diarialabor a dos jóvenes que indizaban lasnoticias de música en el Papel Perió-dico de La Havana: Antonio Acero yGonzalito Roméu, miembro este de unafamilia de estirpe musical que desdeAntonio María, “El mago de las teclas”,siempre han dado gloria a Cuba.Gonzalito no se quedó atrás. A Argelierslo sustituyó Carlos Fariñas quien orga-nizó conciertos de música culta con re-sonante éxito de público sin olvidar aAlberto Muguercia, investigador de mú-sica popular y organizador de ciclos deautores y obras, quien también llenabade público nuestro Salón de actos. AMuguercia lo enseñé a hacer sus prime-ras fichas, de ello se sentía orgulloso.

Todos me ayudaron en mis labores delDepartamento cuando asumí la

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subdirección técnica. Con los colegasde los otros departamentos tuvimos es-trechas y excelentes relaciones pero,muy especialmente trabajamos codocon codo con el de Arte bajo la direc-ción de mi “prima” la doctora MaríaElena Jubrías. Nos llamábamos así pornuestras familias gallegas. En el semi-nario del tercer piso celebrábamos losJueves de Arte, donde se escuchabamúsica y se hablaba de arte y de mú-sica ante un publico asiduo cada sema-na. También en este lugar seofrecieron cursos, clases, conferen-cias... Recuerdo de Arte a la diligen-te Nellys Arrate, dulce y suave quehacía lo indecible por dar buen servi-cio y cuando ella no podía no vacilabaen pedirnos ayuda a mí o a GuillermoSánchez. Este entró en la Biblioteca por-que yo hablé con el director, Sidroc Ra-mos, sobre el Diccionario de artistasplásticos que Guillermo compilaba des-de hacía tiempo y Ramos pensó, talcomo resultó, que sería una valiosa ad-quisición. Siempre colaboramos juntos ynos ayudamos con la referencia de Arte.También Blanca Emilia Rodríguez ayu-daba con la referencia por sus conoci-mientos. Culta, suave y dulce, gustabade las óperas wagnerianas y conocersobre su pueblo fundado por su familialos Martínez Fortún. Marta Garcíarena,Julita, la secretaria servicial, Elba siem-pre temerosa de no dar el servicio ade-cuado. Pero aún no he dicho que a míme decían “la referencista estrella” yque me consultaban de la Sala de Lec-tura y del recién creado Departamentode Colección Cubana. Mi rival más cer-cano en esta especialidad era IsraelEchevarría, autotitulado “Sol de solesde la referencia”, quien trabajaba en laSala de Lectura donde también

señoreaba Primitiva Rodríguez, unaexmaestra, pequeña regordeta, de ros-tro afable, que siempre estaba corrien-do, buscando y consultando algunainformación para sus numeroso usua-rios, ella junto con Marina Atía, y des-pués con Azucena López y YuyaCastillo tenían la atención directa a loslectores en el primer piso.

Por razones diversas y complejas aje-nas a mi voluntad, María Teresa conArgeliers decidieron que yo pasara a unnuevo departamento creado posterior-mente a los inaugurados en diciembrede 1959, me refiero a Colección Cuba-na. Hoy debo confesar que fue una de-cisión sabia. María Teresa estimó queen este lugar yo sería más útil dado misconocimientos de la bibliografía cuba-na de los siglos XVII al XIX, adquiridoscuando yo estudié y trabajé en esosfondos durante dos años en la Biblio-teca de la SEAP. En Colección Cuba-na se habían concentrado los fondoscubanos y extranjeros relativos a Cubamás valiosos, además de los catorceincunables que heredamos de la colec-ción de Néstor Ponce de León, eruditocubano, yerno del padre de la bibliogra-fía cubana, el polígrafo Antonio Bachillesy Morales. Ellos dos juntos con VidalMorales y Morales y Carlos ManuelTrelles y Govín, eran mis personajes másadmirados por sus trabajos.

Yo venía en ellos el summun de todoconocimiento bibliográfico cubano.Todo esto contribuyó a que no me sin-tiera defraudada en el nuevo trabajodonde podía dedicarme más a la inves-tigación, bichito que desde hacía tiem-po me seguía aguijoneando. En estenuevo lugar estaban Amalia Rodríguez

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y Aleida Placencia, como jefas e in-vestigadora, y Juana ZurbaránPelayo– quien procedía de la Oficinade Emilia Roig. De allí yo la conocía yme había ayudado con una investiga-ción sobre la litografía en Cuba desdeantes de la Revolución. Lamentable-mente enfermó y tuvo que retirarse has-ta su prematura muerte. Ernesto de losRíos trabajaba en la Mapoteca, dirigi-da por Juan Pérez de la Riva; en la ac-tualidad la joven especialista NancyMachado recoge la experiencia ante-rior y desarrolla la tarea del presente ydel futuro. Juan, culto y erudito, teníauna cabeza calva con unos largos bi-gotes, nariz ganchuda y una eterna pipaen los labios. Era un conversador y co-nocedor de quien también muchoaprendí a valorar libros y documentossegún su época, conocer encuaderna-ciones, grabados y que ningún materialse debía tirar, pues todo servía parabuscar información. Así, se me ampliómi horizonte como referencista, profe-sión y servicio que nunca abandoné yalterné con la investigación. Juan eraasesor de la dirección y después deRenée Méndez Capote, y director de laRevista de la Biblioteca. Todavía hoyme llena de orgullo cuando me llamana mi casa de la propia Biblioteca o unviejo usuario. Siempre trato de solucio-nar hoy día con Olguita Vega, quien en-tró mucho después al Departamentoprocedente de Circulante, realmentedonde ella podía desarrollarse a pleni-tud era en Colección Cubana. Además,tenía interés por aprender.

La Revista de la Biblioteca, que salíacada mes desde 1909, se hizo desde1959 en un cubículo del tercer piso, allado de mi oficina. Allí laboraba la es-

critora Renée Méndez Capote, quiennos dejó una importante obra testimo-nial, Memorias de una cubanita quenació con el siglo. Con ella compartílazos de afecto y mutua simpatía queperduraron hasta su muerte. Tambiéntrabajaba como traductora Sarah, suhermana, y como Renée, poseedora deuna vasta cultura. Cuando Renée cum-plió ochenta años fui invitada a su cum-pleaños que le festejó Cultura de Plaza.Con ella compartí esa simpática tarde.

Con Juan en la revista trabajó un den-tista que era además un excelente tra-ductor del inglés y del francés, el doctorAurelio Cortés, servicial y amigo, sabíasiempre tender la mano a todos los quelo necesitaban con su trabajo. Comosecretaria trabajaron Siomara Sánchezy Luisa Campuzano, esta antes de sal-tar a la Universidad como profesora deLatín con la Magister VicentinaAntuña, un encanto de profesora y per-sona. Yo trabajé por momentos en elConsejo de Redacción, donde apareceactualmente mi nombre.

En el Departamento de Colección Cu-bana compartimos horas de trabajo jun-to con Eudoxia Lage, vieja empleada dela institución conocedora de los fondoshasta por su formato. Con ella revisa-ba cuidadosamente los anaqueles paraver y saber el alcance de cada obra.Así podía estudiarlos y dar un mejorservicio a mis lectores. Pero, sobre todocuando no tenía público revisaba pági-na a página la prensa seriada y la fi-chaba, así, a pesar de no encontrarmeen Música saqué cuanta informaciónhabía sobre música en la prensa de lossiglos XVIII y XIX. De esa forma encon-tré el establecimiento de la primera im-

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prenta litográfica en Cuba dedicada ala música en la temprana fecha de 1822en La Habana y no en Santiago deCuba como se creía. Noticia que di aconocer junto con Juana y Guillermo enla Revista de la Biblioteca Nacionala instancias del director Sidroc Ramos,escritor a pesar de no ser bibliotecario,y poeta quien supo valorar el legadodejado por María Teresa Freyre y bus-có mejorar el servicio al público, conti-nuó la edición de la Bibliografíacubana, la Revista de la BibliotecaNacional y otras publicaciones dondese dio cabida a trabajos de los emplea-dos, además de otros colaboradores.Recuerdo a todos los compañeros so-bre todo a aquellos que me ayudabanen mis investigaciones y me suministra-ban notas principalmente, Roberto Frioly después, Patricio Bosh. Roberto Friol,poeta e investigador, fue llevado porCintio y Fina Vitier. Al principio era her-mético y alejado, ¡tanta era su timidez!Pero poco a poco cobró confianza connosotros y me suministró no pocas no-tas de la prensa referente a la música.Roberto ha hecho aportes a la literatu-ra cubana, por lo que recibió el PremioNacional de Literatura por su obra.

Mucho se habla del grupo de poetasque se nuclearon alrededor de LezamaLima y su revista Orígenes. MaríaTeresa Freyre llevó a todos a trabajara la Biblioteca. Así entró como ase-sor en Juvenil, Eliseo Diego, y en Se-lección y Canje su esposa Bella GarcíaMarruz, la hermana de Fina. Eliseo seinteresaba por los libros ilustrados congrabados y subía a los pisos para se-leccionarlos por lo que un día osé mos-trar a este dulce y erudito hombre milibro sobre la litografía en Cuba. Me

lo devolvió con un simple comentario“me gustaría hacerle el prólogo”. Y cum-plió con rapidez su palabra. Es un textopleno de poesía y mucho agradezco aEliseo –como yo lo llamaba– que a pe-sar de ser yo una joven y desconocidainvestigadora, no vaciló en dedicarle es-tas páginas tan bellas hechas expresa-mente para mi libro, hoy casi unarealidad editorial gracias a la EditorialBoloña de la Oficina del HistoriadorEusebio Leal, quien se preocupa por es-tos libros que tienen carácter patrimonial.

En un cubículo donde trabajó antesJuan Pérez de la Riva, trabajaba silen-ciosamente, el abogado y notarioOctavio Smith, otro de los poetas deOrígenes, “el niño Octavio”, como yolo llamaba y a su vez él me decía “Laniña Zoila”. Era un alma cándida y bue-na incapaz de hacer daño. Revisaba yrehacía los trabajos de investigaciónuna y otra vez y siempre insatisfecho,volvía a redactarlos hasta que se lossacaban de las manos.

Todas las tardes, camino al periódicodonde trabajaba como revisor de esti-lo, visitaba a Octavio, Agustín Pí, tam-bién miembro y amigo del grupo deLezama en Orígenes. En la oficina con-versábamos de libros y de música mien-tras se tomaba el café del abuelo Pablo.Al faltar, Octavio siempre me visitaba depasada, admiraba mucho a mi hermanoTomás con quien laboraba.

Cintio Vitier y Fina García Marruz, am-bos poetas, ensayistas y fervorososmartianos formaban y son aún un sóli-do matrimonio. Inicialmente se ocupa-ron de la Sala Martí y además, comotrabajaban como hormiguitas escribían

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sobre literatura cubana. En la Sala, la re-ferencia la ofrecía otra fervientemartiana, Teresa Proenza. La mecanó-grafa de la Sala era otra hormiguita lasiempre complaciente Elenita Cabeiro,fulminada al llegar un día a la Bibliote-ca por un derrame cerebral. MiguelinaPonte trabajaba el catálogo de la pren-sa seriada, escritora de cuentos y poe-sías, también es amante de los gatos porlo que intercambiábamos gustos afines.Martica García Hernández y la otraMarta, la Dulzaidez, entusiastas con sustrabajos, y la Elena Graupera, quien ac-tualmente ofrece un cúmulo de experien-cias a la (su) Bibliografía Cubana yrecuerdo disfrutaba los esfuerzos míosy de Lázaro Jas al tratar de cantar ópe-ras en las guardias obreras.

En Colección Cubana trabajaba inter-namente María Luisa Antuña, con ellatuve lazos de trabajo y afinidad gatunaal igual que con su sobrina Rosarito,quien con Audry Mancebo, directora dela Biblioteca Juvenil, y otros especialis-tas hicieron una bonita labor con los ni-ños y adolescentes.

En Sala Cubana trabajaban dos herma-nas con las que establecí gran afinidad:las García Carranza, Josefina y Araceli.Con ambas trabajé la referencia, peroJosefina se decidió por los grados –unade mis especialidades– y la referenciasobre Martí. Araceli trabajaba la Biblio-grafía cubana, otra de mis debilidadesdesde que era estudiante. Y yo, por misinvestigaciones, caí de lleno en un De-partamento creado para investigar lahistoria y la cultura cubanas, aunque noabandoné las referencias especializadasdel Departamento, además de continuartrabajando en el Departamento la revi-

sión de prensa seriada, principal fuen-te de mis investigaciones junto con losdocumentos.

Después de Sala Cubana la direccióncreó el Departamento de Ciencia yTécnica con la dirección recta e incan-sable de una trabajadora, Regla Peraza,mujer de interés enorme por aprenderidiomas y tener comunicación con pu-blicaciones de diversos países en esasesferas. Allí laboraban Elena Giraldez,María Teresa Trueba, María del Car-men Droop y Conchita Jaén, tan meti-culosa en su trabajo, hoy realizada conla computación.

En otros departamentos como Heme-roteca trabajaban juntos el matrimonioamigo de Yago Bertot y Dania Condis,hoy ella es especialista en Normas y élen computación. También allí estaba untrabajador e investigador incansable,Tomás Fernández Robaina, amigo conquien siempre discutía los problemasmás complejos.

Y en Catalogación estaba de jefa miamiga y compañera de estudios, CeliaLópez Capestany, persona muy cumpli-dora y amante de los gatos junto con suLarry. ¿Cómo olvidar a la animosa AidaQuevedo, Lesbia Orta, la Varona y SaraSánchez? Amigas y compañeras.

Del Departamento de Selección y Can-je no puedo dejar de mencionar a Ma-ría Lastayo, trabajadora incansable quehizo de la Biblioteca su casa. Y MaríaElena Covas, con sus chistes y cuen-tos que sacaba de cualquier cosa.

Y de los directores quiero expresar queme ligaba una vieja amistad con Marta

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Terry, “la terrícola”, aunque no pocasveces discrepé de su trabajo. Ella sus-tituyó al doctor Julio Le Riverend, ami-go de mi hermana Rosa y al que yoconocía desde niña. Cuántas veces meinvitaba con un afable “ ‘vamos doña’,¿no se anima a subir conmigo a los pi-sos?”. Ese era mi mayor orgullo, puesyo mandaba a sacar libros de los altosanaqueles por el formato y el aspecto.Pocas veces fallaba, casi siempre secapturaba alguna obra buena.

En la Sala de lectura de Colección Cu-bana todas las tardes se reunía un gru-po grande de profesores einvestigadores, quienes consultabannuestros fondos y materiales, y a lahora del café se intercambiaban opinio-nes, se indagaba sobre el trabajo deotros y los proyectos, y, en muchos ca-sos, en momentos de apuro se ayuda-ban. Así recuerdo al doctor Luis FelipeLe Roy, historiador de la Universidadde La Habana y a su ayudante HiramDupotey, Manuel Moreno Fraginals, his-toriador del azúcar en Cuba con suobra El ingenio, libro investigado ennuestra Biblioteca y en el Archivo Na-cional de Cuba y donde yo tuve el pri-vilegio de colaborar junto al amigoVirgilio Perera, arquitecto e investiga-dor. Recuerdo al autor de las biogra-fías-documentadas sobre los generalesde la independencia, Abelardo Padrón,a Panchito Pérez Guzmán, a quien con-sidero mi hijo intelectual y afectivo, puesse formó en esas tertulias ayudado pornosotros, muy especialmente, por el LeRoy y por mí y después por ElenaGiraldez y la anciana profesoraGracielita Sánchez, quien le daba cla-ses casi diariamente.

También participaban en esas amablesdiscusiones históricas el historiador Jor-ge Ibarra y Olga Cabrera, exalumna demi hermana Rosa especializada en elmovimiento obrero. Enrique LópezMesa, “el gordo”, todas las tardes pa-saba por la Sala. El arquitecto EnriqueFernández Figueroa venía a trabajar sutema sobre el desarrollo del territoriocubano auxiliado por Elena Giradez,quien se quedaba horas extras paraello. A veces, concurría mi hermanaRosa, metodóloga de historia a quienaprovechábamos para revisar docu-mentos, pues sabía de paleografía. Eraasiduo Rogelio Martínez Furé con susinvestigaciones africanistas, amigo queme revisaba diariamente lo que yo es-cribía sobre música cubana.

¡Cuántos libros vimos nacer y termi-narse en la Sala! Libros que son clá-sicos por sus aportes a la historiografíay cultura cubanas. Allí, enviados porsus profesores de la Escuela de His-toria concurrían alumnos y egresadospara hacer sus tesis. Muchos de ellosson reputados historiadores: Panchito,quien estudió como trabajador en elcurso nocturno, Doria González, Mer-cedes García, Rolando Misas, Poey,Hernández Balaguer (hijo de Pablo), elhijo de Jorge Ibarra. También acudíanlos profesores encabezados por Hor-tensia Pichardo, así recuerdo a Maríadel Carmen Barcia, Oscar Zanetti, Car-men Almodóvar, Alejandro García,Berta Álvarez. Venían investigadoresde otros organismos como Fe Iglesias,Gloria García, Mildred de la Torre,Liliam Vizcaíno, Ana Cairo y Carlosdel Toro, amigos e investigadores dela cultura cubana y del movimientoobrero respectivamente ... Acudían

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desde un reputado especialista en tea-tro como Rine Leal, quien hizo su Sel-va oscura en esta Sala, o un joven queentonces se iniciaba en la historia delballet en Cuba, Francisco Rey, autor deun hermoso libro. O Alicia GarcíaSantana, enviada por el historiador deTrinidad, el amigo Bécquer, hoy conuna obra sobre arquitectura domésticay coautora junto conmigo de un hermo-so libro escrito también por María Lui-sa Lobo sobre La Habana. Y creodebo parar, pues sería interminable la lis-ta de los autores y sus obras. Pero, an-tes, debo hacer menciones especialesde los historiadores locales: el doctorCué, residente en Santiago de Cuba,quien me llamaba para avisar su visitay para que se le tuviera listo el mate-rial; mi inolvidable amigo, Gustavo Sed,de Camagüey, muerto recientemente;Raúl Ruiz y Juan Francisco González,de Matanzas.

Como referencista e investigadora asistía una personalidad de la historia y laenseñanza, la doctora HortensiaPichardo, quien fuera además mi inol-vidable profesora en la carrera de his-toria. Colaboradora de su esposo, eldoctor Fernando Portuondo, autor deuno de los mejores libros de texto so-bre la historia de Cuba. Cuando estefalleció la doctora se dedicó a trabajarincansablemente con sus alumnos en elArchivo y en la Biblioteca. A su casa,cerca de la Biblioteca, acudí muchastardes para tener el privilegio de inter-cambiar con ella, oír sus nuevas pes-quisas sobre las fundaciones de lasprimeras villas y que dio a conocer ennuestra Revista. Siempre la recordaréplena de entusiasmo a pesar de suavanzada edad.

También sería imperdonable que no ha-blara del historiador de la ciudad, el doc-tor Eusebio Leal Spengler, a quien meunen lazos de afecto y respeto por sulabor en el rescate de La Habana Vie-ja. A veces no podía acudir y llamabapor teléfono para confirmar o pedir unareferencia. No pocas veces se le pidie-ron conferencias y charlas en nuestrocentro y siempre acudió. Al igual debomencionar a otra lúcida anciana, mi pro-fesora, la doctora Rosario Novoa quieniba a nuestra Sala o al Departamentode Arte.

Los que me conocen bien o durante losaños de trabajo quizás piensen que mehe olvidado de las hermanas Giraldez,Hilda y Elena, y de las GarcíaCarranza, Araceli y Josefina, aunque aestas ya las he mencionado. ¿Qué pue-do decir y que no me falten las pala-bras? Ellas son mis hermanas, misamigas y mis compañeras de trabajocon las que compartí largas horas deentusiasmo por un proyecto, o el mon-taje de una exposición o una conferen-cia o viaje. Sobre todo, compartí máscon Elena, Araceli y con Hilda. A estala conocí primero en los años cincuen-ta junto con mi hermana Rosa. Des-pués a Elena.

Araceli, Ara para mí desde los inicios delos años sesenta, era y es desde enton-ces mi confidente al igual que ElenaGiraldez. Ellas dos me controlaban paraque yo no me desbocara anta la falta deinterés y la ignorancia, sobre todo, en lagente joven y graduada de alguna espe-cialidad. Hoy, Ara es una experta biblió-grafa especialista en los más importantesautores cubanos y con ella compartimosel jurado de las categorías de investiga-

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ción en Cultura. Elena nos abandonósorpresivamente en 1989, dejando deso-lados a todos, familiares y amigos consu muerte inesperada.

A Colección Cubana entró a trabajaruna persona muy especial por su per-sonalidad, cultura y afán de ayudar alos demás. Con Martica Haya, puesese es su nombre, me ligan lazos deafectos y de cariño, afición a los ga-tos y a las óperas. Con ella y con Ele-na Giraldez organizamos unosmemorables ciclos de videos tomadosen las grandes casas de ópera del mun-do. Para estos contamos con el espe-cialista José Vázquez Millares, quiengentilmente nos apoyó, y los videosoriginales que nos enviaba mi amigaadmiradora del género, María LuisaLobo. La video-casetera nos la enviónuestro Gonzalo Escalante, en memo-ria de su hermano Luis, trompetista dela Sinfónica de La Habana hasta sumuerte. Gonzalo también nos enviabalas mejores puestas del MetropolitanOpera de New York. Ante el éxito delos ciclos que se llenaban de gente jo-ven, incluso con óperas wagnerianas,un activo y eficiente subdirector nosconsiguió un video-beam. Esto fue ma-ravilloso, teníamos que poner en los pa-sillos silla,s pues cada vez venía más

público y eso que entonces no se habla-ba de la masividad en la cultura pero eraun hecho, ocurría.

Debo confesar que escribir estas viven-cias me han estremecido ya lo expre-sé cuando comencé a narrarlas, perocreo que he tratado de recoger en ellasalgo de la extraordinaria labor educati-va que tuvo la Biblioteca Nacional entodos los años, casi cuarenta en que fuisu humilde trabajadora. Pero, temocomo casi siempre sucede, que he in-currido en involuntarias e inevitablesomisiones, por lo que me siento culpa-ble de ellas. Si tú, amable lector no vesescrito tu nombre cuando lo busques,espero me disculpes.

Notas

1 Natalio Galán compositor y musicólogo cubano(1917-1985) Cuando lo conocí en 1960 supo demis investigaciones sobre ese periódico. ¿Cuálno sería mi sorpresa? Cuando me expresó Natalio:“ese periódico yo lo tengo y te lo voy a regalar,lo, estudias y después lo dejas en la Biblioteca”Y así se hizo.2 Me refiero al trabajo de Marina RodríguezLópez, investigadora titular del CIDMUDtitulado: Argeliers León: la musicología en Cuba,donde Argeliers me cita en la p. 33.

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En ocasión deun centenario

Luis SuardíazPeriodista, poeta y escritor

Casi sin darnos cuenta hemos llegadoal centenario de la Biblioteca NacionalJosé Martí. Apenas ayer me tocó co-ordinar los actos por el 75 aniversario.Eso fue en 1976 por eso solíamos de-cir: el 75 es en el 76. Las reflexionesque entonces propició esa efeméride ylas peripecias propias del trabajo coti-diano en el centro y en la Red, así comoen el sistema bibliotecario del país, pue-den hallarse en algunos artículos publi-cados en la prensa de la década delsetenta, señaladamente en: “Una gra-duación histórica”, en el número deenero-abril de 1975 de la Revista de laBiblioteca Nacional; en “Cada pasonuestro es un paso firme hacia el futu-ro”, y también en: “75 años de la Bi-blioteca Nacional”, título de una ampliaentrevista del periodista y escritor Jai-me Sarusky que originalmente aparecióen el número 68 de la revista Bohemia,del 24 de diciembre de 1976.

Mi primera visita al majestuoso edificiode la Nacional se produjo a fines de1959, cuando aún no conocía a MaríaTeresa Freyre. Más, el destino de lasbibliotecas nunca me fue ajeno. Comootros aspirantes a escritores de nues-tras olvidadas provincias, en Camagüeysufríamos la ausencia de bibliotecas or-ganizadas, modernas, bien equipadas.

Desde los siglos anteriores losprincipeños pugnaban por formar suspropios fondos y estimulaban el prés-tamo entre amigos. Nuestra generaciónno fue una excepción. Como nuestrahacienda no era nada excepcional,acudíamos a las escasas ferias, a losremates, a las librerías de libros usadosy poníamos en práctica un constanteintercambio.

Es justo decir que siempre hubo biblio-tecarios que intentaban suplir las defi-ciencias del sistema. Más de unageneración recuerda con agradecimien-to a Fefa, entonces una joven de sie-nes ligeramente plateadas que nosorientaba entre el desorden de la biblio-teca del Museo Ignacio Agramonte, yotras y otros trabajadores de la infor-mación que se comportaban como mi-sioneros anónimos.

La pequeña biblioteca del Lyceum, si-tuada casi enfrente del museo, en laavenida de los Mártires, ofrecía tenta-doras novedades. Allí encontramos aSartre, Lagervkist, Huidobro y suAltazor, el Ulises de Joyce, Kafka,Camus. Debo mencionar la pequeñaoficina de información (y por supuestodifusión de su política) de los EstadosUnidos. Como me recordaba hacepoco Gilberto Mediavilla, nos atendíauna amable especialista, ganada por lafilosofía del imperio, con la cual discu-tíamos de la invasión a Guatemala, elpragmatismo y otros temas, sin que lasangre llegara al Hatibonico, pero esono nos impedía acceder a Mart Twain,Henry James, Steinbeck, Dos Passos,Pound, y aun a los nuevos cuentistas yensayistas. Allí encontré un cuento deTruman Capote, Niños en día de cum-

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pleaños, cuyo escalofriante final nun-ca olvidé.

En la colección de libros guardados bajollave en la Logia Ignacio Agramonte delos Caballeros de la Luz, descubrí untomo de ensayos de Engels, uno de loscuales examinaba y comentaba la segun-da epístola de San Pablo a los Corintiosy subrayara su defensa de la voluntadcomunal. También un tomo con los poe-mas de Rainer María Rilke. Yo tenía en-tonces 18 años y esos dos libros, demanera diversa, influyeron en mi trayec-toria futura: el concepto de la poesía yel papel del hombre en la sociedad.

En 1961, en mi carácter de coordina-dor provincial de cultura, participé enreuniones de trabajo con María TeresaFreyre Pensaba y sigo pensando quefue un acierto designarla al frente dela Nacional. Era una mujer toda pasión,enérgica, a veces irónica, nada compla-ciente, justa. Sabía donde poner el én-fasis y logró iniciar la organización delos fondos de aquel reluciente y casivacío edificio sólo visitado por unos 35usuarios que se atrevían a cruzar elumbral. Poco después se trazaron losplanes para los centros rectores decada provincia y llegamos a conocer lasatractivas maquetas de los edificios quealbergarían todos los servicios de las lla-madas bibliotecas tipo A.

Ese fue un año llameante: el de Girón,el de la campaña de alfabetización, elde sabotajes, bandas armadas en elEscambray y otros puntos del país, rup-tura con los imperialistas, tensiones detodo tipo. En la tarde del 10 de octu-bre, celebrábamos la fecha patria conun intercambio con los músicos de la

provincia en vísperas de un festival ycon instructores de arte que debían par-tir para zonas apartadas del territorio,cuando me informaron que un grupo dedirigentes políticos de la ciudad queríanverme en unión de un visitante....

El visitante era nada menos que el co-mandante Ernesto Che Guevara. Du-rante un rato hablamos de proyectosculturales y de otros asuntos. Elogió lascondiciones del local donde nos halla-mos –el antiguo Liceo, intervenido ha-cia pocos meses y que había sido unasociedad de ganaderos y terratenientesbien ajenos a la cultura– y criticó la ten-dencia del país de convertir a las ins-talaciones de sociedades burguesasintervenidas en oficinas, pues de esemodo impedíamos que le pueblo las dis-frutara, también se extrañó de la oscu-ridad que reinaba en las noches sin quehubiese una crisis energética y me pre-guntó qué destino le daríamos al Liceoque en su criterio sería un local exce-lente para instalar la biblioteca provin-cial. Le respondí que existía el proyectode levantar un edificio para esos finesy me dijo que él, desde luego, tambiénlo conocía, pero que no había recursosy materiales y fue así que ese mismodía decidimos buscar otro local para lasede del organismo cultural y dos añosdespués pudimos inaugurar la bibliote-ca provincial Julio Antonio Mella queha sido remozada recientemente.

Esa anécdota es una prueba más de lasensibilidad del Che, de su concepto dela cultura como algo integral y al ser-vicio de las mayorías.

Los que ahora tienen 40 o 45 años yhan sido formados por la Revolución, no

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pudieron vivir ese momento. Todo eraapasionante y no excento de contra-dicciones. Familias acaudaladas aun-que no siempre cultas sí poseedorasde libros valiosos, abandonaban el país,ocultaban o trasegaban dinero y joyas,pero abandonaban los volúmenes ate-sorados de generación en generación.Desde la dirección de bibliotecas seorientaba recuperar esos títulos y do-cumentos que pasarían a engrosar elpatrimonio nacional, pero en no pocasocasiones, bien intencionados e ignarosciudadanos, víctimas del sistema quepadecimos hasta 1958, quemaban odestruían ejemplares valiosos porqueestaban escritos en inglés o por des-conocer a sus autores. Contra esotambién había que luchar.

A partir de 1963, cuando fui designadodirector general de literatura editorialesy publicaciones del Consejo Nacionalde Cultura, mi colaboración con la Bi-blioteca Nacional y la Red se hizo másestrecha. Auspiciamos los Círculos delectura, las tertulias, semilla de los ta-lleres literarios para los cuales editamosdecenas de folletos en coordinacióncon los estudiantes de letras de la Uni-versidad de La Habana, garantizamosque cientos de ejemplares de todosnuestros títulos fueron enviados a laNacional y de allí a toda la Red.

Uno de los ciclos más fructíferos quepropició la Nacional – y que debemosretomar– fue El autor y su obra, loque hizo posible que literatos estable-cidos que ya no están entre nosotros,contaran sus experiencias ante un pú-blico numeroso y participativo. Casacomparecencia se recogía en la Revis-ta de la Biblioteca Nacional de modo

que pueden ser ahora consultados porlos lectores e investigadores.

En esos años no pensaba que prontotendría que desempeñarme como direc-tor de la Nacional y la Red, pero no meeran ajenos sus propósitos y sus dificul-tades. En el número tres de la NuevaRevista Cubana de 1959, había leídoun fragmento dramático de las memo-rias de José Antonio Ramos, en esaspáginas nuestro ilustre autor, en su ca-rácter de asesor de la Nacional, se la-mentaba del caos que reinaba en elcentro y de la falta de recursos, de laindiferencia oficial, de la incomprensión.Luchaba por convertir el Centro en unagran enciclopedia viva y también, sonsus palabras, por brindarle a la juven-tud pobre y rebelde de la patria la opor-tunidad de estudiar y leer por su cuentaen las bibliotecas públicas. Sufría por nolograr ese empeño.

Entre los logros de los sesenta, uno delos más relevantes fue la graduación demás de doscientos trabajadores de laNacional y de toda la Red de Biblio-tecas Escuelas y la Escuela de Técni-cos Bibliotecarios y poco después,conseguir que treinta jóvenes gradua-dos de la Escuela, y no dos como seproponía, ingresaran en la Universidadde La Habana para completar su for-mación. Ese fue un paso decisivo.

Otra tarea, lograda parcialmente, fuesalvar los fondos, propiciar latecnificación de la información, clamarpor la climatización, extender los ser-vicios, mantener las publicaciones, enespecial la Revista fundada en 1909, yponer al día la edición de la bibliogra-fía cubana, después de liquidar los lla-

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mados años huecos del período repu-blicano, vincular cada vez más los ser-vicios a las artes y las ciencias, a la vidade la nación.

Entonces también se libraba una cam-paña para que cada título impreso en elpaís llegara a la Nacional, para eliminarlas mutilaciones de obras de consulta yla sustracción de ejemplares valiosos.Pero no podíamos prever que la circuns-tancia de la crisis económica del perío-do especial y la llegada al país deinescrupulosos coleccionistas y merca-deres, estimularía en todo el territorio, yespecialmente las más significativas bi-bliotecas y centros de documentación,el robo de libros y documentos, una vie-ja práctica de los imperios y sus servi-dores a lo largo de la historia de lahumanidad .

Seguir la historia de la Biblioteca Na-cional desde su creación en 1901 es encierta medida seguir las peripecias dela república sometida. Aquellos 3 151volúmenes donados por su primer di-rector, el persistente Domingo FigarolaCaneda, no podían competir ni en can-tidad ni en importancia con los más de41 mil volúmenes atesorados por la no-table biblioteca de la Sociedad Econó-mico Amigos del País, fundada en 1973(y que ha continuado creciendo y brin-dando servicios a nuestros investigado-res y especialista y al público engeneral). Ni siquiera con algunas biblio-tecas privadas. Pero fue un punto departida.

Un dato harto elocuente de la orfandadde los lectores más explotados, y de lamarca de fuego de la discriminaciónracial, es que según las deficientes es-

tadísticas de la década del veinte pasa-do siglo, cuando se clasificaban a losusuarios según el color de la piel y elsexo, podemos conocer que apenasel 20 % eran negros o mestizos y sóloel 0, 3 % eran mujeres de la raza ne-gra. En todo caso, las mujeres que hoydominan los principales puestos de tra-bajo en nuestras bibliotecas y hacen usode sus servicios de modo mayoritario,únicamente constituían el 10 % de losbeneficiarios de los escasos servicios.

Entre los hechos más lamentables figu-ra la amenaza del jefe de la policía,Eleuterio Pedraza, de apoderarse de laantigua Maestranza de Artillería, sedeen ese momento de la Biblioteca Na-cional, y echar los libros al mar.Pedroza se enfrentó al activo grupo dela Sociedad de Amigos de la Bibliote-ca –entre los que figuraba ya NicolásGuillén– encabezado por el infatigableEmilio Roig de Leuchsenring, y los ame-nazó con la cárcel. De modo que la his-toria es larga y aleccionadora.

Pero si nos quedamos en el pasado, co-rremos el riesgo de convertirnos en es-tatuas –de piedra o de sal, da lomismo– lo importante es hacer de esteaniversario, no sólo un recuento sino unpunto de partida para nuevos empeños.Pienso que todos los que de algún modoestamos comprometidos con el desarro-llo cultural del país, debemos unir nues-tros esfuerzos por dotar a la Nacionalde los instrumentos necesarios a la al-tura de este siglo altamente tecnificado.

Todavía hoy no todos los materiales im-presos llegan a la Nacional y menos aúna las capitales de provincia y munici-pios. Lejos de erradicarse los malos

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hábitos de maltratar, mutilar y sustraermateriales de los centros bibliotecariosesta situación se ha hecho más crítica.Y la permanencia de trabajadores dela información experimentados no selogra en la proporción requerida, por-que con sus conocimientos pueden ac-ceder a plazas mejor remuneradasaunque no brindan servicio al público.

No puede negarse el desarrollo alcan-zado, pero sería muy peligroso ignorarlas dificultades viejas y nuevas cuyasolución no puede se responsabilidadúnica de los dirigentes y trabajadoresdel sistema bibliotecario, sino de la na-ción que es su razón de ser.

Dpto. de Fondos bibliográficos

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Revistera de laBiblioteca: unaforma de lafelicidad

Carmen Suárez LeónInvestigadora del Centro de Estudios

Martianos

¡Cómo me gustaba ser editora de laRevista de la Biblioteca NacionalJosé Martí! Me gustaban las mañani-tas con café, con muchos libros y re-vistas en el buró y con las seductorasvisitas a la imprenta, con sus linotipos,sus chivaletes y sus prensas. Veneré–dije venerar, sí, me encanta decirlo so-bre todo ahora que está tan de modala irreverencia–, veneré desde el primerdía la colección de aquella decana delas revistas especializadas cubanas,aprendí a admirar las virtudes de cadauna de sus épocas, y fue ella mi ven-tana especial para descubrir el siglo XIX

cubano, y tuve dos guías amorosaspara conocer las espirales de aquellaespecie de humilde prontuario del pa-raíso de la cultura cubana: JosefinaGarcía Carranza, de cuyas manos re-cibí el trabajo de edición de la revista,y Araceli García Carranza, cuyo apa-sionado magisterio bibliotecario irradióanchamente su experiencia sobre mí,hasta hoy.

Al doctor Julio Le Riverend, directorentonces de la revista y de la Bibliote-

ca agradeceré para siempre ese modosencillo y afable que tuvo de dirigirmedejándome las manos libres para de-cidir y armar los números, única ma-nera de convertirme en unaprofesional de la edición. Y agradez-co, en la imprenta a Ferrer, el hombretemible que siempre encontraba erro-res en las artes finales, y se sonreíairónicamente de nuestra suficiencia depichones intelectuales, pero siemprenos ayudaba a resolver el entuerto congenerosa tenacidad.

A pesar del título universitario que meacreditaba como filóloga y especialistaen literatura, solo la Revista y la Biblio-teca Nacional me enseñaron a valorarla inmensidad de todo lo que ignoraba,otorgándome así algún indicio de la úni-ca sabiduría posible: el conocimiento demis límites.

Colaboré en números antológicos, comoaquellos dos dedicados a realizar unbalance de la historiografía cubana, ocomo el número dedicado a los manus-critos inéditos de José Lezama Lima,donde trabajé con la tierna asesoría deCintio Vitier. Editaba, hacía la correc-ción, y hasta diseñaba cuando no ha-bía quién lo hiciera siguiendo lospatrones que conocíamos de memoria.Escogía viñetas y citas y temblaba concada errata, mientras el fotógrafo Fran-cisco, noble amigo, luchaba por hacerfotos precisas con imprecisos ydesvaídos originales.

Era en verdad un trabajo de equipo, por-que en ella publicaban todos los miem-bros de aquella tropa de investigadoresun tanto sabios y un tanto locos que di-rigía el pintoresco y querido Ramón de

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Armas, que ya no está entre nosotros:Zoila Lapique Becali, el poeta RobertoFriol, Patricio Bosch, AlbertoMuguercia, Luis Ángel Argüelles,Walterio Carbonell y el benjamín, JoséAntonio García Molina. De todosaprendí y con todos sufrí los rigores demi desdichada profesión de editora, queya se sabe que siempre se trata de“palos porque bogas y palos porque nobogas”.

Aprendí también junto a otrosrevisteros, ilustres ya por entonces, ha-ciendo deleitosas y “sonantes” tertulias–como los plátanos del poeta José Ma-ría Heredia–, en la Sala Cubana de laBiblioteca Nacional, donde se hallaba laredacción de la Revista y donde los in-vestigadores y revisterod intercam-biaban, no siempre en decimonónicas“pláticas sabrosas”, sino que de vez encuando se dirigían fuertes apóstrofes acuenta de aquello de que si me publicano no me publican. En casos así siempreme podía acoger a la sagaz experienciade Bernardo Callejas, hoy ausente yentonces editor de la revista Universi-dad de La Habana y a la no menosexperimentada ciencia de EnriqueLópez, editor de la revista Santiago.Ellos formaron parte de aquellas tardesdeliciosas a veces y otras borrascosasde la Biblioteca, en las que tampoco faltóla Ana Cairo querida, y sus alumnos dela Facultad de Artes y Letras.

¿Y los bibliógráfos? Investigadorestambién, no poco aprendí juntoa Tomasito Fernández Robaina, ElenaGiraldez, Juanita Mont y ElenaGraupera, por citar a los más cerca-nos colaboradores de la Revista. Y seme va el cariño de pronto hacia Tere-

sa Proenza, aquella señora elegante yque todo lo sabía de Martí como si nolo supiera, que es la forma más hermo-sa de saber. Descansa ahora en su tie-rra mexicana.

Si yo pudiera inventarme publicacionesy pagarlas –porque estas con las quesueño son bien caras–, proyectaría unacolección para dar a la luz los manus-critos inéditos que atesora la Bibliotecay otra para hacer ediciones facsimilaresde las revistas del siglo XIX. Me entris-tece pensar que El Recreo o La ModaSemanal del Bello Sexo, de Domingodel Monte, o La Habana Elegante, deEnrique Hernández Miyares, seránabolidas por el tiempo sin que podamosreproducirlas. En fin, sólo es un sueñodeslumbrante.

Quise y quiero a tanta gente en la Bi-blioteca, que no puedo hablar de todos,pero hablando de la revista ya lo hagoen cierto modo. La Revista de la Bi-blioteca Nacional José Martí, a loscien años de la institución que repre-senta es ya un monumento en sí mis-ma, uno de los más preciosospatrimonios de la cultura nacional cu-bana. Edité unos veintidós números máso menos entre 1983 y 1988 y eso meenorgullece, lo hice lo mejor que pude.Allí quedaron hermosos años de mi vida–mi hija nació en 1985–, de allí salí conuna riqueza interior imposible de adquiriren otra parte con tanto placer. Ser edi-tora de la Revista de la BibliotecaNacional José Martí para mí fue unmodo de ser feliz. ¡Gracias a todos, losque están todavía y los que ya se fue-ron! ¡Gracias a los que me permitendecirlo ahora! ¡Gracias!

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Un guajiro en laBibliotecaNacional

Francisco PérezGuzmán

Investigador histórico

La reconocida bibliotecaria y bibliógra-fa Araceli García Carranza y la presti-giosa intelectual Ana Cairo, conscientesde mis vínculos con la Biblioteca Nacio-nal José Martí que abarcan más de 35años, me han solicitado unas cuantascuartillas con motivo del centenario deesta institución.

La invitación ha devenido en un verda-dero via crucis de memoria y emocio-nes impregnadas de nostalgia. Pero deeste caudal voy a extraer algunas aris-tas que dimensionan la contribución dela Biblioteca Nacional José Martí en laformación y desarrollo de la intelec-tualidad cubana. Claro está que partiréde mi experiencia, pero mi caso no esexcepcional, pues otros, como el afa-mado escritor Reinaldo Arenas y To-más Fernández Robaina, autor deConfesiones de dos mujeres públicas,experimentaron situaciones muy simila-res en su trayectoria de formación pro-fesional.

Un día del año 1965 o de 1966, llegué ala Biblioteca Nacional con mis grados desargento de las Fuerzas Armadas Re-volucionarias, sin recomendaciones de

personas influyentes ni cartasinstitucionales que me avalaran. Meacompañaban la ignorancia cultural yla audacia del joven que afrontaba unautorreto: escribir la historia de Güirade Melena, mi pueblo natal.

A la vista de un pueblerino, la Bibliote-ca, casi a un lustro de su instalación enla nueva sede de la Plaza de la Revo-lución, impactaba por sus vitrales, már-moles, iluminación, mobiliario ydecoración. El piso brillaba y las pare-des pintadas con colores armónicos encorrespondencia a la naturaleza de lainstitución. También era agradable lacortesía de sus empleados, el silencioreinante en las Salas de lectura y, so-bre todo, la alta profesionalidad de susbibliotecarios. No recuerdo un no pre-cipitado antes de terminar la solicitud deun libro, revista y periódico. Y sí re-cuerdo el interés por solucionar dificul-tades que rebasaban sus obligacionesde bibliotecarios. El ambiente era esti-mulante y alentador. Se respiraba cul-tura por todas partes.

En mi primera visita tuve la fortuna deconocer a Zoila Lapique Becali. Conesa generosidad y sabiduría que la ca-racterizan me tendió una mano que sealarga hasta hoy día.

Por aquellos años Colección Cubana(Sala Cubana hoy) era un centro decita de intelectuales sólidos, los que es-taban en proceso de formación y losque ni tan siquiera aspiraban a serlo. Enese grupo me ubicaba.

De forma espontánea se formaban ver-daderas tertulias que se extendían has-ta la cafetería. Se abordaban temas

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historiográficos, las polémicas actuales,comentarios de libros, investigacioneshistóricas en curso, chismes, por qué no.

En estas tertulias informales vesperti-nas, Manuel Moreno Fraginals leyómuchísimas páginas de El Ingenio queconstruía día a día. Y también perma-necíamos atentos sobre las visicitudeseditoriales para su publicación. Hechoque la Editorial de Ciencias Socialesmaterializó en 1978.

Por su parte, Luis Felipe Le Roy yGálvez –ilustrado y olvidado historia-dor– nos argumentaba acerca de su hi-pótesis sobre los ocho estudiantes demedicina fusilados en 1871 por el co-lonialismo español, acuciosa investiga-ción que culminó en un libro que tieneen su haber posiblemente un récord ne-gativo tipográfico, pues el propio autorle halló más de cien erratas. No sé siesta marca ha sido superada, de todosmodos como se dice en béisbol es unbuen average.

Hiram Dupotey Fideaux no cesaba deinsistir sobre la trascendencia del Dia-rio del soldado, de Fermín ValdésDomínguez y la necesidad de su publi-cación. Hoy este Diario... se ha con-vertido en una rareza bibliográfica, puesno llegó a publicarse el quinto y últimotomo y muchos ejemplares de los cua-tro anteriores se convirtieron en pulpade papel por decisión de un inquisidorburócrata.

Guillermo Sánchez comentaba cómo seenriquecía su investigación acerca de losartistas plásticos, fotógrafos... ZoilaLapique, enfebrecida, además de ayudara historiadores, escritores, cineastas,

músicos y a todos los que acudían aella, trabajaba en investigaciones acer-ca de la música en la etapa colonial, lalitografía en Cuba, entre otros temasnovedosos. Aquí también fuimos testi-gos del proceso de gestación de obrasbiográficas de Abelardo Padrón Valdéscomo la de los generales José Maceo,Flor Crombet y Guillermo Moncada,sólo por citar algunas.

Sin hiperbolización podemos afirmarque el inventario de nombres que par-ticipan con cierta frecuencia en estoscontactos –influían en nuestra forma-ción cultural– en Colección Cubana lle-naría unas cuantas cuartillas. A manerade ilustración mencionemos a la siem-pre bien recordada bibliotecaria ElenaGiraldez, Juan Pérez de la Riva, PedroDechamps Chapeaux, Jorge IbarraCuesta, César García del Pino, AraceliGarcía Carranza, Carlos del Toro, OlgaCabrera, Enrique Fernández, CarlosFariñas (el compositor), AlbertoMuguercia (el hombre del son y la MáTeodora), Rodolfo Sarracino, EnriqueLópez Mesa, Siomara Sánchez (secre-taria de la Revista de la BibliotecaNacional), Ramón de Armas y VirgilioPerera.

La Biblioteca Nacional me facilitó laoportunidad de conocer y sostener ins-tructivas conversaciones con CintioVitier, Fina García Marruz y OctavioSmith del grupo Orígenes. JoséZacarías Tallet me relató vivenciascomo escritor y anécdotas no sólo desu vida intelectual y de su libro La se-milla estéril, sino también sus relacio-nes con Rubén Martínez Villena, Pablode la Torriente Brau, Raúl Roa y mu-chos más de la generación del 30.

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En Colección Cubana se gestó mi in-vestigación histórica sobre la guerra dela independencia en La Habana y lamuerte de Antonio Maceo en el com-bate de San Pedro el 7 de diciembre de1896. Libro que recibió la solidaridad deElena Giraldez, Luis Felipe Le Roy yZoila Lapique al financiar los gastosmecanográficos.

Sería un pecado imperdonable y una ac-titud desagradecida si no hago referen-cia a la Revista de la BibliotecaNacional José Martí, que, dirigida porJuan Pérez de la Riva, alcanzara presti-gio nacional e internacional. Reputaciónque continuó con Julio Le Riverend y,actualmente en su nueva época, comien-za a ubicarse en lugar de vanguardia dela cultura cubana. Pues en esta revistarecibí mi primera desilusión con un node Pérez de la Riva cuando pretendí pu-blicar un deficiente artículo sobre el al-zamiento de Mario García Menocal en1931 y su repercusión en el suroeste ha-banero. Pero fue en esta revista dondepubliqué mis primeros artículos especia-lizados por decisión de Pérez de la Riva.

Sin dudas me quedan tantas cosas pordecir, pero la cuota de cuartillas que measignaron me limitan. No obstante, me

quedo con la frustración de no exten-derme en algo así como personajes cé-lebres de la Biblioteca Nacional. Sinpretender competir con Escriba y Leaincursionaríamos desde el enigmáticoIsac René con sus enormes patillas yobsesionado con escribir, escribir sinsaber que el pintoresco José Peñalverestaba enfrascado en su historia del cir-co en Cuba, hasta el ensayista WalterioCarbonell que aún da peculiar vida a laBiblioteca Nacional.

Al cumplir cien años la Biblioteca Na-cional José Martí con profundos cam-bios, preserva su función tradicional decontribuir a la vieja formación y desa-rrollo de la intelectualidad cubana. Nue-vas generaciones de bibliotecarios hacenvigente este legado en condiciones muydiferentes. Pues hoy llegan a sus Salasde lectura profesionales con oficio, peroque requieren del conocimiento impres-cindible de los bibliotecrios.

Si algo tuviera que pedir a los bibliote-carios cubanos actuales, a propósito deeste centenario de la Biblioteca Nacio-nal José Martí, consistiría en que borrenla palabra abominable e inexacta deusuario que ha sustituido a lectores, in-vestigadores, estudiantes...

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Tertulias en laBiblioteca

Ana CairoEnsayista y profesora de la Universidad

de La Habana

En octubre de 1967, matriculé en laEscuela de Letras y Arte de la Uni-versidad de La Habana. Entonces sevivía sin calendarios docentes rutina-rios. Por ejemplo el curso 1969-1970,comenzó en noviembre; se dio un mesde clases y se partió para la gran za-fra, o el trabajo social y se regresó enmayo; se reanudó en junio el curso yse transitó casi sin vacaciones por losdos semestres.

En el curso 1971-1972, el profesor Ro-berto Fernández Retamar inauguró conmi grupo una asignatura monográfica so-bre José Martí. La bibliografía esencial laconstituían las Obras completas (veinti-siete tomos). Además, cada alumno ten-dría que consultar otros tipos de libros paraelaborar un trabajo investigativo. En losencuentros, él entregaba una lista de lec-turas (siempre bastante extensa), por loque resultó necesario prorrogar la dura-ción de la asignatura a dos semestres,para cumplir los objetivos cualitativos.

Por la cercanía a la escuela de Letras,las ventajas del horario (de lunes a sá-bados de ocho de la mañana a once dela noche, y los domingos en la sesiónmatutina), la Biblioteca Nacional eramuy visitada por nosotros.

Los estudiantes de los años 60-70 ne-cesariamente desarrollaban múltipleshabilidades, porque había pocos libros.Grupos completos debían leer las mis-mas obras en un mínimo de tiempo. Seutilizó la modalidad de “cooperativas”donde se hacía un inventario preciso deejemplares en cada biblioteca pública,y se organizaba una cola estricta de tur-nos para leer. En ocasiones, para tex-tos de consulta adicionales, se dividían losmateriales a fichar y se intercambiaban;también se macanografiaban, conferen-cias (prestadas por los profesores) y serecirculaban dentro del grupo.

Todos los alumnos trabajaban cuatrohoras diarias (de lunes a viernes) enprácticas profesionales y en la sesióncontraria, o recibían clases o prepara-ban materiales para las asignaturas, sincontar el tiempo que se destinaba a re-uniones y a otras “tiñosas” (en argotestudiantil).

Como yo realizaba una práctica profe-sional en la Casa de las Américas porlas mañanas, solía utilizar su bibliotecapor las tardes, para de esa manera ga-nar tiempo.

Las obligaciones de lectura delmonográfico sobre José Martí, me lleva-ron a conformar una tercera sesión (latade-noche) en la Sala Cubana de la Bi-blioteca Nacional, donde estaban en unestante pequeño –en acceso libre– lasObras completas y una amplia gama depublicaciones y libros afines. Además, apocos metros de la misma, se encontra-ba la Sala Martí, donde Cintio Vitier, FinaGarcía Marruz y Teresa Proenza, labo-raban con un entusiasmo permanente enayuda de cualquier visitante.

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En la Sala Cubana, descubrí una di-mensión de la vida cultural inimagina-ble en mis experiencias previas.Después de las cuatro de la tarde, co-menzaba el arribo de especialistas. Elprofesor Luis Felipe Le Roy (1910-1978) –historiador de la Universidad deLa Habana– llegaba acompañado deHiram Dupotey; Juan JiménezPastrana (1903-1987) saludaba conmucha cordialidad; Pedro DeschampsChapeaux (1913-199?) sonreía y habla-ba en voz baja; Emilio Godínez (1940-198?) seguía buscando textos deRamón Emeterio Betances, sin dejar deconversar; Juan Pérez de la Riva(1913-1976) abandonaba su “perrera”(o cubículo) y se sentaba en las mesas.Francisco Pérez Guzmán venía de laredacción de Verde Olivo; Carlos delToro (1936-2000) se escapaba del pe-riódico Granma; Enrique López des-cansaba de los disgustos autorales enlos textos para la revista Santiago;Olga Cabrera traía a Isabelita Ibarra depocos años, la niña jugaba mientras ellaleía; Zoila Lapique servía de ejemplaranfitriona; Manuel Moreno Fraginals(1920-2001) podía aparecer con noti-cias ya ficcionalizadas; Rafael Cepeda–siempre bondadoso– facilitaba un ma-nuscrito insospechado.

En los cursos de Literatura Cubana mehabían explicado que las tertulias eranuna modalidad de trabajo intelectual degran importancia; siempre se ilustrabacon la de Domingo del Monte (1803-1853), a finales de la década de 1830.Pero, yo no había participado en ningu-na. Los contertulios –nunca habituales–podían traer los temas más disímiles; secomentaba la actualidad diaria; se or-ganizaba una ronda de opiniones, a par-

tir de alguna noticia; se oían datos eru-ditos a propósito de una pregunta; sur-gía un consejo inesperado; o se veían,o leían, cuartillas de un libro en proce-so de escritura.

Mientras fui estudiante universitaria, melimité a observar aquellos intercambiosmágicos (verdadero regalo de un “cie-lo” para los intelectuales). Se acepta-ba a los jóvenes, a los desconocidos; teatendían con generosidad. No obstan-te –con timidez– permanecía mirandode lejos.

A partir de enero de 1973, cuando yatrabajaba como investigadora y profe-sora en la Universidad de La Habana,comencé a acercarme. Juan Pérez dela Riva se encargó de presentarme,porque los dos laborábamos en el gru-po de Estudios Cubanos y nuestro jefeera Ramón de Armas (1939-1977),quien tiempo después se trasladó a laBiblioteca y ya era otro contertulio.

También descubrí que en el ArchivoNacional, el profesor José LucianoFranco (1891-1989) animaba otra ter-tulia desde su mesa habitual (la cualsiempre tenía un retrato de Lenin).Además compartí con investigadoresque se nucleaban en la tertulia diverti-da, que presidía José AntonioPortuondo (1911-1996), en el Institutode Literatura y Lingüística.

A veces, se estructuraba en los asientosde la galería que bordea la biblioteca dela Sociedad Económica de Amigos delPaís, o en el despacho de Portuondo.

En las tertulias, he aprendido tanto quelas considero verdaderos postgrados.

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Por otra parte, me convencí que en es-tos diálogos informales y polifónicos sepractica una generosidad colectiva, unasolidaridad intelectual admirable.

En la Escuela de Letras, se sabía quelos profesores (personalidades de esti-los muy disímiles) tenían el hábito de sermuy generosos y solidarios ayudando alos alumnos y a los graduados. Se vi-vía con una noción de familia.

En las tertulias de la Biblioteca, del Ar-chivo y del Instituto de Literatura, enten-dí la pervivencia de una similar nociónde fraternidad. Comprobé que se trata-ba de una tradición cultural; por lo ge-neral, ya se ha renunciado a la idea deformar discípulos; más bien se ha aspi-rado a inculcar el afecto de amigos, ocolegas, la sinceridad y el respeto.

En el diálogo cordial –a veces apasio-nado y hasta algo ruidoso– se armoni-

zaban experiencias intergeneracionalesy se enriquecían gestos de colaboraciónaltruista.

Zoila Lapique, Francisco PérezGuzmán, Enrique López, RafaelCepeda, Enrique Fernández, entreotros, pudieran testimoniar sobre losgratos recuerdos de las tertulias en laBiblioteca.

Esta modalidad de diálogo intelectualno debería perecer. Quizás hay que in-sistir más en que las tertulias, cuya efi-ciencia y fecundidad ha sidodemostrada por más de ciento setentaaños en la cultura cubana, deben serestimuladas.

En la Biblioteca, en el Archivo, en lasfacultades de la Universidad, podríanampliarse los pequeños espacios paraque las tertulias se incrementen comoun beneficio y placer colectivos.

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De mis buenosrecuerdos

Marta B. ArmenterosEditora de la Revista de la Biblioteca Nacional

José Martí

Comencé a trabajar como insertada en1977, mientras estudiaba Filología en laUniversidad de La Habana, en la Bi-blioteca Nacional José Martí. El primerdía me pusieron en la Sala General,prestando servicios al público. No sé sipor mi carácter tímido o mi tempera-mento, pero no pude soportar esa labor,y hablé con la doctora Marina Atía,jefa del Departamento para que mecambiara, y así lo hizo. Por suerte, paséa trabajar en la sección dedicada a losdocumentos de Naciones Unidas, en elpiso once, digo por suerte, porque laencargada de realizar esa labor eraIsora Rodríguez, hoy una de mis mejo-res amigas y jefa del Departamento deAdquisición.

A pesar de sentirme bien trabajando allí,le tenía miedo al elevador y a los ruidosque se sentían, sobre todo de noche.Gracias a ese miedo comenzó mi amis-tad con un trabajador intachable: ÁngelMasó, desgraciadamente ya fallecido.

El trabajo como insertada fue mi primeracercamiento a la Biblioteca Nacional,pues nunca antes la había visitado, yaque desde niña utilizaba los servicios dela biblioteca pública ubicada en el par-que Santos Suárez, biblioteca que porabandono se destruyó, y en la que du-

rante mis estudios universitarios encon-tré los textos que necesitaba.

Ya en marzo de 1981 comencé mi vidalaboral en esta institución, al principiocomo ayudante de Fernando Guerrero,encargado de la promoción, pero esetrabajo, encerrada en una pequeña ofi-cina y recogiendo recados, me hacíasentir mal. Al comentárselo a Isora,esta me dijo que en el Departamentode Información para la Cultura y elArte había plazas vacantes. El jefe eraRubén Suárez con quien tuve muy bue-nas relaciones de trabajo. Logré entraren el Departamento, el cual fue paramí una gran escuela, y donde tuve lasuerte de que me enseñara la labor queallí se hacía Martha Haya, Martica, unade las personas más maravillosas quehe conocido. Allí se confeccionaban fi-chas bibliográficas, factográficas y re-súmenes de artículos de publicacionesseriadas sobre arte y literatura de Cubay el mundo, y ello me ayudó a ampliarmi horizonte cultural.

Información para la Cultura fue el ini-ciador en la Biblioteca de laautomatización del trabajo que se pro-ducía. Esta labor comenzó a realizarlaConcepción Jaén, Conchita, con quientrabajé mucho, y a quien debo mis pri-meros conocimientos sobre las bases dedatos y los procesadores de textos yque continúa dicha actividad en el De-partamento de Automatización. TantoConchita como Martha Haya se con-virtieron en verdaderas amigas mías.

El Departamento era sui géneris den-tro de la Biblioteca: en él casi todos losque trabajábamos éramos graduados delengua extranjera, arte o literatura, sólo

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dos, Conchita y Elisa Brutau, eran deInformación Científico-Técnica yBibliotecología, y posteriormente Mar-garita León cuando asumió la jefatura.Allí existieron “personajes” recordadospor los trabajadores más antiguos, comoMaría Caridad García, Masha; MaydaAbreu (ya fallecida); Hugo Recio; Ma-ría Antonia Wong, la China; y otros querecuerdo con cariño, pues hicieron queese período sea inolvidable .

Por problemas internos y externos, elDepartamento es desintegrado en 1991,entonces paso un período en el Depar-tamento de Investigaciones, y poste-riormente, ese mismo año, a laredacción de la Revista de la Biblio-teca Nacional, cuyo jefe de redacciónera Rafael Acosta de Arriba, un granluchador porque la Revista se mantu-viera y no desapareciera como sucediódurante varios años.

En 1997 comienza una nueva direcciónen la Biblioteca con Eliades AcostaMatos, quien entre otros objetivos, lo-

gra revitalizar la Revista, la cual con sualtas y bajas, ha salido con un nuevoformato y nuevos bríos. La publicaciónes atendida y apoyada por lasubdirectora de Promoción y Desarro-llo, Marcia Medina, quien pone susenergías al servicio de que salga con lamejor calidad posible.

Trabajar en la Revista en su nueva épo-ca con Araceli García Carranza comojefa de redacción, ha sido una experien-cia maravillosa, pues ella, un personajedentro de las investigaciones bibliográ-ficas, es un ser lleno de dulzura, com-prensión y conocimientos que emana atodos. En esta etapa ha sido insustitui-ble el apoyo recibido por Ana Cairo, laprofesora de la Facultad de Letras aquien casi todos los alumnos tenían mie-do, en la búsqueda de buenos textospara ser publicados.

Desde que empecé a laborar en el De-partamento de Ediciones he tenido va-rios jefes, y trabajar con Rafael Acosta,Magaly Silva, José Antonio García y

Junto al diseñador Luis Garzón en el Dpto. de Ediciones

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Eddy Rodríguez ha constituido un pla-cer para mí, y también hacerlo con lasmecacopistas Célida (la Ñeñe), MaríaLuisa, Sonia y Rosario Gutiérrez, quie-nes realizaban un trabajo excelente ymuy profesional.

En el Departamento tuve el honor detrabajar con el editor Esteban Llorachen los dos primeros libros del Concur-so Leer a Martí. Llorach, quisquillosocomo buen editor, siempre me ha pres-tado gran ayuda y me ha enseñado al-gunas de sus experiencias, lo quesiempre le agradeceré.

Actualmente agradezco mucho las en-señanzas y el apoyo recibido por LuisJuan Garzón, diseñador y especialistadel complejo de galerías “El reino deeste mundo”, sin cuya ayuda muchosde los trabajos que se han asumido

como el libro del concurso Leer aMartí, y la Revista misma, no hubieranpodido publicarse.

No quisiera terminar estas palabras sinrecordar a algunos de los que me hanpermitido sentirme unas veces bien yotras mal en la institución, pero a quie-nes quiero y recuerdo con cariño y quehicieron y hacen que la Biblioteca con-tinúe siendo un valuarte de la cultura cu-bana: Elena Giraldez, Cleva Solís,Obdulia Castillo (Yuya), AlbertoMuguercia, Roberto Friol, WalterioCarbonell, quien sigue siendo un perso-naje dentro de la institución, IsraelEchevarría, Zoila Lapique, TomásFernández Robaina, Emilio Setién,Miriam Martínez, Elena Graupera, To-más Fernández Robaina, Gloria Jovel (lasalvadoreña), Máximo Díaz, Miguel Ga-rrido (Miguelito) y tantos otros a quie-nes les doy las gracias.

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Hace diecisieteaños...

Concepción Jaén BastéAnalsista del Dpto. de Automatización

Diecisiete años hace que la BibliotecaNacional dio sus primeros pasos en la ac-tividad de automatización. Diecisiete añosde duro esfuerzo para mí, con alegrías,con tristezas, con angustias, con éxitos,conociendo a mucha gente que me ayu-daron, y a otras tantas a las que ayudé.Al mirar hacia atrás me parece que hasido un soplo el tiempo transcurrido enestas diecisiete primaveras.

Laboraba en el Departamento de Infor-mación para la Cultura y el Arte cuan-do un día en la primavera del año 1984se me preguntó si me agradaría iniciarla actividad de automatización en la ins-titución. No vacilé en responder afir-mativamente.

Aceptar ese compromiso conllevó a pre-pararme con mayor rigor en los conoci-mientos preliminares sobre computaciónque había adquirido durante la licencia-tura en Información Científico-Técnicay Bibliotecología concluida en 1979. Unpostdrado sobre Sistemas Automatizadosde ICT con una duración de dos años,impartido en el Instituto de InformaciónCientífico-Técnica (IDICT), dio inicio enseptiembre de ese año 1984, a mi su-peración en la nueva actividad que asu-mía el centro. Concluido este, muchoscursos más se sucedieron.

El comienzo de la automatización enla Biblioteca Nacional se remonta,pues, a la llegada en 1984 de una pe-queña computadora con su impresora,marca NEC PC-8001 mkII, de 8 bits,bajo sistema operativo CP/M 80. Porno disponer de disco duro se estudióen cuál proceso bibliotecológico utili-zarse que no requiriera de mucha me-moria. Se decidió entonces comenzarla nueva actividad automatizando laedición de un producto informativo bi-bliográfico: el boletín bibliográfico delDepartamento de Información para laCultura, que brindaba información so-bre la cultura y el arte requerida pordirigentes, investigadores y creadores.A la aplicación, programada en el len-guaje de gestión DBASE II, se le de-nominó BOLCULT. Los programaselaborados para la obtención del cuer-po bibliográfico y sus diferentes índi-ces fue realizado por el licenciadoEberto Castillo del entonces Centro deInformática Aplicada a la Gestión(CINAG-CEPES) de la Universidadde La Habana, el que recuerdo conmucho cariño y de quien aprendí encada sesión conjunta de trabajo siem-pre algo nuevo.

Desde el inicio fui designada a asumirel control de la calidad del trabajo quese ejecutaba en cuanto a la presenta-ción correcta desde el punto de vistatécnico de la información especializa-da que se ponía al servicio de losusuarios, así como en la asesoría y en-trenamiento a mis compañeros en elSistema Operativo y diferentes pro-gramas que podían correr en la NECde ocho bits, la que ya comenzaba aser desplazada por computadoras dedieciséis bits.

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No quiero dejar de resaltar el entusias-mo que tenía por aquel entonces el co-lectivo que laboraba en el yamencionado Departamento, comenzan-do por la compañera que lo dirigía, Mar-garita León, y el resto de miscompañeras. Nos sentíamos orgullososde ser el Departamento “pionero” en laautomatización de la Biblioteca, activi-dad esta que ya estaba en casi todaslas instituciones de información, peroque aún no había llegado a la Bibliote-ca Nacional.

La primera de mis compañeras que en-trené en la computadora lo fue la“benjamina” del colectivo, Silvia Ibáñez.Después, poco a poco fueron pasandoel resto del colectivo por el cubículo deltercer piso donde se encontraba lacomputadora. Algunas aprendían rapi-dísimo, recuerdo a Marta BeatrizArmenteros, la que por su capacidadhabían escogido para dejarla al frente

de la edición automatizada de los bole-tines (año 1990), porque el diseño denuevas bases de datos se incrementabavelozmente y no me era posible asumirtantas tareas. Pero, en contraste conMarta Beatriz había otras compañerasque eran un “dolor” entrenarlas, tenían,entre otras cosas, miedo a romper elteclado, entre ellas, una compañera muy“sui generis”, María Caridad García,más conocida por Masha. Fue una eta-pa muy especial para el Departamentode Información para la Cultura, unaetapa de éxitos, de alegría.

Comenzaron a llenarse los primerosregistros de BOLCULT con la temá-tica de Literatura, y así poco a pocose fueron imprimiendo boletines con150 registros. Por carecer de discoduro se almacenaron un gran númerode diskettes. En ellos solo podían en-trar 600 registros, lo que daba por re-sultado la salida de cuatro boletines.Este fue el inicio de la primera basede datos bibliográfica de la BibliotecaNacional, compartimentada endiskettes de 5¼. Inicialmente en cin-co temáticas: Literatura, Artes Plásti-cas, Música, Teatro y Danza, yProblemas Generales de la Cultura.Posteriormente se incorporaronBibliotecología e Información Científi-ca, y Edición y Comercio del Libro.

El trabajo ininterrumpido de la basecompartimentada deCultura y Arte en-grosó su número de diskettes. Se con-tabilizaban más de 13 000 registrosalmacenados. Era necesaria ya la ad-quisición de un equipo con disco duro,que permitiese un almacenamiento di-ferente al que se tenía.

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A finales de 1988 llega por fin unacomputadora IBM PC/ AT (marcaLTEL) con sistema operativo MS-DOS.Una nueva tarea tuvo que acometerse:el traspaso de los registros almacena-dos en una NEC mkII (S.O. CP/M 80)para una IBM PC (S.O. MS-DOS).Para ello contacté (mayo del 1989) conel Centro de Computación del Minis-terio de Relaciones Exteriores(MINREX), que poseía el programaconvertidor que se necesitaba.

Posteriormente, con los nuevos datossolicité trabajar con una IBM PC mo-delo XT en la Universidad de La Ha-bana, para lograr el pase intermedio dela base de datos que sería introducidaa nuestro equipo.

Otro cambio sustancial al que conllevóel nuevo equipo lo fue la nueva estruc-tura del Boletín Bibliográfico que con-templaba además de los artículos depublicaciones seriadas, la inserción deltipo de documento conocido como ana-líticas de libros. Para ello Eberto Cas-tillo confeccionó otro programa, peroesta vez en DBASE III.

Poco tiempo después el nombrado Sis-tema Gestor de Bases de datos Micro-ISIS apareció ante nosotros. Un totalde 17 766 registros ya tenía la base dedatos de Cultura y Arte. Nos dimos ala tarea de estudiar bien el ISIS parapoder exportar los registros deDBASE III a ese sistema. Despuésde logrado esto, se continuó un tiem-po más actualizando esa primera base,pudiéramos decir “antológica”, la quellegó a un total de 18 306 registros, yahí se quedó. Ella aparece en la Redde la Biblioteca bajo el nombre de

CULTA1 y está diseñada usando lasetiquetas del formato MEKOF-1, pri-mer formato de intercambio emplea-do en la Biblioteca dado elcompromiso que la institución tenía enparticipar en la formación de una basede datos colectiva del sistema SAI-INTERINFORMKULTURA, forma-do por países del CAME, cuya sedelo era la Biblioteca Lenin, de Moscú.En este formato fueron diseñadas,además de CULTA1, otras tres bases:BOLET que continuaba los trabajos delos boletines de cultura y arte con ar-tículos de publicaciones seriadas cuba-nas; REFER, la cual almacenaartículos de publicaciones seriadas ex-tranjeras; y CUBA, que recogía losartículos publicados sobre Cuba en elextranjero.

En la actualidad dos de estas bases sehan unificado bajo el nombre de PSAN(analíticas de publicaciones seriadas) yse ha mantenido aparte la de Cuba, re-nombrada ahora como CUBAEX, to-das pertenecientes al Departamento dePublicaciones Seriadas.

La totalidad de las bases de datos quese crearon en la Biblioteca entre 1989y 1997 fueron diseñadas siguiendo un for-mato local o propio, utilizando por su-puesto el ISIS. Un total de más desetenta, según las especificaciones delDepartamento que las solicitaba, y acu-mulan información valiosísima almace-nada en la institución, entre ellas hay quedestacar las bases que recopilan la Bi-bliografía Cubana tanto la del siglo XIX,como la de los años 1992-1993; 1994-1996 ; y 1997 del siglo XX, también la dela Bibliografía Mínima Cubana, deAraceli García Carranza, que dio lugar

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en 1997 al primer CD Rom de la Biblio-teca: Cultura cubana: una aproxima-ción bibliográfica, y muchas otras depersonalidades importantes como la deErnesto Guevara, Félix Varela, Fernan-do Ortiz, José Raúl Capablanca, ManuelCofiño... No puede dejarse de destacarel tipo de base terminológica EPIGR,que sigue actualizándose y contiene losencabezamientos de materias (epígrafes)utilizados en la institución. Así tambiénson importantes la base de la colecciónRaventós, la correspondencia de JoséLezama Lima, la cartografía cubana delsiglo XIX, etcétera.

A partir del año 1999, un salto cualita-tivo se está dando en la Biblioteca Na-cional: la aplicación del formato de

intercambio bibliográfico UNIMARCen el diseño de nuevas bases de datos.Este se conoció durante la 60 Confe-rencia de la Federación Internacionalde Asociaciones Bibliotecarias(IFLA’94), que se celebró en La Ha-bana, y fue interés de la institución suestudio y adecuación.

Ya la nueva estructura ha sido diseña-da y se denomina BMAR. De ella sedesprenderán nuevas bases. Comienzauna nueva etapa donde el camino ya seha trillado y el relevo está asegurado.Otras diecisiete primaveras sucederána las que acabo de vivir...

Gracias a todos por la ayuda brindada.

Dpto. de Automatización

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El tema de la labor a realizar con lascolecciones conformadas por ejempla-res impresos en el siglo XIX no siempre

ha sido abordado con frecuencia en labibliografía disponible a escala interna-cional, a pesar de que se trata de unsiglo en el cual se manifiestan de for-ma paralela los productos de la impren-ta manual y los de la mecánica. Comoetapa de transición presenta contradic-ciones que se reflejan con mayor agu-deza en la medida que transcurre eltiempo y motivan que haya que tomarurgentes medidas en lo que respecta altratamiento diferenciado de las produc-ciones de ese período, a pesar de no te-ner una gran antigüedad, pero sí enocasiones un alto valor bibliográfico ycomercial.

La Biblioteca Nacional José Martí du-rante la última década se dedicó a lainvestigación de las colecciones corres-pondientes a obras publicadas entre los

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

Impresos del siglo XIX en losumbrales del XXI: controlbibliográfico y custodia deun fondo de carácterpatrimonial

Olga Vega GarcíaInvestigadora de la Biblioteca Nacional José Martí

Tomado de: Histoire naturelle des espécesnovelles de singes, de Johann Baptist von

Spix, de 1823

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siglos XV-XVIII, dentro de la temática desus Fondos raros y valiosos, por tratarsede las más antiguas, no obstante, se es-tudiaron también otras de períodos pos-teriores y se hizo énfasis en perfeccionarsu control bibliográfico y su caracteri-zación partiendo del hecho de que elestudio de estas colecciones coadyuvanal descubrimiento de la singularidad deuno u otro tipo de libro hecho en unaetapa determinada del desarrollo de laimprenta.

Un ejemplo de esta labor es el trabajode diploma defendido en 1997 por laestudiante del Departamento deBibliotecología y Ciencia de la Informa-ción, Ania Alfonso Alderete, tituladoColección especial de libros del si-glo XIX atesorados en la BibliotecaNacional José Martí,1 el cual se com-plementa con la labor llevada a cabopor el Departamento de BibliografíaCubana tendiente a la actualización dela Bibliografía cubana del siglo XIX

de Carlos Manuel Trelles y Govín, va-liéndose igualmente de estudiantes dela carrera antes mencionada, median-te la cual se logró llevar a cabo el con-trol bibliográfico de lo publicado engran parte de las décadas de ese siglo,consultando para ello no solamente losfondos de la Biblioteca Nacional JoséMartí, sino de otras que se prestigianpor contar con ricas colecciones de im-presos cubanos: la de la Sociedad Eco-nómica de Amigos del País (Instituto deLiteratura y Lingüística) y la RubénMartínez Villena, de la Universidad deLa Habana.

Este trabajo se complementa tambiéncon la primera parte del repertorio con-tenido en el CD-Rom Cultura Cuba-

na: una aproximación bibliográfica,editado por la Biblioteca Nacional JoséMartí,2 el cual permitió acumular expe-riencias que sirvieron de punto de par-tida para trazar una serie de pautas aseguir en lo que respecta a la digita-lización de títulos cubanos de los siglosXVIII-XX, y, en lo que respecta al períodol801-1900 (que es de hecho el objeto deeste artículo) ofrece una síntesis de lostítulos más importantes producidos en laisla, acompañados de imágenes de susportadas, ilustraciones relevantes, o cual-quier otro elemento de interés.

Ahora, con la llegada de un nuevo si-glo se hace imprescindible profundizaren las características de estos libroscon vistas a poder identificar cuáles sonlas joyas bibliográficas que se destacandentro de una colección de por sí volu-minosa, y a priorizar las medidas a to-mar para la salvaguarda de tan valiosopatrimonio cubano.

Características generales de los im-presos del siglo XIX que se ponen demanifiesto en el estudio realizado

El siglo XIX se caracterizó por conlle-var profundas transformaciones técni-cas en el arte de la producción delibros, sustituyéndose los métodosartesanales empleados hasta entoncespor sistemas mecanizados: se inventa-ron las máquinas de componer: linoti-po y monotipo; se perfeccionaron lasprensas; se utilizó la litografía para ilus-trar los libros, lo que unido a la fotogra-fía permitió aumentar la calidad de lasilustraciones; se empleó la pulpa demadera en el proceso de fabricación delpapel y se logró la casi completa me-

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canización del mismo; incluido el pro-ceso de encuadernación.

Por otra parte, los estilos imperantes enel arte de la época se reflejaron en laspáginas de los volúmenes: neoclasi-cismo, romanticismo, realismo y artnouveau, puesto que no es posible des-vincular el libro de su entorno. En lo querespecta a la ilustración, texto e ima-gen no se integraron tanto como en épo-cas anteriores, sino que se deslindaronlas profesiones de tipógrafo y grabador.Renació la xilografía, obteniéndoseresultados más novedosos; además,junto con el grabado en cobre se uti-lizó el grabado en acero. La litogra-fía, por su parte, permitió al artistadibujar directamente sus imágenes, ayu-dó en la evolución de cubiertas artísti-cas de los volúmenes a la rústica.Luego la fotografía contribuyó a lareproducción de las ilustraciones y losprimeros procesos fotográficos permitie-ron obtener una copia más exacta dela realidad, a la vez que el uso de losmedios tonos.

En cuanto a la encuadernación se pro-dujeron cambios debido a los nuevosprocedimientos mecánicos que se co-menzaron a emplear, a la variedad demateriales utilizados y a las tendenciasdel arte, que dieron lugar a una varie-dad de estilos en las mismas. Un in-terés por la encuadernación antiguaprovocó que se hicieran copias de pro-ducciones de épocas anteriores. En lasúltimas décadas apareció un nuevotipo, la parlante, que daba a cono-cer el contenido del libro a través deimágenes en las tapas y ya a finalesdel siglo proliferó el uso de lassobrecubiertas.

En lo que respecta al papel, la sustitu-ción del papel de trapo por el de ma-dera permitió una mayor disponibilidadde materia prima coadyuvando a unabaratamiento de su costo. Sin embar-go esta se hizo menos resistente y dis-minuyó por tanto su calidad, tendiendoa degradarse con más facilidad, lo quehizo disminuir el tiempo de permanen-cia de los documentos en buen estadode conservación.

Todas estas características se ponen demanifiesto tanto en los libros cubanoscomo en los extranjeros.

Ingreso de impresos del siglo XIX alfondo de la institución

La Biblioteca Nacional José Martí sefunda con el siglo XIX, por decreto delgobierno interventor norteamericano ysobre la base de los fondos donados porsu primer director, Domingo FigarolaCaneda. Empobrecida durante los pri-meros cincuenta años de su historia, yaa partir de 1959 comienza a enriquecersu llamado Fondo antiguo con coleccio-nes compradas, donadas o recupera-das. No todos los documentospudieron procesarse en aquel entonces,concentrándose en depósitos de dondefueron extrayéndose en la medida quese contaba con personal capazde catalogarlos y clasificarlos, ya quela llegada de la producción nacional,que comenzaba a incrementarse, habíade priorizarse para llevar a cabo la com-pilación de la Bibliografía Cubana. Porotra parte, el desarrollo del país reque-ría de un urgente procesamiento de losdocumentos científicos que con muchasdificultades se obtenían en medio delbloqueo a que estaba sometida Cuba.

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La recepción de nuevas coleccionesprovenientes de personalidades de lacultura cubana, obtenidas por donacióno por compra a los familiares, continuóengrosando ese fondo, de donde hoypueden extraerse ejemplares muy va-liosos en medio de muchos otros que nolo son tanto.

En el caso de los documentos cubanossiempre resulta más sencillo sentar laspautas de una política de formación decolecciones que ayude a la selección delibros del siglo que se estudia. Para laBiblioteca Nacional todos los impresoscubanos del XIX resultan relevantes, asícomo también los de autores cubanosproducidos en el extranjero. Igualmen-te se atesoran los que tratan sobre elpaís y sus naturales. En lo que respec-ta a las bibliotecas públicas provincia-les del país, tampoco existen dudasacerca de los impresos cubanos del si-glo decimonono que deben ser ateso-rados en las Salas de Fondos raros yvaliosos de dichas instituciones.3 Noocurre lo mismo cuando se trata de li-bros extranjeros, cuyo volumen en losdepósitos es considerable y no siempreel personal está consciente de losparámetros a tener en cuenta para es-tablecer la rareza bibliográfica de unvolumen en específico.

En el trabajo de diploma de Ania Al-fonso se profundizó en los aspectos aconsiderar cuando se necesitaba con-formar una colección de impresos ex-tranjeros producidos en el período1801-1900, ya que si bien existen algu-nos estudios teóricos sobre el tema deEzcurdia,4 Breillat,5 Pinheiro,6 Brun,7

entre otros, los bibliotecarios cubanosno siempre conocen las obras de esos

autores ni tienen a su disposiciónmetodologías en castellano que ayudena conformar este tipo de colecciones.Los especialistas deben interiorizar quea la hora de incorporar libros del sigloXIX a un acervo han de tener en cuen-ta además de la importancia del autoro el tema otros aspectos como la anti-güedad del ejemplar, el número de laedición y de la tirada, si se trata de unejemplar único, numerado o fuera decomercio, si ostenta la firma de su ilus-trador, editor, autor, o cualquier otrapersonalidad relevante, la fama del im-presor, la calidad excepcional o rarezadel material escriptóreo, característicasparticulares de su formato y de su ti-pografía, presencia de ilustraciones va-liosas, de anotaciones escritas porpersonajes célebres, encuadernación yprocedencia.

Un rasgo muy particular es la existen-cia de los llamados por Buonocore8 li-bros truffés, que no son más queaquellos volúmenes a los que se les in-sertan en sus guardas o páginas manus-critos, fotografías originales, grabados,otros impresos como folletos o volan-tes, recortes de época, muchos de ellosmás valiosos por lo general que elejemplar que sirve de soporte. En lamayoría de los casos, cuando los biblio-tecarios se enfrentan a ellos por primeravez no saben qué hacer, por lo que selimitan a catalogarlos sin consignar losanexos que acrecientan su rareza.Ejemplos notables son los dos ejempla-res del Diccionario biográfico deFrancisco Calcagno publicado en NewYork entre 1878-1886, uno pertenecien-te a Vidal Morales y Morales y otro aCarlos Manuel Trelles y Govín, en elcual se mezclan recortes, fotos y ma-

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nuscritos que los convierten en piezasúnicas de gran valor. Otro ejemplo esel volumen de Carta de un america-no al español sobre su número XIX deJosé Servando Teresa de Mier (Lon-dres, 1811), que incluye apuntes ma-nuscritos y un retrato calcado en papelde China, que también fue propiedadde Vidal Morales y Morales.

Igualmente se desconocen los factoresque disminuyen el valor de un libro, ta-les como faltantes, márgenes muy cor-tados, deterioro del ejemplar debido a laincidencia de agentes físicos, químicoso biológicos, entre otros. En líneas ge-nerales no existe una preocupación porcotejar varios ejemplares de una mismaobra y mucho menos de reflejar las de-ficiencias detectadas en el registro bi-bliográfico.

Como productos de la imprenta manual,ejemplares de un mismo título no siem-pre son exactamente iguales, aun cuan-do aparentemente estén completos. Esimprescindible, por tanto, controlar to-dos los que hayan llegado hasta nues-tros días para poder seleccionar el máscompleto, que será el que deberá serdigitalizado y servirá de base para ha-cer una edición facsimilar si su valor loamerita. En ocasiones esa elección sedificulta dada la riqueza de la informa-ción que se le ha insertado al original.

Control bibliografico de ejemplaresdel siglo XIX

Como se ha comprobado en la Biblio-teca Nacional José Martí a lo largo deun decenio de trabajo de investigaciónen el campo de los libros raros y valio-sos, resulta imprescindible localizar en

una gran cantidad de obras de consul-ta la información sobre autoridades, epí-grafes de materia, historia de unadeterminada edición, fechas o cualquierotro dato que deba consignarse en loscampos que componen los registros. Nodebe olvidarse que un libro antiguo o unomoderno que se considere dentro de lacategoría de los raros y valiosos nopuede procesarse de manera simplifica-da, ni puede obviarse la acuciosa inves-tigación que ha de formar parte de ladescripción bibliográfica. Además delsinnúmero de repertorios de consultastradicionales, en la actualidad se cuentacon la rica información en formatoelectrónico que está disponible median-te la consulta en Internet, que ayudaríagrandemente a solucionar los tradiciona-les problemas de desactualización deobras de referencia que hasta el momen-to han venido confrontando los bibliote-carios cubanos, pero para ello esnecesario un adiestramiento en el uso delas nuevas tecnologías y sobre todo unequipamiento idóneo para poder navegarcon una determinada rapidez.

A nivel internacional, como parte de lalabor desarrollada para la confecciónde las ISBD se han delimitado ademásde las ISBD(M) dedicadas a la descrip-ción bibliográfica de los libros y folletos,tomadas como base para la redacciónde la norma cubana empleada para lacatalogación de ese tipo de documento,unas ISBD(A) destinadas a los impre-sos antiguos, pero como la frontera en-tre el libro producido en la etapa de laimprenta manual y la de la imprenta me-cánica es tan imprecisa, se ha decididotener en cuenta estas últimas cuando deejemplares de una gran rareza se trata,con vistas a reflejar con el ma-

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yor nivel de minuciosidad aspectos quedeben ser destacados en los registros.El empleo del formato UNIMARC a lahora de conformar las hojas de trabajogarantiza ampliar los puntos de accesoy enriquecer las posibilidades de bús-queda de la información, pero hace aúnmás complejo el procesamiento de es-tas obras.

Acceso a colecciones de libros va-liosos del siglo XIX

La llegada del nuevo milenio ha hechorenacer una serie de problemas que semantenían latentes durante el siglo XX

vinculados con las colecciones de li-bros raros y valiosos, uno de los másimportantes es el acceso a ejemplaresque por su contenido o por su valormaterial resultan muy cotizados, y quepor su escasez en el mercado sonprácticamente irrecuperables y cadadía lo serán más. Los curadores decolecciones de este tipo de documen-to deben resolver en los distintos paí-ses la contradicción que se presentaentre la necesidad de custodiar celo-samente los ejemplares y la exigenciade los usuarios de acceder a ellos parasu consulta. La adopción de medidastendientes a solucionarlas no siempresatisfacen a unos y otros, puesto queambos, desde sus puntos de vista, tie-nen la razón. Los primeros son los res-ponsables de garantizar supreservación y por lo tanto de tomartodas las medidas tendientes a lograr-lo, los segundos necesitan leer los tex-tos contenidos en los impresos y paraello exigirán por todos los medios a sualcance que se les permita esto, auna costa del deterioro progresivo de losoriginales.

Como ejemplos de volúmenes muy va-liosos se cuentan:

· Un volumen traducido al inglés, TheIsland of Cuba, del barón Alejandro deHumboldt , el cual cobra excepcionalvalor por tener anotaciones manuscritasde su autor referidas a omisiones y mo-dificaciones hechas por Thrasher duran-te su traducción, y luego otra inscripciónde don Fernando Ortiz, propietario del li-bro, acreditando que los apuntes manus-critos son auténticos.

· Lecciones elementales de la histo-ria general de los animales, de 1834,de Georges Cuvier, anotadas porTranquilino Sandalio de Noda (1808-1859), el cual es considerado porCalcagno como “una de las inteligen-cias más fecundas que ha producidonuestro país”, y por su labor científicaresulta una figura de primera línea den-tro del siglo XIX cubano. Los dos libri-llos resultan muy curiosos porque hastaen los cantos tienen notas manuscritas,resultando de interés para cualquier es-pecialista en la materia.

Si bien durante décadas en la Biblio-teca Nacional José Martí estaba abiertoel acceso a las colecciones de carác-ter patrimonial, limitándose en casosexcepcionales a la presentación de car-tas donde se hacía constar el carácterde la investigación que se llevaba acabo, en los últimos años ha tenido querestringirse cada vez más la manipula-ción de originales considerados valiosospor determinada característica, materialo de contenido. El abuso indiscrimina-do fue agravando el estado de conser-vación de éstas, a lo que se añadió lainfluencia de factores físicos, químicos

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y biológicos que motivaron que muchosejemplares no puedan ya ser ni legiblesni salvados. Por ello, a partir de sep-tiembre de 1999 se inició un procesode inscripción de usuarios que trajocomo consecuencia la definición de ca-tegorías: investigadores, profesionales yestudiantes (de nivel medio y superior).Se estableció además como categoríaespecial la del usuario honorario desti-nada a personalidades cubanas o ex-tranjeras que se han ganado esadistinción por la vinculación que duranteaños han mantenido con la institución.

Otra medida adoptada fue la elabora-ción de un reglamento para la consultade los documentos especiales, esto es,de los libros raros y valiosos, los ma-nuscritos, las fotografías originales, losgrabados, los materiales cartográficosvaliosos, las partituras manuscritas ocualquier otro que por su valor o rare-za bibliográfica merezca ser consulta-do con un mayor cuidado paragarantizar una mejor conservación.Aunque no se va a explicar al detalledicho reglamento se pasarán a comen-tar algunos de los aspectos más impor-tantes que contiene.

En primer lugar, se especifica la for-ma de acceder a los documentos me-diante la presentación de una cartaaval en la cual se precise el tipo dematerial que necesita consultar, eltiempo de duración de la investigaciónque ha de realizar, y el tema generalque va a desarrollar. Además se re-gula el traslado de los documentos aotras áreas, prohibiéndose, salvo quelo autorice el bibliotecario por una ra-zón particular. El préstamo siempre vaa ser intransferible, lo que quiere de-

cir que el usuario ha de saber que eldocumento se le entrega a él y no auna tercera persona.

Otro aspecto que se trata es el concer-niente a la manipulación de los libros opublicaciones periódicas, enumerándo-se una serie de recomendaciones sobrela base de las que se hacen en otrasinstituciones similares. Se precisa queen el caso de documentos sueltos quese encuentren conservados en sobreso cajuelas, debe cuidarse de que man-tengan la ordenación establecida, evitan-do que se mezclen los pertenecientes adiferentes colecciones. Se enumeranigualmente las sustancias u objetos pro-hibidos en el área de consulta de losdocumentos valiosos.

Como detalle de sumo interés se deter-mina no autorizar el acceso a los docu-mentos especiales con otros finesdiferentes a los de estudio, quedandoprohibida la reproducción de los mismosen cualquier soporte sin la autorizaciónexpresa del director de la institución, enel marco de la Ley de Derecho de Au-tor. En el caso de que éste autorice al-gún tipo de reproducción, la misma estarásujeta a una tarifa y un contrato espe-cial. Cualquier infracción del reglamen-to conlleva la suspensión del servicio. Enlos casos en que esta perjudique la inte-gridad del documento, la dirección se re-serva el derecho de tomar las medidaspertinentes, amparada en la legislaciónvigente en la República de Cuba.

Como un último aspecto a tratar sobreel tema se presentan una serie de con-sideraciones válidas no solamente parael personal de una biblioteca nacional,sino para cualquier especialista que ten-

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ga a su cargo una colección de docu-mentos raros y valiosos en los que se in-cluyan impresos del período 1801-1900,tanto en Cuba como en otros países.

Los especialistas han de continuar pro-fundizando en el concepto de libro raro,valioso o curioso partiendo del hechode que la carga subjetiva que conllevasu alcance motiva que lo que puede te-ner valor para un país resulte insignifi-cante para otro. Esto se debe a quecomo patrimonio nacional el libro pro-ducido en un determinado país adquie-re una relevancia que hace aumentarsu demanda y por tanto su precio en elmercado en el marco de las fronterasdel mismo, o en el extranjero, según elcaso.

Hay volúmenes que indiscutiblementeresultan muy preciosos, tal es el casode Los ingenios, de Justo Germán Can-tero, el cual en cualquier lugar del mun-do atrae la atención de libreros,bibliotecarios o estudiosos por su cali-dad tipográfica y la belleza de su ma-terial ilustrativo. A diferencia de él, unfolleto aparentemente insignificantepuede encerrar sorpresas, como porejemplo el titulado Habitantes en laLuna, de sir John Herschel, impreso enCádiz, en 1836. Antonio Palau y Dulcet,en su Manual del librero hispano-americano9 no consigna esa edición, yademás resulta muy curioso su graba-do plegable de extraterrestres, cons-trucciones y animales habitantes delsatélite de la Tierra., representados taly como lo concibió un ilustrador deaquella época.

Siempre debe tenerse en cuenta queuna colección especial se forma no so-

lamente mediante la compra o canje deejemplares raros y valiosos; en ocasio-nes entre los fondos sin procesar de unainstitución o en su mismo fondo gene-ral, existen volúmenes que por su im-portancia merecen recibir una atencióndiferenciada.

Debe continuar de forma permanenteel perfeccionamiento de los reglamen-tos, tanto los dirigidos a los usuarioscomo los de uso interno para el perso-nal en los que se indiquen procedimien-tos y limitaciones para la adecuadamanipulación de los volúmenes, dándo-los a conocer a otros especialistas comouna manera de ir logrando un consen-so a nivel nacional que contribuya cadavez más a su uniformidad, lo que evitaen mayor medida el rechazo por partede los usuarios y a veces por los pro-pios bibliotecarios.

En países de clima tropical las condicio-nes desfavorables que agudizan el de-terioro de las piezas influyen de formadecisiva en el número de ejemplaresexistentes y sobre todo en su estado deconservación. A eso se añade la caren-cia de recursos para hacer frente a otrosfactores que hacen peligrar la supervi-vencia de muchos libros, aunque algunosde los ejemplares que componen lamuestra de impresos extranjeros del si-glo XIX se encuentren en excelente es-tado de conservación por estar hechoscon papel de cuba, en los casos en losque se ha empleado papel de madera noes así, observándose un soporte muy de-gradado que requiere un tratamiento ul-terior a corto plazo.

Por lo general las encuadernacionesoriginales se han perdido por descono-

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cimiento de los bibliotecarios o de losencuadernadores del valor que puedetener el conservar, al menos de formafragmentaria, lomos, tapas o hasta cu-biertas en rústica originales de librosy folletos del siglo XIX. Resulta imper-donable sustituir unas tapas ilustradascon imágenes vinculadas al contenidode las obras que reflejan toda una épo-ca y un estilo propio, por otras, limpias,resistentes, pero sin ningún valorbibliológico.

Se ha comprobado que dentro de la co-lección de impresos del siglo XIX una se-rie de libros se han conservado deforma excelente en cajuelas de cartón,mientras que otros que no contaban conellas, presentan las tapas deterioradaspor el roce y afectadas por otros agen-tes. Esto demuestra la necesidad dedisponer de suficientes estuches ocajuelas, de ser posible confeccionadoscon cartulina o cartón libre de ácido,para ayudar a preservar mejor los vo-lúmenes.

En la colección del siglo XIX de librosextranjeros se detectaron algunos li-bros muy pequeños, por ejemplo, unaLlavecita del paraíso que mide seiscentímetros en contraposición conotros excepcionalmente grandes(Histoire naturelle des espéces

novelles de singes, de Johann Baptistvon Spix, de 1823, ilustrado con bellí-simos grabados de monos, murciéla-gos y cráneos de diversos animales),dentro de una media general que tie-ne un formato normal, lo que implicaque haya que tomar medidas especia-les al intercalarlos en la estantería, puesel primero pudiera extraviarse por suextrema pequeñez y el segundo des-borda del tamaño establecido para unaestantería normal, lo que motiva quehaya que dedicarle un lugar especial,colocando en el lugar que le corres-ponde una señalización especial.

En el caso de los libros raros y valio-sos se ha de tener un cuidado extremoa la hora de trasladar de un depósito aotro los ejemplares, al prestarlos paraexposiciones o para reproducirlos,puesto que una incorrecta manipulaciónpuede deteriorarlos aún más. Uno delos ejemplares más raros detectados esBeautiful seaweeds publicado en 1888en Paisley, del cual ya se había hecho

una edición ante-rior en l877, con 55copias de pequeñotamaño que in-cluían cada una 35ilustraciones. Deesta edición no fueposible hacer másque un número li-mitado de ejempla-res, ya que

contenían unas 40 especies de algas se-leccionadas especialmente, a partir de suestado de conservación y buen desarro-llo. Cada especie se acompaña de sudescripción , apareciendo al final instruc-ciones para montarlas y una lista com-pleta de algas marinas británicas.

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En este caso, si el volúmen se deterio-rara, el restaurador tendría que darle untratamiento particular al libro, ya quehabría que tratar el papel y además alas propias algas. Es por ello, el espe-cial cuidado que ha de dedicarse a al-gunas de estas piezas.

En todo momento se hace preciso va-lorarlos desde el punto de vista econó-mico para trazar pautas a la hora dellevar a cabo labores vinculadas conellos: encuadernación, restauración,digitalización, ediciones facsimilares,entre otras. No siempre se ha llevadoa cabo un trabajo de conservación ade-cuado en el caso de una obra excep-cionalmente valiosa, y por el contrariose ha dedicado una atención especial aun volúmen de poca importancia quepuede ser fácilmente sustituído.

Debe priorizarse la digitalización u otrasformas de reproducción de impresoscubanos y extranjeros que por su valorpatrimonial o rareza bibliográfica así loameriten. Al hacerlo debe sentarse lapauta del objetivo de la reproducción, convistas a obtener un producto estética-mente bello, pero a veces mixtificado, ouna reproducción exacta del original.

Muchas veces los usuarios solicitan re-producciones de un determinado graba-do, de una imagen de su interés.Indudablemente, el tocororo que apare-ce en la Historia física, política y na-tural de la Isla de Cuba de Ramónde La Sagra es tan impresionantementebello que resulta insustituíble, pero debensentarse las bases para que el grabadooriginal se conserve ante todo en con-diciones ideales. Es inevitable reali-zar buenas reproducciones para que

el usuario acceda a ellas y no a lasobras patrimoniales.

Los estudiantes de la especialidad, tantolos de técnico medio como los univer-sitarios han de conocer la forma deidentificar y procesar un libro raro yvalioso que por una razón u otra se en-cuentre entremezclado con otros queno lo son. Esto es aplicable al personalde las bibliotecas: selectores, cataloga-dores, referencistas, los cuales debenser capaces de sintetizar los rasgos mássignificativos en las notas de las des-cripciones bibliográficas. Se precisa, portanto, seguir profundizando sobre eltema y en particular desarrollar entre-namiento o cursos de posgrado que losadiestren en estos aspectos que resul-tan de vital importancia a la hora de to-mar decisiones, tanto más que esosconocimientos no aparecen contenidosen los programas de estudio depregrado de la carrera.

En conclusión, las expectativas de téc-nicas fabulosas que permitan el resca-te de lo ya perdido: ejemplaresmutilados, calcinados, hacen que mu-chos bibliotecarios guarden los libros,folletos o publicaciones periódicas muydeteriorados, esperando tiempos mejo-res, sin tener conciencia que cada añoque transcurra el daño es irreversible.Otros, más previsores aún, se han vol-cado en el control bibliográfico a nivelanalítico para tratar al menos de con-servar el contenido del original si encaso extremo se perdiera éste.

La climatización de los depósitos de lasbibliotecas, empresa a que está volcadala Biblioteca Nacional, si bien constitu-ye un logro, no en todos los casos solu-

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ciona las lagunas que inevitablemente sevan a producir en algunos fondos en losdecenios que se avecinan. Igualmenteocurre con la permanencia de la infor-mación contenida en microformas y for-mato electrónico. Junto a una políticatendiente a la preservación de los origi-nales se ha de seguir paso a paso el com-portamiento del estado de conservaciónde las copias que se realicen para evi-tar el tener que enfrentarse al hecho decontar con reproducciones que cuandovayan a consultarse estén ya deteriora-das. Además no se puede olvidar que lasmicrofotografías e imágenes digitalessalvan el contenido pero no la forma.

En ningún momento los curadores pue-den confiarse, aun en el caso de quecuenten con las condiciones óptimas dealmacenamiento y con recursos ilimita-dos de todo tipo. La responsabilidad develar por el tesoro que está en sus ma-nos es demasiado grande como paracorrer el riesgo de perder originales deun valor inconmensurable.

Originales que pasaron por las manos deDomingo Figarola Caneda, de Francis-co de Paula Coronado o de otros biblio-tecarios cubanos a lo largo de estos cienaños merecen perpetuarse junto con losque enriquezcan progresivamente losdepósitos constituyendo un tesoro quea la llegada del 2101 dé a conocer a lasfuturas generaciones un patrimonio dealcance nacional e internacional, peropara ello es imprescindible contar con unrelevo cada vez más profesional, quesobre la base de las experiencias acu-muladas, sea capaz de dedicar todo suamor y sus esfuerzos a dar a conocerla incalculable riqueza que se encierrandentro de las paredes de la institución.

Notas

1 Alfonso Alderete, Ania. Colección especialde libros del siglo XIX atesorados en laBiblioteca Nacional José Martí / Ania AlfonsoAlderete ; Tutora Olga Vega García . — 1997.— l vol. (s.p).2 Biblioteca Nacional Jose Marti. CulturaCubana : una aproximación bibliográfica. — LaHabana : Cronodata, 1998. — 1 disco compacto: col., son.3 Vega Garcia, Olga. Formación de colecciones deimpresos de carácter patrimonial en las bibliotecaspúblicas cubanas. Bibliotecas (La Habana) (1-2):4-12; en.-dic. 1996. [i.e. abril de 1998].4 Ezcurdia y Vertiz, Manuel de. Las Coleccionesespeciales. / Manuel de Ezcurdia y Vertiz,Margarita Maass Moreno. — México : SEP,Dirección General de Bibliotecas, 1987. — 113p. ; 21 cm. — (Temas de Bibliotecología ; 5)5 Breillat, Pierre. La Seccion de obras raras yvaliosas en las bibliotecas. Boletín de la Unescopara las Bibliotecas (Paris) Parte 1 : 19 (4):178-200 ; jul.-ag. 1965. Parte 2 : 19 (5):259-272; sept.-oct. 1965.6 Pinheiro, Ana Virginia Teixeira da Paz. Que èlibro raro? : unametodologia para oestablecimiento de criterios de rariedadebibliografica. — Rio de Janeiro : PresencaEdicoes ; Brasilia : INL , 1989. — 71 p.7 Brun, Robert. La Constitution des reserves etles criteres qui peuvent servir a selectionner lesouvrages preciex. LIBRI (Copenhagen) 4 (3):241-247; 1954.8 Buonocore, Domingo. Diccionario deBibliotecología : términos relativos a labibliología, bibliografiafía, bibliofilia,biblioteconomía, archivología, documentología,tipografía y materiales afines. — 2ª ed. — BuenosAires : Marymar , 1976. — 465 p. — (ColeccionBibliotecología).9 Palau y Dulcet, Antonio. Manual del librerohispanoamericano. — 2ª ed. corr. y aum. — Barcelona: Anticuaria de Palau, 1956. — 1022 p. : il.

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Unaenciclopediade la culturacubana

Rafael Acosta de ArribaInvestigador histórico y presidente del Consejo

Nacional de las Artes Plásticas

En distintos momentos, contextos ydesde diferentes ángulos de análisis,algunos de los más eminentes críticosliterarios de nuestra lengua,Octavio Paz, RobertoFernández Retamar y EmirRodríguez Monegal, entreotros, han coincidido enafirmar que la historiade la literatura moder-na coincide con la delas publicaciones pe-riódicas.

Es decir, las revis-tas han jugado, yjuegan, un papeldeterminante enel estudio del movi-miento de las ideas, del pulsoa la creación literaria y de la crítica,por supuesto, concebida también la crí-tica como creación y como pensamien-to. En el caso de Cuba es sumamentecurioso cómo en un final de décadasignado por una severa crisis económi-

ca que determinó una gran depresiónde la industria del libro, en ese mismoperíodo han surgido y resurgido nume-rosas revistas culturales, como nuncaantes en la centuria.

Muchas son las virtudes de la Revistade la Biblioteca Nacional JoséMartí, la más antigua de las publicacio-nes especializadas del país (con el per-miso de los colegas de la Revista dela Universidad de La Habana).

Entre esas virtudes que hace trascen-dente una publicación periódica una delas más importantes es, sin duda algu-na, su permanencia en el tiempo. Si estapermanencia alcanza virtualmente lacenturia se puede decir con todo dere-cho que se trata de una particular lon-gevidad.

No haré con estas palabras la his-toria y el recuento que ya

en la “Introducciónal Índice de la re-

vista de 1909-1969” hiciera de

forma insuperable unode sus directores y que,

posteriormente, cada cin-co años, en cada actualiza-

ción de dicho Índice... harealizado de forma acuciosa

y cumplida, la bibliógrafa dela revista, Araceli García

Carranza. Tampoco repetiré elo-gios que de manera muy sentida

escribieron en el número delochenta aniversario de la publicaciónhombres y mujeres muy vinculadas asu existencia como Graziella Pogolotti,Hortensia Pichardo, Salvador Bueno,Argeliers León, Francisco Pérez

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Guzmán y Luis Suardíaz. De igual for-ma, no caeré en la tentación de citarlas firmas más prestigiosas que hanhonrado la publicación en sus nuevedécadas de vida, pues ¿quién puede dis-cutir que en la nómina de la Revistaestá lo que más vale y brilla de nues-tra intelectualidad a lo largo del presentesiglo?

Por otra parte, ningún tema del amplioespectro cultural cubano y universal haquedado fuera de las páginas de la Re-vista. Acaso algunos han sido menosabordados que otros pero siempre, enel peor de los casos, entrevistos. Sussecciones, crónicas y reseñas, han com-pendiado el acontecer cultural na-cional e internacional, ypor supuesto, elde la pro-pia institu-ción.

Más bienintentare ano-tar algunasideas, garabatearun puñado de re-flexiones, en unmomento de re-cuento tan especialcomo el cumpleañosde secularidad de la Bi-blioteca Nacional JoséMartí.

La Revista de la Biblioteca NacionalJosé Martí se adentra en una zona pro-funda en la que, por lo general, cuandose incursiona, sean obras artísticas, co-rrientes de ideas, costumbres u otra ma-nifestación humana y social y social, lo

hace para quedarse en la cultura de suspueblos: la tradición.

Y las tradiciones, como la savia de lasnaciones, son destino; su función esúnica e irremplazable en la personali-dad de un pueblo, es ser. Más explíci-to, en el pensamiento cubano, en suhistoria literaria, la Revista ya es tra-dición, es un saber pergeñado por es-tilos, temperamentos, épocas, cambiospolíticos y sociales, tendencias artísti-cas y rupturas de toda índole en nues-tra cultura; es conocimiento clásico, eshistoria.

Las tradiciones son búsquedas febrilesque los pueblos hacen de sus propiashuellas, de su ser mismo, una perse-cución consciente e inexorable desu sino. A su vez, en arte, lasobras persistentes se conviertenen algo inasible pero imposiblede desdeñar: en tiempo.

En el panorama del pensa-miento cubano actual, seafilosófico, antropológico,culturológico, historiográ-fico, poético o político,son muy necesarias laspublicaciones periódi-cas que exhiban la

evolución y movimientode ese pensamiento, su espíritu y

hondura crítica, sus fuentes y afluen-tes culturales y su madurez.

En el mundo globalizado de la rectafinisecular los pulsos y enfrentamientosde las ideas son esenciales para cono-cer por dónde se mueven procesos queen otras áreas, mercantiles, ¿más-mediáticos?, tecnológicos y de poder

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político, se enrumban hacia unhegemonismo de unos pocos sobre lamayoría de la humanidad. Las ideas sonpues, solitarios rayos de luz en la den-sa penumbra que ha significado el granmito de Occidente: la idea del Progre-so. En otras palabras, se desplazan lasbatallas de las ideas y, en estas discu-siones y polémicas, las revistas de pen-samiento tienen que actualizarse parano perecer entre urdimbres de telas dearaña y mugres teóricos.

Esta publicación ha tenido un signo dis-tintivo, el saber. En sus distintas épo-cas (o series) ha sabido –en unas másque otras– ofrecer un panorama de lacultura nacional fragmentado en eltiempo. Siempre con una tendencia ahurgar en el pasado, una suerte de vo-cación por ese tiempo que con frecuen-cia resulta el más impredecible detodos. Y es que, como ya se ha dicho,el pasado es función del futuro y esavoluntad de ir hacia las raíces de la pu-blicación debe ir acompañada, para noperderse en las raicillas, en el examencrítico del presente.

La publicación ya no es la misma de laprimera década del siglo pasado. Hacambiado porque han cambiado su en-torno, la cultura cubana –su blanco porexcelencia– y también sus protagonis-tas, los escritores, pensadores y artis-tas. El mismo hecho del abrupto cambiosocial y político de enero de 1959, pro-vocó en la publicación una metamorfo-sis fácilmente apreciable en suitinerario. Hoy se impone producir unnuevo cambio.

Pienso que este debe estar dado por lanecesidad de que la publicación se lan-

ce a la búsqueda y conquista de nue-vos lectores, de nuevos colaboradores,de ganar, en fin, una nueva dimensiónintelectual. Vista longitudinalmente, noadmite discusión que es una publicaciónde primer orden en la familia de revis-tas cubanas y esto, vale subrayarlo, noes poca cosa, pues nuestro país se hacaracterizado desde el pasado siglo porgestar publicaciones periódicas de ex-celente factura.

Vista en el momento actual, la publica-ción está en una encrucijada que pue-de resultar decisiva para su presentemás inmediato: o se transforma o duer-me de vejez y bostezos.

Hace más de treinta años cuandoJuan Pérez de la Riva en rico recuen-to celebraba las seis décadas de suexistencia de la publicación, afirma-ba: “La Revista ha llegado a su sexa-gésimo aniversario, más joven, vivaz,más prolífica que nunca; pero nece-sita cambiar [...] la historia de la Re-vista refleja en su propio cristal laevolución de la superestructura cuba-na del siglo XX”.

Es aquí donde está la clave del recla-mo que hago un tercio de siglo despuésdel realizado por Pérez de la Riva: esnecesario cambiar ahora, en el 2001.Es necesario, pues, que la Revista nomuera, que siga existiendo no sólocomo publicación insignia de la Biblio-teca Nacional de Cuba, sino como pu-blicación de pensamiento que deberecoger en sus páginas lo mejor de lasindagaciones, búsquedas y compila-ciones de nuestros especialistas e inte-lectuales. No se puede permitir quemuera porque ella posee su propia luz

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y memoria, porque ella es tradición ytestimonio, presencia y razón.

La Revista debe ganar en modernidadsin perder su carácter de publicaciónespecializada y docta. Puede y debeseguir ilustrándose con viñetas y gra-bados de los libros raros y valiosos queatesora la institución, puede y debe se-guir publicando bibliografías y reperto-rios elaborados por sus especialistascomo forma principal de valorar el que-hacer de la Biblioteca Nacional y de dara conocer sus valiosos fondos docu-mentales, puede y debe mantener suestilo austero y sobrio tanto en la for-ma como en el contenido, pero lo quedebe cambiar y ganar no está en esosatributos sino en su audacia, en su va-lor crítico y polémico como expresióndel pensamiento cubano en un momentotan delicado como el que vivimos.

El riesgo es parte esencial de nuestrahistoria por lo tanto debe caracterizar asu pensamiento en un minuto en que setransita por el filo de una navaja.Riesgoso fue en su momento el pensa-miento de Varela, Céspedes, Martí yMella; en su momento también el deCarpentier, Lezama y Guillén. Esencial-mente cubana en su tronco, sus ramasse han nutrido de la mejor de la literatu-ra universal, tal como quería Martí quefuesen nuestras repúblicas americanas.

En fin, la Revista puede y debe ganarun nuevo espacio intelectual y con ellonuevos colaboradores y nuevos lectores.

Fue Araceli García Carranza la queacuñó la frase de “enciclopedia de lacultura cubana” y, en efecto, eso es laRevista en su extensión, una suma desaber erudito, un caleidoscopio delquehacer cultural del país en el pre-sente siglo.

Estoy convencido de la voluntad delactual director de la Biblioteca, EliadesAcosta Matos, de darle un nuevo im-pulso a la publicación. Gracias a esetesón han salido los últimos tres núme-ros después de un largo vacío impues-to por la crisis económica iniciada enlos noventa. Se hizo renacer a la Re-vista de forma modesta, en cuanto a sufactura y presentación, pero con el mé-rito esencial de que sobreviviera.

Ahora corresponde insuflarle vitalidaden sus contenidos, gestar una nuevaépoca, modernizarla, que sea vehículodel talento indiscutible que en materiade pensamiento, vitalidad intelectual,existe en nuestro país y en la propiaBiblioteca Nacional José Martí.

Que esta nueva Revista sea el mejorregalo que a sí misma se otorgue la ins-titución en su centenario.

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Elpatrimoniodocumental:difusión,protección ydefensa

Alicia Sánchez

Toda nación desea conservar los testi-monios escritos de su historia, de su li-teratura y de su desarrollo cultural, enel sentido más amplio, ya que estos do-cumentos transmiten de generación engeneración el sentimiento de su unidad,de su creación y de su identidad.

La Oficina de Patrimonio Bibliográficofue creada en el año 1998, entre lasnuevas proyecciones de la BibliotecaNacional José Martí, con el propósitode asegurar la protección y fomento dela cultura nacional, garantizar la peren-nidad de la herencia cultural y servir decustodio de los documentos de la cul-tura cubana.

Garantiza con su labor que todas las edi-toriales, instituciones y otras entidadesnacionales, provinciales y locales envíena la institución todas las publicaciones eimpresos cubanos para garantizar el ate-soramiento del patrimonio bibliográficode la nación.

Con los autores, músicos, pintores, ar-tistas, científicos, etcétera se lleva acabo una intensa labor de promociónpara que depositen sus obras y de estaforma garantizar que las coleccionesmás relevantes se atesoren en la Biblio-teca, ya que como centro depositario,organizador y divulgador del patrimoniobibliográfico del país, es la encargadade desarrollar la colección cubana, enforma exhaustiva, para que refleje fiel-mente el desarrollo científico-técnico ycultural del país.

Por diferentes vías se adquieren libros,folletos, catálogos de exposiciones, pro-gramas de espectáculos, publicacionesseriadas, planos, mapas, guías turísticas,obras musicales impresas, materialesgráficos, fonogramas, CD Roms, publi-caciones en Braille y otros portadoresdel conocimiento.

Es necesario que los escritores y artis-tas cubanos se sensibilicen con esta la-bor y contribuyan permanentemente alenriquecimiento del patrimonio culturalcon el envío de sus publicaciones a laBiblioteca Nacional.

Primer impreso cubano conocido (1723)

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Se ha instituido un homenaje a los au-tores que sean distinguidos con los Pre-mios Nacionales de Literatura y deCiencias Sociales, y se divulgan susobras a través de exposiciones en elcomplejo de galerías El reino de estemundo.

Con una correcta valorización especia-lizada la Oficina de Patrimonio Biblio-gráfico, asegura que no salga del paísningún impreso que pueda afectar elcompletamiento del Patrimonio Nacio-nal y facilita que los decomisos por elincumplimiento de las disposiciones vi-gentes engrocen los fondos de la insti-tución.

La Biblioteca tiene conciencia de quees depositaria de este patrimonio ennuestro país y de la responsabilidad quetiene de enriquecerlo por lo que solici-ta la cooperación de nuestros autoresy de las instituciones culturales, en es-pecial de la Unión de Escritores y Ar-tistas de Cuba, la Brigada HermanosSaíz, y otras, para que contribuyan a suenriquecimiento y al cumplimiento de supapel principal como memoria viva dela cultura cubana y de lo más represen-tativo de la cultura universal.

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Uno de los más tristemente célebrescapitanes generales españoles que go-bernaron con mano de hierro a la islade Cuba durante los 406 años y dosmeses que duró el dominio colonial, lofue, sin dudas, don Miguel Tacón yRosiques, lúcido y eficiente servidor dela corona, especialmente en lo relacio-nado con cortar de raíz las ansiaslibertarias de la naciente nación cubana.

El mandato de Tacón se extendió en-tre 1834 y 1838 y coincide con él la apli-cación por España del régimen de lasfacultades omnímodas en su levantiscacolonia, o lo que es lo mismo, el tramomás oscuro de la larga noche que fuela opresión colonial; la negación de to-das las libertades posibles; la aniqui-lación de los más tenues gérmenes decultura o pensamiento propio. No porcasualidad había experimentado en supersona este leal servidor de la coro-na, durante su anterior mandato como

Gobernador de Popayán, en la NuevaGranada, lo que significaba un pueblodecidido a ser libre.

Tacón fue uno de los militares derrota-dos por el empuje de las huestes deBolívar. La imposibilidad de someter porlas armas a los patriotas americanos lollevó a concluir que el único camino po-sible para prolongar el dominio en la re-gión pasaba por la necesidad de ahogaren la cuna cualquier intento paravertebrar un pensamiento y una cultu-ra propios. Con especial lucidez y ol-fato represivo entendía Tacón que delautorreconocimiento como nación, alinicio de las luchas por la emancipación,mediaba muy poco. “Ya lo dicen lasSagradas Escrituras: –debió de pensarsu Excelencia, el Capitán General– pri-mero fue el Verbo...”.

La alineación de Tacón al lado de lossectores culturales más retrógrados y

* Palabras pronunciadas el 27 de mayo en la inauguración de la XXX Reunión Anual de la Asociaciónde Bibliotecas Universitarias, de Investigaciones e Institucionales del Caribe (ACURIL), celebrada enLa Habana.

Centenario de la BibliotecaNacional José Martí, deCuba: las lecciones de lahistoria*

Eliades Acosta MatosHistoriador y director de la Biblioteca Nacional José Martí

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reaccionarios de La Habana de enton-ces lo llevó a apoyar, de buen grado ycon júbilo, la prohibición de que se crea-se una Academia Cubana de Literatu-ra. La lucha pública generada alrededorde este tema, nada literario por cierto,ha de decirse en honor a Tacón, pro-vocó una orden de destierro de por vidacontra José Antonio Saco, no sólo unode los más profundos pensadores cu-banos del siglo XIX, sino uno de los po-cos que pudo haber ayudado a crear unpensamiento nacionalista conservadorcontrapuesto al aún incipiente pensa-miento independentista cubano. En estecaso, como suele ocurrir, la obcecacióne intransigencia desde el poder absolu-to y el hegemonismo, sólo condujeronal desastre. Precisamente con este tér-mino se asoció, en 1898, el fin del do-minio colonial español sobre sus últimascolonias en América y Asia.

Si bien no pudo impedir Tacón el as-censo de los ideales independentistasde los cubanos, dejó para la posteridaduna de las más exactas definicionesposibles del alma de los pueblos ame-ricanos, y muy especialmente del nues-tro: “Que los naturales de Américatienen, por lo general, una propensiónirresistible, puede decirse innata einusuada en la masa misma de la san-gre, a sacudirse la dependencia denuestro gobierno, es una verdad de laque nadie ha dudado sinceramente”.1

El ascenso del ideal nacional, en el casocubano, evidencia que el desarrollo delarte, la literatura, las ciencias, y todaforma del saber, son antecedentes in-mediatos de la independencia; formaspreparatorias para el ejercicio de la so-beranía y el autogobierno. A un pueblo

capaz de producir, desde sí mismo, unpensamiento original y distintivo no hayfuerza humana capaz de mantenerlobajo el yugo, ni medida, por coercitivaque sea, que pueda vetar su acceso ala libertad y la autodeterminación. Noes casual en la historia de la humani-dad que, ante la rotunda evidencia deestas verdades ancestrales, todo poderdominante asentado sobre la injusticia,haya intentado aplicar políticasdiscriminatorias sobre la educación y lacultura para perpetuarse.

Si en la creación, el arte y la literaturatiene la nación su reducto resistentecontra toda dominación foránea, cues-ta trabajo entender la historia del sur-gimiento de la Biblioteca Nacional deCuba, suceso del cual conmemorare-mos su centenario el próximo 18 de oc-tubre. Las circunstancias que rodearoneste hecho merecen ser recordadas.

En 1898, tras treinta años de lucha casiininterrumpida contra España, los cuba-nos se encontraban a punto de quebrarla resistencia colonial. La metrópoli,desgastada por una guerra no sólo rui-nosa, sino también impopular y caren-te de justificación moral, se hallaba aun paso del colapso final. Lo que no eramás que una cuestión de tiempo, sufrióun cambio radical al entrar en escenaun nuevo actor: con la extraña explo-sión del crucero acorazado Maine enla bahía habanera, el 15 de febrero deese año, a las 9 y 40 de la noche, y conla pérdida de 266 vidas de marinos nor-teamericanos, el gobierno de WilliamMcKinley decretaba la guerra a Espa-ña, no sin antes declarar a la opiniónpública internacional, y en primer lugar,de su propio país, que “[...] el pueblo

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de Cuba es, y por derecho ha de ser,libre e independiente [...]”. En estostérminos exactos recogió la ResoluciónConjunta del Congreso de los EstadosUnidos, fechada el 19 de abril de eseaño, y refrendada con la firma del Pre-sidente esa misma madrugada la con-ducta a seguir ante la isla rebelde, cuyaepopeya tantas simpatías levantaba en-tre el pueblo norteamericano.

El 25 de abril de 1898 comenzaba unaguerra corta, de apenas tres meses deduración, pero cuya larga sombra no hadejado de proyectarse desde entoncessobre la relación que une a los paísesinvolucrados. En ella pelearon juntos,codo con codo, cubanos y norteameri-canos, derramando su sangre por loque era, según se repetía incansable-mente, por la prensa de la época, unaguerra justa. Y en rigor lo era, sólo quepara los que tomaban las decisiones fi-nales en este asunto; para los defenso-res de la expansión imperial a cualquierprecio, aquel conflicto no significó másque un medio lícito para apropiarse deCuba, Filipinas y Puerto Rico.

La Guerra Hispano-Cubano-America-na concluyó con la ocupación militar deCuba por tiempo indefinido. El EjércitoLibertador cubano, a cuyo esfuerzo sedebió gran parte del éxito de la cam-paña contra España, no sólo fue impe-dido de entrar a las ciudades que habíacontribuido a tomar, sino que fuedesmovilizado sin haber culminado lalabor redentora a la que lo había con-vocado el pensamiento martiano, y elgenio militar de Gómez y Maceo. El 1de enero de 1899 fue definitivamentearriada la bandera española en Cuba;al izarse la norteamericana no se cum-

plían los sueños del pueblo cubano, sinoque comenzaba un período de incerti-dumbre y angustias ante el futuro, ymuy especialmente, ante la propia su-pervivencia de la nación y la identidadcultural de los cubanos.

La labor de desmantelamiento de lacubanía, en aras de facilitar la labor deamericanización progresiva de la socie-dad y las costumbres del país encon-traron obstáculos mucho mayores quelos esperados. El sueño de losanexionistas nacionales y foráneos, apesar de que todas las instituciones dela vida social se hallaban en manos demilitares extranjeros, no se veía cerca-no. De nada valió llevar a grandes con-tingentes de maestros cubanos a pasarcursos de verano en Harvard, ni excluirde la vida pública a todos los patriotasque se negaban a dar su concurso alentreguismo. La visita fugaz de JoséIgnacio Rodríguez a Cuba, en funcio-nes de proselitismo para su idealanexionista, y su estrepitoso fracaso,despreciado e ignorado por la opiniónpública nacional, constituyeron una prue-ba más de que la inmensa mayoría delpueblo seguía aferrado al idealindependentista, como a una frágil tablade salvación en medio de la borrasca.

Tras las tropas de ocupación norteame-ricanas llegó un verdadero ejército deaventureros y negociantes, mucho mástemible y mortífero que el otro, decidi-do a lucrar a cualquier precio con lasriquezas nacionales. La paulatinamarginación de los cubanos de todas lasesferas de la vida social se reflejó tam-bién en la vida cultural; baste decir quelos programas de estudio de las escue-las fueron reformados de acuerdo al

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patrón norteamericano. Se estableció elestudio obligatorio del inglés y de la his-toria de los Estados Unidos, antes queel de la historia universal o de Cuba.Repitiendo procedimientos que los cu-banos creyeron desterrados para siem-pre al concluir el dominio colonialespañol, las autoridades del Gobierno deocupación no sólo clausuraron y cen-suraron periódicos que se oponían a susintereses, como ocurrió con el periódi-co El Reconcentrado de RicardoArnautó, por la Orden Civil del 1 deagosto de 1899, firmada por el Ayudan-te general H. L. Scott, sino que decre-taron el arresto de todos sus periodistas“[...] por ofender a las autoridades es-tablecidas en la ciudad y a las mejorespersonas de La Habana”, forma deli-cada para definir a quienes se oponíanal ideal patriótico.

En medio de tales circunstancias, en1901, un grupo de intelectuales patrió-ticos, muchos de ellos colaboradorescercanos de José Martí y que en sumayoría había regresado del exilio enlos Estados Unidos, fundaron la JuntaOrganizadora de la Biblioteca y Mu-seo Nacionales de la isla de Cuba. En-tre estos precursores se encontrabanDiego Tamayo, Vidal Morales, JulioPonce de León, José Dolores Poyo,Néstor Carbonell, Manuel Sanguily yEnrique José Varona. Los esfuerzosde dicha Junta no lograron la movili-zación de la opinión pública nacionalalrededor de un tema de candente im-portancia como era este, pero senta-ron el precedente de que los másesclarecidos patriotas y pensadorescubanos del momento se encontrabanocupados en el estudio de medidasconcretas que impidiesen la absorción

cultural de la nación cubana y laanexión que se cernía sobre la isla. Laidea de crear instituciones nacionales,encargadas de la custodia y promociónde la herencia histórica y cultural delpueblo cubano, adquiría, de esta ma-nera, un significado tan valioso y pa-triótico, como lo había sido cargar almachete contra las huestes enemigasdurante los largos años de la lucha porla independencia.

En medio de este panorama amenaza-dor para nuestras esencias nacionales,y muy especialmente para la perdura-bilidad de nuestra cultura, Gonzalo deQuesada y Aróstegui, el discípulo que-rido de Martí y su albacea literario,quien se había desempeñado como re-presentante de Cuba en Armas ante elGobierno de Washington, y como buenconocedor de la forma de pensar y ac-tuar de los políticos y militares norte-americanos, logró una promesa verbaldel Gobernador Militar de ese país enCuba, encaminada a crear la tan anhe-lada Biblioteca Nacional. En esto debeverse un servicio a la patria de unamagnitud similar a todos los que Gon-zalo de Quesada rindió como secreta-rio del Partido Revolucionario Cubanoen los tiempos gloriosos en que Martíera su delegado.

El general y doctor en Medicina, porla Universidad de Harvard, LeonardWood era en aquel momento el go-bernador militar de los Estados Uni-dos en Cuba. Ex médico personal delpresidente McKinley, y en conse-cuencia, muy vinculado a los círculosde poder que habían desatado la gue-rra, era Wood un hombre ilustrado, locual lo hacía especialmente peligro-

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so por su decidida defensa a laanexión de la Isla por los EstadosUnidos. A pesar de haber estado en-tre los desembarcados por Daiquirí, aloriente del país, en la primera oleadadel Quinto Cuerpo, bajo la protecciónde las tropas mambisas, Wood no sim-patizaba para nada con los cubanos, aquienes consideraba un pueblo degra-dado e incapaz de autogobernarse. Nofue casual que la tropa puesta a sumando en aquella conflagración hayasido la de los Rough Riders, una es-pecie de legión extranjera formada porvaqueros, indios, estudiantes de lasprincipales universidades norteameri-canas y aristócratas, y cuyo segundoal mando era, nada menos queTheodore Roosevelt.

La política seguida por los goberna-dores militares norteamericanos enCuba, con algunas excepciones, ha-bía sido la de esperar pacientementea que estuviesen creadas las condi-ciones para realizar el traspaso delpaís a la jurisdicción de los EstadosUnidos. La existencia de sentimien-tos mayoritarios entre la poblacióncubana contrarios a la anexión; lapresencia de miles de patriotas quehabían peleado contra España, y queen consecuencia, se hallaban prepa-rados para combatir; la existencia degrandes cantidades de armas ocultas,que no se entregaron cuando ocurrióel licenciamiento del Ejército Liberta-dor, y el inicio de la guerra entre losEstados Unidos y los patriotasfilipinos, en febrero de 1899, fueronalgunos de los factores que se con-jugaron para aconsejar a las nuevasautoridades de ocupación que debíanobrar con prudencia y cautela.

Junto a los inversionistas foráneos arri-bó también una gama de representan-tes de las más variadas iglesiasnorteamericanas, deseosos no sólo desalvar almas, sino también de asegurar-se un espacio en una isla ubicada a 180kilómetros de la costa de los EstadosUnidos, y que había estado cerrada du-rante siglos a otras iglesias diferentesa la Católica. Los misioneros que arri-baban a Cuba por entonces, venían im-buidos, en su mayoría, por el deseo decontribuir a lo que un humorista norte-americano de entonces llamó, irónica-mente, “la asimilación benévola”, o loque es lo mismo, la transmisión de va-lores y actitudes que marchasen en lamisma dirección que los deseos de loscírculos anexionistas estadounidenses.

A pesar de tantas influencias dispersivasy lesivas a la identidad cultural del pue-blo cubano, la resistencia a esta invasiónde terciopelo, enmascarada frecuente-mente en obras de saneamiento y crea-ción de infraestructuras que se pagabancon las rentas de las aduanas cubanas,fue enconada. Cuando en el propio añode 1899 el periodista norteamericanoJosé de Olivares escribió un texto parael libro Nuestras isla y sus pueblos vis-tos por la cámara y la pluma (N. D.Publishing Co,1899) tuvo que reconocer,con amargo acento, que “[...] los turis-tas norteamericanos que llegan a Cubaperciben que la isla no ha sidoamericanizada como ellos creían. Lagran masa de los habitantes hablan es-pañol, y esto es un obstáculo para los vi-sitantes que llegan de los EstadosUnidos”.

En este contexto de reñida lucha entrelos planes para el logro de la anexión

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voluntaria de Cuba a los Estados Uni-dos, y la resistencia patriótica de loscubanos a tales planes, nace la Biblio-teca Nacional de Cuba, signada desdeentonces por la firme decisión del pue-blo cubano a perpetuarse como lo quees, una nación viva y tenaz, celosa desu libertad, independencia e identidadcultural; abierta al mundo y a la cultu-ra universal con la misma vehemenciacon que se halla y se mantendrá cerra-da a todo intento por conquistarla oanularla.

El 18 de octubre de 1901, mediante Or-den Militar del Gobernador LeonardWood, publicada el 30 de octubre deese mismo año en la Gaceta de LaHabana, es nombrado como directorde la Biblioteca Nacional de Cuba, conun sueldo anual de $1 800 pesos (a ra-zón de $150 pesos mensuales, que erael salario de un traductor norteameri-cano de entonces) el gran patriota y bi-bliógrafo cubano Domingo FigarolaCaneda, de quien escribió José Martí,al dedicarle un ejemplar de su traduc-ción de la novela Ramona “[...] paraDomingo Figarola, que tiene su fuerzaen el corazón”.

Realmente poco importaba, comparadocon lo que estaba en juego, el salarioescaso, ni la falta de local y libros, puesno se contemplaban tales gastos en laOrden de Wood. Tampoco que se des-tinara salario para contratar el perso-nal requerido para esta tarea. Pocoimportaba que el señor gobernador mi-litar, con tales “olvidos”, estuviese de-mostrando el escaso interés y ningunasimpatía por una labor de carácter cul-tural como aquella, ni que esperase elfracaso de aquella empresa, a la que

había condenado a morir de inaniciónal nacer, al negarle los auxilios más ele-mentales. Lo importante, lo que debióde llenar de emoción y entusiasmo a loscubanos de entonces, y muy especial-mente a quienes estaban conscientes deque la lucha por la identidad y la sobe-ranía pasaba por el terreno de la cultu-ra, las ideas, y la preservación de lamemoria histórica y el patrimonio bi-bliográfico de la nación, habían logra-do una importante victoria con lacreación de aquella biblioteca.

Y si la creación de la Biblioteca Na-cional fue una batalla importante gana-da por los que esperaban y trabajabanpor ver a Cuba definitivamente libre ysoberana, la designación de FigarolaCaneda como su primer director garan-tizó la derrota definitiva de los planesque encarnaba Leonard Wood. Nacidoen Cuba, en 1852, año de gran agita-ción política en la lucha contra la me-trópoli, sintió desde muy jovensimpatías por la causa de la indepen-dencia, siendo, como fue, alumno deaquellos magníficos colegios cubanos alestilo de “El Salvador”de Luz y Caba-llero o el de Mendive, teniendo, comotuvo, entre sus compañeros de aula aVarona. Fue uno de los estudiantes demedicina sobrevivientes a la masacredonde murieron fusilados por las auto-ridades españolas ocho de sus condis-cípulos, el 27 de noviembre de 1871, ya los que el joven Martí llamó, en unode sus más dramáticos versos “[...] ca-dáveres amados los que un día, ensue-ño fuisteis de la Patria mía [...]”.Dedicado al periodismo, primero en LaHabana y luego en París, mantuvosiempre su talento al servicio de los in-tereses cubanos, y se destacó por ejer-

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cer una labor constante de defensa ypromoción del ideario independentistadesde el exilio. Encarnaba el espíritu deaquellos cubanos de claras luces y co-razones encendidos por la libertad, queregresaron del exilio más cultos y máscubanos que cuando se vieron obliga-dos a partir.

La Biblioteca Nacional fue ubicada,inicialmente, en un reducido espacio de225 metros cuadrados, en el Castillode la Fuerza, antigua fortaleza españo-la, de muros gruesos y ambiente húme-do, muy apropiado para acabar con lospocos libros con que inició sus fondos.Y aun estos primeros tres mil volúme-nes, debemos decirlo, fueron donadospor el mismo Figarola Caneda de su bi-blioteca personal. Secundado por suesposa, la señora Emilia Boxhorn, y porsu fiel compañero Carlos Villanueva,realizó Figarola Caneda una labor fun-dadora que aún asombra, propiciandoque el pueblo cubano donase libros yotros materiales para su Biblioteca Na-cional, como mismo había donado fon-dos destinados a comprar balas y riflespara el Ejército mambí, apenas unosaños antes. Fundó y dirigió, desde 1909,la Revista de la Biblioteca Nacional,utilizando para ello una imprenta dona-da por una cubana (Pilar Arazoza deMuller).

No puedo dejar de imaginar el rostrofeliz de Figarola Caneda al abrir cadamañana su Biblioteca a los cubanos es-tudiosos, a los niños y jóvenes que bus-caban inspiración y orientación en laspáginas gloriosas de nuestra historia, enlos manuscritos de Saco, Del Monte,Heredia, Manzano, la Avellaneda, ytantos otros, en momentos de desaliento,

frustración y desorientación. La laborpatriótica que desarrolló desde su es-pacio reducido e inadecuado, desde suscarencias de fondos y atención, desdesu magisterio callado, merece ser me-jor reconocida por el pueblo cubano.Como se demuestra con su ejemplo,también desde el silencio de las biblio-tecas se levantan los pueblos, tanto omás que desde el estruendo de los cam-pos de batalla. Imagino el rostro felizde este precursor cada mañana, acari-ciando los tomos que guardaban lagrandeza de la patria y demostrabantodas las virtudes requeridas para serlibre y feliz del pueblo cubano. Lo ima-gino colocando sobre los estantes pre-carios de su Biblioteca, a manera deseñalización del campo de batalla, unapequeña bandera cubana.

La historia posterior de la BibliotecaNacional de Cuba es la historia redu-cida de la nación cubana. Sufrió olvi-dos e injusticias, como nuestro pueblo,en manos de gobiernos republicanospendientes al mandato extranjero. Es-tuvo errante, de sitio en sitio, viendoperderse sus colecciones por falta depresupuestos y por el hacinamiento desus colecciones. Mientras se construíanlujosas mansiones y casinos, no habíafondos para que los cubanos dispusie-sen de bibliotecas dignas de su larga tra-dición cultural, de un pueblo que habíadado de sí a creadores de la talla deMartí, Carpentier o, Nicolás Guillén oLezama Lima, o de científicos comoFinlay o Poey. Pero al igual que la na-ción cubana, la historia de la Bibliote-ca Nacional es una historia de luchasincesantes por la justicia, la cultura y larazón; por resistir los momentos oscurosde su devenir, y por la instauración de

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un orden como aquel que pedía Martípara la futura república, una repúblicacon todos y por el bien de todos.

Cuando triunfa la Revolución, en ene-ro de 1959, la Biblioteca Nacional dis-ponía de un nuevo edificio, construidocon dinero del pueblo cubano, y quehabía sido inaugurado en 1957, en me-dio de una feroz tiranía, como fue la deFulgencio Batista, causante de la muer-te de más de veinte mil jóvenes. En susinmensos depósitos no había, práctica-mente, libros; se sabía que los bibliote-carios que brindaban serviciosrecordaban con alegría días en los quehabían podido servir a cinco usuarios enaquel majestuoso edificio de 18 pisos.No era de extrañar en una poblaciónque tenía entonces índices de analfabe-tismo de alrededor de un 30 %; que vi-vía agobiada por la subsistenciamientras los más ricos dilapidaban enlujos innecesarios la riqueza nacional, yno existía la industria nacional del libro,pero sí las de la prostitución y el cri-men organizado, y el Malecón habane-ro empezaba a llenarse de hoteles ycasinos de la mafia, administrados per-sonalmente por Meyer Lansky. Al igualque al país, se necesitaba llenar de con-tenido a aquel cascarón dorado que erael bello edificio de la Biblioteca Nacio-nal, y ponerlo realmente al servicio detodo el pueblo.

Durante estos años de Revolución laBiblioteca Nacional, bautizada a pro-puesta del sabio cubano don FernandoOrtiz con el honroso nombre de JoséMartí, ha acompañado a nuestro pue-blo en todos sus momentos de alegría,y también de tristezas. Miles de cuba-nos que hoy son orgullo de nuestra pa-

tria en todos los terrenos del arte, laciencia, la literatura y el deporte, porsólo citar algunos campos de la activi-dad humana, han sido lectores asiduosy han logrado renombre en sus espe-cialidades respectivas, gracias tambiéna los servicios de nuestra institución.Muy importantes escritores y artistasdel país han trabajado, por períodos máso menos prolongados en sus predios.No pocas obras cardinales de la cultu-ra cubana se han gestado a partir delestudio de nuestras valiosas coleccio-nes. Desde entonces, liberada la patriade las injusticias, eliminado el analfabe-tismo, y desatada entre nuestros ciuda-danos una auténtica avidez por adquirircada día mayores conocimientos uni-versales, ha asumido, con plena liber-tad y derecho, la Biblioteca Nacional,el espacio que siempre debió tener enel panorama nacional.

En tiempos como los que corren, don-de la banalidad, la frivolidad y el anal-fabetismo crecen, aun en los paísesmás ricos de la Tierra; en que el racis-mo, la violencia y la xenofobia invadena las naciones reputadas cultas del pla-neta; en que millones de niños muerencada día por enfermedades evitables ocurables; en que el mercado del libro ylas nuevas tecnologías de la informaciónse tornan más inaccesibles cada díapara las naciones del Tercer Mundo,que constituyen dos tercios de la huma-nidad; en que el mercado ejerce la másférrea de las censuras jamás vista, aldesterrar como a géneros no rentablesa la poesía, el ensayo y el teatro, ge-nerando un peligroso empobrecimientode la capacidad crítica de los lectores;en que el patrimonio bibliográfico y do-cumental de una buena parte de los

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pueblos más pobres de la Tierra correel riesgo de perderse para siempre,mientras los países ricos gastan milesde millones de dólares anualmente enperfumes y golosinas para perros; enque la globalización invade los espaciosculturales de las naciones e imponeparadigmas y formas de pensamientoúnico, de dudosa autenticidad y perdu-rabilidad, como recetas estandarizadaspara todos los problemas, institucionescomo la Biblioteca Nacional de Cubapueden y deben prestar un servicio ala humanidad similar al que esta pres-tó, en los momentos más oscuros e in-ciertos de principios del siglo pasado, ala propia nación cubana.

En lo tocante a nuestra propia realidad,y a los desafíos de la nación cubanahacia el porvenir, sólo nos resta decirque la Biblioteca Nacional José Martíseguirá acompañando a nuestro puebloen su larga marcha por el logro de todala justicia; en su empeño por defendersu derecho a construir el tipo y modelode sociedad que considere más ade-cuado a las necesidades nuestro desa-rrollo y las pautas de nuestra historia;en la defensa, sin compromisos ni con-cesiones, de nuestra identidad nacional,de nuestro patrimonio bibliográfico, y dela herencia de lo mejor de la creaciónhumana acumulado durante siglos defecunda labor y enormes sacrificios; en

la solidaridad y la colaboración con lospueblos de la región que luchan por laintegración cultural y económica, comoeslabón inconcluso en la lucha por laindependencia y la soberanía; contratodas las exclusiones y abusos que ven-gan de cualesquiera de los podereshegemónicos existentes, y muydestacadamente, de los que tengan lu-gar en el terreno de la cultura y la in-formación. Para participar en estasnuevas jornadas redentoras, hasta el si-lencio de las bibliotecas se hará escu-char como un grito renovado de libertady unidad para los pueblos de la región.

Si algo demuestra el recuento históricoque hemos hecho hoy de los primeroscien años de vida de la Biblioteca Na-cional de Cuba, es que sólo perdura elpoder de quien sirve a su pueblo, y quenadie es débil ni está aislado si trabajapara una causa justa y noble. Nadiehubiese dicho a aquellos fundadores,casi visionarios y soñadores, que haceya cien años supieron oponer el valla-dar infranqueable de las ideas y el pa-triotismo, de la cultura y el saber, altorrente desbordado de la expansiónimperial, que más de 370 delegados demás de veinte países iban a tener paraellos un minuto de recordación y home-naje en este día. Hoy nadie recuerda asus oponentes. Memorable lección paralos tiempos que corren.

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Por ser Cuba la islamayor del Caribe,sus colecciones tam-bién caribeñas pue-den ayudar aacadémicos, investi-gadores y estudio-sos en general, aconocer mejor nues-tra cultura que estambién parte deuna cultura de esamágica región quese conoce como ElCaribe.

La Biblioteca Na-cional José Martí atesora coleccionesde figuras relevantes de la cultura cu-bana las cuales han promovidocompilaciones bibliográficas, o sea, lacreación de repertorios de consultas que

facilitan su acceso. Estascompilaciones tienen unaestrecha relación con laadquisición de coleccio-nes. En ocasiones reper-torios bibliográficosbasados en los fondos dela Biblioteca han promovi-do el donativo de colec-ciones, y en otros casos eldonativo de estas ha pro-movido la creación de re-pertorios bibliográficos.

Entre otras colecciones laadquisición de la papele-ría de don Fernando Ortiz

a fines de la década del sesenta, pro-mueve la creación de un primer reper-torio bibliográfico publicado en 1970, y quea fines de los ochenta se actualiza con unrepertorio bibliográfico suplementario.

Colecciones de grandesfiguras de la culturacubana: Alejo Carpentier yLisandro Otero(Adquisición y bibliografía)

Araceli García-CarranzaBibliógrafa y jefa del Dpto. de Bibliografía Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí

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Por otra parte en los años setenta y enlos ochenta las compilaciones bibliográ-ficas de Alejo Carpentier y de JoséLezama Lima, respectivamente, pro-mueven en ambos casos, una labor bi-bliográfica muy especializada partiendode los repertorios primeros. A fines delos ochenta y principios de los noventaLisandro Otero y Roberto FernándezRetamar donan sus colecciones perso-nales y estos donativos dan lugar a susrespectivas biobibliografías.

Pero, por supuesto, no me es imposi-ble referirme a todas las colecciones degrandes figuras de la cultura cubanaque atesora la Biblioteca, cuyas adqui-siciones tienen una estrecha relación conla bibliografía, por ello sólo me referiréa dos grandes figuras sobre las cualeshe realizado investigaciones bibliográfi-cas: Alejo Carpentier y Lisandro Otero.Ambos creadores, de distintas genera-ciones, ejercieron el periodismo, y pos-teriormente escribieron novelas cimerasde la narrativa cubana del siglo xx.

Alejo Carpentier dona su papelería en1973. Hasta esta fecha la Bibliotecasólo poseía el control bibliográfico desus libros y folletos, en español y otrosidiomas, y apenas un centenar de suscolaboraciones en la prensa periódicacubana y extranjera. En un breve es-tudio titulado “De la colección AlejoCarpentier Valmont: un inmenso y cre-ciente donativo”1 me refiero a esta pa-pelería contentiva de documentospublicados y no publicados, así como asu voluminosa recortería, los originalesde sus grandes novelas, sus ensayos,sus cuentos y algunos poemas. Con losdocumentos no publicados, (manuscri-tos y mecanuscritos), fotografías, ejem-

plares de revistas, impresos, programasy recortes confeccioné un catálogo dic-cionario, y de esta papelería describí yanalicé los documentos publicados, loscuales incorporé al repertorio bibliográ-fico. La descripción, análisis y localiza-ción, mediante la recortería, deartículos y crónicas en la prensa cuba-na y extranjera aparece incluida en elrepertorio bibliográfico primero el cualllegó a contener más de 4 000 asientosbibliográficos. Y en 1984 la EditorialLetras Cubanas publica la Biobiblio-grafía de Alejo Carpentier, de estaautora.

El esquema biográfico cronológico queconstituye la primera parte de esta obrano incorpora solamente datos biográfi-cos y bibliográficos, sino reflexionesautobiográficas dispersas en artículos,entrevistas y conferencias. La obracontiene 4 937 asientos bibliográficossubdivididos en bibliografía activa o pri-maria, y en bibliografía pasiva, críticao secundaria. La bibliografía activa in-cluye libros y folletos (en español yotros idiomas); colaboraciones y prólo-gos en libros, folletos y catálogos; co-laboraciones en publicaciones seriadascubanas y extranjeras; y más de la mi-tad de sus crónicas publicadas en ElNacional, periódico de Caracas. Sec-ciones que se enriquecieron espléndida-mente con la adquisición de laColección Carpentier, muy especial-mente sus colaboraciones en El Nacio-nal, exactamente 1 849 crónicas de lascasi 2 000 que publicara en el diariocaraqueño desde 1945 hasta 1961. Le-tra y Solfa es su sección en este diarioen la cual reseña innumerables obras li-terarias de gran significación, los inven-tos de la época, y la historiografía de

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la música y el arte en el siglo XX. Estareconstrucción bibliográfica delimitauna etapa significativa del periodismo deCarpentier, al agrupar innumerablescrónicas portadoras de la simiente dela gran novela latinoamericana, y deelementos definitorios de su obra pos-terior. En este caso la labor del biblió-grafo no se ha ceñido solamente a ladescripción y el análisis, sino a la valo-ración y al rescate de una informacióndispersa y no localizada hasta entonces,ya que ninguna biblioteca cubana po-seía la colección de El Nacional co-rrespondiente al período 1945-1961.Además, la compilación de las colabo-raciones de nuestro primer narrador enla prensa de su época trazan el itinera-rio de su labor como periodista, tarea queCarpentier calificara de insustituible es-cuela de conocimientos y gran experien-cia humana enriquecedora de su obranovelística. De manera que parte deesta compilación da a conocer a nues-tro primer narrador como periodista, fun-ción que desempeñó a la altura de suobra como novelista, independientementeque la identificación con la Colección per-mitió la localización de sus primeras cró-nicas cubanas publicadas, en las yalejanas décadas del veinte y el treinta,en diarios habaneros como La Discu-sión, El País, y otros. Por tanto el pe-riodismo de Carpentier, casi desconocidopor especialistas e investigadores, a pe-sar de su trascendencia, y del paralelis-mo que guarda con su obra novelística,se reconstruye y recupera en el reper-torio bibliográfico a partir del donativo desu inmensa Colección.

Cinco años después, exactamente en1989, publiqué el suplemento que actua-liza cuerpo primero y un segundo su-

plemento ha sido publicado por la Re-vista de la Biblioteca Nacional en suúltimo número de 1999. Siempre par-tiendo de esta Colección que donó yenriqueció en vida el propio Carpentier,y que después de su muerte enriquecey completa su viuda, la señora Lilia Es-teban de Carpentier.

Y de toda esta inmensa bibliografía sur-gida, en gran medida, de una espléndidaColección surgieron otras experienciasbibliográficas más complejas.

Se trata de bibliografías complementa-rias tales como la “Bibliografía de Elsiglo de las luces,”2 . trabajo que pre-senta un estudio previo con los antece-dentes históricos y bibliográficos de Elsiglo... así como la reconstrucción dela bibliografía que utilizara Carpentierpara escribir esta extraordinaria nove-la. Otra experiencia bibliográfica surgi-da de la compilación primera lo es la“Bibliografía de Los pasos perdidos”,3

la cual posee también un estudio pre-vio que destaca fundamentalmente lascrónicas escritas antes de la novela, oparalelas a ella, y contiene elementosque Carpentier incorpora a esta prodi-giosa obra. La bibliografía complemen-taria no relaciona obras consultadas porel autor, sino crónicas propias con ele-mentos contentivos de la gran novelalatinoamericana, muy relacionadas conla creación de Los pasos..., ademásde las bibliografías activa y pasiva co-rrespondientes.

Otra experiencia bibliográfica surgida delestudio y el análisis de esta Colección lofue “Apuntes bibliográficos de una eta-pa precursora en los años jóvenes deAlejo Carpentier”.4 Con estos apuntes

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reconstruyo la obra carpenteriana de lasdécadas del veinte y del treinta cuandoCarpentier se iniciaba en el periodismo,y demuestro con una amplia base docu-mental cómo estos años fueron precur-sores de su obra posterior y de lareivindicación de la cultura afrocubana.Nuestro narrador mayor fue uno de losprimeros cubanos que incorporan el rit-mo de la música cubana a la poesía y ala prosa, y además propuso desde 1926el conocimiento de la cultura negra porser esta elemento constitutivo de nues-tra identidad, lo cual prueba esa etapajoven de Carpentier, como precursordentro de su inmensa creación.

En otro trabajo titulado “La Bibliogra-fía de Alejo Carpentier como puntode partida de nuevos repertorios com-plementarios”,5 hago un recuento de losrepertorios bibliográficos surgidos de lacompilación principal hasta la fecha,para demostrar que la reconstrucciónbibliográfica complementaria confirmael valor de la bibliografía como investi-gación, y como instrumento de consul-ta imprescindible a los especialistas, quepretenden desentrañar la informaciónque precisan, hasta llegar al deslindeestricto y riguroso de donde brotó lo li-terario.

Otras experiencias complementarias ala bibliografía mayor lo fue “La van-guardia en la obra de AlejoCarpentier”6 en la cual relaciono todolo escrito por él sobre la vanguardiadesde que este movimiento surge has-ta 1989 en que aparece un cuentosurrealista en La Gaceta de Cuba (di-ciembre) escrito por Carpentier a prin-cipios de la década del veinte. En estabibliografía se sigue el paso a este mo-

vimiento dentro de la obra deCarpentier. Al final vuelve a su semillaal publicarse ese cuento influido por elsurrealismo. Y también en el númerocuatro de diciembre de 1999, en la Re-vista de la Biblioteca Nacional JoséMartí aparece “Itinerario editorial de laobra de Alejo Carpentier”,7 experien-cia un tanto resumidora de todas lasanteriores surgidas de la memoria bi-bliográfica primera.

Por último la Colección Alejo Carpentierme ha hecho aproximarme a la biblio-grafía consultada y utilizada por nues-tro primer narrador para lograr sunovelística y su obra periodística, convista a promover los estudios deintertextualidad que merece la obra deese gigante de las letras que fue y esAlejo Carpentier. Porque Carpentierutiliza una inmensa bibliografía, asimilamateriales ajenos y acude a distintosprocedimientos de adaptación-reduc-ción, ampliación, desmembramiento,redistribución, combinación, contradic-ción, cambio de intención y de tono,procedimientos que podrían reducirse auno fundamental, tal como expresa lanorteamericana Speratti-Piñero en suobra Los pasos hallados en el reinode este mundo: “alteración constantey libérrima, aunque nunca gratuita e in-justificada”. Este último y extenso tra-bajo lo publiqué en la revistaBibliotecas (La Habana, 1991).

La otra colección a que quiero referir-me es la de Lisandro Otero. En estecaso, el donativo de esta papelería pro-movió la compilación de su Biobiblio-grafía. Las posibilidades de informaciónque ofrecía esta papelería respecto a lavida y la obra de Otero, en especial su

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extensa labor periodística, innegableprecedente de su obra novelística, y enmuchos casos paralela a su cuentística,justifica plenamente la compilación deun repertorio mayor que se acercara ala exhaustividad ya que tenía como an-tecedente la Cronología y bibliogra-fía de...8 compilada por el colegaTomás Fernández Robaina (publicadapor la Biblioteca de Ayacucho, de Ca-racas, en 1993). La brevedad de estacronología y el carácter selectivo deesta bibliografía, sin lugar a dudas, res-pondieron a los requerimientos de tanprestigiosa Colección dirigida por JoséRamón Medina. También la “Biblio-grafía de La situación”,9 del mismobibliógrafo, publicada por la Revistade Literatura Cubana, obviamentemás específica, y un tanto más ex-haustiva al referirse a una sola nove-la de Otero, resulta otro valiosoantecedente. De manera que se hacíanecesario un repertorio que definieralas peculiaridades de la trayectoria vi-tal de Otero, así como la descripciónanalítica de su obra, en especial de pe-riodística. Su Colección, integrada aligual que la de Carpentier, por recor-tes, mecanuscritos, manuscritos, yotros documentos, requirió de una cui-dadosa lectura para recuperar los da-tos necesarios, y descubrir, analizar yclasificar los distintos textos. Con losdatos biográficos y algunos bibliográ-fico-críticos reconstruí en detalles latrayectoria vital, y con los textos pre-viamente localizados y procesadoscreé el sistema o cuerpo bibliográfico.(En muchos casos por no poseer losrecortes los datos necesarios fue pre-ciso tener en cuenta los tipos de letras,títulos de secciones fijas, anuncios en

el reverso, y otros indicios que permi-tieran el completamiento de datos).

Las distintas etapas que determinaronel desarrollo de esta tarea seinterrelacionaron hasta lograr una ricatrayectoria vital y un cuerpo bibliográ-fico de unos 2 000 asientos. La nece-saria recuperación de datos y ladescripción de textos exigió la organi-zación de esta Colección por tipos dedocumentos, en activa y pasiva, y enorden cronológico.

El orden cronológico por décadas en losaños ochenta requirió una mayor pre-cisión teniendo en cuenta que la publi-cación de las novelas más exitosas deOtero generaron una considerable bi-bliografía crítica. La organización deesta Colección se hizo paralela a lacompilación bibliográfica. En este casono se confeccionó un catálogo diccio-nario por carecer esta Colección deoriginales y otros documentos noincluibles en el cuerpo bibliográfico. Enla compilación se describen y analizantodos los documentos que contiene laColección y el cuerpo del repertoriopresenta un sistema de su obra activapor tipos de documentos, y para la bi-bliografía pasiva otro sistema que tie-ne en cuenta la valoración crítica de suobra (Novelas y Cuentos, Periodismo,Obras Teatrales, y otras valoraciones ydatos diversos) en orden cronológico.Una indización auxiliar permite la recu-peración de materias específicas y da-tos más precisos.

Por tanto existe una identificación conla organización de la Colección y elcuerpo bibliográfico, ya que en amboscasos la gran división de sus sistemas

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es en activa y pasiva, y en ambos ca-sos se utiliza el orden cronológico, locual facilita la recuperación de la in-formación, no sólo en la bibliografíacomo tal, sino también en el domiciliodonde esté ubicado cada documento.O sea, el repertorio bibliográfico pre-senta un análisis considerable de la in-formación y su organización interna sereitera en la ubicación de la Colecciónen su domicilio, y viceversa.

Y aunque la Colección Carpentier en-riqueció el trabajo bibliográfico basadoen los fondos de la Biblioteca Nacio-nal José Martí, y el donativo de la Co-lección Otero promovió la investigaciónbibliográfica, en ambos casos de unainmensa tarea periodística, surgen es-tos prosistas reales, con decoro estéti-co y fluida imaginación, y se conjuga lacreación del periodista y del novelista.Ambos repertorios bibliográficos resul-tan puntos de partida de otras investi-gaciones literarias e históricas en tornoa la gran novela cubana y latinoameri-cana, y en especial a la historia del pe-riodismo cubano y su incidencia en la

creación literaria. Otros estudios litera-rios podrían comprobar cómo el ejerci-cio del periodismo influiría o devendríaen una obra novelística. En Latinoa-mérica no podrá ser ajena a esta inves-tigación la obra del Premio NobelGabriel García Márquez.

Notas

1 Revista de la Biblioteca Nacional José Martí(La Habana) 75(2):37-39; mayo-ag. 1984.

Incluye carta de Carpentier al señor Howard B.Gotlieb, director de Special Collections, BostonUniversity.2 Ibídem, 73(1-2): 235-255; en-ag. 1982.3 Ibídem. 74(1):133-156; en.-abr. 1983.4 Ibídem 76(2):73-91; mayo-ag. 1985.5 Ibídem 80(2):239-245; mayo-ag. 1989.6 Ibídem 84(1):147-166; en-jun. 1993.7 Ibídem 84(1):167-177; en.-jun. 1993.8 En: Otero, Lisandro. Pasión de Urbino... —[Caracas: Talleres de Arauco Ediciones, C. A.,1993]. — pp. 331-351. — (Biblioteca Ayacucho)9 Revista de Literatura Cubana (La Habana) 7(12):[105]-116; en.-jun. 1989.

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En familia ycomohermanos

Rosa BáezBibliógrafa y jefa de redacción y editora

de La Polilla

Un famoso slogantelevisivo me sirvede título para pre-sentarles un peque-ño boletín, hermanomenor de esta im-portante revista,que quiere venir hoya hablarles de su labor, tal vez senci-lla y efímera, pero no por ello realiza-da con menos amor, dedicación yapasionamiento.

La Polilla, que tuvo su semilla origi-nal en un pequeñísimo boletín del De-partamento Juvenil, allá por los añossetenta, no es más que unas cuantashojas realizadas con mucho amor porun grupo de trabajadores de esta Bi-blioteca Nacional, las cuales intentanllevar a nuestros compañeros informa-ciones del ámbito bibliotecario, cultu-ral y artístico.

Desde sus páginas, toda la Red Na-cional de Bibliotecas Públicas ha es-tablecido lazos de intercambios: através de la sección “Desde las Pro-vincias” conocemos la labor de nues-tros colegas y a la vez, ellos conocende nuestros esfuerzos “En laBNJM”.

Los últimos avances tecnológicos, lasmás importantes noticias de figuras li-terarias cubanas y extranjeras, los si-tios web que pueden resultar útiles anuestros compañeros, son algunos delos temas que reflejamos en La Po-lilla, que también se convierte en he-rramienta de trabajo cuando publicalas series sobre UNIMARC o sobreel uso del correo electrónico, o ad-vierte sobre lodañino de losspam, versiónmoderna de aque-llas cursis cadenasde corresponden-cia de los añoscincuenta...

También hanpasado por suspáginas re-cuerdos y vi-vencias de la

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fundación de las diferentes bibliotecascubanas; de figuras señeras comoVillita o la doctora Olinta Ariosa; sen-tidos homenajes a trabajadores quecomo Ángel Masó forman parte indi-soluble de la historia de la Biblioteca.

Los jóvenes tienen su espacio en“Abriendo puertas”, y para los hijos delos trabajadores “La Polillita” trae siem-pre un alegre mensaje educativo.

Y por último, como divertimentos,la cartelera cultural de la institu-ción, la página del humor, algu-nas reflexiones sobre el amor,la amistad, la voluntad y porúltimo un espacio para lacreación artística:“Dando taller”, elcual nos ha traído ytrae obras no sólo delos trabajadores de laBiblioteca Nacional

José Martí, sino de amigos del mundoentero que han resultado nuestros so-lidarios colaboradores, así como de ni-ños, jubilados, usuarios y de todo aquelque ama la Biblioteca... y la poesía,que es, a fin de cuentas, una mismacosa.

La Polilla aquella que como bien dije-ra nuestro director “llegó para quedar-se”, se une a quienes, con su diarialabor, con su esfuerzo, con su tenaci-

dad, hacen a nuestra instituciónun poquito mejor cada día y sedan un gran abrazo por este cen-

tenario, que no es más que el pri-mero... Ya se verán, en los

siguientes, de nuevounidas la Revista dela Biblioteca Nacio-

nal José Martí y La Poli-lla, ¿no lo creen ustedes así?

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La Biblioteca yel diseño delibros

Roberto CasanuevaDiseñador gráfico e ilustrador

Sean mis primeras palabras para agra-decer a la dirección de la Biblioteca Na-cional, y a los compañeros que en ellatrabajan, por permitirme expresar en estapublicación algunas de mis experienciascomo artista gráfico, así como mis con-sideraciones sobre el vínculo entre el di-seño del libro y esa institución.

Durante más de veinticinco años asistíasiduamente a la Biblioteca NacionalJosé Martí, convirtiéndome no en unconsultor habitual, sinoen alguien que perte-necía a ella. En la Bi-blioteca he buscado yencontrado los ele-mentos necesariospara la realización demis proyectos. He rea-lizado exposicionespersonales del conjun-to de mi obra gráficae impartido conferen-cias sobre el diseño dellibro.

Los años dedicados ami trabajo me permi-tieron conocer a dis-tintas personalidades

de nuestra cultura, y trabajé incluso conalgunos de ellos. Más que el diseñadorde sus libros en ocasiones era conside-rado un amigo, así conocí a Julio LeRiverend, Juan Pérez de la Riva, ZoilaLapique, Guillermo Sánchez, MorenoFraginals, Salvador Morales, Ibarra, LeRoy, Pastrana, Olga Cabrera, PanchitoPérez, Juan Marinello, HortensiaPichardo, entre otros muchos.

Durante mi trayectoria como diseñadorenfrenté libros de diversas temáticas,pues trabajar en una editorial comoCiencias Sociales así lo exigía. A pe-sar de eso siempre me resultaron atra-yentes dos temáticas: la historia y lasculturas precolombinas. Trabajar en li-bros de historia convierten al diseñadoren un investigador más de la materia.Hay que buscar información que inclu-ye todo un trabajo de recopilación dedocumentos, imágenes de una épocaespecífica, en algunos casos, rehacergrabados o fotos de próceres legenda-

rios, esto, desde lue-go, conlleva a unalabor importante enel campo creativo,utilizando técnicas delas artes plásticascomo plumilla,tempera, acuarela, ilu-minación de graba-dos, etcétera.

Es inimaginable elvalor y la ayuda querepresenta para undiseñador tener a sudisposición los datosnecesarios para rea-lizar un trabajo serioy profesional, es ahíFebrero 5 del 2001

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donde la Biblioteca entra a jugar un im-portante papel. Además de proporcio-nar el contacto con la gráfica de otrasculturas y países, tanto de épocas pa-sadas como de la actualidad, y de am-pliar la información puede sugerirnuevas ideas, al evocar o combinar lasexperiencias anteriores con las másmodernas, interpretando el espíritu deuna época o de una obra en específi-co, de este modo, se complementa elconocimiento sobre un autor o movi-miento artístico y podemos decodificarmejor sus mensajes. Esta experiencia,es decir, la forma en que el conocimien-to hacía notar mi pequeñez intelectual,me obligaba a entregarme cada vezmás a navegar a través de la investi-gación, contemplando cientos de imá-genes y documentos que ejercían sobremí una fascinación indescriptible. Al fi-nal, cuando el proyecto iba tomandoforma, aparecían aspectos insospecha-dos en el acercamiento primario altema, impulsados, claro está, por el tra-bajo de búsqueda realizado.

Hay anécdotas que ejemplifican estarelación entre el diseñador y la obra,existen actitudes que se asumen a lahora de enfrentar un trabajo, una espasiva o neutral y otra más activa yparticipativa, pertenezco al segundogrupo –guardando, por supuesto, la dis-tancia y el respeto que debemos al au-tor–, donde una sugerencia es válida sicon ella se enriquece el proyecto quees todo libro.

Trabajaba en el libro Los escribanoscubanos de César García del Pinocuando me percaté de que, pese a laestrecha relación que guarda la caligra-fía con el origen del logotipo –véase las

firmas de los pintores como Durero ola propia firma de los escribanos en losdocumentos, que llegan a ser logotiposcaligráficos– este aspecto no se mencio-naba en su obra. La sugerencia llevó aincluir un acápite sobre el tema. Quierodestacar que en este trabajo las cincoactas de Cristóbal Colón fueron realiza-das a mano con tipos góticos de caja,una labor de tal envergadura que, porprimera vez, se le dio crédito al cajista.

Otro caso fue el de La moneda enCuba de Pulido, bellísimo proyecto queaun terminado, nunca llegó a publicarse.En él se hacía un recuento histórico deluso de la moneda en nuestro país, sinembargo no mencionaba la ya existenteCasa de la Moneda donde se confeccio-naban medallas y condecoraciones, asícomo toda la moneda fraccionaria encirculación en la Cuba actual. Al comu-nicárselo al autor nos dimos a la tareade hacer una investigación al respecto,finalmente se incluyó un último capítuloal libro con textos e ilustraciones que ledaban un final actualizado.

Con Ezequiel Vieta, en el proceso de di-seño de su obra Pailock, ocurrió algointeresante, después de entrevistarmecon el editor del libro, el ya fallecidocompañero Tajes, y tras analizar el ma-nuscrito original, me reuní con el autory le manifesté que –dedicado a FrankKafka como “entrañable amigo”– erauna obra kafkiana y como tal iba adiseñarla, Vieta se sintió complacido conla idea y el resultado definitivo fue acep-tado con mucho agrado por todos.

No puedo dejar de contar una anécdo-ta acerca del libro que más premios na-cionales e internacionales me ha

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proporcionado a lo largo de mi carre-ra, me refiero a El ingenio de ManuelMoreno Fraginals. En un inicio el pro-yecto se concibió para un solo tomo yen él volqué toda mi creatividad, des-pués resultó que debía diseñar dos to-mos más, era un reto lograr una unidadcoherente y lógica para los tres tomos.Tras varios meses de trabajoemplanado –que en aquel entonces eraun acto totalmente manual— en micasa e inmerso en el sopor del trabajo,que se hacía cada vez más extenso, ledije a Fraginals:

–Este trabajo me tiene hasta el últimopelo –a lo que el autor respondió:

– A mí también.

Nos echamos a reír y continuamos elquehacer con alegría.

El crear libros es también una invita-ción, con el mismo espíritu de un inves-tigador, a buscar, penetrar y descubrirel universo que lo rodea: el origen dela lengua, la transformación de los sig-nos en el lenguaje actual, el origen delpapel, desde el pergamino y el papiro,el tipo móvil, la imprenta, la encuader-nación, y todo el legado de la civiliza-ción y su transformación hasta laactualidad. Es muy interesante el cono-cimiento de los diversos códigos que seutilizaron y se utilizan para definir elproceso de realización final de un li-bro: cubierta, color, texto, páginas. Esel diseño un espacio para crear men-sajes paralelos al texto, con reglas ycódigos diferentes, pero que igualmen-

te nos atraen, aunque sean impercep-tibles, al deleite de la lectura.

No son muchas las oportunidades dehacer bellos libros, a veces sólo se que-da en el proyecto o en las maquetas,algo que pudo ser y no fue por impon-derables que no vale la pena explicar,pero aun en estos casos, siempre laidea que impulsa es el desafío a reali-zar la mejor obra de la vida, desafío queacompaña hasta el final.

Para un diseñador como yo, creado enlas imprentas de tipo móvil, reconozcoel avance que significan las nuevas tec-nologías, la computación aplicada al di-seño de esta especialidad, entre otrasmuchas, pero estas sólo significan uninstrumento más, como lo fueron en suépoca el grabado en piedra, la fotogra-fía, el color, el linotipo. Es el hombrequien guarda los tesoros del conoci-miento y quien sabe utilizarlos. A pe-sar de todos los avances, el libro seguiráexistiendo, como no han dejado de exis-tir el teatro, el cine, la radio, la televi-sión, el ballet y las bibliotecas. Estasúltimas no son sólo un lugar para la lec-tura o la búsqueda de documentos, sinoque su alcance es mayor, es donde con-fluyen las manifestaciones culturales detodas las comunidades, pueblos y na-ciones del mundo.

Gracias una vez más a la BibliotecaNacional por la posibilidad de exponermis criterios, justo en la conmemoraciónde tan señalada fecha, honor que creono merecer.

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Cuarenta añosdespués*

Roberto FernándezRetamar

Ensayista, poeta y presidente de la Casa de lasAméricas

La invitación del compañero Abel paraleer hoy estas líneas, al mismo tiempome ha honrado y perturbado, y supon-go que ambas cosas se entienden confacilidad. Lo menos que puedo decir esque, aunque me enorgullece la solicitud,no me resulta fácil hablar aquí cuaren-ta años después de haberlo hecho elcompañero Fidel, cuando, luego de tresdías de reuniones entre miembros delGobierno Revolucionario y un grupo deescritores y artistas, él pronunció el fun-damental discurso suyo que sería publi-cado con el título Palabras a losintelectuales: si bien, como sabemos,dichas Palabras no se referían a los in-telectuales en su conjunto (de cuya na-turaleza y diversidad nos enseñaríatanto Antonio Gramsci), sino a esa zonade los intelectuales formada por escri-tores y artistas. Reiteradamente Fidel

habla en su discurso “de los artistas yde los escritores”, o de “los artistas ylos escritores cubanos”, añadiendo másadelante un distingo entre “todos losescritores y artistas revolucionarios, o[...] todos los escritores y artistas quecomprenden y justifican a la Revolu-ción”, y “los escritores y artistas que sinser contrarrevolucionarios no se sien-ten tampoco revolucionarios”. Y si al-guna vez menciona a “un artista ointelectual”, o a “un artista o intelectualmercenario, [...] un artista o intelectualdeshonesto”, no parece que en estoscasos se trate de sinónimos: la disyun-tiva apunta más bien al señalamiento dequienes desempeñan tareas afines, perono idénticas. Y refiriéndose a sí mismo,dirá con modestia: “[...] nosotros, quehemos tenido una participación impor-tante en esos acontecimientos [los pro-pios de la gestión revolucionaria], nonos creemos teóricos de las revolucio-nes ni intelectuales de las revoluciones”.Sin embargo, para Gramsci los dirigen-tes políticos son también sin duda in-telectuales, por supuesto de un tipoparticular, criterio que comparto, comotantos otros del gran revolucionario ita-liano.

Una de las primeras cosas que se meocurrieron al comenzar a esbozar es-tas líneas fue que en aquellas tres re-

VIGENCIAS

* Leído en la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, el 30 de junio de 2001.

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uniones de junio de 1961, memorablespara los que tuvimos el privilegio de par-ticipar en ellas, no hubiera podido es-tar presente nuestro ministro deCultura, pues (quizá por desdicha) nohabía allí niños ni niñas de diez u onceaños, que es la edad que a la sazón te-nía Abel. Otro tanto puede decirse dequienes también nacieron, como él, enel nutrido 1950. Por ejemplo, el presi-dente de la UNEAC, Carlos Martí; elde la Asociación de Escritores, Fran-cisco López Sacha; el de la de Artis-tas Plásticos, José Villa, sin el cual JohnLennon no tendría su estatuameditabunda en un visitado parque deEl Vedado; el del ICAIC, OmarGonzález; mi compañero de aventurasen la revista Casa de las Américas,Luis Toledo Sande; otros artistas y es-critores de la jerarquía de RobertoFabelo y Senel Paz. Añádase que enlas cuatro décadas y pico que medianentre las vísperas de los cuarenta y loscomienzos de los ochenta del pasadosiglo nació la gran mayoría de quienesson hoy escritores y artistas cubanos(incluyendo desde luego a los actua-les miembros de la Asociación Herma-nos Saíz), y a ellos, a causa de suedad, no les fue dable ir a las reunio-nes de junio de 1961. Con raras ex-cepciones, como la de quien acaso fueel más joven de los asistentes, MiguelBarnet, quien no obstante tendría queesperar aún dos años para publicar supoemario inicial. Digamos, para no fa-tigar con nombres, desde gentes comoEduardo Heras León, Nancy Morejóno Silvio Rodríguez, hasta gentes comoKcho, Elsa Mora o Rolando Sarabia.No pocos y pocas (como me consta di-rectamente en un caso que ustedes adi-vinarán, pues su madre y yo la

dejábamos en su cuna para venir a lasreuniones) tenían apenas unos mesesentonces, y muchas y muchos naceríandespués. No en balde nos separan ocholustros del acontecimiento que hemosvenido a conmemorar. Y como no tie-ne demasiado sentido que me dirija alos sobrevivientes, ya más bien escasos,de quienes estuvimos en la BibliotecaNacional aquel junio de 1961 y hemosformado nuestro criterio, hablaré sobretodo para los más, aquellos que sabende los acontecimientos por versiones, amenudo harto diversas, que les han lle-gado.

El discurso de clausura de Fidel ha sidoleído con frecuencia, y sin duda segui-rá siéndolo. También ha sido objeto denumerosos comentarios, de algunos delos cuales me valdré. E incluso se lo hacitado sin habérselo leído, o alterandosus líneas, o desgajándolas del conjun-to, con las intenciones por lo generalaviesas que se supondrá. Para apre-ciarlo debidamente, no sólo es impres-cindible remitirse a él con fidelidad, sinoque es útil recordar los contextos enque se produjo: contextos que no sonsiempre círculos concéntricos, y a me-nudo se mezclan entre sí.

En primer lugar, el discurso fue prece-dido por un número grande de interven-ciones de escritores y artistas. Talesintervenciones, improvisadas como losería el discurso de Fidel, no se han pu-blicado aún (ni siquiera sé si existengrabaciones o transcripciones suyas), ylos asistentes que quedamos conserva-mos recuerdos cada vez más desvaídosde ellas, sin excluir las propias: al me-nos, esa es mi experiencia. Sin embar-go, Fidel las comenta a cada rato en sus

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Palabras, que probablemente ganaríande conocerse con precisión a quiéneso a qué se refieren en cada caso. Alevocar treinta años después tales ex-periencias, Graziella Pogolotti dijo convivacidad:

Hoy, sentada aquí, de este lado, nopuedo dejar de recordar aquellosdías intensos, en que pasábamosjuntos las horas, en este mismo lo-cal, en un agitado y controversialdesorden, donde se dijeron cosasprofundas, cosas brillantes, cosasque no lo eran tanto, como ocurresiempre cuando muchos hablan.Recuerdo que entrábamos y salía-mos, que conversábamos por lospasillos, que nos veíamos allá aba-jo, en el sótano y en la cafetería,donde proseguían el diálogo y eldebate.

En segundo lugar, lo que en lo inmedia-to provocó aquellas reuniones fue elhecho, sobredimensionado, de haberseimpedido la exhibición de un documen-tal. Yo no me encontraba entonces enel país, sino en la hoy inexistente Re-pública Democrática Alemana, adondehabía ido para asistir a un congreso deescritores. Era la primera vez que visi-taba un país llamado socialista de Eu-ropa, y ello despertaría en míinquietudes en las que no voy a dete-nerme ahora. Me limito a decir quedurante mi ausencia se celebró en laCasa de las Américas una reunión deescritores y artistas para abordar lacuestión del documental. Tal reunión,que sólo conozco de oídas, resultó unpreludio de las que ocurrirían algúntiempo después en la Biblioteca Na-cional, esta vez con la presencia tam-

bién, ya aludida, de miembros del Go-bierno Revolucionario. Pero estas úl-timas reuniones iban a tener lugar detodas maneras, tarde o temprano. Eraalgo previsible, y Fidel lo aclaró sinambages al decir: “[...] esta discusión[la de junio de l961] –que quizás el in-cidente a que se ha hecho referenciaaquí reiteradamente contribuyó a ace-lerar–, ya estaba en la mente del Go-bierno”.

Abultar aquel incidente, como a menu-do se ha hecho casi siempre con malasangre, no es apropiado. Pero tampo-co lo es pretender esfumarlo. Lo justoes hacer mención de él, y tratar de dar-le una explicación. Contamos en estesentido con un testimonio excepcional:el de uno de los protagonistas de la vidacultural en la Cuba revolucionaria,Alfredo Guevara, presidente delICAIC al ocurrir dicho incidente, quienha asumido su responsabilidad, y apor-tado sus razones, en entrevista publica-da en La Gaceta de Cuba endiciembre de 1992. En aquella ocasión,el entrevistador le planteó:

En un clima de intensos debatesideológicos, la realización del docu-mental PM en 1961 desató una po-lémica que desembocó en suprohibición por parte de la Comisiónde Estudio y Clasificación de Pelí-culas, considerándola “nociva a losintereses del pueblo y su revolu-ción”. A la distancia de treinta años,¿cuál es su punto de vista sobreaquella decisión?

Aunque la respuesta de Alfredo fuemuy extensa, y por descontado polémi-

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ca, es útil recordarla en su totalidad.Hela aquí:

De aquel instante quedan la noticialejana y confusa, las interpretacio-nes diversas, lo que han dicho al-gunos protagonistas, y nuestrosilencio.

PM no es PM. PM es Lunes deRevolución, es Carlos Franqui, esuna época convulsa y de extremascontradicciones en que participabanmúltiples fuerzas. No creo que PMmerecía tanto revuelo, y la reaccióndel naciente ICAIC fue muy mati-zada. De acuerdo con el texto de supregunta quedamos reducidos a unasimple, calculada y también gradua-da prohibición. Pero convendría re-cordar que en esos días se esperabaya el ataque armado y que por to-das partes se emplazaban ametra-lladoras y antiaéreas. Que el pueblotodo se movilizaba para repeler laagresión y que el espíritu guerrille-ro y de combate estaba en su másalto grado de exaltación. No soy aje-no al mundo que recoge PM. Titón,Guillermo Cabrera Infante y yo, conOlga Andreu y alguna que otra vezcon Billo Olivares, estuvimos en ElChori, un cabaretucho de la playaque impregna con su experiencia elhilo conductor del documental; losbajos fondos, la embriaguez (y lamariguana), la música quejumbrosaque acompaña al alcohol y el aban-dono de sí mismo.

Pero la revolución abrió un abismoen aquel grupo de amigos; unos que-daron indiferentes ante la conmocióntransformadora que se desencade-

naba, para ellos no pasaba de ser untrastorno bananero que perturbabasus vidas; para otros era la culmi-nación potencial de la independen-cia nacional.

Reduces el tema a PM. Tengo lasde perder ante el audaz periodista.Prohibir es prohibir; y prohibimos.No entraré en los detalles pero sídiré que el film quedó en manos desus autores, y que cuando salieronpudieron llevárselo. Lo que no es-tábamos dispuestos, y era un dere-cho, era a ser cómplices de suexhibición en medio de la moviliza-ción revolucionaria. A ellos pareceque les sucede lo que a nosotroscon El Mégano, prefieren cultivarel mito y dejar la obra en la oscuri-dad. Fue el ICAIC quien la presen-tó recientemente en el CentroGeorges Pompidou, en París, en unpanorama “casi” exhaustivo del cineproducido en Cuba.

Si ahora, en las condiciones actua-les, me tocara aprobar o prohibirPM, simplemente dejaría que siguie-ra su curso porque aunque las cir-cunstancias no nos son favorables,no vivimos un instante de tensión yexaltación; y tampoco yo lo vivo deaquella manera. Pero si combatien-te revolucionario volviéramos –yeso ya sabes que no es posible–treinta años atrás, no vacilaría segu-ramente en enfrentarme a los quecomenzaron a usar todos los mediosde comunicación para servir a suobjetivo, el de Franqui en la época:impedir el socialismo. Acaso PM nosería la chispa, pero una chispa ha-bría; y treinta años después alguien,

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ahora, preguntaría no qué estaba su-cediendo contextualmente en el país,sino [si] la chispa era o no apagablecon este u otro método.

Aquel grupo, persecutor de AlejoCarpentier y Alicia Alonso, deLezama Lima y de todo el GrupoOrígenes, no salió triunfador. Poreso es catalogado factualmentecomo “la víctima”, pero no estamos,amigo entrevistador, revisando unahistoria de ángeles. Sé que estaspalabras pueden ser sospechosas depasión. Pero en estos días me di-vierto leyendo el Herald [...] deMiami. En sus páginas el periodistaya de aquellos tiempos AgustínTamargo, y tras él otros exiliadosnada revolucionarios, recuerdan aCarlos Franqui y Guillermo CabreraInfante su historia de persecutoresintolerantes; y no callan casi nada. Leharé llegar copia de esta polémica.Tal vez le resulte más creíble quemis palabras. Y lo digo porque lassuyas reflejan cuando menos pocainformación. Las inquisiciones sonmuchas. Pero sólo quedan como ta-les las que producen víctimas. Deaquellos victimados sálveme Dios.

El periódico Revolución, dirigido porCarlos Franqui, era órgano del Movi-miento 26 Julio; y Lunes de Revolu-ción, dirigido por Guillermo CabreraInfante, su suplemento cultural. En con-secuencia, no podían aparecer comomás oficiales. Con posterioridad a lasreuniones de 1961, tanto Franqui comoCabrera Infante, consecuentes con laconducta denunciada, abandonaron elpaís y se desenmascararon comocontrarrevolucionarios viscerales. Pero,

si bien no es este el momento de dilu-cidar la cuestión, hay que decir que, apesar de oportunismos políticos ymezquindades de varia índole, no todolo publicado en el periódico ni en su su-plemento era desdeñable. Sin duda hubovalores positivos en uno y otro que eltiempo, ese autor por excelencia de an-tologías de que habló Borges, se estáencargando de poner en su sitio. Partede la propia obra literaria de CabreraInfante tiene méritos, aunque él sea unresentido calumniador de oficio y bene-ficio. En todo caso, importa subrayarque las reuniones de junio de 1961 y eldiscurso de Fidel, cuyo cuadragésimoaniversario celebramos, estuvieron le-jos de agotarse en la querella en tornoa PM: querella ciertamente de raíz po-lítica, como ha explicado Alfredo.

Y político, en el más amplio sentido deeste término, fue el contexto mayor enque estuvieron situados aquellos acon-tecimientos. Pues ese contexto era laRevolución Cubana que había llegadoal poder, tras combates heroicos, enenero de 1959. Quizá hoy para muchossea difícil comprender en plenitud el cli-ma de esperanza, fervor y lucha queentonces se vivía, aunque es bien co-nocido el conjunto de hechos históricosdesencadenados a raíz de aquella fe-cha. Baste recordar que en abril de1961 había sido derrotada en sesenta yseis horas la invasión enviada por el im-perialismo estadounidense; y que la vís-pera de iniciarse dicha invasión Fidelhabía proclamado el carácter socialis-ta asumido por nuestra Revolución.Además, ese año 1961 se estaba lle-vando a cabo la extraordinaria campa-ña que erradicaría el analfabetismo de

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nuestro país, e iba a constituir una rea-lización cultural de primera magnitud.

Sin embargo, para numerosos escrito-res y artistas de izquierda, no sólo enCuba sino en todo el mundo, un fan-tasma lo recorría: el de esa monstruo-sa deformación encarnada en elrealismo socialista, que causara incal-culables daños en países que se decíansocialistas y aun más allá de ellos. Nome gusta patear a un mulo muerto, nidejo de reconocer virtudes en el paísnacido de la gran Revolución de Oc-tubre de 1917, ni de agradecer la ayu-da material que prestó a nuestraRevolución sobre todo en sus difícilesmomentos iniciales. El haber contribui-do decisivamente a la derrota delnazifascismo, menos de veinte añosantes de 1961, fue sin duda una de lasvirtudes mayores de la Unión Soviéti-ca. Pero los graves errores políticos,las arbitrariedades y las deformacio-nes intelectuales que acabarían por daral traste con aquel grandioso experi-mento ofrecían a los escritores y ar-tistas un rostro particularmentecercano en el realismo socialista, delque se ha dicho que tenía, entre otros,dos defectos ostensibles: no ser rea-lista y no ser socialista. Su fantasmaes el que explica la reacción de tan-tos ante el fenómeno sin duda menorde PM. Declarada socialista nuestraRevolución, lo que no podía sino llenarde júbilo a cuantos desde la más tem-prana edad nos considerábamos socia-listas, así fuera por la libre, noparecían enteramente desencaminadasciertas inquietudes ante el hecho deque la más joven de las revolucionesde ese carácter en el planeta pudieraincurrir en errores similares a los que

habían dañado, en este campo, a losotros países que se decían tales, si-guiendo el mal ejemplo soviético.

Resulta más que comprensible la reac-ción de Fidel ante preocupaciones ex-presadas por varios de los asistentes alas reuniones. Como figura principal deuna revolución que había mostrado unay otra vez su originalidad, su indepen-dencia, su autoctonía, la sorpresa deFidel ante dichas preocupaciones erabien explicable. Pero al menos algunasde ellas no dejaban de tener razón deexistir, desde una perspectiva que toma-ra en cuenta numerosas experienciasde otros países. Cuatro años despuésde 1961, en “El socialismo y el hombreen Cuba”, el Che iba a escribir:

Se busca entonces la simplificación,lo que entiende todo el mundo, quees lo que entienden los funcionarios.Se anula la auténtica investigaciónartística y se reduce el problema dela cultura general a una apropiacióndel presente socialista y del pasadomuerto (por tanto, no peligroso). Asínace el realismo socialista sobre lasbases del arte del siglo pasado.

Pero el arte realista del siglo XIX tam-bién es de clase, más puramente ca-pitalista, quizás, que este artedecadente del siglo XX, donde se trans-parenta la angustia del hombre ena-jenado. El capitalismo en cultura hadado todo de sí y no queda de él sinoel anuncio de un cadáver malolien-te; en arte, su decadencia de hoy.Pero ¿por qué pretender buscar enlas formas congeladas del realismosocialista la única receta válida? Nose puede oponer al realismo socialista

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“la libertad”, porque esta no existetodavía, ni existirá hasta el comple-to desarrollo de la sociedad nueva;pero no se pretenda condenar a to-das las formas de arte posterioresa la primera mitad del siglo XIX des-de el trono pontificio del realismo aultranza, pues se caería en un errorproudhoniano de retorno al pasado,poniéndole camisa de fuerza a laexpresión artística del hombre quenace y se construye hoy.

En sus Palabras de 1961 Fidel afron-tó la cuestión candente que ya le ha-bían planteado (dijo) visitantes comoJean Paul Sartre y C. Wright Mills, aldecir: “El problema que aquí se ha es-tado discutiendo y vamos a abordar, esel problema de la libertad de los escri-tores y artistas para expresarse”. Ymás adelante:

Se habló aquí de la libertad formal.Todo el mundo estuvo de acuerdo enque se respete la libertad formal.Creo que no hay duda acerca deeste problema.

La cuestión se hace más sutil y seconvierte verdaderamente en elpunto esencial de la discusión cuan-do se trata de la libertad de conte-nido. Es el punto más sutil porquees el que está expuesto a las másdiversas interpretaciones. El puntomás polémico de esta cuestión es sidebe haber o no una absoluta liber-tad de contenido en la expresión ar-tística. [...]

Permítanme decirles en primer lugarque la Revolución defiende la liber-tad; que la Revolución ha traído al

país una suma muy grande de liber-tades; que la Revolución no puedeser por esencia enemiga de las li-bertades; que si la preocupación dealguno es que la Revolución vayaa asfixiar su espíritu creador, [...]esa preocupación es innecesaria,[...] esa preocupación no tiene ra-zón de ser.

Como carece de sentido, no obstante latentación grande de hacerlo, que con-tinúe citando textualmente de aquellasPalabras, me limitaré a las líneas queen cierto modo resumen lo esencial deltexto:

[...] dentro de la Revolución, todo;contra la Revolución, nada. Contrala Revolución nada, porque la Re-volución tiene también sus derechosy el primer derecho de la Revolu-ción es el derecho a existir, y fren-te al derecho de la Revolución deser y de existir, nadie, por cuanto laRevolución comprende los interesesdel pueblo, por cuanto la Revoluciónsignifica los intereses de la naciónentera, nadie puede alegar con ra-zón un derecho contra ella.

Creo que esto es bien claro. ¿Cuálesson los derechos de los escritores y delos artistas revolucionarios o no revo-lucionarios? Dentro de la Revolución,todo; contra la Revolución, ningún de-recho.

Naturalmente que estos juicios, comocasi cualesquiera otros, son susceptiblesde más de una interpretación, y así haocurrido en este caso. Me cuento en-tre aquellos para quienes “dentro de laRevolución”, lejos de ser un llamado a

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la obsecuencia, incluye la crítica, des-de perspectivas revolucionarias, de losque se estimen conflictos o errores enque hemos incurrido. Es algo queejemplifican filmes de nuestro admira-ble cineasta de ficción TomásGutiérrez Alea como Memorias delsubdesarrollo, La muerte de un bu-rócrata o Fresa y chocolate. Porcierto, no está de más recordar queeste artista rebelde secundó en su in-tervención de junio de 1961 la medidatomada por el ICAIC en cuanto a PM.

Una de las primeras consecuencias delas reuniones de junio de 1961 y deldiscurso de Fidel fue el cese de la pu-blicación de Lunes de Revolución yla convocatoria a un amplio y movidocongreso que se celebró en agosto deese año, y de donde nacería la Uniónde Escritores y Artistas de Cuba(UNEAC). A su frente se encontródesde el primer momento NicolásGuillén, junto a un Secretariado de es-critores y artistas cuyo promedio deedad era bajo. Entre sus integrantes,Lisandro Otero y José A. Baragaño te-nían veintinueve años; yo, treinta yuno. Las Palabras a los intelectua-les iban a ser la línea rectora de la fla-mante institución, es decir, el sentidode unidad, la amplitud de criterios es-téticos, el rechazo a todo dogmatismoo sectarismo, el carácter multige-neracional. Pronto empezó a dar for-ma a sus publicaciones periódicas, queverían la luz al año siguiente: La Ga-ceta de Cuba y la revista Unión. Enambas desempeñaría papel capitalGuillén, acompañado en La Gacetasobre todo por Lisandro; y en Uniónpor Alejo Carpentier y por mí, a quie-nes se uniría José Rodríguez Feo. A

fin de abreviar estas líneas (pues loscuarenta años de la UNEAC merecentrabajo aparte), transcribiré, como meroejemplo, en su orden de aparición, la lis-ta de autores que colaboraron en el pri-mer número de Unión: Carpentier,Navarro Luna, Labrador Ruiz, LezamaLima, Piñera, Fayad, Nivaria Tejera,Marinello, Martínez Estrada, Augier,Ardévol, Portocarrero, Feijoo,Baragaño, Díaz Martínez, Lisandro,Rodríguez Feo, Rine, Loló de laTorriente, Graziella. También habíaunos versos míos. Y como “Documen-to”, la “Segunda Declaración de LaHabana”.

Fechada en París el 21 de septiembrede 1967 (es decir, cuando aún no sevislumbraban la desaparición del llama-do campo socialista europeo y laimplosión de la Unión Soviética), recibíuna carta que era testimonio elocuentede la enorme trascendencia de aqueltexto de Fidel. La carta era del firmecomunista y amigo de los países socia-listas que fue Juan Marinello, quien meescribió allí: “He creído siempre que eldiscurso del compañero Fidel en 1961,dirigido a los intelectuales, tiene un re-lieve capital: nos salvó de caer en los fe-roces dirigentismos que ensombrecieronen otras latitudes la tarea creadora”. Siasí opinaba una criatura comoMarinello, se comprende fácilmente loque el discurso implicó para muchísimasotras personas, para el destino de lavida cultural de la Cuba revolucionaria.

Pero aquel mismo 1967 nuestra realidadhistórica comenzó a variar, y no parabien. En octubre de ese año fue asesi-nado el Che, y con tal asesinato, quehizo posponer de nuevo hermosos y au-

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daces proyectos de hacer avanzar laRevolución de nuestra América, seclausuraron nuestros años sesenta. He-chos posteriores, como el malhadado“caso Padilla”, el incumplimiento de lazafra de los diez millones, no obstanteel esfuerzo realizado, o ciertas conse-cuencias del Congreso de Educación yCultura de 1971, pusieron al país en si-tuación difícil: todo ello unido a un ais-lamiento recrudecido. El ingreso deCuba en el CAME, en 1972, no contri-buyó a mejorar las cosas. Nos había-mos sentido orgullosos de merecer laobservación de Mariátegui según lacual el socialismo no podía ser en Amé-rica calco y copia, sino creación heroi-ca. Pero aunque no faltaron, como nolo han hecho nunca, creaciones heroi-cas de nuestro pueblo, asomaron suoreja el calco y la copia. Aludiendo alambiente cultural de la época, AmbrosioFornet acuñaría más tarde la expresión“Quinquenio gris”. Es bizantino discu-tir sobre si fue sólo un quinquenio o sifue más o menos gris. Lo cierto es quealgunos peligros que se daban por con-jurados amenazaron entonces con em-pobrecer nuestra vida cultural, si bienno se llegara nunca al ejercicio de unode esos “feroces dirigentismos” a quealudió Marinello. Pero se dio entrada aprejuicios absurdos, escritores y artis-tas valiosos fueron marginados, la me-diocridad encontró terreno abonado y sedebilitó en parte el impulso creador. Notemo evocar las dificultades o las equi-vocaciones de la Revolución, porque elproceso del aprendizaje, y hasta el delcrecimiento, implican lo que se ha lla-mado ensayo y error. Y además, por-que sólo el ejercicio franco y valientede la autocrítica (no el regodeo, quepuede ser interesado, en las mataduras)

nos permite volver a encontrar la rutacorrecta.

Aludiendo a esta época ingrata, escri-bió en 1991 Armando Hart, a quien sele había encomendado en 1976 crear ydirigir el Ministerio de Cultura:

Es cierto que ha habido reveses, al-gunos dolorosos y bastante amargos,pero ninguno de ellos estratégico nicon el peso necesario como para nu-blar la obra de la Revolución en lacultura. Hemos dicho, una y mil ve-ces, que lo mejor, más depurado y demás alto nivel intelectual del país per-maneció fiel a Palabras a los inte-lectuales y se mantiene al servicio dela Revolución Cubana.

Cinco años más tarde, en 1996, añadi-ría Hart:

Cuando se creó el Ministerio de Cul-tura, en diciembre de 1976, entendíque se me había situado en esta res-ponsabilidad para aplicar los princi-pios enunciados por Fidel enPalabras a los intelectuales y paradesterrar radicalmente las debilida-des y los errores que habían surgidoen la instrumentación de esa política.Consideré que sólo era posible hacermás efectiva mi gestión promovien-do la identidad nacional cubana, quese había articulado en nuestro siglocon el pensamiento socialista. Apre-cié que para este empeño era nece-sario emplear, en el campo sutil ydelicado del arte y de la cultura, losestilos políticos de Martí y Fidel.

Armando, un histórico de la RevoluciónCubana, tras realizar una encomiable

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tarea al frente del Ministerio, y hacerposible la extinción del “Quinqueniogris”, ha sido continuado por uno deaquellos niños que tenían diez u onceaños cuando Fidel pronunciara su dis-curso orientador. Me refiero, natural-mente, a Abel Prieto. Si he destacadodesde el primer momento la cuestión desu edad, que es también, más o menos,la de muchísimos de nuestros escrito-res y artistas, de nuestros dirigentes enel área cultural, es porque veo en ellouna señal llena de esperanza. Al con-cluir sus Palabras, Fidel se refirió “a lasgeneraciones futuras que serán, al fin yal cabo, las encargadas de decir la últi-ma palabra”. Mientras exista la huma-nidad, se sucederán las generacionescomo las hojas de los árboles, según elviejo poema, y en consecuencia volveráa decirse la última palabra. Pero paraquienes un día inolvidable escuchamosde labios de Fidel aquel discurso, nues-tras generaciones futuras inmediatas sonlas que llevan hoy la voz cantante: lo queen modo alguno supone desconocer lavalía de los mayores, como lo muestra,por ejemplo, el caso de Compay Segun-do y sus muchachones.

A pesar de realidades muy duras, dedescalabros, de tristezas, las promocio-nes recientes tienen ante sí un país conmás posibilidades que las que nos fue-ron deparadas: un país alfabetizado,donde se ha puesto el énfasis en la cul-tura al punto de decir Fidel que es loprimero que hay que salvar, y que estásiendo difundida cuantiosamente en sus

más altas producciones; un país que encircunstancias muy adversas, de recru-decimiento del bloqueo, ha conservado,fortalecido y multiplicado sus institucio-nes culturales; un país que perdió elapoyo material de naciones europeasque se decían socialistas, pero a la vezestá liberado de la sombra que las es-trecheces espirituales de tales nacionesechaban sobre él, a nombre de una de-formación teratológica del marxismo;un país libre, independiente y soberanoque piensa con su cabeza y siente consu corazón, no obstante estar rodeadode vergonzosos ejemplos de “pensa-miento único”, cinismo, corrupción ydesaliento. Es natural, es útil que losnuevos critiquen. “Los pueblos han devivir criticándose”, decía Martí, “porquela crítica es la salud; pero, –añadía elMaestro–, con un solo pecho y una solamente”. Y es imprescindible que seanfieles a otro consejo, también del pro-grama radical, hermoso y vigente quees “Nuestra América”: “Crear, es lapalabra de pase de esta generación”.

Se nos pregunta con frecuencia cómoserá nuestro futuro. Pero el futuro noempieza con un hachazo, como tampo-co lo hace el alba, según experimenta-mos quienes hemos contemplado elglorioso espectáculo del amanecer enmedio del mar; ni la primavera, que “havenido”, escribió Antonio Machado, y“nadie sabe cómo ha sido”. Hay queser muy poco perspicaz para no repa-rar en que nuestro futuro ya ha comen-zado, cuarenta años después.

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