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V MÉXICO, ¡a QUINCENA DE AGOSTO DE 1902 N(rM. 15 REVISTA MODERNA ARTE Y CIENCIA. DIRECTOR: JESUS E. VALEN ZUELA. JEFE DE REDACCION: JESUS UHUETA. Tip. de Dublán. LA RESURRECCIÓN DEL REDENTOR (BEATO ANGÉLICO). MUSEO DE SAN MARCOS.

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A~o V MÉXICO, ¡a QUINCENA DE AGOSTO DE 1902 N(rM. 15

REVISTA MODERNA ARTE Y CIENCIA.

DIRECTOR: JESUS E. VALEN ZUELA. JEFE DE REDACCION: JESUS UHUETA. Tip. de Dublán.

LA RESURRECCIÓN DEL REDENTOR (BEATO ANGÉLICO). MUSEO DE SAN MARCOS.

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EL EXODO y LAS FLORES DEL CAMINO.

XVIiI.

ES NOCHE DE ILUMINACION GE~ERAL.

S noche de iluminación general. -Desde el Puente de la Concordia hasta la paserelle de Passy, Paris arde en un divino incendio de todos los colores. El Sena se escama de iris. En sus márgenes, los palacios exhiben su fantástico bordado de luz.

La torre Eiffel muestra su esqueleto gigantesco todo picado de fuego. Parece dibujada con un punzón luminoso en el negro de la noche. Desde su cima envia haces eléctricos, cónicos, haces verdes, azules y rojos, que giran en plano horizontal, ó en plano oblicuo y que semejan las misteriosas aspas de un inmenso y misterioso molino.

A veces, los haces proyéctanse sobre la pantalla cobriza de las nubes que encubren la luna y entonces la maravilla crece; las nu­bes se tiñen fugitivamente de aquellos colores que giran; otras, los

haces, como antenas enormes de un insecto coloso, que llevaran en sus .extremos ojos avizores, van y vienen por el océano de casas y torres, como si quisieran verlo todo, policiarlo todo, descubrirlo todo ... Se piensa en una novela de Wells; no será por ventura ese gigantesco org~nismo de acero el famoso tri­pié de un marsiano, que desde su atalaya atisba?

Más lejos un aro enorme bordado de focos, gira como un vecino anillo de Saturno: Es la gran rueda. En aquel báratro de lumbre suenan músicas. Una multitud nunca vista, acaso un millón de almas,

se empuja, se oprime, se desbanda, ondula. En el campo de Marte hay quinientas mil almas entre los jardines, en las galerias, á la vera de lbs palacios, en rededor de los est~n·ques interiormente iluminados, en que el agua salta en chorros de 01'0 . . . . ., .

y de aquella babel surge un rumor, un rumor sordo, que está hecho de orquestas, de trompas de ca­za, de murgas, de risas, de voces humanas y que asciende, asciende formidable hacia la noche negra.

Surcan el río buques fantásticos. Tiene éste la forma del cisne de Leda; aquél es UMa trirreme de ná­car; el otro una ideal galera de marfil. Sobre las aguas revientan floridas pirotecnias arrojando suslla­maradas de oro á los palacios donde se dan la mano todas las arquitecturas del mundo.

Sobre el abismo de colores dan los puentes grandes zancadas; también ellos arden. Sus arcos son también de fuego .... La Exposición va á concluir y celebra la. apoteosis latiDa con una locura de luz. Es noche de iluminación general . . ..

XIX.

DESPUES DE LA EXPOSICION.

En tanto que en su fiebre de goce ó de faena Paris á Paris torna con ruido de colmena, la turba de los cuatro rincones del planeta se aleja como vino, cómicamente inquieta y en un sueño de fiesta cosmopolita absorta,

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REVISTA MODER~A.

en pos de Roma, Glasgow ó Buffalo .... no importa

á donde! Van los buques vestidos de humo denso, rayando con sus quillas el zinc del mar inmenso; la pauta de los rieles resuena á todas horas COIl la inquietud perenne de las locomotoras,

Iberas ideales-que son rimas de Becquer, inglesas desabridas de Kodak y Boodeker, románticas germanas de insípidos tocados, eslavas de almas fieras y de ojos-enlutados, latino-americanas anémicas y hermosas, inevitables yankees, blue-stockings . ... y otras cosas: Todas se alejan; una gran fiebre las abrasa y un insensato anhelo de ruido las desola ... . Partid, aviones locos! También yo torno á casa, mi dama la Quimera me aguarda y está sola.

Ninguna de vosotras gemela es de mi amada, para decir al alma sedienta que la espera, con cuál Orion distante cintila su mirada, ni á cuál de los bohemios cometas va enredada la crin maravillQsa de su alma cabellera.

XX

EL AMIGO DE LOS PAJAROS.

227

Todas las tardes, al obscurecer, llega al Luxemburgo un viejecito enlutado, frágil, tembloroso, de ancha calva; en el ojal de cuya levita rojea la Legión de Honor. Los transeuntes le miran curiosamente, sobre todo los que acostumbran divagar por la sombrosas avenidas del Parque, y le conocen: Es el ami­go de los pájaros, de los gorriones-esa plebe del aire como les llamó Bufion-de los tordos y otras ave­cillas que anidan en los matorros y altas ramas de los árboles. Lleva en las manos sendos migajones y aun no ha entrado al parque cuando ya las avecillas empiezan á removerse, á garrulear, á descender de sus flexibles y hojosas atalayas. Le tratan de tiempo atrás los pájaros adultos y los polluelos saben por hereditario instinto que aquel viejecito los ama. El ha mantenido algunas generaciones de pajaritos, reemplazando en el LuxembUl'go al Padre Celestial que, según el Sermon de la Montaña, alimenta á las aves del cielo que no tienen graneros. Es un delegado de la Providencia. Y en trasponiendo los umbra­les de la gran puerta de hierro que se abre sobre la calle del Luxemburgo, las aladas turbas con ine­narrable griteda se precipitan á su encuentro, lo sitian, lo acosan, lo entontecen con su escandaloso ale­teo; un pájaro se encarama al sombrero de copa, con mengua de la seda cuidadosamente peinada; otro hace percha de su nariz afilada y grande; éste salta sobre sus hombros, aquél aleteando vivamente' prén­dese con el pico á una arruga de su manga.

Yen cada dedo de cada mano hay un pájaro, y en cada mano un tembloroso racimo de alas. Al menor movimiento del viejecillo siguen repentinos cambios de posición de las avecillas. El proveedor de éstas arroja al aire sus migajas y los gorriones las atrapan al vuelo y rondan desesperados d~ su len­titnd en los disparos, hasta que, incapaces de aguardar, invaden las reservas que el Proveedor . .w.antiene sobre las palmas de las manos y con una desvergüenza incomparable hunden en ellas los cortos y cor­vos picos, los sacuden y desparraman infinidad de briznas de pan que los compañeros timidos, los mal armados para la lucha por la vida, comen en el suelo, palpitantes y medroso!!, saltando sin cesar, ó chi­llando desesperadamente cuando algún tordo rapaz, de instintos de usurpador, tras agresión injustifica­da, les arrebata el pan de la boca-digo del pico.

Suele el viejecito desertar del Luxemburgo .. . . ya porque está enfermo, ya porque quizá, enemigo de los privilegios, se encamina al J ardin de las TuBerias ó á otros, donde también hay hambrientos que le aguardan, y es de verse la ansiedad de los pájaros, cuando, llegada la hora, aquella providencia senil, vestida de negro, mas para ellos luminosa, no aparece.

Yo no soy como el visir del sultán Mahmoud, de quien el Robinson nos cuenta en inglés,-á ver si asi lo aprendemos-que sabia el lenguaje de los pájaros: the language of the birdsj ... . pero no estimo que sea menester aguzar mucho el entendimiento para comprender lo que en SUII inquietos cuchicheos en las cimas de los árboles, se dicen las aves desamparadas.

Gorrión hay que ha leido los cueRtos de Perrault y que á una gorriona de su familia pregunta: -Ana, hermana Ana, qué ves? (pongo por caso que Ana es el nombre de la gorriona). Otro, enviado por los caciques de vigia á la más alta rama de un castaño, haciendo sube y baja de

ella, atisba para ver de columbrar al viejecito. Será aquél que viene allá lejos con un paraguas bajo del brazo? No, porque marcha de prisa, y á los

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228 REVISTA MODERNA.

setenta años, aunque se va de prisa hacia la muerte, por una aparente contradicción se va despacio por la vida.

-Estará enfermo? -Estará enfermo? repite la turba vocinglera. -Habrá muerto? insinúa un tordo negro como un ataúd. -Habra muerto! chilla la turba consternada. -Tenemos hambre! plan los polluelos espantad os ante la perspectiva de acostarse sin cenar. y los papás poltrones, acostumbrados á no ganarse el pan con el sudor de su rostro, gracias al mI­

gajón de todos los días, se revuelven malhumorados, pensando que habrá que bajar á las enarenadas callejuelas en busca de un insecto trasnochador ó de Jos restos de alguna golosina, caldos de la ma­no de un niño; que esa inmensa cosa luminosa que los hombres llaman el sol, se ha hundido ya y que hace frio .. . .

y yo á mi vez me alejo pensando: Qué haran los pajaritos el día en que se muera ese viejo~

XX[

UNA F LOH DEL CAMlNO.

Tuvo razón tu abuel a con su cabello cano, muy más que tú con ri zos en que se enrosca el dia, para templar la fiebre de tu reír insano con el fulgor de luna de su melancoJia .

Aun me parece verla contar con mano seca y trémula su viejo rosario de amatistas al claro de las tardes, ó hilándose en la rueca: -La pálida hilandera! -recuerdos y bati~tas.

Tú en tanto, acurrucada junto á sus pies, con manos más firmes que las suyas; pero no más hermosas, de nuestra reina Blanca de Nieve y sus enanos, desflorabas las bellas páginas milagrosas.

Hoy, si te viera presa de bravas agonias ella, que duerme al cabo cubierta por las flores, quizá te suspirara su queja: «Ya no rías así, que tengo miedo de que mañana llores .•

Mas tu reias siempre con ímpetu que espanta; tu carcajada estaba, como en las saturnales, presta á sonar un áureo repique en tu garganta ó entre tus labios, vivas campanas de corales.

Y al fin dilapidaste tus júbilos, Maria, cuitada juglaresa tus crótalos perdiste. Tuvo razón tu abuela que nunca se reía: Ya ves, vivió cien años y siempre estuvo triste ..

AMADO NERVO.

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Por Santiago Argüello H. ~ ....

EL CASTILLO DE LA DICHA.

(Los mismos personajes de la escena anterior.)

EL LOCO:

El castillo, una paloma entre el follaje dormida, al que lleva miel y aro ma la enredadera florida que en la fenestra se asoma.

La luna en brillar se afana, y su lienzo blanquecino pone en la noche, su hermana, como un alquicel de lino sobre una espalda africana.

Fulge la lunar espuma, huele la rosa divina, y nadie sabría, en suma, si el perfume se ilumina ó si la luz se ' perfuma.

Adentro, el Señor. Placentero, su pecho feliz se estremece. Triunfante en las lizas, parece dichoso y jovial caballero.

Del ojo en el cielo sin nube se aligan en fúlgida faja la luz de la araña, que baja, la luz de la dicha, que sube.

y mira á través de la ojiva con ávida vista que espera, que lleva á la novia hechicera la pálida novia de arriba.

Escúchase á lo lejos bajo el corusco palio cascabelear de risas en argentinos labios. Es quizá que los elfos sorprendieron bañando con el pie, fior de nieve sumergido en el lago á Korrigán, que peina su Cabello dOl'~do;

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y al mirarla los elfos, tal vez eJla h;;. temblado por el ardor del ojo ó la humedad del baño. y las risas se acercan triunfales y son cantos de placer, himnos libres, que en un concento raro parece que descienden de algun nido volando, cuando, de cuentas ritmicas en la copa del árbol con el pico desata sus collares el pájaro.

Son gritos joviales que lanzan las hadas corriendo ligeras, hoJlando los musgos, desnudas y alegres como unas bacantes. En gamas de lumbre, sus notas fulguran los ojos brillantes, y, liras de carne, dan mudas estrofas las recias caderas. En ágiles cuerpos retozan las curvas; semejan banderas los brazos: chasquean y SiilJ.en..,y bajan en astas flotantes; y, al ir desaladas, se ven en los vividos senos temblantes, haciendo cosquillas las hebras sutiles de las cabeJleras.

y como sorbe con lengua sérica la linfa leda; como en millares de trajes, rastran colas de seda, suenan las plantas saltando fosos, subiendo lomas; prosigue aligera la fugitiva pierna cervuna, y van las hadas volando blancas bajo la luna, y, al ras del musgo, fingen el vuelo de cien palomas .. . .

En el alma del dueño de la -regia morada las antorchas se prenden de las noches de gala.

Habla el "cABALLERO:

-¡Oh el divino prodigio! ¡Son las flores con alas!-

Son las hadas en: vuelo de mariposas, con alas perfumadas como las rosas.

Van primero girando lentamente, cortando el oro fluido de la luz, con una policromia volandera, en un raro mosaico de Stambul.

El ojo absorto los vuelos mira: allá va un silfo y aquí un querub .... De esas nerviosas, fúlgidas alas, es incontable la multitud . . ..

y siguen despues más veloces, navetas en mares de luz. moviendo las al >l ~ como hélice rosada, violeta ó ,. zulj

y al compás de ardiente música, llega á tanto la inquietud, que es un vértigo de arenas en armónico simún.

Tan ligera prontitud ya ha borrado Norte y Sur; y en el vértigo

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REVISTA MODERNA .

común, el ala no es roja ni azul: sólo vuelo, luz!. ...

UNA HADA:

(Dejó sus alas de mariposa y lleva un traje color de rosa

en cuyo alegre cielo se derrama en crepúsculo el oro vespertino de los cabellos rubios).

- Vamos á poner en el vaso vino á los encantos propicio: vinos que brindaron las frescas parras del amable Dionisio. Vamos á que beba el amado, -ifuera la Cordura y el Juicio!­entre la explosión de los besos, vinos del amable Dionisio!-

La señorial pupila ve placentera los manjares que sacian gulas de Asur, las perlas de algun punto que dicha fuera y que tuviera el nombre de Singapur.

Pura, como una intacta nieve doncella, soñando con la dicha, lleva la esposa en el ojo una chispa CQmo una estrella, y en el labio una risa como una rosa.

Una sacra albescencia de hostia, una alpina desfloración de aludes helando un flanco, una casta blancura que se adivina tras la diáfana blonda del velo blanco.

y al caer las nupciales ropas de armiño, como rubor que apenas á albear se atreve, entre el copo se asoman de aquel corpiño las dos gotas de sangre de Blanca Nieve.

De la novia, entre ignotos cielos, se mece el alma-flor que augura gratas favilas; y en un Ganges de dicha se le humedece el loto luminoso de sus pupilas.

De epilepsias felices las convulsiones . ... Quema el fuego los ojos y el labio entume; y del pelo en las rubias inundaciones entre grietas de oro brota el perfume.

y es una lluvia vivida regando júbilo,

que está cayendo rápida del cielo fúlgido, y va al espiritu

como gotas de lumbre de un astro-cirio.

Al caer, son luciérnagas aladas -luz que alumbra la gasa de la luz,­

mientras su canto epitalámico dice= un laúd.

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y entre los ritmos y los colores, como una Ceres de su corÓ--"1a regando flores,

como sidérea divinidad, regando luces de su corona de resplandores .

pasa la diosa F dicidad!

UNA HADA:

-Vamos! .... -

Y, como, á la luz del dia, su luz apaga el ensueño, á tal conjuro, cegaron los ojos del caballero. Mas en la obscura pupila pasan fugaces reflejos, cual si de un volcán oculto en los recónditos senos la luz brillará en los quiebres de un luminoso mar negro. Los labios baten sus alas como en extático rezo; y una jovial risa leve nimbando los labios trémulos.

Sobre los colores, como blondas tenues, caen las penumbras.

Tras el ronco trueno, como estela fónica, la audición perdura,

A veces no sabemos que hay entre las sombrías percepciones del alma en éxtasis: si flores ó luces ó mUl'murios .... En los vagos esfumes, ignoramos si fueron, como tras luengos días,

ensueños de colores, ensueños de perfumes, ensueños de armonías . . ..

Tal el dueño, anegado entre la luz de luna del reeuerdo, apenas oye el canto de las fadas

perdiéndose á lo lejos bajo del plenilunio, cisne místico, pájaro blanco del ábismo negro:

el escenario que habla con todos los lirismos del silencio, el éxtasis seráfico del mundo y el vasto ensueño plácido del cielo. ,

( Continuará)

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LA. V-I:DEN"'TE.

A ve usted? -La veo. -Entonces es usted más feliz que la policía, que busca aún. -No veo policías en rededor de ella. -Mire mejor. Se ha enviado su ·filiación á todas las gendarmerias de

Francia, á todas las cancillerias del extranjero. La policía del mundo es­tá en pie. Usted sabe bien que los nuevos tratados de extradición no permiten ya al robo refugiarse en reino alguno y que no está en parte alguna en segul'idad.

-Ella esta en seguridad. -Imposíble! el Un¡'verso entero conoce esa fantástica novel'l de la falsa herencia y de los cien millo-

nes, y el Universo entero la acecha al paso en los puertos, en las estaciones, en los hoteles. _ Yo no veo en rededor de ella ni marinos, ni empleados de ferrocal'ril, ni mozos de hotel. . . . -¿Qué ve usted? ~La calma, la tranquilidad. -y que más?

-Una pieza sencilla, confortable; la ventana está abierta; se ve por la ventana un gran árbol, con fio-

res violetas. -En el campo? -Sí, el dia es sereno, el cielo azul, con algunas nubes blancas. -Entonces, es lejos de aqui? -No, no mucho ... . No, ciertamente no es lejos . ..:... Y ella, que hace? -Sonrie. -Cómo! No está angustiada? -No lo parece, sonrí.e leyendo. -Qué libro? -No es un libro .... Ya nadie lee libros . . . . Es un periódico. _y se habla de ella en ese periódico? -Humbert, Crawford .... La huida .... Las huellas . . . . Ella sonríe: lo que lee la divierte mucho. -No tiene, pues, miedo? Mire usted en ella! Qué ve usted? -Una serenidad perfecta. -En que la funda? -En lo qué se funda toda seguridad, en la fe. -Qué fe? -La que no engaña y que ella practicaba al'dielltemente: la fe en la imbecilidad de los hombres.

-Eso ya uo es una garantía para ella. -Siempre es una garantía. Pero tiene otra. -Cuál? -Una todopoderosa, la fe en si misma, eu Su genio, en Su eS~l'ella, y, sobre tOdO en el v~lor de las

precauciones tomadas. -Explique usted! Mire bien! -Qué? -El pasado.

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234 RE VJST A MODERNA.

-Dónde está, dónde está el pasado? El pasado no está en ninguna parte. -En ella está. Mirelo usted. -Se defiende, se encierra, no quiere que vean en ella. -Pero es que yo lo quiero! Entre usted en su memoria! Mire hacia atl'ás! Qué, ella habia previsto

lo que sucede? -Hace mucho tiempo, y el único asombro que ha tenido en su vida, fué que la catástrofe tardase

tantos años en venir. Porque si ella maravilló al mundo, los hombres por su parte la maravillaban con la paciencia de su credulidad.

-Palabras! esas son palabras. Diga usted hechos! -Ha tomado sus precauciones. -A saber? -Creando otro personaje, inventado por ella, como los coherederos. -Un personaje que no existe? -Que existe, porque es ella misma. -No entiendo. -Con eso cuenta y por eso sonde; pero si ustedes entendieran, ya no sonreida. -Puede usted hacer que yo entienda? -Si, puesto que veo. -Diga usted qué es lo que ve. -La puerta de la pieza que se abre, una criada que entra; es una campesina, lleva en la mano una

carta. - Una carta! Con una dirección? -Como conviene á los mensajes que llegan á su destino. Toma la carta, se estremece ligeramente,

pero la campesina no advierte más que la bondadosa y amable sonrisa de su ama, y se aleja. -Qué nombre hay sobre la cubierta? -.Sra. Durand . ... ' -Pero ese no es un nombre propio! Asi se lIamau diez mil hombres ó mujeres en todo un pueblo! -Precisamente lo ha escogido en razón de su vulgaridad y con ese nombre es conocida desde hace

cinco años. -Se engaña usted! Hace solo ocho días que partió. -Pero, desde hace cinco años es propietaria aqui, en este rincón tranquilo. Se la cree viuda y usu-

fructuaria de una pequeña renta. -Desde hace cinco años? -Sí, en 1897, después del asunto Elbeuf, cuando la manga comenzaba á arder, inventó ella el perso-

naje ese de la Sra. Durand. Es un asilo el que se ha preparado, un refugio donde poder respirar en tanto que se vigilan las fronteras, peligrosas ahora para ella; ahí esperará tanto como sea necesario, y cuando la opinión fatigada no se ocupe ya de ella, arrojará el disfraz de Sra. Durand y se irá tranquila. He aqui por qué ha comprado esa linda casita en las lindes de la comarca y desde entonces á ella va de cuando en cuando. La vieja propietaria, una viuda tambien, guarda y cuida la casa.

-Lejos de Paris? -No, ya se lo he dicho á usted; cuatro horas de ferrocarril poco más ó menos; era preciso que no

hubiera más distancia á fin de permitir algunas rápidas apariciones. -Venia frecuentemente? -En la primavera y en el estío. Jamás en el invierno. Llegaba con un traje muy sencillo, muy mo-

desto, vestida siempre de negro, con un capacho y un viejo sombrero pasado de moda, siempre el mis­mo, y los cabellos grises y un;velillo negro. Permanecia poco tiempo, en razón, decia ella, de sus asuntos que la retenian en Paris y se la oia suspirar por el feliz momento en que le seria permitido instalarse ahi durante una estación entera, quizá toda la vida. Era afable con los vecinos y nada orgullosa. Daba dos centavos á todos los pobres y una pieza blanca en la colecta. Jamás faltaba á misa. El'a poco conocida, pero muy estimada y todos los proveedores se han puesto muy contentos en el pueblo, cuando dijo, el mes último, que sin duda podria pasar ahi la primavera y el verano. Y ahi está.

-Sola por completo? -Seguramente. Usted no imaginará sin duda que el grupo completo de los esposos, hermana, her-

mano, hija y cuñada, estén vestidos de gala, d~ parada sobre unos andamios, esperando á la poJicia . ... -Pero ese refugio lo conocen las gentes, puesto que le escriben. -Tres personas: la hermana, el marido y el hermano. Pero los confidentes de segundo orden, las

gentes de leyes ó de banca, no saben nada, porque ella desconfia de las traiciones. -No ti en!', pues, confianza sino en sus allegados? -Ni aun en ellos. Cree en el interés que tienen en serie fieles, pero no cree en su infalibilidad en

caso de sorpresa ó de desgracia . De suerte que se reserva un segundo refugio, con un tercer nombre, 'ignorado de todos. Si pOI' casualidad alguno de los suyos se dejara atrapar, la Sra. Durand desaparee!!­ria á su vez y sin dejar rastros, se convertida en la señora ... .

-Concluya usted. -No puedo. -pig-a ese nombre.

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REVISTA MODERNA 235

-No puedo. '. Es el secreto de los secretos, que oculta ella á todos, el último asilo, la suprema es-peranza, la vida . .. . Se defiende demasiado! No puedo vt\r ....

-La carta recibida hace un momento, que díce? -Nada . . " Es un impreso, un prospecto, un reclamo; lo examina atentamente. -Recela algo! No ve usted nada de particular? . -No! Sólo que está un poco sucio. Distingo manchas menudas de grasa, como si alguna fritura lo

hubiese salpicado. -Acaso se trata de una rareza premeditada? - Ya comprendo. Cada mancha indica que debe aislarse una palabra y las palabras forman una

frase. -Qué significa? --Una incoherencia. Se necesitaria la clave para traducirla. -Lea ustf'd en ella, en ella! -Me fatiga usted, déjeme. -Yo lo ordeno! Qué lee usted? -Noticias .... que recibe .... de los otros. -Dónde están ellos? -Dispersos. -Quién envia el prospecto? -La hermana; ella transmite los informes que ha recibido. No es conveniente que las cartas aflu-

yan de todas partes. -y esa hermana, dónde está? -En un convento. -En Francia? -SI. - Y los demás? -Partieron . ... Lejos .. .. Me fatiga usted . . .. Están muy lejos. -En Europa? -En Bélgica; el hermano conduce un automóvil; es mecánico, está en casa de alguien esperando.

El marido, bigotudo, afeitado de las mejillas, es criado, provisionalmente. -Están pues reducidos á la miseria? -Oh! no . .. . Tienen reservas, muchas reservas ... . El dinero de los ricos .... el dinero de los

pobres .... el dinero de los muertos y de los que van á morir ... . No hay remordimientos. Ella está con­tenta de las nQticiaH recibidas. Sonríe. Todo va bien.

Vuelve á tomar su periódico. Un pájaro canta en el árbol violeta. Déjeme usted. Ya no puedo más.

EDMOND HARACOURT.

Trad. para la Revista Moderna.

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! LOS DlSClPUtOS DEL MAESTKO REBULL.

L~ída en la velada que se celebró en honor del insig· ne artista.

Rendido de cansancio por el sendero iba; pero mostrando una serena confianza, sobre el endeble cuerpo llevó la frente altiva -dombo radiante donde brilló perenne y viva la luz de un largo sueño de amor y de esperanza.

¿Lo recordáis? Cabeza de majestad ceñuda cual si desafiara las iras del destino, sin el mohin del odio ni el gesto de la duda, mas sumergida siempre en una triste y muda contemplación extática del ideal divino.

y atravesó la senda con plantas claudicantes; él iba lentamente, vosotros no; de prisa marchabais juntos, gárrulos, gozosos y triunfantes; él iba solo y t¡'iste, y al veros tan distantes os saludó, de lejos, con su postrer sonrisa.

Asl, al ver los arbustos que bordan las praderas el árbol carcomido d~ce: sois mis retoños, 80n mias vuestras savias que al circular ligeras os dan calor; y vuestras floridas primaveras son las transformaciones de mis mustios otoños.

Yo soy un árbol triste que resistió el eterno combate del invierno con todos sus rigores; mas antes de cubrirme las nieves del invierno, cada uno de vosotros en mí fué brote tierno, anunciación y simbolo de las futuras flores.

y si: sois los arbustos; el tronco carcomido cayó en tierra, ya seco, mutilado y herido; pero las mismas aves en vuestras ramas duermen; tri.unfó de los embates del viento y del olvido el árbol que en los surcos echó de nuevo el germen .

• * • . . . . y él iba lentamente, muy triste y muy sereno,

con rumbo hacia ese dulce palacio misterioso que acoge á los rendidos de la vida en su seno. Tocó la puerta y dijo:-Yo soy un hombre bueno que aquí ha llegado en busca de paz y de reposo.

Yo soy una existencia de luchador que un di!\. sintió flotar un aire de gloria ell su cabello,

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REVIS'fA MODERNA.

yo soy un pensamiento, yo soy una energia gastados en la ruda y angélica porfia de hallar en todas partes las formas de lo bello.

10 he puesto luz y sueños en todas las cabezas, auréolas inmortales en todos los dolores, inmaculadas túnicas en todas las purezas, coronas de luceros en todas las tristezas y rutilantes alaR en todos los amores.

Abrid; traigo la kábala profética en mi acento; yo me he ceñido el áureo laurel de la conquista; soy un impulso firme y uu alto pensamiento gastados en la magna labor de dar aliento al Bien y á la Belleza. Abrid; soy un artista.

y -joh magia del conjuro grave y solemne!-entonces la puerta misteriosa giró sobre sus gonces, y .una voz que venia de lo alto,> exclamó: «pasa; tu vida tiene toda la fuerza de los bronces, amaste la Belleza y el Bien; ésta es tu casa .

• La muerte no es la gloria de los que son osados, no es el apoteosis de los que son malvado~; para ellos el e,tigma, para el.los el olvido; para los seres buenos al arte consagrados, la muerte:es como para los pájaros el nido .

• Entra, reposa, calla; arroja la paleta y los pinceles; duerme en la región secreta donde la carne baja y el espirítu sube; y, li·bre al fin, que vuele tu alma de poeta como sutil fragancia qu(arriba se hace nube.»

* * • Hacéis bien, los retoños, en vellerar la santa

sombra del árbol viejo que crió vuestros abriles; un ideal, el suyo, en vuestros pechos canta; su gran amor al Arte, su religión, levanta y anima vuestros nobles anhelos juveniles.

Sed como aquel artista, de majestad ceñuda; cual si desafiara las iras del destino; sin el mohín del odio ni el gesto de la duda, mas embargado siempre por una triste y muda contemplación extática del ideal divino.

Sed como aquel maestro que por la senda iba, y que mostrando una serena confianza, sobre el:endeble cuerpo llevó la frente altiva -dombo radiante donde brilló, perenne y viva, la luz de un largo sup.ño de amor y de esperanza.

Julio, 1902.

LUIS G. URBIN A.

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EL CUMPLIDO.

L veintiuno de Enero la población de Arras estaba de fiesta. Sonaban las campanas; desde Saiut-Waast hasta San Nicolás, dialogaban desde el alba, y las notas de bronce, cayen­do sobre la ciudad, hadan temblar la nieve al borde de los techos. Las estrechas calles obscuras, empavezadas de banderas y banderolas, decoradas con tapices, enguirnaldadas de flores, esforzábanse, bajo el cielo gris, en resplandecer de alegria. Toda la ciudad estaba en pie, endomingada; los burgueses hablan calzado sus zapatos con hebillas de plata y las burguepas, con trajes de seda Pompadour, se estudiaban, delante de sus es·

pejos, para asemejarse á las ma¡'quesacs; las niñas, para estar mejor rizadas, guardaban sus papelillos en la cabeza, hasta el minuto supremo, y los niños, lístos todos é impacientes, deslizaban sus caritas por las puertas entreabiertas y se interpelaban de un umbral al otro:

- Ya llegó? -Todavía no, pero ya viene. -Entonces, es seguro? -Seguro! Vaya si es seguro. Los correos que preceden están ya aqui. Tienen grandes botas. -Mamá, los correos ya están aqui. Gran acontecimiento! Monseñor el Deltin de Francia es esperado desde hace tres días. Pasa y se de­

tendrá. Debe oir la misa en San Waast: el cura lo ha dicho; el confesor del Delfín lo ha prometido al abate. Y la hermosa Delfina vendrá también con el Delfín. Es tan bella, según se dice! Esto constituye un gran honor para la ciudad, porque muy pronto, sin duda, la joven pareja estará en el trono de Fran­cia, puesto que Luis XV se halla tan enfermo.

-¿Como se llamará cuando sea rey? -Luis XVI, pardiez! -¿Y su esposa? -Maria Antonieta; tiene dieciocho años. -y él que no tiene más que veinte! Es bonito ser rey tan joven. -Ah! El muchacho hará carrera. Todo el mundo es feHz, se precipita, se agrupa en las calles. Los rostros flamencos se ensanchan con

risas bonachonas. Ya el pueblo menudo se aprieta frente á las viejas casas consistoriales. Todos conver­san. Los hombres bien informados, que fingen tener lazos con la nobleza y mantener relaciones en Ver­salles, refieren cosas del principe y la princesa, sus caractéres, casi su vida .

• La ha visto usted? ... -Tiene una tez! -y una piel! Se diria que la luz pasa á través de ella .... -y tan alegre! Ríe siempre.-Sobre todo con Monseñor de Artois.-Los dos se pasean en burro por el parque.-En burro? Usted quiere tomarnos el pelo; las reinas van á caballo, no en burro; usted compren­de que pueden elegir monturas . ... - Es cierto que ella le engaña?-Chitón! Si la oyeran á usted.-A mí me han asegurado que ella sale pOI' la noche .... -Cuentos! Habia él de permitir eso?-EIla le dice que es la moda en Austria.-Entonces .... qué! No es él el amo? . .. -Según se dice, la adora.-Pues bien, yo, si fuese siquiera hijo de rey os aseguro que haria respetar mi hogar .... -Es un buen hombre ... . -Un buen rey, lo será sin duda y nada orguIloso.-Trabaja en cerrajería en su pieza.-Eso te cuentan, pero anda á ved-Hace eso para adelgazar.-Trabaja con un verdadero obrero, que es del pueblo y que le enseña su oficio .... -Pues lo que es á mi me gusta eso; es preciso que los reyes sepan hacer alguna cosa ... . •

A lo lfOjos sonaron tambores y los pifanos resonaron alegremente bajo el cielo que se habia aclarado y que, sin una nube, mostraba su azul pálido, casi malva. De muy lejos, una voz sorda que crecía llegó. por la calle Vinocq y muy pronto se convirtió en un grito:

-La carroza! En la plaza todas las voces repitieron: -La carroza! Inmediatamente, como salen de una caja los juguetes nuevos, los altos personajes, en traje de gala,

salieron de las casas consistoriales, por el agujero negro de la puerta principal y se alinearon entre las columnas del pórtico; el obispo encontrábase enmedio, teniendo á su derecha al cura de San Waast, y

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REVISTA MODERNA. 239

detl'ás de ellos, á su alrededor, donde quiera, las sedas ne c(llores vivos palritaban, buscaban su sitio y se detenian; encima, los siete arcos formaban coronas de sombra; en el fondo del cuadro un grupo de ni­ñitas, vestidas de blanco, semeja un gran bouquet de margaritas oculto en una cueva.

De pronto la mÚtlica de la ciudad, agrupada en un rincón, toca un aire de dauza . Ca~i inmediata. mente, unos dragones desembocan en la plaza al galope. Detrás, entre las cabezas de los caballos, se distingue una placa que brilla, reflejando el cielo; es el techo de la carroza. Las gentes se paran sobre las puntas de los pies. La doble fila de dragones despliégase en abanico y el coche real avanza hasta los tapices; los gentileshombres á caballo se inclinan hacia las dos portezuelas.

La Delfina es la primera que desciende. Hela ahi, al pie de las gradas, sonrieado ya. Inmediatamen_ te apuece el DelfIn, con un casacón avellana. Un gran grito estalla alrededor y surge de la plaza, de las ventanas.

Los pavimentos y los muros retiemblan con un alegre viva, un conmovido grito de amor, de reco­nocimiento, de alegria filial que va hacia aquella pareja llena de esperanzas, la rl':inecita y el reyecito de mañana.

A la sazón se les ve bien. El es grave, un poco pálido, un poco cansado, con ojos á flor de epidermis; ella, al con~rario, levanta la cabeza, para provocar la vida que al'1pira con su blanca nariz y que mira fren­te á frente bajo el arco altivo de sus cejas; su boca tiene el a:specto de un beso; las plumas y les agujas tiembll1n sobre su cabello que se estremece todo con vibl'aciones rojas: todo en ella vive, hasta sus ropas; el pueblo ya no ve más que á ella y el hurra que cons¡,ituye el saludo popular, se extingue dulcisima­mente en un murmullo de ternur .... . ..

La mujer ha sentido el amor; se vuelve sonriente, hacia una tercer figura que se desliza fuera de la carroza; criaturita menuda, temblorosa, deslumbrada, cuyos ojos se llenan de lágrimas al ver el triunfo de la a,íniga ~dorada: es md.dame de Lamballe, la mas tUl'bada de los tres, quien dice á la Delfina:

-Inmediatamente que ~e os ve se os ama. Al decir estas palabras, un dulce recuerdo tiembla en el fondo de su memoria y la princesa continúa

sonriendo: --Estarias celosa por ventura? -Oh! no! Yo soy feliz cuando se os ama. Entre tanto la carroza, al mandato de un gentilhombre se mueve df'jando libre el sitio, y Monseñor

de Arras avanza hacia los pl'Íncipes; la reinecita ha hecho una graciosa l'everencia y ahora se ve al Pre­lado, cuyos labios se mueven, y que habla sin duda, inclinarse, erguirse, después hacer de nuevo cere­monia.iÍ, inclinar la cabeza hacia uno de los hombros, hacia el otro, en una serie de pequeños saludos amabl~s y rápidos. A cada movimiento de su jefe sus dos manos abiertas sobre su pecho se alejan y se aproximan como si arrojasen follajes y flores invisibles.

Eu seguida el blanco cortejo de las niñitas encaminase militarmente, con pasos rigidos; las dos más pequeñas, guiadas por el obispo, dan aún tres pasos, y de golpe se detienen, presentando á la Delfina un enorme ramo y una bombonera de porcelana de Arras donde hay unas palmas pintadas sobre azul. Ma­ria Antonieta se inclina y besa en la frente á las niñas, Los vivas estallan como un trueno. Luis vuelve la cabeza y se d~scubre gravemente; pero la reina futura, con un coqueto gesto, envia con la punta de los dedo~ un salu40 amistoso y alegre, y dice á la Lamballe:

-El amor del pueblo calienta. Después: -Toma este ramo, que pesa mucho. De pronto rie, añadiendo en voz baja: -Mira cómo sufre el pobre Delfin con su cuello tan apretado. Luis, en efecto, parece muy molesto y á veces levanta su mentón estirando la cabeza hacia el hom­

bro para de~J?egarse el cuello. Pero pronto ya no se le ve más; ha penetrado bajo la bóveda y la escolta se cierra detrás de él.

La gran sala del viejo castillo es. obscura; dos sillones sobre una estrada esperan á los ilustres hués­pedes, Apenas sentado, el principe, con un signo de la mano, ha permitido al obispo que le presente á los notables. Proferidos con una unción sacerdotal, los nombres flamencos caen en el silencio y cada uno de ellos va acompañado de un saludo profundo, hecho en la sombra por el personaje á quien se nombra.

Despl,lés, á otro signo, un jovencito avanza, zurda y torpemente; entre sus manos tiembla un papel. -Oh! dice la princesa, versos! Pero 1~s v~rsos son latinos; con una voz débil, traviesa y semi-agria, el adolescente dice su poema y

el cura de San Waast sigue el ritmo con su nariz asesorada por sus párpados, señalando las in si pidas bellezas; se regocija del aprovechamiento del discipulo y mira al.Delfin, el cual continúa estrangulán­dose con su cuello.

Los versos corren diciendo la majestad del trono y la ventura de los pueblos bajo el cetro de un rey sabio y las promesas de luminoso porvenir. Poco á poco el orador se tranquiliza; á veces un epíteto sal­ta con vehemencia.

Maria Antonieta, para desaburril'se porque no entiende, examina al j@vencito flaco y seco con ges­tieulaciones de madera.

-Va á quebrarse, dice á la Lamballe.

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240 REVI~TA MODERNA.

El colegial ba comprendido que se burlan de él y se turba, pero se yergue, dejando Ver su cara bi­liosa, de frente fugitiva, de naríz puntiaguda, de ojos glaucos, ysu mirada, durante un seKundo, se en­cuentra con la de los príncipes. Maria Antonieta sorprendida en su broma, ha cesado de reir y Luis, des­contento, frunce las cejas; y acaso para adquirir de nuevo compostura, se lleva un dedo á su cuello que le estrangula.

La homilfa continúa, lenta. El Delffn se esfuerza en comprender algunas palabras para adivinar el resto. Por fin el poema concluye.

-Os agradecemos, señor cura, estas hermosas palabras que nos habéis hecho oir á la Delfina y á mi. Este joven es sin duda uno de vuestros discípulos, dice:

- y de los mas enérgicos, Monseñor. Huérfano recogido por mi, me recompensa con sus virtudes y su empeño, porque lo educo para ofrecer más tarde á vuestra alteza un devoto servidor del trono.

-Es preciso, Señor Cura, que le enviéis á Paris donde sus talentos se desarrollarán. -Nosotros le proveeremos de una bolsa. --1 haremos bien. El príncipe, para recibir el poema que se le tiende, vuélvese hacia el jovencito y las azules miradas

de uno y otro se encuentran por segunda vez. -Cómo os llama;!':, Señor? -Maximiliano de Robespiene. -Está bien! Acaso nos volveremos A ver. El adolescente se inclina. Y de nuevo, Luis pasa su dedo alrededor de su cuello.

EDMOND HARACOURT.

Trad. para la -Revista Modm·na. >