“La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a...

5
“La gestualidad frente a la discapacidad” Lucio me ve venir, él está con su papá, expectante en la puerta del consultorio. Cuando llego a la esquina, me mira y sin mediar palabras, corre para abrazarme. Emprende la carrera, mira hacia abajo y hacia el horizonte, donde me encuentro. Desde la posición en la que estoy, registro el cuerpo agitado pero a la vez, sereno que no deja de mirarme. En esos segundos recuerdo el diag- nosco con el cual llegó a los cinco años: “espectro austa severo”, ahora con ocho, es un niño que con sus dificultades va a una escuela, puede leer, aprender y jugar con otros. Connúo en la esquina mirándolo, el me mira, nuestras miradas se tocan…se va acercando…me arrodillo para recibirlo, dejo la agenda y unos libros en el suelo, en la vereda y abro los brazos. En este úlmo tramo, Lucio acrecienta la carrera, el hilo invisible que nos une no se quiebra, más bien se afirma con firmeza en lo intangible e invisible de la escena. Sin duda, es una experiencia que ene fuerza, impulso y potencia. Llega corriendo…me abraza, cierro los brazos y nos abrazamos…”Hola Esteban”…”Hola Lucio”… Nos saludamos…En ese instante no estamos jugando, no hay en esa experiencia un como sí. Afirmamos la alianza, la transmisión de una herencia y la potencia de la puesta en acto de la sub- jevidad y la imagen del cuerpo. El abrazo abre el camino, es la apertura del encuentro (hace una semana que no lo veo). Dura unos segundos, suficientes para renovar la apuesta transferencial (el espacio del entredós). Lue- go de ello, Lucio me da la mano y vamos por la vereda recorriendo el camino inverso en la carre- ra del comienzo. Lentamente, caminamos y comentamos lo que había pasado, hasta llegar a la puerta del consultorio. El papá sosene una hoja con un dibujo, apenas llegamos, Lucio la agarra y me la regala. Es un dibujo con una historia que hizo específicamente para mí. Se despide del papá, juntos subimos al ascensor, comentando el dibujo que historiza una escena de animales, insectos y peces. Llega- mos a la puerta del consultorio, abrimos la puerta para ir a jugar, para darle de comer a los peces, para dibujar y recrear, resignificar una historia, la propia, la de Lucio. Lucio es un niño que fue diagnoscado del espectro del trastorno austa. La escena descripta nos lanza un interrogante ¿Puede haber un abrazo del espectro austa? Si Lucio busca mi mirada, la aprobación del gesto, el abrazo, la caminata posterior, la alegría, el entusiasmo por el encuentro, nos preguntamos: “¿Dónde está el supuesto trastorno austa que soportó como esgma durante cinco años?”. Abrazar a un otro supone un re-conocimiento de uno en dicha gestualidad. Reproduce en ese gesto la humanidad, que como tal implica, dirigirse al otro e historizar la propia historia, mucho más allá de una simple acción ritual, sensoriomotora. El gesto de Lucio pone en escena el afecto libidinal que lo impulsa a reencontrarse. Posteriormente, al darme la mano, encaminarnos al consultorio y regalarme el dibujo, recrea la historia y con ella nos dirigimos al lugar de la cons- trucción de una experiencia diferente, donde se juega la alteridad y la plascidad tanto simbólica como neuronal.

Transcript of “La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a...

Page 1: “La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a tener toda la potencia la de la intriga: del enigma, la presencia, la búsqueda y

“La gestualidad frente a la discapacidad”

Lucio me ve venir, él está con su papá, expectante en la puerta del consultorio. Cuando llego a la esquina, me mira y sin mediar palabras, corre para abrazarme. Emprende la carrera, mira hacia abajo y hacia el horizonte, donde me encuentro. Desde la posición en la que estoy, registro el cuerpo agitado pero a la vez, sereno que no deja de mirarme. En esos segundos recuerdo el diag-nostico con el cual llegó a los cinco años: “espectro autista severo”, ahora con ocho, es un niño que con sus dificultades va a una escuela, puede leer, aprender y jugar con otros.

Continúo en la esquina mirándolo, el me mira, nuestras miradas se tocan…se va acercando…me arrodillo para recibirlo, dejo la agenda y unos libros en el suelo, en la vereda y abro los brazos. En este último tramo, Lucio acrecienta la carrera, el hilo invisible que nos une no se quiebra, más bien se afirma con firmeza en lo intangible e invisible de la escena. Sin duda, es una experiencia que tiene fuerza, impulso y potencia.

Llega corriendo…me abraza, cierro los brazos y nos abrazamos…”Hola Esteban”…”Hola Lucio”…Nos saludamos…En ese instante no estamos jugando, no hay en esa experiencia un como sí. Afirmamos la alianza, la transmisión de una herencia y la potencia de la puesta en acto de la sub-jetividad y la imagen del cuerpo.

El abrazo abre el camino, es la apertura del encuentro (hace una semana que no lo veo). Dura unos segundos, suficientes para renovar la apuesta transferencial (el espacio del entredós). Lue-go de ello, Lucio me da la mano y vamos por la vereda recorriendo el camino inverso en la carre-ra del comienzo. Lentamente, caminamos y comentamos lo que había pasado, hasta llegar a la puerta del consultorio.

El papá sostiene una hoja con un dibujo, apenas llegamos, Lucio la agarra y me la regala. Es un dibujo con una historia que hizo específicamente para mí. Se despide del papá, juntos subimos al ascensor, comentando el dibujo que historiza una escena de animales, insectos y peces. Llega-mos a la puerta del consultorio, abrimos la puerta para ir a jugar, para darle de comer a los peces, para dibujar y recrear, resignificar una historia, la propia, la de Lucio.Lucio es un niño que fue diagnosticado del espectro del trastorno autista. La escena descripta nos lanza un interrogante ¿Puede haber un abrazo del espectro autista? Si Lucio busca mi mirada, la aprobación del gesto, el abrazo, la caminata posterior, la alegría, el entusiasmo por el encuentro, nos preguntamos: “¿Dónde está el supuesto trastorno autista que soportó como estigma durante cinco años?”.

Abrazar a un otro supone un re-conocimiento de uno en dicha gestualidad. Reproduce en ese gesto la humanidad, que como tal implica, dirigirse al otro e historizar la propia historia, mucho más allá de una simple acción ritual, sensoriomotora. El gesto de Lucio pone en escena el afecto libidinal que lo impulsa a reencontrarse. Posteriormente, al darme la mano, encaminarnos al consultorio y regalarme el dibujo, recrea la historia y con ella nos dirigimos al lugar de la cons-trucción de una experiencia diferente, donde se juega la alteridad y la plasticidad tanto simbólica como neuronal.

Page 2: “La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a tener toda la potencia la de la intriga: del enigma, la presencia, la búsqueda y

Retomamos el caso de niño que analizamos en el artículo anterior, para considerar la gestuali-dad en escena. La primera vez que me encuentro con Mateo, de siete años, veo la tristeza de un niño cabizbajo, sostiene un rectángulo plástico de color celeste, que no deja de mover entre sus dedos, muy cerca de sus oídos. Las orejas coloradas denotan el roce áspero con ese objeto de hielo. La mamá aclara: “Le duele siempre el oído, el frío lo calma, juguetea con ese hielo todo el tiempo…tuvo otitis, lo operamos, hicimos muchos arreglos en los oídos…ahora está un poco mejor. Igual el diagnóstico de él es espectro autista, vinimos con usted desde muy lejos, casi 700 kilómetros, para ver si tiene ese síndrome, esa discapacidad, estamos desorientados y no sabemos qué hacer”…Mientras que la mamá me lo decía, Mateo no deja de pasarse rápida-mente el hielo por la cabeza, en dirección de una oreja a la otra.

La escena que acabamos de describir dramatiza el sufrimiento, la angustia inmóvil, gozosa. El goce deja huellas de presencias congeladas, frías, encristadas en incubadoras de hielo. La ex-periencia que realiza Mateo fue diagnosticada en breves minutos como trastorno del espectro autista.

En la sesión diagnostica se detiene en una gran pelota de colores, la mira y se acuesta sobre ella. Acomoda la postura, el tono muscular se relaja y comienza a balancearse sin parar. Luego de un tiempo, le propongo compartirla, tirarla, patearla o jugar juntos con ella. Él se balancea solitario, me mira de soslayo, sonríe y continúa. De repente, en un balanceo se le escapa la pe-lota entre las piernas y logro agarrarla, él se sienta en el suelo. Aprovecho esta nueva situación y digo: Ahora voy a esconder la pelota…”. En ese instante, salgo corriendo con ella…al hacerlo, exclamo: “A buscarla…”. En ese ritmo, logro esconderla en otro cuarto. Mateo sonríe y afirma: “Siii”, y va a buscarla, lo acompaño. Lentamente, la buscamos por la cocina, tras la heladera, en el baño y finalmente la encuentra en el balcón. Al verla, se acerca, la agarra y vuelve a intentar balancearse, esta vez, la pelota rebota y se desliza hacia mí y salgo con ella al pasillo y luego a las escaleras del edificio. Al volver, le pregunto a Mateo: ¿Dónde está?, no la veo, pelota, pelo-ta, vamos a buscarla”. Al no encontrarla, se genera el silencio.

En un momento, Mateo se detiene y mira la pelota más grande, se acerca y comienza a balan-cearse. Claramente, es un movimiento sensoriomotor, se recuesta sobre ella y rebota sin parar. Tomo este momento como un gesto y lo acentúo moviéndolo para arriba y para abajo. Se ríe y reacciona a carcajadas, balanceándose en un ritmo periódico decido incluir una melodía rítmica y al mismo tiempo que acompaño el balanceo, canto: “Paparapapapapa…papapa…papapa… paparapapapapa…papapa”. Al terminar de moverlo demanda a los gritos: “Otra vez, otra vez…es mi turno, es mi turno…siempre mi turno”. Ante esta demanda, respondo: “Muy bien…pero antes de volver a jugar a moverte para un lado y para el otro con la pelota y el Paparapapapa-pa…papapa…papapa… paparapapapapa…papapa, juguemos a la escondida, tenés que contar hasta diez, lento, despacio y encontrarme”. Inmediatamente, comienza a contar, se tapa los ojos y voy a esconderme.

Page 3: “La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a tener toda la potencia la de la intriga: del enigma, la presencia, la búsqueda y

El juego de la escondida se rearma, Mateo va a mi encuentro, me busca en un cuarto, en el baño, en otro lado, pero no me encuentra, comienza a exclamar: “Esteban…Esteban… ¿Dónde estás?...Esteban”. Desde mi escondite, registro un tono de angustia y decido orientarlo, sin que me vea, comienzo a repetir la melodía: “Paparapapapapa…papapa…papapa… paparapapapa-pa…papapa”. Lo escucho sonreír, se orienta y me encuentra. Sonríe, me mira y luego se lanza a la pelota para balancearse, me acerco y otra vez el ritmo adquiere cada vez más consistencia de código, como si fuera un guiño de ojo, arma la complicidad y la intensidad, el ritmo, deviene personaje. Es decir, el ritmo de la escena se transforma en un personaje que unifica, anuda y hace de puente entre la realidad sensoriomotriz (del balanceo) y la imagen del cuerpo que la escena genera en el placer del deseo de un encuentro con otro. De algún modo, nos balancea-mos juntos en el horizonte de la experiencia compartida, donde, Mateo existe como sujeto y su aparto neuromotriz, lo sensoriomotor se repite en un espejo que lo unifica, ósea en la imagen corporal que lo sostiene más allá de la organicidad y de cualquier diagnóstico. En todas estas entrevistas diagnósticas, Mateo no usa el objeto de hielo en sus orejas, se “olvida” de usarlo por el placer del juego en la escena.

Después de unos meses, en el próximo control diagnóstico, Mateo retoma el juego de la alfom-bra mágica (la colchoneta en la cual se acostaba apenas llegaba) y el de la pelota que acabamos de describir. Sin embargo, cuando le correspondía el turno en el cual él tenía que esconderse o ceder el turno al otro, se resistía y no podía hacerlo. Niega esta posibilidad y exclama: “No. Es mi turno, siempre es mi turno”. Claramente, todavía, no alcanza a soportar que el otro se esconda, desaparezca y a cambiar de rol a tener él la función de tomar la iniciativa para salir a intentar encontrar al otro.

En un momento pasamos por la cocina y ve una bolsita con bombitas de agua, me pregun-ta si podíamos inflarlas. A continuación, llenamos una, sorprendido exclama: “Siii, tiremos la bombita”. Coloco agua en una de ellas, él no para de sonreír y a la vez explicito: “Me voy a esconder para que no me mojes”. A continuación salgo corriendo, me escondo tras la puerta de otro cuarto. Busca para un lado, para el otro, cuando me encuentra vuelve a sonreír, me tira la bombita, que finalmente cae al piso pero no explota. La vuelve a tomar, la arroja y me moja, sorprendido, inflo otra con mucha agua y ahora es mi turno, entonces, me mira y dice: “Tu no me mojes por favor, es mi turno”, le respondo: “Tenés que esconderte, así si te escondes bien, no te voy a encontrar y no puedo mojarte”, pensativo, Mateo dice: “Mojala a Magalí (mi secre-taria)”, ella escucha pero aclara que no juega.

“Voy a contar hasta diez y tenés que esconderte o te mojo, porque Magalí no va a jugar…Ahora empiezo a contar….1, 2, 3, 4”. Al comenzar el conteo, corre y se esconde rápidamente bajo una colchoneta. Por primera vez, corre a esconderse para que no lo moje. Al realizarlo, llamativa-mente, busca un nuevo escondite (y no el mismo al que siempre recurría y repetía en la misma secuencia). El juego de la escondida comenzaba a tener toda la potencia la de la intriga: del enigma, la presencia, la búsqueda y la ausencia. En ese instante se producía un gesto relacio-nal y simbólico. Justamente, porque adquiría consistencia dramática, en el sentido de poner en juego el afecto necesario para esconderse lo mejor posible ya que estaba en riesgo la posi-bilidad de recibir la bombita y ser mojado. Luego de un largo recorrido, lo encuentro, Mateo permanecía en silencio, arrojo la bombita y exclama: “Ayyy, ayyy, me mojaste”…”Si claro, ahora es tu turno”, él afirma: “Yo quiero contar y mojarte”, y al mismo tiempo dice: “Pedime disculpas porque me mojaste”…”Nooo”, respondo es parte del juego, ahora te toca a vos”, entusiasmado grita: “Yo quiero contar y mojarte… 1, 2, 3, 4…”

Page 4: “La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a tener toda la potencia la de la intriga: del enigma, la presencia, la búsqueda y

El juego de la escondida y las bombitas se despliega con mucha intensidad, los escondites se su-ceden en la cocina, el balcón, el baño. Luego de un tiempo las bombitas van dejando paso a una pequeña pistola de agua que encontramos en uno de nuestros recorridos. La preparamos, la cargamos y el juego se transforma en persecución de pistoleros, guaridas, escondites y escondi-das. Mucha agua para empapar y mojar al otro.

Al comenzar la entrevista, Mateo trae un libro para leer conmigo, es un texto que se llama “Busca y encuentra”, consiste en distintas cantidades de monstruos, fantasmas, plantas, cosas que hay que encontrar. Él siempre tiende a querer buscar las mismas escenas que ya se sabe de memoria, por ejemplo, buscar siete monstruos verdes, tres plantas carnívoras, dos moscas, etc., él ya sabe el orden y la secuencia que reproduce sin equivocación posible. ¿Cómo romper este ritual que repite con su madre, con la abuela, su papá e intenta hacerlo exactamente igual en nuestro encuentro?

Como es él el que trae el libro, comienza a leerlo, al hacerlo, le propongo recrearlo junto con él, por ejemplo: “Dibujamos esos siete monstruos en una pizarra”…De este modo, recreamos la historia original, al dibujarlo, pregunto: “¿Dónde está este monstruo”…”En el bosque”, respon-de Mateo…A continuación dibujamos árboles, recreándolos. Contento con el dibujo, seguimos produciendo e inventando escenas: “¿Con quién están los monstruos?”…Dibujamos a un nene, la casa, las flores, luego de ello, le pregunto: “¿Me contás esta historia nueva que estamos di-bujando?”. Mateo responde: “Había una vez un monstruo que vivía en un bosque, encontraron a un nene en una casa jugando y colorín, colorado el cuento se ha acabado”. En ese instante, tocan el timbre y también es el momento de terminar la sesión.

A través de estas escenas, Mateo nos confirma que no es un niño trastorno del espectro autista (TEA), puede comenzar a jugar la presencia y la ausencia. La representación del juego de la es-condida le permite relacionarse con otro y recrear, resignificar la propia historia. Cuando logra redibujar el cuento nos cuenta otra historia, ya no la que lo ritualizaba en una experiencia fija, sino que pone en escena la transformación que implica la plasticidad simbólica necesaria para participar de la historia que dibujamos y tal vez, por primera vez, introducirse en el dibujo y ser por un breve tiempo, otro.

Lucio y Mateo realizan la gestualidad relacional. Sostenidos en la experiencia del entredós, se “olvidan” en escena de cualquier diagnostico-pronostico lanzándose al encuentro con el otro. Ellos, junto en este caso a Esteban, se dejan desbordar por el placer de sentir placer jugando, pensando, dibujando juntos. La experiencia infantil es una realización plástica que les permite a los más pequeños recrear sus propios espejos y crear otros. El placer de dicha escena se fuga para escribirse como huella de una ausencia que marca el cuerpo y lo torna pulsional, desean-te. El movimiento rítmico del deseo en la infancia, el vaivén de la chispa infantil nace de esa memoria libidinal, origen de la gestualidad y la demanda de amor al otro.

A su modo, Mateo y Lucio pelean contra el diagnóstico que los poseía en el déficit anónimo e invalidante. Nuestro trabajo abre, genera y da lugar a un espacio donde puede salir del dolor corporal, de la patología, para crear y contar otras historias, la propia, la de la imagen del cuer-po, la de otros, donde ellos se reconocen como sujetos.

Page 5: “La gestualidad frente a la discapacidad” · secuencia). El juego de la escondida comenzaba a tener toda la potencia la de la intriga: del enigma, la presencia, la búsqueda y

La gestualidad, la historia que los pequeños recrean en la experiencia compartida, produce y es efectos de la plasticidad del cuerpo receptáculo. Recordemos que la plasticidad simbólica no tiene sustancia, no es del orden del tener, pero ahí, donde se produce se es diferente, los pequeños se metamorfosean en otros que no eran antes, es esta la característica explosiva, en red y al mismo tiempo que constata el acontecimiento infantil que se produce. Ella abre las posibilidades de nuevos pensamientos representacionales. Es la potencia de la repetición (de cada historia) en la diferencia. Todo lo cual, permite que la herencia simbólica se articule con la genética (epigenética), transformándola para inaugurar y originar nuevas experiencias que anteriormente no se vislumbraban.

Un niño (Lucio, Mateo) como todos, cumple la promesa de la infancia, que implica continuar realizando acontecimientos significantes, cuyas marcas determinan la sensibilidad subjetiva. Los niños tienen que realizar la experiencia, hacerla para poder constituir un saber de su propio cuerpo, del lenguaje, de los otros, de las cosas, de la comunidad, de la cultura en la cual vive, para ello, necesita jugar y experimentar a través de su cuerpo cada una de sus escenas que se inscribirán como huellas imperecederas.

Los chicos podrán construir lentamente la novedad, la natalidad de lo nuevo, la plasticidad de un saber, un pensamiento y un hacer relacional y simbólico. Nuestra propuesta es dar lugar al niño para constituir y construir la experiencia del hacer , la cual decanta en un saber que no se sabe del todo, pues no depende ya del cuerpo y mucho menos de un diagnostico o de un síndrome, sino de la singular relación con un otro que dona la herencia simbólica como don de amor.

Esteban [email protected]

www.facebook.com/LaInfanciawww.lainfancia.net