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6 “Los liberales somos gente de derecha a la que le gustaría ser de izquierda” UNA ENTREVISTA A ALBERTO VERGARA POR MARTÍN PAREDES Actualmente radicado en el Canadá, Alberto Vergara, el joven y polémico analista político, se reconoce en aquella tradición cercana a Tocqueville, Aron, Isaiah Berlin y Hayek: un pensamiento anti-totalitario.

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“Los liberales somos gente de derecha a la que le gustaría ser de izquierda”Una entrevista a alberto vergara por Martín paredes

Actualmente radicado en el Canadá, Alberto Vergara, el joven y polémico analista político, se reconoce en aquella tradición cercana a Tocqueville, Aron, Isaiah Berlin y Hayek: un pensamiento anti-totalitario.

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Tu libro Ni amnésicos ni irraciona-les se lo dedicas a tu papá: “mar-xista de derecha”. En un reciente

artículo en la revista Poder te defines de derecha, a secas. Algunos amigos dirán, como Condorito, ¡exijo una explicación! Yo simplemente te pregunto, ¿por qué eres de derecha y qué te diferencia de tu papá?

Hubiera sido más justo conmigo mis-mo decir en ese artículo que soy liberal más que de derecha. Pero faltaba algo más de un mes para la elección municipal y algunos medios de derecha querían de-liberadamente asustar a los sectores A y B para que abandonaran a Susana Villa-rán, que venía creciendo, y entonces me pareció que era importante decir, “oigan, se puede ser de derecha y desear que la izquierda exista y no ser un calzonudo que se asusta con que la tía es terruca”. El término “derecha” era más provocador que “liberal”, así que su elección cargaba cierto efectismo. Pero bueno, más allá de esta cuestión de contexto, creo que soy alguien cercano al liberalismo y, hay que admitirlo, en muchas cosas el liberalismo es derechoso aunque nos cueste aceptarlo. Siempre he tenido la intuición de que los liberales somos gente de derecha a la que le gustaría ser de izquierda.

Volviendo a la pregunta, algunas ra-zones por las cuales creo que soy liberal

y, por tanto, algo derechista: la primera y más importante es que prefiero que sea el libre mercado y sus instituciones los que asignen los recursos en una sociedad democrática, y no un burócrata sabio y bondadoso que sabría mejor que los ciudadanos qué se debe producir y cómo se debe distribuir la riqueza. Porque los valores distintivos del liberalismo, como los derechos individuales o la división de poderes en el Estado, felizmente han terminado siendo asumidos por otras corrientes políticas como el socialismo o el conservadurismo, que por razones distintas solían verlos con sospecha. Entonces, ante esta situación creo que la cuestión económica sigue siendo la que divide a la izquierda de la derecha, y ahí me pongo del lado del libre mercado. En segundo lugar, yo no me formé intelec-tualmente leyendo a Gramsci, Mariátegui o Badiou; más bien, me reconozco con menos dificultad en una tradición donde pondría a Tocqueville, Raymond Aron, Isaiah Berlin, Hayek, algo que podríamos llamar un pensamiento antitotalitario y que, no puede negarse, es una tradición que siempre estuvo en disputa con la izquierda. Lo cual no quiere decir que no admire a muchos marxistas, sobre todo heterodoxos, de Castoriadis a Barrington Moore o algunos radicales fantásticos como Charles Wright Mills… No estoy

PODER Y SOCIEDAD

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tratando de hacer una apología del libe-ralismo, solo estoy dando algunas razones para justificar aquella autocalificación. En tercer lugar, mis reflejos no se excitan con los “movimientos sociales” o el pueblo participativo, como le suele pasar a mis amigos de izquierda ilusionados con las formas “directas” de democracia. Yo soy más escéptico de estas cosas, creo que se necesitan partidos y élites democráticas que ordenen la participación social. Final-mente, en un plano bien teórico y hasta ético, más que las clases me preocupan los individuos y sus derechos, y más que el conflicto entre clases me preocupa el conflicto del individuo contra las distintas colectividades que intentan dominarlo: el Estado, la nación, la Iglesia.

Lo que pasa es que en el Perú todo el mundo quiere ser de izquierda, desde Gastón Acurio a Dionisio Romero. Pero te aseguro que si mañana aparece un decreto supremo que determina cómo y dónde hacer restaurantes o que la banca debe ser manejada con principios más “sociales”, ambos se opondrían con argumentos liberales y no socialistas.

¿Y lo de tu papá… marxista de derecha?

Mi papá es un marxista de derecha porque está convencido de la primacía de la economía sobre la vida política. Sigue siendo muy hegeliano (de hecho relee a Hegel), está convencido de que la historia es inteligente, inteligencia que proviene del capitalismo. Pero en lugar de utilizar esa lógica para denostar al capitalismo —como hacía en su vida anterior de mar-

xista duro—, ahora la usa para justificarlo. De aquí vienen muchas de las cosas que ha hecho en su chamba, apostar por las ciuda-des y por los corredores económicos que dinamicen y multipliquen los mercados. En realidad, como Marx, es un convencido de que el capitalismo civiliza. En eso los neoliberales y los marxistas se dan la mano. Y por eso a veces es aburrido conversar con ellos: siempre quieren hablar del “modelo económico” para defenderlo o para ata-carlo, y si hablas de otra cosa te acusan de no estar hablando de lo que “en verdad” es importante. Y a mí me parece que hay muchas otras cosas interesantes y urgentes además de los asuntos económicos.

Tradicionalmente, los intelectuales de izquierda han definido a la derecha como reaccionaria, autoritaria, rentista y racista. ¿Qué derecha está vigente hoy? ¿Quiénes son sus líderes, sus in-telectuales, cómo están representados políticamente?

Bueno, pero de esos calificativos ¿cuál no se le podría aplicar a nuestra izquierda tradicional? Tal vez menos racista, pero el resto igualito. Creo que hay tres “élites” de derecha. Por lo tanto, no hablo en términos de electorados masivos sino de grupos con poder de influencia. En primer lugar, una derecha empresarial interesada en que el modelo económico se mantenga. En segundo lugar, una derecha asociada al fujimorismo y a una agenda políticamente reaccionaria. Este gobierno las ha engreído a ambas. Pero el reto de la democracia peruana es disociarlas, como en el Brasil; y, más importante, evitar que tengan los

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privilegios desmedidos para acceder al poder mediante mecanismos sombríos como han tenido con este gobierno. Los ciudadanos votamos una vez cada cinco años, pero los milicos y los grandes em-presarios votan todos los días. Esa es una debilidad de la democracia peruana. Lo peor de todo es que en este punto hemos retrocedido en este quinquenio. Y el gran culpable es Alan García. Finalmente, hay una derecha mediática presente en perió-dicos, revistas y televisión. A esto podría-mos agregar una derecha tecnocrática en el Estado, que estudia mi amigo Eduardo Dargent, pero su carácter ideológico lo tengo menos claro.

Lo que es común a las tres élites de derecha es que como no hay partidos

“Mi papá es un marxista de derecha —se refiere al conocido sociólogo Ricardo Vergara (izquierda en la foto)— porque está convencido de la primacía de la economía sobre la vida política.”

sólidos, no están en el Congreso o en las instituciones representativas; las en-cuentras en el mundo de los lobbies, de la influencia bajo la mesa y en el de los medios. Los partidos están tan desacre-ditados y el Congreso tan devaluado que es más rentable hacer política desde la CONFIEP, desde El Comercio o desde las propias Fuerzas Armadas.

Este gobierno ha cobijado a dos repre-sentantes típicos derechistas: un militar (Giampietri) y otro del Opus Dei (Rey). Ambos personajes no resaltan por su tolerancia ni por su talante democrático; de hecho, ambos son fujimoristas. Pero Alan García los eligió para gobernar. ¿Hay alguna diferencia ideológica entre García y Alberto Fujimori?

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Hay una derecha empresarial y otra fujimorista, políticamente reaccionaria, y Alan las ha engreído a las dos. ¿Cuál prefiere la despistada de Lourdes? El PPC todavía es útil en la defensa de los valores democráticos y debe ser más enfático en su distancia de Fujimori y Cataño. (Caretas)

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García y Fujimori son los líderes de los movimientos populistas más importantes del Perú contemporáneo. Y como buenos populistas, más que doctrinas políticas tienen reflejos políticos. Sin embargo, quiero creer que Alan tiene una conside-ración mayor por el régimen democrático que Fujimori. García viene de un partido que siempre ha sido democrático, cuya demanda principal en la historia fue que los dejen participar en elecciones. Un par-tido de perseguidos, torturados, exiliados, bombardeados… ¿Cómo puede el líder de ese mismo partido haber intentado sacar de la cárcel al grupo Colina? Qué lamentable, pero con tu pregunta, Martín, me doy cuenta de que no se me ocurre cómo justificar que García sea muy dife-rente de Fujimori en términos ideológicos hoy. Fujimori seguramente es menos ideologizado que García, pero no creo que si hiciese una evaluación de ambas carreras políticas encuentre que alguno ha sido distintivamente más pragmático o principista que el otro.

El fujimorismo, por su lado, es el desprecio por las instituciones, por la libertad, por la cultura. El espíritu que anima a sus líderes y a muchos de sus seguidores es muy cercano al fascismo, movimientos de individuos mediocres impulsados por el odio y que a través de la devoción primaria y rastrera hacia un líder logran escalar posiciones. Como ese juez peronista que aparece en “El secreto de sus ojos”, la película argentina.

¿El fujimorismo es para ti esencial-mente antidemocrático?

En su dimensión liberal-democrática, institucional, desde luego. Pero no lo es a nivel social. Ahí es muy democrático, como todos los populismos. En El na-cimiento de los otorongos, un libro muy interesante de Carlos Iván Degregori y Carlos Meléndez, se estudia en detalle a las bancadas fujimoristas de los años no-venta y está clarísimo el papel socialmente democratizador del fujimorismo en el Perú. En el Congreso 1995-2000, la mitad de los congresistas elegidos por UPP eran graduados de la Pontificia Universidad Católica; en la bancada fujimorista, en cambio, dos tercios habían salido de universidades o institutos superiores estatales de provincias. ¡Es brutal! Cómo no va a ser un elemento democratizador. Fujimori y el fujimorismo le dieron rostro político a un país que nadie había mirado a los ojos.

¿Ollanta Humala sigue siendo el cuco electoral de la derecha? ¿A quién teme la derecha en las urnas?

Le teme a la incertidumbre electoral y que de esa incertidumbre surja de la nada un personaje que se tire abajo todo lo ganado en términos económicos. Esa es la pesadilla de la derecha empresarial. Humala es la manifestación concreta y pasajera de un miedo genérico y perma-nente. Y yo lo comprendo perfectamente. Es gente que tiene millones de dólares invertidos en el Perú, es normal que no quiera que venga un personaje que haga tambalear el modelo económico. En los últimos años, el Perú ha alcanzado el per cápita que tenía en 1975. O sea, hemos

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tenido tres décadas entre paréntesis, estamos resurgiendo del fondo del pozo. Yo estoy convencido de que si Ollanta Humala hubiese ganado el 2006 esta pro-gresión se hubiera detenido. Nos habría metido en un escenario ecuatoriano con Asamblea Constituyente, clientelismo a tope con los recursos de los minerales, los grupúsculos nacionalistas estarían en la calle y como producto final tendríamos una polarización política insoportable que el gobierno calificaría como “oligarquía” contra el “pueblo”, lo cual desataría or-gasmos entre los lectores de Laclau y el pánico entre los inversionistas. Entonces, este escenario no es ciencia ficción, fue muy posible. Felizmente no ocurrió. Pero es el hecho de saber que podría ocurrir lo que genera temor.

¿El mote de “caviar” contra los iz-quierdistas ha sido la mejor creación intelectual de la derecha en los últimos años?

Desde luego. A falta de intelectuales, la derecha tiene chaplineros. Pero bueno, el éxito no es la creación del término, que copiaron directamente de Francia, sino su difusión y la forma de usarlo. Como toda caricatura, la exageración se hace desde algunos rasgos existentes. Pero lo impresionante es cómo a través de una categoría que alude sobre todo a una cuestión social y racial, el término con-sigue tirarse abajo una agenda ya no de izquierda sino institucionalista. Ese es el gran mérito de la utilización de la palabre-ja: desde una categoría referida al estatus social invalidas una agenda política. Y el

racismo y el resentimiento que existen en el Perú juegan un papel fundamental para que esto prenda. Sin embargo, creo que el triunfo de Susana Villarán va a reducir la importancia del término, pues ya no pueden acusar a la izquierda de solo ser conocida en Miraflores.

Está claro que el triunfo de Susana Villarán no es el retorno triunfal de la izquierda, como algunos quieren creer-lo. Partidos como el MNI, el PR, el PS y otros han manifestado su deseo de que Humala sea su candidato presidencial. ¿Qué futuro le ves a este conglomerado de la izquierda más dura? ¿Una nueva versión de Izquierda Unida es un sueño de opio?

En el Perú no hace falta una izquierda unida, hace falta una izquierda nueva. Imagino que si cuajase una opción social-demócrata como la de Fuerza Social, a esta izquierda más ultra a la que aludes le tocaría jugar el papel electoral que en otros países juegan los Partidos Comu-nistas: inclaudicables principistas de 6%. Es una opción muy válida. Pero a mí me gustaría más una izquierda dispuesta a hacer concesiones y renovada, una izquierda que prometa utilizar el mo-mento de bonanza que vive el país para legitimar el sistema democrático, que fortalezca a las instituciones que hacen que el libre mercado sea justo y no una coartada para que algunos empresarios saquen provecho de sus influencias. Pero una izquierda que repite aquello de que todo está mal, que cada día nos va peor, que hay que cambiar el modelo

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económico de cuajo… ¿para qué? ¿Quién quiere una izquierda así de amargada y despistada?

Ollanta Humala no puede ser dos veces outsider. Y en estos cinco años su capital político del 2006 se ha desgastado, entre otras cosas, por su volátil bancada

en el Congreso. ¿El nacionalismo sigue siendo una alternativa electoral impor-tante para el año 2011?

Depende de qué entendemos por una “alternativa electoral importante”. Si esto fuera, por ejemplo, obtener una repre-sentación considerable en el Congreso,

Humala, a pesar de la bella Nadine, es la pesadilla de la derecha empresarial. (Caretas)

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García y Fujimori son yuntas. Cada vez que pueden, se tiran salvavidas, se dan la mano, se dan la posta. “Son los líderes de los movimientos populistas más importantes del Perú contemporáneo.” (Caretas)

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desde luego que el nacionalismo es una alternativa importante y podría meter sin problema entre 10 y 15% de congresistas. No estaría nada mal. El problema es que en el Perú todo el mundo cree que puede ser Presidente, y entonces “alternativa electoral importante” es sinónimo de ganar la elección presidencial. Eso pasa por carecer de partidos y por sufrir de abundancia de “iluminados”. Si hubiera partidos, tener 12% en el Congreso no se-ría visto necesariamente como un fracaso, pero como no los hay, es un fracaso que el caudillo no pase a la segunda vuelta. No deja de sorprenderme ver a tanta gente que cree que podría ser Presidente. Imaginemos que un banco o una empresa importante estuviese buscando gerente general y entrevista a Keiko Fujimori para el puesto… ¿tú crees que alguien contrataría a una persona tan limitada intelectualmente? Nadie. O imagínate el mismo ejemplo con Marco Arana. ¿Por qué cree este señor que puede ser Presidente de la República? ¿Por qué no se puede plantear antes ser congresista, alcalde, presidente regional? Entonces, hay tanto iluminado suelto en plaza que el fracaso electoral es sinónimo de no ganar la Presidencia.

Para mí, es alucinante cómo Humala dilapidó en un abrir y cerrar de ojos lo que obtuvo el 2006. ¡En la segunda vuelta sacó 46% de los votos y tenía un tercio del Congreso! Belaunde, outsider en 1956, perdió la elección con Prado y al día si-guiente estaba armando un partido con bases sólidas en el sur del Perú, donde

le había ido muy bien electoralmente. Se dedicó cinco años a chambear en Acción Popular. Y a la siguiente elección tenía un partido para pelearle de tú a tú al apra. Pero para eso hace falta un caudillo ins-titucionalista, aunque suene a oxímoron. Y Humala no lo es.

El apra ha sufrido una derrota genera-lizada en el país y no puede mostrar un candidato presidencial propio. ¿Merce-des Aráoz es su gran esperanza blanca? ¿Qué le ha hecho Alan García al apra en este quinquenio?

Sí pues, al decir “Meche” en el apra uno estaba acostumbrado a imaginar el rostro de maestra de unidad escolar de Cabanillas y no uno de profe regia de la Pacífico. Creo que Alan ha vuelto a arrui-nar a su partido. Por razones diferentes de las de su primer mandato, pero el resultado es bastante similar. Mira, si el 1 de agosto de 2006 tú le tomabas una foto al poder político en el Perú, veías que el apra tenía la Presidencia de la República, un tercio del Congreso, la mitad de los gobiernos regionales y algo menos del 20% de las alcaldías provinciales. Y fíjate hoy: solo han ganado una región, fueron incapaces de presentar un candidato a la alcaldía de Lima y van a ir a la presi-dencial con una independiente. Yo creo que es inédito en América Latina que un partido tradicional haya desperdiciado tan olímpicamente la posibilidad de ser un partido central en la vida política de un país. Aunque, en realidad, algunas de las razones para el descalabro tal vez no sean tan distintas de las del primer

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gobierno de García, sobre todo la corrup-ción. Es alucinante, pero en un país pobre como el Perú, durante estos cinco años el gobierno de García ha conseguido que la gente responda consistentemente en las encuestas que el problema más grave del país es la corrupción. No la falta de empleo, no los salarios misérrimos, no el crimen. La corrupción. Pero bueno, ahí está Meche para hacernos olvidar que casi toda la plana mayor del apra tuvo que dejar los puestos públicos que asumieron debido a algún escándalo. Y en una de esas lo consigue.

Libros y debates

El libro que has publicado recientemente junto a Carlos Meléndez, La iniciación de la política, es, además de los trabajos recopilados, la presentación de una nue-va generación de politólogos surgidos en esta década en que la ciencia política ha tenido un gran impulso. ¿Cómo ser politólogo en un medio político tan imprevisible como el peruano?

Yo me lo pregunto todos los días. A veces pienso que el Perú todavía no ha llegado a la edad de la ciencia política. Aunque una vez dije esto y Paulo Drinot me respondió con justeza que, en reali-dad, es la ciencia política la que no ha llegado a la edad para entender el Perú. Como sea, efectivamente lo imprevisible es muy notorio. Pero hay que decir dos cosas al respecto. Esto es muy patente sobre todo en el ámbito electoral, pero las elecciones solo son un ámbito de la ciencia política. En muchos otros espacios

la imprevisibilidad no es tan grande y la ciencia política puede darte instrumen-tos útiles para comprender la realidad. En segundo término, lo imprevisible es consustancial a la democracia. Por de-finición, en un régimen con elecciones libres la incertidumbre es mucho mayor que en uno regido, digamos, por criterios dinásticos. Por lo demás, si dejamos de lado la pretensión de predicción de la ciencia política (que a mí personalmente no me parece que sea su función funda-mental), lo importante de la disciplina es que te brinde herramientas útiles para comprender la vida política.

En cuanto al libro, yo no me animaría a hablar de una nueva generación, me suena muy pretencioso. Si lo somos, eso se verá por lo que produzcamos, habrá que verificarlo de aquí a tres décadas. Por lo pronto, solo somos un grupo de académicos entusiastas trabajando sobre temas muy diferentes, con aproximacio-nes teóricas bien distintas y con métodos de todo tipo. No hay una propuesta unificada ni una agenda común. En realidad, lo que nos une a varios es un compromiso por investigar el Perú, por comprenderlo, pero mirándolo con un ojo amplio, poniéndolo en el contexto latinoamericano, y con preocupaciones teóricas y académicas que van más allá de la política cotidiana. Pero igual no me siento cómodo hablando en nombre de nadie.

¿Qué cosa quedó en blanco y negro del debate en el diario La República entre Lynch, Manrique y Adrianzén por un

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lado, y Tanaka, Dargent y Vergara por el otro? Para los lectores quedó trunco, ¿por qué no siguió?

Honestamente, esa discusión fue penosa. No siguió porque no tenía sentido. Nosotros queríamos discutir qué entienden ellos por “democracia”, por qué asumían que la existencia de la democracia está ligada a determinadas políticas económicas, qué entendían por transiciones truncas o inconclusas, etc., porque esas cosas no están claras en sus libros. Lamentablemente, las respuestas de Adrianzén y Lynch fueron completa-mente personales y prefirieron defender sus trayectorias de intachables intelectua-les orgánicos antes que sus argumentos o libros (no incluyo a Manrique en esto). En lugar de defender sus proposiciones y refutar las nuestras, nos dijeron “hijos del neoliberalismo”, “defensores del statu quo”, “fujimoristas” y hasta “escu-deros de Tanaka”. Nos cayó a Dargent y a mí. Una pena. Por lo demás, Eduardo Dargent escribió una reseña estupenda sobre los libros de Lynch y Adrianzén en Argumentos (la revista del IEP), y me consta que el IEP envió un e-mail a los involucrados en el debate para que este se trasladara a la revista del Instituto, lo cual era una iniciativa fantástica. Pero Lynch y Adrianzén prefirieron el adjetivo fácil en el periódico. Y la reseña de Dargent, larga, seria, considerada, sigue solita y sin respuesta en una página perdida de Argumentos. Así que ya ves, ¿para qué se continuaba con ese debate que no era debate? ¿Quién hubiera ganado algo?

¿Y qué producción intelectual perua-na de los años de los que hemos venido hablando te parece relevante?

En el Perú se produce un montón de cosas y muchas de muy buena calidad. La pena es que no se discutan públicamente. Cada vez que paso por Lima me llevo un montón de libros y siempre encuentro cosas recontra interesantes. Obviamente, leo una porción mínima de todo lo que se publica, pero hay cosas que se podría mencionar. Creo que el libro La batalla por Puno de José Luis Rénique es de lo mejor que se ha publicado en esta década en cien-cias sociales peruanas. Buenazo, súper bien escrito, con teoría, con chamba de archivo. El libro de Peter Klaren, donde condensa toda la historia del Perú en seiscientas páginas, también me parece espectacular por su utilidad, rigurosidad y cariño por el país. Además tiene un ensayo bibliográ-fico final muy útil. También hay un libro bien interesante de Moisés Arce sobre las reformas de mercado en el Perú. Sé que iban a publicar una traducción, no sé si ya habrá salido. En fin, hay muchas cosas, la pena es que a veces pasan desapercibidas. En literatura también se publican muchas cosas buenas. El primer libro de cuentos de Daniel Alarcón, por ejemplo, es genial, una suerte de Vittorio de Sica peruano y desarraigado. O el libro de María Luisa del Río con título dylaniano, No mires atrás, una recopilación de textos cortitos a medio camino entre Carver y prosa apátrida. Es una época bien productiva, ojalá siga así. Le tengo más fe a las letras peruanas que a la política peruana. n