Aponte, Marte. El Trazo de Tu Cancion

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.». .. El trazo de tu cancion para Armindo Nunez Miranda Un explorador blanco en Africa, ansioso de seguir adelante con su viaje, pag6 a sus porteadores para que realizaran una marcha forzada. Ellos se negaron a moverse. Tenfan que esperar a que sus almas los alcanzaran. Bruce Chatwin , Los trazos de La cancion Detras del mostrador una negra vieja enjuagaba eo- pas. Harry le estudi6 la cara, congelada en una ex- presion de asombro. Despues, en el bafio, la imit6 ante el espejo con tanta fidelidad que le asust6 ver sus ojos azules de nifio insatisfecho bajo unas cejas de mujer aparatosamente enarcadas. De vuelta a la mesa orden6 una copa de champafia e interrog6 al mozo. Asf supo que la vieja se llamaba Jewel y que no tenia amigos. Para conocer la ruta de Jewel tuvo que esperar al cierre del Panama y segui rl a hasta un edificio achaco- so en la ca lle Fulton. La noche siguiente, cuando ella se fue a trabajar, Harry invadi6 el apart amento por la escalera de incendio. Sinti6 un escalofrfo al rozar con la planta de los pi es las pantuflas deformadas por los juanetes de la vieja, antes de superar poquito a poco sus melindres para oler la tosca ropa interior doblada

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Cuento

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El trazo de tu cancion ~J

para Armindo Nunez Miranda

Un explorador blanco en Africa, ansioso de seguir adelante con su viaje,

pag6 a sus porteadores para que realizaran

una marcha forzada. Ellos se negaron a moverse.

Tenfan que esperar a que sus almas los alcanzaran. Bruce Chatwin , Los trazos de La cancion

Detras del mostrador una negra vieja enjuagaba eo­pas. Harry le estudi6 la cara, congelada en una ex­presion de asombro. Despues, en el bafio, la imit6 ante el espejo con tanta fidelidad que le asust6 ver sus ojos azules de nifio insatisfecho bajo unas cejas de mujer aparatosamente enarcadas. De vuelta a la mesa orden6 una copa de champafia e interrog6 al mozo. Asf supo que la vieja se llamaba Jewel y que

no tenia amigos. Para conocer la ruta de Jewel tuvo que esperar al

cierre del Panama y segui rla hasta un edificio achaco­so en la calle Fulton. La noche siguiente, cuando ella se fue a trabajar, Harry invadi6 el apartamento por la escalera de incendio. Sin ti6 un escalofrfo al rozar con la planta de los pies las pantuflas deformadas por los juanetes de la vieja, antes de superar poquito a poco sus melindres para oler la tosca ropa interior doblada

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en las gav:eta,s y }iberar cierta temura desinteresada en plena comuni6n con-los tubos de linimento, las foto­graflas alineadas en la c6moda Y. los, a,lisadores. Paso las yemas de los dedos ~obre l~s pasajes subrayados en una Biblia de paginas endebles, experimentando una curiosidad creciente que Io animo a leer las car­cas guardadas en una caja de cigarros. Copi6 con es­mero la letra de Ia remitente has~ogr6 una imitaci6n perfecta. Cansado de hus~ea_:_)e qued6 dormido en Ia cama abollada, un sueficflriquieto que ultimo justo a Ia hora en que Ia inminente Ilegada de Jewel lo oblig6 a huir con las alas del sombrero y las solapas del abrigo sombreandole la cara. ·

Esa misma semana Jewel recibi6 una carta. Su querida prima Ruby le anunciaba que se habfa esta­blecido en Chicago y Ia invitaba a casa de los Green, una pareja de ancianos muy amables. Disfrutarfan Ia vista dellago, pues Ia casa se encontraba en un Iugar agreste y belllsimo. Los viejitos confiaban en Ruby, apreciaban su inteligencia de empleada domestica y le permidan abrir la alacena para obsequiar entreme­ses exquisites a sus amigas.

El siguiente domingo los vecinos vieron que Jewel vestfa su mejor traje, el verde con cuello de encaje, bajo el gastado abrigo de invierno, y que llevaba puesto el sombrero adornado con ciruelas y gorriones de papel mache.

En el autobus de Kenwood recorri6 las calles del South Side de Chicago. Luego camino varias cuadras pasmada de frio, hasta Ilegar a una casona alejada de las demas. Toc6 a la puerta con el nudillo del cora­zan. Tuvo Ia impresi6n fugaz de reconocer los ojos azules del joven mayordomo.

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Tras un breve forcejeo casi c6mico, Harry ence­rr6 a Jewel en lo que pareda Ia habitaci6n mas discre­ta de un hotel de lujo, un recinto decorado para el amor, de cortinajes aterciopelados que ocultaban un ventanal con vista al lago de aguas congeladas, rodea­do de arboles esqueleticos. En ese cuarto seda servida con devoci6n por el nifio blanco, que Ia abrumaba a fuerza de un carifio delirante y legiones de platos con enrevesados nombres franceses. Cuando salla de Ia habitaci6n, Harry se cuidaba de atarla a los pilares de una cama tan espaciosa como el piso de Ia calle Fulton.

El Ia animaba a comer y a charlar, pero ella pro­baba sin ganas las salsas extrafias, enmudecida de es­panto bajo el fuego azul de los ojos chocantes. De noche no Ia ataba, pero aun as{ el encierro era inape­Iable. Bajo Ia ventana del !ago no transitaba nadie; detras de Ia puerta hermetica Jewel adivinaba Ia exis­tencia de un mundo tan silenciado como ella. No se olan mas voces que las de Harry y el nervioso frenesl de cinco pajaros de especies distintas.

Se le ocurri6 que Ia pasi6n del nifio ocultaba una broma gigantesca (si hubiera sido joven y hermosa entenderfa la locura de un muchacho necio), pero ella no sabfa de nadie que tuviera los recursos para dedicarle aquel montaje. Con el paso de los dfas, a medida que se acostumbrabaflla rareza de su suerte, transit6 del terror a Ia astucia .. 'Si su secuestrador que­ria cuentos a cambio de manjares y una cama esplen­dida, ella Io complaceda)"No tratare de escapar", dijo una manana cuando Harry, antes de partir a una de sus clases de lujo en Ia universidad, Ia despert6 para servirle el desayuno. "No es necesario que me ama­rre'', afiadi6, y de inmediato extermin6 dos lascas de

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jam6n, tres huevos duros, cuatro rebanadas de pan untadas con jalea de membrillo, dos cucharadas de caviar y una copa de champana.

Entusiasmado, Harry se olvid6 de su clase sobre los Suefios y aborigenes de Arhem Land. Se sent6 en el borde de la cama, a los pies de Jewel, exhibiendo la curiosidad de un vererinario ante un animalito enfer­mo. 'Vicib-~a alegria del momenta, confes6 que era c leccionista & sde que renfa uso de raz6n. "Po­seer cosa · 1cio solitario", dijo, "ahora que soy un hombre de 19 anos ya no me interesan los jugue­tes." Estaba hastiado de secuestrar pajaros carnfvoros, canicas antiguas, vo).antines sagrados, libros escritos en lenguas muertas\foleccionaria personas, 0 mas bien, los cuentos de las personas, los trazos de sus can­ciones. Suponfa que cada cual es un hilo tramado en la red del universo, una lfnea mel6dica que discurre afinada en la frecuencia de las lfneas de sus semejan­tes, ancestros y descendientes. Des<iefsu insignifican­cia, cada vida evoca !a totalidad. jLos aborfgenes australianos rehacen a diario el mundo volviendo so­bre los trazos de !a canci6n de sus antepasados. Asf mantienen siempre fresca la creaci6n de las monta­nas, los valles, los desiertos, los rfos secretos. En esta ciudad americana, sin mitos ni ceremoniales colecti­vos, algunas vidas se agotan en un escaso pentagrama de relaciones vivenciales. Otras rematan en un vasto continente de trazos. Deseaba con deliria el trazo de Ia canci6n de Jewel. Empezarfan esa misma noche.

A las diez en punto, disfrazado con unos panta­loncitos cortos que dejaban al descubierto sus regor­detas piernas blancas, un casco de misionero jesu)ta en el Congo belga y un halc6n vendado que hincaba

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sus garras en un grueso chaleco, Harry volvi6 a sen­tarse a los pies de Jewel. En el cuaderno anotarfa las palabras mas llamativas de la mujer. Cuando le brot6 el cuento, Jewel tembl6; no sabfa que habfa heredado

sJ- de su genre, unos simples campesinos de Tennessee, el don de contar historias.

Con lagrimas en los ojos dijo que su padre arren­daba unos terrenos dedicados a la siembra de papas, guisantes y mafz. Vivfan en una cabana mal calenta­da por una estufa de carbon defectuosa. A veces hada tanto frio que Jewel y sus diez hermanitos se sortea­ban cual de ellos avivarfa !a lena en medio del suefio. La madre ponfa en una olla un trozo de tocino, lo ablandaba con guisantes , y esa sopa salada les mataba el hambre.

"Perd6n, 2puedo sugerirte un poco de humor?", la interrumpi6 Harry, suavemente. "Aunque soy solo un secuestrador ignorante, creo que se puede con rae_­!a pobreza aligerandole el sufrimiento. Es posible des­cubrir rayitos de sol hasta en la basura." Ante su fir­meza cortes, Jewel estuvo a punto de enmudecer para siempre, hasta que, amansada en la caricia de las sa­banas de seda, concluy6 que Harry tenfa raz6n: si el dolor no trajera sus consuelos, ella misma, antes de envejecer, habrfa elegido el suicidio.

Escarbando en los pocos edenes de su memoria, recorda que el mas pequeno de sus hermanos sene­gaba a empenar el violfn que le regal6 un negro chi­flado del vecindario. Cuando el chico violinista fue contratado para amenizar veladas en el burdel de Madame Zora, detds de el emplearon a Jewel. A los doce afios de edad la chica recibi6 sus primeras pro­pinas y aprendi6 a mezclar tragos. Su blanda simpa-

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dale permida confundirse con el empapelado de la barra, escuchar las cuitas de todos, hacerse poseedo­ra, en fin, de los secretos comunitarios. Jamas aburrfa a nadie, ya que nunca hablaba de sf misma, pero en el ofdo habia acumulado un repertorio de historias ad­mirables y con gusto contaria las mas gratas.

En el burdel conocio a Shadow Monon, un pia­nista a quien le pagaban con dosis de morfina. Era el alma mas delicada del planeta, tan conmovedora su musica que Madame le rogo poner freno a su don y tocar, a! gusto del publico, piezas breves y sensuales. Para dormir Ia siesta abrazaba a Jewel como a una perrita faldera, acariciandola con unos dedos cadave­ricos colmados de anillos de vidrios de colores. Ella se senda honrada, porque sabfa que aquel hombre no derrochaba sus humores con cualquiera. Por eso le indigno que acusaran al pobre de mirar mal ala hija del pastor blanco. El mal de ojo era un cargo tan te­rrible como Ia violacion; para evitar que lo lincharan Shadow tuvo que huir a Chicago.

Jewel tambien huyo en medio de Ia noche. Lie­go a Chicago gracias a otros negros que la transporta­ron en sus camionetas y fue a vivir en una pension situada detras de Ia vfa del tren, donde los nifios, las ratas y las cucarachas colgaban como trapecistas de la escalera de incendio. Era muy graciosa Ia convivencia entre insectos, humanos y roedores, una recreacion de la cordialidad legendaria disfrutada por las bestias en el parafso. Ademas, en Chicago descubrio la inti­midad de la palabra hacinamiento y eso tambien te­nia su aspecto risuefio, Harry tenia razon.

Dormir era toda una empresa en cuya ardua aco­metida salfan a relucir las virtudes de un buen cristia-

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no. Cada cama se alquilaba a tres durmientes; a veces le tocaba acostarse desde las cuatro de la tarde hasta Ia inedianoche y despues deambular por las calles hasta el turno siguiente. A esa hora, con el frio calandote los huesos, se aprecia sin reparos el misterio insonda­ble de la vida.

Jewel se empleo de rompehuelgas en una empa­cadora de carne. El olor putrefacto se le pegaba a la pie!. Hedionda se desplomaba en Ia cama caliente, donde atrafa, ademas de la tibieza, los suefios inquie­tos de los demas ocupantes. Algunos Ia mataban de risa, como las pesadillas del hombre que se ahogaba en una charca atestada de tiburones, anguilas e hipo­potamos.

Un dia amanecio febril, no podia moverse. Al des­pertar encontro que Ia apresaban unos braros regor­detes. Con dificultad se separo de Ia durmiente del turno de las seis de Ia mafiana: Bess, empleada en el cabaret Panama y duefia de una voz de barf to no , claro que sf, habfa ofdo hablar de Shadow Morton. Le ase­guro que para sobrevivir en el Panama mas valfa no ser una mujer atractiva, aunque Jewel sf lo era. Jewel rechazo diplomatica el abrazo de Bess, dejando Ia con­fianza entreabierta para que la llevara al Panama.

En el Panama Jewel empezolimpiando banos y escuchando rumores. No perdfa Ia esperanza de una visita de Shadow, el cabaret era uno de los mas favo­recidos por los amantes del jazz. Se canso de explicar que ella mezclaba cocteles, pero en el territorio de Ia barra dominaba el viejo James. Tanto jorobo Ia pa­ciencia del gerente, que le asignaron una tarea odio­sa: cuidar ala cantante Emerald Brown. "Que nombre mas tfpico", bostezo Harry, "pausemos hasta mafia-

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na." Se despidio galante, besando las puntas de los dedos de Jewel.

La cantante se llamaba Emerald Brown, repitio Jewel la noche siguiente, saboreando el fulgor de sus palabras suspendidas en el aire escarchado de una luna llena, invasora por la~ cortinas abiertas. "~Por que los negros tienen unos nombres tan concretos?", suspiro Harry, echandole un vistazo a la puerta, tras la cual se sentfa un leve rasgueo de pasos y voces. ''Aver, que paso con Emerald", dijo, llevandose ellapiz a los labios.

Esa noche el nifio vestfa pantalones y camisa blan­ca de cirujano, y el pajaru escogido era un cuervo que a Jewelle puso los pelos de gallina, pues habfa ofdo que algunos de esos animales arrancan los ojos de sus seres queridos. Pero le amaino el terror de ver con cuanta atencion la observaba Harry, con cuanta in­tensidad anotaba detalles, tanto que a ella misma le pareci6 grande y heroica la historia de su miseria, al extrema de permitirse el atrevimiento de mandarlo a callar. Con tantas interrupciones perderfan el hilo, la soga, la cabra y el cuento.

Al igual que Shadow Morton, el pianista de de­dos cadavericos, Emerald se entregaba al vicio terri­ble de la morfina. Solo a medias despertaba de su languidez, as{ que vestirla era como meter a un muer­to en las ropas domingueras de su entierro. Para col­mo la gerencia obsequiaba ala camarera, entre otros gajes cuestionables, la responsabilidad de que la diva can tara.

Emerald era perversamente amorosa, una de esas mujeres de ingenuidad enervante, conocedora de que la manera mas eficaz de ser malo es comportarse como una caricatura de alguien bueno que se deja guiar sin

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interes alguno por los adoradores de su talento o las vfctimas de su incompetencia. Pero en el escenario era toda una sefiora complice de su destino. Su cuer­po gordo y elastica se cimbreaba por regiones, desde la punta de las caderas hasta los senos sfsmicos y las pestafias que sombreaban los ojos verdosos, hartos de jovialidad como toda ella, menos el pliegue de Ia boca donde acechaban los zarpazos de la insidia. Jewel imito los gestos gelatinosos de la diva, el cuervo grazn6 y Harry chillo una risita nerviosa.

''A mi Emerald me trataba con cierto distancia­miento cortes, sin agredirme", dijo Jewel y Harry anoto sus palabras. En eso la cantante se diferenciaba de las grandes damas vulgares, pero no era un trago suave enfrentarse cada noche al reto de resuci tarla. Jewello hada con el talento que cultivo en el burdel tras practicarlo desde su nifiez para no morir de invi-

-. sibilidad en una casa pobre de diez hermanos: escu­~ char hasta los silencios del otro, cuidandose, sobre

todo, de que su compafifa no resultara molesta, son­riendo con aquella cara blanda de empapelado de barra, velando las pausas de Emerald para recordarle rimidamente que ella sabfa mezclar todo tipo de tra­gos y que podia servirle a la sefiora el coctel que se le antojara, o algun trago fuerte y puro. Sumandole Southern Comfort a la morfina, Jewel consigui6 que Emerald lograra las mejores notas de su canto. A ve­ces la diva ponfa atencion cuando Jewel le contaba chistes sosos que siempre daban pie a que ella los hi­ciera mejores. No lleg6 a escucharlos todos porque murio antes de tiempo.

Jewel disimulo una lagrima bajo Ia sombra de una sonrisa al recordar como encontro a Ia gorda. Habia

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recibido la muerte con una expresion alegre en los labios. Se acosta junto a ella sin olvidar las disculpas correspondientes por haber llegado retrasada, pero sabra de cierto que los muertos tardan en irse y que seguramente todavra Emerald se encontraba rondan­do el camerino. El cadaver se rda de aquellos embus­tes halagadores. Entonces a Jewel se le ocurrio que Emerald debra salir de codas maneras, ya que nunca la habra visto mas fiel a sr misma. No penso en las con­secuencias. Logro acomodarla en una mecedora y, cuando la luz abraso la escena macabra, el publico ronroneo de placer sin reconocer las causas de su es­tremecimiento. Emerald, correctamente maquillada, el neglige negro y las zapatillas rosadas, aparecio en el escenario de siempre, que reproduda el decorado de una habitacion de hotel bafiada en las luces de neon de un barrio bajo, de donde brotadan con el encanto de edenicas cucarachas ancestrales los acordes de The Man I Love. Aunque ni siquiera sabra entonar, Jewel sintio que en la garganta se le colocaba un objeto exo­tico, no para que salieran al aire las escalas cromaticas de The Man I Love sino otra melodra de resonancias silvestres. En lamesa del fondo, zigzagueante en la luz torneada por volutas de humo, vio la figura de Sha­dow, y a su lado el fantasma gordo de Emerald. Esta es para ti, Shadow, y para ti, Emerald, ahora yo soy otra, dijo que hab1a dicho. Abroquelada detras del cadaver todav{a caliente, le salio una version horripi­lante de Backwater Blues: "I woke up this morning can't even get out of my door, ain't no place for a poor girl to go", con esa nostalgia de un baj1simo fondo de aguas estancadas, al punto de que los gangsters y los sefi.oritos del publico, sobrecogidos de terror, se deja-

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ron veneer por una histeria alimentada de sr misma, como las org1as de gritos de los rituales pentecostales.

El gerente del Panama estaba acostumbrado a manejar reyertas a tiros y navajazos, pero no le agra­do el desorden de las lagrimas de los penitentes ni la broma macabra que habra provocado el ascenso del Dios de los muertos a los infiernos de la tierra. Por oscurantismo empresarial decidio trasladar a Jewel a la barra hasta que envejeciera.

Pasaron los afi.os. Con el tiempo, la busqueda de Shadow se fue mudando de grosera obsesion a dulce nostalgia. Un maleficio indescifrable lo manten{a tan metido en su corazon como alejado de sus brazos. Hasta que un dra ...

"Basta, Jewel, descansa, la historia de Emerald da por cuatro", dijo el nifio Harry. Jewel coincidio en que lo mejor estaba por venir, y que valra Ia pena esperar a la noche siguiente. Harry la interrumpio para indicarle, cortes e impaciente, que ya no estaba sola. Los ruidos detd.s de la puerta eran de otros invi­tados que hab1a ido acumulando desde que desatara su pasion de coleccionista en el cabaret Panama: un puertorriquefio vendedor de sombreros, un rabino ruso de apellido Panofsky, una violinista ciega y Gia­como, un pkaro nacido en Venecia. La presencia de otros inquilinos en Soul House transformaba el dialo­go de dos en encuentro de muchos, obligandolos a economizar cada palabra. Despues de todo no les convenfan los excesos; ni a ella, que habra excavado trazos de canciones estremecedoras en su memoria, ni a el, que se enfrentaba al tedioso enigma de anotar y clasificar en sus especies las palabras fertiles y de descartar las inutiles, como compete a un buen co-

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leccionista. La historia de Shadow promeda ser una de esas madejas sentimentales que el ser humano ne­cesita para los dfas diffciles, cuando solo queda la sa­tisfaccion de saber que el horror y la desdicha se alejan de nuestra orbita para invadir el universo desarmado de un projimo indefenso.

"No te ofendas, primero se te fue la mano en la sal, tu cancion sabfa a lagrimas, a sopa de guisantes con tocino. Ahora se desvfa por el rumbo de un cuento de fantasmas repetidos que se niegan a desaparecer. En la categorfa de cuentos de negros basta y sobra con la resurreccion de Emerald, para no hablar del cuento de tu pesadilla, la historia del tipo que se aho­go en la charca de su propio suefio."

Bostezando, Harry cerro el cuaderno. Tan pron­to culminara ciertos detalles podrfa regresar a! pisito de Ia calle Fulton llevandose unos bellos obsequies y su eterno agradecimiento. Con las cejas enarcadas en expresi6n de asombro, Jewel reconocio que el nifio empezaba a aburrirse, obligandola a contemplar de golpe, como en una cafda interminable desde la azo­tea de un edificio achacoso, el trazo de su cancion.

Entonces se le hizo amarga la inagotable cordiali­dad de su rencor. No era cierto que cruzando aquella puerta se doblarfan, pesarfan y archivarfan las palabras que recien se atrevfa a formar, no estaba dispuesta a confundirse de nuevo con el empapelado del mundo.

-No entiendes -le dijo tuteandolo-. Ya es demasiado tarde para detener el trazo, hace rato que nos salimos de !a raya.

Harry Ia miro como si la escuchara por primera vez; no estaba acostumbrado a que los objetos de su

~ benevolente coleccionismo hablaran sin permiso.

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-Te equivocas, esos pasos que oyes no son los de tus invitados -afiadio Jewel.

Harry se acerco a la bandeja de los alimentos, extrajo unos polvillos de su maletfn de medico de teatro infantil y los disolvio en una copa de champa­fia. Pobre vieja, primero no querfa hablar y ahora no paraba, aside egoistas son los moribundos, se niegan a ceder su espacio.

-Shadow quiere hablarte, abre la puerta -dijo Jewel-. Es como Emerald. Despues de muertos es­tan mas vivos que nunca.

-Shadow no existe, yo te ofrezco la libertad, rehaz tu vida, corta de un tajo esa madeja de fantas­mas-, escupio Harry con dureza, pero de inmedia­to se percato de que las voces angustiadas de sus invitados desertaban de una larga espera al otro !ado de Ia puerta. No pudo evitar un escalofrfo cuando oyo el toque !eve de unos dedos cadavericos adereza­dos -de ello no cabfa duda, los vefa en el origen de su propio trazo- con anillos de vidrios de colores. Una sombra caliente en la ventana dellago ennegre­cio el afiil de sus ojos.

-Toma, es un calmante. Manana te marcharas en un carro magnifico, te regalare el mas violento de mis pajaros. Nada te faltara.

-Me faltara todo -dijo ella fuera de sf, con un rastro en la voz de magnolias ajadas y versos insufribles.

-No me obligues a Ia crueldad, ~que quieres? -rogo Harry, mientras convocaba con un chasqui-do de los dedos al cuervo dormido, cuyo aleteo no apago Ia estrafalaria percusion de los dedos furiosos. Viendola dormir cerrarfa el cuaderno, como cerraba los libros y las jaulas de los pajaros que, habiendole

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inspirado la apasionante compafiia de unos dias, le regalaban desde el abandono la felicidad del olvido.

Refugiado en un gesto impasible de verdugo que oculta los temores de su oficio, sosego el espanto del cuervo antes de repetir la pregunta. Ella lo min) con las cejas enarcadas en una expresion donde ya no ca­bia el asombro y contesto imperiosa:

-Abre la puerta. Harryreconocio su derrota. Era el, ahora, quien

veia de golpe, como en una caida interminable desde la azotea de un edificio achacoso, el trazo de su can­cion. Por la puerta entreabierta se metieron todos, sin ton ni son, sin orden ni concierto. ·.

Esa noche se dieron gusto devorando platos fran­ceses, zampandose copas de champafia, bailando marchas funebres con la barbara intermitencia de un regimiento de elefantes borrachos, comportandose, en fin, como lo que eran: los invitados menos sutiles del universo. Solo se inclinaban ante Jewel, la duefia de todos, aunque ella prefiriese enroscarse con lujuria al abrazo tenaz del puertorriquefio vendedor de som­breros, que se pareda a la vieja como una gota de agua a otra. Debidamente encontrado tras afios de busqueda, Shadow no pasaba de ser un gigantesco telon de sombras sobre el cual se proyectaba Jewel, 0'

monstruosamente fertil como una fruta hendida por una plaga.

Al otro dia, Harry, que era un joven animoso, se consolo con la perspectiva de que mientras los locos dormian podria conjurar el terror de la noche ence­rrandolos en un capitulo de su amado libro de trazos. A pesar del espanto, conservaba intactas las ganas de trabajar. Jewel, en cambio, dormia como un canibal

y ·

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satisfecho, con las piernas abiertas, soltando unos ron­quidos desvergonzados. Los locos gemfan en las en­trafias de la vieja, se alimentaban de su recien descubierto libertinaje parlante, con la acumulada :/ pasion de voces escritas en la pared de una barra. Harry sujetaria aquellas voces al mandata soberano, las re­duciria al orden dellibro.

Escribio en el cuaderno la primera oracion, imi­tando la elegancia gestual de un director de orquesta, trazando las letras tan juiciosamente, que al deten er­se a releer lo que habfa escrito no pudo menos que gritar de asombro. Aquellas palabras indeseadas se burlaban de sus pretensiones. Rescribio la oracion varias veces sin lograr que saliera a su gusto. Con un suspiro de resignacion comprendio que el extrafio caso, como una enfermedad fatal, no tenia remedio, y empezo a vislumbrar el sentido de las palabras que nunca hubiera querido escribir.

Tendria que ser paciente, los trazos de una can­cion no siempre se organizan segun la voluntad de su b(

secuestrador. Se levanto del escritorio pensando que la manana estaba hermosa, perfecta para salir a jugar con su condor favorito, para cambiar subitamente de humor como cambiarfa las magnolias marchitas del jarron. En el cuaderno, olvidado sobre la jaula del condor, quedaron las diez versiones de la oracion trai­cionera: "Detras del mostrador un joven blanco muy tonto enjuagaba copas, y copas y copas, y".