APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO DE MARIA ZAMBRANO · Lo que María Zambrano intenta es la meta del...

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------------------María Zam b rano------------------- APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO DE MARIA ZAMBRANO Fernando Menéndez E 1 pens de Mía Zambrano es un eco, resonancia de la palabra hecha pensa- miento y acto, que se encuentra en el canto y en la luz de toda vida humana; en palabras de ella «el pensamiento al penetrar en la vida no ha dejado de ser pensamiento y ha hecho a la vida más vida; el pensar vivca» (1). La vida humana es para Mía Zambrano la reidad radical, que la derencia de otras rmas de vida; la nuestra es la vida más viviente. Acer- cándose al pensamiento de Ortega y Gasset, con- cluye que «el hombre no tiene un ser, no lo ha recibido, tiene vida y vida es quehacer; vida que tiene que hacerse a sí misma» (2); y es que en su concepción, el hombre es la avidez y el riesgo de querer ser y su pens, palabra puesta en acción. No renuncia a su plenitud de otear en las oscuras entrañas del ser humano, ismos del corazón, sino que intereta y quiere descubrir esa reidad difusa y oculta que nos rodea y nos hace algunas veces sumergirnos en nuestra intimidad, que a veces se vela ante nosotros por causa de una razón normativa, y otras nos vivifica y nos hace ser. Es esto lo que lleva al hombre a hacer foso- a. El conflicto de lo humano es la tragedia de no ser para que querer ser; así dice María Zambrano: «Al hacer filos el hombre se declara. Declara- ción que es requerimiento. Monólogo que es pa- labra y acción, es decir palabra en verdad» (3). Pero para que la palabra nos libere requiere del aislamiento, mostrando así lo que en ella, y úni- camente en ella, encuentra; para que al salir de su soledad nos desvele y comunique su secreto, de algo que se ha buscado por medio de un acto de y se ha descubierto: la verdad. Esta verdad que se busca en sí mismo, en el silencio más interior del hombre, como nos dijo S Agustín, se encuentra en el interior del hombre, allí donde se revela. Lo que Marí a Zambrano intenta es la meta del auténtico pensador, una verdad que sea vida y esperanza pa que le sostenga en su quehacer humano, siendo esto el horizonte de la razón de ser. Razón de ser que supone el encuentro de su propia verd, en el silencio de la soledad sonora, que tanto María Zambrano como Ortega y Gasset tom de S Juan de la Cruz. Y es a partir de este hallazgo cuando las cosas nos revelan su cla- ridad, transparencia de lo que ellas son patenti- zándose en la pabra, en una renuncia del mundo. 26 Con estos presupuestos el pensor prepara su auténtico camino y voz, sin demasiada violencia. La íntima realidad del hombre y del mundo, donde todos nos comprometemos, haciéndonos, para li- berarnos de nuestras flaquezas, vacío de no ser, en donde el hombre clama y confiesa querer tener ser, para luego requerir su trascendencia más alde él. Así se establece la ontera entre el hombre y los demás seres, María Zambrano dice: «como todas las cosas están dadas y lo son en un hori- zonte, en cada proyecto que el hombre se hace habita el proyecto de ser hombre, de sacar a delante su peculiaridad, su ser no acabado» (4). Ahora bien, este horizonte que es el hombre es, además, el tiempo y la verdad. En el tiempo: «Sólo el tiempo le derencia y le sitúa a la mezcla esencial, le rescata situándole en lugar propio. Sólo entonces la realidad comienza propiamente a aparecer extendida, abierta, transitable» (5). Esa realidad que es la vida subsiste del hombre, y el cauce de la vida es la verdad, «la verdad es el alimento de la vida que al alimentarse de ella no la decora, sino que la sostiene en el alto y la deja enclavada sobre el tiempo» (6). Se nos presenta a esta realid, como un don del tiempo, ya que para Mí a Zambrano despertar a la realidad es despertar tiempo, porque la verdad es pte de tiempo, es el último instante presente que nos ocupa y nos conduce el tiempo. Esta verdad es la que da unidad a una realidad mentaria y que descubre esa apertura donde lo real se manifiesta, «la verdad, toda verdad es siempre trascendente, con rerencia a la vida o si se la mira en función de la vida toda verdad es la trascendencia de la vida, su abrirse paso» (7). Sin embgo, esta verdad es la que exige la existencia de un ser que la padezca, que no sólo descubre sino que se descubre; «por lo cual ha de padecerla padeciéndose a sí misma en el tiempo» (8). Pues para Mía Zambrano el hombre es el ser que pece su propia trascendencia. El hombre es protonista de su conflicto, de su agedia, que es la de vivirse e interetarse por un desajuste entre el yo y la circundcia. A ese mismo hombre no cabe otra interrogante que la de interetarse en la continuid del tiempo, por su carencia de ser y de identid que hacen de él un peregrino. Esta condición humana del peregrinar por la historia no ha dejo de manifestse a través de nuestra cultura en dos rmas, a saber: una en rma de revelación del hombre y la otra, en forma de lo humano. La primera, que acontece en tiempos de crisis, «es la revelación del hombre en concreto, en su vivir y pensar o en su existir, lo que necesitamos o exigimos» (9). En cambio, la segunda es propia de tiempos de madurez, lo hu- mano es: «la idea del hombre y su relación o inserción en el mundo abstracto en una subjetivi� dad» (10). Entre estos tiempos se debate la dinámica de lo · humo, que hace peligrar a lo humano hacia una deshumanización, «se trata de cogar en una

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APUNTES SOBRE EL

PENSAMIENTO DE

MARIA ZAMBRANO

Fernando Menéndez

E1 pensar de María Zambrano es un eco, resonancia de la palabra hecha pensa­miento y acto, que se encuentra en el canto y en la luz de toda vida humana;

en palabras de ella «el pensamiento al penetrar en la vida no ha dejado de ser pensamiento y ha hecho a la vida más vida; el pensar vivifica» (1).

La vida humana es para María Zambrano la realidad radical, que la diferencia de otras formas de vida; la nuestra es la vida más viviente. Acer­cándose al pensamiento de Ortega y Gasset, con­cluye que «el hombre no tiene un ser, no lo ha recibido, tiene vida y vida es quehacer; vida que tiene que hacerse a sí misma» (2); y es que en su concepción, el hombre es la avidez y el riesgo de querer ser y su pensar, palabra puesta en acción. No renuncia a su plenitud de otear en las oscuras entrañas del ser humano, abismos del corazón, sino que interpreta y quiere descubrir esa realidad difusa y oculta que nos rodea y nos hace algunas veces sumergirnos en nuestra intimidad, que a veces se vela ante nosotros por causa de una razón normativa, y otras nos vivifica y nos hace ser. Es esto lo que lleva al hombre a hacer filoso­fía.

El conflicto de lo humano es la tragedia de no ser para que querer ser; así dice María Zambrano: «Al hacer filosofía el hombre se declara. Declara­ción que es requerimiento. Monólogo que es pa­labra y acción, es decir palabra en verdad» (3).

Pero para que la palabra nos libere requiere del aislamiento, mostrando así lo que en ella, y úni­camente en ella, encuentra; para que al salir de su soledad nos desvele y comunique su secreto, de algo que se ha buscado por medio de un acto de fe y se ha descubierto: la verdad. Esta verdad que se busca en sí mismo, en el silencio más interior del hombre, como nos dijo San Agustín, se encuentra en el interior del hombre, allí donde se revela.

Lo que María Zambrano intenta es la meta del auténtico pensador, una verdad que sea vida y esperanza para que le sostenga en su quehacer humano, siendo esto el horizonte de la razón de ser. Razón de ser que supone el encuentro de su propia verdad, en el silencio de la soledad sonora, que tanto María Zambrano como Ortega y Gasset toman de San Juan de la Cruz. Y es a partir de este hallazgo cuando las cosas nos revelan su cla­ridad, transparencia de lo que ellas son patenti­zándose en la palabra, en una renuncia del mundo.

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Con estos presupuestos el pensador prepara su auténtico camino y voz, sin demasiada violencia. La íntima realidad del hombre y del mundo, donde todos nos comprometemos, haciéndonos, para li­berarnos de nuestras flaquezas, vacío de no ser, en donde el hombre clama y confiesa querer tener ser, para luego requerir su trascendencia más allá de él. Así se establece la frontera entre el hombre y los demás seres, María Zambrano dice: «como todas las cosas están dadas y lo son en un hori­zonte, en cada proyecto que el hombre se hace habita el proyecto de ser hombre, de sacar a delante su peculiaridad, su ser no acabado» (4).

Ahora bien, este horizonte que es el hombre es, además, el tiempo y la verdad. En el tiempo: «Sólo el tiempo le diferencia y le sitúa a la mezcla esencial, le rescata situándole en lugar propio. Sólo entonces la realidad comienza propiamente a aparecer extendida, abierta, transitable» (5).

Esa realidad que es la vida subsiste del hombre, y el cauce de la vida es la verdad, «la verdad es el alimento de la vida que al alimentarse de ella no la decora, sino que la sostiene en el alto y la deja enclavada sobre el tiempo» (6). Se nos presenta a esta realidad, como un don del tiempo, ya que para María Zambrano despertar a la realidad es despertar al tiempo, porque la verdad es parte de tiempo, es el último instante presente que nos ocupa y nos conduce el tiempo.

Esta verdad es la que da unidad a una realidad fragmentaria y que descubre esa apertura donde lo real se manifiesta, «la verdad, toda verdad es siempre trascendente, con referencia a la vida o si se la mira en función de la vida toda verdad es la trascendencia de la vida, su abrirse paso» (7).

Sin embargo, esta verdad es la que exige la existencia de un ser que la padezca, que no sólo descubre sino que se descubre; «por lo cual ha de padecerla padeciéndose a sí misma en el tiempo» (8). Pues para María Zambrano el hombre es el ser que padece su propia trascendencia.

El hombre es protagonista de su conflicto, de su tragedia, que es la de vivirse e interpretarse por un desajuste entre el yo y la circundancia. A ese mismo hombre no cabe otra interrogante que la de interpretarse en la continuidad del tiempo, por su carencia de ser y de identidad que hacen de él un peregrino. Esta condición humana del peregrinar por la historia no ha dejado de manifestarse a través de nuestra cultura en dos formas, a saber: una en forma de revelación del hombre y la otra, en forma de lo humano. La primera, que acontece en tiempos de crisis, «es la revelación del hombre en concreto, en su vivir y pensar o en su existir, lo que necesitamos o exigimos» (9). En cambio, la segunda es propia de tiempos de madurez, lo hu­mano es: «la idea del hombre y su relación o inserción en el mundo abstracto en una subjetivi� dad» (10).

Entre estos tiempos se debate la dinámica de lo · humano, que hace peligrar a lo humano hacia unadeshumanización, «se trata de conjugar en una

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forma inédita lo humano y el hombre; todas las ganancias del conocimiento con la modesta vida del hombre sujeto a la necesidad y espoleado por la esperanza» (11).

Dentro del vasto pensamiento de María Zam­brano nos encontramos con otro apartado de su obra, referente al pensamiento religioso, a la rela­ción del hombre y lo divino. A María Zambrano no le interesa el dios de la filosofia, sino el dios existencial e histórico del hombre. Según sus pa­labras existir es resistir, «el hombre ha existido cuando frente a sus dioses ha ofrecido una resis­tencia» (12); por eso para ella es muy importante

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el personaje bíblico Job, al cual muchas veces hace referencia. Job es ese hombre que pide razo­nes a su Dios, este hecho conlleva a pedir razones confesándose y haciéndose memoria para libe­rarse, «el que no sabe lo que le pasa hace memo­ria para salvar la interrogación de su cuento, pues no es enteramente desdichado el que pueda en­contrarse a sí mismo, su propia historia» (13). Esta es la razón de sus acertadas observaciones sobre la relación del hombre con lo divino, pues lo que busca es ese dios desconocido que asegure al hombre la esperanza de vivir eternamente.

En los primeros tiempos la historia nos da tes-

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timonio de una idea de dios en torno al cual gira y se doblega todo el pensamiento y quehacer hu­mano. Una idea de dios teocéntrico.

Esta idea en todo el devenir de los tiempos se ha trasegado a la imagen defendida por Marx, donde el hombre será el dios del hombre porque se habrá encontrado sin intermediario entre su conciencia y su existencia. Por Comte, para quien el mundo ha perdido sus rasgos divinos, dios no es más el ámbito del espacio y del tiempo que en­globa nuestra vida, divinizando así al cosmos, donde sólo la ciencia puede acceder a su conoci­miento.

También podemos hablar de Nietzsche cuando afirma «Dios ha muerto», supliendo así esta idea supraterrena, idea de supremo valor que es dios, por otra terrena, que es la idea del Superhombre. Superhombre que ha nacido de sí mismo y lleva en sí todos los valores de un proceso de deifica­ción, llegando a ser para el hombre un delirio, por lo que se afirma al hombre frente a dios. Pero si es cierto que el hombre no puede sin dioses no es menos cierto que el hombre es un ser que está llamado a algo más allá de sí mismo, es decir, trascendente. Además la verdad humana no es el resultado de una lógica ni del razonamiento en esclusiva, sino del todo que integra al hombre. Toda esta fe en la razón tiende a ser la revelación del hombre que se deifica hasta convertirse a sí mismo en una deidad suplente.

Si el hombre es un ser trascendente se señala aquí el reconocimiento de que no puede renunciar a proyectarse más allá de sus propios límites, pues su ser es algo abierto a lo infinito sobre el tiempo, que es su fundamento en el pasado, su comenzar en cada presente y su plenitud en el futuro.

El pensamiento de María Zambrano profundiza con originalidad en lo que puede ser la manifesta­ción religiosa de nuestro tiempo, que es la actitud que el hombre de hoy toma ante el futuro; futuro aún desconocido para el hombre por ser infinito e intemporal, surgiendo así la necesidad de la espe­ranza. Este futuro es por tanto nuestro dios des­conocido, ya que dios es aquello a que se inmola sacrificio y el sacrificio del hombre actual, lo es en aras del futuro. «La lucha con el dios desconocido es una vuelta a la edad del sacrificio. Siempre ha de haber sacrificio; mas en ciertas épocas llama­das de madurez, el sacrificio tiene un límite y

produce un resultado. Saber sacrificar y sacrifi­carse es la suprema sabiduría del hombre a quien no basta,. por lo visto, la misericordia concedida por el dios revelado, pues él se forja un dios que no perdona, al que presta diversas máscaras; en los días que corren: el futuro y el Estado. Y en­tonces el pensamiento ha de recomenzar su ac­ción liberadora contra tales dioses insaciables y

es difícil una filosofía que nos libre de la tiranía del futuro al par que nos lo haga asequible; es difícil, pero es indispensable» (14).

Para el hombre sumergido en la problemática ante lo divino, el futuro no se plantea como lo que

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ha de suceder sino con el tiempo que le resta para encontrarse a sí mismo, siendo en este espacio temporal donde tiene cabida la esperanza, ese úl­timo fondo de la vida humana, que vivida como discontinua porque el hombre es consciente de su imperfección, o sabe bien que no es completa. Entre las necesidades del hombre, lo son la liber­tad y la fe, ya que está llamado a ser más, y el objeto de su esperanza constituye uno de los re­sortes primordiales del corazón humano. Dentro de esta tragedia que puede vivenciar el hombre, aspira a una naturaleza plena donde la vida pueda ser perfecta y halle su armonía.

La esperanza pues para María Zambrano trans­forma a la conciencia del hombre en luz viviente, «le obliga ser libre y a hacer, a hacerse, con la esperanza que por momentos se exaspera, de ser al fin enteramente. Ser enteramente, ser del todo, que será ser simple criatura, simple hijo de Dios» (15).

Finalmente diré que el pensamiento de María Zambrano es una luz en la sombra del mundo, una luz que se percibe cuanto más nos aproximamos a ella, a su vida, a su testimonio escrito; porque su corazón es un laúd cargado de humildad, de sabi­duría y de esperanza que no dejan en silencio nuestros espacios interiores del alma.

Por todo esto debemos alertar al corazón que siente, para que no se halle desplazado por la conciencia del hombre que ha creído que ser era sólo ser conciencia y se ha olvidado de crear es­pacios vivientes para el amor, amor sin el cual el ser no puede realizarse: «el amor, la luz ede la vida, la palabra encarnada, futuro realizándose sin término» (16).

NOTAS

(1) M.ª Zambrano, España, Sueño y Verdad, Ed. Edhasa,Barcelona, 1965, p. 94.

(2) M.ª Zambrano, Apuntes sobre la Acción de la acciónde la Filosofía, La Torre, n.0 15-16, 1956, p. 554.

(3) Idem., p. 555.(4) Idem., p. 576.(5) M.ª Zambrano, El Tiempo Y la Verdad, La Torre, 1963,

p. 35.(6) M.ª Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Revista

de Occidente, 1934, p. 262. (7) M.ª Zambrano, La Confesión: género literario y mé­

todo, Luminar, México, 1943, p. 5. (8) M.ª Zambrano, op. cit. en nota 5, p. 43.(9) M.ª Zambrano, Sobre el problema del hombre, La To-

rre, n.0 12, 1955, p. 103. (10) Idem., p. 103.(11) Idem., p. 117.(12) M.ª Zambrano, El Hombre y lo Divino, Ed. F.C.E.,

México, 1973, p. 21. (13) Idem., p. 24.(14) Idem., pp. 304-305.(15) Idem., p. 317.(16) Idem., p. 256.