Arboles oraculo

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Oraculo

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Introducción

¿Qué es lo que Ogma Cara de Sol, el todopodero-so, creó? ¿Qué es aquello que tiene cinco conjuntos de dedos como tiene cinco manos? ¿Qué es aquello que da primero unos pasos a la derecha, luego unos pasos a la izquierda, luego en diagonal, luego al través y entra por fin limpiamente en una bolsa de grulla? ¿Qué es aquello que se forma con los dedos puestos contra la nariz? ¿Qué es aquello que se forma con los dedos puestos contra la espinilla? ¿Qué es aquello que se encuentra oculto en un poema, como un salmón en aguas profundas, y aflora sólo cuando el iniciado lo invoca? ¿Por qué la gran bestia no dio a MacVurich la madera de la higuera silvestre, el álamo del cruce, el tejo encorvado, el endrino y la hiedra?

Cuando haya leído este capítulo, conocerá las respuestas a estas preguntas, que por ahora le sonarán a oscura letanía.

Un antiguo credo

Desde mucho antes que los romanos invadieran Inglate-rra con sus ejércitos, sus creencias y todos los aspectos de su complejo imperio burocrático, poblaban la isla los celtas, or-ganizados en grupos tribales y en comunión constante con las ubicuas fuerzas elementales, con la naturaleza misma. Toda

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sociedad, tribu, clan o unidad familiar requiere estabilidad a fin de relacionarse con su pasado, sus recuerdos y sus aconte-cimientos futuros, a fin de forjar un vínculo directo con las fuerzas de la naturaleza, y a fin de controlar el equilibrio práctico del grupo día a día o estación a estación.

Nuestros antepasados tribales eran muy conscientes de ello, y no menos los celtas y los gaélicos, que abandonaron sus lugares de origen indoeuropeos y recorrieron grandes dis-tancias en busca de, nuevas tierras. Entre ellos había grupos especiales de sabios, cuya tarea consistía en memorizar en verso todos los conocimientos y la historia de sus respectivas tribus y transmitirlos oralmente —de padre a hija y de madre a hijo. Con frecuencia, la responsabilidad de guardar tales conocimientos recaía, por tradición, en determinados clanes o familias. Así, el curso de la historia y las sagas familiares permanecían en la mente de niños y adultos, y esa tradición oral arrastraba un inmenso bagaje de simbolismo cuyo papel tenía especial importancia.

Los doctos

Las antedichas comunidades de sabios se componían de druidas, ovatos y bardos. Los druidas eran filósofos, jueces y consejeros de los jefes de tribu; los ovatos, doctores del cono-cimiento; y los bardos eran requeridos para enaltecer y ala-bar mediante la música y la poesía a los soberanos. Gracias a su sistema concentrado de aprendizaje, que ha perdurado en Irlanda como la ley de Brehon, acapararon un gran poder, mayor aun que el de los reyes y reinas a quienes servían. Los druidas y los bardos celtas de los primeros tiempos podían recorrer con relativa facilidad regiones en guerra o atravesar los territorios de tribus enfrentadas, y acabó prohibiéndose-les portar y utilizar armas. Pero tal era su posición que con

sólo el uso de palabras conseguían derrotar a sus enemigos o fortalecer a sus amigos.

Los antiguos druidas mantenían una relación muy espe-cial con la naturaleza. A su juicio, la vida humana no era más que una pequeña porción de una estructura mucho mayor, y la disposición de los ritmos vitales podía conocerse mediante la observación atenta, y el riguroso cumplimiento, de un ci- clo anual.

El alfabeto druida

Durante sus nueve años de preparación intensiva en es-cuelas especiales, donde se enseñaba tanto a hombres como a mujeres en comunidades de hasta tres mil personas, los drui-das elaboraban y empleaban muchas técnicas augurales y adi-vinatorias. Utilizaron el griego hasta el advenimiento del cris-tianismo, y a la sazón adoptaron el latín como lengua cientí-fica y religiosa.

No obstante, los druidas tenían asimismo un alfabeto hie-rático secreto, un método especial para comunicarse entre sí, aprendido por un sistema exclusivamente memorístico a tra-vés de preguntas y respuestas, y dotado de un significado sim-bólico que en la actualidad se ha perdido casi por completo. Este alfabeto —el ogham o Beth-Luis-Nuin— se utilizó en Ir-landa desde el año 600 aC aproximadamente. Las letras se distribuyen en cinco grupos con arreglo a sus rasgos fonéticos:

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Cada una de las veinticinco letras —o pares de letras-- de este alfabeto tiene un nombre, que se corresponde con el nombre de un árbol, de una planta o de un elemento natural como el rayo o el mar, circunstancia comprensible si se tiene en cuen-ta que hablamos de un pueblo en estrecha relación con el medio natural, de un pueblo cuyos ritos y costumbres venían determinados en gran medida por los ciclos estacionales y que reconocía el espíritu de todo ser vivo.

La Inglaterra de aquel entonces se hallaba poblada de in-mensos bosques, casi desaparecidos en la actualidad, y, gra-cias a los árboles, sus habitantes veían cubiertas sus necesi-dades básicas de cobijo y leña. Por otra parte, los árboles gozan de longevidad —un roble vive cientos de años; el tejo llega a los dos mil; y el mar es eterno. Imaginen la de aconte-cimientos que habrán presenciado, inmutables mientras la obra del hombre declina y se desmorona a su alrededor.

Los ciclos temporales se relacionaban, además, de otra manera más directa con el alfabeto «arbóreo» —por medio de los trece meses del calendario celta, que llevaban los nom-bres de trece de los veinticinco nombres de las letras. A este

respecto, los atributos simbólicos de los árboles poseen asi-mismo significación: por ejemplo, Beith, el abedul, que re-presenta un nuevo inicio, es el árbol del primer mes del año celta, noviembre; Duir, el roble fecundo y robusto, corres-ponde a mayo, que comienza con Beltane, o primero de mayo, la fiesta primaveral de la fertilidad. Éste va precedido de abril, el mes del casto espino, Huathe.

El alfabeto arbóreo se utilizó aproximadamente hasta el año 700 dC, o quizá hasta un poco más tarde, mantenido en secreto en los monasterios de los primeros celtas, o en los Culdee (templos). Este alfabeto no se empleaba para hablar o escribir en el sentido moderno de tales términos, sino que cada letra remitía a un conjunto de ideas o conceptos relacio-nados con la cosmología y filosofía celtas.

La lista que aparece a continuación con las letras, llama-das tanto por sus nombres antiguos como por sus nombres modernos, y sus asociaciones simbólicas, no da más que una breve explicación. Una visión más detallada se ofrece en el capítulo 2: El alfabeto arbóreo.