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XI Jornadas de Economía Crítica Página 1 de 21 Desarrollo y participación: la resignificación de los invisibilizados en la historia G. ANDRÉS ARÉVALO-ROBLES Master Estudios Internacionales Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea MARÍA ALEJANDRA RICO FALLA Master Cooperación Internacional Descentralizada. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea 1. Introducción El desarrollo como modelo prometió que por medio de la mezcla de acciones estatales, individuales y la combinación de capital y tecnología, la pobreza y el atraso de los países subdesarrollados irían mermando poco a poco. Desafortunadamente, las cifras han demostrado, después de un poco más de medio siglo de su nacimiento como maquinaria institucional y pese al crecimiento de los regímenes democráticos, que la desigualdad y los problemas sociales, políticos y ambientales se han agravado. Muchas explicaciones se han intentado dar a tal realidad. Los defensores de los programas de desarrollo oficial han reconocido que en la década del noventa los ajustes y reformas emanadas por el Banco Mundial y direccionadas por el Consenso de Washington no fueron las mejores. Los representantes de la postura liberal del desarrollo como Joseph Stiglitz (2006a, 2006b) señalaron que la falta de transparencia, el desconocimiento del papel del Estado y la poca atención prestada a los beneficiarios del desarrollo fueron las causas principales. Adicionalmente, Amartya Sen (2000), afirmó que el descentramiento del desarrollo de los sujetos receptores tuvo serias consecuencias en el mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones. Douglas North, por su parte, afirmó que la falta de un contexto institucional democrático apropiado en los países pobres no permitió que el crecimiento económico fuera posible. En general, el desarrollo pensado más en términos del mercado y no de las personas ha sido la causa principal del fracaso. Sin embargo, aunque ésta afirmación de los teóricos liberales puede resultar cierta, las razones no son las más adecuadas para dar cuenta del fenómeno del desarrollo y su fracaso. Al parecer el escenario mundial se compone de crecientes demandas por parte de la llamada sociedad civil en pro de una voz y una apertura de espacios que le permitan ser parte activa de su propio proceso de desarrollo y asimismo, del impulso y auge de los enfoques participativos dentro de la agenda y la praxis del la industria del desarrollo. Sin embargo, cabe cuestionarse qué sucede con los enfoques participativos impulsados por las políticas y prácticas del desarrollo, que, de acuerdo con sus propios discursos, pretenden cambiar de forma importante las condiciones del desarrollo ¿Podríamos acaso estar presenciando la emergencia de un mito participativo que predica cambios pero refuerza las continuidades de los sistemas excluyentes al no adentrarse en los cuestionamientos del propio sistema? ¿Cuál entonces debe ser la concepción de la participación? ¿Ser simplemente un mecanismo de decisión o tal vez ser un proceso de transformación continuo que permita orientar la construcción de modelos de desarrollo diferentes?

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XI Jornadas de Economía Crítica

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Desarrollo y participación: la resignificación de los

invisibilizados en la historia

G. ANDRÉS ARÉVALO-ROBLES Master Estudios Internacionales

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

MARÍA ALEJANDRA RICO FALLA Master Cooperación Internacional Descentralizada.

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

1. Introducción

El desarrollo como modelo prometió que por medio de la mezcla de acciones estatales, individuales y la combinación de capital y tecnología, la pobreza y el atraso de los países subdesarrollados irían mermando poco a poco. Desafortunadamente, las cifras han demostrado, después de un poco más de medio siglo de su nacimiento como maquinaria institucional y pese al crecimiento de los regímenes democráticos, que la desigualdad y los problemas sociales, políticos y ambientales se han agravado. Muchas explicaciones se han intentado dar a tal realidad. Los defensores de los programas de desarrollo oficial han reconocido que en la década del noventa los ajustes y reformas emanadas por el Banco Mundial y direccionadas por el Consenso de Washington no fueron las mejores. Los representantes de la postura liberal del desarrollo como Joseph Stiglitz (2006a, 2006b) señalaron que la falta de transparencia, el desconocimiento del papel del Estado y la poca atención prestada a los beneficiarios del desarrollo fueron las causas principales. Adicionalmente, Amartya Sen (2000), afirmó que el descentramiento del desarrollo de los sujetos receptores tuvo serias consecuencias en el mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones. Douglas North, por su parte, afirmó que la falta de un contexto institucional democrático apropiado en los países pobres no permitió que el crecimiento económico fuera posible. En general, el desarrollo pensado más en términos del mercado y no de las personas ha sido la causa principal del fracaso. Sin embargo, aunque ésta afirmación de los teóricos liberales puede resultar cierta, las razones no son las más adecuadas para dar cuenta del fenómeno del desarrollo y su fracaso. Al parecer el escenario mundial se compone de crecientes demandas por parte de la llamada sociedad civil en pro de una voz y una apertura de espacios que le permitan ser parte activa de su propio proceso de desarrollo y asimismo, del impulso y auge de los enfoques participativos dentro de la agenda y la praxis del la industria del desarrollo. Sin embargo, cabe cuestionarse qué sucede con los enfoques participativos impulsados por las políticas y prácticas del desarrollo, que, de acuerdo con sus propios discursos, pretenden cambiar de forma importante las condiciones del desarrollo ¿Podríamos acaso estar presenciando la emergencia de un mito participativo que predica cambios pero refuerza las continuidades de los sistemas excluyentes al no adentrarse en los cuestionamientos del propio sistema? ¿Cuál entonces debe ser la concepción de la participación? ¿Ser simplemente un mecanismo de decisión o tal vez ser un proceso de transformación continuo que permita orientar la construcción de modelos de desarrollo diferentes?

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En este orden de ideas, el estudio de la participación como modelo innovador de desarrollo y como alternativa de fortalecimiento a un modelo entendido como democrático, se vuelve de vital importancia, pues reivindica los mecanismos constructivos y pacíficos para la solución de los problemas que aquejan a las regiones del mundo menos desarrolladas. Bajo este marco, es evidente el esfuerzo considerable por impulsar mayores niveles de participación y canalizar de esta manera las nuevas formas de liderazgo que representan la emergencia y el fortalecimiento de los movimientos sociales hacia la consecución de mejores niveles de desarrollo. Esta orientación ha permitido revalorar conceptos como: la comunidad, la acción colectiva, entres otros, con el fin de ponerlos a disposición de nuevas formas de acción que resignifiquen el concepto de desarrollo y permitan la generación de espacios verdaderamente incluyentes (Rahnema 1996, p.210). En términos generales el propósito de este trabajo es plantear un análisis crítico del concepto de participación y su adecuación y entendimiento dentro de la idea imperante de desarrollo, y al mismo tiempo proponer una serie de cuestionamientos que permitan redimensionar el concepto y mejorar el impacto de los programas, políticas y prácticas adelantada en el desarrollo, teniendo como meta una ideas más allá del de mismo. Con este fin, el trabajo pretende de manera más específica: Analizar las posturas teóricas que han marcado la introducción y evolución del concepto desarrollo y de la participación en las políticas y estrategias impulsadas por los actores encargados del desarrollo; Plantear un análisis crítico de los alcances del desarrollo y la participación como concepto, sus aportes y vínculos y; Enunciar algunos nuevos elementos que pretenden dinamizar los conceptos de desarrollo y participación y sugerir nuevos caminos para hacer de la participación una verdadera estrategia efectiva en la consecución de mejores niveles de desarrollo. En consecuencia, el plan del presente texto es el siguiente: el primer capítulo explica la problemática general del desarrollo tanto de su construcción como programa histórica, como de sus actores internacionales. El segundo capítulo presenta la incursión de la idea de participación en los modelos y prácticas del desarrollo. El tercer capítulo presenta las principales críticas y trampas de la participación en los modelos de desarrollo. Finalmente, el cuarto capítulo se esfuerza por esbozar una plataforma epistemológica de la idea del postdesarrollo en relación con dos experiencias ejemplificantes del cambio de la racionalidad del desarrollo y el discurso y práctica de la participación. Nuestro documento representa un esfuerzo por promover nuevos debates sobre el desarrollo y la participación enfrentando las categorías clásicas liberales que se han construido para planificar los modelos de desarrollo. Nuestra presentación no abordar sistemáticamente las posturas liberales, marxistas, postestructurtalistas y postcoloniales como hubiésemos querido para estudiar la participación y el desarrollo, pero si es orientativo sobre los debates que se dan entre dichas líneas de pensamiento. Por sobre todo, pretende implementar una actitud transformadora que evidencie las complicidades y trampas del poder, por lo que es tarea actual y posterior llegar a los intersticios por donde se hace menos entendible, descifrable y comprensible. Solo si logramos cartografiar las relaciones de poder que atraviesan el tejido social podremos proponer nuevas formas de desarrollo direccionadas desde la base y no desde los organismos internacionales que tienen sus intereses ligados al capital.

2. El nacimiento del desarrollo y su direccionamiento

El tipo de racionalidad que iluminó el concepto de desarrollo fue excluyente de las demás racionalidades, experiencias, deseos y expectativas de poblaciones alrededor del mundo; este tipo de racionalidad que nace con la modernidad y el capitalismo fue insertada en el resto del planeta en diferentes etapas de la historia como parte de la maduración del proyecto expansionista burgués. La racionalidad capitalista que pudo imponerse a lo largo de la tierra y hoy se conoce como neoliberalismo, constituye una plantilla universal que explica que el desarrollo es el único camino que se lograr el mejoramiento de la vida social. Éste proceso tiene a la cabeza a Europa y Estados Unidos como prueba histórica fehaciente de que el desarrollo es posible si se aplican ciertas recetas. De manera tal que, los países pobres no han sido asertivos en formular, ni aplicar sus políticas económicas, sociales y políticas a favor del desarrollo o porque sus condiciones previas no son las más optimas para iniciar su camino (por

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guerras internas, corrupción, mal manejo del Estado, pereza empresarial, etc). Para ello, los programas de desarrollo y de cooperación al desarrollo echarían una mano para posibilitar que los países en desventaja puedan ponerse a tono y competir con sus pares en el gran mercado mundial. El problema de dicha argumentación es que no tiene en cuenta las relaciones de poder históricas y presentes para explicar la consecuente desigualdad de los pueblos y las formas de control y explotación del mundo. Sin rastrear las formas de poder que guían las promesas de progreso y la racionalidad que construye los discursos y las acciones del desarrollo, la voz de los silenciados continuará perpetuamente. El tipo de racionalidad que iluminó la maquinaria del desarrollo en la segunda mitad del siglo XX hunde sus raíces en un proyecto civilizatorio moderno. El antecedente histórico es rastreable en la experiencia moderna eurocentrada que consideró por un lado, el proyecto humano como una emancipación racional, la salida de la inmadurez por un esfuerzo de la razón como proceso crítico (Kant), que mostró al género humano el camino del desarrollo en la historia y, por otro, como contenido secundario y negativo-mítico que justificó una praxis irracional de violencia en los nuevos territorios colonizados tanto en África como América. (Dussel 1992, p. 245). La unión de ambas experiencias construyó un mito civilizatorio que comienza con una sociedad moderna que se autocomprende como más desarrollada y superior, que se obliga a desarrollar a los más primitivos y bárbaros, como una exigencia moral, en el marco de un proceso educativo. Sin embargo, como los nativos se resistieron a ser civilizados, la praxis moderna utiliza la violencia para destruir los obstáculos a la modernización, emprendiendo una justa guerra colonial. El héroe civilizador inviste a sus víctimas como un sacrificio salvador, pues el bárbaro es quien tiene la culpa al oponerse al proceso civilizador; esto le permite a la modernidad no solo presentarse como inocente sino como emancipadora de la culpa de sus víctimas. Al final, el carácter civilizador de la modernidad, interpreta como inevitables los sufrimientos o sacrificios (los costos) de la modernización de los otros pueblos atrasados (Dussel 1992, p. 246). La modernización fue sustentada por el discurso del progreso, ‘aspiración’ de una sociedad que busca salir de su estado de barbarie, atraso o subdesarrollo hacia la civilización. En otras palabras, es la superación, por medio de unos ciertos métodos, de las condiciones en que el cuerpo social se ha mantenido inferior por estar atado a su pereza, a la tradición religiosa y por no hacer uso de la razón. La modernización se convierte en un proceso de ‘salvación’, que en muchas ocasiones, aunque tiene altos costos humanos, es un precio justo por llevar a un nivel superior, el desarrollo capitalista avanzado. La modernización, consecuente con su tarea diseñó modelos binarios de oposición, civilizados/bárbaros, desarrollado/subdesarrollado, Primer mundo/Tercer Mundo, que le permitieron definir los territorios y poblaciones del mundo para expandir el sistema capitalista. La misión civilizadora se asentó en una visión desarrollista desde la idea positivista lineal que va desde un primitivismo al progreso, de lo tradicional a lo moderno. El modelo civilizatorio explica que ciertos sujetos, sus visiones y prácticas, son impedimentos para el desarrollo, y para ello, debe insertarlos en una serie de procesos de normalización. Su objeto es construir un sujeto escolarizado, propietario, consumidor, productor, blanco, heterosexual, patriarcal y económico. El modelo está sembrado en lo que el sociólogo y venezolano, Edgardo Lander (2000), reconoce como la Plantilla Universal, que sirve para determinar las carencias o deficiencias, atrasos o pobrezas de los pueblos y culturas del planeta. El modelo de desarrollo se erige como un modelo de medición sobre el cual se corrige las historias “desviadas” de la modernidad. En esta lógica, el modelo neoliberal como cúspide del desarrollo se consolida como el camino natural de la evolución humana sobre el cual deben construirse todas las historias locales. Para Gustavo Esteva (1996), el desarrollo constituye una construcción semántica poderosa. El desarrollo como idea convirtió la historia en programa, de forma tal, que el modo industrial, que

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solamente era una forma de producción, se convirtió en el estado máximo de la humanidad, como camino natural de la evolución social. El desarrollo, al evocar un solo camino de la humanidad como proceso iluminado por la modernidad, asumió su carácter fundamentalmente economicista. El desarrollo, desde entonces, consistiría en una cruzada por el crecimiento económico de las áreas “subdesarrolladas”. El discurso del desarrollo creó la idea del Tercer Mundo y con ello, instituciones que tomaron vastas regiones como objeto de estudio, de prácticas y enunciaciones. Las instituciones como el FMI, el BM, Naciones Unidas, las agencias nacionales de planificación y desarrollo, construyeron una fuerza real y transformadora de la realidad económica, social, política y cultural de las poblaciones “objeto de desarrollo”. En palabras de Escobar (2005, p. 19):

“Puede decirse que el discurso del desarrollo ha operado a través de la profesionalización de problemas de desarrollo, lo cual ha incluido el surgimiento de conocimientos especializados así como campos para lidiar con todos los aspectos del “subdesarrollo”. Estos procesos facilitaron la vinculación sistemática de conocimiento y práctica por medio de proyectos e intervenciones particulares”.

En consideración de Escobar (1997), la proliferación del aparato vinculado al desarrollo ha perseguido la estatalización y gubernamentalización de la vida social, la despolitización de los grandes temas sociales, la inserción de diferentes sociedades a las economías mundiales, la negación y transformación de las formas culturales locales por las modernas. El discurso del desarrollo ha venido moldeando las identidades de las poblaciones, logrando incluso, que su idea sea aceptada popularmente:

“Desde sus inicios, se ha considerado que el desarrollo existía en la realidad, por sí mismo, de un modo sólido y material. El desarrollo se ha considerado un instrumento válido para describir la realidad, un lenguaje neutral que puede emplearse inofensivamente y utilizarse para distintos fines según la orientación política y epistemológica que le den sus usuarios. Tanto en ciencia política como en sociología, tanto en economía como en economía política, se ha hablado del desarrollo sin cuestionar su estatus ontológico. Habiéndose identificado como teoría de la modernización o incluso con conceptos como dependencia o mundialización, y habiéndosele calificado desde ‘desarrollo de mercado no intrusivo’, hasta autodirigido, sostenible, o ecológico, los sinónimos y calificativos del término desarrollo se han multiplicado sin que el sustantivo en sí se haya considerado básicamente problemático”.

En síntesis, podemos decir que la idea del desarrollo implica formas de exclusión y subordinación de la siguiente manera: Primero, el desarrollo es un elemento sustantivo de la modernidad/capitalista en su doble sentido mítico y negativo. Segundo, la modernidad y su expresión por medio del desarrollo han creado complicidades, silencios, formas de control y relaciones de poder. Tercero, el desarrollo inventó la idea del Tercer Mundo con el objeto de fijar las poblaciones y territorios que deberían ser anexados al proceso capitalista y a la profundización de su proyecto a escala global, con su consecuente incidencia colonizadora de la realidad social. Cuarto, el desarrollo no es proyecto universal sino una invención desde una experiencia históricamente georeferenciada que explicó el proceso de la humanidad. Quinto, el régimen discursivo del desarrollo, es decir, el aparato de formas e instituciones de conocimientos especializados produjeron formas de conocimiento y estilos de poder, estableciendo relaciones sistémicas en su seno y dando como resultado un diagrama de poder. Sexto, de este proceso emanan resistencias, hibridaciones y propuestas que conjugan el desarrollo moderno y procesos propios de producción y concepción de la vida social. Con respecto a los actores encargados de fijar las políticas y llevar el desarrollo a las zonas subdesarrolladas podría decirse que su tarea desconoció en términos reales el carácter histórico, creador y transformador de sus beneficiarios. Con la transformación de la soberanía que residía fuertemente en el Estado Nacional el proceso de desarrollo fue llevado por nuevos actores transnacionales que tuvieron (y tienen) una fuerte incidencia en los espacios locales y desconocieron (y desconocen) a los actores receptores que no comparten sus premisas. Este tipo de incursión ha hecho que las personas cada día puedan decidir menos sobre su futuro social y político. El desarrollo con sus diferentes agentes tomaron a contrapie las poblaciones

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como obejto político, científico, biológico y de poder, produciendo y reproduciendo la vida social como dispositivo de control (Negri y Hart 2002, Focuault 2003). Los organismos internacionales como Naciones Unidas, organismos comerciales (FMI, BMC, etc.) al tener un mayor grado de presencia en realidades sociales concretas del Tercer Mundo han ido estructurando y articulando directamente territorios y poblaciones bajo la orientación del desarrollo oficial. Todas estas instituciones del orden mundial han incursionado bajo el modelo de producción capitalista, haciendo que las poblaciones queden inmersas en sus programas y proyectos en el campo económico, cultural y político. Las empresas multinacionales y transnacionales hacen lo propio en su ámbito de control. Las empresas transnacionales no solo utilizan en Estado-nación como instrumento para registrar los flujos de mercancías, de monedas y de poblaciones, sino que distribuyen la fuerza laboral, asignan recursos y organizan jerárquicamente los diversos sectores de la producción mundial, determinando la nueva estructuración biopolítica mundial. La forma en que operan dichas empresas en el contexto político producen subjetividades, por medio de la producción de necesidades, relaciones sociales, cuerpos y mentes, lo que equivale a decir que producen productores: “en la esfera biopolítica, la vida debe trabajar para la producción y la producción, para la vida” (Negri y Hart 2002, p. 45). Las fuerzas más nuevas y quizás las más importantes que han surgido en la sociedad civil global son las ONG. Para algunos representan una organización independiente del Estado y de los centros de poder, pero para otros, son la extensión del poder, controladas por el giro de dinero para sus oficios y operando como nuevas entidades religiosas. Negri y Hart (2002), al referirse a la intervención moral hablan de una práctica ejercida por una variedad de organismos, como los medios periodísticos y las organizaciones religiosas, pero quizás, las más importantes surgidas en la segunda mitad del siglo XX son las ONG. Las más importantes son aquellas que se dedican a obras de ayuda humanitaria y a la protección de los Derechos Humanos, tales como Amnistía Internacional, Oxfam o Médicos sin Fronteras. Estas ONG, en mención de nuestros autores, constituyen algunas de las armas pacíficas del nuevo orden mundial. Estas ONG moralizan las mentes y los cuerpos de las poblaciones para que puedan ser objeto de estudios, políticas y prácticas, contribuyendo a construir el orden moral, normativo e institucional del imperio. Por ejemplo los procesos de aculturación de las comunidades indígenas por medio de procesos de alfabetización y programas económicos han implementado un proyecto de inserción en las formas de producción capitalista bajo las banderas del desarrollo. Pese a que se ha dado la participación como requisito, la voz de los pobladores, generalmente no logra reorientar los apoyos económicos a sus propias expectativas, necesidades y cosmovisiones. Los proyectos vienen decididos desde los organismos que deciden las agendas sociales. Los organismos internacionales que actúan en el campo local, se convierten en nuevas cruzadas civilizatorias para insertar a los desprotegidos del mundo en la lógica política, cultural y económica moderna/capitalista. La vida es puesta al servicio del desarrollo bajo la justificación de mejorar la vida de los pobladores de una región. El desarrollo como discurso y maquinaria institucional ha operado con formas de complicidad con el proyecto moderno/capitalista. La voz de los beneficiarios del desarrollo no ha podido tener un papel protagónico, fundamentalmente, porque los intereses que ostentan los creadores y dinamizadores del desarrollo no se cruzan con los de los pueblos. Esto no significa que el mismo proyecto del desarrollo haya dejado de lado los discursos y los mecanismos de participación de la población, por el contrario, desde el mismo momento que se ha expresado en formas de cooperación internacional se constituyeron en una variable importante. No obstante, la participación no logró romper el direccionamiento dado por la idea del desarrollo oficial, incluso, terminó legitimando intereses contrarios a los suyos.

3. La invención de la participación como herramienta de desarrollo De la misma manera como el concepto de desarrollo ha venido evolucionando con el tiempo hasta configurar el modelo actual, el concepto de participación, y su inserción en el mundo del desarrollo ha tenido diferentes etapas, y ha sido sustentado por diferentes líneas teóricas, paradigmas e iniciativas. Con el transcurso de los años y las teorías, existe hoy un acumulado

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de diferentes versiones y entendimientos de la participación, justificados en discursos y entusiasmos anteriores o representados en nuevas aproximaciones, concluyendo en un consenso que determina a la participación como herramienta fundamental del discurso y la praxis del desarrollo. Es así como, la vinculación y el papel que puede tener la sociedad civil para su promoción ha sido tema de constante debate, pasando desde las visiones de beneficiarios puros, a consumidores, corresponsables, promotores o incluso transformadores de la realidad social. La relación entre las diferentes teorías de desarrollo y sus prácticas y la participación es clara pero no necesariamente es la misma. El concepto de participación está dado por el ángulo por donde se asuma el desarrollo. En este sentido, la participación como herramienta de desarrollo ha asumido una línea cambiante determinada en el campo del discurso a partir de los dictámenes ideológicos de los agentes de desarrollo preponderantes en cada momento, ya sean estos organismos internacionales o países, y de forma paralela se ha materializado en el terreno por medio de un entramado institucional y profesional compuesto por las Agencias de Cooperación, Gobiernos, Programas y ONG, entre otros, quienes impulsan métodos e iniciativas participativas como parte de sus intervenciones de desarrollo. Una de las primeras líneas teóricas que introduce el concepto de participación dentro de su concepción de desarrollo es la Teoría de la Modernización. Esta teoría que emerge del paradigma liberal, descansaba en la confianza en el crecimiento económico, la ciencia y la tecnología como herramientas fundamentales para suscitar e impulsar el desarrollo de los países pobres. Bajo este contexto, se identificaron a los países subdesarrollados como sociedades tradicionales con practicas determinadas que les impedían avanzar en el camino hacia mejores niveles de desarrollo. En consecuencia, se categorizaron, incluso de forma taxativa, condiciones características de las sociedades tradicionales que debían evolucionar hasta mutar en condiciones de las sociedades modernas, con el fin propio de conseguir mejores niveles de crecimiento económico y desarrollo. Esta teoría calificaba a la sociedad moderna como una sociedad participativa y reiteraba la relación directa entre el nivel de participación de una nación con su nivel de desarrollo económico (Lerner 1958 citado en Rahnema 1996, p.195). De esta manera, una de las primeras aproximaciones a la participación y su vinculación al desarrollo se apoyó en una idea “moderna” de participación vinculada al entendimiento de la misma dentro de la concepción de la democracia occidental, desconociendo e invalidando, desde ese momento y en adelante, cualquier sistema, por directo, participativo o incluyente que fuera, que no se circunscribiera a estas prácticas. De la misma manera y de acuerdo con el pensador del postdesarrollo Majid Rahnema(1996, p.200), desde ese momento la participación se concibió como un instrumento para sustentar el crecimiento económico apartándose de las concepciones socio-culturales esenciales para su sustento. Posteriormente, en los años 70 y bajo la influencia de la Teoría de la Dependencia y sus teorías afines y derivadas, se cuestionarían las teorías reinantes, se posibilitarían la inclusión de nuevas corrientes pensadas desde fuera de los centros de poder mundial y se impulsarían procesos de cambio social que incluyeran como protagonista a las poblaciones y a sus propias expectativas. Dentro de las nuevas teorías que se vieron influenciadas por estas ideas, se encuentran corrientes como el enfoque de las necesidades básicas, la educación popular o la investigación acción participativa, siendo aún las dos últimas alternativas aún utilizadas en las iniciativas de desarrollo. En primera instancia el enfoque de necesidades básicas planteaba a la pobreza como problema fundamental pero reconocía su vinculación tácita con los problemas de redistribución. Por lo tanto, uno de los objetivos centrales de las estrategias de desarrollo sería posibilitar que todas las personas tuvieran la posibilidad de satisfacer sus necesidades. Para este fin, se consideró necesaria la participación de los ciudadanos en los procesos de formulación y ejecución de las actividades del desarrollo. Este tipo de iniciativas se sustentaba en la idea de que a mayor vinculación de la población, mayor rendimiento productivo, mayor crecimiento económico y mejores niveles de desarrollo (Boni 2005, p. 43). Esta aproximación creó un nuevo espacio a las comunidades, sin embargo hizo que la participación se viera como una herramienta más de gestión necesaria para la productividad del proyecto, siendo nuevamente evaluada desde una aproximación economicista.

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Con el objetivo de darle una dimensión más amplia a la participación reorientando la visión del desarrollo, el pedagogo brasilero Paulo Freire planteó que uno de los problemas del desarrollo radicaba en que la población no tenía elementos suficientes para enfrentar el acumulado académico que fijaba las políticas de desarrollo y por lo tanto no podría reorientarlo hacia sus propias necesidades. Para ello, Freire plantea la educación popular como camino para la toma de conciencia de las relaciones de poder de las políticas economicistas del desarrollo. Por lo tanto, se propuso una forma diferente de interacción en donde se facilitaran los espacios de diálogo entre las personas involucradas en promover, articular y experimentar los procesos de desarrollo y así concienciar a cada una de las partes del papel primordial que tienen dentro de estas actividades. La participación se convierte en un instrumento que permite “liberar a los oprimidos” o excluidos de los procesos económicos, sociales y políticos y al mismo tiempo liberar al “agente interventor” de las ideas de desarrollo preconcebidas y por lo tanto impuestas (Rahnema 1996, p. 207). Esta aproximación es una alternativa para la generación de conocimiento y la comprensión de la realidad por parte de todos los agentes vinculados a los proyectos de desarrollo y permite acercarse de una manera menos asistencialista a las necesidades de las poblaciones intervenidas y buscar maneras alternativas que les permitan superarlas dentro de sus propios contextos. En este contexto, surge en América Latina una corriente denominada Investigación Acción Participativa (IAP). La IAP nace como propuesta para dinamizar la acción de los sujetos beneficiarios del desarrollo de manera tal que sean ellos mismos quienes retomen su papel histórico en la construcción de su destino. La IAP cuestionó la forma en que deben ser insertadas las comunidades en los programas de desarrollo asumiendo que la sabiduría popular podría reorientar el pensamiento económico hacia nuevos aspectos de la vida social amparados en el sentir de las necesidades de la comunidad. Esta corriente de pensamiento pone un énfasis primordial en la vinculación de la participación y el desarrollo al afirmar que el último debe necesariamente basarse en el primero. En ese orden de ideas, las relaciones que se establecen dentro de las prácticas del desarrollo signadas por la dominación de un pensamiento único y la imposición del mismo, deben cambiarse por procesos abiertos de interacción en donde los “intervenidos” sean potenciados como sujetos libres y capaces de marcar los caminos de su desarrollo. La participación entonces se dota de un carácter fundamental pues es el instrumento que posibilita desmarcar al desarrollo y sus prácticas de reproducir las estructuras generadoras de dependencia por las cuales siempre han sido criticados (Rahnema 1996, p.202). Estas nuevas aproximaciones generaron espacios donde las comunidades tuvieron una mejor percepción de sus posibilidades de acción. Sin embargo, las evidencias para afirmar que tales enfoques fueron realmente exitosos son escasas (Rahnema 1996, p.204). Por el contrario, se evidenció una instrumentalización de sus planteamientos para justificar prácticas diferentes y con objetivos dispares por parte de la “industria” del desarrollo. Tras la euforia y posterior desvanecimiento de las corrientes criticas de los años setenta, a teoría neoliberal surge con gran fuerza para posicionarse dentro de los debates del desarrollo y su praxis. El neoliberalismo proclama al mercado como regulador de todas las relaciones económicas, donde el mismo subsana los posibles errores, las desigualdades, y por supuesto define lo que se debe producir, cómo hacerlo y cómo distribuir el producto social. Dentro de estas ideas, iniciativas como la descentralización y la privatización son promovidas como elementos fundamentales de la nueva forma de administración de la vida social. De esta forma, una de las estrategias de desregular el poder concentrado anteriormente en el estado es abrir espacios a nuevos actores, sean estos gobiernos locales, ONGD, sector privado u organizaciones de base comunitaria. Es así como la estructura del modelo neoliberal encuentra un aliado en la participación. Tomando las lógicas del mercado, la participación se justifica en el hecho de que los ciudadanos se conciben como usuarios y clientes quienes tienen el derecho a involucrarse en los procesos de desarrollo. Este enfoque se centró en un concepto de participación entendida como una herramienta capaz de incrementar la eficiencia de los proyectos y hacerlos más rentables. Aquellos objetivos de empoderamiento y desarrollo de capacidades promovidos por las corrientes alternativas de los setenta fueron perdiendo fuerza y la participación se concibió como un concepto más pragmático asociado de forma directa con la rentabilidad. El espacio participativo posible se circunscribió de manera específica a

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entramados de representación, que tenían un campo de acción preferiblemente local (Cornwall 2002, p.11), excluyendo en el proceso aquellas ideas, personas y necesidades que pudieran originarse por fuera de estas construcciones establecidas. Como consecuencia de los cambios producidos en el pensamiento del desarrollo y en la manera como se entendieron y manejaron las relaciones económicas internacionales, así como el auge y consolidación de la democracia y el liberalismo económico, los años noventa traen consigo un nuevo marco en donde serán discutidos y enfrentados los problemas de desarrollo y la aparición de nuevos debates y preocupaciones asociadas al desarrollo. Todo esto se materializo en nuevas corrientes que influenciarían de manera definitiva el pensamiento del desarrollo y su praxis desde este punto en adelante. Una de ellas se refiere al Desarrollo Humano. Este paradigma, inspirado por los trabajos de Amartya Sen, posicionó al ser humano como eje central y fin del desarrollo, despojándolo de su condición de medio para el logro de fines diferentes. Las aproximaciones diametralmente economicistas del desarrollo fueron disimuladas con la idea de que el crecimiento económico no era el fin sino el medio para lograr mejores niveles de desarrollo en las personas. Bajo estas premisas, el Desarrollo Humano se concebía como el proceso de ampliación opciones de vida de las personas y la creación de un ambiente en el que estas puedan desarrollar sus vidas de una manera productiva y creativa, de acuerdo con sus intereses y necesidades (Villanueva 2003). Este discurso tuvo un fuerte eco en los debates y actuar del entramado de la industria del desarrollo, que replanteó su agenda enfocando sus objetivos y actividades en trabajar “por la gente, para la gente y con la gente”. En ese orden de ideas, las personas deben ser libres de ejercer sus derechos y participar en la toma de decisiones, haciéndose presente la necesidad de empoderarlas para que sean formuladoras y finalmente ejecutoras de su propio desarrollo, por lo que es evidente que la participación se ve como un componente esencial del Desarrollo Humano. Otra de las corrientes importantes en la articulación del pensamiento contemporáneo en torno a la participación se refiere al Desarrollo Sostenible. Esta concepción tomó fuerza en los debates del desarrollo tras la celebración de la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro, Brasil en 1992. El concepto de Desarrollo Sostenible impulsa la idea de replantearse el modelo de desarrollo establecido para que las generaciones presentes no socaven las posibilidades de las generaciones futuras (Unceta 2000, p.56). Uno de los aspectos más importantes de esta corriente fue que orientó el debate del desarrollo y sus problemas como una cuestión de la humanidad y no exclusivamente de los países pobres o en desarrollo. La escuela propone un concepto más amplio del medio ambiente pues el no solamente contiene un análisis ecológico sino que también procura la construcción de un ambiente adecuado en el cual se garantice una calidad de vida digna para todos los habitantes. Por consiguiente, las poblaciones deben poseer medios adecuados para vivir y para definir como se debe articular y manejar sus propios espacios. De esta manera, el Desarrollo Sostenible vincula a la participación como elemento importante y la valida al considerarla un instrumento clave para garantizar la prevalencia de los intereses de las personas en la construcción de medios habitables y sostenibles (Blas e Ibarra 2006, p.11). Las diferentes conceptualizaciones oficiales del desarrollo siguen impulsando conceptos e iniciativas participativas que rearticulan las apreciaciones de discursos anteriores, generando conceptos de participación que se adecuen a su interpretación del desarrollo. Hoy en día ningún discurso oficial se atreve a poner en tela de juicio el discurso participativo, el cual se encuentra fuertemente ligado con las concepciones contemporáneas de libertad y de democracia. Si bien no existe un concepto unificado que defina un concepto definitivo si existe un consenso general con respecto a las bondades de la participación y principalmente a la importancia de la misma, sea como sea concebida, como herramienta de desarrollo. Este discurso actual impulsado por el aparato institucional oficial del desarrollo, enmarca a la participación con las siguientes características: 1. En primera medida, se puede ver que el discurso valora a la participación en cuanto a las ventajas que esta conlleva. Se reconoce que sin mecanismos participativos las decisiones pueden resultar poco eficaces y poco duraderas en el tiempo. De la misma manera, se destaca la idea de que la participación brinda mayor legitimidad, conlleva a mejores decisiones más informadas de la realidad del contexto en el que se aplica y ayuda a los procesos de toma de decisiones, formulación y ejecución de los proyectos y políticas y a su sostenibilidad.

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2. Un segundo elemento básico es la importancia que le brindan al fortalecimiento de la sociedad civil, ya sea por medio de OSC, o del empoderamiento y promoción de algunos sectores específicos. Los discursos reconocen al individuo, a los grupos determinados o a la sociedad en su conjunto como elementos claves en el desarrollo y al mismo tiempo denuncian el aislamiento al que se les somete. Por lo tanto, se despliegan una serie de esfuerzos para recuperar el rol que deben tener estos grupos y para construir nuevos actores empoderados y fortalecidos que puedan generar mejores procesos, que estén conscientes de sus realidades y que se movilicen y organicen para cambiarlas. De esta manera la participación se podría ver como un medio de definición de identidades colectivas. Ya sea dentro de grupos como los pobres, los indígenas, las mujeres, las OSC o la sociedad civil en su conjunto, la participación los cohesiona, los fortalece y los empodera como un grupo, al brindar la oportunidad de expresar sus visiones, defender sus intereses y valores y ser participantes en su propio desarrollo. 3. El discurso reconoce la necesidad de espacios apropiados para que la participación sea más efectiva y a su vez reconocen que la participación cataliza y fortalece los mismos espacios. En esta medida la participación es tomada como medio para edificar estos espacios pero al mismo tiempo se determina como uno de los objetivos importantes que se pretenden cumplir por medio del establecimiento de los mismos. 4. Otro punto determinante y vinculado con el anterior, es la cuestión de la promoción de la democracia y como la participación puede ser un instrumento que profundice y arraigue el sistema en los contextos dados. Es así como dentro de este contexto, los ciudadanos tienen derecho a participar y al hacerlo amplían su rol y se vuelven piezas fundamentales para edificar los procesos públicos. De esta forma y bajo este marco, la participación también se volvería elemento de justicia, libertad e igualdad de derechos. Finalmente “si (la) democracia significa el gobierno por la gente, entonces los individuos y/o comunidades y/o grupos implicados tienen derecho a intervenir directamente en el proceso” (Meadowcroft 2003, p. 125). Otro de los factores importantes para analizar es como las ideas de reconfiguración del estado y las implicaciones de los discursos de buena gobernabilidad o gobernabilidad democrática han situado y revalorado a la participación en las prácticas del desarrollo (Cornwall 2002, p.10). En este orden de ideas, se promueven políticas de descentralización, las cuales complejizan el escenario local con la excusa de generar nuevos espacios para la participación, acompañados en ocasiones de transferencia de competencias en la gestión de recursos o competencias de decisión. La participación ciudadana, ahora renovada y apoyada en la legitimidad de la democracia, es considerada como un elemento fundamental para potenciar los beneficios de la nueva arquitectura de la administración pública, ahora descentralizada. (Cornwall 2002, p.14). 5. Teniendo esto en cuenta, los discursos también reconocen en la participación una herramienta por medio de la cual se legitiman los procesos. Por medio de los enfoques participativos, las personas se verán envueltas en el desarrollo de las políticas y los proyectos lo cual le dará un sentido mayor de responsabilidad y pertenencia y ayudará a la instauración de los cambios previstos. 6. Como parte de los esfuerzos para mejorar la integración entre participación y desarrollo, la estrategia actual de la mayoría de las agencias y el entramado institucional y profesional del desarrollo, se encamina a hacer de la participación un tema transversal. Se asume por lo tanto, la necesidad de incluir los procesos participativos en cualquier acción a encaminar, lo que incluye políticas y programas en todas las áreas y niveles. De esta manera, bajo la idea de garantizar mayor eficiencia en las actividades, la participación se ve como una herramienta que permite mejores niveles de transparencia y hace que el espacio otorgado a las personas sea estratégico en la toma de decisiones del desarrollo. Pese a que la “transverzalización”, o “mainstream” por su traducción al inglés, parece haber instaurado la conciencia de la importancia de la participación para el desarrollo al instaurarse como elemento indispensable, el hecho de asumirla como un tema transversal puede restar importancia a las iniciativas por promover la participación como meta específica y volviéndose así un instrumento añadido, un requisito dentro de la presentación de los proyectos o sencillamente una formalidad.

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En síntesis, la participación podría brevemente justificarse y reforzarse bajo las ideas de eficiencia, eficacia, igualdad, empoderamiento, democracia, identidad y legitimidad, entre otras, las cuales son líneas que se leen de forma transversal en los discursos y que son la base la aproximación general de los actores oficiales a este concepto. La participación, sea cual sea su aproximación, tiene un estatus establecido dentro de la articulación de los procesos de desarrollo y comienza a verse como una característica sine qua non, como un requisito más a cumplir que valida la actuación en los procesos. Tras un breve análisis de algunas posturas teóricas que han marcado la introducción y evolución del concepto de participación en el discurso y las prácticas del desarrollo, es evidente que existe un consenso con respecto a la necesidad de involucrar a las personas en los procesos de toma de decisiones. De la misma manera, es innegable que a través de los años y las teorías, la participación ha sido categorizada como una herramienta de desarrollo, lo que no significa que la herramienta sea usada para los mismos fines o produzca los mismos resultados. La participación bajo este lente, tiene por lo tanto múltiples funciones y sirve entonces para acondicionar las prácticas de quien la use. Se ve entonces como conductora de la democracia, como instrumento que garantiza la eficiencia y la sostenibilidad, como motor de cambio y transformación social, como instrumento de legitimación de políticas y proyectos o como un requisito dentro de la gestión de las actividades del desarrollo. De esta manera, nos encontramos frente a una extensa variedad de aproximaciones que sirven para legitimar determinados discursos, y que permiten que los agentes del entramado del desarrollo se casen con la mejor interpretación del concepto que valide sus objetivos y visiones del desarrollo y que sustente sus intervenciones. El peligro que se puede enfrentar es que la participación pierda su verdadero sentido de proceso transformador del desarrollo y se vuelva simplemente un recurso retórico que valiéndose de su aceptación se instrumentalice, se despolitice y se vuelva un lema publicitario que limite su verdadero sentido.

4. La participación más allá del discurso: mitos y verdades Como se enunció anteriormente, en los últimos años el concepto participativo se ha rearticulado como mecanismo para legitimar y afianzar las intervenciones del sistema de desarrollo imperante. De forma paralela, se reconoce la importancia y la emergencia de un escenario compuesto por crecientes demandas por parte de la sociedad civil en pro de espacios que coinciden con el impulso y auge de los enfoques participativos dentro de la agenda y la praxis del desarrollo. Esta afirmación nos llevaría a pensar en que finalmente la sociedad en su conjunto será escuchada y sus necesidades y aspiraciones serán promovidas y materializadas en políticas y programas que redunden en el beneficio de todos, en la construcción de una sociedad incluyente y en mejores niveles de desarrollo. Sin embargo, esta amplitud en las demandas y el constante recurso de la participación como herramienta contrasta con los resultados de la agenda de desarrollo propuesta. La realidad de los países en desarrollo muestra la persistencia de enormes necesidades económicas y sociales de amplios grupos de población y muestra aún sistemas marcados por las desigualdades, la exclusión y la pobreza (Ollivié 2004 p.2). La adopción del discurso participativo no siempre significa una misma interpretación del concepto y por lo tanto no se traduce necesariamente en los mismos enfoques y resultados. Esto ha generado prácticas en las cuales la participación se usa indistintamente para legitimar toda clase de acciones y políticas con objetivos y visiones diferentes. De la misma manera, esta visión sobredimensionada deja atrás cualquier cuestionamiento hacia la participación como sistema real y efectivo para el desarrollo, hacia sus límites, hacia los modelos que intenta legitimar y hacia cuál puede ser el verdadero sentido de la participación e incluso del desarrollo.

4.1. Las bondades de la participación ¿Quién se atrevería hoy a ir en contra del discurso participativo? Decir que la participación no es necesaria, buena, pertinente, útil, etcétera, sería desconocer el consenso que existe en su

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nombre y más allá de eso, sería ir en contra del discurso imperante de la democracia, con las consecuencias que esto puede traer en un mundo como el actual. El pensador del postdeasrrollo, Majid Rahnema, considera que en los contextos actuales (1996, p. 195):

“La participación adquiere un carácter moral según la naturaleza étnicamente definida de las metas que persigue. Se la asocia generalmente con fines morales o deseables y, como tal, adquiere una connotación positiva. Raras veces nos asalta la idea de que el acto de participar podría darse con propósitos funestos o maliciosos”.

Esta connotación positiva está acompañada de una serie de adjetivos para calificarla y, frecuentemente, describir su dirección y sus características, ejemplo de ello son las acepciones de participación “popular”, “cívica”, “comunitaria”, “ciudadana”, “libre”, “transformadora”, etc. (Villalba, n.d.p,3). Dentro de estas calificaciones podríamos rescatar percepción de la participación libre. La libertad es un concepto controvertido pero tomando un entendimiento básico del mismo, la forma de plantear la participación por parte de las intervenciones del entramado del desarrollo no siempre es libre. En varias ocasiones, la invitación a participar representa una oportunidad, en otras, esta invitación es la única alternativa que se tiene cuando la ejecución de las políticas y los proyectos está previamente acordada y se encuentra ya definida, pero buenamente se quiere contar con la colaboración de las personas para saber sus necesidades. Ocasionalmente, se invierte en “convencer” a la gente para participar. ¿Qué pasa con ellos que no son convencidos?, ¿Acaso tienen que participar también?, ¿Qué pasa si no les interesa?, ¿Acaso los beneficios de estos proyectos no terminarán redundando en aquellos que sí participaron?, ¿Acaso no sería esto un incentivo? o ¿Puede verse esto también como un medio para forzar esa participación “libre”?. Adicionalmente, las personas pueden no sentirse obligadas a participar, pero pueden estar siendo guiadas hacia decisiones que se pactan con anterioridad y que están fuera de su control. La participación se usa para generar complicidad en lo que se refiere a los proyectos a desarrollar. Se proyecta una imagen de sensibilidad ante los problemas y se invita a participar con el fin de ser ilustrado acerca de las verdaderas necesidades y expectativas, cuando las metas se orientan ya a objetivos predefinidos que no necesariamente son el resultado de la toma de decisiones de la comunidad y que en el peor de los casos, pueden ir incluso en contra de las aspiraciones de las personas. Pese a esto, estas decisiones se hacen legítimas mediante el proceso participativo. Ya lo mencionaba Stiglitz (1999, p.12), cuando, justificando el discurso participativo empleado en las intervenciones del Banco Mundial, apuntaba que: “(s)i los individuos creen que han tenido una participación significativa en las decisiones que les afectan estarán más deseosos de aceptar cambios, incluso si éstos les afectan negativamente”. ¿Qué tan buenas, legítimas y conscientes pueden ser unas decisiones cuando acuerdan afectar a quien decide? De este modo y según la afirmación del mismo Rahnema (1996, p. 210): “la participación se convierte rápidamente en una parodia y en una invitación a designios manipulatorios, cuando representa únicamente un rito de individuos alienados que actúan como robots programados”. La participación debe ser considerada como un proceso constante de trasformación, un proceso sin objetivos más allá que el bienestar de quienes toman las decisiones, de quienes están participando. La participación constante de las personas en el ejercicio de su desarrollo no debe entonces medirse por el número de políticas consultadas o por la cantidad de recursos evaluados, sino por el aporte común y sobretodo consiente para tener mejores niveles de vida tanto individual como colectiva. La promoción de la participación tiende a darle voz a aquellos que no la tienen o a aquellos a quienes no se les escucha. Por lo tanto, puede generar tensiones que afecten el equilibrio político y social de un contexto determinado (Cornwall 2002, p.12). En aquellos contextos en donde una creciente manifestación de formas de participación popular amenaza la estabilidad dada, las estrategias participativas se utilizan para dar la sensación a los ciudadanos de tener “voz” e influencia en las decisiones. Esto nos indica que la participación no nace necesariamente en el marco de la democracia, sino sobre a necesidad de crear estrategias para disminuir las tensiones sociales y conjurar los eventos aleatorios que la desigualdad produce. La participación no está dirigida a cuestionar las relaciones de poder, sino que

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ocasionalmente puede incluso reforzar, más que transformar, las relaciones desiguales existentes. En conclusión, la participación no es buena per se. Si bien puede utilizarse con la certeza de querer involucrar a la gente y hacerla un sujeto vital de su propio desarrollo, no todo esfuerzo participativo es automáticamente productivo, transformador, libre y bueno. Es importante tener consciencia de estas malinterpretaciones de la participación y así mismo de su instrumentalización.

4.2. La mirada economicista de la participación Una de las características que se lee claramente en el discurso participativo es la percepción de la participación como una herramienta de rentabilidad, eficiencia y eficacia. Si bien estas características pueden ser ciertas, es importante no conformarse con esta aproximación en la que la participación se convierte en un recurso más de gestión económica y en donde la valoración de las personas se da en función de la forma en la que hacen o no parte de un circuito o proyecto económico. Participar no puede “reducirse al acto de tomar parte en los objetivos de la economía y los arreglos de tipo social relacionados con ella” (Rahnema 1996, p. 200). La defensa de la participación se ha vuelto una estrategia misma del funcionamiento del mercado cuando se relaciona al individuo participante con un consumidor, el cuál bajo lógicas de costo/beneficio decide hacer parte del proceso y cuando se reconoce que “(l)a forma más eficiente de participación (puede ser) el acceso a un empleo productivo y remunerado (PNUD 1999, p.3). La ciudadanía, sus organizaciones y redes se vuelven sujetos económicos en los cuales se hace rentable invertir pues aparte de los beneficios que puede traer su participación, son dinamizadores de la economía y son los clientes principales del mercado de la ayuda (Jennings 2000, p.3). De esta manera ¿Qué pasa entonces con aquellos que no están dentro del sistema? ¿Acaso el empleo es garantía de inclusión? ¿Acaso no estamos legitimando una relación directa entre el nivel de ingresos y la oportunidad de participar? Y por lo tanto, ¿Cómo se puede incluir a las personas dentro del propio sistema que los excluye? En los casos expuestos anteriormente, no se cuestiona el hecho de la importancia que pueda tener, principalmente en un sistema como el actual, la esfera económica dentro de las concepciones y análisis en pro de mejores niveles de desarrollo y de mejores niveles de vida. Se pretende hacer una aclaración o mejor aún, una leve advertencia de la necesidad de no observar a la participación únicamente bajo el lente economicista, pues esto además de despolitizar, limitar y reducir el concepto de participación, también lo deslinda de las raíces y reivindicaciones socio culturales que pueda tener y lo vuelve una herramienta más del mercado, cuando por sus propias características la participación debería ser una herramienta útil para cuestionarlo.

4.3. El enfoque de lo local En las discusiones del desarrollo el espacio local gana cada vez más campo, reforzado en el discurso de la participación siendo este uno de los espacios principales para su promoción. El espacio local puede facilitar los procesos participativos y ayudar a que estos sean más efectivos y sustenten las expectativas y realidades de sus habitantes y las estrategias para llevarlas a cabo. Sin embargo, la sobrevaloración de este espacio puede conducir a procesos de desarrollo en los cuales se ignoren las desigualdades y las relaciones de poder que determinan el contexto local y a pasar por alto la influencia que en éste pueden tener las corrientes políticas y económicas tanto nacionales como transnacionales (Mohan y Stokke 2000, p. 247). Adicionalmente, el auge de los enfoques participativos ha traído consigo la emergencia del conocimiento local como insumo fundamental para la participación y las intervenciones del desarrollo. Este conocimiento presume reflejar con mayor exactitud las necesidades y realidades locales, y se reconoce como indispensable para lograr políticas y proyectos que defiendan opciones fuera de lo establecido como único estableciendo marcos diferentes de análisis. De esta forma, se cuestiona al agente externo como dueño del conocimiento supremo

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y se permite que el desarrollo sea determinado por sus propios actores sin las presiones y prejuicios de un no-local. Sin embargo, existen riesgos al asumir una defensa absoluta de este concepto hasta el punto que puede llegar a deformarlo y romantizarlo. Las construcciones del conocimiento local también pueden beneficiar ciertas interpretaciones de las realidades locales, ignorando la necesidad de un aprendizaje mutuo con otras aproximaciones al conocimiento (Mohan y Stokke 2000, p. 252). Es más, el conocimiento local como resultado de un largo proceso de formación a través de instituciones como la familia, la escuela, la iglesia, etcétera, se encuentra mediado y puede reproducir, generalmente, las relaciones, discursos y prácticas del poder. En esta medida, la atención privilegiada que se da a lo local debe servir para generar opciones de cambio y evaluar las políticas, las relaciones, representaciones y las hegemonías que allí se presentan para así aprovechando las condiciones que permiten los espacios reducidos, armonizar políticas incluyendo las iniciativas participativas para modificar los patrones de poder existentes

4.4. La cuestión del empoderamientoç El concepto de empoderamiento tuvo origen en el pensamiento del desarrollo en los años sesenta y setenta, ligado a la idea de la participación como una fuente de legitimación y emancipación. Bajo esta idea, se reconocía a una población excluida y oprimida y se enfatizaba en la necesidad de dotarla de las posibilidades y herramientas para defenderse de tal opresión. El poder de la gente era considerado un poder diferente, real aunque silencioso, que se articulaba en diferentes redes informales de resistencia ante aquellos aparatos de poder opresor (Rahnema 1996, p. 204). Hoy en día, el empoderamiento se vuelto de nuevo en el centro de las políticas y los discursos participativos. La apropiación actual de este concepto conserva la base de la necesidad de retornar el poder a las personas. Sin embargo, enfatiza más la atención hacia la relocalización de los grupos marginados dentro del orden establecido. La aproximación se trata de traerlos, encontrarles un lugar, brindarles las oportunidades y devolverles las capacidades e invitarlos a participar (Cornwall 2002, p.3). El discurso participativo actual deja atrás las ideas originales del concepto, que buscaban permitir que las personas descubrieran sus propias capacidades y lo instrumentaliza para convertirlo en instrumento de una intervención gestionada. Bajo este enfoque, la participación ayuda al empoderamiento para que las personas sean capaces de reconocer sus necesidades y su rol dentro del desarrollo. Sin embargo, estas nuevas habilidades no refuerzan las capacidades de las personas para cuestionarse acerca del sistema en el que viven, (o sobreviven), las relaciones de poder, las políticas económicas, etc. Si empoderar significa dotar de poder, la discusión debería orientarse a la clase de poder que se da y a las facultades que otorga ese poder. El enfoque no debe darse en términos de impulsar capacidades para homogeneizar las conductas participativas y reivindicativas, sino que debe ser orientado a crear mejores contextos en donde sean los propios individuos quienes configuren y encuentren sus capacidades, quienes decidan como y para qué organizarse, quienes generen las opciones de cambio que posibiliten los espacios y el empoderamiento (Villalba, n.d. P, 16). La participación y el empoderamiento no deben perder su carácter de instrumento de lucha y reivindicación. En conclusión, es necesario entonces desmitificar el concepto de participación y revalorar su verdadero propósito como agente de desarrollo tomando en cuenta nuevas concepciones que la consoliden como una herramienta para presionar hacia cambios y transformaciones, fuera de los discursos oficiales, que le permitan a las poblaciones tener mejores condiciones de vida y cambiar las lógicas de la exclusión, la desigualdad y pobreza a las que han sido sometidas incluso por el propio modelo de desarrollo imperante. La participación debe ir más allá del establecimiento de comités, del manejo sobre recursos y decisiones, o del instrumento para hacer legítimas las medidas y los objetivos establecidos. Los enfoques participativos tienen potenciales importantes para ser instrumentos de cambio social. Participar significa “vivir y relacionarse de forma diferente”, significa compartir, sin miedos, sin prejuicios, sin metas y manipulaciones, objetivos y propuestas para la construcción de nuevos escenarios que garanticen una vida digna para todos. Por estas razones, condicionar la posibilidad de las personas a cambiar su entorno, apartándolas así de sus posibilidades de relacionarse,

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compartir y vivir en la lucha de sus intereses, es ,como dice el profesor Alfonso Dubois (2002, p.31), “arrebatarles su libertad de ser lo que podrían ser, arrebatarles su futuro”.

5. Las nuevas premisas

5.1. Pensar más allá del Desarrollo. Sirviéndonos de la idea del postdesarrollo podemos afirmar que se hace necesario crear diferentes discursos y representaciones del desarrollo, que conduzcan a cambiar sus prácticas del saber y del hacer, es decir, enfrentar el colonialismo del conocimiento y la visión unidimensional gestionada por la modernidad (Esteva 1999, Escobar 2002, Grueso 2004) Para el postdesarrollo, los procesos de desarrollo no siempre han logrado convertir a las sociedades periféricas como modernas y capitalistas. Después de la implementación durante siglos de dichos procesos la realidad no puede ser reducida a la construcción de un modelo capitalista en su totalidad, sino que en el seno de dichos discursos y prácticas han emergido discursos y prácticas alternativas al capitalismo y a la modernidad. Esto no significa que sean procesos puramente diferentes, sino que no se pueden comprender como tipos ideales de la modernidad. De esta manera, el postdesarrollo se pregunta por la posibilidad de comprender el desarrollo por fuera de los cánones históricos georeferenciados: ¿es posible una era de la humanidad más allá del desarrollo?, ¿el desarrollo como discurso y práctica se ha agotado como correas de transmisión del patrón eurocéntrico de poder? Se ha planteado que es necesario tomar en cuenta las experiencias de otros lugares del planeta que han logrado hacer híbrido el desarrollo y a su vez, generar múltiples centros y agentes de producción del conocimiento descentrados de la geopolítica de la razón instrumental, lo que equivale a resignificar conocimientos creados desde la periferia del sistema-mundo, o mejor, por aquellos sujetos que fueron objeto de estudio del desarrollo. Para ello, el postdesarrollo propone enfocarse en las adaptaciones, subversiones y resistencias que se hacen desde lo local contra las políticas del desarrollo oficial, y tomar en cuenta las alternativas que proponen los movimientos sociales (Escobar 2005, p. 20). Arturo Escobar argumenta que diferentes comunidades han dejado claro por medio de sus prácticas que el capitalismo del desarrollo no ha logrado modelarlas y que su hibridación o resistencia, pone en tela de juicio el fin de la historia. Comunidades, como los afrodescendientes del Pacífico colombiano, han demostrado que se ha construido formas alternativas del desarrollo por medio de nuevas formas de comercio y la reivindicación de saberes propios. De esta manera, el postdesarrollo nos enfrenta a la posibilidad de una (re)construcción continua de la realidad social, la cual emerge en el seno de los zapatistas, de los movimiento sociales que reivindican “otro mundo posible”, de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas - Amawtay Wasi, entre otras experiencias concretas, que evocan la posibilidad de luchar contra las formas de opresión e implantación de modelos homogenizantes y hegemónicos. Prestarnos del término postdesarrollo es parte de buscar una era más allá del desarrollo, imaginar nuevos caminos, alternativas, luchas concretas sobre las cuales se puede soñar el futuro de quienes hemos sufrido la herida colonial. Pero para ello se hace necesario construir nuevos metarrelatos que se descentren de los postulados de la modernidad. Arturo Escobar concluye diciendo (1997):

“La idea de desarrollo, al parecer, está perdiendo parte de su fuerza. Su incapacidad para cumplir sus promesas, junto con la resistencia que le oponen muchos movimientos sociales y muchas comunidades que están debilitando su poderosa imagen; los autores de estudios críticos intentan a través de sus análisis dar forma a este debilitamiento social y epistemológico del desarrollo. Podría argüirse que si el desarrollo está perdiendo empuje es debido a que ya no es imprescindible para las estrategias de globalización del capital, o porque los países ricos simplemente han perdido el interés. Aunque estas explicaciones son ciertas hasta cierto punto no agotan el repertorio de interpretaciones. Si es cierto que el postdesarrollo y las formas no capitalistas y de modernidad alternativa se encuentran siempre en proceso de

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formación, cabe la esperanza de que puedan llegar a constituir nuevos fundamentos para su renacimiento y para una rearticulación significativa de la subjetividad y de la alteridad en sus dimensiones económica, cultural y ecológica. En muchas partes del mundo estamos presenciando un movimiento histórico sin precedentes en la vida económica, cultural y ecológica. Es necesario pensar acerca de las transformaciones políticas y económicas que podrían convertir este movimiento en un acontecimiento sin precedentes en la historia social de las culturas, de las economías y de las ecologías”.

5.2. Premisas para una participación en el postdesarrollo: paradigma otro y de-colonialidad

Pensar más allá de la modernidad o en el marco de la modernidad/colonialidad, implica imaginar nuevos proyectos más allá de los paradigmas clásicos o “nuevos”, inscritos en la misma raíz moderna. El objetivo es consolidar un lugar de enunciación que pueda llevarnos a una era más allá del desarrollo, desde premisas epistemológicas, discursos, agendas de investigación y acción. Bajo estos presupuestos, el argentino Walter Mignolo ha planteado la necesidad de construir un “paradigma otro”, y no “otro paradigma” inscrito en la misma modernidad, es decir, asentado en la diversidad de formas críticas del pensamiento analítico y de proyectos asentados sobre las historias y experiencias marcadas por la colonialidad. Para Mignolo (2003), construir un nuevo paradigma tiene como objetivo tejer historias, pensamientos pluriversales y nuevas formas de luchar y concebir el futuro desde las sociedades que fueron colonizadas en diálogo con todas las sociedades. Según Mignolo, el paradigma otro, no tiene una autoría definida, pero su conector es el cuerpo del trauma vivido bajo los valores del progreso, del bienestar, del desarrollo, de la colonialidad del saber y del ser:

“El “paradigma otro” es, en última instancia, el pensamiento crítico y utopístico que se articula en todos aquellos lugares en los cuales la expansión imperial/colonial le negó la posibilidad de razón, de pensamiento y de pensar el futuro… la hegemonía de un “paradigma otro” será, utopísticamente la hegemonía de la diversalidad, esto es, “de la diversidad como proyecto universal” (Mignolo 2003, p. 20).

La posibilidad de construir un paradigma otro, emerge según Mignolo, por medio de una doble traducción (tomada de Abdelkebir Khatibi), como metodología para pensar un mundo en el cual la diversidad consista en lo universal. El objetivo es que lo distintivo de cada proyecto histórico se conecte por medio de una doble traducción que deshaga lugares privilegiados de conocimiento y se encuentre bajo otros esquemas de respeto y comprensión de la pluralidad. La doble traducción permite entrelazar las historias desde las perspectivas coloniales, desde el conflicto entre lenguas, saberes y sentires:

“Estos lugares (de historia, de memoria, de dolor, de lenguas y saberes diversos) ya no son lugares de estudio, sino lugares de pensamiento donde se genera conocimiento, donde se genera el bilengüajeo y las epistemologías de frontera. Las lenguas coloniales del saber moderno (aquellas derivadas del Latín en la formación de la Europa moderna) ya no son suficientes; están limitadas a la visión parcial de su propia historia (la de Europa) y la perspectiva unilateral y parcial(...) que el saber en lenguas europeas produjo sobre las experiencias coloniales. Por ello un “paradigma otro” no es un “paradigma de transición” sino un “paradigma de disrupción” (Mignolo 2003, p. 22).

El paradigma otro, tiene como característica la experiencia histórica del colonialismo y el horizonte colonial de la modernidad, es decir, la lógica impuesta por la colonialidad del poder que permite conectarse con la historia de Asia, África o Europa y articular la lógica y la genealogía de su propuesta. Su marca histórica, es decir, la herida colonial, desde donde se desprende las posibilidades de un paradigma otro, le permite delinear a partir del siglo XVI, y a partir del patrón de poder enunciado por Quijano , la gestación de pensamientos fronterizos que intentaron enfrentarse a dichas formas de dominio. La colonización tanto hispánica y lusitana de América produce un “pensamiento otro” en Tawantinsuyu, Anahuac y en las costas del Atlántico, una historia que no tenía nada que ver son los modelos eurocéntricos que tuvieron como base a Plantón o Aristóteles. Este pensamiento fronterizo se construye en el

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campo de las tensiones del Siglo XVI y en la rearticulación del patrón de poder en el siglo XIX en América Latina (como ejemplo de uno de “lugares otros de pensamiento”), en “los gritos anónimos, quejas, conversaciones, murmullos y rumores de los esclavos negros e indígenas” (Mignolo 2003, p. 26). El paradigma otro, emerge, de esta manera, en los silenciamientos provocados por la geopolítica del conocimiento, la producción, distribución, adaptación de conocimientos y conflictos epistémicos. Si la posibilidad de construir un paradigma otro emerge del pensamiento fronterizo, su metodología emerge de una actitud de-colonial. La de-colonialidad como actitud o metodología de transformación busca enfrentar, transformar y hacer visibles las estructuras e instituciones que ubican, posicionan y mantienen grupos, discursos, prácticas y saberes dentro de un orden jerarquizado, y un poder que se extiende por poblaciones, corazones, mentes y territorios y que opera bajo la idea de raza, lo moderno y lo colonial. La de-colonialidad emerge como posibilidad de transformación a partir de la visibilización de las luchas en contra de la colonialidad. La de-colonialidad, se inscribe en las prácticas sociales, epistémicas y políticas de las gentes que se resisten a continuar siendo instrumentalizada por la ideología de la colonialismo. En palabras de Catherine Walsh (2005, p. 24):

“la de-colonialidad encuentra su razón en los esfuerzos de confrontar desde lo “propio” y desde las lógicas-otras y pensamientos otros, a la deshumanización, el racismo y la racialización, y la negación y destrucción de los campos-otros del saber. Por eso, su meta no es la incorporación o la superación (tampoco simplemente la resistencia), sino la reconstrucción radical de seres, del poder y saber, es decir, la creación de condiciones radicalmente diferentes de existencia, conocimiento y del poder que podrían contribuir a la fabricación de sociedades distintas”

Tanto el Paradigma otro y la de-colonialidad, emergen como nuevas conceptualización sobre los cuales se podrían pensar y construir alternativas a los proyectos de la modernidad. Estos conceptos toman forma en luchas y experiencias concretas. Como es nuestra idea ir de lo teórico a la lucha concreta de la presente propuesta, entraremos en el campo de la interculturalidad, la cual podrá aportarnos a la comprensión de una propuesta más allá del desarrollo.

5.3. Experiencias de-coloniales/participativas en el postdesarrollo

5.3.1. Racionalidades e instituciones Otras: Amawtay Wasy

Quizá uno de los ejercicios más interesantes, en términos de construcción institucional ha sido la Universidad Intercultural de los pueblos y nacionalidad indígenas Amawtay Wasy quien logra proponer otro tipo de formación profesional poniendo a dialogar el pensamiento indígena con el pensamiento occidental, es decir, la irrupción de un tercer pensamiento. Su relevancia es la el planteamiento de otros principios y bases epistemológicas que aunque pretende mejorar la calidad de vida de las personas en todos sus aspectos sociales, no lo hace por medio de la clásica racionalidad que se orienta al desarrollo técnico-económico moderno y capitalista. Por el contrario, pretende ser una forma contrahegemónica que actúa dentro del sistema social pero que se desmarca de reproducir la plantilla universal que produce saberes coloniales, que se orienta al mercado como distribuidor de riquezas, que se sienta abanderada del desarrollo técnico-económico y que encuentra en la eficiencia de la ciencia moderna una especie de nueva religión para guiar su vida. La Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas “Amawtay Wasi” es un proceso que inicia a mediados de la década de los noventa y que logra constituir en el año de 2004 por medio de foros participativos entre las comunidades indígenas del Ecuador. Sus principios evocan la necesidad de responder a la cosmovisión, epistemología y ética indígena como espacio de reflexión-acción desde las nacionalidades y pueblos del Ecuador y Abya Yala. Amawtay Wasi se ha planteado la necesidad de desmarcarse de la relación sujeto-naturaleza que iluminó el camino del progreso y del desarrollo moderno, donde la producción desmesurada es tan justificada como la destrucción de la vida en todas sus formas. Su

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horizonte y práctica, es la reconciliación con la vida de las personas con la naturaleza y de las personas entre sí. Dicha relación debe ser vista como un todo complementario y necesario, donde el exterminio de alguna implica el exterminio de todas. Este tipo de pensar, sentir, producir y distribuir se desliga de los cánones modernos, de la racionalidad del hombre, blanco, heterosexual y patriarcal que se ubica como superior a las demás cosas del mundo, y a las demás personas. El aporte de la Universidad Amawtay Wasi responde, desde nuestra perspectiva, no solo una nueva forma de concebir la producción del conocimiento, sino la posibilidad de desarrollar discursos, políticas, programas y prácticas en el ámbito social, político, cultural y económico, para pensar alternativas más allá del desarrollo capitalista. Desde allí, las relaciones económicas del mercado capitalista, la concepción del sujeto, el entendimiento del territorio, de la cartografía, de la naturaleza y las relaciones sociales, dejarían de ser medidos por la plantilla universal del desarrollo técnico económico. El descentramiento de la geografía de la razón instrumental, constituye un nuevo avance en las alternativas por pensar un mundo donde los diferentes lugares de enunciación tienen un sitio y una voz bajo los principios del respeto a la diferencia cultural y desde el desentrañamiento de la diferencia colonial.

5.3.2. La experiencia de las comunidades Afrodescendientes del Pacífico colombiano.

El proceso llevado a cabo por las comunidades negras del Pacífico colombiano, aporta elementos significativos en los debates del postdesarrollo. Un conocimiento local generado tanto de sus prácticas en relación con su territorio como de los procesos de pensamiento, sus diferencias culturales, los problemáticas sociales en las que se ven inmersas las comunidades debido a los conflictos sociales y políticos que atraviesa Colombia y las formas de afrontarlas, hacen de su experiencia un modelo local alternativo. La región del Pacífico colombiano tiene una población de aproximadamente un millón de habitantes de los cuales el 90% de las personas se reconocen como afrocolombianos y unos 50.000 como indígenas de etnias tan numerosas como la embera- wounan. Tanto indígenas como afrocolombianos se reconocen como diferentes culturalmente a la vez que reclaman derechos sobre sus territorios y sus prácticas locales. Desde el año de 1996, se presentó un aumento importante en los desplazamientos en la región asociados al conflicto armado colombiano, y cada vez son mayores los números de desplazados del país. Los objetivos de los grupos armados en la región y su presencia en la zona se debe a la riqueza en biodiversidad de los territorios, los recursos naturales y los grandes proyectos de desarrollo (Escobar 2004, p.58). La ocupación de estos territorios para el avance de proyectos de desarrollo por los diversos actores que tienen injerencia o participación directa en la continuidad e intensidad de los conflictos, sugiere el mismo interés, desde la perspectiva de las comunidades desplazadas: “todos los protagonistas externos —guerrilleros, paramilitares, capitalistas y Estado— tienen el mismo proyecto, a saber: apropiarse de los territorios para dar una configuración radicalmente nueva a la región del Pacífico, que se ajuste al proyecto de modernidad capitalista consistente en extraer y explotar los recursos naturales.” (Escobar 2004 p.61) Las lógicas de ocupación y conquista del territorio por parte de estos actores, violan los derechos fundamentales de las comunidades afrodescendientes e indígenas de la región como el derecho a una identidad propia, el derecho a un territorio propio, derecho a la autonomía política y el derecho a elegir y poner en marcha sus propias lógicas y visiones del desarrollo. En este sentido, los activistas y académicos señalan que a través de las formas culturales en que las comunidades del Pacífico se relacionan con el territorio se pueden resignificar y conceptuar estas experiencias locales. Por lo tanto, encontramos tres conceptos básicos que modelaron dichas comunidades y que constituyen premisas importantes para pensar el desarrollo y la participación (Escobar 2000 p. 131-133): a) Territorio: es el eje que articula patrones de asentamiento, uso de los espacios, y prácticas del conjunto del significado-uso de los recursos. b) Biodiversidad: comprendida como territorio más (+) cultura.

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c) Territorio/ Región de grupos étnicos: unidad ecológica y cultural como espacio laboriosamente construido a través de prácticas cotidianas culturales, ecológicas y económicas de las comunidades negras e indígenas. Esta triada constituye la articulación de una nueva visión de las relaciones sociales políticas y económicas de la región, diferentes a las propuestas por el desarrollo. Sin embargo, tales observaciones y propuestas epistémicas a partir de estas experiencias no son tenidas en cuenta en las lógicas de planeación institucional. De tal forma, el debate queda abierto. Necesita planearse formas de “globalizar lo local”, lo cual no implica solamente el rompimiento de una subordinación de los procesos locales a los procesos globales sino la búsqueda de propuestas efectivas en el plano epistémico, como en el plano de las experiencias comunitarias que tienen una conciencia y una práctica arraigada a su comunidad. Como Escobar ( 2000 ) lo señala, una primera tarea en la agenda política consiste en la reapropiación del lugar a partir de una labor creativa por medio de la cual se formen espacios que abran paso a la consolidación de modelos alternativos, invirtiendo de esta forma la lógica del desarrollo. Esta preocupación se expresa claramente en las propuestas teóricas, que a la vez representan derroteros políticos de un conocimiento- poder, construidas en las narrativas del debate sobre el postdesarrollo y la ecología política. La experiencia de las comunidades negras e indígenas del Pacífico colombiano señala la importancia de “el lugar como cultura local”. De tal forma, el lugar como “la experiencia de una localidad específica con algún grado de enraizamiento, linderos y conexión con la vida diaria, aunque su identidad sea construida y nunca fija” (Escobar 2000 p. 113) implica pensar la cultura, de una forma alternativa y con cierta autonomía, a diferencia de cómo había sido concebida en los debates de las ciencias sociales, es decir, sujeta a los procesos estructurantes de la sociedad. La experiencia de estas comunidades que rearticulan desde su particular experiencia de marginación, conflicto armado y expropiación de sus territorios ha puesto sobre la mesa resultados que demuestran que otras formas de desarrollo son posibles y que por lo tanto el desarrollo o pensar más allá del desarrollo exige mirar la relación lugar –cultura-naturaleza. Para concluir presentamos después casi 10 años de dicha experiencia los principales resultados: “Han elevado su nivel de interlocución con el Estado y con instituciones nacionales e internacionales; Cuentan con una importante infraestructura física que facilita los encuentros de formación. Además poseen un teléfono satelital y la instalación completa de una emisora radial de la cual no han obtenido aún licencia de funcionamiento; Desarrollo de líneas económicas que les han permitido mantener su proceso a pesar de los robos y amenazas; Recuperación y fortalecimiento de formas comunitarias de trabajo y convivencia; No obstante las agresiones de que siguen siendo víctimas, mantienen su fidelidad a principios de neutralidad frente a la guerra; Decidieron la no venta y consumo de alcohol en la comunidad; Han desarrollado formas democráticas de organización y relacionamiento; Dentro de la estrategia económica inician etapa de transformación de alimentos; - Resistencia al desplazamiento forzado y retorno a dos veredas; Denuncia pública de injusticias y violaciones cometidas por los actores armados; Mantienen viva la memoria del proceso y de sus mártires, a través de publicaciones, monumentos, etc.; Capacidad de gestión y ejecución de proyectos; Se verifican mayores niveles de autonomía comunitaria; Avances importantes en equidad de género; Visibilidad como población civil no armada, en un país donde solo se considera la voz de los actores del conflicto”. (Acompaz 2006)

6. Conclusiones Actualmente se vive un momento de despertares y tensiones, en donde las demandas por un sistema más incluyente y por el reconocimiento de aquellos que no tienen voz se ha expandido a múltiples espacios. Ya no solo puede hablarse de los ciudadanos, de las organizaciones de base, de las comunidades sino que hay que remitirse al reconocimiento de nuevos movimientos sociales, a la emergencia de una sociedad demandante de justicia y de nuevas formas de organización que traspasan fronteras y pensamientos en pro de un mundo sin

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exclusión donde las oportunidades del desarrollo, sea como sea éste concebido, llegue a todos y no a unos pocos en prejuicio de unos muchos, en pro de un mundo que escuche la voz del diferente y le permita articular, promover y conseguir su propia idea de desarrollo. Teniendo esto en cuenta, estas demandas coexisten con propuestas oficiales que proclaman un consenso en el pensamiento del desarrollo contemporáneo en relación a las bondades de la participación como herramienta y a la necesidad de su implementación. Es necesario desmitificar el concepto de participación y revalorar su verdadero propósito como agente de desarrollo tomando en cuenta nuevas concepciones que la consoliden como una herramienta para presionar hacia cambios y transformaciones, fuera de los discursos oficiales, que le permitan a las poblaciones tener mejores condiciones de vida y cambiar las lógicas de la exclusión, la desigualdad y pobreza a las que han sido sometidas incluso por el propio modelo de desarrollo imperante. Las crecientes campañas por la participación y la inclusión de las personas e incluso de entendimientos alternativos para la solución de los problemas del desarrollo se sienten en los diferentes foros sociales y claman por la atención de los tomadores de decisiones en el desarrollo. Estos a su vez, han reforzado los discursos participativos e incluyentes lo que llevaría a pensar en el establecimiento de nuevos objetivos que materializaran estas voluntades. Sin embargo, al hablar de participación debe tenerse en cuenta qué es el desarrollo. La participación en el desarrollo actúa como concepto derivado de éste. El desarrollo es la base sobre la que se sustentan las prácticas y se elaboran los discursos menores. Por esta razón insistimos que aunque, hemos realizados una lectura de la participación como discurso y práctica, no puede aislarse de su contexto, el desarrollo. En ese sentido, la participación como elemento transversal del desarrollo se encuentra imbricada en su formación histórica y atravesada por las relaciones de poder que de él emanan. No podemos perder de vista que la incursión de las poblaciones en el desarrollo están determinadas por una experiencias histórica y por un patrón de poder que señala el camino civilizatorio moderno. Así tendremos que concluir que el desarrollo y su relación con las personas, zonas y poblaciones, debe entenderse bajo la siguientes premisas: Primero, el desarrollo es un elemento sustantivo de la modernidad y el capitalismo y se basa en el patrón eurocéntrico de poder que le permite clasificar y jerarquizar las poblaciones de todo el planeta en: civilizado/bárbaro, desarrollado/subdesarrollado, Primer Mundo /Tercer Mundo. Segundo, al oscultar más allá de la mirada misma de la modernidad se hacen evidentes las complicidades, silencios, formas de control y relaciones de poder que emanan en la idea del desarrollo. Tercero, el desarrollo comprende un orden de conocimiento que se enlaza con la necesidad de las potencias de ganar el control de diferentes zonas en la guerra fría y después como elemento integrador de todas las poblaciones a la economía capitalista. Cuarto, el desarrollo constituye una invención desde una experiencia históricamente georeferenciada que explicó el proceso de la humanidad por procesos identificables, lo que equivale a diagnosticarlo como una forma cultural marcada por una serie de discursos y prácticas específicas. Quinto, el desarrollo como programa político internacional sustenta su praxis por medio de un aparato de formas e instituciones de conocimientos especializados que organizan la producción de formas de conocimiento y de estilos de poder, estableciendo relaciones sistémicas en su seno y dando como resultado un diagrama de poder.

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