Argentum - Ediciones Frutilla · se trata de Mike, un compañero de trabajo. Si ha podido ocultarle...

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ArgentumGalena Sanz

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Sinopsis:

Anna es solitaria y nunca ha sentido el amor de nadie. Recientemente ha

desarrollado una irrefrenable obsesión por cazar un hombre lobo y demostrar

su existencia. Una noche, comprobando sus trampas, es sorprendida por

Devon, un macho alfa, que además afirma ser su compañero. ¡La veda de caza

se abre y la cazadora es cazada!

Aunque Anna no está muy segura, Devon consigue llevarla con su manada

y presentársela. ¿Quién puede resistirse a un hombre lobo con tanto encanto?

Pese a que todos están sorprendidos, Anna es acogida con cariño e ilusión.

Solo un miembro de la manada despierta sus recelos ante su aparente enfado;

se trata de Mike, un compañero de trabajo. Si ha podido ocultarle que es un

hombre lobo, ¿qué más secretos esconderá?

Pronto Anna deberá tomar una difícil decisión que podría cambiar su

vida. El amor por Devon, que es su bien más preciado, y su sentido de la justicia

la llevarán a enfrentarse a su enemigo, la ambición personificada.

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Para Sunny, que me ayudó tan

desinteresadamente que aún no me lo creo.

Gracias.

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«La avaricia puede terminar teniéndome

como acto final —dijo la Muerte.»

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ISubí la cremallera de mi chaqueta hasta arriba cuando el aire congelado me rodeó. Estaba

oscureciendo y una fina capa de nubes cubría el cielo, volviéndolo gris. Los árboles que rodeaban

mi pequeña casa se mostraban gigantescos, sabios y ligeramente siniestros a esa hora del día.

Mi casa estaba ubicada en medio del bosque y solo un camino sin asfaltar podía sacarme

de él, pero eso no era lo que yo quería, sino justo lo contrario. Esa noche me adentraría en el

bosque.

Llevaba puesta ropa oscura y mis manos estaba cubiertas por unos guantes con los dedos

cortados, mi pelo iba recogido para que no me molestara, una suerte que fuera oscuro y no

llamara la atención. Hoy recogería los frutos de mi trabajo o al menos eso esperaba. Poner

trampas y esperar que algo caiga en ellas es un poco frustrante, pero no podía cazar lo que

buscaba atacándolo de frente, primero debía debilitarlo.

Las hojas secas crujían bajo mis pies y sabía que eso me ponía en peligro, pero no podía

evitarlo. Había sido el trabajo de meses y necesitaba encontrar algo que me animara a continuar,

solo esperaba no tener que usar la pistola que llevaba escondida en el bolsillo de mi chaqueta

y que tan fuertemente agarrada tenía. Solo había disparado a unas viejas latas, y aunque mi

puntería no era mala no sabía como llevaría eso de matar a alguien. Supongo que no muy mal,

de cualquier otro modo no habría puesto esas trampas por el bosque. Sinceramente, no me

consideraba una chica remilgada.

El cielo se oscureció rápidamente, ahora se veía de un azul ceniza apagado, pero el bosque

ya estaba muy oscuro, tuve que sacar mi linterna de la mochila. Estaba cerca de la primera zona

donde había colocado las trampas y me fui poniendo nerviosa. La idea de los cepos me la había

dado mi compañero de trabajo Mike, que tenía esa afición; muy bonito, sí señor, matar por

matar. Yo lo hacía por la investigación, la curiosidad, no por disfrutar con el sufrimiento de esos

seres. Desde luego, si él se hubiera enterado de qué era realmente lo que esperaba cazar yo,

seguro que me habría tomado por loca.

El cepo estaba vacío. Decidí desconectarlo para evitar que cualquier animal cayese en él, la

luna llena ya había pasado y ese era el momento más propicio para la caza del hombre lobo. Mi

momento había pasado por ese mes, pero todavía tenía dos oportunidades más antes de tirar

la toalla, faltaban dos trampas por comprobar. Había sido muy difícil encontrar unos cepos de

plata, por no decir imposible. Lo más cerca que podía estar de eso había sido comprar unos de

metal y pagarle a un tipo muy raro para que los bañara en plata. En realidad, no estaba segura

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de que fuese a funcionar, pero tenía que intentarlo. Escondí el cepo desactivado entre las raíces

profundas de un árbol y lo cubrí con helechos y hojas. Mañana, a la luz del día, volvería para

recogerlos con el coche y llevármelos hasta el próximo plenilunio.

El segundo cepo estaba bastante lejos del primero y cuando llegué estaba mortalmente

congelada, lo peor de todo era que mi trampa seguía vacía. ¿Pero qué me esperaba? ¿Sabía que

los hombres lobo existían? Sí ¿podría atrapar uno? Parecía que no…

Después de realizar con la segunda trampa plateada lo mismo que con la primera fui al

lugar donde tenía situada la tercera, que mira tú por dónde, estaba vacía también.

— ¡Mierda! —maldije dándole un puntapié a la herramienta, que se cerró cortando el

aire—. ¡Nunca pillaré uno a este paso! —pero qué frustrada me sentía.

—Desde luego que no si pones esas estúpidas trampas que pueden percibirse a kilómetros

—dijo una voz grave a mi espalda.

Asustada me giré y descubrí la figura imponente de un hombre que me observaba con

los brazos cruzados. Solo pude percibir su silueta en las sombras pero sabía que era peligroso.

Estaba sola en el bosque, lejos de mi casa y de la civilización, únicamente acompañada por la

presencia de ese hombre desconocido que parecía saber qué me traía entre manos.

— ¿Quién eres? —le pregunté alerta.

— ¿Para qué quieres atrapar a un hombre lobo? —preguntó él obviando mi pregunta y

acercándose a mí. Le apunté con la linterna y él bloqueó el rayo de luz que lo había cegado con

la mano—. Deja de hacer eso y contéstame —me ordenó.

—Eso es asunto mío, ¿quién eres? —volví a preguntar.

—Tu presa —dijo en un tono muy delator.

Sin pensarlo dos veces eché a correr en dirección contraria a él. Ciertamente, podría ser

un hombre lobo porque sabía lo que yo tramaba y desde luego no había sido lo suficientemente

tonta como para andar divulgando que estaba haciendo algo así. ¿Y ahora qué? Estaba preparada

para atacar a un licántropo herido y debilitado por la plata, no para matar a uno en perfectas

condiciones.

El suelo por el que corría era bastante uniforme y evité las caídas, pero sentí cómo cuatro

pesadas patas golpeaban un suelo cercano al que yo pisaba con fuerza. Se había convertido y

ahora la cazadora era cazada.

Corrí y corrí sin mirar atrás, jadeando y muerta de frío y miedo. No sabía a donde me

dirigía, solo pensaba en aumentar la distancia que separaba a esa bestia de mí, pero en el fondo

sabía que era imposible. Jamás podría ganar a la carrera a un lobo, pero tenía que intentarlo.

¿Por qué no me había atrapado ya? Sabía que podía hacerlo. Empecé a notar mis piernas débiles

y cansadas, no estaba acostumbrada a hacer ejercicio y ahora mi pereza me pasaba factura.

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El relieve empezó a accidentarse y se fue convirtiendo en una pendiente que me llevaba

hacia abajo, aumentando mi velocidad. Las rocas semienterradas eran difíciles de esquivar,

tanto que tropecé con una y logré caerme. Después, la gravedad se ocupó de dejarme caer

rodando por la ladera sin control. Todo se había vuelto borroso y no pude hacer nada por parar

de caer, hasta que sentí como me golpeaba en la cabeza con una piedra. Emití un jadeo sordo y

entonces un manto negro se cernió sobre mí. Lo último de lo que me di cuenta antes de perder

la conciencia del todo era la sensación del agua fría bañando mi espalda.

***

Un terrible dolor de cabeza me recibió al despertar, froté mis ojos y al abrirlos tuve que

esforzarme en enfocar. Estaba tumbada en una superficie cálida y blanda, supuse que una

cama. Noté que no llevaba pantalones y que solo una camiseta de tirantes me cubría el torso.

Todo a mí alrededor se mostraba oscuro, una pequeña luz a mi izquierda me dejó adivinar que

me encontraba en mi cuarto… ¡Un momento! ¿Y el lobo? Me pregunté alarmada y me senté de

golpe sobre mi cama. Fue una mala idea, me mareé y me dejé caer sobre la almohada.

—Solo fue un sueño… —dije suspirando aliviada.

—Lamento decepcionarte —una extraña y ligeramente familiar voz masculina pronunció

esas palabras.

En un rápido vistazo recorrí la habitación y lo hallé sentado en el suelo a mi izquierda, en

la sombra, lejos de la delatora luz de la lámpara. Volví a erguirme asustada y retrocedí sobre la

cama, hasta que mi cadera golpeó la esquina de la mesilla de noche.

—Tranquila, si hubiera querido matarte ya lo hubiera hecho ¿no? No tendría por qué

haberme molestado en sacarte de ese charco y traerte de nuevo a la calidez de tu casa, muy

confortable, por cierto —se burló—. Se echa de menos un poco de carne cruda, pero bueno…

Lo miré con una expresión entre miedo y asco, luego él se levantó y se acercó a la cama.

Esta vez no se ocultó de la luz y pude verle. Era alto como ya sabía y también de constitución

fuerte. Su aspecto era el de un hombre joven, su cabello era negro y corto y sus ojos parecían

también del mismo color. Era atractivo. Calibré la posibilidad de salir de la cama y escapar, pero

sería estúpido, me atraparía con facilidad. Vi que traía algo en las manos, pero no distinguí que

era hasta que lo tiró sobre la cama.

—No es carne cruda, pero son comestibles —comentó llevándose a la boca una de las

chocolatinas—. Estarían mejor con un poco de sangre —dijo mientras masticaba.

—Agh —no pude reprimir ese gesto de asco. Él se rió abiertamente y se sentó sobre la

cama.

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—Si te has creído eso es que no sabes mucho sobre hombres lobo. Come un poco –indicó

mientras me acercaba una de las barritas con la mano. Yo opté por ignorarle.

—Si no me has matado todavía es porque quieres algo. ¿Qué es? —pregunté seriamente.

Se metió el resto de la chocolatina en la boca y se recostó sobre el cabecero de la cama,

mientras miraba al techo pensativo. Terminó de masticar y se dispuso a hablar.

—Verás, de un día para otro aparecen en mi bosque ciertos artilugios para atrapar a

incautos —comenzó diciendo seriamente—. Estos artilugios tienen residuos de plata y como

nunca he visto a un cazador preocupado por acicalar sus armas me aventuré a suponer que

alguien quería hacer daño a mis chicos y aquí estoy. Investigando la causa y descubriendo al

culpable —me miró con una sonrisa que no mostraba sus dientes y me sentí inquieta ante sus

palabras.

— ¿Quieres decir… que eres el alfa?

—Bing, bing, bing, bing, bing… ¡premio al ganador! —exclamó sonoramente—. Va a

resultar que algo sí sabes sobre lobos. Mira, cielo, tú me dices que es lo que quieres de mi

manada, prometes dejarnos en paz y yo no te hago daño —él guardó silencio esperando mi

respuesta, pero yo me limité a quedarme callada y a rodearme las rodillas con las manos. Si le

decía la verdad no me creería, estaba muerta.

— ¿Qué? ¿Alguien te obliga? ¿Te extorsionan? Di algo, no me estás dando muchas

opciones.

—Nadie me extorsiona ni me obliga —admití susurrando.

—Entonces, ¿por qué lo haces? Y no me digas que querías a uno de nosotros como mascota

—me advirtió. Cuando lo miré confundida por su estúpida broma lo descubrí sonriendo. Sí que

era raro. No me quedaba más remedio, debía intentarlo. Suspiré resignada y me dispuse a

confesar.

—Yo solo… quería asegurarme.

— ¿Asegurarte de qué? –me preguntó al ver que no continuaba.

—Pues… de que los lobos existían. Quería hablar con uno.

— ¿Y qué demonios pensabas hacer si hubieras logrado atrapar a uno? ¿Cómo lo sacarías

de ese cepo, suponiendo que funcionara, sin terminar muerta?

—Con cadenas de plata —revelé tímidamente. Otra carcajada estridente se abrió paso

a través de sus labios—. Tenía también una pistola con balas del mismo material ¿no hubiera

funcionado eso tampoco? —añadí mordazmente. No me gustaba que se burlara de mí.

Efectivamente eso fue suficiente para acallar sus risas y esta vez en lugar de una sonrisa

tuve una mirada seria y enfadada. O hacía algo o podía darme por muerta. Con la mayor rapidez

que pude cogí el gran colgante hecho de plata pura que estaba encima de la mesilla y lo puse

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como un escudo entre el licántropo y yo.

— ¿En serio piensas que puedes aplacarme con eso? —inquirió con frialdad. Con un rápido

movimiento cogió mi pierna con una mano y tiró de mí, consiguiendo tumbarme sobre la cama

de nuevo, esta vez en una posición oblicua.

Sentí cómo se ponía sobre mí y me aterroricé. Me devoraría como a un conejo.

— ¿A qué esperas para atacarme? —me provocó al ver que todavía sostenía la cadena en

mis manos—. Vamos, querías hablar con un hombre lobo ¿no? Pues habla —me retó.

—Quítate de encima —le exigí.

— ¿Por qué? ¿No te gusta? —preguntó él pícaramente mientras se movía de forma

sugerente sobre mí. Por alguna razón eso me trastornó. Sabía que era un hombre lobo,

posiblemente un asesino y sabía que no lo conocía, pero sentí una estúpida atracción por él.

Seguramente dada porque no estaba acostumbrada a estar cerca de hombres tan imponentes y

atractivos—. Hueles bien para ser una cazadora, cazadora —me susurró con sus labios pegados

a mi oído.

— ¿Por qué no me matas ya? Y no digas que es porque quieres saber la causa de mi

búsqueda, a un alfa le interesaría proteger a su clan, no veo por qué no me matas y listo. Tu

misión estaría completada… así —mi voz sonaba entrecortada porque él no dejada de mover

sus dedos por mi hombro, como una ligera caricia.

—Me has pillado… pero entiende que un alfa jamás dañaría a su compañera —giré mi

rostro para verlo después de oír sus palabras. Él recibió mi mirada con otra sonrisa, una que

dejaba entrever sus resplandecientes y perfectos dientes.

— ¿Qué has dicho?

—Ya lo has oído… eres mi compañera. Sabes lo que significa ¿verdad? Y supongo que

también sabes que no hay vuelta atrás —lo sabía, pero mi mente se negaba a creer eso. Era

imposible. Yo no era como él—. No le des más vueltas, cazadora torpe. Piensa, buscabas

hombres lobo, alguna razón habría ¿no? —le miré con un gesto interrogativo. Ni siquiera sabía

decir por mí misma cómo había terminado buscando hombres lobo—. Me buscabas a mí —

contestó poniéndole solución al problema.

Él alzó la mano que tenía apoyada en mi cadera y cogió el collar que yo todavía tenía

agarrado, el de plata pura, y lo enrolló en su mano, que luego colocó bien a la vista. No entendía

nada, debería estar quemándose, haciéndose daño, pero no pasaba nada. No había gritos de

dolor, ni hilillos de humo que salieran de su piel lacerada, no había nada. Mi cara debía ser un

cuadro, por lo que él lucía una engreída sonrisa que suavizó cuando se volvió a dirigir a mí.

—Finalmente, creo que no sabes mucho sobre hombres lobo, pero no te preocupes. Yo te

enseñaré —tras decir esto se inclinó y me besó apasionadamente. Sin poder evitarlo me dejé

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llevar y hundí mis dedos en su cabello, no podía creer el ansía con la que lo deseaba, cuando yo

había demostrado ser bastante tranquila en lo que al sexo se refería. Él despertaba algo en mí

que desconocía.

Tiré de su camiseta hasta que conseguí sacársela y luego volví a unir nuestros labios.

—Aprendes rápido —me felicitó cuando se apartó para tomar aire.

—Eso creo —y volví a atraerlo hacia mí.

Sabía que sería una relación difícil, que no caería bien por eso de intentar cazar a algún

miembro de la manada, pero dado que había sido tan inefectivo quizá no tuviera mucha

repercusión. Pero todo eso ahora me daba igual, para mí solo existían esas manos que recorrían

mi cuerpo y esa voz que con cada beso me repetía que era suya.

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IIRodé sobre mí misma, bostecé e intenté bloquear la luz del sol que me cegaba. Con

dificultad abrí mis ojos parpadeantes y me encontré con las piernas enredadas en las sábanas.

Me desperecé y me senté en la cama mirando a mi alrededor. Tenía dolor de cabeza, no había

dormido muy bien… bueno, no había dormido, punto.

Me giré y vi como a mi lado el cuerpo de un hombre tumbado boca abajo dormía

profundamente. Yo me había apropiado de todas las sábanas, por lo que su cuerpo desnudo

quedaba al descubierto, pero no parecía molestarle el aire frío. Su respiración era fuerte y a

veces murmuraba cosas sin sentido, otras gruñía como si fuese un perro. No podía ver su rostro

porque estaba girado al lado contrario al mío, pero vi cómo su brazo colgaba por el borde de la

cama mientras sus músculos descansaban relajados.

Dejé atrás las sábanas y caminé por la habitación tambaleándome hasta llegar al baño. Me

metí en la ducha y dejé que el agua caliente mojara mi cuerpo con un gemido. Me sentía dolorida

pero no me importaba, lo único en lo que podía pensar era en comida. Tenía un hambre atroz

y los más diversos platos no dejaban de presentarse en mi imaginación, pero seguramente en

cuanto pusiera un pie en la cocina comería cualquier porquería que encontrara por ahí tirada.

El hambre ya se encargaría de que me supiera a un plato elaborado por los ángeles celestiales.

Me aparté del chorro de agua y cogí el bote lleno de champú, volví a bostezar y después

de echar un poco del jabón en mí mano cubrí mi pelo con él. Lo froté repetidas veces y conseguí

que se metiera en uno de mis ojos. Salí de la ducha con un ojo rojo y una mueca de enfado.

Me sequé rápidamente y volví a mi cuarto. Mi cama todavía estaba ocupada por ese cuerpo

enorme en reposo, parecía que nada lo pudiera despertar, yo al menos no pensaba intentarlo.

Me puse la ropa interior y luego unos jeans y un jersey de tela fina y de color negro. Peiné mi

cabello mojado y me abandoné a mi cuarto dejándolo solo con el intruso. Llegué a la cocina

y feliz me dispuse a saquear la nevera, cuando estuve llena el cansancio se apoderó de mis

miembros y me tumbé en el sofá de mi pequeño salón. El sueño me acogió como un viejo y

confortable amigo.

Corría por el bosque, todo estaba oscuro pero la luna llena iluminaba mi camino. Qué

suerte, porque mi linterna había muerto en alguna parte del camino. Mis piernas no dejaban

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de moverse, esa era la causa de que yo estuviera jadeando. Tenía que correr y no pararme

¿por qué? No conseguía recordarlo, pero algo me decía que si no escapaba de aquello que me

perseguía, moriría. Yo tenía que ir a buscar los cepos, quería atrapar a un hombre lobo, sí, eso

era… quizá un licántropo estuviese persiguiéndome en esos momentos y por eso tenía que huir.

Llegué a un claro en el bosque, era una imagen fantasmagórica y hermosa a la vez. Todo

el perímetro de la pequeña parcela despejada se veía oscurecido por los árboles colindantes y

el centro recibía la luz directa de la luna, clareando la hierba hasta volverla plateada. Avancé

para atravesarlo, pero entonces, de entre los árboles, salieron cinco lobos. Todos eran enormes,

tres de ellos tenían el pelaje de un blanco tan puro como el de la nieve y los dos restantes eran

grises. Se acercaron lentamente a mí, moviéndose al unisón. En respuesta retrocedí sin dejar de

verlos, pero finalmente no pude mantener la calma y me di la vuelta, dispuesta a salir corriendo.

Una figura alta e imponente detuvo mi huida. Era un hombre musculoso que iba con el torso

desnudo. Tenía el pelo negro corto y unas grandes cejas del mismo color se fruncían creando un

juego de belleza y terror parecido al del claro. Sus ojos eran totalmente negros y me miraban

con odio, sus labios que parecían dulces se mostraban contraídos en una horrible mueca, su piel

bronceada quedaba oscurecida por la trepadora sombra de los árboles. Di un paso hacia atrás,

asustada y olvidando el otro peligro que me acechaba. El hombre gruñó fuertemente ante mi

gesto, dejando ver unos peligrosos colmillos enterrados en su boca. Mis ojos se cubrieron de

lágrimas y las piernas me temblaban. No podía creer que esos ojos que me habían mirado con

tanta ternura ahora desprendiesen un odio tal hacia mí que parecían haber perdido todo su

brillo.

—Cariño, deja que te presente a mi familia… —me dijo él con algo que para nada se

parecía a su voz.

Sin que apenas pudiese procesarlo lo vi dar un salto y llegar hasta mí convertido en lobo,

con las garras afiladas intentando alcanzarme…

— ¡Aaaahhhh! —me desperté con un grito saliendo de mi garganta y el sudor bajando por

mi nuca.

Mi respiración era tan agitada como lo había sido en el sueño. Un sueño increíblemente

real.

— ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —una voz llena de preocupación se precipitó sobre mí.

El atacante de mi sueño se acercaba con una bandeja llena de comestibles y con una

mirada cargada de preocupación. Dejó la bandeja sobre la mesita y se sentó a mi lado en el sofá.

—Me has asustado ¿por qué gritabas? —dijo él sin apartar su mirada de mi rostro. En un

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ademán ligero puso la áspera palma de su mano sobre mi frente—. Estás muy caliente, quizá

tengas fiebre…

—No, no lo creo, solo estoy un poco acalorada. He tenido un sueño muy desagradable —

no quise entrar en detalles, por lo que no dije nada más.

Él pareció satisfecho con mi respuesta y me regaló una sonrisa que mostraba todos sus

dientes; esta vez no hubo ningún colmillo a la vista.

—Te he preparado el desayudo —dijo henchido de orgullo—. Debes saber que eres una

privilegiada, un alfa no va por ahí regalando desayunos a cualquiera.

—Lo tendré en cuenta —dije en voz baja. Encogí mis piernas que anteriormente habían

estado estiradas a lo largo del sofá y me tapé con mi vieja manta a cuadros que siempre estaba

tirada por cualquier lado. Nos quedamos un minuto en silencio hasta que él decidió romperlo.

— ¿Qué ocurre? ¿No tienes hambre? Después de todo ese ejercicio yo me he quedado

famélico ¿tú no? Estás muy delgada, necesitas alimentarte bien… eh… —giré mi rostro para

ver el suyo contraído por el esfuerzo. Intentaba buscar algo para continuar la frase pero yo me

había dado cuenta del problema.

—No sabes mi nombre —no era una pregunta.

Él alzó sus ojos hasta situarlos sobre los míos, parecía ¿arrepentido?

—No, anoche no pensé en preguntar —admitió.

—Da igual, yo tampoco sé el tuyo… —dejé mi mirada caer sobre el torpe desayuno que

me había preparado y un halo de ternura invadió mi alma, no obstante la contuve—. Creo que

es mejor que te vayas —dije finalmente.

— ¿Irme? ¿A dónde? —preguntó él, realmente parecía confuso. Tomé aire y proseguí.

—A tu casa. No debes preocuparte, no intentaré cazar más hombres lobo, no quiero hacer

daño a nadie.

— ¿Pero qué estás diciendo? Eres mi hembra, no me voy de aquí sin ti —se sentó pegado a

mí y retuvo mi barbilla entre sus dedos, obligándome a mirarlo—. Escúchame bien, vas a comer,

te vestirás, descansarás y luego tú y yo nos vamos a mi casa. Ahora tú también eres alfa y debes

ser presentada al resto de la manada, no todos los días un líder encuentra a su pareja. Y por

cierto, me llamo Devon.

—Anna —le tendí la mano y él, Devon, la estrechó entre las suyas, sonriente—. De todos

modos, Devon, creo que es mejor que te vayas y te busques otra hembra. Yo soy humana y vale,

no sé mucho sobre hombres lobo, pero no creo que sea una buena combinación y creo que

puedo pensar que que tú seas el alfa lo pondrá todo más difícil.

—No digas tonterías, ciertamente y me repito, no sabes nada de hombres lobo. Tú eres

mi hembra y no puedo buscar otra, eres tú. ¿Y qué te crees, que serías la única humana de

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la manada? Dios, nos habríamos extinguido hace años si no nos hubiéramos mezclado con

humanos.

—De igual forma, no creo que debiéramos estar juntos, por mucho que tu manada me

vaya a aceptar, lo cual todavía dudo, no estoy nada segura de querer formar parte de ese mundo.

Es decir, ¿hombres lobo? Puedo creer en ellos, puedo hablar con uno, intentar cazarlo e incluso

acostarme con él, pero de ahí a convertirme en su mujer y vivir como una alfa… no estoy nada

segura. Es demasiado.

—Deja de decir tonterías, eres mi mujer y punto. No hay nada más que decir —acto

seguido tiró de mi mano y me sentó sobre su regazo y trajo una taza humeante hacia nosotros.

Me resistí ligeramente pero de nada sirvió.

—Vas a comer, luego nos iremos a casa. ¿Tienes coche verdad? Si no tendré que ir a buscar

el mío y tendrás que quedarte sola hasta que vuelva.

—Devon… —interrumpió mi réplica llevando la taza a mis labios y me vi obligada a tragar.

Casi la escupo inmediatamente, era leche caliente y no había nada que me gustara menos.

Con esfuerzo la aparté y lo miré enfadada. Lástima, al ver sus ojos mi enfado se esfumó.

***

—Vamos Anna —me incitó otra vez la voz cada vez menos paciente de Devon—. No

podemos quedarnos aquí para siempre.

Estábamos en medio del bosque, yo dentro de mi coche sentada en el asiento del copiloto.

Al parecer a Devon le gustaba tener el mando en todo, incluso al volante. Él se acercó una vez

más a la ventanilla del coche y me miró con ojos de cachorrito abandonado ¿Por qué serían tan

condenadamente eficientes? ¿Tendría algo que ver su genética lobuna?

—Sigo pensando que no es buena idea —me reafirmé.

—Anna, he pasado la noche fuera y no he dado señales de vida, pensarán que me ha

ocurrido algo. Es más que probable que alguien me viera salir a buscar pistas sobre nuestro

torpe cazador y quizá ahora piensen que no era tan torpe, al menos no tanto como para no

poder con un alfa.

— ¿Es tan importante lo que piensen?

—Por supuesto, si creen que estoy muerto tendrán que buscar a alguien que me reemplace

—explicó él—. Eso cambiaría mucho su vida, están acostumbrados a mí y hasta donde yo sé no

hay nadie que tenga aspiraciones a ocupar mi puesto, no sería agradable.

Lo miré una vez más y me decidí a bajar, pero con la firme promesa de matarlo si mi sueño

se cumplía. Era cierto que había intentado investigar sobre los hombres lobo, y digo intentar

porque no estaba segura de qué era lo real y lo no-real de todo lo que había averiguado. Al

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parecer, el sistema de emparejamiento era tal como yo lo había estudiado; un macho sabe

cuando encuentra a su hembra y viceversa. Ambos pasaran su vida juntos hasta que uno muera,

en ese caso se puede reemplazar, pero no era una práctica común (esta última parte me la había

dicho Devon).

Devon… ¿por qué tenía que ceder tan fácil a sus peticiones, por qué mis ojos lo buscaban

como mis pulmones al aire, por qué no dejaba de repetir su nombre en mi cabeza? Era una

obsesión y bastante malsana, pero como no tenía ganas de combatirla no me quedaba más

remedio que bajarme del coche y meterme en la boca del lobo. Literalmente.

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IIICogida del brazo de Devon anduve por un camino pedregoso que dividía la vegetación

del bosque. Fue un camino corto, pronto las casas empezaron a aparecer, todas grandes y

amplias, algunas más modernas y otras más rurales, pero todas con amplios jardines. Estaban

considerablemente separadas unas de otras y me pregunté si tendríamos que recorrer todo el

lugar, que era toda una aldea. Si íbamos a hacer eso sería mejor haber ido en coche.

Pasamos de largo por una casa sencilla pero extremadamente decorada con plantas. Una

cabeza asomó por la puerta de la casa, era una mujer menuda y rubia que al vernos se dirigió a

nosotros mientras se limpiaba las manos en un viejo trapo que traía en las manos.

—Devon ¿dónde te habías metido? Tim y los chicos hablan de ir a rastrear el bosque en

tu busca.

La mujer había rodeado la valla de su casa hasta situarse a nuestra altura. Era una mujer

que tendría unos treinta años, rubia y menuda, con la piel blanquísima. Su mirada confundida

saltaba de Devon a mí, haciéndome sentir incómoda. Obviamente se había fijado en mi brazo

rodeando el de su alfa, y por su expresión pude suponer que eso no era común.

—Lo siento, Lona, ahora mismo voy a hablar con ellos. No ha pasado nada, todo está bajo

control —la tranquilizó él—. Necesito que me hagas un favor, mientras yo les explico a Thomas

y a Tim lo que ha pasado ¿te importaría quedarte con Anna? Prefiero explicarles todo antes de

presentársela, para que sepan comportarse.

Lo miré incrédula y horrorizada. Él pensaba dejarme con una mujer lobo ¡una mujer lobo!

¿Qué pasaría cuando descubrieran que yo había intentando cazarlos? Pues lo más probable es

que me cazasen ellos a mí. Devon me había traído al matadero.

—Claro, no te preocupes —aceptó la mujer con una sonrisa dulce—. Yo me ocupo de todo.

Dicho esto, Devon se fue después de dirigirme una brillante sonrisa y Lona, como la había

llamado el hombre estúpido con el que había pasado la noche, me guió hasta el interior de

la casa. Era confortable y cálida, todo parecía estar en su sitio hasta que me llevó a la cocina,

donde las sillas y los alimentos estabas por todas partes.

—Es que estaba limpiando los muebles —se disculpó con un sonrisa—, pero ahora te hago

un sitio.

Libró de su carga a una silla y me indicó que me sentara, sin fuerzas para negarme obedecí

calladamente y acepté también el café que me ofreció.

— ¿Eres la pareja de Devon, verdad? —preguntó después de posar la taza de café sobre

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un rincón de la mesa delante de mí.

—Bueno, todavía es pronto para decir algo así —detallé débilmente.

—Créeme, Devon es de blanco o negro, así que o estáis juntos o no lo estáis —de pronto

sonrió y continuó con avidez—. Ya verás qué bien cuando se enteren todos de que ha encontrado

a su mujer, seguro que te hacen una fiesta.

—Dime que estás bromeando —le rogué.

Ella negó con su rubia cabeza y me sonrió amablemente.

—Las cosas aquí son muy… intensas —explicó buscando la palabra adecuada—. Cuando

Tim me trajo casi me da un infarto, la gente es muy efusiva aquí.

— ¿No eres una mujer lobo? —pregunté muy interesada.

—No, el lobo solo es mi marido —contestó riendo—. No debes tener miedo, aquí nadie te

va a comer y menos si eres la mujer de Devon.

—No soy…

—Sería mejor que te abstuvieras de decir cosas así, los hombres de por aquí pueden ser

bastante sensibles y no queremos que Devon se deprima pensando que lo rechazas —añadió

esta vez de forma más dura.

Cerré mi boca con frustración y decidí que había terminado la conversación. Más tarde me

encargaría de aclarar las cosas con Devon, entre ellas la de que jamás me volviera a dejar sola

con gente extraña.

—Pronto volverá, los demás querrán conocerte —dijo después de pasar algunos minutos

en silencio.

Hice un amago de sonrisa y me dediqué a beber el café.

— ¿Anna? —una voz demasiado familiar me llamó en la distancia. Me levanté con

automatismo y me giré, hasta ver parado en la entrada de la cocina a Devon —. Bien, aquí estás.

Ven, tengo que enseñarte nuestra casa.

Sin darme tiempo a contestar que yo ya tenía una casa, Devon tiró de mi mano con

entusiasmo y me empujó hacía la salida. Lo último que vi fue un gesto y una sonrisa de Lona.

—No está lejos. Podrás cambiar lo que quieras, ya sabes, no tengo mucho tiempo que

dedicarle a la decoración hogareña, así que no esperes nada muy sofisticado.

—Devon, creo que si ya has avisado a tus amigos de que estás bien, podrías llevarme de

vuelta a mi casa —le pedí una vez hube detenido nuestra marcha.

— ¿A tu casa? ¿Por qué quieres irte, Anna? Esta es ahora tu casa, pensé que ya habíamos

hablado sobre esto.

—No, tú hablaste, yo no pude decir nada.

—Claro que lo dijiste. Piensas que esto no es para ti y estás equivocada. Por favor, déjame

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que te lleve a nuestra casa, dame unos días, una oportunidad —utilizó otra vez el truco de los

ojos implorantes y terminé delante de una casa no muy grande, pero acogedora.

Con el mismo entusiasmo con el que me había hecho caminar por las calles que nos

llevaban a su casa tiró de mí hasta situarnos en la entrada.

—He intentado que las cosas no fuesen así, ya sabes, pensé que te gustaría un recibimiento

tranquilo, pero aún así no he podido contenerlos —dijo con una gran sonrisa como disculpa.

— ¿Contenerlos? ¿Qué quieres decir?

Devon abrió la puerta y entramos en una sala llena de gente. Había por lo menos diez

personas, tanto hombres como mujeres y todos se habían quedado en silencio ante nuestra

entrada.

—Vaya, Devon, has elegido bien. Es preciosa —un hombre con el pelo extremadamente

corto se acercó a nosotros y palmeó la espalda de Devon, que se había sonrojado ligeramente.

De pronto se abrió un murmullo de voces que llenó la habitación.

—Encantado, soy Thomas, el alma de las fiestas y el mejor amigo de este afortunado —

me explico al tiempo que extendía su gran mano hacia mí.

Sin saber bien que decir la acepté y su mano apretó suavemente la mía. La demás gente

nos miraba expectantes.

—Esta es Anna. Necesita tiempo para adaptarse, así que una vez os hayáis presentado

sería mejor que nos dejaseis para que pueda enseñarle la casa —dijo Devon dirigiéndose a

todos un tanto azorado.

—O tal vez eres tú el que quiere que alguien le enseñe algo —murmuró por lo bajo Thomas.

Sin darme tiempo a decir nada, un grupo de mujeres se acercó y me dijeron sus nombres,

pero por desgracia fui incapaz de retenerlos en mi memoria. Alcé la mirada y me encontré con

los ojos impresionados de Mike, mi compañero de trabajo.

— ¿Mike? —grité incrédula.

— ¡Anna! —dijo él a su vez.

— ¿Os conocéis? —preguntó Devon.

—Trabajamos juntos —le dije todavía sin poder creérmelo.

— ¿En la imprenta? —aventuró Devon.

—Sí, ¿cómo os habéis conocido? —preguntó a su vez Mike.

Miré preocupada a Devon, pero él le quitó importancia.

—Bueno, ahora que sé que hay alguien ahí para protegerla, podré dejar que vaya a trabajar

—le dijo con una sonrisa a Mike, que se la devolvió con entusiasmo.

— ¿Dejarme? —le susurré enfadada a Devon.

—Debes entenderlo, eres mi mujer, no puedo dejar que vayas por ahí sin protección.

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¿Qué haría sin ti? —añadió con un puchero que pretendía disculparlo.

—Pues lo mismo que has hecho toda tu vida —dije para mí.

La siguiente hora transcurrió con conversaciones banales pronunciadas en voz alta. La gente

bebía y comía un pastel que alguien había traído. Tuve que hablar un poco con cada persona, sin

saber bien qué decir. Me sentí estúpida, como algo que Devon se dedicaba a pasear y a mostrar,

pero debo decir en su defensa que nunca me dejó sola o de lado. Él parecía enormemente feliz

y yo no entendí por qué. Al igual que él, los demás presentes se veían felices, despreocupados

y con muchas ganas de pasarlo bien. Había algo en esa gente que me fascinaba, no había nadie

preocupado o que no sonriera y lo más increíble de todo es que cada una de las sonrisas que

daban eran auténticas, llenas de afecto y alegría, excepto quizás una: la de Mike.

Durante el tiempo que estuvimos reunidos lo observé de vez en cuando, todavía sin ser

capaz de creerme que formase parte de ese mundo y en una de mis miradas lo descubrí mirando

a Devon con una expresión nada agradable. Quise avisarle de lo que había visto, preguntarle si

tenía motivos para no llevarse bien con Mike, pero no encontré ocasión.

Finalmente, Devon logró deshacerse de toda esa gente y cuando Beth y Gerth, una pareja

un poco mayor, fueron los últimos en irse, oí a Devon suspirar pesadamente y dejarse caer en

el sofá. Había varias copas vacías dispersadas por los muebles de la pequeña salita y no creí a

Devon capaz de recogerlas. Primero, porque estaba muy cansado, y segundo, porque eso no

concordaba con mi idea de los quehaceres de un hombre lobo.

Me senté junto a Devon sin saber qué otra cosa hacer y de forma inmediata él me arrastró

hacia su lado y me besó gentilmente en los labios.

—Siento todo esto, lo has llevado mejor de lo que pensaba —comentó sonriente ¿es que

acaso ese hombre sonreía siempre? Desde luego, era algo a lo que me podía acostumbrar—.

Sé que no estás acostumbrada a esto, pero estas personas deben saber que pueden confiar en

mí. Digamos que mi vida no es muy privada y yo creo que les ha gustado saber que me voy a

establecer. Además, les has encantado —otro beso.

—No creo estar preparada para esto, es demasiado…

—Lo sé —me interrumpió—. Haremos una cosa: este fin de semana te quedas en mi casa

y el lunes nos iremos a la tuya, para que puedas trabajar. Mientras estás en el trabajo yo vendré

para controlar todo y luego podremos estar juntos. Lo haremos poco a poco, pero —y se detuvo

con una sonrisa pícara— este fin de semana, es solo para nosotros.

No pude evitar sonreír también y dejé que me levantara en brazos. Ventajas de ser un

hombre tan fuerte, supongo. No había mucho que ver en esa pequeña casita, recorrimos las

dos habitaciones y los dos baños enseguida, solo quedaron sin ver el sótano y el ático. Después,

Devon me llevó directamente al dormitorio con mil y una promesas en la mirada.

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***

Eran las tres de la mañana y yo seguía sin dormirme. Devon respiraba profundamente a

mi lado, descansando plácidamente. La luna iluminaba la sencilla y masculina habitación del

macho alfa, provocando un juego de sombras al que ya me había acostumbrado después de

observarlo por horas. Me giré para cambiar de postura y observé el oscuro semblante de Devon.

Después de hacer el amor se había quedado dormido en esa postura boca abajo y desde

entonces no se había movido. ¡Pero qué feliz era! Igualito a aquel perro que tuve a los nueve

años: comía y dormía, ladraba un poco y volvía a dormir y a comer, hasta repetir el círculo.

Ese día había sido extraño y agotador, pero no había conseguido dormir. Seguía pensando

en la extraña mirada que Mike le había dedicado a Devon. Jamás hubiera imaginado encontrarme

con él ahí y había sido toda una casualidad que él me hubiera dado la idea de los cepos, ¿si

sabía que alguien quería cazar a un lobo de su manada, no habría de estar furioso contra todo

aquello que se dedicara a cazar animales? ¿No se sentiría identificado? Yo lo estaría. Si supiera

que alguien quiere cazarme no le daría ideas a otra persona para que hiciera lo mismo con los

demás. Desde luego podía decir que él tampoco me esperaba en su manada, su sorpresa había

sido genuina, pero su alegría quizá no.

Devon se movió por primera vez en la noche y abrió los ojos, que se clavaron en mí.

— ¿Qué haces despierta? —preguntó con voz pastosa.

—Pensar.

—No debes pensar, debes descansar para mí —me recriminó arrastrando las palabras.

Su cuerpo, desnudo bajo las mantas, se acercó al mío hasta rodearme con su calidez.

Sus labios empezaron un camino por mi cuello hasta bajar a mis hombros y sumergirse en las

profundidades de las sábanas para centrarse en mis pechos. Suspiré de placer y cuando se

cansó volvió a salir de su escondite para delinear mis labios con la lengua.

—Sabes tan bien… —comentó sin apartar sus labios de los míos.

—Yo creo que estás todavía demasiado dormido como para decir nada coherente.

—Tal vez —se colocó entre mis piernas—. Entonces será mejor que me dedique a hacer

algo que no sea hablar.

Y eso hizo.

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IVLa mañana me encontró cubierta por una gruesa capa de mantas y el pelo enredado. Un

pelo enredado que alguien se encargaba de enredar aún más.

—Hmm —gemí.

—Buenos días. ¿O debería decir, buenas tardes? —dijo la voz profunda y conocida de

Devon.

Abrí finalmente los ojos y lo observé. Todavía conservaba su eterna y seductora sonrisa,

sus profundos y brillantes ojos negros y ese rostro perfecto para mí. Una sombra no muy ligera

cubría su rostro de rompecorazones, signo de llevar dos días sin afeitarse. Algo que mi piel

enrojecida podía demostrar.

— ¿Tardes? ¿Qué hora es? —pregunté algo alarmada.

—La una y media.

—Entonces siguen siendo buenos días —repliqué.

Él sonrió ante mis palabras y salió de la cama de un salto. No pareció dar muestras de

pudor y entró en el baño con paso ligero.

—Es hora de levantarse, hazte a la idea mientras me ducho —gritó.

Las gotas de agua que desprendía su pelo fueron las encargadas de despertarme de nuevo,

porque me había vuelto a dormir.

— ¿Para qué tenemos que levantarnos? Pensé que este fin de semana era para nosotros

—protesté.

—Y así es, estaremos juntos mientras te enseño tu nuevo hogar.

—Ya he visto la casa —le recordé antes de cubrirme con la almohada.

Él me la arrebató sin mucho esfuerzo.

—Me refería al territorio y al barrio, no a la casa. Venga, levántate y dúchate, yo prepararé

el desayuno.

— ¡Más leche caliente no! —le recordé a gritos cuando lo vi desaparecer—. Y espero que

tampoco nada de carne cruda… —dije para mí.

A regañadientes, hice todo lo que quiso, hasta acabé recorriendo a pie buena parte de

un bosque vecino. La verdad es que fue sorprendente descubrir que Devon no orinaba en cada

árbol para marcar su territorio y así se lo hice saber, lo que me costó una persecución muy

agotadora.

A él no le costó atraparme, pero antes se había dedicado a cansarme. Que me persiguiera

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en su forma humana no me aterrorizaba como lo había hecho nuestra primera «carrera» juntos.

Llegamos a un valle entre risas y él me abrazó con fuerza.

—Este es uno de mis lugares favoritos —dijo cuando nos sentamos en una roca.

—Puedo ver por qué.

Era una imagen perfecta, ver las colinas verdes y húmedas, con las faldas llenas de árboles

que creaban profundos bosques. El sol del mediodía era débil y el día se veía nublado, pero yo

me sentía feliz. El abrazo de Devon me proporcionaba calor y su sonrisa alegre.

—Cada vez que pienso en la manera en la que nos conocimos me siento más y más

sorprendido. Será una historia original que contar. Niños, vuestra madre intentaba cazarme,

pero al final, fui yo el que la cazó a ella —la risa de Devon sonó fuerte y grave en mi oído.

En ese momento recordé todo lo que me había llevado hasta allí y calibré que era más

importante tratar ese tema que ponerme a discutir esa idea suya de los niños.

— ¿De qué conoces a Mike? —pregunté sin entrar en detalles.

Devon pareció sorprendido, pero no se opuso y contestó.

—Es de la manada. Algunos dicen que es un poco extravagante porque decidió trabajar en

algo fuera de lo nuestro, con los humanos —explicó.

— ¿Y qué es lo vuestro? —inquirí volviéndome para verlo a la cara.

—Tenemos varios negocios en pie, algunos se encargan de las tiendas de calzado Marcheur

y otros en algunos grandes almacenes en los que ya somos conocidos. Saben que la gente de

este barrio está muy unida, desde luego no saben en qué podemos convertirnos.

— ¿Sois dueños de esa tienda? —pregunté incrédula— ¡He comprado allí muchas veces!

Él se rió encantado.

—Sí, tenemos bastante éxito. ¿Por qué preguntas por Mike? —su rostro se volvió serio,

casi terrorífico— ¿Tuviste algo con él?

—No —contesté rápidamente—. Solo que ayer no me pareció que estuviera muy contento.

—Ya, quizá porque sí quería tener algo contigo —añadió todavía más enfadado. Se apartó

de mí y se levantó de la roca, dejando que el frío llegase a mi cuerpo.

—No creo que sea eso… ¿estás seguro de que te llevas bien con él? ¿Es de fiar?

—No me relaciono mucho con él, pero supongo que sí es de fiar. Todos lo somos, espero

poder confiar en él para que cuide de ti cuanto vayas a trabajar, pero si intenta algo, dímelo

inmediatamente.

—No va a intentar nada, jamás lo ha hecho —expliqué confundida ¿eso era un ataque de

celos? ¿Una pose de macho dominante? No tenía nada claro que esa faceta suya me gustase

tanto como las demás—. Simplemente creo que hay algo raro en él.

— ¿Raro? ¿Cómo qué?

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—Bueno, fue él el que me dio la idea de los cepos.

— ¿Estás segura? —su ceño estaba profundamente fruncido.

Asentí fervientemente.

—Eso no dice nada, él no sabía qué buscabas, de todos modos lo vigilaré. Creo que será

mejor que faltes esta semana al trabajo, no quiero dejarte con él si tengo dudas.

—No voy a faltar al trabajo —me puse en pie—. Me despedirían. ¡Una semana! ¡Estás

loco! Además —le atajé cuando me iba a interrumpir—, yo puedo cuidarme sola ¿Quién iba a

atacarme?

Pasamos el resto del camino discutiendo y puedo estar muy orgullosa de decir que gané

yo. No iba a faltar al trabajo y dejar toda mi vida de lado. No obstante, mi victoria no había sido

total y a cambio de dejar que fuera a trabajar, debía vivir con él, algo que, la verdad, no me

molestaba tanto como me había imaginado.

El día transcurrió de manera tranquila, tuvimos algunas visitas más, pero muy cortas

porque querían dejarnos tiempo para los dos.

Me enteré de que Devon no tenía familia viva. Su madre había muerto de enfermedad y

su padre la había seguido poco después, dejando a Devon con la carga de ser él el que guiara

una manada a una edad más corta de la habitual. No tenía hermanos y esa era una de las

razones por las que deseaba tener varios hijos, un tema del que yo intenté apartarlo.

No era un buen cocinero y tampoco bueno limpiando, pero hacía lo que podía. A veces se

pasaba por la tienda que tenían en el pueblo para ayudar, pero normalmente sus obligaciones

eran otras. Debía patrullar por los bosques con algunos hombres de confianza para estar

seguro de que nada iba mal, que no había otras manadas o lobos sueltos que pudieran causar

problemas. También se aseguraban de que los cazadores experimentados y los amateurs, como

me denominó a mí, no los descubrieran y además, contaba con la tarea de adiestrar a los más

jóvenes, que tenían que aprender a defenderse.

Decía estar contento y satisfecho con su vida, pero siempre se había sentido solo. Después,

para mi vergüenza, añadió que yo había puesto fin a ese vacío.

Yo le conté que tenía una hermana mayor, pero que no me hablaba con ella. Tampoco

tenía una relación muy buena con mis padres y Devon lamentó eso, algo a lo que yo le quité

importancia. Toda mi vida había sido bastante independiente, había estudiado, encontrado un

trabajo y una vivienda y luego me había dedicado a disfrutar de los pequeños placeres. Cuando

llegué a mi vida sentimental, Devon se negó en un principio a que le contara nada, pero más

adelante me exigió que le hablara de todos los hombres con los que había estado y se mostró

enfurecido a pesar de ser una lista pobremente corta.

Al final del día cenamos alguna cosa que nos atrevimos a cocinar y terminamos en la cama

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viendo una empalagosa película de amor que nos llevó a dejarla a medias para que Devon

satisficiera las fantasías que esta le había inspirado.

***

— ¿Estás segura de que no olvidas nada? —me preguntó Devon por enésima vez.

Terminábamos de salir de casa y él se disponía a llevarme a trabajar el lunes por la mañana

y por lo que pude ver, eso lo ponía bastante nervioso.

—Devon, no soy un niño en su primer día de cole, solo es mi trabajo.

Él refunfuñó algo ininteligible y nos dirigimos al coche. El camino de ida fue tranquilo,

yendo yo tarareando una canción que había visto esa mañana en la televisión. Todavía

ligeramente reticente, Devon me dejó marchar y prometió ir a buscarme a las doce, pero no sin

antes obligarme a despedirlo con un largo beso. ¡Era un hombre incorregible!

El día habría sido normal si Mike no se hubiera acercado a mí justo antes de que me fuera.

Mike y yo solo coincidíamos en la cafetería, durante los momentos de descanso, por eso no

lo había visto durante toda la mañana, pero cuando me tenía que ir él apareció y su rostro no

mostraba su siempre y amigable sonrisa.

—Anna, aquí estás, te he estado buscando —me dijo nada más acercarse a mí.

De forma instintiva me aparté ligeramente de él, sin embargo no me dio tiempo a esquivar

su agarre. Me llevó del brazo a un lugar un poco apartado y su rostro pareció gobernado por la

ira.

— ¿Qué se supone que estás haciendo? —me preguntó con voz baja y enfadada.

—No sé a qué te refieres —le dije asustada e incrédula.

¿Sería que había hecho bien desconfiando de él? No entendía qué pasaba y solo podía

pensar en lo mucho que me gustaría que en ese momento Devon supiera qué estaba pasando

para que así pudiese ir a buscarme.

—Se suponía que ibas a cazar lobos, no marido —me espetó clavando su negra mirada en

mí.

Mike siempre me había parecido un hombre fuerte y atractivo, con el cabello castaño

y su piel bronceada, características que también tenía Devon, pero ahora, viéndolo con esa

expresión de odio, me pareció un hombre horrible.

— ¿Cómo sabes que iba a cazar lobos?

—Porque tengo cerebro, al contrario que ese idota con el que te acuestas —añadió con

asco.

Quise saltar en defensa de Devon, pero Mike me daba miedo en esos momentos. Marta

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Craine pasó por nuestro lado y nos saludó. Para mi asombro, Mike fue capaz de fingir una sonrisa

amigable muy creíble, mientras yo lo miraba estupefacta. Algo en esa sonrisa me recordó a las

de Devon, solo que las de él eran puras y sinceras, mientras que las de Mike escondían sus

verdaderos y negros sentimientos. Al parecer, las demás mujeres que no habían visto como yo

a Mike también pensaban que era atractivo, pues Marta le devolvió la sonrisa ruborizada de una

adolescente y se fue sin darse cuenta de mi situación.

—Espero que esta vez lo hagas mejor y no te dejes atrapar.

— ¿Qué piensas que voy a hacer? —le exigí con odio.

—Acabar con lo que empezaste: matar al alfa. Ahora que te metes en su cama será más

fácil para ti, está embobado.

— ¿Qué te hace pensar que haré eso? ¿Qué razones iba a tener? —ese hombre estaba

loco y yo no sabía cómo librarme de él y de su enfermiza mirada.

—Oh, ¿quieres una razón? Te daré una razón —me dijo con una voz falsamente suave—.

Si tú no matas a Devon Strauss yo me encargaré de que tus padres, tu hermana y su preciosa

niña de tres años sean encontrados con los rostros lo suficientemente intactos como para que

tú puedas reconocerlos en el depósito de cadáveres.

Lo miré estupefacta. Yo no me llevaba bien con mis padres y con mi hermana, pero no

podía dejar que por mi culpa les sucediese nada malo y menos a esa hija de mi hermana cuya

existencia yo desconocía.

—Veo que vas captando la idea —apretó un poco más su agarre en mi brazo y acercó su

boca a mi oído lo suficiente como para que su aliento tocara mi piel—. Ya sabes lo que tienes

que hacer.

Me soltó bruscamente y desapareció al cruzar la esquina.

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VDevon seguía lanzándome miradas preocupadas mientras cenábamos, mejor dicho,

mientras él cenaba y yo jugaba con mi plato de sopa. Cuando me había ido a recoger yo no

había tenido la suficiente fuerza como para fingir que todo iba bien. Él insistió en saber si me

había pasado algo, pero le había dicho que solo estaba cansada.

La tarde la pasé sola, pues Devon tuvo que ir a entrenar a unos chicos. Me invitó a ir,

pero yo rehusé. Todavía no me había recuperado de mi sueño ni del miedo que había pasado

cuando lo sentí perseguirme. Esa parte de él tendría que entrar en mi vida poco a poco, por el

momento ya había sentido lo que era estar en un torbellino de emociones bastante variado y

no me parecía inteligente añadir una preocupación más.

Después de la cena nos habíamos ido directamente a la cama y me sorprendió ver que

Devon no intentara nada para animarme a hacer el amor. Por un lado me alivió, pues tenía

demasiadas cosas en la cabeza, pero por otro me decepcionó ligeramente. Era verdad que nos

había pasado buena parte del domingo dedicados el uno al otro, pero no me gustaba pensar

que ya se había aburrido de mí.

Me tumbé de lado y me abracé a la almohada. Algo de mi comportamiento debió de

despertar la envidia de Devon, porque al verme, él se abrazó a mí.

— ¿Estás segura de que todo va bien? Has estado muy callada hoy… —dijo con un tinte

de preocupación.

Acaricié su brazo y sonreí. No era una situación de risa, pero no pude evitarlo. Yo nunca

había sentido lo que era que alguien se preocupara así por mí. Mis padres no habían sido los más

cercanos y mi hermana y yo jamás nos habíamos llevado bien, ni de niñas. Nuestros mundos

eran totalmente diferentes y ambas tuvimos que crecer sin un referente paterno muy sólido.

Nuestros padres se ocupaban más de sus trabajos y de sus amigos que de nosotras. Tener ahora

a alguien como Devon, cariñoso, protector y dulce era una cosa desconocida y maravillosa para

mí.

—Solo estoy cansada —expliqué.

—Eso lo puedo ver… quizá estés embarazada y por eso te sientes así —pensó en voz alta.

Me giré para encararlo y mirarlo sorprendida.

— ¿Y según tu teoría cuándo me he quedado embarazada?

—Este fin de semana, no hemos usado protección —precisó pagado de sí mismo.

— ¿Piensas que me has dejado embarazada en solo un fin de semana y que ya empiezo a

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sentir los síntomas? Creo que lees demasiadas novelas de ciencia-ficción.

— ¿Y por qué no? Mi madre notó enseguida cuando estaba embarazada… recuerda que

soy un lobo, nuestra genética es más acelerada, quizá el embarazo sea más intenso para ti.

—No digas bobadas, pero en algo sí tienes razón: no hemos usado protección y es un

asunto en el que debemos pensar —añadí con un suspiro. Esos días con Devon me habían

vuelto muy descuidada.

— ¿Por qué? Podemos tener hijos, yo los quiero ¿no los quieres tú? —preguntó ansioso.

—No lo sé, Devon. Francamente, creo que no sería la mejor de las madres, yo no tengo un

buen referente paterno… —en ese momento me detuve.

Tenía razón, yo no tenía unos buenos padres para tomar como modelo, pero tampoco

quería que alguien los matase por mi culpa. Por otro lado, sabía que era incapaz de matar a

Devon, lo había intentando una vez sin conocerlo y no había salido bien, él había sido más listo

que yo. Ahora que lo conocía y que había forjado con él un vínculo tan fuerte, la cosa sería

imposible.

—Sé que no te llevas bien con tus padres y quizá no hayan sido los mejores, pero tú no

tienes por qué ser como ellos. Yo creo que serías una buena madre —dictaminó.

— ¿De dónde sacas esa idea?

Él se encogió de hombros y me miró con ternura.

—Simplemente te conozco, eres un poco escéptica y te cuesta confiar en los demás, pero

tienes buen corazón y eres tierna. Me parece que tener un niño sería perfecto para ti como

persona —finalizó con una sonrisa.

—Yo creo que seguimos hablando bajo el influjo de la ciencia-ficción —él se rió gratamente.

—Pues tendrás que acostumbrarte a la idea. Recuerda que yo necesito un heredero que

ocupe mi lugar en la manada y cuanto antes llegue, mejor. No queremos despertar la ambición

de las demás manadas.

— ¿Ambición? ¿Ambición de qué? —repetí sin saber a qué se refería.

—De mi puesto como alfa, si ven que el puesto no está asegurado para un hijo mío y me

hago viejo, intentarán retarme para quedarse con mi puesto —me explicó tranquilamente.

—Eso suena muy primitivo —señalé con cierto temor.

Otro encogimiento de hombros.

—Las cosas funcionan así.

— ¿Cómo te retaría? ¿Sería un duelo? —pregunté con interés mal ocultado.

—Así es, pero sin pistolas. Solo una lucha de lobos.

— ¿Y puede retarte cualquiera?

—Sí, cualquiera que demuestre ser más apto que yo para proteger a la manada —dijo

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asintiendo.

— ¿Y si tú mueres sin descendencia? —me horroricé solo con pensarlo. La muerte rondaba

mucho a Devon desde que yo estaba en su vida.

—Pasaría a alguien de la manada, alguien con una relación sanguínea.

— ¿Y quien es el siguiente en línea sucesoria? —una idea se había ido formando en mi

cabeza. Era arriesgada, pero podía ser y necesitaba saber ciertas cosas antes de aceptarla.

—Hmm, no lo sé… mi padre tampoco tenía hermanos. Mi abuelo sí, pero sé que su

hermano decidió vivir en solitario —meditó durante unos segundos—. Creo que después de

unos años volvió a unirse a la manada, pero no estoy seguro. Murió poco después de llegar aquí

y yo aún no había nacido.

— ¿Tuvo hijos? —pregunté cada vez más ansiosa.

—Cielos, ¿por qué es tan importante eso? No creo que los tuviera, sino yo lo sabría

¿verdad? ¿Acaso has conocido a alguien parecido a mí en la manada? —se burló.

Suspiré derrotada. La verdad es que sí, sí había conocido a alguien parecido a Devon.

***

El martes nos dio unos ligeros rayos de sol, débiles para calentar, pero brillantes para

levantar el ánimo. Sin mucha dificultad había convencido a Devon de que no me sentía

demasiado bien como para ir a trabajar. Ese día lo emplearía en buscar una solución al asunto

de Mike y que las obligaciones de Devon lo llevasen a estar fuera de casa por algunas horas era

de lo más útil.

Mike no había establecido una fecha que indicara cuando debía llevar a cabo el asesinato

del alfa, pero imaginé que esperaría que fuese algo rápido. Temía por mi familia, pero por otro

lado me armé de valor y me ayudé pensando lógicamente: Mike estaba interesado en asesinar

a Devon, hacer daño a mi familia solo era su modo de asegurarse de que así era, por lo que

utilizaría esa amenaza hasta el final y yo me valdría de ello para conseguir detenerlo.

Primero, debería asegurarme de que mis sospechas eran ciertas y si eso era así buscar

algo que me ayudase a parar a Mike. Devon había dicho que no tenía más familia, pero quizá su

tío abuelo hubiese dejado descendencia en alguna parte y mi retorcida mente había imaginado

que Mike podía ser parte de esa descendencia. Cuanto más lo pensaba, más rasgos similares

encontraba entre Devon y él. Era cierto que no eran muchos aspectos los que se parecían

y tampoco eran tan fuertes como para despertar una relación inmediata, pero serían los

suficientes para justificar que eran familiares lejanos.

Ese día salí y busqué a Lona, que me invitó a un café amablemente.

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—Es un placer tenerte por aquí, pero perdona que te pregunte ¿no deberías estar

trabajando?

—Sí, pero hoy me siento muy cansada. Devon no ha sido difícil de convencer.

Ella se rió alegremente mientras preparaba un refrigerio.

—Sí, supongo que no le ha importado mucho. Le gustará tenerte en casa, la verdad es que

me asombra que no te prohíba ir —dijo con sinceridad.

—Hemos hablado de eso y no pienso dejar que controle hasta ese punto mi vida.

Deberemos ceder los dos si queremos que esto funcione.

—Me alegra ver que has cambiado tu forma de pensar y que aceptes que entre vosotros

hay algo. Es difícil para los lobos que tienen que luchar contra sus parejas para que estas las

acepten. Créeme, es algo que podrás ver por ti misma con el tiempo. El hermano de Tim lo

pasó muy mal cuando Susie lo rechazó por ser muy posesivo. Tardaron bastante tiempo en

establecerse y no fue bonito para ninguno de los dos —Lona me acercó el café y unas pastas,

yo removí el contenido líquido esperando que se enfriara y de paso tratando de encontrar un

momento para sacar el tema que me había llevado allí. La cosa no fue muy difícil, Lona era una

mujer directa—. Ahora dime Anna, ¿por qué has venido aquí realmente?

Su forma directa de decir las cosas me seguía desconcertando, pero intenté sobreponerme.

—Hay algo que necesito saber de la manada y no sabía a donde ir. Pensé que podría

preguntarte a ti.

—Está bien, no me he criado aquí, pero tengo una buena vista y un buen informante.

Quizá pueda ayudarte —comentó con una sonrisa.

Tomé aire y me dispuse a soltar mi tapadera.

—No sé si sabes que Mike y yo trabajamos juntos, yo lo conocía antes de… todo esto —

hice un gesto con la mano—. Y me preguntaba cómo consigue ser tan normal. Devon parece

humano, pero su comportamiento es mucho más abierto y posesivo, a veces incluso gruñe

como un perro. Por lo que he visto, los demás hombres se comportan también de manera

parecida.

—Hmm, un poco sí. Tim también gruñe a menudo e incluso ladra en ocasiones —comentó

pensativa—. El caso de Mike es complicado. Paul, su padre, nunca se sintió a gusto con la

manada, se decían cosas que lo ponía incómodo y cuando conoció a Andrea ambos decidieron

vivir como humanos. Mike creció en ese ambiente, pero por desgracia, sus padres murieron

en un simple accidente de tráfico, de modo que se quedó a cargo de su abuela, que vivía aquí.

— ¿Esa mujer todavía vive? —pregunté con interés.

—Me temo que no, hace apenas un año que ya no está. Yo la conocí, y era una buena

mujer, un poco brusca a veces, pero buena.

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— ¿Y su marido, tampoco está vivo?

—Adelaida nunca se casó, ese era el problema para su hijo —Lona suspiró y bebió un poco

de su café—. Paul no sabía quién era su padre y siendo una sociedad tan cerrada los chismes

vuelan. No fue fácil crecer intentando ignorarlos, cada nueva teoría era más descabellada que

la anterior.

— ¿No le molestaban a Adelaida esos comentarios? —pregunté casualmente.

—Ella no le daba importancia. Jamás le dijo a nadie quien era el padre de su hijo.

— ¿Crees que podrías contarme alguna de esas teorías? Estoy intrigada la verdad, y si voy

a ser la mujer del alfa tendré que conocer bien a la gente de por aquí —le pedí con mi sonrisa

más inocente. Lona me lanzó una mirada suspicaz.

Necesitaba saber todo lo que pudiera de Mike, él también tendría algún punto débil ante

el cual claudicar.

—Sí, supongo que sí —aceptó finalmente—. Algunos decían que Adelaida se había

atrevido a mantener una aventura con algún lobo que pasaba por aquí, otros dicen que fue

Henry, un humano que solía visitarla a menudo, pero si eso fuera así, su hijo no hubiera sido un

lobo tan poderoso. Creo que fue eso lo que inició la teoría que más fastidiaba a Paul: la de que

era hijo de Jeb.

— ¿Jeb? —repetí para alentarla a seguir, pues se había parado.

—Sí, Jeb era hermano del abuelo de Devon. Llevar sangre de alfa no es algo que se

esconda, esto es como si se tratase de una familia real ¿entiendes? —dijo Lona arqueando las

cejas en un gesto al que ya me había acostumbrado—. Siempre está bien tener algún heredero,

pero Adelaida nunca confirmó ni desmintió nada. En cuanto a Paul, jamás quiso ser participe

de nada, él afirmaba que no necesitaba ningún padre, y Mike, bueno, nunca lo he visto tratar el

tema. Ha estado un poco alejado de todos desde la muerte de Adelaida y su infancia rodeado

de humanos hace que se sienta cómodo entre ellos.

» Hablando de herederos ¿tienes pensado darnos uno pronto? Por ahí dicen que Devon

no te ha dejado salir de su lado en todo el fin de semana...

La conversación cambió de cariz y me deshice de las sonrisas pícaras de Lona en cuanto

pude. Toda la información que me había proporcionado me había dado mucho en qué pensar.

Si el padre de Mike era hijo de un lobo con sangre de alfa y Mike tenía esa sangre en

sus venas, podía ser un heredero legítimo tras la muerte de Devon. Mike bien podía pensar

que estaba en su derecho, podía esperarme eso de él. La cuestión era: ¿saber eso en qué me

ayudaba? Podía advertir a Devon, pero entonces Mike mataría a mi familia. Hablar con Mike

estaba fuera de lugar… lo único que podía hacer era luchar contra él. Podía asustarlo lo suficiente

como para echarlo de la manada, podía arriesgarme…

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VI Una semana después, las cosas seguían iguales, pero paradas en un punto muerto. Yo

había dejado de ir al trabajo, lo que a Devon le había gustado mucho. No había hecho preguntas,

lo que me extrañó, pero no dije nada. No había vuelto a verme con Mike a solas, pero a veces

lo veía por el barrio y en esos momentos me dirigía miradas oscuras y amenazadoras. No había

intentado comunicarse conmigo de nuevo, pero sentía que su paciencia se acababa.

El domingo había tomado una decisión y el lunes transcurrió de manera normal, al menos

hasta que dieron las dos de la madrugada. Devon estaba muy animado a la hora de la cena -una

simple pasta- y me contó que uno de los chicos a los que entrenaba se había transformado en

pleno salto y había cazado un joven ciervo.

—Y solo tiene trece años, Anna —dijo emocionado—. Creo que Cam tiene un gran futuro.

Hoy me ha hecho sentir muy orgulloso.

Una sonrisa de bobo perturbaba su boca y sonreí también al contemplarlo. Yo no entendía

dónde veía lo bonito en matar a un ciervo y ser capaz de convertirse en bestia en tiempo

récord, pero parecía que Devon sí, y no iba a ser yo quien amargara su día.

Esa noche me quedé despierta pensando en mis planes. Debería actuar ya y no quería

poner a Devon en peligro. No podía imaginar cuál podría ser la razón por la que Mike no

intentaba matarlo por sí mismo. Quizá sí lo habría intentado sin éxito, pero esa inseguridad me

llevaba a pensar que el alfa necesitaba protección.

Lo observé en la oscuridad de nuestro cuarto y acaricié su rostro dormido, libre de

preocupación. En unos días su casa se había convertido en mi casa. Mi ropa estaba tirada por

doquier, el baño estaba lleno con mis cremas y champús, la alacena repleta de mis vicios y la

boca de Devon ocupada con mi nombre. Contuve un sollozo al observarlo por última vez. Lo que

iba a hacer era una locura, era estúpido, pero era lo único que podía hacer para no tener que

elegir entre Devon y mi familia, una que nunca me había querido, pero que tampoco merecía

la muerte.

Con sigilo salí de la cama y me vestí con ropa oscura y cómoda, la misma que había utilizado

aquel día en que salí de caza, aquel día que un macho alfa me había cazado a mí.

Mi maleta aún estaba a medio deshacer y Devon se había encargado de traer muchas de

mis cosas en cajas, por suerte, había traído mi Beretta. Todavía estaba cargada con estúpidas

balas de plata que de nada me servirían contra Mike por ser de plata, pero quizá sí por ser balas.

Fui a la cocina y dejé escrita una nota, era simple, solo le contaba a Devon mis averiguaciones

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y lo que iba a hacer. Sabía que era un hombre que una vez dormido, dormido seguía hasta que

salía el sol, y como todavía eran las tres de la mañana, aún me quedaban unas horas. Tenía

que explicarle por qué me había ido, no podía dejarle pensar que lo había rechazado. Si yo no

conseguía acabar con Mike, Devon tendría que saber que estaba en peligro. También le conté

mis suposiciones sobre su parentesco y recé para que no pensara que estaba loca.

Las lágrimas me molestaron cuando inundaron mis ojos y en un momento rápido me fui al

baño para refrescarme. Me recogí el pelo y tomé aire para infundirme valor. Era hora de cazar.

***

Recorrí las calles oscuras de ese vecindario de licántropos silenciosamente. A esas horas

estaría todo el mundo dormido, incluso el inquilino de la casa a la que me dirigía. Con algunas

visitas más a Lona me había enterado de muchas más cosas de la gente de allí, incluidas sus

direcciones y por supuesto, yo no me había olvidado de preguntar la de Mike.

Mi antiguo compañero de trabajo residía en la que había sido casa de su abuela, a buena

distancia de donde vivíamos Devon y yo. La noche era fría y húmeda, no sé si eso sería bueno

o malo para lo que iba a hacer.

Después de veinte minutos de un apurado caminar llegué a la casa pequeña de Mike. Me

sorprendí al descubrir que había alguien despierto, pues algunas ventanas mostraban que las

luces del interior estaban encendidas.

Me agaché y me escondí entre las sombras, para evitar que me viera alguien que estuviera

dentro. Pegada a la pared, avancé lateralmente, hasta quedar agachada bajo una de las ventanas.

Me arrimé lo suficiente como para poder ver el interior y tuve que contener un grito: Mike

estaba de pie en lo que parecía ser la sala de estar y a su lado estaba mi hermana.

Lo primero que pensé fue que Mike había decido actuar al ver que yo no hacía lo que me

había ordenado, pero luego vi que Feli, mi nada parecida hermana, lo acusaba con las manos y

él agachaba la cabeza, igual que hacía con sus amigas más jóvenes cuando íbamos al instituto.

Mi cuerpo se estremecía y no por el frío, sino por la sensación tan extraña que me recorrió.

Supe que Feli estaba metida en eso y quería saber de qué forma. Tendría que acercarme más,

entrar, para poder oírlos.

Las casas del vecindario respondían a un modelo que se había aplicado en la mayoría a

la hora de su construcción, por lo que todas las edificaciones eran iguales o similares. Rodeé la

casa, siempre teniendo cuidado con no hacer mucho ruido y llegué a la parte trasera. El trastero

tenía una rejilla amplia y no muy asegurada. Devon se lamentaba siempre de no tener tiempo

para cambiarla por una más segura, ahora que yo vivía con él, pero desde luego yo sabía que no

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era falta de tiempo lo que lo detenía, si no la pereza. Al parecer, Mike y Devon tenían más cosas

en común de lo que yo pensaba, pues ese lobo tampoco había puesto una más segura. Tardé

bastante, pero pude quitarla y colarme en el sótano.

Era un lugar oscuro y lleno de objetos tapados con sábanas. Tuve que hacer un esfuerzo

por no gritar ante la sensación de claustrofobia y finalmente encontré las escaleras gracias a mi

pequeña linterna de bolsillo. Fue una suerte que la puerta no tuviera ningún tipo de atranco, así

que llegué a un interior cálido y confortable, un lugar que no esperaría encontrar como hogar

de Mike.

Como la distribución de la casa era igual a la de Devon, no tardé en encontrar el salón y

me acerqué peligrosamente a la puerta para escuchar.

—No, Mike, me da igual lo que digas. Tenías algo que hacer y has fallado ¿Pero cómo

puede ser? Se suponía que sería sencillo —recriminó la chillona voz de Feli.

—Pues no lo ha sido, ¿vale? —protestó Mike bastante enfadado. No podía verlos, pero

imaginaba con bastante facilidad sus expresiones—. Anna no colabora y ahora no va a trabajar.

No tengo oportunidades de hablar con ella, siempre hay gente a su alrededor.

—Pues piensa algo, vives a unos metros de ella. No puede ser tan difícil. Debes continuar

con las amenazas.

—Felicity, ¿realmente crees que tu hermanita os defendería? —preguntó Mike en un tono

que rozaba la burla— La verdad, yo creo que no. Debimos haber inventado otra cosa con la que

persuadirla —se lamentó.

—Claro que lo hará, es mi hermana.

—Sí, lo es. Y mira lo que le estás haciendo tú —señaló él muy oportunamente.

—Pero yo lo hago por ti, Mike —esta vez Feli empleaba su voz lastimera, la de víctima.

Sentí ganas de vomitar—. Yo solo quiero que tengas lo que te mereces. Eres tú el que debe

tener el puesto de alfa, no ese idiota. Eres tú el que sabe tratar con las personas, llevarás a esta

gente a un nuevo nivel de vida. Además, tú has sido el que ha sufrido durante todos estos años,

tú y tu padre. Y también tu abuela. Recuerda sus palabras.

—Mi abuela me lo explicó todo para que lo supiera, no para que reclamara mi puesto, al

menos no mientras Devon siguiera vivo.

Mi corazón latía desbocado. Tenía razón al especular sobre el parentesco ¿que pasaría si

se lo decía a Devon? ¿Echaría a Mike de la manada? ¿Lo retaría? ¿Lo acogería como un familiar

más?

—Por eso hay que matarlo. Debes reclamar tus derechos, no esconderte como si fueras

un don nadie. Mereces ser el alfa y ahora mismo irás a buscarlo y a terminar con esto de una

vez por todas —gritó Feli fuera de sí.

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Sentí los latidos dolorosos y veloces de mi corazón golpearme el pecho. Tenía que hacer

algo. Devon estaba desprotegido y conociendo a Feli, su plan no incluiría el juego limpio. Todavía

no podía creerme que mi propia hermana intentara obligarme a matar al hombre que amaba

solo para conseguir poder. Porque eso era lo que quería, no conseguir un puesto honorable para

Mike, sino tener poder, verse importante, llena de gente que la admire… Felicity y su maldita

vanidad.

Limpié furiosa las lágrimas de decepción y temor que resbalaban por mis mejillas y tomé

aire. Era una estúpida, lo que debería hacer era ir corriendo a casa y avisar a Devon. Contarle

esa traición y dejar que él se ocupase de todo, siendo un alfa sabría como actuar. Pero yo no era

muy lista, nunca lo había sido y menos cuando me herían. Así que salí de mi escondite y apunté

a Feli con la Beretta.

—Será mejor que os sentéis —dije con un tono de voz no muy alto.

Feli estaba de espaldas a mí y Mike miraba por la ventana, así que no se dieron cuenta de

que yo estaba allí hasta que hablé. Los dos se giraron asombrados y me miraron con los ojos

como platos.

—¡Anna! ¿Qué haces aquí? —exclamó Feli sorprendida. Luego su mirada se fijó en el arma

que la apuntaba y retrocedió.

—¿Has matado ya a Devon? —preguntó Mike, demostrando que la avaricia era un

sentimiento que compartía con mi hermana mayor.

—Eso te gustaría a ti —le dije.

—Vaya, vaya… parece que a mi hermanita le gusta demasiado eso de las misiones secretas

—comentó la desdeñosa de mi hermana—. De verdad, no podía creerme que estuvieras

cazando hombres lobo. Cuando Mike me lo dijo —negó con la cabeza y algunos mechones

oscuros se soltaron de su recogido. Por supuesto, iba impecablemente vestida, con un traje

oscuro y ceñido—, no me lo podía creer. ¿Quién iba a pensar que las dos encontraríamos el

amor en un par de hombres lobo? Cuántas vueltas da la vida…

Feli se sentó cómodamente y yo la seguí con la pistola.

—Sí, siéntate. Vamos a esperar aquí hasta que se haga de día y entonces los dos

responderéis ante Devon —dije mostrándome más nerviosa de lo que pretendía.

Mis dos prisioneros se rieron delante de mis narices.

— ¿Acaso piensas que una pistolita va a aplacarnos? —se burló Feli con esa manera suya

tan cruel.

—Soy un hombre lobo, puedo defenderme perfectamente de una humana —añadió Mike

con una sonrisa de suficiencia.

—Quizá puedas hacerlo contra una humana, pero desde luego no con un alfa, por eso me

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mandaste a mí hacer tu trabajo —una mueca de odio se dibujó en el rostro de Mike ante mis

palabras.

—Quizá si pruebas mi fuerza puedas calibrar lo que podría hacerle a tu Devon —sin más

aviso, Mike dio un salto y lo vi convertirse allí mismo, listo para lanzarse a por mí.

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VII Un enorme lobo de pelaje castaño se lanzaba en mi dirección, aterrador, enorme y con

un juego de dientes impresionante. No sé cómo fui capaz, pero mi cerebro pensó rápidamente

y disparé. Una lástima que la maldita bala sirviera para romper la ventana y no la caída del lobo

que quería comerse a Caperucita.

Mike caía sobre mí y mi única oportunidad se había ido con esa bala, sería devorada y

Devon se quedaría solo. Una lágrima bajó por mi rostro, muestra de mi dolor por dejar atrás a

la única persona que realmente me había querido, cuando una masa gigante de pelo tiró hacia

un lado a Mike. Sorprendida, vi cómo dos lobos peleaban con saña en ese salón cálidamente

iluminado, rompiendo muebles que parecían antigüedades.

Feli había dado un grito, mientras que yo estaba tirada en el suelo, intentando procesar

que el lobo que me había salvado debía ser Devon. Él había venido a salvarme, pero ¿cómo

había sabido que estaba en apuros? ¿Y de dónde había salido? No pude seguir preguntándome

más cosas porque la pelea seguía, poniéndome los pelos de punta.

La estancia se había llenado de gruñidos y sacudidas. Feli lloriqueaba escondida detrás del

sofá, mientras las dos bestias se mordían. Nunca había visto a Devon transformado, por lo que

no sabía quién era quién y eso se debía a que los dos tenían un pelaje parecido, entre marrón

y gris.

Asustada y con la respiración irregular, me arrastré para alejarme del lugar de la lucha,

viendo como derribaban los sofás y rompían la mesita de cristal. Deseaba pedir ayuda, pero no

sabía qué hacer. Llevé la pistola conmigo, dispuesta a hacer lo necesario para salvar a Devon,

tal como él había hecho conmigo. Apunté a mi blanco y parpadeé para apartar las lágrimas que

nublaban mi mirada, dispuesta a elegir. Observé la lucha, que volvía todo un caos, uno de los

lobos parecía más fuerte pero el otro atacaba con más ahínco. Sabía que Devon sería superior a

Mike, pero no podía arriesgarme y la manera de atacar de los dos lobos me confundía.

Entonces, mis ojos captaron algo que jamás olvidaré: Feli estaba al otro lado de la

habitación, su peinado de sesenta dólares deshecho, su traje de sastre sucio y desarreglado y

su cara cubierta con una máscara de odio dirigida a la pelea de los dos licántropos. Ella también

tenía, inexplicablemente, una pistola en las manos, y al igual que yo, apuntaba a ambos

combatientes, solo que con la ventaja de saber a quien disparar.

—No… —musité sin poder creerlo.

Felicity esperaba el momento adecuado, uno en el que Mike no corriera peligro de ser

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herido y Devon no tuviera la suerte de salir con vida. Justo en ese momento, capté algo en la

mirada de mi hermana que avisó que ese momento ya había llegado. Todo se detuvo, dejé de

oír y dejé de pensar, solo pude disparar y contemplar cómo la bala impactaba sobre el pecho

de Felicity.

El ruido del disparo alertó a los lobos y los dos vieron a Felicity caer fulminada, con una

mancha roja sobre su blusa blanca. Uno de ellos se apartó y se acercó a la mujer abatida,

gimiendo como un cachorro herido. Lamió la cara de mi hermana y aulló cuando la descubrió

muerta. Yo todavía sostenía el arma y mi cuerpo templaba mientras contemplaba a ese lobo

aullar de dolor por mi hermana.

De pronto, unos brazos fuertes y cálidos me rodearon.

—Vamos, Anna, quiero sacarte de aquí —me dijo la voz de Devon.

En ese momento no pude procesar nada más y me desmayé. Cuando desperté, Devon me

llevaba en brazos por la calle oscura.

—Aleluya, pensé que no despertarías nunca —dijo con su voz grave y seria.

— ¿Dónde estoy? —pregunté confusa.

—De camino a casa.

El resto del trayecto tuve que hacerlo aún en brazos de Devon porque este se negaba a

soltarme. Cuando llegamos a casa me dejó sobre el sofá de la sala y me tapó con una manta. En

ese momento me di cuenta de que llevaba un pantalón vaquero demasiado ajustado y que no

cerraba en la cintura. Él se fijó en mi mirada extraña.

—Tuve que coger algo para taparme, no iba a andar por las calles desnudo —explicó antes

de salir e irse a no sé donde.

Me dio igual que me dejara sola, mi mente no se enteraba de nada. No quería pensar ni

razonar, solo quería dormir, pero tampoco podía relajarme lo suficiente.

—… y quiero que te quedes con ella, Thomas y yo iremos en busca de Mike con algunos

machos más, pero no quiero que Anna esté sola. Me parece que está en estado de shock.

Sé que la voz de Devon dejó de sonar y que las manos solicitas de Lona me acariciaron

mientras lloraba. Me hubiera gustado contarle todo lo que había sucedido, pero era incapaz de

hablar. Cuando me incitó a tragar unas pastillas no me opuse y no tardé en quedarme dormida.

***

Estaba tumbada boca abajo y una mano áspera me acariciaba el rostro, sentía el contraste

de esa aspereza y de la suavidad de la almohada como algo lejano, hasta que finalmente terminé

de despertarme y abrí los ojos.

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El sol entraba a raudales en la habitación, haciéndome sentir confusa ¿no estábamos en

invierno? Devon estaba tumbado a mi lado, observándome con sus ojos oscuros y profundos.

—Hola —dijo en voz baja.

—Hola —le contesté con voz ronca.

Me aclaré la garganta, pero no me moví. No sabía qué hacer o qué decir ¿Cómo debe

sentirse alguien que es una asesina? ¿Y la que es asesina de su propia hermana?

—Gracias —dijo Devon sin dejar de acariciarme.

— ¿Por qué? —pregunté confusa.

—Por salvarme la vida —aparté la mirada y no dije nada—. Fue muy valiente lo que hiciste.

— ¿No vas a recriminarme el que no te hubiera avisado antes? —inquirí alzando la voz.

—No. Desde luego, eso hubiera estado bien, pero todos tenemos derecho a tomar nuestra

decisiones.

— ¿Ahora lo entiendes? —dije incrédula pensando en todas las trabas que me había

puesto sobre el trabajo o sobre dónde vivir.

Él asintió.

—Tú me has enseñado.

— ¿Cómo me encontraste? —no pude evitar encogerme al preguntar eso. Devon me instó

a darme la vuelta y me colocó sobre su pecho.

—Me desperté, vi la nota y seguí tu olor. No fue difícil, solo lamento haber llegado tarde.

Todo esto se habría podido solucionar de otra manera —se lamentó.

—Ella iba a matarte —sollocé.

—Lo sé —me aseguró al tiempo que me abrazaba—. La vi, y te agradezco que me eligieras

a mí.

No supe qué decir. No había querido matar a Feli, pero no podía elegirla ante Devon. Él

era la única persona a la que amaba, además de ser el único que me amaba a mí. Y Feli había

atentado contra su vida valiéndose de mí para conseguir más poder para ella y Mike.

— ¿Qué ha sido de Mike? —me atreví a preguntar cuando me hube serenado un poco.

—Se ha ido y no volverá más.

— ¿Está muerto? —pregunté con un hilo de voz.

—No, lo hemos desterrado. La muerte de su compañera lo ha aplacado, solo podemos

estar atentos y rezar porque no quiera vengarse.

— ¿Crees que vendrá a por ti?

—Es pronto para pensar en algo así, tendremos que tener cuidado, nada más —dijo

firmemente.

—No sé cómo voy a seguir con mi vida —empecé a decir entre susurros—. He matado a

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mi hermana ¿cómo puede alguien vivir con eso?

—Anna, lo hiciste por culpa suya, te obligó a elegir. Nadie te culpará. Sé que era tu hermana

y recuerdo todos los sermones que te di sobre la familia —suspiró—, pero tu hermana fue mala,

no era una persona justa y la vida se ha encargado de castigarla. No tienes que sentirte culpable.

—Es fácil decir eso —musité.

—Lo sé, pero con el tiempo, volverás a ver las cosas buenas de la vida y aprenderás que la

muerte forma parte de esta —me besó después de decir esto último y casi le creí.

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EpílogoUn año después.

— ¡Vamos, Devon! ¡El último es un cara bolsa! —gritó el joven Cam corriendo en dirección

al lago.

— ¿Un qué? —preguntó Devon contrariado.

Era un hermoso día del mes de julio, el calor invadía nuestros cuerpos que descansaban

en la orilla del lago mientras algunos niños jugaban en el agua.

— ¿A qué esperas? Serás un cara bolsa si no ganas a ese cachorro —le dije con una sonrisa

a Devon.

— ¿Estás segura? ¿No te importa quedarte aquí? —preguntó arrugando el ceño, como

hacía siempre que se concentraba.

—Claro que no, estaré bien con Lona —le animé a irse y lo observé correr detrás de Cam.

Los dos vestían sus bañadores que ya se habían mojado y secado tres veces. Me había

bañado más veces de las que tenía pensado y por ese día había llenado el cupo, tres era

suficiente. Suerte que Devon era tan inagotable como el joven lobo y no se cansaba de competir

en el agua.

— ¿Quién es más niño de los cuatro? —preguntó Lona a nadie en particular cuando

Thomas subió sobre sus hombros a Cam y lo instó a empujar a Tim y a Devon.

—La verdad, no lo sé —respondí entre risas.

— ¡Ay, el verano! —suspiró Lona—. Alegra corazones y trae bebés.

La miré estupefacta. Entendía lo de los corazones, pero ¿los bebés?

— ¿No me digas que Tim y tú…?

Ella asintió sonriente.

— ¡Felicidades! —la congratulé antes de abrazarla.

—Gracias, ¿por qué creías sino que no estoy subida a los hombros de Tim intentando tirar

a tu marido al agua?

Me reí sin poder contenerme por la alegría.

Cuando me detuve descubrí a Lona observarme fijamente.

—Me alegra verte reír así, llegué a pensar que nunca lo harías —comentó suavemente.

Yo observé a los cuatro hombres que reían fuertemente.

—También yo lo pensé, pero Devon me ha ayudado mucho, es un gran apoyo para mí. Me

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ayuda a entender muchas cosas —me giré hacia mi amiga y sonreí—. Es más profundo de lo que

parece a simple vista.

— ¿En serio? Cualquiera lo diría —me tomó el pelo y la empujé suavemente.

—Admítelo Thomas, habéis perdido —afirmó un húmedo Devon.

Los chicos venían en nuestra dirección y se sacudieron como los perros que eran a nuestro

lado, mojándonos en el proceso. Lona protestó y por ello Tim la tomó en brazos y se la llevó al

agua, ignorando los gritos de su mujer. Cam y Thomas decidieron que era un buen momento

para luchar contra Tim ahora que tenían las de ganar si luchaba Lona.

— ¿Sabes que Lona espera un pequeño? —preguntó un brillante Devon.

—Acabo de enterarme —contesté asintiendo.

—La manada crece… —suspiró—. Dentro de poco no tendremos dónde alojarlos a todos.

—Algo se te ocurrirá —le animé.

—Sí, algo se me ocurrirá, como siempre —una sonrisa pícara se dibujó en sus hermosas

facciones.

Me aparté, casi sabiendo lo que maquinaba, pero no fui lo suficiente rápida como para

esquivarle y cuando quise darme cuenta, Devon me llevaba en brazos hacia el lago sin hacer

caso de mis gritos de protesta mezclados con mis traidoras sonrisas.

Al parecer sí habría un cuarto chapuzón.

Fin

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Sobre la autora:

Galena Sanz, pseudónimo de sabe Dios quién. Nacida en España según su caducado

D.N.I. y actual estudiante de filología por las mañanas y escritora el resto del tiempo.

Se piensa que el golpe que se dio en la cabeza al nacer potenció su atropellada imaginación

y por eso es la autora de dos novelas y variados relatos que se publican en su blog R.I.P., justo

lo que quiere que pongan en su tumba.

Blog oficial: http://littera-recondita.blogspot.com

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Carmen

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