Arquitectura paisajista - REVISTA DISEÑA · Inca-Cea. Hans Muhr _ Paisajista autodidacta, con...

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76 77 DISEÑA DOSSIER Arquitectura paisajista Escribir acerca de los fundamentos del diseño del paisaje nos obliga a un ejercicio a gran escala. No es posible concebir un paisaje nuevo sin hablar del tiempo y su particular aporte a la disciplina. No estará completa la visión del paisajista si no capta con sus cinco sentidos el equilibrio y la armonía de la naturaleza, aprehendiendo de la geometría y del orden natural, para hacer que su obra sea un real aporte al hábitat del hombre. Al hablar de arquitectura paisajista, estaremos hablando de una particular visión del espacio, en el que las dimensiones excederán el sitio del proyecto, y la percepción del visitante comprenderá una experiencia sensorial completa, lo que la hace acreedora, a nuestro juicio, a un espacio propio entre las artes del Diseño. Writing about the fundamentals of landscape design forces us to a large scales exercise. It’s not possible to conceive a new landscape without talking about time and its particular contribution to the discipline. The landscape artist’s vision would not be complete if he doesn’t grasp with his five senses the equilibrium and harmony of nature, learning from geometry and natural order, to make of his work a true contribution to human habitat. When speaking about landscape architecture we would be speaking about a particular vision of space, in which dimensions shall exceed the site of the project, and the perception of the visitor will understand a complete sensorial experience, which entitles it, in our judgment, its own space among the disciplines of Design. Paisajista _ tiempo _ equilibrio _ orden _ armonía naturaleza _ percepción _ geometría _ hábitat _ diseño Landscape designer _ time _ equilibrium _ order _ harmony nature _ perception _ geometry _ habitat _ design Juan Grimm _ Arquitecto-Paisajista Pontificia Universidad Católica de Chile _ Universidad Católica de Valparaíso _ Docente Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile e Instituto profesional, Inca-Cea. Hans Muhr _ Paisajista autodidacta, con estudios en Arquitectura, Gestión Inmobiliaria y Obras Civiles en la Pontificia Universidad Católica de Chile _ Docente Pontificia Universidad Católica de Chile _ Instituto profesional, Inca-Cea.

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Arquitectura paisajista

Escribir acerca de los fundamentos del diseño del paisaje nos obliga a un ejercicio a gran escala. No es posible concebir un paisaje nuevo sin hablar del tiempo y su particular aporte a la disciplina. No estará completa la visión del paisajista si no capta con sus cinco sentidos el equilibrio y la armonía de la naturaleza, aprehendiendo de la geometría y del orden natural, para hacer que su obra sea un real aporte al hábitat del hombre. Al hablar de arquitectura paisajista, estaremos hablando de una particular visión del espacio, en el que las dimensiones excederán el sitio del proyecto, y la percepción del visitante comprenderá una experiencia sensorial completa, lo que la hace acreedora, a nuestro juicio, a un espacio propio entre las artes del Diseño. Writing about the fundamentals of landscape design forces us to a large scales exercise. It’s not possible to conceive a new landscape without talking about time and its particular contribution to the discipline. The landscape artist’s vision would not be complete if he doesn’t grasp with his five senses the equilibrium and harmony of nature, learning from geometry and natural order, to make of his work a true contribution to human habitat. When speaking about landscape architecture we would be speaking about a particular vision of space, in which dimensions shall exceed the site of the project, and the perception of the visitor will understand a complete sensorial experience, which entitles it, in our judgment, its own space among the disciplines of Design.

Paisajista _ tiempo _ equilibrio _ orden _ armoníanaturaleza _ percepción _ geometría _ hábitat _ diseñoLandscape designer _ time _ equilibrium _ order _ harmonynature _ perception _ geometry _ habitat _ design

Juan Grimm _ Arquitecto-Paisajista Pontificia Universidad Católica

de Chile _ Universidad Católica de Valparaíso _ Docente Universidad de

Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile e Instituto profesional,

Inca-Cea.

Hans Muhr _ Paisajista autodidacta, con estudios en Arquitectura,

Gestión Inmobiliaria y Obras Civiles en la Pontificia Universidad Católica

de Chile _ Docente Pontificia Universidad Católica de Chile _

Instituto profesional, Inca-Cea.

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El orden natural, la búsqueda permanente del equilibrio y la armonía

En primer lugar, el paisaje mismo, que es desde donde se nutre la disciplina, es una muestra permanente del precario equilibrio en que vive la naturaleza.

En cualquier muestra de paisaje y a cualquier escala, se puede ver fácilmente cómo fuerzas antagónicas se superponen dejando cada una su huella para confor-mar un todo armónico que varía con el paso de los años y de los siglos. Un ejem-plo reciente y fácil de reconocer se da en la erupción de un volcán: destruido el pai-saje anterior por las rocas incandescentes que fluyen sin control, guiadas sólo por los desniveles de la superficie, surge un paisaje pétreo, duro y fascinante por la belleza de su geometría. De su especial conformación, luego, constituida por pe-queños espacios protegidos, resurgirá toda suerte de semillas que, regadas por la lluvia y nutridas por las sales de la propia erupción, llevarán todo nuevamente a la situación original. El resultado del nuevo paisaje, no obstante, tendrá como sustrato la especial geometría dada por la erupción del volcán, lo que lo hará especialísimo en-tre sus semejantes. Este proceso, que pue-de tardar siglos o milenios, no es más que una pequeña muestra de esta fuerza que insta a la naturaleza a encontrar siempre un orden, a recuperar el equilibrio, porfia-damente, cada vez.

En esta dinámica, el mar buscará carco-mer la costa, y la costa intentará rellenar las bahías con sedimentos; el río socava-rá un cauce en el valle y luego rellenará el mismo valle hasta encontrar un nuevo paso; el desierto hará retroceder al bos-que húmedo, y la vegetación que subsista

cuales cambian drásticamente su fisono-mía ―lo que obliga a que el paisajista tra-baje con las mismas especies en diferentes estados de crecimiento, considerando in-cluso su eventual desaparición―, sino en los componentes básicos que concurren en su diseño, como el clima o la luz.2

Un diseño bien hecho, en consecuencia, debe tomar en cuenta esta condición para estar siempre espacialmente conformado, independientemente de su grado de desa-rrollo o de la estación del año, aspectos po-cas veces considerados en otras disciplinas.

Otra forma de entender este concepto del tiempo en el diseño es asociarlo a la música. Cada nota en particular se ase-mejará a un objeto en el paisaje. Se reque-rirá de varias notas para crear un acorde y de una sucesión de acordes ordenados en el tiempo para conformar una melo-día. Idénticas notas podrán ser tocadas por diversos instrumentos y cada uno de ellos le dará un especial timbre, lo que lo hará único a la hora de interpretar. Pero no bastará tener una sucesión de notas ordenadas en el tiempo, con un ritmo y un timbre especial para obtener una me-lodía. Se requerirá de una armonía para que hablemos de música, de un equilibrio perfecto entre cada una de las notas e ins-trumentos, para que el resultado sea una obra musical. No habrá música si no hay

un artista que tome las notas y componga la armonía, y si no hay alguien luego que la interprete y la escuche. Una buena obra será aquella en que concurra el talento y la particular experiencia de quien crea con idénticas notas e instrumentos una experiencia única para nuestros oídos.

Desde el punto de vista de la geometría, por último, habrá que poner especial aten-ción en cómo resuelve la naturaleza el difí-cil algoritmo de crecer en orden y armonía, lo que se manifiesta tanto en la forma que toma el nautilus como en el brote de un helecho, figuras ambas que han sido admi-radas desde la antigüedad. De su estudio, se deduce la presencia permanente de una geometría natural, en la que la matemática juega un rol fundamental3. Pero la natu-raleza va más lejos, y es capaz de crear un cactus con trece, catorce o quince lados sin perder la base de su especial geometría, lo que sería imposible en nuestros cálculos euclidianos. Hoy estudiamos con fruición figuras que no responden a tamaño algu-no, como los fractales, o conceptos que nos confunden en su complejidad como los relacionados con la teoría del caos, respon-sables de especiales geometrías en la na-turaleza4, lo que no es más que un reflejo de lo poco que sabemos acerca de cómo se comporta ese orden natural que tenemos la obligación de investigar.

1 Definición de la página oficial de la Real Academia Española de la Lengua (RAE).

2 Las estaciones del año son un reflejo del ciclo de vida de las plantas, y por ende cuando diseña un paisajista, lo hará pensando en cómo se comportará el parque o el jardín en cada estación del año, desde su creación hasta su inevitable muerte en el tiempo. Oscar Prager, por ejemplo, plantaba especies de crecimiento rápido para que acompañaran a las más longevas, y hay paisajistas que proponen cambios en las especies a medida que van pasando los años.

3 Es patente la presencia de la figura espiral, en la que se manifiesta matemáticamente la serie de Fibonacci, inspira-ción de muchos arquitectos y diseñadores hasta hoy día.

4 Ejemplos de formas naturales de fractales pueden verse en algunas variedades de Brassi-cas, o en el dibujo que forman las marismas de un torrente. La manifestación física de la teoría del caos está presente en la forma que toman las nubes, o en el movimiento de las aves.

5 Ver el “modulor” de Le Corbusier.

El paisajista, en conclusión, no percibe el espacio de igual manera que un arqui-tecto. Así como el tiempo es un imperati-vo, y la geometría utiliza otros conceptos, la percepción de las dimensiones no es la misma, pues si para un arquitecto la me-dida fundamental es la que determina el hombre con su naturaleza5, para quien trabaje en el paisaje la medida estará dada por todos los sentidos del hombre, los que exceden y con mucho el alcance de sus manos. El paisaje, no hay duda, se percibe desde los cinco sentidos, y por ende, for-mará parte del jardín y del diseño del pai-saje el perfil inaccesible de la cordillera, el ruido del viento y de la lluvia, la música de las ranas y de los grillos, el color del otoño o la sombra de un árbol. Será parte consti-tutiva del diseño el perfume de las flores y la textura de una planta cualquiera.

En cuanto a quienes viven este paisaje, es importante considerar que él no será utilizado sólo por los habitantes de un edi-ficio o de una ciudad, sino por animales, insectos, peces y aves, todos los cuales for-marán parte integrante del diseño. Será en esta apreciación particular del tipo de paisaje construido y su completitud en la que se jugará la calidad del paisajista, en la medida que construya un hábitat en el que convivan diferentes especies, logran-do un todo armónico y bello.

Desde que fuera sindicado sólo como un “género pictórico que se caracteriza por

la representación del paisaje”1, hasta hoy, en que se ha elevado la disciplina a la ca-

tegoría de “Arte”, con la enorme responsabilidad de ocuparse no sólo del “diseño de

parques y jardines”, sino de “la planificación y conservación del entorno natural”, ha

pasado mucho tiempo y muchos paisajistas.

Entendida como una parte de la Arquitectura, de la que heredó aspectos de su

quehacer, el diseño del paisaje maneja no obstante algunos conceptos nuevos que

enriquecen la disciplina y la complementan.

inventará infinidad de artilugios para re-sistir el nuevo clima imperante. Siempre en movimiento, siempre buscando un nuevo orden. De ahí la obligación de co-nocer estos procesos y conservar e inter-venir el entorno natural para que reine el equilibrio perdido, tarea imperativa de las nuevas generaciones de paisajistas.

El paisaje humanizado, no obstante, será la mayor causal de preocupación para el paisajista. En su incesante y labo-rioso quehacer, el hombre ha modificado las reglas naturales al límite de lo posible y en muchas ciudades el equilibrio es cada vez más difícil de lograr. De ahí surge la necesidad imperiosa de encontrar un nuevo orden que permita que reine la ar-monía en el paisaje construido, en el que conviven forzosamente el mundo natural y el artificial.

Así las cosas, la arquitectura del paisaje será siempre la que busque ese equilibrio a través de una incesante investigación del entorno natural. Para ello se valdrá de ciertas claves que no forman parte de las disciplinas habituales del diseño y de la arquitectura, pero que son indispensa-bles al trabajar con el paisaje.

La primera de ellas será el tiempo. Cuando hablamos de él, no nos estamos refiriendo a los orígenes del paisajismo, ni a sus corrientes en el transcurso de la his-toria, lo que sería materia de otro artículo. Al hablar de tiempo nos referimos a que no se trabaja en el paisaje con las tres dimensiones clásicas de la arquitectura (largo, ancho, alto). A ellas se agrega esta cuarta dimensión del tiempo en el diseño, quizás la más importante para el paisajis-ta, porque le imprime una forma de tra-bajar que tiene que ver con la naturaleza misma del ser humano. Si el arquitecto en teoría pudiera diseñar para que su obra perdure para siempre, no lo dudaría un segundo. En razón de ello, han surgido, de seguro, materiales cada vez más resisten-tes al paso de los años, y nos maravillamos por obras que nos ha legado la antigüe-dad. En el paisaje esto no sucede, pues las obras del paisajista cambian del día a la noche, con cada estación del año y en el tiempo. Sus obras mutan a medida que crecen las plantas y se transforman en árboles, varían según si es invierno o ve-rano, primavera u otoño. No sólo en cuan-to a las especies vegetales, algunas de las

En su incesante y laborioso quehacer, el hombre ha modificado las reglas naturales al límite de lo posible y en muchas ciudades el equilibrio es cada vez más difícil de lograr.

Otra forma de entender este concepto del tiempo en el diseño es asociarlo a la música.

Cada nota en particular se asemejará a un objeto en el paisaje.

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Un parque o un jardín es un lugar de encuentro con la naturaleza, y a través de ella, con nosotros mismos.

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Los elementos que componen el paisaje

Construir con un orden tomando en cuenta los ciclos y el paso del tiempo no parece tarea fácil, y por ende es decisivo comentar con qué elementos se cuenta para conseguir tan ambicioso resultado.

En primer lugar se trabaja con la tie-rra, es decir, con la materia inanimada en todas sus formas, de roca, cemento o madera, materiales que conforman el pai-saje natural y que se instalan en el paisaje construido buscando siempre un equili-brio con los demás elementos.

En segundo lugar, estará siempre pre-sente el aire, perceptible por la tempera-tura y el movimiento de las hojas, por la forma que toman ciertas rocas y por el dibujo que imprime su paso en el agua y en la arena.

En tercer lugar, se trabaja con el agua, ya sea porque se incorpora la que existe naturalmente, o porque se conduce e ins-tala en el paisaje construido. Quieta o en movimiento, presente o ausente, el agua será siempre fundamental a la hora de di-señar un paisaje.

En cuarto lugar se trabaja con la luz, concepto más difícil de asimilar porque no hablamos de ningún tipo de ilumina-ción artificial, lo que podría corresponder a otras disciplinas, sino del estudio y la aplicación del color en la naturaleza. Se trata de conocer el comportamiento del paisaje en cada momento del día, saber si se trabajará con la luz fría de la mañana o con la luz cálida del atardecer. Con la especial luz amarilla del verano o con el reflejo grisáceo de las tardes de invierno. Siempre en la búsqueda de la armonía esperada, tal y como hace el pintor que recoge del paisaje la especial “atmósfera” que lo conforma.

Finalmente, se trabaja con la materia viva, constituida por las especies vegeta-les, secas o húmedas, rastreras o gigantes, así como con todos los seres vivos que completan el paisaje, entre los cuales nos contamos nosotros mismos, testigos pri-vilegiados de este milagro. Será parte del diseño, entonces, una pradera o una ban-dada de palomas. Un bosque, o el canto de los grillos en primavera.6

El uso de estos materiales no está res-tringido de ninguna manera, pudiendo

existir paisajes que sólo trabajan con la luz y la tierra, en ausencia de vegeta-ción y agua, o viceversa. Tampoco habrá restricción de tamaño, pudiendo darse un paisaje en un jardín de pocos metros o de miles de kilómetros. Lo único irre-nunciable es que haya un equilibrio en la propuesta, un orden que tome en cuenta el origen de los elementos utilizados, su especial ubicación en su hábitat natural, además de los ciclos estacionales y el paso del tiempo. Mientras más perfecta la com-binación y más completa, más armónico el resultado.

El paisaje utilitarioNo trata este artículo de porcentajes

de usos de suelos, porcentajes de áreas verdes por habitante, polución, huella de carbono, etc., todos temas recurrentes a la hora de hablar de arquitectura paisajista y no es que no tengan relevancia para la disciplina. Es que sería como hablar de una persona refiriéndose a sus medidas, no a su vocación. Tal como decía el Princi-pito de Saint-Exupèry al reclamar que las personas mayores sólo entienden de ci-fras, nosotros hemos optado por hablar de aquellos fundamentos que nos mueven al trabajar en el paisaje. Es claro que no exis-ten los parques por el solo placer de ser observados, pues cumplen muchos otros objetivos en la vida de una ciudad, pero no son a nuestro juicio los fundamentales a la hora de diseñar, y es por ello que he-mos puesto el énfasis en estos conceptos, pocas veces tratados, dada la urgencia de resolver los problemas que nos afligen.

Una muestra de este dilema es el que aparece recurrentemente al realizar ta-lleres de paisaje, ejemplificado en aquel alumno que estudia cuidadosamente las razones que llevarían a la necesidad de contar con un parque en un cierto sitio. Casi siempre impulsado por las estadísti-cas, busca en primer lugar los diferentes usos que se darían en el terreno en cues-tión, determina actividades y las relacio-na entre sí. Luego se aboca a estudiar sus posibles conexiones con la trama de la ciudad, instala el equipamiento y ubica cada una de las obras que supone con-currirán en su proyecto. Diseña accesos y estacionamientos, edificios, veredas y caminos, para finalmente y en el último

minuto, instalar algunos árboles y arbus-tos que cumplirán a su juicio la función de dar una cierta coherencia a la propuesta, proceso que en general da como resultado un paisaje empobrecido por las urgencias del programa y las necesidades que se le asignan desde el punto de vista de cada uno de los usuarios.

Este mismo error es el que lleva a mu-chos de nuestros profesionales a obtener un paisaje subordinado a la arquitectura, obligado por ese arquitecto que termina-do completamente su proyecto solicita tardíamente la instalación de algunos árboles y arbustos que le den realce a su obra. Lo correcto, a nuestro juicio, es ob-servar primero un paisaje ocupando como base de análisis los elementos que se han planteado en este artículo, buscar el espe-cial orden que los une para proponer un nuevo equilibrio en el diseño y ubicar fi-nalmente las actividades en ese paisaje ya creado, como parte de esa armonía con-seguida. De esa forma el restorán estará ubicado en el lugar más tranquilo y con mejor vista, la puerta se abrirá en el lugar preciso para no interrumpir el paisaje, y los caminos se instalarán de tal forma de gozar de la experiencia a cada paso.

Es cierto que un parque tiene que conte-ner actividades y que plantar árboles pue-de ayudar a disminuir los niveles de conta-minación. Es acertado pensar que contar con techos y muros verdes disminuirá los niveles de temperatura de nuestras gran-des ciudades. También es correcto pensar que un buen parque puede contribuir a mejorar el valor de los terrenos adyacen-tes, pero no es una cuestión utilitaria ni de plusvalía lo que valora la población. No se deben plantar árboles sólo para que ac-túen de filtros, ni plantas para que nos den sombra solamente. Un parque o un jardín es un lugar de encuentro con la naturale-za, y a través de ella, con nosotros mismos. Es un lugar para realizarse en la vida per-sonal y comunitaria.

Un paisaje es nuestro cable a tierra. El lugar donde se reconoce el paso del tiempo y la increíble sucesión de las esta-ciones del año, un lugar para la contem-plación de la belleza en todas sus formas.

El desafío entonces será cómo abordar un proyecto para que se cumplan al me-nos en parte estos objetivos.

6 Un buen ejemplo lo constituye el Parc Diagonal en Barcelona, obra del arquitecto Enric Miralles, en el que se diseña en base a la reconstitución de un humedal costero, el que se constituye posteriormente en el hábitat de numerosas espe-cies de aves, peces y anfibios que conviven libremente con los visitantes.

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TALo único irrenunciable es que haya un equilibrio en la propuesta, un orden que tome en cuenta el origen de los elementos utilizados, su especial ubicación en su hábitat natural, además de los ciclos estacionales y el paso del tiempo.

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El paisaje construidoAl enfrentarse a un determinado si-

tio para hacer una propuesta de jardín, entonces, debemos primero aguzar los sentidos para comprender el orden de ese paisaje de manera tal que el diseño con-siga luego potenciarlo y reconocerlo. La primera tarea para el paisajista es reve-lar la identidad que subyace en todo sitio a construir, ya sea en un entorno natural o en el medio de la ciudad, siempre desde la particular mirada del autor del proyec-to. Las herramientas con que cuenta para ello serán su talento, su experiencia y el conocimiento que tenga de la disciplina, trilogía que le otorgará luego su especial sello al resultado.

El objetivo será encontrar el camino co-rrecto para llegar a la esencia del lugar ele-gido y proponer un nuevo orden para que la obra final adquiera sentido y en ello la ca-pacidad de observación será fundamental.

Así es como podemos reconocer si-tuaciones geográficas en la naturaleza, denominados paisajes, los que se repiten indefinidamente y a distintas escalas, con características que van a estar determi-

nadas por la forma en que interactúan los cuatro elementos básicos para la obten-ción de la vida: aire, agua, tierra y luz.

Habrá paisajes en los que el agua será el componente fundamental, como en los ríos, quebradas y lagos, muy presentes en los paisajes del sur de nuestro país, y otros en los que su presencia será perci-bida apenas por pequeños coirones que insinúan la humedad, en los que el agua prácticamente no existe, como en los ríos secos del desierto de Chile. Los salares del altiplano, los lagos mediterráneos o las lagunas cordilleranas son paisajes muy diferentes, teniendo mucho en común.

Desde este punto de vista, pareciera que bastara citar ejemplos de paisajes en el mundo, establecer luego cómo se rela-cionan unos con otros y qué los identifi-ca, para tomarlos luego como patrón para conseguir un buen proyecto; sin embar-go, no es suficiente. Faltaría un elemen-to fundamental y que tiene relación con la mirada del paisajista. Comprender el orden del paisaje natural para trabajar directamente con él aparece como extre-madamente complejo y subjetivo si no

se toma en cuenta la especial mirada que tenga el observador. Es ahí donde se ge-nera el proyecto. Es en esa observación, en esa experiencia, en la que se acuña un nuevo orden construido, y por ende el resultado de la obra dependerá de cuán estrecha sea la vinculación del paisajista con ese paisaje en particular. Única forma de que éste adquiera identidad.

Si observamos, por ejemplo, cómo es el valle de Santiago, cuál es su condición espacial, cómo es su orientación y su tem-peratura, cómo se comportan los vientos y dónde se ubican en él las diferentes especies en relación a su morfología y clima, debiéramos proponer para la ciu-dad una nueva trama de áreas verdes que responda a esas condiciones, con el uso de vegetación nativa, corredores visuales hacia los cerros y la cordillera, ya sea en parques o avenidas. Debiéramos sugerir una drástica disminución de las áreas de césped, incorporando cubresuelos que contribuyan a disminuir la evaporación. De esa forma podríamos regular el uso del agua, cuidando que la densidad de los árboles de copa ancha mitigue la enorme

Bibliografía

Corbusier, L. (1980). El Modulor: ensayo sobre una medida armónica a la escala humana, aplicable universalmente a la arquitectura y a la mecánica. Barcelona: Poseidon.

Viveros, M. Oscar Prager. (1997). El Arte del Paisaje. Santiago: ARQ.

Revista de Urbanismo Nº 6, Universidad de Chile, julio 2002, ISSN 0717-5051.

irradiación producida por los asfaltos. Buscaríamos en definitiva todos aquellos elementos que puedan dar cuenta del pai-saje observado, en una solución original que sea capaz de desarrollarse y sostener-se en el tiempo. Esto siempre con la espe-cial identidad propuesta por el paisajista.

Un buen ejemplo de una inspirada uti-lización de este concepto es lo que fuera el antiguo parque Providencia, obra del paisajista Oscar Prager7. Constituido en sus inicios por un eje principal confor-mado por dos grandes masas de árboles plantados a escasos metros unos de otros, tal como nacen naturalmente en las que-bradas de la cordillera. Con una densa vegetación de arbustos y cubresuelos que aislaban totalmente el espacio interior del tráfago de la ciudad, creando un gran valle orientado a la vista lejana de la cor-dillera, la que en este caso, reflejada en la pileta central, pasaba a formar parte del jardín. La vida en este parque se orde-naba según el carácter definido por este paisaje, con las circulaciones y espacios de estar a la sombra de los árboles, y las actividades más libres en las praderas,

destacándose contra el verde negro de los alcornoques, pataguas y bellotos, la flora-ción de crespones y magnolios. En suma, una propuesta coherente con el paisaje del entorno, aunque especialmente defi-nida y original, con una identidad propia producto del conocimiento y la experien-cia del paisajista.

El actual parque, sin embargo, ha sido profundamente intervenido. La identidad que lo hacía tan especial se ha perdido, tanto por la construcción del Metro de Santiago, lo que determinó la pérdida de valiosas especies, como por el retiro for-zado de los arbustos (por el equivocado expediente de la seguridad). Han contri-buido en esta vorágine de desaciertos la instalación de una serie de elementos que impiden la visual de la cordillera como los edificios de las torres de tajamar, y la escultura instalada en el espejo de agua. Contribuyen a la pérdida de la idea ori-ginal el drástico cambio que sufrió la pi-leta original, de la que sólo se conserva el tamaño, siendo hoy un atractivo por sus juegos de aguas y luces, no por el valor pai-sajístico de ser un espejo de la cordillera, y

una serie de plantaciones de árboles en el espacio central, que interrumpen el pai-saje del valle original.

En contraste, sería interesante ver el aporte que hace a nuestro entorno la exis-tencia de otras propuestas inspiradas en paisajes foráneos, donde la belleza queda circunscrita únicamente a la calidad de las especies utilizadas.

La identidad de una obra de paisajismo en definitiva, tal como en todas aquellas disciplinas que están relacionadas con el Diseño, tiene que ver con la manera como el artista traduce desde la naturaleza, con su propio lenguaje, una obra concreta. Desde un pequeño objeto utilitario, una joya, el diseño de una banca, el proyecto de una casa o de un jardín, en una obra cons-truida, debe reconocerse la mano del autor por la forma en que aborda el proceso de diseño hasta llegar a un resultado final.

El hombre al construir inevitablemente destruye. La labor del paisajista será repa-rar esas heridas vinculando su obra con la arquitectura existente y con el paisaje, en una perfecta sutura que cree un nuevo equilibro en el paisaje humanizado.

La identidad de una obra de paisajismo en definitiva, tal como en todas aquellas disciplinas que están

relacionadas con el Diseño, tiene que ver con la manera como el artista traduce desde la naturaleza, con su

propio lenguaje, una obra concreta.

7. Paisajista alemán, residente en California entre 1903-1914, en Alemania (1914-1925), en Argentina (cuatro años), y en Chile desde 1926 hasta 1960, año de su fallecimiento. Fue consultor, director y pro-yectista de los parques de la ciudad de Oakland en U.S.A., proyectista en Argentina, y en su larga residencia en Chi-le, proyectista de numerosos parques públicos y privados. Su obra ha sido referida en el libro “Oscar Prager. El arte del Paisaje”, de M. Viveros, et als., Ed. ARQ, P.U.C., 1997

Revista de Urbanismo Nº6, Universidad de Chile, Julio 2002, ISSN 0717-5051

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