Arrugas La vida en sí misma
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ARRUGAS: LA VIDA EN SÍ MISMA
“Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.” (Heráclito)
“Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo (…)
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño.”
(fragmentos de Todo cambia, de Julio Numhauser)
Son Keith Richards y Mick Jagger –a la izquierda de la fotografía, pero a la
derecha de Mick, está Keith-. La foto, en blanco y negro, es bastante reciente. Hay
algo que me llama la atención, y es que, a pesar de ser los líderes de los Rolling
Stones –legendaria banda de rock and roll, seguramente la que más años de carrera
haya acumulado en la historia- la fama y la gloria no los tapan a ellos en tanto
personas. Si no supiera quiénes son, diría “¡Qué divertidos estos dos viejos, cuánta
confianza y complicidad se ve en ese abrazo y en esas risas!”. ¿Keith le dice algo y
Mick se ríe?, ¿O simplemente posan y les salieron esos gestos?. Después de más de
50 años de carrera, es de esperar que la vida haya dejado sus huellas en sus rostros.
Ambos nacieron el mismo año: 1943. Sus manos son diferentes; las de Keith llenas
de venas y tendones marcados, las de Mick más suaves… ¿Será por los punteos en la
guitarra de Richards, en contraposición con las manos libres o a lo sumo agarrando
un micrófono de Jagger?. Pero las caras, ahora que se ríen con ganas… ¡Qué rostros
marcados!; tienen como surcos que trazan la dirección de cada sonrisa, como
paréntesis a los costados de la boca y “patas de gallo” saliendo de los ojos que se
achinan –más profundas en el caso de Keith-. Recuerdo una entrega de los premios
Oscar, hace unos años, que el presentador –creo que era Billy Cristal- hizo un chiste
al nombrar la película Dead man walking, dijo “Keith Richards”… ¿Keith Richards un
“hombre muerto caminando”?. No hace falta verlo en su vida cotidiana, ni siquiera
en un show de los Rolling Stones, basta con ver esta foto con su compañero de rutas:
La vida desborda en ellos. En cada arruga.
LAS ARRUGAS
Entre todas las marcas posibles del cuerpo –lunares, cicatrices, venas visibles,
manchas de nacimiento, canas, “piercings”-, elijo las arrugas –y en particular las del
rostro, que son las más visibles, las que más a menudo nos devuelve el espejo y la
mirada de los otros, a la que está tan expuestas-.
Hay otras “marcas” que se eligen: Uno elige el diseño de un tatuaje, un
piercing… No tanto una cicatriz o marcas que definen los progenitores cuando
nacemos… Pero las arrugas, las venas que sobresalen, las canas, aparecen por propia
“voluntad”, a partir de un mix de componentes o constructores genéticos y
ambientales, con determinantes también psicológicos –si entendemos aquí el cómo
vivimos nuestra vida, cómo y cuánto expresamos nuestas alegrías y tristezas,
nuestros dolores y placeres-. A lo sumo, lo que algunas personas hacen, o lo
intentan, es evitarlas, taparlas; con cosméticos, cirugías, tinturas, etcétera.
Recuerdo una señora que no sonreía, o lo hacía con mucho disimulo y cuidado,
para evitar que “le salieran arrugas”.
Cada persona tiene un repertorio propio de gestos, que repite
espontáneamente, desde que nace hasta que muere. Repertorio que se amplía e
incluso puede variar, pero que tiene una impronta personal y única –por supuesto
compartida con su entorno familiar, cultural, y hasta con la humanidad toda, pero en
su personal forma-.
El dibujo de las arrugas en nosotros se forja con el tiempo: No es una sino miles,
millones de sonrisas. No es uno sino miles de llantos. Muchas horas de lectura.
Muchas preocupaciones dándonos vueltas. Muchos gritos de gol. Cientos o tal vez
miles de rabietas y enojos. Millones de gestos ligados a diferentes emociones y
vivencia son los que construyen nuestras arrugas.
VEJEZ Y ESTEREOTIPOS
Sobre todo en cuanto a su valoración, la vejez –y por lo tanto sus marcas- está
vista en nuestra cultura de forma peyorativa. A esto se lo conoce como “viejismo” y
tiene que ver no sólo con la mirada de los jóvenes sobre los viejos, sino que incluye a
la mirada de los propios viejos sobre sí mismos.
A pesar de que envejecemos prácticamente desde el momento en que nacemos,
y que por lo tanto es un proceso –en envejecimiento- inherente a la vida –casi
podríamos decir “inherente al ser”, porque las “cosas” también se vuelven viejas.
A pesar de que no siempre la experiencia nos muestra que ser viejo es eso tan
indeseable que la idea estereotipada, o su imagen, nos muestra.
La imagen… ¡Cuánto se ha escrito de los estereotipos de belleza y sus vaivenes!
–así como de sus consecuencias a veces nefastas-. Pienso –y es evidente- que las
“marcas”, en una sociedad tan aferrada a la imagen, tan imagen-dependiente,
suelen cobrar un lugar preponderante.
Y así, sin saber qué es primero, si el huevo o la gallina, la imagen de las “marcas”
(arrugas) o las ideas peyorativas sobre la vejez, la imágenes de ésta pasan a ser por sí
mismas desvalorizadas.
¿Quiero hacer una apología de la imagen del viejo?, ¿O tan sólo quiero que nos
detengamos a observar algo más profundo dentro de la superficialidad de las
arrugas? –es cierto, algunas son tan poco superficiales que su sola visión debiera
inspirarnos cierto respeto, o al menos “vértigo”-. No lo sé, tal vez las dos cosas. Pero
sí, desmitificar.
Viejo, feo, enfermo, débil, gruñón, asexuado, viejo verde, vieja loca, “clase
pasiva”, “ya no cambia”, “los defectos se acentúan con la edad”… Cuestionar estos
estereotipos es también cuestionar la desvalorización de la imagen que podemos
tener de viejos –si tenemos la fortuna de llegar a serlo-.
Lo he visto también en muchos pacientes y su relación con los viejos: Los
jóvenes no quieren ver ese espejo que adelanta. Lo más viejos, o los que se acercan
a la vejez –que es lo mismo dicho en otras palabras-, no se sienten cómodos ante esa
“novedad” que no es ninguna novedad –ya que, como dijimos antes, envejecemos
desde que nacemos-.
¿Cómo lo trabajamos con ellos?. Cada persona -¡y los pacientes lo son!- es un
mundo, por lo tanto la forma es muy particular en cada uno, pero básicamente se
trata de confrontar nuestros estereotipos –concientes e inconcientes- con nuestra
experiencia –vivenciada o percibida en los otros- y, claro… Encontrarse con las
preguntas, con el vacío, indispensable –o por lo menos un muy buen aliado- para la
creación de un sentido propio, más allá de los estereotipos.
Hace varios años que hago un ejercicio con mis alumnos de Psicología del
Desarrollo II de la Universidad Maimónides. El mismo consiste en pensar cada uno
un “viejo privado” –que sería alguien que conocemos o conocimos personalmente,
generalmente cercano- y un “viejo público” –alguien popular, conocido “por todos”-.
Después hacemos una puesta en común de lo que cada uno pensó y descubrimos
juntos que, con respecto a la vejez, todos tenemos ideas e imágenes estereotipadas
que, en cuanto son confrontadas por nuestra propia experiencia –incluso por
nuestra propia subjetividad-, sorprendentemente, no se sostienen.
Las arrugas, en tanto marcas asociadas al paso del tiempo y la vejez, no escapan
a este fenómeno.
¿QUÉ VES CUANDO ME VES?
Como variación de la actividad mencionada antes, este año realizamos un
ejercicio a partir de una foto actual de Mick Jagger y Keith Richards, de los Rolling
Stones: La foto cuya descripción abre esta nota. Fundamentalmente lo que había
que hacer era comentar lo que les llamaba la atención de la fotografía y qué podían
decir de la “marcas” que veían en los protagonistas, y participaban tanto los alumnos
como los profesores ayudantes.
“Las arrugas simbolizan un camino recorrido, experiencias, sabiduría, una vejez
feliz, aceptación del paso del tiempo”. (Analía y Rafael)
“Me llaman la atención las rayas y arrugas que tienen los dos alrededor de los
ojos y la boca… Simbolizan la edad, pero asumida de forma positiva; la marca del
tiempo y las experiencias en el cuerpo; la marca del esfuerzo y de la lucha frente a
distintas situaciones de la vida”. (Elías)
“Me hacen pensar que tenemos que cuestionarnos el prejuicio del viejo, verlo
desde otra perspectiva, ver que se puede transitar esa etapa con todo lo bueno que
tiene (…) Veo en sus arrugas cada recital, cada logro, cada disco”. (Denise)
“Las marcas del cuerpo que puedo observar son las de un cuerpo adulto
asumido y vivido con felicidad, porque no se ocultan las marcas del paso del tiempo.
Las arrugas: La edad, el tiempo, la experiencia, aceptados y hasta valorados”.
(Tatiana)
“Arrugas, piel deteriorada, manos como envejecidas, torso y cuello marcados,
patas de gallo, venas marcadas: Las crisis atravesadas, el camino recorrido, las
marcas que la vida fue tatuando, haber reído mucho, haber llorado mucho, vivido
mucho… Crecimiento, cambio, flexibilidad, oportunidad”. (Nicolás M.)
“Al ver la foto se me viene a la mente una juventud eterna donde no importa
cuántos años tengas sino qué actitud se adopte frente a la vida. La capacidad de
voluntad y de disfrutar la vida, de hacerla plena y con más energía que la habitual en
personas de su edad. Me hace replantear el concepto de vejez y preguntarme si
vejez es tener una edad determinada –o muchas- o si es un ‘dejarse estar’. Las
arrugas implican experiencia, la impronta de una vida que se ha expresado con
intensidad… Demuestran finitud corporal”. (Martín)
“Pienso que si son personas más libres es impresionante lo ‘jóvenes’ que se
llegan a ver. Es una decisión, uno decide ‘dejo las zapatillas, o no’. Me parece
fantástico y entretenido ‘no dejarlas’; se ven guapos y guapas quienes toman esta
actitud. No deja de impresionarme cómo se nos ‘cansa’ la piel con el tiempo.
Arrugas: La nobleza de una vida que se expresó gestualmente con intensidad. La
finitud del cuerpo”. (Tamara)
“Me da sensación de alegría y tranquilidad, como que en la vida hay cosas que
valen la pena… Las arrugas me llaman la atención, pero da la sensación de que no
afectan lo importante, que son superficiales”.
“Las arrugas del paso del tiempo”. (Antonela)
“Sentimiento de plenitud, felicidad, amistad…” (Michal)
“Guardan su vida de juventud, disfrutan de lo que hacen…” (Lucila U.)
“Los observo y siento que son dos personas que disfrutaron de sus vidas con
mucha potencia. Siento que es probable que la edad no impidió que hicieran lo que
deseaban. Siento que en sus rostros hay mucha expresividad pero que en el fondo,
también hay muchas marcas producidas por sus experiencias de vida… Las arrugas
simbolizarían mucha experiencia; muchas cosas vividas, tal vez, en exceso. Otras
veces pueden simbolizar cansancio y pesadez… En general pueden simbolizar
experiencia y cansancio”. (Laura)
“Me resulta agradable que se mantenga la amistad y la sonrisa en los viejos. Me
llaman la atención las marcas del tiempo en la piel (cuello, patas de gallo)”. (Valeria)
“Las arrugas de la cara son gestuales en ambos, pero en el de la izquierda veo
arrugas alrededor de los ojos que marcan el paso del tiempo. Es una escena que
irradia mucha alegría y bienestar”. (Adela)
“Empezamos a envejecer desde que nacemos, las arrugas detentan el paso de
los años pero no haber aprendido de las experiencias. ‘Atenti’ que las arrugas no
dicen que sean depresivos, hablan de mucho disfrute y amistad ‘for ever’...”. (Hilda)
“Al ver la imagen pienso en dos grandes músicos. Pienso en la amistad, en un
encuentro entre dos personas bien conocidas entre ellas, compartiendo alegría con
buen ánimo. Por la forma de contactarse pienso en una gran intensidad en su
relación, pienso en una relación con muchas cosas y momentos compartidos,
vividos.
Al verlos, me hace sonreír… Veo e imagino, en ese abrazo, esas miradas, esas
sonrisas el disfrute de una pasión compartida…
Las marcas del cuerpo que me llamaron la atención son las diferencias entre las
manos de ambos, las de Richards, se ven más arrugadas, venosas, parecerían como
con manchitas, como más ‘curtidas’… las de Jagger, no tanto… Pienso en el trabajo y
en su uso (de Richard como guitarrista)… en relación a esto, podrían estar
simbolizando experiencia…
Las arrugas que más se destacan en la foto son las que generan sus ‘sonrisas’, las
de felicidad… más que las que podrían adjudicarse a la naturaleza de la piel…”
(Nicolás J.)
“El abrazo me sugiere sostén, creo que después de tantos años juntos la
paciencia, la complicidad y el entendimiento son algunas de las bases para poder
seguir estando unidos. No hay marcas en el cuerpo que me llamen la atención, sí me
llaman la atención las hermosas sonrisas que me parecen super auténticas...”
(Natalia)
“Sugieren potencialidad, complicidad, afectuosidad mucha compresión y
aguante. Dos piezas importantes para el armado de un puzzle. Y las arrugas dicen
por sí solas mucha vida vivida, demasiados escenarios recorridos y una gran pasión”.
(Cándida)
“¡Ojalá a esa edad yo sea protagonista de una imagen similar y todos ustedes
también!” (Lucila R.)
“Alegría, afecto, potencia y mucha juventud”. (Silvina)
“Experiencia, sabiduría, camino recorrido, haber disfrutado de la vida tomando
sol, sintiendo el viento en la cara, haber reído mucho. En otros casos: Preocupación.
Algo inherente al desarrollo, paso del tiempo, esfuerzo, trabajo”. (Carla)
“La evidencia del paso del tiempo me da tristeza”. (Carolina)
“En parte no representan el arquetipo de la vejez, ya que ésta se asocia a una
persona más bien parecida al abuelito de Heidi… Está bueno, sería como hacer un
club de jubilados y pedirles a todos que hagan lo que realmente tengan ganas…”
(Juana)
“Sólo porque me lo pide la consigna me llaman la atención la arrugas por la
sonrisa y las venas de la mano… Sí, las arrugas simbolizan las alegrías, las tristezas, a
través del tiempo… La vida en sí misma”. (Melanie)
Es notable la proliferación de sentimientos y reflexiones desmitificando –o
incluso haciendo un abierto llamado a hacerlo- la imagen estereotipada de la vejez
(la vejez del “viejismo”). En la misma línea la valoración de lo afectivo en la
fotografía: pasión, amistad, complicidad, alegría, comprensión, aguante, sostén. Y
sutilmente cómo se cuelan vestigios de este estereotipo en las palabras escogidas, al
referirse a ellos como jóvenes –como si la juventud fuera en sí misma una cualidad
positiva y no una referencia temporal-. También la “tristeza” que despierta el paso
del tiempo, pero señalando su “evidencia” –como si no fuera triste en caso de no
verse (“ojos que no ven…”)-. Y finalmente –entre lo que quiero destacar ahora- los
comentarios que minimizan –por enfocarse en aspectos que a su mirada resaltan
más y mejor- las arrugas y otras “marcas” o las ensalzan en tanto lo que simbolizan:
“La vida en sí misma”.
HERÁCLITO O PARMÉNIDES
Se me ocurre una idea/hipótesis, que ya he leído, tal vez dicha en otros
términos: Narcisismo que atrasa: Nos amamos, pero a nosotros jóvenes.
¿Cómo incluir el río de Heráclito en nuestra construcción de nosotros mismos,
por lo tanto de lo que amamos -o no- de nosotros mismos?
El problema, al cual la sociedad y su “cultura mediática” -llena de etiquetas que
estereotipan, estigmatizan y empequeñecen los fenómenos y ni hablar las vidas-
alimentan, es que idealizamos algo fijo, como si pudiéramos detener el tiempo,
fijarlo en una imagen, en un momento… Y esto cuenta no sólo para nuestros vínculos
con el mundo sino, paradójicamente o tal vez obviamente, para con nosotros
mismos.
Como si nos faltara incluir la dimensión temporal y cambiante en nuestra
imagen de nosotros mismos –y por lo tanto nuestro amor a nosotros mismos-.
Parecería que para nuestro ideal del yo usamos sólo a Parménides mientras que
Heráclito nos grita desde la experiencia -¡y desde los espejos!- que yo soy en cambio
permanente, no soy fijo e inmutable. Si me quiero, así debería quererme.
Opino –me atrevo a opinar- que, si no viéramos a la vejez como algo tan
decadente, si no le tuviéramos tanto miedo o recelo a la palabra “viejo”, si nos
atreviéramos a seguir sintiendo placer en la vejez -¡está demostrado que se puede!-
… Nuestro narcisismo no necesariamente atrasaría.
LAS ARRUGAS COMO MARCAS QUE NOS DEFINEN
Si, como decía Antonio Machado –y cantaba Serrat- la vida “se hace camino al
andar”, si “todo cambia” y somos como un río, podríamos ver y pensar a las arrugas
–como ya lo afirmaron casi unánimemente los estudiantes citados- como símbolos
de las experiencias vividas, las crisis atravesadas, las carcajadas, los llantos…
Los ríos, si bien corren y –como afirma la metáfora de Heráclto- cambian
constantemente, también de tanto correr por un cauce van definiendo ese cauce, lo
van haciendo más firme y más definitivo. Así, a través de siglos y milenios, un río
llega a tener un trazado determinado que podemos reproducir en un mapa o verlo
desde un avión o una imagen satelital.
En tal caso, ¿No podemos pensar y ver a las arrugas como el trazado de un río,
río que ha corrido por ese cauce durante años y tal vez siglos y milenios…?, ¿No
serían la representación viva de todo ese cambio constante pero con una forma
propia y particular, que termina siendo y es a cada paso nuestra vida…?
Las arrugas, esos surcos que señalan nuestra risa y nuestro llanto, nuestros
enojos y nuestros colores, así como nuestros placeres, como ríos que nos surcan el
rostro y el cuerpo, diciendo de dónde venimos… y quiénes somos .
SON LOS RÍOS
(Jorge Luis Borges)
Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua, no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego
que se mira en el río. Su reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el cristal que cambia como el fuego.
Somos el vano río prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.
Notas aclaratorias:
1. Sobre el uso de la palabra “viejo” y/o “vieja”. La utilizo –y la utilizamos en
mis clases, y a veces con mis pacientes- para quitarle la carga peyorativa.
Recuerdo siempre con mis alumnos una anécdota que nos había contado
Leopoldo Salvarezza, en la que él iba manejando y hacía una maniobra un
poco torpe y otro conductor le gritaba “¡viejo de mierda!”, en donde “la
puteada no era ‘de mierda’, era ‘viejo’” –subrayaba él-. En fin, lo vamos
logrando, generalmente con más dificultad al comenzar las cursadas,
bastante bien al terminarlas.
2. Como reconocimiento a su aporte, no sólo con los comentarios aquí
transcriptos, sino por el estímulo que significa el trabajo con ellos semana
a semana, menciono aquí a los dos docentes que me acompañaron en la
experiencia que dio origen a esta nota (el apartado QUÉ VES CUANDO ME
VES) –Nicolás Jaritonoff y Marcela Rousso Agostini- y a todos los alumnos
participantes: Silvina Álvarez, Hilda Barrios, Martín Bigi, Melanie
Castellani, Carolina Cura, Analía Del Vecchio, Tamara Inés Fernández
Cepeda, Adela Herrero, Elías Kandín, Nicolás Manzur, Natalia Martínez,
Antonela Mobrici, Rafael Muñoz, Tatiana Palmeiro, Valeria Pichardo,
Lucila Raffo, Laura Reyes, Sergio Roldán, Cándida Ros, Carla Sáenz, Michal
Sapollnick, Lucila Ursztein, Juana Rosa Vélez y Denise Wolf.
Bibliografía implícita en algunas ideas:
- De Beauvoir, Simone: La vejez, Editorial Sudamericana, Buenos Aires,
1970.
- Salvarezza, Leopoldo: Psicogeriatría. Teoría y clínica (2ª edición revisada y
ampliada), Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002.
Javier Fernández Mouján
noviembre de 2013
(publicado en Actualidad Psicológica,
Año XXXVIII - Nº 425, Buenos Aires,
diciembre de 2013)