Arte popular guanajuatense

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número 7 rte popular guanajuatense Con la tradición en las manos

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Artesanías de Guanajuato, México

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Con la tradición en las manos

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Los textos que conforman esta publicación son resultado del trabajo realizado por los integrantes del Seminario de Estudios de la Cultura Popular de Guanajuato que se realiza en el Centro de las Artes de Guanajuato:

Amor Mildred Escalante: “La cartonería en Guanajuato. Del papel y engrudo al co-lorido cartón” y “Jaspeados que surcan los rebozos del estado de Guanajuato”.

Fátima del Rosario Aguilar Mata: “Transformando la naturaleza: La cestería en Guanajuato”.

Ma. Georgina Escoto Molina: “El arte de la joyería en Guanajuato”.J. Jesús Romero Salazar: “Una mirada al juguete popular en Guanajuato”.Luz Adriana Ramírez Nieto: “Una piedra dura más que una vida”.Alejandra Sánchez Gutiérrez: “Los otros rostros de Guanajuato: Máscaras y mas-

careros en las festividades de Semana Santa”.Araceli Velázquez Mata: “Alcances de la metalistería en Guanajuato”.Luis Ernesto Camarillo Ramírez: “La talabartería en Guanajuato”.Alejandro Montes Santamaría: “Talladores de vida. La escuela de la talla de madera

en Apaseo el Alto”.De los textos:D. R. © Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, excepto "La alfarería de Guanajuato", D. R. © Carlos Castañeda López.Fotografía: Tere Galindo, Tonatiuh Mendoza, acervo fotográfico del fondo docu-mental de Arte y Cultura Popular del Instituto Estatal de la Cultura.De las imágenes:D. R. © Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, excepto pp. 2-3, 57, 67, 209, 320, 443 y 444, D. R. © Tonatiuh Mendoza.Diseño de colección: Tonatiuh Mendoza.

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Arte popular

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Con la tradición en las manos

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Castañeda López, Carlos et al., Arte popular guanajuatense. Con la tradición en las manos. Ediciones La Rana/Guanajuato/2012. 464 pp.; 19 × 25 cm; 219 ilustraciones (Colección Arte y Culturas Populares de Guanajuato) ISBN 978-607-8069-51-4 1. Arte popular. 2. Arte popular. Artistas y artesanos populares. 3. Arte popular. Historias de vida. Textos: Carlos Castañeda López, Amor Mildred Escalante, Fátima del Rosario Aguilar Mata, Ma. Georgina Escoto Molina, J. Jesús Romero Salazar, Luz Adriana Ramírez Nieto, Claudia Alejandra Sánchez Gutiérrez, Araceli Velázquez Mata, Luis Ernesto Camarillo Ramírez, Alejandro Montes Santamaría. LC NK 801.C372012 Dewey M745.44 724 1 Cast346

De esta edición: D.R. © Ediciones La Rana Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato Paseo de la Presa núm. 89-B 36000 Guanajuato, Gto.

Primera edición en la colección Arte y Culturas Populares de Guanajuato, 2012

Impreso en México Printed in Mexico

ISBN 978-607-8069-51-4

Ediciones La Rana hace una atenta invitación a sus lectores para fomentar el respeto por el trabajo intelectual, es por ello que les informa que la Ley de Derechos de Autor no permite la reproducción de las obras artísticas y científicas, ya sea total o parcial –por cualquier medio o procedimiento–, a menos que se tenga la autorización por escrito de los titulares del copyright o derechos de explotación de la obra.

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PresentacióN

El arte popular es un espejo donde se refleja la belleza de la cual somos portadores. Me refiero a la belleza a través de la cual se expresa lo auténtico, lo propio, lo diverso, lo creado, lo natural; entendida

como la esencia de lo que somos. En cada pieza del arte popular se puede ver reflejado el aprendizaje que el creador ha adquirido de su comunidad, y es así que en cada una de ellas la belleza trasciende lo estético para simbolizar formas de entender el mundo, a través de elementos asociados a historias comunitarias y personales.

En el arte popular la belleza se aprende y se transmite; es aquí donde radica el verdadero significado de lo bello. Los creadores llevan la tradición en las manos: tejen, forjan o modelan las piezas empleando el conocimiento de una técnica aprendida de sus maestros, que comúnmente son familiares. En este sentido, dichas piezas expresan un significado de mayor profundidad al entenderlo como una forma de crear y de criar, de ser padre-maestro o hija-alumna, que se traduce en heredar-enseñar y aprender-conservar. En esta práctica de la creación y la crianza, la belleza del arte popular se concentra en su capacidad de preservar y perpetuar la memoria.

Al transformar la naturaleza en una pieza artística, la belleza se expresa a través de la franca comunión que se establece entre el creador y la tierra que habita. El arte popular vuelve a ser un espejo en el que se reflejan los colores del territorio, abastecedor de la materia prima; todo lo que existe y habita

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en él es motivo de inspiración y representación. El creador es el constructor de la forma: la urde, la moldea o le borda su historia al tiempo que la dota de sentido y espíritu. Los símbolos de la iconografía del arte popular son representaciones zoomorfas, antropomorfas, del cielo, la tierra, el agua, etc. Éstos, expresados y ordenados en una pieza, contienen el significado del entendimiento del mundo.

Si bien muchas piezas son efímeras o perecederas, debe considerarse que su valor trasciende al objeto creado y se concentra en la creación mis-ma, convirtiéndolo en un arte sustantivo. La belleza, aquí, radica en que la creación es infinita, como el ciclo en el que la naturaleza es nueva y eterna, muere y renace como quienes la habitamos. Ilimitada, como la transforma-ción de las ideas de los humanos, de donde surge la creatividad, no como una orientación al diseño, sino como una necesidad de actuar y transformar para poder ser, para perpetuarse en la memoria, y trascender en un objeto que nombre y renombre su propia historia. Hay en cada pieza un reflejo de historias locales, familiares y comunitarias que a través de los años comunican valores trascendentales más allá de la pieza misma.

Al ser un espejo, el arte popular es asequible para todos, entendible y fácil de admirar, reconocible como una parte de lo que somos; en este sentido, sabemos admirar su belleza porque es una extensión del propio ser de los mexicanos. Es un arte del que todos somos dueños, y es verdad, como aseguran varios estudiosos del tema, que es un arte anónimo, pero cada pieza tiene origen y destino. Sus creadores no elaboran piezas para conseguir el reconocimiento, sino para preservar una tradición. La belleza radica en que es un arte compartido desde el momento de su elaboración: el arte popular no tiene un creador, tiene una comunidad de creadores, y trasciende los límites de lo individual a lo colectivo; son los textiles de Chiapas, los juguetes tradicionales de Guanajuato, la alfarería de Oaxaca, las máscaras de Michoacán, etc.

En Guanajuato, las creaciones del arte popular son un espejo en el que se exhibe la riqueza de la tierra y de la gente que en ella habita. Sus creadores

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expresan en cada pieza sus tradiciones. De un extremo a otro en Guanajuato encontramos creadores que trabajan con la tradición en las manos y con el talento en la mente; son verdaderos artistas porque «el verdadero artista todo lo saca de su corazón», como dijo Nezahualcóyotl, y lo que hay en el corazón de los creadores guanajuatenses son cientos de años de tradiciones.

Así, la belleza en Guanajuato se expresa a través de las esculturas en cera y la cera escamada de Salamanca y Villagrán; del tejido de carrizo y palma de Tierra Blanca y Santa Catarina; de los juguetes tradicionales de Celaya, Cortazar, Silao y Guanajuato; de las máscaras de Atarjea, Purísima de Bustos y Abasolo; de la lapidaria decorativa y utilitaria de Comonfort y Guanajuato, y de las piezas elaboradas por talabarteros de León, Xichú y Tierra Blanca; de los rebozos de Uriangato, y de las cotorinas y sarapes de Coroneo y Jerécuaro.

Arte popular guanajuatense. Con la tradición en las manos es un texto en el que se hace un recorrido por las diversas formas de creación tradicional que existen en Guanajuato. Encontramos nombres, personas, historias que nos hacen pensar que por muchos años más veremos en cada rincón de nuestro estado un reflejo de nosotros mismos, y que encontraremos piezas que nos recuerden lo que somos, a lo que pertenecemos, que la sustancia de nuestra belleza es el origen común: nuestra tierra, y que lo recordaremos todos los días porque hay creadores que trabajan largas jornadas con el corazón, el alma y las manos; y estaremos tranquilos porque sabremos que ellos son los guardianes de nuestras tradiciones.

Gracias a todos ellos por abrazar la tradición y reproducirla con sus manos.

Dr. Juan Alcocer FloresDirector general

del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato

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IntroduccióN

Los colores de la memoria

Hacer memoria es una labor que supone un reto mayor que el de recordar he- chos del pasado. Similar a una tierra de cultivo, la memoria es un espacio en el que se cosecha el sustento de nuestras vidas. Hacer memoria es una bús-

queda continua que nos hace conscientes de que somos una parte de quienes nos prece- dieron. La memoria no es pasado, es el terreno en el que vivimos el presente, y hacer me-moria es el deber que tenemos de cosechar a diario la semilla que nos dio el origen.

Ligados a la memoria de sus padres y maestros, los creadores populares de Gua-najuato han dedicado sus días a hacer de su labor un espacio fértil para cosechar sus creencias, tradiciones y talentos. Las semillas de sus cosechas son las enseñanzas de abuelos y padres, y la tierra en que se mantienen con vida es en los hijos y los alumnos con quienes comparten la raíz de la que proceden. El mejor ejemplo de hacer memoria es el de la labor cotidiana, silente y humilde de quienes al elaborar un objeto de arte lo dotan del significado de su origen.

Elaborar una pieza de arte popular es una de las diversas formas que existen de narrar la memoria de lo que somos. Los colores, formas y materiales de estas piezas son el lenguaje con el que sus creadores hacen referencia de sus historias, aluden siempre a lo que se siente como propio. Por ello las piezas trascienden las fronteras de sus formas hasta el plano de la emoción que provoca hacerse consciente de que el objeto creado es una extensión del propio ser.

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Cada pieza contiene una carga de significados vinculados con la forma de en-tender el orden de las cosas que habitan la tierra. Nada resulta fortuito en su factura o decoración. Se hace todo con calma y paciencia, desde la obtención de la materia prima hasta la impresión del lenguaje que cada creador expresa a través de una técnica que lo hace diferente al resto, sin dejar por ello de pertenecer a un mismo grupo.

Así, las piezas de arte popular son una forma de contar nuestra historia, y por ello tienen la capacidad de ponernos en contacto con lo que somos. Sus creadores tienen la destreza necesaria de crear o reproducir símbolos a través de los cuales se representa el espacio que habitamos, y para ello es necesario hacer memoria, acudir siempre al origen, lograr que el pasado sea permanentemente nuevo al actualizarlo en el arte.

Cada pieza del arte popular es una narración de nuestra forma de vida, un elemento a través del cual representamos y reconocemos que somos parte de algo, parecidos a otros, procedentes de alguien; somos nosotros. En el arte popular el sustantivo de su origen se lleva en la memoria y en la tradición, por ello nos sentimos cercanos a los creadores populares que día a día hacen memoria con la tradición en las manos.

El arte popular guanajuatense

Qué es el arte popular fue el inicio de la reflexión de los textos que conforman este li-bro. En ellos se hace evidente la búsqueda de los elementos que nos identifican como habitantes de un espacio y que están representados en piezas del arte popular. Los autores comparten el interés de explorar la memoria a través de las historias de vida y la historia oral, como hacer una historia del pasado con el referente del presente. El marco referencial del arte popular es la tradición en la que cobran sentido y significado las obras artísticas y las actividades que para su creación se llevan implícitas.

En todos se hace perceptible el interés por abordar el arte popular como un elemento más de las formas de vida cotidianas. Se explora el oficio, la técnica y los materiales, concentrándose mayormente en la significación que tiene en la vida de los creadores el oficio que practican. Es una forma de explorar en la historia de Guanajua-to con una visión renovada en la que lo trascendente se concentra en los modelos de

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pensamiento, las formas sociales y las estructuras mentales, donde el objeto de estudio no es la pieza, sino la vida de su creador con su carga histórica.

Cada texto revela el especial interés de su autor para explorar en la sustancia del arte popular. Más que un acercamiento desde la perspectiva estética, el arte se aborda desde los estudios sociales, con la intención de documentar las vidas y las historias de los habitantes de Guanajuato. En todos, es claro que una pieza de arte concentra en sus formas y colores las memorias de sus creadores, y que cada una lleva implícito el territorio, la familia, el oficio, la economía, lo estético y la cosmovisión de varias gene-raciones de creadores.

Los autores coinciden en que el arte popular es una forma de conservar la memoria, aportar el oficio en la preservación de los conocimientos al tiempo que se practica para la manutención familiar, y particularmente, trascender en la vida de otros a través de la enseñanza, de nombrar y renombrar su memoria, por lo que este libro se convierte en un pago justo a la deuda que tenemos con la memoria, como hace algunos años dijo Paul Ricoeur.

En Arte popular guanajuatense. Con la tradición en las manos, los nuevos histo-riadores de Guanajuato narran el pasado y el presente de la tierra que habitan. Mo-tivados por el Instituto Estatal de la Cultura iniciaron un viaje por todo el territorio para conocer los rostros, colores, formas y nombres de quienes son los compañeros de nuestra identidad. Es la forma que conocen de hacer memoria, y es una forma de hacer de la patria que habitamos un terreno certeramente nuestro.

Karina Jazmín Juárez RamírezDirectora del Centro de las Artes de Guanajuato

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La alfarería de Guanajuato

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Presentación

Guanajuato ha ocupado desde la época prehispánica un lugar impor- tante entre los pueblos alfareros de México. Sus centros produc- tores se localizan en donde son abundantes las materias primas

básicas que se requieren: arcillas, arenas, rocas, algunos minerales o diferentes materiales de origen orgánico. Esto varía según el tipo de cerámica que se pretenda elaborar.

La arcilla, materia fundamental para su producción, se encuentra en diferentes contextos, así que su extracción es variable. En algunas ocasiones se localiza al ras del suelo, pero en otras se tiene que excavar más profundo para conseguir la calidad adecuada.

La producción alfarera también es variable, desde la elaboración do-méstica de sencillas vasijas para su uso diario hasta el establecimiento de talleres especializados donde la destreza de los artesanos se denota en las diferentes etapas de su manufactura.

A pesar de que Guanajuato presenta una historia de etapas discon-tinuas de poblamiento y despoblamiento, su cerámica conserva la esencia de antiguas tradiciones indígenas enriquecidas con técnicas traídas por los españoles en el siglo xvi, entre las que destaca el uso del torno, los hornos

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cerrados y el vidriado, presentándose en la actualidad una cerámica esplen-dida, de fuerte carácter y muy bien definida.

El proceso de su manufactura

Para la elaboración de una pieza cerámica existen tres formas esenciales: el modelado, el moldeado y el vaciado.

En el primer caso, las piezas se moldean con las manos. Con la arcilla ya preparada se hacen una o varias tiras planas o rollos que se van sobreponiendo en espiral hasta lograr la altura necesaria, aplanando con una piedra o pelliz-cando las zonas de unión, modelándola así hasta obtener la forma deseada.

Si se trabaja por medio de moldes, que pueden ser de piedra, madera, cerámica o yeso, se hace con la arcilla una especie de tortilla del tamaño y

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del grosor necesarios para la pieza que se piensa elaborar, la que se puede colocar por dentro o por encima del molde, cortando las partes que sobren. Según la pieza es el tipo de molde, que puede ser horizontal para formar ollas, platos hondos1 y figuritas, o vertical, como si fuera la mitad de una

1 Los que algunas veces llevan un mango colocado en el centro, semejante a la silueta de un hongo.

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olla. De cualquier forma, las piezas se elaboran en una, dos o varias partes, las que después se unen pellizcando o alisando las juntas. Con el empleo de moldes se agiliza la producción y se logra igualar diferentes piezas, lo que soluciona en cierta medida la demanda del producto.

Para la manufactura por vaciado se utilizan moldes de yeso de varios segmentos, en los que se vacía cierta porción de arcilla en estado líquido, dejándose secar por un tiempo determinado para luego desmontar la pieza del molde y darle al utensilio un acabado final. En los tres casos, los sopor-tes, asas, mangos, cuellos, bordes u otros elementos adicionales, se adhieren cuando la pieza está fresca y ya formada.

El torno de alfarero es un juego de discos giratorios colocados horizon-talmente que se mueven mediante un sistema de poleas accionadas con un pie o con un pequeño motor. En el centro del disco superior se coloca cierta cantidad de arcilla, y al momento en que se hace girar, la pieza se va modelan- do con las manos de manera ascendente hasta lograr la forma deseada.

Durante el proceso de elaboración, cuando la pasta todavía está fresca, varios artesanos, según su tradición, modelan sobre la forma esencial de la vasija algunas variantes con pequeños agregados del mismo material. También pueden plasmarse figuras esgrafiadas, incisas, mediante perfo-raciones o estrías realizadas con diversos instrumentos, que varían desde los dedos o las uñas hasta artefactos punzocortantes, pasando por peines, escobillas, carrizos, olotes, espinas y sellos de piedra, cerámica o madera, trasformando así cada pieza en un elemento único.

Una vez lograda la forma de la pieza se procede al acabado final, el cual puede ser desde un simple alisado con un trapo o un pedazo de cuero, hasta pulir o bruñir con una piedra o un palillo para añadir cierto brillo. A veces se le aplica un baño a manera de engobe con una arcilla de tonalidad diferente para lograr un color distinto al de la pasta, con algún óxido me-tálico para lograr un vidriado, con estaño para obtener un esmalte, o con chapopote para darle una patina añeja. Según el tipo de cerámica que se elabore serán los utensilios con los que se pinte, ya sean brochas o pinceles

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de diferentes tipos, empleando colores preparados con base en diferentes minerales o arcillas disueltas en agua.

Terminada la pieza, se deja secar al aire libre en lugares sombreados y posteriormente, algunas veces, al rayo del sol durante algunos días para después hornearla. El tiempo para ello varía según la composición de la pasta; pueden ser unas cuantas horas o incluso varios días, siempre a temperaturas mayores a 500 °C.

Existen diferentes tipos de hornos. El más sencillo es abierto. Se apilan las piezas unas sobre otras para rodearlas con leña, a manera de una pira, y quemarlas, o se excava un pozo poco profundo para colocar las piezas y sobre de ellas el combustible.

Existen hornos construidos con adobes, piedras o tabiques, de forma cónica o rectangular, de dos o más metros de altura y con una o más abertu-ras en la parte inferior para ir colocando poco a poco el combustible. Están abiertos en la parte superior para, por ahí, colocar las piezas que luego se tapan al momento de la quema.

También hay hornos de bóveda con puertas de arco, algunas veces con una chimenea. Pueden estar cerrados o abiertos; son de mayores dimensiones que los anteriores y a nivel tecnológico los superan, puesto que se logra una mayor temperatura y la quema es más uniforme.

A mediados del siglo xx se empezaron a usar los hornos de gas y también los eléctricos, fabricados con materiales refractarios y metal. Actual-mente, en diversos talleres el control de la temperatura está computarizado, logrando quemas sumamente precisas.

Según el tipo de horno es el combustible empleado, el cual puede ser zacate, hojarasca, arbustos, estiércol, madera, pencas de maguey, petróleo, gas o electricidad.

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La cerámica bruñida

La cerámica bruñida, también llamada mestiza, es actualmente la que pre-senta más reminiscencias prehispánicas con la realización de una serie de piezas “ya no tan indispensables” en el uso diario de la cultura mexicana, como tinajas, ollas, cántaros, comales y molcajetes.

Es una cerámica que sobresale por llevar un baño de pintura roja que se pule hasta el bruñido, alcanzado un brillo que refleja su entorno casi a manera de espejo.

Por lo regular, se elabora en pequeños talleres domésticos durante las temporadas de secas, pues durante las lluvias las piezas tardan mucho en secarse y la leña que emplean como combustible está húmeda. Generalmente las piezas se modelan, pero también se pueden emplear moldes verticales.

En Guanajuato todavía subsisten tres lugares de producción: en el rancho de Piñícuaro, cerca

de la ciudad de Moroleón; en la comuni-dad de La Labor, al sur de San Felipe

Torresmochas; y en el barrio de La Soledad, en Acámbaro.

Piñícuaro fue famoso a nivel regional por la producción

de tinajas rojas muy pulidas y decoradas ejerciendo una mayor presión con el bru- ñidor, quedando así mar-cada una línea en un tono más brillante, con lo que se forman una serie de lí- neas entrecruzadas, espi-

rales, triángulos, flores o

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mazorcas de maíz, todo esto dibujado en la parte superior del cuerpo globular de la tinaja. Como complemento, se confecciona un grueso plato hondo que sirve como tapa. Las arcillas y los pigmentos empleados en su elaboración provienen de lugares cercanos.

También se producen cántaros, jarros, molcajetes, comales, macetas y curiosos botellones llamados localmente chondas.

En La Labor, la producción cerámica está asociada con la fiesta de San Miguel Arcángel, el 29 de septiembre. También se produce para cada fin de año. Entre una gran variedad de figuras zoomorfas, sobresalen unas jarras en forma de un pato a las que nombran Pato- jos, elaboradas con arcillas reco- lectadas en las cercanías de la co- munidad y cubiertas con una gruesa capa de almagre, para darles un in- tenso color rojo que se bruñe usando pedazos de cuero, tripas de res o de gato.

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A semejanza de las tinajas de Piñícuaro, algunas piezas se decoran remar-cando con el bruñidor sencillas figuras geométricas.

La cerámica bruñida de La Labor es de una curiosa belleza, destacando entre ella las piezas que realizan los Ramírez Trujillo.

En el barrio de la Soledad se recuerda la producción de tinajas, cántaros, jarros, lebrillos, comales, tinas de baño, lavaderos y barriles para fermentar pulque. La producción alfarera de este barrio, tanto de cerámica bruñida como vidriada, ha decaído drásticamente, quedando actualmente sólo algunos artesanos que continúan elaborando comales y macetas de manera aislada.

La cerámica vidriada

Esta cerámica se caracteriza por su pasta porosa de tonalidad rojiza y por presentar en su interior una superficie impermeable y brillante, que algunas veces se desborda un poco o hasta la mitad del cuerpo, a manera de decora-ción. Para lograrlo, a la pieza ya cocida se le aplica un baño con algún óxido metálico, como el plomo, al que algunas veces se le agrega un fino polvo que tiene como base arena, zinc, vidrio molido y sal. A este baño se le da el nombre de greta, y debe quemarse a una temperatura mayor a 900 °C, lo que logra que se fije y vitrifique en las paredes de la pieza. De esta forma se

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elaboran ollas, cazuelas, jarros, cajetes, platos y platones, o macetas y otros utensilios de uso doméstico.

Algunas veces se decoran con diversos motivos pintados con colo-rantes que tienen como base cobre, para obtener tonos verdes o hierro para matices oscuros.

En Guanajuato subsisten algunos talleres de cerámica vidriada en San Felipe Torresmochas, Dolores Hidalgo, Coroneo, Acámbaro y en la comunidad Las Flores, cerca de San Miguel Allende, a pesar de su desuso por la introducción de utensilios de plástico, vidrio, metal, o los cambios tecnológicos y comerciales.

En San Felipe Torresmochas, en los talleres de Francisco Manduja-no, José Luis Luevano, José Carmen Téllez, José Luz Martínez y Antonio Cortés, sobresalen diversas ollas para el uso diario. Algunas se decoran aplicando zonalmente esmaltes de tonos verde o azul en el exterior, dejando que se chorreen y se mezclen entre ellos, por lo que se les conoce como ollas chorreadas, destacando las de la familia Espinosa Guerrero.

La serie de cazuelas sin asas que se acomodan para su venta una dentro de otra, formando juegos concéntricos de cuatro a ocho, o más, son famosas en toda la región. Otro tipo se distingue por las ondulaciones de su borde, donde algunas veces se delinean flores, espirales, aves o leyendas cortas que son loas al municipio. En los talleres de Julio Martínez, Domingo Gómez, Juan Jaime Pantoja, Rubén Cortés Ibarra y Anselmo Cortés Ayala, es común encontrar bellos ejemplares de estas piezas.

Las ingeniosas macetas de San Felipe llaman fuertemente la atención. Son de diversas formas y tamaños, y están decoradas con armónicas combi-naciones de hojas, flores, plumas, ángeles y cariátides, entre otros elementos. Todo ello agregado al pastillaje, siendo las cromáticas más habituales el vi- driado verde, cobalto y café en distintas tonalidades. Se destacan los talleres de Miguel Pérez Espinosa, Eleuterio Martínez Cortés y José Darío Venegas.

Actualmente pocos artesanos elaboran jarros. Los más tradicionales son los del taller de Francisco Mandujano Mojica, ya antes mencionado.

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Toda esta producción también se elabora para su venta en primorosas miniaturas.

La cerámica vidriada de Dolores Hidalgo es muy parecida a la de San Felipe. Se siguen produciendo ollas, jarritos, cazuelas, cajetes, molcajetes, cántaros, macetas, jardineras y tinajas.

La cerámica chorreada de Dolores es diferente a la de San Felipe. Consiste en una gruesa capa de esmalte de color verde, azul, blanco, o de un café que oscila a negro plomizo, el cual se deja escurrir sobre el borde, el cuello y parte del cuerpo, contrastando la textura áspera y el color natural del barro con el brillo de la policromía.

El chorreado se aplica en jarros, jarras, jarrones y floreros, los que a veces presentan adornos sobrepuestos realizados con la misma arcilla con la que fue moldeado, o en vajillas, juego de té, de café, ceniceros, macetas o jardineras, por nombrar algunos, y a decir de la doctora Patricia Fournier, son de un gusto “muy popular”.

Acámbaro fue un importante centro productor de cerámica vidriada, sin embargo, en la actualidad ya casi no se hace. Aún se recuerdan los fon-dos de las cazuelas decoradas con un manchón de greta verde, contrastando fuertemente con el color amarillo del barro. También se elaboraban macetas decoradas con incisiones, o grandes barriles para pulque.

En algunos barrios de Coroneo, en el sureste de Guanajuato, o en la comunidad Las Flores, al sur de la Presa Allende, cercana a San Miguel, se conservan sutilmente en la cerámica vidriada reminiscencias de las formas de expresión de los grupos otomíes, que trajeron los españoles en el siglo xvi para colonizar estos rumbos.

En Coroneo se producen ollas y cazuelas de distintos tamaños, jarros grandes y chicos, platos, platones, macetas y también miniaturas. Se utilizan moldes de hongo horizontales con mango, llamados comúnmente manijos, y también moldes verticales que semejan la mitad de una olla. En ellos hay grabados distintos motivos en negativo que al imprimirse decoran los platos con figuras en relieve, los cuales complementan con grabados e incisiones,

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representando “el águila y el nopal”, leones, árboles o pájaros. Las figuras de cada pieza se pintan con tonos cobrizos o negruscos, contrastando así el oscuro motivo decorativo con el bello color natural del barro.

En la comunidad de Las Flores sólo queda el taller de don Esteban Valdez, quien con óxido de cobre pinta con ingenio en el fondo de sus platos venados, gatos, armadillos, serpientes, lagartijas, garzas, gallinas, o sirenas y flores. Lo ingenuo de sus figuras traslada al comprador al mundo indígena que sobrevive casi oculto en la región. Por pedido, a veces también produce macetas con decoración pellizcada o máscaras de rasgos humanos.

La mayólica guanajuatense

Entre la diversidad de los recursos naturales con que cuenta Guanajuato existe una gran variedad de excelentes arcillas y diversos minerales como el estaño, lo que le permitió durante la Colonia y el siglo xix, ser uno de los grandes centros productores de mayólica de la entonces Nueva España. Cabe señalar que ésta fue una cerámica de alto precio y de uso exclusivo para la elite.

En la mayólica guanajuatense se observa la fusión de diversos elemen-tos de origen europeo, asiático, o de otros centros productores como Puebla, creando así una cerámica propia e inconfundible.

Cabe señalar que en diversas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en importantes edificios de la ciudad de México, Cuernavaca, Veracruz y León –por nombrar algunas ciudades– se han encontrado vestigios de la ma- yólica guanajuatense, identificable por el color rojo de su pasta y por la com-binación de los colores empleados para dibujar diversos motivos decorativos. También, al recorrer los callejones de Guanajuato, entre el derrumbe de las viejas fincas se observa un sin de tepalcates que señalan la prosperidad de una fuerte industria y de alta calidad.

Se tiene reportes que durante el siglo xix, en la ciudad de Guanajua-to, los talleres de mayólica se encontraban en el barrio de San Luisito y en

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el vecino mineral de Mellado, los cuales perduraron hasta bien entrado el siglo xx, pero ante la intromisión de utensilios hechos con peltre o vidrio, la mayólica vino a menos y sus talleres cerraron.

Para la elaboración de la mayólica de Guanajuato se usaron arcillas provenientes de la Sierra de Santa Rosa, y al igual que en otros procesos cerámicos, éstas se trituraban, remojaban, batían y decantaban para, con

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ellas, elaborar en un torno o en moldes piezas que se jagüeteaban en hornos abiertos.

Después de la primera quema, las piezas se cubrían en su totalidad con un esmalte compuesto de estaño, óxido de plomo y arenisca. Para fijarlo, la pieza se sometía a una segunda quema a más de 1000 °C, vitrificándose y tomando un color que oscila entre blanco y crema, adquiriendo así una superficie suave y brillante.

Algunas piezas se quedaban sólo con este baño, de manera que resal-tara su silueta, o se policromaban con esmaltes preparados a manera de frita con óxidos metálicos, vidrio, sílica y plomo como fundente. Con cobalto se producen tonos azules; el cobre da verdes; el manganeso, café o negro; el antimonio, amarillo; el hierro, anaranjado, ocre o tonos oscuros; y con sulfuro de estaño o casiterita se obtiene el llamado nácar de color rojizo.

En los museos o en las colecciones particulares hay platos, plato-nes, tazas, tazones, soperas, teteras, jarrones, tibores y ollas para preparar conservas, vinagres, salmueras o almacenar granos. También se fabricaban macetas, macetones, candeleros, candelabros, cajas, cofres, lavamanos con sus jarras, bacines y esculturas, y en los estantes de las viejas farmacias todavía se pueden apreciar recipientes para toda clase de medicamentos, resinas y aceites aromáticos.

Con esta técnica también se elaboraron bellos azulejos para recubrir cúpulas, pisos y escaleras en templos, conventos, palacios y casonas seño-riales.

En Guanajuato, tres talleres han hecho de la mayólica un arte: la Alfarería Tradicional, del maestro Gorky González; el Taller Alfarería Ma-yólica de Guanajuato, del arquitecto Javier de Jesús Hernández (Capelo); y la Alfarería Aguilera, de don Jaime Aguilera.

A Gorky González se le debe el rescate de la técnica para elaborar la mayólica de Guanajuato, pues a pesar de su alta producción hasta bien entrado el siglo xx, el conocimiento de su proceso se había olvidado. En su taller se produce una gran cantidad de piezas que nos remontan a las antiguas

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tradiciones, pues ha retomado las formas, colores y diseños decorativos de la mayólica colonial o del México independiente. Así, encontramos platos, platones –hondos y extendidos–, tazas, tazones, jarros, ollas para conservas, tibores, especieros, lavamanos, condes, macetas, candeleros, cajas, o imágenes religiosas, por mencionar algunos. En su producción, ha introducido otras formas para cubrir necesidades actuales de la vida cotidiana, como tarros, azucareras, aceiteras, mantequilleras, soperas, grandes platones, platos para botanas o para queso fundido, teteras, cafeteras, macetones, paragüeros y bases para lámparas.

Capelo ha retomado los modelos empleados en la mayólica tradicional de Guanajuato, Puebla, Oaxaca, Aguascalientes y Jalisco, y ha incorporado a su trabajo influencias de varios pintores como Olga Costa, Luis García

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Guerrero y Francisco Patlán. Así, ha creado una mayólica “muy guanajuaten-se” de finales del siglo xx, la que innovó sin salirse de la tradición. Al inicio, los diseños de su producción se apegaban a los esquemas tradicionales, los que poco a poco fue variando. En su taller sobresalen los platos, platones, tibores y especieros, donde pinta con gran realismo escenas de carácter costumbrista como bodegones o motivos florales, en los que algunas veces sobresale la presencia de figuras aladas.

Con azulejos, también elabora cuidadosamente grandes murales. Modela en altorrelieve la silueta de peces, ranas y tortugas, o elabora es-culturas abstractas de gran volumen. De él se dice que ha sustituido el lino por el barro.

En el taller de los hermanos Aguilera, en Santa Rosa de Lima, cerca de Guanajuato, las técnicas tradicionales se han ido modernizando para resolver nuevas necesidades, entre la que destaca un sustituto del óxido de plomo para preparar el esmalte, manteniendo el uso de estaño. Su producción es muy variada: platos, platones, jarras, jarrones, tibores, macetas, paragüeros, cofres, alhajeros, jaboneras, cepilleros, lámparas, candeleros, bases para quin-qué y muchísimas formas más. Aunque sus motivos pictóricos se remontan a diseños tradicionales, han introducido diversas imágenes donde destacan juegos de luz y sombra. Ellos comentan que se han inspirado en piezas chinas y en dibujos tomados de libros y postales para plasmar escenas naturalistas con aves, frutas y flores, destacando duraznos, uvas, alcatraces y girasoles, todo esto en forma individual, combinada o en bellos bodegones. También se encuentran diseños pintorescos, costumbristas y folklóricos, como escenas de charrería, corridas de toros y paisajes mexicanos.

Los azulejos

En los talleres de loza vidriada, por los treintas del siglo pasado, con una mezcla de arcilla negra, roja y amarilla, y esmaltes preparados combinando

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arena, vidrio y estaño que se recolectaba en los arroyos de la Sierra de San-ta Rosa, se empiezan a elaborar lo que posteriormente serían los famosos azulejos-talavera de Dolores.

Al inicio su producción se adecuó a la tecnología con que se contaba, pero con el tiempo, y ante las necesidades de agilizar su producción por la demanda, las instalaciones se fueron modernizando, debiéndose acelerar las fases de manufactura e igualar la calidad de las piezas. Así también, los diseños decorativos se fueron modificando e incrementando, al igual que

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nuevos requerimientos dieron pie a la creación de tableros que cubren muros completos en cocinas, escaleras o baños.

Actualmente los “azulejos de Dolores” se elaboran en gran cantidad y su precio es bastante comercial.

La talavera

Hace algunos años, como una forma de resolver las bajas ventas de azule-jos, en uno de los talleres de Dolores se empezaron a pintar platos con los motivos decorativos de los azulejos, y después reprodujeron las figuras de algunas piezas que se traían de Puebla, por lo cual le dieron a su producción el nombre de talavera, como se le designa a la mayólica en esa ciudad.

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Actualmente, la pasta con que producen las piezas está elaborada en forma industrial y prácticamente ha desaparecido el uso del torno, utilizando en su lugar moldes de yeso. Las formas que la caracterizan son muy variadas: platos, platones, ollas, tibores, especieros, tarros para cerveza, servilleteros, paragüeros, porrones, portarretratos, lavabos, chimeneas, macetas, floreros y piezas de toda clase. Se pintan a mano con colores brillantes diseños copiados de la “mayólica guanajuatense” o de la “talavera poblana”, así como flores, frutas, peces, aves, bodegones y paisajes.

A pesar de su gran demanda y de las numerosas personas que participan en su elaboración, por falta de dominio técnico y fácil mercadeo, la calidad de la otrora famosa talavera de Dolores Hidalgo, día con día, tristemente, se va perdiendo.

La cerámica de alta temperatura

En Guanajuato, la producción cerámica de alta temperatura es relativamente reciente, aunque su técnica de manufactura es muy antigua. Es una cerámica de pasta muy compacta, de color variable entre gris, bayo y café rojizo, según sus componentes, los que incluyen caolín y otras arcillas.

Por lo regular se modelan en torno, pero también se usan moldes. Terminada la pieza, se quema una sola vez a una temperatura superior a 1200 °C, lo que la vitrifica y le da como acabado un aspecto áspero. Se le denomina también gres o stoneware. Para su decoración las piezas se pintan a mano con diferentes óxidos que adquieren tonos azules o café, los cuales se compran ya preparados. En el estado, esta cerámica sólo se elabora en Acámbaro, Tarandacuao y en la ciudad de Guanajuato.

En los años setenta, la vieja tradición alfarera del barrio de La Soledad, en Acámbaro, estaba en extinción, pues las bellas piezas rojas de cerámica mestiza, así como las ollas y cazuelas vidriadas que tanta fama en otros tiempos le acarrearon, habían caído en desuso.

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Ante ese panorama, fray Salvador Rangel, párroco de la iglesia de ese barrio y estudioso del pensamiento indígena, organizó una escuela-taller que se convirtió al poco tiempo en una cooperativa denominada Sociedad Coope-rativa de Producción La Soledad.2

Partieron de su experiencia como ceramistas, sin embargo al prin-cipio fue muy difícil, pues tuvieron que adaptar tornos, hornos, moldes y maquinaria a una nueva producción, al igual que reconocer las propiedades de las arcillas, ya que las locales, con las que tanto habían trabajado, no servían para el nuevo tipo de cerámica que estaban elaborando. Finalmente lo lograron al mezclarla con una arcilla de origen poblano. Manejan pocos diseños, sobresaliendo piezas para uso cotidiano como vajillas, cafeteras, tazas o tazones, decorados con líneas de puntos, racimos y soles en colores cobalto y café. La silueta de los platos hondos conlleva la esencia de la cerá- mica prehispánica.

En Guanajuato capital, el taller La Cruz3 de los hermanos Hernán-dez destaca por su alta calidad. Presenta una gran variedad de formas que recuerdan la mayólica guanajuatense o la cerámica oriental y están decoradas con esgrafiados y esmaltes de diversos colores.

En su inicio el taller Los Pajaritos, de José Luis Barbosa, se llamaba Tecpatl, cambiando después su nombre por Cerámica Barbosa. En él se producía un tipo de cerámica llamada de corcho, por su textura áspera y opaca

2 Esta cooperativa era parte del Programa Nacional de Apoyo y Capacitación a Talleres de Alta Temperatura. Su organización continúa sin cambios desde el momento en que se fundó, sin embargo es necesario actualizar su organigrama, pues la mayoría de sus integrantes se han salido. Sólo quedan las hermanas Ramos, quienes trabajan en forma aislada y sin apoyos, pero con un compromiso férreo pocas veces demostrado en empresas como ésta.

2 Originalmente este taller llevaba el nombre de El Gallo de Oro.

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de coloración beige, la que contrasta con los delicados motivos pintados con un esmalte de tonalidad café o azul cobalto, semejantes a los de Tonalá. Sus formas eran muy variadas, sobresaliendo floreros, jarrones, cajas, platos, macetas o ceniceros y también diversas vajillas. Se decoraban con trazos geométricos combinados con flores, vegetales o aves.

Actualmente dejó de producirse el terminado en corcho, las piezas presentan un fondo gris y motivos decorativos plasmados con diferentes co- lores, resaltando un esmalte azul cobalto.

En Guanajuato también se encuentra el taller La Jarilla, de los artistas plásticos Angélica Escárcega y José Luis Méndez. Retoman los diseños de la mayólica agregando, con pastillaje, elementos de su obra plástica como escarabajos, mariposas, libélulas y catarinas, y frutas como granadas y limas.

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Entre la variedad de sus formas sobresalen ollas, tibores, platones, tazas, canastas, ceniceros y algunas gallinas.

Tarandacuao se ha convertido en un importante semillero de jóvenes ceramistas. El taller con más tiempo y tradición es el de Francisco Javier Servín, quien en el torno, con moldes y tarraja produce piezas esmaltadas, decoradas en relieve con tonos café y azul cobalto.

En el taller Javier Servín Cerámica sobresalen vajillas, juegos de té, platos, platones, vasos, caballitos tequileros, jarrones, tibores, lámparas, can-delabros, esferas y otras piezas utilitarias o de ornato, incluyendo miniaturas que algunas veces incorpora en joyería. Sus diseños decorativos son líneas, puntos, curvas, flores o cruces, todo aplicado finamente y en relieve.

De este taller se generaron los talleres Casher, Checuan y Terra Fue-go. Bajo la influencia de su maestro han ido creando elementos distintivos entre ellos.

El taller Casher, formado por la familia Castro Hernández, destaca por su creatividad e inquietud en el mejoramiento de su cerámica. Se dis-tinguen sus marcos de color mostaza y decorados en suaves tonos de color pastel. Sus formas son variadas: floreros, macetas, tibores, tazas, difusores, ceniceros y otras piezas de ornato.

A cargo de José Juan Hernández, el taller Checuan se diferencia del resto por la duplicidad de su figura –dos piezas que embonan una dentro de otra–, el calado de su cuerpo y la decoración azul cobalto.

Terra Fuego es el taller más joven. Lo sencillo de sus motivos decora-tivos retoma diseños de origen prehispánico, discrepando con la decoración abarrotada de Casher y Checuan, pero asemejándose por lo grueso del esmalte usado en su decoración, como si las piezas estuvieran bordadas.

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La cerámica de pasta

La producción de cerámica blanca o de pasta se inició en Guanajuato a me-diados del siglo pasado. Para su elaboración se adquiere una arcilla o pasta ya preparada a la que se le agregan otros componentes, todo industrializado. Las formas se logran usando moldes de yeso y se jagüetean en hornos de gas de uso industrial.

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Se esmaltan con óxido de plomo, bórax o algún otro esmalte transpa-rente, y se colorean con un pigmento cerámico ya preparado, sometiéndose a una segunda quema. Algunas veces se aplican calcomanías que se fijan en una tercera horneada a baja temperatura. En caso de usarse varios colores, las piezas deben quemarse igual cantidad de veces, pues cada color se fija a una temperatura diferente.

En algunos talleres la manufactura se ha industrializado de manera sorprendente; mediante un vaciado mecánico, usando aspersores eléctricos para cubrirlas de esmalte, y decoradas en serie, en un día se logran producir miles de piezas que se distribuyen a muy bajos precios por todo México. En cualquier mercado o en pequeños establecimientos se encuentra un sin fin de platos, jarritos o tazas decoradas en serie, predominando ingenuas flores de uno, dos o varios colores que por su sencillez puede dibujar cualquier persona. Esta cerámica ha perdido su manufactura artesanal para convertirse en una pro-ducción increíblemente industrial.

La cerámica enchapopotada

Esta cerámica puede considerarse la más sencilla y económica de la ciudad de Guanajuato. Con la arcilla roja de la Sierra de Santa Rosa se tornean en serie juegos de café, candeleros, ceniceros y alcancías. Estando secas, se lijan en crudo y se someten a una sola quema de jagüete, y ya cocidas se pintan con chapopote disuelto en gasolina.

Se venden afuera de la Alhóndiga de Granaditas o en los pasillos del mercado Hidalgo en pequeños paquetes que combinan varias piezas a precios increíblemente bajos, por lo

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que los turistas no dejan pasar esa oportunidad, aunque ya en sus casas no sepan para qué usarlas.

La cerámica en miniatura

En varios talleres familiares del barrio de San Luisito, en la ciudad de Gua- najuato, se tornean de una manera asombrosamente rápida cientos de olli-tas, jarritos, platitos y cazuelitas que se ponen a secar en los patios de las casas sobre largos tablones. Ya aireadas y asoleadas, se lanzan por miles y sin cuidado dentro de un sencillo horno abierto para su quema. Sorprende

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que muy pocas llegan a romperse. Algunas de estas miniaturas son usadas como recipientes de dulces mexicanos, sobre todo uno de tamarindo, por lo cual también se les nombra tamarinderas.

Conclusiones

Para finalizar, cabe señalar que quienes se dedican al estudio de la alfarería concluyen que ésta es un rasgo cultural universal, y que a través de su análisis se puede entender el grado de desarrollo tecnológico de la sociedad que la produce. La cerámica es, en la historia del hombre, un marcador del tiempo y de los límites territoriales, un indicador de usos y costumbres, de relaciones sociales, políticas y económicas.

Su producción conlleva una serie de rasgos que la hacen distintiva de la comunidad que la elabora. Por eso, quien la estudia analiza los com-ponentes de su materia prima, las formas de las piezas, sus acabados y sus motivos decorativos, con lo cual logra establecer para cada centro alfarero su tradición y sus estilos, lo que le permite compararla con la de otros pueblos, de cercanas o distantes regiones. La cerámica es la expresión y el desarro-llo de una sociedad, el indicador de un trabajo especializado que implica el dominio de las fuentes de abastecimiento y rutas de intercambio, y un elemento de prestigio social.

La cerámica es también un documento material, un texto susceptible de ser descifrado, un fragmento del pasado que hace posible la reconstruc- ción de hábitos y costumbres, un ejemplo de la cosmovisión del grupo que la produjo, además de una obra apreciada por su belleza y valor. Es el producto de una actividad inmemorial que se asocia al proceso de sedentarización del hombre, y es también, por consiguiente, uno de los oficios más antiguos del mundo.

Carlos Castañeda López

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Bibliografía

Arqueología Mexicana, Serie Tiempo Mesoamericano IV, vol. VIII, núm. 46, México, Editorial Raíces, noviembre-diciembre de 2000.

Castañeda, Carlos, Patricia Fournier y Lourdes Mondragón, Cerámica de Guanajuato. Guanajuato, Ediciones La Rana (De Guanajuato al Mun-do), 2002.

Fournier García, Patricia, Evidencias arqueológicas de la importación de cerá-mica en México con base en los materiales del ex convento de San Jerónimo. México, INAH (Colección Científica, núm. 213), 1990.

Juárez Cossío, Daniel, El convento de San Jerónimo. Un ejemplo de arqueología histórica. Colección Científica, núm. 178, México, INAH, 1989.

Kapan S., Flora, Conocimiento y Estilo. Un análisis basado en una tradición de alfarería mexicana. México, Instituto Nacional Indigenista, 1980.

López Cervantes, Gonzalo, Cerámica Mexicana. México, Editorial Everest Mexicana, 1983.

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Los papeles originarios y representaciones de cartón

Los antiguos mexicanos ya usaban un tipo de papel llamado amate para representar imágenes, sucesos e historias que aún podemos admirar en los códices que han llegado a nuestros días. Fue ésta la primera

forma en la que utilizaron el papel: para representar las historias de los pue-blos mexicanos; tenía dos usos: transmitir información y adornar por medio de representaciones artísticas. Por ello, y al ser un material de fácil acceso, también fue usado para crear y moldear diversas figuras. A continuación se hablará de la transformación de los usos del papel en nuestra historia.

Las primeras noticias del uso del papel vienen de los mayas, con el hallazgo de máscaras y tocados hechos de fibras y barro, que datan de entre 1000 y 500 años antes de nuestra era. Más información tenemos acerca del amatl, papel que los mexicas usaron para la creación del Teoamoxo-chitl, primer libro ritual que registró

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las crónicas de su pueblo. En ese libro se habla del uso ritual del papel con banderas montadas en palos, las cuales adornaban el espacio en el que se realizaban los sacrificios.1

Los principales productores de papel eran los pueblos del actual sur de México, como Yucatán, Chiapas, Veracruz, Oaxaca y Guerrero, además de Morelos y del Valle de México. Las grandes cantidades de papel demandadas por el imperio azteca se usaban para elaborar los códices en los que, por medio de la pintura, se registraban acontecimientos históricos, religiosos, fiscales y astrológicos, entre otros de importancia.

Texcoco tuvo la principal biblioteca, sin embargo muchos de sus libros fueron destruidos por el rey Itzcoatl y otros por fray Juan de Zumárraga, a su llegada con los españoles, por considerarlos representaciones de superstición idolátrica. Luego, en la época colonial, se hicieron varios códices y crónicas para recuperar parte de la historia de los pueblos indígenas de América.2

Nuestros antepasados usaban el papel amate para pintar en él, para pedir a los dioses buenas cosechas en ceremonias religiosas y para ahuyen-tar los malos espíritus.3 Las tintas usadas para las pinturas eran naturales, provenientes de hierbas o de metales.4 Sin embargo, no hay registros de que se usara papel para elaborar objetos, o quizá, por ser un material perecedero, no llegaron hasta nuestros días.

En los pueblos prehispánicos se usaban máscaras como ofrendas en los rituales funerarios y para ocultar la cara, uso tan cotidiano hoy día. Se

1 Artesanos, artesanías y arte popular de México, Victoria Novelo, coord. México, Conaculta, 1996, p. 37.

2 Artesanos, artesanías y arte popular…, op. cit., p. 38.3 Carlos Espejel, Las artesanías en México. México, SEP (SepSetentas), 1972, p. 128.4 Artesanos, artesanías y arte popular…, op. cit., pp. 58-59.

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hacían de diversos materiales, como piedras especiales, madera, cuero y papel, complemen-tadas con pintura, cuernos, pelos, plantas y un sinnúmero de adornos.5 Con la influencia europea y asiática se comenzaron a hacer de papel y se convirtieron en artesanías livianas y de fácil confección.

La cartonería, de origen español, fue introducida en la Nueva España en el siglo xvi, pero hay poca información acerca de ello. Es hasta la introducción del cartón,6 hecho de madera o de trapos de algodón, que se comenzó a usar para la elaboración de pirotecnia y de máscaras. La cartonería se convirtió enton-ces en un elemento popular en carnavales, fiestas religiosas, danzas y otros acontecimientos públicos, con un carácter lúdico, decorativo y representativo de la cultura mexicana, sobre todo de usos rituales.7

La cartonería y la cohetería están estrechamente ligadas porque se usa el cartón para realizar las envolturas de los cohetes, y las figuras que se adornan los castillos son también del mismo material. Los castillos

5 Artesanos, artesanías y arte popular…, op. cit., p. 38.6 Hay diferentes tipos de papel que varían de grosor, color, blanqueado, etc. Para realizar

las piezas de cartonería se usaba un papel más grueso y resistente, el papel kraft, pues eso hacía que fueran menos capas las que se pegaran para generar una artesanía de un papel grueso, hoy llamado cartón.

7 Carlos Derramadero Vega, Entre judas y calacas. La cartonería, una tradición celayense. Celaya, H. Ayuntamiento de Celaya, 2007, p. 10.

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de pirotecnia se comenzaron a difundir en Guanajuato durante el siglo xvii, sobre todo en Celaya, donde se construían fuegos de artificio con carrizo, abundante en la región, con un estilo propio de uso y decoración. También se copió de España la tradición de las mojigangas y los judas de cartón para celebrar sus mitotes o fiestas típicas, así como las muñecas Pepa o Peponas, de las cuales tal vez se imitaron las muñecas Lupitas o monas hechas de cartón piedra, para ser usadas por aquéllos que no podían adquirir una muñeca europea de porcelana u otros materiales caros.8

Las mojigangas, grandes marionetas movidas al compás de la músi-ca por hombres subidos en zancos, fueron introducidas por los españoles desde el siglo xvii, para encabezar las procesiones en algunas festividades religiosas.9 Luego se usaron para todo tipo de fiestas cívicas, como las de la creación de algunos pueblos.

Los datos históricos revelan que las representaciones de judas (diablos y figuras públicas satirizadas) fueron el objeto de cartón más común durante el siglo xix. A través de la quema con cohetes de estos objetos se simboli-zaba en las fiestas religiosas la purificación o la lucha entre el bien y el mal. Durante su estancia en México, entre 1839 y 1842, madame Calderón de la Barca describió los judas así:

fuegos artificiales en figura humana que representan a aquel traidor de los traidores, los cuales se venden el Viernes [Santo] por la noche y se queman el Sábado de Gloria por la mañana. Centenares de estas horribles figuras se bambolean por encima de la turbamulta, llevados

8 Guadalupe Meza Lavaniegos, “De cartón, todo de cartón. La cartonería en Guanajuato” (sin publicar); Derramadero, op. cit.

9 Derramadero, op. cit.

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por hombres que [las sostienen] con largas pértigas. A juzgar por tales alegorías, el traidor debe haber sido un monstruo de fealdad abominable. ¿Imaginaría él, acaso, cuando vendió a su Maestro por treinta monedas de plata, imaginaría, digo, que pasados largos siglos, sus efigies habrían de ser entregadas a la execración de una turba mexicana, pueblo desconocido, de remotas tierras aún no descubiertas más allá de los mares?10

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Los políticos y figuras públicas que eran satirizados por medio de representaciones en judas pronto mostraron su descontento. El 17 de marzo de 1853 las autoridades hicieron visible su malestar a través de un decreto emitido por el gobernador del Distrito Federal, Miguel María de Azcárate, que decía: «En la salva del referido Sábado de Gloria no se tirarán cohetes a mano, ni se dispararán armas de fuego de ninguna clase, ni se quemarán o venderán los muñecos, que vulgarmente se llaman judas, siempre que tengan algún vestido o distintivo con que se ridiculice a alguna clase de la sociedad o a alguna persona determinada».11

Esta prohibición no terminó con las sátiras durante el siglo xix. Además, los judas representaban el luto del Jueves Santo y la Pascua. Eran muñecos enormes de cartón «adornados con cohetes. Aunque representan a Judas, sus formas son diversas: diablos, esqueletos, políticos, artistas de cine, personajes internacionales –todos estallan como símbolo de la furia del pueblo contra el traidor de Semana Santa hace dos mil años».12

Por lo anterior se concluye que la tradición de la cartonería en Méxi- co data de hace dos siglos, pero la diversificación de figuras surgió a prin-cipios del siglo xx, con piezas más finas que se asemejaban a la porcelana. Llegaron a adquirir importancia por sus maravillosos ejemplares, principal-mente muñecas, calaveras, caballos, piñatas y máscaras, entre otras piezas populares.13

10 Lo efímero y eterno del arte popular mexicano, t. II, México, Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, 1974, p. 572.

11 Artesanos, artesanías y arte popular…, op. cit., p. 141.12 Artesanos, artesanías y arte popular…, op. cit., p. 563.13 Victoria Novelo, Flores de la capital. Artesanos de la ciudad de México. México, Conaculta-

Dirección General de Culturas Populares, 1997, pp. 30 y 84; Artesanías de Guanajuato, Guanajuato, Secretaría de Turismo del Estado de Guanajuato, 1995, p. 48.

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Actualmente destacan los alebrijes como una variación y modernización del arte de la cartonería. Sobresalen los de la ciudad de México, Guanajuato y Oaxaca. Los alebrijes son figuras imaginarias hechas con una base de carrizo o alambre recubierta de cartón. Su forma simula garras, plumas, lenguas, alas, la anatomía de animales diversos adornada con múltiples colores y texturas. Estas piezas son únicas e irrepetibles, pues se hacen de manera individual. Muchos de los artesanos de alebrijes alternan su oficio con la elaboración de calaveras, máscaras, muñecas y judas.

Algunos artesanos del cartón en Guanajuato

Entre los municipios de Guanajuato, en Cortazar, Valle de Santiago y Salva-tierra la cartonería ha sido, junto con la cohetería, un medio de subsistencia para varios de sus habitantes. Dolores Hidalgo y Villagrán se caracterizan más por su cohetería con estrellas, rehiletes, castillos y toritos. En Jerécuaro destacan las máscaras de cartón. En León persiste la tradición de las mu-ñecas de cartón, judas, pirotecnia, piñatas, soldaditos y máscaras. Pénjamo y Salamanca tuvieron importancia en la cartonería y la producción de piñatas. En San José Iturbide se hacen mojigangas, que en un pasado se alternaron con la producción de juegos pirotécnicos. En Celaya y Juventino Rosas des-tacan las bombas o bolas de cartón que se abren –de las que salen papelitos–, tradición que se está perdiendo y que es casi única de estos lugares, además de la juguetería de cartón. Huanímaro, Romita, Silao e Irapuato también se dedicaron a la cartonería, aunque en menor grado.14

14 Base de datos de artesanos 2007. Guanajuato, Gobierno de Guanajuato-Secretaría de De-sarrollo Económico Sustentable-Dirección de Artesanías (sin publicar).

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En la actualidad es difícil conocer el número de artesanos guanajua-tenses dedicados a la cartonería, pero en 2007 eran más de ciento cincuenta. Destacan Celaya, San Miguel de Allende y Guanajuato, de los que se mos-trarán algunos casos específicos. Se espera que la tradición persista a través de los familiares de los artesanos y de los nuevos cartoneros que se están posicionando con sus innovaciones en la pintura y en los diseños.

Las piñatas son vendidas en todas partes y durante todo el año, ya no son un oficio exclusivo de artesanos. En el mercado de San Miguel de Allende destacan las de la señora Josefina López,15 quien desde hace diez años se dedica a su elaboración. Empezó a producirlas para cubrir sus necesidades económicas, pero continuó por gusto y ha enseñado a sus hijas Adriana, Daniela y Silvia Hernández. La señora Josefina aprendió a hacerlas por sí misma, usando su imaginación. Las más populares son las que tienen forma de estrella y las de caricaturas de moda para los cumpleaños, como burros, osos y otros animales. El barrio de Infonavit Allende, en San Miguel, es conocido por la elaboración de piñatas, aunque no de tiempo completo, pues no es una actividad que permita mantener a varias personas, pero sí requiere de las manos ingeniosas de toda la familia para su rápida elaboración. Abasolo y Comonfort también se caracterizan por la fabricación de piñatas, tradición que se ha retomado como una actividad alterna para sostener a varias familias.

En Celaya, la señora María Luisa Rocha Rosales16 se dedica a hacer piñatas artesanales. Aprendió en un curso impartido en la Casa de la Cultura

15 Josefina López, entrevista realizada por Amor Mildred Escalante, en San Miguel de Allende, Gto., el 27 de diciembre de 2010, en el puesto de cerámica donde ayuda a su padre. Ahí no vende piñatas, pues sólo las hace por encargo.

16 María Luisa Rocha Rosales, entrevista realizada por Amor Mildred Escalante, en Celaya, Gto., el 28 de diciembre de 2010. Es maestra jubilada. Además de hacer piñatas, para sostenerse renta el patio de su casa para fiestas, entre otras actividades.

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hace ocho años y le dio buen resultado venderlas. Interesada en mantener la tradición, las elabora con periódico y engrudo. Hace piñatas porque le apasiona, le relaja y le distrae. Lo que cobra por las piñatas no vale las horas que invierte en hacerlas. En Navidad es cuando más se venden.

La gente prefiere los colores vivos, como el fucsia en la estrella, que es la figura más vendida. Sus picos simbolizan los siete pecados capitales y los dulces y frutas de su interior representan la riqueza de los cielos obtenida al vencer las tentaciones. En los mercados podemos observar las piñatas más sencillas producidas en serie, malhechas y de manufactura barata. La olla de barro que se produce en Apaseo ya casi no se usa en las piñatas, pues es un peligro para los niños.

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Existen otros tipos de artesanías de cartón: máscaras, sonajas, espadas, cascos, monas, o los caballitos con un palo para montarse, o los divididos en la parte delantera y trasera para amarrarse en la cintura y simular que se monta en ellos. Estos juguetes existen desde mucho tiempo, pero ahora se han sustituido por otros de plástico. Por eso los vemos menos en las manos de los niños, pues sólo se sacan a la venta en algunas fiestas debido al interés de los artesanos en que no se pierda su arte. Estas piezas están hechas por antiguos y nuevos artesanos, entre los que destacan los que a continuación se mencionan.

En Celaya hay una tradición cartonera en los barrios de Santiaguito y Tierras Negras, donde llegaron a existir numerosos talleres, pero ahora sólo algunos adultos mayores la recuerdan y cada vez menos gente se dedica a la cartonería. Como actividad relacionada, hubo numerosos talleres de pirotecnia donde se hacían judas con cohetes incrustados, pero desde la explosión de pólvora en un taller el 26 de septiembre de 1999, fueron prohibidos en el interior de la ciudad y ahora los judas son quemados con gasolina.

Entre los cartoneros más representativos podemos mencionar a los integrantes de una familia con mucha tradición. Comenzó con el fallecido señor Bernardino Lemus Valencia y se extendió a toda su familia, de la cual han salido numerosos cartoneros. Se han dedicado a crear muñecas, juguetes y judas, siendo sus decorados los más característicos de Celaya, como las flores pintadas con diamantina que copiaron de la cerámica. También sobresalió Martín Lemus, nieto de Bernardino, quien incorporó elementos contempo-ráneos, pero sin cambiar la tradicional elaboración de la cartonería.

En Celaya, las hermanas Lucía y María Carmen Jiménez Paloalto17 se dedican a hacer diversas figuras de cartón. Ellas fueron enseñadas por su

17 María Carmen y Lucía Jiménez Paloalto, entrevistas realizadas por Amor Mildred Es-calante, en Celaya, Gto., el 28 de diciembre de 2010.

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madre, pero ya los abuelos de sus abuelos se dedicaban a la cartonería, por lo que la tradición familiar se remonta a más de cien años. Es una actividad que aprendieron desde niñas, viendo a hombres y mujeres que la alternaban con sus trabajos. Esta familia hace diferentes figuras, pero sólo por tempo-radas, cuando más se venden. Cuentan que hace algunos años vendían por mayoreo a gente de Guadalajara, Puebla, Michoacán y del famoso mercado de Sonora, en la ciudad de México, pero en la actualidad «hay que salir a buscar quién compre, porque de hecho aquí, pues no se ve esta artesanía que se hace aquí [en Celaya] y nadie la quiere, a los niños no les enfocan lo que

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es la tradición de aquí».18 Dicen que los niños ya no usan la máscara de cartón para el día de muertos, sino la de látex para Halloween, siendo el cambio de materiales lo que permea las preferencias, pues ya no están acostumbrados al juguete de cartón, de madera o de lámina.

La facilidad que existe para obtener las materias primas, debido a la abundancia de papel, permitiría que mu-chas personas se dedicaran a la cartonería, ya que la mano entrenada puede crear numerosas piezas en un día. Aún cuando todo se hace a mano, los costos no son muy altos, por lo que cualquiera puede adquirir las figuras y máscaras de cartón que se venden en las plazas y los tianguis de los pueblos y ciudades.19

Nacho López fue otro excelente cartonero que se caracterizó por modelar al vacío, es decir, sin moldes. Su trabajo sobresalió en la elaboración de judas monumenta-

les, mojigangas y alebrijes por el gran colorido y decorado que les imprimió.

Las máscaras más famosas a nivel nacional las hace en Celaya la familia de Pedro López, que posee una gran co-

lección de moldes antiguos.20 Un celayense estudioso de la cartonería explica que

18 Ibidem.19 Víctor Manuel Villegas, Arte popular de Guanajuato. México, Ban- co Nacional de Fomento Cooperativo-Fondo Nacional para el

Fomento de las Artesanías, 1964, p. 29.20 Espejel, op. cit., p. 128.

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La cartonería en Guanajuato. Del papel y engrudo al colorido cartón 69

[el] artesano del cartón al realizar un judas, una muñeca, o una calaca no solamente representa una manera de ganar el sustento, sino que es una forma de vida, una manifestación de su creatividad, de jugar con la vida y la muerte satirizadas y ridiculizadas en cada obra que realiza, pues pone de manifiesto que la muerte le pela los dientes y los judas y diablos revientan al tronido de sus cuetes. Pero también es una forma de expresar su descontento por el comportamiento de grandes personajes del gobierno o de la sociedad, caricaturizándolos con cuerpo de judas o figuras zoomorfas que se queman al encender sus racimos de cuetes y petardos el Sábado de Gloria.21

Roberto Adrián Torres Jiménez tiene 18 años y desde los ocho se interesó en desarrollar el arte de la cartonería, pues en las fiestas le gustaba ver los judas. Aprendió solo, pues nadie de su familia se dedica a la cartonería y sólo tomó algunos consejos de otros artesanos. También se dedica a tra-bajar la pirotecnia en el taller de polvorín de José Guadalupe Arroyo. Hace castillos, bombas, anuncios, figuras y toda la diversidad de cohetes, lo que representa su principal fuente de recursos. Su especialidad en la cartonería son las granadas, una especie de bolas que se abren y lanzan serpentinas, globos, confeti u otras cosas. La tradición de las granadas es casi exclusivo de Celaya; tienen forma de corona, flor, paloma, estrella y sol, con un me-canismo artesanal de apertura que él mismo desarrolló. Su motivación para trabajar la cartonería es que le digan que le quedó bonito, pero sobre todo para que perviva la tradición.22

21 Derramadero, op. cit., p. 6.22 Roberto Adrián Torres Jiménez, entrevista realizada por Amor Mildred Escalante, en

Celaya, Gto., el 21 de febrero de 2011.

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Índice

Arte popular guanajuatense

Presentación … … 7

Introducción … … 11

La alfarería de Guanajuato, por Carlos Castañeda López

Presentación … … 17El proceso de su manufactura … … 18La cerámica bruñida … … 24La cerámica vidriada … … 26La mayólica guanajuatense … … 31Los azulejos … … 37La talavera … … 39La cerámica de alta temperatura … … 40La cerámica de pasta … … 45La cerámica enchapopotada … … 47La cerámica en miniatura … … 48Conclusiones … … 49

Bibliografía … … 51

Page 71: Arte popular guanajuatense

La cartonería en Guanajuato. Del papel y engrudo al colorido cartón, por Amor Mildred Escalante

Los papeles originarios y representaciones de cartón … … 55

Algunos artesanos del cartón en Guanajuato … … 63A cortar el papel y embarrarse

de engrudo y pintura … … 84La cartonería en la actualidad … … 88

Bibliografía … … 91

Transformando la naturaleza: La cestería en Guanajuato, por Fátima del Rosario Aguilar Mata

La geografía cestera en Guanajuato … … 103Región I Noreste … … 104La jarcia … … 120Región II Norte … … 125Región III Centro Oeste … … 129Región IV Suroeste … … 133Región V Sur … … 133Región VI Centro Este … … 135

Consideraciones finales … … 136

Bibliografía … … 138

El arte de la joyería en Guanajuato, por Ma. Georgina Escoto Molina

Antecedentes … … 145Tradiciones joyeras en Guanajuato … … 154Informantes … … 155Guanajuato y la joyería tradicional de pajaritos … … 159Inicia una tradición … … 160Don Alfonso y su taller … … 162

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Don Pedro, sus relaciones laborales, la Casa de las Artesanías y la proyección del tradicional de pajaritos … … 164

Elementos de la joyería tradicional de los pajaritos … … 165Innovando una tradición … … 167San Miguel de Allende y la plata … … 169Joyería tradicional de San Miguel de Allende … … 171Celaya y la comercialización de la joyería … … 174Consideraciones finales … … 177

Bibliografía … … 178

Una mirada al juguete popular en Guanajuato, por J. Jesús Romero S.

Antecedente histórico del juguete … … 185Una aproximación

al juguete popular en Guanajuato … … 192

Bibliografía … … 214

Una piedra dura más que una vida, por Luz Adriana Ramírez Nieto

El origen del oficio lapidario … … 221La Universidad de Guanajuato

como origen de los nuevos canteros … … 227Los bancos de cantera, mármol y piedra volcánica … … 229

El mármol … … 232La piedra volcánica … … 232

La regulación de la explotación del subsuelo … … 234La compra y el manejo del material … … 241La comercialización … … 250La enseñanza del oficio … … 252Los desafíos de la lapidaria … … 255

Bibliografía … … 255

Page 73: Arte popular guanajuatense

Los otros rostros de Guanajuato: Máscaras y mascareros en las festividades de Semana Santa, por Alejandra Sánchez Gutiérrez

A esta tradición ya le ganó la gente: Purísima de Bustos … … 265

Las máscaras de los Cuernudos de San Bartolomé Agua Caliente: ¿cambiando a modelos más modernos? … … 272

Robenos de la celebración de Semana Santa en Santa Catarina: de guardianes del orden a atractivo de la tradición … … 281

Los robenos en la celebración de Semana Santa en Atarjea: versos, respeto y sacrificio en esta tradición … … 286

Bibliografía … … 295

Alcances de la metalistería en Guanajuato, por Araceli Velázquez Mata

El escenario metalistero … … 304La innovación del arte sanmiguelense … … 309El orgullo de los guanajuatenses … … 319Entre la vida y la transición

de los artesanos celayenses … … 325Consideraciones finales … … 334

Bibliografía … … 337

Jaspeados que surcan los rebozos del estado de Guanajuato, por Amor Mildred Escalante

La extensión del atuendo de la mujer mexicana … … 344El estilo propio del rebozo guanajuatense … … 351La habilidad y magia de las manos

que producen el rebozo en Guanajuato … … 363

Page 74: Arte popular guanajuatense

Diferentes tramas de los rebozos … … 371Conclusiones … … 374

Bibliografía … … 376

La talabartería en Guanajuato, por Luis Ernesto Camarillo Ramírez

Bibliografía … … 412

Talladores de vida. La escuela de la talla de madera en Apaseo el Alto, por Alejandro Montes Santamaría

En aquellos días … … 417Apaseo el Alto: lugar donde brota el agua

o lugar de manantiales … … 422Una tradición con vida … … 423

Herramientas, materiales y acabados … … 429Situación actual … … 434Temas de las tallas en madera … … 437Pásame las gubias y limpiemos el taller … … 440

Bibliografía … … 442

Índice de imágenes … … 447

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Para la elaboración de este libro se utilizó el tipo Adobe Caslon Pro;

el papel fue cuché de 135 g.

La impresión de Arte popular guanajuatense. Con la tradición en las manos fue realizada por Jesús Aceves Hinojosa, José Ramón Ayala Tierrafría, José Román López

y Michel Daniel Rea Quintero en el Taller del IEC; y su encuadernación, por Procesos y Acabados en Artes Gráficas

(Golfo de California núm. 32, Col. Tacuba, México, D. F., C. P. 11410), en enero de 2012.

Formación: Tonatiuh Mendoza Corrección: Luz Verónica Mata González y Luis Villalobos

Cuidado de la edición: Luz Verónica Mata GonzálezEl tiraje fue de 500 ejemplares.

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ISBN

978

-607

-806

9-51

-4

9786078069514