Arte y Terrorismo
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Arte y terrorismo
(Otra parte, número 5, invierno 2005)
Francisco Alí-Brouchoud
Resulta extraño que Paul Virilio no haya incluido la obra de John Duncan en la serie de
“casos” que acumula en lo penosos panfletos contra el arte contemporáneo contenidos
en su libro El procedimiento silencio (Paidós, 200i). quizás se deba a que -pese a haber
ido casi tan lejos como los accionistas vieneses en los campos de las performances, el
action y el bodyart- este artista nacido en Wichita, Kansas, en 1953, y formado en el
California Institute of Arts con Alian Kaprow, mantienen su condición subterránea y no
está tan a mano. Una lástima, porque su obra le habría servido a Virilio bastante mejor
que la de varios de los New British Artists para la operación de homologar el arte actual
con el terrorismo, denuncia esta un poco tardía si recordamos, entre tantos otros
enragés, a Lautréamont, Arthur Cravan. William Burroughs, los situacionistas o la
invitación de Bretón a salir a disparar al azar sobre la multitud. En 1980, Duncan realizo
una obra violenta, autodestructiva y desesperada, Blind Date, para la que viajó a
Tijuana, México, donde alquiló cadáver de una mujer para tener relaciones con él
sexuales. El acto fue grabado en audio. Luego, de regreso en Los Angeles, Duncan se
hizo practicar una basectomía que documentó fotográfica, bastante antes a que Orlan
comenzara con sus obras quirúrgicas. Con ese material, en una galería, llevó a cabo una
performance privada consistente en una conferencia y la escucha del material de audio
obtenido México. Su propósito, como explicó entonces, era el autocastigo, y asegurarse
que su última y más potente semilla se gestado en un cadáver. La experiencia, de un
"malestar indescriptiblemente intenso", estaba dirigida a "mostrar lo que puede ocurrir
con personas entrenadas para ignorar sus propias emociones", al costo de un dano
psicológico terminal. "Puse en peligro la capacidad de aceptarme a mí mismo. La
capacidad de tener una vida sexual... y la capacidad de amar", explicó entonces el
artista.
Blind Date le valer un repudio inmediato en el campo artístico estadounidense.
Para completar el aislamiento que se había ganado, Duncan se autoexilió en Tokio,
donde permaneció diez años. Allí, entre otras obras, realiz intervenciones clandestinas
en la frecuencia de la cadena televisiva NHK: utilizando un equipo portátil, emitía video
collages hechos con fragmentos de películas de porno duro y textos suyos. Su trabajo
actual se centra en el terreno del sound art, que es común al campo de la música y al de
las artes visuales y contra el cual también despotrica Virilio en El procedimiento
silencio.
El libro muestra a un pensador que fue original, penetrante, en el momento en
que su lógica apocalíptica –su "anarquismo cristiano"- se cierra sobre sí misma para
convertirlo en un neoludita exasperado y reaccionario, defensor a ultranza de la
"democracia representativa", como si ésta existiera hoy en alguna parte y no fuera, junto
con la economía, el principal mecánico de dominio planetario. Como si el estado de
cosas en el mundo sería responsabilidad del arte contemporáneo, y no del capitalismo y
su voluntad de cegarla historia. acusador Virilio se apresura además a equipara la
representación en arte con la representación en política, asunto que daría para un largo
debate aparte, y, en su alerta "temprana" sobre los "peligros" de lo presentativo, nos
advierte que todo esto terminará en la "democracia virtual" y el voto a través de
encuestas opinión, situación de la que acaso nos habríamos librado de no haber
aparecido la diabólica abstracción, que secuestró el mundo reconocible de la superficie
de la pintura.
Virilio mezcla y simplifica todo; llevado por el casus belli contra el arte
contemporáneo, reinterpreta la historia de acuerdo argumento principal, porque la
recepción que es pera, que crea a través de un estilo repleto de mayúsculas y signos de
admiración, y que busca a gritos, es la de los espiritus sencillos, que tal vez se sentirían
igualmente interpelados al ver la execrasión espectacular y sin subtextos de la última
"locura" del arte en un noticiero televisivo o en la prensa amarilla.
En ese simplificación, malentiende intencionalmente Adorno célebre frase sobre
la imposibilidad de escribir poesía después de Aschkwitz. Porque, entre otras cosas, lo
que formuló Adorno fue una defensa
del arte -en ese momento, moderno- y sus procedimientos, frente a quienes,
como Virilio ahora, pretendían retrotraerlo a zonas menos inquietantes. Para que no
quepan dudas, Virilio lo dice con todas las letras: volvamos al impresionismo, a la
buena forma, al arte sacro, y olvidemos las vanguardias, partidarias de la muerte y la
iconoclastia terrorista.
Hay otro aspecto que Virilio ataca con encono -y no equivoca el blanco, porque
atañe a uno del arte contemporáneo de los rasgos centrales y cuestionarlo es crucial para
la convocatoria al linchamiento. Se trata del persistente proceso de convergencia entre
géneros y disciplinas artísticas, del borramiento de las divisorias, de la aparición de lo
verbivocovisual (Joyce): eso que Adorno denominó "desflecamiento", y Dick Higgins,
intermedia. La pena es que una vez más la denuncia llega demasiado tarde. Dice Virilio:
"Mañana, está cantado, gracias a lo digital, la música electroacústica se convertirá en un
generador de nuevas formas de arte plástico". Ese "mañana" que él execra, sin embargo,
es el que ya detecte Adorno casi cuarenta años. La convergencia se produjeron cuando
la especialidad reemplazó a la temporalidad o empezó alternar con ella en la música
contemporánea, cuando Fluxus inició sus experimentos de Fluxus, cuando primero
Cage y más tarde Max Neuhaus reactualizaron la musique d'ameublement de Erik Satie.
Se produjo con la caída de límites entre la especificidades de lo sonoro y lo visual en las
obras site-specific, algo que en modo alguno significó un regreso de la
Gesamtkunstwerk wagneriana, porque en estas obras, lejos de pureza, hay pura
contaminación. Para Virilio, la contaminación mutual entre lo visual y lo sonoro se
despliega como una conspiración que él vincula con el silencio (de los "corderos", de
los "¡nocentes") de los campos de exterminio: lo que denomina, la "estética de
Aschkwitz ". Sin embargo, como demostró Susan Sontag en The Aesthetics of Silence,
el silencio, y sus múltiples significaciones, es una marca del arte contemporáneo -desde
el viaje de Rimbaud a África, hasta 4' 33" o el silencio de Duchamp- y calificarlo como
impotencia o resignación es demasiado primario,
Todo es añoranza de la inmanencia perdida. Virilio no que las nuevas admite
tecnologías o el cuerpo utilizarse de un modo puedan subversivo o crítico, y nos anuncia
el inminente advenimiento de "un arte oficialmente terrorista", sin imágenes, "pura
presencia". Premonitoriamente, en 1988 Guy Debord, a quien Virilio despreciar y que
ya había creado un arte -un cine- sin imágenes, advirtió sobre la extensión y el multiuso
ubico que el término "terrorista" tendría en los años por venir, los que estamos
atravesando: "Esta democracia tan perfecta fabrica ella misma su inconcebible enemigo,
el terrorismo. En efecto, prefiere que se la juzgue por sus enemigos más que por sus
resultados. La historia del terrorismo la escribe el Estado; por tanto, es educativa. Las
poblaciones espectadoras no pueden, por cierto, saberlo todo acerca del terrorismo, pero
siempre pueden saber lo bastante como para dejarse persuadir de que, en comparación
con ese terrorismo, todo lo demás les habrá de parecer más bien aceptable o, en todo
caso, más racional y más democrático".