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G RACIAS A MI DESCONOCIMIENTO del griego, la Odisea es para mí no tanto un libro como una entera biblioteca”, advertía Borges en su ensayo sobre las varias traducciones en que había leído, en inglés, del poema homérico. Hablaba de unas cuantas ver- siones de la Odisea, cuyo héroe evoca a menudo en sus poemas y que prefería, con mucho, a la sangrienta Ilíada. Como Borges, también para nosotros un texto clásico antiguo puede desdoblarse en va- riados libros, al ser trasladado por distin- tos intérpretes y en distintas épocas. No es trivial la tarea mediadora de los tra- ductores de los clásicos: prestan su voz y palabras de su lengua para que aquellos se hagan de verdad universales. A través de múltiples versiones —diversas y suce- sivas— a lenguas modernas perviven los mejores textos antiguos. Y la historia de esas versiones deja una impronta signifi- cativa y muy interesante (aunque a veces olvidada) en cualquier literatura. La primera traducción impresa de la Ilíada en castellano es de 1788 y fue la de Ignacio García Malo. La segunda, la del preceptista José Gómez Hermosilla, en 1831. Esas tardías fechas revelan un he- cho sorprendente: en España hasta en- tonces casi nadie —a excepción de unos pocos helenistas— había leído de verdad el poema homérico. A finales del siglo XVIII, la Europa culta se había agitado con la famosa Querelle de antiguos y mo- dernos, trifulca en la que Homero y sus traducciones tuvieron un papel esencial. España se ahorró las discusiones, por- que casi desconocía al viejo Homero. Constatemos que la Odisea tuvo me- jor suerte: la versión en verso del secreta- rio Gonzalo Pérez es de mediados del XVI; anterior incluso a la espléndida ver- sión inglesa de G. Chapman. Pero no tuvo larga difusión. A fines del XIX, don Juan Valera advertía asombro e increduli- dad en sus amigos madrileños cuando decía que él leía por gusto a Homero. (Y reconocía que resultaba algo aburrido en los endecasílabos de Hermosilla). Los tiempos han cambiado mucho. En los últimos veinte años del siglo XX se han editado en España no menos de seis traducciones distintas de la Ilíada, todas directas y de esmerado rigor filoló- gico, tan ajustadas como la excelente de Luis Segalá, de comienzos del siglo. La mayoría en ediciones de bolsillo. Como esta de Oscar Martínez (en Alianza), que es la primera del siglo XXI, y que, por su tersa y flexible prosa y su precisión, está a la altura de la mejor de sus precurso- ras. Así que el lector interesado podría hacerse una breve y curiosa biblioteca de versiones homéricas españolas, aña- diendo las recientes de la Odisea. Y el erudito completar así el meritorio estu- dio de J. Pallí: Homero en España, de 1953. La traducción de Óscar Martínez tiene además un documentado prólogo que menciona las otras y resume las perspectivas actuales acerca de la obra y figura de Homero. Es decir, el gran narra- dor de mitos y el primer gran poeta de Occidente, y no sólo por ser el más anti- guo, al alcance de todos. El legado de Homero de Alberto Man- guel viene muy amena y admirablemen- te a recordarnos cuántos encantos guar- dan sus resonantes poemas y cómo a lo largo de los siglos han dejado una estela sin igual, con incesantes ecos en nuestra tradición literaria. Los héroes y los dio- ses de Homero, tan lejanos en el tiempo, resultan asombrosamente familiares, y uno puede apasionarse con los viajes del taimado Ulises o emocionarse en el final de la Ilíada. Como antes lo hicieron tan- tos escritores evocados en estas páginas. Si bien no hubo en nuestra literatura ese infinito fervor homérico que se da en la inglesa (ver G. Steiner, Homer in En- glish), todas estas últimas y expertas tra- ducciones vienen a acreditar el interés actual, en el horizonte renovado por la arqueología de la histórica Troya. No voy a reseñar aquí el El legado de Homero, ya tratado en Babelia. Si Man- guel es un lector infatigable, es, además, un ágil y estupendo narrador que sabo- rea lo que cuenta y no es nunca pedan- te. Es fácil encontrar otros estudios re- cientes sobre los ecos actuales de Home- ro (por ejemplo, E. Hall, The Return of Ulysses, de 2008), pero es raro encontrar un estilo narrativo como el suyo. No son sólo los muchos y curiosos datos (como el que Pope se enriqueciera con su ver- sión de Homero) lo que hace su libro tan interesante y ameno, sino su ágil e irónico estilo. La excelente traducción del inglés aparece ahora cuando Home- ro, que quizá está más allá de las modas, recobra lectores en tantas claras traduc- ciones. Estamos de enhorabuena: dos asequibles y atractivas lecturas para el verano. Homero. Ilíada. Traducción de Óscar Martínez. Alianza Editorial, Madrid, 2010. Alberto Manguel. El legado de Homero. Traduc- ción de Carmen Criado. Debate. Madrid, 2010. Otra versión de la ‘Ilíada’ Un texto clásico puede desdoblarse en variados libros al ser trasladado por distintos traductores Por Javier Vallejo EL FULGOR DE STANISLAVSKI, magnificado por la influencia que su escuela ejerció en Estados Unidos, ha dejado en penumbra a otros renovadores principales de la escena contemporánea. Mientras el director del Teatro de Arte de Moscú se empeñaba en desentrañar la verdad psicológica del perso- naje y el conflicto de la obra, Vsévolod Emi- lievic Meyerhold, revolucionario conven- cido, decidió acudir a géneros populares como el teatro de barraca, el circo y el mu- sic-hall, es decir, a la forma pura, para crear, con la colaboración de artistas plásti- cos, un teatro de vanguardia atractivo para las masas. Su idea de que el director es el autor del espectáculo caló y aún perdura. Stanislavski le rebatía y lo admiraba. Lecciones de dirección escénica recoge 13 clases magistrales inéditas donde Meyer- hold resume su manera de entender la pues- ta en escena y el arte del actor, apoyándose en tradiciones seculares de Oriente y de Oc- cidente. Como no se conserva la transcrip- ción exacta de la mayoría de las clases, en su lugar se ofrecen las notas preparatorias de su autor, las taquigráficas tomadas por un alumno y el resumen que otro elaboró. Meyerhold decía que el actor es escultu- ra en movimiento y su actuación, ritmo. En escena quería atletas. Cuarenta años más joven, Tadeusz Kantor fue más allá y creó un teatro emancipado de la literatura en el que actores-personajes emergidos de la fo- sa séptica de la memoria actuaban entre maniquíes de cera. “El maniquí es un mo- delo para el actor. La vida se puede expre- sar en el arte únicamente a través de la muerte, la apariencia, el vacío y la ausencia de mensaje”, dice en Teatro de la muerte y otros ensayos, volumen donde se recogen los escritos más significativos de su trayec- toria. Subido al escenario como un intérpre- te más, Kantor parecía un alma en pena prematura pasando revista resignadamen- te a sus propios recuerdos durante sus re- presentaciones autobiográficas. “Ver mis espectáculos era para mí como ver mi fusi- lamiento”, explica. En otro volumen se re- cogen las partituras (así las llama él) de La clase muerta y Wielopole, Wielopole, don- de describe con aliento poético cuanto su- cedía en la que fuera quizá su puesta en escena más memorable y en su secuela in- mediata. Detrás de un gran director siempre hay un actor descomunal, menos célebre. Cuando Peter Brook lo encontró, Yoshi Oi- da, protagonista de muchos de sus espec- táculos, no hablaba ninguna lengua euro- pea, pero decidió darle el papel de Ariel en La tempestad: su formación en el teatro Noh había impreso en él algo aéreo y sobre- natural, idóneo para el papel. En El actor invisible, Oida habla con fluida precisión de su manera de entender el oficio y de abordar un papel, y de cómo la psicología nace de la acción adecuada. No es un ma- nual sino un ameno corolario filosófico de su experiencia de medio siglo, destilada a través de ejemplos elocuentes extraídos de montajes como el Mahabharata y El hom- bre que, intercalados con parábolas de sa- bor zen. En lugar de recetas sobre la actua- ción, Oida nos brinda observaciones agu- das, reflexiones pertinentes, ejercicios cu- riosos y un poso que se remonta al gran maestro Noh del quattrocento japonés Zea- mi Motoyiko. Zeami era actor, autor y director, como Lope de Rueda y Molière. Las cosas no han cambiado tanto desde entonces: la mayo- ría de los escritores que estrenan regular- mente en España dirigen sus propias obras: Sergi Belbel, Ernesto Caballero, An- gélica Liddell, Jesús Campos, Sanchis Sinis- terra, Rodrigo García, Paloma Pedrero, Alonso de Santos… Las de Jordi Galceran se han abierto un hueco merecido en el teatro comercial, mientras que Juan Mayor- ga se ha hecho el suyo confeccionando pie- zas a la carta para directores de prestigio. Pero son multitud quienes escriben para el cajón y viven de otra cosa. Fermín Cabal, autor él mismo, reúne en Dramaturgia es- pañola de hoy una veintena larga de entre- vistas a fondo hechas con empatía a compa- ñeros de tres generaciones. Además de los mencionados, Sastre, Buero Vallejo, Rodrí- guez Méndez, Boadella, Del Moral, Anto- nio Onetti, Benet i Jornet, Rodolf Sirera, Martín Bermúdez, Laila Ripoll y Antonio Álamo hablan del nacimiento de su voca- ción, de su poética y su manera de enten- der el oficio, y nos cuentan un sinfín de anécdotas significativas que acaban dibu- jando el mapa aproximado de por dónde se mueve el teatro de autor en España. Lecciones de dirección escénica. V. E. Meyerhold. Edición de Jorge Saura y Bibicharifa Khakimzia- nova. Asociación de Directores de Escena. Ma- drid, 2010. 448 páginas. 14,43 euros Teatro de la muerte y otros ensayos. Tadeusz Kan- tor. Traducción de Katarzyna Olszewska Sonnen- berg. Alba. Barcelona, 2010. 304 páginas. 22 euros. La clase muerta. Wielopole, Wielopole. Tadeusz Kantor. Traducción de Fernando Bravo García. Alba. Barcelona, 2010. 336 páginas. 22 euros El actor invisible. Yoshi Oida y Lorna Marshall. Traducción: Elena Vilallonga. Alba. Barcelona, 2010. 216 páginas. 18 euros. Dramaturgia española de hoy. Fermín Cabal. Edi- ciones Autor. Madrid, 2009. 496 páginas. 25 euros. Achilles Defeating Hector, de Rubens, datada en 1630. Los tres oficios de un arte Por Carlos García Gual En los últimos veinte años del siglo XX se han editado en España no menos de seis traducciones distintas de la ‘Ilíada’ PENSAMIENTO 14 EL PAÍS BABELIA 28.08.10

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GRACIAS A MI DESCONOCIMIENTO delgriego, la Odisea es para mí notanto un libro como una enterabiblioteca”, advertía Borges en

su ensayo sobre las varias traduccionesen que había leído, en inglés, del poemahomérico. Hablaba de unas cuantas ver-siones de la Odisea, cuyo héroe evoca amenudo en sus poemas y que prefería,con mucho, a la sangrienta Ilíada. ComoBorges, también para nosotros un textoclásico antiguo puede desdoblarse en va-riados libros, al ser trasladado por distin-tos intérpretes y en distintas épocas. Noes trivial la tarea mediadora de los tra-ductores de los clásicos: prestan su voz ypalabras de su lengua para que aquellosse hagan de verdad universales. A travésde múltiples versiones —diversas y suce-sivas— a lenguas modernas perviven losmejores textos antiguos. Y la historia deesas versiones deja una impronta signifi-cativa y muy interesante (aunque a vecesolvidada) en cualquier literatura.

La primera traducción impresa de laIlíada en castellano es de 1788 y fue la deIgnacio García Malo. La segunda, la delpreceptista José Gómez Hermosilla, en1831. Esas tardías fechas revelan un he-cho sorprendente: en España hasta en-tonces casi nadie —a excepción de unospocos helenistas— había leído de verdadel poema homérico. A finales del sigloXVIII, la Europa culta se había agitadocon la famosa Querelle de antiguos y mo-dernos, trifulca en la que Homero y sustraducciones tuvieron un papel esencial.España se ahorró las discusiones, por-que casi desconocía al viejo Homero.

Constatemos que la Odisea tuvo me-jor suerte: la versión en verso del secreta-

rio Gonzalo Pérez es de mediados delXVI; anterior incluso a la espléndida ver-sión inglesa de G. Chapman. Pero notuvo larga difusión. A fines del XIX, donJuan Valera advertía asombro e increduli-dad en sus amigos madrileños cuandodecía que él leía por gusto a Homero. (Yreconocía que resultaba algo aburridoen los endecasílabos de Hermosilla).

Los tiempos han cambiado mucho.En los últimos veinte años del siglo XXse han editado en España no menos deseis traducciones distintas de la Ilíada,todas directas y de esmerado rigor filoló-gico, tan ajustadas como la excelente deLuis Segalá, de comienzos del siglo. La

mayoría en ediciones de bolsillo. Comoesta de Oscar Martínez (en Alianza), quees la primera del siglo XXI, y que, por su

tersa y flexible prosa y su precisión, estáa la altura de la mejor de sus precurso-ras. Así que el lector interesado podríahacerse una breve y curiosa bibliotecade versiones homéricas españolas, aña-diendo las recientes de la Odisea. Y elerudito completar así el meritorio estu-dio de J. Pallí: Homero en España, de1953. La traducción de Óscar Martíneztiene además un documentado prólogoque menciona las otras y resume lasperspectivas actuales acerca de la obra yfigura de Homero. Es decir, el gran narra-dor de mitos y el primer gran poeta deOccidente, y no sólo por ser el más anti-guo, al alcance de todos.

El legado de Homero de Alberto Man-guel viene muy amena y admirablemen-te a recordarnos cuántos encantos guar-dan sus resonantes poemas y cómo a lolargo de los siglos han dejado una estelasin igual, con incesantes ecos en nuestratradición literaria. Los héroes y los dio-ses de Homero, tan lejanos en el tiempo,resultan asombrosamente familiares, yuno puede apasionarse con los viajes deltaimado Ulises o emocionarse en el finalde la Ilíada. Como antes lo hicieron tan-tos escritores evocados en estas páginas.Si bien no hubo en nuestra literatura eseinfinito fervor homérico que se da en lainglesa (ver G. Steiner, Homer in En-glish), todas estas últimas y expertas tra-ducciones vienen a acreditar el interésactual, en el horizonte renovado por laarqueología de la histórica Troya.

No voy a reseñar aquí el El legado deHomero, ya tratado en Babelia. Si Man-guel es un lector infatigable, es, además,un ágil y estupendo narrador que sabo-rea lo que cuenta y no es nunca pedan-te. Es fácil encontrar otros estudios re-cientes sobre los ecos actuales de Home-ro (por ejemplo, E. Hall, The Return ofUlysses, de 2008), pero es raro encontrarun estilo narrativo como el suyo. No sonsólo los muchos y curiosos datos (comoel que Pope se enriqueciera con su ver-sión de Homero) lo que hace su librotan interesante y ameno, sino su ágil eirónico estilo. La excelente traduccióndel inglés aparece ahora cuando Home-ro, que quizá está más allá de las modas,recobra lectores en tantas claras traduc-ciones. Estamos de enhorabuena: dosasequibles y atractivas lecturas para elverano. O

Homero. Ilíada. Traducción de Óscar Martínez.Alianza Editorial, Madrid, 2010.

Alberto Manguel. El legado de Homero. Traduc-ción de Carmen Criado. Debate. Madrid, 2010.

Otraversión dela ‘Ilíada’Un texto clásico puededesdoblarse en variadoslibros al ser trasladado pordistintos traductores

Por Javier Vallejo

EL FULGOR DE STANISLAVSKI, magnificadopor la influencia que su escuela ejerció enEstados Unidos, ha dejado en penumbra aotros renovadores principales de la escenacontemporánea. Mientras el director delTeatro de Arte de Moscú se empeñaba endesentrañar la verdad psicológica del perso-naje y el conflicto de la obra, Vsévolod Emi-lievic Meyerhold, revolucionario conven-cido, decidió acudir a géneros popularescomo el teatro de barraca, el circo y el mu-sic-hall, es decir, a la forma pura, paracrear, con la colaboración de artistas plásti-cos, un teatro de vanguardia atractivo paralas masas. Su idea de que el director es elautor del espectáculo caló y aún perdura.Stanislavski le rebatía y lo admiraba.

Lecciones de dirección escénica recoge13 clases magistrales inéditas donde Meyer-hold resume su manera de entender la pues-ta en escena y el arte del actor, apoyándoseen tradiciones seculares de Oriente y de Oc-cidente. Como no se conserva la transcrip-ción exacta de la mayoría de las clases, ensu lugar se ofrecen las notas preparatoriasde su autor, las taquigráficas tomadas porun alumno y el resumen que otro elaboró.

Meyerhold decía que el actor es escultu-ra en movimiento y su actuación, ritmo. Enescena quería atletas. Cuarenta años másjoven, Tadeusz Kantor fue más allá y creóun teatro emancipado de la literatura en elque actores-personajes emergidos de la fo-sa séptica de la memoria actuaban entremaniquíes de cera. “El maniquí es un mo-delo para el actor. La vida se puede expre-sar en el arte únicamente a través de lamuerte, la apariencia, el vacío y la ausenciade mensaje”, dice en Teatro de la muerte yotros ensayos, volumen donde se recogenlos escritos más significativos de su trayec-toria. Subido al escenario como un intérpre-te más, Kantor parecía un alma en penaprematura pasando revista resignadamen-te a sus propios recuerdos durante sus re-presentaciones autobiográficas. “Ver misespectáculos era para mí como ver mi fusi-lamiento”, explica. En otro volumen se re-cogen las partituras (así las llama él) de Laclase muerta y Wielopole, Wielopole, don-de describe con aliento poético cuanto su-cedía en la que fuera quizá su puesta enescena más memorable y en su secuela in-mediata.

Detrás de un gran director siempre hayun actor descomunal, menos célebre.Cuando Peter Brook lo encontró, Yoshi Oi-

da, protagonista de muchos de sus espec-táculos, no hablaba ninguna lengua euro-pea, pero decidió darle el papel de Ariel enLa tempestad: su formación en el teatroNoh había impreso en él algo aéreo y sobre-natural, idóneo para el papel. En El actorinvisible, Oida habla con fluida precisiónde su manera de entender el oficio y deabordar un papel, y de cómo la psicologíanace de la acción adecuada. No es un ma-nual sino un ameno corolario filosófico desu experiencia de medio siglo, destilada através de ejemplos elocuentes extraídos demontajes como el Mahabharata y El hom-bre que, intercalados con parábolas de sa-bor zen. En lugar de recetas sobre la actua-ción, Oida nos brinda observaciones agu-das, reflexiones pertinentes, ejercicios cu-riosos y un poso que se remonta al granmaestro Noh del quattrocento japonés Zea-mi Motoyiko.

Zeami era actor, autor y director, comoLope de Rueda y Molière. Las cosas no hancambiado tanto desde entonces: la mayo-ría de los escritores que estrenan regular-mente en España dirigen sus propiasobras: Sergi Belbel, Ernesto Caballero, An-gélica Liddell, Jesús Campos, Sanchis Sinis-terra, Rodrigo García, Paloma Pedrero,Alonso de Santos… Las de Jordi Galceranse han abierto un hueco merecido en elteatro comercial, mientras que Juan Mayor-ga se ha hecho el suyo confeccionando pie-zas a la carta para directores de prestigio.Pero son multitud quienes escriben para el

cajón y viven de otra cosa. Fermín Cabal,autor él mismo, reúne en Dramaturgia es-pañola de hoy una veintena larga de entre-vistas a fondo hechas con empatía a compa-ñeros de tres generaciones. Además de losmencionados, Sastre, Buero Vallejo, Rodrí-guez Méndez, Boadella, Del Moral, Anto-nio Onetti, Benet i Jornet, Rodolf Sirera,Martín Bermúdez, Laila Ripoll y AntonioÁlamo hablan del nacimiento de su voca-ción, de su poética y su manera de enten-der el oficio, y nos cuentan un sinfín deanécdotas significativas que acaban dibu-jando el mapa aproximado de por dónde semueve el teatro de autor en España. O

Lecciones de dirección escénica. V. E. Meyerhold.Edición de Jorge Saura y Bibicharifa Khakimzia-nova. Asociación de Directores de Escena. Ma-drid, 2010. 448 páginas. 14,43 euros

Teatro de la muerte y otros ensayos. Tadeusz Kan-tor. Traducción de Katarzyna Olszewska Sonnen-berg. Alba. Barcelona, 2010. 304 páginas. 22 euros.

La clase muerta. Wielopole, Wielopole. TadeuszKantor. Traducción de Fernando Bravo García.Alba. Barcelona, 2010. 336 páginas. 22 euros

El actor invisible. Yoshi Oida y Lorna Marshall.Traducción: Elena Vilallonga. Alba. Barcelona,2010. 216 páginas. 18 euros.

Dramaturgia española de hoy. Fermín Cabal. Edi-ciones Autor. Madrid, 2009. 496 páginas. 25 euros.

Achilles Defeating Hector, de Rubens, datada en 1630.

Los tres oficios de un arte

Por Carlos García Gual

En los últimos veinte añosdel siglo XX se haneditado en España nomenos de seis traduccionesdistintas de la ‘Ilíada’

PENSAMIENTO

14 EL PAÍS BABELIA 28.08.10