Artículo Rauch Vrs. Rosas Ignacio Zubizarreta(1)
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IGNACIO ZUBIZARRETA
RAUCH VERSUS ROSAS: EXISTIERON DOS
MODALIDADES DE ENTENDER Y EXTENDER- LA FRONTERA ENTRE UNITARIOS Y FEDERALES EN
ARGENTINA? (1820-1830)
Introduccin
En 1876 faltaba muy poco para que las fuerzas de Julio Argentino Roca
finalizaran con las ltimas resistencias aborgenes. Era un hecho, la frontera
pasara a conformar parte de la historia. Pero, todava hasta el momento recin
sealado, eran los nativos amos y seores de la tierra, y Francisco P. Moreno,
un joven aventurero que viajaba conocindola. En una de sus excursiones, se
top con el cacique chileno Chacayal, quien le asegur que los cristianos []
en vez de pedirnos permiso para vivir en los campos nos echan y nos
defendemos. Si es cierto que nos dan raciones, stas slo son en pago muy
reducido de lo mucho que nos van quitando, ahora ni eso quieren darnos y
como se concluyen los animales silvestres, esperan que perezcamos de hambre
[]1 Tal vez, Chacayal recordaba pocas mejores. Se daba cuenta que los
vientos haban cambiado, como tambin lo haba hecho su vestimenta frente a
Moreno, pues a pesar de la borrachera, se haba engalanado para recibirlo:
con su chaleco rojo, un pequeo chiripa y una bata verde de mujer, resto de un saqueo en Chile. Cubra su cabeza un sombrero de paja chileno que llevaba de cinta la divisa con el
letrero Viva la Confederacin Argentina, mueran los salvajes unitarios prenda que en sus mocedades trajera de Ro Colorado, y conservaba como recuerdo de Rosas, de quien
esperaba que yo fuese amigo.2
Cmo poda ser que, 24 aos despus de la cada del caudillo porteo
Juan Manuel de Rosas (en Caseros, 1852), Chacayal an segua
1 Francisco P. Moreno: Reminiscencias. Buenos Aires 1997, p. 49.
2 Ibdem, pp. 55-56.
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rememorndolo portando, en su vestimenta de gala, la divisa federal que daba
preferencia a ese partido por sobre su sempiterno antagonista? Por qu,
quejoso, recordaba tiempos mejores en que, a pesar de la prdida de territorio,
reconoca que se sobreviva gracias a las ddivas de un estado con el que se
deba, para mal o para bien, convivir?
Este trabajo intenta responder, a su modo, estas consignas. En la dcada de
1820, existieron en Argentina dos proyectos de pas que, enfrentados, llevaron
a una cruenta guerra civil perdurando la misma hasta mediados del siglo XIX.
Esos dos proyectos fueron defendidos por las dos principales facciones de ese
tiempo: unitarios centralistas-, y federales. En la dcada aludida, y en la que
centraremos el inters de la presente investigacin, se dieron sucesivamente el
predominio de los primeros bajo la gobernacin de Buenos Aires de Martn
Rodrguez, (1820-24), la presidencia de Bernardino Rivadavia (1826-27) y la
gobernacin bonaerense de Juan Lavalle (1828-29)-, para dar lugar al de los
segundos, hacia el crepsculo de ese mismo decenio gestiones, otra vez en
Buenos Aires, de Manuel Dorrego (1827-28) y Juan Manuel de Rosas (a partir
de 1829).3 Entre tantas divergencias que existieron en el seno de ambas
facciones, tambin podemos incluir su visin respecto al quehacer de la
frontera. La idea del presente trabajo consiste en argumentar que las distintas
posturas que se ensayaron con relacin a los aborgenes en el mbito de la
provincia de Buenos Aires, tuvieron lgicas de faccin.4 Eso no significa la
simple y llana posibilidad de que, al haber existido dos facciones de lo que
3 Sobre una mirada general de esta compleja dcada, ver: Tulio Halpern Donghi: De la
revolucin de independencia a la confederacin rosista, Tomo 3, Coleccin de Historia
Argentina. Buenos Aires 1998. 4 Sobre el concepto de faccin, faccionalismo, y las lgicas de una faccin que hemos
utilizado para el presente trabajo, ver: Schmidt, Steffan; Laura Guasti; Carl H. Lande y
James C. Scott (eds.): Friends, Followers, and Factions. Berkeley 1977, tambin: Jeremy
Boissevain: Friends of friends: networks, manipulators and coalitions. Oxford 1974.
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nadie duda-, hayan tambin existido dos posicionamientos claros, coherentes y
delimitados en relacin a la problemtica que nos convoca. Bien por el
contrario, as como el nacimiento de las facciones fue, hasta cierto punto,
difuso, as las distintas posturas frente a la frontera y el indgena la una
unitaria, la otra federal- se fueron gestando muy gradualmente, en
estrecha relacin tanto con los principales referentes de frontera, como en
concomitancia con sistemas de pensamiento que seguan las lgicas de una y
otra configuracin facciosa. Ciertos estudios, algunos recientes5, argumentan
que las diferentes tendencias en las polticas de frontera se relacionan, por
sobre todo, con la ubicacin espacial de los que las modelaban y ejecutaban.
Aquellos que mejor conocan ese topos, seran los que disearan las polticas
ms eficaces al respecto. Aquellos que desde sus alejados y urbanos gabinetes
ministeriales, o que, por medio de compases, clarinetes y charreteras,
intentaban, ora regular la vida fronteriza, ora ocuparla y tratar de negociar con
los nativos, fueron los que, a la postre, no hallaron con la frmula. Si con los
primeros es ms sencillo identificar a los federales, y con los segundos, los
unitarios, es fcil demostrar que un posicionamiento historiogrfico del estilo
pecara de reduccionista. Por ese motivo, en nuestra propuesta, intentaremos
responder lo siguiente: Existieron polticas de fronteras diferenciadas entre
unitarios y federales? Compartieron estrategias de incipiente- estado, o ms
bien se trat de decisiones personalistas, forjadas en el temperamento de cada
uno de los diferentes lderes de frontera? Para responder estos interrogantes,
intentaremos incorporar al anlisis las distintas formas de entender la frontera
segn la faccin en cuestin, es decir, sus posturas frente al rol de los
5 Villar, Daniel; Juan Francisco Jimnez y Silvia Ratto: Conflictos, poder y justicia en la
frontera bonaerense, 1818-1832. Universidad Nacional del Sur-Universidad Nacional de la
Pampa, p. 42.
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indgenas en la sociedad fronteriza, como fuerzas aliadas, o incluso, al servicio
de intereses facciosos. Si las principales personalidades esculpieron las
diferentes polticas de fronteras, luego, por su cada vez ms influyente rol
dentro de una determinada configuracin facciosa y de una estructura de
poder- las iran imponiendo, y hacindo, de dichas polticas, las que
resultaran oficiales cuando a la faccin a la que pertenecan le tocaba en
suerte ocupar el mando. Si Rosas fue la principal figura del federalismo, nos
hemos servido del ejemplo de Rauch unitario- para contraponerlo con su
exponente ms discordante. Sin embargo, este ltimo, no goz de la influencia
poltica del anterior, como s lo hicieron otras personalidades de su misma
faccin. A pesar de ello, hemos optado por incluirlo al anlisis por su perfil
tan antagnico con el del mismo Rosas.
a. Dos mundos que comparten un espacio: los indgenas y los estancieros
La ms reciente historiografa argentina sobre la frontera ha buscado
insuflarles un rol protagnico a los aborgenes, el que le haba sido vedado por
las corrientes de investigacin precedentes. Dentro de la ms reciente
tendencia, se remarca la independencia de los nativos para negociar con los
wingkas -o blancos-, y se advierte que no deben ser vistos como meros
satlites en ese complejo entramado histrico en el cual participaron tan
activamente. Esta interpretacin, que fue abordada por la mayora de los
historiadores en los que apoyaremos nuestro presente trabajo, refleja un viraje
postulando la instauracin de una nueva concepcin de la frontera como
centro de abordaje analtico. De este modo, sta no constituye ms una lnea
que divide infranqueables mundos, culturas, cosmovisiones; todo lo contrario,
nos remite a un espacio abierto y dinmico, rico en encuentros como en
desavenencias, pero nutrido de todo tipo de relaciones e interacciones. La
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guerra y el enfrentamiento existieron, y fueron una constante, pero tambin el
comercio, la voluntad de dilogo, de cooperacin, all estuvieron siempre
presentes.6 Ni las tribus boroganas y ranqueles se encontraron exentas de
aindiados7, ni las producciones pecuarias de los estancieros criollos se
permitieron el lujo de prescindir de la colaboracin y muchas veces
proteccin- aportada por manos nativas.
Ahora bien, detengmonos por un momento en estas ltimas. Pensemos en
la complejidad de un panorama tnico y geogrfico que revisti tanta amplitud
como, en muchos casos, la carencia de informacin que tenemos respecto a l.
La frontera una dos culturas, es cierto, pero tambin dos modos
organizacionales, que desde la estructura social hasta la institucional, diferan
en grado sumo. Por un lado, las nacientes repblicas, que se debatan an entre
monarquistas o republicanas, entre centralistas o federalistas. En la regin del
Ro de la Plata, a partir de 1820, cada provincia tena un gobierno autnomo.
Cada una de ellas, un tipo de poltica independiente en relacin a la
problemtica fronteriza. En el caso de la de Buenos Aires a la que le
dedicaremos este trabajo-, por ese entonces, la cada del rgimen directorial
de tintes nacionales- le trajo aparejado un mayor inters por la frontera. Desde
ese momento, []se perciben las tentativas del gobierno por sustraer de
manos de los particulares la negociacin con los indgenas y concentrarlas en
el gobierno de la provincia[]8
6 Silvia Ratto: El debate sobre la frontera a partir de Turner. La new western history, los
bordelrlands y el estudio de las fronteras en Latoniamrica. En: Boletn del Instituto de
Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani. Tercera serie, n. 24, 2 semestre de 2001, p. 124. 7 Aindiados: componente no exclusivamente aborigen que form parte de las distintas
comunidades nativas. 8 Villar, Daniel; Juan Francisco Jimnez y Silvia Ratto: Relaciones intertnicas en el sur
bonaerense 1810-1830. Baha Blanca 1998, p. 28.
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Del otro lado de la frontera, exista un vasto universo de etnias, que se
desplegaban en continuidad desde el ocano Atlntico al Pacfico, ocupando la
Patagonia, y utilizando los Andes como corredor predilecto de sus
intercambios comerciales. Las dos principales de entre ellas que familiarizaron
la limes bonaerense fueron las de los pampas y los araucanos. Los primeros
constituyeron la rama ms septentrional de la gran familia tehuelche; los
segundos, originarios de Chile, cruzaron gradualmente el cordn andino e
influyeron tanto por persuasin como por coaccin- a los primeros en un
proceso harto estudiado tildado de araucanizacin.9 Se establecieron
grandes alianzas entre ellos tejiendo redes de parentesco intertnicos, proceso
que torn para los investigadores, hasta cierto punto, ardua la tarea de trazar
analticamente lneas divisorias entre los distintos pueblos. Adems, segn las
tribus, y segn su distribucin espacial, tomaban diferentes nombres para
identificarse, logrando crear bastante confusin a los que a posteriori
quisieron comprender las lgicas de origen y pertenencia de las distintas tribus
y etnias. Para el gran conocedor de esos pueblos que fue Francisco Pascasio
Moreno:
Se ha hecho siempre confusin con las diferentes denominaciones de las tribus de raza araucana, y hasta se ha deducido mal el significado de algunas. Se habla de puelches,
mamulches, de ranqueles o ranquelches, de mapuches, de pehuenches, de moluches, de
aucaches, de huiliches, etc., y a veces se han hecho variedades, cuando todas pertenecen a
la misma raza, siendo aquellos, nombres tomados del paraje en que viven, y es as que un
puelche, que llegue del Este puede ser huiliche alejndose al Sud (gente del Sud). Los
mamulches (gente de los bosques), los ranqueles (gente de carriales) toman sus nombres del
paraje en que viven, pero son puelches para los que habitan ms al Oeste. Para los puelches,
los moluches son los que ocupan las faldas andinas indistintamente, mientras que stos
habitan el lado chileno, los del argentino son puelches. Para los que viven en las
inmediaciones de Nahuel Haupi, son picunches (gente del Norte) los que acampaban antes
en el Neuqun, etc.10
9 Sara Ortelli: La "araucanizacin" de las pampas: realidad histrica o construccin de los
etnlogos? En: Anuario IEHS, n11, 1996, pp.203-219. 10
Francisco P. Moreno: Reminiscencias, pp. 148-149.
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Este panorama explica la diversidad y dificultad que exista para poder
reconocer las distintas tribus. Algo es claro, incluso por el origen de las
denominaciones que utilizaban: la araucanizacin parece haber sido un
hecho incuestionable. Las caractersticas generales de las tribus se repiten.
Estructura de poder confusa, en manos de un cacique o ulmen- que goza de
relativa autoridad sobre un grupo de soldados-capitanejos con cierto grado de
autonoma. Adems de l, dos figuras claves disputaban por el influjo en el
seno de la tribu: un consejo de ancianos, y los machis curanderos y adivinos-.
En concordancia con un pueblo tpicamente guerrero, la distribucin del botn
y un generoso botn sola recaer en poder de un buen lder militar, con la
capacidad para dirigir exitosamente una empresa- era la pieza vital de la
estructura de lealtades que se montaba por medio de un acto de entrega que
tena tanto de simblico, como de poltico y econmico. Tejidos, ponchos,
metales, aguardientes, vicios, eran reasignados entre los ms bravos
guerreros como forma de financiar sus servicios. Pero, a medida que la
actividad ganadera fue tornndose cada vez ms importante en la regin
litoral, los aborgenes se enriquecieron principalmente a travs de los malones
y el robo de cabezas, que en cantidades siderales, transportaban y vendan
muchas veces del lado chileno de la cordillera.
Si con los araucanos boroganos y ranqueles-, asentados generalmente al
nor-oeste de la provincia de Buenos Aires, y al sur de la de Crdoba11
, las
relaciones con el estado bonaerense fueron casi siempre conflictivas, con los
pampas llamados tambin serranos-, ubicados al sur y al sur-oeste de la
provincia con base en la regin de las serranas: sistema de Ventania y de
11
Villar, Daniel y Juan Francisco Villar: Un Argel disimulado. Aucan y poder entre los
corsarios de Mamil Mapu (segunda mitad del siglo XVIII). En: Nuevo Mundo Mundos
Nuevos [En lnea], Debates, 2003, Puesto en lnea el 09 fvrier 2005. URL :
http://nuevomundo.revues.org/index656.html.
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Tandilia-, en cambio, se practicaba un regular comercio con mercantes
criollos, intercambiando los nativos, ponchos, botas de potro, pieles de
animales, y recibiendo aguardiente, mate, azcar, higos, uvas, tabaco, navajas,
confituras, etc.12
Del otro lado de la frontera se hallaban las estancias. Aunque inmerso en
un proceso de origen previo, dicho periodo nos remite al auge de los
hacendados, es decir, grandes propietarios de la tierra, la que usufructuaban de
forma extensiva en la faena de ganado bovino. Este ltimo, mejorado
progresivamente en trminos de raza, serva con distintos propsitos, a travs
de l se suministraba de carne a la ciudad, pero tambin el aprovechamiento
de las distintas partes de su organismo colabor en la exportacin de cueros,
cebo y carne salada o tasajo procesada en los clebres saladeros y vendida
principalmente a los pases esclavistas como Cuba o Brasil-. Las estancias
administradas por sus propietarios los hacendados- eran por lo general
establecimientos agropecuarios de enormes extensiones, de lmites a veces
inciertos, y que concentraban la mayor parte de su riqueza ganadera en las
zonas de aguadas y ros. Las pasturas eran naturales pues el cultivo de forrajes
no se encontraba difundido an. Sin dudas, el xito del sistema ganadero fue
facilitado por haberse podido adaptar mejor al mal maysculo que aquejaba el
pas, la falta de mano de obra. Si adems, sumamos otros problemas, como la
gran sequa que perjudic la provincia durante varios aos de dicha dcada,
los constantes conflictos blicos que siempre se llevaban manos tan tiles al
progreso agrario-, la inflacin, la inexistencia de cercamientos, y dificultades
en el transporte, de ese modo, tanto ms fcil ser comprender el xito de la
12
Alcide D`Orbigny: Viaje pintoresco a las dos Amricas, Asia y frica. Barcelona 1842,
p. 268.
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ganadera por sobre la agricultura. An as, las estancias pecuarias necesitaban
de un mnimo de asalariados.13
Si Juan Manuel de Rosas crea ms adecuado
extraerlos entre los rudos gauchos y los indios fronterizos, aunque tamizados
por un sistema exhaustivo de disciplinamiento previo14
, los unitarios, en
cambio, como se ver, adems preferan apostar por promocionar la
agricultura y el establecimiento de colonos procedentes de Europa.
Sin embargo, la campaa bonaerense no fue uniforme. La visin de la
vastedad, de la soledad, de la gran regularidad y monotona del paisaje,
poblado nicamente por el impasible bos taurus, el que slo se movilizaba lo
estrictamente necesario como para alimentarse, es slo la pintura esttica de
una realidad, mas no de la nica. Alrededor de Buenos Aires existieron
distintos polos de produccin que se caracterizaron por ser ms intensivos
mientras ms cerca de la ciudad se encontraban, y ms extensivos a medida
que se alejaban de ella.15
En las zonas aledaas a la capital, se cultivaban las
verduras y los frutos que servan para abastecer los mercados en las
denominadas chacras o quintas. Algo ms lejos, y sobre todo en el norte de la
provincia, y en propiedades algo ms extensas, se practicaba una mixtura entre
agricultura (principalmente trigo, pero tambin, otros granos) con ganadera
(mular, ovina y bovina con el doble propsito de producir leche y carne-).
Recin en el sur, en las regiones de lozana conquista, debajo del ro Salado, se
encontraban las estancias ms grandes y de exclusiva actividad pecuaria-,
que hacia el final del periodo que pretendemos retratar se iran extendiendo
13
Julio Djenderedjian: La agricultura pampeana en la primera mitad del siglo XIX. Historia
del Capitalismo Agrario Pampeano (Osvaldo Barsky dir.), tomo 4. Buenos Aires 2008, pp.
149-171. 14
Ricardo D. Salvatore: Wandering Paysanos, state order and subaltern experience in
Buenos Aires during the Rosas era. Londres 2003. 15
Juan Carlos Garavaglia: Un siglo de estancias en la campaa de Buenos Aires: 1751 a
1853. En: HAHR, vol. 79, N 4 (nov., 1999), pp. 703-734.
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hasta las regiones de Vulcn (sur-este de la provincia), Tandil, y, trazando una
lnea al oeste, hasta Sierra de la Ventana, con una avanzada ms austral en
Baha Blanca. A partir de 1830, se daran un conjunto de hechos que
configuran una verdadera revolucin en la economa pecuaria. Ellos son el
cercamiento de los campos, los intentos de refinar el ganado, y la difusin de
las aguadas artificiales.16 Estos adelantos marcaran el periodo de produccin
ganadera promovida por el rosismo, el que ser temporalmente tan extenso
que envolver el gradual eclipse del ganado bovino y el auge del ovino
proceso de merinizacin- debido a los altos precios internacionales de la lana.
b. La visin unitaria de la frontera: opuesta a la de Rosas?
Para Martha Bechis, los caudillos federales, tal vez ms experimentados
que los unitarios en tratar con tropas irregulares o no veteranas, y por su
acceso social a la gente comn, se acercaban al indio a pedir su intervencin
con poca cuenta sobre el desprestigio social en que incurra17 Se podran
citar numerosos ejemplos en este sentido: Facundo Quiroga, Juan Bautista
Bustos, Estanislao Lpez, Juan Manuel de Rosas, etc. Para Tulio Hapern
Donghi, los nuevos agentes del poder, en otras palabras, los caudillos que se
alzaron con el mando, pudieron lograrlo al cristalizar un proceso de
militarizacin que naci en la ciudad pero que, paulatinamente, tom an
mayor gravitacin en la campaa.18
Paralelamente, Bechis sostiene que entre
los unitarios, existi una cierta resistencia moral en aceptar una posible
colaboracin de los indgenas. Las excepciones -como el caso de Manuel
16
Ricardo M. Ortiz: Historia Econmica de la Argentina. Buenos Aires 1987, p. 55. 17
Martha Bechis: Fuerzas indgenas en la poltica criolla del siglo XIX. En: Goldman,
Noem y Ricardo Salvatore (comps.): Caudillos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo
problema. Buenos Aires 1998, pp 293-317. 18
Tulio Halpern Donghi: Revolucin y guerra. Formacin de una elite dirigente en la
Argentina criolla. Buenos Aires 1972.
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Baigorria19
- no seran otra cosa que la confirmacin a la regla. De hecho, los
unitarios solan, en tiempos de guerra civil con los federales, asociar al
menos en un plano discursivo- a estos ltimos con los indios que les sirvieron
de aliados. Por citar un ejemplo, el peridico unitario El Pampero, deca al
respecto lo siguiente: []!!!Compatriotas!!! La pelea ya no es entre federales
y unitarios: mentira: no hay tal federacin ni unidad: el combate es entre los
indios y los asesinos con los ciudadanos civilizados y pacficos[] 20 En
ltima instancia, ese desesperado grito unitario por desfaccionalizar la
contienda, no dio los resultados esperados, pero sin embargo, logra
traslucirnos la esfera de pertenencia a la que pretendan adscribirse, la de los
ciudadanos civilizados y pacficos.
Para Domingo F. Sarmiento, los centralistas del Plata encarnaron, dentro
de su dicotmica visin de la realidad argentina, los valores de urbanismo y
civilizacin; los que se contraponan, por lgica, con los que representaba la
barbarie agreste del federalismo. Rivadavia, quien personificaba la
civilizacin europea en sus ms nobles inspiraciones, era la anttesis de
Rosas, el que reflejaba la barbarie americana en sus formas ms odiosas y
repugnantes.21 Esta tajante diferencia con los unitarios urbanos y
civilizados tena vieja raigambre entre las lites de las ciudades en calidad
de vecinos- que vean con desconfianza todo aquel que provena desde fuera
de su estricto permetro de pertenencia.22
Para Vicente Fidel Lpez un
historiador que vivi las escenas que nos narra-, explicando la distribucin
urbana legada de la poca colonial, advierte que: [] Consecuente cada una
19
Manuel Baigorria: Memorias. Buenos Aires 1975. 20
El Pampero, 3 de abril de 1829, Museo Mitre, ubicacin 21.6.4. 21
Domingo F. Sarmiento: Facundo. Buenos Aires 2001, pp. 100-108. 22
Tamar Herzog: La vecindad: entre condicin formal y negociacin continua. Reflexiones
en torno de las categoras sociales y personales. En: Anuario del IEHS. Tandil, ao 2000,
nmero 15. p. 123-131.
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de estas dos clases con su ndole peculiar, las orillas, o las gentes situadas en
el ejido, constituyeron una masa federal; a la vez que por antagonismo de
condiciones, las clases ubicadas en el centro constituyeron una masa unitaria
[]23 En el centro de esa ciudad, no slo se encontraba ese nutrido reducto
de unitarios, sino tambin, las bibliotecas, la universidad por ellos creada-,
los cafs, los salones literarios, tertulias y centros de sociabilidad principales.24
En las provincias suceda otro tanto, cuando el general unitario Jos Mara Paz
derrot a Juan Bautista Bustos (1829) y ocup la ciudad de Crdoba, se
percataba que: A primera vista resalta el contraste que hacan las festivas
aclamaciones del pueblo de Crdoba con la mala voluntad de la campaa;
todo se explica con decir que la parte pensadora, ilustrada y sensata, era afecta
a mi administracin, mientras la ignorante multitud era todo lo contrario.25
Durante los acalorados debates protagonizados en las Asambleas
Constituyentes desarrolladas en Buenos Aires (1824-27), los representantes
provincianos que apoyaban la propuesta centralista repetan, como Jos
Eugenio del Portillo por Crdoba, que los pueblos en su interior y en la
parte ms sana y juiciosa desean el sistema de unidad.26
Desde ese pequeo mundo urbano de credos liberales y cosmopolitas, se
ideaba un proyecto de pas moderno. En l, Rivadavia haba actuado de
paradigmtico portavoz, y en despectivas palabras se lo sola tildar de
idelogo, en otras palabras, era visto como una persona que imaginaba
materializar un boceto de pas demasiado adelantado para la concreta realidad
23
Vicente Fidel Lpez: Historia de la Repblica Argentina: su origen, su revolucin y su
desarrollo poltico hasta 1852. Tomo V. Buenos Aires 1883, p. 537. 24
Pilar Gonzlez Bernaldo: Civilidad y poltica. En los orgenes de la Nacin Argentina.
Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862. Buenos Aires 2001. 25
Jos Mara Paz: Memorias. Guerras civiles, tomo II. Buenos Aires s/f, p. 87. 26
Emilio Ravignagni (dir.): Asambleas Constituyentes Argentinas. Buenos Aires 1937,
periodo 1824-1827, tomo III, p. 239.
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que le circundaba. Algo guardaban de fisicratas sus ideas de colonizacin de
la campaa. Tena por objeto alentar la agricultura y suplir la escasez de mano
de obra con la introduccin de colonos extranjeros. Segn la Comisin de
inmigracin, en 1825 haban arribado a Buenos Aires 1317 colonos, sin
embargo, eran muchos ms los que esperaban an recibir. Reconocan que los
conflictos con el Imperio del Brasil y su consecuente bloqueo del puerto-
dificultaba un tanto las cosas. No desesperaban, saban que, tarde o temprano,
llegaran los brazos tiles que tanto carecemos pues se ilusionaban con que
los extranjeros, obligados por la necesidad al cultivo de sus tierras,
cambiaran en pocos aos un desierto en una posesin de valor perteneciente
al estado.27 Ya en 1823 encontramos una acerba crtica a la modalidad del
estanciero de extender sus propiedades en perjuicio de la agricultura, as se
vislumbra en el peridico la Abeja Argentina pues,
"...por su propia utilidad se arroja al otro lado de las fronteras para asegurar una fortuna
rpida, hacindose dueo de una considerable extensin de tierras, mayor que la que
requiere su necesidad, y que no ha tenido otros limites que los que han dictado su codicia
[...] no es menos cierto que esta clase de individuos por ms que profieren las voces de
agricultura e industria rural, en nada piensan menos que en cultivar los campos y vivir en
medio de ellos con decencia y frugalidad. El lujo y la ambicin es el objeto de sus desvelos.
Grandes edificios en la ciudad, ricos muebles; y con estas comodidades, en los campos que
los han enriquecido no conservan algunos ni aun cama en que dormir."28
Esta mordaz censura al sistema de vida y a la forma de asegurarse la
misma- de los hacendados no fue exclusiva de la esfera intelectual unitaria.
Sin ir ms lejos, la Abeja Argentina fue redactada por los miembros de la
Sociedad Literaria, en la que alternaron tanto unitarios siendo, en rigor,
mayora- como federales. Esta ltima tendencia poltica practic una prdica
que comulg con las ideas agraristas de un republicanismo clsico, y que
27
Comisin de Inmigracin, 1825, en: Archivo General de la Nacin (AGN)
Correspondencia Diplomtica de Manuel Garca, Sala VII, leg. 1.6.5., fojas 431-432. 28
La Abeja argentina, 15 de enero de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Coleccin de obras y
documentos para la Historia Argentina, Senado de la Nacin, (tomos I-III), Buenos Aires,
1960.
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servira luego de basamento al futuro discurso rosista.29
Pero tambin, es justo
advertir, como lo hiciera Juan Carlos Garavaglia en un sugerente aunque
sinttico artculo, que estas ideas republicanistas clsicas se amalgamaron con
una serie de problemticas ms reales y concretas de la propia campaa
bonaerense dndole su significacin.30
A pesar de ello, por la razn que fuere,
los unitarios priorizaron por sobre sus antagonistas polticos prcticas para
colonizar la campaa y promover el desarrollo de la agricultura, e incluso de
la lechera, a travs de la inmigracin europea. Un ejemplo cabal del intento
de ocupar el espacio de esta forma lo demuestra la creacin de la colonia de
Santa Catalina, impulsada por los hermanos Robertson en la zona de Monte
Grande.31
Para Domingo F. Sarmiento, los efectos benficos de la
colonizacin subsistieron hasta mucho despus de la pronta disolucin de
Santa Catalina, pues asegura que:
Da compasin y vergenza en la Repblica Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires, y la villa que se forma en el interior; en la primera las
casitas son pintadas, el frente de la casa siempre aseado, adornado de flores y arbustillos
graciosos; el amueblado sencillo pero completo [] ordeando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas [] La villa nacional es el reverso indigno de esta mella; nios sucios y cubiertos de harapos viven con una jaura
de perros; hombres tendidos por el suelo en la ms completa inaccin, el desaseo y la
pobreza por todas partes [y en este sentido, mucho parece] haber contribuido a producir este resultado desgraciado, la incorporacin de indgenas que hizo la colonizacin. Las
razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces, aun por medio de la
compulsin, para dedicarse a un trabajo duro y seguido.32
29
Jorge Myers: Orden y Virtud, el Discurso Republicano en el Rgimen Rosista. Buenos
Aires 1995. 30
Juan Carlos Garavaglia: Discurso, textos y contexto. Breves reflexiones acerca de un
libro reciente. En: Estudios Sociales, Revista Universitaria Semestral. Ao VI, n. 10, Santa
Fe, Argentina, primer semestre de 1996, pgs. 221-227. 31
Sobre la colonia de Santa Catalina, ver: Julio Djenderedjian: La agricultura pampeana en
la primera mitad del siglo XIX, pp. 183-245. 32
Domingo F. Sarmiento: Facundo, pp. 25-26.
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Dicho pensamiento, que en este caso es pura responsabilidad del genio
sarmientino, no distaba en mucho de lo que podan haber pensado los unitarios
y tambin, vale confesarlo, algunos federales-.
Si recin se dijo que los unitarios fomentaron la inmigracin europea en
aras del progreso agrcola, tambin es cierto que no por ello dejaron de
promover la expansin territorial de la provincia para beneficio de los
terratenientes, como lo demuestran las campaas para avanzar la frontera
contra los nativos comandadas por el general Rodrguez (1821-24) y el
coronel Rauch (1826-30), y las facilidades para adquirir legalmente sus frutos
de modo temporal a travs del sistema de enfiteusis.33
A su vez, si los
unitarios no fueron los precursores en la materia, s profundizaron, por medio
de reglamentaciones y leyes, el sistema de la papeleta de conchabado, a travs
de la cual toda persona que no se encontrara domiciliada, o que pudiese
comprobar fehacientemente que trabajaba en relacin de dependencia bajo
algn hacendado, sera enrolado y obligado a servir al ejrcito provincial.
Estas medidas no slo lograban engrosar las filas, sino, por otro lado, dadas
las condiciones tan crueles en las que se serva en el ejrcito, colaboraban a
sujetar a los huidizos gauchos a un sistema de trabajo permanente y de utilidad
para los hacendados. Los masivos alistamientos que se efectuaron en la
campaa durante los gobiernos unitarios a causa de la guerra contra el Imperio
del Brasil no slo perjudicaron los intereses de los ganaderos, sino tambin,
aumentaron considerablemente la impopularidad hacia los dirigentes de los
sectores subalternos que all habitaban. Ese descontento generalizado se
observ en movimientos levantiscos que reivindicaron las ideas federales y
33
Para comprender el sistema de enfiteusis, ver: Miguel ngel Crcano: Evolucin
histrica del rgimen de la tierra pblica. Buenos Aires 1972.
-
que atentaron contra las autoridades de tinte unitario en los distintos pueblos
del interior de la provincia.34
La historiadora Silvia Ratto no parece hacer hincapi en las diferencias
que pudieron haberse establecido entre unitarios y federales con respecto a su
visin sobre la frontera. Sin embargo, para la autora, eran bien notorias las
percepciones contrastantes de ese disputado territorio entre por un lado, las
autoridades de la campaa, las que al vivir en el mismo lugar sobre el que
estaban aplicando las medidas gubernamentales, tenan un mayor
conocimiento sobre las caractersticas de la vida en la frontera, y por otro lado,
las autoridades centrales asentadas en la ciudad de Buenos Aires y los
militares de carrera que se desempearon al frente de empresas militares,
caracterizadas ambas por una cierta lejana con respecto al espacio
fronterizo.35 Si sobre los burcratas, demasiado apegados a su gabinete, se
puede hasta cierto punto disculpar la falta de percepcin de una poltica de
fronteras ms estrechamente vinculada a la tangible realidad de ese castigado
territorio, entonces, por qu suceda lo mismo, segn Ratto, con los cuadros
dirigentes del ejrcito, acaso, ms acostumbrados a transitar por distintas
geografas y a estrechar relaciones con sectores sociales ms vastos? La
respuesta al interrogante no parece simple, pero trataremos de conjeturar.
Es remarcable y no casual- que una gran mayora de la oficialidad del
ejrcito regular haya optado por nutrir las filas unitarias y no as las federales.
Generalmente, se suele contraponer, yuxtapuesto con un imaginario que lo
legitima, un ejrcito profesional a la europea y adicta al unitarismo, con un
34
Ral O. Fradkin: Facinerosos contra cajetillas? La conflictividad social rural en Buenos
Aires durante la dcada de 1820 y las montoneras federales. En: Illes i Imperis, 5,
Barcelona 2001, pp. 5-33. 35
Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.
42.
-
ejrcito de guerrilla, o montonera incluso con elementos indgenas-, proclive
a los dictados de la federacin. Sarmiento, en Civilizacin y Barbarie, coteja
las virtudes del unitario general Paz con las del federal Facundo Quiroga. El
primero se trataba de un militar a la europea que no cree en el valor solo
si no se subordina a la tctica, la estrategia y la disciplina, luego agrega sobre
l, es artillero, y, por tanto, matemtico, cientfico, calculador. Una batalla es
un problema que resolver por ecuaciones, hasta daros la incgnita, que es la
victoria36. Mientras que el caudillo Facundo Quiroga era amo de la caballera,
valiente como un soldado medieval, rey de la improvisacin. Por ende, los
valores antitticos de civilizacin-barbarie, de urbanizacin-campaa, se
trasladan a las formas de combate, y al ordenamiento de los ejrcitos. Aunque
llevada al extremo como mucho de lo que haca el pensador sanjuanino-, la
idea de Sarmiento no es del todo equivocada. La abrumadora mayora de los
soldados de mayor jerarqua nacieron en ncleos urbanos
Han existido, en el mbito rioplatense, desde el inicio del proceso
emancipador, por decirlo de algn modo, tres grandes escuelas dentro del
ejrcito. La de Jos de San Martn, fraguada, en gran parte, durante las
campaas en Chile, Per y otras latitudes latinoamericanas. La de Manuel
Belgrano, principalmente asociada a las batallas en el Alto Per. Y,
finalmente, la del caudillo oriental Jos Gervasio Artigas, de la que se
nutrieron otros tantos caudillos litorales como Fructuoso Rivera, Juan Antonio
Lavalleja, Francisco Ramrez o Estanislao Lpez. Es evidente que esta ltima
corriente no ha sido forjadora de soldados unitarios, la clara impronta federal
de Artigas continuar en sus proslitos. Por el contrario, ni el general Belgrano
ni el general San Martn, han dado manifiestas muestras de apoyo por una
faccin determinada, sin embargo, la mayora de la oficialidad que bajo ellos
36
Domingo F. Sarmiento: Facundo, pp. 130-131.
-
se form, terminaron salvo raras excepciones-, o en las filas unitarias tal vez
la mayor proporcin- o en la de federales, pero doctrinarios una rama
disidente del rosismo-. Ambos generales, de todos modos, inculcaron en sus
tropas: el amor al orden, un comportamiento que respetase las jerarquas del
ejrcito profesional, y las instituciones que los sostenan y respaldaban.37
Considero importante, aqu, recalcar dos puntos. El primero, es el que se
relaciona a las reivindicaciones. Los ejrcitos unitarios siempre se reclamaron
como los autnticos herederos de las proezas y de la gloria que las fuerzas
patriotas haban conquistado a travs de las campaas independentistas. Se
reconocan hijos legtimos de la escuela militar iniciada por San Martn y
Belgrano.38
Incluso, los colores unitarios por excelencia, celeste y blanco, se
relacionaban con la bandera que haba ideado el mismo Belgrano en febrero
de 1812. El segundo punto, radica en el odio compartido por ambas ltimas
escuelas al caudillismo y la montonera a la que se le asociaba siempre la
participacin de aborgenes-, generalmente relacionado al federalismo. Las
campaas que financi el estado provincial bonaerense y comand
personalmente su gobernador, Martn Rodrguez, contra los pampas entre
1822 y 1824, tambin nuclearon parte de la oficialidad que luego respondera
a los intereses unitarios: Francisco Fernndez de la Cruz, Anacleto Medina,
37
San Martn deca, por ejemplo, [] Yo no quiero emplear en el ejrcito a esos militares que aman ms a su caudillo que a la causa que sirven [] En: Diego Barros Arana: Historia general de la Independencia de Chile, Santiago 1854, Tomo IV, cap V, p. 99. 38
Por citar un caso, reproducimos las proclamas que hicieron los unitarios en la campaa
fallida en Entre Ros, 1831: [] Aqu tenis, entrerrianos, a vuestro lado gran parte de los jefes valientes; que dieron la independencia al pas: los veteranos de Ituzaing: ayudadlos a
exterminar la anarqua y muy pronto habr nacin, gozarn de ella vuestros hijos, y
vosotros y ellos podrn repetir para siempre: Viva la libertad de Entre Ros! Viva la
Repblica Argentina! Viva el general Paz, y el ejrcito libertador de la Patria! [] En: Proclama redactada por Manuel Bonifacio Gallardo. Carta de Del Carril a Pico, 10 de
marzo de 1831. Archivo de la Academia Nacional de la Historia, Fondo Francisco Pico.
-
Federico Rauch, Martiniano Chilavert, Juan Lavalle, Manuel Correa, Gregorio
raoz de Lamadrid, entre otros. Adems, muchos de los principales referentes
del ejrcito, haban pasado numerosos aos de su vida combatiendo en
dispares lugares como Chile, Per, Bolivia, pero desconocan las fronteras
interiores de su propio pas. Sin embargo, eso no significaba que carecan de
experiencia en el combate contra los indgenas. En algunas campaas que
realizaron en la liberacin de Chile, haban tenido que afrontar ejrcitos
realistas con grandes aportes de aguerridos mapuches.
Para Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez, las diferencias entre el
unitario Martn Rodrguez y el federal Juan Manuel de Rosas, fueron
meramente estratgicas. Ambos pertenecan a la corporacin de los
hacendados y saladeristas bonarenses, y adems, impulsaban la fundacin de
fuertes como avanzadas con el objeto de ocupar el territorio indgena para
beneficio de los estancieros.39
En la postura de estos dos autores, no se
mencionan diferencias existentes en las polticas de frontera entre una faccin
y su antagonista. A qu se deben, entonces, las diferencias que existieron
entre Rosas y Rodrguez? Fueron, simplemente, desavenencias
estratgicas? A pesar de que en cuantiosa bibliografa se observa una y otra
vez el mal manejo y la falta de tacto del ltimo en relacin a los
indgenas, sera un error el encontrar la causa de todo ello en el
desconocimiento de la realidad fronteriza que padecan las autoridades
centrales tanto como los militares de carrera. Curioso nos resulta remarcar
que Rodrguez perteneci claramente a estas dos ltimas esferas, pero, adems
de ello, fue tambin un preponderante hacendado, tanto como Rosas. A tal
39
Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.
49.
-
punto fue as, que algunos testigos de poca juzgaron a Rodrguez con
caractersticas muy similares a las que serviran luego para retratar al anterior.
Toms de Iriarte, que le conoci muy de cerca, en sus memorias, lo tildara de
gaucho astuto, aunque reconocindole el mrito de que tuvo buena
eleccin de ministros, y fu docil para dejarse gobernar.40 Martn Rodrguez
haba sido hijo de Fermn Rodrguez, capitn de la comandancia de
Chascoms, territorio fronterizo, y luego de acudir al Colegio San Carlos en
Buenos Aires- para su instruccin, se dedic al cuidado de sus vastas estancias
familiares, hasta que fue llamado para luchar ante las Invasiones inglesas
(1806), donde comenz su ascendente carrera militar, presentndose con 19
jinetes.41
Incluso, antes de haber sido nombrado gobernador de Buenos Aires,
fue encargado en 1820 por Manuel de Sarratea con la misin de pactar un
acuerdo con los pampas, lo que se logr en la estancia Miraflores, propiedad
de Francisco Ramos Meja.42
Con toda esta informacin, lo que quisiera poner
en evidencia es que Rodrguez no era un improvisado en asuntos de frontera,
ni tampoco era un militar de academia que desconoca el terreno que pisaba, y
sin embargo, fue l quien se encarg de trazar los lineamientos generales de lo
que fue la poltica frente al indgena durante la primera mitad de la dcada de
1820, y quien sent las bases de lo que seguira siendo la misma durante los
gobiernos unitarios.
Segn las variopintas posturas historiogrficas e incluso muchos
actores de ese tiempo tambin lo sealan- las campaas de Martn Rodrguez
40
Toms Iriarte: Memorias. Monroe y la guerra Argentino-Brasilera. Buenos Aires 1944,
p. 20. 41
Vicente O. Cutolo: Diccionario Biogrfico Argentino (1750-1930). Buenos Aires 1985. 42
Abelardo Levaggi: Paz en la frontera. Historia de las relaciones diplomticas con las
comunidades indgenas en la Argentina (siglos XVI-XIX). Buenos Aires 1998, pp. 178-
184.
-
al desierto lograron malos resultados pues su jefe desconoca la mejor manera
de tratar a los indgenas. Aparentemente, una serie de feroces malones, a partir
de 1821, comenzaron a desolar la campaa norte de la provincia. Las voces
ms autorizadas se inclinaron por sealar como responsables a los indios
chilenos, sin embargo, Rodrguez mont la primera campaa militar con el
objeto de ajusticiar a los pampas. Por qu?, se trataba de errores de clculo,
de desconocimiento profundo de la realidad fronteriza? Para Villar y Jimnez,
Rodrguez era un rompedor de tratados, y nada de azaroso haba en tal
error, pues el postrero objeto -mas velado- era el de aduearse de las tierras
que serviran de futuras estancias.43
Hasta Iriarte, gran crtico de Rodrguez, lo
admita cuando aseguraba que ste: [] ensanch los lmites de la provincia
con [su deseo...] de emplear los capitales en un negocio el ms lucrativo, dio
fomento a la industria de la cria de ganados, que hasta entonces se haba
mirado en poco a pesar de la feracidad del suelo []44 Quisiera atemperar la
idea previa. Para Abelardo Levaggi, []El gobierno de Rodrguez intent
muchas veces lograr acuerdos, era a la hora de atacar que poda equivocar el
blanco, pero era tambin realidad que buscaba acordar, en la persona que ms
confiaba era en el coronel Pedro Garca, que era a su vez miembro de la Sala
de Representantes[]45
La primera dcada independentista tuvo una norma, la falta de claridad
en polticas de frontera, y eso se deba a que, en momentos tan turbulentos,
estas no formaron parte de las prioridades de las tambaleantes y sucesivas
administraciones. Sin embargo, antes de que recomenzara un periodo de
guerra luego de 30 aos de paz fronteriza, un protagonista de ese tiempo,
43
Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.
143. 44
Toms Iriarte: Memorias. Monroe y la guerra Argentino-Brasilera, p. 35. 45
Abelardo Levaggi: Paz en la frontera, p. 184.
-
Pedro A. Garca, sostena que exista una gran contradiccin al respecto,
cuando aseguraba que:
Dos extremos (a mi juicio inconciliables) he visto adoptar generalmente el logro de esta empresa. El primero, el de la fuerza imponenete, que destruya y aniquile hasta su
exterminio a estos indios, que no es fcil en mucho tiempo, y el segundo, el de una amistad
conciliadora de la oposicin de nimos, por el trato recproco que las suavice, con el inters
de alguno de nuestros artculos de comercio que anhelan demasiado.46
De este modo, el notable Pedro Garca, al sealar las principales y dos
nicas tendencias que haba observado en las polticas de frontera durante los
tiempos virreinales y que podran, sin duda, ser extendidos a todos los
dominios hispnicos-, no haca sino previsoramente adelantarse a lo que, de
algn modo, tambin constituiran las dos vertientes exclusivas de la dcada
de 1820, protagonizadas por unitarios y federales. Quisiera servirme del
ejemplo de Garca para aclarar mi posicin central en relacin al presente
trabajo. No existi una tendencia que propona la simple y exclusiva
negociacin como solo camino para poder domear gradualmente a los
indgenas, como tampoco la contraria que postulaba el exterminio sin dialogo
ni derecho a rplica. Garca, de inclinaciones unitarias, guard una postura
similar a la de Rosas. Ambos se encontraban convencidos de que la
negocacin era el mejor camino para llegar, en ltima instancia, a un resultado
similar al que pretendan aquellos que sostuvieron otras polticas de frontera,
el dominio blanco sobre el territorio. Ahora bien, la negocacin poda ser la
primera instancia, que sera acompaada por la violencia extrema en caso de
ser el anterior paso obsoleto. Sin embargo, o negociacin previa, o coaccin,
parecan ser las dos nicas posibilidad concretas. Los unitarios Rodrguez,
Rivadavia, Rauch, etc.- optaron, no siempre pero con alguna preferencia, por
la segunda va de accin. Se acomodaba ms y mejor con la moral de la
46
Pedro Andrs Garca: Nuevo plan de fronteras de la Provincia de Buenos Aires,
proyectado en 1816. En: Diario de viaje a las Salinas Grandes, Buenos Aires 1970, pp. 606-
608.
-
faccin a la que pertenecan y de la que nos hablaba Bechis, esto nos remite,
en otras palabras, a la no negociacin con los brbaros. Es muy probable
que Rodrguez no conociera tan bien a los indgenas como Rosas. Tambin es
muy probable que Rivadavia no los haya conocido en absoluto. Pero Dorrego,
quien defendi la poltica de fronteras de Rosas cuando fue gobernador (1827-
28), no necesariamente los conoci mejor que Rodrguez. Por ende, los
unitarios fueron labrando un modo de tratar con los indgenas de acuerdo a su
cosmovisin, y que no se explica exclusivamente en un mayor
desconocimiento de la frontera. Rodrguez, como los otros miembros de su
faccin, formaban, compartan, y experimentaban redes interpersonales que
reforzaban sus modos de accin y de pensamiento. Rosas, aunque mantuvo
siempre relativa independencia, comparti las polticas de los anteriores pues,
a pesar de todo, y como lo aseguraba Iriarte, Rodrguez haba tratado de
acrecentar las propiedades de los hacendados. Cuando Rosas se di cuenta que
Rivadavia le daba ms apoyo a Rauch, y a sus polticas de exterminio- con
quien exista cierta rivalidad, pero paralelamente, al comprender que las
fuerzas polticas que lo sostenan a Rivadavia- comenzaban a menguar, vio
liberado el camino para incorporarse a la faccin poltica de tendencias
opuestas, la federal. En ella, si llegaba a lograr gravitacin, podra imprimirle
a la misma, su propia poltica de fronteras, que fue lo que sucedi a la postre.
Es pertinente profundizar en el pensamiento de Rodrguez. All podremos
observar cmo se parecera al de sus copartidarios. Nos remitiremos a sus
propias palabras, cuando de los indgenas refera lo siguiente:
La experiencia de todo lo hecho nos ensea el medio de manejarse con estos hombres: ella nos gua al convencimiento que la guerra con ellos debe llevarse hasta su exterminio.
Hemos odo muchas veces a gnios ms filantrpicos la susceptibilidad de su civilizacin e
industria, y lo fcil de su seduccin a la amistad. Sera un error permanecer en un concepto
de esta naturaleza y tal vez perjudicial. Era menester haber estado en contacto con sus
costumbres, ver sus necesidades, su carcter y los progresos de su gnio susceptible para
-
convencernos de que aquello es imposible [] los pueblos civilizados no podrn jams sacar ningn partido de ellos ni por la cultura, ni por ninguna razn favorable a su
prosperidad. En la guerra se presenta el nico medio, bajo el principio de desechar toda
idea de urbanidad y considerarlos como a enemigos que es preciso destruir y exterminar.47
De aqu quisiera recalcar dos puntos. El primero, que a la conclusin a la
que llega Rodrguez la basa en su propia experiencia y en los conocimientos
que considera posee in situ sobre los indgenas que juzga. El segundo, que el
desinters por incorporar e integrar a los indgenas al mundo de la
civilizacin opuesto, como se ver, a los designios de Rosas-, se relaciona
con una ideologa que comparta con los sectores ilustrados principalmente
unitarios-, y a travs de la cual se pretenda reemplazarlos por mano de obra
vertida por el Viejo Continente. Rivadavia, en ese tiempo ministro de
Rodrguez, en su mensaje a la Legislatura portea, no slo felicitaba al ejrcito
por encontrarse escarmentando a los brbaros, orgullosos de una larga
impunidad48 sino que tambin, consideraba que Se han tomado las
providencias convenientes para el aumento progresivo de brazos; y se espera
que en breve empezarn a llegar las familias industriosas que deben poblar los
preciosos campos del sur.49 Es evidente la compatibilidad de las seales, las
miras, y los deseos que tenan guardado los unitarios para esa infinita pampa
que pareca ser tierra de promisin. Pero, inmersos an en la misma lnea
facciosa, ocupmonos de Federico Rauch, pues no por fruto del azar ha sido
seleccionado para, junto a Rosas, intitular nuestro trabajo. La primera y bien
notable- desavenencia que podemos encontrarle con el rol que ejercieron tanto
Rodrguez, Rivadavia, como incluso Rosas, es que Rauch, a diferencia de
todos los anteriores, posey una mucha menor capacidad de decisin poltica.
Fue algo ms que un militar que obedeca rdenes superiores, pero su esfera
47
Martn Rodrguez: Diario de la expedicin al desierto. Buenos Aires 1969, pp. 67-68. 48
El Argos de Buenos Aires, 8 de octubre de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Coleccin de
obras y documentos para la Historia Argentina, (tomos I-III), Buenos Aires, 1960. 49
Ibdem, 10 de mayo de 1823, en: op. cit.
-
de accin no sobresala de ese estricto marco marcial. Sin embargo, se lo
podra considerar la anttesis de Rosas. Por lo pronto, debido a una rivalidad
personal que devoraba a ambos contendientes; los dos saban que era el
dominio de la frontera el que se encontraba en juego en esa disputa. Vicente
Fidel Lpez nos cuenta al respecto, hablando de Rauch, que:
El mismo Dorrego le haba colmado de elogios. Pero Rosas se haba puesto en vivo choque con l. Ambos pretendan el imperio absoluto del desierto. El uno quera exterminar
las indiadas a sangre y fuego, y hacerse de vastas extensiones en las tierras conquistadas. El
otro apadrinaba a los caciques con quienes tena tratos amistosos, y no pocas veces les daba
refugio en sus estancias. Rauch se haba quejado agriamente ante el gobierno del seor
Rivadavia; pretenda que le dieran mano franca para hacer pesquicias en las estancias de
Rosas.50
La frase de Lpez pone de manifiesto dos puntos. El primero, recin
expuesto, nos desnuda las diferencias personales que existieron entre ambos
contendientes. El segundo, vuelve a mostrarnos las estrategias divergentes de
un actor y del otro en el modo de hacer frente al problema de la frontera.
Adems, Rauch era visto como el soldado profesional. Alemn de nacimiento,
formado en las guerras napolenicas, remplaz como jefe del regimiento de
Hsares a Antonio Saubidet, para luego en 1825 ser ascendido a teniente
coronel y a coronel graduado un ao despus. El gobierno, para ese tiempo, le
tena tanta confianza que le destacaron los regimientos 5, 6 y 7 de caballera, y
un piquete del batalln de artillera. Incluso, para mostrar hasta qu punto era
valorado por los unitarios, el mismo Rivadavia en persona, siendo presidente,
le obsequi con una espada de honor. Era considerado como un formador de
soldados, a su vez, como el azote de los brbaros51. Deba [] mirarse
como el inventor de una tctica nueva y segura de hacer la guerra a los indios
[].52 Segn un peridico unitario de poca, Rauch tena el mrito de
50
Vicente Fidel Lpez: Historia de la Repblica Argentina, Tomo V, pp. 373-374. 51
El Pampero, 25 de junio de 1829, Museo Mitre, 21.6.4 52
Ral Rodrguez Bosch: Rauch, el guardin de la frontera, 1820-1829. Libro sito en la
Academia Nacional de la Historia.
-
haberle hecho creer a la sociedad que vencer a los indgenas no era algo
imposible, y que con sus fuerzas militares, fue el primero en que opt por la
tctica de internarse hasta las mismas tolderas y vencer a los naturales en su
propio terreno, adelantndoseles.53
De algn modo, Rauch constituy el
paradigma de unitario de frontera. Segn se deca, arrogante, terico,
acadmico, europeo, urbano, pero tambin, intransigente.54
Durante el gobierno del federal Dorrego, Rosas presion para que Rauch
perdiera su influjo. Una entrevista postergada entre los ltimos dos, llev a
desinteligencias que desafectaron al soldado alemn de su posicin de poder,
elevando en su reemplazo a su segundo, el teniente coronel Escribano.55
Parte
de su correspondencia revela los malos trminos en que se encontraba el
Rauch con el gobierno federal.56
Todas esas circunstancias le predispusieron,
cuando sobrevino la revolucin decembrina57
, por plegarse con la faccin
unitaria. Era por todos sabido que Rosas podra utilizar a los indios amigos
como sus aliados en la lucha que se aprestaba. Rauch sera el encargado
predilecto para combatir esa alianza. Sin embargo, las polticas de seduccin
hacia los indgenas, elaboradas previamente por Rosas y que se vern con
mayor profundidad en el apartado siguiente-, parecen tambin haber
interesado a los unitarios. El ministro principal de gobierno, Jos Miguel Daz
Vlez, escribiendo a Juan Lavalle ahora devenido gobernador de Buenos
Aires y muy pocos das despus del putsch que los deposit en el poder- lo
siguiente: Sobre indios me dicen, que los que han peleado podran bien
53
El Mensajero Argentino. 3 de febrero de 1827. Museo Mitre, 21.7.15 54
Vicente Fidel Lpez: Historia de la Repblica Argentina, Tomo V, pp. 372. 55
Carta de Juan Manuel de Rosas a Juan Ramn Balcarce, 3 de diciembre de 1827. En:
Archivo General de la Nacin (AGN), Hacienda, Sala X, leg. 1103. 56
Carta de Federico Rauch a Vicente Dupuy, 25 de octubre de 1828. En: Archivo General
de la Nacin (AGN), Hacienda, Sala X, leg. 1103. 57
Movimiento sedicioso encabezado por el general Lavalle que derroc al gobernador
federal Dorrego y justific la reaccin de Rosas, que lo derrotar y ocupar el poder.
-
venirse a nosotros hacindoles entender que no es Rosas quien los mantiene,
sino el Estado. Estos son de los indios mansos.58 Es muy interesante lo
antedicho por lo siguiente: primero, pues demarca un cambio de estilo entre
los unitarios, demostrando, de algn modo, la eficacia/beneficio de la
estrategia rosista de tener a los indios mansos por aliados. Pero por otro, la
confusa demarcacin entre poder poltico faccioso y Estado. A pesar de esa
voluntariosa expresin de Daz Vlez, bien sabemos que los pampas no se
plegaron sino a Rosas. Exploremos, entonces, cul pudo haber sido el motivo
por el que prefirieron conservar la fidelidad a este ltimo lder.
c. Rosas: su experiencia en la frontera al servicio de una faccin, pero
cul?
La historiografa argentina ms reciente, obstinadamente ha intentado
hacernos entender que Rosas no fue tan influyente como se pensaba. En otras
palabras, eso significa que ha otorgado ms independencia y capacidad de
accin a los sectores que se supona, eran dominados por el caudillo porteo.
Si los trabajos de Jorge Gelman59
, Ral Fradkin60
, y Pilar Gonzlez Bernaldo61
han ido claramente en ese sentido, en relacin a los habitantes de la campaa;
Daniel Villar, Juan Francisco Jimnez, y Silvia Ratto sostienen algo
equiparable pero en concordancia con los indgenas. A pesar de ello, Ratto
58
Carta de Jos Miguel Daz Vlez a Juan Lavalle, 12 de diciembre de 1828. En: Archivo
General de la Nacin (AGN), Correspondencia particular de Juan Lavalle, SVII. 59
Jorge Gelman: Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelin de los estancieros.
Buenos Aires 2009 y, Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaa.
En: Noem Goldman y Ricardo Salvatore (comps.). Caudillos rioplatenses. Nuevas miradas
a un viejo problema. Buenos Aires 1998, pp. 223-240. 60
Ral Fradkin: Historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires,
1826. Buenos Aires 2006, y Ral Fradkin (ed.) Y el pueblo dnde est? Buenos Aires
2009. 61
Pilar Gonzlez Bernaldo: El levantamiento de 1829, el imaginario social y sus
implicancias polticas en un conflicto social. En: Anuario IEHS, 2, 1987.
-
confiesa que la relacin que Rosas entabl con estos ltimos tena netas
caractersticas clientelsticas, pues:
el vnculo exclusivamente personalista utilizado en estos casos, la entrega de raciones a la manera de empleo de recursos para afianzar la dependencia, el lenguaje utilizado en los
mensajes que se cruzan (nuestro Padre Rosas), la amenaza del gobernador de utilizar la
fuerza si no cumplan sus pedidos y el temor de los indgenas ante la misma, son elementos
que llevan a apoyar esta idea.62
De este modo, resta confuso el grado de dependencia que tuvieron los
indgenas aliados a Rosas. Puede que en el largo aliento, los naturales que
fueron seducidos por la prdica y el liderazgo de Rosas hayan terminado por
depender de l en un grado importante, y que sin embargo, eso no haya sido
as en un principio. Para la dcada de 1820, momento en que Rosas cultivaba
pacientemente su influjo entre pampas y ranqueles, segn Ratto, Jimnez y
Villar, los primeros entre susodichos pueblos nativos, practicaron una poltica
relativamente autnoma, la que tildan de pendular. Esa modalidad de accin
y determinacin les permita, ora plegarse a los ranqueles, ora aliarse con el
gobierno, mostrando, de ese modo, su libre albedro. Extendiendo la lupa
sobre la problemtica, se observar que, en realidad, no todos los capitanejos y
caciques pampas tenan un mismo parecer en relacin hacia la conveniencia de
las alianzas tanto en un sentido como en otro.63
Incluso, en algunos casos,
optaron por respaldar las fuerzas de Rosas, o en otros, de Rauch, pero
tambin, [] los Pincheira y sus aliados indgenas utilizaron como elemento
de presin frente a sus interlocutores la amenaza difusa de que se coligaran
con los unitarios de Crdoba []64 As como del otro lado de la cordillera,
los araucanos especulaban con los beneficios que les poda acarrear una
62
Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.
22. 63
Daniel Villar et al: Relaciones intertnicas en el sur bonaerense 1810-1830. 64
Ibdem, p. 117.
-
alianza ya sea con los realistas o con los patriotas65
, algo similar sucedera
aquende los Andes, en relacin a las distintas y antagnicas facciones
polticas. De all, la necesidad, por parte de Rosas, de poder contar con su
colaboracin, lo que solo poda lograr con polticas para seducirlos y acaparar
su atencin. Sin embargo, la estrategia de Rosas, como bien se sabe, no fue en
lo ms mnimo original. Woodbine Parish, mercante britnico que vivi por
ese tiempo en Buenos Aires, nos relata cmo, en la poca colonial, existieron
expediciones a las salinas en bsqueda del cloruro de sodio necesario para dar
ms gracia a las comidas, y que [] los indios se haban habituado a esas
expediciones, y en vez de mirarlas con recelos, las esperaban ansiosamente en
general a causa del tributo anual que en forma de regalos les pagaban los
espaoles en remuneracin de que los dejasen pasar por entre sus territorios
sin molestarlos []66 Fue a partir de las polticas de frontera instauradas por
el Virrey Loreto (1784), que se opt por promover relaciones pacficas con los
indgenas, y as duraron casi inalterables hasta la dcada de 1820. Pero, lo que
nos resulta ms relevante de esta etapa, no es solamente la existencia de una
poltica hacia los indgenas similar a la que Rosas implementara aos
despus, sino que, actuando como protagonista de ese momento:
Hallbase entre estos Don Len Ortiz de Rosas, padre del ex-gobernador de Buenos Ayres, que entonces era capitn al servicio del rey, y que aprovech tanto su cautiverio, que
no solo consigui captarse de un modo extraordinario el respeto y benevolencia de los
principales caciques, sino que al fin logr efectuar una paz entre ellos y el Virrey, que dur
por muchos aos, y estableci merecidamente la celebridad del nombre de Rosas por entre
las Pampas.67
65
Mnica Contreras Saiz: La conquista poltica de la amistad El papel de los indios amigos
en la seguridad del Reino de Chile y el desplazamiento de la frontera El caso de Ro Bueno
1759 1795, indito. 66
Woodbine Parish: Buenos Aires y las provincias del Ro de la Plata. Buenos Aires 1852,
p. 270. 67
Ibdem, p. 241.
-
A pesar de que la relacin de Rosas con su padre no fue siempre idlica, es
evidente que lo familiariz con una forma de entender la frontera y sus
habitantes que le servira de capital poltico muchos aos despus. Pero, si
como anunciamos antes, la estrategia de Rosas frente a los indgenas parece
haber sido practicada previamente en tiempos virreinales, lo novedoso resulta,
entonces, que la habilidad de este ltimo para captarse la amistad y los favores
de los primeros, sera usufructuada por primera vez en trminos facciosos. De
este modo, los pampas deban levantar sus lanzas en lealtad a Rosas ante lo
que constituan sus enemigos personales, como lo fueron luego los unitarios.
Pero, eran solamente intereses faccionales los que movieron a Rosas en la
bsqueda de un entendimiento ms profundo con los aborgenes de lo que
haba promovido, en el otro extremo, el libreto unitario? La respuesta es por la
negativa. Mientras que Rosas reforzaba relaciones con los pampas, y serva
aunque, muchas veces, con diferencias manifiestas- bajo las rdenes de
Rodrguez y luego Rivadavia, nada poda hacer prever que un da debera
enfrentarse con quienes haban sido, hasta ese entonces, sus superiores. El
dominio que pudo haber buscado por ese tiempo, no necesariamente exceda
la esfera de un seoro meramente de campaa y entre hacendados. Y
justamente, en estos ltimos pensaba ms que nada. Su desde un punto de
vista historiogrfico- clebre negociacin pacfica con los indios buscaba en
ellos inspirarles el amor al trabajo. De esas polticas, no tardaron en verse
tiles resultados. Un sin nmero de caciques vinieron a establecer sus tolderas
entre nosotros. De este modo, ha contabilizado en el da como dos mil
indios, entre grandes y chicos, en nuestro seno, de los cuales ya existen un
gran nmero repartido en diferentes estancias, y en los alrededores de la
ciudad. Entre ellos:
-
los varones se conchaban en las yerras, y apartes de ganado, otros se ocupan de cuerear nutrias, y tambin hay muchos ocupados en nuestros hornos de ladrillo. Las
mujeres trasquilan las ovejas, y tejen jergas y ponchos. Es indudable que nuestra vecindad y
ejemplo los acostumbrar a sentir nuevas necesidades, y a emplear medios lcitos de
satisfacerlas.68
Rosas no slo pretenda incluir a los indgenas como la mano de obra que
tanto haca falta en las estancias, sino que adems, los crea ms aptos que
otras poblaciones para poder hacer frente y llevar a cabo el exterminio de los
rebeldes.69 De este modo, deban actuar como un verdadero colchn ante
las recurrentes invasiones de aquellas tribus que no optaran por acatar las
proposiciones del persuasivo caudillo porteo. En su hacienda los Cerrillos,
mantena un grupo de caciques inmediatos a esta casa, los que le prevenan
de las incursiones sangrientas de boroganos y Pincheiras. Asuma, desde su
explotacin ganadera, que se deba cuidar la nica riqueza con que hoy puede
contar la Provincia, es decir, la frontera sur, y que en relacin a ello, vera
ahora con muy mala luz la guerra a los indios con la espada.70 De este modo,
observamos un proyecto de inclusin de los nativos, gradual pero sostenida,
hacia un modo de vida relativamente occidentalizado, y al servicio exclusivo
de los intereses de los hacendados. El proverbial conocimiento que tena de
los pueblos nativos lo llev incluso a confeccionar una gramtica pampa.
El influjo que fue tejiendo con paciencia Rosas se coron con xito con la
cada de Rivadavia. Antes de ese suceso, se haba frustrado en el intento por
convencer al anterior de practicar las negociaciones pacficas, y no la guerra
a exterminio. Ambas polticas tenan sus costos. Los pocos das que estuvo
Vicente Lpez y Planes como presidente provisorio (julio y agosto de 1827)
68
Observaciones de Rosas, 1828, en: Martn Rodrguez. Diario de la expedicin al desierto,
pp. 82-83. 69
Ibdem, p. 89. 70
Carta de Juan Manuel de Rosas a Manuel Dorrego gobernador, por ese entonces, de la provincia de Buenos Aires, 26 de abril de 1828, Los Cerrillos. En: Archivo General de la
Nacin (AGN). Correspondencia Diplomtica de Manuel Garca, Sala VII, leg. 1.6.5.
-
en reemplazo de Rivadavia- le bastaron para nombrar a Rosas en el cargo de
comandante general de campaa. Bajo la gobernacin de Manuel Dorrego
quien sustituy a Lpez-, de claro cuo federal, la poltica de frontera pas a
ser exclusivo coto de Rosas, quien, de algn modo, esculpira la forma
federal de tratar y negociar con los indgenas. El vuelco con relacin a la
gestin precedente la unitaria- fue notable. El 25 de octubre de 1827, el
gobierno comision:
al Teniente Coronel Cacique Don Venancio Coyheupan para que a su nombre trate con todos los caciques del territorio situado al otro lado de la frontera y les haga entender que el
gobierno actual de la Provincia se halla animado de sentimientos amigables hacia ellos, y
decidido a cultivar las relaciones de armona que deben existir entre los indios y los
habitantes de la Provincia, invitndolos a que vengan a conocer y tratar al nuevo
gobierno.71
De aqu se desprenden dos cuestiones de importancia. La primera, nos
muestra el intento del nuevo gobierno por desprenderse de las polticas de su
predecesor. Incluso, poco antes de este episodio, Rosas, con el objeto de
mostrar la diferencia con quien fuese su superior, expresa [] me nombraron
a mi de Jefe y echaron a Martn Rodrguez porque era malo y loco y ya haba
concluido el tiempo porque haba sido nombrado []72 La segunda cuestin
nos remite a algo indito. Los unitarios se haban servido de indgenas como
aliados. Eso constitua una prctica frecuente, siempre y cuando se combatiese
contra otros indgenas. Pero no se haba llegado al extremo de nombrar a uno
de ellos en el grado de teniente coronel, aunque en el fondo, es evidente que
con ello slo se trataba de alentar a su aliado pampa a que pueda detentar la
prxima misin diplomtica revestido con un mayor grado de prestigio
institucional. Pero, cmo pudo Rosas convencer a los aborgenes para que,
aos despus, cuando Daz Vlez aconseje a Lavalle azuzar a los pampas para
que se pliegen a ellos puesto que era el estado que sostena sus ddivas, hayan
71
Archivo General de la Nacin (AGN), sala X, leg. 27-7-6. 72
Abelardo Levaggi: Paz en la frontera, p. 203.
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continuado fieles a su antiguo benefactor ? Las razones solo se explican en las
relaciones interpersonales que pudo desplegar a travs de un aceitado sistema
de operadores-, pulir y acrecentar entre las diversas tribus. l los supo cautivar
empeando su palabra. Para Abelardo Levaggi :
Acostumbrado a tatar con personas de toda condicin social, prefiri el contacto personal y directo a la relacin burocrtica e indirecta. Ese conctacto frecuente, su
capacidad de observacin y una verdadera red de informantes que lo tena al tanto de
las novedades, le permitieron adquirir un conocimiento tan profundo de ellos que hasta
lleg a adivinar sus intenciones. Someti esa relacin a la ley no escrita de la confianza
y la lealtad. Traz una lnea de separacin neta entre quienes obraban de buena fe y se
mantenan fieles a la palabra empeada, y los que ocultaban sus verdaderas intenciones
y faltaban a sus compromisos. Los primeros fueron sus amigos y los rode de favores;
los segundos se convirtieron en sus enemigos y fue implacable en su persecucin y
exterminio.73
Aunque extensa la cita, muestra al detalle la forma de comprender los
acuerdos, la importancia de la palabra, que tena para Rosas la trascendencia y
la fuerza de un tratado por escrito para el caso de los unitarios. Entonces, la
fidelidad que le prestaron los indgenas, por un lado, se basaba en un trato
personal, cordial, y en acuerdos que se mantenan pues segn Rosas aqu la
buena fe es la nica que vale. Pero por otro lado, a travs de un sistema de
subsidios que sera el primero en sistematizar e institucionalizar74. Una
postura en extremo paternalista lo llevara a proponer que a los aborgenes: el
Gobierno los cuidar adems como a hijos pobres y proveer que lo pasen
bien y tengan de qu vivir. Y cuando sus hijos se quieran casar les dar un
presente en seal de alegra y les pagar su casamiento, pero ya se ha dicho
que este ser con los que vivan en tierra de cristianos. 75 De este modo, la
sistematizacin de ddivas y contribuciones formalizara una alianza
imperecedera. Rosas goz del apoyo casi incondicionado de los aborgenes de
73
Ibibem, p. 221. 74
Desde tiempos coloniales ya existan las ddivas que eran otorgadas en clase de canon
por los espaoles para poder atravesar regiones bajo control indgena. 75
Ibdem, p. 208.
-
la frontera. Primero, pact con los pampas, luego con los ranqueles. Ese
sistema, mantenido bajo su rgimen, dur tanto como este, y fue efectivo, mas
guardaba oculto su taln de Aquiles, pues dependa en extremo de la
personalidad del mismo Rosas, de all su debilidad. En 1852 este ltimo fue
finalmente derrotado por Urquiza en la batalla de Caseros. A partir de ese
entonces, y, al menos, hasta las campaas definitivas de conquista
comandadas por el general Julio A. Roca, entre 1878 y 1879, la frontera sera
nuevamente un lugar de inestabilidad y violencia, en donde se rememoraran
los tiempos de la pax rosista.
Conclusin
Retomando aquel testimonio que Francisco P. Moreno nos legaba sobre la
cintilla federal que guardaba con orgullo el cacique Chacayal, la ltima parte
del trabajo trasluce sobrados motivos que explican dicho accionar. Rosas tuvo
una visin sobre la frontera muy diferente a la de los unitarios, pero adems,
gobern por casi veinte aos, transformando dicha visin en la postura
oficial del federalismo. Pero antes de haber llegado a la gobernacin, form
parte del grupo de colaboradores de los que los gobiernos unitarios se
sirvieron para intentar negociar con los indgenas. A pesar de que Rosas se
senta una voz autorizada en materia de frontera -y en su interlocucin con los
naturales-, por estar representando al gobierno, paralelamente y en sordina,
fue labrando una poltica personalista, de algn modo clientelista, que produjo
con ellos un vnculo independiente y exclusivamente atado a su persona. No
tuvo ms que llegar al poder lo que logr, en gran parte usufructuando dichos
vnculos-, como se dijo, para instaurar de all en ms una nueva poltica de
fronteras, que era y no era nueva, pero que se diferenciaba abismalmente de la
que haban ensayado los unitarios. Estos, abocados en un principio a la
-
exclusiva administracin y fortalecimiento del estado provincial, entendieron
y desplegaron polticas fronterizas acordes a una cosmovisin diferente. Sus
planes no incluan a los nativos, pues protegieron un proyecto para poblar los
campos con inmigrantes europeos. Rodrguez, hacendado y militar ms que
poltico, de alguna manera, no se alej del mundo de valores que protega el
ncleo intelectual de la faccin a la que perteneca. Algo similar ocurri con la
oficialidad del ejrcito, las escuelas que la forjaron, tenan por norma,
representar la anttesis de las montoneras pobladas siempre por salvajes- y
lideradas por caudillos federales.
Las polticas de frontera fueron un tema de primer orden en la agenda del
flamante estado primero provincial, luego y fugazmente nacional-. Pero, la
inestabilidad del momento y la falta de recursos, como consecuencia de las
continuas guerras que se afrontaban, facilitaron una modalidad en la cual el
estado no pudo nunca imponer polticas de frontera ms all de las
promovidas por las personalidades que monopolizaron las relaciones con los
nativos. De all que, en la prctica, las dos nicas tendencias que parece se
intentaron implementar hayan sido las acciones aleccionadoras, o las
negociaciones pacficas. Las primeras quedaron en manos de los unitarios.
Las segundas, de los federales. Pero en el fondo, ambas demostraron, de algn
modo, la debilidad de un estado an en construccin.