Artículo Rauch Vrs. Rosas Ignacio Zubizarreta(1)

35
IGNACIO ZUBIZARRETA RAUCH VERSUS ROSAS: ¿EXISTIERON DOS MODALIDADES DE ENTENDER Y EXTENDER- LA FRONTERA ENTRE UNITARIOS Y FEDERALES EN ARGENTINA? (1820-1830) Introducción En 1876 faltaba muy poco para que las fuerzas de Julio Argentino Roca finalizaran con las últimas resistencias aborígenes. Era un hecho, la “frontera” pasaría a conformar parte de la historia. Pero, todavía hasta el momento recién señalado, eran los nativos amos y señores de la tierra, y Francisco P. Moreno, un joven aventurero que viajaba conociéndola. En una de sus excursiones, se topó con el cacique chileno Chacayal, quien le aseguró que los cristianos “[…] en vez de pedirnos permiso para vivir en los campos nos echan y nos defendemos. Si es cierto que nos dan raciones, éstas sólo son en pago muy reducido de lo mucho que nos van quitando, ahora ni eso quieren darnos y como se concluyen los animales silvestres, esperan que perezcamos de hambre […]” 1 Tal vez, Chacayal recordaba épocas mejores. Se daba cuenta que los vientos habían cambiado, como también lo había hecho su vestimenta frente a Moreno, pues a pesar de la borrachera, se había engalanado para recibirlo: “con su chaleco rojo, un pequeño chiripa y una bata verde de mujer, resto de un saqueo en Chile. Cubría su cabeza un sombrero de paja chileno que llevaba de cinta la divisa con el letrero “Viva la Confederación Argentina, mueran los salvajes unitarios” prenda que en sus mocedades trajera de Río Colorado, y conservaba como recuerdo de Rosas, de quien esperaba que yo fuese amigo.2 ¿Cómo podía ser que, 24 años después de la caída del caudillo porteño Juan Manuel de Rosas (en Caseros, 1852), Chacayal aún seguía 1 Francisco P. Moreno: Reminiscencias. Buenos Aires 1997, p. 49. 2 Ibídem, pp. 55-56.

description

Articulo sobre el problema de los unitarios

Transcript of Artículo Rauch Vrs. Rosas Ignacio Zubizarreta(1)

  • IGNACIO ZUBIZARRETA

    RAUCH VERSUS ROSAS: EXISTIERON DOS

    MODALIDADES DE ENTENDER Y EXTENDER- LA FRONTERA ENTRE UNITARIOS Y FEDERALES EN

    ARGENTINA? (1820-1830)

    Introduccin

    En 1876 faltaba muy poco para que las fuerzas de Julio Argentino Roca

    finalizaran con las ltimas resistencias aborgenes. Era un hecho, la frontera

    pasara a conformar parte de la historia. Pero, todava hasta el momento recin

    sealado, eran los nativos amos y seores de la tierra, y Francisco P. Moreno,

    un joven aventurero que viajaba conocindola. En una de sus excursiones, se

    top con el cacique chileno Chacayal, quien le asegur que los cristianos []

    en vez de pedirnos permiso para vivir en los campos nos echan y nos

    defendemos. Si es cierto que nos dan raciones, stas slo son en pago muy

    reducido de lo mucho que nos van quitando, ahora ni eso quieren darnos y

    como se concluyen los animales silvestres, esperan que perezcamos de hambre

    []1 Tal vez, Chacayal recordaba pocas mejores. Se daba cuenta que los

    vientos haban cambiado, como tambin lo haba hecho su vestimenta frente a

    Moreno, pues a pesar de la borrachera, se haba engalanado para recibirlo:

    con su chaleco rojo, un pequeo chiripa y una bata verde de mujer, resto de un saqueo en Chile. Cubra su cabeza un sombrero de paja chileno que llevaba de cinta la divisa con el

    letrero Viva la Confederacin Argentina, mueran los salvajes unitarios prenda que en sus mocedades trajera de Ro Colorado, y conservaba como recuerdo de Rosas, de quien

    esperaba que yo fuese amigo.2

    Cmo poda ser que, 24 aos despus de la cada del caudillo porteo

    Juan Manuel de Rosas (en Caseros, 1852), Chacayal an segua

    1 Francisco P. Moreno: Reminiscencias. Buenos Aires 1997, p. 49.

    2 Ibdem, pp. 55-56.

  • rememorndolo portando, en su vestimenta de gala, la divisa federal que daba

    preferencia a ese partido por sobre su sempiterno antagonista? Por qu,

    quejoso, recordaba tiempos mejores en que, a pesar de la prdida de territorio,

    reconoca que se sobreviva gracias a las ddivas de un estado con el que se

    deba, para mal o para bien, convivir?

    Este trabajo intenta responder, a su modo, estas consignas. En la dcada de

    1820, existieron en Argentina dos proyectos de pas que, enfrentados, llevaron

    a una cruenta guerra civil perdurando la misma hasta mediados del siglo XIX.

    Esos dos proyectos fueron defendidos por las dos principales facciones de ese

    tiempo: unitarios centralistas-, y federales. En la dcada aludida, y en la que

    centraremos el inters de la presente investigacin, se dieron sucesivamente el

    predominio de los primeros bajo la gobernacin de Buenos Aires de Martn

    Rodrguez, (1820-24), la presidencia de Bernardino Rivadavia (1826-27) y la

    gobernacin bonaerense de Juan Lavalle (1828-29)-, para dar lugar al de los

    segundos, hacia el crepsculo de ese mismo decenio gestiones, otra vez en

    Buenos Aires, de Manuel Dorrego (1827-28) y Juan Manuel de Rosas (a partir

    de 1829).3 Entre tantas divergencias que existieron en el seno de ambas

    facciones, tambin podemos incluir su visin respecto al quehacer de la

    frontera. La idea del presente trabajo consiste en argumentar que las distintas

    posturas que se ensayaron con relacin a los aborgenes en el mbito de la

    provincia de Buenos Aires, tuvieron lgicas de faccin.4 Eso no significa la

    simple y llana posibilidad de que, al haber existido dos facciones de lo que

    3 Sobre una mirada general de esta compleja dcada, ver: Tulio Halpern Donghi: De la

    revolucin de independencia a la confederacin rosista, Tomo 3, Coleccin de Historia

    Argentina. Buenos Aires 1998. 4 Sobre el concepto de faccin, faccionalismo, y las lgicas de una faccin que hemos

    utilizado para el presente trabajo, ver: Schmidt, Steffan; Laura Guasti; Carl H. Lande y

    James C. Scott (eds.): Friends, Followers, and Factions. Berkeley 1977, tambin: Jeremy

    Boissevain: Friends of friends: networks, manipulators and coalitions. Oxford 1974.

  • nadie duda-, hayan tambin existido dos posicionamientos claros, coherentes y

    delimitados en relacin a la problemtica que nos convoca. Bien por el

    contrario, as como el nacimiento de las facciones fue, hasta cierto punto,

    difuso, as las distintas posturas frente a la frontera y el indgena la una

    unitaria, la otra federal- se fueron gestando muy gradualmente, en

    estrecha relacin tanto con los principales referentes de frontera, como en

    concomitancia con sistemas de pensamiento que seguan las lgicas de una y

    otra configuracin facciosa. Ciertos estudios, algunos recientes5, argumentan

    que las diferentes tendencias en las polticas de frontera se relacionan, por

    sobre todo, con la ubicacin espacial de los que las modelaban y ejecutaban.

    Aquellos que mejor conocan ese topos, seran los que disearan las polticas

    ms eficaces al respecto. Aquellos que desde sus alejados y urbanos gabinetes

    ministeriales, o que, por medio de compases, clarinetes y charreteras,

    intentaban, ora regular la vida fronteriza, ora ocuparla y tratar de negociar con

    los nativos, fueron los que, a la postre, no hallaron con la frmula. Si con los

    primeros es ms sencillo identificar a los federales, y con los segundos, los

    unitarios, es fcil demostrar que un posicionamiento historiogrfico del estilo

    pecara de reduccionista. Por ese motivo, en nuestra propuesta, intentaremos

    responder lo siguiente: Existieron polticas de fronteras diferenciadas entre

    unitarios y federales? Compartieron estrategias de incipiente- estado, o ms

    bien se trat de decisiones personalistas, forjadas en el temperamento de cada

    uno de los diferentes lderes de frontera? Para responder estos interrogantes,

    intentaremos incorporar al anlisis las distintas formas de entender la frontera

    segn la faccin en cuestin, es decir, sus posturas frente al rol de los

    5 Villar, Daniel; Juan Francisco Jimnez y Silvia Ratto: Conflictos, poder y justicia en la

    frontera bonaerense, 1818-1832. Universidad Nacional del Sur-Universidad Nacional de la

    Pampa, p. 42.

  • indgenas en la sociedad fronteriza, como fuerzas aliadas, o incluso, al servicio

    de intereses facciosos. Si las principales personalidades esculpieron las

    diferentes polticas de fronteras, luego, por su cada vez ms influyente rol

    dentro de una determinada configuracin facciosa y de una estructura de

    poder- las iran imponiendo, y hacindo, de dichas polticas, las que

    resultaran oficiales cuando a la faccin a la que pertenecan le tocaba en

    suerte ocupar el mando. Si Rosas fue la principal figura del federalismo, nos

    hemos servido del ejemplo de Rauch unitario- para contraponerlo con su

    exponente ms discordante. Sin embargo, este ltimo, no goz de la influencia

    poltica del anterior, como s lo hicieron otras personalidades de su misma

    faccin. A pesar de ello, hemos optado por incluirlo al anlisis por su perfil

    tan antagnico con el del mismo Rosas.

    a. Dos mundos que comparten un espacio: los indgenas y los estancieros

    La ms reciente historiografa argentina sobre la frontera ha buscado

    insuflarles un rol protagnico a los aborgenes, el que le haba sido vedado por

    las corrientes de investigacin precedentes. Dentro de la ms reciente

    tendencia, se remarca la independencia de los nativos para negociar con los

    wingkas -o blancos-, y se advierte que no deben ser vistos como meros

    satlites en ese complejo entramado histrico en el cual participaron tan

    activamente. Esta interpretacin, que fue abordada por la mayora de los

    historiadores en los que apoyaremos nuestro presente trabajo, refleja un viraje

    postulando la instauracin de una nueva concepcin de la frontera como

    centro de abordaje analtico. De este modo, sta no constituye ms una lnea

    que divide infranqueables mundos, culturas, cosmovisiones; todo lo contrario,

    nos remite a un espacio abierto y dinmico, rico en encuentros como en

    desavenencias, pero nutrido de todo tipo de relaciones e interacciones. La

  • guerra y el enfrentamiento existieron, y fueron una constante, pero tambin el

    comercio, la voluntad de dilogo, de cooperacin, all estuvieron siempre

    presentes.6 Ni las tribus boroganas y ranqueles se encontraron exentas de

    aindiados7, ni las producciones pecuarias de los estancieros criollos se

    permitieron el lujo de prescindir de la colaboracin y muchas veces

    proteccin- aportada por manos nativas.

    Ahora bien, detengmonos por un momento en estas ltimas. Pensemos en

    la complejidad de un panorama tnico y geogrfico que revisti tanta amplitud

    como, en muchos casos, la carencia de informacin que tenemos respecto a l.

    La frontera una dos culturas, es cierto, pero tambin dos modos

    organizacionales, que desde la estructura social hasta la institucional, diferan

    en grado sumo. Por un lado, las nacientes repblicas, que se debatan an entre

    monarquistas o republicanas, entre centralistas o federalistas. En la regin del

    Ro de la Plata, a partir de 1820, cada provincia tena un gobierno autnomo.

    Cada una de ellas, un tipo de poltica independiente en relacin a la

    problemtica fronteriza. En el caso de la de Buenos Aires a la que le

    dedicaremos este trabajo-, por ese entonces, la cada del rgimen directorial

    de tintes nacionales- le trajo aparejado un mayor inters por la frontera. Desde

    ese momento, []se perciben las tentativas del gobierno por sustraer de

    manos de los particulares la negociacin con los indgenas y concentrarlas en

    el gobierno de la provincia[]8

    6 Silvia Ratto: El debate sobre la frontera a partir de Turner. La new western history, los

    bordelrlands y el estudio de las fronteras en Latoniamrica. En: Boletn del Instituto de

    Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani. Tercera serie, n. 24, 2 semestre de 2001, p. 124. 7 Aindiados: componente no exclusivamente aborigen que form parte de las distintas

    comunidades nativas. 8 Villar, Daniel; Juan Francisco Jimnez y Silvia Ratto: Relaciones intertnicas en el sur

    bonaerense 1810-1830. Baha Blanca 1998, p. 28.

  • Del otro lado de la frontera, exista un vasto universo de etnias, que se

    desplegaban en continuidad desde el ocano Atlntico al Pacfico, ocupando la

    Patagonia, y utilizando los Andes como corredor predilecto de sus

    intercambios comerciales. Las dos principales de entre ellas que familiarizaron

    la limes bonaerense fueron las de los pampas y los araucanos. Los primeros

    constituyeron la rama ms septentrional de la gran familia tehuelche; los

    segundos, originarios de Chile, cruzaron gradualmente el cordn andino e

    influyeron tanto por persuasin como por coaccin- a los primeros en un

    proceso harto estudiado tildado de araucanizacin.9 Se establecieron

    grandes alianzas entre ellos tejiendo redes de parentesco intertnicos, proceso

    que torn para los investigadores, hasta cierto punto, ardua la tarea de trazar

    analticamente lneas divisorias entre los distintos pueblos. Adems, segn las

    tribus, y segn su distribucin espacial, tomaban diferentes nombres para

    identificarse, logrando crear bastante confusin a los que a posteriori

    quisieron comprender las lgicas de origen y pertenencia de las distintas tribus

    y etnias. Para el gran conocedor de esos pueblos que fue Francisco Pascasio

    Moreno:

    Se ha hecho siempre confusin con las diferentes denominaciones de las tribus de raza araucana, y hasta se ha deducido mal el significado de algunas. Se habla de puelches,

    mamulches, de ranqueles o ranquelches, de mapuches, de pehuenches, de moluches, de

    aucaches, de huiliches, etc., y a veces se han hecho variedades, cuando todas pertenecen a

    la misma raza, siendo aquellos, nombres tomados del paraje en que viven, y es as que un

    puelche, que llegue del Este puede ser huiliche alejndose al Sud (gente del Sud). Los

    mamulches (gente de los bosques), los ranqueles (gente de carriales) toman sus nombres del

    paraje en que viven, pero son puelches para los que habitan ms al Oeste. Para los puelches,

    los moluches son los que ocupan las faldas andinas indistintamente, mientras que stos

    habitan el lado chileno, los del argentino son puelches. Para los que viven en las

    inmediaciones de Nahuel Haupi, son picunches (gente del Norte) los que acampaban antes

    en el Neuqun, etc.10

    9 Sara Ortelli: La "araucanizacin" de las pampas: realidad histrica o construccin de los

    etnlogos? En: Anuario IEHS, n11, 1996, pp.203-219. 10

    Francisco P. Moreno: Reminiscencias, pp. 148-149.

  • Este panorama explica la diversidad y dificultad que exista para poder

    reconocer las distintas tribus. Algo es claro, incluso por el origen de las

    denominaciones que utilizaban: la araucanizacin parece haber sido un

    hecho incuestionable. Las caractersticas generales de las tribus se repiten.

    Estructura de poder confusa, en manos de un cacique o ulmen- que goza de

    relativa autoridad sobre un grupo de soldados-capitanejos con cierto grado de

    autonoma. Adems de l, dos figuras claves disputaban por el influjo en el

    seno de la tribu: un consejo de ancianos, y los machis curanderos y adivinos-.

    En concordancia con un pueblo tpicamente guerrero, la distribucin del botn

    y un generoso botn sola recaer en poder de un buen lder militar, con la

    capacidad para dirigir exitosamente una empresa- era la pieza vital de la

    estructura de lealtades que se montaba por medio de un acto de entrega que

    tena tanto de simblico, como de poltico y econmico. Tejidos, ponchos,

    metales, aguardientes, vicios, eran reasignados entre los ms bravos

    guerreros como forma de financiar sus servicios. Pero, a medida que la

    actividad ganadera fue tornndose cada vez ms importante en la regin

    litoral, los aborgenes se enriquecieron principalmente a travs de los malones

    y el robo de cabezas, que en cantidades siderales, transportaban y vendan

    muchas veces del lado chileno de la cordillera.

    Si con los araucanos boroganos y ranqueles-, asentados generalmente al

    nor-oeste de la provincia de Buenos Aires, y al sur de la de Crdoba11

    , las

    relaciones con el estado bonaerense fueron casi siempre conflictivas, con los

    pampas llamados tambin serranos-, ubicados al sur y al sur-oeste de la

    provincia con base en la regin de las serranas: sistema de Ventania y de

    11

    Villar, Daniel y Juan Francisco Villar: Un Argel disimulado. Aucan y poder entre los

    corsarios de Mamil Mapu (segunda mitad del siglo XVIII). En: Nuevo Mundo Mundos

    Nuevos [En lnea], Debates, 2003, Puesto en lnea el 09 fvrier 2005. URL :

    http://nuevomundo.revues.org/index656.html.

  • Tandilia-, en cambio, se practicaba un regular comercio con mercantes

    criollos, intercambiando los nativos, ponchos, botas de potro, pieles de

    animales, y recibiendo aguardiente, mate, azcar, higos, uvas, tabaco, navajas,

    confituras, etc.12

    Del otro lado de la frontera se hallaban las estancias. Aunque inmerso en

    un proceso de origen previo, dicho periodo nos remite al auge de los

    hacendados, es decir, grandes propietarios de la tierra, la que usufructuaban de

    forma extensiva en la faena de ganado bovino. Este ltimo, mejorado

    progresivamente en trminos de raza, serva con distintos propsitos, a travs

    de l se suministraba de carne a la ciudad, pero tambin el aprovechamiento

    de las distintas partes de su organismo colabor en la exportacin de cueros,

    cebo y carne salada o tasajo procesada en los clebres saladeros y vendida

    principalmente a los pases esclavistas como Cuba o Brasil-. Las estancias

    administradas por sus propietarios los hacendados- eran por lo general

    establecimientos agropecuarios de enormes extensiones, de lmites a veces

    inciertos, y que concentraban la mayor parte de su riqueza ganadera en las

    zonas de aguadas y ros. Las pasturas eran naturales pues el cultivo de forrajes

    no se encontraba difundido an. Sin dudas, el xito del sistema ganadero fue

    facilitado por haberse podido adaptar mejor al mal maysculo que aquejaba el

    pas, la falta de mano de obra. Si adems, sumamos otros problemas, como la

    gran sequa que perjudic la provincia durante varios aos de dicha dcada,

    los constantes conflictos blicos que siempre se llevaban manos tan tiles al

    progreso agrario-, la inflacin, la inexistencia de cercamientos, y dificultades

    en el transporte, de ese modo, tanto ms fcil ser comprender el xito de la

    12

    Alcide D`Orbigny: Viaje pintoresco a las dos Amricas, Asia y frica. Barcelona 1842,

    p. 268.

  • ganadera por sobre la agricultura. An as, las estancias pecuarias necesitaban

    de un mnimo de asalariados.13

    Si Juan Manuel de Rosas crea ms adecuado

    extraerlos entre los rudos gauchos y los indios fronterizos, aunque tamizados

    por un sistema exhaustivo de disciplinamiento previo14

    , los unitarios, en

    cambio, como se ver, adems preferan apostar por promocionar la

    agricultura y el establecimiento de colonos procedentes de Europa.

    Sin embargo, la campaa bonaerense no fue uniforme. La visin de la

    vastedad, de la soledad, de la gran regularidad y monotona del paisaje,

    poblado nicamente por el impasible bos taurus, el que slo se movilizaba lo

    estrictamente necesario como para alimentarse, es slo la pintura esttica de

    una realidad, mas no de la nica. Alrededor de Buenos Aires existieron

    distintos polos de produccin que se caracterizaron por ser ms intensivos

    mientras ms cerca de la ciudad se encontraban, y ms extensivos a medida

    que se alejaban de ella.15

    En las zonas aledaas a la capital, se cultivaban las

    verduras y los frutos que servan para abastecer los mercados en las

    denominadas chacras o quintas. Algo ms lejos, y sobre todo en el norte de la

    provincia, y en propiedades algo ms extensas, se practicaba una mixtura entre

    agricultura (principalmente trigo, pero tambin, otros granos) con ganadera

    (mular, ovina y bovina con el doble propsito de producir leche y carne-).

    Recin en el sur, en las regiones de lozana conquista, debajo del ro Salado, se

    encontraban las estancias ms grandes y de exclusiva actividad pecuaria-,

    que hacia el final del periodo que pretendemos retratar se iran extendiendo

    13

    Julio Djenderedjian: La agricultura pampeana en la primera mitad del siglo XIX. Historia

    del Capitalismo Agrario Pampeano (Osvaldo Barsky dir.), tomo 4. Buenos Aires 2008, pp.

    149-171. 14

    Ricardo D. Salvatore: Wandering Paysanos, state order and subaltern experience in

    Buenos Aires during the Rosas era. Londres 2003. 15

    Juan Carlos Garavaglia: Un siglo de estancias en la campaa de Buenos Aires: 1751 a

    1853. En: HAHR, vol. 79, N 4 (nov., 1999), pp. 703-734.

  • hasta las regiones de Vulcn (sur-este de la provincia), Tandil, y, trazando una

    lnea al oeste, hasta Sierra de la Ventana, con una avanzada ms austral en

    Baha Blanca. A partir de 1830, se daran un conjunto de hechos que

    configuran una verdadera revolucin en la economa pecuaria. Ellos son el

    cercamiento de los campos, los intentos de refinar el ganado, y la difusin de

    las aguadas artificiales.16 Estos adelantos marcaran el periodo de produccin

    ganadera promovida por el rosismo, el que ser temporalmente tan extenso

    que envolver el gradual eclipse del ganado bovino y el auge del ovino

    proceso de merinizacin- debido a los altos precios internacionales de la lana.

    b. La visin unitaria de la frontera: opuesta a la de Rosas?

    Para Martha Bechis, los caudillos federales, tal vez ms experimentados

    que los unitarios en tratar con tropas irregulares o no veteranas, y por su

    acceso social a la gente comn, se acercaban al indio a pedir su intervencin

    con poca cuenta sobre el desprestigio social en que incurra17 Se podran

    citar numerosos ejemplos en este sentido: Facundo Quiroga, Juan Bautista

    Bustos, Estanislao Lpez, Juan Manuel de Rosas, etc. Para Tulio Hapern

    Donghi, los nuevos agentes del poder, en otras palabras, los caudillos que se

    alzaron con el mando, pudieron lograrlo al cristalizar un proceso de

    militarizacin que naci en la ciudad pero que, paulatinamente, tom an

    mayor gravitacin en la campaa.18

    Paralelamente, Bechis sostiene que entre

    los unitarios, existi una cierta resistencia moral en aceptar una posible

    colaboracin de los indgenas. Las excepciones -como el caso de Manuel

    16

    Ricardo M. Ortiz: Historia Econmica de la Argentina. Buenos Aires 1987, p. 55. 17

    Martha Bechis: Fuerzas indgenas en la poltica criolla del siglo XIX. En: Goldman,

    Noem y Ricardo Salvatore (comps.): Caudillos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo

    problema. Buenos Aires 1998, pp 293-317. 18

    Tulio Halpern Donghi: Revolucin y guerra. Formacin de una elite dirigente en la

    Argentina criolla. Buenos Aires 1972.

  • Baigorria19

    - no seran otra cosa que la confirmacin a la regla. De hecho, los

    unitarios solan, en tiempos de guerra civil con los federales, asociar al

    menos en un plano discursivo- a estos ltimos con los indios que les sirvieron

    de aliados. Por citar un ejemplo, el peridico unitario El Pampero, deca al

    respecto lo siguiente: []!!!Compatriotas!!! La pelea ya no es entre federales

    y unitarios: mentira: no hay tal federacin ni unidad: el combate es entre los

    indios y los asesinos con los ciudadanos civilizados y pacficos[] 20 En

    ltima instancia, ese desesperado grito unitario por desfaccionalizar la

    contienda, no dio los resultados esperados, pero sin embargo, logra

    traslucirnos la esfera de pertenencia a la que pretendan adscribirse, la de los

    ciudadanos civilizados y pacficos.

    Para Domingo F. Sarmiento, los centralistas del Plata encarnaron, dentro

    de su dicotmica visin de la realidad argentina, los valores de urbanismo y

    civilizacin; los que se contraponan, por lgica, con los que representaba la

    barbarie agreste del federalismo. Rivadavia, quien personificaba la

    civilizacin europea en sus ms nobles inspiraciones, era la anttesis de

    Rosas, el que reflejaba la barbarie americana en sus formas ms odiosas y

    repugnantes.21 Esta tajante diferencia con los unitarios urbanos y

    civilizados tena vieja raigambre entre las lites de las ciudades en calidad

    de vecinos- que vean con desconfianza todo aquel que provena desde fuera

    de su estricto permetro de pertenencia.22

    Para Vicente Fidel Lpez un

    historiador que vivi las escenas que nos narra-, explicando la distribucin

    urbana legada de la poca colonial, advierte que: [] Consecuente cada una

    19

    Manuel Baigorria: Memorias. Buenos Aires 1975. 20

    El Pampero, 3 de abril de 1829, Museo Mitre, ubicacin 21.6.4. 21

    Domingo F. Sarmiento: Facundo. Buenos Aires 2001, pp. 100-108. 22

    Tamar Herzog: La vecindad: entre condicin formal y negociacin continua. Reflexiones

    en torno de las categoras sociales y personales. En: Anuario del IEHS. Tandil, ao 2000,

    nmero 15. p. 123-131.

  • de estas dos clases con su ndole peculiar, las orillas, o las gentes situadas en

    el ejido, constituyeron una masa federal; a la vez que por antagonismo de

    condiciones, las clases ubicadas en el centro constituyeron una masa unitaria

    []23 En el centro de esa ciudad, no slo se encontraba ese nutrido reducto

    de unitarios, sino tambin, las bibliotecas, la universidad por ellos creada-,

    los cafs, los salones literarios, tertulias y centros de sociabilidad principales.24

    En las provincias suceda otro tanto, cuando el general unitario Jos Mara Paz

    derrot a Juan Bautista Bustos (1829) y ocup la ciudad de Crdoba, se

    percataba que: A primera vista resalta el contraste que hacan las festivas

    aclamaciones del pueblo de Crdoba con la mala voluntad de la campaa;

    todo se explica con decir que la parte pensadora, ilustrada y sensata, era afecta

    a mi administracin, mientras la ignorante multitud era todo lo contrario.25

    Durante los acalorados debates protagonizados en las Asambleas

    Constituyentes desarrolladas en Buenos Aires (1824-27), los representantes

    provincianos que apoyaban la propuesta centralista repetan, como Jos

    Eugenio del Portillo por Crdoba, que los pueblos en su interior y en la

    parte ms sana y juiciosa desean el sistema de unidad.26

    Desde ese pequeo mundo urbano de credos liberales y cosmopolitas, se

    ideaba un proyecto de pas moderno. En l, Rivadavia haba actuado de

    paradigmtico portavoz, y en despectivas palabras se lo sola tildar de

    idelogo, en otras palabras, era visto como una persona que imaginaba

    materializar un boceto de pas demasiado adelantado para la concreta realidad

    23

    Vicente Fidel Lpez: Historia de la Repblica Argentina: su origen, su revolucin y su

    desarrollo poltico hasta 1852. Tomo V. Buenos Aires 1883, p. 537. 24

    Pilar Gonzlez Bernaldo: Civilidad y poltica. En los orgenes de la Nacin Argentina.

    Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862. Buenos Aires 2001. 25

    Jos Mara Paz: Memorias. Guerras civiles, tomo II. Buenos Aires s/f, p. 87. 26

    Emilio Ravignagni (dir.): Asambleas Constituyentes Argentinas. Buenos Aires 1937,

    periodo 1824-1827, tomo III, p. 239.

  • que le circundaba. Algo guardaban de fisicratas sus ideas de colonizacin de

    la campaa. Tena por objeto alentar la agricultura y suplir la escasez de mano

    de obra con la introduccin de colonos extranjeros. Segn la Comisin de

    inmigracin, en 1825 haban arribado a Buenos Aires 1317 colonos, sin

    embargo, eran muchos ms los que esperaban an recibir. Reconocan que los

    conflictos con el Imperio del Brasil y su consecuente bloqueo del puerto-

    dificultaba un tanto las cosas. No desesperaban, saban que, tarde o temprano,

    llegaran los brazos tiles que tanto carecemos pues se ilusionaban con que

    los extranjeros, obligados por la necesidad al cultivo de sus tierras,

    cambiaran en pocos aos un desierto en una posesin de valor perteneciente

    al estado.27 Ya en 1823 encontramos una acerba crtica a la modalidad del

    estanciero de extender sus propiedades en perjuicio de la agricultura, as se

    vislumbra en el peridico la Abeja Argentina pues,

    "...por su propia utilidad se arroja al otro lado de las fronteras para asegurar una fortuna

    rpida, hacindose dueo de una considerable extensin de tierras, mayor que la que

    requiere su necesidad, y que no ha tenido otros limites que los que han dictado su codicia

    [...] no es menos cierto que esta clase de individuos por ms que profieren las voces de

    agricultura e industria rural, en nada piensan menos que en cultivar los campos y vivir en

    medio de ellos con decencia y frugalidad. El lujo y la ambicin es el objeto de sus desvelos.

    Grandes edificios en la ciudad, ricos muebles; y con estas comodidades, en los campos que

    los han enriquecido no conservan algunos ni aun cama en que dormir."28

    Esta mordaz censura al sistema de vida y a la forma de asegurarse la

    misma- de los hacendados no fue exclusiva de la esfera intelectual unitaria.

    Sin ir ms lejos, la Abeja Argentina fue redactada por los miembros de la

    Sociedad Literaria, en la que alternaron tanto unitarios siendo, en rigor,

    mayora- como federales. Esta ltima tendencia poltica practic una prdica

    que comulg con las ideas agraristas de un republicanismo clsico, y que

    27

    Comisin de Inmigracin, 1825, en: Archivo General de la Nacin (AGN)

    Correspondencia Diplomtica de Manuel Garca, Sala VII, leg. 1.6.5., fojas 431-432. 28

    La Abeja argentina, 15 de enero de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Coleccin de obras y

    documentos para la Historia Argentina, Senado de la Nacin, (tomos I-III), Buenos Aires,

    1960.

  • servira luego de basamento al futuro discurso rosista.29

    Pero tambin, es justo

    advertir, como lo hiciera Juan Carlos Garavaglia en un sugerente aunque

    sinttico artculo, que estas ideas republicanistas clsicas se amalgamaron con

    una serie de problemticas ms reales y concretas de la propia campaa

    bonaerense dndole su significacin.30

    A pesar de ello, por la razn que fuere,

    los unitarios priorizaron por sobre sus antagonistas polticos prcticas para

    colonizar la campaa y promover el desarrollo de la agricultura, e incluso de

    la lechera, a travs de la inmigracin europea. Un ejemplo cabal del intento

    de ocupar el espacio de esta forma lo demuestra la creacin de la colonia de

    Santa Catalina, impulsada por los hermanos Robertson en la zona de Monte

    Grande.31

    Para Domingo F. Sarmiento, los efectos benficos de la

    colonizacin subsistieron hasta mucho despus de la pronta disolucin de

    Santa Catalina, pues asegura que:

    Da compasin y vergenza en la Repblica Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires, y la villa que se forma en el interior; en la primera las

    casitas son pintadas, el frente de la casa siempre aseado, adornado de flores y arbustillos

    graciosos; el amueblado sencillo pero completo [] ordeando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas [] La villa nacional es el reverso indigno de esta mella; nios sucios y cubiertos de harapos viven con una jaura

    de perros; hombres tendidos por el suelo en la ms completa inaccin, el desaseo y la

    pobreza por todas partes [y en este sentido, mucho parece] haber contribuido a producir este resultado desgraciado, la incorporacin de indgenas que hizo la colonizacin. Las

    razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces, aun por medio de la

    compulsin, para dedicarse a un trabajo duro y seguido.32

    29

    Jorge Myers: Orden y Virtud, el Discurso Republicano en el Rgimen Rosista. Buenos

    Aires 1995. 30

    Juan Carlos Garavaglia: Discurso, textos y contexto. Breves reflexiones acerca de un

    libro reciente. En: Estudios Sociales, Revista Universitaria Semestral. Ao VI, n. 10, Santa

    Fe, Argentina, primer semestre de 1996, pgs. 221-227. 31

    Sobre la colonia de Santa Catalina, ver: Julio Djenderedjian: La agricultura pampeana en

    la primera mitad del siglo XIX, pp. 183-245. 32

    Domingo F. Sarmiento: Facundo, pp. 25-26.

  • Dicho pensamiento, que en este caso es pura responsabilidad del genio

    sarmientino, no distaba en mucho de lo que podan haber pensado los unitarios

    y tambin, vale confesarlo, algunos federales-.

    Si recin se dijo que los unitarios fomentaron la inmigracin europea en

    aras del progreso agrcola, tambin es cierto que no por ello dejaron de

    promover la expansin territorial de la provincia para beneficio de los

    terratenientes, como lo demuestran las campaas para avanzar la frontera

    contra los nativos comandadas por el general Rodrguez (1821-24) y el

    coronel Rauch (1826-30), y las facilidades para adquirir legalmente sus frutos

    de modo temporal a travs del sistema de enfiteusis.33

    A su vez, si los

    unitarios no fueron los precursores en la materia, s profundizaron, por medio

    de reglamentaciones y leyes, el sistema de la papeleta de conchabado, a travs

    de la cual toda persona que no se encontrara domiciliada, o que pudiese

    comprobar fehacientemente que trabajaba en relacin de dependencia bajo

    algn hacendado, sera enrolado y obligado a servir al ejrcito provincial.

    Estas medidas no slo lograban engrosar las filas, sino, por otro lado, dadas

    las condiciones tan crueles en las que se serva en el ejrcito, colaboraban a

    sujetar a los huidizos gauchos a un sistema de trabajo permanente y de utilidad

    para los hacendados. Los masivos alistamientos que se efectuaron en la

    campaa durante los gobiernos unitarios a causa de la guerra contra el Imperio

    del Brasil no slo perjudicaron los intereses de los ganaderos, sino tambin,

    aumentaron considerablemente la impopularidad hacia los dirigentes de los

    sectores subalternos que all habitaban. Ese descontento generalizado se

    observ en movimientos levantiscos que reivindicaron las ideas federales y

    33

    Para comprender el sistema de enfiteusis, ver: Miguel ngel Crcano: Evolucin

    histrica del rgimen de la tierra pblica. Buenos Aires 1972.

  • que atentaron contra las autoridades de tinte unitario en los distintos pueblos

    del interior de la provincia.34

    La historiadora Silvia Ratto no parece hacer hincapi en las diferencias

    que pudieron haberse establecido entre unitarios y federales con respecto a su

    visin sobre la frontera. Sin embargo, para la autora, eran bien notorias las

    percepciones contrastantes de ese disputado territorio entre por un lado, las

    autoridades de la campaa, las que al vivir en el mismo lugar sobre el que

    estaban aplicando las medidas gubernamentales, tenan un mayor

    conocimiento sobre las caractersticas de la vida en la frontera, y por otro lado,

    las autoridades centrales asentadas en la ciudad de Buenos Aires y los

    militares de carrera que se desempearon al frente de empresas militares,

    caracterizadas ambas por una cierta lejana con respecto al espacio

    fronterizo.35 Si sobre los burcratas, demasiado apegados a su gabinete, se

    puede hasta cierto punto disculpar la falta de percepcin de una poltica de

    fronteras ms estrechamente vinculada a la tangible realidad de ese castigado

    territorio, entonces, por qu suceda lo mismo, segn Ratto, con los cuadros

    dirigentes del ejrcito, acaso, ms acostumbrados a transitar por distintas

    geografas y a estrechar relaciones con sectores sociales ms vastos? La

    respuesta al interrogante no parece simple, pero trataremos de conjeturar.

    Es remarcable y no casual- que una gran mayora de la oficialidad del

    ejrcito regular haya optado por nutrir las filas unitarias y no as las federales.

    Generalmente, se suele contraponer, yuxtapuesto con un imaginario que lo

    legitima, un ejrcito profesional a la europea y adicta al unitarismo, con un

    34

    Ral O. Fradkin: Facinerosos contra cajetillas? La conflictividad social rural en Buenos

    Aires durante la dcada de 1820 y las montoneras federales. En: Illes i Imperis, 5,

    Barcelona 2001, pp. 5-33. 35

    Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.

    42.

  • ejrcito de guerrilla, o montonera incluso con elementos indgenas-, proclive

    a los dictados de la federacin. Sarmiento, en Civilizacin y Barbarie, coteja

    las virtudes del unitario general Paz con las del federal Facundo Quiroga. El

    primero se trataba de un militar a la europea que no cree en el valor solo

    si no se subordina a la tctica, la estrategia y la disciplina, luego agrega sobre

    l, es artillero, y, por tanto, matemtico, cientfico, calculador. Una batalla es

    un problema que resolver por ecuaciones, hasta daros la incgnita, que es la

    victoria36. Mientras que el caudillo Facundo Quiroga era amo de la caballera,

    valiente como un soldado medieval, rey de la improvisacin. Por ende, los

    valores antitticos de civilizacin-barbarie, de urbanizacin-campaa, se

    trasladan a las formas de combate, y al ordenamiento de los ejrcitos. Aunque

    llevada al extremo como mucho de lo que haca el pensador sanjuanino-, la

    idea de Sarmiento no es del todo equivocada. La abrumadora mayora de los

    soldados de mayor jerarqua nacieron en ncleos urbanos

    Han existido, en el mbito rioplatense, desde el inicio del proceso

    emancipador, por decirlo de algn modo, tres grandes escuelas dentro del

    ejrcito. La de Jos de San Martn, fraguada, en gran parte, durante las

    campaas en Chile, Per y otras latitudes latinoamericanas. La de Manuel

    Belgrano, principalmente asociada a las batallas en el Alto Per. Y,

    finalmente, la del caudillo oriental Jos Gervasio Artigas, de la que se

    nutrieron otros tantos caudillos litorales como Fructuoso Rivera, Juan Antonio

    Lavalleja, Francisco Ramrez o Estanislao Lpez. Es evidente que esta ltima

    corriente no ha sido forjadora de soldados unitarios, la clara impronta federal

    de Artigas continuar en sus proslitos. Por el contrario, ni el general Belgrano

    ni el general San Martn, han dado manifiestas muestras de apoyo por una

    faccin determinada, sin embargo, la mayora de la oficialidad que bajo ellos

    36

    Domingo F. Sarmiento: Facundo, pp. 130-131.

  • se form, terminaron salvo raras excepciones-, o en las filas unitarias tal vez

    la mayor proporcin- o en la de federales, pero doctrinarios una rama

    disidente del rosismo-. Ambos generales, de todos modos, inculcaron en sus

    tropas: el amor al orden, un comportamiento que respetase las jerarquas del

    ejrcito profesional, y las instituciones que los sostenan y respaldaban.37

    Considero importante, aqu, recalcar dos puntos. El primero, es el que se

    relaciona a las reivindicaciones. Los ejrcitos unitarios siempre se reclamaron

    como los autnticos herederos de las proezas y de la gloria que las fuerzas

    patriotas haban conquistado a travs de las campaas independentistas. Se

    reconocan hijos legtimos de la escuela militar iniciada por San Martn y

    Belgrano.38

    Incluso, los colores unitarios por excelencia, celeste y blanco, se

    relacionaban con la bandera que haba ideado el mismo Belgrano en febrero

    de 1812. El segundo punto, radica en el odio compartido por ambas ltimas

    escuelas al caudillismo y la montonera a la que se le asociaba siempre la

    participacin de aborgenes-, generalmente relacionado al federalismo. Las

    campaas que financi el estado provincial bonaerense y comand

    personalmente su gobernador, Martn Rodrguez, contra los pampas entre

    1822 y 1824, tambin nuclearon parte de la oficialidad que luego respondera

    a los intereses unitarios: Francisco Fernndez de la Cruz, Anacleto Medina,

    37

    San Martn deca, por ejemplo, [] Yo no quiero emplear en el ejrcito a esos militares que aman ms a su caudillo que a la causa que sirven [] En: Diego Barros Arana: Historia general de la Independencia de Chile, Santiago 1854, Tomo IV, cap V, p. 99. 38

    Por citar un caso, reproducimos las proclamas que hicieron los unitarios en la campaa

    fallida en Entre Ros, 1831: [] Aqu tenis, entrerrianos, a vuestro lado gran parte de los jefes valientes; que dieron la independencia al pas: los veteranos de Ituzaing: ayudadlos a

    exterminar la anarqua y muy pronto habr nacin, gozarn de ella vuestros hijos, y

    vosotros y ellos podrn repetir para siempre: Viva la libertad de Entre Ros! Viva la

    Repblica Argentina! Viva el general Paz, y el ejrcito libertador de la Patria! [] En: Proclama redactada por Manuel Bonifacio Gallardo. Carta de Del Carril a Pico, 10 de

    marzo de 1831. Archivo de la Academia Nacional de la Historia, Fondo Francisco Pico.

  • Federico Rauch, Martiniano Chilavert, Juan Lavalle, Manuel Correa, Gregorio

    raoz de Lamadrid, entre otros. Adems, muchos de los principales referentes

    del ejrcito, haban pasado numerosos aos de su vida combatiendo en

    dispares lugares como Chile, Per, Bolivia, pero desconocan las fronteras

    interiores de su propio pas. Sin embargo, eso no significaba que carecan de

    experiencia en el combate contra los indgenas. En algunas campaas que

    realizaron en la liberacin de Chile, haban tenido que afrontar ejrcitos

    realistas con grandes aportes de aguerridos mapuches.

    Para Daniel Villar y Juan Francisco Jimnez, las diferencias entre el

    unitario Martn Rodrguez y el federal Juan Manuel de Rosas, fueron

    meramente estratgicas. Ambos pertenecan a la corporacin de los

    hacendados y saladeristas bonarenses, y adems, impulsaban la fundacin de

    fuertes como avanzadas con el objeto de ocupar el territorio indgena para

    beneficio de los estancieros.39

    En la postura de estos dos autores, no se

    mencionan diferencias existentes en las polticas de frontera entre una faccin

    y su antagonista. A qu se deben, entonces, las diferencias que existieron

    entre Rosas y Rodrguez? Fueron, simplemente, desavenencias

    estratgicas? A pesar de que en cuantiosa bibliografa se observa una y otra

    vez el mal manejo y la falta de tacto del ltimo en relacin a los

    indgenas, sera un error el encontrar la causa de todo ello en el

    desconocimiento de la realidad fronteriza que padecan las autoridades

    centrales tanto como los militares de carrera. Curioso nos resulta remarcar

    que Rodrguez perteneci claramente a estas dos ltimas esferas, pero, adems

    de ello, fue tambin un preponderante hacendado, tanto como Rosas. A tal

    39

    Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.

    49.

  • punto fue as, que algunos testigos de poca juzgaron a Rodrguez con

    caractersticas muy similares a las que serviran luego para retratar al anterior.

    Toms de Iriarte, que le conoci muy de cerca, en sus memorias, lo tildara de

    gaucho astuto, aunque reconocindole el mrito de que tuvo buena

    eleccin de ministros, y fu docil para dejarse gobernar.40 Martn Rodrguez

    haba sido hijo de Fermn Rodrguez, capitn de la comandancia de

    Chascoms, territorio fronterizo, y luego de acudir al Colegio San Carlos en

    Buenos Aires- para su instruccin, se dedic al cuidado de sus vastas estancias

    familiares, hasta que fue llamado para luchar ante las Invasiones inglesas

    (1806), donde comenz su ascendente carrera militar, presentndose con 19

    jinetes.41

    Incluso, antes de haber sido nombrado gobernador de Buenos Aires,

    fue encargado en 1820 por Manuel de Sarratea con la misin de pactar un

    acuerdo con los pampas, lo que se logr en la estancia Miraflores, propiedad

    de Francisco Ramos Meja.42

    Con toda esta informacin, lo que quisiera poner

    en evidencia es que Rodrguez no era un improvisado en asuntos de frontera,

    ni tampoco era un militar de academia que desconoca el terreno que pisaba, y

    sin embargo, fue l quien se encarg de trazar los lineamientos generales de lo

    que fue la poltica frente al indgena durante la primera mitad de la dcada de

    1820, y quien sent las bases de lo que seguira siendo la misma durante los

    gobiernos unitarios.

    Segn las variopintas posturas historiogrficas e incluso muchos

    actores de ese tiempo tambin lo sealan- las campaas de Martn Rodrguez

    40

    Toms Iriarte: Memorias. Monroe y la guerra Argentino-Brasilera. Buenos Aires 1944,

    p. 20. 41

    Vicente O. Cutolo: Diccionario Biogrfico Argentino (1750-1930). Buenos Aires 1985. 42

    Abelardo Levaggi: Paz en la frontera. Historia de las relaciones diplomticas con las

    comunidades indgenas en la Argentina (siglos XVI-XIX). Buenos Aires 1998, pp. 178-

    184.

  • al desierto lograron malos resultados pues su jefe desconoca la mejor manera

    de tratar a los indgenas. Aparentemente, una serie de feroces malones, a partir

    de 1821, comenzaron a desolar la campaa norte de la provincia. Las voces

    ms autorizadas se inclinaron por sealar como responsables a los indios

    chilenos, sin embargo, Rodrguez mont la primera campaa militar con el

    objeto de ajusticiar a los pampas. Por qu?, se trataba de errores de clculo,

    de desconocimiento profundo de la realidad fronteriza? Para Villar y Jimnez,

    Rodrguez era un rompedor de tratados, y nada de azaroso haba en tal

    error, pues el postrero objeto -mas velado- era el de aduearse de las tierras

    que serviran de futuras estancias.43

    Hasta Iriarte, gran crtico de Rodrguez, lo

    admita cuando aseguraba que ste: [] ensanch los lmites de la provincia

    con [su deseo...] de emplear los capitales en un negocio el ms lucrativo, dio

    fomento a la industria de la cria de ganados, que hasta entonces se haba

    mirado en poco a pesar de la feracidad del suelo []44 Quisiera atemperar la

    idea previa. Para Abelardo Levaggi, []El gobierno de Rodrguez intent

    muchas veces lograr acuerdos, era a la hora de atacar que poda equivocar el

    blanco, pero era tambin realidad que buscaba acordar, en la persona que ms

    confiaba era en el coronel Pedro Garca, que era a su vez miembro de la Sala

    de Representantes[]45

    La primera dcada independentista tuvo una norma, la falta de claridad

    en polticas de frontera, y eso se deba a que, en momentos tan turbulentos,

    estas no formaron parte de las prioridades de las tambaleantes y sucesivas

    administraciones. Sin embargo, antes de que recomenzara un periodo de

    guerra luego de 30 aos de paz fronteriza, un protagonista de ese tiempo,

    43

    Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.

    143. 44

    Toms Iriarte: Memorias. Monroe y la guerra Argentino-Brasilera, p. 35. 45

    Abelardo Levaggi: Paz en la frontera, p. 184.

  • Pedro A. Garca, sostena que exista una gran contradiccin al respecto,

    cuando aseguraba que:

    Dos extremos (a mi juicio inconciliables) he visto adoptar generalmente el logro de esta empresa. El primero, el de la fuerza imponenete, que destruya y aniquile hasta su

    exterminio a estos indios, que no es fcil en mucho tiempo, y el segundo, el de una amistad

    conciliadora de la oposicin de nimos, por el trato recproco que las suavice, con el inters

    de alguno de nuestros artculos de comercio que anhelan demasiado.46

    De este modo, el notable Pedro Garca, al sealar las principales y dos

    nicas tendencias que haba observado en las polticas de frontera durante los

    tiempos virreinales y que podran, sin duda, ser extendidos a todos los

    dominios hispnicos-, no haca sino previsoramente adelantarse a lo que, de

    algn modo, tambin constituiran las dos vertientes exclusivas de la dcada

    de 1820, protagonizadas por unitarios y federales. Quisiera servirme del

    ejemplo de Garca para aclarar mi posicin central en relacin al presente

    trabajo. No existi una tendencia que propona la simple y exclusiva

    negociacin como solo camino para poder domear gradualmente a los

    indgenas, como tampoco la contraria que postulaba el exterminio sin dialogo

    ni derecho a rplica. Garca, de inclinaciones unitarias, guard una postura

    similar a la de Rosas. Ambos se encontraban convencidos de que la

    negocacin era el mejor camino para llegar, en ltima instancia, a un resultado

    similar al que pretendan aquellos que sostuvieron otras polticas de frontera,

    el dominio blanco sobre el territorio. Ahora bien, la negocacin poda ser la

    primera instancia, que sera acompaada por la violencia extrema en caso de

    ser el anterior paso obsoleto. Sin embargo, o negociacin previa, o coaccin,

    parecan ser las dos nicas posibilidad concretas. Los unitarios Rodrguez,

    Rivadavia, Rauch, etc.- optaron, no siempre pero con alguna preferencia, por

    la segunda va de accin. Se acomodaba ms y mejor con la moral de la

    46

    Pedro Andrs Garca: Nuevo plan de fronteras de la Provincia de Buenos Aires,

    proyectado en 1816. En: Diario de viaje a las Salinas Grandes, Buenos Aires 1970, pp. 606-

    608.

  • faccin a la que pertenecan y de la que nos hablaba Bechis, esto nos remite,

    en otras palabras, a la no negociacin con los brbaros. Es muy probable

    que Rodrguez no conociera tan bien a los indgenas como Rosas. Tambin es

    muy probable que Rivadavia no los haya conocido en absoluto. Pero Dorrego,

    quien defendi la poltica de fronteras de Rosas cuando fue gobernador (1827-

    28), no necesariamente los conoci mejor que Rodrguez. Por ende, los

    unitarios fueron labrando un modo de tratar con los indgenas de acuerdo a su

    cosmovisin, y que no se explica exclusivamente en un mayor

    desconocimiento de la frontera. Rodrguez, como los otros miembros de su

    faccin, formaban, compartan, y experimentaban redes interpersonales que

    reforzaban sus modos de accin y de pensamiento. Rosas, aunque mantuvo

    siempre relativa independencia, comparti las polticas de los anteriores pues,

    a pesar de todo, y como lo aseguraba Iriarte, Rodrguez haba tratado de

    acrecentar las propiedades de los hacendados. Cuando Rosas se di cuenta que

    Rivadavia le daba ms apoyo a Rauch, y a sus polticas de exterminio- con

    quien exista cierta rivalidad, pero paralelamente, al comprender que las

    fuerzas polticas que lo sostenan a Rivadavia- comenzaban a menguar, vio

    liberado el camino para incorporarse a la faccin poltica de tendencias

    opuestas, la federal. En ella, si llegaba a lograr gravitacin, podra imprimirle

    a la misma, su propia poltica de fronteras, que fue lo que sucedi a la postre.

    Es pertinente profundizar en el pensamiento de Rodrguez. All podremos

    observar cmo se parecera al de sus copartidarios. Nos remitiremos a sus

    propias palabras, cuando de los indgenas refera lo siguiente:

    La experiencia de todo lo hecho nos ensea el medio de manejarse con estos hombres: ella nos gua al convencimiento que la guerra con ellos debe llevarse hasta su exterminio.

    Hemos odo muchas veces a gnios ms filantrpicos la susceptibilidad de su civilizacin e

    industria, y lo fcil de su seduccin a la amistad. Sera un error permanecer en un concepto

    de esta naturaleza y tal vez perjudicial. Era menester haber estado en contacto con sus

    costumbres, ver sus necesidades, su carcter y los progresos de su gnio susceptible para

  • convencernos de que aquello es imposible [] los pueblos civilizados no podrn jams sacar ningn partido de ellos ni por la cultura, ni por ninguna razn favorable a su

    prosperidad. En la guerra se presenta el nico medio, bajo el principio de desechar toda

    idea de urbanidad y considerarlos como a enemigos que es preciso destruir y exterminar.47

    De aqu quisiera recalcar dos puntos. El primero, que a la conclusin a la

    que llega Rodrguez la basa en su propia experiencia y en los conocimientos

    que considera posee in situ sobre los indgenas que juzga. El segundo, que el

    desinters por incorporar e integrar a los indgenas al mundo de la

    civilizacin opuesto, como se ver, a los designios de Rosas-, se relaciona

    con una ideologa que comparta con los sectores ilustrados principalmente

    unitarios-, y a travs de la cual se pretenda reemplazarlos por mano de obra

    vertida por el Viejo Continente. Rivadavia, en ese tiempo ministro de

    Rodrguez, en su mensaje a la Legislatura portea, no slo felicitaba al ejrcito

    por encontrarse escarmentando a los brbaros, orgullosos de una larga

    impunidad48 sino que tambin, consideraba que Se han tomado las

    providencias convenientes para el aumento progresivo de brazos; y se espera

    que en breve empezarn a llegar las familias industriosas que deben poblar los

    preciosos campos del sur.49 Es evidente la compatibilidad de las seales, las

    miras, y los deseos que tenan guardado los unitarios para esa infinita pampa

    que pareca ser tierra de promisin. Pero, inmersos an en la misma lnea

    facciosa, ocupmonos de Federico Rauch, pues no por fruto del azar ha sido

    seleccionado para, junto a Rosas, intitular nuestro trabajo. La primera y bien

    notable- desavenencia que podemos encontrarle con el rol que ejercieron tanto

    Rodrguez, Rivadavia, como incluso Rosas, es que Rauch, a diferencia de

    todos los anteriores, posey una mucha menor capacidad de decisin poltica.

    Fue algo ms que un militar que obedeca rdenes superiores, pero su esfera

    47

    Martn Rodrguez: Diario de la expedicin al desierto. Buenos Aires 1969, pp. 67-68. 48

    El Argos de Buenos Aires, 8 de octubre de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Coleccin de

    obras y documentos para la Historia Argentina, (tomos I-III), Buenos Aires, 1960. 49

    Ibdem, 10 de mayo de 1823, en: op. cit.

  • de accin no sobresala de ese estricto marco marcial. Sin embargo, se lo

    podra considerar la anttesis de Rosas. Por lo pronto, debido a una rivalidad

    personal que devoraba a ambos contendientes; los dos saban que era el

    dominio de la frontera el que se encontraba en juego en esa disputa. Vicente

    Fidel Lpez nos cuenta al respecto, hablando de Rauch, que:

    El mismo Dorrego le haba colmado de elogios. Pero Rosas se haba puesto en vivo choque con l. Ambos pretendan el imperio absoluto del desierto. El uno quera exterminar

    las indiadas a sangre y fuego, y hacerse de vastas extensiones en las tierras conquistadas. El

    otro apadrinaba a los caciques con quienes tena tratos amistosos, y no pocas veces les daba

    refugio en sus estancias. Rauch se haba quejado agriamente ante el gobierno del seor

    Rivadavia; pretenda que le dieran mano franca para hacer pesquicias en las estancias de

    Rosas.50

    La frase de Lpez pone de manifiesto dos puntos. El primero, recin

    expuesto, nos desnuda las diferencias personales que existieron entre ambos

    contendientes. El segundo, vuelve a mostrarnos las estrategias divergentes de

    un actor y del otro en el modo de hacer frente al problema de la frontera.

    Adems, Rauch era visto como el soldado profesional. Alemn de nacimiento,

    formado en las guerras napolenicas, remplaz como jefe del regimiento de

    Hsares a Antonio Saubidet, para luego en 1825 ser ascendido a teniente

    coronel y a coronel graduado un ao despus. El gobierno, para ese tiempo, le

    tena tanta confianza que le destacaron los regimientos 5, 6 y 7 de caballera, y

    un piquete del batalln de artillera. Incluso, para mostrar hasta qu punto era

    valorado por los unitarios, el mismo Rivadavia en persona, siendo presidente,

    le obsequi con una espada de honor. Era considerado como un formador de

    soldados, a su vez, como el azote de los brbaros51. Deba [] mirarse

    como el inventor de una tctica nueva y segura de hacer la guerra a los indios

    [].52 Segn un peridico unitario de poca, Rauch tena el mrito de

    50

    Vicente Fidel Lpez: Historia de la Repblica Argentina, Tomo V, pp. 373-374. 51

    El Pampero, 25 de junio de 1829, Museo Mitre, 21.6.4 52

    Ral Rodrguez Bosch: Rauch, el guardin de la frontera, 1820-1829. Libro sito en la

    Academia Nacional de la Historia.

  • haberle hecho creer a la sociedad que vencer a los indgenas no era algo

    imposible, y que con sus fuerzas militares, fue el primero en que opt por la

    tctica de internarse hasta las mismas tolderas y vencer a los naturales en su

    propio terreno, adelantndoseles.53

    De algn modo, Rauch constituy el

    paradigma de unitario de frontera. Segn se deca, arrogante, terico,

    acadmico, europeo, urbano, pero tambin, intransigente.54

    Durante el gobierno del federal Dorrego, Rosas presion para que Rauch

    perdiera su influjo. Una entrevista postergada entre los ltimos dos, llev a

    desinteligencias que desafectaron al soldado alemn de su posicin de poder,

    elevando en su reemplazo a su segundo, el teniente coronel Escribano.55

    Parte

    de su correspondencia revela los malos trminos en que se encontraba el

    Rauch con el gobierno federal.56

    Todas esas circunstancias le predispusieron,

    cuando sobrevino la revolucin decembrina57

    , por plegarse con la faccin

    unitaria. Era por todos sabido que Rosas podra utilizar a los indios amigos

    como sus aliados en la lucha que se aprestaba. Rauch sera el encargado

    predilecto para combatir esa alianza. Sin embargo, las polticas de seduccin

    hacia los indgenas, elaboradas previamente por Rosas y que se vern con

    mayor profundidad en el apartado siguiente-, parecen tambin haber

    interesado a los unitarios. El ministro principal de gobierno, Jos Miguel Daz

    Vlez, escribiendo a Juan Lavalle ahora devenido gobernador de Buenos

    Aires y muy pocos das despus del putsch que los deposit en el poder- lo

    siguiente: Sobre indios me dicen, que los que han peleado podran bien

    53

    El Mensajero Argentino. 3 de febrero de 1827. Museo Mitre, 21.7.15 54

    Vicente Fidel Lpez: Historia de la Repblica Argentina, Tomo V, pp. 372. 55

    Carta de Juan Manuel de Rosas a Juan Ramn Balcarce, 3 de diciembre de 1827. En:

    Archivo General de la Nacin (AGN), Hacienda, Sala X, leg. 1103. 56

    Carta de Federico Rauch a Vicente Dupuy, 25 de octubre de 1828. En: Archivo General

    de la Nacin (AGN), Hacienda, Sala X, leg. 1103. 57

    Movimiento sedicioso encabezado por el general Lavalle que derroc al gobernador

    federal Dorrego y justific la reaccin de Rosas, que lo derrotar y ocupar el poder.

  • venirse a nosotros hacindoles entender que no es Rosas quien los mantiene,

    sino el Estado. Estos son de los indios mansos.58 Es muy interesante lo

    antedicho por lo siguiente: primero, pues demarca un cambio de estilo entre

    los unitarios, demostrando, de algn modo, la eficacia/beneficio de la

    estrategia rosista de tener a los indios mansos por aliados. Pero por otro, la

    confusa demarcacin entre poder poltico faccioso y Estado. A pesar de esa

    voluntariosa expresin de Daz Vlez, bien sabemos que los pampas no se

    plegaron sino a Rosas. Exploremos, entonces, cul pudo haber sido el motivo

    por el que prefirieron conservar la fidelidad a este ltimo lder.

    c. Rosas: su experiencia en la frontera al servicio de una faccin, pero

    cul?

    La historiografa argentina ms reciente, obstinadamente ha intentado

    hacernos entender que Rosas no fue tan influyente como se pensaba. En otras

    palabras, eso significa que ha otorgado ms independencia y capacidad de

    accin a los sectores que se supona, eran dominados por el caudillo porteo.

    Si los trabajos de Jorge Gelman59

    , Ral Fradkin60

    , y Pilar Gonzlez Bernaldo61

    han ido claramente en ese sentido, en relacin a los habitantes de la campaa;

    Daniel Villar, Juan Francisco Jimnez, y Silvia Ratto sostienen algo

    equiparable pero en concordancia con los indgenas. A pesar de ello, Ratto

    58

    Carta de Jos Miguel Daz Vlez a Juan Lavalle, 12 de diciembre de 1828. En: Archivo

    General de la Nacin (AGN), Correspondencia particular de Juan Lavalle, SVII. 59

    Jorge Gelman: Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelin de los estancieros.

    Buenos Aires 2009 y, Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaa.

    En: Noem Goldman y Ricardo Salvatore (comps.). Caudillos rioplatenses. Nuevas miradas

    a un viejo problema. Buenos Aires 1998, pp. 223-240. 60

    Ral Fradkin: Historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires,

    1826. Buenos Aires 2006, y Ral Fradkin (ed.) Y el pueblo dnde est? Buenos Aires

    2009. 61

    Pilar Gonzlez Bernaldo: El levantamiento de 1829, el imaginario social y sus

    implicancias polticas en un conflicto social. En: Anuario IEHS, 2, 1987.

  • confiesa que la relacin que Rosas entabl con estos ltimos tena netas

    caractersticas clientelsticas, pues:

    el vnculo exclusivamente personalista utilizado en estos casos, la entrega de raciones a la manera de empleo de recursos para afianzar la dependencia, el lenguaje utilizado en los

    mensajes que se cruzan (nuestro Padre Rosas), la amenaza del gobernador de utilizar la

    fuerza si no cumplan sus pedidos y el temor de los indgenas ante la misma, son elementos

    que llevan a apoyar esta idea.62

    De este modo, resta confuso el grado de dependencia que tuvieron los

    indgenas aliados a Rosas. Puede que en el largo aliento, los naturales que

    fueron seducidos por la prdica y el liderazgo de Rosas hayan terminado por

    depender de l en un grado importante, y que sin embargo, eso no haya sido

    as en un principio. Para la dcada de 1820, momento en que Rosas cultivaba

    pacientemente su influjo entre pampas y ranqueles, segn Ratto, Jimnez y

    Villar, los primeros entre susodichos pueblos nativos, practicaron una poltica

    relativamente autnoma, la que tildan de pendular. Esa modalidad de accin

    y determinacin les permita, ora plegarse a los ranqueles, ora aliarse con el

    gobierno, mostrando, de ese modo, su libre albedro. Extendiendo la lupa

    sobre la problemtica, se observar que, en realidad, no todos los capitanejos y

    caciques pampas tenan un mismo parecer en relacin hacia la conveniencia de

    las alianzas tanto en un sentido como en otro.63

    Incluso, en algunos casos,

    optaron por respaldar las fuerzas de Rosas, o en otros, de Rauch, pero

    tambin, [] los Pincheira y sus aliados indgenas utilizaron como elemento

    de presin frente a sus interlocutores la amenaza difusa de que se coligaran

    con los unitarios de Crdoba []64 As como del otro lado de la cordillera,

    los araucanos especulaban con los beneficios que les poda acarrear una

    62

    Daniel Villar et al: Conflictos, poder y justicia en la frontera bonaerense, 1818-1832, p.

    22. 63

    Daniel Villar et al: Relaciones intertnicas en el sur bonaerense 1810-1830. 64

    Ibdem, p. 117.

  • alianza ya sea con los realistas o con los patriotas65

    , algo similar sucedera

    aquende los Andes, en relacin a las distintas y antagnicas facciones

    polticas. De all, la necesidad, por parte de Rosas, de poder contar con su

    colaboracin, lo que solo poda lograr con polticas para seducirlos y acaparar

    su atencin. Sin embargo, la estrategia de Rosas, como bien se sabe, no fue en

    lo ms mnimo original. Woodbine Parish, mercante britnico que vivi por

    ese tiempo en Buenos Aires, nos relata cmo, en la poca colonial, existieron

    expediciones a las salinas en bsqueda del cloruro de sodio necesario para dar

    ms gracia a las comidas, y que [] los indios se haban habituado a esas

    expediciones, y en vez de mirarlas con recelos, las esperaban ansiosamente en

    general a causa del tributo anual que en forma de regalos les pagaban los

    espaoles en remuneracin de que los dejasen pasar por entre sus territorios

    sin molestarlos []66 Fue a partir de las polticas de frontera instauradas por

    el Virrey Loreto (1784), que se opt por promover relaciones pacficas con los

    indgenas, y as duraron casi inalterables hasta la dcada de 1820. Pero, lo que

    nos resulta ms relevante de esta etapa, no es solamente la existencia de una

    poltica hacia los indgenas similar a la que Rosas implementara aos

    despus, sino que, actuando como protagonista de ese momento:

    Hallbase entre estos Don Len Ortiz de Rosas, padre del ex-gobernador de Buenos Ayres, que entonces era capitn al servicio del rey, y que aprovech tanto su cautiverio, que

    no solo consigui captarse de un modo extraordinario el respeto y benevolencia de los

    principales caciques, sino que al fin logr efectuar una paz entre ellos y el Virrey, que dur

    por muchos aos, y estableci merecidamente la celebridad del nombre de Rosas por entre

    las Pampas.67

    65

    Mnica Contreras Saiz: La conquista poltica de la amistad El papel de los indios amigos

    en la seguridad del Reino de Chile y el desplazamiento de la frontera El caso de Ro Bueno

    1759 1795, indito. 66

    Woodbine Parish: Buenos Aires y las provincias del Ro de la Plata. Buenos Aires 1852,

    p. 270. 67

    Ibdem, p. 241.

  • A pesar de que la relacin de Rosas con su padre no fue siempre idlica, es

    evidente que lo familiariz con una forma de entender la frontera y sus

    habitantes que le servira de capital poltico muchos aos despus. Pero, si

    como anunciamos antes, la estrategia de Rosas frente a los indgenas parece

    haber sido practicada previamente en tiempos virreinales, lo novedoso resulta,

    entonces, que la habilidad de este ltimo para captarse la amistad y los favores

    de los primeros, sera usufructuada por primera vez en trminos facciosos. De

    este modo, los pampas deban levantar sus lanzas en lealtad a Rosas ante lo

    que constituan sus enemigos personales, como lo fueron luego los unitarios.

    Pero, eran solamente intereses faccionales los que movieron a Rosas en la

    bsqueda de un entendimiento ms profundo con los aborgenes de lo que

    haba promovido, en el otro extremo, el libreto unitario? La respuesta es por la

    negativa. Mientras que Rosas reforzaba relaciones con los pampas, y serva

    aunque, muchas veces, con diferencias manifiestas- bajo las rdenes de

    Rodrguez y luego Rivadavia, nada poda hacer prever que un da debera

    enfrentarse con quienes haban sido, hasta ese entonces, sus superiores. El

    dominio que pudo haber buscado por ese tiempo, no necesariamente exceda

    la esfera de un seoro meramente de campaa y entre hacendados. Y

    justamente, en estos ltimos pensaba ms que nada. Su desde un punto de

    vista historiogrfico- clebre negociacin pacfica con los indios buscaba en

    ellos inspirarles el amor al trabajo. De esas polticas, no tardaron en verse

    tiles resultados. Un sin nmero de caciques vinieron a establecer sus tolderas

    entre nosotros. De este modo, ha contabilizado en el da como dos mil

    indios, entre grandes y chicos, en nuestro seno, de los cuales ya existen un

    gran nmero repartido en diferentes estancias, y en los alrededores de la

    ciudad. Entre ellos:

  • los varones se conchaban en las yerras, y apartes de ganado, otros se ocupan de cuerear nutrias, y tambin hay muchos ocupados en nuestros hornos de ladrillo. Las

    mujeres trasquilan las ovejas, y tejen jergas y ponchos. Es indudable que nuestra vecindad y

    ejemplo los acostumbrar a sentir nuevas necesidades, y a emplear medios lcitos de

    satisfacerlas.68

    Rosas no slo pretenda incluir a los indgenas como la mano de obra que

    tanto haca falta en las estancias, sino que adems, los crea ms aptos que

    otras poblaciones para poder hacer frente y llevar a cabo el exterminio de los

    rebeldes.69 De este modo, deban actuar como un verdadero colchn ante

    las recurrentes invasiones de aquellas tribus que no optaran por acatar las

    proposiciones del persuasivo caudillo porteo. En su hacienda los Cerrillos,

    mantena un grupo de caciques inmediatos a esta casa, los que le prevenan

    de las incursiones sangrientas de boroganos y Pincheiras. Asuma, desde su

    explotacin ganadera, que se deba cuidar la nica riqueza con que hoy puede

    contar la Provincia, es decir, la frontera sur, y que en relacin a ello, vera

    ahora con muy mala luz la guerra a los indios con la espada.70 De este modo,

    observamos un proyecto de inclusin de los nativos, gradual pero sostenida,

    hacia un modo de vida relativamente occidentalizado, y al servicio exclusivo

    de los intereses de los hacendados. El proverbial conocimiento que tena de

    los pueblos nativos lo llev incluso a confeccionar una gramtica pampa.

    El influjo que fue tejiendo con paciencia Rosas se coron con xito con la

    cada de Rivadavia. Antes de ese suceso, se haba frustrado en el intento por

    convencer al anterior de practicar las negociaciones pacficas, y no la guerra

    a exterminio. Ambas polticas tenan sus costos. Los pocos das que estuvo

    Vicente Lpez y Planes como presidente provisorio (julio y agosto de 1827)

    68

    Observaciones de Rosas, 1828, en: Martn Rodrguez. Diario de la expedicin al desierto,

    pp. 82-83. 69

    Ibdem, p. 89. 70

    Carta de Juan Manuel de Rosas a Manuel Dorrego gobernador, por ese entonces, de la provincia de Buenos Aires, 26 de abril de 1828, Los Cerrillos. En: Archivo General de la

    Nacin (AGN). Correspondencia Diplomtica de Manuel Garca, Sala VII, leg. 1.6.5.

  • en reemplazo de Rivadavia- le bastaron para nombrar a Rosas en el cargo de

    comandante general de campaa. Bajo la gobernacin de Manuel Dorrego

    quien sustituy a Lpez-, de claro cuo federal, la poltica de frontera pas a

    ser exclusivo coto de Rosas, quien, de algn modo, esculpira la forma

    federal de tratar y negociar con los indgenas. El vuelco con relacin a la

    gestin precedente la unitaria- fue notable. El 25 de octubre de 1827, el

    gobierno comision:

    al Teniente Coronel Cacique Don Venancio Coyheupan para que a su nombre trate con todos los caciques del territorio situado al otro lado de la frontera y les haga entender que el

    gobierno actual de la Provincia se halla animado de sentimientos amigables hacia ellos, y

    decidido a cultivar las relaciones de armona que deben existir entre los indios y los

    habitantes de la Provincia, invitndolos a que vengan a conocer y tratar al nuevo

    gobierno.71

    De aqu se desprenden dos cuestiones de importancia. La primera, nos

    muestra el intento del nuevo gobierno por desprenderse de las polticas de su

    predecesor. Incluso, poco antes de este episodio, Rosas, con el objeto de

    mostrar la diferencia con quien fuese su superior, expresa [] me nombraron

    a mi de Jefe y echaron a Martn Rodrguez porque era malo y loco y ya haba

    concluido el tiempo porque haba sido nombrado []72 La segunda cuestin

    nos remite a algo indito. Los unitarios se haban servido de indgenas como

    aliados. Eso constitua una prctica frecuente, siempre y cuando se combatiese

    contra otros indgenas. Pero no se haba llegado al extremo de nombrar a uno

    de ellos en el grado de teniente coronel, aunque en el fondo, es evidente que

    con ello slo se trataba de alentar a su aliado pampa a que pueda detentar la

    prxima misin diplomtica revestido con un mayor grado de prestigio

    institucional. Pero, cmo pudo Rosas convencer a los aborgenes para que,

    aos despus, cuando Daz Vlez aconseje a Lavalle azuzar a los pampas para

    que se pliegen a ellos puesto que era el estado que sostena sus ddivas, hayan

    71

    Archivo General de la Nacin (AGN), sala X, leg. 27-7-6. 72

    Abelardo Levaggi: Paz en la frontera, p. 203.

  • continuado fieles a su antiguo benefactor ? Las razones solo se explican en las

    relaciones interpersonales que pudo desplegar a travs de un aceitado sistema

    de operadores-, pulir y acrecentar entre las diversas tribus. l los supo cautivar

    empeando su palabra. Para Abelardo Levaggi :

    Acostumbrado a tatar con personas de toda condicin social, prefiri el contacto personal y directo a la relacin burocrtica e indirecta. Ese conctacto frecuente, su

    capacidad de observacin y una verdadera red de informantes que lo tena al tanto de

    las novedades, le permitieron adquirir un conocimiento tan profundo de ellos que hasta

    lleg a adivinar sus intenciones. Someti esa relacin a la ley no escrita de la confianza

    y la lealtad. Traz una lnea de separacin neta entre quienes obraban de buena fe y se

    mantenan fieles a la palabra empeada, y los que ocultaban sus verdaderas intenciones

    y faltaban a sus compromisos. Los primeros fueron sus amigos y los rode de favores;

    los segundos se convirtieron en sus enemigos y fue implacable en su persecucin y

    exterminio.73

    Aunque extensa la cita, muestra al detalle la forma de comprender los

    acuerdos, la importancia de la palabra, que tena para Rosas la trascendencia y

    la fuerza de un tratado por escrito para el caso de los unitarios. Entonces, la

    fidelidad que le prestaron los indgenas, por un lado, se basaba en un trato

    personal, cordial, y en acuerdos que se mantenan pues segn Rosas aqu la

    buena fe es la nica que vale. Pero por otro lado, a travs de un sistema de

    subsidios que sera el primero en sistematizar e institucionalizar74. Una

    postura en extremo paternalista lo llevara a proponer que a los aborgenes: el

    Gobierno los cuidar adems como a hijos pobres y proveer que lo pasen

    bien y tengan de qu vivir. Y cuando sus hijos se quieran casar les dar un

    presente en seal de alegra y les pagar su casamiento, pero ya se ha dicho

    que este ser con los que vivan en tierra de cristianos. 75 De este modo, la

    sistematizacin de ddivas y contribuciones formalizara una alianza

    imperecedera. Rosas goz del apoyo casi incondicionado de los aborgenes de

    73

    Ibibem, p. 221. 74

    Desde tiempos coloniales ya existan las ddivas que eran otorgadas en clase de canon

    por los espaoles para poder atravesar regiones bajo control indgena. 75

    Ibdem, p. 208.

  • la frontera. Primero, pact con los pampas, luego con los ranqueles. Ese

    sistema, mantenido bajo su rgimen, dur tanto como este, y fue efectivo, mas

    guardaba oculto su taln de Aquiles, pues dependa en extremo de la

    personalidad del mismo Rosas, de all su debilidad. En 1852 este ltimo fue

    finalmente derrotado por Urquiza en la batalla de Caseros. A partir de ese

    entonces, y, al menos, hasta las campaas definitivas de conquista

    comandadas por el general Julio A. Roca, entre 1878 y 1879, la frontera sera

    nuevamente un lugar de inestabilidad y violencia, en donde se rememoraran

    los tiempos de la pax rosista.

    Conclusin

    Retomando aquel testimonio que Francisco P. Moreno nos legaba sobre la

    cintilla federal que guardaba con orgullo el cacique Chacayal, la ltima parte

    del trabajo trasluce sobrados motivos que explican dicho accionar. Rosas tuvo

    una visin sobre la frontera muy diferente a la de los unitarios, pero adems,

    gobern por casi veinte aos, transformando dicha visin en la postura

    oficial del federalismo. Pero antes de haber llegado a la gobernacin, form

    parte del grupo de colaboradores de los que los gobiernos unitarios se

    sirvieron para intentar negociar con los indgenas. A pesar de que Rosas se

    senta una voz autorizada en materia de frontera -y en su interlocucin con los

    naturales-, por estar representando al gobierno, paralelamente y en sordina,

    fue labrando una poltica personalista, de algn modo clientelista, que produjo

    con ellos un vnculo independiente y exclusivamente atado a su persona. No

    tuvo ms que llegar al poder lo que logr, en gran parte usufructuando dichos

    vnculos-, como se dijo, para instaurar de all en ms una nueva poltica de

    fronteras, que era y no era nueva, pero que se diferenciaba abismalmente de la

    que haban ensayado los unitarios. Estos, abocados en un principio a la

  • exclusiva administracin y fortalecimiento del estado provincial, entendieron

    y desplegaron polticas fronterizas acordes a una cosmovisin diferente. Sus

    planes no incluan a los nativos, pues protegieron un proyecto para poblar los

    campos con inmigrantes europeos. Rodrguez, hacendado y militar ms que

    poltico, de alguna manera, no se alej del mundo de valores que protega el

    ncleo intelectual de la faccin a la que perteneca. Algo similar ocurri con la

    oficialidad del ejrcito, las escuelas que la forjaron, tenan por norma,

    representar la anttesis de las montoneras pobladas siempre por salvajes- y

    lideradas por caudillos federales.

    Las polticas de frontera fueron un tema de primer orden en la agenda del

    flamante estado primero provincial, luego y fugazmente nacional-. Pero, la

    inestabilidad del momento y la falta de recursos, como consecuencia de las

    continuas guerras que se afrontaban, facilitaron una modalidad en la cual el

    estado no pudo nunca imponer polticas de frontera ms all de las

    promovidas por las personalidades que monopolizaron las relaciones con los

    nativos. De all que, en la prctica, las dos nicas tendencias que parece se

    intentaron implementar hayan sido las acciones aleccionadoras, o las

    negociaciones pacficas. Las primeras quedaron en manos de los unitarios.

    Las segundas, de los federales. Pero en el fondo, ambas demostraron, de algn

    modo, la debilidad de un estado an en construccin.