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Asociación de Internautas La economía del ¡basta! La economía colaborativa es un ¡basta! alto y claro contra la inequidad, la desigualdad y los atropellos cometidos durante años por un libre mercado más pendiente de su cuenta de resultados que de las personas. Pero este consumo que utiliza plataformas electrónicas (como aplicaciones o páginas web) para casar oferta y demanda entre particulares no es algo nuevo. La diferencia entre pedir prestada la taladradora a tu vecino hace cinco años y ahora es que la puedes encontrar en una apli o en un listado online. Sin embargo, detrás de este cambio tecnológico, en apariencia nimio, habita una sociedad con nuevos valores que alza la mano y exige otras voces y otras miradas. Por Miguel Ángel García Vega en ethic «Esta revolucionaria economía es una respuesta a una sociedad que solo puede ser hiperconsumista en un porcentaje muy pequeño de la población y tiene que ofrecer compensación a quienes no pueden poseer pero les encanta disfrutar», reflexiona Rodolfo Carpintier, uno de los principales business angels de España. A lo mejor no me puedo comprar un apartamento en la playa pero sí puedo disfrutar de un fin de semana al año en uno con mi novia o mi mujer. «Cada día habrá más vivencias que no dependerán de tener un amplio bolsillo sino de la necesidad de hacer algo distinto, aunque sea una vez en la vida», vaticina Carpintier. ¿Pero es de esto de lo que se trata? ¿Una evolución del capitalismo, una especie de capitalismo 3.0? En la superficie así es, aunque en el fondo hablamos de una bellota con potencia de transformarse en encina del cambio social. Recurrir a este concepto aristotélico es la mejor manera de comprobar su empuje. Un ejemplo. En la pasada Copa del Mundo de fútbol se lanzó la plataforma Favela Experience, que permitía a los turistas alquilar y alojarse en una infravivienda para sentir una experiencia cercana a la realidad del país y lejos de los fastos de la pelota. Por eso, a la vez que rueda el balón también lo hacen las posibilidades del consumo colaborativo convertido en una cadena de transmisión de cambio social y demográfico. En 2015, el 75% de los trabajadores del planeta serán millenials (aquellos que hoy tienen entre 18 y 34 años). Y esta generación posee un concepto muy diferente de consumir y de la propiedad. De hecho, su mirada lo cambia todo. Compran menos coches. En 2007 eran los responsables del 16% del mercado estadounidense, el año pasado, del 12%. También adquieren menos casas. Es decir, tienen una incidencia enorme en dos de los sectores más determinantes del país. Y eso, solo es el comienzo. «A medida que esta generación accede al mercado laboral su impacto será cada vez mayor en los coches, las casas y los servicios financieros», prevé Jason Dorsey, un treintañero presidente del think tank, con sede en Dallas (Estados Unidos), The Center for Generational Kinetics. Sin embargo, una vez más, la interpretación se complica. «El advenimiento de los millenials es sin duda uno de los factores de la irrupción de este consumo compartido en nuestras sociedades, aunque no es el único. Porque esta economía no responde solo a un determinado grupo de edad, sino que es transversal», apunta Gustavo Núñez, director general de la firma de estudios de mercado Nielsen Iberia. O sea, afecta, con distintas intensidades, a todos los estratos sociales. 1/4

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La economía del ¡basta!

La economía colaborativa es un ¡basta! alto y claro contra la inequidad, la desigualdad y losatropellos cometidos durante años por un libre mercado más pendiente de su cuenta deresultados que de las personas. Pero este consumo que utiliza plataformas electrónicas (comoaplicaciones o páginas web) para casar oferta y demanda entre particulares no es algo nuevo. Ladiferencia entre pedir prestada la taladradora a tu vecino hace cinco años y ahora es que la puedesencontrar en una apli o en un listado online. Sin embargo, detrás de este cambio tecnológico, enapariencia nimio, habita una sociedad con nuevos valores que alza la mano y exige otras voces yotras miradas.

Por Miguel Ángel García Vega en ethic

«Esta revolucionaria economía es una respuesta a una sociedad que solo puede ser hiperconsumistaen un porcentaje muy pequeño de la población y tiene que ofrecer compensación a quienes nopueden poseer pero les encanta disfrutar», reflexiona Rodolfo Carpintier, uno de los principalesbusiness angels de España. A lo mejor no me puedo comprar un apartamento en la playa pero sípuedo disfrutar de un fin de semana al año en uno con mi novia o mi mujer. «Cada día habrá másvivencias que no dependerán de tener un amplio bolsillo sino de la necesidad de hacer algo distinto,aunque sea una vez en la vida», vaticina Carpintier. ¿Pero es de esto de lo que se trata? ¿Unaevolución del capitalismo, una especie de capitalismo 3.0?

En la superficie así es, aunque en el fondo hablamos de una bellota con potencia de transformarseen encina del cambio social. Recurrir a este concepto aristotélico es la mejor manera de comprobarsu empuje. Un ejemplo. En la pasada Copa del Mundo de fútbol se lanzó la plataforma FavelaExperience, que permitía a los turistas alquilar y alojarse en una infravivienda para sentir unaexperiencia cercana a la realidad del país y lejos de los fastos de la pelota.

Por eso, a la vez que rueda el balón también lo hacen las posibilidades del consumo colaborativoconvertido en una cadena de transmisión de cambio social y demográfico. En 2015, el 75% de lostrabajadores del planeta serán millenials (aquellos que hoy tienen entre 18 y 34 años). Y estageneración posee un concepto muy diferente de consumir y de la propiedad. De hecho, sumirada lo cambia todo. Compran menos coches. En 2007 eran los responsables del 16% delmercado estadounidense, el año pasado, del 12%. También adquieren menos casas. Es decir, tienenuna incidencia enorme en dos de los sectores más determinantes del país. Y eso, solo es elcomienzo. «A medida que esta generación accede al mercado laboral su impacto será cada vezmayor en los coches, las casas y los servicios financieros», prevé Jason Dorsey, un treintañeropresidente del think tank, con sede en Dallas (Estados Unidos), The Center for GenerationalKinetics.

Sin embargo, una vez más, la interpretación se complica. «El advenimiento de los millenials es sinduda uno de los factores de la irrupción de este consumo compartido en nuestras sociedades,aunque no es el único. Porque esta economía no responde solo a un determinado grupo de edad, sinoque es transversal», apunta Gustavo Núñez, director general de la firma de estudios de mercadoNielsen Iberia. O sea, afecta, con distintas intensidades, a todos los estratos sociales.

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En el fondo, este consumo ha madurado y evolucionado desde un movimiento marginal hacia unafuerza económica legítima, que se sostiene sobre sus propias bases. Luis Martín Cabiedes ?unconocido inversor, entre cuyas participaciones se encuentra BlablaCar, una plataforma paracompartir coches entre particulares?las ha identificado. «Usar en vez de tener; utilizar?o reutilizar?las propiedades y desintermediar». Detrás de esta frase se oculta una revolución. Empecemos por elfinal.

Estas plataformas permiten competir con servicios antes controlados por las entidades financieras.Leading Club es una aplicación que da la posibilidad de pedir préstamos de entre 1.000 y 35.000dólares (de 737 a 25.800 euros) a otros clientes. Un golpe contra el principal negocio de losbancos: prestar dinero. Y es solo una voz entre otras mil. A través, por ejemplo, de laanglo-española Kantox, las empresas pueden cambiar entre ellas divisas. Si a este torbellino lesumamos la proliferación de monedas virtuales (Bitcoin) y locales (Napo,Bristol,Wir), las finanzasse enfrentan a su particular tormenta perfecta.

Quedémonos ahora con otras de las palabras de Cabiedes. «Usar en vez de tener». Algo falla en unsistema que permite que en el mundo haya objetos valorados en 553.000 millones de dólares(407.000 millones de euros) que nunca se utilizarán. O que un motorista en Londres tarde seisminutos y 45 segundos de media en encontrar aparcamiento. «La crisis económica ymedioambiental nos fuerza a hacer más con lo que ya tenemos», dice Jan Thij Bakker,cofundador de la web holandesa de intercambio de comida Shareyourmeal. Sobre estas ineficienciasmuchos han visto una forma de construir un negocio.

Uber, que ha cerrado su servicio en España después de que un juez de lo mercantil ordenase elpasado 9 de diciembre el cese de actividades, es una de las puntocom más valiosas del mundo.Los analistas le calculan un valor superior a 18.000 millones de dólares. En la práctica vale más quela firma de alquiler de automóviles Hertz o la juguetera Mattel. Y solo tiene cuatro años de vida. Daigual. El crecimiento es imparable. Ya está presente en 132 ciudades en 38 países con un servicio deconcepción tan sencilla que parecía que no podría funcionar. La aplicación de Uber localiza en tuteléfono inteligente a qué distancia tienes uno de sus coches con chófer, cuánto cobrará y cuántotardará. Se paga a la compañía y no al conductor. Y se pueden compartir los gastos con otrosviajeros. Ah, y sin dar propina. Es una contestación a la ineficiencia (a veces) del taxi y otrostransportes públicos. Pero también es una reivindicación de sus señas de identidad. «No somos unservicio de transporte sino una compañía de alta tecnología», explica un portavoz de Uber.

Palabras que forman frases que construyen párrafos de un cuento que se ha transformado en una delas novelas más revolucionarias de las últimas décadas. «Operamos en un nicho de un mercado

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global que se expande rápidamente y que sostiene ese crecimiento a largo plazo», puntualizanen la compañía de carsharing.

Al pairo de ese buen momento y de ese anglicismo han surgido infinidad de empresas quetrabajan en el sector del coche compartido, una industria que tendrá más de 30 millones demiembros en 2020. Bluemove es una de esas firmas que hace tiempo, en 2010, ya vio laoportunidad e intuyó el deseo de los clientes. Estos días cuenta con más de 10.000 usuarios enMadrid y Sevilla, unos 150 vehículos y el año próximo se plantea trabajar en tres ciudades más.Mientras, la nave va. «El carsharing cambia la relación que el consumidor tiene con el coche y eléxito de compañías como Uber ayudará a que esta práctica sea masiva», prevé GabrielHerrero-Beaumont, fundador de Bluemove.

Hay muchas esperanzas bajo el dintel de la puerta del consumo colaborativo. «Porque no se tratasolo de una ruptura económica sino también cultural», señala un portavoz de Airbnb, otro grande dela industria de compartir. Es un sitio de alojamiento para particulares creado en 2010 que se hatransformado en un fenómeno planetario. Solo en España ?su tercer mercado más potente a escalamundial? tienen más de 57.000 propiedades y el número de visitantes que se quedan en Airbnb ennuestro país se ha incrementado el último año un 188%. La compañía no aporta datos financieros,pero sí ofrece unos cálculos de la repercusión que tiene su actividad. Asegura que ha generado unimpacto económico en Barcelona de 128 millones de euros en un solo año y ha contribuido acrear 4.000 puestos de trabajo.

Si bien no resulta fácil medir la repercusión de estas plataformas en la comunidad, sin duda son unrepresentante (como vimos en el mundo financiero) de eso que se denominan compañíasdisruptivas. Todas estas empresas digitalizadas son competencia directa de negocios tradicionalescomo el automovilístico, la banca, las grandes cadenas hoteleras, la lobista industria de laalimentación o los taxistas. A todos les resta cuenta de resultados. En España y fuera. DimitriVorikov, presidente de la compañía de taxis Rainbow en San José (California), calcula que Uber,Lyft y otras aplicaciones similares le han recortado un 30% sus ingresos. Pero es imposible intentarfrenar este nuevo consumo. Por eso, para adaptarse a él solo cabe una respuesta: ser máseficientes.«Esta economía provocará que muchas industrias reguladas se tambaleen. Caerán losmalos y sobrevivirán los buenos, quienes den un excelente servicio», advierte Carlos Blanco,emprendedor y presidente del grupo tecnológico ITnet.

Porque no estamos hablando solo de economía, sino, como relata el profesor del Instituto deEmpresa (IE), Enrique Dans, de un factor de «conveniencia» soportado sobre una «estructuratecnológica». Y es bien conocido que «una vez que la tecnología hace posible un modelo de negocio

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resulta muy difícil volver atrás», sostiene Dans. Por lo tanto, es lógico que el Instituto Tecnológicode Massachusetts (MIT) le estime un potencial al mercado del consumo colaborativo muy alto:110.000 millones de dólares (82.500 millones de euros).

Pese a todo, los números, grandes o pequeños, no deberían distraer la mirada del trasfondo socialde esta nueva manera de consumir. Es un soporte para construir lo que el filósofo Javier Sádaballama la vida buena. «Porque cuando grupos y colectivos inventan para sus vidas una moneda local,al margen de las cotizaciones, depreciaciones y especulaciones, como instrumento de intercambiomás justo, nos indican que así serán buena parte de las transacciones económicas en la medida queel capitalismo, por su propia indigestión, reviente», sostiene Gustavo Duch, coordinador de larevista Soberanía alimentaria. Para algunos una quimera, para otros una esperanza.

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