Asociación Entre Pinto y Valdemoro El hogar de la misericordia · 18 1626 3.961 10 de noviembre de...

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18 1626 3.961 10 de noviembre de 2018 misericordia El hogar de la Asociación Entre Pinto y Valdemoro S on las 17:47 horas en el hogar de Ca- sarrubuelos (provincia de Madrid, diócesis de Getafe) que más años de condena custodia. Es lunes de un otoño que agota las últimas hojas de un maravi- lloso mes de octubre. La casa de acogida Isla Merced donde me esperan huele a paz, a confianza arropada, a lágrimas sa- nadas. Mendigo de un destino que siempre sorprende, tras el primer paso, me en- cuentro en torno a un altar construido sobre madera, barro y espinas. En pocos segundos, con un solo abrazo, acaricio unas heridas de salvación que hablan en el reflejo de ocho deslumbrantes miradas. Son Juan, Sindo, Miguel, Juan Antonio, Martín, Jesús, Mike y Alberto. Libres, por fin, del amasijo de cemento, condena y soledad donde han pasado los peores inviernos de su vida… «Este pro- yecto sigue en pie porque a Dios le gusta», confiesa Mari Carmen Guardia, la pre- sidenta de esta asociación y también vo- luntaria, con la emoción de sus manos tañendo en carne viva. Y, en un silencio de quietud y de fe, resucita la atención de todos los presentes reafirmando ese credo… «Estamos sin apenas medios y sin ayudas, pero esto sigue existiendo desde hace nueve años porque actúa la Providencia». A veces, es el mejor recurso del corazón, le rebato. «¡Pues eso lo te- nemos enorme!», exclama. Misericordia hecha brisa en anhelos tristes Todo me sabe a Dios, aunque ni si- quiera se pronuncie. Para qué hacerlo, si es Él quien ha escrito las páginas más bellas del poemario que en este hogar se lee en voz alta… Con la respiración a flor de piel, el corazón de cada uno de estos hermanos quiere desenvolver, con su puño y letra, las cargas de un pasado que solo arde si reconoce el dolor de su huella. «Mi condena es de cuatro años y medio», «yo cumplí cuatro, aunque ya estoy en libertad total», «la mía fue de Salir de los barrotes de la prisión no configura siempre la palabra li- bertad. Tras la condena cumplida, llega lo más complicado: volver a vivir. Sobre todo para aquellos que han perdido cualquier arraigo fa- miliar. Con ese deseo nace la aso- ciación madrileña Entre Pinto y Valdemoro (ePyV), para cuidar a esas personas que necesitan olvidar el ensordecedor eco de las rejas y recobrar la paz que su alma ansía. Allí, donde el corazón palpita entre mandamientos de humanidad, mansedumbre y ternura, los ofrecen un lugar donde volver a escribir —ya sin miedo— el verbo amar.

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misericordiaEl hogar de la

Asociación Entre Pinto y Valdemoro

Son las 17:47 horas en el hogar de Ca-sarrubuelos (provincia de Madrid,diócesis de Getafe) que más años de

condena custodia. Es lunes de un otoñoque agota las últimas hojas de un maravi-lloso mes de octubre. La casa de acogidaIsla Merced donde me esperan huele apaz, a confianza arropada, a lágrimas sa-nadas. Mendigo de un destino que siempresorprende, tras el primer paso, me en-cuentro en torno a un altar construidosobre madera, barro y espinas.

En pocos segundos, con un solo abrazo,acaricio unas heridas de salvación quehablan en el reflejo de ocho deslumbrantesmiradas. Son Juan, Sindo, Miguel, JuanAntonio, Martín, Jesús, Mike y Alberto.Libres, por fin, del amasijo de cemento,condena y soledad donde han pasado lospeores inviernos de su vida… «Este pro-yecto sigue en pie porque a Dios le gusta»,confiesa Mari Carmen Guardia, la pre-sidenta de esta asociación y también vo-luntaria, con la emoción de sus manostañendo en carne viva. Y, en un silencio

de quietud y de fe, resucita la atenciónde todos los presentes reafirmando esecredo… «Estamos sin apenas medios ysin ayudas, pero esto sigue existiendodesde hace nueve años porque actúa laProvidencia». A veces, es el mejor recursodel corazón, le rebato. «¡Pues eso lo te-nemos enorme!», exclama.

Misericordia hecha brisa en anhelos tristes

Todo me sabe a Dios, aunque ni si-quiera se pronuncie. Para qué hacerlo,si es Él quien ha escrito las páginas másbellas del poemario que en este hogar selee en voz alta… Con la respiración aflor de piel, el corazón de cada uno deestos hermanos quiere desenvolver, consu puño y letra, las cargas de un pasadoque solo arde si reconoce el dolor de suhuella. «Mi condena es de cuatro años ymedio», «yo cumplí cuatro, aunque yaestoy en libertad total», «la mía fue de

Salir de los barrotes de la prisiónno configura siempre la palabra li-bertad. Tras la condena cumplida,llega lo más complicado: volver avivir. Sobre todo para aquellos quehan perdido cualquier arraigo fa-miliar. Con ese deseo nace la aso-ciación madrileña Entre Pinto yValdemoro (ePyV), para cuidar aesas personas que necesitan olvidarel ensordecedor eco de las rejas yrecobrar la paz que su alma ansía.Allí, donde el corazón palpita entremandamientos de humanidad,mansedumbre y ternura, los ofrecenun lugar donde volver a escribir—ya sin miedo— el verbo amar.

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Reportaje

un año y medio», «mi condenaes de seis», «yo he cumplido sie-te», «la mía fue de cinco», «yollevo tres y cumplo en 2019», «yyo estoy en esta casa desde quese abrió»…

Así, poco a poco, van des-cansando sobre la mesa queatempera nuestras manos el pesode sus penas. En total, más de30 años de condena reunidos enmenos de cinco metros cuadra-dos. Más de 30 años cumplidosde soledad, rabia, tristeza, deso-lación, abandono, desamparo yperdón. Sobre todo de perdón.Porque en el reflejo arrepentidode este segundo mandamiento,el primero es el amor, habita laternura de un Dios que no mirael pecado cometido, sino la mi-sericordia hecha brisa en anhelostristes. «Yo, a través de la aso-ciación ePyV y de las personasque están privadas de libertad,puedo ver la misericordia deDios», revela Alfonso V. Hidalgo,voluntario desde 2014.

«Dios está en la prisión»

Alfonso lleva la bondad escritaen su mirada. Cuando abraza,deja en la piel del hermano unsurco de ternura para que, si al-gún día tropieza, lo llene con suamor el Dios en quien él tantoconfía. «En ellos habita el rostrode Dios», revela, tan emocionadocomo cuando pronuncia el nom-bre de sus cuatro hijos y nietos.Y en el brillo de ese juramento,antepone el regalo de sus 63 añosal clamor de un pasado que da sentidoa su creencia presente. «Si estas personasson lo más abandonado de la socie-dad… El Jesús sufriente ante Pilatos yante Caifás era el Jesús preso de hoy».¿El mismo que permanece sobre la Cruz?,le pregunto. «Ellos son el Dios hablantea los hombres de hoy. Dios está en laprisión y en todos los hombres, pero se

hace latente y patente mucho más cuandola pobreza, la humillación y el ser esclavode las pasiones te llevan a romper familias,hogares, hijos, situaciones…».

Junto a Alfonso, Pilar, Paquita, MariCarmen Guardia, Felipe, Mari Carmende las Heras, Cari y Marifrán conformanel voluntariado presente en este lunesotoñal. Y es por ellos, y de los que no

están pero también son, por loque esta morada sigue oliendoa hogar. «¡Los voluntarios sonlos que mantienen esta casa!»,apunta, desde el fondo de lasala, el capellán. Pablo Moratallegó a Casarrubuelos para tresmeses, y lleva 22 años.

Y aunque él afina las cuerdasde los instrumentos en la casade acogida que me recibe, seesconde tras la última butacadel teatro para dejar la canciónen manos de otros músicos…«El director de orquesta muevela batuta. Y la batuta es el ins-trumento que menos pesa. Hayque coordinar, sí, pero el pro-tagonismo es de ellos», advierte,señalándolos con alegría. «Mí-ralos —advierte, con un ges-to—, ahí se ve el rostro de Jesús:en la misericordia, en la ternura,en el no juzgar». Es un misterioque embiste por el quicio de lavida, trato de responder. «Sí»,confiesa el delegado de PastoralPenitenciaria en Getafe y ca-pellán de la prisión de Valde-moro, «cuando en la Misa de-cimos “Este es el misterio denuestra fe”, no es solo el misterioen el sentido que nos supera».

Así, con la mirada puestaen esa Cruz resucitada y resu-citadora, se forjaron, en el año2000, los cimientos de la aso-ciación Entre Pinto y Valdemoro:en la entraña de un grupo devoluntarios de Pastoral Peni-tenciaria que acompañaba alcapellán para visitar a los in-ternos del centro penitenciarioMadrid III, de Valdemoro. Mo-

tivados por creer que la reinserción eraposible, nació en la Delegación de PastoralPenitenciaria de la diócesis de Getafe.Trabajan en las cárceles de Navalcarnero,Valdemoro y Aranjuez. Estando en pri-sión, los internos solicitan el aval, tienenuna entrevista y empiezan a allanar elterreno con el taller Vivir sin cadenas,de preparación para la vida en libertad.

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Alfonso, voluntario de la casa de acogida.

El club Rotary de Madrid y Sturgar regalaron una furgoneta a la asociación.

El 27 de marzo de 2009 fue inaugurada Isla Merced, en Casarrubuelos.

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Reportaje

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Este «puente de unión», como lo describeMari Carmen, les lleva de la prisión aesta casa y, en función de la situaciónpenitenciaria, será el número de díasque permanezcan aquí.

«La cárcel te enferma y te destruye»

En la casa ríen y lloran de igual manera,en el mismo lenguaje y con las mismascadencias. Y lo hacen a carcajadas. ¿Acasoles quedará algo a lo que temer?, piensopara mí. Se saben a salvo, y expresanconstantemente su sentir. No solo con lapalabra, sino también con la sonrisa. Ha-blamos, compartimos la rutina del viviry discutimos sobre el poder de curaciónde la prisión… «La cárcel no cura; todolo contrario… ¡te enferma y te destruye!»,subraya Jesús, con todo el conocimientode causa que carga sobre sus espaldas.

Este madrileño cayó preso en Portugalpor un delito contra la salud pública.En su voz, un acento mexicano que res-ponde a los 40 años que vivió allí. En susentir, un toque de humor que decorala certeza de lo que piensa: «La cárcelno sirve para un carajo. Está muy malplanteada y el que es un poco débil, alláadentro se viene abajo, se deprime yluego recurre a todo tipo de recursospara evadirse».

El padre Pablo, que permanece a laescucha, pone en entredicho la misiónde la prisión. «Todos cometemos con-ductas antisociales y la cárcel no restituyenada a las víctimas. Una sociedad quese siente pagada porque castiguen al in-fractor, yo me planteo qué tipo de so-ciedad estamos construyendo… Tenemosel legítimo derecho a que se nos defienday proteja, sí, y ahora está empezando laalternativa de la justicia retributiva,donde realmente puede haber un en-cuentro entre víctima e infractor».

Por tanto, destaca que «hay alternati-vas, y se pueden dar pasos, pero…». Enese momento, se hace el silencio en laestancia que nos aúna, y todos miran alcapellán… «¿Las cárceles?», sugiere, enforma de consulta, «pregúntale a un ca-nario la diferencia que hay entre unajaula de cobre y una jaula de oro».

«¿Y por qué ellos y no yo?»

Martín asiente. Este cacereño, trassiete años y un mes de condena en Perú,llegó a la casa de acogida de la mano deuna monja, cuando no tenía a absoluta-mente nadie para recibirle. 2.586 díassin recibir un solo abrazo familiar…«Llegué aquí hace cuatro meses y estome cambió la vida. Lo siento como unhogar». De repente, arruga el gesto, traga

saliva y decide confesar algo que parecesagrado para él: «Está mal decir esto,pero aquí me siento más querido queen mi propia casa».

Alberto, el abuelo, vino a la casa por15 días, y lleva desde que abrieron elhogar. Preserva su pasado carcelario,supongo que para no dejarse doler. Esuna institución, y ninguno de sus com-pañeros ha escapado a sus propinas yconsejos. Risueño y bonachón, desde laotra punta de la mesa donde permane-cemos sentados, aprovecha la coyunturapara contarme que, cuando era pequeño,jugaba en su barrio con el Papa Fran-cisco… «Éramos vecinos y lo habré vistovarias veces. Lo estimo mucho». En elAño de la Misericordia, fue a verle aRoma con un grupo de internos y vo-luntarios. «Fui con mi bandera argentina,y pasó por mi lado, aunque no pude sa-ludarlo». A sus 88 años, este argentinoque cada día pasea en su bicicleta por elpueblo, desea hablar con él, aunque seaun solo minuto… «Sé que, algún día,volveré a Roma y me encontraré conél», renueva convencido.

La emoción, que continuamente pidepaso, perfuma el hogar. Paquita, una delas voluntarias, mira al abuelo, conscientede que posee algo único. Permaneceatenta y sigilosa, como despierta al albael suave viento. «Yo me pregunto muchoque por qué ellos y no yo», expresa,

Alberto, el abuelo, en el Coliseo de Roma.Voluntarios de la casa: Felipe, Alfonso, Paquita, Maria Carmen y Pilar.

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descosiendo las tinieblas hi-rientes que se ciernen sobrelos internos. Lleva ocho añosde voluntaria, tanto en lacárcel como fuera.

Y enseguida vuelve al in-vierno que le hizo caer enaquella casa… «Si no hubierasido por la muerte de mimarido hace nueve años, yono podría estar aquí. Éramosuno y, al año de irse, hablécon dos voluntarias, me ani-maron a hacer un cursillo,y bendita la hora en que meapunté. Eso me lo hizo elSeñor, porque me cambióla vida totalmente».

Y, tras poner sus ojos enel cielo, deja entrever quesu principal virtud es la alegría. «Loschicos conmigo se ríen mucho. Yo vengoporque tengo mono de la cárcel, de ver-dad, estoy deseando que llegue el sábadopara ir. Lo que hago allí son manualidadesy, como lo que hacen es para ellos, noveas todos los que tengo». ¿Y por qué lohaces?, le pregunto, aunque todos losmatices que en ella habitan aportan todolo que su persona es. «Por el corazón. Ypor fe. Si no tuviera fe...». Y es, entonces,cuando vuelve a tirarme la pregunta:«¿Por qué ellos sí y nosotros no?».

Parábola del Hijo Pródigo

Cada acto de generosidad, cada pa-labra habitada y cada abrazo regaladoen este hogar, son una ofrenda, paraquien los da y para quien los recibe.Pilar, también voluntaria, disfruta aban-donándose hasta donde la fe le encami-na… «La situación que vivimos aquíme recuerda a la parábola del Hijo Pró-digo: un hijo se va, hace todas las piciasque podríamos hacer cualquiera, peroun día se arrepiente, quiere volver parareinsertarse y tiene un padre que leabraza y le acoge». ¿Y quién sería elhermano mayor que se enfada?, le pre-gunto, ciñéndome al sentir del Evangelio.«El hermano bueno es la sociedad. Y

mientras que el padre celebra la felicidadque tiene porque ha recuperado a unhijo, la sociedad lo rechaza». Así que laparábola se repite. «¿Sabes?», incide,embelesada por un amor que sobrepasael latir dubitativo del mundo, «de todoslos que están aquí, ninguno es malo,ninguno, pero no han tenido demasiadasposibilidades y no ha habido nadie queles de la oportunidad. Solo es eso».

Un sentir que comparte, con los piesdescalzos frente al mismo sagrario, Ma-rifrán. Voluntaria en el centro peniten-ciario Madrid III, de Valdemoro, y enePyV, conserva encendida la llama com-prometida, trabajadora y fiel que man-tiene con vida —y a salvo— a su alma.«En estos lugares es donde Dios se hacepresente, porque fue el mismo Jesúsquien lo dijo: “Estuve preso y me visi-taste”».

Un lenguaje que requiere aprender amirar y a escuchar, libre de prejuicios eideas preconcebidas. Tal y como Marifránhace: «Lo que importa es el encuentrocon la persona, acogerla y acercarte aella por lo que es, una persona como túy como yo, con sentimientos, con historia,con dudas, con sueños, con pesadillas,con añoranzas, con alegrías, con retos,con amigos, con hijos, con padres». Uncompromiso fehaciente que exige, tam-bién, prestar atención al ser, y no al de-

lito… «Ya les han juzgadoy están pagando; ahora tocaacompañar esa etapa paraque la estancia en prisiónsea lo más llevadera posible,sea una oportunidad deconocerse, de reflexionar,de cambiar aquellas cosasque no están bien, de me-jorar y de prepararse».

Y cuando se dispone ahablar de rostros concretos,arrodilla su corazón anteun misterio que sobrepasala plenitud de su nostalgia.Alfonso, siempre atento, leayuda a sostener sus brazos,por si acaso las olas apaganlas ascuas que arden a suspies. A los pocos segundos,

la madrileña retoma el aire, la nostalgiay el recuerdo…

«Uno de ellos, que ya ha fallecido,marcó mi vida. Fue para mí como elbuen ladrón que estuvo crucificado juntoa Jesús en la Cruz. Los últimos años desu vida los vivió aquí, en la casa. Eraanciano y no tenía a nadie ni adondeir…», revela, sin reparos por mostrar laemoción que aquel hermano dejó escritaen sus mejillas.

«Nunca olvidaré su sonrisa y sus pa-labras amables cuando, sin que aún losupiéramos, el cáncer lo estaba devorandopor dentro. Recuerdo que, horas antesde morir, me preguntó si yo creía queDios le iba a perdonar todo lo que habíahecho. Con mucha contundencia le dijeque sí, que estaba convencida. Creo queeso le dio mucha paz y le ayudó a irsede este mundo tranquilo». Emocionada,deja sobre la piel de todos las lágrimasdel que ya habita junto a Dios.

Camino de vuelta a casa

Miro el reloj por primera vez desdeque crucé la puerta de entrada, y descubroque han pasado tres horas y veintitrésminutos. Debo despedirme. Juan, agra-decido, me pide un abrazo y, en sudetalle, el padre Pablo me regala una

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El capellán, Pablo Maroto, con Juan Antonio.

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mirada cargada de confianza, al tiempoque manifiesta que la cárcel puede ser«un tiempo de oportunidad» porque«de la muerte, Dios saca la vida». Alfonso,que declama con su resplandor al Jesúsdel Tabor, del Getsemaní o del Calvario,escribe en mis folios que de la experienciadel dolor y la debilidad pueden brotarfrutos hermosos: «Por uno solo, amigo,mereció la pena la crucifixión de Jesús.Al final, dio su vida por muchos. Perocon una sola gota de su sangre, fíjate…21 siglos viviendo de esa manifestaciónde amor».

Es la hora de partir. A Sindo, queestá en libertad total desde hace diezdías, la timidez le roba la palabra. Perono deja de buscarme en cada pausa. Susmanos tatuadas y su dicción entrecortadacustodian algún secreto que necesitadesatar. «Yo estuve cuatro años preso ynadie de mi familia vino a verme. Nadie.Tengo cuatro hijos y ni una sola visita.De hecho, mi hijo estuvo preso conmigoy, cuando salió, nunca fue a verme».Como a mí, le cuesta contener la emo-ción. La cárcel ha hecho mella en sussentidos. «¿Cómo se sobrevive a eso?»,me pregunta, esta vez clavando sus ojosen el vientre de los míos. En mi espera,cambia el gesto y deja que la vida cuenteel final de su historia: «Al día siguientede salir en libertad, me llamaron pararecuperar a mis hijas, y ahí vi cómoDios salió a mi encuentro», y «por esole doy gracias, ya que recuperarlas meda de nuevo la vida». Un nudo inque-brantable rompe la quietud de la sala y,sin instrucciones, todos nos prometemosla libertad que nunca tuvimos.

Y en la despedida, un agradecido«hasta pronto» que prometo cumplir. Yen lo más hondo de mi ser, Jesús de Na-zaret, recordándome que el amor utilizaa los demás como coartada para quedescubran el camino de vuelta a casa.Yo lo he descubierto aquí, en la piel delas cadenas que se han roto por amor yen la misericordia que, brotada en unaabatida cruz de madera, vuelve a hacernuevas todas las cosas… ■

Carlos González García

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Tejas que los internos pintan en el taller; almacén de comida donada y huerto de la casa de acogida.

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